suplemento cultural El Angel

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Suplemento Cultural de Reforma • Domingo 1 de Enero del 2012

De Portada. Calendario 2012 ...al estilo Galeano

SERGIO GONZÁLEZ RODRÍGUEZ elangel@reforma.com

Los mejores libros de 2011 El mejor libro del año La folie Baudelaire, de Roberto Calasso Ensayo La profecía de la memoria, de José María Pérez Gay El país de uno, de Denisse Dresser Leer la mente, de Jorge Volpi Profetas del pasado, de Christopher Domínguez Michael Los redentores, de Enrique Krauze 100µ100 Arquitectos del siglo XX en México, de Fernanda Canales y Alejandro Hernández Nueva arquitectura mexicana, de Gustavo López Padilla La fábrica del lenguaje, S.A., de Pablo Raphael La justeza del cine mexicano, de Jorge Ayala Blanco Sobreperdonar, de Armando González Torres Los habitantes del libro, de Lobsang Castañeda Leer, escribir, de Bárbara Jacobs Espejo de agua, de Alejandro de la Garza Viaje al país de la errata, de Gabriel Bernal Granados Dilemas clásicos, de Pablo Boullosa El México que nos duele, de Ricardo Cayuela Crónica Berlín dividido, de Juan Villoro y Matilde Sánchez Filmoteca UNAM. 50 años, de Rafael Aviña De vacaciones por la vida. Memorias no autorizadas, de Pedro Friedeberg El otro México, de Ricardo Raphael Matar, de Carlos Sánchez Los morros del narco, de Javier Valdez Cárdenas Avándaro una leyenda, de Juan Jiménez Izquierdo Nuestra aparente rendición, de Lolita Bosch Periodismo delirante. Proyecto Gonzo, de J.M Servín Cuando llegaron los bárbaros, de Magali Tercero Fotografía Paul Strand en México, de James Krippner y Alfonso Morales Carrillo Ciudad de cine. DF 1970-2010, de Hugo Lara Chávez Entrevista Vías alternas, de Guadalupe Alonso Arte José María Martínez Hernández, de Guillermo Sepúlveda y Avelina Lésper Atelier, de Sebastián Romo Erotismo de primera mano, de Ingrid Suckaer

Eligió, compuso y ordenó todas estas estampas, breves y precisas, de las más diversas procedencias. Es curioso ver que la trayectoria del autor, desde “Las venas abiertas de América Latina” en los 70 hasta hoy, está marcada por una progresiva apertura del foco. De lo local a lo global, del espacio personal al geográ�co, del continente al planeta entero, y de ahí al viaje en el tiempo. “Sí, fui tratando de ampliar la mirada hasta llegar a la libertad total. Ahora siento que nada me es ajeno. Creo que si uno se asoma con amor y con respeto ningún tema se ofende ni se siente maltratado”. Algunas piezas de “Los hijos de los días” nacieron del estudio de la historia del cine (en 1940, Hollywood premió con ocho Óscar una película que miraba con nostalgia los buenos tiempos perdidos de la esclavitud, “Lo que el viento se llevó”); otras, de la investigación sobre leyes (no fue hasta 1929 que la Corte Suprema de Canadá reconoció que las mujeres eran personas, y todo gracias a la tenacidad de cinco viejitas que se reunían para tomar el té y conspirar en defensa de sus derechos); otras, de la re�exión sobre qué signi�ca estar sano (la Organización Mundial de la Salud consideró que la homosexualidad era una enfermedad mental hasta 1990); otras, del análisis del concepto de libertad (Haití fue el primer país libre de las Américas, y no Estados Unidos, porque allí, en 1804, se consiguieron a la vez la independencia nacional y la abolición de la esclavitud). “El mundo está hecho de átomos, lo sé, pero también de historias”, explica Galeano. “La realidad es muy generosa y está poblada por personitas que me tocan en el hombro y me dicen: ‘Contame, yo soy el cuento; contame, verás qué bien te va a ir’. Estoy siempre a la caza, porque la realidad contiene muchas realidades, y es siempre la mejor poeta de sí misma. Escribo con la intención de revelar los colores del arco iris terrestre, que es mucho más bello que el del cielo. No lo vemos porque nos ciegan tradiciones machistas, racistas, militaristas... Nos ciegan y nos mutilan. Por suerte, estamos bastante mal hechos, pero no estamos terminados”.

El escritor deja de hablar y se �ja en el teléfono de la periodista, que, sobre la mesa, hace las veces de grabadora. “¿Funciona?”, pregunta. Es un aparatito básico y barato, pero él lo mira como si acabase de bajar de la sala de mandos de la nave Enterprise. “Ah, yo soy tan inútil para las máquinas... Todo lo mío es manuscrito. Y tengo coartada: sospecho que las máquinas beben de noche, cuando nadie las ve. Por eso no son dignas de con�anza”. El humor forma parte esencial del discurso de Galeano, incluso a la hora de narrar hechos dramáticos o atroces. “Es muy trabajoso dar con el tono exacto, cuesta encontrarlo, sobre todo cuando hay que describir episodios que son difíciles de relatar con el respeto que merecen, sin caer en la solemnidad, la sensiblería ni la demagogia”. La sombra del pan�eto siempre acecha. Pero no: asesinatos, torturas, desapariciones, discriminaciones, injusticias de todos los colores, tamaños y formas, ahí quedan trazadas con la mayor sencillez, junto con explosiones de dignidad humana y alegría. “Yo escribo de la manera más antisolemne del mundo. Cuando presenté Espejos (2008), di una lectura en Ourense (España). La sala estaba llena y al fondo, de pie, mirándome con el ceño fruncido, sin pestañear, había un campesino, con una de esas caras talladas por el trabajo y los vientos y la vida dura... Me miraba �jo, con enojo, como si me quisiera matar; empecé a ponerme nervioso. Al �nal de la charla estuve un rato �rmando ejemplares, y la gente se fue, pero él se quedó, siempre ahí, al fondo. Y avanzó hacia mí a paso lento. Yo pensé: ‘Bueno, me tenía que tocar alguna vez’, y enfrenté la situación con la dignidad que me quedaba. Cuando llegó a donde yo estaba me dijo, mirándome con la misma furia: ‘Qué difícil ha de ser escribir tan sencillo’. Me dio la espalda y se fue. Ésta es la crítica literaria más �na y mejor que he recibido en mi vida, y el más alto elogio. “Al �nal, cada texto es el resultado de muchas tentativas. Los escribo, sobre todo los más breves, 10, 15 veces... hasta que llego a las palabras justas”.

Diario de fatigas

Historia del diseño grá�co en México, de Luz del Carmen Vilchis Esquivel

CHRISTOPHER DOMÍNGUEZ MICHAEL

Territorios del arte contemporáneo, de Jorge Juanes Fascinación y vértigo, de Andrés de Luna Narrativa La sirvienta y el luchador, de Horacio Castellanos Moya Disparos en la oscuridad, de Fabrizio Mejía Madrid Las afueras, de Luis Jorge Boone Leonora, de Elena Poniatowska A la vista, de Daniel Sada Morir más de una vez, de Álvaro Uribe Apenas Marta, de Lorea Canales El daño no es de ayer, de Ignacio Padilla Broadway Express, de Iván Ríos Gascón Lo escrito mañana, de Sandra Lorenzano Paso del macho, de Juan Carlos Bautista Sin/con/�anza, de H. Iván Arizmendi Galeno Carta del apóstol san Blas a los parralenses, de Blas García Flores Provocaré un diluvio, de Arturo J. Flores Última espera, de Orlando Ortiz Cabalgata en duermevela, de Edgar Omar Avilés Muerte caracol, de Ana Ivonne Reyes Chiquete Gente como uno, de Héctor Zagal Poesía Catábasis exvoto, de Carla Faesler Hechos diversos, de Mónica Nepote Tránsito, de Claudina Domingo Palinodia del rojo, de Fernando Fernández Luz de la materia, de Malva Flores Delante de un prado una vaca, de Fabio Morábito Bitácora del árbol nómada, de Balam Rodrigo El silencio del bosque, de Ángel Cuevas Cuenta regresiva, de A. E. Quintero Atardecer en los suburbios, de Minerva Reynosa Noviembre, de Bruno H. Piché El peor libro del año Efectos secundarios, de Rosa Beltrán, un fárrago autocomplaciente sobre la supuesta superioridad de un@ letrad@ por encima del presente de violencia en México.

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La mujer que perdió su sombra Y

siendo un tanto frívolo, diré que acompañar a Simone Weil en sus viajes por Italia a �nes de los años 30 del siglo XX, es divertido y conmovedor, huele a bien ganadas vacaciones de verano: la controversista revolucionaria, la entregada sindicalista, la migrañosa profesional hacía su Gran Tour y se dejaba acariciar por el sol, el paisaje, la arquitectura monástica, informando a sus padres y amigos de cómo una ciudad iba desplazando a otra en su admiración, feliz de citar a Stendhal en la Scala de Milán, impresionada por Giotto en Florencia como cualquier otro buen turista. En ese estado de hipersensibilidad positiva se encontró con el catolicismo, previa escucha de los cantos gregorianos durante la semana santa en la abadía de Solesmes. Pero la historia la volvió a llamar. A los pactos de Münich que le ataron las manos a las democracias, los siguió la anexión alemana de Eslovaquia. Esas circunstancias le hicieron dar el paso que no se había atrevido a dar cuando le escribió a Georges Bernanos. Por odio a la guerra, Weil desearía la guerra. Los dos primeros años de la guerra fueron, para Weil, los de una frenética actividad espiritual e intelectual. Refugiada en Marsella, entra en contacto con los medios católicos y conoce al padre Perrin, a quien dirigirá su autobiografía espiritual, al monje Vidal, a Gustave Thibion y con ellos protagoniza la comedia de un bautismo que no se produce. El abate de Nau-

rois, en Londres su con�dente que no llegó a confesor, dirá más tarde que ella no estaba lista para dar el paso: confundida por su inteligencia y su erudición, le faltaba humildad. Al abate lo desesperaba el capricho con que Weil mezclaba lo importante y lo secundario, subordinando la fe a una variedad in�nita de consideraciones apriorísticas. Pero haciendo las cuentas del agnóstico, debe decirse que Weil no se bautizó por un admirable prurito de honestidad intelectual: nada podía convencerla del todo y su viejo amor por el cristianismo no era su�ciente como para privarla “así lo dijo“ de su independencia intelectual, de su libérrima búsqueda religiosa. Mientras re�exionaba por escrito sobre todo lo humano y lo divino (la frase hecha parecer haber sido escrita para ella) en esos Cuadernos que serán el último capítulo de su obra, Weil recorría el sur de Francia controlado por el gobierno colaboracionista de Vichy cuya policía la interrogó varias veces y ante la cual se mostró desa�ante. Había entrado en contacto con la Resistencia y anhelaba, cargando con su ejemplar de la Ilíada y una muda de ropa, ser detenida. Y su habitual vehemencia la entusiasmó con el mundo de los cátaros, en cuya herejía encontró un eco de aquello que separaba al Antiguo del Nuevo Testamento. Disfrutó también de las vendimias, probando el sabor a la vez salví�co y salutífero, del trabajo manual. Previa escala en Casablan-

Y a saber cuándo es así le han ayudado personas muy dispares. Como Juan Carlos Onetti (19091994), gran escritor uruguayo, al que mucho debe, dice. “Él vivía en la cama, cara al techo, fumando y tomando vinos horrorosos, de cirrosis instantánea. Yo me sentaba a su lado y callábamos juntos. Rara vez hablaba, pero me sentía protegido bajo el ala de aquel gran escritor cuando yo recién empezaba a garabatear palabras”. Fue Onetti el primero en hacer ver a Galeano que menos es más. Y Fernando Rodríguez también lo consiguió. “Era un personaje singular. Uno de los fundadores de la guerrilla tupamara, de origen muy, pero muy pobre. Casi no había tenido instrucción. Había estado muy enfermo, además, y las fuerzas del orden lo metieron preso y trataron de rematarlo. Pero no murió, porque era muy por�ado. Cuando la dictadura cayó y pudimos volver a Uruguay, se quedó a vivir con nosotros en casa. Era un �nísimo lector, con una intuición aristocrática. Esta intuición lo salvaba de todos los errores que cometen los eruditos cuando confunden la erudición con la cultura. Era un culto de verdad, que había aprendido en la vida viva todo lo que sabía”. Galeano preparaba la trilogía Memoria del fuego y quiso contar la historia de Camila O’Gorman

ca, donde escribió de una sentada una genial “demostración matemática” de la existencia de Dios (los Comentarios a los textos pitagóricos), ella y sus padres llegaron a Nueva York en julio de 1942. Simone nunca volvería a Francia. Disfrutó, en plenitud, de ese último par de años en el continente pero el desvarío siguió adueñándose de ella. En el barco rumbo a Estados Unidos insistió en dormir en el suelo, enfurruñada por no viajar en cuarta clase y disfrutar de los privilegios acarreados por su condición de eterna hija de familia. Y sobre todo, la dominaba su deseo de regresar, vía Londres, para ser arrojada en paracaídas sobre la Francia ocupada y participar directamente de la guerra como quintacolumnista. Ese encaprichamiento, junto con su noble proyecto de organizar un cuerpo de enfermeras en el frente, la dominó hasta su muerte. De esa época provienen también los más equívocos de sus textos sobre el judaísmo. Cuando le tocaba explicar por qué había abandonado Francia decía, a quien la quería escuchar, que había acompañando a sus padres “perseguidos por el antisemitismo”, como si ella no fuera también judía. Y es que ella no se consideraba hija de sus padres, sino de la Francia clásica, helenística y cristiana. En su acre y ambigua carta de 1941 al comisario de asuntos judíos del régimen de Vichy, se escandaliza, no sin ironía, de ser considerada administrativamente judía cuando lo ignora casi todo de esa tradición religiosa. Weil murió siendo “para usar el manual de heresiología“ una marcionita, es decir, una cristiana que rechaza el Antiguo Testamento. Ese rechazo deforma todos sus escritos, en los cuales, con ignorancia y mala fe (porque en alguien como ella la ignorancia es mala fe), dice que los judíos, como Charles Maurras, sólo ven en la religión una forma de la gloria nacional y en los cuales, también, llega a decir que el Nuevo Testamento es obra exclusiva del genio grie-

y el cura Ladislao Gutiérrez en el estilo brevísimo de esta obra. “Fue en el siglo XIX, en Buenos Aires; ella era una chica de 19 años de la alta sociedad que se fugó con este cura tucumano. El dictador Juan Manuel de Rosas dio orden de persecución, y los atraparon, y los fusilaron por delito de amor. Me dije: ‘esta historia la voy a partir en tres: una primera parte chiquita, con los personajes centrales, una segunda donde se cuente el amor, y una tercera del fusilamiento, casi un parte militar’. Y bueno, el problema estaba en el amor. “Es un tema imposible, ¿cómo contarlo sin matarlo? Hice una primera tentativa y se la di a leer a mi amigo Fernando. Y él lo rechazó. ‘Veo mucha piedra en la lenteja’. Hice otra versión mucho más corta, seis páginas, luego cuatro, luego tres... ‘Veo mucha piedra en la lenteja’, repetía. Reduje la historia a una sola página. Ahí ya lo odiaba. Fernando insistió: ‘queda piedra en la lenteja’ El texto llegó a ser de una sola frase. Y se lo entregué, furioso. “O lo aprobás ya o te mato, no voy a seguir más’. Es la mejor frase que escribí en mi vida, y se la debo a él. ‘Ellos son dos por error que la noche corrige’. Y ya no dijo nada de la piedra en la lenteja, sino ‘Está bien, es hermoso’. Lo agradecí”. María H. Martí, periodista española

d Simone Weil

go. Siendo antijudía, según dice Florence de Lussy, una de las editoras de sus Oeuvres, Weil se negó a ser una segunda Spinoza, quedando como judía entre los cristianos y cristiana entre los judíos. O se resignó a ser, como el personaje de Adalbert von Chamisso, la mujer que perdió su sombra. Su antijudaísmo estropea severamente su leyenda dorada y la humaniza trágicamente: preocupada por las víctimas del colonialismo, convertida en madrina de un anarquista español con�nado en uno de los campos franceses de internamiento, �lósofa del amor de Dios en sus últimos años, Weil no tuvo ojos ni oídos para el extremo sufrimiento de su propio pueblo. Lo ha dicho George Steiner, entre muchos, quien en Weil encuentra calor, pero no luz. Inclusive, trabajando para la jefatura de la Francia Libre en Londres, redactó un informe donde sugería el estímulo de los matrimonios mixtos para acabar de cristianizar a los judíos, según re�ere Pétrement en su biografía. El comentario no sólo es anacrónico sino escandaloso, proferido en los momentos en que la Solución Final alcanzaba su mayor intensidad, apogeo del que ella estaba bien informada. Simone, �nalmente, le rogó a su hermano André, como cosa de vida o muerte, que bautizara a Sylvie, su hija recién nacida, para ahorrarle las tribulaciones religiosas de su tía.

Suplemento Cultural “El Ángel” COORDINACIÓN EDITORIAL: Homero Fernández - SUBDIRECTOR GRÁFICO: Ricardo del Castillo - CONSEJO EDITORIAL: Christopher Domínguez Michael y Sergio González Rodríguez - EDITORA: Beatriz De León Lugo - COEDITOR: Jesús Pacheco COORDINADORA GRÁFICA: Xóchitl

González - COEDITORA GRÁFICA TITULAR: Alicia Kobayashi.

TELÉFONO: 5628 7254. E MAIL: elangel@reforma.com. PÁGINA DE INTERNET: www.reforma.com/elangel.

La redacción no se hace responsable por material no solicitado. Los títulos y subtítulos son de la redacción.


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