Carlos Sánchez - de efe. conversaciones / crónicas (2013)

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conversaciones / cr贸nicas



A José Antonio Sánchez, por regresarme la existencia Para Noé Alberto Sánchez, el Tin-Tan, mi carnal, por la infancia y los días que nos quedan para contarla


Un libro de a pie Uno: imagine que encuentra forma de fotografiar las grandes fracturas del sistema político mexicano, por los últimos seis años, especialmente en las movilizaciones sociales del 2006 y el 2012… ¿Ya? ¿Salió en una sola imagen? Procure hacerlo. Dos: vea detenidamente las posibles “nimiedades” y fíjese especialmente en todos los detalles que el tumulto suele ocultar; especialmente observe lo que la gente porta y es cuando no advierte ser observada por un gran ojo. ¿Ya? Ahora rastree a detenimiento sus rostros, sus pancartas, sus risas, consignas, miedos, indiferencias, melancolías, anhelos, trabajos, molestias y resquemores. Tres: disfrute ver cómo el paisaje urbano se disuelve en esas olas de gente. Observe la extraña mimesis piedrahombre, hombre-piedra, que la capital del país efectúa como si se tratara de un solo cuerpo, un solo hombre, una misma entidad. ¿Impresionante, no lo cree? ¿A quién encontró? ¿Se vio usted reflejado? Carlos Sánchez, escritor, cronista, cuentista y periodista sonorense ofrece en este libro una serie de retratos y relatos que tienen la esencia de hacerse uno solo. A decir verdad, asemeja una alegoría muy al estilo de Diego Rivera en su obra Sueño de una tarde dominical en la Alameda. En este mural-fotografía usted podrá observar una obra de arte donde el protagonista es el público moderno, la multitud adentrándose hacia un espacio urbano en el que va disolviéndose. Es además un experimento –en segunda edición, corregida y aumentada– que sintetiza la vida pública –chilanga y la de buena parte del país– metida en apuros y moviéndose como luciérnagas disparatadas hacia el sueño o la tragedia. Lo importante en todo caso, es que el resultado juega tanto con la pluralidad y lo múltiple, que el


coqueteo con lo heterogéneo puede convertirse en un espejo, especialmente para quien se atreva a recorrer sus páginas. Y es que su autor posee meritoriamente una poderosa cualidad para hacerse presente en los lenguajes cotidianos, esa capacidad camaleónica para extraer de las calles sus más soñadores y crueles sonidos. Talento que puede encontrarse en Tamaulipas en su cobertura al asesinato de un travestí, “Morir vestida”, 2012, conversando con los presos de una cárcel de Hermosillo y publicado a manera de libro en Matar (ed. Instituto Sonorense de Cultura 2011), encerrado en un idilio amoroso y fugaz también en otro de sus libros, Aves de paso (ed. La Cábula 2010), o bien en esos textos publicados en diferentes medios, hablando con una bailarina exótica de su frustrado encuentro con una banda defeña: “Café Tacvba: noche de concierto y una fábula de cenicienta”, (2012), cubriendo las marchas del #Yosoy132 en la capital, o el plantón en Reforma y el Zócalo del 2006, o en su dialogo con periodistas, escritores y toda la gente que usted imagine o no. Esto es lo que contiene este libro, con estas historias se encontrará al ir saltando de página en página. de efe. conversaciones - crónicas (primera edición de Spleen! Journal) es una obra que lo invita a adentrase en sus entrañas para ver y ser visto. Pero además es una excelente pieza que representa el trabajo que Carlos ha hecho durante dos décadas (genealogía que viene de su maestro Abigael Bohórquez, 1936-1995). Un libro de a pie que acompaña a los que comúnmente se salen del encuadre y donde encontrará algo así como a un flâneur baudeleariano muy a la mexicana. Raúl Linares Pd. Con esta edición además Carlos celebra 20 años en el periodismo, por lo que el libro puede servirse como una rebanada de pastel. Larga vida al ¡Mambo rock!


De la marcha al zócalo Es un río de pasos que desembocan en el Zócalo. A cada minuto que pasa, la corriente arrecia. Y más ríos nacen. La democracia en este día, más que demagogia, significa resistir, protestar, juzgar, sentenciar. La raza lo aprendió y ahora no hay funcionario que no sea vigilado por muchos de los que emitieron el sufragio. Los pasos retumban en el cuerpo, las voces se agolpan en las aceras, en las paredes, contra el pavimento. Las consignas se diversifican, el pueblo es creativo, empero las frases van hacia un mismo objetivo: forzar al sistema político para que la legalidad cobre fuero: contar voto por voto es la exigencia. Vámonos pa'l sur Tirar la rutina, acatar la consigna ideológica y treparse en el autobús. Y apoyar la causa de Andrés Manuel López Obrador, de los mexicanos que sí cruzaron sobre el amarillo de la boleta. Guadalupe Gamboa vive en Carbó, Sonora, su oficio temporal, junto a su marido y sus hijos, es vender pitahayas. Las cortan a media noche, cuando el calor disminuye, o para que no se anticipen los otros mercaderes de pitahayas. Las más recientes ganancias le dieron la posibilidad de viajar al Distrito Federal, 400 pesos le costó el viaje de ida y vuelta, con dos días de hospedaje: los del PRD pusieron el resto. Guadalupe es introvertida, platica despacio, su mirada es vestigio de resistencia, y con frases cortas dice que ella va al Zócalo para “apoyar al que ganó”. Cuando Guadalupe desciende del camión su rostro expresa una mueca de reposo, 32 horas de camino 11


le clavaron un dolor en la cabeza, y a su hija un dolor en la espalda y las piernas. Mañana llegará el momento esperado, cumplir el sueño de tocar las manos de Andrés Manuel, “porque él es el único que nos puede ayudar”. Allá van, las horas se fueron rápido, Guadalupe y su hija están puestas para unirse a la marcha, la madre con camiseta amarilla, la hija con una bandera cuyo sol azteca está impreso y le hace suyo el movimiento, el reclamo, la manifestación de los muchos que creen en el Peje. Ya vamos llegando Paseo de la Reforma es una arteria por la cual desfila el contingente. En los ojos del reportero vive un niño más que asustado, sorprendido. Perseguir la objetividad es un afán que en ese instante se convierte en falacia: ¿cómo encontrar equilibrio para el contenido de la crónica si a los disidentes de Andrés Manuel parecería que se los tragó la ciudad? Preguntar a los manifestantes es ocioso, porque la respuesta es una oración repetida por todos. Si la pregunta a don Ildefonso, sexagenario que ha venido desde Chiapas, es sobre el motivo de su presencia en el DF, la respuesta coincidirá con la de don Javier que viene desde Guanajuato: “porque es el único que puede sacar adelante el país”, aunque este, fastidiado, agregará. “si no nos dejan cruzar hacia la otra acera, esto le va a afectar a López Obrador”. Y el argumento de Carlos Torales, joven militante del PRD, será que “ya se acerca el momento de ver pasar a Andrés Manuel, que son indicaciones de no dejar pasar a nadie”. En el restaurante, en la cafetería, en el puesto de tacos sobre la cera, en la tienda de revistas, en la calle y en todas las voces, el grito se unifica. ¿Qué criticar, qué señalar, cómo construir un texto con visiones diversas? El miedo a la parcialidad es constante. Los ojos continúan siendo de niño sorprendido. 12


A cada minuto que pasa el río crece, las voces entran por los oídos, recorren el cuerpo, retumba en el pecho. Escudriñar las actitudes, cuestionar el impedimento de acceso a la prensa hacia un lugar donde el disparo de la cámara atrape al Peje en su recorrido, entender el argumento, solidarizarse con los organizadores, observar a los policías con su actitud generosa, informando, guiando. Dónde están los yerros -para escribirlos y convencer al lector que nada tiene que ver la fobia contra los yunquistas, los persignados neoliberales- en la construcción de la crónica. Diluvio ¿Pueden caer las almas como chubasco? Buscar cómo describir lo que se ha visto, es inevitable. Algunos medios hablarán de cifras, de caos, de manipulación. Los ojos de niño sorprendido no pueden más que seguir viendo la fiesta, la emoción, la oportunidad del joven que ayuda a su padre a vender refrescos aprovechando la manifestación. Nace un río también del empleo que se improvisa. Aprovechar el humor, la disposición de autoridades, y quienes hacen su lucha gritan con júbilo su oferta. “A dos pesos la congelada de yogurt: primero los pobres”. Y el corear de la multitud es el fondo de la frase que insiste en la venta de congeladas: “voto por voto, casilla por casilla”. En esta segunda marcha no falta un solo producto en venta. Tal vez si el ciudadano desea un platillo exótico, lo encuentre por ahí en una de las aceras. Tal vez si algún hambreado apologista de López Obrador, indague por esos puestos improvisados, encuentre en el sartén, (también en una hornilla improvisada) un pejelagarto que se retuerza en el aceite. En su punto.

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Un organillero hace sonar una rola de Pedro Infante. Y suena en medio de la avenida Juárez, frente a la alameda. Pasaste a mi lado / con gran indiferencia... es la frase musical que escucha un grupo de indígenas que se comunican en dialecto. En sus miradas no hay indiferencia, penetran en la ciudad, como si quisieran llevarse tatuado en sus pupilas cada uno de los detalles de ese domingo que se sabrá tiempo después, vivirá en la historia de México. Los indígenas sonríen, llevan en sus mantas impresas las consignas que ellos también corean. “Obrador, aguanta, el pueblo se levanta”. Llueve la creación. Artistas plásticos, escritores, actores, se suman a las peticiones de los que sí votaron amarillo. Sobre la avenida Juárez el trazo está puesto sobre las mamparas metálicas. Hay por ahí un Helguera que ridiculiza el nombre de Felipe Calderón. En otros trazos cae la firma de Manuel Felguerez, Gilberto Aceves, Liliana Felipe, (acotación obligada): esta dama escribe: Felipe: presidente o monaguillo, Obrador o Feli-pillo”. Daniel Jiménez Cacho, crea: “...y resurgir como el fénix, desde el fuego de la razón (no desde las cenizas)”. Nina Menocal consigna: “Basta que nos odien, queremos la verdad”. “Impugnar es legal, nadie se debe de asustar”, es la rúbrica de Alberto Castro Leñero la que descansa bajo la anterior frase. El arte está presente, la trayectoria avala a estas personalidades. Si bien es cierto que el de los ojos de niño impresionado cree en el arte, también se pregunta: ¿estos artistas convierten en calidad el panfleto? Llegar Una hora, dos, tres, media hora más. El doler de las corvas, como expresa la doñita que abre su sombrilla para detener el sol, no es motivo para desistir. 14


Por la calle 5 de mayo la raza espera. Andrés Manuel estará allí, de pasadita. Antes tendrá que recorrer cinco kilómetros, desde el Museo de Antropología e Historia y hasta el Zócalo. La multitud aguarda. El grito es evidencia de la euforia, la acción es asistir, y no hay tiempo para la reflexión ni la polémica, ni para el análisis, gritar, gritar, gritar. Es Andrés Manuel más que el caudillo que los presentes necesitan. La multitud está hecha de raza, de personas sin smoking, de piel morena, de güeros cuyas manos cultivan callos. La sombrilla se cierra, para ver mejor es el motivo, los organizadores se agitan, el Peje está por llegar, la sonrisa se generaliza, la gente grita, todos quieren tocar a Obrador, pero sólo unos cuantos lo logran. El calor resbala por la frente, se le ve en el rostro la alegría, Andrés Manuel sólo alcanza a levantar la mano, y saludar. El desfile es hacia el Zócalo, donde ya la intelectualidad, en la humanidad de Elena Poniatowska explota también como diluvio en las palabras. Y cuestiona. Y anima. Los pasos son un río que se estanca. El agua que son los cuerpos se detiene. Dejar correr el grito con pasión es el recurso de apoyo. Andrés Manuel sigue caminando, para llegar al Zócalo, donde dará un discurso, que más tarde analizarán connotados periodistas que recibieron el reporte en sus oficinas. En la prensa se hablará de caos, y la especulación será punto toral del análisis. Mientras, el de los ojos de niño sorprendido continuará en la búsqueda de los yerros, para exponer con ecuanimidad la objetividad, la imparcialidad, que al parecer en esta marcha, se convirtieron en una falacia.

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Ciudad que amanece Despierta la ciudad un día después del río de pasos hacia el Zócalo. Los titulares de los medios minimizan la marcha, a excepción de La Jornada cuya cabeza en portada es “Más de dos millones en la asamblea”. Reforma (en fotografías aéreas) puso alfileres en la cabeza de los manifestantes para hacer un conteo exacto, y la cifra se redujo a 350 mil. Aparte de apoyar a la derecha, Reforma ahora hace brujería, encaja alfileres y desaparece a la raza. Despierta la ciudad y para Melquíades Agundez, que es chofer de taxi, la vida continúa. Él celebra el poder de convocatoria, enciende el Tsuru y a levantar clientes. Cuando el taxímetro se enciende, Melquíades aplasta el acelerador, suelta el pedal del clutch y da vuelta al botón de volumen del radio. La voz que emerge de la bocina es femenina y reseña la situación vial: “Paseo de la Reforma está bloqueado hasta Insurgentes, recomendamos evadir el sector para disminuir el conflicto”. Después del reporte, la voz de barón asalta los oídos de Melquíades, y de su cliente. “No es posible que las autoridades quieran servir sólo a quienes votaron por ellos, no es posible tanta impunidad. Vamos al corte, al regresar tendremos las cifras y datos de los desmanes que se vivieron ayer en la ciudad bajo pretexto de un fraude electoral. Regresamos”. Melquíades mete tercera, acelera y despotrica: “ese cabrón es panista, programa torcido, sintonicé esa estación nomás para enterarme de la circulación”. Melquíades apaga el radio. En lo sucesivo del trayecto, el chofer explota un cuento sobre la situación que vive el Distrito Federal. En la construcción de su oratoria hay señalamientos de manipulación de medios, por eso, dice, en el próximo puesto de revistas comprará su periódico: La Jornada. 16


Un par de calles antes de Paseo de la Reforma, Melquíades cobra y da la feria a su cliente. Antes de acelerar indica por dónde es más fácil llegar al Museo de Antropología e Historia. Paseo de la Reforma se observa casi interminable. Sobre el asfalto no están las caricias de las llantas, ni el sonido de motores, el tráfico vehicular tiene censura. En lugar de automóviles hay casas de campaña, algunas, o muchas, mantas o cartones donde se exhiben consignas. El discurso es contra la derecha y su resistencia al conteo de voto por voto. Para dejar atrás el lugar de la manifestación, habría que caminar calles y calles, kilómetros. Y eso bajo riesgo de no lograrlo. El de efe despierta y la información que provoca en los medios es el tema de ayer, de anteayer. Discusiones, análisis, conclusiones, vejaciones, en fin, toda una gama de emociones nacen en la voz de los periodistas. Mientras allá, la ciudad, despierta. Y despierta porque no sólo de Paseo de la Reforma vive México; porque no sólo de política, de información, de análisis, de conflictos que generan los intereses del poder. Hay un reboso que sirve para trasladar las bolsas de pan, y poner el puesto y elaborar las tortas, y ofertarlas al marchante. Es la vida y no se detiene. En el metro también como ayer, anteayer los corazones palpitan, y marcan la pauta en el desfile de la multitud. Llegar al trabajo, a la escuela, al punto de encuentro con lo sucesivo de la rutina. No es impedimento el encontronazo de ideas, las diferencias no podrán detener el cauce, los ciudadanos lo manifiestan el silencio, con su actitud. Desde el catorceavo piso de un edificio (que en realidad es el 13, pero en el de efe, por los temblores y las cábalas, ese número está negado) una secretaria, el jefe de oficina, el redactor, el vigilante, con su desempeño laboral dirán lo contrario a miles de personas cuya 17


opinión versa sobre la parálisis del país si los políticos no se ponen de acuerdo. Ayer como hoy la ciudad amanece y con su actitud muestra su fortaleza. Los medios se hace giras, defienden sus posturas, los intelectuales analizan, proponen: artistas que convencidos convocan al través del arte, a la reflexión. La ciudad amanece, y el Ángel de la Independencia sufre una cirugía, la parte posterior de Catedral también presta su cuerpo para la modificación y enaltecer su belleza. La ciudad está: vive y en silencio tolera la diversidad de corrientes ideológicas. El corazón del de efe late. Mientras, allá en Tele-Azteca-visa, que juntos son lo mismo, periodistas más que de prestigio, famosos, seguirán aumentando sus ingresos. Porque ellos como los políticos, nunca pierden, el rating les asegura una vida más cómoda. Mañana la ciudad amanecerá otra vez.

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...y el cuento continúa En el corazón del Zócalo se escribe un cuento. Y en un símil de dunas las casas de campañas albergan a muchos de sus personajes, aunque sean éstos, personajes de paso. Es un cuento de autoría colectiva. Y el personaje central también vive allí, custodiado por sus coordinadores: que nadie lo vea, que nadie lo toque, sólo cuando ellos lo dispongan. Y en el momento inevitable de la comunicación con sus aliados que son el pueblo. Mientras la construcción de la anécdota avanza, otras disciplinas artísticas se ofrecen a los transeúntes: malabaristas, dibujantes, cantantes, oradores que convencen; y caer el cliente. La oferta es cualquier tipo de trabajo de imprenta, comida, prendas, ropa, música, libros, y lo que el lector imagine. (Recomiendo cerrar los ojos y evocar cualquier objeto u alimento. Ahí está). Que al Zócalo lo han tomado por asalto, dicen los disidentes; empero el calificativo es lo de menos: allí están representantes de todos los estados del país, en apoyo al movimiento. Si el paso por el área de las carpas es accidental, inevitable será escuchar el grito de protesta. En torno al Zócalo hay diversidad minúsculas tiendas. Las que más atrapan son las de libros de viejo. En El laberinto, (librería de las utopías posibles) se cuentan cuentos. Y hay oídos prestos, porque la gente desea seguir imaginando, soñando, remando o naufragando, como los personajes del cuento que contó Francisco Patxi Ibarlucéa, coordinador de los martes de los cuenteros. En El laberinto no sobran metros de construcción, pero todo cabe: un forito en un segundo piso se visita todos los martes por esos juglares y esas personas que gustan de viajar al través de los oídos, los ojos. Si en Venezuela existe un tal Hugo Chávez, señor 19


que vocifera y maltrata al orquestador del futuro de los mexicanos, un tal Vicente Fox, también existe Nancy Machado, contadora de cuentos que luego de competir en diversos concursos de belleza, ha resuelto no volver más a la farándula de estética corporal y dedicarse al oficio de narrar. Desde Venezuela y para El Laberinto, Nancy ha llegado para contar. Les cuento lo que la contadora contó en su entrega Amor con amor se paga. O mejor será describir la mirada de los espectadores: de niños todos. Y la risa, el aplauso, la inmovilidad después de concluir la narración. Que nadie se movió, por eso una de las organizadoras remató con el cuento de la mariposa. Regreso: Nancy llevó a sus espectadores a la ciudad de Barquisimeto, donde nació. La vimos convertida en una rosa que desbarató la lluvia, la vimos bailando apasionada en un baile de disfraces, la vimos aconsejando a Manuela, la bella dama cuyo amante la traicionó, con su esposo. El amor existe, estribillo cantado por Nancy, y una que otra rola. Y el público golpear las palmas. Nancy tiene ese acento sabrosón de las venezolanas, y la destreza exacta para contar. Cuenta hasta con los ojos. Arriba la cuenta cuentos, y ante ella los espectadores complacidos por la narración; abajo, miles de cuentos impresos en los libros, afuera, donde también está la vida, el ruido del corazón que late en el DF Y muy cerca de allí, los manifestantes que se resisten a entregar lo único que les queda: la esperanza. Otra vez presentes en ese lugar de juglares, sólo la raza, el populacho, los del deseo de seguir imaginando, soñando, riendo. Los del otro cuento, el político, los disidentes de los hospedados en el Zócalo, desde el marca pasos de sus condominios, desde lejos donde ellos ven a los pobres, ven la ciudad, porque al fin y al cabo sin 20


moverse de sus asientos, estarán en los titulares de Teleazteca-visa. Frente a un cigarro, minutos después de contar, cantar, Nancy y su vestuario negro, el pelo hasta los hombros, la sonrisa perenne, confiesa (a pregunta expresa) que los dineros no son el móvil de contar. “La pasión, sí”. Y luego ya en esos pies donde inicia el curso de su tránsito hacia una cantina, a festejar, el cuerpo, la mente, la convicción, la experiencia de su país y el gobierno desde la izquierda, se convierte en la coincidencia con la causa de México, es Nancy una simpatizante más con la consigna de los mexicanos que aclaman legalidad de la elección. Dentro de la cantina, las botellas se estrellan. Y brindar. Desde unas cuantas cuadras de allí, el aíre acarrea el grito eufórico, con tono de resistencia, de convicción: voto por voto. En el seguir de la vida la luz del día se apaga. Y continuar el cuento.

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Zitarrosa en Tepito Son topos que caminan en rumbo inverso. Es la raza que asoma sus ojos para encontrarlo todo. Hay un pantalón de mezclilla de sesenta varos, “A sesenta varos”, insiste el chavo en su afán de vender. Lagunilla es la estación del metro: consuetudinario parto de multitudes. ¿Cómo enumerar las ofertas? Lagunilla es un mercado perenne. La prisa es un tic tac que sólo cesa en el instante de la tranza: vender, comprar. Y avanzar. A unos pasos la capacidad de tranza aumenta: Tepito es un monstruo que yergue su pecho y mira vigilante a los consumidores acelerados. Controlarlo todo es su posición, fiscalizar el bolsillo del visitante, acariciarlo, dejar que haga su voluntad, mas no dejarlo ir ileso. Compra porque compra. Vende porque vende. Es la ley del comercio: la habilidad para seguir respirando, comiendo, existiendo. Tepito es un Dios porque todo lo tiene. Y si acaso no existe lo que se busca, debe ser porque no es tan necesario. El mito de Tepito no es tan mito: la violencia sinónimo de resistencia es una realidad. Empero en el trazo del león que pintan, también hay margen de error para la pincelada. Que hay una tacha, cierto, una grapa de coca, un cien de mota, una píldora, incluso una porción para el jaipo, por su puesto. El elixir de la vida lo inventó el propio ser humano, y alguien tiene que proveer. Tepito ejerce su función. La vocación de servir no concluye en eso, a simple vista el marchante puede recrear la mirada con esa instalación estética de aparatos eléctricos: stereos, radios, grabadoras, audífonos, relojes despertadores. Es una escultura accidental.


Existe también el último grito de la moda en ropa, calzado. Y música. Entrar a Tepito es encontrarse con la magia del ritmo en los pasos de la raza, y los gritos que ofertan es un corear en la improvisación musical cotidiana, en la que los transeúntes no reparan, pero que está en sus oídos, en sus miradas. Leo la palabra música y el ritmo de las letras en mi cabeza evoca el nombre de Joaquín, personaje sui géneris que vive en un metro y medio de espacio, en una madriguera cuyas paredes son un bajeo eterno, un requinteo fugaz, un piano acompañado, o solo. Joaquín Padilla fue trailero por muchos años, y en los días de domar el volante, se preparaba para en un futuro trabajar haciendo únicamente lo que le gustaba. Y la música para él significa todo. Fletarse a vivir de lo que le apasiona fue inevitable. Y llegó a Tepito, como ayudante, después propietario de lo que ahora es Discos Vampiro. El privilegio se dispara cuando Joaquín decide vender discos, con el agregado de que serán sólo temas que le seducen. En el corazón de Tepito está la tienda, y caso excepcional, en su oferta no requiere del grito que convenza, los clientes llegan solos, porque ya saben dónde está lo que buscan. Joaquín es el Tío de todos, si a la hora del almuerzo se requiere caminar por los refrescos, las palmas acompañadas de voces serán hacia Joaquín: respeto a sus pasos, a sus veinte y pocos más de años firme con la raza. Con los discos como protectores de su cuerpo, sentado en una caja de plástico, el melómano recuerda los años de llegar como ayudante en una tienda. Eran aquellos tiempos de la fiebre de oro de Tepito, cuando llegó, “y me iba muy bien, pero después, gracias a Salinas y la devaluación ya no se vendía nada y lo poco que se tenía pos te lo ibas comiendo”.


En su inicio de comerciante la venta era de aparatos electrónicos, la devaluación forzó a que cambiara de giro, y es cuando llega la venta estrictamente de música, bajo su propia consigna de vender únicamente lo que le gusta, “aunque luego muchos me chingan, oye vende esto, pero si no me gusta, no lo meto, aunque sea un riesgo comercial, pero me la rifo con esto (recorre con la mirada su entorno), además esto trabaja con pura clientela, uno trae a otro y así se hace el comprador cautivo”. Si alguien le indicara a Joaquín que señale el disco que más le apasiona, no habría respuesta: “creo que me quedaría corto y no le haría honor a los demás, te podría decir de cada género del que más disfruto, por ahí sí”. El impulso es indoblegable, el vendedor de música toma uno de los compactos del estante que es sinónimo de pared, “es un homenaje a este cabrón, el Chuy Rasgado, y el disco lo hace un güey que se llama Gustavo López, fundador de los Folkloristas, y esta banda la conocí por la cantante que se llama Princesa Donají, y es una banda que puta madre, ¿no?, ahora deja ver si sirve la chingadera.” Pone el disco, suena el folklor y es un placer que destella en su mirada. De las 10 de la mañana a las 5 de la tarde es el horario de trabajo, y levantar el material todos los días, ir y volver con él, “una faena del diario, llegar temprano, sacar, poner las rejas, todo eso. Sí se saca la feria, a luchas, y claro que quiero ampliar esta honda (danzón de fondo), poner un lugar como por ejemplo en Coyoacán, donde me dicen hay otro tipo de gente que le gusta esta música, y le voy a hacer un intento”. En Discos Vampiro no hay crédito para el aburrimiento, las horas son de música. Y en los tiempos libres la literatura es cómplice para matar el aburrimiento. “En mis tiempos libres leo, porque esto es una chinga, estar haciendo un disco y otro, y en poco rato que tengo libre agarro el libro del día, por eso ¿aburrirse?: no. 24


“Yo oía unos güeyes que decían: yo trabajo de lo que me gusta, hago lo que me gusta y todavía me gano una feria; ah, pos yo voy a hacer un negocito de esos, y caí en la música, y empecé a vender música por mis discos, cuando ya no tuve más que vender dije, pues sobre los discos, tenía algunos, y desde ahí. “Estoy satisfecho del oficio, porque pienso que es otra propuesta, y no quiero que se oiga mamón, porque lo que digo es la neta. Podría vender lo que se vende de aquí, competir, pero nunca me gustó. Y ese género es una chingonería (alude al folklor de ese instante); así como disfruto esta, disfruto a Jimy Hendrix, Raymundo Amador, Astrid Hadad, y principalmente a Zitarrosa porque él influyó mucho en la forma en como pienso, a lo mejor en como soy”. Retroceder en la memoria. ¿Qué se aprendió, sintió en el primer encuentro con Guitarra negra, de Zitarrosa? Un danzón más inicia. A la par sus palabras. “Para empezar la primera vez que lo oí a fondo, andaba viajando en honguitos, entonces prácticamente era yo un personaje de ahí, mucha identificación, por ejemplo el obrero me recordaba a mi jefe, quien en la bolsa de su pantalón llevaba la vida en su almuerzo, una imagen muy chingona, con los universos de ocho palabras que tiene Alfredo, por eso me gusta ese güey, Kiko Veneno (señala un disco) porque él tiene los mismo universos en esos octosílabos, en ocho palabras: todo. Zitarrosa tiene una rola que se llama Canción para unos ojos, no sé si la conozcas (la respuesta es, no) pues entonces te llevas este, te lo regalo, no tiene los título pero me costó un pedo conseguirlos, mira güey, siéntate en la caja, te vas caer”. Joaquín narró ya el acontecer de su primer encuentro con Guitarra negra. Que lo que le provoca al escucharla ahora, es la permanencia, por congruencia, en la primera sensación. “Porque creo que esa es la neta, no creo que tenga otras cosas que buscarle, lo que me gusta de él es la 25


congruencia, así como haciendo un inter, diría que a mí lo que me gusta de Andrés Manuel, es su congruencia, porque yo la primera vez que lo oí, hace como treinta años, estaba bien chavo el güey, antes de lo de los pozos petroleros, después alguien me dijo, oyes por ahí hay un pendejo, que disque es de Tabasco, que dice que primero los pobres, ¿cómo que primero los pobres?, pregunté, sí güey, esa es su campaña, su plataforma de campaña, en ese tiempo yo andaba allá por el sur, Salina Cruz, y eso viene porque trabajábamos en la refinería y era cuando PEMEX era una panacea, pero para puro Ali Babá, cabrón. Un chingo de dinero que se robaron de ahí”. Y si se pronuncia en la charla el nombre de Felipe Calderón, ¿se ensuciaría el momento?, se le inquiere al intervalo de otro danzón. “No, yo en ese punto pienso que mi postura es la siguiente: voto por voto, casilla por casilla, vamos a contarlos, y hay un dicho aquí en el barrio que se aplica re bien, si ganamos o perdemos: feliz o feliciano. Si perdimos ahí, pues chingue a su madre, ¿no?” Que los trabajadores serán los más afectados, y cita como ejemplo el Seguro Social y lo que le hicieron a los trabajadores. “Yo así lo veo, desde mi mundo que es metro y medio, y en esa oportunidad de ojear la vida, tengo que captar lo que pasa para no quedarme abajo del barco.” Remar en las palabras con fondo musical es la cotidianeidad de Joaquín. Y una sonrisa de regalo desde su rostro: un aprendizaje del otro intestino que también vive en el vientre de Tepito.

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Del Zócalo a La Castañeda en los ojos de José Lara Patear el balón, repartir el juego, observar la cancha, descubrir dónde está el hueco, filtrar la bola. La intuición es indispensable. La percepción informa dónde hay que poner la mirada. José Lara recorre la ciudad con su grabadora en mano, tomando nota tanto de eventos culturales como de la vida misma. Antes de escudriñar las calles, Pepe vivió en el futbol, se perfiló al profesionalismo, tocó las reservas del Necaxa, pero el chanflazo fue inevitable: ahora reportea, escribe, cronica algunas regiones del Distrito Federal. Salir de Churubusco donde mora, hacia la urbanidad, es acción cotidiana. Trepar catorce pisos es necesario para redactar sus notas sobre arte en las oficinas de prensa de CONACULTA. Compartir la fuente cultural con la urbana es decisión del reportero, y elegir los temas es antonomasia. En un día José visita las más grandes esferas del arte nacional, entrevista a personajes de etiqueta, reseña la exposición más esnobista o escucha al más famoso concertista. En ese día, Pepe se da tiempo para entregar la mirada a esa vida del arrabal, o incluso, ya con unas copas en el vientre, el cerebro, los pasos del reportero se encaminan a cualquier antro. Congalear José narra cómo encontró uno los testimonios que ahora da cuerpo a su libro Del Zócalo a la Castañeda, concurso de experiencias de vida de la ciudad de México, convocado por el Fondo de Cultura Económica, la Universidad Autónoma de México y la Secretaría de Cultura del Distrito Federal. 27


Antes de la narración, Pepe hubo de engullir un consomé de camarón, un plato de arroz blanco, una paella, otra paella, dos vasos de agua de jamaica, visitar con la cuchara dieciséis ocasiones la salsa roja y otras tantas más de la salsa verde. Después un capuchino para el relax. —Yo venía de una cantina la gruta de San Fernando, que está por la calle Ignacio Mariscal. Había chupado desde las tres de la tarde, salimos de allí como a las once de la noche, andaba con un compa, nos fuimos en el carro por la Doctores, salimos a la Obrera, nos regresamos como si fuéramos para el centro otra vez, entonces llegamos al Balalaika, un congal famoso en la ciudad porque tocan salsa, cumbia, un grupo aposentado en una especie de balcón; abajo está el altarcito dedicado a la Santa Muerte. Allí la atmósfera es distinta porque lo visita gente de la colonia Doctores, de la Obrera, gente humilde, del barrio. En cuanto entras empiezas a visualizar cómo es el trato con los parroquianos, con las ficheras, el cómo los meseros están al tiro del que al cliente no le falte la copa llena. Ya entrados en ambiente, me puse a bailar con una chava delgada, cabello teñido de rubio, una chamaca joven, como de unos dieciocho años. Y a los antros a los que asiste el reportero, La dinámica es diversa, no sólo es el baile y el apañón, también existe el instante fraterno, el de la chava que escucha, que habla, aconseja. —Ella hasta te da una terapia sicológica. Todo esto representa encontrar una especie de cómplice desconocido al que puedes contarle un poco de tu vida. Yo iba en plan de bailar, a seguir con unos tragos. Me acuerdo que la saqué a bailar, y como son chavas que están rolando pues después se fue por allá, con otros parroquianos, pero me siguieron llegando chavas, porque el ambiente es cambiante, pero al rato regresa con 28


la que empezaste bailando, porque cada pieza representa quince pesos, yo bailé quizá dos o tres piezas, nomás, a lo que me concreté fue a ver el ambiente, al conversar con ella me dijo que tenía poco tiempo trabajando, yo la tantee, le pregunté cuánto me cobraba por una salida, me dijo que mil pesos, nadie te cobra esa cantidad, te cobran menos, porque en ese ambiente si eres cortés, te la puedes llevar sin que te cobre nada, porque ellas todavía están receptivas a que las traten como damas. Las mujeres que trabajan en el ambiente de cabaret, como que tienen aún esa esperanza, ese sueño, esa posibilidad de encontrar un poco de amor, lo cual no ocurre en otros ambientes, como en un table dance por ejemplo, porque allí se miden las cosas en tiempo, porque para estas chicas los minutos representan dinero, y en el Balalaika, una canción que significa quince pesos y puedes bailarla en cartoncito de chelas, en un table dance podría representar mucho más lana; pero allá se da en una relación más personal, de más diálogo. Los lentes zambullidos, el pecho erguido, estatura de medio campista, que lo fue, de dos piernas dominantes del balón, José Lara cuenta cómo encuentra el instante para decir: aquí está la crónica. —Cuando entro a un lugar percibo el ambiente, observo las cosas, me voy quedando con las imágenes y en el momento en que veo un personaje lo agarro, veo sus movimientos, su forma de ser, de hablar, su relación con el entorno, todo lo que implica esa realidad del personaje, yo como observador trato de pensar como si estuviera diluido, para que mi percepción sea un poco más fiel a lo que es el ambiente, porque me ha pasado que mi propia ideología y concepción de las cosas contamina el texto; trato que la escritura sea fiel a ese personaje, tanto para sí mismo como para su entorno. Ya más tarde, en el congal, de repente veo que un cabrón está bailando con una chava, y la está mirando tiernamente, como si fuera su mujer amada, entonces mi compa dice, ese güey se va a gastar toda su quincena, la 29


está mirando con ojitos de borrego a medio morir, entonces dije: aquí está, porque estaba viendo la acción y el otro cabrón tenía la misma certeza, de que esa escena olía a romance, y yo digo, esto es digno de escribirse. Y se escribe. Y las historias, a decir del Pepe chaparrón de músculo grueso y diente filoso, “están ahí, esperando que alguien las escriba”. En sus recorridos por la ciudad, el reportero sabe que dentro del de efe existen muchas ciudades, y a él sólo le ha tocado retratar, en su libro Del Zócalo a la Catañeda, algunos instantes, una parte de la región donde ahora su cuerpo le ha permitido entrar. Recorrer las calles le otorgó a Pepe encontrarse con ese lugar desaparecido, La Castañeda, donde albergaba la locura. El reportero sabe que la parte frontal del extinto manicomio ahora sirve para un centro de retiros de Los Legionarios de Cristo. La locura ahora vive en otro edificio, empero la sabiduría demencial ha tocado al escritor, por eso en su memoria alberga la frase de alguien que más que demente, fue genio y poeta: “yo no nací, yo no tengo familia, a mí me despertaron”. Pepe ahora no sólo observa la ciudad con la mirada, es todo el cuerpo el que aprende de la cotidianeidad, de la locura, de la libido, del baile sensual, de la prostituta convertida en sicóloga. Y aún, el escritoex futbolista-escritor, tiene tiempo para lidiar con genios de la creación: intelectuales, pintores, músicos escritores. Y llena sus días de letras. Y de una paella, otra paella.

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Mañana de domingo entorno a Bellas Artes y la vida de los Sin nombre Se llama sin nombre. Amaneció en la banqueta, frente a Palacio de Bellas Artes. “No sea mi valedor, compléteme para un atole, amanecí ahí, tirado, yo creo que el frío me soltó el estómago, ándele, compléteme”. La democracia que se regocija por las calles no sabe que Sin nombre anoche no cenó; las bellas artes ignoran que a Sin nombre le duele el vientre hueco. Un policía pasa con indiferencia mientras Sin nombre moneda en mano le pide al vendedor de atole que le llene su vaso. El atolero le enseña las ollas vacías: Creí que me estabas cotorreando; No, es en serio, ya se me acabó todito. Chíngate un tamal, le sugiere quien le completó para el atole, Eso me va a caer mal, toda la noche tuve chorro. Sin nombre decide probar suerte calles más adelante, emprende su búsqueda, se pierde, como se ha perdido su identidad. Tres pasos adelante de la banqueta donde amaneció Sin nombre, la elegancia se expone a la mirada de transeúntes, de turistas, de guías, del protestante Biblia en mano, del protestante que se desgaznata: voto por voto. Unos metros más allá la arquitectura alberga la expresión humana, el trazo sobre el lienzo, la página del libro que construye la historia, el auditorio con la acústica perfecta, el vino para el brindis. En el umbral de Palacio unos niños juegan a esconderse de sí mismos, ponen sobre sus rostros unas tiras amarillas de tela que otrora formaba una bandera. Frente a ellos inicia el aposento de lopezobradoristas albergados en sus carpas. Es la metrópolis en un espacio menor a un kilómetro, es donde se puede encontrar desde un elote 31


asado hasta una película de Pepe el Toro, desde un concierto de rock que provoca el golpear de palmas, hasta una conferencia sobre la historia de la izquierda. Es poco antes de medio día, el tránsito de multitudes es hacia el Zócalo, donde en pocos minutos el caudillo manifestará su posición ante el bateo del Trife a las peticiones de la Coalición por el Bien de todos “y las del pueblo entero”. Si el tiempo se convirtiera en tirano, y algunos o muchos de los pasos no pudieran llegar a al Zócalo, donde hablará el jefe máximo, para eso existe Radio Resistencia Civil Ixtacalco, situada en el corazón de las carpas, transmitiendo desde y para la avenida Juárez. Allí estará el discurso completo, en vivo y en directo. El objetivo de la radio es informar sobre el desarrollo de la convención, y como no, programar una que otra rola, de corte revolucionario. Tal vez la pareja de varones que se acarician se besan se tocan el pelo se abrazan como si dentro de unas pocas horas la vida les dirá que la competencia del amor les está negada. Tal vez no sean filoandrésmanuelistas, empero, al intervalo de sus caricias, de la mirada sin parpadeo, de la mano que baja un poco más hasta estacionarse en las nalgas mutuamente, el grito democracia le pasa por los ojos, los oídos, y se chutan la programación de Radio Resistencia Civil, y una oda cuyo título es Tamales Hugaldeños que emerge desde las bocinas de la radio improvisada: “Hay tamales hugaldeños, salidos desde las urnas del fraude electoral, tamales que si te duermes te los tendrás que tragar, hay tamales FOBAPROA, tamales Calderón, que con las manos limpias se amasaron por la paz de la nación, y no les hagas el feo, para que tengas empleo, hay tamales calientitos, tamales foxaqueños, rellenos de mentiras y también de corrupción, si un fraude está celebrando: hay tamales Hildebrando, para que siga la fiesta, hay tamales Bibriesca, y a Sahagún del gusto de cualquier matarife, tenemos tamales del IFE, hay atole con el dedo para 32


tragarse el tamal, tamales de chile verde, y también de colorado, traga en silencio el tamal, no seas un renegado, o si no serás borrado del padrón electoral: viva Juárez, viva Zapata, viva Villa: voto por voto, casilla por casilla”. La oda que concluye y el beso varonil que se prolonga, las lenguas son una soga que se enreda, y frente al romance, la policía que vigila, el marchante que oferta sus banderas amarillas. Es domingo de fiesta, de resistencia, de manifestarse contra el hurto artero que según se ha orquestado desde los ojos vigilantes de los dueños de la nación. Por la avenida Juárez, junto a las casas de protesta, en un carrusel la inocencia da vueltas, los niños ofrendan sus melenas al aíre, la risa es contraste de la rabia en los manifestantes que se radicalizan, y gritan, y exigen. Dentro de poco el señor López dará su discurso en el Zócalo, por mientras el rock encima del escenario hace estruendo y un requinto intenta salir del túnel estridente para llegar a los oídos como refugio. Y aprovechar el receso del vocalista para anunciar el extravío de Marisol “niña que está mal de sus facultades mentales”; y agradecer cualquier información que ayude a encontrarla. La madre de la niña enseña sus ojos abotagados, y el llanto que estallará en cualquier momento. Más tarde la protesta se agudizará en el Hemiciclo a Juárez. Dentro de poco ya Andrés Manuel dará su discurso, el cual se vislumbra será un argumento más para continuar la fiesta de la protesta, porque gritar es necesario para el desfogue de la frustración, porque la vida necesita algarabía, y treparse de la justicia, de la democracia, no importa, complementar la rutina de la semana con un poco de diversión es una necesidad que late en la sociedad. La democracia, pues, ha prolongado la convivencia, la posibilidad del concierto de grapas, de 33


los recitales sobre el asfalto, las caricias de la libertad entorno a las multitudes, el amanecer entrelazado frente a Palacio Nacional, realizando la fantasía que tal vez nunca se tuvo pero que ahora se realizó. La democracia permanecerá en aposento sobre el Distrito Federal, y muchos Sin nombre continuarán con el dolor en el vientre hueco. La fiesta, el listón con el alfiler prendido a la solapa, el discurso intelectual, la movilización de masas, será un triunfo para la izquierda. La vigilancia panóptica del todo poderoso permanecerá vigente desde la esfera del poder. Allá abajo, la vida seguirá su curso.

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En una convención de domingo cabe todo, incluso el surrealismo Para Arturo Soto, mi carnal “¡No estás solo!” El grito es certero y al unísono. La avenida 20 de noviembre desemboca en el corazón del Zócalo. Falta un cuarto para las doce de medio día y sobre la calle el tránsito de los filopejistas aún es posible. Apenas el domingo pasado caminar a esta hora hubiera sido imposible. Y ni qué decir del domingo de los dos millones de asistentes, que fue hace quince días atrás. En esta cuarta asamblea ya no es necesario cerrar el acceso de la estación del metro Zócalo. En base a la asistencia de hoy los titulares de los medios de derecha sin lugar a duda será que el movimiento pierde fuerza. ¿Tendrán razón? Si don Jaime Delgadillo -septuagenario radicado en el Estado de México-, tuviera foro en uno de esos medios nacionales, la sociedad escucharía de él que Andrés Manuel está más fuerte que nunca. Don Jaime Salió del departamento de su hija, en la colonia Roma, a las once y media de la mañana, rumbo al Zócalo. La frase antes de salir hacia su destino, es que no le puede fallar a Andrés Manuel. En el trayecto de estación ChilpancingoChabacano-Zócalo, comparte su tesis sobre el movimiento, sin dejar pasar que él ya no paga por viajar en el metro, “fíjese nada más todo lo que ha hecho por nosotros los viejos, López Obrador”. Después de señalar las virtudes, y justificar los yerros del candidato de la coalición, don Jaime accede a la convención por la estación del metro con salida hacia Palacio Nacional. Sobre una silla armable dispone la atención del discurso. Y apoya coreando las consignas desde su voz: “¡No estás solo!” Más tarde, don Jaime contará a sus familiares la satisfacción de asistir a la convención, porque si no hubiera ido “No me lo hubiera perdonado”. 51


**** A las doce y veinte minutos Andrés Manuel ya recorrió el entorno de los campamentos, ya está incluso en el umbral del escenario, donde lo antecede su compañero de lucha Horacio Duarte, quien asume la función de abrir el concierto, el programa, el espectáculo. A esa hora el acceso al corazón del Zócalo es imposible, no obstante cientos de simpatizantes de AMLO hacen su mayor esfuerzo por acercarse al tabasqueño. Con la impotencia en sus ojos, en la lengua, la frustración llega hasta la mentada de madre. Quienes resguardan las puertas de acceso a los campamentos hacen oídos sordos: son soldados cuya mirada es una barrera. Hay otros que gritan sobre los fieles feligreses. Sus frases son una convocatoria al consumismo. Imposible evadir la tentación del comercio, el mercado es cautivo si se ofrece la ideología, la lucha impresa en una camiseta, el souvenir de la multitud captada en una fotografía, el pañuelo con la las siglas AMLO, los vasos y las copas tatuadas con la frase voto por voto, los muñecos con la figura de Andrés Manuel portando la banda presidencial. Es imposible el receso del comercio, la necesidad es urgente. Si la lucha tiene un móvil y la raza se congrega, allí estará la ubicuidad de la tranza, la que nunca duerme, la que aprovecha la pasión, el dolor, la rabia, la impotencia de quienes se sienten lacerados por el hurto en las urnas. Y vender. Vender hasta los helados de rompope con la imagen de Andrés Manuel impresa en la envoltura. No falta la joven, el señor, la niña, que por el amor que le despierta el líder, lleve a su bolsillo el plástico para no dejar en el suelo, o en un cesto de basura, la sonrisa de su peje. Andrés Manuel López Obrador es ahora el Dios de los pobres. Lo siguen, lo secundan. Y en la inercia del 52


movimiento y sus convenciones, generar empleo ambulante es una bendición para los un chingo de mercaderes. **** Aposentados en el sifón donde desemboca el calor humano (avenida 20 de noviembre y plaza de la constitución) la esperanza concentra sus miradas. Seis bocinas sostenidas por una grúa industrial es el preámbulo del paisaje que se pinta a medio día, a unos cuantos metros la bandera nacional baila al ritmo del viento y los cánticos constantes, en el fondo, y como punto del enfoque final, las torres de catedral cierran el cuadro de esa pintura natural de un medio día en el Zócalo. Que no la miren los panistas, que no pretendan borrarla, que no desplacen la intolerancia, que no rasguen el cielo. De esas seis bocinas emergerá dentro de unos minutos el mensaje del líder de los allí reunidos. Escuchar es el objetivo. Asistir para refrendar que en la lucha el pueblo participa. Son cientos de cuerpos que se tocan en el accidente. Y el grito que vende incansable. A las doce con veinticuatro minutos el grito de la raza rodea el Zócalo, se extiende por las avenidas como venas del cuerpo citadino. Es la euforia que se enciende. Son miles de gritos convertidos en uno solo, es por Andrés Manuel que camina por el escenario, levantando su mano, saludando. De las bocinas emerge el discurso, la raza espera el grito marcado por el cuete que truena y se desplaza por el aire. Son las palabras de López Obrador una exigencia al coro de quienes llenan el Zócalo, y más allá. 53


Muchos minutos de hablar, de dictar los puntos a seguir. De hacer el recuento de lo que ocurre en las autoridades encargadas de la revisión del voto. Poco más de cuarenta minutos de Andrés Manuel con el micrófono en la mano, en una competencia férrea por llegar a los oídos de los presentes, de los cuales, la mayoría, no puede recibir las palabras del líder, porque el foro es arrebatado, otra vez, por la oferta de la camiseta, el periódico, los helados, el tlacoyo y la tostada, el taco de canasta. **** Hoy como ayer la algarabía está en las calles. Cabe aún el grito inconsciente que brota de la aún capacidad de sorpresa, ver a un güey vestido de Súper Peje recorrer el Zócalo en una parodia del héroe nacido en Hollywood, provoca reacción de ¡qué pedo! Pero si la curiosidad está presta y los ojos abarcan más allá de donde su supone pueden observar, el grito de sorpresa será mayor, incluso de ¡No mames!, cuando Don Quijote, acompañado de Sancho panza y su caballo, hagan suyas las frases de lucha en la post modernidad. Y allá irán, cabalgando aunque los perros ladren (frase que ni siquiera existe en el Quijote). Ladra también en silencio Porfirio Muñoz Ledo, quien haciéndose el iluso, en un fingido hablar por celular, mira de soslayo a la damita que lo abraza para que su acompañante capture con su cámara el abrazo. La capacidad de sorpresa es en este caso por aquello de la memoria: ¿Muñoz Ledo es el mismo que pactó con Fox y recibió un puesto en el extranjero? Ayer con la derecha ultra, hoy con la izquierda, ¿mañana con quién? En una convención de domingo cabe todo, incluso el surrealismo. ****

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Nota al pie de página: el sábado por la tarde, Gabino Palomares, cantautor entregado al movimiento, en el umbral de una de las carpas instaladas en Reforma, puso su mano en el hombro de Paco Taibo II para sugerirle: “tenemos que cambiar de estrategia, la gente está muy cansada, hay que decírselo a Andrés Manuel, y si no entiende es que está mal asesorado”. Taibo lo escuchó, Gabino dio media vuelta y se caminó, porque campamentos más adelante, era precisa su presencia, para seguir manteniendo la lucha con su guitarra y voz. Por el contenido del discurso de la asamblea del domingo, deducción lógica: Andrés Manuel no escuchó, porque los campamentos seguirán, a propuesta de él, y a respuesta de los que están allí. Y tiene argumento la continuación de los campamentos, porque hay muchos como don Jaime Delgadillo, convencido de la buena voluntad de López Obrador; porque están también los mercaderes que no duermen ni dormirán; porque hay muchos Porfirio Muñoz Ledo que necesitan la coyuntura. Mientras tanto, Gabino Palomares seguirá rasgando la guitarra, porque no cederá, aunque el cansancio lo presione, y le preocupe la derrota física de los demás, de los que están dentro de las casas de campaña, de los que no reposan en colchó. ¿Alguien ha visto a Muñoz Ledo durmiendo en una casa de campaña? Imaginarlo es surrealismo: mágico.

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Contra la tristeza, música y baile En el umbral del monumento a la Revolución el agua emerge desde el subterráneo. Se forma una fuente espontánea, intermitente. Los niños juegan a mojarse. Los padres miran el divertimento. En el monumento a la Revolución los estudiantes son la inercia del pensamiento: reflexionar a partir de las herramientas que los libros le han proveído. En el monumento a la Revolución se construye lo que pudiera ser un presagio, una reacción: ejercer el contenido del nombre de dicho monumento. Desde allí las voces, las miradas, palabras para decir la realidad de lo que acontece en México y su sistema político (político, vocablo que lacera), palabras como consecuencia de lo que a los estudiantes les ha y está tocando vivir. Domingo por la tarde. Marco, académico adherente al movimiento #Yo Soy 132, con su tapaboca y en él inscrito el nombre de la organización, me mira con sus ojos en desconfianza. Y no puede ser de otra manera, concluyo al escucharlo mientras impaciente él se lleva unos binoculares negros a su mirada. Desde allí su reacción de paranoia, vigilar el entorno porque se siente vigilado por el sistema gubernamental, se sienten vigilados que es más preciso. Teniendo el cielo como techo, el monumento como cuartel, la información como defensa, Marco me cuestiona sobre lo que soy y quién soy. No puedo mostrarle mi credencial de reportero, porque a estas alturas y bajo las circunstancias, portar un gafete de prensa es casi un acto de inmolación. Vivimos en un país sin garantías, le comento y entiende. Mira mi credencial del IFE (instituto que ahora sé y entiendo existe para legitimar la corrupción), me hace una foto, su acción me lleva a verlo como un espía, un policía, sin embargo no 78


digo nada, me callo para comprender que su desconfianza tiene argumento. Marco responde, ante mis preguntas, los objetivos del movimiento, aduce que la existencia más reiterada es la democratización de los medios. Cuándo le pregunto si ellos como estudiantes creen en algún medio, me responde que sólo en La jornada y en Carmen Aristegui, Proceso. Luego menciona los cimientos para explicar los por qué. Impaciente, intranquilo, mirándome sin mirarme Marco pregunta de nuevo mi nombre y mi lugar de origen, intenta hacer otra foto pero su cámara no funciona. Después de regalarle un libro con la intención de que mire mi nombre en él y corroborare mi existencia por la foto de solapa, lo mira y ni aún así parece estar convencido. Marco me pide una tarjeta, le digo que allí está el libro, que allí mismo mi cuenta de correo. Quedamos en comunicarnos vía internet. Después su mirada de nuevo puesta en los lentes binoculares, como intentando rebasar la línea de la desconfianza y encontrar los misterios que se ocultan dentro del temor. **** El umbral del monumento a la Revolución es una rampa, desciendo sobre ella y al paso me maravilla la escena de dos chavos (barones ambos) que se comunican con los labios. Camino y escucho la sonrisa de los niños, adolescentes, que retan el arribo del agua. Se mojan y es el divertimento. Ellos con su proyecto de alegría, concluyo, mientras miles, millones de ciudadanos viven en la angustia de la incertidumbre, porque ya para esa hora los resultados de la elección presidencial se encuentran cerca de las manecillas del reloj. Avanzo y unos duros con chile me guiñan el deseo. Embarro mis manos y los dientes trituran la 79


harina henchida. Camino y al llegar a la calle Reforma me encuentro con el poder del sistema: diputados, senadores, del PRI, concentrados en la ostentosidad de un edificio. Los guaruras en sus miradas imponentes hablan por celular y dicen frases de amor, escucho a uno de ellos que posterga la cita al parecer con una chica: Porque esto apenas empieza mi amor, se va a tardar mucho. Avanzar es también inercia, porque ya la información se amontona en mi cabeza y no es cierto que todo quepa en un cerebro sabiéndolo acomodar. No sé en qué momento mis oídos tienen ya la alegría de la música en vivo. No sé ni cómo pero me descubro en La alameda bailando, solo, en derredor de algunas parejas, heterosexuales algunas, lesbias otras, homosexuales las más. Mientras bailo con timidez, y cargando la maleta donde guardo mis arreos para registrar la vida y luego escribirla, siento que soy parte de una coreografía que protesta contra el sistema político que padecemos. Bailar para soslayar. Miro en los pasos de un señor de gafas simpáticas cuyos aros se iluminan de manera intermitente, miro y siento su placer al poner encima de su compañero y pareja las manos para conducirlo de manera ágil y acertada en los pasos de baile. No sé qué canción suena, empero, siento el ritmo en la sonrisa de un chavito gay de cuyo cuerpo se desprende una parva de pájaros, son sus pulseras de chaquiras multicolores. Baila sin la pena del despojo, sin la menor reacción de angustia al perder los objetos. La música insistente, el baile incesante. A la hora en que los medios acordaron reventar la información de los resultados electorales, las encuestas de salida, a esa misma hora el baile se convertía en una armadura contra el desconcierto. Pudieron los medios y sus resultados, desencajarles el rostro a algunos, a muchos, pero no a todos, los bailantes de La alameda significaron entonces 80


la esperanza para otros: los observadores, los contenidos, los incapaces de la alegría, se convirtió el ejercicio del cuerpo en movimiento en un bálsamo y seguir sonriendo. Ironía de la vida, designio del destino, frente a La alameda, en el Hotel Hilton, mientras la música y el baile construía la armadura perfecta para con los ciudadanos, otros tantos ciudadanos esperaban por su candidato, escucharlo como consigna, verlo de frente, tener desde él una postura sobre la elección. Después en el zócalo el contingente para exclamar: Si hay imposición, habrá revolución. Para esa hora los niños aún seguían llenos de agua en el umbral del Monumento a la Revolución; para ese momento Marco se encaminaba a protestar frente a las oficinas del IFE; y todavía, en La alameda, la música y el baile. La respiración.

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En ese momento comenzó el infierno Esa primera noche, al sentir caliente la cama, y saber que ella podría estarse muriendo de frío era la cosa más horrible, o comer y sentir que ella no estaba comiendo, o sonreír por algo, y puta, todo dolía ¿Le has visto? Sexo: Mujer. Edad: 41 años. Complexión: Delgada. Estatura: 1.55 mts. Tez: Blanca. Cara: Redonda. Frente: Mediana. Nariz: Recta. Boca: Mediana. Labios: Medianos. Cejas: Pobladas. Mentón: Redondo. Tipo y color de ojos: Grandes, café claro. El anuncio, impreso en hoja tamaño carta, contiene una fotografía de Brígida, debajo de su mirada, que irradia felicidad, una leyenda reza: Señas particulares: padece esquizofrenia. Con letra de molde, que sugiere un pulso tembloroso, se describe: urge medicamento. Después un número de teléfono adónde comunicarse para dar información de su paradero. El anuncio pende de uno de los muros de los pasillos del metro estación Insurgentes, tiene impresos logotipos de Procuraduría General de Justicia (PGJ), y de Centro de Apoyo a Personas Extraviadas y Ausentes (CAPEA). Otro anuncio con los datos sobre Brígida se leen en el diario La Jornada, sección Correo ilustrado. Es domingo y para ese día Brígida lleva cuatro días desaparecida, conclusión a partir de antecedentes publicados en el mismo diario. Al momento de su desaparición, según información impresa en la hoja tamaño carta, Brígida viste pantalón azul marino de mezclilla, blusa negra, chaleco amarillo, chamarra beige tipo cazador, tenis café oscuro. Brígida es desde el jueves por la mañana la búsqueda incesante desde sus familiares. La 103


incertidumbre. El hoyo negro que cava en las pupilas y el corazón la ausencia de quien se ama. Yomara es hermana menor de Brígida. Desde que se enteró de la desaparición la creación de imágenes se apersonaron hasta quitarle el sueño. Cuatro días después, ante la llamada y solicitud de un reportero para conversar sobre el caso de Brígida, Yomara propuso la mesa de un café, y contar allí las implicaciones de la desaparición de su hermana. Yomara tiene mirada fija y palabras pausadas. El pelo para acariciarle los hombros, la espalda. Y la sugerencia de una necesidad abrumadora por terminar su jornada laboral para regresar a casa a descansar. Sin embargo esa tarde su labor en unos minutos más, empezará. Yomara pide café americano. Sus labios se humedecen en el primer sorbo. Y cuenta: Mi hermana era una niña prodigiosa, actriz de telenovelas. También fue co-conductora de un programa de televisión para niños, después actuó en una novela donde hacía un personaje de niña mala. Todo iba viento en popa hasta que como a los ocho años de ella, mi mamá manifiesta los primeros síntomas de esquizofrenia; mis papás ya se habían separado y ella empieza a enfermarse, mi hermana, como a los doce años de edad, estaba completamente metida en una televisora, y había empezado a resentir directamente los síntomas de mi mamá, a partir de la violencia. En ese tiempo la sacan de la televisora y la mandan a estudiar a Texas con mi abuela que vive allá, al regresar, Brígida entró a estudiar a la Escuela Nacional de Antropología e Historia, hizo el primer semestre, después de ahí su vida se fue deteriorando. Yomara es la tercera en orden, de tres hermanos. Brígida la primera, Ezequiel el segundo. Los dos hermanos por nacer primero tuvieron los cuidados más apreciados desde sus papás. Ella, Yomara, cuenta que fue como el pilón y creció con menos atenciones. 104


A partir de eso tenía la libertad de hacer lo que quisiera, y eso me daba mucha tranquilidad, porque sí veía muy ensimismados a mis papás, con mis hermanos, y sentía que yo no tenía ninguna responsabilidad más que hacerme cargo de mí, mientras ellos estaban dedicados a mis hermanos, pero después, cuando todo se empieza a resquebrajar, yo, primero no lo entendía, estaba chica, aún no empezaba lo del descenso familiar, entonces primero fue mucho coraje al entender por qué mi plan inicial de vida no se estaba cumpliendo, y finalmente pasé por el coraje, mi papá nunca me explicó lo que era la esquizofrenia, lo tuve que ir entendiendo sola, era su forma de negarlo. Cuando yo tenía dieciséis años y Brígida veinte, mi mamá muere, por una complicación de hidropesía, entonces yo en ese momento me fui de mi casa, porque cuando yo quería salir mi papá quería que me llevara a Brígida, ella tenía síntomas de plena explosión de esquizofrenia, yo no lo entendía, y si quería yo ir a cualquier lado mi papá quería que me la llevara. Cuando mi mamá se murió me fui de mi casa, creo que eso me salvó bastante, pero cuando regresé mi papá siguió con esa tendencia, nos mandó a vivir solas a unas cabañas. Ahí las cosas más o menos funcionaban, ella terminó de salirse de antropología, yo continué con mis estudios y francamente me ha costado muchísimo lidiar con eso. Durante años no pude hablar de mis hermanos y como verás sigo sin poder hacerlo, me duele muchísimo, pero justo antes de que empezara este episodio (de la desaparición de Brígida), yo estaba sintiendo que al fin estaba pudiendo llevarme con ella, logrando tener una actitud más madura, de aceptar que no se va a aliviar nunca, cosa que racionalmente lo sé desde hace años, pero emocionalmente no lo había aceptado y seguía teniendo una actitud de enojo, de desesperación, y justo hace unos tres meses decidí verla mucho más, porque de no poder estar con ella, porque me hace daño y ese daño 105


hace que mi vida personal no sea tan óptima como quisiera, entonces era un círculo para mí y optaba por alejarme, terminé entendiendo que entre menos la veía más mal me ponía. Ha sido muy doloroso, y lloro porque, puta, en estos días pensé que ya no iba a poder continuar con esta nueva etapa que empezaba a vivir, y que va a continuar, que es de total aceptación, resignación, de amor, porque además en estos tres meses me di cuenta que entre más la veo más tranquila estoy, y ella también. Para Yomara actualmente no hay pareja sentimental, ni proyectos de hijos, Porque me da terror que si tengo un hijo él herede la esquizofrenia. Y sí he tenido pareja, toda la vida, pero justo en este momento, no. Herencia genética La tarde es gris, como lo han sido los días en el Distrito Federal, a partir de los resultados electorales. El cielo otra vez anuncia la posibilidad de lluvia. De pronto y ya caen las primeras gotas. Yomara agita un sobre de azúcar, lo abre, lo echa en su café, revuelve y sorbe. Al beber vuelve a los días de formarse y verse, en la conversación, de sentirse a salvo de la esquizofrenia Bueno, a ver, ese tema tiene dos vertientes, creo que sí siento que me salvé de padecer la esquizofrenia, porque sí es genético, lo que se sabe y es muy poco todavía, es que sí es un gen. Y sí sentí que me había salvado, pero eso lo supe mucho tiempo después, porque siempre tuve miedo, porque se sabe que eso se hereda, que lo puedo tener pero no se detona por alguna razón. Mi teoría es que se detonó en ella por el trato que tuvo de mi mamá, y a diferencia de ellos nunca recibí una educación tan dura, si bien lo fue algo pero no tanto como ellos, eso me salvó y además eso me hizo sentir como culpable, toda la vida he vivido con una sensación de que en mis mejores momentos de felicidad aparece el 106


sentimiento de culpa, la culpa de sobreviviente, pero he tomado muchas terapias, desde que estaba adolescente, y me aseguraron que definitivamente a mí no me daría, que tengo un mecanismo de sobrevivencia fuerte, lo que me ha dado han sido otras cosas, cierta facilidad para boicotearme, producto de esta culpa, supongo. Pensaba que la tenían en algún lugar, contra su voluntad Yomara abre una cajetilla de cigarros, enciende uno y su mirada se transporta, lejos, muy lejos. Una bocanada, dos, tres. La memoria abre esa parte vigente del dolor, la bisagra entre la incertidumbre y el desconsuelo, la necesidad de energía para no claudicar en la búsqueda de su hermana quien se extravió un jueves. Las palabras otra vez como una brisa constante y fresca desde donde decir la historia. Mi hermana se extravió el jueves pero mi papá me dijo a mí hasta el viernes a las diez de la mañana. Brígida, después de que vivió conmigo en la cabaña, mi papá le compra un departamento y le asigna enfermeras. Brígida tiene la rutina de levantarse a las seis de la mañana, siete, se baña, toma sus pastillas y sale a caminar porque los anti sicóticos son generadores de más energía, entonces si los esquizofrénicos tienen muchísima energía, pues ella más. Se toma las pastillas y sale a caminar horas y horas, eso la ha llevado por toda la zona centro, entonces tiene qué regresar a las ocho a más tardar, la hora de sus siguientes pastillas, y no regresó y hasta las diez de la noche la enfermera le llamó a mi papá, él dijo, bueno, tal vez llega más tarde. A las once de la mañana del viernes mi papá me llamó y me dijo, pues una mala noticia, tu hermana no llegó a dormir. Después de que me enteré estuve dos horas más en el trabajo, luego ya no aguanté y salí, en ese momento mi papá iba a poner la denuncia, a hacer el trámite de CAPEA, del aviso, puso la denuncia, y yo lo que temía es que en ese inter ella regresara, me fui a hacer guardia afuera de su casa, por si regresaba. 107


En ese momento empezó el infierno, porque no regresaba, y lo primero que sentí fue un enorme cansancio, abrumador, me la pasé toda esa tarde llorando, no me podía mover, y ahí empecé a recibir llamadas de mis amigos que se fueron enterando, yo no quería ayuda, no sé por qué, como que siempre los problemas de mi familia son tan grandes que rebasan toda la capacidad de la gente, y siempre les produzco dolores de por sí con mi propia historia. Como a las ocho de la noche se terminaron las diligencias jurídicas, a esa hora me fui a la oficina a sacar copias, ciento de copias del aviso, y ahí me agarró una crisis de llanto, terrible, empezaron a llegar amigas, amigos, empezamos a hacer llamadas, a todo mundo, Derechos Humanos, PGJ, Secretaría de Seguridad Pública, todo. Esa primera noche, al sentir caliente la cama, y saber que ella podría estarse muriendo de frío era la cosa más horrible, o comer y sentir que ella no estaba comiendo, o sonreír por algo, y puta, todo dolía. Yo pensaba que la tenían en algún lugar, contra su voluntad, y estaban haciendo las cosas más horribles con ella, porque ella camina mucho por el centro, por Tepito, Garibaldi, pide muchos cigarros, ella tiene paquetes diarios que le dan, de cigarros, también le dan dinero, todo, pero se lo acaba en dos horas, y si le das otro en media hora se lo vuelve a acabar, es insaciable. En algún momento del día empieza a caminar, a pedir, y además es una chava muy llamativa, tiene unos ojos cafés miel gigantes, entonces yo estaba pensando lo peor, y que si no era eso por alguna razón había tomado un camión y había terminado en Azcapotzalco, y estaba tratando de regresar y mientras llovía y estaba debajo de un techo, no sé, horrible, horrible. Mientras se supone que esas cosas del CAPEA avanzaban, que es algo muy fuerte porque ellos te dicen que van a buscar, uno mete la denuncia y se supone que ellos tienen qué estar monitoreando cada tres horas: 108


cárceles, hospitales, albergues, todo. Y te dicen habla a tal hora, y hablábamos y nada, yo sentía que esa parte estaba cubierta, mientras tanto lo que me restaba era más investigación de a pie: limpia para brisas, vecinos, tiendas, y eso fue lo que hice el sábado, y pegar carteles con la información. También pensé podría estar en un anexo, porque como es esquizofrénica puede parecer más bien borracha, y me fui a Garibaldi, pensé que podía estar en un anexo o en un albergue lejano. El domingo en la tarde una compañera me dice: Sabes qué, CAPEA no checa nada, ella trabaja en Derechos Humanos, y me propuso ir a buscarla hospital por hospital, y ahí se me cayó más el mundo, porque yo estaba confiada que estos güeyes (de CAPEA) estaban buscando, y no. Lo primero que hice fue empezar a buscar en internet albergues, mujeres, enfermos mentales, y fui a dar a uno que está hasta a Zaragoza que es como hora y media de camino, y de ahí fui a dar a otro, y otro. El punto es que sí había registro, que si las líneas telefónicas funcionaran, la hubieran encontrado el viernes, Brígida pasó por cuatro instituciones, la llevaron los policías, si el CAPEA empezó a radiar, supuestamente, la policía debió haber dicho, y nada. La encontré el domingo a media tarde, en un albergue que se llama Villa Mujeres que está en Vallejo, en los límites del DF, y es para enfermos mentales. Ella estaba totalmente sedada, porque había tenido una crisis, lógicamente porque no tenía su medicamento adecuado. Tenía un golpe, parece que por otra interna, reciente, se veía, me dijo la enfermera, y justo cuando no la pudimos llevar porque estaba sedada, y ya era como la una de la mañana, y el médico me dijo que me tranquilizara, que regresara al día siguiente, a las siete, que ella no se iba a mover de la cama, pero ese albergue es de terror. Nos estábamos saliendo cuando nos alcanza el doctor y nos dice: está teniendo una convulsión, y ahí me partió el alma, porque cómo es posible, pero al final ya me 109


explicaron los siquiatras que las personas que toman anti sicóticos están más propensos a las convulsiones, todos lo estamos pero ellos más, y a ella que se le acentuó por la bronquitis que traía que era casi neumonía. A las seis de la mañana la saqué de allí, la llevamos al Hospital Juan Ramón de la Fuente, la queríamos meter a un hospital privado, pero el único que hay y donde estuvo mi mamá y ella ya había estado, en el sur, cerró, y resulta que en el DF no hay siquiátricos privados, y yo no quería que estuviera en el Fray San Bernardino, porque está de terror también, y es conocido por ser un infierno. La llevamos al Juan Ramón, allí dijeron que no era necesario internarla, que por el rollo siquiátrico pero sí tal vez por la neumonía, pero eso sería en su clínica, la levamos y tampoco fue necesario internarla, y ahorita está con las enfermeras, en su casa, sin poder salir, todavía muy dopada, y yo no he querido platicar con ella sobre lo que vivió. Dice la enfermera que ya empezó a hablar sobre eso, pero a mí me late que no lo va a contar bien, honestamente, ella ha dicho que se encontró una amiga de nombre Ramona, y que estaban platicando, pero creo que no está diciendo la verdad. Me la quiero llevar a la playa y tal vez ahí va a ser el momento, eso será en un mes, cuando ya se recupere. Uno se aferra a todos los santos Un indigente solicita dinero para comer. Yomara escudriña su bolso, encuentra, regala las monedas. El indigente se pierde en la avenida, desde la acera afuera del café. Un cigarro más y la insistencia en la impaciencia ante la búsqueda. Yomara se remite a las amigas que son religiosas y quienes le pidieron, en los momentos de mayor angustia, que se sostuviera de la fe.

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Pero en realidad nunca estuve tranquila. Uno se aferra a todos los santos, pero la verdad es que no, por más que me decía sí voy a tener fe, y gracias porque está bien, Dios, porque la estás cuidando, y todo eso, no me lo creía, nunca estuve tranquila, casi no dormí. Me daba terror la idea, porque estoy en contacto con familiares de desaparecidos, y pensaba en ese proceso que he visto en ellos y en el que en algún momento tienen que aceptar y yo decía, por Dios, yo no voy a vivir eso, y por primera vez realmente sentía lo que estaban sintiendo, es increíblemente doloroso, yo decía yo no voy a llegar a eso, yo la tengo que encontrar porque no podemos vivir así, ni ella, ni yo, ni mi papá. La bondad es ella Brígida es muy risueña, alegre, todavía para mí sigue siendo una chava, además es como niña todavía. Es irónica, ácida a veces, pero sus comentarios son menos de lo que cabe en un renglón, su hilo de coherencia solamente alcanza eso, y de ahí se salta a comentarios dispersos, pero normalmente son comentarios alegres. Ella es una mujer súper compasiva, comprensiva, realmente si tendría que definir en una persona la bondad, es ella. Y habla mucho de amigos pero creo que son imaginarios, creo que son las voces, de repente habla de que si menganito le dijo que si yo ya iba a llegar e íbamos a ir a comer pizas. Nunca me ha agredido, jamás. Ayer estaba pensando porque en el albergue donde la recogí el resto de las internas la veían con coraje, Brígida si no tiene cigarros y sabe que le puedes dar quizá se pondría agresiva pero verbalmente, y quizá termine más bien, lo ha hecho, golpeándose a ella, si no obtiene lo que quiere, pero pensé que a lo mejor sí es agresiva con los demás si no llegan a darle lo que quiere, pero conmigo, no.

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Busco la canción que no existe: El Mastuerzo dixit En la barra del bufete conversa con el mesero, la mesera. Le sugieren los del restaurante fruta fresca, melón partido. Él dice que no, que le gusta lo sólido, lo que generé esas ganas de ir al baño. Se sirve chilaquiles, frijoles refritos. Luego pide café, un vaso de agua. La mesera le sirve después de un rato, y le solicita el número de habitación, él le dice su nombre: “Francisco Barrios, pero no te doy mi número de cuarto, tú investígalo”. Le dicen el Mastuerzo, es fundador de Botellita de Jerez, precursor del rock en México. Se la vive de aquí para allá. Canta canciones, las que escribe, ofrece concierto al aire libre, como el que esta noche de domingo ejecutará al aire libre en el Parque Madero. Y mientras tanto, desayuna, conversa, conversamos como arrumbaditos, al menos eso nos hace sentir el entorno de la opulencia, la elegancia, los olores de pulcritud. El Mastuerzo es la sonrisa de niño travieso, un llamado de atención a las buenas costumbres, el relajo constante, la seriedad en soslayo. Es también el filo de un bisturí para señalar lo que no, donde joden los que trazan y destazan los destinos de la sociedad. Sin panfleto, con más convicción que reclamo, sin choro falaz, con más actitud al andar las banquetas del territorio que es el planeta. Allí mientras los murmullos son notas agresivas en un son matutino de restaurante elegante, el Mastuerzo se retuerce de felicidad al charlar. Estamos dispersos, los medios nos ganan la carrera, mucho estruendo, mucha desinformación, información chafa, le digo cuando ya el tenedor trincha el rojo de los chilaquiles. Y me mira, y asienta, y expone: “Después de un año y medio de la influenza porcina gubernamental, puta madre, me da vergüenza, dejé llevarme con mi pinche cubre bocas, me la tragué 130


toda, como muchos, dejé de abrazar a mis amigos, estoy exagerando, en realidad no lo dejé de hacer, pero hubo gente que sí, caímos en la mentira, como el chupa cabras, como tantas otras cosas. “Por supuesto que estamos aislados, somos una gran cárcel. Acabo de estar en Ciudad Juárez, Chihuahua, un día después de que le dieron el balazo a David (quien era de Cananea), son unos hijos de la gran verga, pero en realidad es en lo que estamos, peleando contra un sistema nada más y nada menos, como dijera el Sub, por ahí en algún lugar: “Disculpe las molestias, esto es una revolución”. Y como dijera el más torrencial: “Nos mueren pero no nos matan”. Da pena ver a compas de nuestra edad, de cierta edad, hechos unos pendejos, anquilosados, como latas del gobierno, acomodados”. —¿Y cómo no cansarse? —No, no hay que cansarse, es como cansarse de vivir, no mames, para mí esto es el motor, por supuesto está el amorcito, la cachondería, la cogedera, pero el encontrarte con seres humanos, los camaradas, descubrir relaciones distintas, más allá del valor, las relaciones no tienen qué ver con el valor, tienen qué ver con la gratuidad, todo lo que es gratis, la gratuidad es lo más cerca del universo, buscamos esa forma de relación distinta y encontramos gente de a de veras, igual hay gente ojete en todos lados, pero me refiero en general y yo creo es un mundo donde pertenecemos, en este sentido de pertenecer a algo y que provienen de esa soledad, yo toda mi vida me he sentido como qué hago en este mundo, me digo no es para mí, no es para nosotros, somos un chingo, hablemos de la mayoría, pero que la gran mayoría de la banda está en un pendejeo, ahora sí que los aparatos ideológicos del estado: si no sabes te matamos, ese es el big brother, el que te da en la madre, el capitalismo salvaje, es la bestia. —Entiendo lo que dices. Y coincido. Estamos en un país, y nos referimos a él como a un país de mierda, pero cuando decimos esto lo hacemos porque nos 131


referimos al sistema gubernamental, porque en este país de mierda hay mucha gente noble. —Tienes razón, coincido. Uno habla de lo feo, de lo que no le gusta. Y lo que dices es una respuesta a tu pregunta de cómo no cansarse, encontrándose con la gente chila, la gente que está metiendo ideas a la vida, a la vida, ya olvídate de mamadas, a la vida, y yo creo que hay banda que se encuentra, creo profundamente en la teoría del encuentro, en contaminarnos con las vidas distintas, sobre todo en los artistas escribiendo poemas, novelas, ahí es donde hay que seguirnos encontrando, es una necesidad, porque sino realmente te vuelves loco, en todos los sentidos, y con todo el agradecimiento, de repente la gente está acostumbrada a servirle al señor, al otro señor, no a nosotros, y eso es porque cuando uno habla normal, ellos como que te miran y dicen: “y este güey qué pedo, de qué cuarto eres”, no te voy a decir, me llamo fulano pero no te digo mi número de cuarto, tú investígalo. Yo creo que encontrarnos con la gente de verdad, y la gente de verdad, digo con todo respeto, no está aquí, está afuera, allá, o allí. Hace poco fui a Juárez y los chavitos están paniqueados, llenos de coraje, pero se organizan, se buscan, es muy complicado, pero es cuando se da la magia, y la magia es todo esto. —El Mastuerzo come pan de dulce, quiero que lo coma a gusto, y esta sería la última pregunta, le digo: ¿al momento de crear tu poesía, la música, a qué aspiras? —Para mí la poesía ha sido una especie de bisturí para adentrarme a la realidad, a mi realidad y a la de la banda. La canción me permite ya no darle la vuelta a las cosas, si quiero ir directo es la canción la que me sirve para hablar, y yo creo profundamente como tú que eres escritor, buscas la novela, yo busco la canción que no existe, todo el tiempo, y esto me sirve para ampliar el mundo, encontrarlo, para hacerlo un poco más mío. —¿Estás feliz con lo que has hecho? —Muy feliz, muy contento. Porque mis carnalitos 132


de botellita hacen lo propio, el Armando no deja de escribir, Arau se la pasa haciendo películas. Francisco Barrios no deja de sonreír, mientras bebe café y come pan de dulce una sonrisa es permanente. Me sorprenden los motivos de su felicidad: la realización profesional de sus camaradas del Botellita de Jerez. Me impresiona su nobleza y la reitera al rolarme un CD de su más reciente material: Guadalupe Reyes, el que grabo con su nueva banda Los jijos del maiz. Hoy es domingo por la mañana, en la tarde, acordamos, encontrarnos en el Parque Madero, para celebrar la vida con música, y cumplir en mí la promesa de un buen estímulo de yerba que sirve para relajar el corazón. Miré después de las cuatro al Mastuerzo entorno al parque, acompañado de la felicidad con aroma de mujer, ambos alegres, con rumbo al Mariachi, a echarse unas cheves en el bar La brisa. Más tarde sería el concierto. Y los gritos de la banda mientras escuchaban los argumentos de ese que busca la canción que no existe.

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