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Detener el mundo a tu alrededor no es la solución para tu dolor

Capítulo 1: LA PESADILLA Estoy en mi habitación con Amelia, mi hermana pequeña, dentro del armario, ella se acurruca a mi lado y yo le tapo los odios. La protejo de todo lo que hay afuera. Papá de nuevo llegó ebrio, mamá estaba nerviosa, solo escucho la discusión, los gritos, el llanto. De pronto abren la puerta. Todo está borroso de nuevo. -Víctor, no hagas que me vean así. Por favor… Deja a Connor, es sólo un niño…- Los lamentos de mi madre me corroen las entrañas, siento como poco a poco me orino del miedo, aquel líquido caliente me dice aquello que ya sé, soy el siguiente. Me despierto sudando, con un nudo en la garganta, una pesadilla de nuevo. Un recuerdo amargo de mi infancia desdichada, tan real que hace que me estremezca. Julia, mi esposa, está a mi lado, acariciando mi cabello húmedo aún. Desde hace unos meses, han vuelto las pesadillas, los recuerdos de todo aquello de lo que huí y pienso estoy empezando a perder la cabeza. Esta ansiedad no me deja concentrarme, no me deja ser yo. A la mañana siguiente, despierto, y percibo el olor de algo chamuscado. Es el olor de las tortitas quemadas de mi esposa, quien a pesar de no ser una buena chef es la mejor arqueóloga de toda la ciudad de Los Ángeles. Saco las galletas que compré ayer al salir del trabajo, y se las entrego ambas en cuanto llego a la cocina. Me abrazan y me besan como agradecimiento a ello. Julia se va primero a trabajar y me avisa que pasará por Trinity comprando un café con su mejor amiga, Pilar, y me recuerda que tengo recoger a la niña de la escuela. Capítulo 2: LA TRAICIÓN Espero a que llegue Miguel, un niño de la edad de Fátima, nuestro vecino. Él y su madre la llevan siempre a la escuela puesto a que son compañero de clase. Miguel es un muchacho moreno, sus ojos oscuros parecen dos agujeros negros, pero su sonrisa refleja tanta inocencia... tanta bondad al igual que su madre, que confío en ellos con toda plenitud. Cuando llegan me despido y subo al coche a toda prisa. Subo al tercer piso de Boofle, la compañía de libros donde trabajo, y entro a mi despacho. Hace días que no presento ningún proyecto, me siento hastiado, irritado, agotado. Mis compañeros me saludan con cálidas sonrisas y palmadas en el hombro. -Buenos días, Benett. -Buenos días, Sr. Bennet -¿Qué más Bennet?

Contesto a todos con una amplia sonrisa, después de todo, soy la persona más afable y risueña de toda la oficina. Al menos, casi todo el tiempo intento serlo. A las 3 salgo de trabajar, una hora antes de lo acostumbrado, afortunadamente he podido encontrar varias ideas para la próxima campaña, al menos tengo mi empleo asegurado. Debería ir al psicólogo por estos sueños extraños… ¡Oh no! ¡Casi olvido recoger a mi hija! Fátima, mi niña amada, tiene los ojos color mar como su madre, y mi nariz, respingona y colorada cuando se enfada, la gente dice que, a pesar del color de los ojos, pues yo los tengo negros, tiene mi mirada: perdida, misteriosa. Me cuenta que ha tenido un gran día hoy, le propongo llevarla a comer algo, pero está cansada así que decidimos comprar comida china e ir a casa a ver una película. De camino al coche me detengo en múltiples ocasiones a ayudar una que otra persona anciana, y les doy limosna a aquellos que la piden, no es que el dinero me sobre, pero sé lo que no es tener nada. Le envío un mensaje a Julia, pero no le llegan los WhatsApp, seguramente está ocupada… Oscuridad. El sonido de varias sirenas. Aquel dolor en todo el cuerpo y los sollozos de mi madre de nuevo. Un sonido incesable de pi- pi- pi que indicaba la actividad eléctrica del corazón destrozado de un niño que sufría violencia intrafamiliar. Un caso completamente devastador, decían todos aquellos médicos, enfermeros, policías, pero nadie me ayudó. Mi padre siempre había sido un fenómeno intelectual, que lastimosamente había embarazado a su novia y había tenido que renunciar a sus sueños. Todo el mundo lo había forzado a casarse y “hacerse cargo de su familia”. Obviamente al ser mi madre perteneciente a una familia pudiente, recibían todos los meses dinero de parte de mis abuelos, dinero con el cual mi padre salía a la cantina y regresaba días después a agredirnos a mi madre y a mí. A Amelia nunca la encontraba porque teníamos una variedad muy ocurrente de escondites para ella. Finalmente, un día mientras dormíamos, esa bestia se llevó a mamá y días después encontraron sus cuerpos. No había soportado el dolor de haberla matado y se suicidó. ¿Acaso la quería? Jamás supe entender su manera de amar, numerables veces me encontré divagando sobre ello. A mí y a mi hermana, Amelia, nos enviaron a vivir con los abuelos, que se hicieron cargo de nosotros con todo el amor que no le pudieron dar a su hija en sus últimos años de vida, si es que eso se podría llamar vida...

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De pronto vuelvo a la realidad, Fátima a mi lado. -Papi, ¿estás bien? No recuerdo nada de lo que ha pasado, estamos en el auto, parados en medio del estacionamiento de mi edificio. ¿Qué me pasa? ¿Cómo llegamos hasta aquí? ¿En qué momento conduje hasta aquí? Me siento como si estuviese en piloto automático, puedo escuchar mis pulsaciones y el eco de mi corazón. Me quedo en blanco por unos instantes. -Sí cariño, sólo me siento un poco mareado. -Contesto después de unos segundos. - ¿Cómo cuando nos subimos a la montaña rusa y casi vomito? - Su rostro inocente se ve contrariado, así que no quiero preocuparla. -Sí, pero no es nada, subamos a ver a mamá, seguramente ya haya llegado. - Le digo con una sonrisa que la sosiega. Subimos las escaleras, el ascensor hace días que nos funciona. Me encuentro a Emilio, el casero, un mexicano amargado que siempre está más pendiente de cobrarnos que de arreglar los imperfectos del apartamento, y le recuerdo lo del ascensor. Sólo asiente y me dice: “Dinero”. Extiende su mano vacía y le digo que ya pagamos la anterior semana por adelantado lo de este mes. Deslizo la llave entre la cerradura y la giro suavemente, a veces mi esposa llega demasiado cansada, no quiero despertarla. A medida que voy entrando voy viendo ropa de alguien más tirada sobre el suelo, le pido a Fátima que vaya a saludar a Miguel y a su madre, Sofía. Ella desaparece en cuestión de segundos... El perfume y la voz de un hombre inundan toda la casa, no puedo, no quiero creerlo. De repente sale un hombre de más o menos unos 25 años, con pinta de ser instructor de zumba o algo así, me mira sorprendido... -Hola, soy Miles. -¿Julia...? Sale mi esposa con el cabello mojado y no sabe qué decir. Se limita a mirarnos al desconocido y a mí, finalmente mira al piso unos instantes y a mí de nuevo. Por supuesto dice la misma excusa de todas las telenovelas: -Connor, no es lo que... Pero el desconocido la mira desconcertado y le pregunta si acaso soy su marido, comienza a reprocharle que jamás habría hecho eso de saber que era una mujer casada y comienzan las disculpas. Tanto él como ella me piden disculpas. Yo estoy anonadado. No hago más que negar con la

cabeza, no lo puedo asimilar. Luego me cuenta que es el nuevo pasante que vino de Nueva Zelanda, que tras un nuevo hallazgo el jefe los invitó a un par de copas y que el alcohol se les subió a la cabeza, que todo se trataba de un malentendido, que Miles no sabía que estaba casada y no se le ocurrió preguntar. De pronto mi corazón se ralentiza, mis movimientos se descoordinan, una furia incontrolable me ciega, me atrapa, me desconcierta. No puedo escucharlos más. Salgo con paso firme de la habitación. A pocos pasos de la puerta, decido regresar y pedirles a ambos que para cuando haya regresado con Fátima del parque, ya se hayan marchado. Le miento a Fátima y le digo que tengo muchas ganas de ir a comer al parque, y que mamá no está. Salimos, caminamos, charlamos. Un paso, otro paso, otro, otro más. Me inundo en otra laguna mental que se lleva mi conocimiento de aquel lapso de aproximadamente 10 minutos. Una muchacha radiante, de cabello castaño rojizo y anteojos, todo el día metida en la biblioteca de la Universidad, jamás pude dejar de observarla con fascinación. Su nariz puntiaguda y su risa escandalosa. Su manera de contonear las caderas al caminar y acomodar los mechones de su cabello tras la oreja. Pero sobre todo esa inteligencia, esa astucia que tanto la caracterizaba, era una mujer curiosa, determinada, tajante, luchadora. Realmente se esforzaba, era una pueblerina que había venido a Los Ángeles a lograr su sueño de ser arqueóloga, trabajaba en las noches y durante el día estudiaba. ¡Y vaya si estudiaba! Tenía el segundo mejor promedio de la carrera. Recuerdo bien como la conocí. Desde el primer instante me di cuenta de su originalidad. Aquella manera graciosa que tenía de estornudar, como si fuera un conejito. Su brillo de labios, sabor a canela. La manera extraña de llevar siempre un cigarrillo para nunca encenderlo. Su loción de sandía. Todo en ella gritaba fuego, un fuego acogedor, vibrante, pero también un fuego peligroso. Nuestro primer beso fue el día de nuestra graduación, me arriesgué a confesarle mis sentimientos porque pensé que no la volvería a ver jamás... Meses después nos casamos. Siempre fui el tipo de persona que sentía el doble, amaba y admiraba el doble que el resto de gente. -¿En qué piensas papi? ¿Por qué no comes? ¿Estás triste? No recuerdo en qué momento sacamos la comida de la bolsa y me senté. Intento comer pero todo sabe insípido. Trato de no demostrar mi penuria

ante Fátima. -¡Qué delicioso está todo! Mmm… Con una sonrisa asiente. El día transcurre sin novedades y al llegar a casa ya no hay nadie, tengo que soportar a la pequeña preguntando por su madre, quién llega después de haberla acostado. Una hora después llega mi esposa infiel. -Connor… Yo te amo… -Hubieras pensado eso antes de engañarme. - ¡Es que no entiendes lo difícil que ha sido despertar todas las noches por tus pesadillas, desear abrazarte fuerte y que me alejes! Ni siquiera me miras, estás aquí, pero te siento lejos, mucho más que si estuvieras a millones de kilómetros… ¿Acaso ya no te gusto? ¿Es eso? ¡Respóndeme! ¿Acaso mi amor por ti ya no basta? ¿Ya no me amas? ¿Es eso? - De repente puedo ver su rostro envejecido mil años en un instante. Sus ojos azules son dos pozos de incertidumbre y arrepentimiento. - No sé qué más pensar, me estoy ahogando en este vacío que es quererte y que me demuestres que te amo cada dos meses, quiero sentirme deseada, amada. Soy una mujer poderosa, y si no me quieres dímelo, para buscarlo en otro sitio. ¡Porque de verdad estoy harta de sentirme como una piltrafa todos los días! - Y entonces se derrumba por completo, mientras yo la admiro desde el otro lado de la habitación. - ¿Por qué no me dijiste como te sentías? - ¡Es una pregunta estúpida!, ella nunca ha sabido demostrar sus debilidades, y esto puede jugar tanto a favor como en contra de sí misma. - Jamás creí que te hacía tanto daño, estaba tratando de que mis recuerdos y pesadillas no afectaran mi vida, pero ya veo que no funcionó... Hasta hace tres meses todo estaba bien, pero entonces buscando inspiración para un libro encontré una fotografía de mi familia. Todos aquellos recuerdos y sensaciones que creí haber enterrado, emergieron como un iceberg y me desestabilizaron. De pronto todo era lúgubre, traté de que no se notara. Pero fue imposible. Soy incapaz de continuar. Y acabo de arruinar lo único que me hacía querer estar vivo. No deja de llorar. Comienzo a hacer mis maletas, no puedo seguir viéndola, es un dolor tan inmenso el puñal de la traición. Comprendo mi culpa, pero ¡yo nunca le pedí nada más que su amor! ¡Siempre la apoyé y animé a superarse! Después de todo a todos los corruptos, mentirosos, infieles, rencorosos, les va bien...

Mentalmente le dedico a Dios varias plegarias para que todo esto no sea más que una pesadilla. Capítulo 3: DAÑOS COLATERALES Decido marcharme a Phoenix a la casa que heredé de mis abuelos. No puedo dejar de pensar en Julia y mi hija. Voy a pedirle el divorcio y darle la custodia de Fátima. No quiero que presencie discusiones o tenga que pasar mil una vez por los juzgados. No quiero arrebatarla del lado de su madre. Yo sólo necesito espacio, necesito pensar y analizar mi situación. El mundo está repleto de oportunidades de vivir, de sentir y experimentar, pero nadie se detiene a pensar en los daños colaterales de sus acciones. A veces actuamos por instinto, otras, poniendo por encima las emociones primarias: felicidad, tristeza, miedo, ira, asco, sorpresa... y amor. Es imposible para mí olvidar esa sensación que invadió todo mi cuerpo durante tantos años, tan inmensurable, como infinita. Sentía unas ganas inmensas de tocarla todo el tiempo, ya que su tacto cálido era capaz de derretir todas las barreras que había construido yo mismo, para aislarme del dolor. Tanto, que desde el primer instante quise derretirme a sus pies para toda la vida, la llama de su cabello, avivó mi corazón marchito. Una vida a su lado era mi único anhelo. Lo pensé mil veces y mil veces la elegí. Temí el hecho de haberle entregado la daga con la cual podría herirme en cualquier momento, pero no lo hizo hasta hace poco. ¿Culpa mía? ¿Culpa suya? ¿Qué falló? Es fácil echarse la culpa el uno al otro, el ser humano es bueno culpando, pero flaquea a la hora de aceptar sus errores. Siento un hueco profundo en el pecho, dicen que es un corazón roto, pero a mí personalmente, me duele todo el cuerpo, cada átomo que conforma mi ser. Ha pasado una semana y he bajado 6 kilos, las ojeras y los ojos rojos e hinchados de tanto llorar me hacen ver como un adicto al crack. Hace días que no me baño, me duele el pecho frecuentemente, anoche pensé que me iba a dar un infarto, empecé a temblar y el hipo era tan fuerte que me dolía el pecho demasiado, pensé que moriría. Quizás sea lo mejor. Fátima cree que la abandoné, Julia llama todos los días para pedirme perdón, ¡como si no fuera ella quien fue la primera en tirar lo nuestro por la borda! Mis amigos llaman innumerables veces para invitarme a bares, viernes por la noche y no he comido algo decente hace tiempo. Decido bañarme, afeitarme, vestirme y salir por algo de comida.

Julia me llama para hablar, ha tenido un pésimo día. Pero le contesto cortante y le cuelgo a mitad de la conversación. Entro a la ducha. Muchas gotas caen sobre mi piel, mi mente está en todos lados menos en el baño, está con Julia, con Fátima, con mi infancia, con el sentimiento de ser insuficiente y rabia. Rabia, porque también fue mi culpa, por permitirle entrar en mi corazón y dejarme vacío. Rabia, por no haberla escuchado, por haberla hecho sentir así. Elijo una camisa blanca y unos jeans ajustados. Me pongo perfume y estoy a punto de salir cuando suena mi teléfono. Bip. Es entonces cuando la peor noticia llega a mí por medio de aquella llamada telefónica. La mujer a la que tanto amé, se acaba de suicidar. Un momento. ¿En la bañera? ¿Mensaje para mí? ¿Dónde está mi hija? No, no puede ser. No es cierto. Ella está bien, recién hablamos. No. No es cierto. ¡No lo es! Me duele el pecho de nuevo, no, me niego a creerlo. ¿Es mi culpa? Quizá si no me hubiera ido, o si la hubiera escuchado, si le hubiera prestado atención... Capítulo 4: BIENVENIDO A LA CALLE DE LA CONFUSIÓN De camino al hospital en mi coche, tiemblo fuertemente. Pero a punto de llegar a estacionarme, la veo, la siento. La saludo agitando la mano y asiente con la cabeza. ¡Todo era mentira! ¡No está muerta! - ¿Dónde están el resto? ¿Es una broma? Ella sólo me mira y toca mi mano. Al llegar al hospital Julia desaparece con sentido a emergencias. Hago lo mismo, pero no la encuentro. Pregunto a varios médicos si han visto a alguien con su descripción, pero todas las respuestas son negativas así que me centro en encontrar sus familiares que se empeñaron demasiado en hacer parecer esta broma tan real. Al llegar a la morgue encuentro a toda su familia, hay alguien en la camilla, pero no logro ver de quién se trata, quizás sólo un maniquí. Mis ideas están atolondradas y no puedo reaccionar, mi cerebro no puede identificar su rostro o el de cualquier otra persona. Fingiendo que no pasa nada, procedo a salir. A partir de ahí todos mis recuerdos son vagos, confusos, borrosos. Luego empiezo a transpirar demasiado, mi pecho se agita, como si se tratase de un balón de baloncesto golpeándome las costillas, pum-pum-pum-pum-pum. Me olvido de cómo respirar y siento como la sangre de pronto corre demasiado rápido por todo mi cuerpo, intento respirar, pero no lo consigo. Escucho y veo todo a mi alrededor como un sujeto omnisciente, y entonces caigo al suelo. Varias enfermeras acuden en mi auxilio sin dudarlo dos veces.

A la mañana siguiente llegan varios familiares de Julia, sus padres organizaron un gran evento donde todos íbamos de negro, me preguntaban cosas confusas. He vuelto a ver a Julia, hemos hecho las paces. He vuelto a casa con ella y Fátima, pero se marcha en las noches y me toca hacer dormir a la niña. Estos días no me relacioné con nadie más que con su hermana pequeña Marisa, que me decía cosas que no entendía en absoluto. La gente me abrazaba, pero no recuerdo si acaso era mi cumpleaños. Todos de negro… Todos llorando… Todos añorando a alguien. Hasta yo. Estoy confundido Me fui antes de que sacaran algún pastel. Pero había un féretro en una sala aparte. Jamás me atreví a ver qué yacía allí. No recuerdo nada más, mis recuerdos son vagos y borrosos. Los siguientes días veo a Julia vagando por la casa, no come, a veces se acuesta al otro lado de la cama, no hablamos. Últimamente pienso demasiado, imagino situaciones que podrían pasar, siempre negativas, a mi cerebro masoquista le gusta el dolor. Me sumerjo en el alcohol y el tabaco en las noches que no puedo dormir. Por momentos mi esposa desparece y me quedo sólo con los muebles roídos de mi desván. Capítulo 5: ACEPTAR LA REALIDAD Últimamente sólo siento melancolía, un dolor intenso que me aplasta las ganas de levantarme. Pero luego veo a mi esposa y charlamos por un par de horas, a veces hasta Fátima se sorprende de ello. Todos se han ido y vuelve a la normalidad todo. De pronto suena el timbre y llegan dos individuos con trajes cafés horteras… ¡Lo que faltaba! Seguramente son testigos de Jehová. Me observan con intriga y me preguntan que por qué no he ido a cancelar el pago del ataúd. -No hemos enterrado a nadie- le contesto. -La familia está completa. Me siguen la corriente y hacen preguntas cómo dónde está Julia, les digo que está en la cocina. También me preguntan sobre mi rutina y les contesto con toda la naturalidad del mundo que todo ha vuelto a la normalidad. Me miran petrificados, confundidos y uno de ellos anota algo en su minúscula libreta. Les ofrezco algo de té, pero me notifican que pronto se irán. Ignoran a Julia a pesar de que se pasea por toda la casa. Más tarde salgo al supermercado, con mis dos mujeres hermosas. No he visto a Julia ir a trabajar estos días, pero el dinero sigue llegando, en muchas cantidades. Ella me coge la mano y nos paseamos por todo el lugar, le enseñó varias cosas, y ella me sonríe todo el tiempo. De alguna manera no me ha hablado desde que me la encontré aquella noche al llegar a

emergencias. Varias personas mayores me miran con horror cuando la acaricio. Se ofuscan cuando la tomo de la mano. Y fruncen el ceño cuando le enseño una que otra cosa. ¡Qué extraño es todo esto! ¡Y ella sigue sin hablar! -¿Acaso te comió la lengua un ratón?- ella sólo mira hacia otro lado, es tan hermosa y ha estado conmigo todo este tiempo. Lo mismo pasa cuando vamos a otros lugares. Me siento tan seguro, tan amado. Estoy más tranquilo con ella a mi lado. Al llegar a casa siento un vacío enorme, y vuelvo a transpirar. Hago lo que puedo por calmarme y no lo consigo. Julia se acerca y me toma el mentón. -Cariño, ya déjame ir. -No comprendo. ¿A dónde te quieres ir? No ha pasado nada. -Dentro de diez minutos, van a llegar varias personas a examinarte. Tienes que decirles que he muerto. -¿Por qué habría de mentir? -Cariño, siento mucho todo el dolor que te causé. Pero mi muerte fue real. Tenía demasiadas penas que me aquejaban y tú nunca lo viste. Nadie de hecho. Despierta. Sal de la burbuja en la que nos has metido. Sal de este círculo vicioso en el que te has metido. Hay gente que quiere quitarte la custodia de nuestra hija porque piensan que estás loco. No dejes que el dolor te enloquezca, cuídala, es el único recuerdo de nuestro amor. No creen que estés capacitado para cuidarla, pero yo sí. -Pero… Pronto se desvanece y sé que esta será la última vez que la veré. Si ella está muerta, no ha sido más que un mecanismo de negación contra la realidad. Una realidad tan oscura y triste que me hace querer rendirme, sucumbir al pesimismo del que su recuerdo y presencia me protegían. Miles y miles de lágrimas comienzan a caer de mis ojos encharcados. Comienzo a analizar todas y cada una de mis conductas. ¡Por eso la gente de miraba de aquella manera! ¡Parecía un completo lunático! Me autoconvencí de que nada había pasado porque no quería afrontar el tener que no volver a ver al amor de mi vida. La gente me miraba extrañada porque no la veían, no la veían, pero yo sí. Quizá Julia nunca estuvo y solo me estuve engañando a mí mismo, y quedando ante todo el mundo completo desquiciado. Un millón de sensaciones ahondan mi ser y de pronto, empiezo a comprender todos los errores que cometí las últimas semanas. Resuelvo ir a un psiquiatra, en los siguientes meses. Visito con mi amada

pequeña y a su madre, en su tumba, todos los días. Retomo mi relación con Amelia, mi hermana. Poco a poco voy retomando mi vida y resolviendo mis traumas. No puedo escapar de la realidad, tengo que afrontarla, tengo que luchar. Dejo de tener lagunas mentales, ahora puedo dormir bien. Cuando voy a ver a Fátima todos los días después de clases, le hablo de Julia, de la luz que trasmitía tu sonrisa. No quiero que me olvide. Le cuento qué tal me ha ido en el trabajo y le cuento historias o vemos alguna película de Netflix. Miguel, su amigo, y Sofía su madre, han sido un apoyo incondicional. Todos los fines de semana salimos a visitar la naturaleza. Capítulo 6: QUERIDA JULIA Han pasado los años, y estoy en mi escritorio trabajando. Hoy, hace tres años, perdí a mi Julia. Ella misma, valiente y cobarde, se quitó la vida en una bañera llena de agua de la llave y sus ojos.

Le he escrito una carta, dice así: Querida Julia, te amo y siempre lo haré con todo mi corazón. Acepto mi culpa en lo que le pasó a nuestra relación. Lamento el hecho de no haberte prestado atención y hacerte sentir como dices en la nota que dejaste, eres una mujer y una madre maravillosa. A pesar de los errores te perdono y te extraño. A veces todavía te veo entre la gente, te siento cuando me río tanto que me duelen las costillas, cuando escucho esas canciones de amor cursis, y en Fátima, cuando sonríe, cuando me abraza, te siento a cada paso que doy, pero al fin he aceptado la realidad. Te cuento un poco de nuestra vida, nuestra hija es una gran cantante, y una genio con las matemáticas. Quiere aprender judo porque vio que Peyton List tomó clases de judo a los 13. La complaceré, no te preocupes, pero también estaré ahí por si un día se aburre, o le va mal. He conseguido un empleo mejor que Boofle, oficialmente redactor jefe. Decidí ampliar mis horizontes y nos mudamos a España ¡ostia tío! Como dirías tú. He intentado conocer algunas mujeres, pero no compaginamos como tú y yo, y eso está bien. Pero sé que algún día llegará alguien. A veces imagino que te has ido por un hueco pequeño de la bañera, flotando al mar... Eres como el mar, indomable, brava, libre. Gracias por enseñarme a amar y darme tantos años de tu vida. Ahora sé por todo lo que tuviste que pasar, te entiendo un poco mejor, éramos dos personas lastimadas tratando de reconstruirse y acabamos colapsando. Tú me enseñaste que la solución al dolor no es detener el mundo a mi alrededor.

Fin.

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