MARIANGULA


Vvía en Latacunga una muchacha de nombre Mariangula. Era la mayor de tres hijos y por su carácter recio y mandón como de patrón, sus labores de la casa se limitaban a impartir órdenes a sus hermanos. Le gustaba trepar árboles o jugar con los chicos del vecindario. No se llevaba con muchachas y nunca ponía un pie en la cocina. Era lo que la gente llama una carishina. Además, pasaba la mayor parte del día sola y a su antojo. Sus progenitores trabajaban duro. La madre vendía tripas con puzún en un puesto del mercado del Salto y el padre arreglaba zapatos en un pequeño taller ubicado por el mismo sector. En una ocasión, antes de salir a las ventas en el mencionado mercado, la madre encargó a
Mariangula que fuera al camal a comprar las tripas y el puzún para el próximo día. Como a Mariangula le encantaba andar en la calle, la mujer no debió repetir dos veces la orden. Su hija guardó el dinero y salió de inmediato, loca de alegría, a cumplir con el mandado. Mariangula encontró en una esquina a varios amigos entretenidos en la plancha y, sin pensarlo, se metió a jugar con el dinero de su madre. Perdió las primeras partidas, pero confiada en recuperarse, continuó jugando. Cuando se dio cuenta, no le quedaba ni un centavo, preocupada se dirigió al camal a ver si las vendedoras, que la conocían, pues solía acompañar a su madre, le fiaban las tripas y el puzún. Se encaminó hacia allá. Tomó la calle Antonio Vela y llegó al sector de Miraflores, cerca del cementerio. Allí se topó con un cortejo fúnebre. Ni bien vio pasar el ataúd, le picó la curiosidad por saber quién era el fallecido y entró en el camposanto, mezclada
entre los acompañantes. A los cinco minutos sabía que estaban sepultando a una mujer. Sin embargo, no satisfecha su inquietud, se quedó hasta que metieron el féretro en un sepulcro, a ras del suelo, e instalaron una tapa y la revistieron con cemento en los filos. Cuando no había más que ver, salió del lugar. Al llegar al camal inventó la historia de que se le había caído el dinero, pero las vendedoras no le creyeron y mucho menos quisieron fiarle. Por el contrario, un carnicero se burló de ella: si quieres librarte de una buena paliza, será mejor que cabes una tumba y robes las tripas de un muerto. La muchacha tomó el camino de regreso, a n g u s t i a d a p o r e l castigo que le esperaba.
Volvió a pasar por el cementerio y, al acordarse de la difunta, se le ocurrió que las palabras del carnicero no eran del todo descabelladas. Se dirigió entonces a su casa. Una vez allí, tomó el cuchillo de zapatero de su padre y un martillo de punta, ocultó todo en una bolsa pequeña y se fue al campo santo. A las cinco, escuchó el silbato del panteonero alertando a algún visitante que era hora de salir; cinco minutos después las puertas del cementerio se cerraron. Mariangula abandonó su escondite y se encaminó a la tumba.
Conseguir lo que necesitaba no fue fácil, pero tampoco resultó tarea imposible. Valiéndose del martillo, removió el cemento fresco y desprendió la tapa del sepulcro. Extrajo el féretro, que estaba a ras del suelo, y se puso a cortar con el cuchillo. El tiempo transcurría. Concluida la tarea, guardó todo en la bolsa, volvió a meter el féretro y colocó
la tapa. Se apresuró a marcharse pues empezaba a oscurecer. Tampoco le costó mucho trabajo salir del cementerio; trepó por un árbol pegado a una tapia y saltó a la calle. Llegó a su casa pasadas las seis. Entró con temor de que su padre y su madre hubieran regresado y, al verla con las herramientas, empezaran hacer preguntas. Dio un respiro de alivio cuando no los halló, devolvió las cosas a su lugar, alejó a sus hermanos de la cocina y se puso a cortar las tripas, antes de que llegaran y notaran la forma extraña. Al regresar sus progenitores la encontraron atareada en las labores de la cocina. Les invadió una profunda satisfacción. Cansada d
temprano. Por lo general tenía el sueño pesado pero a
quella noche, más o menos a las doce, la despertaron los ladridos de los perros del vecindario, que parecían aullar espantados. La muchacha se tapó la cabeza con la almohada a fin de volver a conciliar el sueño; resultaba imposible dormir con esos aullidos, que cada vez se hacían más fuertes como si los perros ladraran a alguien que estaba cerca de su casa. Un tanto nerviosa, intentó despertar a un hermano pequeño que tenía en la cama de al lado, mas él dormía tan profundamente que ni siquiera se movió. Los perros aullaban cada vez más cerca, tan cerca que de pronto se oyeron unos pasos que caminaban por el patio de la casa. Asustada, llamó en voz baja a su padre, pero todo estaba oscuro y nadie de la familia, excepto ella, parecía escuchar los pasos. Oyó luego que la puerta de calle chirriaba mientras se abría y que alguien entraba. Mariangula se sentía sobrecogida de
terror y tenía los pelos de punta. Quería gritar con todas sus fuerzas, pero la voz no le salía. Hubo un silencio siniestro que heló su sangre… a continuación, escuchó una voz t e n e b r o s a q u e d e c í a : Marianguuuuuula...Mariangulaaaa, devuélveme las tripas y el puzún que te robaste de mi santa sepultura. Creyó morirse. Con desesperación, se tapó con las cobijas y se puso a rezar a fin de ahuyentar a aquel ser de ultratumba, que poco a poco se aproximaba a su cama. La muchacha sudaba frío y sintió que una mano empezó a halar las cobijas al tiempo que la voz insistía: Marianguuuula... Mariangulaaaaaa, devuélveme las tripas y el puzún que te robaste de mi santa sepultura.
De repente, las mantas volaron de la cama de un solo jalón. La muchacha, con el corazón a punto de reventársele, vio que la muerta, cercenada el estómago y los intestinos, la miraba con furia mientras repetía: Marianguuula..., Marianguuuuuula, devuélveme las tripasyelpuzúnqueterobastedemisantasepultura. Esas fueron las últimas palabras que escuchó antes de que el corazón se le paralizara de horror.
Al siguiente día los padres hallaron el cuerpo de su hija sin vida. Mostraba en el rostro una e x presión indescriptible de espanto. Además, tenía el vientre destrozado, alguien le había arrancado los intestinos y se l o s h a b í a l levado.