Revista Cultura Urbana núm. 47. Xochimilco. Tierra latente

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Xochimilco

Tierra Latente

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U N I V E R S I D A D A U T Ó N O MA D E L A C I U D A D D E M É X I C O A Ñ O 1 0 • P R I MA V E R A 2 0 1 5 • N ÚM . 4 7

Xochimilco

CULTURA URBANA

Portada y contraportada: Juan Pablo De la Colina

AÑO 10 • PRIMAVERA 2015 • NÚM. 47

Tierra Latente

Elena Poniatowska • VICENTE LEÑERO• José Genovevo Pérez Espinosa Emiliano Pérez Cruz • Víctor Delgadillo • José de Jesús Flores Segura Rodolfo Cordero López • César Rito • Edson Lechuga


Números anteriores NúmERO 21 68, memoria viva

archivo fotográfico del Centro de Estudios históricos de Xochimilco

NúmERO 22-23 En el rincón de una cantina

NúmERO 24-25 Edificios, paisajes emblemáticos

TEXTOs: Carlos monsiváis, Concepción Ruiz Funes, Luis Villoro, mathilde Gerard, Elena Poniatowska, Lorenzo Gutiérrez, medardo maza, Javier moro, Juan santiago Paz, Eve Gil, Leo mendoza ILusTRaCIONEs: Daniel alva, imágenes de la gráfica del 68, fotografías del Memorial del 68

TEXTOs: José Kozer, Darío armenta, Jair Cortés, Daniel Fragoso, Ernesto Lumbreras, Leo mendoza, Gonzalo Lizardo, alberto Chimal, salvador Beltrán ILusTRaCIONEs: Eko de la Garza y otros artistas

TEXTOs: Guillermo samperio, mónica Lavín, ana García Bergua, Ernesto Lumbreras, mariano del Cueto, sergio Raúl arroyo, magali Tercero, José amozurrutia, Gerardo Guízar ILusTRaCIONEs: Fotografía de sharenii Guzmán y otros fotógrafos

NúmERO 26-27 Oficio: Periodista

NúmERO 28-29 ¡Amárrate las agujetas! La niñez y sus mundos

TEXTOs: Carlos monsiváis, José Kozer, miguel Ángel Granados Chapa, Vicente Leñero, antonio helguera, Norman mailer, Yevgueni Yevtushenko, Javier Campos, Luis humberto Crosthwaite, Ryzard Kapuscinski, Tanius Karam ILusTRaCIONEs: Fotografía de siete fotógrafos periodísticos

TEXTOs: Jorge López Páez, José de la Colina, Francisco hinojosa, Guillermo samperio, agustín monsreal, hugo Gutiérrez Vega, Ricardo Castillo, Blanca Luz Pulido, magali Tercero ILusTRaCIONEs: Jozé Daniel y armando haro, entre otros

NúmERO 30 Agua

TEXTOs: Vicente Leñero, Torgny Lindgren, José hernández Vázquez, Pablo Raphael, Jaime Vilchis, Francisco magaña, Paola Jauffred Gorostiza ILusTRaCIONEs: armando haro márquez y armando haro Rodríguez, entre otros

NúmERO 31-32 Sexualidad diversa

TEXTOs: Luis zapata, Carlos monsiváis, David miklos, Gonzalo Lizardo, mauricio molina, sergio Téllez-Pon, Paola Tinoco, Guty, adriana González mateos ILusTRaCIONEs: mónica ae, Lulú Barrera, agente arte hormiga, Florentino Fuentes

NúmERO 33-34 Laicismo: La fe no mueve montañas

NúmERO 35-36 Modos de ser chilango

NúmERO 37-38 Elena Poniatowska: Creación y compromiso

NúmERO 39 Voces y texturas de la gran ciudad

TEXTOs: miguel Concha malo, Tedi López mills, myriam moscona, Carla Faesler, Bernardo Fernández BEF, alberto Chimal, ana García Bergua Bernardo Esquinca ILusTRaCIONEs: Gustavo abascal, José manuel Bañuelos Ledesma, Ignacio Vera Ponce

TEXTOs: armando González Torres, Fabio morábito, magali Tercero, Fabrizio mejía, ana García Bergua, Benjamín muratalla, Julio Patán, Gilma Luque, José Javier Villareal ILusTRaCIONEs: Colectivo arte por la Paz, Diego Cornejo Choperena

TEXTOs: Elena Poniatowska, Nadia Villafuerte, salvador Castañeda, adriana González mateos, Edgar Krauss, mauricio Bares, alejandro magallanes, Fabio morábito, Jorge alberto Gudiño hernández ILusTRaCIONEs: Juan Carlos Guarneros, manuel Delaflor, Juan Pablo De la Colina

TEXTOs: Bárbara Jacobs, Claudio albertani, armando González Torres, Ernesto Lumbreras, Paola Jauffred Gorostiza, Rocío Cerón ILusTRaCIONEs: Eko de la Garza, santiago Corral, andrea Dueñas

NúmERO 40-41 Barrio de La Merced

NúmERO 42-43 Milpa Alta. Raíces y defensa de la tierra

NúmERO 44 Efraín Huerta. Amores absolutos

NúmERO 45-46 José Revueltas. Utopía y disidencia

TEXTOs: abigael Bohórquez, Efraín huerta, TEXTOs: Efraín huerta, David huerta, TEXTOs: marcela Dávalos, Ezequiel martínez Estrada, Iván Gomezcésar, Juana Reyes, Lázaro Tello Pedro, Juan José Reyes, adriana González mateos, David Pastor Vico, Verónica Briseño Benítez, miguel Ángel Farfán Caudillo, Francisco Trejo, Rosa albina Garavito, Jack Kerouac (Versión de sergio Raúl arroyo) Juan Carlos Loza Jurado, José C. Flores arce (Xochime) mauricio molina, ana Clavel Leilanny Navarro Franco, ainhoa Ruiz Verdugo ILusTRaCIONEs: Gabriela Tolentino, milton martínez ILusTRaCIONEs: Iván Bautista, Eko de la Garza, Power ILusTRaCIONEs: Tanya huntington, silvia Carbajal azamar, Deniol huerta, Tanya Rojo, ariel Yaotalalli morales González meza, Colectivo Teuhtli, Fotos de Galdino López Flores

TEXTOs: José Revueltas, Elena Poniatowska, Evodio Escalante, Edith Negrín, José manuel mateo, alessandro Rocco, José Ángel Leyva, Felipe Vázquez, Claudio albertani, Carlos López, José Emilio Pacheco ILusTRaCIONEs: Jorge Ermilo Espinosa Torre, Dulce Chacón, Juan Pablo de la Colina, Cosme Rada


Archivo fotogrรกfico del Centro de Estudios Histรณricos de Xochimilco


UNIVERSIDAD AUTÓNOMA DE LA CIUDAD DE MÉXICO

UNIVERSIDAD AUTÓNOMA DE LA CIUDAD DE MÉXICO Nada humano me es ajeno

Archivo fotográfico del Centro de Estudios Históricos de Xochimilco

RECTOR Hugo Aboites Aguilar COORDINACIÓN ACADÉMICA Micaela Rosalinda Cruz Monje

Archivo de Víctor Delgadillo

COORDINACIÓN DE DIFUSIÓN CULTURAL Y EXTENSIÓN UNIVERSITARIA Koulsy Lamko JEFE DE PUBLICACIONES Felipe Vázquez CULTURA URBANA • REVISTA DE LA UACM

Colección de Alfredo Ortega

DIRECTOR Juan José Reyes COORDINACIÓN EDITORIAL Óscar González David Huerta

Federico Krafft

EDITORA Rowena Bali DISEÑO Juan Pablo de la Colina CONSEJO DE REDACCIÓN Ernesto Aréchiga, Sergio Raúl Arroyo, Silvia Bolos, Óscar de la Borboll­a, Ana García Bergua, Iván Gomezcésar, Ana Clavel, Rosa Beltrán, Bárbara Jacobs, José Agustín, Eduardo Langagne, Mónica Lavín, Vicente Leñero, Emiliano Pérez Cruz VENTA: Sanborns, Educal, Librerías La Jornada, FCE y Gandhi Achar CULTURA URBANA invita a los miembros de la comunidad de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México y a los lectores en gene­ral a enviar a la redacción colaboraciones y comenta­rios. Asimismo, se reserva el derecho de elegir el material que publicará en sus páginas. Coordinación de Difusión Cultu­ral y Extensión Universitaria: Dr. García Diego, 170, col. Doctores, del. Cuauhtémoc, México, D.F., c.p. 06720 y rowenabalip@gmail.com Reserva del título: 04-2004-100113432600-102 ISSN: 1870-1817

GALERÍA DE AUTOR

Michel Pineda

Una gelatina en la cabeza César Rito Salinas

p. 72


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Xochimilco Tierra latente

El último guajolote

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Crónica de la flor de nochebuena

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Mi Xochimilco

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Elena Poniatowska 23

Juan José Reyes

José Genovevo Pérez Espinosa 26

La ciudad en el centro Vicente Leñero

Emiliano Pérez Cruz 29

Vicente Leñero (1933-2014)

Ecos de la batalla de Pelenor Medardo Landon Maza Dueñas

Xochimilco: el último reducto de un paisaje cultural prehispánico Víctor Delgadillo

45

Zapata y Villa en Xochimilco David Uzcanga

53

Centenario de la masacre de 1913, en Santa Cruz Acalpixca Felipe de Jesús Flores Segura

55

¿Dónde fue el encuentro de Zapata y Villa? Rodolfo Cordero López

59

Ella

César Rito 61

98

Cigoto

Capítulo II

Luchador social y literato

Territorios literarios

Rowena Bali

Edson Lechuga

101

Librario

Alejandra García

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Archivo fotogrรกfico del Centro de Estudios Histรณricos de Xochimilco

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El último guajolote Elena Poniatowska

Amiga de Cultura Urbana, la autora de esta crónica magnífica ha querido compartir con nuestros lectores sus registros de voces, pasos, presencias, cantos, personajes de la gran ciudad capital del país. Una ciudad que se ha ido y permanece en la vida fantasmal de los lagos, en el pregón de los vendedores de aves migratorias, en los ingeniosos nombres de las pulquerías, en todos sus personajes. El texto recoge de manera viva y admirable los sabores populares de la entraña citadina

«¡Mercaráaaaan chichicuilotitos vivos! ¡Mercaráaaaan chichicuilotitos cocidos!» Vivos o cocidos los llevaba Emeteria en una canasta tapada con un trapo. Los vivos colgaban de su brazo para que no escaparan, cuicuirí, y a los cocidos había que resguardarlos del polvo, de las miradas y de las tentoneadas. «Órale, órale, si no compra no mallu­gue». Emeteria canturreaba: «¡Mercarán chichicuilotitos vivos!» y estos se revolvían en un montón de plumas y de huesos quebradizo­s y en la otra canasta yacían los ajusticiados, bien cocidos, exponiendo sus mínimas pechugas y sus muslos de orfebrería. La señora chichicuilotera venía desde el Lago de Texcoco con sus pájaros acuáticos (los chichicuilotes viven en las lagunas y tienen patas largas, caminan a saltos los unos junto a los otros y clavan el pico al unísono para pescar el mosquito de la laguna). El Lago de Texcoco se estancaba aquí lueguito a la vuelta de Lecumberri. Allí empezaba a encharcarse el agua. El cerro del Peñón era agua y Emeteria, su comadre Nemesia, Finita su prima, Epigmenia la China y otros vendedores que tenían su casa a la orilla de la laguna tendían sus redes para traer a la ciudad su mercancía emplumada y desplumada. Pero como los chichicuilotes son pájaros migratorios, cuando la emprendían a otras

lagunas la chichicuilotera extraía del agua el mosco cafecito de alas largas (distinto todo al zancudo: el anofeles que al igual que el holofernes desenvaina la espada y transmite el paludismo). Este mosco que fue antes el alimento de sus chichicuilotes lo vendían en las casas para los canarios, cenzontles y cardenales que tras sus barro­ tes de oro probaban el manjar de los pájaros libres para luego digerirlo al sol junto a los geranios. —¡Patos, mi alma, patos calientes! La marquesa Calderón de la Barca dibujó en cartas para su brumosa Inglaterra a la indita vendedora de patos con su falda apretada en la cintura por una faja de colores, sus trenzas y sus pies morenos y descalzos. —¡Mercarán patos! ¡Mercarán patttttttts! Este grito es hoy tan improbable como la descripción del Canal de la Viga que ofrece Antonio García Cubas en su México de mis recuer­ dos. Enumera las hileras de sauces que flanqueaban el magnífi­co embarcadero, la abundancia del follaje y el paseo que se extendía por verdes campiñas de arboledas, háganme el favor, en las calzadas de Niño Perdido, San Antonio Abad y la Piedad y remataban al pie de las Lomas de Tacubaya salpicadas de sencillas casas de

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El último guajolote

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campo a las que acudía la gente para saborear el atole de leche y los buenos tamales cernidos, mientras los niños se mecían en los columpios que colgaban de las ramas de los árboles. Todo nos venía de la laguna, el verdor y las hortalizas, el jabón y la levadura. De las zanjas de agua estancada, doña Emeteria y su comadre Nemesia sacaban una capa gelatinosa, la cortaban en forma de pastilla de jabón y la ofrecían a sus clientes para lavar los pisos y la ropa muy engrasada; era la lejía, más poderosa y eficaz que cualquier detergente. También ofrecían en la puerta de las casas el tequesquite, una levadura natural que se forma a la orilla de las lagunas saladas y que todos conocemos con el nombre de Royal y espolvoreamos en la masa para que la infle y haga que los pasteles suban bonito, cualidad que reclaman las golosinas y los panqués sintéticos «esponjaditos, esponjaditos». La vida nos venía del agua. En canoas y trajineras, ya vas, los campesinos traían de Xochimilco y de Milpa Alta sus aguacates y sus manojos de rábanos, sus zanahorias, calabazas y chilacayotes y quién más quién menos pregonaba: romeritos, verdolagas, habas verdes, ejotes y chícharos. Las hierberas ofrecían su epazote, su yerbabuena, su perejil y su culantro verde, y el pescadero padre y su hijo el pescaderito con sus pescados ensartados vendían pescado blanco o pescado bagre fresco, ranas y ajolotes, charalitos cocidos envueltos en hojas de maíz o con grandes hojas de plátano y no faltaban los pescadores que vinieran desde Cuernavaca y de Jojutla (junto a sus compadres los cargadores de pencas de plátano con sus pescados conservados en verdor para que no se les fueran a apestar). Y por si esto fuera poco, además de las flores, los altos delfinios y los perritos, las nubes y las alelíes, se cuajaban de flores los copetes de las trajineras: «Margarita» escrito con margaritas, «Catita» con claveles blancos, «Carmen» con claveles rojos, «Rosa» con rosas (así qué chiste), «Alicia» con pinceles y «Mariquita» y «Lupita» con maíz de teja. La música acompañaba a las góndolas como en Venecia «… ese lunar que tienes, cielito lindo junto a la boca…» y por allí bogaba la trajinera de los mariachis, los de a de veras, los de Jalisco, los de Cocula y Tecatitlán que ahora se han aposentado en el Tenampa, en la Plaza Garibaldi «… que todas las semanas cielito lindo domingo fuera…» Sus acordes tenían mucho de acuá-

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tico, el guitarrón parecía arpa, la guitarra hacía olitas y el requinto sonaba como el mero vuelo de las garzas. «Atotonilco», «Chapala», «El Quelite», «Los dos arbolitos», «Échame a mí la culpa», «El Rey», esa no la tenemos puesta, guitarras y violines en conciertos mientras el remero hacía deslizar la embarcación sobre el agua sitiada por lirios acuáticos. Hasta jarabes podían zapatearse sobre el piso de madera de las trajineras mientras los mariachis parados en la punta más alta de la embarcación se confundían con los sauces llorones:

Señora, su periquito me quiere llevar al río y yo le digo que no porque me muero de frío. Pica, pica, pica perico pica, pica, pica la rosa.

O la de los enanos:

Ay, qué bonitos son los enanos cuando los bailan los mexicanos. Sale la linda sale la fea sale la enana con su zalea. Hazte chiquito hazte grandote ya te pareces al guajolote. Ya los enanos ya se enojaron porque a la enana la pellizcaron. Sale la linda…


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También las vendedoras de aguas frescas parecían emerger de la laguna, limpias y gallardas con los alcatraces, lustrosas de gotas de agua y de trenzas recién tejidas. La «chiera», muy melosa —según Antonio García Cubas—, ofrecía sus aguas: «Chía, horchata, limón, piña o tamarindo, ¿qué toma usted mi alma? Pase usted a refrescar.» Las servía en grandes vasos de cristal con una jícara de calabaza adornada de pájaros y flores y todos pedían de horchata por espumosa y blanca como la leche aunque ahora las amas de casa aseguren que es mejor la de Jamaica por diurética. Sin embargo, sucede que no se escuche ya el ruido de la jícara en el agua cantarina sino el brusco zangolotearse de la licuadora porque la de las aguas frescas ha pasado, en no pocas ocasiones, a ser «la de los licuados» de fresa, de mamey, de alfalfa, de guayaba o de melón y el jugo de zanahoria que el extractor «Turmix» hace surgir, diosito santo, con un infernal vahído de aspas, rodetes y tornillos. Toda esta agua en la cual se fundó Tenochtitlan, las múltiples lagunas que nos rodeaban, los ríos que nos humedecían, eran una bendición. El valle de Toluca donde nacía el río Lerma era el más rico, el Lago de Texcoco una valiosa fuente de aprovisionamiento, y mientras los sabios aztecas hicieron diques para evitar en época de lluvias las inundaciones, Enrico Martínez, que ahora tiene su calle, inició durante la Colonia la desecación del Lago que no trajo sino calamidades porque nos resecamos como arenques, como pescado bacalao, como monjas con bigotes, y el polvo giratorio de las tolvaneras nos llenó de piedritas el alma y nosotros que éramos volátiles no supimos migrar como las golondrinas o los chichicuilotes que ahora sólo quedan en el recuerdo. —¿No tomarán chichicuilotitos vivos? —cantaba doña Emeteria. —¡Mercarán pollos! —voceaba el pollero con sus mareados e infelices pollos asomando su pescuezo de pollo por las rendijas del huacal. —¡Vivos o cocidos los chichicuilotitos! ¡Mercaráaaan chichicuilotitos! No los alcancé a ver, los guardo en las litografías aunque mejor fuera tenerlos en las de Linati. A los que si conocí es a los guajolotes de la Navidad que desde el 1º de diciembre recorrían la Colonia del Valle a pie. Apurados por su dueño que los apuraba y los mantenía juntos con un mecatito amarrado a un palo, atravesaban la calle

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frente al rojo camión Colonia del Valle-Coyoacán y los motores rugientes. Primero eran muy numerosos y sacudían su moco y su cabeza interrogativamente. Yo sentía que no entendían y estaban preguntando algo para lo cual nunca tuve una respuesta (porque nunca he tenido una respuesta para nada). Quién sabe en dónde los resguardarían en la noche, pero echaban a andar al amanecer y desde la ventana podían verse sus lomos lustrosos de plumas pachonas y el rápido y sorpresivo rojo de su garganta así como su voz que se venía en cascada y permanecía en el aire durante muchas horas después de su partida. Para el día 24 quedaban pocos despertando sospechas, quizá tres, y el campesino de calzón de manta amarrado en los tobillos agitaba su mecate contra ellos. «No —le decía la señora—, ya está muy corrioso, a este ni los zopilotes van a querer entrarle. Se imagina cuánto no habrá caminado desde que empezó el mes.» El dueño no lo imaginaba, lo había pastoreado día tras día sobre el asfalto negro y caliente como comal ardiendo y al rato el guajolote había dejado de mirarlo para que no le viera la vergüenza en los ojos. Sólo gritaba cada vez más lastimeramente. En esta ciudad despiadada no había nadie para tomarlo en brazos, nadie para acariciar su plumaje antes de meterle cuchillo, y él seguía allí parado como idiota, apergaminándose, los músculos más endurecidos que los de Charles Atlas. ¿De qué servían los muchos kilómetros caminados y la tantísima gente con la que se había cruzado? A veces lo escogieron de entre el montón para sopesarlo, a veces, también, cuando algún perro amenazó su integridad, el amo lo cargó un rato bajo la tupida sombra de su brazo, pero la mayor parte del tiempo había sido de caminar y caminar, caminar y caminar y ni modo de decirle al dueño: «Quiero quedarme parado en esta esquina para siempre.» —¿No tomarán chichicuilotitos vivoooos? Así como los chichicuilotes y los totoles, son los oficios de los mexicanos, de gire y gire por la calle, de línguele y línguele por la calle, de pata de perro por la calle. Trote y trote en trotes de nunca acabar, la mercancía en los hombros, la correa cortándole la frente, el chochocol en la espalda, el chiquihuite de las tortillas en el anca, los pollos en el huacal, los sombreros ensartados en un brazo —el fuerte—, el bote de hielo en la cabeza, los muebles de la mudanza en la parihuela, el niño a horcajadas, los personajes populares

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El último guajolote

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Colección de Alfredo Ortega

de la ciudad trotan al trotecito indio, trotan, acostumbrados a todo porque el oficio hace al hombre y Juan no es Juan sino el afilador y Conchita no es Conchita sino la quesallidera aquella del anafre y el aventador en la esquina de Independencia y San Juan de Letrán, la que fríe sus tortillas a flor de banqueta, las de flor de calabaza, las de papa, las de rajas, y salpica de aceite los pies de los golosos que aguardan en círculo. En la calle también, el evangelista apuntaba las ocho patas de su mesa y su silla sobre la piedra del Portal de Santo Domingo. (También Sartre y Simone de Beauvoir escribieron ensayos filosóficos en el bullicio del «Flore» sobre las redondas mesitas de mármol en las que apenas cabe la taza del exprés, pero nunca hicieron tan ocurrentes faltas de ortografía ni recurrieron a la retórica epistolar de América Latina). La de las pepitas acomoda sus montones de semillas en la calle sobre una manta raída y el librero de viejo apenas si pone un periódico entre los incunables y el asfalto. Por eso los bibliófilos se acuclillan y don Joaquín Díez-Canedo tiene que agacharse hasta el suelo para hojear el rarísimo ejemplar de Los

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errores científicos de la Biblia. Los yerberos acomodan sus raíces y ojos de venado contra el mal de ojo, los frasquitos de concha nácar para las cicatrices, el mezquite, la cola de caballo y la doradilla, los remedios contra el empacho y el aire constipado, el boldo y el istafiate para las muinas y la bilis derramada, los azahares para los nervios y el corazón, la lengua de vaca y las milagrosas pomadas para los callos y juanetes. Todos quedan a raíz, allí en el polvo del camino. El de los toques se recarga en el muro de la calle a esperar sombrío a su próxima víctima y también el bote de los tamales se pone a humear en la banqueta y sólo su grito se alza en el aire: «Aquí hay tamales de dulce, de chile y de manteca». El nevero que ahora trae un carrito con un paisaje nevado de pingüinos y pinos constelados, antes caminaba con su cubeta en la cabeza y en la mano una canasta con canutos envueltos en zacate: «¡Al buen canuto nevado!», pregonaba. «¡A tomar limón y leche, al nevero!» «¡A tomar limón y rosa, al nevero!» Bajo el sepia de la fotografía de su nevero, el fotógrafo Waite (que bien podría calificarse de fotógrafo de prensa o ambu-


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lante) estipuló: «Mexican ice cream vender», lo cual resulta mucho menos poético que la cantinela o los gritos de los vendedores que a lo largo del día llenaban la calle de mágicas proposiciones: «¡Cristal y loza fina que cambiar!», «¡Zapatos que remendar!», «¡Caños que destapar!», «Tierra para las macetas», «¡Alpiste para los pájaros!», «¡Sillas para entular!», «¡Canastas, buenas canastas!», «¡Canastas y chiquihuites!», «¡Petates, tompeates y escobas de palma!», «¡Ropa usada y periódicos que vendan!», «¡Buenas palanquetas de nuez!», «¡Aquí hay atole!», «Ricas las gorditas de cuajada», «Tomillo, mejorana, muicle», «Botellas y fierro viejo que vendan», y aquellos pregones que consigna Antonio García Cubas: «A cenar, pastelitos y empanadas, pasen niñas a cenar». El pastelero entonaba sus pícaras canciones para atraer a los clientes:

¿Que te han hecho mis calzones que tanto mal hablas de ellos? Acuérdate picarona que te tapaste con ellos A cenar pastelitos y empanadas, pasen niñas a cenar.

Como que re chillo y sales como que te hago una seña como que te vas por la leña y te vas por los nopales A cenar pastelitos y crispana, y pasen todos a cenar. El pobre que se enamora de mujer que tiene dueño queda como el mal ladrón crucificado y sin premio El pobre que se enamora de una muchacha decente es como la carne dura para el que no tiene dientes

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Y este que parece de Renato Leduc:

Un perdido, muy perdido que de perdido se pierde si se pierde ¿qué se pierde si se pierde lo perdido?

Los rótulos de la calle también eran dignos de atesorarse aunque Antonio García Cubas los hizo desaparecer en su gestión como regidor. Él mismo, sin embargo, los apuntó:

Expendio de Paja y Cebada Fonda al Estilo del País

La Independencia Mexicana Por Mayor y Menor

Expendio de Carnes De Pedro González

Fonda del Progreso Se Guisa de Comer

Madame Coussin Ramera de París

Y otros despropósitos como este: «La Reforma de la Providencia». Pero si García Cubas censuró los letreros callejeros, les dio alas a los gritos de los pregoneros: «¡Al buen turrón de almendra entera y molida, turrón de almendra! ¡Hay seboooo! ¡Jabón de Puebla! ¡Petates de cinco varas! ¡Petates de Puebla!» (muy solicitados a pesar del dicho: «Hombre, perico y poblano, no lo toques con la mano; tócalo con un palito porque es animal maldito»). Los gritos modernos, los de nuestra época, son también reteque bonitos como aquel pregón de los papeleritos aunciando el Zócalo: ¡Mató a su mamacita sin causa justificada!, o el de Entre fumada y fumada, el General X prohíbe el uso de la mariguana.

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Guillermo Prieto, Francisco Sosa, Ángel de Campo Micrós, Gu­ tiérrez Nájera retrataron los tipos populares de la ciudad de México, recogieron sus gritos, su vestimenta y su lenguaje y anotaron con cuidado sus observaciones. José Revueltas habla de la investigación que hizo Enrique Fernández Ledesma de Los mexicanos pintados por sí mismos, su nueva edición en 1935, y el descubrimiento de que los autores «anónimos» no eran sino políticos o historiadores de una vastísima cultura. Hilarión Frías y Soto, José María Rivera, Juan de Dios Arias, Ignacio Ramírez, Pantaleón Tovar y Niceto de Zamacois. Pero yo siempre he recurrido a Ricardo Cortés Tamayo para saber qué le pasa a mi ciudad, sus muchachos, sus perros y sus vagos, sus pirulís y sus muéganos, sus gritones de lotería de cartones y sus ferias de barriada. Él es quien me habla del «tameme» («y será tu herencia una red de agujeros»), como llamaron los indígenas al cargador, su cincha de ixtle o su mecapal atravesado en la frente, de los sebosos vendedores que antes repartían la mantequilla del estibador y su ágil carretilla, de don Ferruco en la Alameda, los vendedores de medias de popotillo, del «morrongo» de la carnicería, el que cuelga los cuartos de res y la media res y hasta el cochino entero en los ganchos de la carnicería y el que entrega a domicilio el aguayón, el filete, la falda y los pellejos del gato con su mandil enrojecido de sangre. Ricardo Cortés Tamayo es tan sensible y atento que sabe a qué horas se lo lleva uno la Muerte Rumbera, qué cosa sucedió anoche en la Plaza Garibaldi y por qué son tan ricos los tacos de guisado en Santo Domingo. Lo consulto ávidamente, con reconocimiento y envidia; es el único que escuchó un martes 13 a José Revueltas, crudo y desmañanado, arengar a los perros en el Parque Hundido, es el único que vio al panadero rodearse de pájaros por el solo encanto de su presencia, un muchacho de unos veinticinco años, pálido y delgado, que llevaba sobre la cabeza pintada de harinas una cachucha de panadero. Ricardo lo vio dejar al borde de la fuente de La Alameda su ancha canasta de pan ya vacía, y luego, a pie, cuan largo era, formar con las manos una especie de flauta para imitar los gorjeos y los trinos de los pájaros y finalmente soltar las manos, moverlas en el aire como alas y llamar así a las aves que a los pocos minutos descendieron de las ramas más alejadas y giraron sobre su cabeza. «Lo vi con estos ojos que se ha de comer la tierra». Estoy en deuda con

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Cortés Tamayo. Nunca he visto nada igual. Nunca, en mi recochina suerte, he tenido esta vida. Antes el cartero traía el uniforme cepillado y gorra azul y ahora ya ni se anuncia con su silbato, sólo avienta las cartas que saca de su desvencijada mochila bajo la puerta y emprende el vuelo en su bicicleta. Antes también entraba a la calle de Gabriel Mancera el afilador de cuchillos empujando su gran piedra montada en un carrito producto del ingenio popular, sin beca del Conacyt, y la iba mojando con el agua de un bote. Al hacerla girar sacaba chispas y partía en el aire los cabellos en dos, los cabellos de la ciudad que en realidad no es sino su mujer; a ella le afila las uñas, se las lima picuditas, le saca brillo a los dientes, le pule las chapas, la contempla dormir y cuando la ve vieja y ajada le hace el gran favor de encajarle un cuchillo largo y afilado que entra en su espalda de mujer recostada como en una mota de mantequilla. Entonces la ciudad llora quedito. Pero ningún llamado tan sobrecogedor que el lamento del camotero que dejó un rayón en el alma de los niños mexicanos porque se parece al silbato del tren que detiene el tiempo y hace que los hombres y las mujeres en la milpa levanten la cabeza del azadón y la pala para señalar a su hijo: «Mira el tren, está pasando el tren, allá va el tren; algún día, tú viajarás en tren». El tren va cargado, cargado ¿de? En ronda recibíamos la pelotita y respondíamos: pinole, garbancitos cubiertos, cacahuates garapiñados, burritos, huesitos de capulín, camotes de Puebla, alegrías, calabazates, pepitorias, marquetas de pepita, cocadas, acitrones, cocos que la vendedora parte con una sonrisa, maíz tostado, frutas cubiertas, tejocotes clavados en una vaca como solecitos de oro, barquillos de nieve de limón, chochitos, lagrimitas, gomitas. (Hoy pediríamos puras cosas picosas, chamois, tamarindos enchilados, jícamas, naranja y mangos verdes partidos y salados.) Pero a mí, de niña, ninguno me impresionó tanto como el cargador o mecapalero o tameme porque acompañé a mi abuelita Lulú Amor a La Merced a comprar un ropero de dos lunas (empañadas para no ver los recuerdos) y este lo trajo a la casa (desde el centro hasta La Morena esquina con Gabriel Mancera), montado en su lomo, quebrándole la espalda, sostenido sólo por el mecapal, doblado en dos, deteniéndose apenas en las esquinas para levantar la vista y ver por dónde, y trote y trote. Uno le podía decir a cualquier cargador: «Quiero que


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me lleve esta cama a las calles de la Luna y del Sol» y él se iba solito caminando, el mundo sobre sus hombros, y si no llegaba (porque se perdía o se había desbarrancado) uno podía ir como Orfeo al infierno de la Delegación a denunciarlo: «Pues mire licenciado, fíjese usted que el cargador número tantos no llevó las seis sillas, la cómoda, el ropero de pino blanco que cargó en La Merced a las once del día». Todos los cargadores tienen credencial y al primer mal paso, no se las resellan. En Jalapa, Juanote es un mecapalero muy fuerte a quien le encantan los conciertos de la Sinfónica de Jalapa (la Sinfónica de Jalapowski —le dicen—, porque el 80 por ciento de los músicos es de polacos): Juanote lleva puesta su placa con un número de registro para que las autoridades sepan que es cargador, aunque bien podría antojársele salir de la sala de conciertos con el piano a cuestas, el arpa y el chelo, así como el arpa pesada de secretos del director de orquesta, lastrada por tantos aplausos, encores y violas de amore que a veces vibran por simpatía antes de que el arco las ataque. A mí el mecapalero se me sentó en el alma porque una vez, en El Diario de la Tarde salió una biografía de Juan Gil Preciado, gobernador de Jalisco, que a lomo de indio visitaba las zonas devastadas y atravesó así muchas calles anegadas, cargado de caballito sobre otro hombre. Todavía hoy se inundan los periféricos y los pasos a desnivel pero en el sexenio de Miguel Alemán las fallas de drenaje en los meses de lluvia hacían que se inundaran las calles de 16 de Septiembre, de Venustiano Carranza y se instauró un servicio de cargadores que pasaban en brazos a las empleadas del Banco de Londres y México en la esquina de Bolívar y 16 de Septiembre. Pero como las señoritas cajeras no querían que las llevaran exactamente así, en brazos, de frente, de parejita, atravesadas sobre el pecho, apoyándolas sobre el corazón, el cargador tuvo que amarrarse a la espalda una sillita y en ella se trepaban las princesas que por la módica suma de dos pesos se encontraban del buen lado. Si a mí me escandalizó que el gobernador de un estado usara a otro hombre como bestia de carga, las inundaciones en el centro de la ciudad hicieron que los mexicanos se las ingeniaran para transformarse en Carontes y tendieran a sus tripulantes sus fuertes y patrióticos brazos, aunque a estos se les ocurría incluso regatear: «¿Ay, mire, que sea un tostón, fíjese que no peso nada!» Los mecapaleros se subían

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los pantalones hasta acá y se ofrecían en la esquina de 16 de Septiembre: —¿Lo paso joven, lo paso joven? Y los que tenían mucha prisa y no querían mojarse, se montaban sin más en otro cristiano y así evitaban quitarse los zapatos y enrollarse los pantalones a media calle: Vayan entrando Vayan bebiendo Vayan pagando Vayan saliendo Tal es el letrero que el dueño de «La sonámbula», expendio de pulques finos, colgó encima de su mostrador porque por disposición de la «autoridá» a los bebedores les estaba prohibido permanecer en las pulquerías. «Órales, circulen». Se llamaban muy bonito: «Semiramis», «La norma», «La sultana», «La reina», «La valiente», «Pulquería de Sancho Panza», «Mi oficina», «Pulquería del moro valiente», «Orita vuelvo», «Aquí ni mi suegra entra». Edward Weston, que había de sucederles con sus fotos a Lupercio y al norteamericano Waite, estableció en su diario de México una lista de nombres de pulquerías mientras Tina Modotti (a quien le encantaba la canción «Borrachita me voy») retrató a una mujer tirada en la banqueta frente a la advertencia «Prohibido el paso a mujeres y a vendedores ambulantes». Entre los nombres escogidos por Weston están «La esperanza en el desierto», «Las glorias de Juan Silveti», «Las primorosas», «La muerte y la resurrección», «Sin estudio» y «Un viejo amor». Pero ninguno tan sugerente como el de «Los recuerdos del porvenir». Jesusa Palancares habla de los efectos del pulque y cuenta que un día andaba por La Merced y al pasar frente a una pulquería, «El atorón», vio a una muchacha muy joven, muy chapeada arrullando a su criatura «y toda mosquienta, toda fea y vomitada. Ella seguía meciendo a su criatura pero de tan tomada se quedó bocabajo y en la botada devolvió el estómago encima de la niña. Por pura casualidad pasé yo por allí y la voy mirando. Entonces me dio horror. Dije: ¿A ese grado voy a llegar? ¡No, dios mío! ¡Hazme la caridad de quitarme de la bebida!» Nada de «maldito vicio que no me deja». A las pulquerías las pintaban con cortinajes, cordeles dorados, flecos, borlas, abanicos y

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Colección de Alfredo Ortega

paisajes, puestas de sol, palmeras y pavo reales y las bautizaban «El Judío Errante» o «Un Viaje» en un costado, «al Japón» en el otro. Casi todas las pulquerías eran esquinas y el Japón suscitaba la magia del Oriente aunque en la pintura mural de la pulquería «Un Viaje al Japón» el ambiente fuera más bien versallesco, de largos cortinajes a rayas, guirnaldas y colguijes refulgentes como las tiendas que los sheiks de Arabia instalan en el desierto. Todavía hoy, una pulquería, «El Gran Tinacal. Pulques Supremos», tiene murales de suntuosos cortinajes y sigue a la orden del día la imagen de la pulquería como oasis en el desierto. En la Zona Rosa, en la calle de Londres para más señas, una lujosa pulquería con mullidos asientos ofrece el curado de fresa, el de apio y los turistas acuden como a la «Fonda del Refugio» porque es una curiosidad iniciarse en la comida mexicana sobre un mantel de papel de china frente a un ramo de banderas de papel picado. El pato en pipián y el «mancha manteles» se sirven en loza de Tzin Tzun Tzan y el pulque curado de tuna o de piña en ele-

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gantes «tornillos» frente a bodegones y pinturas naif que recuerdan las haciendas pulqueras de los llanos de Apam. Las calles de México están salpicadas de pulquerías pero estas no se reconocen porque «la autoridá» no permite que se les pongan letreros llamativos. Las combate ante todo por prejuicio social, porque el pulque es la bebida de la gente pobre, la gente baja, sin agraviar a los presentes, y la «autoridá» decidió de golpe y porrazo que era más respetable tomar cerveza y se empeñó en ponerle trabas a la venta y al consumo del pulque al mismo tiempo que impulsaba con lujo de propaganda la venta de cerveza aunque a veces la cerveza tiene más alcohol que el pulque. Antonio García Cubas cuenta que el pulque de nauseabundo olor se traía en sucios odres de cochino. A lomo de burro o de mulas y se indigna: «Sucio el licor, sucios los barriles, sucio el conductor, sucio el medidor y sucias las tinas. Parece increíble que tanta mugre produzca tanto dinero». La «autoridá» argumentó que el pulque no estaba preparado higiénica-


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mente, que los tlachiqueros extraían el agua miel con la boca (pero ¿a poco los franceses no aplastaban las uvas con los pies?) y que todo lo que sucedía dentro de una pulquería, voy a partirles toda su pinche madre, era prosaico y vulgar. Una serie de reglamentos hubiera impuesto la limpieza que se les exigió en un principio a las cervecerías (aunque algunas con su serrín mal barrido son también muy sucias), pero sobre el pulque pesaba la maldición del «tlachicotón con moscas» y la condición social. En «El Espía del Gran Mundo», como se llamó una pulquería de entonces, los pulqueros atendían con su «panza de pulquero» y en mangas de camisa. El pulque es la bebida de los pelados, del arrabal, la del manazo en la boca: «Niño, tienes boca de cargador»; los cargadores beben pulque como lo hacen todos los pobres. Frida Kahlo hizo que sus alumnos pintaran con azul añil y rosa mexicano murales en la pulquería «La Rosita» en una esquina de Coyoacán, pero al año el dueño la mandó blanquear por miedo a alguna sanción. Si la pintura pulquera ha desaparecido, bien pronto se esfumarán también los gusanos de maguey. Sólo en «Prendes», a cambio de $450.00, le dan a uno un puñadito de crujientes gusanos que saben a pollo. O de larvas de hormiga, ¡oh, rareza sin igual, manjar, delicatessen!, muy parecido al platito de hormigas rojas que bajo campana le sirven en la película Perro mundo a una poor little rich girl parecida a Barbara Hutton en el restaurante más caro de Nueva York: el «Lutéce». ¡Qué cosas! Si los gusanos de maguey han quedado muy lejos del consumo popular y hoy están por los cielos, si las pulquerías son las parientes pobres y vergonzantes de las cantinas, algunas de estas últimas ostentan divanes forrados de rico brocatel, consolas y una señorita que en la entrada recibe los abrigos y otra igual de mañosa que vende los cigarros y puros. En «La Ópera», las caballerizas dan un sensación de opulencia asiática y el excusado sobre una plataforma en el «Tocador de las Damas» es casi un trono frente al gran espejo de baño enmarcado en oro. «La Ópera» nada le pide a la casa de Irma Serrano, aficionada al terciopelo y al moiré antique. Antonio García Cubas cuenta que los niños bien o los jóvenes ricos hijos de papá se reunían a planear su futuro, frente a los espejos, candiles e iluminaciones modernas (luces de platón), las botellas engarzadas como joyas en el mostrador, en tono a las sillas de madera y alam-

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brón del bar room. Estos mocitos se llamaban pisaverdes, mequetrefes, petimetres, catrines, rotos, currutacos y lagartijos y cumplían al pie de la letra la canción del pastelero.

Si quisierèis prosperar, Catrincitos en la vida, Sacudid a los de abajo Y adulad a los de arriba

Un mesero de filipina que parecía estatua de sal los atendía en menos de un suspiro y ellos no se juntaban con los «léperos», la turba de granujas que aturden con su gritería, los borrachines que cantan:

Que estoy borracho dice la gente, que estoy borracho con aguardiente. Me enamoré de una beata ¡Ay, sí!, por tener un amor bendito ¡Ay, no! La beata se condenó ¡Ay, sí! y a mí me faltó un poquito ¡Ay, no! ¡Ay qué susto tenía yo! ¡Ay, sí! ¡Sentado en un rinconcito!

Después los lagartijos, los catrines, los rotos, los currutacos se iban a los toros, pero de toros y toreros sé tan poco que sólo se me grabó este verso:

A una niña allá en los toros diole muy fuerte vahído porque al ver salir el toro pensó que era su marido.

Por estas calles del centro pulula el pueblo taquero, pozolero, empinarrefrescos; en cada esquina hierve un perol, humea un bote de tamales, un anafre o un sartén grande colmado de aceite. Adentro crujen los pambacitos, las enchiladas, los tacos, las tostadas, las garnachas, el chorizo y la longaniza. La calles es la inmensa entraña de la tierra, una cavidad sangrienta y revuelta llamada Manuel

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Payno, Correo Mayor, Tabaqueros, Roldán, Justo Sierra, Belisario Domínguez, Luis González Obregón, Donceles, Santa María la Redonda, la Candelaria de los Patos, Francisco González Bocanegra, Leandro Valle, Tacuba, Uruguay y República de Cuba. «Dime lo que comes y te diré quién eres:» ¡Ay, yo como puros merengues, yemitas y pedos de monja!, dice la fina de Finita. ¡Ay, pus yo como huevos reales, camotes cubiertos y caramelos de esperma (Ah, jijos, qué sería eso)!. le responde Cuquita la santurrona. Si uno es lo que come, debo confesar con toda humildad que perdí un novio cuando llevé tortas de moronga escurriendo Mobil Oil a un día de campo en vez de los delgadísimos sándwiches de berro que deben extraerse de la canasta del picnic junto al mantel a cuadros y los vasitos de plata, llamados gobelets en francés. Lo cierto es que las tripas de los mexicanos son callejeras, llenas de baches y de prohibido el paso. Los mexicanos taqueros le tupen a los de maciza y a los de nenepil, los de buche y los de oreja, los de trompa y los de moronga. (En San Cristóbal, Chiapas, venden las cabezas de los cochinos y las colas de res ensartadas en un palo y salen a la calle a gritar: «Rostro de Cohí».) ¡Pueblo taquero! ¡Tacos joven!, vamos a echarnos un taco, te disparo un taco, ahora los hay al pastor, al carbón, tacos de hongos, de rajas con crema, de chuleta, de bistec, de higaditos, chicharroncito, carnitas, cueritos, gorditos, escurriendo tuétano, En México la taquería es un negocio que no tiene pierde; todos, albañiles, voceadores, pepenadores, basureros, violinistas, camioneros, monjas, periodistas, taquimecanógrafas, historiadores, coristas, estudiantes, peluqueros, toreros, mariachis, floritas, astrónomos y Carlos Monsiváis, todos le entramos a la taqueada, todos comemos tacos, todos los arrebatamos con la mano, los tragamos de prisa, nos chupamos los dedos porque están siempre de chuparse los dedos, barriga llena, corazón contento, barriga mantecosa y bien lubricada, repleta de cilantro y de perejil, corazón encendido de amor patrio, de México lindo y querido si muero lejos de ti, porque ¡Viva México, hijos del taco! ¡Viva México, hijos de la garnacha! Ahora, en San Diego, California, hay un «Taco Tower», edificio de múltiples departamentos que conforman una torre comprada íntegramente por mexicanos que convirtieron sus billetes en dólares y los hicieron rollito chiquito, chiquito para meterlos a los Estados Unidos. Si quieren seguir comiendo antojitos y tacos tendrán que traerlos de nuevo en

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un tambache de míseros pesos aunque, a la hora de la verdad, sus tacos los pidan, sin agraviar a los presentes, de político al pastor, diputado al carbón, senador picadito, presidente latinoamericano en mole rojo y cardenal con todo y arzobispos en mole verde; cada quien en una plácida cazuela dispuesta a permanecer mucho tiempo en la lumbre, porque ya no se cuecen de un hervor por más aplaudidos que estén. ¡Tacos Cuauhtémoc! ¡Tacos Cuauhtémoc! ¡De qué son esos tacos? —Pues de pata, buey. Antonio García Cubas relata cómo se iniciaba la vida en esta ciudad cuando aún no sonaba en la Catedral «el toque del alba contestado por el de las sonoras campanas de los templos de La Merced, San Agustín, Santo Domingo y San Francisco que ya se oía el estridente ruido de las pasadas diligencias que partían a las cuatro de la mañana del callejón de Dolores, hoy primera de la Independencia. Una, la del Interior, se dirigía a Tepic por Cuautitlán, Tepeji, Soyaniquilpa, Arroyosarco, San Juan del Río, Querétaro, Celaya, Salamanca, Irapuato, Guanajuato, Silao, León, Lagos, San Juan de los Lagos, Pequeros, Tepatitlán, Zapotlanejo, Guadalajara y Tequila y la otra para Veracruz por Rio Frío, Puebla, Perote y Jalapa. La primera empleaba en su carrera siete días y la segunda tres y medio». Hoy leerlo resulta inverosímil porque García Cubas habla a continuación de las vacas que se dirigían a las plazuelas para ser ordeñadas en público y eran las primeras en interrumpir con su mugido el silencio de la noche. Leo esto con incredulidad porque me parece tan improbable como las declaraciones de los hermanos Sabines, uno poeta, Jaime, el otro político, Juan, que en los sesenta ordeñaban vacas en los establos de la periferia del Distrito Federal para ir a repartirla: «¡La lecheeeeee!», y dejar las botellas en el quicio de la puerta acompañadas de un poema sólo para señoras solas. «Si el sereno de la esquina me quisiera hacer favor». Los serenos se retiraban de las esquinas y se iban a dormir y los sirvientes corrían a buscar las primeras provisiones para sus amos. El bullicio crecía con los gritos de los vendedores ambulantes. «Carbo siú», voceaba el indio otomí, que por lo tiznado se asemejaba a un etíope.


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«Mantequilla de a real y medio», repetía sin cesar otro indio que llevaba a espaldas en un huacal su mercancía. «El vendedor de trastos de loza ordinaria, procedentes de Cuautitlán». «La lavandera que apenas podía abarcar bajo del brazo un cesto en que llevaba ropa menuda para lavar, o bien, veíase cargando sobre los hombros media docena de enaguas que iba a entregar a la casa donde prestaba sus servicios». (La lavandera tallaba la ropa en una batea de madera que escogía de entre la producción del vendedor ambulante.) El de la leña tocaba de puerta en puerta, su leña amontonada sobre dos burros agobiados bajo el peso; extraía de un oloroso manojo el ocote, único capaz de encender la fogata. El carbonero ya no existe ni el vendedor de petates ni la respondona vendedora de cocos que los hacía rodar como nuestra cabeza. Tampoco hay tule para entular las sillas y se acabó el grito: «Tule para las sillas», «Tule para entular», «Sillas para entular». Hace años que no veo por mi calle un abonero ni un vendedor de plumeros, escobas, sacudidores y sillitas. Ya no hay payasos de barriada ni zapateros remendones sentados en su banquito, todos sembrados de zapatos. Se fueron para no volver. Antes se escuchaba el grito: «Cambio ropa por melcocha», un líquido de azúcar oscura que canjeaban por ropa. En realidad es melaza que la vendedora levantaba con su cucharón para ver si estaba en su punto de espesura y galanura. De ahí el dicho: «La calidad de la melcocha». También están extinguiéndose todos los oficios ligados a la charrería, los arreos de los caballos, sus arneses, los fierros para los herrajes, las lujosas sillas de montar, los fuetes, los cinchos y cinturones, la talabartería pues, el cuero de México que tenía fama de bien curtido, muy fino y fácil de trabajar. Muy pocas asociaciones mantienen la tradición de la charrería porque se necesita mucho dinero no sólo para ciar un caballo sino para vestirlo todos los días de fiesta y vestirse a sí mismo de charro. Un sastre especializado es el que hace la ropa de charro con cortes muy particulares, atiborrado de detalles elaborados que requieren horas de trabajo. Los hay suntuosos y lucidores a morir como el traje de Emiliano Zapata con abotonaduras de plata cosidas sobre el más fino paño negro. Y para mayor desgracia, en el campo de México ya ni burros hay, nadie los quiere. Todos prefieren el coche, aunque sea

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una carcacha, a darle de comer al burro. A propósito de burros en una pulquería de esas de «Hoy no se fía, mañana sí» pintaron a uno con el hocico abierto y el siguiente bramido: «Hu, hu, huuuuu. Un candidato a diputado». Si lo primero que hacen los que llegan del campo a la ciudad es volverse vendedores ambulantes, también hay oficios estables traídos de la provincia: se instala una accesoria o en el terreno de al lado surge la herrería con su horno y su forja y todo el día se escucha el martilleo sobre el fierro que es uno de los símbolos del bello esfuerzo humano. Antes de que accediéramos a la industrialización, nuestra sociedad era artesanal, los artesanos hacían lo que necesitábamos (en España, la Ley de los Oficios y las Artesanías considera al peluquero un artesano al igual que el alfarero o el talabartero). Por ejemplo los tlachiqueros se convirtieron en obreros en Ciudad Sahagún y se pusieron a fundir carros de ferrocarril y a ensamblar partes de coches. En el Distrito muchos artesanos quisieron conservar su calidad de gremios con su santo de devoción, los carpinteros su fiesta a San José con la procesión por las calles del centro. Los dulceros hacían sus dulces en casa, según la receta antigua, de piñón y leche quemada, vainilla y canela y salían a venderlos a la calle así como los sopes, las dobladitas, las enfrijoladas, la comida casera. Había en ellos un afán por conservar su vida pueblerina, tranquila y hacendosa, pero las grandes ciudades suelen triturar a los hombres y convertirlos en carne picada. La marquesa Calderón de la Barca, que por lo visto no sabía que todo sirve hasta lo que no sirve, consigna con espanto una calle donde se hacinaban los mestizos, gente pobrísima, casi encuerada, tirada bajo los portones, que se alimentaba con la basura de los mercados. Aparecen en las litografías, andrajosos y descuacharrangados y la leyenda los nombra «los léperos» Los ciudadanos, la gente decente, les tenían miedo, no fueran a asaltarlos. Eran los teporochos. (¿De dónde vendrá la palabra «teporocha»?) Los descastados, los sin casa, los sin padres, los rencorosos, los buenos para nada. Oiga valedor, es malo no saber quién es su padre ni su madre de uno, ni nada. Después se vive azorado como los guajolotes, sin saber para dónde voltear. Así en la calle permanecían «los léperos», todos por ningún lado, hechos bola, sin mañana, sólo la noche. Parecían pedazos de noche oscura y sin estrellas. Vivían en lo negro, bajaban jadeando a lo negro y

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se dormían sin saber qué día era; de hecho, nunca sabían los días, sólo los acompañó el ruido de la ciudad, ese inmenso hervor que proviene de los hombres. No iban a la Profesa para pedir limosna: «Ave María Purísima, una bendita caridá para este pobre ciego» o «Una limosna por el amor de dios», ni al Buen Tono ni a San Francisco o San Fernando porque ellos no eran mendigos. Que dios se los pague. dios les dé más. Sin sus costumbres populares, sus marchantes y sus tamaleras la ciudad no tendría razón de ser. Claro, están los palacios de tezontle del centro, el Ángel de la Independencia, el Paseo de la Reforma, Madero que desemboca en el Zócalo y nos quita el resuello porque nos encontramos de pronto ante la plaza más bella del mundo, Santo Domingo que parece una paloma blanca caída del cielo, la Catedral, el azul vidriado de la Casa de los Azulejos, la Santa Veracruz y San Antonio que se sientan frente a frente para viajar en tren, la avenida Álvaro Obregón con los globos iluminados de sus reverberos, Chapultepec, su Lago y su Castillo, Coyoacán, San Ángel, Chimalistac, la Plaza de la Conchita, pero sin sus tipos populares, sin el envaselinado de los toques enfundado en su camiseta negra, sin el globero (el de Coyoacán se hace acompañar siempre por su hija, una niña de luminosos ojos negros que corre a tenderle a uno el globo, su pelo flotando al aire), sin el algodonero, sin la vendedora de pepitas y el ropavejero ¿qué sería de nosotros? Sólo de oírlos anunciar su presencia en la calle, sólo sus gritos familiares tranquilizan como el «ya, ya, ya, ya, mira, ya pasó» de la madre que levanta a su hijo en brazos, sólo la certeza de que «allí están» le da a nuestra vida su sabor de barriada, de tortilla caliente, de vida de a de veras. ¿Qué haríamos sin ellos? Entonces sí que bajaría la calidad de la melcocha. Es el afilador de cuchillos, el camotero, el barrendero, el cartero, la criadita que riega la calle quienes sostienen a la ciudad en sus brazos, la mecen, la acunan, le dan su razón de ser. Toda una tradición artesanal respalda al vendedor de sombreros de palma tejidos dentro de una cueva caliente en Becal, Campeche, y humedece la paja para que pueda doblarse. Allá se hacen los llamados «Panamás» y las bolsas y los morrales flexibles. Los mexicanos somos sombrerudos; es el sombrero el que corona nuestras ideas, las viste, las encopeta, vamos bajo nuestros sombreros como bajo un

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techo que nos ataja del sol, los revolucionarios tenían sombrero y rifle, podían andar sin cabeza pero no sin sombrero, podían andar de cabeza como quien juega a la gallina ciega testereándose aquí y allá, unos contra otros, arreándose con el sombrero, cantando bajo el sombrero sonoras sus cuerdas de paja, a galope bajo el sombrero, el sombrero cerrándoles piadosamente los ojos a la hora de la verdad. Toda una tradición artesanal se yergue también tras el planchado y almidonado del cuello de las camisas blancas y hay que saber darle el punto exacto de exquisitez a los tamales, al buñuelo de oro, a la miel de piloncillo, a las frutas cubiertas. Todo tiene su maña, su secreto. Si no es cosa de enchílame otra. El pambazo a punto de estallar con la dosis exacta de chorizo y de papa es obra del cuidado y del buen sentido como la torta caliente que surge de la telera rebanada en dos de un tajo a la que el tortero rápidamente le quita el migajón para embarrarle, cual prestidigitador, en un lado los frijoles con una palita de madera, en el otro la crema espesa, luego el aguacate a cucharadas como mantequilla verde, los trozos de pierna en abundancia, o las rebanadas de jamón, el reluciente chorizo, la cebolla, la lechuga picada, el chipotle, el queso blanco fresco, para rematar con las rajas, el chilito a gusto del cliente. La humeante locomotora que rueda pesadamente con su hornaza chisporroteante de camotes y plátanos deshaciéndose en caramelo en una verdadera proeza de la tecnología casera y sus láminas y su silbato de fogonero deberían estar archivados en la fonoteca de México o de perdida en el Archivo General de la Nación. El panadero que lleva en la cabeza su gigantesca canasta repleta de pan dulce y logra cruzar el oleaje embravecido de la ciudad es sólo equiparable a Charles Lindbergh en su vuelo interocéanico. Y el cilindro que el cilindrero acomoda sobre un largo bastón en la puerta del Café Brasil en Bolívar es tan hermoso con sus bordes esculpidos, sus adornos y la roja tela de su bocina como el rollo musical que gira en su interior traído de Alemania y que toca «Alejandra» y «Club Verde». Si las tortillas son palmeadas, redondas y delgadas y tienen su justa proporción de maíz y agua de cal, si los buñuelos son frágiles y ligeros como grandes hostias de sol, si la ropa está primorosamente planchada y almidonada, si los sombreros tejidos se adaptan hasta a las cabezotas de los yucatecos es porque en el fondo de


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nuestra herencia yace la tradición indígena, la del buen alfarero, la del pintor que logra un perfecto acabado, la niña azteca a quien le pincharon las manos con una espina de maguey o la castigaron haciéndola llorar frente al humo del chile para enseñarla a «muy bien hechecita». Los consejos del padre náhuatl a su niñita, criaturita, tortolita, tiernecita y bien alimentada tienen mucho que ver con la costura bien acabada , los remaches en su lugar, la cuña del mismo palo para que apriete, el día empleado en obras que son amores, y el orden que dicta que hay un sitio para cada cosa y un tiempo para cada acto. Son los tipos populares los que mejor han comprendido que nada dura, todo pasa, todo se lo lleva el tiempo. Por eso nada quieren acumular. Alguna vendedora ambulante a quien un cliente pretendió comprarle toda su mercancía se negó: «¿Y después, ¿qué hago?» Recorrer la ciudad es todo su amor, aunque esta los traiga a mal traer, los tire a lucas, se haga de la vista gorda, los mal pague. Tercos, los tipos populares siguen enamorándola ahora sí que como dice la canción:

¿Qué te ha hecho mi corazón para que así lo maltrates? Si lo has de herir poco a poco, mejor será que lo mates. Ni contigo ni sin ti mis males tienen remedio: contigo porque me matas y sin ti porque me muero.

A veces la toca el violinista callejero, el indito con su niña, el del sombrero de otate, el del morral, el que empuña su instrumento en cualquier plaza del pueblo, se lo pone bajo el mentón y toca reposadamente los ríspidos sonidos que nos enchinan el alma, con sus dedos sarmentosos pisando las cuerdas de gato (los violinistas de la calle casi siempre son viejos) y haciéndolas tremolar. Rompen el aire con un sonido misericordioso y doliente. Que todos tenemos un violinista adentro lo dice una cuerda gastada que a veces se nos revienta en la pura congoja: aquel sonido que de pronto en la calle nos cercena la mañana, nos arde en los

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ojos, nos dice que esa musiquita la oímos hace muchos años, que es apenas la frase en la sonata de Vinteuil que Proust congeló para siempre en su búsqueda del tiempo perdido. ¡Qué inclemente es el violinista callejero, con su pantalón de miseria y su arco del triunfo sobre las cuerdas! El corazón me da un vuelco y dejo la escritura, bajo corriendo a la calle, su música es más terca, más rejega que todas las mulas de la Tierra, y más impredecible. «¡Oh, este viejo y roto violín!», cantó León Felipe. «¡Qué mal suena este violín! Con este mismo violín roto / voy a cantar para mí mismo / dentro de unos días ‘Las golondrinas’ / esa canción ¡tan bonita! que los mexicanos cantan siempre a los que se van de viaje». A mí me gustaría que me tocaran «Las golondrinas» en una mercería. Abriría cajones gastados para sacar los carretes de hilo, el estrafor, el resorte, los botones de concha, los dedales, alfileres, imperdibles, devanadores, mediría el encaje bueno, bonito y barato, platicaría con el vendedor de velas de sebo y de parafina y con el aguador que me contaría que hoy no aguanta el espinazo porque al no encontrar agua en la Fuente del Salto del Agua tuvo que ir a la de la Tlaxpana para llenar su chochocol. Y luego me sentaría a escuchar la campanilla de la caja registradora, su brusca cerrazón y en la noche bajaría la cortina para ponerle candado e ir a mi casa en cuya ventana al lado del letrero «Comunismo sí, Cristianismo no» habría yo colocado la advertencia en claras letras de molde: «Se hace troutoru» o «Se forran botones» o «Se visten niños dios», oficio de las señoritas quedadas que prefirieron sentarse junto a la ventana y vestir un Niño de Atocha con todo y guaje a desvestir un borracho que las hiciera guajes. Pero como Dios no cumple antojos, no endereza jorobados ni les da alas a los alacranes ponzoñosos, a lo mejor me quedo con las ganas de ser dependienta de una mercería. Lo único que le pido y esto no es difícil que me lo conceda es que me permita acompañar al último guajolote (Maximiliano, pobrecito, le decía «huacholote» porque todo lo pronunciaba en francés) y me deje caminar con él, por estas calles de Dios, las calles de mi ciudad, hasta que se me endurezcan las corvas y se me nublen los ojos y vaya yo echando los bofes como el sargento Pedraza en una improbable olimpiada, llenos los oídos y de cantilenas, de México, México, rarrarrá. (¡Ah, y en la panza un taquito de maciza!)

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Colecciรณn de Alfredo Ortega

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Archivo fotogrรกfico del Centro de Estudios Histรณricos de Xochimilco

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Crónica de la flor de nochebuena José Genovevo Pérez Espinosa

Pocas voces tan autorizadas como la del autor de estas líneas para trazar, con precisión y gracia, la imagen de Xochimilco. En este texto Pérez Espinosa nos presenta una estampa en la que ubica eficazmente en el marco general de la tradición del pueblo centenario el cultivo y el comercio de una bella flor de temporada: la atractiva nochebuena

El pueblo de Xochimilco es por excelencia el gran productor de plantas y flores de ornato para la enorme ciudad de México y para todo el país. Las mejores flores brotadas en esta tierra pueden encontrase de frontera a frontera y de costa a costa. El origen de éste altepetl está en ‘xochitl’, que significa flor, y en ‘milli’, que es semen­ tera o campo, por lo que el significado del vocablo es ‘en el lugar de la sementera de flores’ o ‘en el campo florido’. Por varias gene­ raciones, de muy antiguo, el ingenio del hombre y la mujer de Xochimilco ha confluido con el talento para transformar el ecosistema lacustre del viejo lago de Xochimilco, primero por medio de chinampas y luego de terrazas en las laderas de los cerros, dos tipos de agricultura tradicional, ancestral, donde las plantas de ornato como el cempoalxóchitl, la cuetlaxóchitl, y las flores introducidas desde la colonia vinieron a enriquecer la amplia gama del repertorio de plantas cultivadas principalmente en el sur de la cuenca de la ciudad de México, o Distrito Federal, hasta hoy día. Existe aún esta agricultura tradicional en la vida de los presentes campesinos, chinamperos o chinampanecas, como con mucho orgullo como se les conoce también a los productores de éste rincón de México.

Este paisaje es único en el mundo: el paisaje chinampero, con sus terrenos largos y angostos, rodeados de apantles y acalotes, con esos esbeltos ahuejotes y ahuehuetes, con sus prístinas aguas provenientes de los diferentes manantiales y ojos de agua de la región como el Quetzalapa en Zacapan Nativitas; el Moyotepec en San Gregorio Atlapulco; el manantial del pueblo de Santa Cruz Acalpixca; las albercas de la Noria en Xochimilco y el Acuexcomac del pueblo de San Luis Tlaxialtemalco, con las aguas provenientes de la Sierra Nevada, y con las lluvias abundantes, «porque antes llovía más» decían los viejos; aguas cristalinas que hoy se añoran, sobre las que transitaron múltiples canoas de todos tamaños, y donde los niños aprendieron a nadar con «tecuextlis». En terrenos se encuentran los almácigos y el «zoquimáitl» que se extraía del fondo del apantle, ese preciado lodo para construi­r los semille­ ros que son una de las claves de este agroecosistem­a chinampero. Hay que extender el lodo, cortarl­o para forma­r chapi­nes, ensemillar, tapar, luego transplantar, hacien­do en ocasio­ne­s «acomanas». Con la intervención de los sistemas de riego y la fertilización, esta cultura chinampera ha sido sin falta altamen­te valorada por lugareños y por

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Crónica de la flor de nochebuena

José Genovevo Pérez Espinosa

todos los que los han visitado o sostenido cualquier relación comercial y cultural con ellos. Las mujeres y los hombres de Xochimilco son los únicos que pue­ den construir almácigos en esta forma; ni los mejores biólogos y agrónomos pueden reproducir este elemento central de esta cultura centenaria. La agricultura de chinampas no es una agricultura simple, como algunos ya han escrito, sino una agricultura refinada que se ha conservado gracias al talento de los xochimilcas. Xochimilco sigue siendo un lugar favorecido; sus habitantes actuales han de recordar cómo nuestros antepasados expendían sus ramos de flores, que llevaban en la góndola o en los percheros que tenía el tranvía, o en canoa hasta los lugares de venta. Tenemos en nuestra memoria a los planteros o chinamperos, y a sus plantas en terró­n o en chapín, colocadas en canastos de vara, con las que se les podía encontrar en las principales ciudades del país. Uno de los relativamente nuevos cultivos emblemáticos de Xochi­ milco es la planta de nochebuena (Euphorbia pulcherrima), una planta nati­va de Mesoamérica, es decir del sureste de México y de Guatemala.

A diferencia de los ejemplares silvestres, la nochebuena ha pasado por un proceso de domesticación o manipulación, por el que se han favorecido algunas de sus características, como el color y el tamaño de las hojas e incluso el porte entero de la planta de veras hermosa. Ahí está otra vez el ingenio florícola del hombre y de la mujer de estos pueblos y barrios originarios de la enorme metrópoli. Cerca del 70% de las nochebuenas que se comercializan en la ciudad de México es producido en los invernaderos de San Luis Tlaxialtemalco, de San Francisco Caltongo y de San Gregorio Atlapulco, y en algunos otros. Entre los meses de octubre y noviembre estas plantas comienzan a mostrar sus característicos colores, lo que hace necesario que se formule una estrategia —nacida por la vocación agrícola de estos pueblos de Xochimilco y orientada a que la actividad económica sea sustentable—, que propicia que la producción ocurr­a bajo estrictas normas de cuidado al ambiente. En noviembre comienzan a estar a la venta las mejores plantas de nochebuena (la cuetlaxochitl, flor de navidad, flor de pascua, poinsetia para los estadounidenses), que en sus colores suaves, alegres y elegantes, el

LA ACERA DE ENFRENTE La silla presidencial Paco Ignacio Taibo II Eufemio Zapata había declarado previamente: «Hice yo una solemne promesa a mis soldados, de que al tomar la capital de la República quemaría inmediatamente la silla presidencial, porque todos los hombres que ocupan esa silla, que parece tener maleficio, olvidan al momento las promesas que hicieron […] desgraciadamente no he podido cumplir mi promesa, pues he sabido que don Venustiano Carranza se llevó la silla». Villa lo confirmará cuando dice que junto con Zapata «estuvimos bromeando en el Palacio Nacional tocante a las vanidades de Carranza, que había cargado a Veracruz con la silla presidencial». Eufemio le confesará más tarde a Martín Luis Guzmán que hasta que la vio no se dio cuenta del error, porque siempre había pensado que la silla presidencial era una silla de montar […] Pero, ¿de qué silla estamos hablando? Si Venustiano Carranza se había llevado a Veracruz la silla presidencial, ¿de quién era esta silla [la de la célebre foto]? Partamos del supuesto de que existen las sillas. ¿Cuál era esta? Vito Alessio Robles parece aclararlo cuando cuenta que en uno de los salones había «una silla presidencial. Se me informó que era una anticuada reliquia histórica que debería estar en un museo». Francisco Muro, un villista, se preguntaba: «¿Y esta silla es por la que tanto pelean?» De Pancho Villa. Una biografía narrativa, 2006

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Crónica de la flor de nochebuena

José Genovevo Pérez Espinosa

Archivo fotográfico del Centro de Estudios Históricos de Xochimilco

rojo tradicional, el amarillo, o cuando son rosadas, o cremas, o del color del durazno o están combinadas, o como son ofrecidas por nuestros amigos floricultores: la freedom, la subjibi, la red early, la white red y otras nuevas variedades. Las nochebuenas prueban feliz­mente que Xochimilco sigue siendo —como ha sido desde muy antiguo— el gran productor de flores y plantas de ornato. La calidad de estas plantas es innegable, el consumidor prefiere las de Xochi­milco a las producidas en Michoacán, Puebla, el estado de México, Colima, Chia­pas, Guanajuato o Veracruz. Las podemos conseguir en los mercados de madreselva, con los amigos de la Unión Regional de Floricultores y Viveristas de Xochimilco, en el campo número 7 del Centro Deportivo Xochimilco, con los socios del Palacio de la Flor, o ahí por la preparatoria número 1, en el corre­dor

de viveros del barrio de Caltongo, con mis vecinos de la Unión de Floricultores Acuexcomatl del pueblo de San Luis Tlaxialtemalco, en su flamante mercado de plantas, ahí junto al bosque de San Luis, en el enorme mercado de Cuemanco, o en el lugar llamado Merca Plant, cerca del panteón de Xilotepec o en el jardín Benito Juárez del centro histórico de Xochimilco, también en el mercado Patrimonio Cultural de la Humanidad sobre el Anillo Periférico, en Cuemanco. La flor de nochebuena es el símbolo de las fiestas decembrinas en México, desde las fiestas a nuestra Tonantzin Guadalupe, las tradicionales posadas, la noche buena, el año viejo y el año nuevo. Sus formas y colores y signficados marcarán esa nueva esperanza y vitalidad que hoy en día nos hace falta. Que dios bendiga a todos estos hombres y mujeres, floricultores de la ciudad de México.

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Mi Xochimilco Emiliano Pérez Cruz

Este es el relato entrañable de un día en que unos amigos se van a pasear, se emborrachan, se alegran la vista, platican, bromean, comen hasta saciarse, contemplan la viveza de un paisaje de domingo en Xochimilco

Y henos aquí que nos amanece a la media docena de adictos a la uva y a la caña y a derivados de la cebada, incluso al neutle o caldo de oso o babadry, comúnmente llamado por estos lares pulque o tlachicotón, y mujeres no hay que quieran hacerse cargo para atender la llamada cruda de los amigos que aquí padecemos, y decidimos que el pie camina pa’ donde el corazón se inclina, y hacia Xochimilco enfilamos Manuel, Eusebio, Lucio, JuanPa, Irene y quien esto hilvana, y de San Simón, barrio cercano a Tlatelolco, salimos y apeamos en donde inicia San Antonio Abad, y de ahí abordamos un llamado camión que nos llevaría a curar los males de la resaca y de paso dominguear en Xochimilco, «que es una gran ciudad, y toda la más de ella están fundadas las casas en la laguna de agua dulce, y estará de México obra de dos leguas y media», asegún La histo­ ria verdadera de la conquista de la Nueva España, de Bernal Díaz del Castillo. Todavía atolondrados por pasarla en vela la noche anterior, descabezamos un coyotito durante el trayecto todo, y al despertar nos vimos cercanos a una arboleda, donde hombres y hembras de los

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alrededores ofrecían al paseante comer bajo la copa de los árboles sopa de hongos, quesadillas (de flor de calabaza con queso, huitla­ coche, papa con rajas), tlacoyos (de haba, requesón o frijol), y café o atole de maíz con chocolate, y tacos de arroz con huevo duro, quelites, rajas con crema, chicharrón en salsa verde… No paramos hasta quedar ahítos, eructando gracias a la cerveza y dispuestos a caminar hasta el embarcadero de Nativitas y dar un rol por los canales en una trajinera, sorbiendo lentamente las cebadillas, despellejando anécdotas y disfrutando el paisaje. Como que el alma se nos devolvía al cuerpo, y estar entre los amigos, que lo somos y nos querremos y respetamos, nos daba una sensación de plenitud. No íbamos a criticar a nadie, ni a comprar tierra para las macetas ni caca de borrego, tampoco helechos o violetas, rosales o millonarias. El paisaje, su gente, los nativos y las visitas, en armonía. Visitamos el templo, placeamos, dimos con un vendedor de pulque y varios litros le consumimos, hasta que la sensación de briaga nos alertó y caminamos al bosque: alquilan caballos, y la gente le


Mi Xochimilco

invierte a la paseada del niño vuelto jinete, los padres y el chamaco guiados por un caballerango que traza el recorrido y vuelve con los menores felices, asombrados, distendidos gracias al paseo. No erramos al encaminarnos hasta aquí. El viento trae aroma de pinares, de eucalipto. De leña y fogata. Aunque muchos andamos aquí este domingo, cabemos bien sin rozones, amables incluso, contentos de este convivir en multitud relajada, curiosa, alegre, displicente. Recostarse sobre un tronco, quitarse los zapatos, pisar el pasto húmedo, no es cosa de todos los días. Subirse a una trajinera adornada con flores, que se desliza sobre aguas que reflejan las nubes y el sol, es acto tan poco común que asombra, embebe, imanta. La vista no descansa. Para el calorón, nieve, agua o cerveza. Al gusto de cada quien. Se evoca al poeta Rolando Rosas Galicia, de esta tierra: Las niñas le tiran piedras para que huya. Y las amas de casa le ofrecen mendrugos con veneno. Mi perra, mientras durmió conmigo, fue inmaculada. Pero un día llegó la primavera

Emiliano Pérez Cruz

y no respetó cerrojos ni candados. Se fue a la calle. Y el perfume de su sexo hasta entonces sólo mío fue de la jauría. Presurosas carnes del «Duque», del «Sultán», del «Diablo» y de tantos anónimos, miserables, escuálidos, dispusieron del banquete. Entre todos le florearon su capullo, lo aguangaron. Le dejaron sus pulgas y su rabia. Y esta endemoniada comezón que con nada se nos quita Los seis que somos parecemos uno. El paisaje nos hermana. Sentimos que la buena vibra nos invade, que en Xochimilco percibimos eso chido, como un viento que nos recorre, sale, entra, cabriolea, se exalta, exulta, dirime, asiente, pregunta, consiente, apapacha. Leve brisa de una llovizna que desaparece. Sol luminoso que enciende los colores de las flores y abrillanta el verde de las hojas. Al retorno, como que la pesera huele a tierra húmeda, y el vagón del metro a pasto y romero y menta. Los bocineros impiden los sueños. El tren se atesta. El domingo agoniza.

Colección Xochimilco Federico Krafft

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Archivo fotogrรกfico del Centro de Estudios Histรณricos de Xochimilco

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Xochimilco: el último reducto de un paisaje cultural prehispánico Víctor Delgadillo

En Xochimilco hoy conviven cotidianamente los signos de una historia remota y rica, en sus reductos podemos verla fragmentada y viva. Ahí el mundo prehispánico, complejo y colorido, se niega a irse

Xochimilco es el nombre de un antiguo pueblo, de una delegación y de un territorio que aloja un complejo ecosistema cultural y natural, donde persiste una ancestral agricultura lacustre de origen prehispánico. Este paisaje cultural1 constituido por chinampas2 y pueblos logró mantenerse hasta la segunda mitad del siglo xx. Sin embargo, hace décadas que el centro de Xochimilco dejó de ser un pueblo chinampero para convertirse en un centro urbano regional. Aquí, muchas chinampas ya no se cultivan, ya casi no hay campesinos que quieran dedicarse a la agricultura lacustre, mientras que el paisaje cultural se convirtió en un sitio de recreo (sobre todo los fines de semana) muy querido para los mexicanos y muchos turistas. Aquí, la actividad chinampera se ha convertido en un pequeño reducto, amenazado por la urbanización. Xochimilco es un complejo territorio de dimensiones agroecológicas, históricas y culturales, que guarda un frágil equilibrio con la ciudad 1 Un paisaje cultural es un medio ambiente moldeado por seres humanos, es decir, las chinampas no son «jardines flotantes», como pensaron algunos viajeros extranjeros en el siglo xix, ni son naturales, sino una invención y construcción humana para aprovechar con fines agrícolas lagos de poca profundidad. 2 Islas artificiales construidas sobre un lago de poca profundidad que permiten cosechar todo el año por su contacto directo con el agua.

de México. Xochimilco provee a la ciudad de agua potable, produce flores y alimentos, absorbe dióxido de carbono y genera oxígeno, alberga importante flora y fauna silvestre, presta servicios recreativos y turísticos, y es un territorio relevante para la investigación científica y el turismo ecológico (no sólo recreativo). En este territorio, los asentamientos humanos se generaron en estrecho vínculo con la actividad agrícola lacustre, y produjeron valiosas tradiciones rurales y culturales. Así, por ejemplo, los diversos tipos de producción agrícola aún siguen el calendario religioso: flores de cempasúchil para día de muertos, nochebuenas para navidad y romeritos en diciembre. Se aloja aquí un rico patrimonio cultural constituido por vestigios prehispánicos, un centro histórico con un imponente convento franciscano y 18 barrios y 14 pueblos con sus capillas e iglesias católicas. En la delegación se reconocen 224 edificaciones con valor patrimonial provenientes de la colonia y los siglos xix y xx.3 La riqueza de este peculiar paisaje cultural ha sido 3 Instituto Nacional de Antropología e Historia, Catálogo de monumentos históricos inmuebles del Distrito Federal. Xochimilco, Patrimonio de la Humanidad. México: Instituto Nacional de Antropología e Historia / Coordinación Nacional de Monumentos Históricos, 2006.

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Xochimilco: el último reducto de un paisaje cultural prehispánico

Víctor Delgadillo

reconocida por la Organización de Naciones Unidas para la Ciencia, la Cultura y la Educación (unesco, por sus siglas en inglés), institución que lo incluyó —junto al Centro Histórico de la Ciudad de México— en su prestigiada lista del Patrimonio de la Humanidad. Esto ha convertido a Xochimilco en un sitio obligado para el turismo local e internacional: el paseo en una trajinera adornada con flores ha sido una postal que ha recorrido el mundo. Por otra parte, la problemática actual de Xochimilco se remonta a la segunda mitad del siglo xx, cuando se introdujeron aguas tratadas para alimentar los canales y chinampas en sustitución del agua cristalina que provenía de los manantiales xochimilcas, pues el agua potable se destinó en su totalidad al consumo de los habitantes de la ciudad de México; y sobrevinieron la pérdida de productividad agrícola originada por la desecación parcial del lago; la pérdida de niveles de agua; y la urbanización que ha ido ocupando de manera desordenada y alarmante el entorno lacustre y amenaza con extinguirlo. Las chinampas improductivas sucumben con mayor facilidad a la presión del mercado inmobiliario. En efecto, la ocupación de chinampas y tierras con valor ecológico por parte de originarios y avecindados, a través de la construcción de viviendas al margen del marco jurídico en materia de medio ambiente y desarrollo urbano, es uno de los principales problemas de este rico y frágil territorio. Este artículo se propone analizar la problemática urbana y de ordena­miento territorial que actualmente sufre la zona patrimonial de Xochimilco, desde una perspectiva histórica; así como las políticas públicas que se han impulsado en las últimas décadas para intentar resolver los problemas urbanos y ambientales, entre ellas algunos megaproyectos que pretendían «rescatar» la zona pero no fueron realizados debido a una fuerte oposición de la población xochimilca y tal vez también por falta de recursos públicos. El artículo se basa en un estudio sobre el patrimonio cultural y ambiental de Xochimilco, realizado para la unesco,4 con el propósito de elaborar un plan de rescate y desarro­ llo integral de la Zona Patrimonial de Xochimilco, Tláhuac y Milpa Alta.5 4 Víctor Delgadillo, Estudio sobre el patrimonio de Xochimilco para la elaboración del Programa de Ordenamiento Urbano Ambiental y Plan de Gestión para la recuperación y conservación del patrimonio cultural y natural de Xochimilco. México, 2006, inédito. 5 Véanse las obras de Ciro Caraballo, (coord.), Xochimilco un proceso de gestión

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Sin embargo, el texto se centra en la cabecera delegacional de Xochimilco. En el primer apartado presento una breve reseña histórica, que he considerado indispensable incluir, pues muchos problemas de este territorio sólo pueden comprenderse en su justa dimensión desde una perspectiva histórica. El apartado dos analiza el rico patrimonio urbano y medioambiental de Xochimilco. Después se analizan los principales problemas de la estructura urbana, en particular el centro histórico y los 18 barrios del centro de la delegación. Aquí se aborda un proble­ ma que constituye uno de los principales retos en materia de políticas públicas: la creciente presencia de los asentamientos humanos irre­ gulares que ocupan la chinampa. Por último, se analizan las políticas públicas y los programas propuestos en las últimas décadas, con la idea de «confrontar» los problemas urbano-ambientales de la zona. Xochimilco, una reseña de su urbanización Xochimilco, una reseña históricahistórica de su urbanización Las diversas presiones urbanas y sociales de Xochimilco sólo se pueden comprender en el marco de la historia reciente de esa demarcación y de la ciudad de México o Distrito Federal.6 A partir de la segunda mitad del siglo xx la estructura urbana de la Dele­ gación Xochimilco se expandió de manera explosiva y ha sido absor­bida por el crecimiento urbano de la metrópoli. Sin embargo, su centro histórico, sus barrios y pueblos conformados desde los periodos colonial y prehispánico (otrora unidos por canales, caminos rurales y después por un tranvía), continúan teniendo una fuerte presencia en el territorio y mantienen tradiciones y costumbres, así como, en cierta medida, actividades rurales. Para tener una idea del fuerte cambio sufrido en la zona véase la imagen 17 que, en una sección de un mapa de la parte sur participativa. México: unesco / gdf / Delegación Xochimilco, 2006; y Xochimilco, Tláhuac y Milpa Alta: resumen del Plan Integral. Patrimonio Mundial de la unesco. México: gdf / unesco, 2006. 6 Se trata de dos conceptos diferentes que han sido definidos como sinónimos por el Estatuto de Gobierno del Distrito Federal. En efecto, la ciudad de México es un invento de los colonizadores españoles del siglo xvi, mientras que el Distrito Federal (que contiene a la ciudad de México y a otras municipalidades convertidas después en delegaciones políticas) es un invento de los criollos del siglo xix que se liberaron de España y conquistaron la independencia del país. 7 No tengo la fecha de elaboración del mapa. Sin embargo, una leyenda apenas legible dice que el mapa fue elaborado bajo la supervisión del ingeniero I. Molina; mientras que en el margen inferior izquierdo indica que el mapa fue «grabado» por los hermanos Erbard y que fue publicado por ellos en París.


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Víctor Delgadillo

Imagen 1 Pueblos lacustres de los lagos de Xochimilco y Chalco Archivo del autor

del Distrito Federal, muestra los lagos de Xochimilco y Chalco hacia el último cuarto del siglo xix. Aquí, Xochimilco y los pue­ blos de Tláhuac y Mixquic aparecen como islotes rodeados por los lagos de Xochimilco y Chalco; mientras que Nativitas, Acalpixca, Atlapulc­o, Tlaxialtemalco, Tulyehualco e Ixtayopan eran pueblos de la ribera sur de los lagos; y Zapotitlán y Tlaltenco eran pueblos ribereños en el norte de esos lagos.8 De acuerdo con González Pozo,9 los lagos de Xochimilco y Tláhuac llegaron a ocupar 148 kilómetros cuadrados, pero paulatinamente 8 No tengo la fecha de elaboración del mapa. Sin embargo, una leyenda apenas legible dice que el mapa fue elaborado bajo la supervisión del ingeniero I. Molina; mientras que en el margen inferior izquierdo indica que el mapa fue «grabado» por los hermanos Erbard y que fue publicado por ellos en París. 9 Alberto González Pozo (coord.), Las chinampas de Xochimilco al despuntar el siglo xxi: inicio de su catalogación. México: uam Xochimilco, 2010.

fueron desecados, y con ello se redujo el paisaje chinampero. Así, por ejemplo, en abril de 1904 se expropiaron terrenos para cons­ truir el Acueducto Xochimilco-ciudad de México, basado en la investigación que el ingeniero Antonio Peñafiel había realizado en 1883. Durante el siglo xx, la expansión urbana se realizó sobre tierras planas. La zona lacustre, al norte, y las montañas del sur constitu­ yeron durante mucho tiempo barreras naturales que frenaron la urba­nización de la delegación. Sin embargo, las primeras comenzaron a ser presas del crecimiento urbano desde la década de 1960, en tanto que las faldas de la montaña lo son a partir de la década de 1990. Es decir, la topografía ya no representa una barrera para la expansión urbana. Actualmente es posible identificar tres zonas diferentes en la delegación Xochimilco (véase imagen 2):

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Xochimilco: el último reducto de un paisaje cultural prehispánico

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Al norte, la zona lacustre y de chinampas sometida a presiones de urbanización. Al sur la montaña con agricultura, bosques y pastizales, objeto de recientes presiones de urbanización. Mientras que la zona urbana ocupa fundamentalmente la parte intermedia de la dele­gación. Ésta a su vez se puede dividir en tres secciones:

1. Al sur de la zona de chinampas se encuentran el centro histórico, los barrios y los pueblos de las zonas bajas, que están estrechamente vinculadas con las chinampas y que en muchos casos se han construido sobre lo que antes eran chinampas y zonas de cultivo. 2. En el norponiente se encuentran colonias, fraccionamientos y unidades habitacionales (Tepepan), ocupados por población con ingresos medios y altos. 3. En el sur poniente los pueblos y barrios de tierras altas con una lenta y reciente urbanización.

Barbosa propone tres periodos en la urbanización de la delegación Xochimilco en el siglo xx:10 De 1929 a la década de 1960; después de la Revolución Mexicana, Xochimilco era uno de los símbolos de la recuperación de lo campesin­o y lo indígena, cuando ya se había debilitado el soporte de las actividades agrícolas lacustres, pues se habían disminuido las fuentes naturales de agua,11 lo que generó la pérdida de la actividad agrícola y el abandono de las tierras de cultivo. Esto dio paso a la incipiente urbanización. En este periodo la ciudad se expandió sobre avenidas y caminos que unían barrios y pueblos. Las viviendas predominantes aún eran de adobe y paja. El casco histórico de Xochimilco no rebasaba las cien hectáreas, los pueblos mantenían una «traza indígena» y las viviendas ocupaban de manera dispersa el territorio, no había calles ni lotes definidos. En la zona lacustre muchas viviendas tenían la entrada por la 10 Mario Barbosa, «Entre naturales, ajenos y avecindados: crecimiento urbano en Xochimilco, 1929-2004», en María Eugenia Terrones López (coord.), A la orilla del agua, historia de Xochimilco en el siglo xx. México: Gobierno del Distrito Federal / Delegación Xochimilco / Instituto Mora, 2005. 11 En 1910 Porfirio Díaz, presidente de México, inauguró un acueducto para trasladar agua de Xochimilco a la ciudad de México. La casa de bombas se encuentra en Santa Cruz Acalpixca, el acueducto se ubica a lo largo de la avenida División del Norte y transporta el agua hasta una cisterna ubicada en un parque de la colonia Condesa.

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chinampa y no hacia calles. En la década de 1930 se realizaron algunas mejoras urbanas: se construyeron un mercado, escuelas y nuevas vialidades sobre antiguos canales y chinampas. En esa época se asfaltó el Canal de la Viga, vía directa entre Xochimilco y la ciudad de México, y diversas avenidas y caminos (a Tepepan, la Noria y Tulyehualco), que implicaron el entubamiento y el cierre de algunos canales que prácticamente estaban desecados. Crecimiento explosivo en las décadas de 1960 y 1980: las obras construidas para la realización de las olimpiadas de 1968 (pista de canotaje y la ampliación de las vialidades Anillo Periférico hasta Cuemanco, y División del Norte hasta Xochimilco) hicieron accesibles y dieron valor mayor a los terrenos aledaños y constituyeron el motor de la urbanización. A partir de la década de 1970 se inició la cons­ trucción de asentamientos humanos sobre territorios de propiedad comunal, ejidal o privada con uso agrícola. Grupos de población con ingresos medios y altos poblaron el ejido de Tepepan en nuevas colonias, fraccionamientos y unidades habitacionales; mientras que grupos de menores ingresos formaron «asentamientos irregulares» sin servicios e infraestructura básica, con construcciones precarias. En este proceso se fraccionaron terrenos agrícolas improductivos, sucumbieron canales y cauces de arroyos en favor de nuevas vialidades, y los «avecindados» (población no originaria) se convirtieron en población mayoritaria. Las antiguas casas de adobe y paja cedie­ ron su lugar a viviendas precarias y de «autoconstrucción». Se consumó la conurbación de pueblos y barrios con la ciudad de México, a través de Tlalpan, y se incrementaron los flujos de tráfico y las necesidades de infraestructura, equipamiento y servicios. Multiplicación de asentamientos irregulares, desde la década de 1980: en este periodo se acentuó la tendencia de urbanización irre­ gular de chinampas, canales y tierras que antes fueron de cultivo, y se comenzaron a ocupar las faldas de la montaña. Aunque en la década de 1990 se realizaron varios esfuerzos por ordenar el terri­ torio e impedir la expansión urbana sobre las chinampas y el suelo de conservación ecológico (leyes y programas de desarrollo urbano y de protección del medio ambiente), es evidente que tales iniciativas fracasaron por múltiples causas: omisión, clientelismo, cambio de autoridades, falta de continuidad en las políticas públicas, no aplicación de la ley, presiones políticas, situación irregular de la tenencia de tierras,


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Imagen 2 Zonas urbanas y ecológicas de la delegación Xochimilco. Archivo del ddf, 1997

multiplicidad de autoridades con competencia en el territorio,12 presiones políticas, etcétera. Así, a pesar de que está penada la urbani­ zación clandestina y se conoce su modo de operar, continúa repitién­ dose el esquema de fraccionamiento, venta y urbanización ilegal de tierras con valor ecológico, y su posterior regularización. El crecimiento de los asentamientos irregulares ha sido imparable: según la Secretaría de Desarrollo Urbano y Vivienda,13 en 1997 12 Por ejemplo, la Secretaría de Desarrollo Urbano y Vivienda (seduvi) es una institución normativa encargada de la planeación urbana, de la realización de los programas de desarrollo urbano y de la emisión de certificados que controlan el uso del suelo (alineación, número oficial y uso del suelo); en tanto que la delegación es la responsable de emitir licencias de construcción y permisos para el funcionamiento de diversas actividades, y tiene la atribución de clausurar obras. 13 Secretaría de Desarrollo Urbano y Vivienda, Lineamientos generales para la atención de asentamientos irregulares en suelo de conservación ecológico. Documento interno de trabajo, 2004.

había 169 asentamientos irregulares, en 2004 eran 250, y en 2011 sumarían 314 asentamientos irregulares.14 Para la seduvi no se trata de un crecimiento «explosivo» de este tipo de asentamientos, sino que el incremento se explicaba en función de cuatro factores: 1) las autoridades anteriores no habían registrado el número total de esos asentamientos; 2) el crecimiento natural de los poblados y asentamientos, mediante construcciones individuales dispersas; 3) la falta de opciones de suelo y vivienda para la población de bajos ingresos, y 4) un anuncio hecho por la máxima autoridad local, en el sentido de que no se usaría la fuerza pública para desalojar los asentamientos clandestinos. El proceso de urbanización expansiva no ha estado exento de conflictos derivados de la lucha por la regularización de asentamientos o de iniciativas de construcción de viviendas para población no oriunda 14 La Jornada, 3 de marzo, 2011.

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Imagen 3 Petroglifo Ocelotl en la zona arqueológica de Cuauhilama Archivo del autor

del lugar. Barbosa cita algunos ejemplos: 1) protestas en San Juan Moyotepec (San Gregorio Atlapulco) por el reconocimiento de la colo­ nia popular que existe desde 1964; 2) en 1994 el Movimiento Ciudadano Tepalcatlapan denuncia la invasión de predios en Talxcopa, Cuautetlán, Tepetilica, Tepecauhuizitla y Nautecpa; 3) en 1994 y 1997, mediante protestas de comuneros y ejidatarios,se evitó la construcción de una unidad habitacional en el predio Nahualapa, en Santa Cruz Acalpixca, y otra en un predio de la avenida Nuevo León en San Gregorio Atlapulco, respectivamente.15 Por nuestra parte, registramos la cons­ 15 M. Barbosa, op. cit., pp. 195 y 196.

trucción y la posterior destrucción de un muro de piedra entre octubre y noviembre de 2011 para evitar la expansión de los asentamientos humanos en la zona de chinampas. Un acelerado crecimiento demográfico y habitacional Un acelerado crecimiento demográfico y habitacional Xochimilco es una de las delegaciones que más incrementan su población y su vivienda en el Distrito Federal. Entre 1990 y 2010 la población se incrementó en 143 856 habitantes y la vivienda casi se duplicó (ver cuadro 1).

Población 1990 2010 1990 Xochimilco Población 2000 1990 2000 42,2132010 49,890 1990 42,541 8,293 Centro Histórico Centro Histórico 42,541 42,213 49,890 8,293 415,007 53,000 53,000 Delegación271,151 271,151 Delegación 369,787369,787415,007 Xochimilco

Vivienda 2000 2010 Vivienda 2000 2010 9,126 12,992 9,126 12,992 82,078 82,078 102,750 102,750

Cuadro 1. Población y vivienda en Xochimilco y su centro histórico, 1990 y 2000 Fuente: Elaboración propia con base en inegi, 1990

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Xochimilco: el último reducto de un paisaje cultural prehispánico

En Xochimilco, dos terceras partes de la población son formadas por jóvenes. Es decir, continuará en aumento la demanda por servicios, empleo y vivienda. Por otra parte, en 2000 sólo el 3% de la población se dedicaba a las actividades agrícolas en la cabecera de la delegación (centro histórico y 17 barrios). Es decir, la actividad agrícola no es atractiva para la gran mayoría de la población. Asimismo, el 42.7% de la población económicamente activa percibe hasta dos veces el salario mínimo. Así que es pobre la población que demanda vivienda y servicios. Patrimonio cultural yPatrimonio urbano cultural y urbano El patrimonio cultural de Xochimilco se remonta a la época prehispánica. En la delegación se han identificado 59 sitios con vestigios de las culturas prehispánicas. Entre ellos destaca el cerro de Cuauhilama, sitio en donde los nahuatlacas realizaban en el siglo xii sus rituales, entre ellos la ceremonia del «fuego nuevo». Algunos autores señalan que la población prehispánica habitaba la zona lacustre y que el cerro era únicamente un sitio ceremonial habitado por algunos sacerdotes. Como quiera que sea, la zona arqueológica de Cuauhilama con 6.74 hectáreas y una serie de petroglifos (imagen 3) es el patrimonio cultural más antiguo de Xochimilco. En 1995 se delimitó y cercó la zona para protegerla. Sin embargo, este rico patrimonio cultural prehispánico se encuentra en condiciones de desprotección, y no se aprovecha en beneficio de visitantes y de la población local. El patrimonio histórico más importante de Xochimilco lo represen­ tan sus chinampas. Una chinampa es, como ya se explicó, una uni­ dad agrícola lacustre constituida por islotes artificiales de tierra (gene­ ralmente rectangulares) fijados a la tierra con árboles (ahuehuetes) perimetrales y estacas. Las chinampas son construidas por los labra­ dores para aprovechar el contacto directo de la tierr­a cultiva­ble con el agua. Esto permite cultivar la tierra todo el año y no depender de la época de lluvias. La chinampa es una invención prehispánica de los pueblos lacustres que se alojaron en torno a los lagos de Texcoco, Xochimilco y Chalco. Por ello, las chinampas han sido consideradas como «monumento histórico» que se debe preservar. Aquí discrepo de la visión que pretende volver las chinampas piezas de museo o convertirlas en parques temáticos, pues la mejor forma de conservarlas es

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utilizándolas por lo que son: unidades de producción agrícola lacustre. Continuar cultivando las chinampas contribuye no sólo a preservar esos «vestigios» históricos, sino también a mantener esa técnica y esa cultura de origen prehispánico. Con la idea de que las chinampas son «monumentos históricos», un equipo coordinado por un destacado defensor del patrimonio histórico inició la tarea de «catalogar» las chinampas de San Gregorio Atlapulco como unidades individuales, por ser las chinampas que más se cultivan, a diferencia de las chinampas de San Luis Tlaxi­altemalco y del centro de Xochimilco. El equipo, coordinado por González Pozo, catalogó y estudió 544 chinampas en 90 hectáreas durante dos años, de las alrededor de 20 000 chinampas que exis­ ten en las delegaciones Tláhuac y Xochimilco.16 Así que catalogar las 20 000 chinampas implica multiplicar los esfuerzos de tiempo, los recursos humanos y el financiamiento por 36.7 veces, y a ese ritmo la tarea se realizaría en 73.5 años. Por cierto que esta investigación da cuenta de los efectos de los hundimientos diferenciales derivados de la excesiva explotación de los mantos acuíferos: hay algunas chinampas sumamente elevadas a las que no llega el agua, y hay otras chinampas inundadas. En esta minuciosa catalogación para cada chinampa se registraron: las dimensiones y características de los islotes; el tipo y el estado de la arborización; el uso agrícola, pecua­rio, baldío o habitacional; las prácticas agrícolas tradicionales o modernas (uso de azadón o tractor); las amenazas de urbani­ zación; el estado de conservación física y productiva; las técnicas de cultivo; las coordenadas GPS; la navegabilidad y profundidad de los canales de agua; la presencia de plagas; etcétera. Según esta investigación, en la zona donde la actividad chinampera presenta más vitalidad (Atlapulco), el estado de la red de canales de agua es precario en más del 50% (canales obstruidos —esta es la primera fase de la desecación—, secos o segados), mientras que hay varias chinampas: deterioradas (con baja densidad de árboles), fusionadas,17 inundadas, abandonadas, en desuso o apropiadas por el crecimiento de los asentamientos irre­ gulares, donde hay una significativa presencia de infraestructura 16 Alberto González Pozo (coord.), Las chinampas de Xochimilco al despuntar el siglo xxi: inicio de su catalogación. México: uam Xochimilco, 2010. 17 Para ampliar el área urbanizable o en su caso cultivable con tractor.

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Imagen 4 Traza de Xochimilco con chinampas y canales de agua Archivo unesco, 2005

urbana (agua, energía eléctrica). En este último caso se trata de chinampas que colindan con el área urbana. Para González Pozo la mezcla heterogénea de chinampas productivas y de chinampas abandonadas es una señal inequívoca del deterioro. Una lectura en sentido diferente, también expresa una respuesta diferenciada por parte de los chinamperos, pues hay quienes aún en condiciones adversas cultivan sus chinampas. Por ello, González Pozo demanda revertir la decadencia y restablecer el equilibrio hidráulico.18 De inicio se podrían dragar y limpiar 16.1 km de canales de agua; rehidratar 7.4 km de canales; restituir 21.8 km de chinampas; reforestar 397 chinampas con 9 547 ahuejotes y consolidar 53.1 km de bordes chinamperos. 18 Op. cit.

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El patrimonio urbano arquitectónico de Xochimilco El patrimonio urbano arquitectónico de Xochimilco El centro histórico de Xochimilco y sus barrios combinan una traza reticular con otra accidentada o de «plato roto». La traza reticular fue realizada después de la conquista española, para que la demarcación alcanzara el estatus de ciudad en 1555. En tanto que la segunda es producto del crecimiento natural y de un urbanismo no planificado, en donde la expansión urbana se realiza siguiendo los accidentes topográficos, antiguos caminos, y sobre lo que fueron chinampas, canales de agua y apantles convertidos en vialidades peatonales y vehiculares, callejones, cerradas y pasos. En la imagen 4 se puede apreciar que algunos canales de agua se «truncan» en algunas vialidades, en tanto que el trazo irregular de calles y cerradas


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Imágenes 5, 6 y 7 Edificios del siglo xviii: casona, iglesias del Rosario y capilla de San Juan Archivo del autor evidencia que en un pasado no tan remoto esas calles eran canales de agua y apantles. En el centro histórico de Xochimilco permanecen varios testimonios arquitectónicos de los siglos xvi al xix, reconocidos por el Instituto Nacional de Antropología e Historia (inah) como monumentos históricos, como el convento de San Bernardino y un conjunto de iglesias dispersas que a su vez estructuran los diferente­s barrios. Ángel Mercado incluye 110 inmuebles con valor patrimonial en el casco histórico, 77 de ellos son de «arquitectura doméstica».19 Vale mencionar que el resto de las edificaciones, es decir, una abrumadora mayoría, proviene de épocas muy recientes y se caracteriza por su simpleza: se trata de edificios construido­s en varias etapas con materiales convencionales y cuya morfología y fisonomía es característica de los asentamientos humanos producidos por la población de bajos ingresos. Barrios y poblados Barrios rurales y poblados rurales Los pueblos rurales y sus barrios que forman parte de la Zona Patri­ monial de Xochimilco son subcentros de servicios que sirven a sus territorios aledaños, son zonas de tránsito que constantemente han 19 Ángel Mercado, Polígono de actuación. Centro histórico de Xochimilco. México: inédito, 2004.

incrementado el número de habitantes y de viviendas; sus estrechas vialidades se encuentran saturadas y presentan un importante comer­ cio informal en sus plazas y avenidas principales. Hay una versión generalizada que señala que los poblados surgidos en las riberas de la zona lacustre de Xochimilco conservan sus características «prehispánicas» y que ello es tangible en su traza urbana irregular, frente a la traza ortogonal impuesta con la conquista española. Sin embargo, otros autores han demostrado que varios poblados, entre ellos San Gregorio Atlapulco y San Luis Tlaxialtemalco, fueron fundados por los españoles en el siglo xvi, producto de sus políticas de reducción de poblaciones dispersas.20 Este hecho no omite que esos poblados ya estuvieran habitados antes de la llegada de los españoles y que después la ciudad trazada se rodeara de barrios indígenas que poblaban de otra manera el territorio. Además de la traza, varios poblados conservan algunas ermitas e iglesias como monumentos históricos, reconocidos como tales por el inah. Junto a esto, pueden mencionarse algunos elementos puntua­les con valor patrimonial, dispersos en los poblados, como el acue­ducto y las casas de bombas construidos en las primeras déca20 Juan Manuel Pérez Cevallos y Luis Reyes García, La fundación de San Luis Taxial­ temalco, México: gdf / Delegación Xochimilco / Instituto Mora, 2003; y Juan Manuel Pérez Cevallos, Xochimilco ayer. México: gdf / Delegación Xochimilco / Instituto Mora, 2002.

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das del siglo xx. También destaca otra obra del siglo xx: el restaurant Los Manantiales, un paraboloide hiperbólico construido por el arquitecto Félix Candela. La protección del patrimonio natural y cultural La protección del patrimonio natural y cultural El patrimonio cultural de Xochimilco fue reconocido desde 1936 bajo la figura de Zona Típica y Pintoresca. En 1986, con base en la Ley Fede­ ral de Monumentos y Zonas Arqueológicos, Históricos y Artísticos de 1972, se decretó la Zona de Monumentos Históricos de las delegaciones de Xochimilco, Tláhuac y Milpa Alta que abarca un área de 8 965 hectáreas y 698 manzanas. La zona está bajo custodia del inah y en teoría cualquier construcción o acción de mejoramiento, modificación o restauración de los inmuebles declarados «monumento histórico» debería realizarse con autorización del inah. Asimismo, la zona también está protegida por la Ley de Salvaguarda del Patrimonio Urbanístico Arquitectónico del Distrito Federal, promulgada en 1999. Las atribucione­s sobre estos territorios recaen en el Instituto Nacional de Antropología e Historia y el Instituto Nacional de Bellas Artes (en el nivel federal) y en la Dirección del Patrimonio Cultural de la seduvi y en la Secretaría de Cultura (en escala local). En 1987 esta zona de monumentos históricos fue declarada junto con el (perímetro A del) Centro Histórico de la Ciudad de México como Patrimonio Cultural de la Humanidad por la unesco. Esto supone, por un lado, el compromiso de las autoridades mexicanas para la salvaguarda de este patrimonio cultural y ambiental; y por otro, una disposición para trabajar conjuntamente con la comunidad internacional en esta tarea. La legislación en materia de protección al medio ambiente en los niveles federal y local también rige específicamente aquí: la Ley General de Equilibrio Ecológico y Protección al Ambiente del 28 de enero de 1988 y la Ley Ambiental del Distrito Federal del 13 de enero de 2000. En 1992 se creó el Área Natural Protegida de los ejidos de Xochimilco y San Gregorio Atlapulco con 2 657 hectáreas y el Programa de Manejo respectivo se publicó el 11 de enero de 2006. Por su parte, el Programa General de Ordenamiento Ecológico del Distrito Federal abarca 87 310.80 hectáreas, de las cuales Xochimilco tiene el 11.75 % y Tláhuac el 7.5. %

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puebloregional típico a centro regional De pueblo típicoDea centro Los problemas urbanos del centro de Xochimilco son muchos y se derivan del papel que este territorio ha adquirido en las últimas décadas, en el marco de la expansión urbana de la ciudad de México. Además, puede decirse que el principal problema de la zona urbana de Xochimilco es su amenaza latente por expandirse sobre el suelo de conservación ecológica, constituido por la zona chinampera y la montaña. Xochimilco padece una compleja problemática que se deriva de las desiguales relaciones que ha mantenido con la metrópoli, del impacto de la urbanización, de la miseria de la actividad agrícola, de las funcione­s de recreo (particularmente los fines de semana) y de las funciones de centralidad que la zona desempeña en escala local y regional: en el centro histórico, cerca de los embarcaderos, se encuentran las oficinas del gobierno local, el mercado, la antigua iglesia de San Bernardino y un rico sistema de espacios públicos. Es decir, aquí se encuentra la centralidad pública, comercial, cívica y religiosa. El centro histórico de Xochimilco, que incluye la mayoría de los 17 barrios históricos de la cabecera delegacional, se ha constituido en una centralidad regional debido a varias causas: la acelerada expansión urbana y demográfica de la delegación Xochimilco y las vecinas delegaciones de Tláhuac, Tlalpan y Milpa Alta; el papel que el centro de Xochimilco (o cabecera delegacional) ha desempeñado históricamente en el territorio; la ubicación geográfica y la función de paso entre la ciudad de México, Milpa Alta y el estado de Morelos; así como la concentración de comercio, servicios y abasto. La dimensión y el radio de acción de sus dos mercados son regionales. En el centro histórico hay 19 equipamientos de educación y cultura, 14 plazas y jardines públicos de distinta magnitud, 7 equipamientos de abasto, comercio y servicios, entre ellos hay 2 mercados (uno de 144 y el otro con 280 locales comerciales), así como mercados especializados en plantas y flores. Asimismo, hay 5 equipamientos de salud y asistencia médica; 12 recintos religiosos (iglesias y el convento); un deportivo regional. A ellos pueden sumarse otros 21 equipamientos públicos, como las oficinas de la delegación y del gobierno central. Así, no es casual que una gran cantidad de rutas de transporte público tengan como destino el centro de Xochimilco.


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Imágenes 8 y 9 La plaza principal con y sin vendedores ambulantes Archivo del autor

En el transcurso del siglo xx la zona patrimonial de Xochimilco se constituyó en una zona turística de fin de semana debido a sus atractivos naturales, culturales y paisajísticos; a la concentración de equipamiento cultural (fundamentalmente iglesias) y a las festividades religiosas y cívicas. La especialidad recreativa y turística del lugar está constituida por el paseo por los canales de agua y los lagos; y junto con una pequeña zona de chinampas en Tláhuac y Mixquic, es el último reducto de un paisaje cultural que predominó en el Valle de México. En el centro histórico hay nueve embarcaderos para el acceso a los paseos en los canales de agua y lagos a través de trajineras individuales y colectivas. Los flujos de población automovilística sobre todo incrementan los efectos de la saturación de la infraestructura, vialidad, servicios y equipamientos urbanos. Según datos oficiales, citados por Garzón Lozano, el centro histórico recibe diariamente una población flotante de 60 mil personas y en fines de semana ésta se incrementa hasta 400 mil personas, lo que ha ocasionado la multiplicación del negocio de las trajineras y con ello la creación de embotellamientos acuáticos, por lo que a mediados de la década de 2000 la autoridad tuvo que intervenir para regular esos negocios.21 Asimismo, en el centro histórico: una gran cantidad de los llamados microbuses —que transportan pasajeros de la cabecera dele­ 21 Luis Eduardo Garzón Lozano, Xochimilco hoy. México: Instituto Mora, 2002.

gacional a los barrios, pueblos y entidades vecinas— ocupan las calles como «paraderos»; ha habido una presencia importante del comercio ambulante, que se establece en la plaza principal (imágenes 8 y 9), el entorno de los mercados, enclaves de transbordo de los microbuses de pasajeros, así como en algunas calles. Ángel Mercado identificaba 16 puntos de venta con 970 vendedores ambulantes en el centro histórico;22 mientras que la aldf consignaba para toda la delegación la presencia de 3 852 vendedores ambulantes; 1200 vendedores callejeros que no están en el padrón y 400 «toreros», concentrados en 46 puntos en toda la demarcación (mayo­ritariamente en el centro histórico).23 El centro histórico de Xochimilco es asimismo un imán que atrae población porque aquí se concentra el 39% de las unidades económicas de la delegación: el 26% de las unidades industriales, el 41% de los establecimientos comerciales y el 38% de las unidades de servicios. Además, las unidades económicas del centro histórico, donde vive el 22.5% de los habitantes, ocupan el 32% de la población económicamente activa de la delegación.

22 Á. Mercado, op. cit. 23 Asamblea Legislativa del Distrito Federal, «Decreto por el se Aprueba el Programa Delegacional de Desarrollo Urbano para la Delegación Xochimilco». México: Gaceta Oficial del Distrito Federal, 6 de mayo, 2005.

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Los asentamientos en la chinampa Los asentamientos irregularesirregulares en la chinampa Uno de los principales desafíos para la salvaguarda y el desarrollo sostenible de las chinampas es el control de la expansión urbana desordenada. La historia de la ciudad de México y de la zona urbana de la delegación Xochimilco ha sido la de la expansión urbana no controlada, lo que demuestra que los esfuerzos de planificación urbana y de ordenamiento del territorio, así como la legislación en materia urbana y del medio ambiente, no se cumplen. Antes de abordar la situación de los asentamientos irregulares de la zona de estudio, conviene hacer dos precisiones:

Población 1. Que la urbanización Xochimilco irregular lo mismo incluye: pobla­ 1990 ción de bajos y de altos ingresos; la ocupación2000 de sue­ 42,541 42,213 Centro Histórico lo urbano o de conservación ecológica; la viola­ción de 369,787 Delegación la normatividad urbana y/o 271,151 del medio ambien­ te. Es decir, los asentamientos irregulares no son exclusivos de los pobres; los estratos socioeconómicos medios y altos igualmente urbanizan al margen del marco jurídico. 2. Que la respuesta de las autoridades a estos asentamientos humanos ha sido cambiante y no equitativa. Por un lado, las políticas públicas para tratarlos han sido muy variables y se modifican según el gobierno en turno, los territorios que se ocupan y los actores involucrados: la práctica más común ha sido la permisividad, la posterior introducción de infraestructura y

servicios, y finalmente la regularización (su incorpora­ ción con estatus de ciudad). Sin embargo, en algunos casos la política ha sido su prohibición a través de la aplicación de la legislación y de otros instrumentos jurí­dicos, y el desalojo con o sin alternativas de reubicación. Asimismo, la autoridad ha privilegiado el otorga­miento de manera diferenciada de servicios e infraestructura a colonias y fraccionamientos de población de medianos y mayores ingresos, lo que ha contribuido a incrementar la segregación socioespacial. Según el Programa Delegacional de Desarrollo Urbano de XochiVivienda milco vigente,24 la delegación Xochimilco alojaba 300 asentamien2010 2000irregulares 2010 1990 tos irregulares y 291 núcleos dispersos con 133 523 49,890 9,126 12,992 8,293 personas (26 700 familias) y 17 803 construcciones en 566.35 415,007 82,078 102,750 hectáreas. 53,000 En otras palabras, el 36.1% de la población de la dele­ gación habitaba un asentamiento irregular. Se trata de dimensiones colosales, pues tal número de habitantes rebasa a la población que en el año 2000 tenían ciudades como Colima, San Cristóbal las Casas o San Miguel Allende (121 mil, 130 mil y 133 mil habitantes respectivamente). Según el listado de asentamientos irregulares del Programa Delegacional,25 los 41 asentamientos irregulares en la chinampa ocupaban 151 hectáreas e incluían 4 373 viviendas, 6 566 habitantes y 32 804 familias. Evidentemente la problemática se concentra en la cabecera delegacional (ver cuadro 2). 24 Asamblea Legislativa del Distrito Federal, op. cit. 25 Ibidem.

No. de Ubicación Superficie Construcciones Familias Habitantes No. de Superficie asentamientos (Hectáreas) Construcciones Familias Habitantes Ubicación (Hectáreas) 31asentamientos Cabecera de la delegación 83.73 2,790 4,185 20,925 5 San Gregorio Atlapulco 13.93 376 565 31 San Luis Cabecera de la delegación 83.73 7.38 2,790 4,185 138 20,925 2,821 2 Tlaxialtemalco 92 690 5 Santa Cruz San Acalpixca Gregorio Atlapulco 13.9343.23 376 2 1,070565 1,6052,821 8,025 1 Nativitas 45138 68690 338 92 2 Santa María San Luis Tlaxialtemalco 7.38 2.76 1,070 2 Santa Cruz Acalpixca 43.23 1,605 8,025 45 1 Santa María Nativitas 2.76 68 338 Cuadro 2. Asentamientos irregulares en la Chinampa en 2005 Fuente: aldf, 2005

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Xochimilco: el último reducto de un paisaje cultural prehispánico

ProyectosProyectos públicos para «rescatar» públicos para Xochimilco «rescatar» Xochimilco En las tres últimas décadas el gobierno del Distrito Federal ha impulsado la realización de algunos megaproyectos para supuestamente confrontar la problemática de la zona. Decimos «supuestamente» porque el contenido de los proyectos está lejos de intentar confrontar la problemática agrícola lacustre que padece la zona. Entre los principales megaproyectos, no realizados por oposición comunitaria 1. o falta de recursos, podemos citar los siguientes:

1. Entre 1989 y 1994 el Departamento del Distrito Federal promovió el Programa de Rescate Ecológico de Xochimilco, que tenía propósitos turísticos, recreativos, deportivos y comerciales, e incluía: la creación de un

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lago artificial de 360 hectáreas, el incremento de la densidad constructiva sobre el Periférico y dos lagunas de regulación. Este megaproyecto no se realizó completamente gracias a la movilización de los comune­ ros y campesinos. Bajo el paraguas del megaproyecto se realizaron: dos distritos de riego, los mercados de plantas, una zona deportiva y un parque ecológico. 2. Entre 2006 y 2012 el gobierno de Marcelo Ebrard pretendió, sin éxito, construir un Acuario Nacional para «rescatar» la zona. 3. Entre 2000 y 2006 la Secretaría de Turismo local amplió el servicio del Turibús hasta Xochimilco y creó una sede de información en una de las chinampas, debajo de una línea de alta tensión.

Archivo fotográfico del Centro de Estudios Históricos de Xochimilco

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Colección Xochimilco Federico Krafft

Asimismo, entre 2003 y 2006 se realizó un programa de rescate del Centro Histórico de Xochimilco que incluyó:

1. El remozamiento de la exsede del gobierno local, partes del convento de San Bernardino (remodela­ ción de la fachada y barda perimetral) y algunos espacios públicos (banquetas y pavimentos en algunas calles). 2. La adecuación de una plaza comercial para reubicar a 500 comerciantes ambulantes. 3. La ampliación del mercado de flores; y la «recupera­

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ción» de algunas chinampas en la zona turística, que consistió en reforzar las estacas que articulan la chinampa a la tierra; vale añadir que estas acciones se hicieron en la parte que casi ya no se cultiva. Se han hecho algunas obras viales para mejorar la accesibilidad de la zona, como el puente vehicular de Muyuguarda, sobre el Anillo Periférico, para vincular el Eje 3 Oriente Cafetales con el Canal de Muyuguarda; y se realizó una «vuelta a la izquierda» en varios cruces de la avenida Prolongación del Norte hacia el centro de la delegación.


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Conclusiones

Conclusiones

La urbanización de Xochimilco se ha caracterizado por la deficiencia, la ausencia de planificación y la no aplicación de la normatividad urbana, de lo que se derivan el déficit o la saturación de la infraes­ tructura, la vialidad, los servicios y los equipamientos urbanos, el deterioro de la imagen urbana y la dependencia de grandes territorios del centro histórico y en menor escala del centro de los pue­ blos. La urbanización de Xochimilco y Tláhuac han acorralado a las chinampas al grado de poner en riesgo la existencia de este paisaje cultural prehispánico. Por su parte, las chinampas en lugar de ser consideradas como unidades de producción agrícola lacustre han sido conceptualizadas como «monumentos históricos» que se deben restaurar y preservar. Creemos que esta visión poco contribuye al mantenimiento y continuidad de este sistema de producción agrícola lacustre. La política pública no debería congelar y convertir en pieza de museo esta heren­cia prehispánica, sino contribuir a su mantenimiento y continuidad cultural: una chinampa productiva es la mejor forma de preservar esta herencia prehispánica.

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Así, mientras las chinampas se continúan considerando como un acervo material proveniente del pasado, las presiones de urbanización se mantienen vivas, más en un contexto donde la población joven y pobre de Xochimilco ya no encuentra atractiva la actividad agrícola, y cada vez más chinampas ya no son sede de cultivo. Por otra parte, la urbanización del sur del Distrito Federal otorga nuevas funciones a los antiguos centros urbanos (casco histórico, barrios y pueblos). Las áreas en proceso de expansión urbana carecen de equipamientos y servicios, por lo que dependen de los existentes en la «ciudad construida». Asimismo, la centralidad de Xochimilco se intensifica los fines de semana, cuando sus canales de agua con sus trajineras se inundan de visitantes, recreacionistas y turistas. Finalmente, una crítica abierta a las políticas públicas de las últimas dos décadas y media radica en que ellas, lejos de reconocer la problemática del territorio y de la zona de chinampas, se han enfocado a reforzar las actividades más rentables en términos económicos: el turismo y los servicios, y con ello a construir un parque temático de recreo.

Archivo fotográfico del Centro de Estudios Históricos de Xochimilco

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Archivo fotogrรกfico del Centro de Estudios Histรณricos de Xochimilco

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Zapata y Villa en Xochimilco David Uzcanga

Al cumplirse 100 años del encuentro de Emiliano Zapata y Pancho Villa en Xochimilco, surge la necesidad de realizar un mínimo recuento de los hechos. Uzcanga ha emprendido esa tarea sirviéndose de la necesaria documentación. El resultado es un texto objetivo que registra el contexto del momento y los aspectos humanos de la psicología de los personajes en un lugar privilegiado, por rico y hermoso, de la geografía mexicana

La historia escolar suele mantener de lado un hecho central de la irrupción revolucionaria de 1910: el alejamiento, que llegaría a ser calificado por el sureño como traición, del presidente Madero de las fuerzas y los ideales de Emiliano Zapata. Tal distancia tiene que entenderse como un signo revelador del carácter más formal que de fondo del movimiento del líder coahuilense, resumido en el lema que aún conocemos por su uso oficial y por lo común sólo retórico: «Sufragio efectivo, no reelección». La insurrección maderista fue incuestionablemente efectiva para apurar el fin de la dictadura, y en tal sentido tuvo un alcance nacional, pero entre sus propósitos no se contaba la completa transformación de la vida de los trabajadores campesinos en todo el territorio. No puede perderse de vista que Francisco I. Madero era miembro de una familia burguesa del norte del país, que contaba con estudios en el extranjero y que su contacto con las clases trabajadoras nacionales era tan escaso y superficial como el conocimiento que tenía de sus condiciones de vida y de trabajo.

En el otro polo de la esfera revolucionaria están la figura y la acció­n de Zapata, quien tenía una visión radicalmente distinta de las cosas y emprendió su lucha desde la entraña misma de la patria, más allá de toda hipérbole. Si a Madero le parecía natural suceder en el poder al dictador Díaz, al Caudillo del Sur la noción de poder le resultaba extraña o inclusive indeseable. En su célebre investigación acerca de la vida y la trayectoria de Zapata el historiador estadouni­ dense John Womack Jr. emplea un íncipit que se ha hecho famoso y que parece ser del todo justo: «Éste es un libro acerca de unos campesinos que no querían cambiar y que, por eso mismo, hicieron una revolución». La idea de poder —no es difícil advertirlo— se alía de modo inmediato a la noción de progreso. Se tendría el poder para garantizar que se camina hacia delante, o para trazar la senda por donde ha de andarse o para limpiar de obstáculos la ruta. El progreso significa consecución de fines y construcción de medios. El jue­go político, en el que Madero tuvo que apostar, precisaría tales ideales y pondría en acción los recursos para alcanzarlos. Zapata no pone

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Zapata y Villa en Xochimilco

David Uzcanga

sus pies en este campo ideológico sino que los mantiene en su patria única, en la que el tiempo y por tanto la historia poseen otro sentido. Acaban de cumplirse cien años del encuentro de Zapata y Pancho Villa en la ciudad de México, en Xochimilco. Aquel 4 de diciembre de 1914 ha quedado fijo en la historia del país y de su capital. Aquel fue un encuentro que la historia demoró e hizo esperar, como dando la indicación de su enorme valor simbólico. En el terreno de los hechos concretos, como es bien sabido, lo acordado por ambos personajes no tuvo grandes frutos pero la identificación que cada uno logró con el otro —aun cuando ambos mantuvieron sin altera­ción sus naturales modos de ser— ha dejado vivo el fuego de una sustancial carga pendiente de la Revolución Mexicana. Existe una versión estenográfica de la entrevista que precedió a la suscripción del conocido históricamente como Pacto de Xochimilco, dada a cono­cer por el extinto Departamento del Distrito Federal en 1978. Una vez que en la llamada Convención de Aguascalientes las fuerzas villistas y las zapatistas habían coincidido en un punto esencial (la oposición al jefe constitucionalista Venustiano Carranza, alejado también de las autéticas demandas campesinas), el porvenir parecía aclararse. Sin embargo, las fuerzas carrancistas, inclusive con otros nuevos enemigos como Álvaro Obregón y Felipe Ángeles, estaban lejos aún de una derrota definitiva. Carranza abandonó la ciudad de México y el panorama pareció entonces pintarse de un nueva tonalidad: provillista, como se le informa a Zapata. Los villistas reconocie­ ron de inmediato la gran posibilidad que parecía abrírseles, y entraron en hostilidades francas con los obregonistas. Las fuerzas de Zapata —como apunta Womack Jr.— se vieron forzados a entrar «a una lucha que no era la suya». Avanzaron, empero; dieron paso adelante en ese camino que no les era propio: el de la consecución del poder. Pasos vacilantes, sobre un terreno nada firme y entre tinieblas nunca disipadas. Entraron a la ciudad de México la noche del 24 de noviembre de 1914, a una ciudad ya libre de carrancistas. Womack Jr. describe aquel ingreso como el de unos hombres que lo hacen furtiva, «casi avergonzadamente [...], como niños perdidos vagaron por las calles, tocando las puertas y pidiendo comida». Eran combatientes sin enemigo y campesinos sin tierra y entre máquinas y las sombras que posibilitaba la luz eléctrica. «Una noche», cuenta

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Archivo fotográfico del Centro de Estudios Históricos de Xochimilco

Womack Jr., «oyeron mucho ruido y sonar de campanas en la calle, de un camión de bomberos y sus tripulantes. Les pareció que el extraño aparato era artillería enemiga y dispararon contra él, matando a doce bomberos. El propio Zapata no se sentía más tranquilo». El 26 de noviembre llegó a la capital el jefe sureño. Poco antes se habían establecido en la urbe algunos jefes carrancistas en mansiones céntricas, propiedad del grupo porfirista de los Científicos, quienes para esa fecha estaban ya en el exilio. Zapata en cambio se alojó en un pequeño hotel, «sucio y lóbrego, situado a una cuadra de distancia de la estación de ferrocarril de la línea que llevaba a Cuau­tla», como apunta Womack Jr. Se organizaron ceremonias en su honor en Palacio Nacional, y él se rehusó a asistir. Lacónico, adusto apenas murmuró palabras a los entrevistadores que lo procuraron para la prensa. Cuando por el norte de la ciudad entraron villistas, el 28 de noviembre, Zapata tomó camino de vuelta a Morelos, su tierr­a. Paco Ignacio Taibo II reproduce las palabras de entonces: «No deseo entrar a la capital antes que el general Francisco Villa». Hasta que, sigue diciendo Taibo II, «los trenes de la División del Norte iban llegando uno a uno y se situaban entre Tacuba y la


Zapata y Villa en Xochimilco

David Uzcanga

puerta del inmueble, donde dejó a su acompañante, Eulalio Gutié­ rrez, presidente del país de acuerdo con la Convención de Aguascalientes. Su ingreso al edificio del máximo poder se lo reservó Villa para hacerlo junto a Zapata. En automóvil, desde Tacuba y por San Antonio Abad y Tlalpan, Villa parte hacia Xochimilco a las ocho de la mañana del 4 de diciembre de 1914 (registra PIT II). Viajan en comitiva con el general norteño González Garza, José Isabel Robles, Rodolfo Fierro, Enrique Pérez Rul, Madinabeytia, Agustín Estrada, Nicolás Fernández y una reducida escolta de Dorados. Tenían una consigna: no beber una sola gota de licor. En un coche vecino via­jan también dos representantes de Estados Unidos. Empleo las pala­ bras de John Womack Jr. para el siguiente registro: La reunión cuidadosamente montada se llevó a cabo conArchivo fotográfico del Centro de Estudios Históricos de Xochimilco

Hacienda de los Morales. El 2 de diciembre el tren de Villa llegó a Tacuba, en las afueras de la ciudad de México. Era obvio que Villa estaba demorando la entrada de las tropas a la ciudad como una cortesía hacia los zapatistas, pero lo mismo hacían aquéllos; de alguna manera se andaban midiendo los nuevos aliados». Prosigue el agilísimo relato de Taibo II: «El mismo día 2, Villa recibirá una nota de Zapata proponiéndole una entrevista. El general Abel Serra­tos contará que Villa lo mandó llamar y tuvieron un conversación: un agente suyo le había comunicado desde Morelos que había muchas suspicacias de los surianos, que Zapata se había reunido en un banco con tres generales y estaban dispuestos a replegarse a Morelos y romper la alianza. Serratos remarcaría que había muchas intrigas en el cuartel general zapatista». Villa reaccionará con rapidez mediante el envío de una misiva —llevada por Roque González Garza, Juan Banderas y el propio Serratos— en la que le asegura su sinceridad a Zapata. Como respuesta, el jefe campesino lanzó la invitación para el encuentro en Xochimilco. Pancho Villa estuvo una vez antes de aquella célebre en que hizo pareja con Zapata en Palacio Nacional. En esa ocasión no cruzó la

forme a lo planeado. Era la primera entre Villa y Zapata y se suponía que debía ser el heraldo de una gloriosa unión revolucionaria. Con Zapata llegaron sus secre­tarios principales, su hermano Eufemio, su primo Amador Salazar e inclusive su hermana María de Jesús y su hijito Nicolás. Con flores y trajineras, Xochimilco se había adornado como para una feria. Los niños de primaria cantaron canciones. Una banda municipal dio serenata. Poco después del mediodía llegó Villa con una pequeña escolta. Montaño pronunció «un cordial discurso de bienvenida», dijo un agente norteamericano que presenció la escena, y le dio a Villa un abrazo. Luego presentó al Centauro del Norte al Atila del Sur. Después de unos cuantos saludos, los dos jefes pasaron a la escuela del pueblo donde se sentaron en un aba­ rrotado salón del piso superior, para conferenciar. Frente a frente estaban las dos figuras populares de la Revolución Mexicana, o dicho de otro modo, las dos figuras de la revolución popu­ lar mexicana. Apunta Paco Ignacio Taibo II que: la entrevista se cele­brará durante la comida en la casa de Manuel Fuentes, 4ª. calle de Hidalgo. La conversación fue tomada taquigráficamente por Gonzalo Atayde, secretario de Roque González Garza. En lo que Vito Alessio Robles, con cier-

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Zapata y Villa en Xochimilco

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ta gracia, llamaría el diálogo entre dos antiguo­s peo­nes, Pancho Villa y Emiliano Zapata, en este primer encuentro, se sondean… Villa sólo estará acompañado en la mesa principal por Roque González Garza, el maderista original y su voz en la Convención; no quiere a su lado a los intelectuales, quiere despacharse este encuentro sin estorbos ni mediaciones. Zapata, en cambio, sienta en la mesa de las conversaciones a Paulino Martínez, Alfredo Serratos, Alberto S. Piña, su hermano Eufemio, Palafox, Banderas (el Agachado), que cede su lugar más tarde al capitán Manuel Aiza, Amador Salazar, dos mujeres, una de ellas su hermana María de Jesús, y un niño pequeño, su hijo Nicolás. Como si quisiera, a él que las palabras suelen faltarle con frecuencia, indicar que esta es una reunión familiar, que recibe a Villa en familia… Según Taibo II (siempre en su Pancho Villa. Una biografía novelada, Editorial Planeta, 2006) aquel encuentro tendría ese significado, de parte de Zapata, el de «familiar», por lo menos en cuanto a su intención, y de hecho tendrá un tono tocado por lo ladino, y estará oscilando entre equívocos, y entre lo «brutalmente directo y lo ambiguo», entre decirse verdades y los tanteos, entre confesiones y preguntas vagas. A continuación reproduzco varios fragmentos de la versión taquigráfica tal como se ha difundido: Francisco Villa: Siempre estuve con la preocupación de que se fue­ ran a quedar olvidados, pues yo tenía empeño en que entraran en esta revolución. Como Carranza es un hombre tan, tan descarado, comprendí que venían haciendo el control de la república; y yo nomás esperando. Emiliano Zapata: Ya han dicho a usted los compañeros; siempre lo dije, les dije lo mismo: ese Carranza es un canalla. F.V.: Son hombres que han dormido en almohada blandita. ¿Dónde van a ser amigos del pueblo que toda la vida se la ha pasado de puro sufrimiento? E.Z.: Al contrario, han estado acostumbrados a ser el azote del pueblo. F.V.: Con estos hombres no hubiéramos tenido ni progreso, ni bie­ nestar, ni reparto de tierras sino una tragedia en el país. Porque, usted sabe, cuando hay inteligencia, y se llega a una tiranía, y si

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es inteligente la tiranía, pues tiene que dominar. Pero la tiranía de estos hombres era una tiranía taruga, y eso sería la muerte para el país. Carranza es una figura que no sé de dónde salió para convertir a la república en una anarquía. Palafox: Lo que hicieron en la ciudad de México no tiene precedente: si hubieran entrado los bárbaros lo hubieran hecho mejor que ellos. F.V.: Es una barbaridad. E.Z.: En cada pueblo que pasan… F.V.: Sí, hacen destrozo y medio. No había otro modo para que se desprestigiaran, para que se dieran a conocer. Tenían antes algo de prestigio, pero ahora… Estos hombres no tienen sentimientos de patria. Palafox: De ningunos, de ninguna clase de sentimientos. F.V.: Yo pensaba que con nosotros pelearían ahora que empecé a caminar del norte; pero no, no pelearon. E.Z.: Aquí empezaban a agarrarse fuerte, y… Ya lo ve usted. Serratos (al general Zapata): Que si no quería usted someterse tenía 120,000 hombres para darles a los del sur lo que necesitaban, eso fue lo primero que dijo Carranza. F.V.: Para que ellos llegaran a México fue para lo que peleamos todos nosotros. El único ejército que peleó fue el nuestro (refirién­ dose al avance hacia el sur). Nunca nos hacían nada, no obstante que tenían guarniciones hasta de mil hombres. Los que por allá pelearon muy duro fueron estos huertistas; llegó a haber batallas donde hubo poco más de cinco mil muertos. E.Z.: ¿En Zacatecas? F.V.: En Torreón también. Allí estuvo muy pesado; pelearon como 18,000 hombres. En toda la región lagunera pelearon como 27 días. Pablo González, que hacía más de un mes estaba comprometido conmigo para no dejar pasar federales, me dejó pasar once trenes; pero todavía nos corrió la suerte de que pudimos con ellos y todavía les tomamos Saltillo y otros puntos, y si acaso se descuida ese González, lo tomamos hasta a él (risas). E.Z.: Yo luego calculé: ¿dónde van a esperarse a hacerse fuertes? En Querétaro. González Garza: Ahí esperábamos nosotros la batalla… F.V.: Yo esperaba que por ahí por el Bajío hubiera unos 600, 700 muertos, pero nada: puro correr.


Zapata y Villa en Xochimilco

Serratos: En la Huasteca han estado haciendo lo mismo. Igual. F.V.: En estos días entró por ahí Murguía, a un pueblo de por aquí. Serratos: Zitácuaro. F.V.: Pues creo que sí. Sorprendió a la guarnición diciendo que era convencionista, y asesinó como a treinta oficiales y jefes y una parte de tropa. Pero yo le cargué fuerzas por distintas partes… Vamos a ver si quedan arreglados los destinos de aquí de México, para ir luego donde nos necesitan. Serratos: En las manos de ustedes dos están. (Todos asienten a lo dicho por Serratos). F.V.: Yo no necesito puestos públicos porque no los sé lidiar. Vamos a ver por dónde están estas gentes. Nomás vamos a encargarles que no den quehacer. E.Z.: Por eso yo se los advierto a todos los amigos: que mucho cuidado; si no, les cae el machete (risas). Serratos: Claro… E.Z.: Pues yo creo que no seremos engañados. Nosotros nos hemos estado limitando a estarlos arriando, cuidando, por un lado, y por otro, a seguirlos pastoreando. F.V.: Yo muy bien comprendo que la guerra la hacemos nosotros los hombres ignorantes, y la tienen que aprovechar los gabinetes. Pero que ya no nos den quehacer. E.Z.: Los hombres que han trabajado más son los menos que tienen que disfrutar de aquellas banquetas. No más puras banquetas. Y yo lo digo por mí: de que ando en una banqueta hasta me quiero caer. F.V.: Ese rancho está muy grande para nosotros; está mejor por allá afuera. Nada más que se arregle esto, para ir a la campaña del norte. Allá tengo mucho quehacer. Por allá van a pelear muy duro todavía. E.Z.: Porque se van a reconcentrar en sus comederos viejos. F.V.: Aquí me van a dar la quemada; pero yo creo que les gano. Yo les aseguro que me encargo de la campaña del norte, y yo creo que a cada plaza que lleguen también se las tomo. Va a parar el asunto de que para los toros de Tepehuanes los caballos de allá mismo. E.Z.: ¿Pero cómo piensan permanecer, por ejemplo, en la montañas y así, en los cerros? ¿De qué manera? Las fuerzas que tienen no conocen los cerros. Serratos: ¿Qué principios van a defender?

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F.V.: Pues yo creo que a Carranza todavía, pero de patria no veo nada. Yo me estuve «ensuichado» cuando la Convención. Empezaron: «Que se retire el general Villa, y que se retire». Yo creo que es bueno retirarse pero es mejor hablar primero con mi general Zapata. Yo quisiera que se arreglara todo lo nuestro, y por allá, en un ranchito —lo digo por mi parte—, allá tengo unos jacalitos, que no son de la revolución. Mis ilusiones son que se repartan los terre­ nos de los riquitos. Dios me perdone, ¿no habrá por aquí alguno? (irónicamente). Voces: Es pueblo, es pueblo. F.V.: Pues para ese pueblo queremos las tierritas. Ya después que se las repartan, comenzará el partido que se las quite. E.Z.: Le tienen mucho amor a la tierra. Todavía no lo creen cuando se les dice: «Esta tierra es tuya». Creen que es un sueño. Pero luego que hayan visto que otros están sacando productos de estas tierras dirán ellos también: «Voy a pedir mi tierra y voy a sembrar». Sobre todo ese es el amor que le tiene el pueblo a la tierra. Por lo regular toda la gente de eso se mantiene. Serratos: Les parecía imposible ver realizado eso. No lo creen. Dicen: «Tal vez mañana nos las quiten». F.V.: Ya verán cómo el pueblo es el que manda, y que él va a ver quiénes son sus amigos. E.Z.: Él sabe si quieren que se las quiten las tierras. Él sabe por sí solo que tiene que defenderse. Pero primero lo matan que dejar la tierra. F.V.: Nomás le toman sabor y después les damos el partido que se las quite. Nuestro pueblo nunca ha tenido justicia, ni siquiera libertad. Todos los terrenos principales los tienen los ricos, y él, el pobrecito encuerado, trabajando de sol a sol. Yo creo que en lo sucesivo va a ser otra vida y si no, no dejamos esos Máuser que tene­ mos. Y aquí juntito a la capital tengo 40,000 mauseritos y unos 77 cañones y unos… E.Z.: Está bueno. F.V.: …16,000,000 de cartuchos, aparte del equipo, porque luego que vi que este hombre [Carranza] era un bandido me ocupé de comprar parque. Y dije: con la voluntad de Dios y la ayuda de uste­ des los del sur… Porque yo nunca los abandoné; todo el tiempo estuve comunicándome.

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Zapata y Villa en Xochimilco

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E.Z.: Estos cabrones. Luego que ven tantito lugar, luego luego se quieren abrir paso, y se van al sol que nace. Se van mucho al carajo. Por eso a todos esos cabrones los he quebrado. Yo no los consiento. En tantito que cambian y se van, ya con Carranza o ya con el de más allá. Todos son una punta de sinvergüenzas. Ya los quisiera ver en otros tiempos. F.V.: Yo soy un hombre que no me gusta adular a nadie, pero usted bien sabe tanto tiempo que estuve yo pensando en ustedes. E.Z.: Así nosotros. Los que han ido allá al norte, de los muchos que han ido… Estos muchachos Magaña y otras personas se han acercado ante usted, le habrán comunicado de que allá tenía yo espe­ ranzas. Él es, decía yo, la única persona segura. Y la guerra seguirá, porque lo que es aquí conmigo no arreglan nada. Y aquí seguiré hasta que me muera yo, y todos los que me acompañan. F.V.: Pues, hombre, hasta que vine a encontrarme con los verdaderos hombres del pueblo. E.Z.: Celebro que me haya encontrado con un hombre que de veras sabe luchar. F.V.: ¿Sabe usted cuánto tiempo tengo yo de pelear? Hace 22 años que peleo yo con el gobierno. E.Z.: Pues yo también: desde la edad de 18 años. [El general Zapata habla con el general González Garza y otros de la hora de llegada. «Yo les dije que entre doce y una, ¿verdad?»] F.V.: [Al general Zapata] ¿Usted gusta de agua, mi general? E.Z.: No. Tómele. […] F.V.: Desde 1910 tantió todo el cientificismo que yo estorbaba, y cuando el levantamiento de Orozco yo comprendí luego que era un levantamiento del cientificismo, lo sentí en el alma. E.Z.: El tiempo es el que desengaña a los hombres. F.V.: El tiempo, sí, señor. Todos conocemos la imagen de Villa y Zapata dentro de Palacio Nacional. Se sabe que el encuentro de Xochimilco mantuvo en todo momento un tono de camaradería y que inclusive llegó al aire festivo. En su gran estudio de la figura de Villa, Paco Ignacio Taibo II dice que el general del norte «descubrió en Xochimilco la comida del sur, el mole de guajolote, los tamales y los frijoles sazonados con

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epazote y chile verde». De ese hallazgo nacerá un amor verdadero, que a Villa «acompañará los restantes días de su vida y [parece ser] que Zapata le envío [a su nuevo camarada] al norte maíz y especias en los siguientes meses, incluso un molino para nixtamal, un cargamento de chiles variados y hierbas de olor». Se sabe también que Zapata se movía con mucho mayor soltura en lo relativo a la ingesta de bebidas espirituosas. Womack Jr. al respecto recoge lo que consigna el agente estadounidense George Carothers, presente en la reunión: «Zapata ordenó que se le sirviese coñac y aunque Villa, que era abstemio, pidió agua, se tragó valientemente la copa que Zapata le ofreció para que brindaran por su «unión fraternal». Villa casi se ahogó. Se le torció la cara y se le llenaron los ojos de lágrimas, mientras pedía con voz ronca que le dieran agua. Habiéndose aliviado la quemadura del licor, le ofreció a Zapata un trago. «No —le replicó cortésmente Zapata—, bébasela toda». Según Womack Jr. los caudillos revolucionarios «hacían un decidido contraste». Más allá del acuerdo originario en una causa común, que encontraba en la figura y las fuerzas de Venustiano Carranza el enemigo contra el que había que luchar en nombre de la verdadera revolución popular, hubo naturalmente puntos específicos nacidos en la nueva alianza entre Zapata y Villa. Taibo II, conforme al propósito de su obra, se concentra en las tareas urgentes de su biografiado (quien encara de inmediato proyectos decisivos en una trayectoria que lo enfrentará fatalmente con Álvaro Obregón, y que por otro lado tendrá en la ciudad de México serios desencuentros con Eulalio Gutiérrez e inclusive se verá envuelto en chismes y calumnias que no dejan de tener que ver con asuntos de mujeres y con acusaciones criminales). Paco Ignacio Taibo II apunta lo recordado luego por Roque González Garza, a quien Villa le habría resumido los cua­ tro puntos del pacto: 1) la alianza militar de la División del Norte y el Ejército Libertador del Sur; 2) la adopción del Plan de Ayala por cargo de los villistas, con la exclusión de los ataques a la figura de Madero; 3) el suministro de armas y municiones por parte de Villa a los zapatistas, y 4) la promoción de un civil a la presidencia de la república. Antes de la comida —cuenta Womack Jr.— Pancho Villa, Emilia­ no Zapata y Manuel Palafox se apartaron y durante alrededor de una hora y media deliberaron sobre los modos en que acabarían


Zapata y Villa en Xochimilco

con los carrancistas que aún estaban en Puebla y en Veracruz. Villa se vanaglorió de sus fuerzas militares y le ofreció a Zapata el apoyo que requiriera en su nueva empresa. Poco tardaron la División del Norte y el Ejército Libertador del Centro y del Sur para entrar entre vítores a la ciudad de México y juntos ocuparla. Quién no ha visto la imagen de Pancho Villa sentado en la silla presidencial con Emiliano Zapata al lado con actitud más bien escéptica tal vez. Villa, no hay duda, rebosaba alegría. Aquella alegría no sería compartida por Zapata, quien muy pronto pudo ver que los ofrecimientos villistas no pasarían de alardes retóricos o de excesivos entusiasmos. El 9 de diciembre partió Zapata con sus hombres rumbo a Puebla, para iniciar la campaña de la que se había hablado en Xochimilco. El arsenal prometido por Villa llegaría luego, con mucho retraso, y los zapatistas tuvieron que transportar aquella artillería a lomo de mula, ya que tampoco llega-

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ron oportunamente las locomotoras necesarias para el traslado que el general norteño había ofrecido. La muerte de uno de sus hombres, atribuida por muchos a fuerzas villistas, afianzó las sospechas de Zapata. La relación con el líder de la División del Norte se había enfriado tanto que el sureño abandonó pronto la ciudad de Puebla, tan estratégica, que había tomado sin dificultad porque fue dejada antes por los carrancistas. Atrás quedó el encuentro en Xochimilco, cuyo valor tiene para los habitantes del lugar, así como para lo mexicanos todos, una significación especial. En Xochimilco se dieron la mano dos fuerzas populares que reconocían que el único poder estaba por encima del mundo de los políticos, es decir en el corazón y el trabajo de las mujeres y los hombres del pueblo. Zapata y Villa eran poseedores de la cultura verdaderamente popular: la que sabe dónde están y cómo nacen en los siglos los valores de la gente. La cultura de la revolución.

Archivo fotográfico del Centro de Estudios Históricos de Xochimilco

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Zapata y Villa en Xochimilco

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Archivo fotogrรกfico del Centro de Estudios Histรณricos de Xochimilco

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Centenario de la masacre de 1913, en Santa Cruz Acalpixca Felipe de Jesús Flores Segura

Este es el testimonio de Jesús Flores Pérez sobre el asesinato de su padre Mariano Flores Romero, su tío Pedro Flores Romero y de otros ocho o nueve padres de familia de Santa Cruz Acalpixca; quienes fueron apresados por los federales debido a que, equivocadamente, se les consideró zapatistas; más tarde fueron fusilados por orden de un oficial del ejército

Mi padre, don Jesús Flores Pérez, fue testigo ocular de este espantoso hecho cuando era apenas un niño de doce años. Esta historia empezó cuando menos catorce años antes de la tragedia, cuando mi abuelo Mariano aún no se habia casado. El era un joven muy trabajador y ahorrativo, al igual que otros de sus amigos de «Santa Cruz de las escobas» como se conocía a esa población en la zona de Xochimilco, D.F. Con sus ahorros compró un predio en la calle del Alabe (calle de la hija en lengua vasca) en el que construyó una sólida casa de gruesos muros de piedra volcánica. En 1913, las tropas zapatistas provenientes del estado de Morelos, llegaron a la región de Xochimilco en donde fueron enfrentados por del ejército, no recuerdo si fue el federal o el constitucionalista. En el marco de estas batallas se presenta la de Santa Cruz Acal­ pixca, pueblo que queda entre dos fuegos. Los habitantes desarmados buscan refugio. Alrededor de diez familias logran resguardarse en la sólida casa de piedra que don Mariano Flores Romero había cons­truido. Él los recibe generosamente. El empuje del ejército federal logra que los zapatistas se replie­ guen hacia los montes y en Santa Cruz cesan los tiroteos. Pensando que todo había terminado los refugiados decidieron partir a sus casas. Algunos soldados federales los vieron salir de su escondite y pensaron que eran zapatistas rezagados. Luego de que informaron

al oficial a cargo, éste ordenó que detuvieran a todos los varones (la lista estará pendiente hasta que el pueblo de Santa Cruz Acalpixca aporte la información necesaria o disponible). Cuando menos eran diez los detenidos que fueron llevados por el camino a Xochimilco y concentrados al pie del cerro, hoy ya poblado, que se encuentra próximo a Santa Cruz Acalpixca. Entre los detenidos se encontraba un niño de doce años de nombre Jesús Flores Pérez, quién en el futuro sería mi padre y quién me contó la historia varias veces. El oficial a cargo se percató de que uno de los detenidos era un niño. Ignoro que motivó a ese militar a ordenar textualmente: «Chamaco, lárgate de aquí inmediatamente antes de que te fusile». El niño se alejó y logró esconderse en una milpa. Desde allí pudo ver como su padre, su tío y todos los demás eran obligados por la tropa a cavar su propia tumba. Luego fueron masacrados y enterra­dos. El aterrado jovencito permaneció escondido toda la noche hasta que al día siguiente comprobó que las tropas se habían retirado. Cuando se sintió seguro se dirigió a su casa para dar la noticia a su propia madre: «¡Mamá, mataron a Papá, a tío Pedro y a todos los demás!». Doña Cleofas informó del terrible acontecimiento a las mujeres que habían quedado viudas. El niño Jesús Flores Pérez tuvo que conducirlas hasta el sitio en el que sus esposos habían sido masacrados.

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Archivo fotogrรกfico del Centro de Estudios Histรณricos de Xochimilco

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¿Dónde fue el encuentro de Zapata y Villa? Rodolfo Cordero López

Zapata aceptó tener un diálogo con Francisco Villa en Xochimilco, el 4 de diciembre de 1914. Villa afirmó que secundaría el Plan de Ayala para que el pueblo recuperara sus tierras. Ahí discutieron cómo aplastar a los carrancistas. Luego de que entraron a la ciudad de México, se sentaron en la silla presidencial y entregaron el poder a Eulalio Gutiérrez, Zapata se fue a Morelos y Villa al norte, el Pacto de Xochimilco se desvaneció

A la caída de Porfirio Díaz el poder quedó en manos de Madero hasta la traición de Victoriano Huerta. Madero puso en las manos del usurpador su vida y la de Pino Suárez, los dos fueron asesinados el 22 de febrero de 1913. Por el Pacto de la Embajada de los EU Huerta fue nombrado Presidente Interino de México. Venustiano Carranza, desde Hermosillo, Sonora, el 23 de septiembre de 1913 llamó a las armas en contra de Huerta y, con base en el Plan de Guadalupe, convocó a la Convención de Generales del Ejército Constitucionalista y Gobernadores de la Unión, el 10 de octubre de 1914, en la ciudad de México, pasando a Aguascalientes el día diez. En la Convención de Aguascalientes, los delegados villistas y carrancistas acordaron invitar a los zapatistas enviando al estado de Morelos al general Felipe Ángeles para hablar con Emiliano Zapata. Emiliano dijo que reconocería a la Convención si se aceptase el Plan de Ayala esperando la renuncia de Carranza. La Convención se constituyó en el gobierno efectivo de México y adoptó los artícu-

los más importantes del Plan de Ayala como primer compromiso oficial de llevar a cabo una política de bienestar rural en la historia de México. En el mes de agosto, Carranza envió a Luis Cabrera y Antonio I. Villarreal a entrevistarse con Zapata, pero este no asistió a las conversaciones y sus secretarios, Manuel Palafox, Alfredo Serratos y Juan Banderas plantearon a los enviados la firma del Plan de Ayala por Carranza y que les entregara los pueblos de sur de la ciudad de México, Xochimilco, por el suministro de agua potable a la capital. Pero el interés de Carranza era la separacion entre Villa y Zapata como peligrosos opositores. En la Convención, el 30 de octubre, la votación mayoritaria propuso remover a Carranza como Primer Jefe del Poder Ejecutivo y nombrar a Eulalio Gutiérrez como Presidente Interino, nominación que desconoció Carranza. El 19 de noviembre, Villa escribió a Zapata diciéndole que era el momento de romper hostilidades. Venustiano Carranza dejó la ciudad de México y partió a Veracruz donde se realizaba el desalojo de los norteamericanos

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¿Dónde fue el encuentro de Zapata y Villa?

Rodolfo Cordero López

que habían invadido a México el 21 de abril de 1914, desocupando el puerto el 23 de noviembre. En la noche del 24 de noviembre, después que los últimos carrancistas evacuaron la ciudad de México, los primeros contingentes sureños entraron a la capital, Zapata llegó el día 26 y retornó a Morelos el 28. El consulado americano cambió de opinión, los EU no reconocieron al gobierno de Huerta, ahora creían que una coalición Villa-Zapata restablecería el orden. El 2 de diciembre, el villista Roque González Garza, el cónsul americano Carothers, los zapatistas, Juan Banderas y Serratos, le entregaron en Cuernavaca a Emiliano Zapata una carta personal de Villa y le hicieron ver la necesidad de llegar a un serio acuerdo. Al final Zapata aceptó tener un diálogo con Francisco Villa en Xochimilco, el 4 de diciembre. En cuanto al lugar en donde se entrevis­ taron surgen diferencias entre la narrativa de viejos chinamperos que mencionan el hotel de Xochimilco y el documental del escritor Martín Luis Guzmán que da los pormenores del suceso histórico en las páginas 724-728 del II tomo de su libro Memorias de Pancho Villa. La veracidad en las palabras de Villa rectifica las anteriores afirmaciones. Martín Luis Guzman, con palabras de Villa, dice que estableció su cuartel en las municipalidades de Tacuba y Azcapotzalco, el 2 de diciembre de 1914 y asevera: «Yo propuse celebrar conferencia con Emiliano Zapata, que tampoco nos había esperado en México, sino que había regresado al sur, incierto, el día de mi llegada. Y como aceptara desde luego la invitación mía, resolvimos vernos otro día siguiente en Xochimilco, población que así se nombra, es decir, que concertamos plática para el día 4 de aquel mes de diciembre. Así fue. La mañana de ese día salí para Xochimilco a la celebración de dicha entrevista, salí acompañado de José Robles, Roque González Garza, Luisito (Cabrera) y otros hombres míos. Y sucedió que como Zapata todavía no llegaba al centro del pueblo avancé a esperarlo hasta un barrio que se nombra barrio de San Gregorio, donde me apeé de mi caballo para corresponder mejor los saludos y aclamaciones que todos los moradores me hacían y para recibir su flores y para acariciar sus niños y para impartir mi ayuda a sus mujeres.

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¡Señor!, si todo aquel pueblo me acogía con tan gran cariño, ¿cómo no conmoverme en mi ánimo y encontrar las formas de corresponderle?» Con Zapata llegó su hermano Eufemio, su primo Amador Salazar, su hermana María de Jesús y su hijo Nicolás Zapata Alfaro. La confirmación de la crónica la da John Womack Jr. en su libro Zapata y la revolución mexicana. Dice el escritor que Xochimilco se había adornado como para una feria, los niños de primaria cantaron canciones y una banda de música alegró el ambien­te. Viejos chinamperos vieron a dos hileras de soldados frente a fren­te formando una valla por las calles de 16 de septiembre, desde la entrada a la parroquia San Bernardino de Siena hasta el barrio de Xaltocán. Los zapatistas vestidos de manta, huaraches y sombreros de palma con la imagen de la Virgen de Guadalupe. Los villistas vestidos de caqui, botas y sombreros texanos. Ambos grupos con los máuseres en las manos y las cartucheras de balas cruzadas al pecho. Pasadas las expresiones de nuestro conocimiento —continúa Villa en la obra de Martín Luis Guzmán— Emiliano Zapata y yo, Pancho Villa, hicimos juntos nuestra entrada a la plaza de Xochimilco (venían de San Gregorio Atla­pulco), todo aquel pueblo en espera de nuestro paso por las calles, todas aquellas mujeres y señoritas en grande exclamación de nuestras personas. Y en verdad que eran tantos los ramos y coronas que nos ofrendaban que no bastaban a llevarlos los hombres nuestros que nos seguían, sino que pisaban flores nuestros caballos mientras nosotros nos alegrábamos en nuestro corazón. Fue la referida entrevista, conforme a mi memoria, en la casa que allí se nombra Escuela Municipal, o Palacio Municipal. I. Lavretski, en su libro Pancho Villa, dice que se trasladaron al Palacio Municipal de Xochimilco. El profesor Otilio Edmundo Montaño, autor del Plan de Ayala, dijo el discurso de bienvenida. Zapata y Villa pasaron a la escuela del pueblo donde almorzaron y después conferenciaron en un salón abarrotado de personas. Interrumpidas por la banda de música fueron a otro recinto para con-


¿Dónde fue el encuentro de Zapata y Villa?

tinuar con su plática. De los revolucionarios, González Garza, en El pacto de Xochimilco refiere que Villa afirmó: «Respecto a todos aquellos grandes terratenientes estoy propuesto a secundar las ideas del Plan de Ayala, para que se recojan esas tierras y quede el pueblo posesio­ nado de ellas...» En resumen, los acuerdos que se anotan, son: 1. Alianza militar entre la Division del Norte y el ejército Libertador del Sur. 2. Aceptación por parte del general Villa del Plan de Ayala, en lo que se refiere al reparto de tierras. 3. Obligación de Villa, por virtud de operar en la frontera norte, a proporcionar elementos de guerra a Zapata. 4. Compromiso solemne entre los dos jefes que al triunfo de la revo­ lución elevarían a la presidencia de la república a un civil identificado con la revolución. Una hora y media discutieron cómo aplastar a los carrancistas que quedaban en Puebla y Veracruz. El día 6 la División del Norte y el Ejér­ cito Libertador del Centro y del Sur, entraron a la ciudad de México. En el Palacio Nacional, Villa y Zapata se sentaron en la silla presiden­ cial, y como paradoja de la historia de México, después, teniendo el poder en las manos lo entregaron a Eulalio Gu­tiérrez. Zapata se fue a

Rodolfo Cordero López

Morelos y Villa al norte. Todo fue un espejismo, el Pacto de Xochimilco se desvaneció. Villa tenía a su lado al general Ángeles. De Zapata se decía que era un salvaje y había que eliminarlo. Zapata ocupó Puebla con grandes trabajos y sin las locomotoras prometidas para transpor­ tar el armamento. Carranza tomó medidas institucionales que queda­ ron escritas en la Carta Magna el 5 de febrero de 1917, en Querétaro, con sus artículos; 3, 27, 123, reformados por los contrarrevoluciona­ rios de la política de hoy, que han hundido al pueblo de México en la miseria. El general Gildardo Magaña, en su libro Emiliano Zapata y el agrarismo en México, dice que el Plan de Ayala fue firmado el 28 de noviembre de 1911 en la sierra de Ayoxustla, cercano al pueblo de Miquetzingo, Puebla, con juramento de bandera, detonaciones de cohetes, música de una banda de viento y el toque de una vieja campana. El Plan fue ratificado en San Pablo Oztotepec, Milpa Alta, DF, el 19 de junio de 1914. A cien años de la firma del Plan de Ayala, los trabajadores de México han perdido la figura constitucional del ejido, han sido des­ pojados de sus tierras, y despreciados por la burguesía política, que ahora les da salarios de hambre.

Archivo fotográfico del Centro de Estudios Históricos de Xochimilco

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Archivo fotogrรกfico del Centro de Estudios Histรณricos de Xochimilco

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Ella César Rito

Venía a verme vestida con la mayor pobreza. Rubem Fonseca, El collar del perro Traigo el nombre de un perro en la cabeza, Layca. O será mejor el nombre de una perra. Ella se comunicó a las 9:30 de la noche, a la mitad del noticiero del 11: Hola, ella. ¿Cómo vas? Ya sabes, haciéndome presente, ella. El viento aporreaba con fuerza las láminas del techo de los vecinos, era un amante sanguinario de las cosas inanimadas a esa altura del informativo, era el mismo viento que trepó en la tarde Monte Albán, un aire frío con molares e incisivos que me recordaba el aire loco del puerto de Salina Cruz. Un viento que no va ni viene del mar, que nace justo encima de tu cabeza y se monta en tu cuerpo y te muerde por todas partes de tu humanidad. El viento fuerte que se descuaja todo sobre tu persona, que te busca en la calle, que sabe tu nombre y apellidos, el sitio donde habitas y que te espera para lastimarte. El viento fuerte pegado a la pared, al muro, buscando afa­nosamente morder el cigarro que sostenía mi mano derecha. ¿Qué cuentas? No mucho, algunos problemas del trabajo, ella. Tengo que escribir que a esta altura del año traigo metido en el cuerpo el cansancio que producen las letras rebuscadas en la madrugada. Corrijo, las letras no me cansan, me cansa el asunto literario. Que algo de impostado trae, algo falso arrastra, algo efectista me dijo una mujer a principios del mes al referirse a los poetas que memorizan textos interminables y cotidianos. La palabra efectista iluminó la noche como una duda, o un insomnio o el mismo viento que rebota en el lomo de las gatas en brama. Traigo el nombre de una perra en la

cabeza, Layca. La palabra efectista es plena, como la palabra alborozo. Quiero enmendar el camino torcido de mi vida otorgando potencia a las palabras. Existo en el peor sentimiento de culpa, las palabras. El viento en la calle muerde las hojas del periódico, se embarra al cristal de la ventana, enreda la ropa limpia sobre las piolas del tendedero. ¿Quieres comentar? Si quiero, pero mejor poco a poco, ¿tú cómo estás?, ella. La escritura es una aclaración que justifica esta escritura. De ella sólo tengo la fotografía que me dejó su whatsapp. Una foto donde parece que el espectador se ubica en la esquina del techo de la habi­tación, dentro de su habitación, que la mira de arriba para abajo, en picado, y le alcanza a ver el tirante del sostén azul. El tirante izquierdo con un círculo metálico, destorcedor, le dicen, oscuro. Su hombro izquierdo, su mejilla izquierda y un arete plateado en la oreja izquierda. Ella tiene el seno derecho agrandado por la posición de la cámara, en el ángulo del registro. La foto tomada por ella misma con su mano izquierda por todo lo alto. Ella es una mujer joven de mentón fuerte, de cintura breve, me lo dice su foto a color. Como buena poeta ya sabes, deprimida, ella. Escribo aunque no he publicado, ella. Con un nuevo trabajo, y soltera, ella. Escribir algo como el viento de esta tarde, que tenga dientes. Para que valga la pena el desvelo, el trabajo de los ojos, la espalda, las dos vértebras lesionadas que me traen a malvivir del dolor en el día. Que muerda, que sea perro. O perra. La letra. Traigo en la cabeza el nombre de Layca, una perra rusa que fue el primer ser vivo enviado al espacio.

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Archivo fotogrรกfico del Centro de Estudios Histรณricos de Xochimilco

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Territorios literarios Edson Lechuga

Un Territorio literario es el espacio de ficción donde convergen idiosincrasia, cosmovisión, épocas, recuerdos y signos de identidad de diferentes autores, que da como resultado ciertas constantes textuales, estilísticas, lingüísticas y referenciales; y esto no es otra cosa más que pasado y memoria

Hace unos días, en un antro de mala muerte ubicado en el corazón de esta ciudad de alcantarillas, entrada ya la madrugada conversaba con un colega sobre la Literatura nacional. Mal sentados y hablando a gritos por el ruido de la rockola decidimos dejar el tema para luego y dedicar el tiempo a labores más de ese contexto; es decir, olisquear. Sin embargo el temita se me quedó incrustado en alguna parte del hipotálamo porque no pude evitar escribir algo al respecto nada más llegar a casa, ya cuando el sol había levantado cabeza. Y es que en mi opinión el debate de las Literaturas nacionales más que un problema de fondo sobre la lite­ratura (estructura, lenguaje, sentido, etcétera), es un proble­ ma ontológico sobre la «nacionalidad». Es decir, lo que debemos cuestionarnos no es tanto el tema de las literaturas, sino el tema de las nacionalidades. Me explico: considero que, en este siglo, otorgarle una nacionalidad a ciertas tendencias literarias supone un despropósito, ya que hoy por hoy las letras no obedecen a fronteras geográficas, ni políticas, o sea, naciones. Ni siquiera obedecen, de hecho, a los lindes de la lengua o del idioma. Considero que estamos ya ante una forma de naciones más bien híbridas, mestizas y complicadas y que cualquie­r otra definición simplificadora no haría más que embadurnarnos en debates ideológicos sin fin. Considero también que, más bien, la literatura de diferentes latitudes da cuenta del territorio donde se

construye la idiosincrasia de su autor. Es decir que sería más exacto hablar de Territorios literarios antes que de Literaturas nacionales. Ahora bien, si me permiten, explicaré lo que supone este concepto: un Territorio literario es el espacio de ficción donde convergen idio­ sincrasia, cosmovisión, épocas, recuerdos y signos de identidad de diferentes autores que da como resultado ciertas constantes textua­ les, estilísticas, lingüísticas y referenciales. Hablemos por ejemplo de la «Literatura mexicana» (nótese las comillas); aquí, en ésta, podríamos citar a varios autores que se han dedicado a escarbar y ficcionar el tema del narcotráfico: Yuri Herre­ ra, Juan Pablo Villalobos, Elmer Mendoza, etcétera; otros muchos, que por el contrario, han hecho caso omiso del tema: Valeria Luiselli, Emiliano Monge, Guadalupe Nettel o Jaime Mesa; otros han indagado en la personificación de la noche y los excesos (Xavier Velasco, Fadanelli, Carlos Velázquez); otros más en la frontera (Luis Humberto Crosthwaite, Lomelí); otros en la entraña de las cosmovisiones indígenas (Mardonio Carballo); otros en el trastorno; otros en la nostalgia; otros en el exilio; otros en la ausencia, el viaje, la guerr­a, la historia, la sombra, la identidad, la erudición, la ciencia ficción, etcétera. Deberíamos hablar también de otras cualidades de esta literatura, no sólo de sus temas sino de sus formas, ediciones, lenguas, residencia de sus autores. Tendríamos entonces un abanico extensísimo de posibilidades: autores que escriben desde fuera del país; autores que

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Territorios literarios

Edson Lechuga

escriben en otras lenguas fuera del país; autores que publican aquí pero venden fuera; autores que publican fuera y son absolutamente desconocidos aquí; autores que escriben en lengua extranjera desde dentro del país; autores que tergiversan, juegan, trasgreden la lengua y la forma; obras que proponen un tiempo nuevo; autores de aquí que remedan tendencias de fuera, autores queescriben en lenguas indígena­s, y otro puño de autores a la deriva que no saben ni por qué chingados escriben, ni para qué chingados escriben, ni qué chingados escriben; etcétera, etcétera, etcétera. Con todo este cúmulo de conceptos y acepciones la Literatura mexicana sería el resultado de una serie de cuestiones superpuestas de manera casi arbitraria, metidas todas en un calcetín hediondo y agujereado que los recogiera porque sí; porque todos estos autores nacieron en México y punto. Es aquí donde el título de Literatura mexicana queda chico. Sin embargo hay algo que emparenta el trabajo de todos los autores anteriores: el Territorio literario. Porque, como dije antes, un Terri­ torio literario es el espacio de ficción donde convergen idiosincrasia, cosmovisión, épocas, recuerdos y signos de identidad de diferentes autores que da como resultado ciertas constantes textuales, estilísticas, lingüísticas y referenciales; y esto no es otra cosa más que pasado y memoria. El pasado como materia prima para la construcción de una identidad; y la memoria como artefacto narrativo para acudir a ella. No quiero decir que el pasado de estos autores debe ser el mismo; sino que ese pasado está levantado con el mismo adobe; y además, la memoria con la que se evoca éste utiliza el mismo método de recuperación; es decir, utilizamos los mismos recursos y filtros en el proceso de recordar. Y esto es, colegas, lo que fragua nuestra identidad. Yo soy lo que soy por causa de mi pasado. Yo me percato de lo que soy por causa de mi memoria. Ahora bien, si llevamos esta reflexión al prado literario es acer­ tado decir que yo escribo (o sea recupero el pasado para ponerlo al servicio de un texto), con los mismos mecanismos que mis coetáneos y que los autores con quienes comparto idiosincrasia (nuestro pasado trágico, benigno, bucólico, erótico, educativo, teológico, o haya sido como haya sido). Un Territorio literario es, en resumidas

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cuentas, el espacio temporal de ficción donde confluyen los discursos, inquietudes, temas, conceptos, lugares, texturas, aromas, anomalías, palabras, objetos, geografías, nombres, síntomas, preguntas y personajes del discurso narrativo de autores diferentes. Y este espacio de ficción es, por lo tanto, un tiempo y no un lugar. Digo bien, un tiempo, un fragmento metaliterario donde se mimetiza el lenguaje y la idiosincrasia de varios autores. Una suerte de comunión inconsciente entre las herencias de muchas generaciones; porque además estos Territorios literarios están constituidos también por La historia. O sea el pensamiento y la reflexión de autores idos. Una genética. Un linaje metatextual que pervive de una generación a otra: El rescoldo del fuego donde nuestros abuelos incendiaron la rea­ lidad con palabras. La mirada traslúcida de nuestras muertas que contaron y contaron y contaron su realidad. La voz de las abuelas de nuestros abuelos que gotea en nuestros textos y goteará en los textos de los hijos de nuestros hijos. Quiero decir con esto que Joyce pervive en la última novela escrita ayer por el último escritor inglés, joven o viejo, publicado o iné­ dito. Quiero decir que las manos de Cervantes tiemblan aún en VilaMatas y Cervera. Quiero decir que los hilos de las tramas de Unamuno hilvanan a Cercas con Marías y con De Hériz y con Almudena. Quiero decir que Parra y Huidobro y Vallejo miran por encima del hombro de Bolaño. Quiero decir que todos los escritores mexicanos somos hijos de Juan Preciado. Quiero decir que el sexo ardiente de nuestras mujeres pasadas arde en nuestras letras presentes y estos dos ardores juntos arderán en nuestras letras futuras. No hay otra posibilidad. Negarlo sería deshuesarnos. Negarlo sería vacío. Pero no aquel vacío que tienta, que llama; sino el otro: el vacío insípido, despoblado y necio. Después de tan sesudas reflexiones, ya con el sol en la mera jeta y con el sonoro rugir de mis tripas, decidí dar carpetazo a este texto (que no al tema) y meterme a la cama con aquella sensación de bien­estar que deja la noche en vela y el texto concluido. Buenas noches, aunque ya sea pleno día.


Colecciรณn de Alfredo Ortega

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Vicente Leñero (1933-2014) Juan José Reyes

El primer texto de Vicente Leñero que leí fue una crónica acerca de una tumultuaria presentación del cantante español Raphael en la Alameda Central y su autobiografía, que fue una de las que publicó Rafael Giménez Siles en Empresas Editoriales por el impulso de Emmanuel Carballo. Ambos escritos aparecieron a finales de los sesenta, cuando la aún incipiente trayectoria del autor había alcanzado frutos tan notables como las novelas Los albañiles y Estudio Q. Desde entonces Vicente Leñero se reveló como un escritor excepcional en las letras mexicanas. Dos elementos de aquella singularidad: un escritor católico que se mantenía lejos de la predicación y de los afanes moralizadores; un narrador aventurado, ambicioso, descreído de los tipos convenidos pero a la vez, y muy afortunadamente, de los recursos efectistas de los adscritos a las modas y las vanguardias a fortiori. Su catolicismo aparecerá sobre todo en una obra teatral de 1968, Pueblo rechazado, que fluye por una vertiente no ortodoxa de la religión (a la luz de «la liberalidad del obispo Sergio Méndez Arceo»). De manera ingeniosa Leñero se refería a su destreza técnica en aquella autobiografía aparecida en la serie «Nuevos escritores mexicanos del siglo XX presentados por sí mismos», líneas brillantes en las que se trasluce la enemistad que hubo desde entonces entre el narrador y dramaturgo y periodista y el crítico Carballo. Miente Leñero cuando afirma:

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Vicente Leñero (1933-2014)

Juan José Reyes

Me gustaría escribir novelas en orden cronológico, en las que todo se fuera deslizando sin alteraciones de tiempo y de espacio. Pero no puedo, no a causa de mi temperamento ni de mi credo literario ni de la escuela que sigo si es que existe esa escuela o el parentesco con alguna escuela semejante, no por falta de voluntad sino simple y llanamente por falta de oficio. Y para disimularlo, padre, me acuso, recurro a trastocar el tiempo y a cambiar bruscamente de ubicación, escena, diálogo, a encadenar adjetivos o sustantivos o expresiones aclaratorias como cualquier lector puede descubrir en cualquier momento y que revelan, me acuso padre, este balbuceo impotente del que soy responsable sin llegar a sentir verdadero arrepentimiento, verdadero propósito de enmienda. No, porque entonces me vería obligado a despojarme de esta máscara con la que pretendo tener éxito ante los demás… La maestría técnica de este ingeniero civil tapatío (1933-2014) probablemente se relaciona de modo muy directo con los saberes propios del ingeniero, conocedor de los juegos estructurales, y es posible también que esté vinculada con el vasto aprendizaje del quehacer teatral que Leñero tuvo desde muy temprano en su vida. Si en Estudio Q, su novela de ambiciones técnicas mayores, pone en juego constante las realidades virtuales de la literatura y la televisión, y en otras obras de ficción desplegará también con sorprendente fortuna su destreza técnica, como en la premiada Los albañiles, Leñero buscará también de forma más directa dar con lo que verdaderamente le interesaba registrar: los sentimientos de la gente y sus modos de actuar. Se sirvió de los más variados recursos narrativos para revelar pliegues normalmente ocultos de los seres humanos y a la vez fue un feliz maestro del registro directo, ideal para la reconstrucción de anécdotas, escenas, retratos. En el último de sus grandes libros, la novela La vida que se va, brilla la maestría de un autor experto en la técnica que ha conseguido hacer brotar con plenitud toda su sensibilidad. Me decía con frecuencia, lamentándolo pero con su infaltable sonrisa: «En México casi nadie sabe narrar». De algún escritor al que detestaba, podía reconocer que «es buen prosista… aunque no tiene nada que decir». Subrayaba el caso del cine: «Parecería que aquí es imposible hallar un buen guion». A la vez era del todo consciente que si algo le era natural a él mismo era contar historias. Practicó con muy buen éxito el imprescindible Los periodistas, acerca del golpe asestado por Echeverría al diario Excélsior, y Asesinato, sobre un doble crimen donde en principio se acusó al nieto de los dos personajes muertos, ambas obras modelos del non-fiction. Hizo periodismo siempre de calidad y en diversas tribunas: de la revista Claudia a la revista Proceso, de la que fue fundador y subdirector, compañero siempre de Julio Scherer García, a quien acompañó en aquel Excélsior. Fue guionista de cine tenaz y con fortuna, hasta llegar al gran impacto de El crimen del padre Amaro («No sabes cuánto me han dado a ganar los ataques de la derecha a la película»). Ha sido uno de los grandes novelistas mexicanos y ha sido un cronista de veras único. Practicó con generosidad y gracia única una de las artes hoy casi en extinción: la de la plática. Fue el mejor de los amigos. Inolvidable, siempre querido.

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La ciudad en el centro Vicente Leñero

Amigo generoso y puntual de Cultura Urbana, Vicente Leñero nos dio en mano propia, al calor de los cafés y en los humos del tabaco, varias colaboraciones. En la que sigue registra, con su pluma veloz, elegante y certera, la intensidad nunca menguante del centro de la ciudad de México y de los sueños de muchos de sus habitantes

La ciudad en el centro, lleno de rostros. Morenos, amarillos, cenizos, calientes como el sol que cae a mediodía o sordamente oscuros cuando llega la noche y la ciudad entonces se puebla de presagios en esas viejas calles donde el centro de México transpira su mensaje de conciencia y misterio. Enorme es la ciudad más henchida del mundo, a punto de estallar, sobrepoblada y terca. Se apretó de edificios que enmascaran olvidos y se fue derramando hacia los cerros como un manchón de tinta salpicado de gente, y gente, cada vez más gente: mucha gente. A punto de tumbar lo que había y levantar en su lugar lo que se piensa de nuevo, la ciudad fue alterando su semblante para fingir progreso, para inventarse a fuerza de imposturas una modernidad de pocos bajo la cual quedaron sepultados nuestros cachos de historia, nuestros hondos recuerdos: el complicado mundo de personas que gestó el mestizaje y propagó entre gritos y trabajos de parto eso que llaman los que saben la identidad de un pueblo. La ciudad imposible. La ciudad que rechaza definirse en palabras y cifras y conceptos. La vieja Tenochtitlan derrotada de la que sólo

quedan tepalcates bajo el lodo arquetípico del tiempo. La capital solemne de aquella Nueva España construida con piedras delirantes de barroco increíble. La ciudad que gritó la independencia, que se negó al imperio del sueño napoleónico, que soportó, como todas las ciudades del mundo, las revueltas, las guerras, el hambre y la dolencia de ese querer ir siendo a sacudidas la casa capital de un país rojo sangre. Hay quien recuerda inundaciones, pestes, terremotos. Hay quien se pierde o se escapa colérico de la ciudad, y vuelve. Hay quien nace, hay quien muere, hay quien grita en la gran plaza de armas denominada Zócalo su irritación, su fiebre, su protesta al gobierno porque no le hacen caso, porque nadie administra con justicia la mentada justicia, porque ya no se puede sobrevivir a diario en esta macrourbe adolorida por el mezquino tráfico del hombre; repleta de gente y habitada de angustias, desigualdades, sueños… Estamos justamente en el centro preciso de la ciudad, en la gran plaza de armas denominada Zócalo, herencia de una traza española que nos legó la forma de construir ciudades. A partir de este cuadro perfecto que es corazón, tachuela, punto de arranque y centro de

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La ciudad en el centro

Vicente Leñero

los centros, se cuadricula un barrio milagroso donde vive toda la sed histórica del inmenso país. No es cosa de meterse en las entrañas de la investigación sesuda, ni recurrir al docto que ya escribió cien libros, ni apelar al análisis de lo que representa o es, en el ayer o el hoy, esta añosa ciudad. Es tiempo de mirar. Es oportunidad de oír. Es hora de echarse a caminar por las calles cansadas de tantísima vida y asomarse a ventanas, y subir escaleras, y meterse en recintos donde el ronco edificio se convirtió en vivienda o casa comercial. Es vocación metiche encarrilada a hurgar donde quiera —tras el portón feísimo, en ese rinconcito al doblar una esquina, por esa callejuela, en la acera de enfrente, al pie de una fachada— y dejarse admirar por la sorpresa de una mujer floreada que transita, de una gorda que ofrece a pleno día lo que tiene en su cuerpo, de un varón que soporta entre los hombros un bulto enjaretado, de una joven convencida de hermosa que anticipa unos pechos que recuerdan las tetas imposibles de un mural de Siqueiros en el recinto enorme del teatro Bellas Artes. Vieja ciudad de rostros siempre nuevos para quienes los registran ahí, en el abrir-cerrar de un parpadeo. Rostros que emiten cuerpos de ropa colorida; el rojo amarillo, del añil a un naranja chillón o a un verde limonada, pocas veces el gris. Escaparon, parece, de otro mural, ahora del gran Diego Rivera pintado en el mismísimo palacio de gobierno al subir la escalera, del fresco gigantesco, con todo y esa mueca de risa o de tristeza, de pesadumbre al sol, corrieron a la calle y se volvieron gente de la céntrica urbe. Es la misma mirada de esos ojos oblicuos del capítulo indígena. El mismo pelo lacio como puntas de alambre y el pómulo abultado. Tienen color de barro, de cazuela moldeada por las manos callosas de un dios definitivamente mexicano. Tal vez el mestizaje de siglos volvió café con leche el semblante de algunos. Otros son amarillos, castaños, casi rubios, pero en todos el negro de unos ojos hace brillar la chispa de esa pícara forma de resolver con risas o silencios, y taimada energía, un destino sellado por viejas frustraciones e injusticias. La mayoría son bajos de estatura —chaparros les decimos— y tienen cuerpos gruesos de abultada barriga. Hay altos, desde luego, y millones de flacos, aunque el trazo común del muralista sólo propone largos y espigados, escuálidos por fuerza, a quienes repre-

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sentan arquetipos del hombre que padece la esclavitud, el yugo y el oprobio de la miseria. Revienta la ciudad de gente colorida. Fiesta de luz bajo el terrible esmog que en vano intenta volver color ceniza el corazón capitalino. Ruidos aquí y allá. Rugiente escandalera en los mercados. Hay miles de mercados en toda la ciudad: galerones inmensos heredados de los tianguis aztecas donde se compran flores de cempasúchil o rábanos y ejotes o pescado, lo mismo que herramienta o ropa o chucherías o sepa dios qué tanto. Igual que en todo el mundo, desde luego, pero también aquí, precisamente aquí, entre el asedio, el ansia, el empellón y el grito, el mercado dibuja cada día —como en ese mural del que se hablaba— el carácter exacto, con su dolor y gesto, del habitante colectivo. Ahí está para nunca olvidarlo ese paisaje de la gente que llega a comprar esa blusa chulísima, ¿la viste?, que se sienta en la silla de un sucio tenderete para comer su antojo de tortilla y arroz con medio chile; que regatea un precio al vendedor de fresas y aguacates, o que se roba el bolso de un brazo distraído y cuando el brazo gira ya va corriendo el infeliz, ¡agárrenlo! Los mercados más célebres del mundo se llaman La Merced, Lagunilla, Indianilla, Tepito o yo qué sé. Y más lejos, al norte, en Guadalupe, donde se ruegan milagros a la virgen patrona del país, abundan como culpas las tiendas de rosarios, de estampas, de cristos y medallas para alcanzar el cielo prometido que por desgracia no existe aquí debajo en esta vida dura de vivir. Antes de la fama popular por sus mercados, en Tepito y Guerrero se cultiva como una vocación pegada al alma el oficio del box. En Tepit­o ese arte de fintas y de golpes, de bendings y de rectos, de ganchos y nocauts, interpreta y descifra la lucha por la vida —metáfora aparte— que sostienen a diario los hombres de este barrio feroz. Desde niños, y a punta de trancazos, aprenden en gimnasios y en centros deportivos la esgrima de los guantes, de los brazos movidos como aspas y las piernas que bailan en la lona de un ring para buscar al otro, al enemigo, y romperle su madre, que es rompérselo todo; su entraña y su destino, su razón de existir. De ese barrio brotaron como gritos desde el dolor, la mugre y la carencia. Los campeones que han dado fama al box mexicano en todo el mundo: los ratones Macías, los Púas Olivares: los ídolos que impulsan a ese joven escuálido a inscribirse en el Atlas, el húmedo


La ciudad en el centro

gimnasio donde el profe Bolaños, tras un entrenamiento que dilata semanas y semanas, les mostrará el camino del esfuerzo para llegar algún bendito día hasta el programa de la célebre arena Coliseo donde se ata luego, de golpe, a la fama del box: que es fama y manera de trascender el bario y de ganar muchísimo dinero para volver en gloria otro bendito día a repartir esa fortuna entre los cuates que confiaron en él, y a convertir de paso a la esquiva Rosario de la vivienda cinco en la arrogante esposa de este campeón mundial. Sueña siempre el que sueña y entre sueños se desgasta la vida como un calzón de trapo. No importa. Si no es el box será la lucha libre, y otra vuelta a soñar en la farsa espectáculo de maromas, patadas y candados y piquetes de ojos, y llaves quebradoras increíbles que hacen tronar los huesos y escupir dizque sangre mientras ruge la gente y vuela el gladiador hasta las gradas. Se está oyendo el bramido del público bramando. Se escucha desde ahora, desde aquí, en los viejos gimnasios de Tepito y Guerrero donde se forja y sueña el aprendiz de luchador. Aquí mismo, en el ring, entre las cuerdas, los hombres del oficio responden las preguntas con miradas severas, con bigotes que callan sus secretos, con músculos inflados que revientan la ropa y hasta el cuerpo, con la luz que matiza el cabello entrecano de una larga experiencia cansada de alentar carretadas de sueños. Toda es gente del rumbo. La misma que transita día a día por la ciudad que llueve o que se limpia con el sol mañanero. La que cruza una acera o habla en una esquina por teléfono. La que abre una pausa por la tarde y se mete a beber un par de tragos y regresa enseguida a la vivienda de su viejo edificio. Cruje en cada escalón la doliente escalera. El corredor monótono se estira. Se oyen voces de niños o música o los ruidos de algún televisor. En la azotea, el patio de los pobres o los huérfanos, se entrepiernan noviazgos por las noches una vez que en la tarde, mientras el sol vacila en esconderse, revienta con ladridos de perros lejanísimos el paisaje vacío de la ciudad de siempre. En tibio claroscuro se dibujan pretiles y bardas y tinacos y antenas como patas de araña para televisión. Brotan torres y cúpulas. Se recorta en un plano de papel cartoncillo el variado dibujo de las sombras. Otras vez allá abajo, en un rincón de la ciudad, apoyada en un muro con los brazos cruzados, quizás en el pretil de una ventana,

Vicente Leñero

aparece de pronto un rostro femenino contado con el filo de un manchón abusivo. Es una joven linda. De cabello ligeramente alborotado. Sobre su tez morena caen sus labios perfectos coloreados de un rojo artificial inevitable. Está mirando lejos, más allá de sus ojos negrísimos y húmedos, intensos sobe todo. Es eso, su mirada, le impone preguntas y respeto al sigilo de un no sé qué profundo y melancólico disparado al recuerdo o al futuro de un destino invisible. Cada quien es su historia. Cada quien la refleja o la esconde con sus gestos y guiños de un semblante que tiene lo que todos pero que nunca es el mismo. Cada cuerpo es el cuerpo de los otros. Cada gente es un hombre o una mujer o un niño diferente. Definitivamente es único en ésta como en cualquier otra ciudad del mundo. El misterio es la vida.

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GALERÍA DE AUTOR

Michel Pineda

Una gelatina en la cabeza César Rito Salinas El medio exterior nos da una existencia sensible que conducimos por el camino de las obligaciones, la formalidad y el orden, así lo dicen los mayores desde los días de la infancia. Michel Pineda pinta a partir de la interpretación de una realidad sensible que lo atrapó desde los días de su niñez, el viento y el agua. Con paciencia de niño frente a la banda de música busca los caminos del agua detenida y el aceite para su pintura. Michel Pineda ya definió su mundo desde el cual cuestiona la realidad del individuo. Una señora con la cabeza en su cabeza dice, ordena a la niña que baje del árbol de mango. Alza la voz. Ordena. Ya. Una orden de esta mujer no se discute. Ya. La niña sobre las ramas levanta los brazos para alcanzar la fruta. El mango de sazón, caliente de sol, centavo de la alegría, gira en las manos de la pequeña. Pasa el viento y sacude las hojas del árbol, agita su sombra, levanta el vuelo de la falda de la niña. La señora con la cabeza en su cabeza pega el grito en el cielo azul como los calzones de la niña. «Niña, baja de ahí», ya. Los elementos de la naturaleza, agua, tierra, aire, fuego se meten a la percepción estética del pintor, intervienen su trabajo y lo siguen en sus soluciones sobre el lienzo. En este caso Michel Pineda trabaja con el agua y el viento. Originario de Juchitán de Zaragoza, en el Istmo de Tehuantepec, tierra de los grandes vientos, llega al lienzo con la solución que registró su cabeza desde un tiempo lejano de su vida; tan lejano que ya no recuerda nada pero entiende que es el mismo viento que hizo domesticar el maíz, sabe que ese aire es la fuerza sensible que lo anima en su pintura. El hombre nació con una gelatina con sabor de naranja mandarina en la cabeza, así se lo dijo su abuela cuando preguntó la razón por la que un santo patrono acompaña su nombre. San Martín Caballero fue el único que me quiso hacer el milagro de salvar tu vida, dijo su abuela. La gelatina se encarga de realizar las ecuaciones neuronales, le otorga al hombre la voluntad para animarse y trabajar que requiere todo hombre en estos tiempos de extravío, mal gobierno y peores curas. Estas son las horas del abandono que reclaman metáforas directas, imágenes concretas y arte contemporáneo en las paredes de los edificios de la ciudad. La gelatina funciona a la perfección, hace posible que el hombre habite el mundo lógico, real, concreto.

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OBRAS

Michel Pineda

Viento y serpiente

Inicio

Tormenta tropical II

San Blas

Bebida de nuevos dioses

Viento de Octubre I

Game Over

Catástrofe

Laguna Superior

Fluídos ideológicos

Viento de Octubre II

Mar Muerto

Arquetipo

Serpientes

Tormenta tropical I

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Boca del cielo

Mujer del viento


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Colecciรณn de Alfredo Ortega

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Colecciรณn de Alfredo Ortega

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Ecos de la batalla de Pelenor Medardo Landon Maza Dueñas

Cultivador de la literatura fantástica desde su niñez, el autor nos entrega en esta batalla con ariete de pluma un homenaje a Tolkien, un vaticinio literario, una prosa plena de compleja imaginación y vocación narrativa

Y entonces suavemente, para su propia sorpresa, allí al vano final de su larga travesía y de su pesar, movido por un pensamiento en su corazón que no podía entender, Sam empezó a cantar J.R.R. Tolkien, El retorno del rey Se abre el libro y la batalla siempre está allí. En Eä, el universo que es, en el sistema solar de Arda, en el orbe de Ámbar que es el mundo, en la Tierra Media, al final de la cordille­ ra de Anórien, donde el río grande gira buscando el mar… Allí están los campos de Pelenor. Casi tres mil años se han requerido para quedar presto a la colisión de las huestes de los infames y los sometidos de la sombra, contra los herederos del oeste; y ahora es el momento y lo será siempre, en tanto se abra una y otra vez El Libro Rojo de la Comarca del Oeste en su tercer tomo y que halla quien lo lea. Ya cayó la torre de Isengard y otras dos torres están ahora fren­ te a frente: Minas Tirirth contra Minas Morgul. Las torres que un día fueran del sol y la luna y ahora son el oeste contra el este, el crepús­ culo contra el amanecer estrangulado. El seco árbol blanco contra la brujería del anillo.

Ha comenzado el sitio de Gondor. Y tres daños mayores la fragmentarán: La lluvia de terror que cae sobre los comunes, de las cabezas de la guarnición de Osgiliath, donde quienes amaron a los bravos, los ven retornar al hogar en el modo torcido en que Sauron cumple sus promesas.1 La locura de Denethor, pues ha visto en la palantir que Frodo está preso en la torre de Cirith Ungol y asumiendo que el anillo ha vuelto a su amo y que, ahora en el fin del mundo, el dolor de la muerte de Boromir y la culpa del daño de Faramir lo claman a consumirse. Y en la hora final, el poder de la memoria del daño y la antigüedad: Grond, el infesto ariete nombrado como la maza del maligno mismo, con el que se enfrentó y dio muerte al príncipe de todos los príncipes elfos: Fingolfin. Grond, eco de aquel otro dolor y desesperanza, quebranta las puertas de Gondor tal como aquella otra aplastó la cabeza de Fingolfin, pero no es sólo los encantamientos de aquella memoria sinies­tra lo que derrotan a las puertas, pues ninguna palabra de 1 Pues en la Primera Edad, cuando era sólo un capitán de Morgoth, Sauron capturó a uno de los compañeros del padre de Beren y le prometió que le devolvería a su esposa si lo traicionaba y le daba su paradero, consumada la tracción, lo mandó matar, pues la esposa había sido ya asesinada.

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Ecos de la batalla de Pelenor

Medardo Landon Maza Dueñas

poder ni memoria alguna puede afectar, si no hay quien esgrima su potencia con el corazón y las entrañas. Y aquí está el rey brujo, que invoca la sombra de la que pende en la condenación del anillo que porta y que lo sostiene fuera de la vida, fuera de la muerte, encarnando la herejía de estar ausente en la espiral del espacio y tiempo que debe girar. Sus palabras de tiniebla quebrantan las puertas de la ciudade­ la donde hubo un rey y un árbol blanco. De ambos no queda sino sólo leña. Tal cual cayó Fingolfin el grande ante las puertas de Thangorodrim. Y así como entonces Throrondor, el rey de las águilas descendió sobre Morgoth para herirlo y llevarse el cuerpo de Fingolfin, así aparece el caballero blanco ante el rey brujo, no para vencerlo, pues

nunca podrá, sino porque él, que fue enviado para ser el enemigo de Sauron, allí está para sacrificarse, como el más grande elfo, Finrod Felagund, se sacrificó luchando desnudo contra un licántropo, para que Beren pudiera sobrevivir. Pero entonces, contra todas las maquinas y palabras de hechicería que han roto las puertas, otras palabras de poder los salvan: Un simple gallo que, ajeno a la guerra, saluda al sol y a la mañana. Que ha traído a las huestes de Oromë. ¡Ah Oromë, Aldaron, señor de los bosques cuyo canto de cuerno en el bosque evite el olvido de la tradición de Avallónë! ¡Tú que te regocijas en los caballos y alguna vez dejaste libre a los mearas, que son

LA ACERA DE ENFRENTE Belleza mexicana Alexander von Humboldt Según pintan los primeros conquistadores el antiguo Tenochtitlan, adornado de una multitud de teocalis que sobresalían en forma de minaretes o torres turcas, rodeado de aguas y calzadas, fundado sobre islas cubiertas de verdor, y recibiendo en sus calles a cada hora millares de barcas que daban vida al lago, debía parecerse a algunas ciudades de Holanda, de la China, o del Bajo Egipto. La capital, tal cual la han reedificado los españoles, presenta un aspecto acaso menos risueño, pero mucho más respetable y majestuoso. México debe contarse, sin duda alguna, entre las más hermosas ciudades que los europeos han fundado en ambos hemisferios. A excepción de Petersburgo, Berlín, Filadelfia y algunos barrios de Westminster, apenas existe una ciudad de aquella extensión, que pueda compararse con la capital de Nueva España, por el nivel uniforme del suelo que ocupa, por la regularidad y anchura de las calles y por lo grandioso de las plazas públicas. La arquitectura, en general, es de un estilo bastante puro, y hay también edificios de bellísimo orden. El exterior de las casas no está cargado de ornatos. Dos clases de piedras de cantería, es a saber, la amigdaloide porosa, llamada tezontle y, sobre todo, un pórfido con base de feldespato vidrioso y sin cuarzo, dan a las construcciones mexicanas cierto viso de solidez y aun de magnificencia… En Ensayo político sobre el reino de la Nueva España, 1803

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Ecos de la batalla de Pelenor

los patriarcas de todas las nobles monturas de Rohan! ¡Tuyos son los ecos de los cuernos de aquellos que han brotado de la penum­bra del bosque secreto y primigenio de Drúadan, para descender guiados por uno, el rey Theóden, que en su furia y ferocidad se le confundió con Arawn, tal como te llamaron los pueblos del este! ¡Abátanse los hijos de las praderas, los herederos del pueblo de Haleth, los hermanos de los caballos, para rescatarles el amanecer a los que allí mueren en nombre del oeste contra los dos nombres de las hordas de Mordor!: Los sometidos de corazón engañado de los variags en sus carros de guerra y los haradrim en sus olifantes, y los infames de corazón oscuro de los orcos en wargo, de los trolls en bruto y los snaga en arco. Allí, el rey condenado de un reino roto y brujo, acude montando en alas negras al encuentro, como la sombra en wyvern de Ancala­ gon, el dragón negro que osó atacar a la estrella de Eärendil y que entonces desciende sobre el rey de los hombres, que nacieron con el sol y que ahora luchan por sostener el alba contra la sombra. Y así muere Theóden el viejo, el último rey que caminó en tiempo de las hadas que lo conducirán más tarde a su sepulcro,2 vivió sobre caballo y ahora su caballo es su propio túmulo en medio de la batalla. Porque no podía el rey brujo ser abatido por la mano de hombre alguno… ¡Ohea Volea! ¡Que entonces los pequeños son los más grandes! pues una valkiria pequeña y secreta brota del campo junto con otro hijo escondido de los rincones, el más céltico de los hobbits que ha llevado hasta allí un eket, una daga de guerra forjada mucho tiempo ha en Arthedain, para enfrentar la cruenta mancha del reino de Angmar y que, tras tumba y cinto, aquí encuentra al fin a su ene­migo: Cae el rey brujo3 por el canto de un gallo, el llanto de una doncella y el rincón de uno como conejo. 2 Pues en verdad en el cortejo que devolvió a Theóden al túmulo de los suyos, viajaba Galadriel y Celeborn, reyes de Faerie antes de la partida del último navío de los puertos grises y también con ellos estaba Elrond, el hijo de la Estrella de la Esperanza y Arwen, la Estrella de la Tarde, que sería la última reina hada de los hombres. 3 Como se dijo que… «No volvió a ser visto en aquella edad del mundo»… hay una versión apócrifa y dolosa que considera que, el final de la Cuarta Edad de Tierra Media, ocurre con el diluvio que abre la puerta a la era Hiperboreana en la que Robert E. Howard sitúa los días de Conan. En ésta versión, Hay un rey brujo amo del pueblo serpiente donde se insinúa que, tal como Sauron suplantó a Morgoth tras su caída, así Khamûl retornará a ser un señor oscuro menor de aquellos días… ¡Y que Sonia la roja y un duende de los bosques son la causa de su caída de nuevo!

Medardo Landon Maza Dueñas

Pero también cae la esperanza para los hombres: han llegado los corsarios de Umbar. Y Eómer, preparado para ser el último digno rey de Rohan, se arro­ja a la lid cantado mientras mata, riendo en la desesperanza, para otorgarse a sí mismo, la leyenda de su partida. Y el eco de la leyenda más antigua lo recibe entonces en el banderín tejido por la última reina de las hadas que despliega el árbol blanco. La llama imperecedera que Eru otorgó a lo vivo, se consagró ante los dioses en los árboles de la luz, de donde el sol y la luna son hijos; ésta luz de vida ascendió en el Silmaril de la frente de Eärendil para esperanza del mundo, y por otro modo, una semilla del árbol de la luna floreció en Númenör hasta que a su caída, Elendil con siete barcos se lo llevó consigo a Tierra Media y su descendencia fue plantada en un patio de Gondor. Del que no quedaba ya sino leña. Y una vez más Elendil ha venido del oeste en sus barcos, pues se dijo que Aragorn se le asemejaba como ningún otro, y así la luz de la palabra de vida, ha descendido con él del oeste junto a la espe­ ranza, enmascarado en las velas negras de Umbar. El mal se ha vuelto contra sí mismo, pues ya dijo Eru que toda disonancia será textura de un canto aún mayor que no habría podido ser de otro modo sin la afrenta herética. …Y entonces también Eärendil desciende en el reflejo de la luz en del agua del vial que la reina de las hadas regaló a Frodo ¡Oh Galadriel!, habitando en el reflejo de la luz de la estrella, que es el reflejo de la luz de los silmarils, que es el reflejo de la luz de los árboles, que es el reflejo de la Llama Imperecedera de la creación que inició con un canto… Y entonces Sam, en la desesperación, con el vial al pecho, canta en élfico en la torre de Cirith Ungol y encuentra a Frodo. En la hora de mayor necesidad, el oeste acude al corazón misericordioso, para potenciar la luz de su voluntad, pues ninguna palabra de poder ni memoria alguna puede afectar, si no hay quien esgrima su potencia con el corazón y las entrañas. El canto ha salvado a Frodo de la torre, al anillo de la sombra y al mundo de la tiniebla.

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Cigoto

Capítulo II Luchador social y literato Rowena Bali

En el infinito un instante puede ser tan largo como para escribir un libro. Yo sé que ustedes no creen que un cigoto pueda escribir: piensan que desco­nozco el lenguaje, y tienen razón. Pero he prestado atención por generaciones y generaciones al ruido continuo de las voces del pasa­ do, tanto así que se ha grabado como un mantra en mi interior. Y es que en efecto; el sonido continuo de una lengua desconocida es un mantra. En un mantra se concentran claves de conocimiento profundo, que es el que provoca que miles de cigotos de todo el universo puedan escribir. Mis antepasados, además de ser grandes esper­ matozoides y guerreros, también fueron grandes literatos. No crean que por ser un simple cigoto no entiendo de asuntos sexuales, ni crean que no comprendo las acciones criminales que detonan la muerte de millones de los míos. Sé que entre ustedes bromean sobre nuestra existencia, les parece chistoso dejarnos morir de frustración entre esas ridículas bolsas de látex que se inventaron para no contagiarse de todas las porquerías que nunca podrán dejar de hacer. Nunca entenderán la importancia que esta carrera desesperada tiene para nosotros. Negarnos la posibilidad de ser un solo triunfador, o con suerte dos y más triunfadores, es un acto despiadado y perverso, que algún día han de pagar.

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Sí. Seguro van a decir que soy un conservador ¡Y lo soy! Soy un cigoto devoto a la palabra y la ley de Dios. Fui diseñado por una tecnología que ustedes pretenden ven­cer con sus bolsas de látex. No tienen una idea de lo fuertes que algunos de nosotros nos volvimos gracias a sus artimañas para matarnos: sus horribles espermaticidas, sus dispositivos intrauterinos, y todas las sucias patrañas para asesinarnos sin piedad justo para colocarle la macabra cereza al pastel de su cochinada. Mi padre es un hombre bueno, que se unió a una santa mujer. Ellos se amaron y no pusieron trampa alguna a este cigoto que ahora está hablando con ustedes. Mi momento es brevísimo y vertiginos­o, con este vértigo escribo lo que escribo, porque sí, porque soy un cigoto devoto y guiado por sus palabras escribo esto que ahora ustedes leen con toda la lentitud que los caracteriza. Ustedes son de veras distintos a mí, pero parecidísimos. Yo tengo un limen por delante, en un instante me dividiré, dejaré de ser uno para volver a ser muchos. Primero uno, luego muchos. Cada vez que esos muchos confluyen en uno solo un gran cisma se ge­ nera, ese uno empieza entonces a inventar cómo dividirse para encontrar a su nuevo objeto de penetración. Pronto tendré un gustoso periodo de descanso. Una vez que haya librado la bata­lla de

mi definición me tocará crecer. En este momento de mi existencia lo sé todo. Puedo recordar perfectamente lo que se siente cre­cer dentro de una madre: tengo la memoria repetitiva de mis ancestros. Toda experiencia de crecimiento es distinta e invaluable. Por eso me indigna saber que ustedes cometen el grave pecado de no respetar las otras formas de vida. Piensan que los moscos, por ejemplo, son criaturas menores, no sólo eso: lo dan por hecho, como si fueran capaces de entender una pizca de lo que significa para un mosquito poseer la existencia que posee. Como si pudieran comprender aquel veloz batir de alas. Ustedes todo lo están haciendo mal. No han podido concebir un lugar para todos, una vida equilibrada y feliz en la que ningún individuo deba morir para que otro viva. Las leyes bajo las que se rigen son inhumanas. Deberían ser rediseñadas para proteger a su progenie, no para destruirla. El Divino les mandará una catástrofe. Ese plan forma parte de todos los planes que forman parte de todos los planes habidos y por haber en el universo. Nosotros redimiremos a la nueva humanidad, impondremos un nuevo carácter a su existencia nula. Somos las nuevas generaciones. Seres evolucionados que construirán un mundo mejor. Donde todo lo inventado por ustedes, ineptos, sea destruido. ¡No quere-


Cigoto

mos más látex en nuestras vidas! Lucharé para que mi raza sea redimida. No triunfaré como triunfan ustedes, ese sería mi fracaso. ¡Basta de inventos que detengan el curso de la vida! Si ustedes recordaran lo que eran las huertas de los abuelos, las hileras interminables de árboles frutales repletos de flores, las bonitas costumbres de familia, las cenas, todos juntos sentarse a la mesa en una enorme hilera conformada por los hijos que

Dios quiso dar a los esposos enamorados. El mundo era más de todos, no de unos cuantos gandallas. ¿Y cuándo se iban a imaginar que tuvieran sexo nada más por calientes? Eso no tiene nombre. Ustedes, en la endemoniada consigna de esa satisfacción son capaces de cometer los más horribles pecados. ¿Por qué tienen la idea de que sus dispositivos y sus venenos son lo mejor que existe para la humanidad? ¿Hasta cuándo van a detener sus fábricas de cosas que nos

Capítulo II

Luchador social y literato

Rowena Bali

matan? Ustedes, verdad de Dios, merecen el Apocalipsis, y lo recibirán, de eso hablan mis ancestros desde hace mucho tiempo. Dios es testigo de todo lo que hacen y tendrá a bien pulverizarlos y luego los convertirá en uno y luego en dos, y luego en muchos seres, y otra vez, hasta que se corrompan y vuelvan a merecer el castigo divino que nuevamente los convertirá en uno, que luego los convertirá en dos y así hasta el infinito, repetitivamente.

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Nuestros colaboradores Elena Poniatowska. Es una de las escritoras mexicanas más reconocidas. Ha sido un refe­ re­nte vital y permanente durante décadas en nuestro país con más de cuarenta obras publi­ cadas y un sin número de premios y reconocimientos en México y en el extranjero. Felipe de Jesús Flores Segura. Cronista de la delegación Xochimilco. Rodolfo Cordero López. Cronista de la delegación Xochimilco. José Genovevo Pérez Espinosa. Es el cronista del pueblo de San Luis Tlaxialtemalco. Difusor de la cultura chinampera, en 2010 participó en el 44 festival del Smithsonian de las culturas populares en el National Mall en Washington. Es autor de «El trabajo y la producción en la chinampa» en el libro Xochimilco: un proceso de gestión participativa, editado por unesco-México; también escribió el artículo «Chinampas: entre apantles y acalotes» en el Atlas etnográfico de los pueblos originarios de la ciudad de México, gdf, inah. Víctor Delgadillo. Arquitecto por la Universidad Autónoma de Puebla. Maestro en planificación urbana por la universidad de Stuttgart, Alemania, y doctor en urbanismo por la unam. Es profesor de tiempo completo del Colegio de Humanidades y Ciencias Sociales de la uacm. Entre sus libros está Patrimonio histórico y tugurios: las políticas habitacionales y de recuperación de los centros históricos de Buenos Aires, ciu­ dad de México y Quito, publicado por la uacm. Es coordinador del grupo de investigación uacm Ciudades Disputadas, de la red de investiga­ ción académica Contested Cities, financiada por la Comunidad Europea. 100 CULTURA URBANA

Xochimilco Tierra latente

César Rito Salinas. Obtuvo el Premio Estatal de Poesía Casa de la Cultura Oaxaqueña, con el poemario Movimiento de luz, el Premio Latinoamericano de Poesía Benemérito de América por su libro Una escalera junto al mar, convocado por la Universidad Autónoma Benito Juárez de Oaxaca. Sus publicaciones más recientes son: Ojos de lagarto/Zapatos de gente normal y Bailables o diversiones. Edson Lechuga. Ha publicado, entre otros, los libros Llovizna, 72 Migrantes (elefantes y pa­ palotes), Luz de luciérnagas y Gotas.de.mercurio. Ha colaborado en revistas como Quimera, Letras Libres, Literal, El Viejo Topo, Clarín, Número Cero y Pie Izquierdo, y en los diarios El País, La Jor­ nada, El Universal y El Periódico de Catalunya. Emiliano Pérez Cruz. Narrador, periodista y cro­ nista. Nombrado cronista de Ciudad Netzahualcoyótl. Entre su obra destacan: Si camino voy como los ciegos, Tres de ajo, Noticias de los chavos banda, Me matan si no trabajo y si tra­ bajo me matan, Ladilla, Pata de perro. Crónicas desde Nezayork. Obtuvo, entre otros, el Premio Nacional de Testimonio Chihuahua 2000, por Si fuera sombra, te acordarías. Rowena Bali. Publicó las novelas Amazon Par­ ty, El ejército de Sodoma, El agente morboso y el libro de cuentos La herida en el cielo, entre otros. Es conductora de radio en las estaciones Ibero 90.9 y Código cdmx. Juan José Reyes. Es crítico literario. Su libro más reciente es acerca de dos filósofos mexicanos del siglo XX: El péndulo y el pozo. Ha publicado un incontable número de ensayos y textos críticos en los medios más importantes del país.

Vicente Leñero. Novelista, periodista, guionis­ ta, y dramaturgo. Obtuvo el Premio Xavier Villaurrutia y el Premio Nacional de Ciencias y Artes de México en literatura y lingüística. Entre su obra destacan las novelas Los al­ bañiles, La polvareda, La voz adolorida y la adaptación teatral de Los hijos de Sánchez de Óscar Lewis. David Uzcanga. Ha llevado a cabo una impor­ tante labor en la educación de niños, jóvenes y adultos en diversas comunidades del país. Es investigador y cronista de la cultura y la historia mexicanas. Medardo Landon Maza Dueñas. Licenciado en creación literaria por la uacm. Escritor de fantasía épica. Obtuvo el Premio Acce­sit por la novela corta La partida de Celeborn en el certamen Premio Gandalf de la Sociedad Tolkien Española y una mención honorífica por la novela corta Bestiario del reino del verano en Cas­ting de Novela fantástica de Online Studios. Ha publi­ cado en Delfín Editorial nueve libros de lite­ ratura fantástica épica. Alejandra García. Estudió comunicaciones. Es reseñista de Cultura Urbana desde su fundación.


Librario

Alejandra García Ensayo

Poesía

Ensayo científico

Eduardo Milán. Una crisis de ornamento. Universidad Autónoma de la Ciudad de México. Colección: Al margen. México, 2012

Tedi López Mills. Amigo del perro cojo. Ed. Almadía. México, 2014

Luis Olivares Quiroz. Líquidos y gases ultrafríos. La aventura ex­ trema de la física contemporánea. Universidad Autónoma de la Ciudad de México. Colección: Ciencia y sociedad. México, 2012

Octavio Paz, Eduardo Lizalde, Marco Antonio Montes de Oca, Jaime Sabines, Óscar Oliva, José Carlos Becerra, Coral Bracho, Gilberto Owen, José Gorostiza, José Emilio Pacheco, Gerardo Deniz, son los nombres que Milán ha elegido como los cons­ tructores del aura poética del siglo XX mexicano. En esta colec­ ción de ensayos Eduardo Milán desgaja con una perspectiva novedosa aspectos quizá desapercibidos de sus obras monumentales y universales.

Una obra poético narrativa que nos lleva por senderos de imaginación, amistad, inocencia, rabia, alegría, incertidumbre y luz. Con una clara dirección hacia el conocimiento profundo de las letras, Tedi López Mills, se consolida como una escritora verdadera, cuya obra avala cualquier reconocimiento.

Novela

Ensayo

Poesía

Geney Beltrán Félix. Cualquier cadáver. Ediciones cal y arena. México, 2014

Darian Leader. El robo de la Mona Lisa. Lo que el arte nos impide ver. Ed. Sexto Piso. Colección: Ensayo. México, 2014

Ángel Ortuño. 1331. Dirección General de Publicaciones. conaculta. México, 2013

La tragedia es una marca ante la cual el individuo se pervierte o se sublima, ¿Cómo soportar lo peor sin que el dolor se encargue de desplegar nuestros lados oscuros? El sueño y la esperanza son las contradicciones de esta novela triste, que, llena de luces, ironías y buena prosa, nos responde a preguntas esenciales.

A partir de un suceso sorprendente: el robo de la Mona Lisa en 1911, que atrae la atención de miles de personas hacia un muro vacío del Louvre, el autor aborda una serie de anécdotas de sumo interés y reflexiones en torno a la naturaleza del arte, el carácter invisible de sus aspectos incómodos ante la mirada conveniente del sistema y de la sociedad.

El poeta jaliscience abreva de la cotidianidad, de las compu­ tadoras, de los animales, de la sociedad y su historia, para crear una mezcla poética sorpresiva, llena de humor e in­ geni­o, que no teme a lo sublime ni a lo mundano, que reta al lector en un encuentro autocrítico y enriquecedor.

En un lenguaje asequible a cualquier lector, este libro nos presenta el extraño y fascinante mundo de la física de bajas temperaturas y los elementos más fríos del planeta. El autor nos conduce desde los primeros años de su exploración hasta sus últimos descubrimientos, como el condensado de Bose-Einstein cuyos recientes experimentos de laboratorio, nos han mostrado que la materia tiene estados novedosos.

CULTURA URBANA 101



Invita a los miembros de la comunidad de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México y a los lectores en general a enviar a la redacción colaboraciones y comentarios.

Coordinación de Difusión Cultural y Extensión Universitaria: Dr. García Diego, 170, col. Doctores, del. Cuauhtémoc, México, D.F., c.p. 06720 y rowenabalip@gmail.com


Archivo fotogrรกfico del Centro de Estudios Histรณricos de Xochimilco


Números anteriores NúmERO 21 68, memoria viva

archivo fotográfico del Centro de Estudios históricos de Xochimilco

NúmERO 22-23 En el rincón de una cantina

NúmERO 24-25 Edificios, paisajes emblemáticos

TEXTOs: Carlos monsiváis, Concepción Ruiz Funes, Luis Villoro, mathilde Gerard, Elena Poniatowska, Lorenzo Gutiérrez, medardo maza, Javier moro, Juan santiago Paz, Eve Gil, Leo mendoza ILusTRaCIONEs: Daniel alva, imágenes de la gráfica del 68, fotografías del Memorial del 68

TEXTOs: José Kozer, Darío armenta, Jair Cortés, Daniel Fragoso, Ernesto Lumbreras, Leo mendoza, Gonzalo Lizardo, alberto Chimal, salvador Beltrán ILusTRaCIONEs: Eko de la Garza y otros artistas

TEXTOs: Guillermo samperio, mónica Lavín, ana García Bergua, Ernesto Lumbreras, mariano del Cueto, sergio Raúl arroyo, magali Tercero, José amozurrutia, Gerardo Guízar ILusTRaCIONEs: Fotografía de sharenii Guzmán y otros fotógrafos

NúmERO 26-27 Oficio: Periodista

NúmERO 28-29 ¡Amárrate las agujetas! La niñez y sus mundos

TEXTOs: Carlos monsiváis, José Kozer, miguel Ángel Granados Chapa, Vicente Leñero, antonio helguera, Norman mailer, Yevgueni Yevtushenko, Javier Campos, Luis humberto Crosthwaite, Ryzard Kapuscinski, Tanius Karam ILusTRaCIONEs: Fotografía de siete fotógrafos periodísticos

TEXTOs: Jorge López Páez, José de la Colina, Francisco hinojosa, Guillermo samperio, agustín monsreal, hugo Gutiérrez Vega, Ricardo Castillo, Blanca Luz Pulido, magali Tercero ILusTRaCIONEs: Jozé Daniel y armando haro, entre otros

NúmERO 30 Agua

TEXTOs: Vicente Leñero, Torgny Lindgren, José hernández Vázquez, Pablo Raphael, Jaime Vilchis, Francisco magaña, Paola Jauffred Gorostiza ILusTRaCIONEs: armando haro márquez y armando haro Rodríguez, entre otros

NúmERO 31-32 Sexualidad diversa

TEXTOs: Luis zapata, Carlos monsiváis, David miklos, Gonzalo Lizardo, mauricio molina, sergio Téllez-Pon, Paola Tinoco, Guty, adriana González mateos ILusTRaCIONEs: mónica ae, Lulú Barrera, agente arte hormiga, Florentino Fuentes

NúmERO 33-34 Laicismo: La fe no mueve montañas

NúmERO 35-36 Modos de ser chilango

NúmERO 37-38 Elena Poniatowska: Creación y compromiso

NúmERO 39 Voces y texturas de la gran ciudad

TEXTOs: miguel Concha malo, Tedi López mills, myriam moscona, Carla Faesler, Bernardo Fernández BEF, alberto Chimal, ana García Bergua Bernardo Esquinca ILusTRaCIONEs: Gustavo abascal, José manuel Bañuelos Ledesma, Ignacio Vera Ponce

TEXTOs: armando González Torres, Fabio morábito, magali Tercero, Fabrizio mejía, ana García Bergua, Benjamín muratalla, Julio Patán, Gilma Luque, José Javier Villareal ILusTRaCIONEs: Colectivo arte por la Paz, Diego Cornejo Choperena

TEXTOs: Elena Poniatowska, Nadia Villafuerte, salvador Castañeda, adriana González mateos, Edgar Krauss, mauricio Bares, alejandro magallanes, Fabio morábito, Jorge alberto Gudiño hernández ILusTRaCIONEs: Juan Carlos Guarneros, manuel Delaflor, Juan Pablo De la Colina

TEXTOs: Bárbara Jacobs, Claudio albertani, armando González Torres, Ernesto Lumbreras, Paola Jauffred Gorostiza, Rocío Cerón ILusTRaCIONEs: Eko de la Garza, santiago Corral, andrea Dueñas

NúmERO 40-41 Barrio de La Merced

NúmERO 42-43 Milpa Alta. Raíces y defensa de la tierra

NúmERO 44 Efraín Huerta. Amores absolutos

NúmERO 45-46 José Revueltas. Utopía y disidencia

TEXTOs: abigael Bohórquez, Efraín huerta, TEXTOs: Efraín huerta, David huerta, TEXTOs: marcela Dávalos, Ezequiel martínez Estrada, Iván Gomezcésar, Juana Reyes, Lázaro Tello Pedro, Juan José Reyes, adriana González mateos, David Pastor Vico, Verónica Briseño Benítez, miguel Ángel Farfán Caudillo, Francisco Trejo, Rosa albina Garavito, Jack Kerouac (Versión de sergio Raúl arroyo) Juan Carlos Loza Jurado, José C. Flores arce (Xochime) mauricio molina, ana Clavel Leilanny Navarro Franco, ainhoa Ruiz Verdugo ILusTRaCIONEs: Gabriela Tolentino, milton martínez ILusTRaCIONEs: Iván Bautista, Eko de la Garza, Power ILusTRaCIONEs: Tanya huntington, silvia Carbajal azamar, Deniol huerta, Tanya Rojo, ariel Yaotalalli morales González meza, Colectivo Teuhtli, Fotos de Galdino López Flores

TEXTOs: José Revueltas, Elena Poniatowska, Evodio Escalante, Edith Negrín, José manuel mateo, alessandro Rocco, José Ángel Leyva, Felipe Vázquez, Claudio albertani, Carlos López, José Emilio Pacheco ILusTRaCIONEs: Jorge Ermilo Espinosa Torre, Dulce Chacón, Juan Pablo de la Colina, Cosme Rada


$ 60.00

Xochimilco

Tierra Latente

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U N I V E R S I D A D A U T Ó N O MA D E L A C I U D A D D E M É X I C O A Ñ O 1 0 • P R I MA V E R A 2 0 1 5 • N ÚM . 4 7

Xochimilco

CULTURA URBANA

Portada y contraportada: Juan Pablo De la Colina

AÑO 10 • PRIMAVERA 2015 • NÚM. 47

Tierra Latente

Elena Poniatowska • VICENTE LEÑERO• José Genovevo Pérez Espinosa Emiliano Pérez Cruz • Víctor Delgadillo • José de Jesús Flores Segura Rodolfo Cordero López • César Rito • Edson Lechuga


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