COMITÉ CIENTÍFICO DE LA EDITORIAL TIRANT HUMANIDADES
Manuel Asensi Pérez
Catedrático de Teoría de la Literatura y de la Literatura Comparada Universitat de València
Ramón Cotarelo
Catedrático de Ciencia Política y de la Administración de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociología de la Universidad Nacional de Educación a Distancia
Mª Teresa Echenique Elizondo Catedrática de Lengua Española Universitat de València
Juan Manuel Fernández Soria
Catedrático de Teoría e Historia de la Educación Universitat de València
Pablo Oñate Rubalcaba
Catedrático de Ciencia Política y de la Administración Universitat de València
Joan Romero
Catedrático de Geografía Humana Universitat de València
Juan José Tamayo
Director de la Cátedra de Teología y Ciencias de las Religiones Universidad Carlos III de Madrid
Procedimiento de selección de originales, ver página web: www.tirant.net/index.php/editorial/procedimiento-de-seleccion-de-originales
MÉTODOS DEL TRABAJO SOCIAL: INDIVIDUOS, GRUPOS Y COMUNIDADES
JOSEFA FOMBUENA VALERO XAVIER MONTAGUD MAYOR FERRAN SENENT I DOMINGO
Valencia, 2015
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© Josefa Fombuena Valero, Xavier Montagud Mayor y Ferran Senent i Domingo
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Prólogo
Métodos de trabajo social: individuos, grupos y comunidades La tarea de definir qué es el Trabajo Social y para qué sirve es y ha sido siempre una tarea ardua pero, como señala Fombuena (2000)1, la identidad del Trabajo Social se mueve entre la pureza de lo que es y el mestizaje que requiere abandonar lo que ya no es útil. El Trabajo Social va construyéndose desde esta pureza que defiende en términos absolutos que el Trabajo Social ha de ser útil a la sociedad y colaborar en su mejora y el mestizaje que implica una mentalidad abierta a las nuevas situaciones que van enriqueciendo su cometido. Es importante partir de varias definiciones que en mi opinión ayudan a dar mayor luz a su contenido. El Trabajo Social parte de una concepción del ser humano como persona capaz de desarrollar sus propias capacidades; por consiguiente, una persona autónoma, de un concepto de sociedad consciente y capaz de responsabilizarse de las desigualdades que genera la propia naturaleza y por consiguiente una sociedad solidaria. Se pretende además que las personas disfruten del máximo bienestar y puedan disfrutar de una vida plena y de calidad, y por consiguiente gozosa. En el análisis que hace el trabajo social de las situaciones sociales y los problemas de ajuste social, no puede obviarse ningún aspecto de la vida de las personas con las que trabaja, ni ninguna condición de la sociedad concreta en la que opera. Éste es el llamado enfoque “dualista” del trabajo social que implica que además de ser una profesión de ayuda y apoyo a los individuos, grupos y comunidades, debe preocuparse y actuar para la mejora de las condiciones sociales generales a partir de la consecución de unas políticas sociales adecuadas que favorezcan unas condiciones sociales mejores en general. Los métodos son los procedimientos usados por los hombres en sus tentativas de comprender o explicar alguna cosa. La metodología
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Fombuena Valero, Josefa, “Pureza y mestizaje en Trabajo Social”, Revista de Treball Social, núm. 158, Junio 2000, págs. 8-33.
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es el estudio de los métodos y proporciona teorías sobre lo que los hombres están haciendo cuando trabajan en sus estudios. En lo que se refiere al Trabajo Social, el estudio del método ha sido una de las grandes preocupaciones que se han generado en su evolución histórica. Como señala Natividad de la Red (1993)2, pueden destacarse dos etapas significativas en el proceso de estudio del enfoque metodológico del Trabajo Social. Una de ellas es la que representó el XV Congreso Internacional de la UCISS en 1962 donde se hablaba de un sistema integrado de la enseñanza de la metodología de Trabajo Social en los niveles individual, grupal y comunitario, y la otra se inicia en 1967 con el documento de Araxá y en 1970 con el documento de Teresópolis. En España tuvieron gran repercusión estos dos últimos documentos que planteaban una gran preocupación por una redefinición de métodos del Trabajo Social actuando en cierta manera como revulsivo y crítica a los métodos tradicionales de casos, grupo y comunidad. En este libro, Métodos de trabajo social: Individuos, grupos y comunidades, nos encontramos ante una nueva y erudita contribución a la construcción de conocimiento sobre el trabajo social elaborada a seis manos por tres autores que hacen sus aportaciones desde diferentes perspectivas todas ellas fundamentadas por sus propias historias de vida profesional y académica. Considero que hacer una aportación sobre los métodos en trabajo social en el momento actual de destacadas incertidumbres representa una valentía y la oportunidad de ofrecer un espacio para la reflexión sobre el momento histórico en que se encuentra el Trabajo Social en la sociedad del siglo XXI. Es especialmente relevante que el libro se inicie con una reflexión y aportación sobre la confrontación entre lo individual y lo colectivo favoreciendo el necesario debate entre individuo y bien común. Su autor, experto en el método biográfico, recurre a la biografía de un caso para proceder a un relato que, sustenta de manera clara y didáctica la necesidad de romper la dicotomía entre la atención individual y la atención a la colectividad. Al iniciarse el libro desde esta perspectiva
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De la Red, Natividad, Aproximaciones al Trabajo Social, Consejo General de colegios Oficiales de Diplomados en Trabajo Social y Asistentes Sociales, Madrid, Siglo XXI de España Editores, S.A., 1993.
Prólogo
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el lector o lectora se encuentra inmerso ya desde el inicio en un posicionamiento hacia el Trabajo Social que rompe la —a mi entender— demasiado frecuente dialéctica generada entre si se debe trabajar con las personas o las colectividades cuando en trabajo social, tal y como se concluye a partir de una ágil propuesta, lo individual, lo grupal y lo colectivo son una misma dimensión de la forma en que debemos hacer frente a los problemas. Exponer seguidamente un debate sobre lo que representa la práctica en trabajo social y su necesaria relación para la generación de teoría a partir de la investigación nos lleva a seguir el hilo del relato de este libro de forma creativa. La última definición de trabajo social establecida por la FITS y la IASSW destaca esta procedencia práctica del trabajo social por lo que queda clara su esencia práctica. Josefa Fombuena, presenta esta necesaria relación entre la intervención y la investigación partiendo del título de cuáles son los modelos de intervención en trabajo social rechazando una perspectiva, muy habitual cuando se trata de presentar los diversos modelos, de presentar un catálogo o una priorización de éstos, apostando porque los modelos establezcan diferentes perspectivas del mundo y de representación del trabajo social, mostrando maneras de hacer suficientemente fundamentadas. Una vez enmarcados los paradigmas clave en relación al tema que aborda el libro se entra ya en diversos aspectos importantes para la intervención: la demanda, el proceso metodológico, la intervención directa y la intervención indirecta para acabar dedicando un capítulo al trabajo social de grupos, referente importante en trabajo social pero a menudo olvidado, relegado e insuficientemente utilizado en la práctica cotidiana. Se realiza una inteligente aproximación al concepto de demanda y a la importancia que en la intervención, que se apuesta que siempre se denomine intervención psicosocial, se establezca una relación suficientemente significativa, de confianza y de autenticidad con la persona demandante de ayuda. El proceso metodológico se presenta con una mirada didáctica a partir de la resolución de hipotéticos casos concretos que permiten analizarlos, ponerse en el lugar del profesional que los trabaja para aprender de la forma en que se plantea y asimismo reflexionar si el que los lee lo haría del modo planteado o de una manera distinta. Xavier Montagud presenta el trabajo social de grupo con un buen enmarque teórico, especialmente
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teniendo en cuenta que la diversidad de temas tratados en el libro no permiten tratarlo en profundidad, y a la vez ofreciendo instrumentos metodológicos y didácticos de cómo seguir un proceso grupal que a su vez se señala como totalmente ligado a la intervención comunitaria. De este modo el libro finaliza en clara armonía con el planteamiento realizado al inicio de romper con las viejas confrontaciones entre diversas metodologías en trabajo social. Nos encontramos ante un libro que realiza un viaje por los diversos caminos que debe recorrer el trabajo social tanto desde la perspectiva de la intervención como de la investigación que sin duda ofrece un instrumento útil, práctico y a la vez sabio tanto para los docentes, como para los profesionales y los estudiantes de trabajo social, que seguro que cuando lo tengan entre sus manos agradecerán a sus tres autores haberles ofrecido la oportunidad de pensar en el Trabajo Social y a su vez despertarles su curiosidad intelectual para profundizar más en todo lo que éste les plantea.
JOSEFA FERNÁNDEZ I BARRERA Barcelona, julio 2015
Capítulo 1
Entre lo individual y lo colectivo XAVIER MONTAGUD MAYOR
Un pescador que se encontraba descansando en la ribera de un río observa como bajan, arrastrados por la corriente, los cuerpos de varias personas. Ante tal situación, el pescador se lanza al agua y uno tras otro, recupera sus cuerpos llevándolos a la orilla. Allí los reanima y deja a buen recaudo. Pero inexplicablemente el pescador presencia como continúan bajando cuerpos llevados por el río. Así que tras varias incursiones en el agua para salvarlos decide ignorar el último cuerpo que aparece y empieza a remontar el río, tratando de descubrir qué estaba ocurriendo, quien y por qué los estaba tirando al agua.
1. Introducción A menudo se utiliza esta parábola, atribuida al organizador comunitario norteamericano Saul Alinsky (1909-1972), para ilustrar el dilema de aquel que debe escoger entre la dimensión concreta y urgente de un problema o la búsqueda de las causas colectivas. Para Cohen (1988) el pescador debe escoger entre correr río arriba buscando las causas del problema o ayudar a esas personas a ponerse a salvo de la corriente. En tanto que la búsqueda de las causas es una cuestión que implica estudiar, analizar y evaluar la situación para poder actuar, lo apremiante parece ser salvar a esas personas. De este modo, emergen en la historia dos perfiles, la del pescador que socorre a la gente y la del observador que se pregunta por las causas del fenómeno. Para Miranda (2004), que sigue la reflexión de Cohen, la trampa de la parábola se encuentra en que se concibe de forma separada los dos personajes: el del activista que socorre y el del intelectual-observador. El primero se correspondería en la reflexión de Miranda (2004) con el trabajador social mientras el segundo podría ser cualquier otro. El autor cree sin embargo, que la historia transcurrió de forma distinta. Fue el activista el que se hizo pensador, cuando empezó a preguntarse
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por la causa de que bajaran tantos cuerpos a la deriva, y en su devenir, ese pescador se volvió profesional. Aprendió no sólo a explicar los por qué sino también a cómo intervenir y desde donde hacerlo. De este modo tan metafórico, Miranda trata de explicar cómo aparece la profesión del trabajador social. La parábola nos permite reflexionar sobre las distintas formas de acción social, e introducir el tema de este capítulo, la ya clásica oposición entre lo individual y lo colectivo, que ha recorrido el pensamiento y la práctica del Trabajo Social. Trataremos de probar cómo el Trabajo Social es capaz de intentar salvar el mayor número de “ahogados” sin dejar de perseguir que cambien o desaparezcan las causas que lo provocaron. Lo haremos de la mano del caso de Carla y David, que nos permitirá explicar por qué es predominante lo individual en la actualidad y describir como transitar de lo individual a lo colectivo y trabajar conjuntamente estas dimensiones, pues esa es una de las señas de identidad del Trabajo Social como profesión y como disciplina.
2. El relato de Carla y David La madre de David abre la puerta e invita a la trabajadora social, a sentarse en el sofá. La profesional detecta nerviosismo en la mujer que intenta en un primer momento sujetar al niño a su lado. Ella está acostumbrada a este tipo de situaciones. La derivación por parte del Centro de Salud de un posible caso de maltrato de un menor es una de las tareas que tiene encomendadas. Tiene que entrevistar a la madre, observar al niño, ver la relación entre ellos y obtener cuanta información sea posible para valorar si existe o no dicho riesgo.
La situación aquí descrita se asemeja bastante a la que muchos profesionales del Trabajo Social se encuentran a diario y para la que los futuros trabajadores sociales deben estar preparados. La primera impresión es que parece evidente que la trabajadora social de esta historia debe centrarse en valorar la existencia de riesgo o no en el menor. Por consiguiente, pensaremos, debe concentrar sus esfuerzos en despejar los interrogantes que rodean el caso (¿cuida bien al niño, tiene problemas con las drogas, tiene apoyos, cuenta con medios económicos?, etc.) que le permitan valorar la situación, tomar una
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decisión o someterla a juicio de otros. Pero como veremos, la realidad va más allá de la parábola de Alinsky. Esta misma situación se presta a múltiples interpretaciones que abarcan dimensiones que a menudo se infravaloran o desechan. Para empezar los sentimientos de la profesional respecto a lo que observe en esta familia, lo que considere el problema o la solución más oportuna son tan personales como lo es su huella dactilar. Además, el marco legal al que debe sujetar su acción, determinará las posibilidades de intervenir en un sentido u otro, como también lo harán la disponibilidad y requerimientos, que de ella, la organización a la que pertenece le exija. Respecto al caso, si considera que la situación no es tan grave como para tomar medidas tendentes a la separación familiar, deberá valorar si son precisas ayudas o apoyos que faciliten la protección del menor en su entorno. Por el contrario, si estima que la situación es o puede constituir un grave riesgo para el menor, deberá preparar su decisión, compartirla con las instituciones implicadas y comunicarla a la madre, preparándola para que sea lo menos traumática para ambos. Pero si como ocurre en tantas otras ocasiones la situación no es fácil de valorar, deberá ponderar las probabilidades de que se produzca un riesgo grave para el menor, atendiendo los requerimientos de la institución a la que pertenezca y la disponibilidad de recursos con los que pueda contar. Todo ello desde el buen hacer profesional, implicándose en la tarea y comprometiendo a menudo su palabra en un entorno cambiante en el que no es capaz de controlar todo lo que ocurre. Hasta este momento podemos calificar la historia de David y su madre como una de las situaciones a las que deben enfrentarse los servicios sociales. Ahora bien, tratemos de completar los vacíos de este relato y continuar nuestra exposición: Carla, la madre de David, tiene 20 años y se ha instalado recientemente en una habitación de realquiler de una vivienda social en un barrio periférico de una gran ciudad. Su caso ha sido remitido por Juana, la pediatra del Centro de Salud de la zona, a la Unidad de Trabajo Social de un centro de servicios sociales. El escrito de derivación de la médico indica la sospecha de posibles malos tratos de Carla hacia su hijo, de 2 años de edad, que puede haberle causado lesiones mediante castigos físicos. Además está preocupada por la angustia y soledad que transmite la madre y que cree puede estar influyendo en su estilo de crianza. El equipo de servicios sociales de la zona comienza asignando el caso a la Unidad de Familia y Menor, que programa una primera entrevista
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en el centro con Carla. Las técnicos de la Unidad contactan en primera instancia con la médico que les ha informado. Ésta muestra una honda preocupación por la vulnerabilidad de David y de su madre aunque no aporta muchos datos ni pruebas concretas de que se hayan producido malos tratos graves. Los indicios aportados por la pediatra se circunscriben a posibles deficiencias en el manejo y alimentación de David y algunas marcas superficiales que ha detectado en la exploración del menor. La trabajadora social a la que se le ha asignado el caso —que llamaremos María— comprueba a continuación si la familia tiene abierto expediente en los servicios sociales municipales y si existe información o antecedentes sobre la madre. Una vez recogida podrá citar a la madre de David. En la primera entrevista que mantienen María y Carla, esta le explica las razones por las que se la ha citado y se ha abierto expediente en el centro. Se preocupa por tranquilizar a Carla e intentar relajar el ambiente de la reunión. No obstante debe informarle de las responsabilidades legales y profesionales que justifican la entrevista y de las obligaciones de ella y los servicios sociales en los casos en los que se observan riesgos o indicios de riesgo para un menor. En esa primera cita se intercambia información sobre la situación socio-familiar de la unidad familiar y algunos datos para el registro de información del centro al mismo tiempo que María contesta algunas preguntas, que sobre la situación planteada, le formula Carla. Tras una hora de conversación quedan para una visita domiciliaria en la vivienda de Carla. El día de la cita en la vivienda, la madre se muestra comprensiblemente nerviosa y recelosa de la visita de María. Carla explica con cautela su situación, mostrándose en todo momento poco precisa respecto a las preguntas que María le formula acerca de su relación maternal con David. El niño corretea todo el tiempo alrededor de las dos, interrumpiendo periódicamente la conversación y atrayendo la atención de su madre haciendo varías peticiones. Como en la mayoría de niños de su edad, el menor hace gala de su energía física, curiosidad y atrevimiento, lo que exige una atención continuada por parte de su madre. Carla le explica a María algunos datos sobre su situación actual. No conoce a nadie en la zona y no confía en el resto de inquilinos de la vivienda. Como otras muchas personas, considera que la zona en la que ha venido a vivir es poco amable y peligrosa por lo que no mantiene relación con nadie a excepción de la mujer que le realquiló la habitación en la que viven. Anteriormente vivía en otra zona con su compañero en una vivienda pero fue desalojada del domicilio por los continuos impagos del alquiler. María observa que Carla va entristeciéndose a medida que habla de su situación y le confía que cree que tampoco sus convecinos la ven con buenos ojos. Carla es la mayor de sus cuatro hermanos y vivía con su madre en otra ciudad, donde se encargaba de cuidar de sus hermanos pequeños mientras
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su madre trabajaba. Sus padres se divorciaron cuando ella era adolescente y desde entonces no tiene contacto con su padre. Cuando inició la relación con un hombre quince años mayor que ella la relación con su familia se deterioró rápidamente lo que la llevo a abandonar su domicilio. Tras tres años de relación, su compañero la dejó sola con su hijo, y se vio obligada a buscar otro alojamiento.
La mayoría de nosotros, estaremos de acuerdo, en que se trata del relato de una situación particular al uso, en la que no se observan aristas o factores externos que puedan modificar sustancialmente el primer diagnóstico. Se trataría de un caso que afecta a una familia, donde cabe actuar con celeridad, bien para salvaguardar al niño de la madre, bien para proteger a ambos. Sin embargo, a poco que escrutemos, obtendremos visiones alternativas de ese diagnóstico. Podemos entenderlo como un déficit de la colectividad para apoyar a la familia ante estados de necesidad y desamparo y decidir por consiguiente que hay que trabajar para reforzar sus lazos e intereses comunes. O examinarlo como un problema que afecta a las madres jóvenes sin apoyo familiar para cuidar a sus hijos y juzgar entonces conveniente establecer un trabajo con ese grupo que mejore sus habilidades de crianza, favorezca la ayuda mutua y eleve su autoestima. Otra opción es interpretarlo como un problema de aislamiento y desamparo de la unidad familiar que ha provocado ese estado de emergencia y decidir que es conveniente buscar y facilitar canales y recursos que permitan a la madre iniciar una relación con la vida del barrio y al menor su socialización a través de una guardería, ludoteca o centro de día. Por último cabe la posibilidad de considerar que las instituciones locales, sanitaria, de servicios sociales y educación no estén actuando a fin de prevenir situaciones como la descrita y que es por tanto preciso construir entornos y estructuras formales e informales que sean capaces de dar respuesta a las mismas, evitando en lo posible medidas drásticas o de ruptura. Sin duda, arañando la superficie, podríamos continuar encontrando otras posibilidades e interpretar la misma situación de forma distinta. Y de seguro que todas ellas estarían más o menos acertadas. La intención al traer a un primer plano este relato es hacer visible nuestra posición. A saber, que toda situación o problema social que afecta a un individuo está influenciado, determinado y ligado a otros niveles de relaciones sociales que escapan al propio individuo con el
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que trabajamos. Aunque en la mayoría de ocasiones, la intervención social se realice a partir de situaciones particulares, convendremos que el caso de Carla y su hijo —como tantos otros— está también íntimamente relacionado con los cambios producidos en la sociedad, en la comunidad más próxima, en los modelos familiares e incluso en la administración de lo social. Por consiguiente, la orientación de la intervención debe abordarse desde la dimensión individual pero también desde la grupal y la comunitaria. Entonces ¿qué es lo que determina que optemos preferentemente por una u otra forma de abordaje? Una primera respuesta nos lleva a identificar la disciplina en la que nos hemos formado o a la que pertenecemos, la teoría en la que nos encuadramos, la organización o institución en la que prestamos nuestra labor y el marco ideológico como las responsables de que escojamos mayoritariamente una u otra fórmula. En este caso, puesto que se trata de un manual de métodos de Trabajo Social, vamos a procurar centrarnos en exponer las razones que llevan a realizar un tipo de intervención y no otro.
3. La individualización de los servicios sociales Debemos recordar que la contraposición entre lo individual y lo comunitario es un hecho que recorre las ciencias sociales a lo largo del tiempo. Este ha configurado modos distintos de leer la realidad social (a través de disciplinas como la sociología y la psicología) y ofrecido soluciones teóricas diferentes para los problemas sociales fundamentales (el comunitarismo, el psicoanálisis, etc.). Para Payne (1995), el Trabajo Social es una construcción social e histórica, configurada en torno al contexto de su tiempo, a la influencia de otras disciplinas y de sucesivas teorías que han ido modelando su contenido y su práctica. El principal fruto de la convergencia de esas teorías y del contexto social en que se desarrollaron es la peculiar forma en que se traspuso lo individual y lo colectivo en el Trabajo Social. Éste nació como una profesión dirigida a ayudar en la resolución de los problemas individuales —notablemente influenciada por las corrientes médico higienistas de la época— que prontamente descubriría que la respuesta a estos problemas no se encontraba sólo en el individuo sino también
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en su contexto —arrastrada por las corrientes sociológicas primero y de la psicología social después—. Desde el principio, el Trabajo Social se enfrentó a la controversia de si el individuo lo era per se o se hacía en la relación con los otros. Sobre esta cuestión Miranda (2012) arroja luz al hacernos ver la importancia de las ideas del interaccionismo simbólico (especialmente de la Escuela de Chicago) en la fundamentación filosófica del Trabajo Social. La idea de que el individuo se configura en la interacción social, y que por tanto sus problemas deben resolverse en ese medio, constituye una de las ideas fundacionales de nuestra disciplina. Estas ideas se verán relegadas a partir de los años veinte por el “diluvio psiquiátrico”, que la empujara, aun sin desaparecer, a un segundo plano. No obstante, esa idea del individuo, ha sobrevivido —al menos en lo teórico— en la definición del objeto del Trabajo Social. Así lo sustentan las definiciones de Naciones Unidas de 1959: “la adaptación recíproca entre los individuos y el medio social” y una de las últimas, de M. J. Aguilar (2013: 53) “la interacción entre el sujeto (individual o colectivo) en situación de necesidad y/o en situación problema y su entorno social”. La realidad de la intervención social es distinta. Como la misma autora reconoce “numerosos trabajadores sociales intervienen exclusivamente en una dimensión individual” (p. 145) por mucho que la formación básica y la investigación redunden en la conveniencia de trabajar sobre ambas. No debe pues sorprendernos el curso que seguiría el caso analizado por la trabajadora social de nuestra historia: Tras varias consultas con el equipo, y conversaciones con la familia extensa de Carla y otros profesionales con los que la madre mantiene contacto, María valora, que aunque ahora Carla pueda estar sobrepasada por la situación en que se encuentra con su hijo y se ponga en duda su capacidad para cuidarlo, no es necesario tomar medidas drásticas. A medida que transcurre la conversación, Carla recibe información sobre las diferentes ayudas que gestionan los servicios sociales así como los recursos disponibles en la zona, algunos dependientes de los servicios sociales y otros de diferentes entidades. La trabajadora social aconseja a Carla que solicite la ayuda para la escolarización de David que permitiría que, a la vez que visibilizar al menor durante un tiempo hacer posible que ella disponga de tiempo para realizar otras tareas. La trabajadora social le aconseja que se incorpore a un programa municipal de búsqueda de empleo y que acuda a las citas que se acuerden con la Unidad de Intervención Familiar para ayudarla a la capacitación y desarrollo de habilidades parentales. María
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sabe que de este modo se puede establecer algún tipo de supervisión sobre el menor y al mismo tiempo facilitar vínculos a la madre con el entorno.
La orientación que María propone está básicamente encuadrada en el modelo de trabajo de casos y se corresponde al que mayoritariamente se realiza en la práctica del Trabajo Social. Este hecho, aparentemente contradictorio respecto a lo anunciado, nos lleva a formular otra pregunta. Si el Trabajo Social es una disciplina en la que se deben entrelazar todas las dimensiones ¿qué induce a los profesionales a que opten mayoritariamente por la intervención individual? Para encontrar la respuesta, hemos de ir más allá de las explicaciones que la disciplina y la teoría ofrecen. El Trabajo Social, especialmente como profesión pero también como disciplina, mantiene una relación ambivalente con los servicios sociales. Estos son al mismo tiempo que el espacio natural en el que el profesional desarrolla su actividad, el lugar dónde se delimita su papel y sus funciones. Los servicios sociales condicionan como organización las opciones disponibles y predetermina —como veremos— la orientación hacia un tipo de intervención individualizada muy definida. El hecho de que los servicios sociales como organización pública se encuentre inserta en una estructura burocrática destinada a la atención de la demanda (como lo son otros servicios municipales: cultura, educación, deportes, etc.) permite explicar el sesgo que se introduce en la forma en la que se entiende, organiza y despliega la intervención social. De ahí a que afecte el modo en el que se enfoca el Trabajo Social institucionalizado, hay un paso. Jaraiz (2012) constata que es la misma concepción y realidad de los servicios sociales públicos (aunque también se pueda extender al tercer sector) la que limita sus posibilidades, al construirse sobre unos criterios que ordenan y delimitan claramente la forma de intervenir: 1. La individualización de la demanda. Como comprueba Jaraiz (2012) en su investigación, el acceso a las Unidades de Trabajo Social es individual, como resultado de una lógica que ha configurado el derecho de acceso a los bienes que gestionan. Esta individualización va más allá de la recepción de la demanda. Persiste durante todo el proceso de intervención y en la mayo-
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ría de ocasiones, hasta el final de la misma1. Lo acredita el propio diseño de los espacios físicos para la atención, las formas de relación entre el profesional y los demandantes o la tipología de las preguntas y respuestas que la enmarcan. Esta configuración del espacio físico y simbólico de los servicios sociales impone a los trabajadores sociales de forma subconsciente el cumplimiento de su misión: tratar las desigualdades desde una perspectiva microsocial e individual (Barbero, 2002). 2. La orientación según prestaciones organiza la estructura de la intervención en base a tres niveles: nivel básico de información, nivel intermedio de tramitación y orientación puntual y nivel superior, el encargado de problemas sociales más complejos y que gestiona cuestiones como la protección de menores en la que M se haya incursa o la atención socioeducativa y terapéutica en familias con problemas. Su resultado se aproxima a la idea que sugiere García Roca (2007) sobre un sujeto destituido de su condición, por un lenguaje de mil atribuciones que le identifican y le catalogan (menor en riesgo, madre negligente, familia problemática, etc.) en relación al proveedor de servicios2. 3. La procedimentación, establecida en base a la instauración de protocolos que rigen cualquier tipo de intervención de los servicios sociales. Desde la información básica, pasando por la gestión de una ayuda o la valoración de riesgo en los menores —como es el caso de Carla y David—, hasta el acceso a la atención socioeducativa y terapéutica. Cada vez son más los espacios protocolizados y menos aquellos en los que la relación profesional no se haya sujeta al cumplimiento de unas normas.
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Esta idea reafirma la tesis de la modernidad reflexiva de Beck (2003) sobre la individualización institucionalizada, por la que el individuo se apega a un guión establecido, que en vez de liberarlo, lo estandariza, en función de unos criterios que han sido fijados por otros. Nos parece oportuno recuperar la parábola inicial de Alinsky para reproducir una imagen paradójica que lanzan Smale, Tuson y Statham (2003) en la que un número indeterminado de pescadores socorristas, cada uno con una gorra de diferente color, se encuentran en la orilla del río, esperando a que bajen los cuerpos a rescatar. Pero ninguno de ellos puede lanzarse al agua si no lleva su color lo que obliga a los ahogados a cambiarse de ropa para conseguir que alguno de los pescadores pueda tirarse a salvarlo.
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En el fondo de la cuestión se encuentra la burocratización que los servicios sociales en España hubieron de aceptar como peaje para su despliegue e institucionalización en la administración pública y que llevó a estos, de una orientación comunitaria durante los años setenta y principios de los ochenta, a la preponderante intervención individualizada de hoy en día. La burocratización se convierte así, en una estrategia de la organización para introducir mecanismos de control, influenciada por los modos de hacer de las burocracias mecánicas públicas. En cualquier caso, el hecho de que la parte más significativa de la intervención de los servicios sociales se concentre en la atención individual ha provocado que tanto la acción cotidiana, el tiempo dedicado como el conocimiento que adquieren y demandan los profesionales de la intervención social se haya decantado por esta visión particular de los problemas sociales. Situación, que en opinión de sucesivos autores (Guillen, 1993; Giménez Bertomeu, 2006; Subirats, 2007; Jaraiz, 2012) ha contribuido a una importante tensión entre el discurso teórico-profesional que se enseña en el grado de Trabajo Social, convencido de que la intervención precisa de este doble enfoque individual-colectivo y la realidad de una práctica, entregada a la intervención individualizada. En opinión de Álvarez Uría (1995) la realidad de esta limitación individualizadora se halla además “inscrita en la naturaleza de la profesión desde su institucionalización” (p. 7) que buscaría atender el malestar sin modificar o alterar sus causas. Sin embargo no todo se puede atribuir a la lógica burocratizadora de los servicios sociales como organización ni a su institucionalización. Como veremos, la tendencia hacia la individualización de la intervención en el Trabajo Social es también producto de haber tenido que adaptarse y hacer frente en las últimas décadas a sucesivas transformaciones sociales y culturales que le han obligado a buscar otras estrategias de acción. Por ahora, si retomamos el relato, confirmaremos que la intervención ha tomado el rumbo acostumbrado. María ha propuesto una intervención orientada a la mejora de los problemas explicitados. Si nos fijamos, lo hace guiada por las posibilidades de respuesta que tiene la institución a la que pertenece (otorgarle medios económicos de subsistencia, una guardería, una medida de control social, etc.). En bue-
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na medida, la resolución del problema para María y su institución, provendrá de la respuesta positiva de Carla a sus recomendaciones y de la aceptación de cierto grado de control y seguimiento en la relación pues a estas alturas es bastante común que se haya aperturado un expediente de protección en los servicios centrales. Con bastante probabilidad, la intervención continuará centrada en la situación particular de la unidad familiar y dependerá casi exclusivamente de su evolución. No es de extrañar que en esta situación, cualquier movimiento (no acudir a las citas, no llevar al niño a la guardería, tener una discusión con los otros inquilinos de la vivienda) pueda incidir negativamente en el caso, provocando la concatenación de decisiones que podrían llevar a una solución drástica.
4. Recuperar lo colectivo para el Trabajo Social Pero no debería ser así necesariamente. El diagnóstico y la orientación escogidas por María (que ahora sabemos condicionados por la forma en que se conciben los servicios sociales) ha silenciado una cuestión más amplia: la fiabilidad de la situación social de Carla y David en relación con las necesidades que se prevé satisfacer. Carla como sujeto individual, con su ex-pareja y David como unidad familiar, sus familias extensas, las familias de la vivienda en la que conviven, la barriada en la que se hallan y la comunidad a la que pertenecen, constituyen aspectos distintos del mismo problema que no aparecen detallados en el diagnóstico ni se mencionan a menudo en la orientación del caso. Sin embargo, en todos ellos, se hallan cualidades y capacidades importantes para el buen curso del mismo. Desde la perspectiva ecológica en la que nos situamos, si consideramos el problema de Carla como un problema social, éste sólo se podrá contener o resolver si la respuesta que pongamos en marcha considera todos esos elementos de la colectividad y los moviliza en la buena dirección. Comprender las restricciones del modelo de intervención gerencial de casos con el que nos encontramos y la necesidad de implementar respuestas sociales a problemas aparentemente individuales, son condiciones necesarias para cambiar la orientación de nuestra intervención. En esa dirección, son varios los autores que plantean estrategias que permiten transitar desde la intervención indi-
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Xavier Montagud Mayor
vidual a la colectiva, de entre los cuales rescatamos dos: la intervención colectiva de De Robertis (1994) y el enfoque de Smale, Tuson y Statham (2003). De Robertis (1994: 27) define la intervención colectiva3 como “la acción ejecutada por los trabajadores sociales con grupos, categorías de población (…) o con la población de un área geográfica delimitada (…)”. Las características de esa acción colectiva son: • Una delimitación geográfica y social. La delimitación precisa del lugar correspondiente a la intervención, que puede ser un área geográfica o una institución. Ese espacio se ve además delimitado por la categoría de población involucrada y por el nivel microsocial que hace referencia a situaciones sociales restringidas expresadas por individuos o grupos. • Trabajo de carácter público. Este tipo de intervención se realiza a diferencia del individual y el familiar en la plaza pública, a la vista y con el conocimiento de todos. Ese carácter “público” y la necesidad de compartir con otros asociados limitan considerablemente el poder del trabajador social. • La duración y organización del tiempo. Aunque ciertas intervenciones colectivas pueden ser de corta duración, la intervención colectiva se caracteriza por su larga duración y desarrollo en el tiempo. Dos de los signos distintivos de la intervención colectiva propuesta por De Robertis (1994, 2003) son que las dimensiones individual y colectiva siempre se encuentran presentes en nuestra concepción (aunque metodológicamente hablemos de tres métodos básicos en Trabajo Social: individual, grupal y comunitario) y en nuestra práctica y que este tipo de
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Cabe recordar que De Robertis (1994, 1997) utiliza el término colectivo para designar la comunidad, cuestión esta que es discutible según el autor y la corriente que se escoja pues se trata de una especificidad francesa. Nosotros aquí entenderemos por colectivo los distintos objetos o intereses que pueden ser comunes a una agrupación de personas sin que necesariamente tengan un objetivo o meta común. En cambio lo comunitario serán aquellos objetos o intereses que comparte un grupo social con identidad propia y objetivos comunes. Hacemos está aclaración a efectos de distinguir entre la intervención individual (que puede ser colectiva también) y la intervención comunitaria (cuyo foco es esencialmente el grupo, no el individuo).