NO.8
REVISTA
TLACUACHE
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Bárbara Peñafiel
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Revista Tlacuache
EDITORIAL Número ocho Agosto 2020 revistatlacuache. wordpress.com Equipo editorial Director editorial Alberto Sánchez Martínez
“Alguien puso las reglas de las líneas imaginarias, el cambio de hora, lenguaje, vestimenta, comida, y costumbres...”
Consejo Editorial Nayeli J. Ildefonso Ricardo Stock Diseño de este número Bárbara Peñafiel Ilustración Gena Peralta Portada de este número Bárbara Peñafiel
Revista Tlacuache es una revista sin fines de lucro. Respetamos los derechos de autor según la licencia Creative Commons. Se permite la reproducción, transmisión, parcial o total de este trabajo por cualquier medio, con la condición de dar reconocimiento al autor o autora, así como la fuente.
A
los humanos les gusta dibujar líneas en la tierra y, a veces, en el agua.¿Te has preguntado por qué? Para jugar a saltar el muro, cruzar a pata la línea, montar el lomo de la bestia o nadar olímpicamente en el mar más lejano. Pero eso sí, si te cachan en la movida, te enjaulan y luego te regresan a tu país porque a los locales no les gusta la gente que entre a su territorio sin permiso. Alguien puso las reglas de las líneas imaginarias, el cambio de hora, lenguaje, vestimenta,
comida, y costumbres; alguien puso la imagen de un país y de un planeta y ese alguien dijo que los países de arriba son mejores, pero, como diría René: “son historias empaquetadas en lata.” Las fronteras también son las líneas que están a un paso de distancia, en nuestro interior y nos inmovilizan. Son un invento para decir que eres de “x” nacionalidad y así negar a cada hermana y hermano; para ver la diferencia que hizo una línea o un muro; para mantenernos enterrados en una tierra que se mueve y cambia. Junio 2020 (día x de cuarentena)
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CONTENIDOS
No.8 FRONTERA
07
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El texto de textos
Frontis
Jhon Benavides
09
17
Sólo cinco fronteras más
Mario Gamboa Araya
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Alejandro Merino
Indocumentado Mario Gamboa Araya
La palabra
Huérfanos de guerra bajo un roble Fátima Chong
03 Editorial
13
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Mojado
Frontera
Víctor Bahena
Víctor H. Orduña “Shamir”
4
22 Fugitivos
Valeria Mendoza
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El muro
Uriel Velázquez Bañuelos
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Los caminantes Frank Herrera Reyes
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#QuédateEnCasa Mario Gamboa Araya
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Discurso Inmoral Mario Gamboa Araya
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Al filo de mi frontera Maricruz Huerta Vega
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La frontera de un encefalograma
Manuel Mörbius
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Migración en la granja Mario Gamboa Araya
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Los molinos rojos Dann Castillo
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Enlace del Mictlán, Inocencia fronteriza: Relatos indocumentados
42 Relatos
indocumentados
Omar Moreno Bogotรก 6
El texto de textos
El texto de textos
Y sólo se enciendan sueños, amores, alegrías… Mi expediente indica que mis facultades existenciales son menos que un fantasma. yo también extrañaba mi hogar saber que está allá y yo aquí queriéndome ir con ella y eso que no les han dicho que allá tampoco hay agua para ellos pa´l otro lado, libertad, piernas, cielo, puerta, muro Su gesto señalaba arriba. Al Norte. Más, más al Norte. ¿Cuál es el motivo por el que desea cruzar la frontera?
El texto de textos
Mi mochila sobre el hombro cargaba lo necesario el color cobrizo de nuestra piel siempre nos signa ante los compatriotas esa es la canción de mi madrecita Camina en línea recta creyendo que sigue el canto de las aves 7
Yolanda Isabel Vega (Chabelita) NicolĂĄs Romero, Estado de MĂŠxico
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Sólo cinco fronteras más
Sólo cinco fronteras más Alejandro Merino Originario de la CDMX, actual residente de Cracovia, Polonia
Ni su nombre ni su edad ni su historia. Lo único que supe de él fue de dónde era y a dónde iba. Habíamos viajado en el mismo autobús desde Ciudad de Panamá, pero no cruzamos palabra durante las 10 horas del viaje, ni siquiera cuando un control militar nos detuvo cerca de Penonomé, casi a media noche, y tuvimos que bajar del autobús, medio dormidos, y abrir las maletas y vaciarnos los bolsillos mientras los perros nos olfateaban los zapatos y los soldados preguntaban una y otra vez nuestro origen, destino, motivo del viaje, profesión, etc. Pero no crucé palabra con él, creo que ni siquiera lo vi. Llegamos a Paso Canoas, en la frontera con Costa Rica, a las 4 a.m., así que nos echaron del autobús y tuvimos que esperar a que abrieran la frontera (sí, algunas fronteras sólo están abiertas en horario de oficina). Aún estábamos a oscuras y el pueblo parecía deshabitado. Era julio y el calor y la humedad eran insoportables. ―¿Colombiano?― me preguntó acercándose con cierta timidez. ―Mexicano― le respondí, al ver que no encontraba su encendedor, saqué el mío y se lo ofrecí. El hombre asintió con la cabeza, agradeciéndome. Le calculé unos 50 años. ―¿Y va para allá? ¿A la capital? ―Sí, a la Ciudad de México. ¿Usted de dónde? ―Panameño, de Pacora. ―¿Y a dónde va?― pregunté. Y entonces el hombre hizo algo que sé que recordaré mucho tiempo. No respondió a mi pregunta. Sonrió muy lentamente y ladeó un poco la cabeza. Una sonrisa cómplice, divertida, una sonrisa ilusionada como la de un niño. Entornó 9
los ojos y levantó las cejas, aún con la cabeza ladeada, como señalando algo encima de él. Uno o dos segundos duró su gesto. No hubo necesidad de decir nada más ni de que yo preguntara. Su gesto señalaba arriba. Al Norte. Más, más al Norte. Ese Norte al que tantos latinoamericanos quieren ir. Ese Norte que, si se alcanza, les promete salvarlos de la miseria y la violencia en la que viven. Ese Norte que promete el gran sueño. El hombre no dijo nada más, no hacía falta. ―Aún está lejos― fue lo único que se me ocurrió decir. ―Bue, si paso ésta, sólo son cinco fronteras más― respondió, todavía con un poco de esa sonrisa infantil y emocionada. Al final ni él ni yo cruzamos Paso Canoas. El coyote que iba a cruzarlo a él y a otros tres, iba a llevarlos unos kilómetros al Norte, hacia Breñón, y de ahí cruzarían por la selva. A mí me negaron la entrada a Costa Rica por una vacuna que, según yo, no necesitaba. Según ellos, sí. Pero con las ventajas que da tener un pasaporte, yo pude volver a Ciudad de Panamá y tomar un vuelo a Nicaragua. De él no supe más. Una semana después yo entraba a México por La Mesía, en Guatemala. Él tenía planeado entrar a México por Tecún Umán, cruzando el río Suchiate e ir a Tapachula para subirse a La Bestia. También me dijo que calculaba estar en Atlanta a finales de noviembre. Tres días después yo ya estaba en Ciudad de México. Y ahí, en la estación Lechería, apenas a unos kilómetros de la casa donde crecí, están ellos, decenas, quizá cientos, al lado de las vías del tren o junto a la autopista: hombres, niños, familias enteras, adolescentes con bebés en brazos. Los nadies, los hijos de nadie, los dueños de nada… Los hacelotodo, los vendelotodo, los comelotodo. Los eternos indocumentados. En ninguno de ellos volví a ver la sonrisa ilusionada de aquel panameño. Claro que no, han viajado ya muchos kilómetros y
Sólo cinco fronteras más
saben lo que aún les espera, van a sufrir aún más antes de llegar. Si es que llegan. Saben que a muchos de ellos los van a extorsionar, a secuestrar, a matar. Lo saben o lo van sabiendo durante el trayecto. Esa sonrisa ilusionada se les va borrando hasta que desaparece por completo. Están ahí, junto a las vías o entre los coches, pidiendo algo, lo que sea para continuar su viaje. Te agradecen igual una moneda que una fruta o una botella de agua. No quieren quedarse en México. ¿Quién de ellos querría? En el mejor de los casos, aquel panameño de la sonrisa ilusionada estará ya en Atlanta, y quién sabe qué habrá tenido que hacer para llegar. En el peor de los casos, en el más común, será un número más en las estadísticas. Un nadie más a quien se le apagó la sonrisa. Un nadie más a quien le despertaron del sueño.
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Octavio Gil Cรณrdoba, Veracruz
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Ana Pobo Castañer Teruel, España
Indocumentado Mario Gamboa Araya San José, Costa Rica
Nadie necesita pasaporte para entrar al cielo. 12
Mojado Víctor Bahena Ciudad de México
–Se pasó pa’l otro lado. –¿Cruzó el río? –No, fue al cielo.
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Gena Peralta
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Frontis Jhon Benavides Colombia
Hay una línea terrible que atraviesa el mundo, la que encierra a los países dentro de sus fronteras. Como diría Alejandro Grimsom: “No hay frontera invisible ni imaginaria y como tal todos sufrimos de esta clausura”. Los colombianos suponemos eso pues llevamos nuestro país en la maleta, en el corazón, en la dermis. Pues cuando queremos viajar, el color cobrizo de nuestra piel siempre nos signa ante los compatriotas como un peligro para la exterioridad. Así se lo haría saber al antropólogo Javier Titiaquez cuando en el aeropuerto de Bogotá nos revisaron los equipajes y nos sometieron al escáner de la máquina de control. El policía intentaba confirmar que no todo colombiano lleva la mancilla en su vientre, siento que hay una frontera más real, la que habita dentro de mi cuerpo, en mis intestinos. 15
Gena Peralta
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La palabra Mario Gamboa Araya
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d
San José, Costa Rica
de mi s la bio
u s ró t n o c n se
o d a l o r t o Al
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Huérfanos de guerra bajo un roble Fátima Chong
Huérfanos de guerra bajo un roble
¿Cuál es el motivo por el que desea cruzar la frontera?, cuestionamiento que aparece en el formato escrito en idioma universal. Xólotl, de doce años, se lo muestra a su hermano Yilit, un año menor que él, ambos se miran angustiados mientras su hermana pequeña brinca sobre los charcos, ¡brincar es fácil si se tiene cuatro años como Ximai! Muchas personas anidan ahí en la barrera fronteriza pretendiendo convencer a los militares que les permitan atravesar su lindera. Las razones por las que cada quien ha esperado son diferentes, pero el es motivo común: ¡vivir! Unos abandonan sus tierras por hambre, algunos por desastres naturales, otros por la guerra. Ninguna circunstancia puede ser más caótica que otra; sin embargo, Xólotl duda al responder y su mano insegura escribe: huérfanos de guerra. Hay quienes ingresan pronto poniendo un fajo de billetes en las manos de los militares, por eso les abren la puerta que los llevará a la vereda para llegar al “Edén terrenal”, el único sitio habitable; los guardias tratan despóticamente a la muchedumbre, argumentando que en ese territorio se agotaron los recursos, ¡aunque algunos los robaron!, agregan que no son responsables del deterioro que genera el caos 18
de otras patrias. Yilit entrega el formato al guardia junto con la última manzana que posee tratándose de ganar su simpatía, obtiene la fruta de la vieja maleta que arrastran con ellos, misma que contiene poca ropa, recuerdos y esperanzas, el hombre la muerde y la lanza contra el suelo, los hace a un lado. Permanecen hacinados junto a la reja, esperanzados en que su petición se apruebe y recibir a cambio los tickets que les permitan su admisión, la angustia crece entre los migrantes, se escuchan maldiciones en diversos idiomas, una mala y nueva noticia es que el mar invadirá esos espacios, unos días más ahí y morirán tragados por sus olas, ¡necesitan avanzar! Abunda un ambiente pesaroso. Sale una guardia frenética y proporciona a Xólotl sólo dos tickets, ¡ellos son tres menores! Los militares les exigen que se formen rápido en la fila, abren la frontera, los hermanos corren juntos a ocultarse tras unas barricas, piensan simultáneamente en meter a la chiquilla en la maleta, explicándole que será una aventura divertida, mermando sus miedos, la niña accede y con habilidad despegan los sellos de verificación, vuelven a colocarlos, luego de cumplida la tarea se forman nuevamente, delante de ellos van dos hombres afligidos. Comienzan a caminar bajo el tiempo inclemente, los hermanos están preocupados, la pequeña Ximai no ha bebido agua, alguien pregunta maliciosamente por la niña, una anciana en complicidad responde que la nena se quedó llorando abandonada atrás, ¡salva la situación!; otras féminas desaprueban el egoísmo de los hermanos, Ximai hace ruidos, quizá sufre hambre, Xólotl da pataditas en la maleta para tranquilizarla. Los chicos han perdido su única garrafa de agua, un indigente se las robó para dársela a un perro, es inútil llorar ya que sus lágrimas no podrán calmar su sed, suspiran con bríos dispuestos a llegar al Edén, los pies se ampollan, el calor quema los ojos y el repentino frío revienta los oídos. Una mujer
observa deseosa la maleta. Es hora de descansar. Ximai duerme entumecida dentro, respirando por un pequeño hoyo. Al alba se incorporan a la hilera, ¡estómagos vacíos, esperanzas llenas!, los ancianos no resisten, un padre de familia impide que un guardia maltrate a su hijo, en respuesta le disparan, asesinándolo; los hombres, que transitan delante de los chicos, vociferan y la guardia para evitar tumultos usa sus ráfagas contra cualquiera, Xólotl y Yilit soportan atónitos y perciben que sus vísceras revientan, ¡caen mortalmente heridos! Ximai no sabe qué sucede con exactitud. La mujer aprovecha la confusión para apropiarse de la maleta. Varios metros más adelante, un vehículo llega por ella, la ladrona intenta subir lo hurtado. Transporta sin cuidado, la maleta, y ésta cae a la orilla de un arroyo; Ximai se libera de su encierro confundida e instintivamente hurga entre lo que la mantuvo cautiva, encuentra junto a los sellos los tickets, los guarda y camina perpleja rumbo a una casona; una mujer con cálida sonrisa llega a su encuentro y la resguarda en una habitación con otros niños, son huérfanos de guerra. Ximai está desconsolada, acomoda sus recuerdos y trata de asimilar que sus hermanos no están. Pasan los días, su estancia es tranquila, sustrae de entre las páginas de su nuevo libro de cuentos los tickets atesorados, las lágrimas corren por sus mejillas, su salvadora se aproxima, la consuela y la toma de la mano encaminándola en dirección al jardín; juntas incineran cual cuerpos inertes los tickets e introducen sus cenizas en un frasquito, Ximai sepulta el objeto de su dolor bajo la sombra de un espléndido roble, honrando así la memoria de sus hermanos.
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Frontera
Frontera
Víctor H. Orduña “Shamir”
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Frontera
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Fugitivos Valeria Mendoza Tapachula, Chiapas
Fugitivos
Yo estaba en el parque de los mariachis, ubicado en la 7ma avenida norte, punto específico del Soconusco al que identifican vagamente como “frontera sur”. La tarima siempre me ha gustado (por cuestiones analíticas), desde ahí se capta un ángulo que puede dividirse en dos, de modo que el hombre voluptuoso del violín sentado en medio, casi a orilla de calle, funciona cual brecha. A un extremo, un séquito de niñas practicando bailes folclóricos, al otro, dos muchachos de tez morena, estatura mediana, ropa hecha jirones; transmitían premura, quise acercarme a preguntar (contra el protocolo familiar de alejarse de cualquier individuo que luciera fuereño), pero ambos se aproximaron. Fingí esperar a alguien para no parecer chismosa. 22
―Espérate, Chepe, esa es la canción de mi madrecita. ―Nos van a caer, no traemos los papeles y si nos cachan… yo no regreso a donde no somos nada. ―¿No le tenés respeto a la tuya, balín? ―Lo que tengo es miedo de nuestra tierra, paisa. Acuérdate de lo que nos hicieron allá, el maje nomás no quiso pagarnos. Un día nos la cobraremos, ahorita vamos a Gringolandia a como dé lugar. Siguieron corriendo, pasados 15 o 20 minutos volví a casa, parecía que mi mente ya podía asimilar otra forma de venganza: la de reclamar un sitio en el mundo. Octavio Gil Códoba, Veracuz
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Al filo de mi frontera Maricruz Huerta Vega Ciudad de México
Me gusta estar ahí, al filo de mi frontera para correr a uno u otro lado por si fuera el caso. Fui una niña triste e ilusionada, prisionera del tiempo y del espacio, ese tiempo que me lanzó al otro lado, el del abandono, la incertidumbre y el miedo. Miedo que adelgaza la piel hasta exhibirte en huesos. Miedo a qué sería de mí sin ella. Mi madre venía en camino, camino que la muerte ronda, ese día ella le trenzó el pelo y le cantó al oído; la melodía era dulce y envolvente, tan suave que logró su cometido, la durmió entre sus fríos brazos y cruzaron de noche la frontera. La frontera donde los muertos miran y esperan, pero los vivos viven y lloran y extrañan y ruegan por un día, una hora, un minuto más para dar un beso y decir adiós. Me gusta estar ahí, al filo de mi frontera y saber que está allá y yo aquí queriéndome ir con ella, porque bien sé que me espera agazapada en las sombras, extendiendo su pálido brazo tratando de tocarme o jalarme entera. Sé que me quiere igual o más que antes, yo la quiero mucho más que antes, no con el tierno amor de niña de nueve años sino de niña crecida que se siente a la vez tan viva y enterrada cada día. Sin saber encaminar mis pasos. Cuando estoy tranquila me vuelvo atrás y trato de encontrarle sentido a mi existencia en este mundo tan frío, tan mezquino, tan voraz. Queriendo amar la rosa y no la espina; buscando regresar en sueños el pasado para tenerla otra vez aquí conmigo. Me gusta sentirla así a mi lado, escuchar que me canta y que me mima, que preparan para mí, sus blancas manos, el alimento que con amor me brinda. Mas la brisa de la muerte me despierta y nuevamente me invade la tristeza. Me encamino entonces al lugar favorito de mi espera, me gusta estar ahí, al filo de mi frontera, donde como ángel enamorado la muerte me desea. 25
Gena Peralta
Migración en la granja Mario Gamboa Araya San José, Costa Rica 26
Migración en la granja
—Ningún animal volverá a cruzar como un coyote la cerca. Los cerdos mandaron construir un muro. 27
Ana Pobo Castañer Teruel, España 28
El muro Uriel Velázquez Bañuelos Guadalajara, Jalisco, México
Hay un muro sobre la arena. La arena contiene el calor del sol en cada grano. El muro, tan alto como las nubes y tan largo como la vista lo permita, guarda el frío de la noche en cada ladrillo de mármol y barro. Un hombre, a quien la luz ya no se atreve a pasar por sus ojos, aún acaricia el muro con sus dedos; incluso, cuando cayó por fatiga no se atrevió a despegarse. A cada paso arrastra las arenas; se podría decir que hay más ronchas y quemaduras que uñas y carne en aquel pie. Su cuerpo sacrificó su cuello para que la cabeza pudiera ocultarse en la joroba; lejos de los rayos del sol que atacan sin descanso. El hombre no es viejo de edad. Aquellos dedos delgados se siguen moviendo por las paredes del muro, mientras que la lengua sale y entra de la boca; salpicando de saliva los labios; refrescando un recuerdo que la memoria ha olvidado. Los dedos cruzan por una línea horizontal. El hombre se detiene y con la palma de su manos y la punta de sus dedos sigue el rastro del tallado en el muro. Su mente imagina una figura rectangular del mismo alto y ancho que el de su propio cuerpo. Las manos se encuentran con una perrilla y cruza por el umbral. El hombre, del otro lado del muro, siente la suave brisa en su cara. Camina en línea recta creyendo que sigue el canto de las aves. El hombre se detiene por primera vez y al cabo de unos segundos, en esa calma, en ese lugar, las olas de mar bañan sus pies. 29
Discurso inmoral Mario Gamboa Araya
Discurso inmoral
San JosĂŠ, Costa Rica
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No me importa si ahora la cosa es al revĂŠs, se cruzan fronteras y se abren las piernas.
Discurso inmoral
Gena Peralta
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Las fronteras de un encefalograma Manuel Mörbius Ciudad de México
Las fronteras de un encefalograma
Encuentro como única forma de resistencia al recuerdo de haber vivido con esperanza, aunque estuviera en el suelo, aunque pasara hambre, aunque pareciera que no iba a lograrlo. Por eso estoy aquí, intentando cruzar de nuevo. Algo que se mueve entre sombras. Mi reloj muere todas las noches y no tengo noción del tiempo. Desde entonces el único sonido familiar es el de la tierra y el viento que mueve la tiniebla que envuelve el desierto oscuro. ¿Dónde estamos? Me pregunto para engañarme a mí misma. Cierro los ojos y anhelo simplemente despertar. Un aullido se hace acompañar por el sonido de pisadas que no tocan el suelo. ¡Dios, no permitas que sea verdad, no! Allí están de nuevo los ladridos y me llenan la médula espinal con extrañas punzadas. Los perros se acercan. Tengo que levantarme. ¡Funcionen, malditas piernas! Esto es lo que debió haber sentido papá 32
Yolanda Isabel Vega Nicolás Romero, Estado de México
cuando se quedó tirado en el suelo intentando ayudarme, después de los disparos de la migra. Ahora estoy en el borde del muro donde escuchamos los murmullos de seres antiguos cruzando el límite de la oscuridad. Algunas sombras corren a mi lado. Un anciano con su nieta enferma esperando que alguien les dé la bendición para intentar cruzar; una mujer que busca regresar a su casa, antes de que el marido se entere que el amor también puede migrar. Desde donde estoy, miro muchos niños correr detrás de una manzana que cae al suelo, con la esperanza de que su paladar hecho cenizas pueda volver a probar algo dulce. Del mal camino de cada uno no hay explicaciones y sin excepción paseamos de la mano con la muerte. Así es como fui perdiéndome en esta celda que siempre huele a orines y que por las noches está llena de sombras. Se la pasan buscándome con la luz apagada dentro del mundo. El pequeño universo que he construido en esta pequeña celda
atrofiada donde casi siempre puedo escuchar, a lo lejos, al animal aullando en el fondo, siempre en el fondo, con la espera intoxicándome el alma. Es duro esperar, es duro perder el sabor de la vida que deja el encierro de los pensamientos dentro del cuerpo. Deseo dormir para que me coman en sueños los demonios. Mi expediente indica que mis facultades existenciales son menos que un fantasma. Luego desaparece la luz. El techo es el mismo: mi papá me observa y extiende la mano sin que podamos tocarnos. Muy pronto estaremos juntos del otro lado y él me contará sus historias. Ya sé a dónde quiero cruzar, a un mejor lugar, a una esperanza fría. Por rutina, los doctores a diario me pasan su lamparita por los ojos sin que se dilaten mis pupilas. Los encefalogramas no me representan. Habito silenciosamente la frontera entre la vida y la muerte, pero para mí sería mejor estar muerta. 33
Octavio Gil Cรณrdoba, Veracruz 34
Los molinos rojos
Los molinos rojos Dann Castillo Guadalajara, México
Había escuchado hablar de los refugiados sirios, pero nunca había tenido la oportunidad de conocer a uno. Al menos hasta esa noche. Ali había llegado a Suecia al inicio del año. En ese entonces, no hablaba ni una sola palabra de inglés, pero para cuando Sophie, mi jefa, me lo presentó unos meses después, había aprendido lo suficiente para contarme algo de su historia. Todos los empleados del hostal nos encontrábamos reunidos alrededor de una fogata, asando arenques suecos y bebiendo cerveza. Todos excepto Ali, por supuesto. Por aquellos días, era temporada de Ramadán y el sol no se había puesto aún, así que él se limitaba a contemplar nuestra improvisada cena con ojos curiosos. “¿Seguro que no quieres una probadita?”, preguntó Anna, la recepcionista polaca, pero él declinó la oferta. Anna se encogió de hombros. “Yo nunca podría pasar tanto tiempo sin comer”, dijo torciendo el gesto. Por 35
Los molinos rojos
un momento, temí que Ali fuera a ofenderse por sus palabras, pero simplemente sonrió. “No comer sabe como a estar en casa”, respondió. La noche era fría. La brisa marina hacía girar los molinos rojos que rodeaban el pueblo e incluso podíamos vislumbrar un par de tejones y un ciervo merodeando al linde del bosque. Nunca había estado en Siria, pero no podía imaginar un lugar más diferente a él que Öland. Le pregunté a Ali si aún recordaba a su país. Me dijo que sí. Lo difícil era olvidar. Sus brazos aún cargaban las cicatrices que la policía le había causado durante su último encuentro, justo antes de que hubiera sido forzado a abandonar a su familia y a buscar asilo en el otro lado del mundo. Aún si ambos hubiéramos hablado el mismo idioma no creo que hubiera encontrado las palabras correctas para confortarle, así que hice lo único que se me ocurrió en ese momento y levanté la manga de mi suéter para mostrarle una cicatriz que tenía en la muñeca. Me la había hecho mientras cocinaba galletas con mi madre, una noche antes de despedirme de ella y subir en un vuelo sin retorno
Omar Moreno Bogotá 36
Jhon Felipe Benavides Narváez
Los molinos rojos
Colombia
hacia Europa. Nuestras historias eran sumamente distintas, por supuesto, pero el sentimiento era el mismo: yo también extrañaba mi hogar. La noche finalmente cayó mientras permanecíamos sentados en silencio, apartados de la animada multitud del hostal. Después de un tiempo, me levanté y le traje un plato de pescado con verduras, el cual comenzó a comer lentamente. No dijimos mucho durante el resto de la noche, pero las palabras no fueron realmente necesarias. Ninguno de nosotros era un hablante nativo del inglés o del sueco, pero supongo que, a veces, la nostalgia es un idioma universal.
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Luis Pedraza Atapaneo, Michoacรกn
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Los caminantes Frank Herrera Reyes Costa Rica
Con apenas una mudada para el corazón salen los caminantes huyendo del hoy, huyen hacia Tunja donde murieron cinco, hacia el hielo de Pamplona donde ya murieron tres, no les importa nada porque también huyen de la muerte. Los verás guardando las ganas de sudar para cuando puedan encontrar algo de agua, y también guardan las ganas de llorar. Verás su única mudada del corazón haciéndose jirones con el frío y la niebla, esa maldita niebla de Santander que no para que no para que no para nunca que no parará esa maldita niebla helada de Santander, que hace pedazos la ropa, la piel y la mudadita del corazón. Y allí van, hormiguitas cargando sus hojas secas de tristeza, con las patitas cansadas, agarrotadas, sin mirar atrás, sin mirar arriba, es decir, sin mirar a donde ya han mirado antes, porque allí no hay respuestas. Hoy morirá uno más, y los caminantes siguen, no hay tiempo más que para seguir, y eso que no les han dicho que allá tampoco hay agua para ellos, ni pan o techo no hay mudaditas para el corazón no hay familias allá, no hay hojitas verdes, ni respuestas ni nada. Hoy morirá uno más, y la maldita niebla no para ni el tiempo ni los caminantes paran. 39
Inocencia fronteriza:
Enlace del Mictlán
Enlace del Mictlán
Relatos indocumentados
“Mi tío ha pasado el río para poder llevar dinero a su casa”, “Hace 19 años mi mamá se fue al otro lado”, “Mi papá cruzó la frontera caminando”, “Mi familia todos los años va y viene en avión”. En toda familia hay un integrante que decidió buscar mejorar su vida, migrando con un sueño que no siempre se cumple, esta travesía siempre se ve envuelta en momentos peligrosos y hasta en ocasiones trágicos, a pesar de todo, cada año miles de personas migran de sus lugares de origen con la meta de sacar adelante a una familia, comprar o construir una casa que pase a la siguiente generación; miles y miles de sueños que caminan bajo el sol ardiente, el frío de la noche y la soledad de un hogar que los espera de regreso. 40
Enlace del Mictlán
Relatos indocumentados fue escrito e ilustrado por jóvenes de Atapaneo, Michoacán, un lugar donde la migración es una práctica constante; los profesores de Español y Lectura: Rosario Natalí Robles Cira y Luis Pablo Pedraza Piñón, quienes también son Promotores Culturales, decidieron visibilizar una problemática que surge en muchos países a raíz de la violencia, las desigualdades y las pocas oportunidades de su región. Actualmente llevan a cabo en la Secundaria Técnica 114, varios proyectos enfocados en procesos editoriales y la promoción de materiales de lectura, con ello buscan mejorar la calidad educativa, así como el rescate y difusión de las tradiciones michoacanas. Los relatos indocumentados son breves historias que no necesitan gran explicación porque la mayoría sabemos o tenemos algún familiar que ha cruzado una frontera para buscar un sueño. Son breves historias que van directo a los lazos familiares y a los recuerdos.
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Relatos indocumentados Coordinadores: Rosario Natalí Robles Cira Luis Pablo Pedraza Piñón Año: 2020 PACMyC, Secretaría de Cultura, Unidad Regional Michoacán, Dirección General de Culturas Populares y Secretaría de Cultura de Michoacán.
Relatos indocumentados 42
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