Dice Joan Fontcuberta:
“Toda fotografía es una ficción que se presenta como verdadera. Contra lo que nos han inculcado, contra lo que solemos pensar, la fotografía miente siempre, miente por instinto, miente porque su naturaleza no le permite hacer otra cosa. Pero lo importante no es esa mentira
inevitable, lo importante es cómo la usa el fotógrafo, a qué intenciones sirve. Lo importante, en suma, es el control ejercido por el fotógrafo para imponer una dirección ética a su mensaje. El buen fotógrafo es el que miente bien la verdad”. Tomado de El beso de Judas: Fotografía y verdad (1997).
Domingo 22 de marzo de 2020
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NOTAS >> EL CORONAVIRUS EN LA SOCIEDAD ANTI-APOFÁNTICA
Luis Pérez-Oramas
E
• Diseño y diagramación Víctor Hugo Rodríguez
scribo estas líneas en medio de un pánico global causado por la rápida expansión de un nuevo virus capaz de inducir complicaciones respiratorias graves, especialmente en personas mayores, o en aquellas comprometidas en su sistema inmunitario. Mientras escribo, ese virus, que se reproduce con la eficacia del mundo globalizado, ha causado muchas muertes, y decenas de miles de personas están actualmente infectadas. Bajo su efecto diseminante, la vida cotidiana y la libertad de movimiento de las personas están siendo afectadas a una escala sin precedentes. Al pánico se unen decisiones voluntaristas, unilaterales, inconsultas, mandatos de diverso orden cuyas justificaciones aparecen, con frecuencia, insatisfactorias. El mundo parece acercarse, peligrosamente, a una recesión económica global, producto de la incertidumbre y la histeria. Wall Street ha perdido, en las últimas semanas, el equivalente de las ganancias acumuladas durante el mayor ciclo de crecimiento económico de su historia reciente. Once años de dividendos en alza y 85% de las ganancias realizadas durante el trienio Trump se han esfumado. La industria del turismo y las empresas de transporte aeronáutico sufrirán consecuencias inconmensurables. La economía italiana, por ejemplo, no podrá reponerse rápidamente de los efectos de esta epidemia que ha provocado, por primera vez en la historia moderna de esa nación, la decisión gubernamental de prohibir el tránsito de personas entre regiones, forzando el cierre de todos los comercios del país, salvo farmacias y proveedores de primera necesidad. Hay en Italia 60 millones de personas obligadas a permanecer en sus casas: un estado de excepción de facto bajo el cual una nación entera se encuentra en cuarentena. Las noticias vuelan como escenas de un mundo apocalíptico, distópico, y la realidad se acerca a los peores escenarios de ciencia ficción. El mundo, por fin, ha llegado a ser aquel guion radiofónico de terror, otrora imaginado por Orson Welles. El asunto no ha dejado de ser considerado, acaso con cierta imprudente presteza, por intelectuales y comentadores de todo orden. Entre ellos, el más brillante teórico del estado de excepción en nuestros días, Giorgio Agamben, en un manifiesto publicado en la prensa italiana argumenta que la epidemia está siendo el pretexto ideal –una epidemia inventada, ha dicho– para sancionar definitivamente al estado de excepción como norma regular de la política. El artículo de Agamben ha provocado vivas y justificadas reacciones, en las que se avanzan argumentos muy serios por intelectuales como Davide Grasso y Jean-Luc Nancy. Es cierto que el coronavirus se ha diseminado por el planeta y no tiene cura, ni existe por lo tanto vacuna alguna para evitarlo. En ausencia de inmunidad natural, por su novedad patógena, toda la población del planeta es susceptible de adquirirlo, lo que obviamente potencia su transmisibilidad y, en gran medida, su poder letal. La mayoría de las personas infectadas sobrevivirán, sin embargo, y hasta ahora nadie puede reivindicar un conocimiento cierto sobre la naturaleza de la pandemia desencadenada por el COVID-19, lo que obviamente favorece el hervidero de rumores. No estamos, por lo tanto, en capacidad de saber hasta dónde exactamente este virus gripal sea peor que la influenza ordinaria, la cual ha causado ya más de 50 mil fallecidos solo en los Esta-
El imperio de las ordenanzas “…el lenguaje que prevalece en la presente sociedad es aquel de la creencia, no aquel del conocimiento; aquel de la plegaria, no aquel de la experiencia; aquel de la amenaza, no aquel de la atención; y sobre todo es el lenguaje del mandato, no el de la verdad”
La plaga de Asdod, o los filisteos golpeados por la peste (1630-31, óleo sobre lienzo), de Nicolás Poussin / Museo Louvre
Nadie, en verdad, parece hablar con autoridad en este mundo” dos Unidos, durante el último año. En cambio, es posible asegurar ya, cuando los mercados globales han entrado en caída libre, que las consecuencias perniciosas del pánico serán comparables –si no mayores– a las del virus mismo. Millones de personas se verán durablemente afectadas en sus economías, sus empleos, sus hogares, sus jubilaciones, su estabilidad financiera o su futuro material. Una conjunción de mediocres prácticas de información por parte de los gobiernos de los dos estados más poderosos del planeta, China y Estados Unidos, entre otras razones, pueden contarse entre los soplos que han avivado estos fuegos globales. Ciertamente la crisis del coronavirus nos pone ante una nueva realidad, y conviene preguntarse si sus efectos no vienen a ser, también, síntoma de algo, el brutal revelador de un estado epocal de nuestra psique colectiva, y de la cultura del presente. No cabría despreciar, entre las razones de la diseminación del pánico que acompaña a la del virus, la pérdida de autoridad en la vocería de las novedades que nuestro mundo pade-
ce, al estar, como nunca antes en su historia, enteramente, a la merced de los efectos del rumor, fruto de la multiplicación de opiniones espontáneas e infundadas, a través de las frecuentemente infaustas redes sociales. Nadie, en verdad, parece hablar con autoridad en este mundo. Y aquellos que lo hacen a menudo responden a cuidadosas estrategias mercadotécnicas, concebidas desde laboratorios de interpretación de data, empresas de relacionamiento público y tácticas de comunicación espectacular. El intelectual, otrora voz autorizada, es hoy una máquina de patchworks, el ocupante del lugar vacío que dejó la autoría tras su muerte. Interesado apenas en hibridizar ideas ajenas para cumplir el objetivo que le ha sido asignado por sus impresari, el intelectual público encarna hoy el colmo del vendedor ambulante y debe, en consecuencia, tan solo intentar acumular hits en sus perfiles para potenciar así las ventas –de cualquier cosa– en el hipermercado global de la opinión. La conjunción inédita de terror, rumor y creencia infundada que acompaña a esta crisis global me hace pensar que vivimos, en verdad, una (nueva) edad imperial. No porque seamos víctimas o sujetos de algún imperio (político), aun cuando no se puede nunca descartar esa posibilidad; sino porque nuestra edad está sometida cada vez más al imperio de los mandatos, en detrimento –y las más de las veces en indiferencia absoluta– de la verdad. La primacía de los discursos imperativos y preceptivos pudiera, más pronto que tarde, alimentar nuevos discursos imperiales de todo tipo. Como un monstruo que crece en nuestro propio vientre, en el vientre
del habla, el lenguaje que prevalece en la presente sociedad es aquel de la creencia, no aquel del conocimiento; aquel de la plegaria, no aquel de la experiencia; aquel de la amenaza, no aquel de la atención; y sobre todo es el lenguaje del mandato, no el de la verdad: es el lenguaje de la corrección política y moral que solo quiere decir las cosas como deben ser dichas en detrimento de decirlas como son; es el lenguaje de los influencers, que no pueden argumentar saber nada mientras nos influencian con su rito vacuo de exhibicionismo narcísico; es en fin el lenguaje mímico –el del mimo– que reproduce y se reproduce, como el virus, sin cesar y sin contrargumentos y –por lo tanto–, con frecuencia, también en contra de la verdad. Más allá de las certezas letales de la enfermedad, creo que el pánico con el que el mundo ha reaccionado a este nuevo virus tiene que ver, en buena medida, con este lenguaje imperativo, erigido sobre la creencia en su propio poder performativo, que existe como una entidad autárcica, desvinculado de la voz que intenta decir lo que es o lo que no es, y opuesto por lo tanto al lenguaje de la verdad y de la experiencia. Ello hace a este virus aún más letal sobre nuestro cuerpo colectivo de lo que pueda en realidad, patológicamente, llegar a ser sobre nuestros cuerpos individuales. Sabemos que en un mundo inextricablemente conectado las epidemias se convierten instantáneamente en pandemias –también, por cierto, las epidemias intelectuales–; y creo que la forma que adquiere el pánico global ante este nuevo virus nos permite enunciar una sospecha sobre el estado del mundo presente.
Vivimos en una sociedad anti-apofántica, donde nadie tiene interés en que prevalezca el conocimiento de lo que es y de lo que no es; una sociedad impulsada por pasiones inmediatas, intensas pero desechables, efímeras pero globales, a imagen de la data misma en donde se manifiestan. Nunca tuvo el caos de las pasiones humanas una plataforma más eficaz para dominar completamente el destino del planeta como la que le ofrece hoy el capitalismo de la información en el estado avanzado de su dominio técnico. Que el mundo está determinado por las pasiones humanas no es novedad. Me encuentro entre quienes creen que el mundo donde vivimos no es peor que ningún mundo pasado. Sin embargo estoy convencido de que durante un período –acaso brevísimo en la historia– pudimos contar con un instrumento real que nos permitía modular el chirrido emocional y la fricción pasional en nosotros, especialmente en cuanto somos miembros de una república, es decir, de una colectividad: a saber, la posibilidad de acordarnos sobre un modo discursivo que se caracteriza por decir lo que son las cosas, o lo que no son, el cual prevalecía culturalmente en la certeza, acaso falible, de que podemos aspirar a la verdad. Todo parece indicar que ese tipo de discurso –que Aristóteles llamó apofántico– ha perdido el favor del presente, en beneficio de mitos y plegarias, y sobre todo en beneficio de amenazas, advertencias, órdenes, preceptos imperativos y nuevas inquisiciones imperiales. (continúa en la página 2)
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2 Papel Literario
el nacional Domingo 22 De marzo de 2020
El imperio de las ordenanzas (viene de la página 1) Porque todos hablamos –y nadie lo hace con autoridad–, o porque en la cacofonía de nuestra nueva Babel digital es cada vez más difícil identificar la autoridad, porque el rumor se disemina como el virus, y su credibilidad crece con su inmediatez más que con su veracidad, hemos probablemente llegado a un estadio de desmantelamiento colectivo de las posibilidades racionales para administrar la urgencia humana –tanto a nivel de las comunidades espontáneas como de las administraciones públicas. Al régimen de la pasión desenfrenada –entiéndase tan solo por ello la forma de la experiencia que consiste en padecer sin la posibilidad de construir un conocimiento comunicable– corresponde lógicamente, como consecuencia o como remedio, la nostalgia de los atajos imperativos. Aun cuando comparto las críticas que Agamben ha recibido de sus pares, y no creo como él que la experiencia del COVID-19 sea la de una “epidemia inventada” para imponer la nueva norma del estado de excepción, me temo que es también en sus páginas de brillante pensador donde pueda encontrarse alguna luz con relación al asunto de la primacía de los lenguajes mandatorios, en la cual veo yo el crisol de los miedos y las histerias que opacan al presente con sus urgencias. En un breve ensayo reciente Agamben, anunciando una investigación en curso sobre lo que él denomina “la arqueología del mandato”, llegaba a diagnosticar la decadencia presente de las formas apofánticas de discurso, su pérdida de favor en los usos sociales –e institucionales– del lenguaje, en beneficio de formas performativas. En su clarísimo recorrido argumental Agamben se preguntaba por la gramática y la lógica del precepto, recordando entonces a Aristóteles quien, por oposición a la posibilidad de proferir lo que es o no es, opera una exclusión definitiva de los discursos no-apofánticos, es decir todos aquellos donde lo que se dice no es ni verdadero ni falso; queda pues fuera de la consideración del filósofo todo aquello que no dice verdad o mentira, todo lo que desea, ordena, impone, ruega, todo lo que hace del actor, por ejemplo, una forma de impostor, un “hipócrita” en escena1. Aristóteles había prometido, siempre según Agamben, ocuparse de estas figuras discursivas en la Poética. Y sin embargo apenas empieza su tratado sobre las artes de la palabra también allí manifiesta la futilidad de la operación que distinguiría aquellas formas de discurso en las que no se dice lo que es o no es: ordenar, comandar, amenazar, maldecir, aconsejar, blasfemar, orar. De estos antiguos fragmentos de la inteligencia occidental, Agamben concluye la existencia de una bipolaridad irredenta en nuestras prácticas de lenguaje, es decir, la presencia de dos ontologías diferentes, alojadas en ellas: “Hay –escribe Agamben– en la cultura occidental dos ontologías, distintas pero no desprovistas de relación: la primera, la ontología de la aserción apofántica, se expresa esencialmente en la forma del indicativo; la segunda, la ontología del mandato, se expresa esencialmente en la forma del imperativo (...) la primera ontología define y regula el campo de la filosofía y de la ciencia, la segunda el del derecho, la religión y la magia”2. Agamben nos recuerda lo que los grandes lingüistas modernos han dicho de esa forma imperativa de lenguaje que es el mandato: para Meillet el imperativo sería la forma esencial del verbo, es decir su rastro primal, en cuanto este contiene el nervio de la acción en el lenguaje; para Benveniste, en cambio, se trataría de un semantema desnudo empleado como forma de veredicto con una entonación específica. Interesa señalar aquí
Giorgio Agamben / reflexionesmarginales.com
la referencia a la entonación por parte del padre de la moderna teoría de la enunciación. En efecto, le debemos a Benveniste haber concebido la distinción fundamental entre enunciado y enunciación, que es precisamente el habla como lenguaje encarnándose en una entonación. Todas aquellas formas discursivas que no son apofánticas dependen pues de la entonación, mientras aquellas que afirman lo que es o no es pueden aspirar a cierto grado de neutralidad, a existir desapasionadamente. La lingüística –y la filosofía– contemporáneas padecen –o gozan– de una fascinación reciente por las formas de discurso que poseen fuerza o carácter performativo, aquellas palabras que, como en el caso del sacramento, operan cambios. Desde que en 1962 se publicaran las conferencias dictadas por John Langshaw Austin al final de su vida, en la Universidad de Harvard, bajo la elocuente pregunta-título: ¿Cómo hacer cosas con palabras?, el pensamiento occidental parece haber re-descubierto el mundo olvidado de los lenguajes no-apofánticos y, más específicamente, el de los discursos performativos. “Si consideramos la fortuna creciente –escribe Agamben– de la categoría del performativo, no solamente en lingüistas, sino también en filósofos, juristas y teóricos de la literatura y del arte se pudiera sugerir la hipótesis según la cual la centralidad de ese concepto corresponde en realidad al hecho de que, en las sociedades contemporáneas, la ontología del mandato parece estar suplantando progresivamente a la ontología de la aserción. Ello significa, para emplear el lenguaje del psicoanálisis, que, en una suerte de retorno de lo reprimido, la religión, la magia y el derecho –y junto a ellos todo el campo de los discursos no-apofánticos hasta ahora relegados en la sombra– norman en realidad, secretamente, el funcionamiento de nuestras sociedades que se quieren laicas y seculares”3. La afirmación de Agamben, y su intuición de que nuestra cultura estaría cada vez más dominada por formas discursivas relacionadas al mandato (bajo la forma insidiosa de la recomendación, de la invitación y –yo añado– del programa), generando un estado de expectación a la
obediencia, me parece útil para entender nuestro azorado presente, incluida la crisis de pánico ante el temor –y la opacidad– de la pandemia del COVID-19. El tema abarca, probablemente, todo el espectro regulador de la cultura digital, materializado en nuestros dispositivos cotidianos y, especialmente, en la máquina que parece encarnar como ninguna la mutación epistemológica que estamos viviendo: el teléfono inteligente o smart phone, que ha revolucionado con su poder narcísico y documental todo el espectro de la vida humana, desde la política y el enforzamiento de la autoridad hasta la producción de imágenes, el arte, y la pornografía, borrando las distinciones existentes entre la esfera de lo público y la de la vida privada. Hace muchos años, con preciencia imprecedente, el gran filósofo suizo-brasilero Vilém Flusser sugirió que el tema de nuestro tiempo podía resumirse en la noción de “programa” y que, en la medida en que una antropología programática iba sustituyendo epocalmente a las nociones de destino o causa que habían dominado la explicación de la realidad en el pasado, no solo se comprometía nuestra libertad en la lógica algorítmica del azar, sino que se reducían sus condiciones de posibilidad hasta hacerla solo posible como un juego de azar con dispositivos4. Cada vez que apoyamos nuestro dedo sobre uno de los botones que “comandan” nuestros dispositivos creemos estar activando un mandato cuando en realidad, nos recuerda Agamben, solo estamos obedeciendo a su programa. El ciudadano de la sociedad digital es, según el filósofo italiano, un ser que obedece. Flusser por su parte supo anticipar con claridad algo que parece dominar nuestro mundo, a saber, que los dispositivos estaban llamados a funcionar cada vez con mayor independencia en relación a la intención de sus “programadores”. En una sociedad no-apofántica, incremencialmente interesada por la lógica discursiva del precepto, tentada a imponer ante cada rasgo complejo de la realidad un mandato moral en el discurso, determinada por la masiva diseminación de dispositivos que dependen de un registro programático de operaciones y que, para colmo, funcionan con indepen-
…el rumor se disemina como el virus, y su credibilidad crece con su inmediatez más que con su veracidad” dencia creciente con relación a la intención de sus programadores; en esa nuestra sociedad de algoritmos operacionales la pandemia del coronavirus parece haber lanzado una última sombra que se manifiesta en la certeza –letalmente acompañada de admiración– sobre la capacidad de sociedades opacas o cerradas, totalitarias, como la China, para decretar y controlar estados de emergencia. Esta pandemia no es un pretexto político para imponer la nueva norma del estado de excepción, pero sería imprudente y temerario desechar con ligereza la sospecha de que entre sus efectos más perversos se cuente un estigma más, en el imaginario occidental, sobre los regímenes democráticos y lo que queda de las (modernas) sociedades abiertas. Se entenderá que el régimen todopoderoso de la corrección discursiva política y moral –esa máquina de tabúes– que domina enteramente la esfera pública de las sociedades post-industriales, a menudo asemejándose a una nueva inquisición, espontánea y auto-militante, depende también, enteramente, en sus últimas razones y en sus más determinantes causas, de la primacía de los discursos del mandato, de la magia y de la falsa creencia sobre los discursos de la aserción ontológica, cuya potencia apofántica se ve desmoronada en los favores de una sociedad que solo parece moverse desde sus pasiones infundadas o desde sus mitos y supersticiones (veganismo, animalismo, naturalismo) con la ayuda nada despreciable de la mercadotenia de los influencers.
Yo entiendo que la urgencia nos ciega, pero me pregunto hasta dónde la multiplicación de mandatos –a menudo apocalípticos– que están acompañando hoy la diseminación de este nuevo coronavirus tiene que ver con el desmoronamiento, en el seno de nuestra cultura contemporánea, del discurso apofántico, aquel de la proferación y de la búsqueda de la verdad, aquel que se esfuerza laboriosamente por saber cuál es el estado real de las cosas. No creo yo que la verdad sea una, inmutable y absoluta. Me atreveré a tomar prestada una formulación de Luis Miguel Isava, con quien he mantenido recientemente un intercambio escrito sobre la naturaleza de los lenguajes verbales e imagísticos, y diré que creo, como él, que la verdad es post-significante: que solo se manifiesta en la distensión inconmensurable de la temporalidad, en su ser siempre más-tarde, en su venir a ser más allá de la cronología de lo sucesivo, en su temporalidad kairológica, la cual depende de lentas, incesantes pero improbables condiciones de develamiento para irse haciendo, siempre provisoriamente, identificable y que requiere, por lo tanto, de las cifradas virtudes de la espera, de la modestia crítica ante el no saber y sobre todo de la aceptación de la experiencia de no-poder, cada vez más raras en la esfera de las decisiones públicas y en aquella, aún más determinante, de nuestro relacionamiento individual con la realidad. Es muy poco lo que sabemos sobre este nuevo virus salvo que, con sus primeras víctimas que caen, todos caemos en un planeta de calles abandonadas, de ciudades desiertas, en la mudez del ágora, en la clausura de las multitudes, en la oscuridad de un mundo que se apaga mientras más se habla en él con la ilusión mágica de que las palabras hagan lo que la inteligencia no puede conocer, imponiendo el imperio de sus ordenanzas. Giorgio Agamben: “Qu’est-ce qu’un commandement?” en Création et anarchie. L’oeuvre á l’âge de la religion capitaliste (Paris: Rivages, 2019), 96. 2 Ibidem, 102-103. 3 Ibid, 105. 4 Vilém Flusser: Post-History (Minneapolis: Univocal, 2013), p. 26. 1
Papel Literario 3
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ENSAYO >> PENSAR NUESTRO TIEMPO
Eterno Femenino y algunas diosas griegas “En la Antigüedad, tanto en los mitos como en los rituales, a la mujer se le vincula con el misterio. El misterio de la Vida, el misterio de la Muerte” Corina Yoris-Villasana
C
uando se habla del Eterno Femenino, inmortalizado por J. W. Goethe en el sublime coro final del Fausto: “Lo inaccesible se hace aquí acontecimiento/ Lo eterno-femenino nos arrastra hacia lo alto”, se asocia con un concepto idealizado e inmutable de mujer. Ello, a su vez, ha originado, a lo largo de la Historia, numerosos debates e interpretaciones, en muchas ocasiones, contradictorios entre sí. La mujer es enaltecida como un ser angelical, poseedor de virtudes que le dan una esencia muy específica y diferenciada del hombre. De tal manera que, al atribuirle una suerte de naturaleza etérea, algunos analistas y críticos han enfatizado que este arquetipo de mujer es una creación patriarcal que ve a la mujer como un ser pasivo, dejándole la acción al hombre. Pero, ¿es así el arquetipo de mujer en las diosas griegas? En la Antigüedad, tanto en los mitos como en los rituales, a la mujer se le vincula con el misterio. El misterio de la Vida, el misterio de la Muerte. Es en esa dicotomía donde se crean los grandes relatos de las distintas generaciones de las diosas. Así, encontramos los misterios eleusinos, ritos de iniciación anuales al culto a las diosas Deméter y Perséfone que se celebraban en Eleusis, antigua Grecia; ambas diosas son anteriores al panteón olímpico. No se olvide que por ritos de iniciación se entiende “la transición de un estado a otro en la vida de una persona”. Deméter es la diosa griega de la agricultura, simboliza los ciclos tanto el de la vida, como el de la muerte; se le considera protectora del matrimonio y de la ley sagrada. Fue venerada como la “portadora de las estaciones” en el célebre himno homérico, fechado hacia el siglo VII a. C.: “Por ti Deméter augusta, la de hermosa cabellera/ Entonamos este himno, y Perséfone tu hija/ A la que Hades robó, con el permiso de Zeus (…)”. Arianna Stassinopoulos, al describir a Deméter en el inigualable libro Gods of Greece, nos regala una expresiva definición de la diosa y su hija Perséfone; Deméter es Madre y todo lo que ello engloba; la tierra madre, pero también la madre básica, la madre que se llena de ira, la que siente aflicción, la madre que ama, la madre posesiva. Pensar en Deméter es pensar en Perséfone. “En la mayoría de las esculturas antiguas de Deméter y Perséfone, se las ve mirándose profundamente a los ojos, y el secreto que comparten a través de su mirada penetrante está en el corazón del mito de Deméter. ‘Cada madre contiene a su hija en sí misma, y cada hija su madre, y cada mujer se extiende hacia atrás hacia su madre y hacia adelante hacia su hija’”. El mito de Deméter y Perséfone ha sido considerado como uno de los más espléndidos, insondables y apasionantes de toda la mitología griega. Perséfone, llamada también Kore, que en griego significa doncella, es raptada por Hades, dios del inframundo. Deméter, desesperada y transida de dolor, la busca durante nueve días y nueve noches; deja que todo se marchite y muera. Al décimo día, Hécate se compadece de ella y la ayuda a rescatar a Perséfone con la anuencia de Zeus. Pero, Perséfone
acepta unas semillas dadas por Hades y las come. ¡Quien ingiera comida del Inframundo queda condenado a volver siempre a él! Así, Perséfone pasa tiempo en la tierra y tiempo en el inframundo. Quedan de esta manera determinadas las estaciones del año, abundancia y cosecha, por una parte; escasez e infructuosidad, por otro. Cuando Perséfone va al inframundo, Deméter llora, y son sus lágrimas la lluvia que cae sobre la Tierra. Cada sentimiento y acción de Deméter posee un profundo significado. Los analistas del mito señalan varios niveles. Uno, vinculado con el dolor de Deméter ante la pérdida de la hija, ha sido considerado como la búsqueda interior del niño, “el niño divino que necesitamos desesperadamente para reconstruir la totalidad perdida en nosotros mismos y terminar con el dolor de separación que es parte de nuestra encarnación en la tierra”. Otro símbolo se relaciona con la madre elemental y el «eterno femenino»; Deméter personifica los misterios más sublimes de la naturaleza del ser humano y los ciclos alternativos de exuberancia y rastrojo incluidos tanto en la naturaleza como en la naturaleza humana: v.gr. cambio de las estaciones, y en la acción humana en el flujo y reflujo de nuestras vidas emocionales y espirituales. Sin agotar las riquezas del mito, recordemos unas breves palabras de C.G. Jung: “Deméter y Kore, madre e hija, extienden la conciencia femenina hacia arriba y hacia abajo, y amplían la mente estrechamente consciente unida en el espacio y el tiempo, dándole insinuaciones de una personalidad mayor y más integral que tiene una participación en el curso eterno de cosas”. No olvidemos que el rapto de Perséfone (Proserpina en la Mitología Romana) es uno de los mitos que ha inspirado a más artistas. Por tan solo recordar a algunos, citemos El rapto de Proserpina de P.P. Rubens, 1636-37, exhibido en el Museo del Prado y que llegó a formar parte de la colección de raptos de la Torre de la Parada. En el Museo del Louvre se encuentra un óleo en lienzo, obra de Niccolò dell’Abbate: Rapto de Proserpina. Una de las más famosas representaciones del mito es la escultura realizada
Detalle de El rapto de Proserpina (1636-37 – óleo sobre tela), Pedro Pablo Rubens / Wikipedia
por Gian Lorenzo Bernini entre los años 1621 y 1622, El rapto de Proserpina. Bernini logra una obra excelsa al emplear una ordenación vivaz en espiral, donde puede observarse a Hades (Plutón), de pie y Perséfone (Proserpina,) prácticamente sentada sobre el cuerpo del dios; también está además el perro de tres cabezas, bajo los pies de Perséfone, el Cancerbero, guardián del Hades. El mármol ha sido trabajado con tal maestría que parece cobrar vida ante la vista del espectador. Sublime. Al continuar relacionando el eterno femenino con las diosas olímpicas, es obligatorio mencionar a Hera (Juno, en la mitología romana). La “Diosa de los dioses”, esposa de Zeus, celosa, vengativa, pero también posee los atributos de la diosa madre, deidad de fertilidad general. Una de las más hermosas obras de arte relacionadas con Hera es el Origen de la Vía Láctea. Óleo pintado por Jacopo Tintoretto hacia el año 1575. Actualmente, este cuadro se exhibe en la National Gallery de Londres. La obra representa el mito del surgimiento de la Vía Láctea. Zeus, en sus aventuras extramaritales, tuvo un hijo, Heracles, con una mujer humana, Alcmena. Zeus quería que su hijo se alimentara de la leche de Hera, logra engañarla y consigue que Heracles se amamantara fugazmente del pecho de la diosa. Esta advirtió ágilmente la treta y retiró violentamente a Heracles; de su pezón cayeron algunas gotas de leche que se incrustaron en el firmamento, dando
Detalle de El nacimiento de Venus (1482-85 – temple sobre lienzo), por Sandro Botticelli / Wikipedia
así origen a la Vía Láctea. ¡Maravillosa Vía Láctea que está impregnada de la leche materna de una diosa! Por su parte, Atenea (Minerva en la mitología romana), diosa de la sabiduría, con sus “ojos de mochuelo”, aparece acompañada por esta ave en sus representaciones. De allí que, en la Filosofía, el mochuelo ha devenido en su distintivo, aunque históricamente y de manera errónea, se le ha llamado “la lechuza de Atenea”, o “el búho de Atenea”. Lo peculiar en Atenea, nacida de la cabeza de Zeus, guerrera, custodia de la paz, es que los atributos masculinos heredados de su padre, como la agresión, Atenea los transforma, y la violencia la trasmuta en su poder de convicción, conjugando así notas del carácter de Zeus con su aporte femenino. Hay numerosas representaciones escultóricas de Atenea, pero quiero destacar la pintura realizada por Sandro Botticelli, Atenea y el centauro (Minerva y el centauro), exhibido en la Galería de los Uffizi en Florencia. Botticelli realizará una serie de escenas mitológicas entre las que destacan el Nacimiento de Venus, Venus y Marte o esta imagen de Atenea. Las menciones a las diosas anteriores han sido breves, porque también quiero detenerme en Afrodita (Venus en la mitología romana) como lo hice con Deméter y Perséfone. Es la diosa del amor y la fertilidad. ¿Cómo nace Afrodita? Para conocer el mito es necesario recordar que Urano, el cosmos, y Gaia, la Tierra, tuvieron por hijos a dioses, Titanes, Cíclopes y Gigantes. Es de especial mención Kronos, quien, en complicidad con Gaia, mutila los genitales de Urano y los lanza al mar. La sangre de Urano empapó la Tierra, y nuevamente la fecundó. De esta manera brotaron las Erinias (las Furias), aterradoras diosas de la venganza, del escarmiento, quienes son las encargadas de no permitir que haya crímenes impunes. Además, en el mar brota una espuma, producto de los genitales de Urano, y, de ella nace Afrodita, la más bella entre las bellas; brota apaciblemente de las aguas, resguardada en una gran madreperla. Los céfiros, vientos templados y húmedos que soplan del oeste, la impulsan sobre el oleaje hasta que llega a las playas de Chipre, y allí la esperaban las Horas (las Estaciones), coronadas de oro y llenas de júbilo. Precisamente las Horas la visten y le acicalan los dorados cabellos con violetas, flores que simbolizan simplicidad, sutileza y delicadeza. Es conducida al Olimpo donde todos quedan extasiados ante su hermosura. El simbolismo de su nacimiento es muy valioso; de la escisión entre Urano (firmamento) y Gaia (Tierra) brota una hija, incluso después de esa separación. Así, Afrodita es la diosa del inicio de la creación, es el principio; no solo se le debe vincular con la maternidad, ella es, a su vez, engendrada por el mar. En definitiva, es el mar que, en lontananza, une cielo y tierra. Los rituales que acompañaron a Afrodita son igualmente maravillosos. Cada año, en Pafos, Chipre, se llevaba a cabo el baño de Afrodita,
las sacerdotisas la llevaban al mar y la sumergían en las aguas. Así, renace cada año. El nacimiento de Afrodita dio origen a una de las obras maestras de la historia del arte, El nacimiento de Venus, de Sandro Botticelli. El cuadro está realizado al temple sobre lienzo, exhibido en la Galería de los Uffizi en Florencia. No hay diosa fea; todas ellas poseen el atributo de la belleza. Todas dan y reciben amor. Pero, Afrodita es Belleza y Amor, así, en mayúscula. Con la extraordinaria capacidad descriptiva que tiene Arianna Stassinopulos nos dice que Afrodita es “un dios cercano incapaz de mantener su distancia”. Afrodita irrumpe en nuestra intimidad mejor guardada; encrespa nuestros deseos más intensos. Las únicas que no se rinden ante ella son, justamente, Atenea, Artemisa y Hestia. “Encarna la maravilla, la magia, el poder de la feminidad primordial. La víspera arquetípica de la Tierra. Toda la feminidad. Hunde a los hombres en el más profundo pantano de la sensualidad y los eleva a la exaltación de la unión cósmica”. Y esa dualidad de la diosa del Amor y la Belleza se encuentra finamente representada en el mito de Eros y Psique. La narración es sublime; como Psique era tan hermosa, Afrodita, celosa de tal belleza, le pidió a su hijo Eros (Cupido) que lograra que Psique se enamorara del ser más espantoso sobre la faz de la Tierra. Pero, Eros es quien se enamora de Psique y para que su madre no se enterase, le pide a Psique que se amen en la oscuridad. Cuando Psique flaquea, ante la imperiosa necesidad de saber, enciende una vela y con esta luz consigue ver y extasiarse ante la belleza de Eros. Una gota de aceite quema a Eros y este, al darse cuenta de lo que está pasando, grita: “El amor no puede vivir con sospecha”, y se va volando. En esta parte del mito se debe señalar que, en una perspectiva, el acto de Psique es visto como sospecha, curiosidad; sin embargo, desde otra perspectiva, más aguda, es la exigencia del alma (Psique significa Alma) por la luz y la conciencia, su oposición a relacionarse en las tinieblas. Como Psique recurre a Afrodita para que interceda ante Eros, la diosa le impone como castigo una serie de tareas, prácticamente imposibles de llevar a cabo. Aun así, Psique las hace y, la más difícil de todas, ingresar al Inframundo y allí poner en la caja que Afrodita le ha dado una gota de la belleza de Perséfone, la belleza del alma de las profundidades, Psique logra exitosamente cumplir la tarea final; de esta manera, da un giro de 180° a su amor con Eros: del amor oscuro y anónimo pasa al amor donde lo terrenal y lo divino se fusionan. Este mito ha sido inmortalizado en el Arte con la famosa escultura de Psique reanimada por el beso del amor, también llamada El amor de Psique o El beso. Esculpida en mármol blanco, siglo XVIII, por el artista italiano Antonio Canova. Está conservada en el museo del Louvre en París. Mitología, Arte, Filosofía ayudan a comprender el significado que cada dios ha trascendido en los tiempos y nos recuerda que todos también poseemos las mismas pasiones por ellos representadas. Las diosas son arquetipos que deben ser bien interpretados, pues en ellos están presente algunos conceptos que, en la Antigüedad no significaban lo mismo que hoy en día. Por ejemplo, cuando se habla de las diosas vírgenes, se debe tener muy claro, que para los griegos la virginidad simboliza todo aquello que no concierne a un hombre, que no la impulsa a necesitarlo, y mucho menos a buscar su aprobación. Una mujer no es igual a su arquetipo; lo transciende. *NB: Son muchas las fuentes consultadas, imposibles de referenciar en un artículo de prensa.
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ENSAYO >> PENSAR NUESTRO TIEMPO
Paradojas de mala fe “Cualquier etiqueta capaz de proveerte la ilusión de una identidad absoluta es producto de la mala fe” Samuel Rotter
E
n su libro El ser y la nada, el filósofo existencialista JeanPaul Sartre establece que la mayoría de los seres humanos aprecian apasionadamente la libertad pero fracasan en asumir su potencial y, subsecuentemente, su autenticidad como individuos. Las razones por lo cual esto ocurre, de acuerdo a Sartre y otros pensadores contemporáneos como Karl Jaspers y Albert Camus, son múltiples y complejas. No obstante, a veces adentrarse en un solo elemento influyente, un solo nudo en la gran telaraña de factores que constituyen a una persona, podría permitirnos entendernos mejor y obtener beneficios psicológicos y espirituales. Estar anuentes de nuestros mecanismos psicológicos nos ayuda a comprendernos mejor y a superar ciertas trabas y obstáculos mentales que nos impiden prosperar. En su libro, Sartre dedica una gran sección de su trabajo a elaborar un concepto que denomina mauvaise foi (mala fe). En él, escribe que el único aspecto intrínseco en el ser humano es su libertad. Es importante aclarar que el concepto de libertad para Sartre difiere del entendimiento coloquial de la palabra. No se refiere a ser un ciudadano “libre” o la libertad otorgada a un reo. En su mundo, connota a un ser sin una esencia preestablecida a su conciencia, es decir, que no posee una forma específica de ser al nacer. De la mano de esta carencia de esencia está también el constante cuestionamiento de nuestro control. Aunque nacemos sin una esencia prescrita, entramos a un mundo que nos precede y promueve ciertos constructos sociales subjetivos como formas “aceptables” de ser. Según Sartre, este cuestionamiento constante del límite de nuestra autonomía surge de la tensión existente entre la imagen presentada por la sociedad y una autenticidad añorada. Esto ocurre aun cuando no estemos conscientes de ello. Pueden pasar años sin necesariamente buscar una justificación a una gran cantidad de rituales sociales exacerbados y repetidos, tal vez propulsados por nuestro deseo de manada y pertenencia. Nuestra supervivencia, después de todo, depende de ser aceptados por nuestra comunidad. Tanto en la prehistoria como en la modernidad, el exilio significa el fracaso y la falta de supervivencia. Sin embargo, si indagamos conscientemente en la razón de ser de nuestro entorno, nos sentimos un poco perplejos a la hora de establecer si esas ideas provienen de nuestro interior o simplemente han sido traspasadas a nosotros sin mayor consideración. Y basta hacernos esas preguntas para emprender una gran aventura individual de cuestionamiento interior que conduce a infinitos destinos. Un catalizador de este cuestionamiento y deseo de significado, según Sartre, es la muerte. En El ser y la nada escribe: “La muerte nunca es aquello que le da a la vida significado; al contrario, es lo que remueve todo el significado de la vida”. Una visión poco romántica en su superficie pero de gran valor implícito. No es la muerte la que le da significado a la vida o una realidad externa a la vivida. El otorgador de significado es la persona, por lo que, recae en
nosotros asumir la responsabilidad que usualmente otorgamos a Dios en cuanto a destino y propósito se refiere. Y continúa diciendo “La libertad humana precede la esencia del hombre y la hace posible; la esencia del ser humano es suspendida en su libertad. Lo que nosotros llamamos ‘libertad’ es imposible de distinguir de la ‘realidad humana’. El ser humano no existe para subsecuentemente ser libre; no existe diferencia entre ser humano y ser libre”. Dentro de esta visión del mundo y del ser humano, la vida adquiere un renovado potencial para ser cualquier cosa que deseemos que sea dentro de lo humanamente posible. Inicialmente, esa libertad radical es muy atractiva. Caemos en cuenta que somos una especie con una capacidad impresionante para la autoderminación y la libertad, que implica, en términos más sencillos, la habilidad de decidir nuestras creencias y cursos de acción. Por lo tanto, las posibilidades de quiénes podemos llegar a ser se vuelven ilimitables. Pero es precisamente frente a este espacio infinito que enfrentamos un terror existencial que nos deja perplejos y en shock. ¿Cómo tomar una decisión frente a infinitas posibilidades? La libertad radical se transforma de prospecto emocionante, a una fuente de ansiedad y confusión, y es precisamente en esta encrucijada psicológica de infinitas vertientes, donde nos enfrentamos con los mecanismos de la mala fe.
Ser-para-sí Una vez entendido el concepto de libertad de acuerdo a Sartre, podemos indagar con mayor profundidad en las maneras en que lidiamos con esta revelación tan abrumadora. Mala fe es, resumidas cuentas, el mecanismo de mentirnos a corto plazo para evitar el sufrimiento psicológico actual, pero pagando en el proceso, un dolor mayor a futuro. Nos forzamos una mentira convencidos que no existen otras opciones. Pero la realidad más dolorosa de todas, la más rechazada e ignorada y sujeta a nuestra mala fe, es el reconocimiento de que nuestras vidas dependen vitalmente de nosotros para ser constituidas. Es la creencia de Sartre que la mala fe se manifiesta cuando actuamos como un ser-en-sí en vez de un ser-para-sí. Pudiésemos definir el ser-parasí como un ser humano consciente de su libertad. Esta forma de ser está basada en una conciencia pre-reflexiva, lo cual se puede entender como el estar consciente de uno mismo y las implicaciones de poseer una conciencia. Por otro lado, el ser-en-sí hace referencia a la naturaleza inanimada de los objetos. Al carecer de conciencia, el ser-en-sí jamás podrá ser otra cosa. Es un estado que simplemente es. Cuando nos vemos como un ser-en-sí, un humano-objeto, es que caemos en mala fe. En nuestro caso, son las etiquetas sociales las que permiten nuestra transformación en humano-objeto. El ejemplo más famoso de una persona en-sí que da Sartre es el de un mozo en un café. Escribe: “el mozo de café no puede ser mozo de café desde dentro e inmediatamente, en el sentido en que este tintero es tintero, o el vaso es vaso. No es que no pueda formar juicios reflexivos o conceptos sobre su condición. El sabe bien lo que esta “significa”: la obligación de levantarse a las cinco, de barrer el piso del despacho antes de abrir, de poner en marcha la cafetera, etc. (...) soy en cierto sentido un mozo de café; si no, ¿no podría llamarme igualmente diplomático o periodista? Pero, si lo soy, no puede ser en el modo del ser. Lo soy en el modo de ser lo que no soy”. La economía y la sociedad nos hacen jugar a ser otro, como el mesone-
Sartre en el Festival de Cannes (1947) / ABC.ES
ro o el periodista, y tanto es nuestro miedo a nuestro potencial que llegamos a creer que aquello es uno de los factores más importantes de nuestra identidad. Nos tornamos en seres-ensí al reducirnos a lo que la sociedad nos ha denominado. En la era moderna y la actualidad el trabajo representa una gran parte de tu identidad; es un factor socialmente reconocido como influyente y capaz de afectar la percepción de otros hacia ti. Este aferrarse a la profesión, ya seas abogado, doctor o científico ganador del Nobel, constituyen un acto de mala fe. Además, esto no ocurre exclusivamente en relación a lo profesional. También somos víctimas de la mala fe en cuanto a muchos otros aspectos como la religión, la nacionalidad, el género, la sexualidad, los trastornos psicológicos, las creencias políticas o la raza, etc. Cualquier etiqueta capaz de proveerte la ilusión de una identidad absoluta es producto de la mala fe. Para Sartre, nuestra única identidad es la humana individual; un ser radicalmente libre, incapaz de ser categorizado o aislado, salvo a través de la mentira o el engaño. La posibilidad de reinventarse y asumir nuestra condición para-sí siempre está en la mesa. Nadie dice que sea instantáneo, fácil o una cuestión de simplemente quererlo. Es un proceso largo, complicado y difícil, pero posible. No obstante, la gran mayoría de nosotros permanecemos en shock ante el prospecto, justificándonos incluso con las teorías de Freud, quien acusa al “subconsciente” de ser el verdadero maestro de nuestras decisiones y el provocador de nuestros deseos e impulsos y por tanto el responsable de nuestra falta de control sobre nuestra vida. Pero para Sartre esto es una gran mentira, o si acaso, un mecanismo de defensa sofisticado y orgulloso, propiciado por la resistencia a admitir que no son nuestros impulsos incontrolables, una sociedad injusta o la mala suerte lo que nos ha traído hasta acá, sino que cada uno de nosotros somos los responsables de nuestras vidas. Esto no implica, como bien pudiere malinterpretarse, que Sartre aboga por un darwinismo salvaje o un reproche a los menos afortunados en una sociedad. Existen ciertas realidades tan miserables que ninguna revelación psicológica o decisión puede cambiar o destruir. Sartre se refiere a una persona cuyas necesidades básicas estén cubiertas y tenga el privilegio de indagar en sí mismo y su entorno.
Genética y experiencia Al ser radicalmente libre, se puede entender a un ser humano no solo
por quien es sino también, como señala Sartre, como “todos los ‘yo’ que no es y tiene el potencial de ser”. Sin embargo, la mala fe nos convence que nuestra forma de ser es la única viable de acuerdo a nuestra realidad, rechazando por tanto, todas las otras posibles. Una objeción a este planteamiento es presentada por algunos neurocientíficos y psicólogos, que aseguran que existen ciertas predisposiciones genéticas capaces de influir en la personalidad y vida de las personas. Pero la ciencia no es exacta y en este ámbito solo hace referencia a un “mayor potencial” por desarrollar ciertos rasgos personales, hábitos y enfermedades mentales. Y en el caso de rasgos personales, únicamente a comportamientos relativamente ambiguos a la hora de ser expresados como lo son la extraversión, la impulsividad, la vulnerabilidad y la neurosis. De acuerdo a un estudio conducido a lo largo de veinte años por la facultad de psicología de Minnesota, se concluyó que el factor más influyente en las personalidades de decenas de gemelos, fueron las experiencias adquiridas de manera individual, sobrepasando considerablemente tanto la crianza en casa como los factores genéticos. Cabe destacar que el artículo sí reconoce una influencia genética en la personalidad; pero al indagar, cae en cuenta que son matices ambiguos, incapaces de caracterizar de manera concreta la personalidad del individuo. Otros factores, como la experiencia por ejemplo, tendrían una mayor relevancia para la determinación de sus creencias y valores individuales. Si abordamos desde la raíz el dilema de definir la personalidad, el yo, el espíritu o como queramos denominarlo, entramos en territorio de pura especulación. De esto incluso Sartre es culpable. La personalidad, por más que estemos tentados a entenderla, no puede ser disecada y compartimentada en su totalidad. Poseemos ciertos conceptos psicológicos y psiquiátricos muy útiles a la hora de hacer referencia a ciertos comportamientos y fenómenos. Nos dan una pequeña ilusión de entendimiento. Podemos enfocarnos en un solo aspecto y profundizar eternidades sobre el mismo. Pero no tenemos la capacidad de entender el gran mecanismo de influencias en su totalidad, particularmente porque es siempre cambiante, existiendo en múltiples tiempos, siendo afectado por lo biológico y lo psicológico, y aumentando y reduciendo sus influencias de acuerdo a cada momento. Por tanto, nuestra predisposición genética
no es excusa para justificar la inacción. Si nuestra mayor influencia es la experiencia, entonces alineemos nuestra vida para ser influenciados para mejor. Interactuemos, intelectual y personalmente, con personas de ideas provechosas, capaces de hacernos estar más en contacto con nuestra autenticidad.
Lo bueno, lo malo y lo feo En relación al trauma y cómo este moldea irracionalmente nuestras experiencias, Sartre no lo trata a profundidad, pero no niega que podamos ser influenciados por estos eventos. Sin embargo, mantiene la posición de que uno puede tener algo de control incluso sobre sus traumas y sus influencias, especialmente a la hora de tratarlos terapéuticamente. Su objetivo al decir esto no es hacernos sentir mal sobre nuestra realidad o culparnos por ella. Existen traumas insuperables; pero incluso el más terrible no debería ser capaz de adueñarse de nosotros. Tenemos el poder de hacer algo al respecto. Tal vez no erradicar su dolor, pero al menos recordar que al ser libres, ni lo más terrible ni lo más sagrado y revelador, nos define absolutamente. Siempre existiremos más allá de ellos, por encima de sus limitaciones. A pesar de la dura crítica de Sartre a la mala fe y sus efectos psicológicos, otros la defienden y reconocen su sabiduría, toda vez que nos provee, en cierta medida, un alivio ante el terror de la libertad sartreana. Pensadores como Alfred Mele y Samuel Guttenplatt alegan que nos permite evadir el shock emocional (ya sea éste causado por el terror de nuestro potencial o un evento traumático) para poder continuar sin rompernos psicológicamente. A veces conviene contemplar y procesar emociones lentamente y no de golpe y dejarse llevar y fluir, o estar en el presente o seguir el Tao por un tiempo buscando claridad a nuestros deseos. Es en estos momentos que la mala fe se destaca como un gran protector de la conciencia. No obstante, esta no debe ser, como comúnmente hacemos, abusada hasta el punto de la despersonalización. Estemos o no de acuerdo con Sartre y su visión del ser humano o su conciencia, vale la pena tomar en cuenta su posición, así sea como un ejercicio hipotético. Asumir por un momento que tenemos el poder de transformar nuestras vidas y otorgarle propósito. Quién sabe, puede ser una gran ayuda para alguien sumido en la confusión; un alguien, que bien pudiera especular, puede ser cualquiera de nosotros.
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Maite Espinasa
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egresé a casa después de más de dos años de ausencia. Lo necesitaba. Todo permanecía en el mismo lugar. También Caracas se mostraba intacta allí tendida, con su luz y su montaña imponente que la abriga. El tiempo parecía haberse detenido desde aquel momento en que salí por la puerta, con la maleta en la mano, para irme lejos, ansiosa por desintoxicarme. Mi voluntad, ante tanta indolencia, había colapsado. Pero todos sabemos que el tiempo solo se detiene con la muerte. Y en Venezuela, corre vertiginosamente desde hace varios años. Una secuencia tras otra de atrocidades se atropella, se apilan, se superponen, se estrellan. Nuestra mirada no logra atrapar su magnitud pero, poco a poco, vamos sintiendo nuestras almas horadadas. Era el cuatro de enero de este año cuando salí a reencontrarme con mis calles. Quise pensar que la desolación y el silencio se debían a la fecha. Hice una compra, y a la hora de pagar quedé absorta, viendo cómo la cajera hacía una serie de malabarismos matemáticos para que lográramos saldar aquella cuenta. Al terminar, alcé los ojos y caí en cuenta que ella era la única que estaba alerta, los demás, todos, parecían apagados, con la mirada perdida. Quise despertarlos para desearles un Feliz Año, pero hubiera sido una afrenta ante el desasosiego en que estaban sumergidos. Sentí escalofrío. Tardé varios días en adquirir un cierto manejo de la situación. Entendí entonces que, aunque eran las calles que tanto conocía, estaba en otro lugar. Venezuela, hace tiempo, más que un país, es ahora un espacio geográfico, donde sus habitantes, en lugar de nacionalidad, compartimos un estado de ánimo. Nos reconocemos porque la sufrimos, porque nuestros corazones han sido atravesados por la misma daga perversa. Produce vértigo, te va envolviendo una sensación de desamparo. Puedes ver a todos procurando sortearse la vida, en un mundo en donde ya no hay códigos, reglas, normas, ni acuerdos, solo prevalece la ley del revolver. Cada quien debe bregar sus maneras de resolverse el sustento, la salud, los servicios. Hay que hacer un esfuerzo brutal para
CRÓNICA >> LA PERPLEJIDAD DE LO COTIDIANO
Fotografía perteneciente a la serieTestigos del desarraigo, de Marylee Coll / Beatriz Gil Galería
“Hay que hacer un esfuerzo brutal para sentir que tienes una vida normal, una cotidianidad manejable. Además, unos y otros, cargando con nuestra pequeña o gran tragedia. Y, a sabiendas, de que el enemigo puede estar en cualquier parte” sentir que tienes una vida normal, una cotidianidad manejable. Además, unos y otros, cargando con nuestra pequeña o gran tragedia. Y, a sabiendas, de que el enemigo puede estar en cualquier parte. La mayoría hemos sometido la esperanza, el ánimo ya no da para una nueva frustración. Nos hemos levantado con fuerza tantas veces, confiados en haber encontrado el camino que termine con el oprobio, y tantas veces hemos sido aplastados por la crueldad. Demasiados son los que han sido asesinados,
otros muchos han sufrido torturas, prisión, cientos de miles han tenido que huir. Así que, a estas alturas del partido, transcurridos ya 21 años, seguir acometiendo una vida decente bajo el Régimen, ya es un triunfo. Pero también encontré allí, intactos, los afectos. La alegría y la calidez de los reencuentros fue una fiesta de abrazos desmedida. Una tormenta de palabras que f luyen, donde todos conocemos las referencias y no hacen falta explicaciones. Familia, amigos, vecinos, conocidos, nos rodearon, y empaparon
nuestras almas de esa solidez que te imprime el saber que están allí para ti, que te han estado esperando. Entonces tú adviertes por qué, a pesar de haber estado disfrutando de una vida placentera en otros lares, en tu corazón permanecía un hueco que no conseguías llenar, y sabes ahora que solo allí puede ser abastecido. Aun cuando ya no seamos los mismos. Incluso puedes toparte con personajes muy osados, que despliegan un ingenio sin fronteras. Hacen de ello su armadura y convierten en reali-
dad ideas que, aún en cualquier parte del planeta, serían un desafío. Los encuentras por ahí, mostrándose en alguna esquina, solo hay que estar atentos. Magos ante la adversidad, que logran hacerte sentir, por momentos, que podemos ser invencibles. Las cifras en Venezuela, que son montones de personas con nombres y apellidos, resultan aterradoras. Cualquiera puede acceder a ellas, echar un ojo y quedar petrificado ante semejante horror. No es un problema de izquierdas, ni derechas, ni ultras, ni centros, ni de ningún ismo. Es una tragedia humana, es una zona geográfica del hemisferio occidental, secuestrada y saqueada por un grupo terrorista. Somos millones de seres humanos en peligro de extinción, y, nuestro padecimiento, puede resultar contagioso. No está demás estar atentos.
exposición >> EL ARTE DEL COLLAGE DIGITAL
Visiones más allá de lo urbano Visiones urbanas es el nombre de la más reciente exposición de la fotógrafa y artista visual Carmela Fenice (1962) Susana Benko Carmela Fenice es una artista multidisciplinaria. No hay modo de clasificarla en un medio expresivo específico porque trabaja varios casi simultáneamente. En efecto, ella es una artista visual cuya obra resulta de la confluencia de múltiples experiencias que de alguna manera determinan la apreciación que podemos tener de estas Visiones urbanas, título de la exposición que hoy presentamos. Hasta no hace mucho demostró, por otra parte, que podía concebir series fotográficas con temas diversos generando estilos diametralmente opuestos: desde imágenes de apariencia informal a composiciones rigurosas, netamente constructivas. Todas a partir de registros fotográficos. Las variaciones dependen de las líneas de sentido que presenta cada serie que
generan formas tan diferenciadas. No obstante, en sus visiones urbanas, Carmela ha llegado a un punto determinante en su obra. En efecto, estas imágenes adquieren una densidad particular que se da tanto en concepto como en forma. Lo logra no solo por el tema –el paisaje urbano– sino también por su proceso de creación que, en sí mismo, requiere criterio, madurez, y por supuesto, dominio de los medios: la fotografía y los recursos digitales. Para llegar a ello, conviene saber, que estas imágenes pertenecen originalmente al registro fotográfico realizado por Carmela durante sus viajes por varias ciudades del mundo. Se trata de vistas de fachadas de edificios y torres en su mayoría muy modernos. Pasado el tiempo, la artista decide retomar estas fotografías para alterarlas digitalmente: fragmenta la imagen, descompone sus elementos, los transforma y los vuelve a componer por medio del collage digital. Estamos entonces ante una artista que trabaja a conciencia con los diversos elementos expresivos, principalmente la forma, la escala de valores y el color, que son los que consolidan cada nueva composición. En cada paisaje que reinventa, Carmela acentúa segmentos o ángulos escogidos, crea ritmos y cadencias, así como diversos puntos de visión dislocando de este modo la perspectiva, lo que significa, la lógica espacial.
En definitiva: trastoca los elementos constitutivos de la imagen. Ahora bien, en estas obras está también presente la rítmica de Carmela como músico. Todas sus imágenes tienen ritmo. De allí que sus fachadas tiendan a sintetizarse en ángulos y a recomponerse en base a estructuras diagonales, tremendamente dinámicas. Asimismo, en este proceso creativo, influye de manera subyacente, su experiencia con los lenguajes audiovisuales vista en la secuencialidad de las formas y efectos cromáticos logrados, que crean una fascinante narrativa visual en cada una de sus imágenes. El resultado es un importante ejercicio que trasciende lo formal e incluso la experiencia urbana en sí misma. Cada obra, como el conjunto de la exposición, es un campo de referencias y un importante compendio de memorias. Aquí está presente su relación con el paisaje, y, por tanto, su relación con la historia –cuando integra a través de reflejos de las fachadas detalles arquitectónicos de construcciones de otros tiempos–; o cuando afectivamente evoca la ausencia y el luto por el maestro Carlos Cruz-Diez, recreando los ángulos sobresalientes de una obra temprana del maestro –Fisicromía 24 de 1961– en tres piezas cuyo tratamiento cromático, al modo de Carmela, van del color sutilmente matizado al “desaturado”, basado en escalas de grises.
Ciudad Laberinto 2 (2020) / Carmela Fenice© Galería Espacio 5
Las composiciones de Carmela Fenice otorgan a la imagen cualidades que extienden las posibilidades de la fotografía como medio expresivo. Aquí se conjugan, gracias a los recursos digitales, soluciones pictorialistas con el collage e incluso la gráfica. La reconstrucción es posible por la memoria. Asimismo, la invención:
manera de conjugar tiempos y espacios, reconstruyendo imágenes persistentes que solo se dan a través de la experiencia. *Visiones urbanas, de Carmela Fenice, estará abierta hasta el 18 de abril, en la Galería Espacio 5, Valencia. Curaduría: Marianella Guevara Serlín.
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LIBRO >> AUTOBIOGRAFÍA ESPIRITUAL
Para salir del laberinto “El libro de Rafael Arráiz tiende una mano a los que buscan una manera de vivir que dé sentido” María Dolores Ara “Alma se tiene, espíritu se es”. Esta afirmación, que puede leerse en el Corpus Hermeticum (texto esotérico atribuído al sabio egipcio Hermes Trismegisto y fechado –en su versión griega– en el siglo II d.c.) condiciona el centro de nuestra esencia al desarrollo y permanencia del espíritu, como actividad principal de lo humano que nos hace humanos. Añade así una dificultad adicional a este laberinto que es descifrar la vida: ya no es la oposición entre cuerpo y alma lo que precisamos resolver para estar en paz con el pacto que ambas instancias sean capaces de hacer, sino que hay que incorporar al espíritu como energía sagrada que también nos constituye y que demanda atención y cuidado. Nada menos. El libro de Rafael Arráiz tiende una mano a los que buscan una manera de vivir que dé sentido. Sirve de guía por el legado espiritual de antecesores imprescindibles y logra que nuestro propio laberinto sea menos abstracto, menos errático, y estemos bien acompañados en una aventura que nos transforma y nos sacude. La mejor compañía, por cierto, es la del autor que, como un querido amigo al
que no vemos hace tiempo, nos confiesa con naturalidad su peripecia tras la huella de aquellos que nos ayudan a buscar y a encontrar. Es casi una conversación íntima, cálida, que muestra cómo hizo él ese camino, qué encontró en cada estación, qué fue desechando con el tiempo, qué ha quedado en él imperecederamente. Pedagógico y revelador, es un manual personalizado sobre la literatura filosófica a la que acudir para construirse. Actuar desde el Ser para el Ser, es el hacer que nos ubica en el centro de la creación a la que tan mezquinamente respondemos con otros haceres que distraen de la labor principal. La pregunta clave de la vida, la única pregunta a la que hay que responder enteros es: ¿quién soy? Sin que la respuesta señale nuestras habilidades intelectuales o profesionales, o las emociones y sentimientos que nos dan forma. Sin echar mano del computador central que tenemos en el cerebro, ¿quién soy? es un reto para todos. Asusta y estremece. Confunde y hace sudar. Este libro es como un ángel de la guarda en el que confiar y creer para que la respuesta no nos descalabre. Se responde desde la presencia potente de la conciencia. Quién más, quién menos ha transitado por el camino de ser una conciencia atenta a sí misma, a la interioridad asumida y constatada. Somos energía que quiere vivir verdaderamente y tiene que trabajar duro para llegar a esa verdad y entonces sí: saber ¿quién soy? Si bien el camino es largo, difícil y exigente, no estamos solos. Y es mucho. La otra búsqueda nos presenta a filósofos, poetas, santos, políticos, ensayistas y demás defensores de la reflexión espiritual, para que conozca-
Rafael Arráiz Lucca / Manuel Reverón©
Pedagógico y revelador, es un manual personalizado sobre la literatura filosófica” mos sus descubrimientos al realizar ese viaje hacia el fondo sin fondo que somos todos. Ese que también queremos hacer, o ya hemos empezado a hacer, y nos cuesta, nos abruma. Ese que sabemos que es imprescindible. Este libro nos habla del desperdicio que es la información que no se transforma en conocimiento y no da el salto a la sabiduría. Esa información momificada que resta y no suma, que empobrece el Ser. Esa idea de cultura como un compartimento separado de la vi-
da que late por dentro y discurre con otro ritmo y otra vibración, distinta a la del intelecto, que termina siendo un fraude que nos deja escindidos e incomunicados con nosotros y los otros, al excluir el punto de encuentro indispensable: el de lo sagrado interior, el de nuestra verdadera naturaleza, el que pugnamos por alcanzar y merecer. Conquistar, conocer, domesticar ese espacio; vivirlo y ser en él es nuestra única posibilidad de honrar la misión humana que nos compromete. Ahí podemos decir que estamos vivos, y que estarlo tiene sentido. Esa conquista pide mucho, sí. Los orientales nos advierten sobre el apego y el deseo como lastres que conducen al dolor y al sufrimiento. En Occidente aprendemos a vivir desde y para el apego y el deseo como formas de sentir sin las cuales creemos que naufragaremos. Y naufragamos. Ya es bastante logro hacernos concientes de esa condición angustiosa. Por otro lado, y a su favor, Occidente puede mostrar con satisfacción los resultados de sus deseos apasionados, de sus intensos apegos a la belleza de sus manifestaciones artísticas, que ateso-
ran su verdad y su bondad. Leí, no sé dónde, una frase atribuída a Goethe, en la que afirma que el único espectáculo humano digno de ser mostrado a los dioses era la contemplación de dos seres enamorados. El amor, con todo y su dosis de deseo y apego, es una fuerza superior que participa, más que ninguna otra, del espacio sagrado que anhelamos habitar. Oriente nos la debe. En “Otro poema de los dones”, J.L. Borges nos acerca a este misterio seductor e implacable de buscarnos: “…Gracias quiero dar al divino/ Laberinto de los efectos y de las causas/…/ Por el amor, que nos deja ver a los otros/ Como los ve la divinidad…” Vivir desde el espíritu, saber quiénes somos en esa luz, ser la luz, es el viaje que propone este libro que nos guía por la experiencia sabia de los que nos han antecedido en esa búsqueda que, lejos de ser otra, es de la que derivan todas las demás. *La otra búsqueda. Autobiografía espiritual. Rafael Arráiz Lucca. Editorial Alfa. Caracas, 2018.
HOMENAJE >> “Por Grases se conocieron autores olvidados, se rescataron documentos”
Pedro Grases: su aporte a nuestra cultura Presencia de los títulos de Pedro Grases o referidos a él, en algunas importantes bibliotecas del mundo Carlos Maldonado-Bourgoin Conmemoramos los 110 años de su natalicio. De él dijeron: Pedro Grases “es una de las claves de la conciencia nacional”, Diario de Caracas, editorial 7 de Julio de 1979. Diez años antes, Arturo Uslar Pietri afirmó: “No se podrá escribir sobre las letras y el pensamiento venezolanos sin mencionar a Grases, sin servirse de Grases, sin seguir a Grases en toda la asombrosa variedad de sus pesquisas y hallazgos”. Fue recordado el año pasado. Este Papel Literario lo hizo con gran sobriedad, gracias al respeto y admiración de Nelson Rivera. Quedan estas páginas junto a otras expresiones de aprecio y referencia obligada a PG. La mañana del 17 de noviembre unió asistentes y actores a un acto de reconocimiento a nuestro forjador de la cultura y maestro. El Paraninfo de la Universidad Metropolitana desbordó su aforo con el más diverso y variado público, que conmovido estaba sentado y de pie. Fuimos testigos del Concierto con
música de España y Venezuela, interpretada por la Orquesta Sinfónica Gran Mariscal de Ayacucho; la dirigió un nieto y uno de los solistas es un bisnieto de Pedro Grases, quien compuso e interpretó una pieza escrita en honor a su bisabuelo. Con afectuoso broche, se interpretó el Amor Brujo de Manuel de Falla. Fue repartido un opúsculo en su segunda edición cortesía de la Embajada de España en Venezuela para el centenario en 2009, con texto del Embajador Dámaso De Lario y mío, Carlos Maldonado-Bourgoin. Todo ello merece una reflexión de alcance. La presencia de Venezuela en las bibliotecas del mundo se debe a Pedro Grases, un venezolano por adopción y español-catalán de nacimiento. Decía él en entrevista A fondo, de Joaquín Soler Serrano para TVE, que él se sentía identificado tanto de ser de allí como de aquí y lo valoraba como un privilegio. Después de la descripción de Cristóbal Colón de su Tercer Viaje, Venezuela comienza a ocupar espacio en las bibliotecas con los títulos como el de Oviedo y Baños, de Juan de Castellanos. Publicaciones en reservorios del mundo fueron encontradas, estudiadas y publicadas gracias a Grases. A él se debe la referencia al país, Grases lo hizo con esfuerzos “titánicos” por documentar obras bibliográficas y de referencia que antes no había. Él las llamaba con humildad “instrumentos de trabajo”, y AUP “servirse de Grases”. A continuación, la cantidad de títulos con autoría o referencia de Pedro Grases en algunas bibliotecas del mundo:
Pedro Grases / Enio Perdom© fundacionpedrograses
A él se debe la referencia al país, Grases lo hizo” Biblioteca Pedro Grases, Universidad Metropolitana (Caracas) 701 reg.; Biblioteca Nacional de Venezuela 412 reg.; Biblioteca del Congreso de Estados Unidos, Library of Congress (Washington) 210 reg.; Biblioteca de Catalunya (Barcelona) 199 reg.; Otra base de datos en la Biblioteca de Cata-
lunya 378 reg.; Biblioteca Nacional de España (Madrid) 197 reg.; The British Library (Londres) 182 reg.; Biblioteca Nacional de Colombia (Bogotá) 150 reg.; Biblioteca Nacional de Chile (Santiago de Chile) 120 reg.; Escuela de Estudios Hispanoamericanos (Sevilla) 95 reg.; Biblioteca de Andalucía 26 reg.; Biblioteca Estatal de Baviera 26 reg.; The european libraries 22 reg., entre otras. El Instituto Cervantes digitalizó las Obras de Pedro Grases, y la Fundación Pedro Grases en su página web las tiene junto las Obras Completas de Andrés Bello, edición venezolana que supera a la chilena. Pedro Grases fue por muchos años secretario de la Comisión Editora, el más completo homenaje hecho al libertador intelectual de Iberoamérica. Para la conmemoración de los 100 años del nacimiento del Maestro se realizó un acto en el Palacio de Egmont (Bruselas), en el que se incorporaron a la Biblioteca de la Cancillería de Bélgica las Obras de Pedro Grases (21 vols.) y los títulos publicados por la FPG. La Unión Europea los tiene en su base de datos desde entonces. Por Pedro Grases investigadores y escritores extranjeros se interesaron en temas venezolanos, el doctor Ramón J. Velásquez lo refería con orgullo frecuentemente. Están los nombres de autores como Al Johnson, John Lynch, William Sullivan, John Lombardi, e hispanos como Pedro Cunill Grau, Arturo Ardao, Carlos Pi i Sunyer, entre otros. Gracias al Maestro Grases se cuenta con una Historia de la Imprenta y del Periodismo (colecciones completas de periódicos desperdigados en
distintos reservorios), en el caso de la Gazeta de Caracas, PG completó la mayoría de los números realistas y números independentistas de 18081822, los ordenó, clasificó y estudio. Por Grases se conocieron autores olvidados, se rescataron documentos que marcan el nacimiento de la nueva Venezuela. La historia de un país es más que un catálogo de batallas profusamente cargadas de epítetos. El verdadero Discurso de Angostura apareció en Inglaterra en manos de los descendientes del edecán de la legión británica Hamilton. Simón Bolívar dio al oficial británico el discurso después de leerlo al congreso para que lo tradujera al inglés. La versión que hasta entonces se conocía era unos borradores del Padre de la Patria. El historiador David Chacón Rodríguez en el Papel Literario de El Nacional, 15 de septiembre de 2019, p. 4, hizo una lista de más de 50 próceres entre civiles y militares cultos, investigados algunos de forma concluyente y la lista de obras de referencia fundamentales hechas por el Maestro. Su aportación tiene calidad y cantidad. Carlos Sandoval dedica a Grases “El dato y la cifra”, en el libro Un lugar donde vivir y crear. Españoles en la Venezuela contemporánea (Ariel, Caracas, 2011), de la Embajada de España en Venezuela, bajo la coordinación de Inés Quintero. El Maestro Grases, entre sus máximas más citadas, al referirse al trabajo, decía: “La fórmula más deseable para alcanzar la plenitud de vivir es el ‘ganarse la vida’ ocupado en la actividad más apetecible y placentera (...) ‘dedicar la vida’ más que ganársela”.
Papel Literario 7
el nacional Domingo 22 de marzo de 2020
Serie Ensayos de climatología
Responde Enza García Arreaza Ganadora de varios premios, dentro y fuera de Venezuela, Enza García Arreaza (1987) es narradora y poeta. Entre otros, ha publicado Cállate poco a poco (2008), El bosque de los abedules (2010) y Plegarias para un zorro (2012) Nelson Rivera
S
u experiencia con las redes sociales. ¿Le estimulan, le inquietan? ¿Le han provisto de alguna interlocución? ¿Han tenido alguna utilidad para usted? Las redes sociales son un logro de la ingeniería emocional que pasa por narrar y desobedecer: por ejemplo, han llevado la normalización del chisme, del acoso o de la admiración a grados fascinantes. Encuentro perturbador asimismo cómo esa cámara de resonancia distorsiona nuestra percepción de la propia voz: ¿Por qué tuiteamos a veces como si hubiese venido CNN o The Guardian a entrevistarnos y de pronto una opinión nuestra es como haber reunido las gemas del infinito? Ah, y no olvidemos los vídeos de gatos y otras tiernas criaturas que se llevan tan bien con la soledad de refrescar la pantalla constantemente, mientras esperamos que confirmen el cese de la usurpación. Por un tiempo viví amenazando con dejar las redes sociales porque no aguantaba más “la locura de la gente” pero terminé reconociendo que lo que llamamos “la locura de la gente” es la propia intolerancia a que haya un concierto de voces que no se detiene por las arbitrariedades de uno. Un tema, cada vez más recurrente, es la degradación del lenguaje en redes sociales, intercambios políticos y, en una perspectiva más amplia, en su uso cotidiano. ¿Siente ese deterioro? ¿Debemos alarmarnos? Sí, el uso del lenguaje puede ser un síntoma del estado de las cosas, de la estrategia totalitaria que arrasa con el individuo. Luego, en otra acera, procuro mantener presente que la evolución del lenguaje es consecuencia de sí mismo y que cierta superioridad moral lingüística puede cocinarse entre lo ridículo y lo inútil. Viviendo ahora una vida bilingüe que también se nutre de otras lenguas no puedo evitar sentirme optimista. La gente sigue hablando para existir y salvar su mundo interior, bien sea porque va a terapia, o porque dice estupideces en twitter. Al final, la libertad de expresión y la necesidad de estar en el mundo son logros que bien vale la pena proteger. Claro, decir tiene sus consecuencias: que te van a responder, que el diálogo es un animal incierto y electrizante. Un fenómeno, asociado al anterior: la corrección política. ¿Tiene impacto entre los escritores? ¿Ha corregido el impulso de una primera frase para evitar los ataques de los defensores de la lengua políticamente correcta? Escribiendo ficción no me detengo por nada ni nadie sino por mis propias formalidades expresivas. Pero puedo cuestionar lo que voy a decir a título personal no porque me sienta amenazada por la corrección política sino porque no quiero estar del lado maltratador de la historia. No cuesta nada, supongo, ser un poco
Prestar atención, con disciplina, ese es el deber que me interesa” exigente con uno mismo y preguntarse qué quiere uno decir cuando intenta decir algo. Odiaría jugar al lloriqueo de “ay, ahora no se puede decir nada porque todo el mundo se ofende, en qué vamos a parar”. Que todo el mundo se ofende puede ser también que algunos debates se están derramando, que el dispositivo del diálogo se agota y se renueva y exige precisar los detalles con su diablo. Además, encuentro escandaloso que, al menos en redes sociales, pareciera que en verdad nadie quiere debatir o ampliar su perspectiva sino mearse en la cabeza de los otros y ganar una carrera tan pretenciosa como irrelevante. Parece que estamos absolutamente dispuestos a quedarnos enroscados con gente que nos irrita con la firme intención de verla derrotada por nuestra inteligencia. Qué loco. Hilarante. Los expertos sostienen que estamos lejos de comprender los riesgos del cambio climático. En su espacio cotidiano, ¿está presente la preocupación por el cambio climático? Ahora vivo en un país con políticas de reciclaje y lo agradezco, mientras ejercito mirar con foco crítico qué hay detrás de cada campaña o aleteo de mariposa. Lo que no agradezco es que algunas tragedias ambientales son más valiosas que otras, dependiendo de la ideología del perpetrador. Mas allá de estas cuestiones, creo que he empezado a cultivar un interrogatorio perma-
nente: “¿Qué tanto piensas en lo que te rodea? ¿Qué sientes cuando cuentas que hay menos árboles? ¿Qué pasaría si te quedas sin animales para fotografiar?” Cosas así, es decir, la disciplina privada que desemboca en acciones puntuales, que nada tiene que ver con Greta y sus detractores que tanto se merecen mutuamente. Está en desarrollo una tendencia planetaria que promueve derechos: para las minorías, animales, plantas y más. ¿Cómo experimenta usted este fenómeno? ¿Tiene sentido preguntarse por los deberes? Es imprescindible mantenerse alerta. Por supuesto que hay grupos que utilizan un discurso victimista para manipular y hacerse con el poder: como venezolana pueda dar testimonio de que la idea del alma pura y sagrada de los pobres ha devastado buena parte de mi existencia. Y por supuesto que también hay personas, con toda razón, reclamando cambios y proponiendo resoluciones al modo en que hasta ahora hemos vivido. La cómoda dicotomía derecha-izquierda ha infectado estas discusiones y el panorama luce estéril. Todos conocemos a un misógino dizque conservador o a una necia revanchista, pero no por esto vamos a decir que todos los hombres son misóginos o que todo el feminismo es malo, o que todo clamor por la reivindicación viene del lado progre y malbañado. Encuentro muy desalentador la velocidad con que buscamos despachar las cosas. Vivir diciendo puede salvarnos, pero también puede hacer del mundo un lugar bien fastidioso. En mis veintes no me sentía suficientemente feminista, no hallaba cómo identificarme con ciertas figuras a mi alrededor, hasta que leí esto y aquello, hasta que busqué alternativas para reevaluar mi historia individual, y desconfiaba de todo sin remordimientos pero sin tanta arrogancia. El feminismo ha terminado siendo para mí no tanto un movimiento sino un espacio para
administrar una serie de problemas y una serie de herramientas, y lo considero un espacio dinámico, sujeto a reverberaciones y a cuestiones que exigen replantearse cada cierto tiempo: porque uno cambia, crecer toma toda la vida. Prestar atención, con disciplina, ese es el deber que me interesa. Prestar atención es lo primero que hay que poner en nombre de la dignidad. Y que los delitos son delitos, allí sí que no hay para dónde agarrar. Inevitable la pregunta por las distintas formas de acoso y violencia, ahora en auge. ¿Le han afectado de alguna manera? ¿Qué efectos produce? He tenido momentos en que lamento ser mujer y vivo pagando las consecuencias, por ejemplo, de la vida de maltratos que llevó mi santa madre bandida: a veces sueño que viajo en el tiempo y me la llevo de esa casa horrible y le doy toda la felicidad posible, a veces imagino que no soy el resultado de una mujer que no tuvo cómo respirar. Es abrumador. Queda tanto por desenmascarar y resolver. No vivimos en el mundo de hace cincuenta años, ni tampoco en el de hace cinco, pero estamos lejos todavía de haber removido ciertos condicionamientos perniciosos. Dije que considero el feminismo como un dispositivo para administrar el problema y la solución, y recuerdo que hay gente que prefiere no usar la palabra feminismo sino cualquier otra. Bien. A mí no me interesa esa discusión nominal, me interesa que la vida sea menos miserable no por solidaridades automáticas sino por el trabajo de un espíritu reflexivo. No quiero ser cínica y no quiero vivir pensando que todo el mundo es holgazán e incapaz de tomar en serio estos asuntos. Hemos ingresado en una nueva era: el capitalismo de vigilancia. Sus defensores sostienen que vivimos un tiempo donde la intimidad ha perdido valor. ¿Cómo lo vive? ¿Protege su intimidad? ¿Es
un bien necesario para su actividad creativa? De más joven fui irresponsable con mi intimidad, hasta que un día tracé una línea bastante clara y empecé a dormir mejor porque ya no tenía los problemas que parecían encontrarme en cada esquina. Hay cosas de los que no hablo, no cuento, no publico fotos, y es suficiente. Por ahora me siento cómoda con la forma en que he logrado estabilizar esa obligación de silencio y ese impulso exhibicionista de querer narrar desde mi multitud de voces. Al responder esta entrevista testifico en contra de mi privacidad y lo encuentro estimulante y bochornoso al mismo tiempo. Vaya incremento de adrenalina. En 25 años, de acuerdo a las proyecciones de los demógrafos, entre 72 y 75% de la humanidad vivirá en ciudades. ¿Disfruta Usted de la gran ciudad? ¿Se ha propuesto vivir en un espacio distinto al de una gran ciudad? Me gusta mucho donde estoy ahora: Providence, la capital del estado de Rhode Island y cuna de H. P. Lovecraft, contiene más que Puerto la Cruz, pero mucho menos que Nueva York y a menudo disfruto caminar. Me ha resultado revelador vivir en un lugar donde siento que no voy a morir (claro, siempre puede venir algún factor del terrorismo doméstico y caerme a tiros mientras hago la compra en Walmart). Quizás con esto quiero decir que no vivir en Venezuela me ha hecho recuperar ciertas perspectivas de cómo es estar vivo. Hay algo triste en eso, no cabe duda. Pero he aprendido a reconocer que no solo fui expulsada del país y de mi propia vida, sino que otra vida esperaba por mí en otro lugar, una vida que solo depende de lo que soy capaz de hacer con ella, y eso me entusiasma. Creo que ya no estoy respondiendo a la pregunta. Una gran ciudad es también una isla rodeada de los símbolos que hemos puesta en ella. Es un trabajo solitario e inagotable. Eso es bueno. ¿Qué percepción tiene del estado de la democracia en su entorno inmediato? ¿Se la valora? ¿Se la percibe amenazada? ¿Se la entiende como opuesta del modelo populista? Me enojo tanto por el modo retorcido en que algunos estadounidenses han intentado explicarme el estado de la democracia en Venezuela que entonces procuro no hacer lo mismo en retaliación. También padezco a esos venezolanos que alguna vez vinieron de vacaciones a Miami y creen que pueden explicar desde la guerra civil hasta el sistema digestivo de Trump, con el comodín del trauma de nuestra experiencia chavista. En fin, creo que la democracia está en peligro en todas partes y el populismo se acomoda muy bien según el color de turno. Por último, ¿cuál es su sentimiento general hacia este tiempo que le tocó vivir? ¿Le preocupan las incertidumbres? ¿Qué le gusta de las realidades en curso y de las que se anuncian? ¿Es mayor su malestar que sus expectativas? Mi esposo y yo tenemos el chiste de que lo voy a proteger de cualquier calamidad porque vivo haciendo planes B y esperando lo peor: soy inmigrante, para empezar, y a pesar de que llegué a este país con el amparo de una universidad, eso no me exime de mi dosis diaria de sentirme en peligro: o bien porque no soy blanca y te lo recuerdan a cada rato o bien porque no juego mi rol de inmigrante como esperan algunos grupos fiscalizadores (“¿Cómo es posible que no te gusten Alexandria Ocasio-Cortez o Ilhan Omar? They care about your people!”, me recriminan). Así que uso a mi esposo para que me confirme, cada cierto tiempo, que no he enloquecido. También es verdad que me gusta vivir en una época en que hablamos casi en vivo y directo sobre las series y películas que nos cautivan.