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Revista del Centro de Creatividad Literaria

año I (nueva época) septiembre 2013

Entrevistas con Juan José Morales y Lasse Söderberg • Obra de Karla Salgado • Cancún, una literatura invisible (las novelas) • “Kali, la Oscura”, la nueva novela de Andrés Jorge (un adelanto) • “Las ninfas a veces sonríen”, de Ana Clavel (reseña)

Breve muestra de nuevos poetas en Cancún



Editorial

A Poesía Cuento Novela Escritura creativa Redacción profesional Periodismo Guión y dramaturgia Escritura para blog y medios digitales Lectura de novelas Lectura para docentes Lectura para niños Centro de Creatividad Literaria – CCL.

l arrancar en septiembre el programa de talleres literarios del Centro de Creatividad Literaria de Cancún (CCL), se formaliza con enorme expectativa el convenio suscrito entre este organismo cultural y la Universidad del Caribe, mediante el cual esta institución educativa ofrece sus instalaciones para la realización de las actividades de promoción de la escritura creativa y su profesionalización, impulsadas por el CCL. La formalización operativa de este convenio —suscrito en mayo de este año entre el Ing. Marcos Constandse, como presidente del Consejo Directivo del CCL, A.C., y el rector de la Universidad del Caribe, Mtro. Tirso Ordaz Coral, otorga certidumbre, seriedad, viabilidad y certeza de continuidad a los proyectos del CCL, dada la trascendencia y peso institucional de un organismo educativo público como la Universidad del Caribe. En congruencia con lo anterior, la palabra clave para definir la vocación formativa de los talleres literarios del CCL es “profesionalización”, pues se trata justamente, de capacitar a los jóvenes escritores de la localidad en las más altas competencias formales para la realización de su tarea creativa. Para ello, en meses pasados, el CCL se dio a la tarea de convocar a un grupo de escritores con el fin de integrar el cuerpo docente que coordinará cada uno de los talleres que ofrece la institución cultural. Una revisión rápida de los nombres de estos coordinadores —sin entrar en los pormenores de su trayectoria creativa y de formación profesional, que cualquiera puede consultar en la página web del CCL— permitirá anticipar el nivel de este cuerpo de facilitadores: Alejandra Flores (periodista y gestora cultural), Andrés Jorge (novelista y editor), Raúl Castro Lebrija (periodista, académico y gestor cultural), Saúl Enríquez (actor, director y dramaturgo), Daniel Cabrera Padilla (poeta y docente), Lizbeth Peña (promotora cultural y poeta), Patricia Maya (promotora de la lectura), Karinna Maich (docente y escritora) y Miguel Meza (poeta, crítico literario y editor). Cada uno de estos coordinadores no solo cuenta con experiencia en la impartición de talleres literarios, sino que posee una trayectoria propia en el ámbito creativo personal, y una formación profesional que los habilita como los coordinadores que requiere el CCL para cumplir con sus objetivos de formación de escritores y profesionalización de su labor en los géneros de poesía, cuento, novela, escritura creativa, redacción profesional, periodismo, guión y dramaturgia, blog y medios digitales, lectura para docentes y lectura para niños. Bienvenida, pues, la nueva época de la escritura creativa en Cancún a través del programa de talleres literarios del Centro de Creatividad Literaria en la Universidad del Caribe.

¿Y qué es TROPO?

El nombre de esta revista es una expresión metafórica que implica varios niveles de sentido. Une dos conceptos y luego los expande. Por un lado, la frase “trompo a la uña” (primer nivel) que es el nombre de la suerte más difícil del juego del trompo: subirse el trompo a la uña mientras éste gira veloz es labor solo para expertos. Por extensión (segundo nivel), se aplica a toda aquella empresa que implica una dificultad especial, todo un reto. Por otro lado, la palabra “tropo”, término propio de la retórica, que es la sustitución de una expresión por otra cuyo sentido es figurado. Implica cambio de dirección. El uso de tropos es cualidad esencial al lenguaje literario. Al unir el segundo sentido de la primera expresión (realizar una empresa difícil) con el término “tropo” (que aprovecha su semejanza fónica con “trompo”), aparecen los dos sentidos ocultos y crean una nueva realidad: darle vida a una revista literaria en Cancún es por cierto una empresa difícil, todo un desafío. “Tropo a la uña” enfrenta este desafío con gusto.


literatura y arte

Revista del Centro de Creatividad Literaria, A. C. Director Miguel Meza Consejo directivo Marcos Constandse Madrazo (Presidente) Carlos Constandse Madrazo Marcos Constandse Redko Hilario López Garachana Emilio Reynes Portes Gil Consejo editorial Lorena Careaga Patricia Maya Felipe Reyes

Marién Espinosa Alejandra Flores Mariel Turrent

Asistencia editorial Karinna Maich Sangiacomo Lizbeth Peña Arte y diseño Mauricio Cejín Colaboradores de este número Eugenia Montalván Andrés Jorge Ma. del Carmen Alvarado Lorena Careaga Viliesid Lasse Söderberg Karinna Maich Alejandra Flores Sinae Dasein David Guerrero Jhon Mcliberty José Antonio Íñiguez Antonio Vera Alejandro Hernández Jorge Yam Germán Solórzano Caissa Nekoi Mauricio Ocampo Marién Espinosa Garay Mariel Turrent Laura Angulo Raúl Castro Lebrija Norma Quintana Agustín Labrada Juan Carlos Serrano Svetlana Larrocha Óscar Reyes Hernández Raúl Renán René Vera Michel Moreno Colaboradores gráficos Horacio Cárdenas Pablo García Robles Corina Blázquez Daniela Palacios Norma García Ma. del Carmen Alvarado Corresponsal en Playa del Carmen Ana María Moreno Pérez Corresponsal en Yucatán Svetlana Larrocha

Sumario 4 Entrevista con Juan José Morales De mar adentro a tierra firme Alejandra Flores 10 Cancún, una literatura invisible (las novelas) Miguel Meza 14 El vuelo Michele Moreno 15 Oficio de poema Raúl Renán

Karla Salgado “Entre 2 puntos del consciente de mi inconsciente” Año: 2013 Técnica: Mixta (aceite, carbón, acrílico) / tela Medidas (cm): 142 x 142

26 En el nido de la serpiente Mauricio Ocampo

40 Poema eléctrico Jhon Mcliberty

28 Net.art o arte en red Óscar Reyes Hernández

40 Escucho tu nombre David Guerrero

30 Entrevista con Karla Salgado Accidentes y grafismos Karinna Maich

41 El hábito del silencio Sinae Dasein

35 Breve muestra de nuevos poetas en Cancún Miguel Meza

42 Sustraendo Laura Angulo

36 No estaré a medianoche Caissa Nekoi

16 Kali, la oscura (fragmento de novela) Andrés Jorge

36 Amaneciendo en silencio Germán Solórzano

19 Vendedor de baratijas Miguel Meza

37 Fondo azul Jorge Yam

20 Entrevista con Lasse Söderberg “El sentimiento de lo inconstante es la base de mi poesía” Eugenia Montalván Colón

37 Soberbia a la mano J. Alejandro Hernández 38 Delirio en X zone (fragmento) Antonio Vera

22 Lasse Söderberg (cuatro poemas)

39 Engranaje José Antonio Íñiguez

24 Lenguaje visual y creación de mundos imaginarios Ma. del Carmen Alvarado

42 La luz nueva René Vera 43 Tres veces contra Sócrates Marién Espinosa Garay

PAPIROS 46 Las ninfas a veces sonríen o por qué vale la pena sobrevivir al Paraíso Svetlana Larrocha 49 De cómo construir nuevas existencias Juan Carlos Serrano

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Administración Karinna Maich Sangiacomo

TROPO a la uña es una publicación trimestral del Centro de Creatividad Literaria, A. C. Oficinas: Universidad del Caribe. Sm 78, Mza. 1, Lote 1, Fraccionamiento Tabachines, 77528 Cancún, Quintana Roo. Teléfono: 01 998 881 4400. No se responde por originales no solicitados. Las opiniones contenidas en los artículos firmados son responsabilidad exclusiva de los autores. Se autoriza la reproducción total o parcial de los artículos incluidos en tropo a la uña, siempre que se citen la fuente y el autor. Certificado de licitud y contenido: en trámite. Número de Reserva al título en Derechos de Autor: 04-2000-032217031500-102.

Centro de Creatividad Literaria – CCL.

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Consulte la revista electrónica en: http://www.issuu.com/tropoalauna/docs/tropo_1_electr__nica

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52 Ángeles caídos Norma Quintana 54 Y si tú no vuelves, este metro no sale Raúl Castro Lebrija

TERTULIAS 56 Critiquitas de entre casa o cómo perder amigos en cinco minutos Karinna Maich 57 Renuncias Mariel Turrent Eggleton 60 Crónicas de Ambarluna Lorena Careaga Viliesid

PORTAFOLIO 62 Ma. del Carmen Alvarado 64 Epistolario

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Distribución René Alberto Vera

tropoalauna@yahoo.com • miguelmeza57@hotmail.com

50 El viento entre los poemas de Ramón Agustín Labrada

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De mar adentro a tierra firme Alejandra Flores

Con más de 20 libros de divulgación científica publicados —cuyo epicentro es el conocimiento de los ecosistemas, incluidas la flora y la fauna de la región—, Juan José Morales es hoy uno de los periodistas científicos más reputados en nuestro país y una figura destacada y combativa del periodismo cancunense. En la siguiente entrevista con Alejandra Flores, descubrimos además al ser humano que aborda su trayectoria vital desde una perspectiva cálida y nos permite conocer pasajes insospechados de su vida.

L Entrevista con

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a voz de Juan José Morales suena como el torrente de un viejo río, a veces embravecido, y otras suave, casi silente. Como en el gusto del café americano reina una inadecuada simpleza, nos salva entonces una conversación plena de carcajadas, de imágenes divertidas, amenas, aleccionadoras.

—A ver Juan José, estoy frente a un hombre que recibió el Premio Nacional de Divulgación Científica y el Premio Latinoamericano a la Popularización de la Ciencia y la Tecnología, entre muchos otros premios. Eres un periodista científico de amplia y prolífica trayectoria. Quienes hemos estado pendientes de tu quehacer, sabemos que acabas de perder a la mujer que te acompañó por casi 40 años y también que recién saliste de una delicada operación al corazón. Te vemos caminar sereno y sonriente, con un motorcito que parece incansable. ¿Quién eres hoy? ¿De qué estás hecho en estos tiempos? ¿De recuerdos? ¿De sueños? ¿De proyectos? ¿De mar? ¿De tierra firme? Muchas cosas quiero preguntarte pero empecemos por el Juan José Morales niño, ¿a qué jugabas? Mientras habla, Juan José Morales sonríe y deja que sus manos pinten paisajes, y dibujen perfiles.

—Nací y crecí en Progreso, Yucatán, así que me la pasaba en los muelles. Si mi santa madre hubiera sabido dónde me metía, se muere del susto. Andaba yo en los barcos, en los botes, me iba a pescar a la ciénaga, al mar. Me iba con amigos o con alguno de mis hermanos, aunque más con amigos o solo, y andaba en los andenes de maniobras de los barcos, subiéndome a los vagones. Era normal, vivía en un puerto y me subía a los barcos. —Ese contacto con el mar y la vida en los barcos fue fundamental en tu carrera periodística, ¿verdad? —Siempre me ha gustado el mar, y siempre he dicho que una de las mejores épocas de mi vida fue cuando trabajé en la revista “Técnica Pesquera”, una revista especializada en oceanografía, biología marina y pesca. Eso me permitió andar por todas las costas de México, en pueblecillos de pescadores que la gente ni conoce ni se imagina que existan, lugares como Punta Abre Ojos, Santa Rosalita, Punta Eugenia, Bahía Tortugas, la costa de Michoacán, Oaxaca, Tamaulipas, andar en toda clase de barcos como uno cosechador de sargazo gigante en Baja California. Por la zona de Ensenada crece un sargazo que es materia prima de donde extraen algo que se llama “alginatos”, que se usa para fabricar cerveza, moldes dentales y un montón de cosas. Hay barcos que lo cosechan por medio de podadoras gigantes.

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Actualmente Juan José Morales es columnista para los diarios Por Esto! y el Diario de Yucatán, donde aborda tres temas eje: el combate a los productos milagro, las bondades y los peligros medioambientales, así como el análisis de las políticas públicas, las coyunturas del poder y los abusos cometidos por la Iglesia Católica, tema polémico que trata en la plaquette “Divinos negocios” (Gaceta del Pensamiento, N° 5).

UN “ROJILLO” CONVERTIDO EN PERIODISTA CIENTÍFICO —¿Y cómo llegaste a la revista “Técnica Pesquera”? —Porque un amigo fue su editor, el fotógrafo Rodrigo Moya, un fotógrafo muy famoso, ya retirado, muy bueno. Un amigo suyo, entonces Director de Pesca, me invitó a colaborar, y yo encantado de la vida. A Rodrigo lo conocí de otras revistas, como “Suceso”, de la que fue director Mario Renato Menéndez, hoy director del periódico “Por Esto!” Anduvimos en muchas revistas de política y en muchos movimientos sociales. Éramos rojillos. —¿Rojillos? ¿Y eso? ¿De dónde te viene lo “rojillo”? —Siempre he dicho que debo mi educación a los estibadores de Progreso y a Lázaro Cárdenas. Estudié la primaria en una escuela (todavía existe) que se llama Maniobras Marítimas, fundada por los estibadores de los muelles en su propio local sindical. Ahí tenían las aulas, les pagaban a los maestros, ellos amueblaron; todo lo pusieron ellos (decían que tenían que educar a sus hijos para que estuviesen mejor), y claro, estaba abierta a toda la población. Después pasó al Gobierno Federal, pero funcionaba en el local sindical. Luego hice la secundaria en un internado que fundó Cárdenas para hijos de trabajadores, donde daban un lugar para dormir, comida bastante buena y, de vez en cuando, alguna ropita. Llegaba gente de Campeche, de Yucatán, de Tabasco y Quintana Roo. —Sigo con la duda del “rojillo”. Pero antes cuéntame, ¿a qué se dedicaba tu papá? —Era mecánico, especialista en motores de barcos. No trabajó nunca en barcos, porque se mareaba, así que era marinero de tierra firme. Mi padre se llamaba Narciso y fue un mecánico electricista muy innovador. En Progreso, fue el primero que llevó equipos de soldadura autógena y el primero en llevar un torno. Luego se fue a vivir a Mérida y fue el primer especialista en instalación de aires acondicionados. Se fue a estudiar a Monterrey e hizo grandes instalaciones, la del Aeropuerto de Mérida

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“Selvas, mares y huracanes” (Biblioteca Básica de Yucatán) es una adaptación resumida, revisada y mejorada de tres libros publicados en diferentes épocas: “La Gran Selva Maya”, “El Mar y sus Recursos” y “Los Huracanes en la Península de Yucatán” (los dos primeros editados en su primera versión por Amigos de Sian Ka’an). La primera edición de “Los Huracanes en la Península de Yucatán”, se realizó con apoyo de diversas instituciones y empresas y la segunda como suplemento especial del Diario de Quintana Roo. “La península que surgió del mar” forma parte también de la colección Biblioteca Básica de Yucatán, edición del Gobierno del estado vecino.

él la hizo. Cuando hizo la instalación del Consulado de Estados Unidos, de principio no le querían dar el trabajo porque era mi papá y yo ya era conocido como comunista. —¡Qué bien! ¡Regresamos al tema! Así que “rojillo”, comunista. ¿Integrante del Partido Comunista y toda la cosa? —Estudié la prepa en la Universidad de Yucatán, cuando se crea la Juventud Comunista. En la secundaria ya había hecho un periódico mural, y en la prepa hicimos un par de periódicos estudiantiles. Así que empecé a escribir para el periódico del Partido Comunista, como corresponsal en Mérida. Les gustó cómo escribía, y me invitaron a que me fuera a la Ciudad de México a sumarme a su redacción. Para mí era una oportunidad porque entonces tenía la intención de estudiar Física. Pero al llegar a la Facultad de Ciencias me di cuenta de lo terrible que era no contar con preparación suficiente (pues en la preparatoria de Yucatán ¡no llevábamos matemáticas!) Y claro, no tenía las bases mínimas, y ahí supe cuán maravillosas eran las matemáticas. Gracias a grandes maestros entendí la belleza de su simplicidad. Aunque claro, como yo no tenía ni siquiera bases de cálculo, me perdía. Con el tiempo me di cuenta de que hubiera sido un pésimo físico. Para ser científico tienes que ser muy ordenado, muy organizado, muy sistemático, y yo no tengo esas cualidades. Actualmente, la mayor parte de mi tiempo busco datos que sé que tengo, pero quién sabe dónde. —Ahora entiendo mejor: primero el periodismo, luego la física y de ahí, el camino hacia la divulgación de la ciencia como consecuencia natural. —Cuando el periódico del Partido Comunista cerró, yo ya escribía para otros periódicos y otras revistas. Como en las redacciones sabían que estudiaba en la Facultad de Ciencias, yo creo que pensaban que era como un bicho raro, algo así como un genio, y entonces comenzaron a encargarme artículos de ciencia. Estaba de moda el asunto espacial, que si la conquista de la Luna. Eran los años 60. Escribiendo, descubrí que lo que me gustaba de la Ciencia era difundirla, no tanto hacerla. Y sí, así decidí que me

iba a dedicar a la divulgación científica. Tenía la atingencia de mis contactos en la Facultad de Ciencias, en la Torre de Ciencias, donde estaban varios institutos e investigadores a los que yo les pedía información. La verdad es que eran muy recelosos: habían tenido amargas experiencias con otros periodistas que distorsionaban lo que decían, pero yo tenía el cuidado de pasarles mis textos a revisión, antes de cualquier entrega. Así me gané la confianza de muchos investigadores. En la época de la revista “Técnica Pesquera” (años 70s, 80s), me concentré más en temas oceanográficos, biológicos, en dinámicas de población por los asuntos de la pesca. Fue una gran época porque tuve oportunidad de viajar a Perú, a Dinamarca, a Noruega; me tocó la pesca de arenque cerca del círculo ártico. Para escribir había que embarcarse y vivir la vida de cada barco. Había incluso que participar un poco en sus faenas. Por ejemplo, salí en un barco atunero en el Golfo de México en lo que llaman pesca de palangre, que son líneas de anzuelo muy largas y que pescan atunes de 50, 60 y 70 kilos. La máquina va jalando líneas de 15, 20 kilómetros de largo, cada cien metros van las líneas de anzuelo y bueno, cuando estás ahí, quieres saber lo que se siente levantar un bicho de esos; claro, no lo haces solo, sino entre dos o tres y hasta cuatro personas. O está la pesca con vara también de atún. El azuelo no tiene lengüeta, o sea no se queda trabada, muerde y tienes que dar el jalón con la precisión suficiente para que no vaya a dar del otro lado del barco. Según el tamaño del atún, puede medirse como de un palo, de dos palos o tres palos; imagínate sacar un atún de cuatro palos: tienen que participar cuatro personas, y hacerlo todo con una sincronía de la que solo saben los pescadores. —La sola imagen de ese movimiento sincrónico me hace pensar en la belleza de las artes de pesca, en que son como una gran coreografía al ritmo del mar. —Es verdad, era muy bello. Aunque ya no se pesca así. Me tocó ver y vivir muchas cosas, como bucear con escafandra en

La Paz, andar en pueblitos perdidos de pescadores… Me conozco muy bien las costas de Quintana Roo, desde Xcalac hasta Holbox. Me tocó estar en el nacimiento de Mahahual, cuando era solo un punto en la costa y los pescadores salían de ahí a Banco Chinchorro. Se formó una cooperativa y se fraccionó Mahahual. Y yo estuve en la firma de creación de la cooperativa pesquera. Lo documenté para la revista “Técnica Pesquera”. —Y de este estar mar adentro ¿qué me cuentas? ¿Qué es lo que más te emociona de estar en altamar? —Creo que lo que más me gusta de viajar es conocer gente. Las personas que trabajan en los barcos se ven día y noche los unos a los otros, y llega un momento en que ya no hablan, ya no tienen nada que decirse, así que cuando llega un extraño, ¡ufff!, te platican muchas cosa. Por eso a los pescadores y marinos los respeto profundamente. Llevan una vida dura que me ha tocado compartir con ellos. Momentos terribles de peligro en serio. Un día, en el Golfo de Tehuantepec nos agarró un Norte violentísimo, porque hay dos cordilleras muy bajas; el viento sopla como si fuera un embudo. El barco era uno camaronero, de esos viejos, que crujía por todos lados. Ya estábamos preparados para lo peor. El capitán era de Polonia y ya casi no podía gobernar la nave. Ya teníamos nuestro chaleco salvavidas y habíamos avistado a un barco relativamente cercano a nosotros que podría ser nuestra salvación. En algún momento, empezamos a ver cucarachas por todas partes. Y pensamos, esto sí se está poniendo feo. Mi mayor preocupación fue cuando el capitán dijo: “Ahora si ya nos llevó la chingada”. Por fortuna amainó el temporal, pero casi sí nos lleva.

“VACA SAGRADA” EN LA REVISTA “CONTENIDO”

—¿Y la revista Contenido? —Ah, la revista “Contenido” es otra historia. A Armando Ayala,

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su director, lo conocí en la revista “Mañana”, y de ahí salió para hacer su propia revista. Me llamó y me convertí en una de sus plumas fundadoras. “Contenido” fue una revista pionera en su campo, y, con el tiempo, yo me convertí en una especie de vaca sagrada. Cada año se hacía una convención para planear el año siguiente y mis textos no eran pasados a evaluación: solo informaba mis temas y se publicaban sin más. Me pagaban bien y tenía una columna que se llamaba “Que no le digan, que no le cuenten”. Muchos años después la revista “Contenido” fue comprada por Carlos Slim, y como uno de sus negocios más jugosos son los medicamentos milagrosos, obviamente la primera columna que eliminan es la mía. Luego bajaron mi sueldo y yo dejé de escribir. —También trabajaste para el Conacyt. —Sí, estuve trabajando unos años en el Conacyt, haciendo radio, televisión, selección de noticias y capacitación. Incluso en la Facultad de Ciencias Políticas, establecí, no sé si aún se conserve, la materia de Periodismo de la Ciencia, como parte de la Carrera de Ciencias de la Comunicación, cuando fue director Julio Del Río, quien me invitó a dar clases y se creó esa materia. Gracias al Conacyt, cree una Agencia de Noticias Científicas, InterCiencia, y la historia está así: a Conacyt le criticaban el hecho de que fuera un monstruo burocrático. Así que nos liquidaron para que formáramos una empresa a la que Conacyt contrataría para realizar lo que ya estábamos haciendo. Mi falta de visión empresarial me hizo cometer un gravísimo error. Pagaba costos altísimos en un personal que, además, estaba en capacitación constante. Mis presupuestos eran entonces muy altos, y esta relación con Conacyt estaba en veremos justo en los tiempos en que estoy decidido a venir a Cancún. Mi idea original era mantener la agencia y seguir escribiendo, como lo he hecho siempre, en periódicos y revistas, pero al final cerré la agencia y también dejé de escribir por un tiempo.

PARA MÍ, QUEDARME EN CANCÚN SIGNIFICÓ PERDER MUCHO —¿Qué te trajo a Cancún? —“Peces” (Guadalupe Ortiz González), mi esposa; bueno, entonces aún no éramos ni novios. —Así que escribieron una historia de amor con vista al mar. —Pues sí, la verdad, sí (risas). Ella era maestra en una escuela de niños muy ricos, el Colegio Peterson, en la Ciudad de México, donde tenía como alumnos lo mismo al hijo del Embajador inglés, que al del dueño de los cines Hollywood, o del dueño de Aurrerá. Enrique Riquelme, quien estaba construyendo las primeras mil casas de Cancún y estaba pensando en venir a vivir aquí, también tenía a sus hijos en ese colegio y le preocupaba que hubiera una buena escuela para

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e n t r e sus hijos. Así que le propuso a “Peces” que se viniera a hacer una escuela acá, porque estaba feliz con la forma en que les enseñaba a sus hijos. Ella vino a Cancún en 1975, primero con un grupo de alumnos, para que conocieran la zona; en realidad querían convencerla de que abriera la escuela y lo logró. Se vino primero con un grupo de maestros, pero al final se quedó sola; así que me vine a ayudarla. Yo también tenía a mis hijos en el Peterson, no porque fuera rico sino porque tenían una buena beca; también vine en ese viaje de reconocimiento y… me enamoré. —¿Y con qué te encontraste, además del amor? —Cuando yo llegué a Cancún no había nada. No había un solo centro de investigación. No había ni siquiera teléfono. Había solo dos líneas de larga distancia. Yo, acostumbrado a que cuando tenía una duda, levantaba el teléfono y llamaba a algún amigo del Instituto de Física o de Astronomía… ¿Bibliotecas? No había Internet en esa época. En México me iba a las bibliotecas ¿pero aquí? Tenía mis suscripciones a revistas científicas que siempre podía consultar, pero, la verdad es que llegar aquí fue un shock. —Para mí, quedarme en Cancún significó perder mucho. Entonces también estaba haciendo un programa en Radio UNAM que se llamaba Actualidades Científicas, que era toda una tradición, con el que ya tenía 18 años al aire (por cierto, los locutores se peleaban por grabar ese programa). Decían que era el único programa que podían grabar sin perder el aliento. Y los entiendo porque había programas que eran soporíferos. Yo creo que, afortunadamente, el que yo escribía no lo era tanto. Ese programa lo grabaron voces como la de Enrique Lizalde, Oscar Chávez, Claudio Obregón, López Moctezuma, gente que destacó luego en el cine, en el teatro, en la música. Aquí me dediqué primero a apoyar a “Peces”, luego ya me fui involucrando con las cuestiones del Medio Ambiente y la Biología. Cuando se formó el Centro de Investigaciones de Quintana Roo (CIQRoo), resultó que Alfredo Careaga era hermano de un amigo mío en México, y me pidieron que me encargara de algunos asuntos de difusión. Luego se creó Amigos de Sian Ka’an, y para ellos estuve haciendo también algunos trabajos de divulgación y me fui especializando en flora, fauna y recursos naturales. Algunos creen que soy biólogo, pero no: soy periodista científico.

PIONERO DEL PERIODISMO CIENTÍFICO EN MÉXICO —¿Cómo aprendiste a escribir, además del propio ejercicio periodístico? ¿Influyen el contacto con otros periodistas? ¿Asististe a cursos de redacción? ¿Llevando contigo a tu yo lector? —Bueno, sí, todo eso junto; pero como bien dices: leyendo mucho. Cuando me ha tocado dar cursos, mi máxima es decir: si quieren aprender a escribir: lean. Porque al leer vas ab-

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Me conformo con que mi palabra escrita siga siendo útil A sus 75 años, Juan José Morales sigue oteando el horizonte del Caribe desde su casa en Puerto Juárez. Complementa su día a día con lecturas, paseos, conversaciones aderezadas con whisky, recreando pasados recientes, sobreviviendo ausencias, padeciendo extrañamientos y melancolías, pero dedicado al arte de vivir al día y en paz. Sus eventuales visitas a Querétaro y los Estados Unidos para reunirse con sus hijos, aumentan su anecdotario sensorial y hasta se da

tiempo de soñar con seguir recorriendo el mundo en su propia nave de observación. Mientras usted lee esta entrevista, Juan José Morales ha lanzado una moneda al aire y no sabe si sus velas le llevarán a Londres o Alaska, donde buscará la luz de su siguiente faro. Lo único cierto, asegura, es que ya no le teme a la muerte, hace poco dialogó con ella durante una intervención quirúrgica de naturaleza cardiaca y se supo al borde de la línea mortal.

sorbiendo la forma, el mecanismo, la regla. Yo, sinceramente, no recuerdo ni una sola regla; bueno sí, la de no empezar un texto con una palabra en gerundio. El resto no sé cómo nombrarlo, pero lo sé. El yo lector absorbe las reglas de la sintaxis. —Fuiste pionero del periodismo científico en México. —Así es, fui pionero del periodismo científico en México, me hice en el ejercicio de escribir. No había nadie a quien imitar. —¿Y cómo sistematizas tu información a la hora de escribir? Me refiero a tu metodología como escritor. ¿Hay alguna receta que te hayas inventado? —Trato de concentrarme en aspectos muy particulares. Porque si uno quiere abordar un tema muy general, va a resultar un texto muy vago, muy impreciso o muy, muy aburrido. En un principio yo escribía de todo, lo mismo de antropología que de química orgánica, lingüística, física, astronomía, biología, y así fui adquiriendo algunos conocimientos generales. Ya ves, sé un poquito de mucho y mucho de nada. —¿Y cuál es tu secreto? —Creo que mi secreto es haber evitado el tono pedagógico magisterial, eso de que al leer sientas que tienes a un maestro enfrente; es horrible. Yo quiero que la gente lo capte sin que sienta que le estoy explicando. Y hay muchos métodos, conceptos, fórmulas que me fui inventando para hacer posible un estilo. Aunque para decir la verdad, yo no escribo, lo que hago es fusilarme los artículos de las revistas científicas (risas). Hoy día ya no tengo un horario, escribo de acuerdo a lo que puedo; a veces estoy investigando, recopilando datos, y me voy trazando rutas temáticas. Trabajo mis textos en la noche, con música clásica, instrumental. Tengo algunas estaciones de radio por Internet que tienen selecciones interesantísimas, y que están ahí a tu alcance. Duermo unas siete, ocho horas y cuando despierto leo, o salgo a caminar, a veces nado, o estoy de ocioso buscando información que sé que luego me va a servir. Tengo unos cuatro o cinco libros para publicar. —¿Y cómo llegas de la divulgación científica a los cuentos de ciencia ficción? —En el Colegio Itzamná daba la clase de Ciencias Naturales,

Con plena conciencia, se sabe listo para partir en cualquier momento. —Ya hablaste con la flaca, ya te coqueteó, así que te haré una pregunta obvia. ¿Cómo quieres que te recuerden en el momento final? —Bueno, todavía no me quiero ir, pero cuando llegue ese momento, creo que me conformo con que sigan leyendo mis libros y que mi palabra escrita siga siendo útil durante muchos años. tropo

y hacíamos ejercicios de imaginación. Les pedía que cerraran los ojos e imaginaran un viaje en submarino o en globo, y la idea es que ellos hicieran sus propios viajes imaginarios. Cuando vi la convocatoria de Concurso de Cuento de Divulgación Científica para Niños, nació el libro: “La Nave del Profesor Itzamná” que publicó el ayuntamiento de Mérida. Los cuentos de ciencia ficción fueron una etapa de mi vida, pero ya no escribo cuentos. —Me cuesta trabajo entender eso. ¿De verdad no te interesa hacer literatura? —Bueno, es que el periodismo, para mí, es como hacer literatura. Mis reportajes estaban llenos de pasajes literarios, lo mismo para describir un atún o la sensación de cómo cambia el paisaje al llegar a un puerto. No creo que haya mucha diferencia entre hacer literatura y el reportaje o la crónica. De todas maneras te voy a contar algo que se me quedó muy marcado. Me lo dijo Fernando Benítez: Morales, así me decía. Morales, tú nunca vas a ser famoso. ¿Y eso por qué? Porque tú escribes para que te entiendan (risas). Y estoy de acuerdo. Hay quienes escriben de una forma tan confusa y tan ininteligible, que los lectores a veces piensan: bueno, si yo no le entiendo, entonces él debe ser inteligentísimo. Otro elogio lo recibí de Emmanuel Carballo, que fue corrector de estilo en “Contenido”. Una vez estuvo en Cancún, cuando yo era director de la Casa de la Cultura. Entonces me echó una flor y dijo: “Corrigiendo los textos de Juan José yo aprendí cómo se escribía con claridad, sencillez y de manera atractiva”. tropo Alejandra Flores (México). Egresada de la carrera en Comunicación Social por la Universidad Autónoma Metropolitana y con segunda carrera en Estudios Latinoamericanos en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México. Periodista cultural de amplia trayectoria en radio, prensa escrita, televisión e Internet. Actualmente dirige el proyecto de difusión multimedia Agenda Libre, y un proyecto de publicación independiente, Librélula Editores. Imparte los talleres de creatividad literaria “El abrelatas” y “El bisturí”, en la Casa de la Cultura de Cancún.

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Cancún,

una literatura invisible (las novelas) Miguel Meza Al publicar ahora la segunda entrega del recuento de las obras difundidas en Cancún entre 2009 y 2013 —en este caso con la revisión de algunas novelas—, es necesario hacer una breve advertencia. Algunas de las obras tal vez hubiesen merecido un análisis más pormenorizado para agotar el desentrañamiento de su propuesta, y no un comentario tan somero como el que sigue, que tuvo que atenerse a limitaciones de espacio, y que evidentemente ha presentado poca acotación argumentativa: es decir, muchas de las afirmaciones que se hacen en las breves reseñas acerca de los libros aquí expuestos, hubiesen necesitado el sustento de ejemplos y citas textuales, que hubieran enriquecido sin duda la exposición (lo cual corresponderá hacer en otro formato y en otro momento). Sin embargo, en el espíritu de la propuesta inicial de este artículo —cuya primera parte apareció en el número 1 de esta revista—, creemos haber alcanzado el objetivo señalado: hacer visible parte del conjunto de las obras publicadas en Cancún en el mencionado periodo y, sobre todo, orientar al posible lector sobre caminos y modos de acercamiento a ellas. Consideramos que esta es la manera de contribuir a la construcción de un puente necesario: el que une a los escritores que viven en Cancún —y demuestran un dinamismo editorial inusitado en la ciudad— y sus posibles consumidores.

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Otra vez las margaritas (unasletras, 2009), de Carlos Hurtado. Cercana a la novela epistolar (o ciber-epistolar, pues gran parte de su intriga se revela a través de los correos electrónicos que se envían los amantes), melodrama con algunos sesgos de comedia (que recicla el lenguaje amoroso sentimental del siglo XIX e intenta modernizarlo) y novela de tesis (pues en ella se plantea una vehemente defensa del amor libre en contra del matrimonio), Otra vez las margaritas, segunda novela de Carlos Hurtado, es una reflexión crítica sobre el cansancio natural de la relación conyugal (y el desamor-abandono de la pareja), y una defensa del amor, la pasión y las aventuras extramaritales. Una anécdota mínima —el encuentro de dos enamorados a través de Internet luego de treinta años de distanciamiento— es la pauta del autor para hacer reflexionar a su narrador y a su personaje (alter ego de Hurtado) a lo largo de 238 páginas sobre la crisis matrimonial del siglo XXI. El lector tiene ante sí una obra del nuevo milenio como si por ella no hubiera pasado el realismo francés decimonónico ni gran parte de la literatura del siglo XX, que aportó obras que abordaron exhaustivamente este tema con el mismo realismo cínico, resignado y cuasi amargo que ésta. Dos aspectos del lenguaje resaltan en la obra como notas discordantes: uno, el habla de los amantes en sus diálogos amorosos (tan melosa a veces que parece parodia), y dos, el sentencioso y machacón en que cae el héroe de la novela, un lenguaje que parece emanado de ensayos sobre el amor y el matrimonio, y que llega a chocar debido a su corrección, puntualidad teórica y análisis certero. Es decir, debido a su falta de verosimilitud dramática. La deficiencia formal percibida aquí es el mimetismo de las voces: tanto el narrador como su personaje masculino hablan igual y pronto descubrimos que son títeres del autor para la exposición de sus propias ideas sin el tamiz ficticio adecuado. La novela se deja leer fácilmente y resulta amena y atractiva debido a ciertos diálogos chispeantes, cierto sentido del humor ocurrente (típico del autor), una estructura lineal, ágil y sencilla, ciertas pinceladas de lenguaje literario (que acreditan el avance estilístico del escritor en relación con la prosa de sus anteriores trabajos) y un tema siempre vigente que sin duda involucrará la experiencia afectiva del lector. Empero, hay que decirlo: después de esta obra, Carlos Hurtado está por producir aún sus mejores entregas.

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Los remedios de Manuela (editorial Fénix, 2012), Ricardo Meric A. Escrita a la manera de las novelas de finales del siglo XIX mexicano (piénsese en las obras de Rafael Delgado, Emilio Rabasa, I. M. Altamirano), Los remedios de Manuela es una obra del realismo costumbrista ambientada en un pueblo de Veracruz que cuenta una historia de aventura, misterio, crímenes, traiciones y amores contrariados. Si no supiéramos que la novela se escribió en pleno siglo XXI y se publicó en el 2012, hubiésemos podido pensar que nos encontramos ante un folletín decimonónico, en una época en que aún no ha iniciado la revolución formal impulsada por Flaubert (y su descubrimiento del estilo indirecto libre) y continuada por las vanguardias literarias de inicios del siglo XX (y todas sus estrategias formales para contar una historia, con sus combinaciones temporales, sus usos novedosos del punto de vista, y la relatividad del papel del narrador). Es lamentable que una historia que podía haber resultado atractiva (pese a su extemporaneidad temática), resulte tan afectada por la ausencia de estrategias narrativas más modernas (además del daño que le hace su deficiente puntuación). El relato de una yerbera (la Manuela del título) que se ve obligada a adoptar a un niño nacido en circunstancias “deshonrosas” y sus remedios para seguir contando con los poderes mágicos que le descubre (uno de esos remedios, sorprendente y bizarro cuando el niño es recuperado por la madre biológica) podría haberse salvado si hubiese contado con un trabajo de economía narrativa en diálogos, descripciones, ajuste estructural y jerarquización de tramas (pues al parecer es más importante una historia paralela de amor contrariado y redimido). A todo esto, habría que añadir la necesidad de pulir ese lenguaje de formas añejas y fosilizadas que uno no comprende en un autor contemporáneo.

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Al final, solo el abismo (Praxis, 2011), de Felipe Reyes Miranda. Inscrita sobre la base de un pensamiento heterodoxo que proviene sin duda de la filosofía underground (y, dentro de ésta, del shamanismo, de conceptos del budismo zen y del uso de la mente como energía), Al final, solo el abismo es una novela simbolista que narra un ritual de iniciación y sanación del individuo, y muestra el poder místico de la naturaleza femenina. Las mujeres de la novela, en efecto, poseen la capacidad para canalizar fuerzas y energías negativas (el abismo como un hoyo negro del yo) y transformarlas en manifestaciones positivas de la naturaleza y el espíritu (el abismo de signo trascendente como vacío de libertad, salvación y plenitud que abre las puertas a la comunión con el cosmos). Novela de mínima trama exterior y mucha reflexión filosófica acerca del vacío interior, la muerte inevitable y el nacimiento ritual, la obra presenta dos acciones centrales, una en un bosque (otro símbolo de larga tradición en la literatura), y otra en casa de una selenita (adoradora de la Luna llena). Se trata de dos rituales paganos de adoración a la Luna, donde se busca la transformación del ser de Tomás, el personaje central, para inducirlo al abandono del abismo de signo negativo, del yo egoísta, “del cuerpo como molde primario”, y propiciar su entrega al abismo de signo positivo, “el lugar sin referencias”, con el fin de alcanzar la totalidad, la libertad, el vacío que llena. Todo esto mientras se nos transmite, mediante una combinación de tiempos pasados, su intensa relación vital y sexual con las mujeres de la novela, heroínas que han alcanzado un nivel espiritual más alto, pero que necesitan de la contraparte masculina para acceder también a la totalidad y la plenitud en el multimencionado abismo. Entre la novelas escritas por autores que viven en Cancún, ésta resulta particularmente sobresaliente no solo por sus temas —claramente emanados de la contracultura y actualizados en su revisión posmodernista— sino por su realización formal: por un lado, el modo polifónico para encarar el tópico central —alrededor del cual cada uno de los personajes se erige como la representación de una idea, un símbolo o una forma del ser vital—; por otro, el método de conocimiento que propone para la comprensión del mundo, una vía que tiene como base la paradoja, la intuición y la energía del inconsciente colectivo.

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l a t i n t El colapso del tiempo (Niram Art Editorial, 2012), Mauro I. Barea G. Ambientada en la Península de Yucatán (con referentes geográficos significativamente identificables: Mérida, Cancún, Ticul, etcétera), El colapso del tiempo es una novela fantástica de terror, con una fuerte carga de aventura y acción casi cinematográficas y una visión apocalíptica del fin de una era según las profecías mayas. Justamente, aprovechando esta coyuntura mítica e histórica (el cierre de un ciclo en el calendario maya y el fin de un concepto occidental del tiempo, que estaría a punto de colapsar), el autor imagina una historia al más puro estilo de los thrillers norteamericanos y pone en escena —con batallas de por medio, persecuciones y catástrofes— a personajes de la mitología y las leyendas mayas (la Xtabay, Kawak), a luchar con jóvenes seres humanos, quienes de pronto se ven envueltos en misiones peligrosas para salvar el mundo. Entretenida de principio a fin, por la cantidad de peripecias que viven los personajes, por su hábil dosificación del misterio y sus golpes efectistas (si bien a veces algo previsibles), la obra ofrece una galería de personajes tipo que provienen del género de aventura y fantasía y que el autor parecería haber asimilado de sus lecturas de Stephen King y Tolkien (notorias influencias) y la cultura de dibujos animados y videojuegos. El estilo narrativo del autor revela agilidad, ritmo y sencillez encomiables. Sin embargo —hay que anotarlo—, adolece aún de gran ingenuidad en el uso literario del lenguaje, que abunda en clichés, lugares comunes y tópicos verbales fósiles, sobre todo en descripciones y comparaciones, caracterizaciones de personajes y ciertos diálogos, que a veces rechinan en el oído y otras derivan en un humor involuntario. No obstante, a pesar de estas inconsistencias formales (que el autor deberá pulir en sus siguientes trabajos), sorprende sin duda el dominio estructural de la obra y la capacidad narrativa de este joven autor nacido en Cancún, que escribió esta novela de 300 páginas cuando contaba 26 años (ahora tiene 30). Sobre todo, se reconoce la actitud del narrador y su convicción gozosa al contar su historia. Es una especie de deleite lúdico del joven que disfruta de su pasatiempo favorito y desea comunicar su saber con suficiencia, no solo como narrador sino como conocedor acerca de los mayas, sus leyendas y mitos, sus costumbres e historia, su realidad actual (en lo cual al parecer estamos ante un especialista). Y todo esto se comunica al lector (sobre todo al lector joven, a quien parecería ir dirigida la obra), quien se vuelve indulgente y agradece el buen rato que le hace pasar una novela de género que, sin ser extraordinaria, cumple con estándares requeridos.

El mito del metro (Lagares, 2011), de Sergio López Fabre. Prácticamente una anti-novela —pues carece de intriga, no tiene historia narrativa y no hay acción ni personajes que la empujen—, El mito del metro es un monólogo de 147 páginas, una especie de experimento verbal ensayístico que a veces roza el flujo de conciencia y el automatismo de la poesía en prosa. Tras reiterar ideas en torno a la muerte y el vacío existencial, la cosificación humana y el empoderamiento de los objetos, la obra desemboca en la exposición repetitiva —en un tono de salmodia hipnótica— de una idea extraña acerca de una mitología fundadora que tiene como símbolo decadente el Metro de la ciudad de México, encarnador de un mito nefasto, una especie de serpiente emplumada (Quetzalcóatl mecanizada) que conduce a su hijos desmembrados (Coyolhauxqui) a su perdición o al renacimiento en un nuevo ciclo. Novela nada fácil, de lectura complicada —a veces solo por su sintaxis ambigua y su puntuación vacilante; siempre por la exposición árida y un tanto caótica de sus ideas—, la obra de López Fabre es deudora de varias corrientes: una, el Nouveau Roman (por su rechazo a los valores formales de la novela tradicional); dos, el existencialismo, con su narrador personaje, poeta neurótico (reencarnación chilanga del Roquentin de La náusea) que despotrica contra la humanidad cosificada y su realidad absurda; y tres, una mezcla de mitologías, cuyos dioses, figuras y poderes son referidos insistentemente (especialmente el Minotauro, los dioses aztecas ya mencionados e incluso deidades mayas) para juzgar y defenestrar la enajenación presente a que ha llegado el ser humano. Volcada sobre su propio personaje hasta agobiarlo, la mente del autor termina hablando por propia voz, criticando su propia obra, dudando de su valor, sugiriendo una quema ritual de ésta, todo para regresar siempre a la problemática que le interesa desarrollar: por un lado, una especie de fenomenología del objeto —la televisión y sus noticieros, los automóviles y las calles, los edificios y las computadoras, la totalidad material del mundo humano—; y por otro, la idea del Metro devorador de sus hijos como personaje hipermoderno donde pervive un pasado mitológico grandioso, de poderosos símbolos, ahora traicionado. Todo esto mientras busca por las estaciones del Metro a la mujer que recién lo ha abandonado por seguir la carrera de periodismo, lo cual le sirve también al autor para criticar la vertiente amarillista de esta profesión e introducir el tema del amor como hilo conductor subyacente. Como producto posmoderno, esta obra experimental puede resultar interesante a algunos, pero sin duda alejará al lector común y dejará incómodo al más crítico y exigente.

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Ilustración: Horacio Cárdenas

Un sol de oro (Editorial Idea, 2011), Javier Fernández Gutiérrez. Cuando uno revisa la bibliografía sobre la figura de Gonzalo Guerrero, no puede dejar de sorprenderse ante la fascinación que este personaje sigue ejerciendo sobre historiadores, escritores y estudiosos del tema. La historia de este militar español que adopta la lengua, las costumbres y la religión de los mayas, que se casa con una noble indígena y se convierte en el padre del mestizaje, y lucha al lado de su nuevo pueblo en contra de sus anteriores correligionarios, es sin duda una de las más misteriosas y atractivas de la Conquista española (misteriosa, porque se carece de testimonios para conocer gran parte de su vida entre los mayas; atractiva, porque este desconocimiento da pie a su reconstrucción ficticia y una enorme libertad de interpretación). Y a esta tentación cedió Fernández Gutiérrez, quien en su novela histórica Un sol de oro, recrea un Gonzalo Guerrero heroico y seductor, en el momento de su encuentro con los caciques mayas, e imagina pormenores no documentados por ningún historiador ni cronista acerca del desacuerdo con Jerónimo de Aguilar y detalles cotidianos y domésticos de su historia de amor con Za´zil (o Ix Chel Can). De hecho, la novela se lee como una leyenda exótica de amor que parece dirigida a un público joven, y tiene el tono del cuento oral un tanto ingenuo. Lamentablemente, la obra no solo se ha despreocupado de la verosimilitud dramática sino que renuncia a cualquier tipo de aportación novedosa a lo ya hecho: ni en enfoque historiográfico, ni en abordajes formales sorprendentes, ni en recreaciones psicológicas iluminadoras y recientes.

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El vuelo

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Oficio de poema Para Fernando Tola

Michele Moreno 1

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El avión había volado a 21,000 pies de altura por encima de las nubes. Desde las ventanillas, que permanecieron levantadas durante el viaje, juntos mirábamos los barcos infinitamente pequeños entre el océano. A veces ella me señalaba algo que yo no podía mirar, pero que lograba percibir en sus propios ojos. Estábamos cómodos, es cierto, asientos recostados mientras bebíamos café y aguardábamos el destino. Quedaban muchas horas por delante.

El avión incrementa repentinamente la velocidad y se escucha bajo los pies el desplegar del tren de aterrizaje. Las alas giran y una voz en off anuncia que ha iniciado el descenso, favor de mantener sus asientos en posición vertical y abrocharse los cinturones. Las cortinas de las ventanillas empiezan a bajar, hay quienes no quieren mirar el irrumpir entre mil nubes oscuras por segundo. El clima no favorece y cumulus nimbus se han amotinado para ver. Nuevamente la voz de quien no se mira indica no levantarse del asiento por ningún motivo, hasta que la aeronave esté completamente detenida en el andén. El avión se sacude en baches aéreos. El vértigo. Las náuseas. La cabeza apoyada en el respaldo, los ojos cerrados imaginando si caerán las mascarillas o el avión sobrevolará la pista. Espero el pronóstico del tiempo de una ciudad que no conozco.

2 Por fin anoche me atreví a decírselo a María Eugenia. Las palabras que pensé toda la semana se difuminaron en el momento de sentarme frente a ella, como si de pronto una ráfaga de arena del desierto se hubiese llevado las líneas exactas capaces de describir esta pérdida masiva del encanto, la rutina que ya ni siquiera me mira mientras afila las uñas en la luna menguante de todos los pasillos de la casa, las raíces que crecen por debajo del piso, rompiendo las cuatro letras de mi nombre.

3 Desabrochaste el cinturón y te dormiste. Yo permanecí buscando formas de las nubes; pájaros inmensos atravesaban el cielo y una luz centellante cruzaba la vida, como una estrella fugaz en cámara lenta. Intenté que la miraras, pero solo entreabriste los ojos, sonreíste, dijiste “Te amo” y giraste la cabeza en el sentido contrario, para recuperar el sueño. Tu sueño. El vuelo continuó. La noche se hizo, allá y en mí.

6 No me muevo un centímetro. No parpadeo. Con un nudo en la existencia, solo levanto una a una las cuatro letras de mi nombre para tratar de pegar las puntas rotas, las partes astilladas, mientras busco mi propio reflejo en el cristal de un mes de julio pegajoso. No somos más uno sino dos. Te quiero siempre.

7 El avión está en el andén. No sé de dónde todavía... Preparo mi equipaje de mano, y pido lugar en la fila que avanza hacia el letrero de salida.

4 ¿Cómo desamarrar sin herir la cuerda? ¿Cómo avanzar hacia la salida sin romper las ramas del árbol que ha cubierto la puerta? ¿Cómo desamar amando tanto? Y sin embargo, María Eugenia, siempre contarás conmigo y de ninguna manera esto es una separación aunque lo sea. Y sabes, María Eugenia, te llevaré conmigo a donde vaya aunque te quedes sentada en tus ideas. No fue mi decisión, sino del camino. Veinticinco años contigo, mi María de pasos suaves… Y aquí estamos tantos días después escribiendo las últimas páginas del libro. Tú retrocedes entonces en el tiempo, sacas fotos viejas y me las pones sobre la noche, extiendes horizontes como actos de magia, señalas barcos vikingos donde ya solo veo aire.

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Raúl Renán El poema terminaba con un botón florido. El poeta lo sellaba antes de que el viento le soplara el pecho. Lo leía por última vez con el cuidado de quien camina entre espinos y los destronca con sus pisa­das. Y como el poema, en esas condiciones, ninguna otra emoción suscitaba ni en su cuerpo ni en su alma, sentía que era inútil. Lo en­rollaba hasta convertirlo en una paja, lo acercaba al fuego y contem­plaba cómo se consumía haciendo tric trac entre las llamas. ¡La ho­guera es tu lugar! —decía—. Así, cada poema corría la misma suerte. A lo largo del tiempo, siempre que alguien preguntaba al poeta por sus poemas contestaba que los tenía reunidos en un libro llamado La hoguera. Una sola advertencia hacía: eran legibles únicamente a los cantores del fuego; a nadie más. Entre las páginas flamantes, los versos saltan para enardecer esas voces. A los demás los consume la hoguera, como ajusticiados. Texto del libro “Mi nombre en juego”

Michele Moreno. (Mérida, Yucatán, 1967). Formó parte del taller literario Surgir. Responsable del área de difusión de la Casa de la Cultura de Cancún, de 1999 a 2005. Directora de la Galería Amarte, en Maroma, Solidaridad. Vivió en Cancún de 1985 al 2010. Radica en Mérida. Ha publicado Sin septiembre (1999), Efimérides. La permanente impermanencia de una mujer-chango (2011) y Michelia champaca… O lo que dura el incienso (2012).

Raúl Renán (Mérida, Yucatán, 1928). Poeta, narrador y editor. Actualmente es coordinador de talleres literarios del INBA y la UNAM. Ha publicado más de 30 libros de poesía, narrativa y ensayo. Es uno de los protagonistas de la poesía mexicana contemporánea.

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Kali, la Oscura

Andrés Jorge González Ortega (Cuba 1960) es un novelista, editor y periodista de larga y exitosa trayectoria. Como editor y periodista, fue director editorial de National Geographic para América Latina, Selecciones y Libros Selectos de Reader’s Digest, y el Almanaque Mundial, entre otras publicaciones. Como creador es autor de cuatro novelas: Pan de mi cuerpo (Premio Joaquín Mortiz 1997), Te devolverán las mareas (Planeta, 1998), Voyeurs (Alfaguara, 1999), y Barcos que se cruzan en la noche (2011), primera entrega de la “Trilogía de la Isla Grande”. Ha vivido estos años en Cancún dedicado a impartir talleres y dar asesoría en gestión de contenidos impresos y digitales, periodismo y planes editoriales. Y se ha concentrado en su proyecto cancun360. mx, un sitio en Internet donde publica una revista digital de contenidos turísticos y culturales sobre nuestra ciudad. Actualmente ha agregado a sus tareas la coordinación de los talleres de blog y de novela del Centro de Creatividad Literaria de Cancún.

(fragmento) Andrés Jorge

Luego de vivir durante casi dos décadas en México, D. F., el escritor Andrés Jorge (Cuba, 1960), decidió establecerse definitivamente en Cancún en el 2009, y hacer de este sitio su ámbito vital, el lugar que lo acerca a sus raíces. Desde aquí ha publicado el primer volumen de la Trilogía de la Isla Grande, Barcos que se cruzan en la noche (2011, LCN Ediciones de Autor) y es aquí donde ha escrito la segunda entrega de esa obra, Kali, la Oscura, que pronto saldrá a la luz. De este segundo volumen publicamos ahora el primer capítulo como un adelanto.

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igue tenía siete años cuando sorprendió a la Beba en aquello con Lolo el Vecino. La casa de Lolo y Azalea estaba frente a la nuestra, del otro lado del camino. Podíamos verlos dándose sillón en el portal en las tardecitas. Esa imagen es muy nítida, con un fondo limpio y despoblado en mi memoria, quizá porque en ese tiempo había pocas casas en el barrio. Yo era muy pequeña entonces; recuerdo apenas sus caras, como en un sueño, la risa de él, grande y gordo, y los espejuelos de Azalea, que la hacían ver como lechuza. Y también un flamboyán inmenso en el patio frente a la casa, que sigue ahí, pero no sé en qué momento se coló en el paisaje. A mí el affair Loló no me tocó. No supe de esa historia hasta hace bastante poco: cuando empezamos a destapar todo aquello por Adri y su novela, a hilar juntos por primera vez nuestra vida entonces. Viví otras experiencias con la Beba en ese sentido y sé otras cosas íntimas suyas porque yo era la niña, y es diferente con tu madre. Yo también la pesqué, a su debido tiempo, pero no es que el asunto me haya afectado mucho, que yo sepa, no como a Migue, por lo menos. Aún no había cumplido los seis años cuando Lolo y su mujer (mejor amiga de la Beba) se fueron para Estados

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Unidos. Nunca más los volvimos a ver. Su casa se quedó vacía y cerrada en espera de nuevos dueños. Vino una pareja joven con una hija pequeña y enferma de un lugar lejano y ajeno llamado Guantánamo que para mí aún no se asociaba con la guajira guantanamerrra de Martí, Seeger, Fernández et al, y mucho menos con el Guantánamo base militar yanqui. Hasta hoy tiene ecos y recovecos aquella niña de mi edad. Me llega como un fantasmita, consumida por un temible mal azul, dormida para siempre en un hospital a sólo meses de haber llegado al vecindario. No la he olvidado, quizá, porque fue cuando me dijeron un día que no estaba y no volvería nunca más que confronté por primera vez con la noción de que alguien pudiera no estar en ninguna parte. Ese nunca más. Pero los guantanameros nunca estuvieron del todo. Iban y venían. Evisnelsa tuvo desde su llegada aquella aura fantasmal, como si fuera ya del otro mundo y hasta ella misma lo supiera, y sí, supongo que a su modo lo sabía, que era un ángel y se iría al Cielo. Después de la partida, y la de sus padres por donde habían venido, sin despedirse, se seguían encendiendo luces de noche en la casa de nuevo abandonada. Nadie sabía qué pasaba, si alguien se metía y hacía aquello, o si, como decían otros, era el espíritu de Evisnelsa que rondaba el lugar. Hasta que una noche el fuego redujo la casa a cenizas y el misterio de las luces cedió ante la historia del incendio y luego

todo se olvidó, la vida siguió su curso y con el tiempo hicieron otra casa ahí, de mampostería, y ahí sigue hasta hoy. Pero el incendio se quedaría conmigo para siempre. Me ha perseguido toda la vida, aunque lo vea ya como salido de un sueño: las llamas y las chispas subiendo hacia el cielo, el baile de sombras en derredor, las siluetas en el camino contra el fondo incandescente, el murmullo de la gente que se agrupaba en el camino, el crepitar de los maderos y el quejido roto y repetido de las tejas al caer contra el piso, como si les doliera. Todo eso entrevisto desde nuestro portal, detrás de mi padre, aferrada a él y de la mano de la Beba, luego en sus brazos. Lenguas de fuego reptando sinuosas hacia el cielo nocturno y resolviéndose en chispas en las alturas. Y los reflejos en el rostro de mi madre, el incendio en su mirada azul, acuosa, la luz rebotando en su frente y sus mejillas. Y, al final, las lágrimas rebrillando temblorosas en sus ojos. Pocas veces vi llorar a la Beba; con lo que sé hoy, pienso que mi madre debió estar, además, muy asustada, pero eso no es lo que recuerdo. Tampoco a mis hermanos. Ellos, que siempre revoloteaban a mi alrededor como una sombra protectora, no aparecen en la escena, no están esa noche a la vista. Lolo y Azalea tenían dos hijos. Tico y Chely. A veces Azalea los dejaba jugar con nosotros a pesar de que mis hermanos eran

unos salvajes y Tico era un niño mimado y Chely muy fina y delicada y siempre salían con algún trastazo. Chely les tocaba la pinguita. Había un carretón viejo y medio desfondado ya en el patio de nuestra casa, llevaba años allí. Migue y Adri se acostaban y lo metían por los huecos en la madera y Chely se los tocaba. Nos escurríamos debajo del carretón. Tico también se los tocaba. Yo era tan chiquita que ni me tenía que agachar para meterme debajo del carretón, una especie de Pulgarcita, como me decía Aparicio, lo veía todo desde abajo. Se les ponía durito, la cabecita violácea. A veces les apestaba, tenían hasta sarro, eran cochinos mis hermanos. La Beba les dio buenos pescozones por no querer bañarse, pero igual se los daba por cualquier cosa. Tico tenía una metralleta encasquillada. Adri le propuso arreglársela. Mientras quedaba lista, le ofreció su arco y sus flechas con punta de clavo. Estaban jugando en la casita del traspatio de Lolo y Azalea y tenían allí unos sacos de sal. Tico estuvo tratando sin éxito de clavar una de las flechas en la pared de tabla de palma de la casita. Adri se había enfrascado en la tarea de arreglar la metralleta. Tenía que trabajar rápido, antes que el niño bitongo se aburriera del arco y las flechas y quisiera su arma de vuelta, más letal y moderna. Desarmar juguetes era una rutina fácil para mis hermanos, habituados a abrir y destripar sus camioncitos y carritos del día de reyes en tiempo récord para luego enterrarle los trompitos del

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t r a s engranaje a mi muñeca en las orejas, aretes nuevos, o en las nalguitas planchaditas de plástico en cuanto les daba chance, cosa que tampoco me costaba mucho trabajo aceptar, par de berridos de por medio, a cambio de que me llevaran con ellos a cazar palomas con casillas. O a matar renacuajos. Adri liberó con la uña la pestaña que unía las dos partes de la metralleta, la abrió y estudió como tres segundos y medio el mecanismo del gatillo y decidió lo que había que hacer: para destrabarlo, y de paso mejorar la puntería, explicó, había que rellenarla de sal. El propietario del mortal artefacto le dio el visto bueno sin mirarlo y siguió afanado con las flechas, había hecho un blanco con tiza y trataba sin éxito de acertarle, pero la pared de tabla de palma era inmune al aguijón del clavo. Estaba alisando y apisonando la sal en la culata cuando llegó Azalea a repartir trompones. Ya la conocían, las manos más rápidas del este según Migue (las de la Beba, de nuestro lado del camino, eran las del oeste), así que Adri salió volando antes de que el primer galletazo aterrizara en el cogote de Tico, la metralleta de sal despanzurrada en dos blancas mitades en la puerta de la casita y él saltando ya de la barranca hacia el camino por detrás de la cocina para ir a esconderse en la de nosotros, desde donde podría ver la evolución de la refriega. En la noche fueron a recuperar el arco y las flechas. Migue vigilaría mientras Adri buscaba en el patio. Había visto a Tico tirar el arco al primer bofetón y salir dando gritos. Se había ido la luz. A los hijos de Azalea y Lolo los hacían acostarse con las gallinas. Es sólo un decir: se iban a dormir temprano, así que ya estaban fuera de combate a esa hora. Mis hermanos le dieron la vuelta a la casa y Migue se quedó agazapado debajo de la única ventana donde había luz. Se oía el siseo de una lámpara de aquellas Coleman. Adri siguió hasta atrás sin detenerse mientras Migue se asomaba sigiloso a la ventana. Para su sorpresa, vio a su madre entrar en el cuarto y empezar a quitarse la ropa con premura. Detrás entró Lolo y se desvistió también y Migue vio que ya la tenía parada, nunca había visto a un hombre con el pipí parado. A los de su edad sí, pero era mucho más chica, no una cosa como aquella: lo que se llamaría una pinga ya hecha y derecha. ¡Que cosa más grande, tú! Se dijo a sí mismo. Su madre se acostó en la cama y Lolo le dijo algo y ella se rió un poquito y sacó la lengua y abrió grandes los ojos mirándosela y se metió la mano en la entrepierna como quien no quiere la cosa. Lolo se echó una escupida en la mano derecha y ensalivó la cabeza y medio que se acostó entre las piernas de la Beba y se la colocó y se la metió. La Beba aguantó una risita y Lolo le puso una mano en la boca y luego la quitó y se sonrió él también y empezó a metérsela y sacarla con rapidez. Migue tosió y le dio una sonora patada a la pared de tablas para anunciar su presencia. Pero pensó entonces, ya desde ese mismo momento, que Adri no podía ver lo que estaba pasando ahí adentro, no tenía que enterarse de aquello. Salió corriendo a buscarlo al patio trasero. Le faltaba una flecha. Déjala, vamos. A

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Adri no le gustaba que su hermano le diera órdenes, pero esta le sonó como una que había que acatar. Mañana hacemos más, nos tenemos que ir, ahí viene Azalea. La fiera. Migue lo empujó y echaron a correr. Saltaron desde la breve barranca donde se alzaba la casa y cruzaron veloces el camino. Migue fue directo a decirle a Aparicio. Mi santo padre se quedó sin habla un buen rato. Y cuando abrió la boca fue para preguntar al primogénito si la Beba lo había visto. Que sí, claro que lo había visto, y Lolo también, estaban muy cerca. Y ahí nuestro queridísimo padre empezó a explicarle que no podía hablar de aquello con nadie más. No le podía decir ni a su sombra lo que había presenciado, que se olvidara de lo que había visto. Por el bien de la familia, porque si le contaba a alguien más, ellos se iban a tener que separar y su madre tendría que irse de la casa. Para siempre. Le dijo también que hablaría con la Beba y que aquello no iba a volver a pasar nunca más, jamás de los jamases. Pero volvió a pasar. Y además y peor, está claro que Migue nunca pudo olvidar aquella escena, la primera vez. A lo largo de su vida quizá trató de deshacerse de ella, entender el acto, racionalizarlo, asimilarlo, perdonar (lo que eso signifique, en algún lugar o canción o bolero escuchamos aquello de que si te lo perdono seguro que lo olvido). Pero la imagen nunca se fue. Volvía a su antojo y en cualquier circunstancia y lo atenazaba. Lo disminuía aquello de su madre con otro hombre que no era su padre, su risa. Su risita. Incluso en el trueno y el infierno del combate, en las sabanas de África y quién sabe dónde más, arrastró como un baldón por siempre aquel ji ji ji púbico e impúdico de la Beba, su madre. Nuestra madre. Tropo

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Vendedor de baratijas Miguel Meza

Pido clemencia por usurpar estas esquinas el sol de estos semáforos tan puntuales la marea del ruido: sus risas y sus cláxones: la sal toda del día que carcome mis heridas Indúltenme por plantar en el campo visual de esta mañana de humo, mi angustia y mis árboles desnudos mi estatua de lodosa certidumbre la vara quebradiza de mis manos mi camisa cansada de beber el sudor de mil raíces el zumo amargo de mi vida a flor de piel Solo vine a exponer la utilería de mis huesos el drama de este cuerpo que ha dejado de sonar los labios resecos de la noche ahogada en el pozo cegado de mi frente Vengo mutilado de horas y sonrisas con las estrellas del camino clavadas en los pies y ya no puedo caminar en esta ciudad que ha tropezado consigo misma.

Ilustración: Horacio Cárdenas. Serie arbórea.

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Perdón por ensuciar estas esquinas Perdón por mi desesperanza el único vino que he venido a vender.

Miguel Meza (México). Poeta, crítico y editor. Desde 1986 radica en Cancún. Fue director de la Casa del Escritor de Cancún (1997-2004), y de la revista literaria tropo a la uña (primera época, 1998-2007). Es autor del poemario Destellos de mareas (Praxis, 2004), del libro de cuentos El verbo acosado y otras perversiones y del poemario La tribu inmigrante (ambos de próxima publicación). El poema de esta página pertenece a este libro. Actualmente, coordina talleres literarios (narrativa, lectura crítica y ensayo literario), dirige el Centro de Creatividad Literaria de Cancún y edita la revista tropo (segunda época).

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Entrevista con Lasse Söderberg

El sentimiento de lo inconstante es la base de mi poesía Eugenia Montalván Colón Varias veces mencionado como candidato al Premio Nobel, traductor de Gonzalo Rojas, Federico García Lorca, Jorge Luis Borges y Octavio Paz, entre otros, y reconocido como uno de los poetas más importantes de su generación, el escritor sueco Lasse Söderberg (Estocolmo, 1931) fue la gran figura del “Encuentro Internacional de Escritores José Revueltas” celebrado en julio pasado en Durango, donde presentó el poemario Lo inconstante, un antología extensa de su obra. En este marco estuvo presente nuestra compañera Eugenia Montalván, quien sostuvo una breve conversación con el gran poeta surrealista, autor de más de veinte libros de poesía, editor de la revista Tärningskast (Golpe de Dados) y organizador y director del festival “Días Internacionales de Poesía en Malmo”.

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l leer a Lasse Söderberg a través de la visión que ofrece de él el poeta Juan Manuel Roca, tengo el presentimiento de que la poesía del escritor sueco —una poesía de “ensueños meditativos”— combina con los gustos de muchos lectores de Tropo y con los míos también. Roca, en el prefacio de Lo inconstante (La otra, Universidad Autónoma de Sinaloa, 2012), describe además a Söderberg como si se tratara de un iluminado. Puede ser: el poeta, altísimo y flaco, irradia paz a su paso. —¿El título de Lo inconstante tiene que ver con la presencia de la poesía en su vida? —En realidad ese fue el título de uno de mis libros pero de hace bastante tiempo, del año 63, y pensé que podía cubrir la totalidad. Sí, es el sentimiento del momento poético en la escritura, que pasa muy rápidamente; pero también la existencia, en general, que es una cosa inconstante. Entonces, el sentimiento de lo inconstante es la base de mi poesía, creo.

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Lasse, como le dicen todos cariñosamente, vino a México este año gracias al poeta y editor José Ángel Leyva, con quien presentó el poemario Lo inconstante en el D. F., San Luis Potosí y Durango. En esta última ciudad, en una mañana soleada el intelectual sueco visitó la Catedral y, por supuesto, antes estuvo en el Museo de Pancho Villa. El poeta Lasse Söderberg habla un español casi perfecto. De hecho, lo demuestra cuando se nos acerca un guardia para llamarnos la atención por estar sentados en un lugar aparentemente inapropiado. Le pedí al guardia cinco minutos de clemencia, pero el poeta susurró: “No tenemos derecho a estar aquí”. —¿Usted escribe en español? —No. El libro (Lo inconstante) lo hicimos juntos Ángela y yo. Yo corrijo o doy mi opinión. Al principio no había pensado incluir poemas de mi juventud, pero discutiendo con Leyva, decidimos hacer una antología extensa. Realmente es un libro muy original con poemas que no he publicado ni siquiera en Suecia. —¿Cómo ha sido su vida productiva? —Ha estado siempre en relación con la poesía, no solo la mía

e n t r e sino también la de los demás, la que leo, con la cual trabajo. He hecho muchas traducciones de poetas hispanos y de otros idiomas, así que la poesía siempre me ha acompañado. Sin embargo, en el caso de mi propia obra, ahora escribo mucho menos poesía que en mi juventud (algo bastante corriente en poetas que llegan a cierta edad, creo). En realidad, me he dedicado más bien a otro tipo de escritura: escribo toda una serie de libros no fácilmente clasificables porque están entre el ensayo y la autobiografía, con algún poema intercalado de vez en cuando. Son básicamente ensayos sobre gente que he conocido, con muchas cosas autobiográficas también. El quinto de ellos saldrá en Suecia ahora en agosto. Es un trabajo que hice con un fotógrafo amigo que ya murió y quien se ha convertido en un fotógrafo de culto, Christer Strömholm (quien, por cierto, hizo una exposición en México hace varios años). En la introducción de Lo inconstante, Ángela García, mujer de Söderberg, una poeta colombiana morena y sensual, escribe: “El espaciamiento de sus publicaciones —veintiún poemarios, habiendo publicado el primero a los 20 años— se puede atribuir a varias razones, empezando por un prematuro rechazo al camino del éxito, heredado evidentemente del surrealismo. Pero también a la enorme producción de traducciones, más de ochenta títulos, que al mismo tiempo forman parte de su pasión —más que tarea— por introducir en Suecia la poesía extranjera, especialmente del mundo latino”. —De las traducciones de poetas del español al sueco, ¿cuáles ha hecho por gusto y cuáles por encargo? —En El Financiero junto con mi entrevista (8 de julio de 2013) publicaron una foto de Nicolás Guillén, donde se dice que es uno de mis maestros. Yo conocí a Guillén y aprecio muchas cosas de él, pero lo traduje por encargo. Así que no es uno de mis maestros, realmente. El caso de Octavio Paz o de Borges es totalmente diferente: son escritores que he escogido. Hice una traducción muy tempranamente de unos poemas de Paz en una revista sueca cuando el mexicano todavía era poco conocido. —Sabemos que lo conoció y fueron amigos, así que sin duda habrá tenido tiempo de confrontar con él sus traducciones, ¿verdad? —Sí, claro, lo conocí en París a finales de los años 50 y luego nos vimos regularmente en México, y ocasionalmente en España o en Francia, y yo lo invité a Suecia. Era un gran gozo conversar con él, aunque todos los mexicanos saben que no era una persona carismática, razón por la cual recibió muchas críticas en su país. Pero yo sé que Paz tenía una relación distinta con sus amigos europeos que con los mexicanos. Aquí tenía lazos con el poder y en Europa no; allá tenía otro tipo de relaciones. —Es maravilloso saber que usted llevó al joven poeta Paz a Suecia… —Él participó en las Jornadas de Poesía Internacional en Suecia, jornadas que yo dirigí durante 20 años. Fue al principio, en el 87 o el 88, no me acuerdo. Hicimos el último encuentro en el 2006, y también participó un mexicano, Eduardo Lizalde. —Así que, en cierta medida, México es conocido en Suecia gracias a usted. —No sabría juzgarlo, es posible, no sé hasta qué punto; pero en el caso de Octavio Paz sí contribuí bastante. Pero hoy día

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Fotografía: Eugenia Montalván

México tiene otro tipo de fama. Ahora la gente me dice cómo te atreves a ir a México. En Europa nos hacemos a la idea de que no hay más que violencia y drogas. —¿Y usted qué dice usted al respecto? —Digo que están exagerando, aunque la violencia es un problema real. Yo sé que México es un país peligroso, pero las grandes ciudades, las capitales de Europa, también lo son. Además, en Europa el desarrollo político es un poco inquietante. Los partidos semi fascistas están tomando importancia nuevamente. En Suecia pensábamos que estábamos a salvo de esto, pero no, ahora están en el Parlamento; no son muy feroces, tratan de mostrar una fachada normal, pero sabemos lo que hay detrás de esta fachada. Tropo

Eugenia Montalván Colón. Antropóloga. Es autora del libro “Premio Casa de las Américas: 50 años, 11 entrevistas”, que presentó en La Habana en 2012. Acaba de producir y dirigir el documental: “Don Mammie Blue”, para honrar al extraordinario activista de derechos humanos Gonzalo España España, productor de espectáculos y artista travesti, con quien hizo mancuerna para llevar al cine su pasión máxima: informar. También edita libros y trabaja en Espacio cultural Ule (www.ule.mx) con sede en Mérida, y a punto de abrir sucursal en Durango.

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(Cuatro poemas) Lasse Söderberg

Las manos de Ángela Ella es un aletazo húmedo en la noche. Sus dedos forman signos oscuros en el tronco de la yagruma. A veces brillan las palmas de sus manos como el vientre de un pez en el río poderoso del aire. Escribe la palabra “sol” y la palabra resplandece. Pero sus manos se borran

Desayuno con Yemayá

Un muchacho iba rozando la pared con el índice como si contara las piedras de la ciudad. ¿Cuántas? Un número devastador.

Ella vestía un traje azul remendado. Llevaba una carterita trenzada. A menudo reía.

Un joven agarraba una piedra en la mano pues no le convenía sino ese sitio, ese instante, la piedra no era parte de la ciudad.

Muchacha de Jacomino Con pechos redondos como pan, Dientes como azúcar, piel tan negra Como el café en la taza. Hablaba de sus hermanas – todas olas– pero era en sus ondulantes brazos donde me quería yo ahogar.

y en la tiniebla dejan un perfume denso de pozo recién cavado.

(Traducido por Javier Sologuren)

(Traducido con Heberto Padilla)

Del libro Rosa para una revolución (1972).

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Las piedras de Jerusalén

Un hombre sentado con los ojos cerrados parecía querer ser esa piedra. ¡Nadie le arrancaría de allí! Un anciano se puso una piedra en la boca para que hablara en su lugar, para que rezara su última plegaria.

Lo que está escrito (fragmento) Las piedras de Jerusalén son pruebas de que Dios no existe. Tienen gusto de sal como si hubiesen llorado pero sólo nosotros lloramos. ¿Por qué lloramos? Porque Dios no existe y porque las piedras nada nos enseñan salvo a ser de piedra.

Del libro Las piedras de Jerusalén (2002).

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Electricidad.

Instrumento.

Pendientes.

Lenguaje visual y creación de mundos imaginarios Ma. del Carmen Alvarado La civilización democrática se salvará únicamente si hace del lenguaje de la imagen una provocación a la reflexión crítica y no una invitación a la hipnosis.1

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prender a ver y lograr imágenes comprensibles para diversos propósitos rebasa los “me gusta” de Facebook. El entendimiento de lo que somos descansa en la forma en cómo nos vemos mas allá de los retoques de Photoshop. La imagen en la sociedad actual es de gran importancia; los seres humanos somos extremadamente visuales. A últimas fechas, con todos los equipos que se manejan en la tecnología y se han convertido en nuestros aliados para desarrollar nuestras actividades diarias (ipad, iphone, computadora, etc.), la imagen tiene una alta dosis de mercadotecnia, estatus social y redes sociales que responden a la velocidad de nuestro tiempo. La imagen no solo se utiliza en publicidad. También es una

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Umberto Eco forma de interactuar, una herramienta poderosa de alta tecnología. La vida diaria se maneja a tal velocidad que se ha perdido la capacidad de observación, de previsualización, de lectura de comprensión y se ha convertido en una respuesta inmediata, en un bombardeo de primer nivel, que llega directo a nuestro cerebro. Se vive en una época de analfabetismo, de disfuncionalidad en la lectura y en la elaboración de imágenes. La experiencia visual humana es fundamental en el aprendizaje para comprender nuestro entorno y reaccionar ante él; la información visual es el registro más remoto en la historia de la humanidad. Ejemplo de ello son las pinturas rupestres, el reportaje más antiguo que llega a nosotros y nos permite en la actualidad visualizar un fragmento de aquella sociedad. Con este antecedente, podemos hacernos una pregunta para darnos cuenta de la importancia de la visualización: ¿cómo

Tensión.

Persecución.

vemos? Responderla lleva un proceso muy grande de actividades, funciones y actitudes: percibir, comprender, contemplar, observar, descubrir, reconocer, leer, mirar, etc. El cómo vemos nuestro entorno afecta casi siempre a lo que vemos, es un proceso individual en cada uno de nosotros. Se trata de identificar objetos simples, símbolos y lenguajes para conceptualizar. Solo las preguntas motivadas por lo que vemos darán la clave del carácter y el contenido a la inteligencia visual. “Expandir nuestra capacidad de ver, significa expandir nuestra capacidad de comprender un mensaje visual, y lo que es aún más importante, de elaborar un mensaje visual”.2 Así como existe una sintaxis gramatical, también existe una sintaxis visual que se encuentra en diversos lugares y escenarios. La estructura verbal y la estructura visual pueden conectarse perfectamente. Los lenguajes son sistemas construidos por el hombre para codificar, almacenar y decodificar información; por lo tanto, su estructura tiene una lógica concreta. En el caso de las imágenes, específicamente en la fotografía, es importante comprender que no solo se trata de registrar un momento. Es una actividad que va más allá de un simple disparo de la cámara. Existe un lenguaje visual que tiene su propio alfabeto integrado por puntos, líneas, contornos, formas, texturas, colores, yuxtaposiciones, etc. La herramienta principal es la luz. Con ella se busca dar la expresividad adecuada al momento de elaborar un mensaje visual, donde necesariamente existe un receptor. El receptor es parte del proceso de comunicación y, como tal, dentro de un lenguaje visual, no puede pasar desapercibido al entrar en el proceso de la comunicación (emisor-mensaje-receptor). En la fotografía, no siempre se toma en cuenta al receptor como lo es en una obra literaria, donde en varias ocasiones el escritor (emisor) juega o predice que es lo que puede pensar el receptor (lector). En una obra donde se maneja el lenguaje visual, se trabajan varios estímulos y se está tan concentrado en una idea personal que no siempre se involucra al receptor. Al momento de producir una obra o al realizar un proyecto, el fotógrafo trabaja con varios elementos que le dan un fundamento

Tiempo de morir.

a una idea principal, e involucra historias que tiene en la mente, puede ser un objeto, un lugar, un ambiente o personas. No es tan fácil describir un trabajo propio. No hay un tiempo definido para realizarlo; tampoco una sola idea, ya que giran varias alrededor de un tema y esto involucra una gran cantidad de imágenes. Aquí van implicaciones de lo que significa el arte para el ser humano, “ese extraño quehacer de fabricar mundos imaginarios”. 3 La imagen fotográfica en nuestros días aparece con gran facilidad en la redes sociales donde lo importante no es el hecho fotográfico en sí, no importa si es buena o mala, lo que importa es el número de “me gusta” que le puedan dar, es demostrar que se está en un lugar; la fotografía queda como evidencia de credibilidad entre los amigos y conocidos. La imagen no se debe de enjaular para domesticarla en beneficio de la rentabilidad de intereses económicos como lo hacen las redes sociales en Internet. No debe quedar solo como el registro efímero de los espacios que habitamos. Debe decirnos algo. La imagen representa la transformación constante del mundo en que vivimos, participa en el conocimiento, la comunicación y la creación artística. El estudio y la realización de la imagen no puede prescindir de una ética que obligue a poner en claro los peligros y consecuencias a que está sometida en la actualidad. La creatividad se debe potenciar como una forma de liberación de lo fácil y lo efímero, sin olvidar ni dejar a un lado la observación y la reflexión. Tropo

NOTAS: 1. Eco, U. (2005). La estructura ausente. Ed. Debolsillo. México. 2. Dondis, D.A. (2000). La sintaxis de la imagen. Ed. GG. México. 3. Jauss, H.R. (1995). Las transformaciones de lo moderno. Ed. Visor. Madrid.

Ilustraciones: Ma. Carmen Alvarado. Las imágenes que ilustran este artículo corresponden a la serie “Tiempo de Morir”, finalista del concurso fotográfico “Sueños” convocado por la asociación “Los ojos del tiempo” y la Secretaría de Cultura de Guadalajara, Jalisco en junio de 2011.

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En el nido de la serpiente Mauricio Ocampo En el siguiente artículo, el sociólogo Mauricio Ocampo describe con apasionada indignación —en una radiografía concentrada y vertiginosa— el otro rostro de nuestro Cancún, el de la pobreza y el desamparo, aquel que se ha formado en las nuevas dinámicas socioeconómicas y culturales de esta ciudad y que ha quedado inmensamente desvalido.

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a dinámica sociocultural es un mar de mosaicos que encajan a veces de forma amorfa, otras más de forma armónica. La ropa, el peinado, la lengua, el caló y las distintas afinidades identitarias se entrecruzan en redes semánticas conceptuales que dan dinamismo a la vida cultural de una sociedad. La historia presente se reviste de paisajes que día con día mutan por la inercia de una desfigurada sociedad global. Este afán de homogeneizar deja al descubierto la riqueza étnico ancestral en hibridaciones culturales que traspasan la mística de lo folk, de lo precolombino, de lo colonial, de la raza de bronce que fuimos, estamos siendo y dejando de ser. Así avanza la sociedad, la realidad misma, siendo y negándose, agarrando cosas de allá, de acá, de la urbe, de la banda, del ñero, del subterráneo, subalterno subsistente de este entorno llamado planeta Tierra con apellidos Cancún, Quintana Roo, México. En este nido de culebras, los paisajes nunca podrán ser homogéneos en días de lluvia. Las coladeras rebosan a gritos una mala planeación urbana, de la Av. José López Portillo a la Av. La Luna, pasando por Av. Talleres, e incluso, el ombligo del capitalismo: la Zona Hotelera. Las aguas rebosan y con ellas se deja ver también la mala distribución de la riqueza: el olor fétido cobija los pies de los niños que, descalzos y zapatos en mano, se dirigen a la escuela.

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Muro de lamentos. Obra de Karla Salgado.

Algún coche escupe hollín y se detiene en una calle inundada. Aflora el lenguaje de nuestro México: una mentada de madre por llegar tarde, por el costo de la reparación, por el gobierno, por el qué hacer, por la costumbre de saber que quizá, el año pasado, en temporada de lluvia, sucedió lo mismo. Es la costumbre de la resignación, el Síndrome de Estocolmo que nos lleva a votar por el verdugo, por el que aparentemente odiamos. Aculturación, endoculturación, transculturación, mutilación trasnacional de la patología global, acomodo de pensamientos que se asumen como propios en una segunda lengua y en billete verde. Rostros morenos con acento maya y el cabello teñido de rubio, el espejo de la marginación que lleva al autodesprecio, carencia de identidad local que reniega del pasado por la urgencia de comer —aunque nuestro fenotipo nos delate. Es Cancún visto desde el otro Cancún, con los ojos rojos por la droga, sin lentes para disminuir la molestia causada por el brillo del sol radiante —aquel que produce cáncer de dermis. Es el Cancún de la neta, del ñero que trajeron engañado de Chiapas, y ahora vende dulces en una esquina para otro cabrón, sacando apenas para la papa. Quizá suene muy light frente a esa niña de 15 años que en la Súper Manzana 63, vende su cuerpo al mejor postor por 100 pesitos, de uno en uno; o aquella otra, a la que solo tienes que llamar para hacer una cita: no te costará más de 350 pesos el deshago, tú pones el hotel y el condón. En esta ciudad de ciencia ficción, en un lugar llamado El Parián, cada quincena circulan los monos con escasos 700 pesos que

han ganado con sudor y hambre en el camello. Pero no solo ellos circulan, también carros con sirena que de forma gandalla los amachinan, los suben a las camionetas y, a bola de insultos y patines, los llevan a dar la vuelta para despojarlos de su salario, tirándolos después en algún lugar lejano, quizá por Isla Blanca, donde, según vox populi, también se tira la droga. En las pantallas encendidas a toda hora, consumimos sueños para olvidar lo inolvidable: la subsistencia eterna en esta ciudad no nata, o quizá abortada. También en Cancún esperamos un milagro de Lupita, una rosa blanca en nuestra mesa que nos libre de los contratos de 28 días, de los papeles firmados en blanco, de los acosos sexuales por parte de los jefes, de los pagos salariales atrasados, del chemito que se dedica a chingar al personal en la esquina de cada región. Ese vato no entró a la escuela: es un número en la estadística de rechazados, de Ninis (como les llaman), de cabrones que necesitan consumir, pues así lo demanda el mercado. Y para hacerlo, se vuelven amantes de lo ajeno, es decir, anhelan lo que les es negado, y lo buscan de la única forma que ellos consideran viable: el atraco. Las calles aledañas de la región conocida como El Crucero no huelen a azufre, aunque parezca el infierno mismo, sino a basura y alcohol. El escuadrón de la muerte se juega la vida fermentando el hígado. Sus sueños se han evaporado, solo les queda la evasión de la realidad cabrona —aunque la de ellos es la peor. No asaltan, no roban, no matan. Más bien se matan. Mendigan

una moneda con la mano temblorosa y los labios curtidos, la voz cortada y el cuerpo sucio. Si llega a hacer frío en la noche, cubren su cuerpo con uno de esos carteles que anuncian a un político, o con periódicos que quizá profetizan su futuro. Alguno de ellos cuenta con resignación y nostalgia su pasado: “perdí todo...” (¿alguna vez tuvo algo?). El mosaico es enorme, imposible de pintar. Es un rompecabezas en el que no encajan las piezas, aunque en la caja diga que contiene las necesarias para armarse. La moneda está en el aire, el azar echa a andar su maquinaria, aunque la voz de la resistencia diga ¡YA BASTA! ¿Quién (es) sale (n) del fango? ¿Quién (es) está (n) dispuest@ (s) a cambiar? ¿Quién (es) está (n) dispuest@ (s) a parar el cambio? Tropo

Mauricio Ocampo. Sociólogo con especialidad en cultura y maestro en Pedagogía. Es autor de los libros de narrativa y poesía Pogrom (2002), Del Viento y Otras demencias (2006) y Necromorfósis (2011), todos ellos en Ediciones Tlacuache. Su publicación más reciente es La Universidad Pública: vendedora de paisajes oníricos como objetos de consumo (Ediciones del Lirio, 2012).

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Óscar Reyes Hernández (Veracruz, 1966). Radica en Cancún. Artista multimedia. Profesor-investigador del Departamento de Desarrollo Humano en la Universidad del Caribe. Ha publicado el libro de teatro corto Estación Sureste, ganador del concurso Juan Domingo Argüelles (2008) y el poemario Costa Urbana en el 2011.

Las sillas descansan.Dormitan un rato.

Me acicalo el alma. Tu existencia me vuelve a desasear…

Net.art o arte en red

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Óscar Reyes Hernández

l net.art es una de las manifestaciones del arte actual, caracterizada por usar como principal soporte las tecnologías y las redes sociales. Para Wikipedia, net.art es un término siempre en movimiento, que designa una alternativa de producción artístico-simbólica-independiente, la cual se crea de forma ex profesa en la red y para la red. Las peculiaridades que le dan sentido y significación, se fundamentan en la inmediatez y la inmaterialidad de las redes sociales, las cuales ofrecen al creador un público cautivo, un espacio de montaje y un canal de comunicación e interacción con su público, todo de forma libre, simultánea y efectiva. Para Benjamin Weil, cofundador de la

Somos ciudad de peces y de pescados.

comunidad artística Ada’web y Curator of Media Art en el San Francisco Museum of Modern Art: “El objeto principal del net. art es siempre el Internet”. Para Rachel Greene, “no es tanto una nueva acuñación lingüística. Más bien, el término surge como un accidente, o es el resultado de un fallo de software ocurrido en diciembre de 1995 durante la transmisión malograda de un e-mail anónimo enviado al artista esloveno Vuk Cosic. Entre el laberinto alfanumérico, Cosic encontró un término legible —“net.art”— que comenzó a utilizar para referirse al arte de la red y las comunicaciones. El término se difundió como un virus entre las comunidades de Internet de las que surgen propuestas que miran a la Red como lienzo”, a la red como libro colectivo que no depende de los costos y limitaciones

del papel cultural. A la red como un muro donde todos y sin limitaciones pueden publicar sus obras. Es importante señalar que debido a lo reciente de esta manifestación artística, en el presente existen carencias conceptuales. A la fecha, no existe un contexto crítico para la revisión y selección de trabajos de net.art. Es decir, no existen procesos de legitimación e institucionalización del concepto y de la obra como tal. En ese sentido, Rachel Greene propone la necesidad de contar ya con una historia del arte del Internet. En conclusión, net.art es una forma de expresión artística reciente que permite confluir e interactuar a través de breves comunicaciones, gráficos o textos e imágenes los cuales están configurando nuevos escenarios y recursos para la tecnocultura.Tropo Tarde de cerveza de barril y fuego intenso.

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Karla Salgado:

una pintura de accidentes y grafismos Karinna Maich De complexión menuda, cabello negro corto y un rostro moreno sin rastro de maquillaje, Karla Salgado (Monterrey, Nuevo León, 1972) tiene un aspecto juvenil que no refleja su edad. Sin embargo, al hablar reflexiona con madurez sus respuestas mientras alza su mirada buscando las palabras adecuadas para exponer sus ideas acerca del acto creativo, y se emociona cuando trata de ubicar su trabajo en un estilo que ella define como una obra de “accidentes y grafismos”, distanciándose de aquellos que ven en su trabajo un arte abstracto.

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uando se estableció en Cancún en el 2005, Karla no pudo evitar el impacto del entorno en su obra, no pudo evitar distanciarse paulatinamente de las creaciones realizadas en Monterrey, y evolucionar tanto en temas como en materiales. Aunque no abandonó su preferencia por la paleta en colores tierra, sí se despidó de su ciudad natal con una serie de obras surrealistas (serie no expuesta aún), uno de cuyos cuadros se llama “Camino a casa”: “estaba pintando una nueva etapa para mí, pero con el recuerdo de mis orígenes”. En Monterrey —donde comenzó a pintar de manera autodidacta en 1997—, sus pinturas sobre fondos abstractos “muy cuadrados” reflejaban —dice la artista— un tipo de pintura no muy libre, como un poco tensa, con grafismos mucho más duros, no tan sueltos como ahora. Fue la época de su primera exposición individual en 2003, cuando sus obras tenían nombre de poemas o textos, y cuando empezaba a hacer los grafismos con pintura, no con carbón u otros materiales como en la actualidad. Durante su estancia en Cancún, ha dividido su tiempo entre su obra plástica y su trabajo en una marina de buceo, trabajo que ha impactado en su pintura e incluso ha modificado, en parte, su paleta de color. “Cuando entré al mar, principalmente en Cozumel, como a 60 metros de profundidad, fue impresionante darme cuenta de los azules que hay abajo. A simple vista se ven

Autorretrato.

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A la hora del té.

grises, pero cuando le das luz con el flash de la cámara, no te imaginas que esos colores, vivos, hermosos, puedan estar ahí.” Sin embargo, prefiere el buceo en cenotes y así se manifiesta en su obra: “Los cenotes, completamente oscuros, con sus estalactitas y estalagmitas, con su rocas y raíces tienen colores tierra, y generan un impresionante juego de luces cambiantes al recibir un rayo de luz.” En la muestra que expuso en agosto, se aprecia, en efecto, el colorido y la sensación de estar en cuevas y cavernas. “Siento que puedo encontrar muchas más cosas en cenotes y en cuevas secas. Y aun cambiando de espacio —de Monterrey a Cancún—, me quedo con los colores tierra.”

DE LOS COLORES OSCUROS A LOS CLAROS Esa preferencia por los colores oscuros se observa en toda la obra de Karla Salgado: “Uso mucho el negro. Contrariamente a lo que se piensa —que un pintor empieza de los colores claros a los oscuros—, yo empiezo de los oscuros hasta llegar a los claros. A veces uso colores tierra o el negro como fondo y de ahí me vengo hacia afuera; la obra se realiza en colores oscuros, donde la luz sólo se usa para realzar la sombra.” “Cuando trabajo una pieza no tengo la certeza de lo que quiero hacer: una mancha me lleva a otra y a otra, y me empieza a decir qué es lo que quiero pintar. Aunque ya tengo una idea cuando empiezo a preparar la tela, soy intuitiva. Incluso, a veces, miro mi pieza y me encuentro con varias figuras que aparecen de Camino a casa.

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Imágenes posibles.

pronto y que trato de realzar con los grafismos. Si una mancha me llama la atención, veo que hay una profundidad en el cuadro. Si te fijas, en esos espacios hay un punto blanco, rojo, negro o un grafismo. Eso es lo que quiero realzar de la pieza”. Aunque entiende que los críticos circunscriban su trabajo en el abstracto, le sigue pareciendo raro que lo digan. “Entiendo que se tiene que clasificar de alguna manera, pero lo abstracto es la abstracción de algo, y no sé si mis pinturas sean la abstracción de algún tema. Yo califico a mi pintura como obra de accidentes y grafismos”. Enfatiza el uso de la figura humana en su telas, pero se opone a ser ella misma el centro de su obra: “Desde el momento que

hago mi propuesta, ya soy yo. A falta de modelos al momento de estar pintando, se me ocurre incluir un personaje y la mayoría de las veces son mis sombras. No es que yo esté ahí: es mi sombra proyectada en el cuadro. Quizá mi lado oscuro…”, afirma sonriendo. Karla reconoce que maneja una dualidad en su obra: “ Se dice que tenemos dos caras. Siempre es el presente con el pasado, o el presente con el futuro; o yo con mi pareja: es la dualidad. El lenguaje que yo quiero proyectar con la idea que se me presentó en ese momento… siempre me agarro de dos cosas. Quizá, inconscientemente, es lo que pasa. El utilizar muchas sombras en los cuadros también es parte de esa dualidad”.

Inframundo.

LOS ARTISTAS ACTUALES NO INVENTAMOS EL HILO NEGRO Karla reconoce la influencia de artistas plásticos de la talla de Mark Rothko, Jean Michael Basquiat, Julian Schnabel, Andy Warhol y Jackson Pollock. Sin embargo, afirma que se ha distanciado de ellos para crear un lenguaje propio y emitir su propio mensaje: “Cada uno tiene lo suyo: entre ellos son muy distintos y creo que he escogido algo de cada uno para poder proyectar mi propio lenguaje.” “La figura, así como la he proyectado en cada una de mis piezas, nunca la hizo Basquiat. Él hacía algunos dibujos y personajes más enfocados a la gente negra. Schnabel utiliza muchísimo Lo sé.

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Nuevos poetas más las manchas; y a mí me llama la atención las manchas que proyecto a la hora de estar trabajando. Pollock decía que su obra no era accidental, sin embargo, para mí sí lo era: una no sabe cómo va a quedar la pintura a la hora de estar trabajando”. También se reconoce en artistas más clásicos como Joseph Turner. “Ver cómo utiliza la pintura, cómo maneja la difuminación del color. Puede ser que en la actualidad haya algo innovador, pero no siento que los artistas de ahora estén inventando el hilo negro.” Por otra parte, con el tema de lo maya en mente —era el 2012— Karla realizó una serie de 14 piezas que le permitió expresar el tópico propio del Sureste mexicano. Se enfocó en rostros mayas, aunque nunca apeló al retrato: “Empecé a hacer unos cuadros pequeños, de 50 x 50, con rostros. Empecé a investigar en libros y en la red, rostros, glifos, el lenguaje que ellos manejaban, y eso inspiró toda una serie. Empecé a dibujar, me gustó el resultado y lo dejé. Todas esas piezas tienen rostros, pero traen atrás más figuras, dibujos.” Inspiración.

Sin título

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EN CANCÚN HACE FALTA COMPETENCIA, CON JURADO Y CRÍTICOS FUERTES Al rerferirse a la 1ra Bienal de Artes Plásticas del Municipio de Benito Juárez, realizada en julio, Karla opina: “Me gustó mucho ver la cantidad de movimiento que había en las piezas. Había piezas geniales y otras de artistas que estaban comenzando. Aún así, considero que es bueno mostrar el movimiento —yo misma empecé con una obra que ahora considero más dura. La veo y me gusta, pero no me llena; ahora puedo hacer obra que me emociona mucho más—. Hay artistas ‘emergentes’, que quizá lleven tiempo pintando pero sin exposiciones individuales”. Hizo hincapié en la necesidad del artista de tener exposiciones individuales que sean un reto y una oportunidad de aprendizaje y de búsqueda de excelencia en su obra: “Esas exposiciones son las que ayudan al artista a superarse: como está solo, tiene que seleccionar qué va a mostrar para que la gente lo critique”. Vio con buenos augurios el movimiento pictórico de la ciudad: “Al margen de la calidad, la gente está pintando, está involucrada en hacer más cosas. Y aunque este evento no fue propiamente una Bienal —un concurso que hace que la gente se esfuerce—, se dio al menos la competencia con los demás y, principalmente, con uno mismo. “Quizá dentro de dos años sí sea concurso y eso ayudará a sacar gente que realmente valga la pena, con obra interesante para ser mostrada en una bienal de artes plásticas. Y ojalá se dé en Cancún, porque sí hace falta ese tipo de competencia, con jurado y críticos fuertes, buenos”. Tropo

en Cancún

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Miguel Meza

e entre los nuevos poetas que viven en Cancún, hemos reunido en la presente muestra a once que se han expuesto de manera más visible en talleres literarios, que han aparecido en publicaciones (revistas, plaquettes propias o antologías) y han evidenciado de alguna forma un compromiso con el hecho poético y el lenguaje, si bien este compromiso resulta vago en algunos casos, endeble, desdeñoso e incluso utilitario en otros, interrumpido además por principios de realidad que les alejan de la escritura, y en muchos casos con motivaciones ajenas o complementarias al acto creativo del poema en sí (la música y la incipiente causa social, por ejemplo). La siguiente selección no intenta, de ninguna manera, señalar una tendencia (¿da Cancún ya para algo semejante?) y ni siquiera busca destacar una figura sobresaliente. Si bien hay dos voces, entre las once reunidas aquí, que resaltan por la madurez formal con que abordan sus temas y la seguridad lírica con que lo enuncian, la mayoría muestra ciertas vacilaciones en el rigor estructural de su escritura poética que les impide clarificar sus exploraciones de la realidad, sobre todo de aquella en la que se asumen como objeto de su propia expresión, y se vuelven un tanto crípticos o barrocos (o poco legibles). Condición ésta que solo el tiempo permitirá descubrir como propia de un cultivo específico de una poética de la imagen o del leguaje, o resultado simplemente de una indefinición en la voz lírica que asumen, o insuficiencia en el manejo de una técnica para la coherencia formal del poema. El presente trabajo tampoco pretende celebrar la existencia de una generación, aunque hay cuatro coincidencias que permiten alimentar esta idea: 1) la edad —la mayoría oscila entre los veinte y los treinta años—; 2) la reciente estancia en la ciudad — entre diez años y ¡dos o tres! de residencia (solo hay una nacida aquí y está ansiosa por irse, congruente con la creencia, o realidad, de que la ciudad, culturalmente, no ofrece oportunidades o no propicia el arraigo)—; 3) el naciente contacto con el hecho poético (algunos apenas tienen tres años de escribir poemas y, salvo una o dos excepciones, la producción de la mayoría es muy escasa), y, finalmente, 4) la singular poética que enuncian. Vale la pena detenerse en este punto. La mayoría de los autores

no solo revela la exposición de un discurso poético aún muy nutrido en sus lecturas (donde se aprecian influencias y referencias no asimiladas aún e incluso, a veces, el peso de una sombra literaria declarada que parece absorberlos). También evidencia que la filiación a determinado discurso poético muchas veces se fusiona con la actitud del sujeto lírico: preocupación existencialista e intimismo referencial (en David Guerrero, José Antonio Íñiguez y Germán Solórzano), tono conversacional claroscuro con creacionismo metafórico (en Jhon Mcliberty) y búsqueda interior de una verdad filosófica intelectual, “oscura, cruda, pintoresca y rebelde” desde el misticismo y el surrealismo (en Caissa Nekoi). Destaca, no obstante, la conciencia reflexiva de algunos jóvenes sobre la función del poema (como artefacto verbal en sí) y sus efectos en la realidad (como vehículo de emociones, de ciertos temas y de cierta musicalidad). Por ejemplo, en Laura Angulo, para quien el objetivo del poema es emocionar (con “metáfora fuerte, que deja sin aliento”) y la sinceridad es la actitud lírica primordial. Llama la atención, asimismo, la reflexión de algunos poetas en cuanto al objetivo de la poesía como canal de descubrimiento de la realidad, como el caso de Lizbeth Peña, quien aborda sus poemas como “preguntas e investigación: mapas, muchos con intertextos. Nombro las cosas que quiero que me sean reveladas.” O de René Vera Contreras, para quien la poesía es “una iluminación”, la posibilidad de “nombrar de nuevo las cosas (…) para que otros puedan nombrar.” Destaca, finalmente, la seguridad con que Sinae Dasein afirma haber encontrado la forma de estructurar un discurso poético: “Mi voluntad está dirigida hacia la región de las sombras (que también es la de la muerte); iluminar mediante lo Negro, que es el iluminar mediante la ausencia: la real forma-informe de su esencia”. Lo cual contrasta con las palabras ocurrentes, ciertamente anti solemnes y desparpajadas de J. Alejandro Hernández, quien define su discurso poético como “un chicloso medio ácido sabor naranja”. Como quiera que sea —y a riesgo de parecer ingenuos o generalizadores— la presente muestra de once nuevos poetas en Cancún, se ofrece al lector (sobre todo al que no acostumbra leer poesía, o al que la lee, pero no conoce la que se produce en su entorno) como un floreciente paisaje que re-configura la geografía cultural de nuestra ciudad. Tropo

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No estaré a medianoche

Amaneciendo en silencio

Fondo azul

Caissa Nekoi

Germán Solórzano

Sentado sobre la arena del tiempo describo el murmullo de las olas que tocan mi sombra.

Una ondina sobre una onda inquieta, el ocaso tornasol. No me visites esta noche ángel fémina, cuerpo de uva, manecilla rota con el ala herida. A oscuras el tiempo esparce polilla, limpiemos el polvo de sus hermosos huesos. Las sirenas y las ninfas adornan sus cabellos enredados, telarañas oblicuas tejen lágrimas ausentes sobre sus pechos. Tres fantasmas a los bordes de mi cama sueñan letras y colores tenues, marchitos. Caminan sobre mi corazón descalzas, yo las abrazo y escribo versos de amor.

Después del tiempo de la luna, sin ganas de cargar al sol con mi rostro, el eufórico vacío de los nervios se bebe el dolor, a sorbos dormidos.

Peces se comen el sargazo de mis dudas, bailan al vaivén de los segundos. Adormeciendo el presente, la brisa besa mi copa y convierte el vino en hojas dispersas A lo lejos gaviotas nadan en la obscuridad de mi trago: nos embriagamos de vuelo necesario.

No sólo es silencio. Es todo un complot que vierte ansiedad sobre la taza embriagada y soborna la negra gota que derrama el cigarro.

Salud por estas letras que titilan en el reflejo del aire. Salud por los minutos inmóviles.

A pesar de toda aberración en el estrecho de los párpados, el castigo insaciable hiere el fluido instante de un minuto.

Sobre el mundo, mi ausencia brindará con los segundos que le quedan a este reloj hasta perdernos en el tic-tac de mis palabras.

Tallo en mis lágrimas una palabra que acaba con este insomnio.

No me llamen a medianoche, la página está vacía, sonrío y beso sus pálidas mejillas.

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Despierto en silencio, el rencor agrio me envenena el sueño y en medio de la mañana los días sutiles abortan groserías.

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Mar de plata, cuatro dimensiones y piedrecillas en los bolsillos.

Jorge Yam

Me levanto y zarpo en el barco de la poesía.

Ahora solo quedan fragmentos de ese mundo y su rompecabezas. El tiempo, al pasar frente a mi infancia, busca mi nombre entre epitafios.

Soberbia a la mano

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Para Alfonsina, Alejandra y Virginia

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J. Alejandro Hernández Un solo movimiento Pensamiento llevado a la acción Y la liberación del instinto ideal Burbujear, raspar, cortar. Un solo movimiento y poder convertirse en dios Un solo movimiento y caer al infierno total.

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Ya ebrio, no quiero despertar: solo fingir que existo. Caissa Nekoi (1987). Activa participante en eventos que fomentan la cultura en Cancún. Ha difundido la estética y el pensamiento de los “poetas malditos” por distintos medios. Ha publicado dos libros de poemas Poesía maldita (2007) y Para mi sangre (2011), ambos en ediciones de autor.

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Germán Solórzano (Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, 1976). Profesor de primaria en una escuela pública. Sus poemas han sido publicados en varias antologías: En la puerta del Cielo, en Voces del Agua, del taller literario “Sian Ka´an de Bacalar, y en Dispersión, del grupo literario “Colectivo Colectivo”. Reside en Cancún desde hace 11 años.

Jorge Yam (Bacalar, Quintana Roo, 1980). Reside en Cancún. Fue miembro del Taller Literario Sian Ka´an. Aparece en varias antologías locales.

J. Alejandro Hernández (Huamantla, Tlaxcala, 1988). Ha participado en talleres literarios en Ciudad de México y Tijuana, donde han sido publicados sus textos en revistas. Actualmente radica en Cancún donde forma parte del grupo Colectivo-Colectivo. Promotor cultural y coeditor de la editorial independiente “Cartonera Hortera”.

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Cae recia la noche y cimbra mi espalda de cartón ya sin caravanas de celestes dibujados por tus lápices de colores no hay sol sólo cae carcajada musa espeluznante chupando mi nuca donde antes estuvieron tus brazos de cuatro años cae pedrada oscura sobre mi abandono el dolor ya es un dialecto arcaico para mí y para acabarla religiosamente de joder ni un poco de blues que desgarren las gargantas ni un bajo de cuerdas vocales eléctricas para que me dejen callado ya ni corazón cascabel para que haga ruido el tambor latido de la vida cae la noche ocote de mis noches bien amargas en el laberinto de mis oídos lejanos coyotes jadean mi cansancio La ciudad ha mutado su idioma hay plazas que apenas pueden pararse con sus patas de columpios borrachos detrás de las bancas orinan sobre el amor de las parejas nocturnas han bebido hasta saciarse porque la alegría de los niños es sólo una cartografía de óxido que carcome los botes de la basura ni una ranchera pues para acordarme de ti, Joaquín no hay nada, hijo Bueno, aquí está la soledad con su cañón de revólver humeante mirándome con su cara de ingenuo entre las cejas: cae la noche: silabeo de ciempiés ya baja por mis rodillas

C a n c ú n

José Antonio Íñiguez Ella es una ola tímida, coronada del fervor de otro océano, apenas silenciosa cuando advierte el instante de su redención.

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Antonio Vera

Él, desde el comienzo de todo, es un peñasco a orillas del Atlántico, condenado a abrazar las aguas que intentan reducirlo.

p o e t a s

(fragmento *)

Engranaje

Ella sabe de la luz más antigua, de la espuma rojísima que fue antes de tributar al horizonte. Él sólo entiende del vértigo de la quietud, del horrible silencio con que desafía al sol y lo reinventa.

n u e v o s

Delirio en X zone

Los dos, sin embargo, creen que su oficio es el mar reviviendo aquello que intenta un engañado silencio. Ignoran que al reencontrarse son ya los eternos esclavos de un engranaje infinito.

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NOTA: El fragmento que se publica en esta página pertenece a un poema muy extenso que el joven poeta escribió en Cancún, y refleja sus primeras impresiones y nostalgias al vivir en su nueva ciudad.

Antonio Vera (1979), Tierra Blanca, Chiapas. Narrador, poeta y orfebre. Recién llegado a Cancún, donde prevé radicar por cuestiones de trabajo. Es autor del poemario Horario flexible (Col. Nuevos Autores, Dirección Municipal de Cultura y Educación de Guanajuato, 2012).

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José Antonio Iñiguez. Poeta y editor (D. F., 1991). Radica en Cancún desde 2006. Ha asistido a los talleres literarios de Miguel Meza y Ramón Suárez Caamal. Sus poemas han sido publicados en las revistas Almiar (Barcelona, España), Revista Ombligo (Tijuana) y El Humo (Querétaro). Actualmente colabora para la revista Internacional Microcuentista y dirige la revista electrónica de literatura Salvo el crepúsculo.

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Poema eléctrico

Podría explotar como supernova o hacer corto circuito si alguien me interrumpe

Impaciencia cuando no te veo: hormigas recorren en mi columna y desencajan tu nombre.

Al escribir me electrocuto: mis huesos están empapados.

Deseo materializarte como un futuro cierto. La celotipia es un rebusque de resonancia que palpita. Quisiera absorber el tiempo saber que en la grieta de no verte te escapas siendo tú y no tan mía. Obsesiva forma de convalecer: como fantasma que se mira a sí mismo. Cuando los demonios me susurran al oído solo se escucha tu nombre a flor de grito.

Jhon Mcliberty (Chetumal, 1987). Licenciado en Educación. Pertenece al grupo colaborativo “Colectivo-Colectivo” de poesía de Cancún, ciudad donde reside.

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David Guerrero (México, 1982). Radica en Cancún. Integrante del Colectivo Colectivo y fundador de la editorial independiente Cartonera Hortera.

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David Guerrero

Sinae Dasein El hábito del silencio es arder, crear el espacio para de-velar el origen de su fundación. La noche brilla entre las comisuras de los muertos, la noche resplandece como una roca extraída del mar, la siempre enlutada arpa de la oscuridad penetrando hasta la médula del sueño. Toda la noche una corriente de astros inflamó la palabra para indicarme el lugar donde mi madre espera tendida, extraviada, encapsulada entre las uñas de una hierba azul y fulgurante.

n u e v o s

Se recargan mis glóbulos blancos mis células, mis neuronas.

Escucho tu nombre

Así lo que resplandece se me adhiere a los huesos y su lenguaje me invita a la tarea de corroer y traspasar el lugar de su fundación. Caerse de la noche hacia la noche, morderle el polvo a sus muertos y en dulce procesión el frío azul de sus metales nos lleve al interior de su sombra. Irse de gota en gota a fin de suscitar la erección entre los jardines.

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Al escribir me electrocuto: son cables de alta tensión mis venas mi sangre bombea kilowatts mi lengua es una anguila y mi corazón una bombilla.

El hábito del silencio

Ella canta tendida sobre las aguas, ella está animando el ritmo de las aguas, ambos ardemos dentro del ritmo de las aguas.

M u e s t r a

Jhon Mcliberty

El hábito del ser es fisurarse hasta que la muerte escurra de entre las grietas.

Sinae Dasein (México, D.F.) Ha asistido a diferentes talleres de poesía y de creatividad literaria. Colaborador de la revista Salvo el crepúsculo, y del movimiento “Red de la palabra Áurea” realizando lecturas de poesía y esténsiles. Reside actualmente en la ciudad de Cancún, Quintana Roo. Prepara su primer volumen de poesía.

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Sustraendo Laura Angulo Morimos nuestra muerte en los bosques de eucaliptos gigantes acariciando encalladuras de paquebotes absurdos

Duermen en un sueño de gárgola medrosa, son canguelos enmarañados en las venas, empolvados, vetustos, Sangran sus ojos de orquídea, instintos voyeristas, degüellan manglares, exorcizan arcángeles, ultrajan la parodia de existir.

Laura Angulo (Cancún, 1994). Ha publicado dos poemarios: la plaquette Visiones reciclables (edición de autor, 2010) y el libro Colección de mandrágoras (Instituto para la Cultura y las Artes, 2012).

Aimé Cesaire

Los padres de mis padres, monstruos sinuosos, poseedores de gallardía sintética, eructan colores, manchan las sábanas, desuellan adjetivos risibles… Tal como yo, desean que el silencio se ahogue, esperan, amilanados, algún epitafio, algo digno de ser guardado… Esfinges escondidas entre laberintos, caminan descalzos, mueren cuando se habla de ellos en segunda persona Energúmenos, bestias enmascaradas, empero, hay que escuchar… sus jeremiadas, aullidos con voz de soprano

La luz nueva René Vera

Destruyo la luz de esa verdad como si apagara un cirio con los dedos para dejar en mis manos un poco de fortuna . Entre apariciones de santos comencé a darle paso a los rostros, golpe dentro de otro golpe enterrado en el silencio.

René Vera (Mérida, Yucatán, 1982). Se establece en Cancún en 2005, tras sucesivas residencias no consecutivas durante 20 años. Ha tomado el taller literario de Joaquín Bestard Vázquez, el de Narrativa de Miguel Ángel Meza, y los de poesía de Ramón Iván Suárez Caamal.

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Sócrates conversando con Alejandro Magno, armado. Fragmento del gran fresco renacentista “La Escuela de Atenas” (1512), de Rafael Sanzio.

No soy el humo que aroma el cuarto vacío ni la huella de las hojas secas en las fiestas de San Juan. Apenas puedo descubrirme en un rezo.

Tres veces

contra Sócrates

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Marién Espinosa Garay

unque Sócrates causaba admiración con sus argumentaciones a viva voz en las plazas de Atenas, algunos se incomodaron ante su irreprochable desparpajo. Ejercitando la difícil ecuanimidad con la que cualquiera soporta un tábano picándole la oreja, jóvenes y viejos se aventuraban a lidiar con su dialéctica, invitándolo a banquetes y simposios para ensayarse

en los pugilatos verbales. Inspiró amor en muchos, lealtad en otros, aunque algunos incubaron resentimientos que al final provocarían una tragedia griega. Pero esto no sucede aún. La primera vez que el imberbe Clitofonte estuvo en desacuerdo con su antes venerado maestro, ocurrió en casa del viejo Céfalo, donde varios aspirantes a amantes de la sabiduría se entretenían en inventarse una República perfecta. Trasímaco había discutido agriamente contra Sócrates, afirmando que la Justicia, en sí misma, no existe, sino que el

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gobernante más fuerte argumenta aquello que le conviene como justo, para imponer ventajosas leyes a los más débiles. El maestro refuta estas ideas con su acostumbrada ironía: la bondad y la maldad existen como Ideas perfectas y, al final de cuentas, sólo la justicia verdadera traerá felicidad tanto a los gobernantes como a los súbditos. Aunque Trasímaco había quedado sin argumentos, su silencio era rencoroso. Su rostro enrojecido y los dientes apretados no pasaron inadvertidos para Clitofonte, quien se había atrevido a defender las tesis de Trasímaco para terminar también avasallado por la apabullante verborrea de Sócrates. Entonces Glaucón, igualmente soberbio, comenzó a discurrir sobre la inconveniencia de los ejemplos que brindan a la juventud los poetas, cuyas obras presentan las más terribles injusticias ejecutadas impunemente por dioses y héroes. Sócrates estuvo de acuerdo en ejercer una severa censura en el arte, para beneficio de la educación moral de los ciudadanos de tan magnífica como improbable República. Así pasaron muchas horas, hundiendo los vasos en la crátera de vino y componiendo leyes, enjuiciando jueces y vituperando a la literatura, en especial, a los poetas como Píndaro, al rapsoda Homero y a otros charlatanes que componen obras de extrema belleza, pero abundantes en malos ejemplos. También establecieron que existen varios escalones para el conocimiento de las Ideas, esencias perfectas que habitan en el Topos Uranos, moldes eternos de los cuales los objetos del mundo nuestro son apenas copias defectuosas. De esta manera, los contertulios acordaron que las gentes comunes se conforman con sus opiniones, o doxa, pero el sabio debía subir hasta las alturas de episteme, la verdadera intelección. Y sin embargo, los poetas, así como el vulgo, se entretienen en hacer copias de las copias, o sea, que su arte es doblemente falso, por lo que deberían ser desterrados de toda República, o al menos, censurar sus aportaciones en aquella polis tan perfecta que estaban inventando al calor del vino. Pero Clitofonte había guardado un molesto silencio. Aunque argumentaban sobre las más altas facultades del pensamiento para aprehender las Ideas por encima de las apariencias, Glaucón, vanidoso y locuaz, interrumpía continuamente con incesantes cuestionamientos y opiniones ociosas. Disimulando mal su impaciencia, el tímido Clito deseaba intervenir. Quería decir a Sócrates que quizás el mundo de las esencias no estaba tan distante, pretendía redimir a los poetas, hablar en nombre de los artistas y sus imperfectas copias que, sin embargo, lograban atrapar la peregrina belleza de las Ideas y provocaban en los hombres una insaciable sed de eternidad. Y se sorprendió al sentir un encono, una molestia casi física que le subía por las entrañas como espuma negra. Entonces sus ojos chocaron con los de Trasímaco, furiosos también. Quizá ambos dejaron de amar a Sócrates en ese instante, reflexionaría después ante los sucesos de la muerte de su maestro. Tal vez desde ese momento, Sócrates ya estaba condenado al juicio injusto que lo llevaría a beber la famosa cicuta. Pero esto aún

l a t i n t no ha sucedido, Clitofón sigue mirando atentamente, más allá de las columnas, el jardín envuelto en sombras como un libro abierto a la interpretación. Si los incontables objetos del mundo estaban allí —árboles, pájaros, flores, agua, destellos de luz—, quizás la tarea era descifrarlos. Entonces las funciones del pensamiento serían distintas, pues estarían dedicadas a las cosas mismas, por lo tanto, las criaturas del mundo real no parecerían sombras despreciables proyectadas en una caverna y la ciencia no se conformaría con especulaciones, sino aventuraría acercamientos para tratar de encontrar sus mecanismos ocultos. No solamente deducir las leyes del cosmos desde un supuesto Topos Uranos, sino encontrar la manera de hacerlo desde la humildad de cada gota de agua… ¿Cómo anticipar que en años futuros el joven Aristóteles desafiaría a Platón con argumentaciones parecidas, y que éstas permanecerían en el pensamiento filosófico por más de mil años? Pero Clitofonte seguía sin atreverse a expresar sus reflexiones, temiendo la burla. Entonces, vencido por la noche calurosa, cabeceó un momento apenas, que fue suficiente para oír sus ideas en boca de otros, ver manos escribiendo papiros y pergaminos, presenciar guerras doblando los horizontes, tiras de asfalto cruzadas por carros sin caballos, ciudades inmensas bajo las maquinarias del cielo. En un instante fue testigo de siglos impensables, calles alumbradas por fuegos helados, idiomas barbáricos y libros desdoblándose en pantallas de luz. De pronto comprendió que los versos de Homero, los heroísmos y las tragedias de todas las épicas se alimentaban de una misma fuente primordial. Entendió al fin que el lenguaje primero, anterior a las palabras, es el símbolo, no el concepto. Y despertó a la misma conversación interminable, donde nadie había notado su ausencia. La segunda vez que el alumno decepcionado arremetió contra Sócrates fue rotunda y definitiva. En el diálogo Clitofonte, un texto corto y extraño que fue considerado ajeno al corpus platónico, encontramos ahora a Trasímaco convertido en un sofista de prestigio. El joven Clito ha abandonado a su primer maestro para abrevar en el relativismo del segundo. Además, resultaría extraño pensar que Platón pudiera transcribir para la posteridad argumentos adversos a Sócrates, por lo que la autoría de este corto diálogo ha sido cuestionada, siendo virtualmente imposible encontrar el texto original en libros impresos o en la red. Por lo que habrá que recurrir a los comentaristas. Gregorio Luri asegura en su Sócrates abandonado, que la situación política posterior a la caída de Pericles en la Atenas del Siglo V no era propicia para un defensor de la democracia como Sócrates. Entonces, tanto Trasímaco como Clitofonte, decepcionados de aquella República que tanto imaginaran en mejores días, optaron por ser prácticos y apoyar la tiranía. Sin embargo, es la democracia restaurada la que condenará a muerte a Sócrates, por lo que tal vez las Repúblicas ideales sean hermosos edificios en el Topos Uranos, pero nunca cobrarán realidad aquí, en los tiempos y espacios nuestros, acaso apenas como inspiradoras utopías. Pero veamos ahora a Clitofonte cuestionar a Sócrates como nunca hiciera antes, rompiendo el silencio al fin. El mentor pide

explicaciones, pues le han contado que el callado alumno lo abandonó para pasarse a las filas de un sofista. El joven no lo niega. No obstante, se defiende asegurando a su interlocutor que lo ha admirado por su valor, su congruencia y su habilidad para iniciar a los jóvenes en la búsqueda de la virtud. Pero una vez logrado esto, no aporta directrices para cumplir este propósito. Es un buen protréptico, iniciador o propagandista de novedosos conceptos, pero los alumnos acaban decepcionados ante la dificultad de sus métodos, ofendidos ante sus ironías y lejos de lograr los objetivos que les señala. Tal vez el mismo maestro no sabe cómo hacer realidad sus propuestas, o peor aún, insinúa Clitofón, los ha engañado. Sócrates no responde a la andanada de críticas, sea porque al fin alguien ha logrado callarlo, tal vez por considerarlas justas o eligiendo no contestarlas, ya que el mismo Clitofonte, en su arrogancia, no ha comprendido que Sócrates jamás prometió tener algo qué enseñarles, si acaso un método para picarles las orejas como un tábano, obligándolos así a cuestionar el mundo, pero sobre todo a sí mismos. Quizá encontramos aquí el único momento en que Sócrates ha quedado sin habla, sin ironías, sin subterfugios. O tal vez simplemente los trozos de papiro que sostenían los grafismos de esa respuesta se perdieron para siempre. La tercera ocasión que Clitofonte abjuró de su maestro, no aparece en ningún documento. Pero seguramente estuvo allí, entre la multitud que observaba el juicio a su antiguo mentor, pensando que Trasímaco tenía razón, pues la justicia no es más

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que una serie de argumentos que esgrimen los poderosos para deshacerse de los más débiles. Quizá miraba con extrañeza la figura obesa de Sócrates, frágil como nunca. Y quiso guardar en su recuerdo la cadencia de esas horas, leer la atmósfera, recorrer desde la voltereta de los tiempos las hilaturas que entonces tejían ese instante, esos racimos de significación, como hacen los poetas. Atesorar ese momento, cuando la democracia y la República no fueron suficientes para salvar la vida de alguien que se convertiría, más allá de los conceptos, en un símbolo. Tropo LURI MEDRANO, G. (s/f) Sócrates abandonado. Una aproximación al Clitofonte. Revista La Central. http://www.lacentral.com/ pdf?op=articulo&id=56&idm=1 PLATÓN, Diálogos, México, Editorial Porrúa, 1962

Marién Espinosa Garay (Monterrey, NL, 1953). Maestra en Estudios Humanísticos y Licenciada en Ciencias Humanas. Primer Lugar Premio FIMPES 2012 a la Innovación Educativa. Primer lugar concurso de cuento Como el mar que regresa (2000), Casa de la Cultura de Cancún. 2do. lugar Premio FIMPES 1996 a la investigación educativa. Finalista en la XXVIII edición “Cuentos Lena”, Pola de Lena, Asturias, España (1991), Premio Sor Juana Inés de la Cruz 1990. Docente y responsable de la Coordinación de Humanidades en la Universidad La Salle Cancún. Correo: marien46@hotmail.com

La muerte de Sócrates (1787). Jacques-Louis David.

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Las ninfas a veces sonríen o por qué vale la pena sobrevivir al Paraíso Svetlana Larrocha Las ninfas a veces sonríen Ana Clavel Alfaguara 2012

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as ninfas a veces sonríen, de Ana Clavel (Alfaguara 2012), es una novela que explora la evolución de las sexualidades de Ada, personaje caleidoscópico que, desde su yo interno y externo, nos narra sus primeros años de vida, seguidos de la adolescencia y hasta alcanzar la edad adulta. Y hablamos de sexualidades porque realmente no es una sola sexualidad: con cada personaje Ada es ella misma y es otros. Testigos del paso de los años por las palabras de Ada y de diversas referencias (televisivas, musicales, de lenguaje, e incluso políticas), en “Las ninfas…” es narrado el deseo, el goce carnal y su extensión, la satisfacción, de muchas y distintas formas. El libro se divide en tres partes: en la segunda y tercera, “Toda Fuente” y “Des-

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pués del Paraíso”, respectivamente, Ada se desborda a través de los sentidos: infinitos, plurales, cada aventura, cada amante es exploración, descubrimiento; prueba, degustación. Activa y pasiva, tímida y osada, fina y vulgar (“la vulgaridad puede ser deliciosa”) ella es, en sus propias palabras, “multitud contradictoria de mujeres que me habitan”. Asumida desde su infancia como una diosa —y como tal, el primer amante de sí misma—, Ada se ve con esa conciencia infantil que luego pocos, en la edad adulta, admiten haber tenido: “Me observaba con embeleso, veía mis ojos rasgados, las cejas bien dibujadas, el afilado óvalo del conjunto, los labios carnosos que se parecían a los del soberano padre. Me gustaban tanto mis labios que probaba a acariciarlos con la punta de la lengua y a mordérmelos hasta que se amorataban como una ciruela recién mordida (…) Debo confesarlo: mi mirada en el espejo era el más amoroso y violento de los besos.” La vanidad es arma, m otivación. Esta seguridad en sí misma confiere a Ada la certeza de poder hacerlo todo, incluso el coqueteo tan solo por capricho: “Es que somos yo y mi voluntad.”. El tiempo pasa y las fantasías de Ada

se multiplican con cada uno de los personajes que son su objeto de deseo, y de los cuales ella es también objeto. Deidad proteica, incluso puede ser hombre con un hombre: “Este hombre despierta mi hombre. (…) Con urgencia palpa otra vez mi bulto de fauno, cada vez más hambriento. Ahora sus ojos son una súplica ardiente. Entonces le ordeno: ´Date la vuelta´. Sus manos se apoyan en el borde del mingitorio mientras le confieso: ´Ahora sí. Voy a comerte…´ ”. Fetichista, igualmente, por supuesto, Ada nos hace recordar algunos memorables pasajes literarios o cinematográficos, o ambos: “Entonces me apartó un instante para hacerse de tijeras, rastrillo, espuma. De modo que no era mentira. Obediente, lo dejé hacer. Se aplicó a la tarea de rasurarme como si podara un jardín de flores: cuidadoso, intransigente. En el espejo descubrí que mi pubis, albeante salvo por una misericorde línea central, sonreía con un virginal pudor neofascista.” Es importante mencionar que en toda la novela abundan las referencias a distintas mitologías, así como bíblicas, medievales y de la cultura popular, lo que nos permite tener una idea de aspectos temporales, históricos y socioe-

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conómicos de su entorno: Ada, adulta, es intelectual, y, escritora (veleidades), nos narra desde el presente, su pasado, sin abandonar los matices con que todos vimos nuestra infancia. Un aspecto fundamental y distintivo en la novela es el lenguaje. Ana Clavel pone en boca del personaje, acertados, contundentes, el humor y la ironía —que incluso a veces rayan en el sarcasmo—, pero sin abandonar el preciosismo del ritmo y la metáfora, sostenidos en toda la obra. Crítica, Ada incluso usa su pluma en forma de espada contra la pusilanimidad de algunos personajes de su entorno: a través de una más de sus fantasías, escribe acerca de hechos políticos por todos conocidos: “Ese otoño de aciaga memoria comenzó la epopeya. Apenas el olor de la sangre y la pólvora se extendió sobre la Plaza de los Sacrificios, la gente del pueblo, los padres, los hermanos, las novias, los amigos, los enemigos, los desconocidos se levantaron en armas en la ciudad de los palacios y los castillos en el aire de la región más transparente”. Pero las fantasías de Ada, literarias o no, no siempre eran bien recibidas: “—No vuelvas a componer la historia. Tus cuentos no sirven de nada. Aquí la gente no hizo nada después de la matanza, no se levantó en armas, ni clamó por la verdad. (…) Yo no estoy aquí y tampoco te conozco. Es más: no te veo. Como si sus palabras fueran hipnóticas, comencé a desaparecer. (…) ¿Volverse invisible nada más que por no estar de acuerdo y dar otra versión de la historia? (…) Debiera haber legiones de invisibles…” He dejado de último para comentar la primera parte de Las ninfas a veces sonríen, “Apenas tenue”, porque considero que es, indudablemente, donde se halla el contenido más cuestionador de la autora. Hasta fines del siglo XIX, se negaba o se creía inexistente la sexualidad infantil, especialmente la que hay entre el nacimiento y los seis o siete años. Si en esta época se daban manifestaciones sexua-

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Fotografía: Barry Domínguez.

les —por ejemplo, masturbación o ciertos “juegos” —, eran consideradas “perversiones” propias de niños precoces. Ciertamente es difícil estudiar la sexualidad durante este período, sobre todo por razones éticas: es imposible llevar a los niños a un laboratorio para realizar experimentos o hacer observaciones en situaciones específicas. Posteriormente, los estudios realizados por el psicoanálisis sirvieron para reconocer la existencia e importancia de la sexualidad durante los primeros años de vida. Sin embargo, es discutible la metodología empleada: muchos profesionales afirman que recuerdos y sueños de pacientes adultos son inexactos, por lo que le apuestan más a las observaciones de padres y educadores, quienes son los que están más tiempo con los menores.

Ana Clavel (Ciudad de México, 1961). Maestra en Letras Latinoamericanas por la UNAM. Autora de los libros de cuentos Fuera de escena (1984), Amorosos de atar (1992) y Paraísos trémulos (2002), y del volumen de cuentos reunidos Amor y otros suicidios (2012). Premio Nacional de Cuento “Gilberto Owen” 1991 y Premio de Novela Corta Juan Rulfo 2005 de Radio Francia Internacional por la novela Las Violetas son flores del deseo (Alfaguara 2007). Igualmente, es autora de las novelas Los deseos y su sombra (Alfaguara 2002), Cuerpo náufrago (Alfaguara 2005) y El dibujante de sombras (Alfaguara 2009). Próximamente, Legenda Books de Reino Unido publicará el libro The art of Ana Clavel. Ghost, Urinals, Dolls, Shadows and Outlaw Desires, de Jane Lavery. Es miembro del Sistema Nacional de Creadores del Fonca.

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Desgraciadamente, estas observaciones (de los padres, especialmente) están, con frecuencia, sujetas a prejuicios e interpretaciones bastantes discutibles. Al analizar las primeras páginas de Las ninfas…, es inevitable no recordar y hacerse algunos cuestionamientos: icono literario de los abusos a menores, Lolita, de Nabokov, pone a Humbert Humbert “abusando” de su hijastra. Pero, ¿fue Dolores, Lolita, ciertamente la víctima? Respondernos con honestidad esta pregunta quizá nos hace ser menos duros con Humbert. Por su parte, Mario Vargas Llosa, en Elogio de la madrastra, nos muestra al prepúber Fonchito, hermoso, dulce y angelical, pero que a la larga pertenece a otra estirpe de ángeles: los demonios. Y, ¿qué pasaba por la mente de Enedina mientras su padrastro Santiago la tocaba, en el cuento “Ninfeta”, del yucateco Juan García Ponce? Podríamos lanzar cualquier hipótesis, pero la verdad es que nunca lo sabremos. Con una gran maestría, en Las ninfas… Ana Clavel evidencia algunas cuestiones que no pocos estudiosos de la sexualidad infantil se han hecho: ¿existe en algunos niños y adolescentes la conciencia de saberse deseados? ¿Dónde termina la responsabilidad del pederasta? ¿Qué pasa por algunas mentes infantiles cuando se da el juego de la seducción? ¿A qué edad se decide —o es válida la lidad? A veces, según Ada, hay un Paraíso “que comienza en ser juguete del deseo de los otros —y disfrutarlo—”. Igualmente, Ada, como ella misma dice, y quizá como más de un niño, es ambiciosa: Un par de monedas podían hacerme sonreír sólo de pensar en otros dones. (…) Él debió saberlo desde que me vio en la dulcería. (…) me mostró una reluciente moneda de plata. Por supuesto, lo seguí…. Entonces, ¿a veces hay un “pre-

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cio” —oculto o abierto— entre el menor y el adulto? Yo sabía que quería perderme —eso cualquiera lo sabe—, dice Ada, y la pregunta inevitable es: ¿cuántos lo saben? ¿Cuántos están conscientes de que el espanto y la belleza son las “caras intercambiables del Paraíso”? No es mi intención, por supuesto, justificar el crimen de la pederastia, pero es una realidad que en algunos niños y/o adolescentes la sexualidad es más explícita, está más desarrollada, que en otros, lo que se manifiesta hacia las personas más cercanas: como Ada, con algún amigo de la familia, el jardinero, algún tío, un primo, aunque luego, descubiertos, sean expulsados de ese paraíso. También, es cierto que esa sexualidad es vista, advertida (pero casi nunca aceptada, más bien soslayada) por algunos padres y quizá algunas personas próximas

al niño, como los hermanos y hermanas mayores: Ada “salvada” por sus hermanas; posteriormente, Ada regañada, Ada acusada, y luego castigada por la omnipotencia paterna: “´Así que otra vez has hecho de las tuyas…´. Bajé la mirada. Me dio tres nalgadas y un jalón de orejas que era vehemencia, puro beso contenido.” Ya en una novela anterior, “Las Violetas son flores del deseo” (Alfaguara 2007), Clavel había abordado otro de los tabúes más cuestionados de las civilizaciones contemporáneas: el incesto. En “Las ninfas…”, Ada, en sus primeros años experimenta de manera abierta el incesto. Pero en esta novela no es sino una forma más de recibir y de dar placer. Ante esto, otra pregunta surge: ¿es el amor/admiración de Ada-niña hacia el “soberano padre” una pieza que favorece su relación con distintos hombres adultos? “… el soberano hombre me recordaba a nuestro padre…”, dice enfática, y, creo, que no solo para justificarse ante ella misma y ante los otros. Pero hay un límite, definitivamente: para Ada, el deseo debe ser compartido, consensuado, si no, nunca es aceptable. “Nada que ver con los episodios que le escuché contar a otras diosas en el bosque. Niñas violentadas con el vientre despanzurrado como muñecas inservibles. Olas pubescentes que se habían quedado atoradas en miasmas de dolor y ultraje”. No, Ada nunca sufre: es un ser nacido para el goce. “… es que a ti nunca te forzaron. Tú, como Buena diosa, siempre has tenido suerte”, dice a Ada con un dejo de tristeza su hermano menor, y quizá en esta afirmación se encuentre la respuesta a otros cuestionamientos. Tropo Svetlana Larrocha (Mérida, Yucatán, 1967). Escritora, periodista y asesora editorial. Actualmente se desempeña como profesora de español para extranjeros.

De cómo construir nuevas existencias Juan Carlos Serrano

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La invención del amor José Ovejero Premio Alfaguara 2013

a novela más reciente del escritor español José Ovejero, La invención del amor, galardonada con el Premio Alfaguara de novela 2013, combina la intriga del thriller con la inmediatez del reportaje y nos propone un personaje central que narra su historia a través de una voz cercana, inquisitiva e irónica. Con un lenguaje literario y cotidiano a la vez, la historia transcurre en el Madrid actual. El personaje central, Samuel, vive solo en el quinto piso de un edificio desvencijado en el barrio chino de Madrid. Inmerso entre un grupo de vecinos exóticos y disfuncionales, conoceremos los hartazgos de su soledad. Su grupo de amigos ya no lo satisface, su trabajo le resulta monótono y su falta de compromiso con la realidad es evidente. Una madrugada, alguien le anuncia por teléfono que Clara ha muerto en un accidente. Aunque Samuel no conoce a ninguna Clara, decide asistir a su funeral, empujado por esa mezcla de curiosidad y aburrimiento. A partir de ese momento y tras una serie de eventos donde se alternan el azar, sus decisiones, su imagina-

ción y su reto al destino, el protagonista decidirá adoptar la personalidad del verdadero Samuel, dando como resultado una historia absorbente. Haciendo énfasis en el buen uso de los recursos narrativos, el autor nos conducirá por estas historias inventadas, apelando a detalles verosímiles, y nos irá revelando que con la fuerza transformadora de la imaginación, algunos, no todos, son capaces de construir nuevas existencias. El protagonista interactuará con su socio y amigo, con el marido de Clara (Alejandro), conocerá al verdadero Samuel, y sobre todo, comenzara una relación amorosa con la hermana mayor de Clara (Carina). Para todos y para cada uno de ellos, Samuel recreará una particular historia de su relación con Clara, permitiéndonos de esta manera gozar con algunos por su generosidad, divertirnos con otros por su crueldad, y hasta sentir pena por él cuando nos devela las imposturas del amor y, al mismo tiempo, su absoluta necesidad: Siempre he evitado la palabra amor. Un sustantivo devaluado, una moneda tan usada que ha perdido el relieve, de manera que se puede acariciar entre los dedos sin percibir imagen alguna; una moneda que no me atrevería a dar en pago por miedo a ser mirado como un estafador. Apelando a formas más tradicionales —como el tiempo cronológico y la historia lineal—, el autor irá construyendo el relato de una vida inventada con imágenes

y descripciones inteligentes, en un juego en el que de a poco el protagonista irá perdiendo el control hasta dejar de tener claro si este amor inventado lo va a salvar o acabará por hundirlo irremediablemente. Si bien es la historia de una soledad y una suplantación, que podría parecer poco original —pues ha sido tratada innumerables veces a lo largo de la literatura universal—, la novela de José Ovejero merece ser leída porque está bien estructurada, cumple con la premisa principal de entretenernos, su ambientación es adecuada y sus personajes están bien delineados. Sin duda, Ovejero demuestra conocer su oficio a plenitud. José Ovejero (Madrid, 1958) es autor del libro de viajes China para hipocondriacos (1998); de las novelas Las vidas ajenas (2005), Añoranza del héroe, Huir de Palermo, Un mal año para Miki, Nunca pasa nada (2007) y La comedia salvaje (2009); de los libros de relatos Cuentos para salvarnos a todos, Qué raros son los hombres y Mujeres que viajan solas; y de los ensayos Escritores delincuentes (2011) y La ética de la crueldad (Premio Anagrama de Ensayo 2012). Tropo Juan Carlos Serrano (Buenos Aires, 1950). Radica en México desde 1985. Autor de dos libros de cuentos: Recuerdos, fantasmas y otras yerbas (1992), y Antes de que el tiempo nos alcance (inédito). Forma parte del taller itinerante Pan, vino y cuentos.

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Agustín Labrada

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íntesis, reflexión y belleza se conjugan armónicamente en las composiciones poéticas que integran el cuaderno de Ramón Iván Suárez El viento entre los sauces, conformando una atmósfera lírica que a la vez remite hacia el pretérito (en su tropología) y busca la eternidad mediante temas constantes en el ser humano. Este libro, publicado por la revista cancunense Gaceta del pensamiento, se funde a la extensa obra de Ramón, quien ha sabido hurgar en distintas corrientes literarias y poéticas creativas, y ahora acude a estrofas de origen japonés

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La naturaleza en su esplendor (con estaciones marcadas) puede sugerir espacios geográficos definibles por el nombramiento de sus componentes (sauces, naranjas, bambúes, abejas, grillos, nieve, olas…), pero no referencias históricas ni marcos contextuales muy estrechos y en ese estado puro traspasa centurias y fronteras. Ramón se apodera de estructuras niponas, pero no necesariamente se restringe al canon japonés. Se vale de formas regionalizadas en su raíz para universalizar un discurso que tiende a la comunicación emotiva y al diálogo poético y ligeramente filosófico con metáforas sensoriales, y una serena y misteriosa música.

El viento entre los poemas de Ramón

El viento entre los sauces Ramón Iván Suárez Gaceta del pensamiento Cuaderno 6 2012

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(tankas y haikús) idóneas para retener en ellas imágenes escritas que se aproximan mucho al dibujo. Aunque en estos versos, ceñidos no por la rima sino por la métrica, emerge una retórica de antiguas inquietudes orientales, el lenguaje no es por ello peyorativamente arcaico, más bien se apuesta por una atemporalidad metafórica y con esas redes se unen emociones y pensamientos profundos en analogía con el pródigo paisaje. Esta manera de expresar el universo interior y sus referentes externos no es exclusiva de la poesía japonesa. Ha aparecido —con disímiles matices— en casi todas las escuelas artísticas del mundo, de la lírica anónima más añeja a la llamada posmodernidad, pues hombre y naturaleza en matrimonio fluyen desde épocas remotas.

es quien sigue a los pájaros para morir con ellos

No digas puente, si no piensas cruzarlo; ni sueñes río cuando no tengas sed. Di polvo si respiras.

Árboles, pétalos, aves, hojarasca, luceros, piedras, gatos, ranas, arroyos y follajes se vuelven símbolos; y sus despliegues alegóricos para representar lecturas y experiencias del sujeto lírico, unas veces muy reflexivas y otras más cerca de la epidermis, aunque también figuran mucho representaciones del entorno de acentuada plasticidad. No siempre se involucra el ser —con sus demonios y sus sueños— en esta escritura. A ratos solo entra su sensibilidad como un paisajista que amoroso recoge el fluir estético que aparece radiante frente a sus ojos y lo traduce aquí en versos que miden cinco y siete sílabas métricas con las cuales se alcanza un sugerente y acendrado ritmo.

El poeta —además de dibujante, filósofo y músico— en ocasiones se conduce como un niño que a toda costa va en pos del juego. Aquí es engañosamente ingenuo y demuestra que la literatura no es siempre solemne y que en ella cabe un tanto de gracia, donde lúdicas se tornan las conversaciones cuya luz pertenece a la fantasía. Más figurativos, con discreto humor, estos versos (afines con el público infantil y con adultos que no hayan sido derrotados por el andamiaje absurdo donde se ancla la sociedad) aligeran las tensiones del libro, en el que prevalece como telón de fondo cierto aire dramático. Son los colores alegres que regalan un segmento de miel.

Hierba flotante en el río que pasa… Mi corazón

La lluvia escribe ideogramas de luz sobre la seda.

Gallo friolento, ¿quién te dará en el patio arroz con luna?

Ilustración: Horacio Cárdenas. Serie arbórea.

Contra las hostilidades del hombre, que no aprende de los abismos del pasado ni logra dominar sus impulsos salvajes, aunque imperen revoluciones tecnológicas, crece el arte: un arco sensible donde se aboga por el entendimiento y la supremacía de la razón, y afianza una fe casi utópica en el mejoramiento de la especie. La poesía es parte insoslayable del alma de los pueblos. Beber en ella puede ennoblecer a la humanidad o al menos inspirarle un aliento, escribirla es un acto de valor y una apuesta. Concebir sus versos con profundidades anímicas y elegancia de forma trae signos perdurables, un eco que eterniza y desarma con flores al olvido. Ningún camino / a pesar de lo andado / nos pertenece, sentencia Ramón en un hermoso haikú y es cierto: no nos pertenecen esos caminos como tesoro individual, pero sí como herencia colectiva oriundos de las tradiciones, tradiciones que labran individuos para que las grandes muchedumbres encuentren en ellas un legado.

Este libro es un legado del maestro Suárez Caamal, cuyas líneas fue esculpiendo con sencillez y entrega, y con la hondura que expanden las auténticas manifestaciones del espíritu, es decir, para que lo bello se fije, nos defina y alcance su magnitud; para que no huya la memoria como el viento entre los sauces. Tropo

Agustín Labrada Aguilera (Holguín, Cuba, 1964). Desde 1992 reside en Chetumal. Es autor de los poemarios La soledad se hizo relámpago (1987), Viajero del asombro (1991, 1995 y 1997) y La vasta lejanía (2000, 2005); de la antología de poesía amorosa cubana Jugando a juegos prohibidos (1992); de los libros de periodismo cultural Palabra de la frontera (1995), Más se perdió en la guerra (1999) y Un paseo por el Paraíso (2006); y del conjunto de ensayos críticos Teje sus voces la memoria (2011).

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Ángeles caídos Norma Quintana

Texto de presentación del poemario La salvedad de los negados, de Rodolfo Novelo Ovando, en el marco de las jornadas literarias del Festival de Cultura del Caribe celebrado en Chetumal en 2012.

La salvedad de los negados Rodolfo Novelo Gaceta del Pensamiento Cuaderno 9 2012

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eres dolientes aferrados a su instinto transitan las calles bajo el manto cómplice de la noche, ateridos, bebiendo hasta las heces el cáliz envenenado del destierro. Se reconocen entre sí por la piel exánime y por los ojos, ese “Exilio circular”:

Las cuencas abrazando al sueño sangran se extravían en densa persistencia de imágenes que ocultan luz tras una pausa. Bajo la lluvia se cruzan sin saludarse, cada quien en pos de su salvación. Llevan el estigma de los solitarios, funámbulos en una infinita cuerda flanqueada por el

vacío, sin importar si al caer van a dar al paraíso o al infierno. Observan alucinados el rostro del amor, que para ellos tiene dos caras, como Jano: todo anuncia a la vez la primicia y el desenlace, eterna secuencia del comienzo y el fin. Se abre la pasión y se cierra, como una flor proscrita, mientras ellos sobreviven al vendaval inclemente del rechazo. Como sombras chinescas desfilan ante la mirada cómplice del poeta, uno más en esta larga cadena de desarraigos. Hay que latir al unísono para hallar la almendra, y eso hace, sumarse, confundirse entre los oficiantes de un rito viejo como el mundo. Es así como Rodolfo Novelo nos toma de la mano para introducirnos al reino de los amores difíciles, de los disidentes, de los que se atreven a pesar de todos y a veces incluso a pesar de sí mismos. La salvedad de los negados (Cuaderno 9 de Gaceta del Pensamiento, 2012) navega por aguas procelosas al tomar como tema central la zona del erotismo que supone la afirmación ante un espacio enemigo. Porque los actores del drama que se despliega ante

nuestra mirada son víctimas de la tremenda violencia que late bajo el peso de la naturaleza castigada por los prejuicios. Día y noche su pensamiento es mutilado Tras la verdad rebelde que les prohíbe rozar sus labios precipitarse uno sobre otro, vaciarse cara a cara, abandonar las realidades vestirse de vigilia desnudarse a oscuras sin sorprenderse de su cuerpo. Si me pidieran definir con un solo vocablo la esencia de este libro, diría compasión, en el sentido original, en el de compartir la intensidad del sentimiento. Ese vibrar al unísono, esa resonancia, conjura los fantasmas para que estos seres en agonía descansen al fin de sus angustias iluminados por la hermosa luz de los sentimientos que la moral coloreó de negro y condenó al ostracismo.

Pero llegar al estado de gracia necesario para salvar mediante la poesía a esta procesión de temblores, miedos, negaciones, infortunios, intemperies, soledades y letargos solo es posible cuando se tiene la madurez emocional y artística para encontrar la imagen que ilustre sin ofender, la forma idónea para un tema que pudiera parecer por momentos escabroso. Rodolfo Novelo ha transitado, con la rapidez de alguien que sigue una onda luminosa, el sendero de maduración poética que nos deja hoy a quienes tenemos el privilegio de leerlo, frente a una voz segura, como pocas, de sus posibilidades expresivas y de sus más profundas convicciones artísticas. Su obra, testimonio de ese crescendo en pos de la autenticidad, está conformada hasta la fecha por cuatro libros: Alegoría de un instante (2001), Tras el exilio de mis alas (2004), En alguna parte de esta soledad (2005) y Callar desde el silencio (2008). Seguir esa trayectoria como receptores maliciosos nos revela algunos de los inefables secretos del oficio; a saber: desechar lo obvio por el poder de la sugerencia, llevar siempre el oro del léxico como carta de triunfo, aprovechar con sabiduría la emboscada significante del tropo, tener a mano el tesoro invaluable de la tradición y, finalmente, crear un espacio único donde fermentar los recursos verbales y los temas que nos definen. Con esos ingredientes el poeta logra, a no dudar, el buen vino del estilo. Es cuanto queda en el espíritu después de leer los textos que hoy ponemos a consideración de los lectores: la certeza de que Rodolfo es dueño de un rostro distinguible dentro del poblado universo de las letras mexicanas —hazaña digna de encomio, dada la proliferación de tanta máscara— y de que el Eros, esa hambrienta interrogación que nos lleva de la cuna a la mortaja por los caminos del sueño, del placer y del dolor; tiene

en su aspecto de liturgia, es decir el erotismo, en nuestro joven amigo no solo su más fiel intérprete sino su más rendido oficiante. La salvedad de los negados es un libro sobre las claridades y los abismos del amor, armado con exquisita sabiduría y con un oficio a prueba del análisis más impío. En él entrelazan sus alas ángeles y demonios, que no son sino ángeles caídos, para cantar el dolor del amor exiliado, del amor sin rostro oculto entre los pliegues de un susurro. Un libro para recrear, con el susto del ahogado, la experiencia de sumergirse en otras pieles, y no morir en el intento. Tropo

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Norma Quintana. Poeta y profesora de literatura hispanoamericana. Ejerce la crítica literaria. Licenciada en Lengua y Literatura Hispánicas por la Universidad de La Habana. Ha publicado el poemario Éxodos (1991) y el libro de ensayos La muerte en la poesía de Nicolás Guillén. Trabaja para la Secretaría de Cultura de Quintana Roo desde 1993. Imparte las cátedras de Gramática y Redacción en la Universidad de Quintana Roo desde hace doce años. Becaria en dos ocasiones del Programa de Estímulo al Desarrollo y Desempeño Artístico en la categoría de Creadores con Trayectoria. Producto de estos estímulos son sus libros inéditos En la espalda del viento y Por los anchos caminos. Reside en Chetumal.

Ilustración: Daniela Palacios. “Eros” (aguatinta).

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Texto de presentación de la novela “El mito del metro”, de Sergio López Fabre, leído por Raúl Castro Lebrija en el evento celebrado en el Instituto de la Cultura y las Artes del Municipio de Benito Juárez.

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ecía Óscar Wilde: “En lugar de señalar los errores de los artistas, los periodistas deberían dedicarse a contextualizar las obras”. Ya será la gente quien determine si algo es bueno o no lo es. En ese sentido, de El mito del Metro, de Sergio López Fabre, se pueden decir varias cosas. Por principio, no sé si deliberadamente, esta novela es la segunda crítica más certera que he escuchado sobre el periodismo mexicano.

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Raúl Castro Lebrija

Dice el chetumaleño Héctor Aguilar Camín en Morir en el Golfo, La conspiración de la fortuna y La guerra de Galio, que los periodistas confunden una filtración con una exclusiva. Los poderosos se golpean unos a otros, empleando como “garrote” a los medios de comunicación, y muchos comunicadores confunden eso con una nota exclusiva. Yo digo que el peor error que cometen los periodistas es pensar que saben lo que la gente quiere. Pensar que a la gente no le interesan las notas positivas, que al público no le interesan las artes o la cultura…, pensar que a la gente solo le interesan la nota roja y los muertos. Aquí la primera gran aportación de El mito del Metro: Los periodistas dejan ese nombre para convertirse en Los cuenta muertos. Dice el texto de Sergio López Fabre: “¿Por qué esa insistencia de contar muer-

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del año 2000 a la fecha, el número de muertos de periodistas asciende a 98; es decir, poco más de ocho muertos al año. La pregunta es: ¿Eso quiere la gente? ¿Eso es noticia? Eso lo único que denota, en mi opinión, es la falta de cultura y falta de entendimiento del público por parte de los cuenta muertos.

Y si tú no vuelves, este metro no sale

El mito del metro Sergio López Fabre Editorial Lagares 2011

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tos en las noticias? ¿Por qué ese sensacionalismo ávido de concentrar televidentes, idiotizados hasta el cansancio, hasta pulverizar la última neurona del cerebro?” Escribe Eduardo Galeano en El Libro de los abrazos: “La televisión ¿muestra lo que ocurre?” Y él mismo responde: “En nuestros países, la televisión muestra lo que ella quiere que ocurra y nada ocurre si la televisión no lo muestra”. Hagamos el ejercicio de revisar cualquier noticiario. Contemos cuántas notas se refieren a muertos en toda la República. Y si los noticiarios no tienen muertos nacionales, entonces van por ellos a través de enviados especiales a Afganistán, Yemen, Siria, Libia, a donde sea necesario. Y como normalmente ocurre, nos convertimos en “eso” que pensamos. Recientemente, la Fundación para la Libertad de Expresión dio a conocer que

Señala López Fabre: De nuevo soy víctima de la contaminación informativa, sujeto a un programa de la tecnósfera. El mito del Metro es también una crónica de la Ciudad de México. No de la capital de la República, sino de la ciudad-Estado, la nueva Roma que se devora a sí misma. Del caos que priva a unas cuadras de las zonas visitadas por millones de turistas y que dan orgullo a la ciudad-Estado. Del ruido, de la agresión, del tráfico violento, de la contaminación, de la violencia, de la violenta amenaza de un microbusero con el nivel intelectual de un orangután. Es aquí donde surge realmente El mito del Metro. El Sistema de Transporte Colectivo es el sistema circulatorio de la ciudad-Estado, sus venas y arterias, y los usuarios son su sangre. El primer espacio de soledad acompañado de millones de soledades individuales, todos serios, todos encerrados en sus pensamientos, que luego salen a enfrentarse a esa jungla. Sergio los describe como esos humanos primigenios nacidos en la confusión de la obscuridad de la tierra, a manos de creadores extraterrestres. El Metro es la Mátrix que protege el regreso a casa. ¿Qué sería de la Ciudad de México sin el Metro? ¿Qué sería de los burócratas, de los estudiantes, de los trabajadores, de las prostitutas, de las amas de casa, de los mecánicos, de los vendedores de seguros? Definición de Metro, según el Diccionario de Sergio López Fabre: Quetzalcóatl sin cabeza que se arrastra por la ciudad antigua, enterrada, y que permite la omnipresencia; el don de la ubicuidad, mapear y estar en todas partes del caos. Un caos,

Sergio López Fabre, autor de El mito del metro, lee. A su lado, Raúl Castro Lebrija observa.

donde el único refugio lo constituye el cuerpo de la mujer amada. Porque, todavía no lo señalo, pero “El mito del Metro” es fundamentalmente una historia de amor. Habla Sergio del vacío de una soledad que busca encontrarse en otra soledad: “En tu cuerpo encontré un hueco donde podía esconderme”. El cuerpo de la mujer amada es la mejor droga que ayuda a sobrellevar el caos. Es la droga, es la trinchera, es la fortaleza, es la negación, es el sueño de un futuro mejor. Un cuerpo que solamente en el Metro puede hacerse visible y palpable de nuevo. Un cuerpo que también duele; porque cómo duele cuando los pasos de la mujer amada se alejan de los nuestros. Y si ella no vuelve, con todo y cuerpo, este vagón en el que nos encontramos no podrá salir nunca de la estación.

TRES Decía Carlos Fuentes que la literatura mexicana se balancea entre dos tradiciones. Una académica, pulcra y de prosa cuidada, con él a la cabeza y que en la actualidad tiene como sus principales exponentes a escritores como Pedro Ángel Palou y Jorge Volpi. La segunda es la

tradición contracultural que alguna vez tuvo como principal exponente a José Revueltas, y que dio cobijo a escritores como Parménides García Saldaña y José Agustín. Hoy, el referente más visible es Xavier Velasco quien a pesar de sus múltiples libros publicados tiene como emblema Diablo Guardián. Es en esta tradición contracultural donde se inserta El mito del Metro, sin duda (y contraviniendo lo estipulado por Óscar Wilde) una de las mejores novelas mexicanas de los últimos tiempos. Uno de los mejores textos que he leído en muchos años. Tropo

Raúl Castro Lebrija (1974, Coatzacoalcos, Veracruz). Licenciado en Periodismo. Tiene una maestría en Administración por la Escuela de Estudios Universitarios del Real Madrid, España. Premio Nacional de Periodismo Juvenil 1993. Inició su carrera periodística en 1994 en El Heraldo de México y ha trabajado en Televisa, Televisa Radio, El Economista, Quehacer Político, Expansión y Milenio Diario. En Cancún fue subdirector de Luces del Siglo. Desde 2011 es coordinador de Difusión del Instituto de la Cultura y las Artes del Municipio de Benito Juárez.

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Critiquitas de entre casa o cómo perder amigos en cinco minutos Karinna Maich

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o soy una persona particularmente sociable. Tardo en llamar amistad a esas relaciones personales que, café o cerveza mediante, a través de hijas o eventos familiares, o de compromisos laborales de por medio, se van tramando en mi camino. Por lo tanto, cuido mis amistades, aquellas a las que ya les puse el rótulo, el sello de calidad en forma de corazón. Cuido tanto a las locales como a las lejanas: a las que comparten el día a día, el semana a semana; pero también a aquellas que forjé en la niñez, en la juventud. Aquellas amistades a las que la modernidad de las redes sociales permite el acceso a su día a día, a su foto a foto. Y, debido a que la modernidad aún no es tan inteligente como para captar los matices de los comentarios, el tono de una palabra dejada salir con premura, guardo cautela a la hora de emitir algún comentario, de poner algún signo exclamativo, algunas caritas amarillas y felices. Pero me jugó una mala pasada esta mañana de dominguito soleado (cualidad innecesaria de destacar en Cancún, solo

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Para R. R., por la inspiración brindada…

justificada por el contraste con los cinco intensos días de lluvia previos). Ya con mi alma relajadita, puliendo mis amistades lejanas estaba yo (eufemismo para aclarar que estaba navegando en Facebook) cuando cayeron en mi muro unos versos escritos por una amiga de las geográficamente lejanas. La primera impresión que tuve fue empática: son de mi amiga y son versos. Y ahí acabó la empatía. A sabiendas de que ya tenía publicado un libro con poemas (en ese momento aún no sabía que eran dos los atrevimientos literarios), confieso que llamó mi atención el despreocupado uso de los gerundios: seis, en un espacio de cinco versos. Sumando a lo que a mí me pareció un tropiezo —los gerundios son contagiosos— se encontraba una rima involuntaria y una versificación, a mi criterio, incomprensible. Confieso que fue con buena voluntad que osé sugerirle que revisara el uso excesivo de gerundios y preguntarle a qué criterio obedecía la versificación presentada. Solo dos puntos: una sugerencia, una pregunta. Y en ese momento comenzó el caos: aceptó con un neutro “me gusta” el comentario sobre los gerundios, pero no resistió justificar la versificación. Citándola, respondió: “(…) es un verso entero que por el espacio se cortó. En cuanto a la versifi-

cación, yo no creo en criterios, eso es neoclásico y no me interesa ese camino. Creo más bien en impulsos erráticos”. Y para hablar de todas las resistencias no frenadas, mi respuesta fue: “... impulsos que obedecen a una intencionalidad expresiva y emotiva. Claro que no hablo de las 8 y 11 sílabas. Entonces, ¿entiendo que el criterio es el espacio?”. La conversación desbarrancó cuando respondió: “No pretendo ser... Escribo porque lo necesito y no me preocupa mucho el cómo. No lo pienso...”. En ese momento, la lluvia arreció. Esta vez no era de gotas gordas —dijera Cortázar— sino de los bien intencionados comentarios —elogiosos todos, por supuesto— de toda una cohorte de amigas que respaldaban sus intuiciones erráticas. Comentarios entre los que destacaban “No entiendo de versos, espacio, métrica ni nada... simplemente hermoso!”; o el “ Sí, es un bonito día para soltarse y escribir lo que uno siente... siempre que lo sienta. Lo sincero y honesto no se mide en la forma”. No faltó la amiga incondicional que, aun admitiendo no saber del tema, agregaba de su lloviznita: “uffff, menos mal que no sé de literatura!!!!! Lo mío es (sic) las emociones que se transmiten...”. El lapidatorio comentario fue de su pareja: “…este tipo de críticas, según

Ilustración: Corina Blázquez. Moving.

Renuncias Mariel Turrent Eggleton

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ablar de renuncias podría ser un tema interminable. Sobre todo porque cada decisión, hasta las más insignificantes, llevan implícita una renuncia. No hablaré en esta ocasión de las renuncias importantes que he tenido que hacer en mi vida. Como dice la canción, ya lo pasado, pasado. Pero me gustaría retomar dos renuncias que he debido hacer, no por ser importantes, sino porque me han robado un tiempo considerable, a pesar de que son realmente estúpidas y vanas. Por lo mismo, me han hecho cuestionarme acerca del porqué he puesto especial interés en algo tan irrelevante.

La primera fue hace muchos años, tal vez diez. Había visto una bolsa Burberry, de ésas de cuadros, llamativa, y por alguna razón pensé en tener una. En la primera oportunidad de ir a la Ciudad de México, fui al Palacio de Hierro, elegí mi bolsa con detenimiento y la estrené esa misma noche en un café con una amiga. La coloqué en la silla junto a mí y, de reojo, la estuve observando. Con sus enormes cuadros rojos y negros, y un letrero inmenso con su marca. Al salir del café, me observaba a mí misma con aquella bolsa que gritaba su precio, y que de pronto me hacía sentir parte de una élite a la cual no estaba segura de

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tertulias mi criterio, se deben hacer por mensaje privado y más aún, a alguien que no sólo escribe para sentirse bien, sino que ya ha publicado dos libros (lo cual no quiere decir que uno sea bueno o no como escritor, pero sí que lo toma en serio y con respeto hacia los demás y además, con muchas ganas de que los libros se vendan! (…)”. Pero justifico el comentario: el amor arrebata el corazón y suelta la lengua. Y aunque es una idea vieja, debo mencionar que las redes sociales en Internet tienen sus peligros. En este caso, me refiero a los peligros derivados de publicar aparente literatura versificada. Cuando se publica cualquier información en las redes sociales, existe un compromiso. Me comprometo con esa idea que se desprende del video que decidí compartir desde Youtube, me comprometo con el candidato al que le di “me gusta”, con la noticia que copio desde alguna página de periódico virtual. Pero el compromiso es mayor aún con la palabra propia. Publicar —para la Real Academia Española—, es “1) Hacer notorio o patente, por televisión, radio, periódicos o por otros medios, algo que se quiere hacer llegar a noticia de todos; 2) Revelar o decir lo que estaba secreto u oculto y se debía callar; 3) Difundir por medio de la imprenta o de otro procedimiento cualquiera un escrito, una estampa, etc.”. Cuando publicamos —hacer de dominio público nuestra producción—

nos hacemos susceptibles al halago y a la crítica. Es desnudarnos —el alma, el cerebro, el corazón: no importa cuál sea el órgano o la parte con la que escribamos—; es la decisión de revelar una interioridad, aun cuando ésta no sea aceptada o entendida. Nadie dijo que era cómodo andar con nuestras partes íntimas al aire (¿quién se atreve a publicar todo lo que piensa, todo lo que siente, todo lo que intuye?). Y volviendo a la palabra escrita, la escritura, ya no digamos la literatura, tiene decenas de utilidades, algunas más complejas que dar a conocer o permitir que la información trascienda en el espacio y en el tiempo. También la palabra escrita es una excusa para conocer el mundo exterior y el mundo interior. Escribir también sirve para exorcizar demonios internos, vivir fantasías, hacer catarsis. La palabra, en este caso escrita, también sirve para sanar. Pero esta funcionalidad no implica la publicación de la misma. Sentir la necesidad de escribir —argumento esgrimido por, a estas alturas, mi examiga— es legítimo, pero no necesariamente implica la publicación en una red social. Cuando se publica en un libro de papel, virtual, un blog, el medio que fuera, adjunta a la necesidad de expresarse está la necesidad de ser leída. Y ser leída por los amigos, seres que —parecería— no pueden estar en desacuerdo sin provocar en el publicador una necesidad de cubrirse.

querer pertenecer. Aquella noche, la estúpida bolsa me quitó el sueño y me obligó a regresar a primera hora del día (lo que implicaba retrasar mis citas de trabajo) a la tienda a hacer la devolución. Qué liberada me sentí al salir de la tienda sin mi bolsa de cuadros, que había cambiado por una bolsa negra de piel, cuya marca era imperceptible y de precio insospechable. Diez años después, nuevamente, me he sentido atrapada en las garras de la mercadotecnia y seducida por una de las imágenes prefabricadas que vende. El detonador fue una mala ecuación: una ciudad gobernada por políticos corruptos que no dan mantenimiento al asfalto y cuyo drenaje es deficiente; las lluvias abundantes, propias de la geografía, que provocan graves inundaciones; un cambio de domicilio a una zona sin calles pavimentadas; un automóvil francés poco adecuado

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Si no queremos mostrar nuestras desnudeces, pues no las hagamos públicas. Y la responsabilidad de quien pretende ser escritor —con libros publicados— es mayor aún, no importa el medio en el que se publique (¿o por ser Facebook puedo hacerlo sin rigor? Que me lean, que me halaguen, pero que no me exijan: en los libros, escribo en serio; en Facebook, solo porque lo necesito…). Quienes han contraído un compromiso con la palabra, con la literatura, la respetan en todos los medios. Sería absurdo pensar que “como es para mis amigos, no importa si no está tan cuidada. Lo importante es comunicar lo que siento”. No puedo olvidar las palabras de André Gide: “Es con los buenos sentimientos con los que se hace mala literatura”. Y me consta que hay amigas que difieren diametralmente, y citan a Cortázar y a Neruda en su defensa. Indudable es que Neruda tenía buenos sentimientos y, sin duda, escribía buena poesía. Pero el chileno sí cuidaba la función poética de la lengua cuando manipulaba las emociones. Las suyas y las nuestras, débiles lectoras. El peligro ocurre cuando, a partir de una tristeza, de una nostalgia cualquiera, se escriben unos cuantos versos y se suben a Facebook con la excusa de “escribo porque necesito hacerlo”. Lo más probable es que Neruda escribiera mucho más de lo que publicaba, pero tenía el buen tino de no ventilarlo (la faci-

para el terreno. Todo esto dio como resultado un cambio forzoso de vehículo. La primera opción fue tentadora: un Jeep 5 puertas, amplio, y propio para el terreno. No tenía, como mi anterior coche, quemacocos, ni seguros ni vidrios eléctricos, ni los controles de la música en el volante, pero me encantó verme como una chica intrépida en medio de la selva. Así que compré la idea y me hice del disfraz. Era feliz en él: me sentía rejuvenecida, fresca, atractiva, pero todo esto se venía abajo cuando llegaba a un Valet Parking y me preguntaban si era mía la “camioneta gris”. Eso derrumbaba todo lo que yo había idealizado, y me sentía una señora gorda y aburrida llena de niños, por lo que decidí que esa imagen la daba el tamaño del vehículo y tenía que cambiarlo inmediatamente por uno tres puertas más pequeño, más alto, de velocidades y sin cajuela.

Ilustración: Pablo García Robles.

lidad con que actualmente nos seducen los medios virtuales no pudieron tentarlo). Lo afirmó Oscar Wilde: “Las buenas intenciones pueden tener valor en un sistema ético; pero en arte, no. No basta tenerlas; se ha de realizar la obra”. Iba terminando la mañana y, junto con ella, mi diálogo virtual. Terminé mi participación con una retirada sin salu-

do y con algunas palabras resonando en mi cabeza: “Corrige al sabio y se volverá más sabio; corrige al necio y te lo echarás encima”. Evidentemente, mi sugerencia y mi pregunta hicieron que perdiera mi sitio en el corazón de mi amiga. Ya tendrán más lugar las otras, las halagadoras, para mecerse sin prisa en los gerundios sostenidos por versos irregulares. Tropo

Nuevamente fui feliz inmersa en aquella fantasía, envuelta en mi sueño aventurero que brincaba como un caballo a trote por la terracería, hasta que llegué a mi realidad y tuve que recoger a los niños de la escuela, mover el durísimo respaldo del asiento para que pasaran a la parte trasera, cargar a cada niño porque no alcanzaban a dar el paso para trepar, llevar la guitarra, las mochilas, la laptop y demás triques en el asiento delantero, estorbando la palanca de velocidades. El perro, que aunque es un “Chihuahua” acostumbra ir sentado en mis piernas, y yo, con el asiento hasta adelante para poder pisar a fondo el clutch, aplastaba al animal entre mi abdomen y el volante. A todo esto se sumaban los treinta y seis grados que se sienten como cuarenta y cinco a las dos de la tarde en el Caribe. Mi mal humor empezaba a convertirme no precisamente en una sexy

Karinna Maich S. (Uruguay, 1969) Egresada en calidad de actriz de la EMAD (Montevideo). Fue becaria del Fondo Estatal para la Cultura y las Artes en el género Literatura (2001). Es autora del libro de minificciones Agujas y alfileres (aún sin publicar). Actualmente, es profesora en la secundaria y preparatoria del Ecab y, desde 2003, imparte clases en la Universidad del Caribe. Correo-e: karinnam@hotmail.com

exploradora sino en un orangután furioso e incómodo capaz de estrangular a cualquiera que se le cruzara enfrente. Aquella ilusión no duró más de tres meses. Antes de convertirme en la asesina de mi perro y mi hija, renuncié a aquel sueño estúpido y fui una señora flaca y feliz en una camioneta automática de cualquier marca, pero con una gran cajuela, amplios asientos, cinco puertas, seguros y vidrios eléctricos. Tropo

Mariel Turrent Eggleton (México, D. F., 1967). Ha publicado los libros Desde adentro (aforismos) y Cajón de muertes y amores (cuentos), y La jornada del viento y Desnudeces de agua (poemas). Obtuvo el primer lugar en el segundo Concurso de Cuento Juan Domingo Argüelles (1999). Correo electrónico: marielturrent@gmail.com

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El origen de “Crónicas de Ambarluna”

Crónicas de Ambarluna Lorena Careaga Viliesid

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ací en vísperas del otoño, y me corresponden los colores secos, arcillosos y cálidos característicos de la transición entre éste y la agotada estación veraniega. El negro, se comprenderá, no es uno de tales colores, pero aun así acepté ponérmelo, y fue la primera prenda que él reclamó aun antes de sentarnos a la mesa. Sonreí mientras pensaba en la forma de complacer sus deseos sin rendir de inmediato la plaza. Me gusta el juego que jugamos, en el que cae una ciudad sitiada por ejércitos de vocablos y toques precisos, en el que somos indistintamente adversarios y cómplices, enemigos amorosos, expertos en tácticas de la lid bélica, estrategas conocedores de todas las reglas del combate que se resumen en una sola. Difícilmente puedo decirle que no, no solo porque es un maestro de la palabra y sus recursos persuasivos son múltiples e inimaginables, sino porque me sabe cautiva de su virilidad en el sentido más antiguo y original del término “viril”, es decir, el de la raíz sánscrita que significa nobleza y evoca gallardía. No obstante, intenté varias réplicas que entretuvieran su deseo imperativo y alargaran el placer del preámbulo lúdico. Ello dio pie a que, vencido, él accediera a la distracción de

los divinos “peros”, que las mujeres les ponemos a los hombres; esos “sí, pero…” indistintamente desconcertantes e irritantes, emboscadas provocativas, artimañas de alto o bajo calibre según la situación lo requiera y sin los cuales, reconozcámoslo, el mundo masculino sería menos colorido y más predecible. Lunático a fin de cuentas, femenino, tornadizo, porfiado e inapelable, por extrañas alquimias, inesperadamente, el “sí, pero…” transmuta su

intencionada negación en la tácita aceptación de un “no, pero...” y fue entonces mi turno de declararme sometida. El dije de ambarluna oscilaba con el mismo vaivén que enlazaba mi gradual desnudez con su mirada, la humedad del aire y el trepidar de mi corazón, y mientras una de sus manos me rozaba como al descuido, sin soltarme ni romper el cordón invisible de nuestros sentidos enlazados, él me preguntó qué pensaba. Me

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odo comenzó con un dije. Engarzada con sencillez, la piedra —al principio eso creí que era— colgaba de una fina cadena de oro rezumando fulgores ocres y un aroma resinoso. Él la definió como “ambarluna”, mientras colocaba el dije alrededor de mi cuello. A partir de ese momento, comencé una doble vida. Me inundé de preguntas y mi mente científica clamaba respuestas. Acostumbrada a los rigores de la academia, armé un proyecto de investigación que me llevó de biblioteca en biblioteca en busca de textos arcanos. Autores insospechados, Heródoto y Newton entre ellos, se cruzaron en mi camino, pero también oscuros cabalistas, médicos y astrólogos. Aprendí que el ambarluna es la resina de una conífera de complicado nom-

encontré rememorando mi propia historia, la que tiene que ver con él, y así se lo dije: cómo y dónde nos conocimos, porque así estaba decidido sin que lo supiéramos, evocando aquella extraña ciudad de la que ambos éramos visitantes asiduos, si bien siempre temporales, meros pasajeros en tránsito, turistas de lo efímero y fugaz, condición que, cuando al fin nos encontramos, se transformó. Ahora somos peces en sus aguas, sabemos de sus escalinatas disimuladas y sus plazoletas ocultas, de las fachadas de piedra y el enrejado de sus ventanas, la intuimos mejor de lo que creemos adivinarnos a nosotros mismos, la adivinamos mejor de lo que soñamos entendernos el uno al otro. No abundan las ciudades amuralladas, y las que conservan más o menos intactos sus baluartes defensivos y torres almenadas, sus fosos y puentes levadizos, sus secretas poternas y traveses, sus barbacanas medievales y trincheras fortificadas, son como ensueños lejanos, ancladas como están en generaciones y sucesos pretéritos, un conteo de vidas que hacen eco con cada uno de nuestros pasos sobre las calles empedradas. Son lugares prodigiosos, coros de voces remotas y susurros inaccesibles. Y antes de conocernos, él y yo transitábamos involuntarios en medio de esa anacronía, de esa extemporaneidad. No nos topamos de frente, no. Yo lo vi a él, estaba de espaldas, y mi primer pensamiento fue “por esa espalda quiero

bre y difícil clasificación taxonómica, semejante más no igual a los alerdes y terebintos, que crece a orillas del Mediterráneo y del Gran Golfo americano. Trabajado por generaciones de orfebres iniciados en sus secretos, destila una sustancia alcaloide que desde la antigüedad se consideró como vehículo de acceso a otras realidades, facilitador onírico y afrodisíaco lúdico y estimulante de los deseos voluptuosos. Descubrí que actúa en consonancia con el placer erótico, que sus propiedades alcaloides demandan ser experimentadas, que guarda efectos tan potentes y adictivos como irrenunciables e irreversibles, y que la mejor manera de lidiar con ellos y asumirlos era escribiendo. Crónicas de Ambarluna es el resultado. (Lorena Carega). Tropo

trepar”, sorprendiéndome la ferocidad de tal deseo, lo súbito del arrebato, lo inesperado del ardor. Esa noche no dormí. Luego se presentaron otras oportunidades de observarlo de lejos, de aprenderme el ritmo de sus pasos, de reconocer la huella de su olor. Confieso que durante un tiempo no hice nada y confieso también que después lo hice todo. Bien discernimos cómo somos las mujeres y cómo siempre damos el paso inicial, aunque afirmemos no estar conscientes de ello. Sabemos perfectamente qué pisadas estamos dando en el recorrido de nuestra seducción. Sin embargo, ¿quién sedujo primero a quién? Eso siempre resultará un misterio. Decidí abordarlo en uno de los parapetos de la atalaya, puesto que estaba solo, la mirada perdida en la lejanía, el semblante caviloso. Me acerqué, le sonreí y le ofrecí un higo, de esos madurados al sol mediterráneo, de piel oscura y violácea, de carne púrpura suave y dulce. Supe, por su expresión, que lo sorprendí, que provoqué su curiosidad y valientemente aceptó el reto. Se trataba, por supuesto, de una prueba. Mientras yo pretendía degustar uno de aquellos frutos, no le perdía de vista, pues hay muchas formas de comerse un higo. Para algunos, esta curiosa fruta resulta desconcertante: ¿se pela?, ¿son comestibles sus semillas? Otros, irremediablemente perdidos en los retorcidos sumideros puritánicos y convencionales, pretenden utilizar cuchillo y tenedor para no tocarlo

ni mancharse las manos de su miel. Engullirlo de un solo bocado también descalifica al sujeto de por vida. No obstante, él lo abrió con los dedos despacio, aspiró la fragancia de su pulpa, lo acercó a sus labios y, mordiendo suavemente primero una roja mitad y luego la otra, paladeó su sabor y se lo comió completo, piel, semillas, todo. Cuando aquella madrugada lo dejé entre sueños y sábanas revueltas, la claridad se adivinaba tras las almenas del baluarte y ambos sabíamos que el karma atemporal de nuestra cita había comenzado. Una caricia en el muslo, una sonrisa iluminada por el destello del tornasol ambarlunar, me trajeron de regreso al viernes de nuestra cena. Antes de dejarme ir desde el contorno de sus brazos al torrente del deseo, le dediqué un último pensamiento a la noche del día que nos conocimos. ¿Puede el amor convertirse en un fuego que no quema?, me pregunté al igual que una vez lo hizo Anaïs Nin. ¿Acaso había aprendido a caminar mágicamente sobre carbones encendidos?… Tropo Lorena Careaga Viliesid es antropóloga e historiadora. Su vida académica ha girado en torno a la historia de Quintana Roo, del Yucatán decimonónico y de la Guerra de Castas. Actualmente, funge como jefa de la Biblioteca Antonio Enríquez Savignac de la Universidad del Caribe en Cancún. Ha escrito numerosos libros, ensayos y artículos en revistas especializadas, tanto de México como del extranjero.

Ilustración: Daniela Palacios. “Mis siete mujeres”. Aguafuerte

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Portafolio

MaricarmenAlvarado Ma. Carmen Alvarado. México, D. F., 1961. Fotógrafa. Licenciada en Ciencias de la Comunicación y Educación Artística. Actualmente trabaja en el Centro de Creatividad Fotográfica del Caribe A. C. y como docente universitaria.

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Tropo a la uña invita a la comunidad a expresar sus opiniones en este espacio Cancún, Quintana Roo, 5 de agosto de 2013. Estimados Lectores: A fin de mantener un libre intercambio de ideas, el Consejo Editorial de Tropo a la uña invita al lector a hacer uso de este espacio, que ha sido concebido para dar cabida a sus opiniones. Las cartas pueden enviarse al correo-e que aparece en nuestro Directorio y no deberán exceder las 600 palabras, a menos que la argumentación o el desarrollo del tema comentado así lo exijan. Asimismo, es importante advertir que la redacción de la revista se reservará el derecho de editar aquellos envíos que así lo requieran, en atención al medio literario en que se publican. Atentamente Consejo Editorial Tropo a la uña Revista del Centro de Creatividad Literaria

FE DE ERRATAS Debido a una solución de diseño, en nuestra edición anterior se recortó inapropiadamente parte del trabajo gráfico de la fotógrafa Norma García Ordieres. Por respeto a la propuesta conceptual de la artista, presentamos ahora la imagen completa y enviamos una disculpa a ella y a nuestros lectores.

Fundada en 1995, REDES es un consorcio de investigación aplicada a temas de turismo, economía y sociedad, dedicado a generar conocimiento confiable para enriquecer el proceso de toma de decisiones de nuestros clientes.

Marisol Vanegas Pérez

mvanegas@redesturismo.com Directora de Redes S.M.50, MZA. 50, L.88, C.P. 77515 Tel: (998) 8 87 42 22 Cel: (998) 1 47 26 78 www.redesturismo.com

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*Indispensable para niños y adultos presentar identicación ocial vigente de quintanarroense, yucateco o campechano. **En compra de acceso preferente, todos los niños a partir de 5 años pagan boleto.


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