Udd24_T9_Geologías críticas postnaturales

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geologías críticas postnaturales más allá de lo humano. bartlebooth (2018) P.47-59

trinitita. formación de la capa del nuevo material radioactivo tras la explosión de la primera bomba atómica. nuevo méxico. office of legacy management.

gabriel ruiz-larrea ECOLOGIES OF THE ARTIFICIAL MEDIA archive MA-BA TRANSVERSAL WORKSHOP ETSAM-UPM + strelka kb

UDD 24 SORIANO SPRING TERM 2021-2022 P7-8 + MHAB

texto

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La materia que nos rodea está constituida en base a principios químicos y mecánicos, procesos de bloqueo y captura como la estratificación, que organizan la vida molecular no orgánica en materia agregada. En la transformación constante de la geología de La Tierra, los componentes minerales, pero también la materia orgánica que conforma el suelo, se desplazan, se intercambian y recombinan constantemente. Reagrupamientos materiales que ocurren tanto en procesos naturales como en aquellos derivados de la acción humana. De esta manera y debido a nuestra creciente actividad, los recursos minerales y químicos que son extraídos de sus estratos con el fin de alimentar las tecnologías, abastecer las energías y construir las máquinas y objetos que definen la cultura contemporánea, han pasado a entenderse tanto por científicos como por teóricos como re-territorializaciones a un nivel geológico, abriendo un nuevo, amplio y complejo marco de estudio en el que las interacciones materiales se deslizan entre la tecnología, los organismos y sus territorios. En el contexto del debate ecológico en torno al Antropoceno que tantas teorías, nombres (Capitaloceno — Antrobsceno), y puntos de vista está despertando sobre la acción humana como una nueva fuerza mineralógica, y en línea con las ideas planteadas por Jussi Parikka en su Geology of Media(2015), no cabe duda de que debemos repensar estas movilizaciones de lo tecnológico en términos y temporalidades geológicas, entendiéndolas como parte de nuevas mineralizaciones, fosilizaciones y agregaciones. Pero es importante entender que esta constante re-territorialización a escala planetaria de la materia que conforma los objetos de la contemporaneidad incluye agentes, y materias, de muy diversa “naturaleza”. El acercamiento a la compleja, inestable, deslocalizada y viscosa mezcla —en palabras de Timothy Morton (2013) — que conforma la materia contemporánea requiere una transformación ontológica en torno a los conceptos de geología y naturaleza, y un cambio en nuestra mirada sobre el territorio, reconfigurando relaciones con la geopolítica, la economía y la tecnología, que ayuden a desvelar las complejas agendas políticas que se movilizan, e incluyan las infinitas micro-ecologías que deben tenerse en cuenta en el momento actual. Si la genealogía como método de investigación histórica que plantearon Nietzsche o Foucault nos puede ayudar a entender la arqueología como método del pensamiento, el prefijo “an-” pretende contrarrestar la linealidad (tanto temporal como material) implícita en ellas (Zielinski, 2008). Iniciada por Siegfried Zielinski, reconocido teórico de los medios, la anarqueología se basa en un escepticismo radical frente a dos ideas centrales: la linealidad del tiempo y el antropocentrismo. Quizás la inestable estratigrafía de nuestro presente sólo puede ser analizada desde un acercamiento anarqueológico, que reconstruya una genealogía no lineal del momento entendiendo las relaciones y

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tensiones natural-artificial y humano-no humano como acumulaciones y agregaciones inestables, pero que incluya también en este conglomerado los estratos políticos, económicos, éticos y estéticos implícitos.

Territorios postnaturales

Es, en estos paisajes y en sus materias, donde las escalas de tiempo más profundas de la geología, y las más efímeras derivadas de la acción humana, nos exigen otros relatos y nuevas formas de entender la temporalidad de la materia. Así, las historias alternativas en torno a la geología como una fuerza viva en la que se entrelazan elementos naturales y movilizaciones de materias que conforman la cultura contemporánea puede ser un campo de experimentación tanto en el arte como la arquitectura, reconfigurando nuestra relación con lo material y sus nuevas ecologías asociadas. Para ello, debemos observar estos paisajes postnaturales como posibilidades, convertirlos en los nuevos sujetos políticos desde los que construir las nuevas prácticas, las nuevas ecologías y estéticas asociadas a la creación contemporánea.

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Como una continuación de las culturnaturalezas de Donna Haraway (1991), que enfatiza las continuidades interactivas entre lo que se consideró durante mucho tiempo que eran campos distintos (la naturaleza y la cultura), la anarqueología de este nuevo territorio postnatural debe estar intensamente vinculada con todos sus elementos, desde un aplanamiento de las jerarquías de las cosas y los objetos, los agentes y sus infinitas relaciones. Así, esta anarqueología posthumana de pertenencias y relaciones múltiples podría servirnos como herramienta para poner en duda las nociones del progreso, desestructurar los modelos de historia lineales, abandonar definitivamente una visión antropocéntrica del mundo, y abrir un nuevo campo de investigación material para los entornos de creación en el que incluyamos las complejidades propias de la nueva era. Para ello, la mirada contemporánea hacia el territorio debe reflejar el abandono definitivo de una visión romántica del paisaje, y adentrarse en los nuevos entornos postnaturales como la nueva realidad desde la que actuar. Desiertos artificiales, lagos y cascadas infraestructurales, minas, cementerios de residuo tecnológico, o los territorios derivados de la tecnología nuclear, así como otras muchas operaciones en el territorio derivadas de la modernidad y que comparten la condición post-natural, requieren un nuevo planteamiento en las relaciones con nuestros entornos.


Lagos de vidrio Como describe Timothy Morton en su libro Hyperobjects, quizás uno de los fenómenos más importantes en el tránsito hacia el territorio post natural fue la primera detonación de la bomba atómica. En julio de 1945, en un desierto cercano a la ciudad de Socorro en Nuevo México, se puso a prueba la tecnología nuclear con el primer lanzamiento de una bomba de uranio. Este evento, junto con muchas pruebas nucleares posteriores, el giro industrial y todo tipo de experimentos tecnológicos centrados en la producción de energía y armamento, marcó el aumento logarítmico de las acciones de los humanos como una fuerza geofísica (Morton, 2013). 16 milisegundos después de la detonación, se formó un extraño vidrio verde claro (un nuevo mineral bautizado como trinitita), ya que la explosión fundió la arena hasta una temperatura diez mil veces mayor que la de la superficie del sol. Este nuevo mineral artificial fue, junto con la nube tóxica, uno de los principales residuos de la detonación. La nueva materia radiactiva, según informa la revista TIME (1945), cubrió el territorio con una extraña sustancia desconocida y totalmente ajena a la composición de la tierra hasta el momento: “Visto desde el aire, el cráter parece un lago de jade verde con forma de estrella en el interior de un disco seco de vegetación quemada de media milla de diámetro. De cerca, el “lago” es una reluciente superficie de vidrio azul verdoso, un suelo fundido que se ha solidificado en contacto con el aire. El vidrio adquiere formas extrañas: mármoles desequilibrados, como si fueran sábanas rugosas de un cuarto de pulgada de grosor, y está plagado de burbujas rotas y formas parecidas a gusanos”. La descripción de este entorno en el que la tecnología y la arena, la radiación y el sustrato natural se entrelazan, marca sin duda un punto de no retorno. Si el verano de 1945 transformó el paisaje desértico de Jornada del Muerto en un conjunto de protocolos técnicos, militares y económicos, que definieron un nuevo paisaje postnatural, este primer material geológico creado por el ser humano no puede ser leído únicamente como una agregación de materiales (la arena, piedras y especies vegetales que habitaban el lugar), uno una compleja amalgama de relaciones políticas, tecnológicas y culturales, extendiendo así el campo de la materia a un complejo agregado de relaciones que van más allá de lo físico, En este contexto, el Antropoceno sólo puede ser entendido como una herramienta conceptual desde donde demostrar que la geología no se refiere exclusivamente al nuevo suelo bajo nuestros pies. Como argumenta Parikka, esta está, en realidad, constituida por relaciones tecnológicas y culturales, así como por realidades ambientales y ecológicas. La geología se desterritorializa, de la manera en la que las tecnologías nucleares y sus residuos se vuelven móviles. La

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Gabriel Ruiz-Larrea es arquitecto y artista, formado entre la ETSAM (Madrid), la Technische Universität (Berlin), y la Universidad de Columbia en el MS-CCCP, donde se graduó con honores con su tesis de investigación Una Arqueología de la Contención. En sus obras, a través de diversos medios como la instalación, la escultura, fotografía, o el video, investiga las relaciones contemporáneas entre estética, territorio y paisaje, planteando interrogantes sobre ecología política, arqueología crítica y la disolución del binomio naturaleza-cultura. Su obra ha sido expuesta en diferentes galerías y exposiciones internacionales, como John Doe Gallery 2018 y MNNAF 2018 (Nueva York), Poor Media Leuven 2016 (Bélgica) o Espacio Las Aguas 2015 (Madrid), entre otros. Ha sido profesor asistente en la Barnard College de Columbia University de Nueva York y en el Máster en Proyectos Avanzados de la ETSAM, y ha impartido varias conferencias en diferentes instituciones internacionales, museos y universidades.

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radiación derivada de la trinita, que se expande como un campo vectorial invisible, conecta objetos, tecnologías, rocas, especies vegetales y animales pese a sus tan diversas naturalezas y temporalidades. Y de la misma manera, la imposibilidad de contener el residuo nuclear, el nuevo hiperobjeto creado por el ser humano, puede ser comparada con la imposibilidad de contener, en un sentido conceptual, sus consecuencias sólo con nombrar la nueva era como el Antropoceno. Porque aunque desde ese momento la Tierra mantendrá a lo largo de su circunferencia una invisible capa de materia radiactiva, para generar una geología crítica contemporánea que reexamine sus consecuencias, la materialidad derivada de los avances de la modernidad no solo debe examinarse en la última capa de la corteza terrestre, sino también en las partículas que forman su entorno, en las tecnologías que movilizan sus materiales, en las economías políticas que eligieron los territorios donde ocurrió, y en los medios que lo hacen visible (Parikka, 2015). Estas movilizaciones que desafían las implicaciones de la nueva era geológica, también requieren nuevos acercamientos hacia lo material.


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