LOS DANZANTES DE FUEGO
México, 1958, Óleo sobre tela 141 x 160 cm. Los rostros casi totémicos y las geometrías de algunas de sus pinturas, como Los danzantes de fuego revelan que Coronel estaba ligado temáticamente a muchas preocupaciones de los artistas de la Escuela Mexicana, como el pasado precolombino y la presencia de la muerte. El color dividido en parcelas, chisporroteante y contrastado presente en sus piezas es en realidad una propuesta cromática que se nutre de su realidad cultural, pero su tratamiento es absolutamente osado y novedoso. Los bailarines primitivos usan la luz de la luna y la luz del fuego tan hábilmente como los modernos coreógrafos usan las candilejas y los reflectores. Los juegos de luz y sombras que los danzantes propician frente a la hoguera multiplican los movimientos de la danza extendiéndose hacia un universo mágico.
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PEDRO CORONEL
Zacatecas 1921 - Ciudad de México 1985.
Hola, mi nombre es Pedro Coronel, y fui uno de los artistas mexicanos mas importantes del siglo XX. Nací en la ciudad de Zacatecas el 25 de marzo de 1921. Mi padre, Pedro M. Coronel era sastre, mi madre Juana Arroyo cuidaba de sus 11 hijos siendo yo el mayor. Mi abuelo paterno era pintor, por lo que se dice que era una familia de artistas. Mi madre tocaba la mandolina, mi padre el clarinete y el violín. Los domingos, después de la misa y de la comida, tocaban música popular de provincia...” Me hice amigo del titiritero del pueblo, en el Callejón de las Casas Coloradas vivía él, yo iba a verlo a diario. Quizá él me hizo escultor.” A finales de 1939, mis padres me enviaron a la Ciudad de México a estudiar escultura. En 1940, me inscribí en la Escuela de Escultura y Talla Directa. Mis maestros fueron los escultores Juan Cruz, Rómulo Rozo y Francisco Zúñiga. En 1942, después de una huelga estudiantil en la cual participé, la escuela cambio de nombre a Escuela Nacional de Pintura, Escultura y Grabado, conocida como “La Esmeralda”, se modificaron los sistemas de aprendizaje e ingresó un cuerpo docente de alto nivel, como: Diego Rivera, Frida Kahlo, Agustín Lazo, Manuel Rodríguez Lozano, Carlos Orozco Romero, entre otros, siendo los últimos tres mis maestros de pintura. Terminé mis estudios en 1946 y permanecí un año más en la escuela como profesor de escultura.
El acercamiento a estos pintores fue determinante para mi, sobre todo mi amistad con Diego Rivera, quien alabó desde un principio mi escultura, en un momento, no obstante Diego me desanimó para que viajara a Europa argumentando que el alejarse de México me haría perder la esencia y las raíces de mi país. Me sorprendió su reacción pues él había vivido una época muy bella en París, al lado de Modigliani y de otros artistas, entonces yo no comprendía cómo aquel hombre que en el fondo me enseñaba a encontrar la forma más directa en mi escultura, las bases que están en la escultura prehispánica, se negaba de pronto a que yo partiera. Gracias a su apoyo logré conseguir un subsidio económico para viajar a París, derivado de las cátedras que impartía en la escuela. En 1948 me fui a Nueva York donde permanecí unos días visitando los museos y esperando mi barco que partiría a Francia. Ya em París participé del trascendente momento de la postguerra, conocí a artistas, como los rumanos Constantin Brancusi y Victor Brauner, los soviéticos Serge Poliakoff y Ossip Zadkine, y la pintora francesa Sonia Delaunay, todos radicados en París. Frecuentaba el taller del escultor Brancusi quien buscaba entre otros aspectos la esencia de la forma y al mismo tiempo tenía gran predilección por la escultura africana y precolombina.
También conocí a Octavio Paz, el poeta, , quien se convirtió en un amigo muy cercano. Fui a una exposición retrospectiva de Paul Klee en el Museo Nacional de Arte Moderno de París, me impresiono tanto el manejo del color y salí de ahí con la decisión de comenzar a pintar. En la obra de Klee, descubrí la libertad para que formas y colores se conecten a su mundo ancestral autóctono, la llave para una creación más pura, poética y primitiva.
En 1952 retorné a México empapado de las vivencias y preceptos de los movimientos artísticos europeos. Me establecí en la ciudad de México, siendo vecino del escritor Juan Rulfo, con quien tuvé una amistad cercana y enriquecedora. Tuve contacto con la obra del pintor Rufino Tamayo, obra que me transformo encontrando un suelo fértil de donde abrevar y enriquecer mi pintura de fuerza y dinamismo. Fallecí el 23 de marzo de 1985 en la Ciudad de México a la edad de 64 años de un derrame cerebral, dejando un importante legado al arte mexicano.