El muñequito de trapo

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de trapo El muñequito

EL MUÑEQUITO DE TRAPO Michael Ende

Érase una vez un muñequito de trapo hecho de retazos coloridos cosidos entre sí.

Era de un niño y con él le iba muy bien. El muñequito de trapo siempre estaba alegre.

Lo único que en esta vida se tomaba realmente en serio era su oficio.

¿Y cuál era su oficio?

¡Divertir!

¿A quién?

¡Pues al niño!

Un día el niño vio en un escaparate muñecos mucho más bonitos y mucho más grandes; muñecos de ésos con los que se puede hacer un desfile y que tocan la trompeta. Allí había

además pequeños robots que iban tambaleándose de un lado para otro, y elegantes muñecas que hablaban solas y

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tenían pelo de verdad, y coches y aviones…

Y, de pronto, al niño dejó de gustarle su muñequito de trapo. ¡Le parecía que los otros juguetes eran mucho más bonitos y podían hacerlo todo mucho mejor!

¿Y qué es lo que podían hacer los otros mejor?

¡Divertir!

¿A quién?

¡Pues al niño!

El muñequito de trapo se esforzó al máximo e hizo todo lo posible por animar de nuevo al niño.

Pero el niño ni siquiera lo miraba; se le veía descontento y de mal humor. Más aún, un día cogió al muñequito de trapo y, sin más, lo tiró por la ventana.

¡Ahora sí que el pobre muñequito de trapo

h a b í a p e r d i d o d e fi n i t iva m e n t e s u oportunidad!

Había perdido definitivamente su

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oportunidad ¿de qué?

¡Divertir!

¿A quién?

¡Pues al niño!

Estando el muñequito de trapo allí, tirado en la calle, pasó una mamá perra, lo olisqueó y se lo llevó en la boca. La perra tenía siete cachorros en casa y se lo llevaba para que jugaran con él.

El muñequito de trapo no se podía resistir, aunque de ninguna manera quería ir a parar con esos cachorros.

¿Y qué es lo que quería entonces?

¡Divertir!

¿A quién?

¡Pues al niño!

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Los cachorros jugaron con el muñequito de trapo como suelen jugar todos los cachorros de perro: lo mordisqueaban con sus afilados dientecillos y lo sacudía, no le dejaban pegar ojo y lo desgarraban por un lado y por el otro tirando cada uno de un extremo. Al muñequito de trapo le entró tantísimo miedo que hasta se le olvidó por completo para qué estaba realmente en este mundo.

¿Y para qué estaba en este mundo?

¡Para divertir!

¿A quién?

¡Pues al niño!

Cuando el dueño de todos aquellos perros vio el muñequito de trapo, exclamó:

–¡Qué andrajo tan repugnante! ¡Fuera con él!

Y, cogiéndolo con la punta de los dedos, lo tiró al cubo de la basura, entre la ceniza y las latas de conserva.

Allí estaba ahora el muñequito de trapo, tan sucio y miserable que ya nadie hubiera

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podido darse cuenta de para qué había servido antes.

¿Y para qué había servido antes?

¡Para divertir!

¿A quién?

¡Pues al niño!

Al día siguiente pasó por allí un trapero buscando trapos y papel en los cubos de la basura. Cuando vio al muñequito de trapo, lo sacó y lo echó a su carro.

No lo hizo en absoluto con mala intención.

Era un hombre pobre y tenía que ganarse la vida recogiendo y vendiendo aquellas cosas, que luego eran trituradas en la gran fábrica de papel para hacer fino papel blanco. Si le hubiera preguntado al muñequito de trapo si le gustaba que fueran a triturarlo y a convertirlo en fin papel blanco, él segurísimo que hubiera dicho: ¡No, yo quiero otra cosa!

¿Y qué otra cosa quería?

¡Divertir!

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¿A quién?

¡Pues al niño!

Entretanto, en su casa, el chiquillo era desgraciado y lloraba porque deseaba recuperar a su muñequito de trapo. Ya no querría para nada ningún otro muñeco más grande y más bonito que tocara la trompeta, ni ningún robot que se tambaleara de un lado para otro, ni ninguna muñeca que hablara sola y tuviera pelo de verdad. Ninguno de ellos podía hacer lo que tan bien había podido hacer el muñequito de trapo.

¿Y qué era lo que no podían hacer?

¡Divertir!

¿A quién? ¡Pues al niño!

De camino hacia la gran

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fábrica de papel, el trapero pasó por la casa en la que vivía la abuela del chiquillo.

–¿Tiene algún trapo que pueda darme? –preguntó

–Sí, tengo un saco lleno incluso. Pero, a cambio, quiero que me dé ese muñequito de trapo –dijo la abuela, que lo había reconocido enseguida al estar encima del todo.

El trapero accedió al trato y se lo dio.

–Y ahora –le dijo la abuela al muñequito de trapo– te vamos a recomponer ¿Y para qué quería recomponerlo?

¡Para que divirtiera!

¿A quién?

¡Pues al niño!

La abuela lavó el muñequito hasta que todos sus trapos de color volvieron a relucir alegremente. Y lo que se le había roto se lo cosió, y al final quedó mucho más bonito incluso que antes.

–Muy bien –dijo satisfecha la abuela–; y

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ahora te tengo que enviar, pues te necesitan urgentemente.

¿Y para qué lo necesitaban urgentemente? ¡Para divertirse!

¿Quién? ¡Pues el niño!

Y un día el cartero trajo un gigantesco paquete en el que ponía como destinatario: Para el niño. Y como remitente: La abuela. El niño estaba intrigadísimo, pues no lograba imaginarse que podía haber en un paquete tan grande.

¿Y qué es lo que podría haber en el paquete? ¡Algo para divertir!

¿A quién? ¡Pues al niño!

Y cuando el niño abrió la gran caja, se encontró con una segunda caja. Y cuando abrió ésta apareció una tercera. Y de la tercera caja el chiquillo sacó una cuarta. Y dentro de ella había y una quinta caja. Y dentro de ésta,

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a su vez, había una sexta. Y dentro de la sexta caja el chiquillo encontró, finalmente, una séptima, que era la más pequeña de todas. Toda la habitación estaba ya llena de cajas.

¿Y qué es lo que había dentro de la séptima y más pequeña de las cajas? ¡El muñequito de trapo! Estaba como nuevo, y en seguida demostró lo que sabía hacer.

¿Y qué era lo que sabía hacer tan bien? ¡Divertir!

¿A quién? ¡Pues al niño!

¿Y qué hizo entonces el niño?

¡ R e í r s e c o n e l muñequito!

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