Ud24_T05_"Terror sin teoría. Ante la ciudad indiferente" de Jacques Herzog

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UNIVERSIDAD POLITÉCNICA DE MADRID ESCUELA TÉCNICA SUPERIOR DE ARQUITECTURA

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federico soriano Textos 2016-2017

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Terror sin teoría. Ante la “Ciudad indiferente” HERZOG, Jacques. En Luis Fernández-Galiano (Ed.) “Arquitectura Viva. Herzog & de Meuron, del Natural”, Vol. No. 91, Madrid, Arquitectura Viva, 07.2003. p. 128

En cierto momento se dio por hecho: la historia había terminado. La realidad era una ilusión, una ficción, un simulacro. Las ciudades podían intercambiarse, pues no eran más que el anodino telón de fondo para la única actividad pública que había sobrevivido: ir de compras. Creímos que la virtualización y la simulación acabaría con el alma de las ciudades, vaciándolas en una especie de profanación de tumbas. Fin de la historia. Empezaba la vida eterna. ¿Qué ha ocurrido en realidad? Un retorno de la naturaleza. Y del terrorismo. La historia ha superado su extinción y ya no se puede controlar. La realidad ha vuelto a ser real de nuevo. Real y finita. El terrorismo no es una ilusión, no es un simulacro. Ocasiona impactos muy reales sobre las ciudades y sus habitantes. Los daños físicos pueden repararse, pero los contraataques se suceden. Se intenta combatir la fuente de los ataques “homeopáticamente”, es decir, con los mismos medios. De pronto el terrorismo está omnipresente, en las calles y como preocupación de la ciudadanía. Ya va siendo hora de que nos libremos de los manifiestos y las teorías porque no dan con el quid de la cuestión. No hay teoría sobre la ciudad; sólo existen ciudades

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El 27 de septiembre de 2003 -al igual que había sucedido en Nueva York y en casi toda la Costa Este el 15 de agosto-, gran parte de Italia sufrió un apagón. La naturaleza, en toda su sublime inclemencia, reapareció como una fuerza amenazante para una población que creía tenerla bajo control. Las urbes siempre han estado sujetas a peligros inherentes y consustanciales: asedios, conflagraciones, hambrunas, expolios, plagas, terremotos, bombardeos, inundaciones, delincuencia, desempleo... Fenómenos amenazadores que dolorosa e inexorablemente enfrentan a las ciudades con su propia vulnerabilidad y transitoriedad. Ninguna ciudad, en ninguna época, ha podido desvincularse de su contexto real, simbólico y cultural para reinventarse a sí misma. Ni siquiera después de una catástrofe física y radical. Antes al contrario, la reconstrucción de las ciudades alemanas después de la II Guerra Mundial ilustra acertadamente cómo la imagen (ideal) que las ciudades tenían de sí mismas variaba mucho de una a otra, lo que condujo a muy diversos escenarios de reconstrucción. Diferencias mayores de las que las habían caracterizado durante los siglos anteriores a los bombardeos que las redujeron todas a escombros. Francfort y Múnich, por ejemplo. La primera es una ciudad de burgueses, la segunda, principesca. El Francfort de posguerra eligió la tabula rasa y optó por un perfil vertical; Múnich permaneció fiel a su imagen cortesana y se decantó por la reconstrucción historicista. Francfort versus Múnich: expresiones de una diferencia cultural y cultivada. Se diría que las bombas despertaron en ambas un carácter urbano específico que hasta entonces sólo estaba latente. ¿Y qué decir de Rotterdam, Beirut o Jerusalén? Cada ciudad cultiva e interioriza sus propios mecanismos de defensa frente a las amenazas reales o imaginadas que ha acumulado en el tiempo. Según Baudrillard: a falta de una catástrofe real, se recurre al simulacro para inducir catástrofes iguales o mayores. Ensayos de evacuaciones y de situaciones de emergencia, barricadas, terrorismo y antiterrorismo, mafia y contramafia. La red de refugios antinucleares que se extiende bajo el suelo suizo como una réplica invisible de la civilización que se desarrolla sobre rasante es una forma de urbanismo característicamente helvética, posible sólo en un país en el que el ostracismo dominante y la obsesión por la seguridad toman forma de realidad histérica. Todas estas estrategias y escenarios de defensa tienen en común su indiscutible capacidad para modificar las ciudades de un modo característico. Este fenómeno ocurre en todas ellas y explica su fealdad y su belleza, su cultura, subcultura y ausencia de cultura, su ascensión y caída, sus catástrofes reales y sus amenazas, así como su simulación y sustitución. Explica la inevitabilidad y la finitud de las ciudades.

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“Ciudad finita” suena demasiado tautológico y despista porque parece mera oposición a los apóstoles de una inminente cultura de la inmortalidad. “Ciudad real” resulta ambiguo, sobre todo porque nos interesa la realidad física de la ciudad y bajo ningún concepto queremos volver a abrir la caja de Pandora del discurso sobre lo real. Tampoco nos convence “ciudad específica”, a no ser que lo específico apunte a las morfologías y a las transformaciones mentales que originan el progresivo ensimismamiento de las ciudades. ¿Ciudad idiomórfica? ¿Ciudad idiosincrática? ¿Ciudad idiota, ya que no somos capaces de comprender la creación más compleja e interesante del género humano? La ciudad ideal abdicó hace tiempo, incluyendo la “ciudad racional” de Aldo Rossi, la “ciudad genérica” de Rem Koolhaas y el Strip de Venturi, por no hablar de la Ville Radieuse de Le Corbusier. Todos esos intentos por describir la ciudad, entenderla y reinventarla fueron necesarios en su momento, pero hoy nos dejan fríos. No nos identificamos con ellos porque se refieren a un mundo que ya no es el nuestro. Ya va siendo hora de que nos libremos de la nostalgia por las etiquetas, de que abandonemos los manifiestos y las teorías porque no dan con el quid de la cuestión. No hay teoría sobre la ciudad; sólo existen ciudades. Todas las ciudades tienen algo en común: su declive y desaparición. Este factor que une a todas fomenta paradójicamente el potencial de la diferencia. Diferencia que ya no está en manos de urbanistas y planificadores. Si éstos quieren contribuir de verdad a la transformación de las ciudades han de convertirse en cómplices y confidentes de ese potencial de amenaza. Dicho más claramente, tendrán que adoptar la determinación y exactitud de los terroristas. Su trabajo habrá de ser desprejuiciado, carente de teoría es decir, tendrá que centrarse en la realidad construida, allí donde la vida urbana se manifiesta en su espesor insondable. Sólo allí, en la materia física de la ciudad, pueden hallarse los centros neurálgicos que Barthes llamó punctum respecto a la fotografía, y Baudrillard “objetivos vitales” refiriéndose a las Torres Gemelas. En el momento en que las torres fueron atacadas con precisión quirúrgica, se puso de manifiesto la torpe indefensión de la construcción urbana contemporánea. Es difícil que los proyectos urbanos lleguen a cambiar realmente la ciudad; únicamente sirven para mantener su status quo, sólo reproducen lo que ya hay. La construcción de la ciudad no empieza por los puntos de Barthes, ni busca los objetivos vitales, sino que se pone en marcha allí donde hay un terreno disponible. Aun así, en todas las ciudades hay “torres gemelas” y su destrucción afecta a los habitantes. Los terroristas ven la destrucción de ciertos símbolos; los ciudadanos, el ataque masivo a sus barrios y a sus viviendas. Lo específico, lo 3


único, aquello que nos distingue de los demás, lo indestructible ha demostrado ser vulnerable; y tenemos que defendernos. Una y otra vez, pero ¿cómo? La mejor protección a la que podemos aspirar es ser “indiferentes”: la ciudad indiferente. Y ése es el mayor espejismo de todos.

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