El puente
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El puente Vida y ascenso de Barack Obama
DAVID REMNICK
Traducci贸n de Efr茅n del Valle y Juan Manuel Ibeas
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Título original: The Bridge Primera edición: octubre de 2010 © 2010, David Remnick © 2010, de la presente edición en castellano para todo el mundo: Random House Mondadori, S. A. Travessera de Gràcia, 47-49. 08021 Barcelona © 2010, Juan Manuel Ibeas Delgado y Efrén del Valle Peñamil, por la traducción Una parte de este libro fue publicada en The New Yorker en una forma algo diferente. Se agradece el permiso para reproducir material ya publicado a: Alfred Publishing Co., Inc., y Harry Revel Music Co.: extractos de «Underneath the Harlem Moon», de Mack Gordon y Harry Revel © 1923 (renovado) WB Music Corp. (ASCAP) & Harry Revel Music Corp. (ASCAP). Todos los derechos reservados. Reproducido con permiso de Alfred Publishing Co., Inc., y Harry Revel Music Co. Simon & Schuster, Inc.: extractos de Walking with the Wind: A Memoir of the Movement de John Lewis con Michael D’Orso, © 1998, de John Lewis. Reproducido con permiso de Simon & Schuster, Inc. Quedan prohibidos, dentro de los límites establecidos en la ley y bajo los apercibimientos legalmente previstos, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, ya sea electrónico o mecánico, el tratamiento informático, el alquiler o cualquier otra forma de cesión de la obra sin la autorización previa y por escrito de los titulares del copyright. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, http://www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra. Printed in Spain – Impreso en España ISBN: 978-84-8306-916-5 Depósito legal: NA-2243-2010 Compuesto en Fotocomposición 2000, S. A. Impreso y encuadernado en Rodesa Pol. Ind. San Miguel Parcela E-7 y E-8 31132 Villatuerta C849165
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A Esther
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No cabe duda de que en los próximos treinta o cuarenta años un negro también podrá alcanzar la posición que ostenta mi hermano como presidente de Estados Unidos. Robert F. Kennedy, 27 de mayo de 1961, Voice of America
Recuerdo cuando el ex fiscal general Robert Kennedy dijo que era factible que en cuestión de cuarenta años tuviéramos un presidente negro en Estados Unidos. Para los blancos, aquella fue una declaración muy progresista. No estaban en Harlem cuando se oyeron por primera vez dichas declaraciones. No oyeron las risas, la amargura y el desdén con que fue recibida esa afirmación. Para un hombre que está en una barbería de Harlem, Bobby Kennedy es un recién llegado, y ahora se encuentra ya en la senda hacia la presidencia. Nosotros llevábamos allí cuatrocientos años y ahora nos decía que quizá en cuarenta, si nos portábamos bien, nos dejarían ser presidentes. James Baldwin, The American Dream and the American Negro (1965)
Barack Obama es lo que se halla al otro extremo de ese puente de Selma. John Lewis, Washington D.C., 19 de enero de 2009
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Índice Prólogo: La generación de Josué . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
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Primera parte 1. Un destino complejo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 2. Superficie y resaca . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 3. Nadie conoce mi nombre . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
41 88 121
Segunda parte 4. Metrópolis negra . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 5. Ambición . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 6. Historia de una ascensión . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
153 219 262
Tercera parte 7. El hombre al que nadie envió . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 8. Suficientemente negro . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 9. La travesía del desierto . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 10. Reconstrucción . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 11. Viento en popa . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
309 364 395 419 453
Cuarta parte 12. 13. 14. 15.
Una ligera locura . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . El gigante dormido. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . En la feria racial . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . El Libro de Jeremías . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
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Quinta parte 16. «¿Cuánto falta? No mucho». . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 17. A la Casa Blanca . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
633 656
Epílogo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
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Agradecimientos y fuentes . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Notas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Bibliografía. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Índice alfabético . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
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Prólogo La generación de Josué Brown Chapel Selma, Alabama Así es como empezaba el relato de una historia que transformó Estados Unidos. El 4 de marzo de 2007 a mediodía estaba previsto que Barack Obama, el joven senador de Illinois, hablara en la Brown Chapel de Selma, Alabama. Su campaña presidencial había arrancado hacía apenas un mes, y viajó al Sur dispuesto a enfrentarse por primera vez a Hillary Clinton, la principal candidata demócrata. Obama planeaba debatir en público lo que muchos consideraban que sería su perdición: su raza, su juventud y su «exótico» pasado. «¿Quién es Barack Obama?» ¿Barack Hussein Obama? Desde entonces hasta el día de las elecciones, sus opositores, tanto demócratas como republicanos, formularían esa misma pregunta en las plataformas públicas, la televisión y los anuncios radiofónicos, insinuando una otredad descalificadora en aquel hombre: su infancia en Hawai e Indonesia, su padre, de origen keniata, y su madre, oriunda de Kansas y, sin embargo, cosmopolita. La respuesta de Obama a ese interrogante contribuyó a formar la esencia de su campaña. Dos años después de ocupar el cargo de senador por Illinois y recientemente liberado de sus préstamos universitarios, Obama entró en la carrera presidencial con una serie de propuestas políticas de centro-izquierda que se antojaban serias pero nada excepcionales. No eran radicalmente distintas de las de Clinton, salvo por la cuestión fundamental de la guerra en Irak.Tampoco poseía un currículo asombroso en lo que a experiencia ejecutiva o logros legislativos se refería. Pero la identidad de Obama, sus orígenes, su concepto de sí mismo y, en última instancia, cómo lograba proyectar su temperamento y su www.megustaleer.com (c) Random House Mondadori, S. A. EL PUENTE(4L)2.indd 13
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personalidad como un reflejo de las ambiciones y esperanzas estadounidenses serían la esencia de su retórica y su atractivo. Además de sus ideas políticas, lo que proponía Obama como núcleo de su candidatura era él mismo: un joven afroamericano complejo, cauteloso, inteligente y sagaz. Todavía no era un gran hombre, pero sí una promesa de grandeza. Ahí residía en gran medida el germen de su candidatura y no había forma de escapar a su descaro. El propio Obama empleaba términos como «presuntuoso» y «audaz». En Selma, Obama se preparó para autoproclamarse heredero de la lucha más dolorosa de los estadounidenses: la lucha de la raza. No era una raza como la que invocaban sus predecesores en la política electoral o en el movimiento por los derechos civiles, ni la raza como una insistencia en la etnicidad o el resarcimiento; por el contrario, Obama convertiría su ascendencia birracial en una metáfora de su ambición para fraguarse una amplia coalición de apoyo, para unir a los estadounidenses en torno a una historia de progreso moral y político. Él no era necesariamente el héroe de esa historia, pero podía ser su culminación. En los meses siguientes, Obama recurrió descaradamente al lenguaje y la imaginería de un movimiento histórico estadounidense y los aplicó a su campaña presidencial. La ciudad de Selma se agolpa en torno a las turbias aguas del río Alabama. En su día fue un próspero centro industrial y un arsenal para el ejército confederado. En la actualidad es un lugar triste habitado por veinte mil almas. El tráfico humano de Broad Street, con sus escaparates abandonados y sus polvorientos baratillos, suele ser de lo más apático. La mayoría de los afroamericanos viven en casas modestas, barracas improvisadas y complejos de viviendas sociales al este de la ciudad; los blancos acostumbran a llevar una vida más próspera en la parte oeste. La economía de Selma experimenta su máxima vitalidad durante las conmemoraciones anuales de la memoria histórica. Las casas construidas en plantaciones prebélicas se conservan en su mayoría para los escasos turistas que siguen acudiendo. A mediados de abril llegan a la ciudad personas interesadas en la Guerra Civil para honrar a los muertos confederados en una reconstrucción de la batalla de Selma, donde, en 1865, un general confederado particularmente sádico llamado Nathan Bedford Forrest sufrió una derrota. Los negros de la ciudad no participan; no comparten la atmósfera de nostalgia confederada. Durante varias décadas, un complejo de viviendas sociales habitado casi enteramente por www.megustaleer.com (c) Random House Mondadori, S. A. EL PUENTE(4L)2.indd 14
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negros llevó el nombre del general Forrest, que había comerciado con esclavos y se convirtió en gran mago del Ku Klux Klan. Tras la Guerra Civil llegaron estudiantes negros a la Universidad de Selma, una pequeña facultad de estudios bíblicos, y la ciudad —una localidad llena de iglesias— se dio a conocer como un centro de evangelización afroamericano. Selma, escribía Ralph Abernathy en sus memorias, «era para muchos de nosotros “la capital de la América negra”, en la que se daban cita jóvenes inteligentes y ancianos doctos».1 A su vez, debido al dominio de Jim Crow, Selma era, todavía en los años sesenta, un lugar donde se imponían pruebas de alfabetismo e impuestos de capitación; casi ningún negro podía registrarse para votar. Rodeados de registradores blancos desdeñosos, les hacían responder preguntas como: «¿Cuántas burbujas contiene una pastilla de jabón?». Jim Clark, el sheriff local, compartía el estilo tradicional de Bull Connor, originario de Birmingham. No era infrecuente que adoptara las medidas más brutales contra cualquier indicio de protesta antisegregacionista, motivo por el cual, a medida que se desarrollaba el movimiento de los derechos civiles, los líderes populares de la Southern Christian Leadership Conference (SCLC) convirtieron Selma en un ensayo de la lucha por el derecho al sufragio. El 2 de enero de 1965, Martin Luther King Jr. llegó a la Brown Chapel, un baluarte de la Iglesia metodista episcopal africana, y dijo a la congregación que Selma se había convertido en un «símbolo de resistencia acérrima del movimiento de los derechos civiles en el Sur Profundo».2 Al igual que Montgomery había sido el centro de los primeros boicots en autobuses, además de la pugna por los derechos civiles y un acceso igualitario a las instalaciones públicas, King y sus compañeros decidieron que Selma sería el campo de batalla del derecho al voto.
Barack Obama había sido invitado a Selma por su amigo John Lewis, un veterano congresista de Atlanta, cuando faltaba más de un mes para el aniversario. Lewis, casi septuagenario, corpulento y calvo, era conocido en el Capitolio y en la comunidad afroamericana no tanto como legislador sino como un griot elegido popularmente, un modelo moral y un marchito orador del movimiento de los derechos civiles. Durante la larga «oscuridad conservadora», que según Lewis comenzó con el discurso inaugural de Reagan, fue especialmente «difícil y esencial» mantener www.megustaleer.com (c) Random House Mondadori, S. A. EL PUENTE(4L)2.indd 15
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viva la política progresista. «Y la única manera de hacerlo era seguir contando la historia», afirmaba. Mientras King ejercía de organizador de la SCLC en Alabama, Lewis era el presidente del Student Nonviolent Coordinating Committee (SNCC). Lewis estuvo presente en casi todas las marchas importantes. Participó junto a King en innumerables manifestaciones y mítines mientras John Kennedy y Lyndon Johnson ocuparon el Despacho Oval. Fue el más joven —y el más militante— de los numerosos oradores que participaron en la Marcha sobre Washington de 1963; ahora era el único que seguía con vida. La gente se refería a John Lewis como un héroe cada día de su vida, pero ahora se sentía muy poco heroico, y le invadían las dudas sobre quién merecía su apoyo: los Clinton, que nunca le habían decepcionado, o un hombre joven y talentoso que se había presentado al país con un emotivo discurso en la Convención Demócrata celebrada en Boston en 2004. Al principio, Lewis dijo a Obama que estaría con él, pero los Clinton y su círculo apelaron a su sentido de la amistad y la lealtad, y eran casi tan irresistibles como la fascinación de la historia. Sometido a una gran presión, Lewis prometió a los Clinton y a Obama que pronto celebraría una «sesión ejecutiva» consigo mismo y tomaría una decisión. Para Lewis, que se crió en el condado de Pike, Alabama, Jim Crow era como un vecino conocido pero siniestro. De niño tenía tantas ganas de marcharse que soñaba con fabricar un autobús de madera utilizando los pinos que rodeaban la casa de su familia y conducir hasta California.3 Sus padres eran aparceros y tenía nueve hermanos. Quería ser predicador y, para practicar, pronunciaba sermones a los pollos del gallinero que ocupaba el patio trasero. Predicaba entre semana y los domingos, y casaba gallos y gallinas y presidía funerales por los muertos. («Había algo mágico, casi místico, en ese momento en que decenas y decenas de pollos, todos ellos bien despiertos, me miraban fijamente y yo les devolvía la mirada, todos guardando un silencio sepulcral. Era muy espiritual, casi religioso.»)4 En 1955, Lewis escuchó por la radio un sermón de un joven predicador de Atlanta que llevaba por título «Carta de Pablo a los cristianos estadounidenses».5 El predicador, Martin Luther King Jr., personificaba al apóstol san Pablo dirigiéndose a los cristianos blancos, condenándolos por su falta de compasión hacia sus hermanos y hermanas negros. Al escuchar el sermón, Lewis quiso convertirse en pastor como el doctor King. Ese mismo año se unió a un movimiento que comenzó cuando www.megustaleer.com (c) Random House Mondadori, S. A. EL PUENTE(4L)2.indd 16
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una empleada de unos grandes almacenes llamada Rosa Parks fue detenida tras negarse a cambiar de asiento en el autobús de Cleveland Avenue. Como seminarista en la Universidad de Troy, Lewis participó en talleres sobre resistencia no violenta y se unió a la campaña para integrar las cafeterías y salas de espera en las estaciones de autobuses de Nashville y otros pueblos y ciudades del Sur. Transmitía los axiomas de Jesús, Gandhi,Thoreau y King a otros manifestantes incluso cuando se mofaban de él tachándolo de agitador y «negrata», mientras un grupo de adolescentes violentos le lanzaban cigarrillos al cuello. Como miembro de las Caravanas de la Libertad, Lewis estuvo a punto de ser asesinado en la estación Greyhound de Rock Hill, Carolina del Sur. Recibir palizas y ser detenido y encarcelado, decía, se convirtió en una suerte de rutina, su servicio habitual y, tras cada incidente, descansaba un poco, como quien termina una jornada laboral aceptable. Uno de los momentos más profundos y deliciosos de mi vida era cuando salía de la cárcel en un lugar como Americus, Hattiesburg o Selma —especialmente Selma— y me dirigía a la sede de Freedom House más cercana, me daba una buena ducha, me ponía unos vaqueros y una camisa limpia y me acercaba a un Dew Drop Inn, un pequeño bar de carretera donde pedía una hamburguesa o un bocadillo de queso y un refresco frío. Entonces iba hacia la gramola y, con una moneda de veinticinco centavos en la mano, repasaba cada una de las canciones, pues la elección debía ser la correcta… Y a continuación metía esa moneda y pulsaba Marvin Gaye, Curtis Mayfield o Aretha, me sentaba con mi bocadillo y dejaba que la música me envolviera, me inundara. No sé si alguna vez he sentido algo tan dulce.6
John Lewis conocía Selma, todas sus callejuelas, las iglesias, los bares, el hotel Albert, las carreteras adoquinadas en las zonas blancas de la ciudad, las chabolas y el complejo de viviendas sociales George Washington Carver, donde residían los negros. Conocía al sheriff Jim Clark, por supuesto, y al alcalde Joe Smitherman, quien, sin ser tan virulento como el primero, hablaba con sorna de «Martin Luther Coon».7* Incluso después de la Ley de Derechos Civiles de 1964, había pocos lugares en Selma donde la gente negra pudiera congregarse sin temor, máxime si se * Coon equivaldría al término despectivo «negrata». (N. de los T.) www.megustaleer.com (c) Random House Mondadori, S. A. EL PUENTE(4L)2.indd 17
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sabía que la reunión era de tinte político. Se daban cita en dos restaurantes modestos —Clay & Liston’s y a veces el Walker’s Café—, pero casi siempre en la Brown Chapel y en la First Baptist Church, que se encontraba en la misma calle. En las reuniones y oficios celebrados en la Brown Chapel, la mayoría de los oradores pertenecían a la SCLC o el SNCC, la Urban League o la National Association for the Advancement of Colored People (NAACP) —los principales grupos del movimiento de los derechos civiles—, pero Malcolm X también dispuso de su turno en el púlpito. A principios de febrero de 1965, mientras King se encontraba en una celda de la prisión de Selma, Malcolm advertía: «Creo que la gente de esta región del mundo haría bien en escuchar a Martin Luther King, darle lo que pide y dárselo rápido, antes de que lleguen otras facciones e intenten hacerlo de otro modo».8 King había recibido el Premio Nobel de la Paz en diciembre y describió la «batalla creativa» que libraban «veintidós millones de negros» contra la «medianoche sin estrellas del racismo». A comienzos de febrero redactó una carta desde su celda de Selma que fue publicada en forma de anuncio en The New York Times: Estimados amigos, Cuando el rey de Noruega participó en la entrega del Premio Nobel de la Paz no se imaginaba que en menos de sesenta días yo estaría en prisión. […] Al encarcelar a centenares de negros, la ciudad de Selma, Alabama, ha revelado al país y al mundo la persistente fealdad de la segregación. Cuando se aprobó la Ley de Derechos Civiles de 1964, muchos estadounidenses decentes se vieron arrastrados a la complacencia porque pensaron que los días de lucha ardua habían terminado. ¿Por qué estamos en la cárcel? ¿Alguna vez os han exigido que respondáis a cien preguntas sobre el gobierno, algunas de ellas abstrusas incluso para un politólogo, simplemente para votar? ¿Alguna vez habéis hecho cola junto a más de cien personas y, después de un día entero, habéis visto que menos de diez podían realizar el examen de cualificación? ESTO ES SELMA, ALABAMA. HAY MÁS NEGROS CONMIGO EN LA CÁRCEL QUE EN LOS REGISTROS ELECTORALES.
Pero, aparte de los derechos de sufragio, en Selma el mero hecho de ser una persona no resulta fácil. Cuando unos periodistas preguntaron al sheriff Clark si una acusada estaba casada, respondió: «Es una mujer negra y su nombre no viene precedido de “señorita” o “señora”».9 www.megustaleer.com (c) Random House Mondadori, S. A. EL PUENTE(4L)2.indd 18
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Esto es Estados Unidos en 1965. Estamos en la cárcel simplemente porque no podemos tolerar estas condiciones para nosotros o para nuestra nación […] Atentamente, Martin Luther King Jr.
King fue puesto en libertad poco después, pero el sheriff Clark y sus hombres siguieron atacando a los defensores del sufragio en la ciudad, atizándoles con varas para ganado y metiéndolos en la cárcel. Desde la llegada de King a Selma, los hombres de Clark habían encarcelado a cuatro mil hombres y mujeres. Lewis entregó una declaración manuscrita a varios periodistas de Selma en la que afirmaba que Clark había demostrado «no ser muy distinto de un oficial de la Gestapo durante la matanza fascista contra los judíos».10 En un enfrentamiento que tuvo lugar en las escaleras de los juzgados de Selma, Clark propinó un puñetazo en la boca al reverendo C.T.Vivian, uno de los aliados de King, con tanta fuerza que se rompió un dedo. Luego detuvo a Vivian. «¿Tendría un escritor de ficción la temeridad de inventar un personaje que luce una insignia de sheriff, encabeza una partida de hombres protegidos con cascos, golpea a un clérigo en la boca y después alardea: “Que yo sepa no le he pegado”?», se preguntaba King unas semanas después en The New York Times.11 En una reunión nocturna celebrada en la cercana población de Marion, un policía montado descerrajó dos disparos en la barriga a un joven ex militar y trabajador de una fábrica de pulpa de madera llamado Jimmie Lee Jackson. (Jackson había intentado registrarse para votar en cinco ocasiones.) En la misma refriega, Viola, la madre de Jackson, fue golpeada, y Cager Lee, su abuelo de ochenta y dos años, también resultó herido, pero afirmó estar preparado para la próxima manifestación. Jackson resistió varios días y acabó falleciendo. En el funeral, celebrado en la Brown Chapel, King declaraba: «Jimmie Lee Jackson nos habla desde su ataúd y nos dice que debemos sustituir el coraje por la cautela. […] No debemos sentir amargura ni debemos pensar en represalias violentas».12 James Bevel, uno de los líderes más jóvenes del SNCC, propuso que el movimiento dirigiera una marcha desde Selma hasta Montgomery, la capital, depositara el ataúd de Jimmie Lee Jackson en la escalinata del Capitolio y exigiera justicia al gobernador George C. Wallace. Ese mismo mes, Bevel había sido golwww.megustaleer.com (c) Random House Mondadori, S. A. EL PUENTE(4L)2.indd 19
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peado con una porra por el sheriff Clark, confinado en una celda y rociado con agua fría por medio de una manguera.13 Cuando el gobernador Wallace se enteró de lo que planeaban King y los demás, dijo a sus ayudantes: «No permitiré que una panda de negros se paseen por una autopista de este estado mientras yo sea gobernador».14
Durante años, Lewis ha contado en centenares de ocasiones la historia de la tarde del 7 de marzo de 1965 (el Domingo Sangriento). El mejor relato lo encontramos en sus memorias, Walking with the Wind: No sé en cuántas marchas he participado en mi vida, pero esta tenía algo de particular. Fue más que disciplinada. Fue sombría y contenida, casi como una procesión funeraria […] No se cantó ni se gritó; solo se oían pies arrastrándose. Hubo algo sagrado en ella, como si transitáramos un camino divino. Me recordó a la marcha de Gandhi hacia el mar. El doctor King solía decir que no existe nada más poderoso que el ritmo de unos pies desfilando, y eso es lo que fue: el desfile de un pueblo decidido. Ese era el único sonido que podías oír.15
Lewis y Hosea Williams, un joven camarada de la SCLC, encabezaron la marcha, una enorme hilera doble integrada por seiscientas personas. Lewis tenía veinticinco años y era una figura menuda, tímida y decidida que llevaba un chubasquero marrón y una mochila que contenía un libro, un cepillo de dientes y un par de piezas de fruta («por si tenía hambre en la cárcel»). Lewis y Williams condujeron a la multitud desde la Brown Chapel, pasaron frente a un complejo de viviendas sociales y llegaron al arco del puente Edmund Pettus. (Pettus fue el último general confederado que formó parte del Senado de Estados Unidos.) Lewis y Williams se detuvieron en el punto más elevado del puente. Seiscientos hombres, mujeres y niños hicieron lo propio. Allí, mirándonos desde abajo, al otro lado, había un mar de policías montados de Alabama ataviados con cascos y uniformes azules. Había una fila tras otra; decenas de agentes preparados para la batalla se extendían de un extremo a otro de la autopista 80. […] A un lado de la carretera pude ver a una muchedumbre integrada por un centenar de blancos, riendo y gritando, ondeando banderas confederadas.16 www.megustaleer.com (c) Random House Mondadori, S. A. EL PUENTE(4L)2.indd 20
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Hosea Williams miró hacia el agua y preguntó a Lewis: «¿Sabes nadar?». No sabía. Entonces reanudaron la marcha. Como recordaba Lewis: «Lo único que se oía eran nuestros pasos sobre el puente y los resoplidos de un caballo que iba delante de nosotros». Los policías se pusieron máscaras antigás. Detrás de ellos había más hombres blancos; Clark había reclutado voluntarios de todo el contado de Dallas, un grupo armado con látigos y porras. Uno blandía incluso una manguera de goma envuelta en alambre de espino. El alcalde John Cloud, que ejercía de oficial al mando, dijo a Lewis que los manifestantes constituían una «asamblea ilegal» que no contribuía a «la seguridad ciudadana». Cloud ordenó a Lewis y Williams que diesen media vuelta y volviesen a su iglesia o a sus casas. «¿Podemos hablar con el alcalde?», preguntó Williams. «No hay nada de que hablar», respondió Cloud, y les dio dos minutos para dispersarse. Lewis sabía que avanzar sería demasiado agresivo y que retirarse resultaría imposible, de modo que propuso a Hosea Williams: «Deberíamos arrodillarnos y rezar». Se dieron media vuelta y pasaron el mensaje. Cientos de personas se pusieron de rodillas. Pero sesenta o setenta segundos después de dar la orden, Cloud perdió la paciencia y exhortó a sus hombres: «¡Agentes, avancen!». Lewis recordaba el terrible sonido de los policías acercándose. El golpeteo de las pesadas botas de los policías, los gritos rebeldes de los blancos que habían acudido a curiosear, el chacoloteo de los caballos impactando sobre el duro asfalto de la autopista, la voz de una mujer chillando: «¡A por ellos! ¡A por los negratas!». Y entonces se nos echaron encima. El primer policía se dirigió hacia mí. Era un hombre grande y corpulento. Sin mediar palabra, me golpeó con la porra en el lado izquierdo de la cabeza. No sentí dolor, solo oí el ruido sordo del golpe, y noté cómo cedían mis piernas. Levanté un brazo —fue un movimiento reflejo— y me enrosqué en posición de rezo, como si estuviese pidiendo protección. Y luego el mismo policía me golpeó de nuevo y todo empezó a dar vueltas. Oí algo que parecían disparos y entonces se formó a nuestro alrededor una nube de humo. Era gas lacrimógeno. Nunca antes lo había experimentado. Por lo que supimos después, era una variedad especialmente tóxica llamada C-4, concebida para provocar náuseas. www.megustaleer.com (c) Random House Mondadori, S. A. EL PUENTE(4L)2.indd 21
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Empecé a ahogarme y a toser. No podía coger aire. Me parecía que estaba exhalando mi último suspiro. Si hay un momento en mi vida en que debería haber sentido pánico fue ese, pero no lo tuve. Recuerdo la extraña calma que me invadió al pensar: «Se acabó. Aquí va a morir gente, incluido yo».17
Decenas de manifestantes fueron trasladados al Good Samaritan Hospital, el mayor centro sanitario negro de Selma. El resto se retiraron a la Brown Chapel corriendo, entre tropiezos y jadeos.18 Algunos se detuvieron e intentaron aliviar el picor de sus ojos con agua de los charcos que encontraban en la calle. La policía y los vigilantes continuaron su persecución hasta la puerta de la iglesia y, en algunos casos, más allá. En la First Baptist Church, un vigilante arrojó a un manifestante adolescente por la ventana. En la Brown Chapel, los bancos estaban llenos de gente sangrando y llorando. John Lewis sufrió una fractura craneal. Llevaba el chubasquero salpicado de barro y de su propia sangre, pero seguía consciente y se movía un poco. Se negó a ir al Good Samaritan Hospital y se dirigió a la Brown Chapel. Una vez dentro, se acercó al púlpito y dijo al resto de los manifestantes: «No sé cómo el presidente Johnson puede enviar tropas a Vietnam. No entiendo cómo puede enviar tropas al Congo. No sé cómo puede enviar tropas a África y no puede enviarlas a Selma, Alabama». «¡Dilo! —gritaron los manifestantes—. ¡Sigue!». «La próxima vez que organicemos una marcha —dijo Lewis—, tal vez debamos continuar hasta Montgomery. Quizá tengamos que llegar hasta Washington.» Aquella noche, hacia las nueve, hora de la Costa Este, la cadena ABC interrumpió la película Los juicios de Nuremberg para emitir lo que el presentador describió como «un extenso documento gráfico sobre el ataque de la autopista 80».19 Aquella noche, la audiencia de ABC fue enorme —unos cuarenta y ocho millones de espectadores— y el informativo duró quince minutos, para luego retomar la emisión de la película. El Domingo Sangriento probablemente era el acto de resistencia no violenta más importante desde 1930, cuando Mahatma Gandhi lideró a setenta y ocho satyagrahis (activistas de la fuerza de la verdad) en una marcha de veintitrés días desde su ashram hasta la ciudad costera de Dandi en una protesta contra el gobierno británico y el impuesto colonial www.megustaleer.com (c) Random House Mondadori, S. A. EL PUENTE(4L)2.indd 22
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sobre la sal. Para millones de estadounidenses, la imagen de unos manifestantes pacíficos atacados con porras y gases en Selma hizo tambalear los cimientos de la indiferencia ciudadana del mismo modo en que Gandhi había inspirado a los indios y turbado a los británicos. El 15 de marzo, antes de una sesión conjunta del Congreso, el presidente Johnson ofreció el respaldo más rotundo a los derechos civiles jamás expresado por un presidente en el cargo. En sus primeros veinte años en la Cámara y el Senado, de 1937 a 1957, Johnson había votado en contra de toda suerte de proyectos de ley que favorecían a los negros, entre ellos medidas contra los linchamientos. Como afirma Robert Caro en los varios volúmenes de su biografía sobre Johnson, este se había sentido profundamente afectado por su experiencia de juventud en Cotulla, Texas, donde daba clases a niños mexicano-estadounidenses pobres, pero solo a mediados de la década de 1950 —cuando, como escribe Caro, su «ambición y su compasión apuntaron por fin en la misma dirección»—, empezó a trabajar a favor de los derechos civiles.20 En 1965, los supremacistas blancos del Congreso se hallaban en una posición de debilidad; Johnson había ganado a Barry Goldwater en las elecciones de 1964 y el equilibrio de poder estaba cambiando, lo cual posibilitaba un proyecto de ley. Aquella noche, Johnson dijo: «A veces, la historia y el destino confluyen en un mismo momento y lugar para propiciar un punto de inflexión en la interminable búsqueda de libertad de un hombre. Así sucedió en Lexington y Concord. Así ocurrió hace un siglo en Appomattox. Así fue también en Selma, Alabama, la semana pasada».21 Según Johnson, aunque el país pudiera duplicar su riqueza y «conquistar las estrellas», si no estaba «a la altura de esta misión» habría «fracasado como pueblo y como nación». La ley de sufragio que había propuesto, aseguró, sería insuficiente si permitía que el país se relajara en su búsqueda de justicia para los hombres y mujeres cuyos antepasados llegaron a América en barcos de esclavos. Lo acaecido en Selma es parte de un movimiento más grande que llega a todas las regiones y estados de Estados Unidos. Es el esfuerzo de los negros estadounidenses por garantizarse todas las ventajas de la vida americana. Su causa también debe ser la nuestra, porque no son solo los negros, sino todos nosotros, quienes debemos superar el abrumador legado de la intolerancia y la injusticia.Y lo superaremos. www.megustaleer.com (c) Random House Mondadori, S. A. EL PUENTE(4L)2.indd 23
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Aquella noche, al ver a Johnson en Selma por televisión, King rompió a llorar.22 Seis días después, el 21 de marzo, King, Lewis y miles de personas más salieron de la Brown Chapel para emprender una marcha pacífica hacia Montgomery, la «cuna de la Confederación». Cuando, cinco días después, llegaron a la capital y su plaza del gobierno, King se dirigió a la multitud mientras el gobernador Wallace observaba a través de las persianas de su despacho. King declaró que la segregación yacía en su «lecho de muerte». Las bombas, los incendios en iglesias o las agresiones contra clérigos no les disuadirían. «¡Ahora estamos en marcha!», exclamó King.Y su objetivo, «nuestro objetivo», no era derrotar ni humillar al hombre blanco, sino ganarse «su amistad y comprensión» y conseguir una sociedad que pudiera «vivir con su conciencia»: Sé que hoy os estaréis preguntando: «¿Cuánto tiempo llevará esto?». […] Esta tarde vengo a deciros que, por difícil que sea el momento, por frustrante que sea la hora, no falta mucho, porque la verdad que ha sido aplastada contra la tierra se alzará de nuevo. ¿Cuánto tiempo? No mucho, porque ninguna mentira puede durar para siempre. ¿Cuánto tiempo? No mucho, porque uno recoge lo que siembra… ¿Cuánto tiempo? No mucho, porque el arco del universo moral es extenso, pero se inclina hacia la justicia.23
Este último estribillo se convirtió en la cita predilecta de Barack Obama. Tenía tres años cuando lo oyó. Con los años, Obama leyó los textos más relevantes del movimiento de liberación negro: las narraciones de los esclavos; los discursos de Frederick Douglass, Sojourner Truth, Marcus Garvey, Martin Luther King, Fannie Lou Hamer, Ella Baker y Malcolm X; las cruciales opiniones vertidas en los tribunales sobre el abolicionismo; y las memorias de John Lewis. Las escenas de los momentos más aterradores y triunfales del movimiento —perros atacando a los manifestantes, King en los escalones del monumento a Lincoln, su asesinato en la galería del motel Lorraine, en Memphis— se reproducían en su mente e intensificaban su anhelo de identificarse firmemente con la comunidad y la historia afroamericanas y su deseo de tener un propósito en la vida. La identidad racial de Obama le vino dada, pero también fue una elección; él la buscó, la aprendió. Rodeado de una amantísima www.megustaleer.com (c) Random House Mondadori, S. A. EL PUENTE(4L)2.indd 24
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madre blanca y unos comprensivos abuelos también blancos, y criado casi toda su vida en una isla multicultural en la que el único color ausente era el suyo, Obama hubo de reivindicar esa identidad tras un estudio, una observación e incluso una presunción obstinados. Durante una visita a Chicago en su época de estudiante de derecho, Obama estaba leyendo, según un amigo suyo, Parting the Waters, el primer volumen de la magnífica historia del movimiento de los derechos civiles escrita por Taylor Branch. Solo unos años antes había librado una tumultuosa batalla interior por su identidad, pero Obama dio su aprobación al libro y dijo con absoluta confianza: «Sí, esta es mi historia».
En enero de 2007, un mes antes de que Obama presentara de manera formal su candidatura a la presidencia, los sondeos indicaban que Hillary Clinton dominaba claramente el voto afroamericano. En aquel momento, no todos los afroamericanos sabían quién era Obama; entre aquellos que sí lo sabían, muchos veían con recelo otra candidatura negra simbólica, otra Shirley Chisholm u otro Jesse Jackson, o eran leales a los Clinton. Los afroamericanos saben que sus votos son especialmente importantes en el proceso de designación. «Ahora mismo, el potencial de los negros para el poder político es notable —escribía King en Por qué no podemos esperar, una obra de 1963—. En Carolina del Sur, por ejemplo, el margen de 10.000 votos que dio al presidente Kennedy la victoria en 1960 fue el voto negro. […] Pensemos en el poder político que se generaría si los millones de estadounidenses que se manifestaron en 1963 invirtieran su energía directamente en el proceso electoral.»24 El vaticinio de King, que precedió a la aprobación de la Ley del Derecho al Voto y el registro de cientos de miles de votantes negros más, se convirtió en un axioma de la política del Partido Demócrata. Nadie conocía mejor este cálculo que Bill Clinton. Aquel hombre blanco del Sur había absorbido la cultura negra, había leído a escritores negros y tenía amigos negros, una notable diferencia con respecto a casi todos sus predecesores. El locutor radiofónico independiente Tom Joyner, de raza negra, rememoraba el momento en que Clinton concedió a Rosa Parks la Medalla del Congreso a la Libertad en 1996; en la ceremonia, Jessye Norman condujo al público en la interpretación de «Lift Every Voice and Sing», el tema de James Weldon Johnson considerado www.megustaleer.com (c) Random House Mondadori, S. A. EL PUENTE(4L)2.indd 25
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habitualmente como el himno nacional negro. «Todos los dignatarios negros vivos se encontraban entre el público aquel gran día, y todos se levantaron y cantaron la primera estrofa con fuerza y orgullo —recordaba Joyner—. Cuando llegamos a la segunda estrofa, los cánticos se atenuaron. La mayoría de nosotros lo dejamos en manos de la señorita Norman, que tenía la letra delante de ella. La única persona de la sala que cantó hasta la última palabra de memoria fue Bill Clinton. Llegados a la tercera estrofa, él y Jessye Norman estaban interpretando un dúo.»25 En un artículo publicado por The New Yorker en 1998, en medio del escándalo de Monica Lewinsky y el circo moralista que sobrevino, Toni Morrison observaba que Bill Clinton, «al margen de su piel blanca», había sido el «primer presidente negro», un sureño nacido pobre, un chico aficionado a la comida basura de McDonald’s y «a tocar el saxofón», el primer líder nacional que se sentía verdaderamente afín y cómodo con sus amigos, iglesias y comunidades afroamericanos.26 En enero, según una encuesta efectuada por The Washington Post/ ABC, Hillary Clinton llevaba la delantera entre los afroamericanos por tres a uno.27 Hasta el momento, Obama no había logrado ganarse el apoyo de los líderes del movimiento de los derechos civiles. Existía un flujo constante de comentarios negativos en foros públicos y en internet, amén de críticas a su patriotismo, sus relaciones izquierdistas y su escolarización y adoctrinamiento en una madrasa indonesia. Algunos líderes del movimiento pertenecientes a la generación anterior, como Jackson y el reverendo Al Sharpton, a quienes preocupaba verse superados por una nueva hornada, denotaron su ansiedad al intentar instruir a Barack Obama en lo que significaba ser un auténtico negro. «El mero hecho de que seas del mismo color que nosotros no te convierte en uno de los nuestros», afirmó Sharpton.28 Obama y sus asesores más próximos recordaban que en 2004, al inicio de la carrera al Senado en Illinois, se hallaba en una posición similar; muchos negros de la ciudad al principio se sentían más cómodos con políticos que estaban al servicio de la maquinaria gubernamental, y numerosos blancos preferían a cualquiera que no fuese un negro con un nombre que sonaba a extranjero y rimaba con el del terrorista más famoso del mundo. «Ya habíamos estado en la misma situación —recordaba David Axelrod, el principal estratega de Obama—. Pero una de las cosas más importantes que afrontas en una campaña presidencial es el hecho de que transcurre casi un año entre el nombramiento y la primewww.megustaleer.com (c) Random House Mondadori, S. A. EL PUENTE(4L)2.indd 26
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ra carrera real en las asambleas locales de Iowa, así que mientras tanto tienes una serie de ensayos.» Selma fue el primero de esos ensayos. Una semana antes del acontecimiento, los organizadores de la campaña de Clinton se enteraron de que Obama hablaría en la Brown Chapel. De forma apresurada, lo organizaron todo para que Hillary Clinton ofreciera un mitin en la First Baptist Church, situada a tres manzanas de allí. Según Artur Davis, un congresista afroamericano de Alabama y amigo de Obama, Hillary Clinton sabía que debía ir a Selma: «En aquel momento no había mejor lugar para demostrar que se tomaba en serio la pugna por el voto negro».29 El ex presidente también asistiría y sería investido en el «paseo de la fama» del National Voting Rights. Bill Clinton era lo bastante inteligente para saber que, en Selma, su mujer podría sacar a lo sumo un empate sin efectismos ni meteduras de pata. A él le habían aconsejado que limitara al máximo sus comentarios para no quitar protagonismo a su esposa. Cuando él y Hillary hablaron en el funeral de Coretta Scott King en febrero de 2006, Clinton estuvo magistral y sincero, a la altura, según muchos, de los mejores predicadores negros que ocuparon el púlpito aquel día. En comparación, Hillary, que habló justo después, pareció rígida, incómoda y rutinaria. Cuando Bill Clinton leyó las comparativas de sus discursos, le dijo a Hillary: «Si los dos habláramos en la reunión de Wellesley, probablemente tú tendrías una mejor acogida. No hagas caso. Esta es mi vida. Me crié en estas iglesias. Conocía a más gente por su nombre de pila en esa iglesia que al final de mi primer año de universidad. Esta es mi vida. En esto no tienes que ser mejor que yo. Tienes que ser mejor que cualquiera».30 En la First Baptist Church, Hillary Clinton habló bien y con seriedad. (Su marido no asistió al discurso.) Su objetivo era impulsar el movimiento y situarse dentro de su corriente dominante. «Después del duro trabajo que ha conllevado deshacerse de las pruebas de alfabetismo y los impuestos de capitación, debemos permanecer despiertos, porque tenemos una marcha que continuar —dijo Hillary en su discurso—. ¿Cómo podemos descansar mientras la pobreza y la desigualdad siguen en ascenso?»31 Clinton vinculó la historia de Selma y los derechos civiles a una narración de la emancipación americana, generalizando sus lecciones y consecuencias para incluirse a sí misma. La Ley del Derecho al Voto, insistió, era un triunfo para todos los hombres y mujeres. «Hoy brinda al senador Obama la posibilidad de optar a la presidencia —aseguró—. www.megustaleer.com (c) Random House Mondadori, S. A. EL PUENTE(4L)2.indd 27
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Y, por su lógica y espíritu, ofrece esa misma posibilidad al gobernador hispano Bill Richardson.Y, sí, a mí también me está dando esa posibilidad.» El texto fue en ocasiones más convincente que el discurso, sobre todo cuando Clinton, nacida en el norte de Illinois, empezó a comerse las «g» y a sintonizar con la Blanche DuBois que lleva dentro. ¿De dónde salió aquel acento? Algunos detractores negros de Obama, sobre todo los que estaban empapados de la iglesia y el linaje de los oradores de la época de los derechos civiles, decían que él tampoco poseía un don natural para el púlpito, que sus intentos por combinar la retórica de lo sagrado y de la calle —un lenguaje tradicional de liberación y exhortación— en ocasiones sonaban forzados. Pero no hacía falta ser un experto para percibir un sobreesfuerzo en la voz de Clinton. Era sincera, lo intentó, pero no salió vencedora en Selma.
En la Brown Chapel, los bancos estaban atestados de hombres y mujeres que, o bien habían estado presentes en el Domingo Sangriento, o bien habían llegado más tarde para partir con King hacia Montgomery. Tres de los principales lugartenientes de King —John Lewis, C. T. Vivian y Joseph Lowery— estaban sentados con Obama en el púlpito. El reverendo Lowery, que a la sazón tenía ochenta y cinco años y era una figura dominante en las iglesias negras de Atlanta, veía a Obama como una especie de milagro. Solo podía ser un milagro que los estadounidenses blancos, e incluso los blancos del Sur, estuviesen preparados por fin para votar a un hombre negro. ¿Cómo podía darle la espalda? Lowery también había sido un ardiente defensor de Bill Clinton en los años noventa, pero era un momento político distinto. Lowery había vivido demasiadas cosas para dudar de Obama. En 1963 escapó por poco de un atentado con bomba perpetrado en su habitación de hotel en Birmingham. En 1979, varios hombres del Klan enfundados en sábanas blancas abrieron fuego contra él en Decatur, Alabama, cuando protestaba por el encarcelamiento de un retrasado mental negro acusado de violar a una mujer blanca. En Selma llegó a la conclusión de que «tenía un candidato». El problema fue que Lowery estuvo a punto de echar a ese candidato del estrado de la Brown Chapel. Llegó al púlpito después que Lewis, quien tuvo una acogida más fría; caminaba con cautela y su voz era rasposa y contenida, pero se mostró astuto y enérgico, y sus ojos irradiaban picardía. Con cierta vaguedad al inicio, como los primeros www.megustaleer.com (c) Random House Mondadori, S. A. EL PUENTE(4L)2.indd 28
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compases de una pieza de música vanguardista que desafían cualquier resolución, Lowery empezó a hablar de todas las «locuras» que le habían ocurrido últimamente: su propia locura, la de un predicador metodista que recientemente se encontraba en una iglesia católica rezando por la salud de un sacerdote musulmán, y la «locura» de un congresista musulmán cantando himnos cristianos en una iglesia.Y luego la música, la idea subyacente, empezó a cohesionarse: Cuando Harriet Tubman recorrió el metro no podía estar más loca, pero era una locura buena. Y cuando Pablo predicó a Agripa, este dijo: «Pablo, estás loco», pero era una locura buena. Y hoy digo que necesitamos a más gente en este país que padezca una locura buena. No se sabe qué ocurrirá cuando los locos buenos acudan a las urnas para votar. […] Permitidme explicar qué puede hacer un buen loco. El otro día, en Nueva York, un hombre que estaba en el andén del metro tuvo una buena locura. Miró hacia abajo, entre las vías, y vio a un hermano postrado, condenado por un tren que se aproximaba, y saltó. Le pedí a un amigo mío que bajara y midiera la profundidad. La medición más profunda que me han dado son sesenta y seis centímetros. El tren le pasó por encima y solo dejó un poco de grasa en su gorra… Ese mismo Dios está hoy aquí. En este país puede ocurrir una locura. ¡Oh, Señor!32
Durante los casi cinco minutos que duró el discurso de Lowery, Obama tuvo la mirada distante, como si su mente estuviese en otro lugar, concentrándose quizá en lo que tendría que hacer cuando le llegara su turno en el púlpito. Pero en cuanto Lowery empezó a agitar las manos, cuando su homilía puso la directa, cuando se tornó más divertida, cuando quedó patente que la idea «positivamente alocada» que había detrás era la posible elección de un hombre negro a la presidencia, Obama se echó a reír y prorrumpió en aplausos como todos los demás. Mientras Lowery se alejaba entre risas y aplausos, Obama esbozó una enorme sonrisa. No solo se había preparado el escenario; era como si Lowery le hubiese prendido fuego. «Barack me dijo que yo fui la estrella —declaraba Lowery más tarde—, pero juro que no era esa mi intención.»
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Mucho antes del parlamento que valió a Obama la atención de todo el país —el discurso inaugural que ofreció en la Convención Nacional Demócrata de agosto de 2004, cuando todavía era senador del estado—, el futuro presidente había contado su historia a toda clase de públicos de Illinois: su pasado familiar, su formación como organizador y estudiante, su gratitud hacia generaciones anteriores y su evolución como funcionario público. Aprendió a convertirla en una historia emblemática: mi historia es vuestra historia, una historia americana. Obama no insinuaba que fuese único; hay millones de estadounidenses con un pasado y una identidad complejos, con razas, nacionalidades y orígenes enmarañados, pero se proponía ser el primer presidente que representara la variedad de la vida en Estados Unidos. Obama podía cambiar de estilo sin renunciar a su autenticidad. Modificaba sutilmente su acento y sus cadencias en función del público: una pronunciación más directa para una comida de empresarios en el Loop, un planteamiento más tradicional en un encuentro de la organización Veterans of Foreign Wars al sur del estado, y ecos de los pastores de la iglesia negra cuando se encontraba en una. Obama es políglota, un camaleón. Este no es un don cínico, ni tampoco es racista tomar nota de él. El más importante orador estadounidense, Martin Luther King Jr., hacía lo mismo, pasando de una cadencia, una serie de metáforas y un marco de referencia cuando hablaba en la Ebenezer Baptist Church a otros bien distintos cuando se dirigía a un público nacional y multirracial en las escalinatas del monumento a Lincoln. Para King y otros predicadores, había un momento para citar a Tillich y otro para citar el blues, un momento para invocar a Keats y Carlyle y otro para hablar de los profetas. Obama no se acercaba ni mucho menos a este nivel de magia y fluidez retóricas, pero, como político, poseía dones reales. Al ser un hijo de inmigrantes que puede hablar un idioma en casa, otro en la escuela y otro con sus amigos —y aun así ser él mismo—, Obama modelaba su discurso para adaptarse al momento. Era una habilidad que había tardado años en desarrollar. El discurso de Obama en Selma siguió la estructura de un sermón dominical.33 Comenzaba con una muestra de gratitud hacia los ancianos de la sala: Lowery, Vivian, Lewis y el espíritu de King. Luego llegó el reconocimiento ritual a su propia «presuntuosidad» al optar a la presidencia llevando tan poco tiempo en Washington. A continuación, invocando su apoyo a una autoridad irreprochable, Obama mencionaba a un sacerdote conocido por todos en la Brown Chapel: el reverendo Otis www.megustaleer.com (c) Random House Mondadori, S. A. EL PUENTE(4L)2.indd 30
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Moss Jr. de Cleveland, una importante figura de la iglesia negra, un fideicomisario del Morehouse College, antiguo pastor, junto a Martin Luther King, de la Ebenezer Baptist Church de Atlanta, que, según él, le había enviado una carta en la que decía: «Si hay gente que cuestiona si deberías presentarte o no, respóndeles que revisen la historia de Josué, porque tú formas parte de la generación de Josué». En otras palabras, Obama ascendía al púlpito con un mensaje que contaba con la bendición de un padre espiritual del movimiento de los derechos civiles. Y existía otro vínculo: el hijo de Moss, Otis Moss III, pronto reemplazaría al pastor de Obama, el reverendo Jeremiah Wright, en la Trinity United Church of Christ, en el South Side de Chicago. Desde los comienzos de la iglesia negra hasta el movimiento de los derechos civiles, los predicadores utilizaron el tropo de Moisés y Josué como parábola de lucha y liberación, estableciendo una comparación explícita entre los esclavos judíos del Egipto faraónico y los esclavos negros norteamericanos de las plantaciones del Sur. En Moses, Man of the Mountain, Zora Neale Hurston escribía sobre un Moisés ficticio que constituía una figura de autoridad y enfrentamiento ante el amenazador faraón.34 Cuando el Moisés de Hurston consigue la libertad de los israelíes, prefigura otro personaje mosaico, Martin Luther King Jr., y se oye un grito: «¡Por fin libre! ¡Por fin libre! ¡Gracias Dios Todopoderoso, soy libre al fin!». La promesa realizada por Dios a los «hijos de Israel» era, según predicadores como King, igual que la promesa de igualdad inscrita en la Declaración de Independencia y la Proclama de Emancipación. King afianzó su papel como abanderado mosaico de los millones de hombres y mujeres negros «que soñaban con que algún día podrían cruzar el mar Rojo de la injusticia y llegar a la tierra prometida de la integración y la libertad».35 Y, como sabían todos en la Brown Chapel, King, al igual que Moisés, no había conseguido culminar su misión. De hecho, King había tenido una premonición sobre su martirio: Yo solo quiero hacer la voluntad de Dios.Y Él me ha permitido subir a la montaña y he mirado a lo lejos y he visto la Tierra Prometida. Puede que no llegue allí con vosotros, pero esta noche quiero que sepáis que, como pueblo, alcanzaremos la Tierra Prometida.36
Después de cuarenta años deambulando por el desierto tras el asesinato de King, Obama rendía tributo a las otras figuras mosaicas que albergawww.megustaleer.com (c) Random House Mondadori, S. A. EL PUENTE(4L)2.indd 31
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ba la sala, no solo las más célebres, sino también los soldados rasos y los muertos.Y, para universalizar su mensaje, para llevarlo más allá de la cuestión racial, más allá de Selma, subrayó que esas figuras mosaicas habían luchado contra el «faraón», «no solo en nombre de los afroamericanos, sino en nombre de todo Estados Unidos». Evocando a Lincoln en Gettysburg, Obama dijo que aquella gente no solo había soportado mofas y humillaciones, sino que, «en algunos casos, demostró toda su devoción».37 Obama se había criado con una madre y unos abuelos laicos, pero desde los veinte años pasó innumerables horas en iglesias negras, primero como organizador y luego como feligrés, y, al igual que los primeros predicadores de la iglesia negra naciente —templos subterráneos inaccesibles para los dueños de esclavos del Sur—, adaptó la emblemática historia bíblica de esclavitud y emancipación para describir una circunstancia que era a un tiempo personal («mi historia»), tribal, nacional y universal. Empezó relacionando esa historia bíblica con la lucha de los ancianos del movimiento de los derechos civiles: Los condujeron a través de un mar que el pueblo creía que no podía escindirse. Deambularon por un desierto, pero sabiendo en todo momento que Dios estaba con ellos y que, si mantenían esa confianza en Dios, estarían bien.Y es merced a su marcha por lo que la siguiente generación no ha sido tan castigada…
Después Obama hacía referencia a los anales de los derechos civiles y, al explicar la particularidad de su pasado, insistía en su lugar en la historia: Mi existencia quizá hubiese sido imposible de no ser por algunos de los hombres que están aquí hoy. […] Mi abuelo fue cocinero de los británicos en Kenia. Creció en una pequeña aldea y, durante toda su vida, fue eso: cocinero y sirviente. Y así le llamaban, incluso cuando tenía sesenta años. Le llamaban «sirviente». No se referían a él por su apellido. Llamadle por su nombre de pila. ¿Os suena?
Obama argumentaba que la experiencia de su abuelo en África no era tan distinta de la que habían vivido muchos otros abuelos de los asistentes a la capilla. El racismo es racismo, el sufrimiento es sufrimiento, y ello se vio favorecido por el mismo momento moral e histórico: www.megustaleer.com (c) Random House Mondadori, S. A. EL PUENTE(4L)2.indd 32
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Algo ocurrió aquí en Selma, Alabama. Algo ocurrió en Birmingham que propició lo que Bobby Kennedy describía como «oleadas de esperanza por todo el mundo». Algo ocurrió cuando un grupo de mujeres decidieron que irían caminando en lugar de tomar el autobús después de una larga jornada haciendo la colada de otros, cuidando a los hijos de otros, cuando hombres que poseían un doctorado y trabajaban de mozos en Pullman decidieron que ya estaban hartos, que iban a levantarse y, pese a los riesgos, defender su dignidad.
En palabras de Obama, el momento del levantamiento y la concesión de poder en Estados Unidos debería interpretarse como algo universal: Envió un grito a través del océano, de modo que mi abuelo empezó a imaginar algo distinto para su hijo. Y su hijo, que creció pastoreando cabras en un pequeño poblado de África, de repente podría mirar un poco más alto y creer que, en este mundo, un hombre negro podía tener alguna posibilidad. Lo ocurrido en Selma, Alabama, y Birmingham también agitó la conciencia de la nación. Inquietó a la gente de la Casa Blanca, que dijo: «Estamos luchando contra el comunismo. ¿Cómo vamos a ganarnos los corazones y las mentes de todo el mundo si aquí, en nuestro país, John, no respetamos los ideales que establece la Constitución? Podrían acusarnos de hipócritas». Así pues, los Kennedy decidieron que iban a crear un puente aéreo para traer a jóvenes africanos al país, darles becas de estudios y mostrarles lo maravilloso que era un lugar como Estados Unidos. Ese joven llamado Barack Obama consiguió uno de esos billetes y vino a este país. Allí conoció a una mujer cuyo tatarabuelo había sido propietario de esclavos; pero ella tenía una idea diferente, una locura buena, porque se miraron y llegaron a la conclusión de que, tal como estaba el mundo, quizá no fuera posible unirse y tener un hijo. Pero algo se agitaba en todo el país por lo ocurrido en Selma, Alabama, porque algunos estaban dispuestos a marchar sobre un puente. De modo que se unieron y nació Barack Obama. Así que no me digáis que no tengo derechos sobre Selma, Alabama. No me digáis que no vuelvo a casa cuando voy a Selma, Alabama. Estoy aquí porque alguien se manifestó. Estoy aquí porque todos os sacrificasteis por mí. Me sostengo a hombros de gigantes.
No importa que Obama naciera cuatro años antes del Domingo Sangriento. Obama no se detuvo en su reivindicación romántica (y en parte idealizada) de continuidad heroica. Se refirió a las responsabilidawww.megustaleer.com (c) Random House Mondadori, S. A. EL PUENTE(4L)2.indd 33
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des de la nueva generación y la criticó por su decepcionante incapacidad. En su amor propio y su obsesión por el dinero, la nueva generación no cumplía sus obligaciones con la tradición de lucha y con la propia humanidad. En Selma, esto parecía un mensaje limitado a los afroamericanos; en los días y meses posteriores, se amplió para incluir a personas de todas las razas y los credos. «A veces me preocupa que el éxito haga olvidar a la generación de Josué de dónde viene —dijo Obama en Selma—. Cree que no tiene que hacer tantos sacrificios. Piensa que la cúspide de la ambición es ganar tanto dinero como pueda, tener el coche y la casa más grandes, llevar un Rolex y comprarse un avión privado, conseguir parte de ese dinero que posee Oprah.» No es que estuviese contra el capitalismo —«No hay nada malo en ganar dinero»—, pero centrarse únicamente en la acumulación de riqueza conducía a «cierta pobreza de ambición». Votar por un candidato, aunque fuese afroamericano, era insuficiente; era solo un paso más en una batalla contra la pobreza y la desigualdad que todavía existían: Es más improbable que los negros cuenten con una financiación adecuada en sus escuelas. Tenemos profesores menos cualificados en esos colegios. Contamos con menos libros de texto. En algunos centros el número de ratas es superior al de ordenadores. Eso es conocido como la laguna de los logros. Existe una laguna en la sanidad y existe una laguna en los logros. Todavía no se ha solventado lo del Katrina.
Incluso antes de anunciar su candidatura, Obama se mostró selectivo a la hora de hablar de aspectos raciales. Siendo el único afroamericano del Senado, habría sido natural que él fuese la voz más constante en «cuestiones negras»: desigualdad, discriminación positiva, pobreza o leyes antidroga. Estaba decidido a ser un individuo con una identidad negra, pero un político con una perspectiva y unos objetivos amplios. Después del huracán Katrina, Jesse Jackson expresó su furia por el trato que recibieron los negros pobres en Nueva Orleans, aduciendo que la devastación parecía «el casco de un barco de esclavos».38 Obama abordó el problema con un lenguaje sin tanta carga racial. Pero ahora, en Selma, se centraba en la raza, y su lenguaje era de indignación mesurada. Era el estilo de King en sus años postreros, en los años de la Campaña de los Pobres. Obama insistió en que el legado de injusticias había continuado www.megustaleer.com (c) Random House Mondadori, S. A. EL PUENTE(4L)2.indd 34
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mucho después de la Ley de Derechos Civiles de 1964 y la Ley del Derecho al Voto de 1965. Pero Obama no se limitaba a protestar. En una sentencia que rememoraba el momento más famoso del discurso inaugural de Kennedy, se preguntaba si la generación de Josué había perdido parte de la «disciplina y la fortaleza» infundidas en los manifestantes cuando trataron de «ganarse la conciencia de la nación» medio siglo antes. La responsabilidad de la nueva generación no se reducía al ámbito doméstico, sino que atañía al escenario social más general; existía una necesidad acuciante de «apagar la televisión cuando los niños llegan de la escuela y asegurarse de que se sientan a hacer los deberes», de inculcar la idea de que los logros educativos no son «cosa de blancos». Obama decía cosas que mil predicadores negros habían dicho antes que él, pero, como candidato presidencial, no solo hablaba al público de la sala, sino también a las cámaras y al resto del país: También sé que si el primo Pookie votara, se levantara del sofá y registrara a algunas personas y acudiera a las urnas, podríamos tener una política diferente. Eso es lo que nos enseña la generación de Moisés. Quítate las zapatillas, ponte los zapatos para el desfile. Practica la política. ¡Cambia este país! Eso es lo que necesitamos. Tenemos demasiados niños pobres en este país y todo el mundo debería avergonzarse de ello, pero no me digáis que eso no tiene nada que ver con el hecho de que muchos papás no actúan como tales. No penséis que la paternidad termina en la concepción. Y sé de lo que hablo porque mi padre no estaba allí cuando yo era joven y lo pasé mal. […] Si queréis cambiar el mundo, vosotros sois los primeros que tenéis que cambiar. […] Josué dijo: «Tengo miedo. No sé si estaré a la altura del desafío». El Señor le respondió: «Todos los lugares que pisarán las plantas de tus pies, yo te los he dado. Sé fuerte y ten valor, porque yo estaré contigo dondequiera que vayas». Sé fuerte y ten valor. Es una oración para un viaje. Una oración que mantuvo a una mujer en su asiento cuando el conductor del autobús le dijo que se levantara, una oración que llevó a nueve niños a franquear las puertas de la escuela de Little Rock, una oración que hizo cruzar a nuestros hermanos y hermanas un puente aquí, en Selma, Alabama. Sé fuerte y ten valor. […] Ese puente lo cruzaron negros y blancos, norteños y sureños, adolescentes y niños, la amada comunidad de los hijos de Dios; querían dar esos pasos juntos, pero estaba en manos de los Josués el terminar el viaje que www.megustaleer.com (c) Random House Mondadori, S. A. EL PUENTE(4L)2.indd 35
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Moisés había iniciado, y hoy están llamados a ser los Josués de nuestro tiempo, a ser la generación que encuentre el camino para vadear este río.
Fue una actuación retórica fascinante. En su discurso de nombramiento en Springfield, Obama rememoró su pasado y luego lo vinculó a un objetivo común más general, utilizando la frase: «Seamos la generación…»: «Seamos la generación que acaba con la pobreza en Estados Unidos»; «Seamos la generación que, por fin, después de todos estos años, aborda nuestra crisis de la sanidad».39 Aquel día, la esperada metáfora fue Lincoln, un hombre de escasa experiencia y potencial grandeza que hacía frente a una nación que se hallaba al borde del abismo. El discurso de Obama en Springfield iba destinado a todo el mundo y no a los afroamericanos en particular. En Selma, se dirigió de manera directa a los afroamericanos, alabando a los ancianos y movilizando y planteando exigencias a la generación más joven, la generación de Josué. Su retórica estableció un paralelismo entre las particularidades de la vida de un candidato y una batalla política; expuso el autonombramiento de un joven para continuar y desarrollar un movimiento nacional; y lo expresó todo con la retórica de la iglesia negra tradicional, el primer espacio liberado entre los esclavos y todavía la institución negra esencial. En Selma, Obama no evocó a Lincoln, sino a King; adoptó los gestos, los ritmos y los símbolos de la voz profética con fines electorales. No cabía duda de que se había ganado la aprobación de sus mayores. «Estaba desnudando su alma y me gustó lo que vi —dijo el reverendo Lowery—. La gente debatía si era lo bastante negro, lo cual es una tontería, pero, para mí, siempre es una cuestión de cómo ves el movimiento, de dónde te ves en el movimiento.Y él cumplió.» «Barack estaba situando las cosas en el contexto de la historia eclesiástica, que es muy importante para los estadounidenses negros —señalaba el reverendo C. T. Vivian—. Para la gente negra, Barack era perfecto. Martin Luther King era nuestro profeta en términos bíblicos, el profeta de nuestra era. El político de nuestra era, que llega para seguir a ese profeta, es Barack Obama. Martin puso los cimientos morales y espirituales para que después viniera la realidad política. Y esta es una época transformadora de nuestra historia. No es una época corriente.» En los meses posteriores, se habló mucho de la distancia inicial que separaba a Obama de los centros de la vida afroamericana, del hecho de www.megustaleer.com (c) Random House Mondadori, S. A. EL PUENTE(4L)2.indd 36
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que creció en una familia blanca, con un padre negro que estuvo prácticamente ausente. «Oh, por favor —respondía el reverendo Vivian—. Siempre que decides ser negro en Estados Unidos recibes todo el daño que necesitas.» El electorado liberal de Estados Unidos había estado esperando una figura salvadora desde el asesinato de King en abril de 1968 y el de Robert Kennedy dos meses después. Barack Obama se ofreció para ello. Para sus seguidores representaba una promesa en un paisaje desolado. Poseía una inteligencia inspiradora y una competencia manifiesta en un país desesperado con su presidente, un hombre temerario y de una indiferencia agresiva. Obama era un hombre de mundo en un momento en que los estadounidenses se sentían rechazados, e incluso odiados, por muchos; era la personificación de la inclusión multiétnica en una época en que el país ya no tenía una mayoría blanca. Aquella era la promesa de su campaña, su idealización o su realidad, dependiendo de nuestro punto de vista. Obama también propuso un escenario para una victoria improbable. Había adoptado una postura antibélica sobre Irak antes de la invasión; tal vez no fuese un acto de coraje abrumador por parte de un senador estatal de Hyde Park, pero no estaba ni mucho menos exento de riesgos, y fue suficiente para distinguirlo de sus opositores demócratas. Ello atraería a votantes más jóvenes y al ala liberal del partido.Y también era posible que la cuestión racial —sobre todo como él la proyectaba— le ayudara mucho más de lo que podía perjudicarle.
En Selma, el acontecimiento final del día fue la travesía ritual del puente Edmund Pettus. Al otro extremo del viaducto había un cartel que agradecía los visitantes el apoyo a los lugares turísticos dedicados a la Guerra Civil en el municipio; en él se veía un enorme retrato del general Forrest. «Visitar Selma en la actualidad es recordar que Estados Unidos todavía no ha cumplido sus promesas —afirmaba C. T. Vivian—. Pero los negros ahora saben que están ganando paso a paso. Las fuerzas del mal están siendo derrotadas.» A diferencia de las reconstrucciones rituales de la batalla de Selma, la de la travesía del puente Pettus no incluía una falsa violencia. Las refriegas se vieron limitadas a unos empujones contra los fotógrafos que trataban de captar una instantánea de los Clinton y Obama. ¿Posarían www.megustaleer.com (c) Random House Mondadori, S. A. EL PUENTE(4L)2.indd 37
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juntos y entrelazarían sus brazos? No, pero sí compartieron la primera fila con Lewis, Lowery y jóvenes políticos como Artur Davis. Por el camino, Obama se encontró con el reverendo Fred Shuttlesworth, un icono de los derechos civiles que entonces rondaba los ochenta y cinco años. Shuttlesworth había luchado contra Bull Connor en Birmingham y había sobrevivido a palizas, atentados y años de difamaciones. Recientemente, le habían extirpado un tumor cerebral, pero se negó a perderse la conmemoración. Sobre el puente, charló un rato con Obama.Y luego este, que había leído tanto sobre el movimiento, que había soñado con él, se quitó la chaqueta, se remangó la camisa, se llevó un chicle Nicorette a la boca y empujó la silla de ruedas de Fred Shuttlesworth, un líder de la generación de Moisés, hasta el otro lado del puente.40
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