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Riachuelo, la historia de los niños sometidos como esclavos sexuales en Santander por los paramilitares
LA VIOLENCIA Y LA IMPUNIDAD DESTRUYERON LA INFANCIA DE MÁS DE 70 NIÑOS Y NIÑAS. SUS VIDAS IRREMEDIABLEMENTE FUERON ARRUINADAS POR GRUPOS PARAMILITARES QUE LOS CONVIRTIERON EN SUS ESCLAVOS SEXUALES, ADEMÁS DE QUE A MUCHOS DE ELLOS LOS RECLUTARON, Y LUEGO LOS ABANDONARON A SU SUERTE. PARA MUCHOS DE ELLOS ESA SUERTE FUE SU MUERTE.
Juan Carlos Gutiérrez Cronista
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La camioneta se estacionó frente a la casa. Cuatro hombres descendieron del vehículo. Uno de ellos era uno de los comandantes del Frente Comuneros Cacique Guanentá del Bloque Central Bolívar de las Autodefensa Unidas de Santander, AUC. A este hombre, que no superaba los 50 años, de estatura mediana y contextura gruesa, se le conocía por ser ‘alzado’, arrebatado con las armas y sanguinario, una especie de alimaña que no temía mostrar sus dientes a pesar de los gritos de las víctimas, a quienes ordenaba torturar y asesinar a las afueras del corregimiento de Riachuelo, en el municipio de Charalá. De ademanes bruscos, era el único que no portaba un fusil esa tarde. Todos vestían de camuflado y se apostaron en la entrada de la humilde casa, flanqueada por un bonito jardín de flores, metidas en materos de diversos tamaños.
- Venimos por Lucía. Dígale que salga.
- Ella no está aquí, comandante.
Con un tono de voz valiente, el padre de la niña de 14 años la negó. Estaba parado en la puerta de su vivienda. Clavado como un árbol ante una recia tormenta. Miraba a los hombres armados con la expresión en el rostro de alguien que sabe que la muerte lo está rozando. El campesino recibió como respuesta un destello de agresividad contenida. Su rostro recogió una descarga de insultos, al tiempo que el comandante desenfundó su pistola. En un rápido ademán le apuntó a la cabeza. Entonces habló en tono más fuerte. Un silencio helado respondió. Lucía, escondida debajo de su cama, lo escuchó. Salió de su habitación rumbo a la camioneta. Caminó sin disimular la incertidumbre de sus pasos, entre el llanto impotente de una familia que solo podía mirarla con la angustia con que se tapa el miedo más profundo. Extraviada en las brisas de su infortunio se subió al vehículo preguntándose por qué ella. Interrogándose qué había hecho mal, en su corta vida, para merecer esta suerte.
Veinte años después, lejos de Charalá, Lucía se sigue preguntado lo mismo que cuando era una niña que solo pensaba en ayudar en los quehaceres de su casa y aprobar con buenas notas el octavo grado de bachillerato en el colegio del corregimiento. Como ocurrió ya en ocasiones anteriores, este hombre, días después, le permitió regresar a su casa. Agobiada, Lucía sabía que semanas después se repetiría la muchas víctimas de la violencia. Tiene un trabajo y sueña con esa tranquilidad que brinda una familia a lo largo de los años, tiene los brazos de un hombre que arropan las tristezas y le acarician con honestidad, un techo propio y un futuro para su hijo. Quiere sencillamente ser feliz, lejos de esos recuerdos de la violencia, que le alborotan algunas noches. Es valiente. Reclamó justicia y denunció a su victimario, pero hace un tiempo recibió amenazas. Este agresor, desmovilizado ahora y en una cárcel, el mismo que la secuestraba y la sometió por meses como su esclava sexual, la llamó un día a su teléfono celular. por un riguroso repaso de medidas elementales de protección. No está tranquila. Lucía cambió de domicilio y número telefónico. Escapó, como cuando tenía 15 años y su familia se dio las mañas de sacarla del corregimiento de Riachuelo, evitando los retenes de los paramilitares. Salvándole la vida, al tiempo que la apartaba de sus seres queridos, sus amigos, la infancia de su tierra, la historia de sus padres, los recuerdos de sus abuelos y los abuelos de sus abuelos, en esa región de clima agradable y bonitos atardeceres de Santander. escena. Una y otra vez, él volvería a secuestrarla en una de las fincas que los paramilitares tomaron por la fuerza en Riachuelo. Una vez más pasaría varios días en ese lugar sometida a los peores vejámenes.
- Hola Lucía. ¿Se acuerda de mí?
- Yo era de su propiedad. Eso me decía...
A sus 34 años, hoy Lucía ya es madre. Tiene una relación estable con un hombre que conoce parte de su pasado. Ella afirma que hay detalles de su vida que es mejor no contárselos a nadie. Recordar y narrar es difícil para
Lo recordó de inmediato. Ese escalofrío, todavía enredado en las telarañas de su memoria, volvió a atravesar su cuerpo. Esta vez, además de miedo, le revolvió la rabia acumulada por años en silencio. No era justo regresar al pasado. El abogado que era encargado de representando la entregó al desmovilizado en su prisión.
- Uno siente impotencia. Uno siente rabia. Desilusión. Uno confía en la justicia y mire lo que sucedió...
Veinte años después, muy lejos de Riachuelo, volvía a escapar. En la actualidad tiene miedo a los desconocidos. Desconfía de todos. Sus salidas a la calle siempre pasan
- Siempre me he preguntado ¿por qué yo? No me alcanzará la vida para superar todo eso. Usted no se imagina lo que uno siente cuando ve a su papá con una pistola en la cabeza...
Esa voz al otro lado del teléfono causó estragos en ella. Como un viejo cuchillo que no pierde filo a pesar de los años, le volvió a cortar la respiración. El hombre le aseguró que conocía dónde vivía y que poseía sus datos básicos, por ejemplo, la dirección donde residía. Fue contundente en su amenaza. Debía quedarse callada y retractarse de sus denuncias por violencia sexual.
El Frente Comuneros Cacique Guanentá, que fue perteneciente al Bloque Central Bolívar de las Autodefensas Unidas de Colombia, bajo órdenes de Rodrigo Pérez Álzate, alias ‘Julián Bolívar’, fue creado en abril de 2001, fecha en que llegó al corregimiento de Riachuelo, un caserío ubicado en lo alto de una montaña, lo que les daba un control del territorio en el ámbito militar en esta zona ganadera y agrícola, donde se destacan los cultivos de café, cítricos y caña de azúcar.
Riachuelo tiene una iglesia y un parque poblado de frondosos árboles, ubicado a 11 kilómetros del casco urbano de Charalá. Desde allí entonces los paramilitares controlaron casi que 33 municipios de Santander y alli trabajaron articulados con las estructuras de las Autodefensas que operaban en el área metropolitana de Bucaramanga, en una alianza con algunos miembros de cuerpos de seguridad del Ejército y la Policía.
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Estas iban desde sanciones físicas, como el permanecer amarrados en el parque principal por violencia intrafamiliar, hasta recibir azotes por señalamientos de robos o desórdenes, hasta la muerte si se iba y delataba a los paramilitares, sus ya oscuros negocios o se le señalaba como integrante de estar en la guerrilla.
Así le ocurrió a Julio César López, agricultor. Un familiar lo denunció ante los paramilitares por una riña familiar en esta zona de Charalá. Desde entonces, él debía presentarse mensualmente ante los paramilitares en Riachuelo y portar siempre una cinta de color rojo y blanco, según consta en una declaración ante un Tribunal de Justicia y Paz. El 17 de junio de 2003, a las seis de la tarde, fue abordado por hombres armados, quienes lo amarraron de pies y manos a un carro, luego lo arrastraron por la carretera a Riachuelo. Posteriormente se dio la orden de torturarlo con un cuchillo hasta darle muerte. Su cuerpo, según versiones de los desmovilizados, fue descuartizado. Sus restos fueron lanzados a una quebrada. Días después su familia encontró rastros de sangre y una de sus piernas. A la fecha el cuerpo de Julio
César López sigue desaparecido. El primer comandante general del Frente Comuneros Cacique Guanentá fue José Danilo Moreno Camelo, alias ‘Alfonso’. Carlos Alberto Almeida Penagos, alias ‘Víctor’, fue el segundo paramilitar al mando de esta gran agrupación armada. Él es señalado de cometer toda clase de vejámenes contra las menores de edad que estudiaban en el colegio del corregimiento. Ambos fueron asesinados por la agrupación al margen de la ley en los llamados “ajustes de cuentas”. Alias ‘Víctor’ es señalado de financiar, con el consentimiento de la entonces rectora del Colegio Nuestra Señora del Rosario, Lucila Inés Gutiérrez, reinados y bazares en el centro de enseñanza. Las estudiantes, contra su voluntad, debían recoger dinero supuestamente destinado para obras de la institución educativa.
Según reportes de la Comisión de la Verdad 70 niñas y niños, entre los 13 y 17 años de los municipios de Charalá y Coromoro (Corregimiento de Cincelada), en Santander, fueron víctimas de los delitos de esclavitud sexual, acceso carnal violento, tortura y prostitución forzada por parte de miembros del Frente Comuneros Cacique Guanentá de la Autodefensa Unidas de Santander.