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Revista del Centro de Creatividad Literaria

año I (nueva época) diciembre 2013

Entrevista con Pura López Colomé • Obra de Gabriela Tosello • El retorno de Zamná, la nueva novela de Mauro Barea (adelanto) • Un encuentro entre literatura y filosofía • Borges y el amor cuántico • Entrevista con Susana Harp • Zita Finol (1940-2013)

Andrés Jorge y la Trilogía de la Isla Grande



C U R S O S Y TA L L E R E S D E L C E N T R O D E C R E AT I V I D A D L I T E R A R I A CURSO DE REDACCIÓN Orden, precisión y claridad Coordina: Karinna Maich Próxima apertura TALLER DE ESCRITURA CREATIVA PARA NIÑOS Alebrijes de tinta Coordina: Lizbeth Peña Miércoles de 17:00 a 19:00 hr Para niños de 8 a 12 años CURSO DE PERIODISMO Y DIFUSIÓN Coordina: Raúl Castro Lebrija Sábados de 12:00 a 14:00 horas TALLER DE BLOG Narrativa de la Era Digital Coordina: Andrés Jorge Nuevo ciclo. TALLER DE ESCRITURA CREATIVA El anzuelo. Cordeles de tinta para pescar escritores Coordina: Alejandra Flores Pregunta por el nuevo ciclo. ESCRIBIR PARA LOS ACTORES Taller de dramaturgia Coordina: Saúl Enríquez Sábados de 11:00 a 13:00 hr

TALLER DE INICIACIÓN A LA POESÍA Palabras de azul vuelo Coordina: Daniel Cabrera Padilla Jueves de 19:30 a 21:00 hr Para mayores de 14 años TALLER DE NOVELA CORTA Novelarte Para escribir tu primera novela Coordina: Andrés Jorge Miércoles de 19:00 a 21:00 horas TALLER DE CUENTO Cuento con pelos y señales Arte y artesanía del relato Coordina: Miguel Meza Sábados de 11:00 a 13:00 horas TALLER DE ANÁLISIS LITERARIO Cómo leerte mejor El GPS del buen lector Coordina: Miguel Meza Martes 11:00 a 13:00 horas Informes: Universidad del Caribe. Lt. 1 Mz. 1 Región 78, esq. Fracc. Tabachines, Cancún, Q. Roo. Edificio B. Tel (998) 881 44 00. Ext.: 1294 FBook: Centro de Creatividad Literaria – CCL http://cclcancun.wordpress.com/ Correo-e: karinnam@hotmail.com



Editorial

C

uando se retomó la línea editorial de esta revista, uno de los objetivos incuestionables que la caracterizaron fue el dar a conocer el trabajo creativo de los nuevos escritores y artistas que viven en esta zona. Aglutinarlos en torno a esta publicación, difundirlos a través de sus páginas, situarlos de manera crítica implicaba sin duda un compromiso y un riesgo. El compromiso era la inclusión; el riesgo, el criterio asumido. Si decidíamos abrir el horizonte de nuestras páginas a todos los registros y estilos que conviven en la ciudad — como lo hemos hecho—, sabíamos que corríamos el riesgo de publicar textos, voces e imágenes que quizá aun se encuentran en proceso, y evidencian formas y técnicas que tal vez no se han perfeccionado. Y sin embargo, a pesar de ello, hemos optado por mantener la línea incluyente al apostar por esas expresiones, que se arriesgan a ser calibradas en la liza exigente de la lectura pública. Si bien este fue el signo distintivo desde el primer número de Tropo, no se había manifestado de manera tan intensa como en el presente número. La presencia de escritores de indudable trayectoria —como Andrés Jorge, Pura López Colomé, Antonio Leal, Rodolfo Novelo Ovando, Lourdes Cabrera y muchos otros que ya forman parte del equipo habitual de colaboradores de esta publicación— junto a novísimas plumas que buscan ser visualizadas y valoradas en el medio, ratifica la vocación editorial de este proyecto —plural e incluyente— y hace de la revista una fiesta donde se registra el feliz convivio de amigos, conocidos e invitados de otras latitudes. Esto no significa que se hayan desactivado los filtros editoriales de nuestra publicación. Al contrario, hemos sumado a nuestros criterios de selección el acompañamiento, en lo posible, de aquellos trabajos que nos interesan sin duda pero requieren de una retroalimentación y seguimiento a fin de ser nuevamente sometidos a una posible publicación en estas páginas. Caso aparte —cuya mención no debe omitirse a fin de evitar suspicacias— es el de todos aquellos escritores, muchos de ellos ya reconocidos y con singular voz propia, que han respondido con agradecible diligencia a nuestra convocatoria abierta (lanzada recientemente) y que no han encontrado aún el espacio propicio en nuestro medio debido a circunstancias totalmente ajenas a la indudable valía de sus obras. A ellos especialmente les reiteramos nuestro interés por su trabajo y les agradecemos su comprensión por la decisión editorial de mantenerlos en lista de espera. Lo que interesa ratificar, finalmente, es el compromiso incluyente de nuestra vocación editorial y la emisión de nuevo de la invitación abierta a los jóvenes talentos de nuestra ciudad para unirse a este festejo editorial de cada número en Tropo y darnos la oportunidad de conocerlos.

¿Y qué es TROPO? El nombre de esta revista es una expresión metafórica que implica varios niveles de sentido. Une dos conceptos y luego los expande. Por un lado, la frase “trompo a la uña” (primer nivel) que es el nombre de la suerte más difícil del juego del trompo: subirse el trompo a la uña mientras éste gira veloz es labor solo para expertos. Por extensión (segundo nivel), se aplica a toda aquella empresa que implica una dificultad especial, todo un reto. Por otro lado, la palabra “tropo”, término propio de la retórica, que es la sustitución de una expresión por otra cuyo sentido es figurado. Implica cambio de dirección. El uso de tropos es cualidad esencial al lenguaje literario. Al unir el segundo sentido de la primera expresión (realizar una empresa difícil) con el término “tropo” (que aprovecha su semejanza fónica con “trompo”), aparecen los dos sentidos ocultos y crean una nueva realidad: darle vida a una revista literaria en Cancún es por cierto una empresa difícil, todo un desafío. “Tropo a la uña” enfrenta este desafío con gusto.


literatura y arte

Revista del Centro de Creatividad Literaria, A. C. Director Miguel Meza Consejo directivo Marcos Constandse Madrazo (Presidente) Carlos Constandse Madrazo Marcos Constandse Redko Hilario López Garachana Emilio Reynes Portes Gil Consejo editorial Lorena Careaga Patricia Maya Felipe Reyes Ramón Patrón

Marién Espinosa Alejandra Flores Mariel Turrent

Asistencia editorial Karinna Maich Sangiacomo Lizbeth Peña

4 Entrevista con Andrés Jorge Me leerán los que puedan y quieran hacerlo Miguel Meza 10 Sujetos subalternos Lourdes Cabrera Ruiz 12 Borges y el amor cuántico Marién Espinosa Garay

Arte y diseño Mauricio Cejín Colaboradores de este número Lourdes Cabrera Ruiz Marién Espinosa Garay Héctor Hernández Vanessa Saint Cyr David Anuar Vázquez Pura López Colomé René Vera Mauro Barea Rodolfo Novelo Ovando Karinna Maich Antonio Leal Eugenia Montalván Michele Moreno Marco A. Murillo Didier Garaven Beatriz Pérez Pereda Efraín A. Muñoz Valadez Óscar Reyes Liz Marín Silvia González José Enrique Alvarez Estrada Juan Carlos Serrano Juan Castro Palacios Lizbeth Peña Svetlana Larrocha Mauricio Ocampo Mariel Turrent Lorena Careaga Colaboradores gráficos Gabriela Tosello Norma García Óscar Reyes

Sumario

Félix Hernández Daniela Palacios

Corresponsal en Playa del Carmen Ana María Moreno Pérez Corresponsal en Yucatán Svetlana Larrocha Administración Karinna Maich Sangiacomo Distribución René Alberto Vera TROPO a la uña es una publicación trimestral del Centro de Creatividad Literaria, A. C. Oficinas: Universidad del Caribe. Sm 78, Mza. 1, Lote 1, Fraccionamiento Tabachine, 77528 Cancún, Quintana Roo. Teléfono: 01 998 881 4400. No se responde por originales no solicitados. Las opiniones contenidas en los artículos firmados son responsabilidad exclusiva de los autores. Se autoriza la reproducción total o parcial de los artículos incluidos en TROPO a la uña, siempre que se citen la fuente y el autor. Certificado de licitud y contenido: en trámite. Número de Reserva al título en Derechos de Autor: 04-2000-032217031500-102. Impreso en Pixelpress S.A. de C.V. correos-e: tropoalauna@yahoo.com • miguelmeza57@hotmail.com Centro de Creatividad Literaria – CCL. Consulte la revista electrónica en: 2 http://www.issuu.com/tropoalauna/docs/tropo_1_electr__nica

14 Un encuentro entre literatura y filosofía La libertad de una paloma en vuelo Héctor Hernández 17 Monedas Vanessa Saint Cyr 18 Home David Anuar González Vázquez 19 Entrevista con Pura López Colomé René Vera 22 Entrevista con Mauro Barea Que Cancún trascienda al mundo por sus letras René Vera 25 El retorno de Zamná (fragmento) Mauro Barea

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Gabriela Tosello Aquí y ahora Técnica: Óleo sobre tela Medidas (cm): 120 x 100

29 Bienvenida a la forastera Miguel Meza

40 Entrevista con Beatriz Pérez Pereda Veo el mundo a través de la poesía Didier Garaven

30 Microcosmos de bolsillo Rodolfo Novelo Ovando

42 Los sueños del agua Beatriz Pérez Pereda

32 Entrevista con Gabriela Tosello El entusiasmo es una ola creadora y yo me monto en ella Karinna Maich

45 Instintos Virtuales Óscar Reyes

36 Entrevista con Rocío Escorcia El contacto humano en redes sociales trae consecuencias Eugenia Montalván Colón

38 La luz que no se cumple Lectura de El saúzde José Juan Tablada Marco Antonio Murillo

TERTULIAS

44 Testigo privilegiado de la cultura en Playa del Carmen Efraín A. Muñoz Valadez

34 La fauna exaude Antonio Leal

37 Novela erótica sobre soledad y peligros de las relaciones cibernéticas Michele Moreno

53 Del ramirismo a la fecha, el lenguaje del poder no ha cambiado mucho Juan Castro Palacios

46 La luna y sus telarañas Liz Marín 47 Abandono y encuentro Silvia González PA P I R O S

55 Zita Finol (1940-2013) Lizbeth Peña 56 Entrevista con Susana Harp La muerte es la gran metáfora de la vida Svetlana Larrocha 58 Lo que se mira tras las ventanas de un Caribe 81 Mauricio Ocampo

48 Mundos Paralelos, que no son “para lelos” José Enrique Alvarez Estrada

60 Cuentos del Ministerio Mariel Turrent Eggleton

49 El elíxir de la invisibilidad (cuento) Juan José Morales

61 Crónicas de Ambarluna Lorena Careaga

51 Vejez: último eslabón de la sobrevivencia Juan Carlos Serrano

P O R TA F O L I O 62 Félix Hernández

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Entrevista con Entrevista con AndrĂŠs Jorge Jorge AndrĂŠs 4


Me leerán los que puedan y quieran hacerlo Miguel Meza Con Kali la Oscura —segunda novela de su Trilogía de la Isla Grande— en edición de autor y colocada ya en Amazon para ser descargada por los lectores, el escritor Andrés Jorge habla en la siguiente entrevista de la apuesta estilística de su nueva etapa como creador, reafirma su confianza como editor independiente y revela que pronto iniciará su novela cancunense, un thriller intenso que seguramente atrapará a su cada vez más creciente público lector.

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i encuentro con Andrés Jorge rezuma la impronta de los buenos augurios. La lectura de su novela Pan de mi cuerpo (adquirida circunstancialmente en una librería de libros usados), un correo-e suyo recibido justamente a las pocas semanas de haber terminado ese libro (como si fuera tan normal recibir correos-e de los autores que uno lee), el contacto inmediato para impulsar en conjunto la cultura literaria de Cancún, la lectura atenta de sus otras novelas (especialmente Barcos que se cruzan en la noche y Kali la oscura) y el paulatino desarrollo de una amistad basada en el respeto intelectual mutuo y el amor por la buena literatura, parecen las fases de un proceso tramado por el azar y el destino de las buenas causas. Hombre de cordial sencillez, generoso y amigable, escritor que busca defender a toda costa su compromiso indeclinable con el trabajo creativo, Andrés Jorge muestra en la siguiente charla una conciencia artística rigurosa y la seguridad de quien ha encontrado el camino hacia la realización de su proyecto literario más ambicioso y personal, un cami-

no que parece llevarlo con paso firme hacia el justo reconocimiento de una obra de valía innegable. —Compuesta por cinco novelas —cuatro publicadas y una a punto de circular—, tu obra se divide al parecer en dos etapas. Una formada por Pan de mi cuerpo, Te devolverán las mareas y Voyeurs; y otra por Trilogía de la Isla Grande —integrada por Barcos que se cruzan en la noche, Kali la oscura y Cábalas (en proceso avanzado de escritura). ¿En qué has cambiado entre una y otra? —Encontré una voz narrativa, un estilo propio. Entre ese primer período y el segundo pasaron casi diez años. En ese lapso escribí dos novelas y las deseché. No es un cambio tan radical de cualquier modo; con la Trilogía de la Isla Grande, pulí y consolidé una manera de contar historias que ya se manifiesta en mis libros anteriores. —Has afirmado que Agota Kristof, escritora húngara poco conocida por el gran público, y su obra inspiraron la Trilogía de la Isla Grande… —Aunque los gemelos de la trilogía de Agota Kristof son dos, los libros son tres. El estilo de la autora, seco, directo, entrecortado; la forma desapasionada, amoral, casi cínica con que narra los hechos más espeluznantes; la elipsis maravillosa con que

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evita cualquier juicio de valor… Leer El Gran Cuaderno (de La Trilogía de los Gemelos) fue como esas pruebas de ADN que hacen irrefutable la evidencia de un caso. Y no solo por la escritura, sino por el modo de plasmar la historia sobre un fondo tan cercano al que yo identificaba con la Isla Grande: de encierro, de plaza sitiada, de fronteras entre un Acá dentro y un Allá afuera. Desde el primer momento prefiguré la Trilogía de la Isla Grande como eso. El peso de la historia recaería sobre uno de los tres hermanos —mi propio referente familiar—. Cuba, la Isla Grande, pondría el resto, el enclave natural, un entorno que no distaba mucho en esencia de la villa asediada por la guerra en la que crecen, y de la que al final pretenden escapar, los gemelos de Agota Kristof. —La Isla Grande del título hace alusión inequívoca a Cuba, pero en las novelas no se menciona a ésta por su nombre, sino por referencias que no siempre comprende el lector no familiarizado con la historia de Cuba. ¿Cuál es la función de estas menciones en clave que nunca se develan? —Hago una precisión: en Kali la Oscura se habla de Cuba como tal. Cuando se retoma la Isla Grande, se está haciendo alusión, directa o indirecta, al ‘manuscrito de Adri’. Kali no tiene razón alguna para no llamar a su país por su nombre. El narrador de Barcos que se cruzan en la noche, por el contrario, al inicio de la historia se funde con un protagonista adolescente y usa un lenguaje asimilado de los mayores para referirse a su realidad. Aquí no se inventa nada; así se hablaba en Cuba en esa época, entre el eufemismo y la ironía. La gente se iba para el Norte, no para Estados Unidos; quienes, como mi padre, no estaban con la Revolución, se referían a ella como Esto, incluso los nombres de sus líderes, como Fidel Castro, tenían muchos matices y connotaciones, los que lo seguían y admiraban le decían El Fifo, el Caballo; quienes lo odiaban se referían a él como Quientusabes, y así. El Antes era una referencia a la Cuba capitalista, anterior de 1959, con connotaciones positivas o negativas según de quien vinieran (las cosas de Antes eran mejores porque eran americanas, no rusas, que era sinónimo de feo y contrahecho; incluso a los rusos se les llamaba Bolos). Ese lenguaje, contextual, es para mí más rico que cualquiera. No se trata de crear un Macondo, una Comala, aunque de alguna manera también funciona así: la Isla Grande es un territorio de fábula de su narrador, que se va develando y descubriendo para el lector con otras claves, a medida que el mismo narrador, junto a su protagonista, entra en la vida adulta, toma plena conciencia de su entorno dentro de un contexto mundial, por así decirlo. —Barcos que se cruzan en la noche es una novela de aprendizaje que muestra la pérdida de la inocencia de Adrián Niebla y la desintegración de su entorno familiar. ¿Qué tanto hay de Andrés Jorge en Adrián? ¿Qué tanto de tu familia en la familia Niebla?

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—Mucho. El entorno en el que se mueve Adrián Niebla es el del autor, los campos de tabaco de Pinar del Río, entre los que nací y cuyo aroma cambia con el momento de la cosecha, desde que es una plántula hasta que se enrolla el puro, un olor que define para mí hasta las estaciones del año. Pero también la familia siempre dividida entre quienes se alinearon con la Revolución y quienes la odiaron desde el principio, el antagonismo entre Gusanos y Comecandelas, amándose, odiándose, conviviendo hasta que la Revolución misma igualó casi todo en el mismo contexto de miseria material. Las escuelas en el campo, el huracán Alberto como hito, los huracanes en general, que tienen un peso en las dos novelas y que marcan cada generación de cubanos, todo eso y muchas cosas más, pero también hay fuertes dosis de fabulación porque se trata de novelas, ficción, no periodismo, ni denuncia social, ni nada de todas esas tendencias de cierta literatura que hoy evito. Soy novelista, no historiador, ni filósofo, y mucho menos político, lo cual tampoco quiere decir que sea apolítico.

MI PACTO ES CON LA HONESTIDAD —En la novela, dos técnicas narrativas afectan el modo subjetivo de percibir la historia: el tiempo verbal del narrador (presente histórico) —que acerca el tiempo del lector al tiempo de la narración— y la aparición de diálogos sin convenciones tipográficas —que parece fusionar la voz del narrador con la voz de los personajes—. Esto crea una complejidad interesante. ¿Estabas consciente de esta complejidad? —Estoy muy consciente de todos los recursos narrativos que ulitizo, porque los uso a conciencia, pero el objetivo es siempre el mismo: contar la historia de la mejor manera posible. El escritor, como cualquier profesionista, maneja un instrumental con que hacer su trabajo; cuantas más herramientas sepa usar y más técnicas maneje, más opciones tendrá de obtener el resultado deseado. Escribir (que no es redactar) es eso: aprender a usar las herramientas adecuadas para realizar esta o aquella labor, aplicar una capa de color aquí, una textura allá, usar herramientas incluso inadecuadas, con la esperanza de generar un resultado diferente. El lenguaje es el material que hemos de modular, cincelar, amasar con cariño, con deseo, para darle forma. El presente histórico, muy recurrido por los escritores nortemericanos que tanto leo, provee a la narración de una cierta urgencia, una necesidad de seguir adelante que agiliza la prosa, empuja al lector, lo incita a ir por más; es bueno para eso. Por lo demás, la omnisciencia narrativa está muerta y enterrada, en el siglo XIX, por cierto. El escritor pretende ser Dios, pero el narrador, al que necesariamente tiene que apelar, es un ser humano y por lo tanto su visión de cualquier hecho


e n t r e tendrá que ser parcial, limitada, deficiente; así que el escritor termina por saber sobre su historia lo mismo que el lector, o sea, lo que su narrador fue capaz de transmitir. —Esto deja muchos enigmas en la novela que no se revelan y cuya solución el lector debe inferir. A algunos lectores les ha costado entrar a este pacto. ¿Qué propuesta de lectura sugieres con esta decisión? —Mi pacto es, primero, con la honestidad. Me van a leer los que puedan y quieran hacerlo. Y es bueno establecer las reglas desde el inicio de la novela; se le exige al lector de entrada, pero a la vez presiento que hay una velada promesa de recompensa, un asomo de complicidad, algo así como ‘te voy a hacer pasar un poco de trabajo al principio, pero pronto verás que valió la pena’. La otra cara de la moneda es: si vienes aquí a ‘coger mangos bajitos’ como dirían en el campo cubano, te equivocaste de lugar; nada bueno en la vida se obtiene gratis, y para mí es importante que el lector se tome la lectura tan en serio como me tomo yo la escritura. En mi soberbia, llego a creer incluso que mi esfuerzo merece un poco de compromiso por parte del lector para el que escribo que, lo sé, no es ese gran público de librerías de aeropuerto. Supongo que eso no me hará muy popular, o a mis libros, pero es un riesgo ya asumido. —¿Cuál es el lector ideal de Andrés Jorge? —Lo dije ya en otra entrevista: “hay dos tipos de lectores: los que leen para evadir la realidad, y los que lo hacen para confrontarla. Y hay dos tipos de escritores: los que sirven en bandeja de plata un amplio surtido de evasión a los primeros, y los que luchan por aprehender la realidad en sus más sutiles matices y al final decirle a su lector: ahí tienes, a ver cómo te va con eso”. Me gusta el lector que lee entre líneas, entre palabras, que espera encontrar significados profundos y ocultos enredados en las palabras… si no es mucho pedir. Y no lo es, porque los he encontrado, ahora mismo, entre asistentes a los talleres de lectura de Cancún… —Cada novela de la Trilogía de la Isla Grande presenta una versión de hechos similares vividos en la infancia contada por los tres hermanos de la familia Niebla. Un hermano para cada novela desde perspectiva distinta. ¿Hay que leer las tres obras para comprender a cabalidad los misterios, los secretos y la censura a que se enfrentan? —Sería formidable que se leyeran los tres libros; creo que es el sentido de escribir una trilogía, pero no es imprescindible. Aclaro: la relación entre estas tres historias no es de continuidad. Si para mí hubo algún hallazgo en la Trilogía de la Isla Grande, desde su concepción, es el hecho de que el lector, entre las múltiples opciones que tiene, y enigmas a los que debe aportar sus propias afinidades electivas, está la libertad de elegir a quién creer. Kali la Oscura puede presentarse como la historia ‘real’, y Barcos que se cruzan en la noche como una obra ‘ficticia’, pero aún falta Cábalas y lo que tenga que decir, su aporte al concierto de voces y al… desconcierto del lector. —Barcos… toca dos temas que interesan especialmente a todo cubano de esta época: el sentimiento de pérdida y desarrai-

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go de toda una generación y hasta de una nación. Pero también están presentes el nacionalismo como doctrina, el mercado negro, la represión a los disidentes, el narcotráfico, la manipulación oficial de la Historia... ¿Trilogía de la Isla Grande es tu versión del fracaso de la Revolución Cubana? —Eso sería un exceso. Una novela es más indagación que conclusiones, más preguntas-que-llevan-a-otras-preguntas que respuesta. Soy solo un novelista, escribo historias y cada quien lee lo que le parece y aporta sus propias conclusiones. Es más o menos lo mismo que respondió Hemingway sobre el simbolismo en El Viejo y el Mar. “No hay tal simbolismo. El mar es el mar. El viejo es el viejo. El muchacho es el muchacho. El tiburón es todos los tiburones, ni mejor ni peor. Todo ese simbolismo de que hablan es porquería. Lo que haya más allá de eso es el aporte de cada quien”.

LEER MIL PÁGINAS POR CADA UNA ESCRITA —En las novelas de formación, los mentores aparecen en momentos clave para la educación del personaje. En Barcos…, es significativo que alguien a quien se denomina La Loca juegue para Adrián ese rol. —Hay un referente en la vida real pero no puedo abundar al respecto, más allá de reconocer que fue mi profesora de redacción en inglés quien me recomendó asistir a un taller literario después de revisarme una tarea de clases. Recuerdo que el ‘essay’ se llamaba Spring and Winter y trataba de describir la oposición entre las dos estaciones del año y los estados de ánimo que generan (a favor del otoño, que hasta hoy es mi estación favorita). Escribes muy bien, me dijo, y ahí empecé a creérmelo, y a tratar de hacerlo mejor, y sí, también asistí a un taller literario. —En algún momento, La Loca recomienda a Adrián escribir, para “drenar por ahí” el dolor que sufre en ese momento. Cuando Andrés Jorge escribe, ¿qué tipo de heridas drena por medio de la escritura? —Vengo con tres heridas, la del amor, la de la muerte, la de la vida, dice el poeta Miguel Hernández, ¿se necesita más que esas? —En otro momento, La Loca le dice a Andrés “lee, calla y escribe”. ¿Esa sería tu recomendación para el joven escritor que comienza? —Es una buena recomendación, pero tiene sus matices. Lo de leer, ciento por ciento, no concibo un escritor que no haya leído mil páginas por cada una escrita. Y cuando lo encuentro, aunque haya pocos, lo noto. El escritor debe ser una persona muy, pero muy leída, y no solo de textos literarios, sino de todo lo que atañe al ser humano. No puedo entender la vocación literaria disociada de esa indagación recurrente, obsesiva en las entretelas de la realidad. Lo de escribir también; es simple, a escribir solo se aprende escribiendo. Después de haber escrito unas diez mil cuartillas es probable que ya empieces a notar que algo mejora. Lo de callar no es mala idea —sobre todo si se trata

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El futuro editorial está en la autoría independiente —Con Barcos que se cruzan en la noche iniciaste tu camino como editor independiente —al margen de los grandes corporativos editoriales— y ahora lo continúas con Kali la oscura, la segunda novela de la Trilogía, que ya podemos leer vía Amazon. ¿Cuál ha sido tu experiencia en el mundo editorial independiente? —Una muy enriquecedora. Y lo será más, ahora que lo he retomado. Publiqué Barcos que se cruzan en la noche como una primera apuesta ‘indie’ y no hice mucho más que ese gesto, hasta ahora que voy a publicar Kali la oscura y ya tengo un camino recorrido. Lo primero, y más

importante es que lo estoy disfrutando, en grande. Mis libros son míos, y de mis lectores. Vuelvo aquí a mi individualismo, mi gusto por hacer las cosas a mi manera, y la libertad entendida como capacidad para elegir y defender el camino elegido. —¿Por qué es mejor el camino independiente sin la intermediación de las grandes editoriales? —Es más divertido y, con paciencia y un poco de suerte, se gana más por tu trabajo. Si te muestro el último reporte de ventas que me envió Alfaguara sobre Voyeurs después de siete años, y comparamos resultados desde que publiqué

de darle la palabra a otros y aprender a escuchar—, pero hay que entender que la invitación de La Loca a Adrián sobre callarse se dice en otro contexto, era una fórmula muy necesaria en la Cuba en la que ambos crecimos. —El título de esta primera novela de la Trilogía proviene de un poema de Longfellow. ¿En qué momento decidiste que éste era el título de la obra? —Ejercí como profesor de literatura inglesa y norteamericana para los estudiantes de la carrera magisterial de inglés en Cuba casi diez años, y conocí la obra de Longfellow dentro de un grupo de poetas destacados del siglo XIX, no mucho, ni con gran interés, a decir verdad; en comparación con Whitman, Emily Dickinson, y quizá Poe, la poesía de Longfellow ha perdido vigor hoy, pero esos versos en específico me tocaron desde la primera lectura y se quedaron para siempre conmigo, así como con Adrián en la novela, a quien le llega en la forma de un mensaje embotellado y lo guarda y lo lleva consigo en sus viajes sin retorno: Barcos que se cruzan en la noche y se hablan al pasar / Solo una señal y una voz distante en la oscuridad / Así en el océano de la vida nos cruzamos y nos hablamos / Una voz y una mirada, y de nuevo la oscuridad y el silencio. ¡Son unos versos hermosísimos, una pincelada perfecta sobre la soledad humana! Cuando concebí la novela, me di cuenta de que el título lo tenía ya, por muy largo que fuera. —Has organizado presentaciones de Barcos que se cruzan en la noche de manera independiente con gran éxito y la novela ha sido leída y analizada en cuatro talleres de lectura de la ciudad. ¿Cómo ha cambiado esto tu relación con los lectores? —Mi relación con los lectores empezó a cambiar precisamente el día que decidí publicar como autor independiente, cuando empecé a ver mis libros como ves a tus hijos: no basta

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Barcos…, verías cómo la publicación independiente, para mí por lo menos, es incluso más rentable, además de ser más redituable en muchos otros sentidos. Visualizo un futuro cercano donde los escritores independientes compartan espacios de promoción y distribución de sus libros. Mi estudio en Barracuda 7, que le da nombre ahora a mi proyecto editorial, servirá para que los lectores tengan acceso no solo a mis libros sino a los de otros autores tanto del patio como de otras partes del mundo. A través de su colaboración se invitará a otros autores independientes a participar en eventos,

con traerlos al mundo, hay que acompañarlos en el camino un buen tiempo, estar con ellos, preocuparte con ellos; y tus lectores son el entorno en el que van a vivir esos hijos, así que más vale que te preocupes por llegar también a ellos. —¿Cómo fueron recibidos tus primeros libros y cuál ha sido la reacción de la crítica ante tu obra? —Mi primera novela ganó un premio literario y estuvo dos semanas entre los libros más vendidos en México, pero eso, asumo, fue por el premio en sí y el impacto que ello tiene en la difusión (hoy ni siquiera la considero una novela que me interese a mí como lector). La segunda novela, Te devolverán las mareas, ha sido quizá la más comentada, reseñada y quizá leída hasta hoy, pero no tengo cómo saberlo porque no estaba en mis manos, ni en mi horizonte de entonces, saber el destino de mis libros. Sé que se sigue leyendo, sobre todo por un tipo de lectora a quien interesa la escritura sobre amores lésbicos (aunque no va realmente por ahí la historia), y que se tiene esa noción de que es una novela ‘culta’. Desafortunadamente, la publicó Planeta México, que nunca siquiera me mandó un reporte de lectura. Barcos que se cruzan en la noche me ha dado todas las alegrías en la forma de muchos comentarios de lectores, muy positivos. No he recibido hasta ahora un comentario crítico, en sentido negativo. No ha habido mucha crítica ‘oficial’: por supuesto, es una obra ‘indie’.

LA PRÓXIMA OBRA: UNA NOVELA CANCUNENSE EN CLAVE DE THRILLER —¿Qué proyecto tienes en puerta, una vez que concluyas la Trilogía de la Isla Grande? —Voy a escribir una novela cancunense, incluso antes de Cábalas. El plan de Cábalas está prácticamente concluido, así que


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presentaciones y en todo aquello que contribuya a diseminar el conocimiento sobre su obra, gestionando la venta y promoción en otros ámbitos y espacios. En nuestro caso específico, como cancunense, con mi proyecto personal, Barracuda 7, pero también a través de mi trabajo al frente de Letramar, el sello editorial del Centro de Creatividad Literaria de Cancún, haré todos los esfuerzos para promover a los autores independientes y la creación literaria de Quintana Roo y la península de Yucatán e insertarla en el ámbito del Caribe, hermanando nuestra

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ciudad con otras de gran tradición literaria y cultura caribeña, y no solo de lengua española. Recordemos que del Caribe han salido más Premios Nobel que de ninguna otra región del continente americano (V. S. Naipaul, Derek Walcott, Gabriel García Márquez) con excepción de Estados Unidos, amén de dos premios Cervantes y, sobre todo, muy buena literatura y grandes escritores, con o sin premios, con mayor o menor reconocimiento. Tropo

no me tomará más de un año escribirla, pero esta historia se ha metido en medio, con fuerza, y quiero sacarla, por muchas razones. Nunca me sentí motivado a escribir sobre el D. F., aunque siento un gran arraigo por esa ciudad en la que viví casi veinte años, nostalgia ya. Cancún, por otra parte, ha representado un regreso a mis raíces, al mar, y eso le ha dado un impulso tremendo a mi escritura, inusitado, algo que tampoco me esperaba, al menos no de esa manera, como con ese compromiso de escribir mi novela cancunense. Y es una novela intensa, casi un thriller que espero empezar a desgranar en la cuartilla en blanco a partir de enero y tener lista al final del año. No puedo revelar el nombre aún. —¿El personaje de ficción que más te haya impactado y por qué…? —El Héctor de La Ilíada (ese héroe que se dispone a combatir hasta el último aliento aún cuando sabe que va a morir, que no tiene posibilidad alguna de destruir a su enemigo); Jay Gatsby, Holly Golightly, el padre y el hijo de La Carretera de Cormac McCarthy, el Viejo de El viejo y el mar… Releyendo la lista me doy cuenta, ahora —porque nunca antes había hecho tal ejercicio y seguro se me quedan muchos—, que todos comparten eso de aferrarse a causas perdidas, a una ilusión, un imposible. —¿A qué autor estás leyendo ahora y por qué? —Estoy releyendo novelas breves cuya lectura exijo a los estudiantes del taller de novela que imparto en el Centro de Creatividad Literaria de Cancún, una lista que lo único que comparte es no tener más de doscientas páginas. Hasta ahora han leído El Gran Gatsby, Desayuno en Tiffany’s, Pedro Páramo, Crónica de una muerte anunciada, creo que ahora viene Luna Caliente, y le siguen El lector, El reino de este mundo, El curioso incidente del perro a media noche y otras que ahora no recuerdo. Al final del taller habrán leído veinte novelas cortas y yo las habré releído todas con ellos. Además, leo y releo cuentos de Raymond Carver, por-

que son piezas breves de una increíble perfección y belleza; igual una decena de antologías del cuento norteamericano que están en mi estante de cabecera; por lo menos dos veces a la semana buceo en un sitio web, Arts and Letters Daily (algo que, desafortunadamente, no tenemos en español), un portal donde se recogen ensayos y artículos sobre arte, literatura y pensamiento que han aparecido recientemente en medios editoriales en inglés, de todas partes del mundo, ya sea de publicaciones impresas o digitales, y siempre hay de donde escoger. Además, de vez en cuando incorporo algún nuevo autor a mi lista de favoritos, de manera bastante más espaciada. Creo que la última ha sido Margaret Mazzantini con La palabra más hermosa, una escritora formidable, casi perfecta y una novela de una apabullante y cruel belleza. —¿Hábitos o rituales al momento de escribir…? —Una taza de café con crema líquida y dos cucharaditas de mascabado. En lo que el café se cuela, yo me preparo mentalmente para el nuevo encuentro; en los cinco minutos de tomarme el café, leo la última página escrita. Si todo está fluyendo como debe, con eso basta para retomar el vuelo por las siguientes dos horas y dejar listas un par de cuartillas, no más. Generalmente escribo con bastante limpieza y concentración a la primera, así que desecho poco material en la edición, y cuando elimino algo tiendo a eliminarlo en bloque, no una línea. Avanzo rápido una vez que estoy instalado en la historia. —¿La mejor hora del día para escribir…? —La madrugada, entre cinco y siete de la mañana, prácticamente la única para mí. El resto del día puedo editar, re-trabajar un texto, pero las horas creativas son solo ésas. En el silencio del amanecer y ante la perspectiva de un nuevo día, lo mejor es ese encuentro casi secreto, de amantes, absolutamente íntimo, con tus personajes y su historia. Tropo

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Sujetos subalternos (fragmento)

Lourdes Cabrera Ruiz iii. escena trágica área de cajas o estadística / sujeto de crédito nadie oh gabriel gabriel de qué destino hablaríamos ahora si hay una jirafa con manchas cuadradas en la imaginación de más de uno y no todas resultan competentes: son formas de evadir un porcentaje de realidades formas de realidad que el porcentaje inventa evasiones que son ya una realidad no no mazda en hiroshima ni mitsubichi en la guerra con tu petróleo me abriste y ni siquiera un romántico rozó tu alta investidura en aquel tiempo de envases retornables no se advertía aquel vínculo entonces absurdo entre la mariposa y el caos bajo la épica del copérnico sol en su machacar de esperma y de los sueños donde habrían de urdir su pronóstico gandhi luther king memín pinguín... ¿obama? y ahora de pie como si un himno te invocara clamas el giro inmaculado de los seres te riges por esa continuidad –poder integrador contra la insaciable tragedia– para ser tú el soldado en desgracia la orden que maquiló el abotonado traje de hueso racial el molusco extinto la grieta de sed el modesto sueño del repartidor de pizzas que fue dante el de sueños que fue king king que no el centro del sistema sistema que no es

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ahí al momento de entrar a escena olvidas tus armas porque no las tienes así que murmuras a la 007 como si nada un corte comercial sales de esa cápsula un poco despeinado y con autoridad mascullas: siga a ese taxi y yo me transformo: ariadna la sola secreto bancario sombra en la caverna de esta fuga coro de edecanes: viajes a ningún destino ningún retorno verdadero recesión quién especula nadie compra estas acciones coro de cajeras: reciclamientos que invitan a la huelga al acabóse dónde lo que yace en vaticano es un sin embargo dices pero a los mismos sujetos es un no obstante crees aún con los mismos propósitos bajo modelos “más eficaces” –todavía estúpido y detenido como sílaba sacra– dices no como lo haría el escudero transformándose pau latinamente en quijote: “los objetivos de los programas de formación de agradecidos han de quedar claramente formulados en forma de las diversas destrezas profesionales que pretenden lograr” ¿a quién convences querido?

Lourdes Cabrera Ruiz (Mérida, Yucatán, 1962). Maestra en Español por la Normal Superior de Yucatán y Licenciada en Literatura Latinoamericana por la Universidad Autónoma de Yucatán. Profesora en la UAY, donde colabora en el cuerpo académico “Estudios Literarios”. Participa como académico externo en proyectos de investigación de la Universidad Nacional Autónoma de México, y coordina la licenciatura en Literatura Latinoamericana. Ha publicado Cantar de los principios y otros poemas (Instituto de Cultura de Yucatán-Conaculta-Literalia Editores, 2011).

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Borges y el amor cuántico Marién Espinosa Garay

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uerida artista, literata y música:

Esta carta te resultará un poco extraña, pero la escribo con el corazón dolorido y los ojos desbordados sobre el papel, aunque no lo creas. Siempre dijiste que soy un nerd aburrido, perdido en los espacios y las geometrías, que vivo pensando en la cuadratura del círculo y tengo la cabeza infestada de nebulosas y espirales. Pero te consta que hice un esfuerzo por hacerte feliz, soportando estoicamente el tedio mientras te acompañé en tus recorridos por museos infinitos, aplaudí tus declamaciones poéticas y escuché tu música microtonal durante largas horas, pues siempre has alegado que el arte, la literatura y la música son vasos comunicantes de la misma epifanía. No obstante, a pesar de aplicar mi mejor voluntad en compartir tus extravagancias, nuestra relación resultó imposible. Quizá una artista, literata, además de música como tú, y un físico matemático como yo, no estemos genéticamente destinados a echar al mundo engendros con quiénsabecuáles cromosomas aberrantes. Ahora que te niegas a verme, a contestar mis llamadas o a seguirme en twitter, dejo a un lado las borracheras para retomar las Teorías de Cuerdas, las dimensiones múltiples y otras elucubraciones más que dejé a un lado por tratar de entender a Borges o a Rulfo. Pero mientras más lo medito, encuentro que el argentino de marras nunca estuvo lejos de la física teórica. Al contrario, como profeta visionario, a pesar de su ceguera —o quizás precisamente iluminado por ella—, trazó el universo geométrico de su Biblioteca de Babel, donde el Cosmos está cifrado en libros

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que descansan en anaqueles incontables sobre hexágonos perfectos, y estos volúmenes guardan textos que agotan todas las posibilidades de la existencia, la virtualidad y la especulación en una desenvoltura fractal hasta el infinito. Páginas después, menciona una posible Teoría Unificada del Todo: la existencia de un Libro Absoluto, un documento esférico, necesariamente eterno, similar al Ser Inmóvil de Parménides, pero nervado de todos los aconteceres posibles, porque contiene, como la red neurálgica de un impensable cerebro, las bifurcaciones binarias de cada evento, los polos positivo y negativo de los sucesos más trascendentes, así como los más anodinos, multiplicando lo increíble, lo improbable, lo sorpresivo, los avatares que se desgajan en ramas matemáticas para sostener lo que aquellos trágicos griegos llamaban La Moira.


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do—, no existe un tiempo uniforme Como si todo esto no fuera suy absoluto como creían Newton o ficiente, releyendo El Jardín de senderos que se bifurcan —ejemplar que Schopenhauer, sino “infinitas series dejaste olvidado debajo de mi cama—, de tiempos, una red creciente y vertiencuentro que Borges ha trazado otra ginosa de tiempos divergentes, conalegoría cósmica, pues ahora el univergentes y paralelos”, por eso sospecho que quizá la muerte no existe, verso no es aquella biblioteca inveal menos, la muerte de este estúpido rosímil, sino este jardín cruzado de meandros de tiempo que estallan en amor que todavía siento por ti. Y después de tantos rodeos, quiposibilidades de manera exponencial. Me gustaría preguntarte ¿por qué tu siera decirte al fin por qué tuve la exadmirado autor solo registra los sentraña idea de escribirte una carta de amor donde el ciego hacedor de pladeros que se bifurcan? Como si se tra- La biblioteca, María Elena Vieira da Silva. tase del espín de las partículas y sin conocer la Teoría Cuántica, tu netas es sin duda una presencia eminente. Quiero imaginar ahora, autor multiplica universos a partir de posibilidades binarias. Pero yo no Bibliotecas babélicas, Jardines con senderos o planetoides idearefuto que seguramente habrá, en medio de esta geometría arbola- les, sino que, traslapado con ellos, entrelazado en la misma urdimda de verdores, senderos que se trifurcan o (perdona los neologis- bre de signos, cifras y volteretas del laberinto, siguiendo el caudal de estos mismos tiempos simultáneos aunque con hilos de colores mos), se tetrafurcan, se pentafurcan hasta la locura. Igualmente laberintos, la Biblioteca o el Jardín suponen un distintos, desearía imaginar, repito, un maravilloso universo llamaorden, un Cosmos por encima del Caos, pero trazados por algún do El Museo de Babel, de las salas de exhibición que se multifurcan. Demiurgo que trasciende toda inteligencia humana. Acaso in- Allá estaríamos tú y yo, tomados de la mano, y no me odiarías. Porquieto por la idea de retar de alguna humilde manera a las crea- que aunque no seas capaz de entenderlo, los universos se envuelciones divinas, tu admirado Jorge Luis inventó también un pla- ven unos a otros como capas de cebolla en membranas teóricas, y neta imaginado por generaciones de sabios, un universo escrito tal vez en este mismo momento estemos en el Museo Infinito de por los cálamos de incontables amanuenses a través de los siglos, Todas las Obras Posibles, tú y yo, juntos, felices, como siempre te pergaminos que al fin serían impresos en volúmenes para edi- gustaba recorrer las galerías: perdida en salas eternas, canturreando ficar una enciclopedia que revelara la ensoñación colectiva del de dicha, más allá de todos los horizontes, mi amor. Seríamos testigos de propuestas artísticas inconcebibles, mismo delirio, una creación humana que compitiera en belleza y complejidad con los laberintos del tiempoespacio. De esta mane- porque todas las obras intentarían agotar en un vano esfuerzo ra, Borges trazó paisajes, describió habitantes y descifró lengua- sus posibilidades de expresión: una Gioconda sin sonrisa debejes que solo existieron en las desbocadas mentes de un grupo de rá aparecer en alguna escondida sala, un David con taparrabo, intelectuales ocultos y anónimos que se hacían llamar Orbis Ter- quizás vencido por Goliath; aquella marmórea Teresa de Ávila tius, y así, ensayando un idealismo capaz de avergonzar al más gimiendo su barroco aburrimiento en lugar del éxtasis, y así, tal recalcitrante de los idealistas, en el planeta Tlön, ser es —como vez tú me amarías para siempre en la confluencia de los tiempos decía el mismo Berkeley—, ser percibido. O sea, que la realidad que prometen los desdoblamientos de incontables posibilidades. Quisiera creer, al menos, que me amarás en el recodo de cuales aquella que existe solo en la cabeza de quienes la contemplan. Pero no conforme con esto, los pensamientos mismos, a fuerza quier laberinto, en algún mundo improbable, para siempre. Tropo de repetir una fantasía, van creando objetos que aparecen en la realidad extensa. Así, la insensata aunque hermosa Tlön repreN. senta un atrevimiento inaudito, una grosería celeste, una creación humana que pretende enmendarle la plana al verdadero BORGES, Jorge Luis, (1989) Ficciones, Argentina, Emecé Editores. Creador, y que seguramente provocará una sonrisa complacienMarién Espinosa Garay (Monterrey, NL, 1953). Maestra te en el rostro de los ángeles, si es que en verdad están los dioses en Estudios Humanísticos y Licenciada en Ciencias Huen algún rincón de los espaciotiempos. Pero no quiero pensar manas. Primer Lugar Premio FIMPES 2012 a la Innovademasiado en esto, no quisiera admitir que este Tlön parece tan ción Educativa. 1er. lugar concurso de cuento Como el familiar, tan similar al ciberespacio posmoderno… mar que regresa (2000), 2do. lugar Premio FIMPES 1996 Y peor todavía, este universo de artificio, relatado en el Oncea la investigación educativa. Finalista en la XXVIII edición no Tomo de una inaudita Encyclopaedia… ¿resultará tan risible “Cuentos Lena”, Pola de Lena, Asturias, España (1991), Prepara las deidades como cualquiera de mis teorías, la Cuántica, las mio Sor Juana Inés de la Cruz 1990. Docente y responsaCuerdas —ya sean bosones o fermiones—, la Supergravedad en ble de la Coordinación de Humanidades en la Universidad dimensiones múltiples o la ansiada Teoría M Unificada? La Salle Cancún. Correo: marien46@hotmail.com Es verdad —y en esto Borges y Einstein estaban de acuer-

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e n c u e n t r o

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f i l o s o f í a

Wolfgang Lettl. La transfiguración.

La libertad de una paloma en vuelo Héctor Hernández

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ientras una pareja de novios contempla extasiada el esplendor de un místico e inusualmente cautivador atardecer que hipnotiza con sus joviales colores, el vuelo de una robusta y soberbia paloma blanca irrumpe abruptamente en aquel paisaje y distrae ineludiblemente su mirada, arrastrándola hacia la dirección de su trayectoria durante escasos segundos. Sorprendidos por la aparente arrogancia de la paloma, los novios intercambian simultáneamente miradas de asombro y, después de conectarse en la complicidad de un breve silencio, comparten una incipiente sonrisa contagiosa, que rápidamente se transforma en una risa incontrolable de intensidad creciente. La lectura común que hicieron los novios de la interrupción irreverente de la paloma fue un mensaje de libertad irrestricta: “No me importan en absoluto sus conexiones cósmicas con la naturaleza, yo tengo la libertad de sobrevolar por aquí justo ahora, aunque eso signifique desconectarlos del éxtasis de su experiencia mística con el atardecer o privarlos de cualquier otro pensamiento íntimo ajeno a la admiración de mi plumaje o de mi peculiar forma de volar.” Una paloma en vuelo se ha erigido como el símbolo internacional de la libertad. ¿Por qué no habría de ser así? Acumuladas en una esfera abstracta, el conglomerado de las posibilidades de dirección del vuelo es tan generoso que alberga mucho más opciones de las que la paloma y toda su descendencia podrían jamás agotar durante su vida. El momento preciso para emprender el recorrido se presenta como una elección totalmente libre de entre una gama infinita de instantes posibles. La trayectoria trazada en el vuelo puede retorcerse de ilimitadas formas para alcanzar el mismo destino, pero resulta que el lugar de destino también admite ilimitadas posibilidades provocando una inmediata dilatación de la esfera de caminos transitables que en su expansión logra hospedar a un gigantesco conjunto que supera al número de átomos del universo conocido. Por si fuera poco, la paloma no depende de artefactos fabricados por el ser humano para recorrer a su antojo los sinuosos caminos que parece construir ante sí en cada paso, ha demostrado su autonomía plasmando en el aire sus siluetas desde tiempos remotos que se anticipan a la existencia humana y sus ejecuciones presumen de seguir siendo independientes de la tecnología y el avance científico. No extraña que una paloma en vuelo sea capaz de capturar el evasivo concepto de la libertad y que los seres humanos se apropien de ese símbolo para anunciar los múltiples destellos de las virtudes que implica el valor de ser libre. Sin embargo, los destellos de la libertad no son tan brillantes como parecen verse a través del vuelo de la paloma. Muchas sombras emergen del denso y obscuro escondite de las sutiles

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atenta

cavilaciones críticas de la libertad y éstas opacan y atenúan seriamente el brillo de los destellos. Desde el refugio de la oscuridad de las sombras se observa con claridad el escenario iluminado por el abanico de luces. En cambio mirando desde la luz, la oscuridad oculta las fronteras que distinguen la identidad de un objeto de los que lo circundan e impide reconocer los peligros latentes detrás de las siluetas apenas perceptibles, bañadas por el gris intenso de las sombras. Pero ¿qué guía podrían ofrecen las sombras para penetrar en una convivencia confidencial con el discernimiento de la libertad del vuelo? Para empezar, no todo escenario de la atmósfera del orbe terrestre abre sus puertas para consentir cordialmente el vuelo de una paloma blanca, la Antártida por ejemplo se reserva el derecho de admisión y decide excluir esa posibilidad. Así que el vuelo no es universal, se circunscribe a ciertas vías transitables del planeta, aquellas donde el clima, el tipo de alimento y el tipo de compañeros vegetales son hospitalarios con la existencia y subsistencia de las palomas. La altura a la que se le permite acceder no es arbitraria, está limitada por la atmósfera misma, el viento y las nubes, por mencionar algunos guardias restrictivos. La ley de la gravedad rige tanto la estancia como el vuelo sin perdonar su influencia un solo instante. La paloma no puede elegir a cualquier animal, ni siquiera a cualquier ave, para reproducirse y lograrlo, se lo prohíben las celosas reglas mendelianas de la herencia, tampoco puede elegir libremente cualquier vegetal y comérselo sin que proteste en voz alta la constitución de su organismo. Las condiciones de salud y fuerza de las alas y del organismo en general de la columba ejercen un enorme poder de disuasión prácticamente imposible de transgredir. La presencia de depredadores y peligros inminentes instalan cerrojos a numerosas puertas anchas de posibilidad y suelen dejar abiertos pocos y estrechos senderos, coaccionando las decisiones con márgenes de escasa longitud. Si persistimos en seguir escarbando en el profundo pozo de las sombras, corremos el riesgo de despintar la invisibilidad de las barreras de la jaula de la paloma antes de tocar el fondo, dejando al descubierto su cautiverio, previamente imperceptible, custodiado por la solidez de las barreras develadas. Sin embargo, ¿es realmente deseable romper, o al menos estirar, éstas y otras barreras que obstruyen el crecimiento de la libertad del vuelo de la paloma? A fin de capturar la ágil y escurridiza respuesta, traslademos la cuestión al camino de la libertad humana. ¿Debería haber límites en la libertad del hombre, o lo mejor es hacer todo lo posible por alcanzar una libertad cada vez más rolliza y robusta con una eterna expansión en mira? Alimentar demasiado nuestra libertad, dejará con hambre la libertad de otros. Y entre más se robustece la libertad de los que nos rodean, más se estrecha la nuestra. Por ejemplo, no tengo libertad de elegir lo que quiero escuchar porque los demás tienen libertad de expresión. No tengo libertad de decidir el tipo de indumentaria que se me antoja observar en la gente que tran-

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sita por la calle debido a su libertad de seleccionar su atuendo acorde a su muy íntimo gusto. En esto, sin embargo, parece que encuentro un recordatorio consolador tan valioso como el oro: mi propia libertad de elegir mi atavío personal. Para mi infortunio, el valor del consuelo resulta ser de pirita, pues pronto me doy cuenta que desde la niñez y al menos en la primera parte de la vida adulta, prácticamente todos somos sometidos, con escasa mesura, a la imposición de los gustos y costumbres procedentes de nuestros precursores circundantes hipercríticos. “Ah —me objeto a mí mismo— pero llega el momento de independencia que nos conducirá por fin a la tan ansiada libertad de cubrir nuestro cuerpo de tantas formas y colores como nuestra fértil imaginación nos alcance.” Pero despierto y me doy cuenta que otra vez mis sueños me han engañado: nunca llega ese momento. Mis recursos de tiempo y dinero disponibles restringen las opciones reales a unas cuantas, escondiendo varias posibilidades en un horizonte tan lejano que me impiden, incluso, dirigir mi pensamiento hacia ellas. A su vez, las limitaciones de las dimensiones y modelos asequibles encogen el abanico de las posibilidades. Al final elijo una o dos de entre una modesta diversidad de opciones pensando que vivo un escenario privilegiado ataviado por la fortuna al tener tantas alternativas, sin percatarme que fueron otros los que decidieron qué opciones presentarme y sin estar consciente que, con frecuencia, elijo de entre ellas, no lo que más me gusta, sino lo que menos me disgusta. De hecho, no tengo libertad de comprar y vender lo que mi imaginación me permita concebir porque me reprimen las leyes de la oferta y la demanda. Además, entre mayor libertad tenga alguien de hacer lo que desee a otro ser, humano o no, menor libertad de reacción tendrá tal ser ante lo que le hagan. Un precio alto de hacer crecer la libertad de alguien es la invasión de la privacidad de los que le rodean. Si tengo la libertad de conocer lo que dices en cualquier momento, no tienes privacidad de habla. Si tengo la libertad de ver lo que estás viendo, no tendrás privacidad en tu visión. Entre más espacio ocupe mi libertad, menor espacio quedará para la tuya. De hecho, la amplia libertad que puede tener una persona con autoridad puede llevar a una persistente arrogancia engendrada por el amplio poder de decisión que suele incidir en vidas ajenas y el grado de autoridad suele ser acompañado frecuentemente por un permiso para una creciente invasión de la privacidad de otros. La pareja de novios mencionada en la introducción reaccionó con una generosa risotada ante la arrogancia de la paloma, como quizás lo harían ante la conducta traviesa de una hija pequeña, pero la gran mayoría de la gente reaccionaría de una forma mucho menos festiva ante un recorte no autorizado de su privacidad. Ahora bien, ¿no sería deseable que todos hagamos crecer nuestra libertad al mismo tamaño? En ese caso no habría jerarquías ni subordinaciones ni diversidad. No solo los padres podrían decidir qué ropa se pondrán sus niños, sino que los niños tendrían que decidir con igual oportunidad lo que ves-

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tirán sus padres. No solo se extinguirían las direcciones de las empresas, y no habría ayudantes o asistentes a la orden de un más experimentado guía, sino tampoco habría espacio para profesores, autoridades o reglas satisfactorias suficientes para preservar el orden. El juego de luces y sombras que rodea a la libertad presenta, entonces, una perspectiva doble del vuelo de la paloma. Desde la luz, la libertad es envidiable y su maximización es tan virtuosa que es prácticamente obligatoria. Pero desde las sombras, la libertad es aparente, desde allí se tornan nítidos los límites y se pintan de color firme los muros, invisibles desde la luz, que señalan las restricciones, con frecuencia protectoras, que se imponen irrevocablemente sobre la blanca protagonista y su viaje. Peor aún, se manifiestan los rasgos naturales, libres de maquillaje, del semblante de una libertad dilatada y en desmedido crecimiento: arrogancia, creciente invasión de la privacidad de otros, detrimento de la libertad de los demás, irreverencia hacia las reglas y autoridades aunque éstas sean justas (lo cual termina produciendo heridas irreversibles en la callada armonía de la convivencia y el orden). Pero probablemente la más insidiosa y marcada facción, no denunciada antes, es la ambiciosa búsqueda de ilusiones egoístas disfrazada de interés legítimo en el mayor bienestar social generalizado. Por ello, la paloma ama tanto la libertad sana como los límites que custodian su protección, sabiendo que una infundada alteración, por defecto o por exceso, de las fronteras de la libertad de su vuelo puede alterar la muy susceptible balanza que resguarda su valor. Tropo

Héctor Hernández Ortiz (México, D.F.). Individuo polifacético (licenciado en actuaría, licenciado en matemáticas, maestro en filosofía, doctor en filosofía de la ciencia y doctor en educación) que escribe solo por gusto con la optimista esperanza de despertar en algún corazón preparado la convivencia confidencial con alguna letra viva. Actualmente colabora como Jefe del Departamento de Desarrollo Humano en la Universidad del Caribe. Correo: hhernandez@ucaribe.edu.mx


d e v e z e n

cuento

Monedas Vanessa Saint Cyr

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i padre y yo caminábamos de la mano por una calle de la colonia del Valle. Por alguna razón necesitábamos cambiar monedas grandes por una fracción menor. Las tenía sobre su palma y a toda persona que pasaba a nuestro lado le alargaba la mano. Desde mi estatura no podía ver el monto de las monedas ni cuántas había. La gente negaba con un movimiento de cabeza o simplemente pasaba de largo. Durante toda una cuadra nadie se detuvo, nadie hizo el intento de meter la mano en el bolsillo o buscar dentro del monedero. Yo veía a mi padre con el cielo como escenario y de repente cambiaba la mirada a las personas que se aproximaban, deseando que alguna aceptara cambiarnos las monedas y la búsqueda terminara. Al subir la banqueta de una tercera cuadra, solté su mano con disimulo. Él no bajó la mirada, pero guardó su mano en el bolsillo del pantalón hasta que el brazo le quedó estirado. Un hombre mayor caminaba en dirección contraria, llevaba corbata y zapatos brillantes. Ésta vez mi padre no habló, simplemente alargó el brazo e hizo sonar las monedas como señal. El viejo titubeó, se palpó los bolsillos del pantalón y finalmente negó con la cabeza lanzándome una mirada compasiva. Fruncí el ceño y le dije a mi padre que quería regresar, aunque no sabía realmente a dónde. Estamos pidiendo limosna, presentí, estamos pidiendo limosna aunque tengamos la piel blanca y la ropa limpia. Recuerdo que le pregunté por la urgencia de las monedas y él solo contestó que necesitábamos conseguir ese dinero, así que continuamos la marcha separados por el aire. No podíamos estar pidiendo limosna, eso lo hacen pobres y mendigos. ¿Qué hacíamos? Había algunas tiendas de abarrotes abiertas, también había un viejo zapatero que invadía la calle con

zapatillas de mujer dispares, algunas botas y olor a pegamento barato, pero no le alargó la mano a él, ni se metió en las tiendas. ¿Qué hacías entonces, papá? En la esquina reconocí a una niña de mi clase que iba al colegio con el cabello grasoso pegado al cráneo y el uniforme sin planchar, pero tenía buenas notas. Al reconocernos, ambas sonreímos penosamente. A su lado había un par de señoras, una de ellas, su madre, platicaba y reía a carcajadas. Al percatarme de que mi padre se dirigía a ellas, me detuve, él siguió y las interrumpió con el tintineo de su palma. Ambas estiraron el cuello para ver el hueco de su mano y después miraron al hombre alto y apuesto que comenzó a mover los labios. Buscaron en las bolsas de sus delantales abultados por los senos y el vientre y cada una soltó una moneda dentro del hueco, pero no recogieron nada a cambio. Él sonrió y me dijo con orgullo que era hora de irnos. Camino a ningún lado me explicó que los actores debían demostrarse que podían personificar cualquier condición, a pesar de su aspecto. Le pregunté si me había utilizado para eso. –Todos los mendigos lo hacen. Tropo

Vanessa Saint Cyr es escritora y editora. Su literatura, al igual que su vida, está dividida entre narrativa de ficción y cuentos para niños. Ha publicado la colección “Cuentos para sonreír” que incluye: Una sonrisa despeinada, Cecil se cambia de casa, Vamos a buscar lunas, Marielle cuando sea grande y Pechuga, lechuga, el gato vegetariano. Su novela se titula Ventanas que dan al mar, (2011). Desde el 2009 vive en Cancún donde ha creado y expandido sermamaencancun.com, comunidad digital de mujeres y mamás para disfrutar de la crianza y de la vida en el sureste. Su segunda novela Tocar Puerto pronto atrapará los ojos de sus lectores.

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E n t r e v i s t a

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L ó p e z

C o l o m é

El mundo de la literatura lo va salvando todo René Vera La poeta, ensayista y traductora Pura López Colomé —ganadora del prestigioso Premio Xavier Villaurrutia en 2007 y del Premio Nacional de Traducción de Poesía en 1992, entre otros reconocimientos—, estuvo recientemente en Cancún para dar a conocer su libro Poemas reunidos 19852012 (Conaculta, 2013), un extraordinario volumen que permite acceder a sus doce poemarios publicados a lo largo de treinta años de trayectoria. En la siguiente entrevista, la creadora habla con enorme generosidad sobre su proceso creativo, la importancia de la lectura en voz alta y el papel revelador del ser de la verdadera poesía.

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erteneciente a una familia tradicional yucateca, Pura López Colomé (México, 1952) vivió en su adolescencia dos influencias decisivas para su formación como escritora: por un lado, la figura de su padre —viudo con cinco hijos a cargo, hombre de gran cultura y melómano, que construyó una enorme biblioteca para ellos—; y, por otro, su ingreso a un colegio de monjas en los Estados Unidos, hecho que determinó su “entrada real a la literatura”, donde recibió una educación católica que aparece por todos lados en lo que ha escrito. “No sé qué tendría que ocurrir para cercenar eso. Como dice mi capitán Seamus Heaney: ´si desde chico me enseñaron que los mares se podían abrir y que un pueblo entero podía cruzar por ahí, cómo no le voy a dar crédito a los milagros´. Es un poco esta condición de revelación que tiene la poesía, de epifanía.” Vivía en ese entonces en Dakota del Sur, con un clima bastante extremo, en medio de la soledad “propia de alguien que vive en el mundo de los libros”. En este ambiente produjo sus primeros textos, de carácter escolar, uno de ellos se llamaba Noches en la biblioteca. “Recuerdo que la religiosa que nos daba la clase me dijo: ´esto que estás haciendo es crear, tú estás haciendo un ser nuevo, que tiene vida propia´. No me estaba celebrando, me lo decía de forma objetiva. Amante de la literatura irlandesa, esta maestra se convirtió en mi entrada a las obras de James Joyce, de Samuel Beckett, de escritores contemporáneos”.

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—¿En qué momento de tu vida decidiste tu vocación por la literatura? —Siempre tuve un gusto absoluto por todo lo relacionado con las lenguas (esenciales en mi vida), aunque no es lo único que me gustaba. Y siempre supe también que el mundo de la literatura lo va salvando todo, y te va ubicando en otro lugar, en otro lado. Sin embargo, como modus vivendi esto no se respetaba en mi casa: mi papá, a pesar de ser muy lector y muy culto, no quería que me dedicara a escribir. En mi familia no hay escritores. Y ante la pregunta clásica “de qué vas a vivir”, contestaba: pues viviré como se pueda, pero yo quiero ser lo que quiero ser. Publicó sus primeros textos —poemas, ensayos, crítica— en el suplemento sábado del periódico unomásuno (de los más importantes de la época) que dirigía Humberto Batis, de quien era alumna en la carrera de Letras Hispánicas en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Ahí tuvo maestros excelentes, entre los que se encontraba Antonio Alatorre, cuyo magisterio era considerado por ella como un lujo. —Háblanos de tu proceso creativo. ¿Cómo escribes? —Creo en la inspiración, que puede venir de muy diversos caminos. Puede proceder de un sonido equis, de una música que te lleva a otra, que te lleva a otra, que te lleva a otra y que deriva en un verso que comienzas a repetir. Puede venir de una conversación escuchada a través de una pared, en tu propia casa, en un hotel. Tengo una disciplina de trabajo más


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o menos seria: toda la mañana, siguiendo un orden práctico (pues mis hijos iban a la escuela en la mañana, y me tuve que hacer una persona diurna luego de ser nocturna). No escucho música mientras leo (pues ambas cosas no pueden convivir: una se subordina siempre). Necesito silencio para trabajar, y me gusta, digamos, estar así. No se puede hacer nada mientras se está haciendo eso, no me distraigo. Leo y escribo todo el tiempo. Trabajo mucho lo que escribo, puede o no notarse, pero mis textos están trabajados. Leo cinco horas diarias, más una hora de lectura en voz alta, mínimo, que aprovecho para leerle a mi marido: él lee a través de mi voz. En la lectura en voz alta se revela todo, las faltas de afinación, las equivocaciones rítmicas que pueden tener un poema y un texto en prosa, la torpeza estilística, la falta de cuidado, todo eso sale en voz alta. Es la única manera. Siempre recomiendo eso: cuando creas que un texto ya está, pásalo por la prueba suprema de la lectura en voz alta. Ahí te das cuenta de tus repeticiones, del trabajo que debe hacerse. Ahora, no todo puede leerse en voz alta porque lleva mucho tiempo, pero si estás verdaderamente dedicada a eso, tienes que hacerlo. Yo lo hago de manera obsesiva. Leo una cosa una y otra vez, hasta que me convence. —¿Cómo definirías tu poesía? —Es una necesidad de introspección, yo pienso. Eso fue en un principio: querer buscar el porqué de ciertas cosas, qué sentido tiene tu vida en el esquema, y por qué cada persona tiene su propio mosaico interior. Siendo tan diferente una de otra, hay

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una zona que cuesta trabajo descubrir para conectarte con los demás. En un principio era eso, y una búsqueda de Dios, desde luego. Pero siempre tuvo que ver con la palabra, no con los temas. Entonces, es introspección, pero también la vía para que algo más allá de mí se exprese. Yo creo que ya no es el tema de la muerte, de la vida per se o del amor, o del camino de búsqueda personal, sino ese poder de la palabra donde tú intervienes para que eso se vaya expresando, un poco como el lenguaje del sueño, que realmente es una verdad tangible. No es una cosa que el subconsciente proyecte, es una realidad concreta. Digamos, en esa búsqueda estoy con la palabra. En el cómo lo dice el poema; en el poder decir; en el que al decir, algo se manifiesta. Como decía Eliot (otro de mis faros múltiples): lo que importa en el poema no es lo que dice, sino lo que es. Eso que es ahí. Escribir es encontrar el monte de las musas personal, el porqué de la palabra. Escribir no tiene un sentido práctico —escribir para tal cosa, para dar consuelo—. Escribir no es en sí misma la cosa. Por ahí dice Heaney en su primer libro —Muerte de un naturalista (1966), en el final del poema “Helicón personal”—: … Rimaba / para verme a mí mismo, para desencadenar el eco de la oscuridad. Hay algunos libros que he publicado en los que está más claro eso y hay otros que son pura búsqueda. —¿En cuáles de tus libros se ve más claro? —Siempre se compromete uno con el último libro que ha publicado. Digamos, yo veo mi camino literario como una evolución. No soy de esos poetas que desde un principio ya eran

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e n t r e Rilke. Yo tengo un camino más evolutivo. He tendido casi siempre al poema largo pero también tengo momentos en que no. Y ese último fue un esfuerzo de mi parte para definir más esos dos caminos y ceñir la expresión lírica. Entonces son poemas más cortos; por eso, creo que se acercan más a la compañía de la música como creación, lo que tiene el lieder. Pero también tienen el otro registro largo, poemas en los que se cuenta algo, como decía Borges: cantar y contar. Lo que pretendo es que uno no quite al otro, que no haya uno que domine más. El ideal

Diálogo en las cenizas Pura López Colomé ¿En qué página de qué diccionario se esconde la definición de este misterio, en qué párrafo de qué divina narración, en qué ficción que aterre desgañitándose: hay una gran oscuridad en el claror de la belleza, hay oscuridad que encierra, que bajo el seudónimo de soledad ha forjado y se ha tragado la llave? ¿En qué canto de pájaro de la antigua Alhambra, en tonos arábigos, hebraicos y latinos, de selvas rumorosas o de grabados a punta seca de altos vuelos se esconderá el eco de quienes bordaron su mortaja a tiempo a cambio de una eternidad plena de sílabas, diptongos, hiatos? De Santo y seña (2007)

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sería ese: que los dos estén de la mano. Es difícil de lograr. Porque el poema narrativo, en el que distingues algo que se cuenta, te puede llevar hacia la pérdida de ritmo y derivar en la prosa escrita, que no está mal, pero es algo que yo cuido mucho. “La letanía en el huerto”, es, por ejemplo, una prueba del colado, un intento rítmico libre, que tiene la metáfora en el centro desde luego, pero que lo puedes reducir, ceñir al máximo en una estrofa abiertamente lírica y hacer de eso un estilo, hacer de eso como una nueva forma poética. Formada en la mejor tradición de la literatura anglosajona, con Shakespeare —“uno de mis faros”— y Emily Dickinson, Elizabeth Bishop, Marian Moore y Fanny Howe —sus “faros más tempranos”—, Pura López Colomé reconoce que su acercamiento a los autores mexicanos fue tardío, entre ellos Alfonso Reyes y Francisco Cervantes. Sin ser seguidora de alguna escuela —“como muchos de mis contemporáneos que sí son de la escuela de Octavio Paz, de la de José Emilio Pacheco o de la de Eduardo Lizalde”—, la escritora menciona algunos nombres de su generación, entre ellos a Francisco Hernández, con el que se identifica y al que respeta “de la A a la Z”, a Eduardo Milán, “extraordinario poeta a quien conozco de toda la vida”; y resalta su identificación profunda con Coral Bracho y Tedi López Mills, “una de mis mejores amigas”. Destacada traductora —del inglés principalmente, pero también del alemán—, recibió en el 2009 el Premio Linda Gaboriau, otorgado por el Centro para las Artes de Banff, en Canadá, por sus versiones de poetas del siglo XX: Seamus Heaney, T.S. Eliot, Emily Dickinson, Gertrude Stein, Rainer Maria Rilke, Bertolt Brecht. Al hablar de sus inicios en la traducción afirma: “Los recuerdo como una especie de angustia porque estaba perdiendo mi idioma. Una monja me dijo un día ´si te gusta tanto Emily Dickinson, ¿por qué no intentas traducirla? Para que no se te escape tu lengua´. Entonces empecé a jugar con uno de sus poemas y lo traduje de manera muy burda, sin la música y sin la forma que ella tiene.” “Encontré ese poema, el 1302 de Dickinson, años después en Irlanda, cuando conocí a Barrie Cooke, un pintor amigo íntimo de Heaney. Lo tenía grabado en el muro de la entrada de su estudio. Es increíble cómo te va llevando la vida. Yo soy una convencida de que la vida tiene un diseño.” Tropo

René Vera (Mérida, Yucatán, 1982). Se establece en Cancún en 2005, tras sucesivas residencias no consecutivas durante 20 años. Ha tomado el taller literario de Joaquín Bestard Vázquez, el de Narrativa de Miguel Ángel Meza, y los de poesía de Ramón Iván Suárez Caamal.


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cuento

Home David Anuar González Vázquez El lugar que habitamos, sin importar dónde nos encontremos, es siempre esta zona intermedia, el lugar del anfitrión y parásito, ni dentro ni fuera.

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oming, almost coming, coming home. SEND. Cerrarás la pantalla luminiscente, apagarás el equipo; empacarás. Darás vueltas en la cama, nervioso, con los intestinos tal cual manglares que penetran la constelación nocturna del mar. Insomnio. Despertarás sin haber dormido. Una vez más. SEND: Coming back, back today. Cerrarás la pantalla luminiscente, apagarás el equipo; cargarás las maletas; cerrarás esta puerta, esta casa, esta ciudad por última vez. No olvidar: la llave no es tuya, es de alguien más. (Ser un tipo distinto de criatura, ¿ha cambiado algo? Coming back, back to where?). Llegarás al lugar de los aviones, de las intersecciones, de tu regreso. Esperarás, esperarás, esperarás; recordarás la arena, la arena del mar: un mar de remembranzas. Montarás una nube de metal, cabalgarás sobre el velero de tus pensamientos, mientras ves la tierra firme quedar atrás: fina, delgada, dispersa, casi nada. (Hace cinco años. Cinco años de libros, de bibliotecas, de vivir lejos, en la nación de las letras.) Abrirás los ojos: “Welcome to Cancún, enjoy your visit”. Not coming back, back already. SEND. Saldrás a la selva de tus recuerdos, indagarás en el rostro de la ciudad: algo en tu memoria se fracturará como un junco mecido por el viento de un huracán. Bajarás del taxi y reconocerás la casa de tu madre, un pequeño departamento en el tercer piso de unos viejos condominios en el down-town. No tocarás a la puerta, usarás las llaves, las mismas que calentaras bajo tu pecho en las mil estrellas de tu éxodo nocturno. Subirás peldaño a peldaño, con tus maletas terrosas de pasado, y sudarás como sudabas antes de salir a las naciones de la Tierra. Y tu gozo no será cumplido, pues tu corazón estará perdido en el limbo de una travesía, cuyo inicio y final son difusos como la espuma del oleaje. Besarás a tu madre, y la amarás como siempre la has amado,

J. Hillis Miller desde el cordón umbilical hasta el abrazo de las últimas vacaciones. Dormirás bajo el techo de tu infancia, y sufrirás el bombardeo nocturno de otras pesadillas. (Egipcios, babilonios y filisteos, me aserruchan, me segmentan, y mi coraza se vuelve un retazo ensangrentado por sus heridas: en cáliz de tortuga se amalgaman nuestros rizomas en una fornicación homicida, suicida). Despertarás y andarás de un lugar a otro, sin entender, entenderás la ausencia en tu propia arena: Wol-Ha, Cinemas Tulum, las avenidas sin tráfico, poder caminar sin tener una laguna de angustia en la garganta, en el estómago… Transitarás a lo más íntimo, y no habrá amigos, tampoco la solitaria playa donde saltaran delfines de marfil y plata, donde besaras los primeros labios, los primeros muslos. Tu blanca arena será la ceniza de mil cigarros turistas. Tus sagradas junglas se precipitarán a la miseria: infinitas casuchas de desarrollo popular, megalómanos spas, vorágines hoteleras… Andarás de un lugar a otro, con tu rostro entre las manos, o quizá colgado del armario itinerante de tus sueños. Llegarás a casa, y tomarás tu cuaderno de notas, y escribirás, con la tinta china que compraras en otra parte del mundo, un gran signo de interrogación: where is home? SEND. Tropo David Anuar González Vázquez (Cancún, Quintana Roo, 1989). Licenciado en Literatura Latinoamericana por la UADY. Corrector de estilo de la revista Temas Antropológicos. Fue becario del PECDA Quintana Roo (2012-2013), categoría Jóvenes Creadores. Autor de la plaquette de poesía Erogramas (Catarsis Literaria - El drenaje, 2011). Radica en Mérida. El cuento que aquí se publica recibió el primer lugar en el Concurso de Cuento Corto Juan de la Cabada 2011, organizado por la Secretaria de Cultura de Quintana Roo a través de la Casa de la Cultura de Cancún, el Taller de Creación Literaria Surgir y la revista La Pluma del Ganso. Correo-e: gonzo0622@hotmail.com

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M a u r o

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Que Cancún trascienda a través de sus letras Miguel Meza y René Vera A sus 32 años, el cancunense Mauro Barea es hoy una de las voces jóvenes más empeñosas y prometedoras de la nueva generación de escritores locales. Con tres novelas escritas, una de ellas publicada en España —El colapso del tiempo (que va en su segunda edición)—, una a punto de salir a la luz —El retorno de Zamná (finalista en el I Premio Hispania de novela histórica, celebrado en Madrid)—, otra en proceso de edición —Corazón del cielo (sobre el huracán Gilberto)—, más un compendio de relatos —Ciudad de ninguna parte (cuentos fantásticos con Cancún como protagonista)—, Barea ha encontrado ya el camino del reconocimiento local y ahora busca proyectarse hacia ámbitos nacionales, lo cual empezó a ocurrir en marzo de 2013 con la presentación de su primera novela a cargo de Hernán Lara Zavala en la Feria del Libro del Palacio de Minería.

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COMO UN CUENTO DE HADAS ara Mauro Barea (Cancún, 1981), el reconocimiento como escritor vino del extranjero. Fue cuando una editorial española, “Niram Art”, presentó El colapso del tiempo en Madrid en septiembre de 2012 luego de haberse encontrado con el manuscrito meses antes en el sitio web del joven y seleccionarlo como parte de su programa de publicaciones de autores latinoamericanos. Fue un golpe de suerte que Mauro ya no esperaba, e incluso pensó que se trataba de una broma. Había sido rechazado al inicio por todos aquellos en Cancún, Chetumal y Mérida a quienes les mostró el manuscrito, y estaba resignado a que no se le tomara en cuenta en su terruño. De pronto, esta editorial española en desarrollo no solo le hacía una presentación en forma sino que le extendía un contrato

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para hacerse cargo de sus futuros trabajos. “Estaban dispuestos a trabajar conmigo con una propuesta de editar las otras novelas, incluyendo El retorno de Zamná y El corazón del cielo, además de traducirlas a otros idiomas”. Para llegar a este momento, Mauro había pasado por periodos de incertidumbre no solo acerca del valor de su trabajo sino sobre su propia vocación como escritor. Licenciado en administración de empresas turísticas por la Universidad La Salle —carrera que estudió por tradición familiar (pues la vida de su padre ha sido la hotelería)—, había decidido no trabajar en la industria turística debido a las jornadas extenuantes y absorbentes del sector; y quería abandonar ya su trabajo en una empresa de telefonía celular —donde laboraba diez horas diarias resolviendo problemas ajenos— para dedicarse a escribir, lo cual hizo empujado por las exigencias de promoción de su editora en España.


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Fotografía: René Vera Contreras

Actualmente se da el lujo de dedicarse solo a la escritura, pues ha dejado ya su trabajo en aquella empresa, con cuya liquidación sobrevive en una especie de año sabático. “Decidí embarcarme en este sueño personal que persigo desde hace mucho tiempo y he dejado por el momento de laborar hasta que vuelva la necesidad económica. Ahora, de hecho, estoy terminando la cuarta novela”. EL COLAPSO DEL TIEMPO, ENTRE EL APOCALIPSIS Y EL CAMBIO DE CONCIENCIA Publicada originalmente en su primera edición como 2012. El colapso del tiempo, el título de la novela se modificó en la segunda por razones de mercado, pues ya no resultaba atractiva la fecha, si bien este año emblemático no es tema central en la obra sino una especie de cambio de conciencia a partir de las profecías mayas. “Aunque la novela habla

de fechas en concreto, en lugares específicos, yo creo que el mensaje principal es mostrar a Cancún y sus personajes cancunenses con un protagonismo en el cambio de conciencia”. Mauro Barea admite que la novela contiene escenas apocalípticas relacionadas con la expectativa creada por la fecha —interpretación contemporánea de las profecías—, pero también deja claro que quiso rescatar la intención real de los mayas: que era indicar el término espiritual de un ciclo, y el inicio de otro, de meditación, de redención, de cambio de conciencias. Reconoce que en 2006 —mientras escribía la novela— también abrigaba expectativas sobre algo más evidente en el cambio de conciencia según las profecías —“aspecto explotado por la industria editorial norteamericana al sacar de contexto completamente la cultura maya”—, y que de alguna forma sufrió un desencanto. “Constaté que el cambio era subjetivo, algo mucho más intrínseco, propio de cada quien, y para eso debía servir esa

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fecha: para concientizar el momento de la historia en que estamos parados, para ver miles de años atrás a estos mayas clásicos que nos dejaron esto y apreciar esa cultura y maravillarnos”. Con un interés indeclinable hacia la civilización maya, toda la obra de Mauro se ha relacionado hasta el momento con este contexto, si bien no ve en esta producción un proyecto literario consciente a largo plazo, sino más bien una formación, un compendio de experiencias vividas a lo largo de la vida. Sin duda hay admiración y respeto: “Hay un respeto a la cultura maya, un esfuerzo por comprender esa verdad histórica de que estamos en una zona de cultura increíble con la cual se puede intentar una recreación a nivel literario”. Uno de los episodios más espectaculares de El colapso del tiempo es la aparición del laberinto maya y la leyenda del inframundo. Barea refiere que tomó la idea de un investigador de la Universidad de Madrid que analizó a fondo las leyendas de Oxkintok, lugar cercano a Maxkanuk, donde se habla de la leyenda contada por los habitantes del pueblo, principalmente los ancianos. “Yo conocía Oxkintok por documentales y sabía que es el único laberinto que se hizo en la antigüedad para tal propósito: lo que llaman un perdedero. John Lloyd Stephen y Frederick Catherwood lo descubrieron al llegar aquí y vieron que su objetivo era perder a la gente; y luego se conoció la leyenda sobre el camino al inframundo. Lo demás en mi novela es fantasía. Dije: vamos a hacerlo en este lugar, vamos hacer que los personajes entren”. EL CANCÚN LITERARIO CASI NO EXISTE Su deseo de recrear literariamente la zona abarca por supuesto Cancún. El novel creador considera que el haber nacido en Cancún le da una conciencia de pertenencia al lugar que no poseen los escritores que llegaron adultos —incluso los pioneros— y le ha permitido explotar literariamente la ciudad desde dos enfoques: el realista y el fantástico: “ninguno que escribe llegó con el proyecto Cancún ni ha profundizado novelísticamente en la ciudad como yo, ni en escenarios urbanos ni en cómo se mueve un cancunense”. Su intención es muy clara: desea que Cancún trascienda en el mundo a través de sus letras y no solo como un destino turístico de fiesta y playa: “creo que si a Cancún ya lo conocen internacionalmente debería ser fácil dar a conocer un libro que hable sobre la literatura cancunense”. Reconoce que es difícil porque la imagen del Cancún turístico es muy fuerte: “me apena mucho ver que es una ciudad que literariamente hablando casi no existe”. Por eso se ha propuesto que Cancún como personaje aparezca en sus cuentos, compilados en Ciudad de ninguna parte, donde la ciudad cobra vida, sale en primer plano, y los personajes, pese a su protagonismo, dependen de la ciudad, que es la que hace que ocurran cosas: “hay un relato en especial sobre los suicidios, Bajo el ventilador, que habla de una persona que se deja atrapar por la ciudad, que lo hizo miserable y lo lleva al punto de desear colgarse del ventilador mientras él se pregunta si hay posibilidad de una segunda oportunidad”.

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UNA FORMACIÓN SUI GENERIS COMO LECTOR Y ESCRITOR Formado como lector en la tradición de la cultura popular mexicana —se leyó, por ejemplo, toda la colección de Memín Pinguín—, Mauro tuvo la fortuna de contar en la secundaria con un profesor sensible (Antonio Albornoz) que lo encauzó hacia los clásicos: desde el Mio Cid y las Novelas ejemplares de Cervantes hasta Sor Juana Inés de la Cruz y Garcilaso de la Vega. “Este maestro además nos obligaba a escribir bien, sin faltas de ortografía y nos corregía. De hecho, nos motivó a hacer en una libreta una antología donde copiábamos fragmentos de las Églogas y poemas del Siglo de Oro español, con lo cual entendí las etapas de la literatura, y al mismo tiempo me fui haciendo una idea de que yo podía escribir”. El primer libro moderno que Mauro leyó fue la novela Programado para matar de la escritora chetumaleña Lilí Conde (a quien conoció durante una conferencia de la autora en la secundaria donde aquél estudiaba), y el escritor que cambió su idea de la literatura fue Stephen King. “Comenzaba a ver las películas sobre sus libros y decidí leerlo. Era el boom de la época y a nosotros como chavos nos acercaba a la literatura fantástica, de terror, de aventura”, una tendencia que Mauro ya reconocía como propia. Se encontró justamente con el autor que necesitaba para motivarlo y el libro que le enseñó una didáctica de la escritura: Mientras escribo donde el autor norteamericano cuenta su vida como escritor y cómo llega a serlo prácticamente de la nada, solo perseverando y leyendo: “ahí entendí la importancia de leer mucho y de todo, y de ir armando las historias”. Esa etapa (1996) fue decisiva para iniciar a escribir en forma. Empezó a llevar un diario donde consignaba sus vivencias sobre el huracán Gilberto y donde anotaba los datos que obtenía de su indagación, preguntándoles a sus papás qué había pasado, haciendo investigación de campo, revisando los periódicos de la época. “Sin saberlo yo, me estaba formando en una metodología y eso se iba a convertir en una novela: El corazón del cielo”. También se formó una disciplina para escribir, no en cuanto a la hora del día, sino en cuanto a la producción de palabras: un promedio de dos mil al día. “Ahora que tengo un proyecto de novela, trato de no bajar ese promedio. Así, mínimo, mínimo, los días que me pueda sentir muy mal o con bloqueo, no bajar de mil.” Gracias a esto, además, pudo recomponer totalmente la novela que está a punto de ser publicada, El retorno de Zamná, la primera sobre Gonzalo Guerrero escrita por un cancunense y la apuesta de Mauro a que esa novela aporta una visión dramática del personaje totalmente distinta a lo que se ha hecho, y para la cual se documentó de manera exhaustiva: “es la mayor documentación que he tenido que hacer para una novela, donde indagué lo más que se podía, y llegué hasta los mejores investigadores del tema de Gonzalo Guerrero”. Tropo


El retorno de Zamná (fragmento) Mauro Barea El joven novelista Mauro Barea publicará en breve su segunda novela El retorno de Zamná, que tiene como figura central a Gonzalo Guerrero, el legendario soldado español, padre del mestizaje. A continuación presentamos un fragmento de esta obra, el correspondiente al capítulo 11, donde se recrea el encuentro entre los españoles sobrevivientes del histórico naufragio y los nativos mayas, momento clave que cambiaría el rumbo de nuestra historia.

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spaña. Castilla. Aragón. Nuestro Rey y el Santísimo. Santa María y Sevilla. Palabras. Palabras que escudan el miedo, que infunden la valentía de conquistar, de blandir y abrazar con su espada el mundo. Palabras que murmuraba Valdivia mientras caminaba, palabras que no apagaban el fuego de esa valentía, la misma que expulsó a los moros de Granada, ese coraje de tomar lo que sabe que es suyo sin nada que lo impida por designio de Dios, ese Dios que daba por hecho que su misión en la Tierra era la correcta. El grito de «¡España, Castilla, Aragón, Su Majestad!» acompañaba como un halo de poder, siempre rodeando las bruñidas armaduras de batalla, los cascos y los caballos que pisoteaban los cráneos de la herejía dondequiera que se plantaran a defender los pendones de su Verdad. La demencia del Nuevo Mundo, esa misma que aborrecía Valdivia, le pateaba ahora su propia mente al presenciar lo inimaginable. Todo ese poder contenido en las palabras que se recitaba de memoria, se desmoronó al dar el primer paso hacia aquella miserable choza. Había una enorme roca en forma de plancha, donde yacían los cuerpos de sus dos compañeros españoles, inertes y sin vida ya. El capitán reaccionó con violencia. —¡No, no no! ¡Malditos, malditos salvajeees! ¿Qué habéis hecho? ¡Miguel! ¡Amésquita! Pero la escolta de indios no hizo esperar el golpe, dándole

con la lanza en la nuca. El capitán cayó de rodillas ante sus captores. Los demás no se atrevieron a mover de su sitio, estupefactos ante la dantesca escena que ni en el mismísimo purgatorio imaginarían presenciar. —¡En el nombre de Jesucristo Todopoderoso! —susurró alguien. Un indio gordo, imponente, que a juicio de Gonzalo debía ser el líder, entraba acompañado por ocho hombres sombríos a su lado, todos pintados de rojo y negro en forma irregular por todo el cuerpo. El jefe recorría a los extranjeros con la vista, escudriñándolos de pies a cabeza, sin disimular gestos de extrañeza con esos visitantes. Lucía un tocado de plumas negras abundantes y bastantes collares de caracol, anudados en lo que debían ser dientes de tiburón. Al chocar su mirada con la de él, el indio le sonrió, mostrándole una dentadura con la misma forma colmilluda de quien los había capturado. El otrora grumete segundo tuvo la extraña sensación de que la máscara de la muerte por fin le sonreía frente a frente. Los ocho hombres, al parecer su Concejo, continuaban hablando entre ellos en un lenguaje que resultaba desconocido para los aventureros. Unos minutos estuvieron conversando como si discutieran cosas triviales, hasta que el séquito se separó del gordo. Este dio órdenes al destacamento que los había traído. —¿Qué coño, qué coño estará diciendo? —murmuró Zaragoza, casi a punto de sollozar. —Por la virgen María, ¡nos van a matar! —sentenció Aguilar.

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El desesperado Valdivia forcejeaba como un perro rabioso, fuera de sus casillas y su propio control al ver tanto sadismo, gritando, pataleando, y, a una orden, los que acompañaban al jefe quitaron los cuerpos de la plancha de piedra. Gonzalo se estremeció al verlos: en ese instante supo lo que le iban a hacer al regidor. Separaron a Valdivia del resto del grupo, y lo llevaron directo a la roca teñida de sangre. —¡Oh, Dios! ¡Lo, lo van a matar, en verdad lo van a matar! — gritó Zaragoza. Pero nadie se atrevió a moverse de su sitio. Los belicosos los amenazaban con las enormes lanzas alrededor de sus cuellos, superándolos en número y fuerza. Los indios que llevaron a Pedro de Valdivia a la cama de roca, lo desnudaron con mucho esfuerzo, porque el regidor pataleaba, golpeaba a diestra y siniestra, como poseído por algún demonio rabioso, gritando las palabras que recitaba de memoria desde que los conducían a ese poblado sucursal del Purgatorio: «¡España! ¡Castilla y Aragón! ¡Su Majestad don Felipe! ¡Por su Majestad doña Juana, y el Santísimo a su lado! ¡Santa María y Sevilla!». Aún así, lograron acostarlo en la piedra y cuatro salvajes sujetaron con fuerza sus pies y manos. Aguilar miraba con insistencia la salida de la palapa, pero Guerrero le puso la mano en el hombro, y con la mirada le ordenó tranquilizarse, no era el momento de hacer eso. Tiempo después Gonzalo se preguntaba por qué le había salvado la vida. Era su enemigo natural, la Iglesia, o lo que quedaba de ella, ¿no? Uno de los acompañantes del jefe, portando una túnica negra, aretes y abundantes collares, se acercó a Pedro. Su mirada eran tan pesada, que cuando vio directamente a los ojos a Valdivia, este suspendió de golpe sus gritos, impávido y enmudecido por completo, con la boca abierta. El indio, de globos oculares amarillentos, llevaba en su mano un cuenco, un cuchillo de piedra bastante filoso y lo que parecía una brocha negra. Cuando llegó a la piedra, untó con esa brocha al condenado un líquido rojo, en el pecho y la cara. Pronunció unas palabras, roncas, que parecían salir del propio abismo del infierno, al mismo tiempo que elevaba el cuchillo con las dos manos arriba de su cabeza, y sin más, lo hundió en el pecho del español, que lo vio todo con los ojos muy abiertos, mientras sus gritos permanecían ahogados en el silencio por una fuerza desconocida. El puñal llevó una trayectoria vertical sobre su pecho, emitiendo un sonido asqueroso que producían la piel y huesos partiéndose con singular facilidad. Hizo una pausa de unos segundos,

puso el cuchillo en un costado, y con un movimiento rapidísimo introdujo la mano en la herida, y de nuevo pronunciando palabras cabalísticas, arrancó el corazón de golpe. Venas y arterias reventadas escupían chorros de sangre, haciendo sonidos que no podían creer los hispanos. Valdivia tenía los ojos desorbitados, la boca abierta llena de dolor agónico y silencioso, mirando su propio órgano contraerse y expandirse. Hizo una suerte de «¡Gug!» y no hubo nada más para él en este mundo. El salvaje no dejaba de aullar como un mono, mientras alzaba el corazón del regidor, todavía latiendo, lo acercó a los prisioneros, que como locos intentaban retroceder, volviendo los rostros. Aquel sacerdote, si podía llamársele así, les sonrió con esa boca colmilluda y le tiró una mordida al corazón, todavía caliente y bombeando aire cada vez menos. No podían siquiera parpadear al ver semejante barbarie. Dos de ellos ya estaban desvanecidos de la impresión y Gonzalo, Gabriel y Zaragoza vomitaron lo poco que tenía su castigado estómago. El indio que había sacrificado al capitán, puso el corazón en el cuenco y se dirigió a un monumento de piedra, en el que apenas habían reparado los españoles. Parecía un ídolo de roca negra, llena de sangre seca y moscas, y se dieron cuenta de que allí reposaba un corazón, y una cabeza, de sus otros compañeros que creían haber perdido. ¿En dónde diablos se encontraban? ¿Habían caído del océano interminable, comprobando las teorías antiguas y oscuras, a esas tierras que solo las habitaban monstruos y demonios sedientos de sangre? Eran fantasías, pero lo que acababa de presenciar no era ningún invento. La cabeza le empezaba a zumbar a Gonzalo. Con el de Valdivia sumaron dos corazones, y una cabeza en el altar del ídolo negro. Acto seguido, el mismo salvaje, se acercó al grupo de españoles. Uno a uno, los fue revisando con la mirada, con mucho detenimiento. Cuando fue el turno de Gonzalo, este sintió que la vista del indio era de hielo y fuego a la vez, y tuvo la loca idea de que estaba leyendo sus pensamientos. El sacerdote dudó un instante en escogerlo, pero desistió y pasó al siguiente. A otra orden, Matías, un extremeño, fue sacrificado de la misma manera que su capitán. No conformes con eso, escogieron a otro más, un soldado de la escolta de Valdivia. Gritos y chorros de sangre inundaron la atmósfera de la estancia al repetirse una y otra vez el procedimiento. Cuando los ocho sobrevivientes restantes creyeron que les había llegado la hora, el oscuro indio que gustaba de Otoniel Baruck

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comer corazones humanos ordenó sacarlos de la palapa. Nadie protestó más, nadie forcejeó o intentó escapar. Su destino ya no dependía de ellos. A empujones y patadas, los encerraron en unas enormes jaulas de palos, muy parecidas al bambú. Gonzalo ponía a prueba nuevamente su destino, que según él mismo, controlaba, mientras los indios que pasaban cerca de ellos les gritaban y se mofaban, brincando, cantando y aullando infernales notas que desquiciaban a los condenados. Pero ninguno imaginaba que lo peor estaba a punto de suceder. Y en efecto, la fiesta apenas comenzaba. Cuando el sol se ponía, toda la aldea se reunió en la zona central, muy cerca de donde se encontraban los prisioneros. Levantaron una enorme fogata en el centro, y la prendieron cuando la oscuridad de la noche era casi total. Los indios murmuraban alrededor del fuego; alguien golpeaba cascabeles en algún lado, como si amenizara con el ritmo de la muerte aquella noche. Al poco rato el jefe salió de la enorme palapa, acompañado siempre de su concejo de ocho asesinos. Fue a sentarse en una silla hecha a modo de trono, y sus acompañantes lo imitaron. Frente a ellos colocaron una gran mesa rectangular hecha de palos. Muchos de los nativos contemplaban el espectáculo del fuego desde su propia vivienda. Los ruidos de cascabeles de caracol cesaron poco a poco. Varias mujeres comenzaron a sacar enormes ollas parecidas al barro, humeantes. El olor penetrante de especias desconocidas, acompañado de otro aroma muy extraño, muy parecido al cerdo cocido, llenaron el lugar. El jefe comenzó a comer. De la olla sacó, ante la horrorizada mirada de los españoles, un regordete brazo humano, y comen-

zó a lamerlo con mórbido placer hasta morderlo, masticarlo y comérselo con una mueca de satisfacción. Dijo algo en voz alta y señaló a la jaula donde estaban los españoles, mirando estupefactos, y los caníbales rieron, cacareándose como unas gallinas, del destino de aquellos condenados, ese destino que residía en el interior de esas ollas de barro. Gonzalo recordó con ironía las mismas palabras de Valdivia, dichas en otro tiempo y dimensión, en el Santa María de Barca: ¿Imaginas tu mano preparada, nadando en un potaje, lista para servirse? Ya no necesitaba imaginar nada. Gabriel comenzó a sollozar, con el miedo deslizándose por su pecho, la rabia nublándole la vista con el llanto, y la impotencia alojada en el corazón. Ya no podía más. ¡Se estaban comiendo a sus hermanos! ¡Comiendo, como si fueran un maldito estofado del infierno! Sí, en verdad habían caído de la Tierra Plana, del mar océano, a los quintos infiernos plagados de demonios, hambrientos de carne humana. Todo eso en verdad existía, todo con lo que la Iglesia atormentaba a sus fieles, cuando sus actos fueran juzgados más allá de la muerte. Lo de la Tierra redonda eran chorradas. —Dios nos ha abandonado, hermanos... —balbuceaba Zaragoza— ¡Oh, no saldremos de aquí con vida! ¡Hemos caído de la gracia del Altísimo, y pagaremos nuestros pecados! —¿No vas a decir nada, «padre»? —Gonzalo miró con ojos acusadores al causante de su desgracia. A ese infeliz que lo había hecho vivir y acompañarlo al fondo de la puta mar océano, a presenciar los peores horrores en vida, cuando podría estar muerto y en paz. Jerónimo trataba de no ver los ojos de fuego de ese hombre. Aún

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Z a m n á sos, la mayoría se embriagó con líquidos blancuzcos que apestaban a azufre, vomitaban y defecaban en cualquier sitio, hasta caer inconscientes. Ningún náufrago pudo pegar el ojo en toda la noche, temerosos de morir a quemarropa, pero en parte, en cada uno se gestaba la huida antes de que se hiciera un segundo banquete con alguno de ellos.

no lo entendía; ¡le había salvado la vida! ¡Y le había pegado! —¡Mírame cuando te hablo, hijo de los cojones! —Y de nuevo, arremetió contra él y su crucifijo de mierda, jaloneándolo de las raídas solapas de lo que quedaba de su jubón —¿Tú y tu iglesita me vais a excomulgar? ¿Igual a esos infelices que están en el menú de esos piraos salvajes hijos de puta? ¿Se han perdido la salvación, eh, eh? —¡Calmao, calmao, hombre! —Gabriel intentaba apaciguar a su amigo. Un grito fuera de la jaula los hizo reaccionar. Sus guardias los miraban con furia, empuñando las lanzas. —¡No, Gonzalo! ¡Esos pobres son salvos, no tienen la cul…! —¿Y solo porqué tú lo dices, fraile sodomita? ¿Eh? —gritó, escupiéndole en la cara. Por primera vez, Jerónimo se enfrentó, enérgico, a Gonzalo. —¡Calla, Gonzalo, calla! ¡La iglesia me confiere el poder, pero hoy no excomulgaré a nadie! ¿Me oís, todos? ¿Creéis que el Señor hace las cosas al azar? ¡Orad por el reposo eterno de nuestros compañeros, es lo único que podemos hacer! ¡No miren la barbarie! Gonzalo soltó al religioso. Se dejó caer en un rincón, con la mirada perdida. No hace las cosas al azar. ¿Es posible? Sí, lo sintió al momento en que iba a ser escogido por el asesino para sacrificarlo, fue un pequeño instante, pero algo le hizo cambiar de parecer... y después de todo, seguía con vida, recordando la extraña sensación de que un demonio le estuviera leyendo la mente. Toda la aldea, incluyendo los niños, se comieron a Valdivia y a los otros cuatro españoles, y de ellos solo quedaron los hue-

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Cuando ya era de mañana, un indio, acompañado de guardias armados, les llevó el desayuno, muy abundante en frutas frescas, que devoraron con avidez. Por fin saciaban su hambre y sed después de muchos días de penalidades. Los españoles, extrañados de aquel trato —ya que ni la comida ni la cena les hizo falta aquel día— tardaron poco en darse cuenta de que aquellos antropófagos los estaban engordando como pavos, para comérselos también. —¡Dioses! ¿No veis lo que están haciendo? ¡Estos desgraciados sí que nos comerán! Ahora no, porque estamos muy flacos y curtidos, pero ¿qué tal en una semana?, Oh, Jesucristo... —exclamaba Perera. —Idiota, por supuesto que es para eso, pero de todas formas necesitamos fuerzas para escapar lejos de aquí, de lo contrario, sí moriremos cuando nos atrapen de nuevo —le decía Aguilar. —Gonzalo, ¿qué son ellos? ¿Los has visto antes en otras batallas de Tierra Firme? ¿Son monstruos del Borde de la Tierra Plana? —Gabriel miraba a su amigo, pensativo. —Gabriel, sabes que la Tierra es redonda, no hay tal Borde… —¿Y si no lo fuera? ¡Mira a tu alrededor! ¿Tú crees que los académicos, los de Salamanca, podrían explicarte esta pesadilla de mil demonios? Esto solo tiene cabida en El Bosco. —Hostia, tío, ¿de qué coño me estás hablando? —De una pintura rara de un artista que causó revuelo en Europa, hace algunos años, un loco holandés llamado El Bosco. Conocí uno de sus cuadros en un viaje con mi padre a Bruselas. ¡Deberías haberlo visto, Gonzalo! Hay criaturas como estas que torturan a los cristianos pecadores en el maldito Infierno, lo juro por mi vida. Tal vez Gabriel no se equivocaba. No había forma de clasificar a los demonios que se comían corazones y todo el cuerpo humano, el cuerpo de Cristo, el que una vez se clavó en la Cruz, el que una vez derramó su sangre para que no la siguiéramos derramando. Aquí no había eso, y lo único que lamentaba era no conocer esa pintura. Al menos su amigo podía aferrarse a algo ya interpretado por el hombre en su propia fantasía transportada a la pintura. —No, Gabriel, no sé quiénes son, pero ya viste lo que hacen los hijos de puta, y no pienso quedarme mucho tiempo más en este maldito remedo de Purgatorio, amigo. Y en efecto, los ocho ya se sentían con suficiente fuerza para violentar la prisión. Aunque eran bien vigilados, tuvieron que pasar dos días para que se les presentara una oportunidad real para escapar. Tropo


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Bienvenida a la forastera Miguel Meza A ti, mujer, ofrezco estos pendones por ti abro este albo horizonte como si desplegara abanicos de luz o extendiera por primera vez primaveras en manto sobre tu pelo

Entra a este sótano fosforescente sin preguntar confía en la magia sinuosa y tibia de este abismo donde encontrarás tu rostro inmaculado el mar donde se hundió por primera vez el canto de la tribu nacido en torno a la fogata

Su enigma y su máscara te ofrecen la llave abren para ti el laberinto que te descifra el lenguaje en que las perlas dictan su belleza y bajan por la sangre que nos une en el encuentro de nuestras pieles liminares

Hay un lazo entre tu voz enmudecida y mi silencio lleno de trinos y señales sonoras un puente entre las esquirlas de tu asombro y la feliz noticia de este socavón de palabras cuyos secretos al fin nos liberan al desquiciarnos

Escucha, mujer, esta palabra: la cristalina caída de sus aguas es desprendimiento abrupto pero musical que golpea el oído de tu corazón más primitivo y hace vibrar tus nervios aunque resistas

Te regalo el sigilo de esta voz que recala en tu vientre: rocíalo con tus aguas tiernas, con el ámbar de tu mirada.

Escucha: tus venas bailan al tocar el son estas palabras tus piernas danzan al caer cada sílaba en la tierra como semillas alegres que la mañana fecunda No ignores este diapasón que cimbra tu cuerpo no impidas el baile de tu piel en estas palabras que saben llegar a sitios recónditos de tu risa a pesar de las sombras que amenazan tus espejos

Miguel Meza (México). Poeta, crítico y editor. Desde 1986 radica en Cancún. Fue director de la Casa del Escritor de Cancún (19972004), y de la revista literaria Tropo a la uña (primera época, 19982007). Es autor del poemario Destellos de mareas (Praxis, 2004), del libro de cuentos El verbo acosado y otras perversiones y del poemario La tribu inmigrante (ambos de próxima publicación). El poema de esta página pertenece a este libro. Actualmente, coordina talleres literarios (narrativa, lectura crítica y ensayo literario), dirige el Centro de Creatividad Literaria de Cancún y edita la revista Tropo (segunda época).

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Dos poemas Rodolfo Novelo Ovando

Microcosmos de bolsillo Naciste en la comarca de los elefantes al murmurar colmenas de luz en el silencio. Recolector de la imaginería en equilibrio: celeste aparición del verbo. Descubriste antorchas invisibles que incendian la noche, que arrebatan líquido a la lluvia, que deliran en la cantimplora de los vientos y que esparcen polvo de runas heridas. Llegaste con un mapa absurdo del desierto, con flores de color mudable, el microcosmos de bolsillo y la palabra poema rasgando tu memoria. Fuiste capaz de pestañear cansancio para trazar origen y final. En pentagramas de insomnio describiste lo incierto de la lucha y la disolución de tu verdad en lo nocturno. Divinizar el sueño es una alegoría que no duele sino que arrasa con innobles presagios. Incensarios deseosos se postraron en tus sienes de mar y trasformaste las cenizas en geranios con sólo una voz, la de siempre, la de toda la sangre perdida. Es tu nombre acto de conciencia; lumínico soldado de la voz, círculo mitológico sin explorar. Resides en palabras que se doblan y se guardan en la gaveta azul de la tierra.

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Incompletos de ti amanecimos Te alejaste del día, pero no de la luz de nuestras almas, que inquietas y aterradas lloviznan por una despedida imprudente. No aceptamos la verdad en este ahora de tu ausencia. La casa y la ciudad dejaran de ser las mismas, nunca más volverá tu risa porque la noche la apagó con su miseria. Mis ojos se sumergen en un mar interminable de reclamos. Sé que en realidad estás oculta en una nube y pronto lloverás para humedecer las manos de tu hijo. No estás muerta, vives en las palabras dichas y calladas.

Rodolfo Novelo Ovando (Chetumal, Quintana Roo, 1976). Poeta. Licenciado en Administración por el IT de Chetumal. Fue director de la revista literaria Abisal y jefe del departamento de fomento a la lectura de la Secretaría de Cultura de Quintana Roo. Becario del FONCA de Quintana Roo (2001-2002 y 2005-2006). Poemas suyos han sido publicados en Del silencio hacia la luz: Mapa poético de México (2008) y en el libro colectivo Nuestros Autores para Salas de Lectura (2010). Es autor de los poemarios: Alegoría de un Instante (La Tinta del Alcatraz, 2001), Tras el exilio de mis alas (2003), En alguna parte de esta soledad (2005), ambos en el Fondo Editorial del I. Q. C., Quintana Roo, Callar desde el silencio (Secretaría de Cultura de Quintana Roo/ CONACULTA, Chetumal, 2009), y La Salvedad de los Negados (Gaceta del Pensamiento, 2012).

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E n t r e v i s t a

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G a b r i e l a

T o s e l l o

El entusiasmo

es una ola creadora y yo me monto en ella Karinna Maich Radicada en Quintana Roo desde hace 15 años (primero en Puerto Morelos y ahora en Isla Mujeres), Gabriela Tosello (Córdoba, Argentina) considera que su experiencia como artista plástica ha encontrado aquí, en el Caribe, su manera más cómoda de expresión, su maduración como creadora, la etapa en que aparece o se vislumbra la seguridad en el empleo de sus recursos artísticos y la expresión plena de su lenguaje plástico.

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a cercanía del mar ha sido la influencia bienhechora en los cambios externos e internos que ha experimentado mi obra”, afirma convencida la artista plástica Gabriela Tosello, quien, feliz de esta evolución, agrega: “para el artista, la pintura y los cambios que en ella se manifiestan, son inherentes a su vida, son el reflejo de la misma. En este sentido, los cambios que he experimentado se deben a mi cercanía al mar.” “En cuanto a la técnica —afirma—, sigo encontrando en el óleo el material más noble. La evolución se ha dado en la depuración del manejo de esta técnica, en la pericia adquirida con la práctica, en la constante búsqueda y dedicación, acompañadas de aplicación y modestia. Los temas se relacionan con el entorno natural y cultural, así como con mis vivencias… Es decir, mis creaciones emanan de las dimensiones más profundas del Ser combinadas con la percepción de la realidad circundante.”

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—Sin duda, por tus temas y tu interpretación de la realidad, te ubicas dentro de una especie de simbolismo lúdico que intenta transmitir una imagen optimista y celebratoria del entorno. ¿Estás de acuerdo con esta percepción? —Es gratificante saber que esto es lo que mis imágenes transmiten: optimismo y celebración; ingredientes esenciales para una vida con éxito. Estamos vivos… ¿hay, acaso, un motivo más importante para celebrar?… Existe un sentimiento de gratitud al respecto y muy probablemente se asome en mi trabajo. Me gusta el simbolismo. Lo adopto como una manera de abandonar la mera reproducción de las formas y para dar un significado que intenta sugerir, pero, a la vez, deja espacio a la libre interpretación. —¿Cómo te defines como artista plástica? —Es difícil autodefinirse… Las personas aman los conceptos… No quisiera encasillarme, pero podría decir que la artista y yo somos una persona de energía desbordante, con voluntad inquebrantable, con una intensa mirada, con gusto por los desafíos y obstinada perseverancia, versátil y segura de sí misma. Soy amante de la pintura, que es banquete para el alma. Feliz me siento cuando pinto, pues allí encuentro la posibilidad de mani-


Gabriela Tosello

Las bañistas III Óleo s/tela 100 cm X 150 cm 2013


Coraje libertador Óleo s/tela 70 cm X 90 cm 2007

La perla del Caribe Óleo s/tela 50 cm X 70 cm 2010


En el Caribe Óleo s/tela 120 cm X 200 cm 2001

Guitarras Óleo y esmalte s/tela 90 cm X 120 cm 2011


Las bañistas Óleo s/tela 100 cm X 150 cm 2012

Demonio bandoneón Óleo s/tela 120 cm X 150 cm 2000


e n t r e festar esa evidente y, a la vez, oculta sensibilidad. Pintar y pintar hasta que la muerte me encuentre con los pinceles en la mano… La idea, como artista, es lograr una autonomía en la expresión, con un propio sello, en este caso sería To “sello”. —Te caracteriza e identifica un trazo dinámico, con muchas espirales y planos espaciales superpuestos, una paleta cromática muy colorida y muchas referencias a motivos marinos, donde la espiral juega un papel importante como metáfora del mar, el viento, el movimiento y el goce. ¿Hasta dónde seguirás explorando este estilo? —Este es un estilo de vida, por consiguiente la exploración continuará siempre… Se explora el interior de uno mismo y las espirales se relacionan con esto, con la esencia, con la fuente… Las formas intrincadas, la descomposición, el movimiento, la explosión de color, todos estos elementos se tejen para dar lugar a creativas transformaciones que corresponden a etapas de distinta intensidad y arrebatos emocionales. —Si embargo, hay una obra tuya llamada “Demonio bandoneón” realizada en el año 2000. ¿Qué te pasó ahí? ¿Por qué es tan distinta de todo aquello que te define? —Hablando de arrebatos… Es probable que en aquel entonces, no habiendo pasado mucho tiempo de haber dejado el sur, me atravesara un arrebato de nostalgia que se tradujo, clara y transitoriamente, en una obra diferente, como diferente es cada momento por el que una anda… Reminiscencias de tango, música que hasta la fibra más íntima conmueve. —Al parecer, eres una pintora festiva, descriptiva, que toma sus temas de afuera. ¿Qué hay de tu vivencia interior y cómo se transforma el afuera dentro de la artista? —He descubierto que la vida merece festejarse, es corta y no volverá a repetirse. Lo que nos rodea es maravilloso. Aprendamos a “mirar” para lograr comprender esa belleza que también reside adentro y que urge emitir… La predisposición interior determinará cómo captarás el afuera y de qué manera emergerá transformado… —¿Qué pintores han influido más en tu obra y de qué forma lo han hecho? —La observación de las obras de los grandes ha estado presente desde que el arte comenzó a interesarme. En mi casa, desde niña, tenía acceso a este tipo de material. Observar las obras de Leonardo o Miguel Ángel en los libros que guardaba mi padre en sus sagrados libreros bajo llave, me producía un enorme placer. Ya, al ingresar a la escuela de arte y recorrer la historia y evolución de las manifestaciones plásticas, fue inevitable que se produjera una predilección por determinados estilos y pintores. Pintores como Picasso, Kandinsky, Van Gogh, Lautrec, Miró, Klee, entre otros, han atraído poderosamente mi atención y me han enseñado la posibilidad de representar sintética y esencialmente la realidad. —En tu historia hay una especie de cumplimiento del ideal romántico del artista que se aleja de las multitudes y las urbes ruidosas para irse a pintar a un lugar bello y solitario. Literalmente, a una isla. ¿Buscaste conscientemente esta situación o las circunstancias te fueron llevando?

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—La situación en la que me encuentro ahora ha sido un sueño que, gracias a mi valor, he podido hacer realidad. He nacido con el deseo de estar cerca del mar y, mágicamente, en un determinado momento las circunstancias se dieron con viento a favor para que pudiera llevarlo a cabo. Creo que el contacto con la naturaleza es fundamental para disfrutar, sentir paz y, así, lograr un estado de inspiración que me permita crear. Las urbes y las multitudes, con sus ruidos y su ritmo acelerado no son de mi agrado. Es más, si encontrara una isla menos poblada que ésta, no dudaría en el inmediato traslado. —Si tuvieras que elegir tres cuadros tuyos, ¿con cuáles te quedarías y por qué? —Esto también es difícil debido a que los cuadros son como hijos para el artista y, en este sentido, tener predilectos sería injusto. Pero esa selección podría hacerla teniendo en cuenta diferentes etapas que han quedado bien representadas en cada caso. En orden cronológico, quedaría así: Las bañistas, pintada al poco tiempo de haber llegado a estas tierras, representa diferentes aspectos de mí misma en un conjunto de mujeres que disfrutan del sol, el mar y el Caribe en todo su esplendor. Voladores de la Fertilidad, pintada desde el Pacífico, representa un aspecto de esta cultura que llegué a conocer, el cual me impactó y maravilló sobremanera. Par, dibujado hace apenas unos cuatro meses, representa la magia del amor verdadero entre un hombre y una mujer, amor del que no tenía conocimiento hasta hace poco tiempo, cuando tuve la fortuna de encontrarlo. —Una vez afincada en Isla Mujeres, ¿qué proyectos tienes en puerta? ¿Cuáles son tus planes para el 2014? —La vida es ahora, el futuro siempre llegará en forma de ahora. Me gusta improvisar, me gustan las sorpresas, me gusta la aventura… Quisiera continuar con el proyecto de mantener el entusiasmo que genera una ola creadora y, entonces, lo único que debería hacer sería montarme sobre esa ola… Tosello representó a Quintana Roo en la 6° edición de la Bienal de Arte Contemporáneo en Florencia, Italia y obtuvo el 1° lugar en la Primera Bienal de Arte en Isla Mujeres 2012 en la categoría bidimensional. En la actualidad, coordina el Taller de Pintura de la Casa de la Cultura de Isla Mujeres. Tropo

Karinna Maich S. (Uruguay, 1969). Egresada en calidad de actriz de la EMAD (Montevideo). Fue becaria del Fondo Estatal para la Cultura y las Artes en el género Literatura (2001). Es autora del libro de minificciones Agujas y alfileres (aún sin publicar). Actualmente, es profesora en la secundaria y preparatoria del Ecab y, desde 2003, imparte clases en la Universidad del Caribe. Correo-e: karinnam@hotmail.com

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La fauna exaude Antonio Leal

Ritual del tigre Al poeta Jaime Labastida

En el adytum de su cueva el jaguar ventea el erial donde –en el trópico– la selva ciega con imposibles bejucos todos los caminos, con tupidos silencios que sólo oírlos duele, con semillas de miedo que dondequiera crecen, con sofocantes olas de un maremágnum verde. En el lenguaje de su piel, como un mandala, como una pandorga que vuela ornada de eclipses que van rumbo a ignotas constelaciones estelares, transcurre la noche que muere en manos del día. En el trasiego de las horas vela sus zarpas, les devuelve suavemente el nácar a lamidas.

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Con babeante molicie restaña una a una sus heridas; con su lengua salvaje les da un guiño de ternura. Sacerdote tigre con mirada de basalto, su linaje viene del tiempo de las piedras solares. De estuco es su memoria inscrita en las estelas. De chilam es su rostro, de balam es su máscara: su nombre está en la raíz de todos los libros de piedra. Oficiante divino, augur de las chivalunas, él es quien recibe el cuerpo de la víctima, al término de la tarde, en el pok-ta-pok vencida. Hierofante invoca el libro del ritual, el mandamiento que consagra arrancarle con las manos, con todo y raíz, el corazón aún con vida, al héroe vencido en el juego de pelota.


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Todo eso A Eleanora Fagan Gough, Lady Day, Billie Holyday, Angel of Harlem, + New York, 17 de julio de 1959.

Torva, mendaz, tascando el freno; trastierro de mis horas guardadas en el terciopelo audaz de la ternura; deliberado gañote poblado de estrellas en el triste menú más alto de la noche; hueso sincero en el litoral de la quejumbre, hilacho umbilical, arúspice del pálpito de mis entrañas, mamba negra, medusa cimarrona, como adepto (Billie Holyday), hago mío el mal fario de tu blues prendiendo fuego ahora mismo a todos mis navíos: may be i am just good for nothing: como tú dices a todo eso.

José Antonio Miranda Leal (Chetumal). Fue integrante del célebre taller de Juan José Arreola. Obtuvo la beca de poesía del Centro Mexicano de Escritores. Ha publicado los poemarios Duramar (UNAM, 1981); Poemas provinciales (antología personal, 2004) y Thalassa (Siglo XXI, 2008). En breve aparecerá La fauna exaude (bajo el sello de CONACULTA). Tiene un libro de poemas inéditos Otras digresiones. Actualmente se desempeña como guionista de radio en el SQCS de Quintana Roo.

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E n t r e v i s t a

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R o c í o

E s c o r c i a

El contacto humano en redes sociales trae

consecuencias Eugenia Montalván Colón

En la siguiente entrevista, la joven escritora Rocío Escorcia habla de su novela En el teclado del corazón, libro que ha obtenido buena respuesta de los lectores desde su publicación hace un año. La obra trata sobre las relaciones erótico-epistolares entre mujeres a través de Internet, y muestra cómo detrás de un romance cibernético de carácter lésbico, en el que no hay aparentemente impedimentos, se puede ocultar la tragedia, la manipulación y las perversiones sexuales.

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i bien el eje de la novela En el teclado del corazón (*), de Rocío Escorcia, son las relaciones erótico-epistolares entre mujeres a través de Internet —y la fluidez de la comunicación depende de la adrenalina de las protagonistas al conectarse al chat o cuando escriben correos electrónicos—, la trama sustancial de la obra ofrece otras sorpresas. Por supuesto, la atmósfera erótica y de atracciones peligrosas nos aproxima al calor que transpira el libro. Rocío sabe transmitir muy bien la adrenalina que corre en las relaciones de amor por Internet: “El tiempo se convierte en angustia y nutre los deseos. Los tiempos de espera entre un mail y otro y los encuentros en el chat se convierten en el

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motivo de vida cotidiano y eso se vuelve, también, una contrariedad”. La obra transcurre en 1999, cuando la conexión a Internet se hacía a través de los módems ruidosos y tardados, y era la única alternativa para salvar la distancia, con Sonia, la protagonista, viviendo en Cancún y Carolina escribien-

do desde Buenos Aires: ambas ávidas de cariño verdadero y pasión. —En tu obra, Carolina se muestra clara y determinante, mientras que Sonia ataca, aunque de manera muy cautelosa; el hecho es que a pesar de ser de temperamento opuesto —o precisamente por eso— la pareja se engancha. —Fue un encuentro al azar —explica Rocío—. Carolina aborda a Sonia la primera vez que ésta se atreve a entrar a un chat lésbico; eso significó para Sonia un encuentro mágico. La atrapan el interés y la dulzura de Carolina. Después viene un mail de color, una propuesta de hacer un compromiso y, muy importante, Carolina manda su foto por correo, y con esta evidencia realmente inicia la historia. Sonia recibe la foto de Carolina como la confirmación de la identidad de la mujer que está al otro lado del teclado. ¡Es lo único! Obra de alguna manera inaugural en México, donde la agenda homosexual se


Una novela erótica sobre la soledad y los peligros de las relaciones cibernéticas Michele Moreno

E

n el teclado del corazón es una novela ciertamente erótica y con ademanes poéticos en la que uno de los temas centrales, entre otras magias y olas mayores, es la soledad y la necesidad de interactuar con personas afines y, ¿por qué no?, encontrar esa alma gemela que puede estar esperando por nosotros tras cualquier monitor en el mundo… Pero no solo de “deseos creadores de creencias” (Proust dixit) está tallada la novela, sino que hay un bosque más extenso, más allá de la venta-

trata a regañadientes, la novela de Rocío tiene el valor agregado de novelar hechos reales de principio a fin, con un montón de situaciones espinosas y un desenlace por demás complicado, demoledor y escalofriante. —¿Cómo autora, con cuál de las dos mujeres te identificas más en personalidad y carisma? —En este momento de mi vida, con Carolina. Pero me identifico mucho con Graciela, de quien realmente se habla poco. —¿Qué quieres decir de ella? —Graciela conduce a Sonia por los rumbos desconocidos de la pasión. —¿En qué se asemejan tú y Graciela? —En lo atrevidas… —¿Ves? Tú también hablas poco de Graciela. ¿Qué más? ¿Cómo es su carácter en contraste con la aparente implacabilidad de Carolina y la finalmente desdichada Sonia? —Graciela es dura, manipuladora, intensa; la caracteriza una perversión cautivadora, provocativa. —¿Cuál es su gracia? —Su gracia es dominar. Domina con la palabra. Graciela transforma a Sonia y la lleva a descubrirse. Carolina y Graciela tocan las fibras delicadas que difícilmente expone cualquiera, como la sensualidad, los miedos y los deseos profundos. Entre ellas, la comunicación virtual abrió esa ventana para exponerse.

na que aquí dibujo. Las relaciones cibernéticas es solo la punta del iceberg en el que todos los pronósticos del lector encallarán al avanzar en el libro, descubriendo el gran bloque de hielo en su profundidad. Seguramente descubrirán la prosa poética de la autora, la capacidad para encender chispas frotando dos láminas de viento, y la recreación exacta, paso a paso, del trapecista que salta hacia una relación amorosamente electrónica con un ser aún desconocido.

—Bueno, ya que trajiste a colación a Graciela y dibujaste el triángulo medular de la novela, dinos qué o quién lo rompe. —Un hombre que transgrede la intimidad de Sonia y crea una trampa donde él mismo cae, y así llegamos al desenlace: la verdad. —Ahora, a fines del 2013, ¿qué vericuetos han tomado las relaciones por Internet? —Para muchas personas se han convertido en una prioridad, una alternativa paralela a la vida diaria; en algunas hay buenos resultados, pero también sigue habiendo tristes desenlaces porque se cree que la ventaja de estar en comunicación a través de la red es que basta apretar la tecla delete para desaparecer todo, para que todo quede en el olvido, pero el contacto humano a través de las redes sociales tiene consecuencias. —Tu novela con protagonistas lesbianas es una propuesta sugestiva y original. Lástima que se las vea negras para llegar a los lectores. ¿A qué atribuyes tanta apatía? —A falta de puntos de encuentro. Hace unos días conversaba con un escritor. Me decía que en el sureste crecemos como islas; aunque hay mucho talento, cada uno crece a marchas forzadas. Rocío Escorcia nació en Hidalgo y vive en Cancún desde 1998. Aparte de escritora es terapeuta, y se dedica a propiciar el equilibrio físico-emocional de

sus pacientes, y al tratamiento de alergias aplicando la técnica NAET (Nambudripad’s Allergy Elimination Techniques). —Tengo que conseguir el balance entre mi estabilidad económica y mi trabajo literario porque a veces la balanza, como buena vibrana que soy, se va más hacia un lado. —¿Hacia cuál? —La terapia, hasta hoy. Todo el tiempo estoy en contacto con mis pacientes pero mi pasión por la literatura es como un amante que me enamora cada vez más y por eso le dedico cada vez más tiempo. Esta respuesta me gusta para final. Vale enfatizarlo: la dicha de atender al amante. Tropo (*) En el teclado del corazón de la cancunense Rocío Escorcia se puede conseguir contactando a la autora por correo electrónico: mrescorciacz@gmail.com

Eugenia Montalván Colón. Antropóloga. Autora del libro Premio Casa de las Américas: 50 años, 11 entrevistas, que presentó en La Habana en 2012. Produjo y dirigió el documental: Don Mammie Blue, para honrar al extraordinario activista de derechos humanos Gonzalo España España, productor de espectáculos y artista travesti. Edita libros y trabaja en Espacio Cultural Ule (www.ule.mx) con sede en Mérida.

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L e c t u r a

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T a b l a d a

La luz que no se cumple

J

osé Juan Tablada fue uno de los primeros poetas latinoamericanos en adoptar como forma de expresión el haikú, con el cual tuvo contacto durante un viaje realizado a Japón en 1900. Tablada no concebía el haikú como moda u ornamento exótico, sino como la oportunidad de nutrir al castellano de una nueva forma de lenguaje. Para Octavio Paz, Tablada “descubrió en la poesía japonesa ciertos elementos: economía verbal, humor, lenguaje coloquial, amor por la imagen exacta e insólita, que lo impulsaron a abandonar el modernismo y a buscar una nueva manera” (1981, p. 15), tal como se refleja en sus libros Un día... (1919), El jarro de flores (1922), entre otros. En Un día... aparece un haikú que me llama la atención para su análisis, El saúz. Este brevísimo poema es uno de los textos más antologados del autor, no solo por la imagen cargada que se despliega en tres versos, también porque cumple con la característica del haikú tradicional de ser impresionista, la cual se antoja difícil dado que revela el choque de dos lenguas completamente distintas. El haikú dice: El saúz Tierno saúz casi oro, casi ámbar, casi luz… Al acercarnos con detenimiento al poema, lo primero que se entrevé es una ruptura con la forma clásica oriental:

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Marco Antonio Murillo existe un título, una rima y se recurre a los signos de puntuación. El título funciona aquí como una guía para el lector, le sugiere cómo abordar el texto y qué elementos jerarquizar. El saúz llega a ser el elemento más importante y los otros, oro, ámbar y luz, se encuentran sujetos a él. La rima consonante nos obliga a hermanar los sustantivos saúz y luz, intuyendo que se fragua un pacto de signos que traman la historia de una transformación. Con estos dos elementos, Tablada rompe con la forma clásica del haikú, en donde el poeta, a través de la omisión de signos, título y rimas, pretendía poner todos los componentes fonéticos, plásticos y semánticos al mismo nivel, con el fin de que el lector entrara al poema sin ningún tipo de indicio o sugerencia que le guiase. Acaso por dicha ruptura es que el poeta mexicano prefirió llamar a los poemas coleccionados en Un día... poemas sintéticos y no haikús. “Bien sabía, dice Ramón Xirau, que el metro castellano no puede reproducir el metro japonés ni la idea del mundo que sirve de fondo al hai-kai (2004, p. 135)”. Sin embargo, no se aleja el poema de lo que sería un auténtico haikú, puesto que en primera instancia su tema está relacionado con la naturaleza. El poeta del haikú era un nómade que erraba por los diversos paisajes y caminos de la isla nipona; las impresiones de sus recorridos, los lugares visitados, los paisajes, se registraban en su poesía. Para el haijin (poeta del haikú) caminar por la naturaleza “acerca a la tierra y ayuda a llamar a las cosas por su nombre” (Silva, 2005, Ob. Cit., p. 351), y más aún, verlas tal y como son. En ese sentido, El saúz ha tomado varios elementos cercanos a una poética de lo natural. Dice Octavio Paz, justo antes

de citar aquel poema: “En sus momentos más afortunados la objetividad de Tablada confiere a todo lo que sus ojos descubren un carácter religioso de aparición” (1981, Ob. Cit, p. 17). Por su parte, apunta Xirau: “expresó a partir de Un día, su propia experiencia religiosa, experiencia unitiva donde los pájaros, los árboles, las luciérnagas son tanto un regreso a la sencillez como signos y símbolos de las creencias del poeta. Muestra de ese sentido sagrado (…), hermético de las cosas, en efecto ese saúz” (2004, Ob. Cit, p. 135). La imagen mística que se manifiesta en El saúz está ligada a uno de los cuatro tópicos1 que Alberto Silva señala como presentes en la poética del haikú: El camino, el cual “arraigado en la tradición de los seguidores de Buda (…), sugiere cambio, tránsito, renacimiento de lo mismo” (2005, Ob. Cit., p. 345). El poema de Tablada plasma paso a paso la metamorfosis de un saúz hacia un estado de “pureza”: de lo sólido (oro) a lo transparente (ámbar), y por último, a lo etéreo (luz); metamorfosis que, sin embargo, no se lleva a cabo en rigurosa plenitud, como veremos. La temporalidad del poema se divide en dos partes: la primera, hallada en el primer verso (“Tierno saúz”), corresponde a una descripción en donde el tiempo de la narración equivale a cero. Esta pausa se forma a partir de un sustantivo (saúz) y un adjetivo calificativo (tierno), cuya función es: 1) situarnos a la manera del haikú clásico en una concreta estación del año, en este caso la primavera; y 2) marcar el inicio de la metamorfosis. La segunda parte, localizada en los últimos dos versos (“casi oro, casi ámbar, / casi luz…”), traza el camino de la transformación y constituye un plano de acciones. Surge aquí


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una duda: ¿cómo puede haber acciones sin verbos? Los verbos se encuentran sugeridos mediante elipsis; la supresión de estos no resta movimiento al poema, lo otorga de hecho, a través de la repetición del determinante “casi”, así como del uso de los paralelismos que integran a los sustantivos “oro”, “ámbar” y “luz”. Para Helena Beristáin esta condición de movimiento permite que el lector no esté ante una imagen estática, fotográfica (propia de las imágenes impresionistas del haikú tradicional), “sino una imagen cinematográfica, un proceso hermético que en tan breve espacio presenta ante nuestra imaginación el aspecto rápidamente cambiante del saúz por causa de su continuo movimiento (…) en medio de la atmósfera luminosa” (1989, p. 33). Si bien estos elementos señalan una metamorfosis, ésta nunca llega a concretarse íntegramente en ninguna de sus etapas; en otras palabras, el saúz nunca deja de ser un árbol. Lo anterior nos lleva a un nuevo tópico del haikú: el héroe. Estos, dice Alberto Silva, “están desarmados, son improductivos, poco prácticos. No logran ni intentan ser ejemplares” (Ibídem, p. 335). Lo que hace al héroe del poema sujetarse a este tópico, es el uso de “casi”, que indica irrealización. Pienso en que si el saúz de Tablada hubiese tenido un tratamiento occidental, otra hubiese sido la suerte

del poema. El árbol terminaría por disiparse irremediablemente en la luz, justo después de atravesar por una evolución orgánica e irreversible. La esencia místico religiosa que intenta mostrar Tablada, en donde el elemento central se transforma pero sin dejar de ser uno mismo, no hubiera sido posible. Después de haber leído este haikú me quedan en el pensamiento las siguientes preguntas, acaso nacidas entre los puntos suspensivos que lo rematan: ¿La transformación del saúz se extiende más allá del texto?, o bien ¿retornamos a la imagen del primer verso, y de ahí emprendemos un nuevo recorrido por los mismos elementos? Sea cual fuere el camino que se tome para la interpretación, es innegable que nos hallamos ante una imagen visual plena y completamente cerrada: una luz colándose lentamente por un árbol; los primeros rayos solares de una quieta mañana. Sin embargo, la luz de la imagen, que es su significado, no se cumple enteramente en el lector, permanece abierta. La polisemia que surge en solo tres versos se hace mayor mientras más grande es nuestra voluntad de entender qué es lo que se oculta tras el saúz y la alquimia de elementos que lo envuelven. Tropo 1. Los cuatro tópicos son: el camino, el margen, el héroe y el juego.

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Bibliografía Beristáin, Helena. Análisis e interpretación del poema lírico. UNAM, México, 1989. Paz, Octavio. “La tradición del Haikú”, en Matsuo Basho Sendas de Oku (Octavio Paz y Eikichi Hayashiya, Comp.), Seix Barral, México, 1981. Silva, Alberto. El libro del haikú. Bajo la luna, Buenos Aires, 2005. Xirau, Ramón. “Del modernismo a la modernidad”, en Entre la poesía y el conocimiento. FCE, México, 2004.

Marco Antonio Murillo (Mérida, 1986). Estudiante de la maestría en Creative Writing por la Universidad de El Paso, en Texas. Premio Nacional de Poesía Rosario Castellanos en 2009. Premio de Ensayo de Crítica Universitaria (CONARTE), segundo lugar en el Premio Regional de Poesía José Díaz Bolio, ambos en 2011. En 2013 fue campeón del torneo express de poesía Verso destierro, realizado en Campeche. En la revista digital Círculo de poesía publicó Las formas de la nube: Antología de poetas yucatecos nacidos en la década de los ochenta. Autor del poemario Muerte de Catulo (El Drenaje 2011, Rojo Siena 2013). Fue incluido en el libro En la orilla del silencio: Ensayos sobre Alí Chumacero (Tierra Adentro, 2012). Actualmente es editor de la revista bilingüe Río Grande Review.

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Veo el mundo a través de la poesía Didier Garaven Con el premio Juegos Florales Nacionales, Toluca 2013 —que tuvo como jurado a Pedro Salvador Ale, Jorge Esquinca y Eduardo Langagne—, Beatriz Pérez Pereda agrega un reconocimiento más a su lista de galardones: Premio de Poesía José Carlos Becerra 2009 (Tabasco), Premio Nacional de Poesía Tuxtepec Río, Papaloapan 2009, Flor de Plata en los Juegos Florales de la Universidad de San Luis Potosí en el 2007, Premio Nacional de Poesía Rosario Castellanos 2005 y primer lugar en el Certamen Estatal de Poesía de Tabasco 2001.

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érez Pereda es autora de los libros Trópico de Ausencias y La Impaciencia de la Hoguera; figura en las antologías Verbo Cirio X y La Mujer Rota (Literaria Editores, 2008), Juegos Florales Universitarios de la Universidad Autónoma de San Luis Potosí (2008), Nueva Antología de Poetas Tabasqueños Contemporáneos (UJAT, 2006) y en diversas revistas locales y nacionales. —¿Cómo fueron tus inicios en la poesía? —Mis inicios en la poesía son mis inicios como lector. Desde niña me gustó leer, que me contaran historias; me gustan los libros en sí, desde su contenido hasta como objetos. De la poesía, desde la primera vez, me sentí deslumbrada por el lenguaje, por la capacidad de decir de otros modos, de vivir de otras maneras. Desde muy temprano tuve claro que iba a ser escritora. Pasar de solo leer a leer y escribir fue natural. Mi formación ha sido a través de la lectura y la escritura, la disciplina y los talleres con Mario De Lille, Teodosio García Ruíz, Antonio Solís Calvillos.

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—¿Cuáles han sido tus autores predilectos? —En cada momento de mi vida he tenido autores predilectos, y no solo poetas. Me gusta mucho leer novela, en algún momento también estuve leyendo mucho teatro, por ejemplo. De entre los poetas hay varios: Guillermo Fernández ha sido una referencia grande para mí, Raúl Garduño, José Carlos Becerra, Francisco Hernández, Alejandra Pizarnik, Joan Margarit. Alí Chumacero recientemente ha significado mucho en mi escritura. —¿Si tuvieras que quedarte con tres poemas que hayas leído cuáles elegirías y por qué? —Esta selección, que dejará fuera muchos poemas más, obedece a cuestiones personales; no es que estos poemas sean mejores o peores que otros. “Horarios nocturnos”, de Joan Margarit, poema que definió un momento de mi vida, como si yo lo hubiera escrito, que es otra de las cosas mágicas de la poesía: las palabras de otros nos sirven para explicarnos a nosotros mismos. “Centímetro a centímetro”, de Rubén Bonifaz Nuño, poema amoroso que me hubiera encantado escribir. “En ti la tierra”, de Pablo Neruda, porque una vez me lo dedicaron.

Y las poetas preferimos que nos reciten versos a que nos hagan recitarlos. —¿Cuál es el tema de Los sueños del agua, obra con la que ganas en Toluca? Como su nombre lo indica, trata sobre sueños. Creo que pasamos mucho tiempo soñando, ya sea dormidos o despiertos; en sueños suceden muchas cosas, como diría Nerval: “El sueño es una segunda vida”. Este libro habla de mis experiencias oníricas, de mis deseos; está dividido en tres partes: Materia de sueños, Pasos de baile y Los sueños del agua, que da nombre a todo el poemario. —¿Qué elementos determinan tu poesía? —No soy la mejor para responder. Lo poco que puedo decir —es muy probable que equivocándome—, es que en mi poesía hay una gran carga narrativa. Habitualmente en mis libros espero contar poéticamente una historia. La ausencia es un tema recurrente en mis poemas, la distancia, la imposibilidad. Cada vez escribo más prosa poética, me gustan las imágenes cargadas de intensidad. —¿Qué es lo más significativo en el momento de crear poesía? —La poesía misma, ese estado de éxtasis, ese estado inexplicable, por inasible,


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por único, aunque se repita. Sobre el momento de la creación poética se ha teorizado mucho, pero lo más significativo de la experiencia de escribir es el mismo proceso, con sus alegrías y sinsabores. —¿Cómo es la relación de tu poesía con Beatriz, la mujer? —Para mí no hay divisiones, yo, Beatriz, soy poeta, es mi definición irreductible. No puedo separar, en realidad, una de la otra. Yo siento, vivo, me expreso, veo el mundo a través de la poesía. La poesía es mi vocación, mi forma de habitar esta realidad. —¿Qué te inspira más: el amor o el desamor? —Creo que me inspira vivir. El amor y el desamor solo son partes de toda la experiencia que es vivir. Además, no existe uno sin el otro. Justo ahora quiero que me “inspire” más el amor que el desamor. —Formas parte de una generación de poetas tabasqueños jóvenes y talentosos, muy distintos en personalidad y obra, ¿qué opinión tienes de tu generación? —Me enorgullece formar parte de esa generación de poetas. Creo que hemos sido disciplinados, constantes, y que hemos sabido llevar nuestra vocación, defenderla. La mayoría de nosotros ha obtenido algunos

reconocimientos a su trabajo y estamos conscientes de que como cualquier oficio se perfecciona en la práctica, en este caso en la lectura y en la escritura constante. —Por último, ¿por qué escribir y para qué leer poesía? —Leer poesía nos sirve para aprender a conocernos, a reconocer nuestras emociones, a apreciar las de otros. Es un ejercicio de reconocimiento y empatía a otras formas de pensar, sentir, vivir. Eso a la larga nos vuelve más tolerantes, nos da un mayor campo de opiniones. La poesía y el arte, en general, mejoran la salud del espíritu y eso tiene que reflejarse en nuestra vida diaria. ¿Por qué escribir poesía? Solo puedo responder desde mi experiencia. Escribo poesía porque siento la necesidad de hacerlo, porque me gusta, porque para mí es una actividad placentera, porque creo que vale la pena hacerlo, y pienso que todo aquel que sienta la verdadera necesidad de hacerlo debería animarse a escribir. Tropo

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Didier Garaven (Huimanguillo, Tab., 1984). Licenciado en Ciencia Política y Administración Pública, por la Universidad Popular de la Chontalpa (UPCH). Primer lugar en el Certamen de Cuento de la Feria Tabasco 2013. Ha publicado narrativa en ¡Cuentos, joven! Muestra de autores tabasqueños (Suum Cuique, 2012), y en plaquettes editadas por la UPCH: Un tajo de placeres mundanos (2003), Bajo la sombra se cobija el fango (2004) y Donde dios apagó su linterna (2006). Participó en diferentes montajes teatrales de la Compañía Teatral Ejército de Liberación Neuronal (2005-2007 y 2011). Director de la Revista Magisterio (2013), cofundador de la revista literaria Morfo Vitae (2001-2005), colabora en la revista de análisis político y humor Grijalva y en el periódico El Liberal de la Sierra. Mediador de salas de lectura desde 2002. Beneficiario del FECAT emisión 2006. Actualmente, se desempeña como docente.

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Premio Juegos Florales Nacionales, Toluca 2013 Beatriz Pérez Pereda

Los sueños del agua Vivimos en el sueño nuestra fábula más cierta. Guillermo Fernández

Dicen que si sueñas con agua, tu corazón está sumergido en un vaso de sal y llora. Y no bastan los ojos, ni todos los poros de la piel juntos para dejar salir la tristeza y la ira, el agua mala. Si sueñas con agua, eres una isla desechada por la cartografía, un pecio cubierto de lodo, una lápida común. Si sueñas con agua, sólo los perros escuchan tu voz. En sueños, el agua es más densa que la sangre. En sueños los pensamientos son filosos y basta pensar en la herida para que brote una amapola en la almohada. Si sueñas con agua, hay tiburones que rondan tu carne. Porque en los sueños del agua no hay tierra ni perdón para cesar un naufragio. Y no hay hombres de viento o fuego, ni manera de volver al polvo, sólo esa mortaja líquida hasta el cuello, que nos recuerda que la muerte es como contener la respiración frente al ataque de una ola.

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Pasos de baile Me has regalado un grabado se titula La fiesta de nosotros al fondo diminutas dualidades bailan y al centro una pareja gira Todo es borroso pero sabemos que giran lo dice el vestido barrido los brazos que no se sabe dónde terminan Sé que has comprado este grabado porque piensas que somos nosotros al interior de ese cuadro girando en una fiesta de amor que no es la nuestra pero que en ese pedazo de papel sí puede serlo porque en la tinta encontramos más ritmo que en la música En ese pequeño recuadro caben un jardín, una fiesta, una promesa toda la música orquestada en nuestros cuerpos Sé que lo has traído a mis sueños como la fotografía que jamás nos tomaremos trofeo para una sala triste testimonio de esa alianza de valor que no cabe en nuestra cobardía

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Testigo privilegiado de la cultura en Playa del Carmen

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Efraín A. Muñoz Valadez

igura representativa de la vida cultural de Playa del Carmen, Rodrigo de la Serna ha visto el despegue y auge de la actividad artística de este lugar y es memoria viva de un intenso movimiento editorial que actualmente atraviesa dificultades: el “ambiente para escribir ahora está desértico” pues “la situación económica limita aún más la posibilidad de publicar libros”, afirma el músico y escritor. Oriundo de Mazatlán, Sinaloa, De la Serna fue uno de los primeros artistas y escritores en llegar a Playa del Carmen, a donde arribó en 1989 una vez terminados sus estudios de Letras Inglesas en la UNAM. “Era la época en que Playa era considerado pueblo de artistas —recuerda Rodrigo—, donde vivían artistas como Andrés Morales, Blanca Fierro y Guillermo Cantú, entre otros, y a donde venían a vacacionar celebridades internacionales como Paco de Lucía y Oriana Falacci.” La vida cultural apenas empezaba. Por ejemplo, Raymundo Tineo exponía por primera vez sus fotografías de manera un tanto improvisada, el suizo Christian Bech organizaba eventos culturales en lo que sería la Quinta, y él mismo, en 1991, formaba el grupo Bosquimano (mención que le trae gratos e ingratos recuerdos, uno de los cuales el de la gira extenuante que el grupo realizó en España y que marcó su término). Por esos años, De la Serna viajaba mucho a Cancún, lugar donde producía programas en Radio Caribe —uno de ellos

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“El Barco Ebrio”, evidente referencia al célebre poema de Rimbaud—, y escribía artículos para periódicos como El Nacional y poesía para el Por Esto de Quintana Roo: “era 1992, cuando conocí a Carlos Torres, Carlos Hurtado y Víctor Hugo Guzmán.” Ya establecido en Playa publica “El Océano y las Manos”, poemario que se edita en la Casa del Escritor de Cancún, y alterna la escritura con las presentaciones de su grupo, sobre todo en el Blue Parrot de Rick Jones, “un lugar lleno de bungalows”. Son los años de formación del municipio, “a mediados de los noventa, cuando hay más efervescencia en Playa”. Es la época (1997) en que aparece la novela de Alfredo Elías Calles, Playa del Karma, que narra un crimen local y causa enorme polémica en su momento. A Playa llega más gente. Se inicia un movimiento cultural más organizado, con reuniones de escritores y poetas, impulsadas por Luis García y Nadia Us. Son los primeros encuentros de escritores (en el 98 y el 99), a los cuales vienen poetas de Yucatán, Campeche, Tabasco, incluso escritores de Cuba. Becario del CONACULTA y colaborador en La Voz del Caribe, Rodrigo recuerda uno de los momentos importantes de la vida cultural de Playa del Carmen, cuando, ya como municipio, se crea en 2000 el Fondo Editorial de Solidaridad bajo la dirección de Haydé Serrano. Empiezan a publicarse libros de escritores locales que de algún modo ya venían escribiendo, pero aún no publicaban, autores como Víctor Vivas Valdés, sonetista de Cozumel, Arturo Valdés Castro, poeta

y periodista, y el propio De la Serna, que ve publicado su ensayo El Resplandor y la Sombra. En el Fondo Editorial también han publicado Martha de Juana, Manuel Campos, Juan Manuel González, Francisca Huppertz, Ricardo Alfonso Meric Acevedo, y poetas integrantes de un Colectivo, además del que esto escribe. Coautor en 2003 —junto con Raymundo Tineo— del libro “Primera Relación de hechos y consecuencias del municipio de Solidaridad” (que no agradó a políticos), De la Serna llegó a publicar también en Tropo a la uña en 2004, y colaboró con Fernando Martí en 2006 en el libro “Crónica del Huracán Wilma”. Finalmente, de nuevo en coautoría con Tineo, en 2088 publica 15 años de Solidaridad, trabajo de recopilación fotográfica principalmente, y ya entrado en el tema público gana un concurso de ensayo para el IEQROO con el texto “La democracia en Quintana Roo”. Actualmente, proyecta la publicación de una novela. Tropo

Efraín Muñoz Valadez. Vivió en Cancún de 1995 a 1998. Durante ese tiempo publicó en varios periódicos una novela corta por entregas titulada El neomachismo ilustrado. En 1999 cambió su residencia a Playa del Carmen donde publicó en 2007 su poemario Voz de Xaman-Há y en 2012 su libro Cuentos variados. Actualmente ejerce la docencia y participa activamente en la vida cultural de este enclave.


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Instintos virtuales Óscar Reyes Mi memoria saturada, sin sentido. Mi condición humana es un dato duro, mi nombre tiene número de serie. Mi cuerpo es un disco duro que arde en silencio, mi identidad parpadea invisible en una pantalla. Mis pensamientos marcan error del sistema mis palabras se quedan atrapadas entre las redes locales. No deseo ser oquedad en el espacio público No necesito calcular el futuro, ni la catástrofe que se aproxima. Mi existencia se fuga entre mis dedos y el teclado, no estoy preparado para los minutos de la fama. Soy tan solo esa pregunta que fluye por el cableado óptico, la interrogante que vive en un banco de respuestas breves. Mi vida cruza a gran velocidad sobre la pantalla de alta definición. Pero: ¿Qué somos cuando se suspende la luz eléctrica? Cuando el peso de la conciencia se vuelve insoportable y mi voz interna retumba en la habitación obscura y silenciosa, los segundos son enormes bloques de cemento, el zumbido de los grillos invade la ciudad de forma sospechosa. En medio de la noche silenciosa, detenida y mortal. Dejamos de ser luz artificial.

Óscar Reyes Hernández (Veracruz, 1966). Radica en Cancún. Artista multimedia. Profesor-investigador del Departamento de Desarrollo Humano en la Universidad del Caribe. Ha publicado el libro de teatro corto Estación Sureste, ganador del concurso Juan Domingo Argüelles (2008) y el poemario Costa Urbana en el 2011.

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La luna y sus telarañas Liz Marín

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ebí nacer a media noche. Cuando la luna lanza alaridos de luz por estar pariendo fantasmas. Fantasmas que flotan, larvan, esperan… hasta que una noche fecundan nuestros sueños para convertirlos en pesadillas. aEsto no se lo he dicho a la abuela porque en sus ojos no habría espacio para tanta tristeza. Por eso no debe saber que me atrae el agua negra de la laguna, escuchar los peces transitar con oscura calma y a los grillos con sus interminables plegarias, mientras los cocuyos guían neonatos de fantasmas. Hace poco vi un cocuyo en un rincón, muy cerquita de nuestras camas. Esperé el sueño de la abuela y lo seguí. Voló sin confundirme entre los limoneros y el zacate. Me sembró cerca del agua. Dormí tres o cuatro vidas. Desperté. El agua rompió el silencio y el sueño, porque “el hombre en la luna”, como lo he nombrado, rompió con pesados pasos el agua a donde siempre baja cuando sueña. Al salir, me vio con disfrazado asombro, y sus cabellos mojados se secaron en aquel instante. Tuvo el impulso de gritar, pero no lo hizo. Me siguió. En sus ojos ya no habían casas, nombres, miedos y no porque no existieran, sino porque en los míos había tanta niebla. Y al pie de una ceiba las aves nos prestaron un nido, mis labios resbalaron hasta su corazón, que se hizo con el tronco del mismo árbol. De su ombligo escapó una araña que hilvanó los poros de la cadera hasta la espalda y sus pies se tornaron rígidos, como la ceiba, como su corazón, como mi vientre y mis pechos en los que descansó. Cuando el sol lo arruinó todo, él despertó en su cama junto a alguien que desconoce sus verdaderos sueños. Ayer la abuela me sacó de la laguna, le escondió mi cuerpo a la noche con la sábana que heredó de su abuela. Aún sigo acomodando las estrellas, bañándome de luna, desplazándome sin peso, sin ropas, sin miedos, esperando a que alguien sueñe. Tropo

Liz Marín (Villahermosa, Tab.1980). Egresada de la Normal del Estado, y de los talleres literarios de la Casa de Artes y de Francisco Magaña, en Comalcalco, respectivamente. Becaria del FECAT 2008, ha publicado algunos textos en el periódico Tabasco Hoy, en la Revista Magisterio, también participó en el VII Encuentro Internacional de Escritores en la Región de los Ríos en Palizada Campeche y en la antología ¡Cuentos, Joven! Muestra de autores tabasqueños, integrante del grupo Ceiba Andante y Movimiento Peatonal de Arte y Literatura.

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Abandono y encuentro Silvia González A Estela y Aleida, mis abuelas He abandonado tu mar de arrugas dulces que cobijaban mi sueño tu mundo de monedas de oro que se contaban como si fueran mariposas en vuelo tu peine de nácar y tus cajitas de dientes, de rizos tus libros de versos He abandonado tus mágicas anécdotas tus quesos, tu abanico de sándalo que espantaba mis miedos he vivido en tu mundo cuando el mío me ha parecido demasiado imperfecto he sido mujer de tu tiempo he comido en el baño mirando por la ventana a dos personas teniendo sexo he sufrido tu engaño anunciado en la radio tu colibrí muerto y he abandonado tu llanto porque hoy llevo en mi interior un mundo nuevo pero aún te sigo sintiendo en mis poros en cada pedazo de tela que parezca viejo Abandono y encuentro es el motor que mueve este velero cargado de sueños y tendré mi cajita de dientes, de rizos, de trofeos y mi libro de versos que dejarán algún día mis pequeños para seguir navegando en este mundo de abandonos y encuentros

Silvia González Jardines (Nicaro, provincia de Holguín, Cuba, 1972). Se graduó como ingeniera mecánica en 1995. Vive en México desde 1997. Radica en Cancún, donde se dedica a la administración de empresas. Combina el gusto por la escritura con el espacio para la familia, los amigos y el yoga.

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Mundos Paralelos, que no son “para lelos” José Enrique Álvarez Estrada

Mundos paralelos y otros cuentos Juan José Morales Instituto de Cultura de Yucatán 2011

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omenzaré tratando de unir dos ideas completamente disímbolas: por un lado, mi tío Domingo acuñó —o al menos cita con mucha frecuencia— un refrán que, a mi juicio, expone una verdad como un templo: “El tiempo se vende o se regala, pero no se pierde”; y por el otro, recientemente vi uno de esos memes que tanto abundan en la Internet, y que dice: “born to read, force to work”. Me he dado cuenta de que, juntos, representan la historia de mi vida. Dado que el tiempo es cada día más escaso, y la cantidad de libros que salen

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al mercado cada vez mayor, aquellos que nacimos para leer, pero cuyos jefes insisten en obligarnos a trabajar, nos vemos constantemente ante una disyuntiva: ¿qué obra elegir para mantener frente a mis ojos (o a mis oídos, si se trata de audio-libros) las siguientes horas libres? Algo que comparo, toda proporción guardada, a lo que también nos aqueja a los cinéfilos (ni modo, estoy en la intersección de ambos conjuntos) al acudir a las salas cinematográficas: 100 pesos en el bolsillo, en la Sala A pasan Transformers y en la Sala B Sexo, Pudor y Lágrimas. ¿Me soplo dos horas de la vida de los chilangos llevada al cine —como definió alguna vez un buen amigo al Nuevo Cine Mexicano— con mucho fondo pero nada de forma; o dos horas de efectos especiales alucinantes y caras bonitas, pero nada de fondo? ¡Pareciera que estamos condenados a vivir siempre a medias! Por eso, cuando la vida te pone ante una obra que te proporciona ambas co-

sas, forma y fondo, emoción y profundidad, como lector o espectador quedas profundamente agradecido. Y eso precisamente me sucedió en semanas pasadas, cuando fui invitado a comentar el libro Mundos Paralelos y otros Cuentos, del escritor yucateco Juan José Morales, cuya presentación tuvo lugar en nuestro flamante Complejo Científico, Tecnológico y Cultural Planetario Ka'yook de Cancún. Debo confesar que no había oído hablar de Morales antes de la invitación, y se puede decir que lo conocí en espíritu cuando Alejandra Flores puso en mis manos el ejemplar de la citada obra, que resultó ser una antología de cuentos de ficción científica —insisto en usar este término español, en vez del anglicismo ciencia-ficción— ¡Mi mero mole! Pero, antes de dar la vuelta a la portada y sumergirme en el torrente de letras, me asaltaron la duda y el prejuicio: ficción científica mexicana ¿qué puedo esperar? Mi antecedente del género en la lengua


El elíxir de la invisibilidad

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Juan José Morales

l efecto sería irreversible. Una vez que bebiera el elíxir de la invisibilidad, nunca podría recuperar su apariencia original. Pero no le importaba. A cambio de ello, tendría poder y riquezas. Podría robar joyas y dinero sin ser visto. Podría asesinar impunemente a media docena de sujetos que detestaba profundamente. Aunque hubiera testigos del crimen, ¿quién describiría a un asesino invisible? Podría vender a precio de oro los más valiosos secretos políticos, económicos y militares, que conocería con sólo permanecer inmóvil y callado en las salas de juntas de generales, gobernantes o financieros. Podría... en fin, podría hacer lo que quisiera. Y —como había visto en una vieja película— cuando fuera necesario simular una apariencia normal, le bastaría ponerse un traje, guantes, sombrero, anteojos oscuros y bufanda. ¿Mujeres? El amor se hace a oscuras. Todo esto —y mucho más— pasó vertiginosamente por su mente mientras, con los ojos cerrados y enteramente desnudo ante un espejo, bebía el compuesto que había inventado accidentalmente en su trabajo como oscuro químico de cierta poderosa empresa farmacéutica. ¡Ya verían —o, más bien, sen-

de Cervantes era La Nave, de Tomás Salvador, que reseñé en este mismo espacio dos números atrás, y que me dejó un dulce sabor de boca; ¿será que también en la lengua de Sor Juana —¡cuidado: para mí no es lo mismo castellano que español mexicano!— se produzca ficción científica de calidad? ¿No será el equivalente impreso de la citada Sexo, Pudor y Lágrimas? Prejuiciado o no, ya había aceptado mi participación en la presentación del libro, así que no me quedaba más remedio que leer, y hacerlo bien y rápido. No había ido más allá del prólogo, a cargo de Roldán Peniche Barrera, y ya estaba convencido de que la inversión en tiempo y capital intelectual iba a valer la pena. Para el primer párrafo del primer cuento, El Arca de Noé, estaba atrapado en los mundos paralelos de Juan José Morales, hecho que pude constatar cuando me descubrí buscando febrilmente un marcador fluorescente y comenzando a subrayar las mejores frases (que, como

tirían— aquellos jefecillos que tanto lo humillaron recordándole a cada paso su incompetencia! Cuando abrió los ojos, no vio nada... Absolutamente nada... Ni siquiera el espejo. Por efecto del elíxir de la invisibilidad, sus retinas —ahora invisibles— eran enteramente transparentes e incapaces de captar la luz y había quedado ciego para siempre. Tropo NOTA: El cuento que aquí se presenta forma parte del libro Mundos Paralelos y otros cuentos, publicado por el Instituto de Cultura de Yucatán en el 2011.

Juan José Morales (Progreso, Yucatán). Periodista y escritor especializado en divulgación científica. Ha colaborado en numerosas publicaciones de circulación nacional e internacional y es autor de una veintena de libros de divulgación. Entre sus reconocimientos, destacan: Premio Nacional a la Divulgación de la Ciencia, Premio Latinoamericano a la Popularización de la Ciencia y la Tecnología, Premio de Periodismo Cultural Oswaldo Baqueiro López, Premio Hispanoamericano Netzahualcóyotl por su libro de divulgación científica para niños La Nave del Profesor Itzamná, y el Premio de Literatura Ricardo Mimenza Castillo por su libro El mar y sus Recursos.

siempre hago, luego subo al Facebook y al Twitter para que mis seguidores compartan, a fuerzas, mis goces literarios). Ni modo, mutilo con cicatrices amarillas el continente, para poder resaltar el contenido: ¿con qué cara iba yo a pedirle a don Juan José que me dedicara el libro todo pintarrajeado? Lo primero que llama la atención de la obra es que, como pasa con Tomás Salvador, agrega una visión humanista a la ficción científica. Parece este un rasgo latino, tal vez consecuencia de nuestro temperamento, o tal vez de que nuestra producción científica siempre ha sido menor que la anglosajona, y tendemos a ver el progreso con mayor suspicacia. En los cuentos de Morales estas disyuntivas adquieren los visos de su apellido, cuando no éticas: los protagonistas deben tomar decisiones, no solo apretar botones y que salgan rayos láser por todas partes. Y además los 13 cuentos cubren un espectro temático formidable. Algunos

(El Arca de Noé, El Impostor, Historia en 5 tiempos) hablan de los viajes en el tiempo, y nos presentan ante situaciones paradójicas explotadas en su momento por mentes tan brillantes como Asimov y Clarke; pero también con situaciones de no linealidad y unidireccionalidad, más cercanas a la ficción científica de Vernor Vinge y sus burbujas, que permiten al viajero temporal encapsularse y mantenerse estático mientras el curso del tiempo fluye a su ritmo natural, para después desemburbujarse y retornar a la realidad sin haber sufrido ningún cambio. Otro tema que Morales trata magistralmente es la invisibilidad, nuevamente alejándose de los clichés del tema y proponiendo aquellas paradojas que no puede soslayar cualquiera que desease lograrla: ¿Permiten las leyes de la física, tal como las conocemos, que los ojos de un hombre invisible, vean? De nuevo me viene a la mente Asimov y su Viaje Fantástico, donde expone la paradoja que

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Pablo García Robles

representaría reducir el tamaño de un submarino hasta hacerlo navegable por el torrente sanguíneo de un individuo: empequeñecerlo es una cosa, pero reducir su masa... ¡otra muy diferente! La robótica, uno de los temas predilectos del citado Asimov, también es ámbito de la pluma de Juan José, quien trata el tema con conocimiento y profundidad: robótica reactiva, agentes inteligentes, inteligencia artificial (IA) son tres de los elementos que el lector conocedor encontrará en sus relatos, y que nuevamente están casi ausentes en productos comerciales de corte hollywoodense. Pero mi temática favorita es, sin duda, la recursividad: Siempre domingo, un relato donde el protagonista se descubre atrapado en la necesidad de vivir siempre lo acontecido un mismo día, me recuerda al magistral Jorge Luis Borges en su Funes el memorioso, o en El jardín de los senderos que se bifurcan. Llama la atención como ambos, Borges y Morales, pueden tratar con tanta profundidad este complejo tema en el poco espacio que brinda un cuento corto. ¡Hay que tener oficio e inteligencia, damas y caballeros, para lograr algo así! Entre los temas no podía faltar, desde luego, el contacto extraterrestre y los dilemas que puede presentar. Morales no desmerece a Carl Sagan en Contacto, a Ray Bradbury en sus Crónicas Marcianas

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ni al citado Asimov en su saga de La Fundación, aunque desde luego cuenta con menos espacio que ellos para profundizar en el tema. Cosa que, por otro lado, invita a que deje libre su pluma y escriba toda una novela. Tal como sus historias están llenas de no linealidad, lo están de sorpresas: para aquellos de nosotros que disfrutamos con los filmes de M. Night Shyamalan, donde en la última escena se revela la verdadera trama, y nada es lo que hasta ese momento pareciera, Juan José Morales nos tiene reservados muchos momentos de sorpresa, de esos que te hacen saltar en el asiento, o tener que recorrer con ojos, mente y estupor los últimos párrafos, en busca del acto de ilusionismo. Truco de experto mago literario que no me dejó de sorprender, y me tuvo atrapado hasta el último párrafo. Para un hombre que se proclama como no-científico, Juan José Morales cuida con todo detalle la corrección de cuanto término de la ciencia emplea: por más que traté de encontrarle el proverbial sexto pie al gato —una pifia en el texto que me permitiera lucirme en la presentación de libro, resaltando mi supuesta sagacidad— la verdad es que no pude hallar ninguna. Un homenaje al trabajo de toda una vida de Juan José como divulgador y promotor de la ciencia. En resumen, solo unas pocas críti-

cas a la obra: su tiraje muy escaso (1,000 ejemplares, según consta en la última página); no es fácil conseguirla (la edita el Instituto de Cultura de Yucatán, y por ende no está disponible en muchas librerías); solo son 161 páginas (hubiéramos deseado muchas más, máxime cuando el autor confiesa que tiene otros tantos relatos sin publicar); y por ahora solo está disponible en papel (durante la presentación, se habló de convertirla en ebook y audiolectura en voz del autor). Todas ellas subsanables, para beneplácito de los buenos lectores del género. Don Juan José, no nos castigue dejando pasar mucho tiempo antes de que podamos disfrutar de algunos otros de sus mundos paralelos: los lectores de ficción científica en español lo merecemos. Tropo

José Enrique Álvarez Estrada. Profesor Investigador de la Universidad del Caribe, es Ingeniero Mecánico, con Maestría en Ciencias de la Computación y Doctorado en Educación. Pero en vez de científico, ingeniero o artesano, él prefiere definirse a sí mismo como un artista que plasma su arte en la invisible urdimbre de los hilos electrónicos. jeae@ucaribe.edu.mx


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Vejez: último eslabón de la sobrevivencia Juan Carlos Serrano

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Cuentas pendientes Martín Kohan Editorial Anagrama 2013

a elección de un personaje octogenario como protagonista no ha sido al azar en Cuentas pendientes (Anagrama, 2013), la más reciente novela de Martín Kohan (Buenos Aires, 1967). Al contrario, es premeditada. ¿Quién es Giménez el protagonista? ¿Cómo y por qué ha llegado hasta aquí en estas condiciones? Giménez está jubilado, y no es necesario suponer que sus magros ingresos sean insuficientes. Está separado de su ex mujer Elvira, pero con la cual ha llegado a un acuerdo. El amor se deslizó, hace ya mucho tiempo, hacia un punto muerto sin retorno. La convivencia era un caos cotidiano. Pero ambos decidieron no alejarse demasiado, por si alguna vez alguno pudiese necesitar del otro. Ese fue su acuerdo.

En un departamento del barrio de Colegiales, Giménez renta en la planta baja, y le renta a Elvira otro departamento en el tercer piso del mismo edificio. Un departamento que se las ha arreglado para no pagar, y cuya deuda asciende a cuatro meses. La realidad y el tiempo del protagonista sobre este mundo, le han obligado a mentir, a esconderse. Se ha convertido en un experto de las excusas. Sus prioridades son primarias: comer, comprar el periódico a diario, ampliar la lista de sus deudas en el café de Salazar, que ya lo mira con desprecio pero le sigue anotando en una libreta de fiados una cantidad inconfesable de cafés, que también se las ha arreglado para no pagar. ¿Qué hace entonces Giménez para sobrevivir? Se ha conseguido un trabajito sencillo. Al coronel Vilanova le debe este favor: Se lo debe a Vilanova, coronel en retiro efectivo, que es a quien le debe además el gran favor de toda su vida: la ayuda decisiva que les prestó, hace más de veinte años, para que a Inesita la tuvieran ellos

y no alguna otra familia y el sueño de la hija propia se hiciera realidad. Vilanova se dedica sobre todo, ahora que está retirado, a la compra y venta de autos usados. Giménez le da una mano, rastreando en los clasificados del periódico alguna oportunidad. No tiene un sueldo fijo, pero si se concreta alguna operación, Vilanova pasa a verlo, se interesa por sus asuntos, pregunta sin falta por Inesita y sus estudios, y le deja con discreción un sobre blanco con algunos billetes adentro. Pero Giménez cuando recibe algo más, no paga sus deudas. La nostalgia por la compañía de una mujer, lo arrastra a invertirlo allí. No se arrepiente, no le causa culpa. Recurre entonces a la señora Katy, su amiga prostituta, pero quien lo frustra cada vez que la visita: …por supuesto que alguna vez la señora Katy le resultó suficiente… sus tetas de madre o de abuela, desbarrancadas sin remedio sobre los pliegues sucesivos de un vientre en completa expansión… las piernas o sus colgajos, que a Giménez le recuerdan a menudo el cogote de los ga-

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Norma García. Muy dentro de mí.

llos o de los pavos… Y las nalgas, mapamundis, nalgas del color de la leche cuajada y de su misma textura… todos estos factores, más una dosis considerable de buena voluntad, dejaban en definitiva un saldo pese a todo favorable… Cuando Vilanova le recomienda con fervor a Lorena, una prostituta de diez y nueve años: “Una bestia, una potra. Es puta hasta como puta, y su precio en plaza cotiza entre lo selecto”, Giménez pensará que por fin podrá darse ese gusto. Pero la prepotencia de la juventud, su desinhibida liberalidad, su salvaje actitud, harán que el hombre se rinda ante lo desconocido, vuelva a vestirse casi sin palabras y se despida, no sin antes dejar sobre la mesa todos sus ahorros. Y nosotros los lectores podremos entender que hasta para la vejez más solitaria, existe un límite para las transgresiones. La voz narrativa que utiliza el autor en esta novela no difiere de alguna de sus novelas anteriores. Está escrita en tercera persona, pero no es un simple narrador omnisciente. Es una voz tan cercana al personaje, que nos relata su historia observando por encima de su hombro y, quizá por eso, le puede ceder la palabra cada tanto sin que nos demos cuenta. Podría pensarse tal vez, que es la verdadera protagonista de esta historia. De cualquier historia de madurez, se-

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ría lo más factible inferir que los retornos al pasado deberían estar diseminados en toda la obra, pero no es así. Transcurre en el presente del protagonista, en su rutina diaria, en sus escasas pero significativas relaciones, en su pequeño mundo. No es otra la intención, no se juzga, no se critica, no se analiza ni se culpa a nadie, simplemente se muestra, y nos permite a nosotros los lectores elaborar nuestras propias conclusiones. De los veintisiete capítulos cortos de la novela, el narrador no se alejará de Giménez hasta el catorce. A partir de un encuentro entre Giménez y el “Dueño” en el capítulo quince, el narrador mantendrá un dialogo entre ambos, hasta que, en el capítulo veinticuatro, abandonará a Giménez, y se le aproximará al “Dueño” como una sombra, al que acompañará hasta el final de la historia. Es en este último aliento donde conoceremos a este individuo (el “Dueño”), profesor de Letras y que acaba de publicar su más reciente novela, un casi ensayo entre la cultura popular y la “alta” cultura; y al cual, mes con mes Giménez, esgrimiendo con maestría sus excusas y su simpatía, lo regresa a su hogar con las manos vacías. No sé si podría decirse que esta es una historia universal, pero creo que sí podría asegurar que es reconocible en nuestra

América Latina, donde la vejez como reflejo de un sistema, en el que hemos sobrevivido a lo largo de toda una vida, es el último eslabón de una cadena plagada de límites y frustraciones. Una cita de la reseña del diario El País que se reproduce en la contraportada de este libro da cuenta de la importancia de la función de la voz narradora: “es capital para captar todos los matices psicológicos, todas las pulsiones que se refrenan, todas las trabas éticas amenazadas por la transgresión y todas las obligaciones éticas que se pisotean con espeluznante naturalidad”. Martín Kohan enseña Teoría Literaria en la Universidad de Buenos Aires y en la Universidad de la Patagonia. Ha publicado tres libros de ensayo, dos libros de cuento y seis novelas. En 2007, ganó el Premio Herralde de Novela con Ciencias Morales. Tropo

Juan Carlos Serrano (Buenos Aires, 1950). Estudió Sociología y teatro. Autor del libro de relatos breves Recuerdos, fantasmas y otras yerbas (1992). Radica en Cancún. Sus cuentos fueron publicados en TROPO a la uña (primera época). Coordinó un Taller literario de lectura y cuento en 2008. Actualmente, forma parte del taller itinerante “Pan, vino y cuentos”.


Del ramirismo a la fecha, el lenguaje del poder no ha cambiado mucho Juan Castro Palacios Al cumplirse 15 años de la publicación de Los años del exilio (Quintana Roo, 1944-1959) —exhaustivo ensayo histórico de Juan Castro Palacios que reconstruye la figura de Margarito Ramírez y su periodo como gobernador de Quintana Roo (en el entonces Territorio)—, su autor, abogado y periodista, recrea en el siguiente escrito* la historia de ese libro y nos hace reflexionar sobre aquel fenómeno político llamado ramirismo, esa “inmensa y lamentable laguna dentro de nuestra historia local”, que todavía incomoda a muchos políticos actuales.

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a experiencia de escribir Los años del exilio (Conaculta, 1998) fue maravillosa, pero desconcertante. Me dejó el sentimiento de que el rescate de un trozo de la historia de Quintana Roo no solo no interesa al Gobierno sino que este incluso trata de impedir su difusión. Y al hacerlo, parece que no se percatara de que está cometiendo los mismos errores del pasado, aunque en el discurso público se hable de modernidad y cambio. Los años del exilio refiere precisamente cómo se manejaban los hilos de la política en los años en que gobernaba un solo partido político emanado de la Revolución. Su lenguaje pareciera ser cosa de un pasado distante. Sin embargo, al profundizar en su lectura nos damos cuenta de

que los moldes, las actitudes de los hombres del poder, las decisiones centrales e inclusive el sistema político en sí mismo no han cambiado mucho. Mario Villanueva bien podría representar el segundo Margarito Ramírez de Quintana Roo, con sus propios y personales claroscuros. Joaquín Hendricks Díaz sería otro más…

A los políticos les incomoda el tema del “ramirismo” El ramirismo es como un salto dentro de las hojas de un libro. O como escribí en alguna ocasión: “una inmensa y lamentable laguna dentro de nuestra historia local”. Todavía hay quienes no quieren oír más el nombre de Margarito Ramírez porque les trae recuerdos lamentables. Otros, muy pocos, tienen un interés real por desmitificarlo y entender su largo mandato al frente del Territorio Federal.

El libro pretende precisamente eso; pero mientras no haya un interés real de las instituciones educativas y de cultura de este Estado, seguiremos con la venda en los ojos, caminando a ciegas, a ver en qué momento volvemos a caer. Margarito Ramírez mandó construir la segunda planta del Palacio de Gobierno de Chetumal, y durante muchos años su único recuerdo visible lo fue una placa de granito que se encontraba en uno de los muros de ese edificio, en el que se hacía alusión a su nombre y la fecha en que fue inaugurada la obra. Pero hace un par de años la placa desapareció para dar paso a un colorido mural de mosaicos. Posiblemente se guardó en alguna oscura bodega o quizá simplemente se fue a la basura. Con la historia no podemos hacer lo mismo pues sería como negarnos a nosotros mismos, desconocer nuestra identidad y perdernos en el largo derrotero histórico.

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Las dificultades de la investigación Lo más difícil de la investigación fue vencer el temor de no poder con la encomienda de reconstruir literariamente un pasaje de casi quince largos años de historia local, enfrentarme al reto de rescatar un trozo de la historia todavía palpitante de este Estado que traía malos recuerdos a mucha gente —sobre todo de Chetumal— y de no saber cómo reaccionarían cuando la obra estuviera terminada. Además, tenía en contra dos circunstancias: no era cronista ni había nacido en Quintana Roo. Pero en mi primera visita al Archivo General del Estado, tuve la enorme fortuna de encontrarme con una mujer de origen yucateco que se sorprendió gratamente de mi intención de escribir un libro sobre Margarito Ramírez como gobernador del Territorio. María Teresa Gamboa (hoy finada), la encargada de ese archivo público —quien me confesó que su sueño había sido siempre escribir ese mismo libro— puso de inmediato a mi disposición, sin reticencias de ninguna índole, las cajas de papeles amarillentos del periodo 1944-1959 y me dijo: “revisa con calma y todo lo que necesites te lo puedo fotocopiar para que te lo lleves”. Otro personaje que me ayudó especialmente fue Raúl Villanueva Jiménez (también finado). Él me refirió por primera vez —en los años 80 del siglo pasado— el nombre de Margarito Ramírez y del desencuentro que este tuvo con su padre, don Abel Villanueva, quien se vio obligado a salir huyendo del Territorio ante el acoso y las amenazas de los allegados al régimen ramirista. De esa plática nació primero un artículo periodístico que se publicaría en el suplemento cultural del Novedades de Quintana Roo y, más tarde, la idea de escribir un libro sobre ese personaje tan odiado y a la vez tan desconocido en Quintana Roo.

Sobre la respuesta de los lectores El libro tuvo una muy buena aceptación, sobre todo entre los lectores que vivieron esa época y quienes, desde luego,

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más me preocupaban por su condición de cronistas naturales de ese episodio histórico. Al día de hoy, me llaman por teléfono periódicamente dos lectores de edad avanzada. Uno es don Jorge Polanco, padre del político Jorge Polanco Bueno, quien debe tener algo así como setenta y tantos años y quien es muy amigo de un hijo de Pedro Pérez Garrido, quien vive en Coatzacoalcos, Veracruz. A través de él mi libro ha llegado a una serie de personajes, casi históricos, que por lo regular me llaman para intercambiar algún punto de vista conmigo y en general para felicitarme por lo que ellos consideran la proeza de haber reconstruido el rompecabezas de lo que fue el ramirismo en este estado. De boca de don Jorge supe que año tras año un grupo cada vez más reducido de amigos y familiares de Pedro Pérez Garrido continúa asistiendo a su tumba en el panteón de Chetumal, cada 23 de octubre (aniversario de su fallecimiento) para honrar su memoria. El hombre fue considerado un mártir del autoritarismo y un héroe por haber tenido el valor suficiente para denunciar los atropellos y las corruptelas del régimen. Ya transcurrieron ¡sesenta y un años del artero crimen y todavía hay quienes no olvidan la afrenta! Otra lectora es la viuda de don Antonio Miselem Asfura, personaje central en el derrocamiento de Margarito Ramírez: la profesora Carmita García, quien a sus cerca de noventa años radica ahora en la ciudad de México. Se ha quejado siempre de que los gobernantes contemporáneos no les han hecho justicia a los hombres y mujeres que resistieron al ramirismo, entre ellos su esposo; Pedro Pérez y don Abel Villanueva, por decir algunos de los muchos nombres que se van perdiendo irremediablemente entre el polvo del olvido. El prolífico escritor chetumaleño Gilberto Valencia tuvo la deferencia de invitarme en 1999 para ser el presentador de su libro más reciente, en Isla Mujeres. Durante el periodo de Margarito Ramírez tuvo que emigrar a la capital del país, tras la publicación de algunas notas en periódicos locales, las cuales desde luego no fueron del agrado del jalisciense.

No obstante, el libro no ha llegado a la juventud de Quintana Roo. Observo con tristeza que los jóvenes de ahora sufren de una transculturación terminal, más preocupados por conocer los avances tecnológicos del momento que por descubrir su pasado. Pero la culpa no es de ellos. Son parte de un sistema educativo deficiente cuyos cimientos defectuosos construyó y mantuvo la lideresa sindical más influyente de este país, Elba Esther Gordillo, caída en desgracia política en complicidad con todos los presidentes de la República que la trataron, con excepción de Enrique Peña Nieto.

Recrear novelísticamente al personaje El tema da todavía para más. En algún momento —espero— alguien, escritor, periodista o cineasta volteará los ojos hacia este episodio histórico y lo transformará en una novela o un filme de corte histórico. Entonces quizá se le otorgue el reconocimiento que se merecen los quintanarronses que se opusieron al largo mandato de Margarito Ramírez y que alentó el anhelado sueño de un gobernante nativo, lo que se logró finalmente con la conversión del Territorio a Estado, en 1974. Tropo

* NOTA: La revista TROPO entrevistó a Juan Castro Palacios para que hablara de su ensayo histórico Los años del exilio a propósito de los quince años de haberse publicado la obra. Las respuestas del entrevistado, certeras y precisas, hicieron innecesarias las preguntas. Ligeramente editado para su adecuación al espacio, dejamos pues que el discurso del autor fluyera libremente.

Juan Castro Palacios (Oaxaca). Abogado por la Universidad autónoma Metropolitana en ciencias penales y criminológicas. Radica en Cancún desde 1978. Servidor público de carrera, se ha desarrollado entre la administración pública local y el poder judicial. Es autor de los libros Los años del exilio (Conaculta, 1998) y Justicia alternativa (Gobierno del Estado de Quintana Roo, 1999). Actualmente colabora en Novedades de Quintana Roo (edición en línea).


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Zita Finol (1940-2013)

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ita Finol, reconocida escritora y periodista, falleció el pasado 2 de noviembre en la ciudad de México, víctima del cáncer. Originaria de la capital del país, vivió los últimos catorce años en Cancún. En el 2001 recibió el Premio Estatal de Periodismo. Como un mínimo homenaje a su memoria reunimos en la presente página algunos testimonios de quienes la recuerdan con afecto y gratitud. La periodista Adriana Varillas, por ejemplo, resalta su sentido del humor, su claridad y lucidez, así como su “gusto por las crónicas bien escritas. Buscaba que cada palabra se sintiera y proyectara. Dio clases de Redacción en la EPCSG. Fue de las mejores maestras durante la carrera”. Por su parte, Emir Barrios —conductora del programa radiofónico Corazón de Poeta— evoca el día de Todos los Santos, cuando despertó pensando “Zita, qué será de ti... la última vez que nos vimos te veías como enferma”. Tres días después, le

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daban la noticia de su partida. “No lo podía creer, las emociones afloraron… Te fuiste sin decirme adiós, tal vez porque las amigas no se despiden nunca”. ​ A su vez, la editora y periodista Gloria Palma dice que mentiría al hablar de añoranza “porque sería penar por su ausencia. Dentro de mí no está ausente. Aquí están sus enseñanzas. Aquella frase que me dirigía cuando ameritaba la ocasión y que seguiré escuchando a través de su voz: ‘No veas para atrás… ¿O qué quieres convertirte en piedra?’. Sí, ella sigue siendo Presente”. El festejo con sus escritos y los de Fotografía: Nicolás Durán. Dolores Castro queda en la memoria de Montserrat Faura —artista plástica y promotora cultural que radica en Puerto Morelos—: “Zita, no nos dejas, en cada uno de los que te conocimos grabaste tu impronta: ¡una semilla de eternidad! Llévate en tu gran viaje, nuestro cariño y gratitud”. Directora de la Gaceta del Pensamiento y de la revista Escapadas 360, Zita Finol se define en las imágenes que de ella ofrece Ramón Suárez Caamal: “Roca-manantial, agua que dice su firmeza. Está con nosotros, fluye su palabra. Ella miró el mar y en una caracola su voz canta...” (Lizbeth Peña). Tropo

Zita Finol: mi remembranza

unque la vi y traté poco, recuerdo de Zita Finol las charlas que sostuvimos sobre poesía en la Casa del Escritor. Eran charlas amables y sustanciosas donde ambos intercambiábamos puntos de vista sobre autores y estilos. Muchas veces coincidíamos en gustos y opiniones, aunque ambos creyéramos en —y practicáramos— poéticas muy distintas. Ella defendía una poesía discursiva, una poesía que dice desde la metáfora esencial de las historias y los trasfondos filosóficos, muy en la sensibilidad de Pita Amor, Jaime Sabines, Amado Nervo y Paul Bourget, a quienes leía apasionadamente.

En esta revista publiqué en 2006 una breve reseña sobre su poemario Los entornos de la rosa, su “hijo caribeño” — como ella le llamó—, pues fue el primer libro que publicó en estos ámbitos, ella, autora tan prolífica en el DF. En este breve poemario de 42 páginas Zita discurre sobre el amor y su inevitable evolución a través de los distintos momentos anímicos de los amantes: la gloria, la esperanza, la violencia, el desastre, el olvido. Recuerdo que una vez me dijo: “el poema debe llegar al lector a través de la sensibilidad, a sus emociones, para que, de ahí, éste reflexione y quizá llegue a un tipo de abs-

tracción. El lenguaje poético, con todas sus figuras literarias, debe ponerse al servicio de una información discursiva, coloquial”. Su inteligencia sensible reflexionaba, pero no con la frialdad del razonamiento, sino con el calor de la emoción y la experiencia de vida. Así, cuando expresaba su fascinación por el tiempo, la caducidad y la muerte: “¿Por qué viven tan poco/ las rosas?/ Tal pareciera/ el sueño del sueño/ que apenas/ soñara la rosa/. ¿Por qué viven tan poco/ los sueños y las rosas?” Ella, rosa risueña, inquieta y empeñosa, quizá haya encontrado la respuesta. (Miguel Meza) . Tropo

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Entrevista con Susana Harp

La muerte es la gran metáfora de la vida

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i hay dos palabras que encabezarían una lista para describir a Susana Harp son, la primera, “sencilla”; la segunda, “sensible”. Al hablar con ella se percibe esas características que se adquieren cuando se ha visto de cerca la vida; a veces dura, a veces triste; ignorada por algunos, pero comprendida y valorada y por otros. Susana Harp concedió una entrevista a Tropo a la uña, con motivo de su presentación en la Península de Yucatán: en la ciudad de Mérida, en el marco del Festival Internacional de la Cultura Maya 2013, en el teatro “José Peón Con-

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Svetlana Larrocha treras el 29 de octubre. Posteriormente, en el parque Xcaret, Quintana Roo, los días 1 y 2 de noviembre, en el teatro Gran Tlachco, en la Octava Edición del Festival de Tradiciones de Vida y Muerte, que se realiza como parte de las celebraciones del Día de Muertos o Hanal Pixán, tradición que en 2003 fue declarada patrimonio oral e intangible de la humanidad, por parte de la UNESCO. “Adolescente, entré a trabajar como voluntaria en una comunidad indígena. Crecí muy pegada a mi madre, una católica practicante, y con esto quiero decir que no solamente iba a la iglesia, sino que era activa, siempre trabajando por el bien de otros, no solamente hablando de él. Por su parte, mi padre ha sido un hombre

muy trabajador, que llegó de Líbano a México siendo niño.” La voz de Susana se desliza hacia el pasado: “Desde pequeña pude ver que había dos Oaxacas: la turística y la folclórica. Allí, en las comunidades indígenas descubrí a seres sensibles, luminosos. Es algo que no sabes hasta que lo vives.” Luego de su formación académica, licenciatura y maestría, además de estudios formales de canto, Susana se adentra en lo folclórico. —¿Qué significó para ti ese acercamiento temprano al pueblo zapoteca? —Me acercó, como no imaginé, a los poetas y, especialmente, al canto indígena. Susana hace hincapié en este hecho. Se puede sentir a través de sus palabras


t el orgullo en su herencia cultural indígena. En todos sus álbumes está presente la música mexicana, la que abarca desde la época prehispánica hasta lo contemporáneo. Sones, boleros, valses, entre otros géneros musicales, forman parte del repertorio de esta mujer nacida en Oaxaca de Juárez, un lugar con 16 etnias, “y un tesoro con el que tengo un romance interminable”. Susana Harp ha realizado presentaciones en diversos foros de México, a lo largo del continente americano y en distintos países de Europa, Asia y África. Si alguien siempre está tratando de llevar la música tradicional mexicana, nuestras raíces, a otras partes, es ella, además de promover la cultura de comunidades marginadas a través de la música. Susana cuenta con un público que se siente atraído por el amplio concepto musical que la caracteriza, así como por la variedad de ritmos y propuestas. Ante la pregunta de lo que representa cantar ante un público extranjero, Susana dice: “Pasa algo curioso: a algunas personas, de nuestro país, les resulta difícil verte con traje indígena. Afortunadamente esto ya sucede cada vez menos. Sí, todavía hay lugares difíciles… Pero en el extranjero la recepción ha sido mágica. Quizá no entiendan el idioma, pero la comunicación va más allá del significado de las palabras: la lengua canta por sí sola.” Susana se enorgullece también de la relación que tiene con su público: “… es simplemente excelente. Mis conciertos son de ida y vuelta... Somos dos masas, dos energías que se entreveran”.

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Susana ha recibido diversos reconocimientos como artista y por su labor de difusión y recopilación de la cultura mexicana. En su haber, cuenta con 10 discos temáticos. El primero fue Xquenda —que en zapoteco significa “alma”—, grabado en 1996. De música oaxaqueña, en él se incluyeron canciones de 1850 a 1997, tanto en zapoteco como en español. Con este nombre existe igualmente una Asociación Cultural, una asociación civil, fundada y dirigida por la misma Susana, con la que apoya y difunde diversos proyectos culturales de artistas independientes y de comunidades indígenas. —Háblame de tu disco Aguadiosa… —Es un proyecto donde se fusiona la música, la poesía, la cultura y la biodiversidad. En él predomina la imagen, nuestro paisaje mexicano. Es uno de los cuales me siento más orgullosa. Zapoteco, mixteco, náhuatl, maya, entre otros, Susana ha cantado en ocho lenguas indígenas de México. —¿Sabes? Yo no hablo ninguna de ellas —lenguas de dioses—. Pero siempre trato de adentrarme, pronunciarlas correctamente, y busco el asesoramiento de poetas que las hablen. Por ejemplo, Briceida Cuevas Cob, de Campeche, me ha asesorado cuando he cantado en maya. Admiradora de la buena música, no tiene freno al decir que una influencia musical importante en ella fue la trova cubana. “Me encantan los trabajos de Eugenio Toussaint, David Haro y Pepe Elorza, entre otros; los de cantantes brasileñas como Rosa Passos y Leila Pinheiro; el de gente oaxaqueña como

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Ana Díaz… Y, para mí, Eugenia León es la mejor de este país.” Compositora igualmente, está casada y tiene un hijo. —Y, personalmente, ¿cómo te definirías? —Como mi madre: soy una persona de acción directa. Y muy independiente, como ser humano y como una artista: yo decido qué cantar, dónde y cuándo. Aunque a veces esto, la independencia, tiene un precio muy duro. —¿Tienes algún proyecto en puerta? —Sí, tengo uno que tentativamente tiene el nombre de Cantos y cuentos por nuestra naturaleza, donde los personajes principales son los niños y la biodiversidad. —Si tuvieras que quedarte con una sola lengua, ¿cuál escogerías? —Definitivamente, con el zapoteco del Istmo. Por su musicalidad, su dulzura. En los festivales de Mérida y de Xcaret, Susana presentó su disco De jolgorios y velorios. Producido en 2009, este disco es una invitación a cantarle a la muerte, pero también a la vida, “una especie de altar sonoro, con velas y ritos, plegarias y flores”. —Hay dos caras de la muerte: una seria, solemne, la que provoca a veces miedo; la otra es una especialmente palpable en el arte mexicano, la que provoca risa, la que te divierte. La muerte es la gran metáfora de la vida. Tropo Svetlana Larrocha (Mérida, Yucatán, 1967). Escritora, periodista y asesora editorial. Actualmente se desempeña como profesora de español para extranjeros.

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V o c e s

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Lo que se mira tras las ventanas de un Caribe 81 Mauricio Ocampo

I. Imágenes cotidianas Esa mañana parecía prometedora, era sábado. Valeria, dentro del coche, esperaba atenta a su papá, quien depositaba gasolina en el tanque del “corazón púrpura” —como llama a su Caribe modelo 81—. —El señor dejó a su esposa en la farmacia, allá por mi escuela, en la región 100 —me cuenta Valeria con ojos de incertidumbre—. Llevaba una mochila en la espalda y una playera blanca. Llegaron dos chavos como de 16 años. Mientras uno le quitaba la mochila, otro le enterró un cuchillo varias veces. Bien feo: su playera se manchó de sangre. El señor se sacó el cuchillo y se lo aventó a uno de los chavos, pero no le dio, caminó tantito y se cayó. Bien feo: había un charco de sangre. Luego unas personas corrieron tras los chavos. La ambulancia tardó un montón, pero cuando llegó, el señor ya estaba muerto. Le pusieron una sábana azul, después llegó la policía y ya habían agarrado a uno. Valeria, a sus once años, ha visto de cerca la muerte de un hombre. Los medios magnifican la escena y la venden como noticia policiaca. Al otro día, en los pasillos de la escuela, se recreará el hecho. Esa noche, Valeria no puede dormir. La escena se repite varias veces en su mente. El miedo la invade. Le manda mensajes por WhatsApp a su hermana, que vive en la Reg. 231. Después, todo sigue su curso. La violencia de la suburbe se asume como un hecho natural y cotidiano que ha de perderse en la nota roja. Salgo a las 10 de la noche de mi casa, me dirijo a la tienda. A alta velocidad pasan a mi lado dos policías en motocicleta, le cierran el paso a tres chavos que caminan en medio de la calle, los pegan a la pared y los catean… todos callan.

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II. Una muerte anunciada Con el bum de Internet en la década de los noventa y principios de dos mil, las fronteras culturales se abrieron. El cruce de culturas pinta óleos de diversas lenguas, vestidos, gastronomías, formas de ser, actuar e interpretar la realidad, pero también cruza mercados. Marcas de Oriente llegan a occidente para buscar un lugar en un aparador de mexicalpan de las tunas. Se abren las fronteras a los capitales y se cierran a los harapientos. Solo unos pocos, los menos, pueden degustar el festín. La cultura de consumo se agudiza, promete felicidad a la salida de una tienda comercial y una jornada laboral más ardua para pagar lo aún no pagado. Los grilletes de plástico demandan pago de letras vencidas, hipotecas, y ofrecen más préstamos envueltos en sueños. Los medios de comunicación hacen lo suyo; venden lo inalcanzable y comprometen sentimientos y quincenas a las marcas comerciales. Consumo, consumo y más consumo. Los jóvenes salen de las escuelas, dejan una realidad promisoria para dirigirse a una realidad ilusoria: tiendas y más tiendas, mostradores, compra, venta, despilfarre de miseria y deseos en las carteras vacías. Ha llegado la hora de entrar a la preparatoria; la sociedad lo demanda: la extrapolación del ser y el deber ser se agudiza. Una división de clases sociales se gesta dentro de las instituciones de nivel medio superior. COBACH y CEBETIS huelen a joven urbano; CONALEP y CECyTE, a subUrbanos —aunque esta división sea un engaño de estatus, pues en la realidad, todos están marginados y esta extrapolación es un engaño mental producto del capitalismo a través de la sociedad de consumo. Las escue-


Norma García Ordieres. 10 000 wats.

las privadas se cuecen aparte. Por sí mismas venden estatus y prestigio —son empresas en toda la extensión de la palabra—, a excepción del Colegio Kukulcán, que incluye en su quehacer a los jóvenes excluidos. Luis hizo examen de admisión a CONALEP. Es de los más de mil rechazados. Ese día, al llegar a su casa, sus papás, obreros, lo regañaron: le dijeron que no mantenían a huevones. Luis salió de casa, se fue a la esquina, encontró a Pedro, a Marco y a María. Ninguno estudia. Aquí hay historias similares: no pasaron el examen de admisión y sus papás no les pueden pagar una escuela privada. Les piden que aporten a la casa y salen a buscar empleo donde les piden experiencia. Por lo tanto, no hay trabajo, y el que hay, violenta la dignidad humana. Ellos no tienen nada, solo el barrio, la calle, la clica, a ellos mismos, a nadie más… pintan las bardas: “100 LEY”. Al fin tienen un espacio propio, al fin la reafirmación del ser frente al otro, al fin un sentido de autoridad y de reapropiación, al fin le declaran la guerra a lo establecido, a la sociedad. Luis vio unos tenis en la plaza, los quiere, son lo de hoy. Cada semana va con sus cuates y los ve, los desea. Con ellos podrá volar como Jordan, podrá correr, podrá ser alguien más. Sus bolsillos están vacíos, en su casa le exigen dinero, se sale nuevamente al barrio con el peso en la espalda, se encuentra a Marco, el otro México, es decir, el México profundo. Está decidido. Luis tendrá los tenis y Marco tendrá para comprar una grapa. Es funcional: entre la televisión y la cocaína no se sabe cuál aliena más, pero esta última construye otras

historias donde Marco es el protagonista: es Dios. Es, sobre todo, él mismo. Por su parte, la televisión muestra a la Señorita Pretelín burlándose de los más, de los desarrapados, de nosotros, nos dice proletarios, gatos, miserables. Anuncia las reformas estructurales, anuncia que con ellas no habrá oportunidad para Luis, Marco, Paula, José, Petra y Pablo en la escuela… Anuncia una muerte que viene apresurada. Llegan a la farmacia. Marco saca un cuchillo, pide el dinero a quien atiende. Luis observa. Entra el señor con su esposa. Marco los mira. Dirige el cuchillo hacia ellos, los señores salen. Luis corre tras el señor, le jala la mochila, el señor voltea, Marco llega y lo hiere varias veces… Valeria mira anonadada desde el Caribe modelo 81 de su papá. Tropo

Mauricio Ocampo. Sociólogo con especialidad en cultura y maestro en Pedagogía. Es autor de los libros de narrativa y poesía Pogrom (2002), Del Viento y Otras demencias (2006), y Necromorfósis (2011), todos ellos en Ediciones Tlacuache. Su publicación más reciente es La Universidad Pública: vendedora de paisajes oníricos como objetos de consumo (Ediciones del Lirio, 2012).

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Cuentos del Ministerio

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Mariel Turrent Eggleton

veces me pasa que no sé donde tengo la cabeza. Entre mis actividades domésticas, el trabajo, el perro, el gato, pagos, traspasos y mi trabajo de madre-chofer (que ejerzo por las tardes sin otra remuneración que la de tener un espacio íntimo dentro del coche para viajar por los libros, mientras espero a mi pasajero), cuando llega a su fin el día, me parece haber flotado de inicio a fin casi dormida, resolviendo lo urgente sin planear lo importante. Si me viera un maestro Zen y me preguntara si cerré las ventanas de mi casa al salir, no sabría responderle. Y fue en ese trajinar diario, no sé en qué momento ni cómo, que desaparecieron mis facturas. Tres facturas en blanco que tenía que llenar para el pago de mis honorarios. Con pavor llamé a mi contador y esperando una sentencia fatal le conté lo sucedido. Ya volteé de cabeza mi casa, la oficina, el coche y no aparecen, le aseguré. Pero no me salvé de mi penitencia: ir al Ministerio Público a levantar un acta por robo. Di que te abrieron el coche y se las robaron, porque si dices que las perdiste no procede la demanda, me dijo. Está bien, dije obediente. Pero después me quedé pensando qué clase de solución era esa de ir e inventar un cuento a una autoridad para resolver algo tan sencillo como la perdida de un documento. Renuente a dirigirme a aquel lugar que seguramente estaría cubierto de malas vibras, me di a la tarea de investigar en el portal del SAT. Me sorprendí con un chat maravilloso que rápidamente me hizo saber con número de

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artículo de la ley y todo, que por robo o extravío debía levantar una demanda ante el ministerio. Le mentí a mi interlocutor cibernético y le dije que ya había ido, pero que por extravío no proceden las demandas. Y me contestó que ese era el tratamiento y era el mismo para robo o extravío y citó el artículo de ley nuevamente. Ni hablar, no me salvé. Así que después de darle largas, un día me decidí y fui al Ministerio de Justicia, libro en mano, pensando que aquel trámite me llevaría toda la mañana. Cuál fue mi sorpresa que al llegar había dos escritorios y nadie en espera. Le pregunté a uno de los agentes y me dijo que sacara dos copias de mi identificación y regresara, pero al volver ya no era yo la única, había un joven oriental queriendo comunicarse sin éxito con el agente. ¿Usted habla inglés?, me preguntó el agente. Y me pidió que asistiera yo al chino, y dijo que después me atendería a mí. El joven que hablaba poquísimo inglés, me hizo entender entre señas y palabras sueltas que le habían colocado un cuchillo en el cuello, que él entregó su mochila con su cámara y dos Ipods, y los ladrones se fueron en un coche. El relato era parco y breve, pero me sorprendió la rapidez con la que el agente tecleaba un texto larguísimo y no pude evitar asomarme al monitor para enterarme de aquello que narraba. En el acta se asentaba que el chino había entrado en shock al sentir la navaja en su garganta, pues los asaltantes lo amenazaban con cortarle la yugular. Él, presa del pánico, no pudo darse cuenta de más señas, ni de la marca del vehículo de sus agresores pues temía por su vida… Wow!, le dije al agente, usted debería escribir novelas. Y el agente, que por cierto era muy agradable y tenía

una redacción impecable, sonrió orgulloso. “Pinche Mongolia exterior” pensé, recordando a Filiberto García, famoso personaje de la novela negra mexicana. Al finalizar su relato, el agente dijo que tendría que pagar $115 pesos tanto el chino como yo, porque precisábamos de un documento para comprobar los hechos. El chino sacó de su cartera un billete de $100, y algunos pesos sueltos que no alcanzaban a ser 10. El amabilísimo agente le perdonó lo que le faltaba, y se guardó en el bolsillo de su pantalón la paga. Sin recibo, ni un “pase usted a la caja”. Ahora sí es su turno, me dijo. No pude resistir la tentación, así que aprovechando que las musas visitaban el ministerio, di rienda suelta a mi creatividad literaria. Me divertí describiendo a mis asaltantes con la cara del Padre Marcos y del señor que vende los saborines afuera de la iglesia, les quité como 10 años, les puse pelo largo, estómago de lavadero y un catálogo de tatuajes orientales rarísimos (en honor al chino). Al terminar mi narración el agente me miró incrédulo. ¿Le gusta a usted leer?, pregunté evadiendo su mirada acusadora. Pues algo, contestó. Le voy a recomendar un libro, le dije, y escribí en una hoja “El Complot Mongol” de Rafael Bernal, seguramente se sentirá identificado. Tropo

Mariel Turrent Eggleton (México, D. F., 1967). Ha publicado los libros Desde adentro (aforismos), Cajón de muertes y amores (cuentos), y La jornada del viento y Desnudeces de agua (poemas). En 1999 obtuvo el primer lugar en el Concurso de Cuento Juan Domingo Argüelles. Correo-e: marielturrent@gmail.com


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Crónicas de Ambarluna

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Lorena Careaga

Por qué preferimos las mujeres a Casanova y despreciamos a Don Juan? No porque el primero sea un atractivo personaje que en efecto existió y el segundo un célebre producto del teatro del Siglo de Oro español convertido en arquetipo. No. O no solo por eso. El donjuanismo parece tener por objeto de sus afanes la seducción acumulativa; una simple contabilidad desprovista de erotismo. Cuantas más mujeres caigan en las redes, cama y fauces de Don Juan, mejor; de eso se trata, de seducir en tanto obtiene lo que desea, para luego descartarlo una vez cumplido el objetivo. Sobra decir que a las mujeres los Don Juanes nos producen una serie de emociones que se sintetizan en dos: ira y hastío, experimentadas indistinta o simultáneamente y con consecuencias despiadadas e indefectibles. Quien haya jugado con la incontenible fuerza de la naturaleza que es el despecho de una mujer, sabe a lo que me refiero… No, a las mujeres no nos agrada Don Juan, porque queremos ser —y somos— únicas, y porque nos hechiza y enamora la sensualidad. Y así como el Tenorio aviva un irrevocable rechazo, nos sentimos en cambio atraídas por ese otro Giacomo de apellido Casanova, por su fino e ingenioso sentido del humor y por sus apreciaciones sabias, elegantes y cínicas de los seres humanos y sus flaquezas. Un manjar, sus “Memorias”; pero sobre todo, una delicia su seducción, ya que Casanova, como él mismo lo afirmaba, no conquistaba sino que galantemente se sometía. El secreto del erotismo de Casanova consistía en dar rienda suelta a esa faceta del alma femenina capaz de tomar un papel activo, diligente, vital y radiante en el banquete de los complementos físicos y mentales. Porque el erotismo no es nada más hacer del sexo algo sexy, sino volverlo sensual y, todavía más: comprender a fondo la categórica verdad que aquel vidente andrógino de Tebas, Tiresias, le reveló a los dioses en su hora más difícil y dolorosa. Antes que estas caprichosas, inclementes y apostadoras deidades lo condenaran a la ceguera, Tiresias (que, entre otras cosas, le descubrió a Edipo el misterio de su nacimiento y de sus

Daniela Palacios. Beso de Eros y Psique. Aguafuerte. (Detalle).

inevitables crímenes) confesó que las mujeres somos capaces de recibir nueve veces más placer del acto de amar que los hombres. Tal es la fuente del erotismo. Requiere de parte de ellos fértil imaginación creativa, paciencia y control admirables, gozar la tentación y no querer beberse de un trago la ambrosía, prolongando lo más posible el inevitable momento en que ambos perecerán por el fuego. Solicita de ellas no solo soltura y entusiasmo para enseñar, aprender, desarrollar, inventar y proponer, sino también disposición para recibir con agrado y sin trabas las ofrendas delectables y gozosas puestas a sus pies y devolverlas multiplicadas; todo ello, desde luego, con la conciencia del poder que las mujeres ejercemos en la sensualidad y su sabia regencia. El erotismo tiene que ver con cuestiones geográficas, con la retórica y la magia, y también con la relatividad del tiempo, tal y como lo he aprendido del maestro de mis madrugadas y dueño de mis viernes (y de otros días de la semana). Él me enseñó que el erotismo consiste en descubrir antiguos territorios que una y otra vez se vuelven nuevos e inexplorados; recorrerlos con intuición, mirada fresca y cuidado; describirlos con el lenguaje de la imaginación, el juego y la concreción, sin reserva de términos ni parquedad de vocablos; develar con inesperados sortilegios y una sonrisa sus secretos; y hacer todo ello con asiduidad, dedicación, esmero, perseverancia y sin prisa. Y ciertamente se valen las ayudas externas, infinitas en su multiplicidad y variedad, y que, en mi caso provienen sobre todo del dije de ambarluna, que desde nuestros primeros encuentros él colocó para siempre alrededor de mi cuello y, por ende, en el cerco de mi alma y en el paisaje de mi piel… Tropo

Lorena Careaga Viliesid es antropóloga e historiadora. Su vida académica ha girado en torno a la historia de Quintana Roo, del Yucatán decimonónico y de la Guerra de Castas. Actualmente, funge como jefa de la Biblioteca Antonio Enríquez Savignac de la Universidad del Caribe en Cancún. Ha escrito numerosos libros, ensayos y artículos en revistas especializadas, tanto de México como del extranjero.

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Portafolio

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FélixHernández


Para mí, no importa la técnica o la forma. Ya sea en locación, en estudio, con luz natural o luz artificial, en una sola toma o múltiples, la fotografía es un medio para expresar mis ideas, mis sueños, mis visiones.

Félix Alejandro Hernández Rodríguez (1973, México, D. F.). Hizo la carrera de Diseño Gráfico en la Universidad Iberoamericana de Puebla. Radica en Cancún desde hace 12 años. Es director y fundador de la Agencia de Publicidad Proyecto Matatema.

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Puntos de distribución

Cancún Librerías Porrúa Dante Educal

Restaurantes Pasteletería

Bisquets Obregón

100% Natural

Marakame Café

Playa del Carmen Jardín El Edén Le Lotus Rouge

Dalí

Tapioka Café

El Pabilo

Needful Things

Sanborns

Café Cardoni

Galería Escamilla Galería de Arte 5ta av.


Fundada en 1995, REDES es un consorcio de investigación aplicada a temas de turismo, economía y sociedad, dedicado a generar conocimiento confiable para enriquecer el proceso de toma de decisiones de nuestros clientes.

Marisol Vanegas Pérez

Políticas Públicas

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