LA VIUDA

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LA VIUDA Leyenda tradicional ecuatoriana

Entre Rocafuerte y Junín, dos calles muy transitadas del Guayaquil antiguo, había u n a c a n t i n a c o n c u r r i d a p o r l o s trasnochadores de la ciudad. De este lugar salió un hombre llamado Aquiles Avilés, quien tenía fama de conquistador. Su vida se resumía en tres palabras: mujeres, amigos y parranda. Medio borracho, se le ocurrió ir a buscar una mujer. Eran altas horas de la noche, no había acabado de ocurrírsele la idea cuando vio que alguien venía por el frente de la acera. La luz de la luna le mostró una mujer. Ella llevaba vestido largo de color negro, una mantilla oscura que le cubría la cabeza y parte del rostro. Era una mujer despampanante, que venía sola entre la penumbra de la calle,

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vestida como si llevara luto. Él se cruzó con ella y su estela de perfume penetrante que flotaba en el ambiente, hizo que Aquiles diera media vuelta y la siguiera. La mujer caminaba con una rapidez sobrenatural. Aquiles apresuraba el paso, pero por más esfuerzos que h a c í a , n o l o g r a b a alcanzarla; ella seguía avanzando por la calle J u n í n y p a r e c í a conducirlo a un sitio oscuro y apartado. E m o c i o n a d o , cautivado por ese perfume, Aquiles empezó a decirle todos los piropos que se sabía. Ella volteó un momento, le lanzó una mirada

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provocativa y siguió adelante. Aquiles se emocionó aún más, tradujo las expresiones de la dama y según él, la mujer se encaminaba a un lugar donde no pudieran verlos nadie. Allí se detendría, se voltearía y se lanzaría en sus brazos. Ocurrió así. Unas cuadras antes del muelle municipal, que en aquellos tiempos era un lugar poco transitado, la mujer se detuvo, puso los brazos en la cintura y se apoyó contra el muro.

Aquiles supo que ella lo esperaba. Se acercó reteniendo el aliento, sin poder contenerse. Con un movimiento audaz colocó sus manos sobre las manos de ella y las apretó. La mujer lanzó una exhalación mientras él, mirándole la mantilla, le preguntó quién era y por qué escondía su rostro.

Aquiles se acercó aún más y le quitó la mantilla. Se quedó atónito al ver lo que tenía al frente: un rostro perfecto, una piel

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delicada, unos labios que incitaban a besarlos.

–¿Qué quiere de mí? –preguntó ella con un susurro.

–¡Solo un beso! –dijo Aquiles.

–Si usted quiere, señor –respondió la dama.

El no pudo contenerse más, cerró los ojos y se acercó a besarla, con desesperación, mas al instante de rozar sus labios experimentó una sensación nauseabunda, una repugnancia acompañada de arcadas incontrolables, como si hubiese algo podrido. Abrió los ojos e intentó apartarse con repulsión. De un momento a otro la mujer había mutado.

En lugar del hermoso rostro tenía ante sí una calavera que trataba de besarlo con l a s m a n d í b u l a s

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d e s c a r n a d a s . E l espectro lo aprisionó c o n s u s b r a z o s huesudos y Aquiles, s o b r e c o g i d o d e horror, se fijó en que e r a u n e s q u e l e t o macabro que ardía entre la oscuridad. Una voz cavernosa preguntó: ¿Ya no qu iere besarme, señor? Enloquecido, Aquiles logró soltarse del espectro y se echó a correr espantado, gritando por las calles, llegó a su casa más muerto que vivo. Tenía en la piel una lividez cadavérica, los ojos le saltaban de las órbitas y vomitaba sin tregua. Los familiares se levantaron alarmados por los gritos. Como un demente, Aquiles repetía que la calavera, un espectro con vestido negro lo perseguía. La madre, que alguna vez había escuchado

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aquella historia, se santiguó con devoción y le dio de beber un bocado de agua bendita. –Hijo mío fue la viuda que venía a llevarte. –Le dijo su madre. La gente cuenta la historia de una joven, bella y ambiciosa, que se casó con un hacendado millonario de edad avanzada y quien a los pocos meses contrajo una extraña enfermedad que fue secándolo hasta provocarle la muerte. Ella heredó las posesiones. Se volvió a casar por segunda vez con un comerciante igual de rico que el primero, quien murió también luego de irse secando. Tuvo un tercer matrimonio y el esposo falleció como los anteriores, entonces se la conoció como la viuda. Nunca se llegó a saber por qué fallecieron los esposos. Pero hay quienes afirman que, en las noches, ella les sacaba los pies de la cama; se dice que, al dormir así, el alma se escapa por los pies y el cuerpo se va secando.

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Tampoco se sabe qué pasó con ella, pero cuenta la gente que cuando murió, por su ambición desmedida, fue condenada a penar por la ciudad, a atraer y a espantar a los hombres que se comportan como ella lo hacía en vida.
Aquiles Avilés fue la víctima de aquella noche.

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