MI VIAJE A LHASA

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TÍBET

Mi viaje a Lhasa Alexandra David-Néel Traducción de Milagro Revest Mira Prólogo de Toni Padilla


Mi viaje a Lhasa

Alexandra David-Néel Primera edición original: junio de 2018 Primera edición: Voyage d’une Parisienne à Lhasa © Librairie Plon, 1927 © del texto: Alexandra David-Néel © de la traducción: Milagro Revest Mira © del prólogo: Toni Padilla © 2018 Tushita edicions www.tushitaedicions.com info@tushitaedicions.com Diseño de la colección y tratamiento de la portada: Marc Ancoechea. Maquetación: Sir Gawain & Co. Impreso en: Romanyà Valls ISBN-13: 978-84-948958-0-7 Dipòsit legal: B-16243-2018 BIC: WTLC / 1F No se permite la reproducción total o parcial de este libro, ni su tratamiento informático, ni la su transmisión a través de cualquier medio, ya sea electrónico, mecánico, a través de fotocopia, mediante grabación u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito de los titulares del copyright.

Los editores agradecemos a David Torres por sus buenas recomendaciones literarias. Sin sus buenos consejos, puede que nunca hubiéramos conseguido editar a Alexandra David-Néel.

© Fotografía de la portada: Detalle de los atributos de Dorje Konsum Demo (rDo-rje Kon btsun De mo), protector del Tibet (Wikimedia Commons). Bol lleno de joyas (norbu) que representan las Tierras Puras Búdicas. © Fotografía de contraportada: Newars in Lhasa with drums by Frederick Marshman Bailey, 1903 (Wikimedia Commons) © Fotografía de la autora en página siguiente: Alexandra David-Néel (Wikimedia Commons)


A todos aquellos que, voluntaria o inconscientemente, me han ayudado durante mis largas peregrinaciones, como testimonio de afectuosa gratitud, dedico esta relaciรณn de mi viaje a Lhasa.



CONTENIDO PRÓLOGO

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INTRODUCCIÓN

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NOTA DE LOS EDITORES

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CAPÍTULO 1 29 Salida del Yunnan. — Como me desembaracé de mis porteadores. — Huida nocturna hacia el macizo del Kha-Karpo. — Encuentro inesperado con las tinieblas. — Yongden y yo cambiamos de personalidad y nos disfrazamos. — Extrañas visiones en el bosque. — Paso de la frontera del pais prohibido a 5.412 metros de altura — Unas fieras vienen a olfatearnos mientras dormimos. — Aparición de una ciudad fantasma.— Primer contacto con unos peregrinos.— Recorrido agitado del primer pueblo tibetano.— Un sacristán astuto. CAPÍTULO 2 69 Consuelo a un moribundo abandonado. — Temo por mi incógnito y cambio de personalidad. — Estratagemas empleadas para cruzar los puestos militares. — Yongden se muestra un brujo consumado.— Estoy a dos pasos de mi perdición.— A través de cimas y valles, el monasterio de Pedo.— Encuentro un gorro que iba a desempeñar un gran papel en mi viaje.— Un funcionario manda detenernos.— Saco la lengua a un honorable representante del gobierno lamaísta. CAPÍTULO 3 97 Cruce del puerto de Ku.— Yongden ejerce sus talentos de oráculo en favor de un pequeno asno.—Soy, por primera vez, huésped de una familia tibetana, bajo mi disfraz de pobre.— Noche de terror alrededor del monasterio de Dayul.— Fuentes calientes y baño nocturno al aire libre helado.— Nuevos motivos de miedo, por mi incógnito.— Abandonamos la pista y nos lanzamos a la aventura a través de las montañas.— Cruzo el Salween atada a un gancho que se desliza por un cable.— Se produce un accidente.— Me quedo suspendida en el vacio sobre el río. CAPÍTULO 4 125 La utilidad del gorro que encontré empieza a manifestarse. — Gimnasia ardua a través de las montañas. — Se plantea el problema de evitar el encuentro con diversos funcionarios. — Perdidos en una noche de tempestad. — Mi lama es engañado por un granjero avaro. — Cómo, tras habernos esforzado por evitar a los funcionarios, nos tropezamos con la casa de uno de ellos y nos dan una comida como limosna. — Festin de mendigos: caldo y tripas pasadas. — Incidente misterioso: un granjero predice la llegada de Yongden y le espera para morir. — Nuestros anfitriones nos ofrecen el tejado como habitación a 4.500 metros de altura y en pleno invierno. — El puerto y el monasterio de Sepo Khang. — Drama del bandidaje. — Un viaje económico.


CAPÍTULO 5 153 Las dos rutas de Tashitse al pais de Pö. — Un gran viajero inglés. — Terrible reputación atribuida a las gentes de Pö por los otros tibetanos. — Baño helado al pasar un río. — Una región sin explorar. — Hacia el puerto de To. — Buscando nuestra ruta por las nieves de las cumbres. — Un secreto de los ermitaños tibetanos: el arte de calentarse. — Osarios y funerales. — Pastores poco hospitalarios. — Al pie del puerto de Añi. — Yongden consigue que le presten un caballo para subir la montaña. — Gracias a la costumbre que tienen los tibetanos de buscarse los piojos, salgo airosa. — En casa de unos anfitriones de aspecto inquietante. — Simulo un milagro para infundir respeto a mis anfitriones, el prodigio da más resultado del que esperaba. — Nos enteramos de que circulan rumores sobre los extranjeros que viajan alrededor del Kha-Karpo. — Yongden oficia para hacer caer nieve. — Nuestro anfitrión olvida pagar sus honorarios al lama, nos los cobramos nosotros mismos. CAPÍTULO 6 185 Subida del puerto de Añi. — Un alma sencilla. — Presentimientos. Bato el récord de altura de las carreras de tobogán. — Me embarco en una exploración arriesgada. — Yongden cae en un barranco y se tuerce el pie. — Inmovilizados en una caverna; nos faltan los víveres y el fuego, la nieve no deja de caer. — Yongden me aconseja que le abandone y llegue a una región habitada. Su estado mejora, nos volvemos a poner en marcha. — Continuamos ayunando y la nieve sigue cayendo. — Nos perdemos en la montana. — Nochebuena en el país de Pö. — Yongden, con fiebre, delira, he de luchar con él para que no vaya hacia un precipicio. — Caldo con un trozo de suela de cuero. — Encontramos, al fin, pöpas. — Digresión sobre la política interior del Tíbet. — Entre insurrectos. — El primer pueblo del Pö yul. Nos dan un cuenco de sopa como limosna. — ¿Nos hemos comido la sopa del perro? CAPÍTULO 7 219 El monasterio de Sung dzong. — Un país de cuento de hadas. — Profecía imprudente. — Taching y sus ermitas. — Días de jolgorio. — Comienzo de un período confuso. — Cómo estoy a punto de matar a un salteador al que sólo quería asustar. — Encuentro oportuno con un grupo de viajeros. — Bandidaje en el Pö yul. — Atravieso otra vez un río colgada de un cable. — Acrobacias arriesgadas por un sendero en cornisa. — De buena nos hemos librado. CAPÍTULO 8 245 Engaño y aterro a siete bandidos. — Una estratagema divertida me permite atravesar el paso vigilado de Tongyuk. — Un misterioso lama aparece ante nosotros como un fantasma; me reconoce. — Encuentro con un amable erudito. — Paso del puerto de Temo. ¿Sueno o visión? — Una página de la historia contemporánea del Tíbet. — La huida del Gran Lama de Tachilhumpo. — Antiguas profecías sobre un Mesías guerrero que aparecerá en el «País del Norte». — Comienzo de realización. — Devociones arduas. — Peregrinas abandonadas. — Descubro el culto de los mojones kilométricos.


CAPÍTULO 9 275 Vista de Lhasa. — Circunstancias extrañas que favorecen mi entrada en la ciudad. — El palacio del Dalai-Lama; incidentes pintorescos de mi visita. —Prodigios atribuidos al Dalai-Lama. Su buen pueblo cree que es el soberano de Inglaterra. — La plata ha desaparecido de la circulación en el Tíbet central. — La fiesta de las tormas de mantequilla. — Aspecto de la capital del Tíbet. — Grandes monasterios lamaístas. — El eminente filósofo oficial del Tíbet. — El ejército moderno. — Singular superstición. — Mis vecinos. — Escenas pintorescas de la vida de los pobres miserables. — El monasterio de Ganden. — «Chivos expiatorios» humanos.— La solemnidad en el curso de la cual es echado de Lhasa. — La maravillosa procesión llamada Ser pang. EPÍLOGO

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PRÓLOGO

El 19 de marzo de 1913, Alexandra David-Néel le escribe una carta a su marido desde Benarés: «Ayer, escribiendo una fecha, de repente me percaté que era 18 de marzo, el aniversario de la Comuna, el día de la peregrinación de los federados. Te he contado alguna vez que estuve allí, en el Muro de los Federados, después de los fusilamientos, cuando los cadáveres se apilaron en las fosas comunes recién cavadas? Todavía me queda una especie de visión borrosa. ¡Tenía dos años de edad! Si es la primera vez que te lo cuento, te preguntarás qué me llevó hasta allí. Fue mi padre quien quería, si fuera posible, que tuviera un recuerdo sobre la ferocidad humana. ¡Ah! ¡Dioses! Sí que la he visto después, la ferocidad humana, de forma menos trágica y teatral... » La imagen es potente. Con vistas al Ganges, viendo como los cadáveres queman y las aguas se llevan las cenizas, en una sociedad que se relaciona de forma muy diferente con la muerte, la violencia y el amor, una francesa escribe a un marido que nunca fue realmente su marido, recordando imágenes borrosas de infancia. Fue una de las pocas personas en ver en directo los cadáveres de los miembros de la Comuna fusilados en el Muro de los Federados, en el Cementerio Père-Lachaise. Idealistas y buscavidas, juntos, terminaron desnudos, acribillados, apilados en una fosa común con muecas de dolor en el rostro. Una imagen sobrecogedora que la pequeña Alexandra creía recordar. ¿Pero lo recordaba de verdad o su cabeza había creado imágenes a partir de los relatos de su padre y las fotografías que se conservan? En la vida de Alexandra, la realidad y la ficción siempre han caminado juntas. Y eso la hace más fascinante.

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La figura de Alexandra David-Néel sigue generando debates años después de su muerte. Lo tenía todo para ser amada y odiada. Una mujer que no quería quedarse en casa. Una francesa que no quería quedarse en Francia. Una aventurera que no creía que una frontera fuera imposible de cruzar. Y a pesar de que se convirtió al budismo y tenía medio corazón en Asia, como parisina que era, Alexandra siempre quiso destacar y ser envidiada. Así, muchos aún creen que le puso mucha imaginación a sus relatos sobre viajes por parajes perdidos sin testigos. Muchos creen que no fue la primera mujer occidental en entrar en la ciudad de Lhasa, como ella decía. Otros no dudan de la veracidad de sus palabras. Pero en fondo, no es tan importante, si entró o no en Lhasa. Como suele suceder, el periplo es más importante que el destino final. Y el viaje vital de Alexandra es un viaje fascinante por el siglo xx. Bailarina, escritora, periodista y orientalista, después de su muerte su figura ha fascinado a aquellos que quieren ser libres y se cuestionan si las normas que los rodean son justas. Aquellos que no se las cuestionan, muchas veces, han quedado atrapados en el debate sobre si el Alexandra entró o no, en Lhasa. Seguramente, ellos nunca llegarían. Toni Padilla es periodista e historiador

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NOTA DE LOS EDITORES Puesto que el presente libro tiene un recorrido más que notable (recordemos que su primera edición en francès fué de la editorial francesa Plon en 1927 con el título Voyage d’une parisiènne à Lhasa” que su primera edición en castellano se tituló A través de la China misteriosa y fue editado por Orbis, en 1929) hemos querido realzar el valor de las sucesivas ediciones rescatando algunos elementos que nos han parecido de interés para compendiar una nueva edición de éste gran libro de viajes. Así pues, en primer lugar, aunque la traducción de base la debemos al laborioso trabajo realizado por Milagro Revest Mira, editada por Península Altaïr, en 1999 (última edición que había hasta hoy), hemos decidido añadir notas a pie de página o información adicional a la ya existente, con el fin de actualizar la terminología budista, o para dar explicaciones sobre la procedencia de las palabras tibetanas. Para ello, hemos contado con la colaboración técnica de Ferran Mestanza y Enric Soler. Debido a ello, las acotaciones entre paréntesis en las notas a pie de página, son debidas al editor y así lo indicamos [N. del Ed.]. Además, hemos detectado discrepancias entre las primeras versiones existentes del libro, siendo muy interesante la versión inglesa de 1927 (editada por William Heinneman Ltd y titulada My journey to Lhasa). Esas divergencias o añadidos también han sido marcados en el texto, incluyéndose entre claudátores y con la nota (N.E.I.) es decir “Nota de la Edición Inglesa”. También hemos decidido respetar el titulo inglés de la edición de 1927 por ser mucho más fiel al tema central del libro; y puesto que el tratamiento del mismo es tan especial (en el relato y en la profundidad), hemos pensado que Mi viaje a Lhasa resulta más ajustado que Viaje a Lhasa (como se tituló alguna de las versiones anteriores del libro). Hemos añadido y respetado el mapa ilustrativo del viaje que aparecía en la primera versión castellana, la de 1929, por resultarnos sumamente atractivo a la vez que quedar circunscrito a la época de su publicación, aunque muchos de los topónimos sean diferentes a los que hemos adoptado nosotros en el texto, mucho más próximos a la fonética tibetana, para una pronunciación aproximada desde el castellano. Finalmente, agradecemos el prólogo tan acertado de Toni Padilla, historiador y periodista, quién durante el año 2017 publicó en el suplemento de verano del periódico ARA una correlación de artículos sobre viajeras y viajeros literarios, entre ellos Alexandra David-Néel.

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INTRODUCCIÓN Ocho meses de peregrinaciones, llevadas a cabo en condiciones insólitas, a través de regiones en gran parte sin explorar, no pueden contarse en doscientas o trescientas páginas. Un auténtico diario de viaje exigiría varios volúmenes. No hay aquí, pues, más que un resumen de los episodios que me parecen más significativos para despertar el interés de los lectores y darles una idea de las regiones que recorrí como una vagabunda tibetana y llegué a conocer íntimamente. Este largo viaje hacia Lhasa1, disfrazada de peregrina, pidiendo limosna, en realidad no es más que un episodio de los muchos ocurridos durante los catorce años que pasé en Oriente. Su génesis estaría fuera de lugar en esta introducción; sin embargo, me parece interesante explicar por qué elegí este disfraz. Había pasado ya una temporada en Asia, cuando en 1910 el Ministerio de Instrucción Pública me encomendó una misión en la India. Al año siguiente, cuando me encontraba cerca de Madrás, me enteré de que el soberano del Tíbet, el Dalai-Lama, había huido de su país, entonces sublevado contra China, y residía en el Himalaya. El Tíbet no me era absolutamente desconocido, pues había sido alumna, en el Colegio de Francia, del profesor Ed Foucaux, un sabio, conocedor profundo de la cultura tibetana, y tenía algunas nociones de su literatura. Naturalmente no podía dejar escapar esta ocasión única de ver al Lama-rey y su corte. Ser recibida por el Dalai-Lama no era fácil, ya que se negaba obstinadamente a conceder audiencias a mujeres extranjeras. Sin embargo, sabiéndolo de antemano, había conseguido cartas de presentación de altas personalidades del mundo budista. Tradujeron estas cartas al soberano del Tíbet y debieron de intrigarle, porque inmediatamente dijo que tendría mucho gusto en hablar conmigo. 1. (De Lha, «dioses» y sa «tierra»: «Tierra de dioses» [N. del Ed.])

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Alrededor del monje soberano encontré una corte extraña de eclesiásticos vestidos de sarga granate oscuro, raso amarillo y brocado de oro, que contaban historias fantásticas y hablaban de un país de cuento de hadas. Aunque al escucharles tuviera en cuenta la exageración oriental, instintivamente presentí que detrás de las montañas cubiertas de bosques que veía, y de las lejanas cumbres nevadas, existía un país distinto a todos. Inmediatamente se apoderó de mí el deseo de llegar hasta él. Fue en junio de 1912 cuando, tras una estancia entre los tibetanos del Himalaya, vi por primera vez el Tíbet propiamente dicho. La lenta subida hacia los pasos elevados fue fascinante; después empezaron a aparecer las inmensas mesetas tibetanas, limitadas a lo lejos por una especie de espejismo difuminado, un caos maravilloso de cumbres malva y anaranjada, coronadas de nieve. ¡Que vista tan inolvidable! Me quedé prendada para siempre. Sin embargo, el aspecto físico del Tíbet no era el único atractivo que este país ejercía sobre mí; me interesaba también como orientalista. Empecé a reunir los elementos de una biblioteca tibetana que quería formar con obras originales de las que figuran en las dos grandes colecciones del Khagyur y del Tengyur, que como se sabe son traducciones. Busqué también todas las oportunidades que pude para hablar y convivir con los lamas eruditos, los místicos y los adeptos más eminentes de las doctrinas esotéricas. Estas investigaciones apasionantes me llevaron a conocer un mundo mil veces más extraño aún que las altas soledades del Tíbet: el de los ascetas y los magos, cuya vida transcurre oculta en las ondulaciones de las montañas nevadas. Sería un error creer que el Tíbet ha sido siempre la tierra prometida y estrechamente vigilada que es hoy. Por muy extraño que parezca, la zona vedada es cada vez mayor. Las rutas que atraviesan el Himalaya, fácilmente accesibles hace unos quince años, están estrechamente vigiladas y se impide el paso no sólo a la frontera del Tíbet, sino a una distancia de más de cincuenta kilómetros. Los turistas que quieran visitar Sikkim tienen que conseguir un permiso en donde conste que

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el titular no está autorizado a penetrar en Nepal, en Bután ni en Tíbet, que no debe visitar ningún lugar, ni intentar viajar por ningún camino que no sean los que tiene indicados en su permiso. Tiene también que firmar el compromiso de cumplir estas condiciones. Los chinos han dejado completamente libre la frontera chinotibetana, pero las regiones que han escapado a su control se han convertido en zonas prohibidas. De ahí que sea imposible adentrarse en regiones que los viajeros podían recorrer tranquilamente hace unos años y en donde antiguamente se habían establecido misioneros. Citaré, entre otros, a nuestro erudito compatriota M. Bacot, que atravesó la provincia de Tsarong y visitó Mekong en 1909, al capitán inglés F. Kingdon Ward2, que viajó por la misma región en 1911 y en 1914, y al capitán (hoy coronel) Bailey, inglés también, que hacia 1911 hizo un mapa de una parte del Tsarong. Añadiré que sobre 1860, la Sociedad de las Misiones Extranjeras de París tenía posesiones en la provincia de Tsarong. Sería interesante leer lo que escribió un inglés, Edmund Candler3, que formó parte de la expedición británica a Lhasa en 1904. Hay que recordar que el Tíbet no ha estado siempre cerrado a los extranjeros... Hasta finales del siglo xviii, sólo los obstáculos propios de la configuración del país impedían el acceso a la capital. Jesuitas y capuchinos llegaron a Lhasa, pasaron allí largas temporadas, y hasta fueron alentados por el gobierno tibetano. Los primeros europeos que llegaron a Lhasa4, y que dejaron una auténtica relación de su viaje, fueron los padres Grueber y D’Orville, que penetraron en el Tíbet, a su regreso de la China, por la ruta de Sining y vivieron dos meses allí. 2. Volvió otra vez al Tíbet, a la región del Pemakoichen, en 1924, enviado por el gobierno inglés o autorizado por él. El capitán Kingdon Ward es un naturalista que escribió interesantes relatos de viaje. 3. The unveiling of Lhasa («Lhasa desvelada»), por Edmund Candler . 4. Se supone que el hermano Oderie de Portenone fue a Lhasa en 1325, pero se duda

de la autenticidad de su relato. (Nota de Edmund Candler.)

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En 1715 los padres jesuitas Desideri y Freyre también llegaron a Lhasa; Desideri vivió allí trece años. En 1719 fue Horacio de la Penna y la misión de los capuchinos, que construyó una capilla y un hospicio y convirtió a varias personas. Los capuchinos de esta misión acabaron por ser expulsados finalmente en 17405. El holandés Van der Putte fue el primer laico que llegó hasta la capital, en 1720, y se quedó varios años. Después no tenemos ningún relato de europeos que hayan visitado Lhasa, hasta el viaje, en 1811, de Thomas Manning, el primer inglés que llegó hasta allí. Manning fue en el séquito de un general chino que había conocido en Phari Dzong6 y que le estaba agradecido por haberle curado. Estuvo un mes en la capital... Le advirtieron que su vida corría peligro y volvió a la India por la misma ruta por la que había ido7. En 1846, los padres lazaristas Huc y Gabet cierran la serie de viajeros que llegaron a Lhasa. Después de ello todos se vieron obligados a volver sobre sus pasos. Sin embargo, antes de ser detenidos, algunos de ellos llegaron hasta muy cerca de la capital, junto a las orillas del Namtso Chimo (el lago Tengri8), como Bonvalot con el príncipe Henri d’Orléans y Dutreuil de Rhins con M. Grenard en 1893. Para un extranjero es imposible, ahora, viajar abiertamente por estos lugares. Hacia 1901, tras la represión de los bóxeres, se publicaron varios edictos en Lhasa, en los que el gobierno chino declaraba el Tíbet abierto a los extranjeros y ordenaba a los tibetanos que les acogieran. En realidad, en el momento actual, todas las regiones del territorio tibetano que están bajo el control de China son accesibles a los viajeros. 5. El autor dice en una nota que, encontrándose en Lhasa, descubrió en el Jo Khang una campana con la inscripción: «The Deum laudamus», que había pertenecido probablemente a los capuchinos. 6. Lo que nos demuestra que había penetrado libremente hasta allí, lo que ahora es

imposible.

7. Hay que añadir a esta lista Bogle, en 1774, y Turner, en 1783, que se presentaron,

no en Lhasa sino en Jigatze, enviados por Warren Hastings, gobernador de la India, ante el Pachen-Lama.

8. (En tibetano Namtso (gnam mtso) y en mongol Tengri nor «El lago Celeste», es uno de los lagos más celebres del Tíbet [N. del Editor])

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Unos años después de mis primeras excursiones por las mesetas del Tíbet meridional, visité al Panchen-Lama en Shigatsé, que me recibió cordialmente. Me animó a seguir con mis estudios tibetanos y, para facilitarme las cosas, me ofreció hospitalidad en los alrededores. Me hubieran permitido visitar las bibliotecas y, con la ayuda de sabios lamas, hubiera podido investigar. Era una ocasión única, pero no me permitieron aprovecharla. Después de mi visita al Panchen-Lama, los habitantes de un pueblo situado a unos diecinueve kilómetros de la ermita en donde vivía tuvieron que pagar al funcionario británico una multa de doscientas rupias por no haberle informado de mi viaje. Este hombre no se había tomado el trabajo de pensar que estas gentes no podían conocer todos mis movimientos, ya que había salido de un monasterio, situado en territorio tibetano a tres o cuatro días de marcha de su pueblo. Los montañeses se vengaron, de acuerdo con su mentalidad de salvajes ignorantes, saqueando mi chalet. Me quejé en vano, me fue negada toda justicia y me condenaron a dejar el país en un plazo de quince días. Estos procedimientos, indignos de seres civilizados, despertaron en mí el deseo de vengarme, pero de una manera espiritual, con la mentalidad propia de París, ciudad en la que nací. Pero necesitaba tiempo. Años más tarde, viajaba por el Kham (Tíbet oriental), cuando caí enferma. Decidí ir a Batang, en donde hay un hospital misionero dirigido por médicos ingleses o estadounidenses. Batang es una ciudad tibetana importante, que ha permanecido bajo el control chino, como Kanzé, cerca de donde me encontraba en ese momento. Hacía poco que las tropas de Lhasa habían conquistado la parte del país que se extiende entre las dos ciudades y estaba prohibido el paso a los extranjeros. El oficial tibetano que residía en el puesto fronterizo me preguntó de entrada si tenía un permiso del cónsul inglés en Tatsienlu9, el «gran hombre de Tatsienlu», como le llamaban. Con esta autorización en la mano, decía, podría viajar por el Tíbet; sin ella no podía atravesar la frontera. 9. Tatsienlu, ciudad tibetana, centro de comercio importante, situada en el extremo oriental del país de Kham y comprendida en la provincia de Sichuan (China). (Actualmente Kanding (en chino) o Tarzedo (Dar tse mdo) en tibetano [N. del Editor]).

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Sin embargo, conseguí proseguir mi viaje, mientras él enviaba un correo a su jefe para pedir órdenes. Unos días más tarde me detenía otro oficial y, de nuevo, oí hablar del «gran hombre de Tatsienlu», nuevo san Pedro que tenía las llaves del «País de las Nieves». Entretanto, mi enfermedad se agravó. Expliqué mi caso a los tibetanos, pero aunque me compadecieran sinceramente, el temor al «gran hombre» no permitía a los aterrorizados funcionarios dejarse llevar por su bondad natural, y permitirme seguir mi camino hacia el hospital. Tenía que renunciar; sin embargo, me negué a volver sobre mis pasos y declaré que, puesto que me cerraban el paso a Batang, iría a Jakyendo. Jakyendo10 es una ciudad pequeña, en la ruta de Lhasa, más allá de la zona conquistada que está bajo el control de China. Pensé que llegar hasta allí podría ser interesante desde varios puntos de vista. Pasé jornadas épicas parlamentando. Los oficiales se sentaban en una tienda donde ondeaba la bandera tibetana, carmesí con un león bordado. Alrededor acampaba su escolta, formada por soldados, entre ellos dos músicos «armados» de trompetas tibetanas. Mis gentes y yo, sin banderas ni trompetas, ocupábamos dos tiendas plantadas a cierta distancia de la de los tibetanos. Infortunados drokpas11, a quienes la mala suerte había llevado hasta allí y que pagaban con corderos, mantequilla, leche y queso su papel en esta comedia. Alimentaban a los actores. Los discursos sucedían a los discursos en el cuadro romántico y apacible del antiguo reino de Dirgi12. Cuando los oradores, enronquecidos y extenuados, callaban, comían. 10. (Conocida actualmente como Yushu (o Gyêgu) esta población se encuentra al este del altiplano tibetano. [N. del Ed.])

11. Drokpas: literalmente ‘gentes de las soledades’. Pastores que viven en tiendas y

subsisten del producto de los ganados sin cultivar la tierra. (En tibetano ‘brog pa [N. del Editor])

12. (Sin duda se refiere al antiguo reino de Derge, en Kham, importante centro industrial y religioso durante los siglos xv al xix. Su centro vital era la ciudad de Derge donde se establecieron sus reyes. Derge fue conocido por su trabajo del metal. Debido al apoyo de su reina Regente, Tsewang Lhamo (d. 1812) a la impresión y la publicación, Derge tuvo muchísima importancia (y aún hoy la tiene) por su impresionante biblioteca de textos clásicos budistas y por sus ediciones de textos canónicos. [N. del Editor]).

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Al fin, cuando comprendieron claramente que si no me mataban no podrían impedirme ir a Jakyendo, se resignaron. Mis deseos se cumplieron, mi paseo por esta región estuvo lleno de interés y más tarde bendije la aventura que me había llevado hasta allí, porque gracias a ella pude llevar a cabo viajes maravillosos. Mientras estaba en Jakyendo, llegó un danés. Venía de Chang Nagchuka, donde le habían cerrado el paso cuando se dirigía a Lhasa. No pudiendo alcanzar su meta, quería volver pronto a Shanghái, a donde le llamaban sus negocios. El camino más directo pasaba por el lugar donde tanto había batallado el verano anterior. Antes de llegar a la zona prohibida, le detuvieron unos soldados que le estaban esperando y le obligaron a retroceder. El pobre explorador explicó en vano que había renunciado a penetrar en el Tíbet, que iba en dirección opuesta y que no quería «pasar» por la carretera para volver a China. Ni siquiera le escucharon. Se vio obligado a seguir una ruta que llevaba hacia el norte a través de desiertos plagados de bandas de forajidos. Naturalmente, tuvo que organizar una caravana para transportar víveres y equipajes, ya que el trayecto duraba un mes. Al cabo de todo este tiempo, se encontró en Sining, en Gansu, de donde había salido unos meses antes creyendo llegar a Lhasa. Necesitó aún dos meses más para alcanzar Shanghái. El itinerario directo que le habían impedido seguir le hubiera permitido viajar en silla de manos, dormir en albergues en cada etapa y hubiera acortado en más de la mitad la duración de su viaje. Hechos parecidos son una verdadera provocación a los viajeros y no podía ser testigo indiferente. Decidí, al encontrarme tan encerrada en Jakyendo, como el viajero danés, no ir hacia el norte, sino abrirme camino a través del país prohibido, hasta la orilla del Salween y visitar los valles templados de Tsarong y Tsawarong. ¿Habría llegado desde allí a Lhasa? Es posible, pero no seguro. No había decidido nada.

Me fui a Jakyendo al final del invierno, acompañada de un criado. La mayor parte de los puertos estaban aún cerrados y nuestro viaje por las

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nieves rayó en el drama. El muchacho y yo, vencidos felizmente todos los obstáculos materiales, y despues de cruzar el puesto fronterizo bajo las mismas ventanas del funcionario encargado de su vigilancia, nos acercábamos al Salween cuando fuimos detenidos. No es que nos hubieran reconocido; la causa del fracaso era otra. Había considerado que en un viaje así, y recorriendo un país casi desconocido, sería curioso, aparte de mis investigaciones personales, buscar documentos que fueran interesantes para otros estudiosos. Mi hijo adoptivo, el lama Yongden, me seguía a unos días de marcha, acompañado por un criado y llevando siete mulas. Debíamos reunirnos un poco más adelante. En sus sacos había cámaras fotográficas, papel para hacer un herbario, etc. Todo esto atrajo la atención del funcionario, que examinó los bultos y, como sabía de mi presencia en Jakyendo, se imaginó que no me encontraba muy lejos. Impidió el paso a mi pequeña caravana, lanzó a unos soldados en mi búsqueda en todas direcciones, me encontraron y fue el final de la aventura por esta vez ya que estaba lejos de darme por vencida. Tengo por principio no aceptar nunca una derrota, de cualquier clase y sea quien sea quien me la inflija. Incluso la idea de ir a Lhasa, que no había tenido muy clara hasta entonces, se convirtió en una firme decisión. Iba a ser la mejor revancha. Lo juré ante el puesto fronterizo a donde me habían llevado. No sólo pretendía vengar mi propio fracaso. Quería llamar la atención sobre el fenómeno, singular en nuestra época, de los territorios que se «convertían» en prohibidos. No se trata únicamente de Lhasa. La barrera inmensa que corta las comunicaciones en Asia se extiende aproximadamente entre 78º y 99º de longitud, y 27º y 30º de latitud. Si hubiera hablado de mis fracasos, algunos hubieran creído que lo hacía por despecho. Primero había que triunfar, llegar a la misma Lhasa y quitar así todo matiz personal a la cuestión. Es lo que hice. Antes de terminar, quiero asegurar a mis numerosos amigos ingleses que, al criticar la conducta de su gobierno en el Tíbet, no obedezco a ningún sentimiento de antipatía contra la nación inglesa;

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al contrario, de forma espontánea, desde mi infancia, cuando pasaba las vacaciones en la costa de Kent, siempre me han gustado los ingleses y sus costumbres. Durante mis largas temporadas en Oriente, mi simpatía por ellos ha crecido más todavía. Una sincera gratitud se añade ahora, por las numerosas y cordiales acogidas en tantos hogares: sus encantadores anfitriones se las ingeniaban para hacerme sentir como en mi propia casa. En su país, lo mismo que en el mío, o en cualquier otro, la política que llevan a cabo los gobiernos estan lejos de representar las mejores facetas del carácter de los ciudadanos. Supongo, sin temor a equivocarme, que los de Gran Bretaña y los dominios comparten la ignorancia de los nacionales de todas las potencias, por la manera poco clara con la que se tratan entre bastidores de los ministerios los asuntos de las colonias y los protectorados. Lo que he contado asombrará, sin duda, a mucha gente, sobre todo a los misioneros cristianos, que podrían preguntarse por qué una nación que se llama cristiana prohíbe al Evangelio y a los que lo predican la entrada en un país en donde es libre de enviar sus tropas y vender sus fusiles. Añadiré dos palabras sobre la ortografía de los términos tibetanos. Simplemente, los he transcrito fonéticamente, para permitir al lector pronunciarlos poco más o menos como hacen los tibetanos. Excepcionalmente, he escrito a veces «ph» para distinguir una de las tres «p» del alfabeto tibetano, como en la palabra philing (‘extranjero’), que hay que pronunciar «pi-lin-g». El sonido «f» no existe en tibetano. La tercera «p» y la tercera «t» se han escrito a veces «b» y «d» respectivamente, según el uso generalmente adoptado por los orientalistas, aunque esas letras no suenen «b» y «d» más que cuando van precedidas de una letra prefijo muda. La ortografía tibetana, muy complicada, desorienta forzosanente a los que no pueden leer las palabras escritas en carateres tibetanos. Como ejemplo, diré que la palabra pronunciada naldjor se escribe rnal byor, el nombre pronunciado dolma, se escribe sgrolma y así.

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En cuanto al nombre del Tíbet, quizá sea interesante saber que es desconocido para los tibetanos. Su origen es oscuro. Los tibetanos llaman a su país Pö yul o, poéticamente, en literatura, Gangs yul (‘el País de las Nieves’). Ellos se llaman a sí mismos Pö pas13. Algunos creen encontrar el origen de la palabra Tíbet en dos palabras tibetanas: tod bod (que se pronuncia tö pö). Tod significa ‘alto’. La denominación Alto Tíbet se aplica a veces al Tíbet central, mientras que las provincias orientales son llamadas Bajo Tíbet. Sin embargo, hacer derivar la primera sílaba de Tíbet, «Thi» de Tod, exige un cambio de la posición asignada por la gramática tibetana al nombre y al adjetivo. Según ella, el adjetivo sigue al nombre. Se dice Bod-Tod (Pö tö), Tíbet Alto, Bod-med (Pö më), Tíbet Bajo. Como se desprende de las explicaciones dadas en esta introducción, sólo podía llegar hasta Lhasa en el más estricto incógnito. Me era imposible incluir una cámara fotográfica en mi equipaje de peregrina, y ni a Yongden ni a mí, disfrazados de pobres miserables, podían sorprendernos haciendo fotografías. Cuando llegamos a Lhasa, mi hijo adoptivo y yo renunciamos a la mendicidad, nos promovimos a una condición social un poco superior, que nos permitió mostrar el dinero. Nos fue posible así remunerar los servicios de los fotógrafos del país, que profesionales o aficionados, no faltan en el Tíbet.

13. (Pö yul, en tibetano Bod yul. La ö debe leerse aproximadamente como una eu francesa. Pö pa (en tibetano, Bod pa) «persona o habitante de Bod –Tíbet–. La s del plural, como otros casos, más adelante, es un recurso del español [N. del Editor]).

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