Vida Familiar - La Familia y la intercesión (Febrero 2014)

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Semana de la Familia: 8-15 de febrero de 2014


INTRODUCCIÓN

«Así que somos embajadores de Cristo, como si Dios os exhortara a vosotros por medio de nosotros: En nombre de Cristo os rogamos que os reconciliéis con Dios» (2 Cor. 5: 20). La familia cristiana tiene una bella misión que cumplir: la reconciliación entre Dios y los hombres. Hermosa labor; pero a la vez, difícil misión. Como todo lo que merece la pena, requiere esfuerzo y dedicación, entrega y pasión. La familia es el núcleo elegido por el Señor como centro de elaboración de los mejores proyectos: realización personal, formación del carácter, y positiva visión de la sociedad y de la naturaleza. El objetivo es tan elevado que, aun con todo el interés puesto en ello, no se cubrirán todas las necesidades. La preparación continuada de los padres y, a su vez, la preparación transmitida a los hijos, redundará, evidentemente, en la consecución de este objetivo. Y eso es lo que nuestro buen Dios desea, una intercesión, una influencia positiva entre las familias y Dios. Que mediante esa intercesión, muchos comprendan que hay una forma distinta de vivir. El cristiano tiene la labor de ayudar a rescatar a los seres humanos de la infelicidad que asola la humanidad. «Hoy como en el pasado, todo el cielo espera ver cómo la iglesia se desarrolla en la verdadera ciencia de la salvación. Cristo ha comprado la iglesia con su sangre, y anhela vestirla de salvación. La ha hecho depositaria de la verdad sagrada, y desea que ella participe de su gloria. Pero para que la iglesia pueda ser una potencia educativa en el mundo debe cooperar con la iglesia en el cielo. Sus miembros deben representar a Cristo. Sus corazones deben abrirse para recibir todo rayo de luz que Dios tenga a bien impartirle” (Review and Herald, diciembre de 1900). En esta Semana de Oración de la Familia, se nos recuerda que debemos cumplir una misión: la intercesión. Que cada uno responda es decisivo para la eficacia y el éxito del objetivo. Deseo y pido a Dios que cada miembro contemple este llamamiento personal como un aviso de parte del Espíritu Santo para llegar a tantas almas que están suspirando por dar un sentido pleno a sus vidas. Ministerio de la Familia

Contenido 3 Primer sábado mañana La fuente de la intercesión 5 Primer sábado tarde El poder de la oración Director de la revista: Antonio del Pino

EQUIPO EDITORIAL: Coordinación de producción: Esther Amigó Coordinación editorial: Alejandro Medina Editora: Raquel Carmona Diseño y maquetación: Javier Zanuy Publica: EDITORIAL SAFELIZ Pradillo, 6 - Pol. Ind. La Mina 28770 Colmenar Viejo, Madrid (España) tel. [+34] 918 459 877 fax [+34] 918 459 865 e-mail: admin@safeliz.com www.safeliz.com Promueve: MINISTERIO DE LA FAMILIA

COLABORADORES: Simona Adriana Anca Roberto Badenas Jesús Calvo Luis Alberto Fernández Antonio Martínez Javier Moliner Antonio del Pino Remus Soares Elena White Año 6 / nº 6

8 Domingo La formación integral, base para crecer en la intercesión 11 Lunes Intercesión por los familiares no creyentes 14 Martes Bienvenidos a mi hogar 17 Miércoles La intercesión por los excluidos sociales 20 Jueves La familia cristiana, una influencia beneficiosa para la sociedad 22 Viernes La Familia y la misión 24 Segundo sábado Intercediendo por la unidad en la iglesia

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Primer sábado mañana

La fuente de la intercesión

A

ntes de adentrarnos en este tema, me gustaría introducirlo con una historia que pudiese involucrarte a ti. No es un caso real, pero sí refleja una realidad. Supongamos que has sido condenado a ir a la cárcel por cometer un delito. La pena que se te ha impuesto es de 15 años de prisión y la causa ha sido el atraco a un banco a mano armada. Llevas ya un tiempo en prisión y, habiendo aprendido el sentido que tiene el respeto a la propiedad ajena, tienes un sueño: salir de la prisión para rehacer tu vida. ¿Cómo conseguirlo? Si quieres hacerlo de forma legal, solo hay un camino: el indulto. Pero, ¿cómo gestionar un indulto? ¿Cómo hacer que siga su cauce reglamentario de forma que se cumpla tu sueño? Hay algo que debes recordar, tú no puedes solicitar tu propio indulto, necesitas a alguien que actúe en tu lugar. Esa persona es un intercesor. Como habrás notado, el ejemplo que acabamos de considerar lo que pretende es situarnos en la escena para que podamos comprender el concepto de “intercesión”. Si queremos resumirlo con una corta definición, podríamos decir que interceder es la acción que ejecuta una persona en lugar de otra, suplicando o defendiendo el caso de esta, guiado por el amor y la misericordia.

El concepto teológico

Lo que acabamos de ver intenta mostrar nuestra realidad a nivel teológico. La Escritura es clara: cada habitante de esta tierra es culpable de desobedecer la ley divina. A esta desobediencia se le llama pecado y es tan grave este acto, que la pena asignada no es simplemente la muerte, sino la destrucción. Es decir, llegar a ser como si nunca hubiésemos existido. ¿Cómo salir de esta situación? ¿Cómo cambiar el rumbo de nuestra existencia? Un día, alguien que está fuera de la prisión mandó un escrito que decía: “Nadie podrá salir con vida de esta cárcel, pero si queréis, después de la muerte yo puedo daros nueva vida y recuperar vuestra libertad”. ¿Qué ha ocurrido con este escrito? Unos lo creen, mientras que otros, no. A los que creen se les llama creyentes porque aceptan algo que no han visto, a los otros se les llama incrédulos. Este es, de forma muy resumida, el mensaje que el Señor nos da en su Palabra.

Nuestra condición

¿Por qué necesitamos un intercesor? Por dos motivos: 1) Porque el perdón no se alcanza simplemente con un “te perdono”. Es necesario cumplir con una condición, que alguien que sea inocente pague con su vida. Como puedes ver ninguno de nosotros

cumplimos esta condición de inocencia. Y ¿por qué esto tiene que ser así? Porque la ley así lo exige. Pablo lo dirá de la siguiente manera: «Porque la paga del pecado es muerte» (Romanos 6: 23). En otro lugar dirá: “Sin derramamiento de sangre [inocente] no hay perdón» (Hebreos 9: 22). 2) Nosotros no podemos gestionar nuestro propio indulto (perdón), necesitamos que alguien diferente a nosotros: santo, inocente, sin mancha, apartado y sublime, lo haga en nuestro lugar. Necesitamos, pues, una ayuda de alguien que, rebasando el ámbito humano, interceda por nosotros delante del trono de Dios. ¿Quién es ese alguien? Jesús, él es el único que cumple los requisitos necesarios para hacer realidad nuestro sueño. Como puedes imaginar, este acto es un acto de amor y de misericordia; de amor, porque el precio que hay que pagar es muy alto: morir en nuestro lugar; y de misericordia, porque nosotros, al ser culpables, merecemos el castigo.

La actitud del creyente

Considerando nuestra condición, ¿qué actitud deberíamos tomar? Sin lugar a dudas que nuestra actitud debería cumplir tres requisitos: agradecimiento, humildad y sencillez. De agradecimiento porque lo que se está haciendo por nosotros es sublime y de un valor incalculable. De humildad porque sabiendo que nosotros somos incapaces de hacer nada, deberíamos despojarnos de todo orgullo; y de sencillez porque nuestra vida debería tener un solo propósito: depender de Dios y hacer todo lo que él nos pida.

La actividad intercesora

La intercesión de Jesús por nosotros supone tener en cuenta un concepto que no deberíamos olvidar nunca: reparto de responsabilidades. Cada creyente debería tener claro el papel que tiene Dios y el que tenemos nosotros. Traigo a vuestra memoria una declaración del Espíritu de Profecía que dice: «El secreto del éxito estriba en la unión del poder divino con el esfuerzo humano» (Elena White, Patriarcas y profetas, págs, 543, 544). ¿Qué quiere decir Elena White en esta cita? Justamente lo que acabamos de mencionar, que Dios y nosotros tenemos una obra que hacer; pero, ¿esa obra es la misma o es diferente? Aunque forma parte del mismo todo, podemos decir que ¡es diferente! De manera que cuando cada uno haga lo que le corresponde… la obra de Dios se hará. ¿Cómo reparte Dios su obra? De dos maneras:

Jesús Calvo Presidente de la UAE.

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a. La obra de salvar. La parte que le corresponde a Dios tiene que ver con una obra que nadie puede hacer sino él: salvar. La Escritura lo ratifica con ese «¿Quién podrá salvarse? Lo que es imposible para los hombres, es posible para Dios» (Lucas 18: 26, 27). Es bueno aclarar que, en esta labor, lo único que se le pide al hombre es creer. Por eso, cuando se habla de salvación, la Escritura dice siempre que esta es por fe. Quiere esto decir que no es un tema de obras. Pablo lo confirmará en su carta a los Efesios diciendo: «Porque por gracia habéis sido salvados mediante la fe; esto no procede de vosotros, sino que es el regalo de Dios, no por obras, para que nadie se jacte» (Efesios 2: 8, 9). b. La obra de testimoniar. Las obras no son el pago por algo que se está haciendo por nosotros sino que cumplen otro papel muy diferente e importante: el testimonial. Es decir, las buenas obras son la expresión de agradecimiento por lo que se hace en nuestro favor y sirven para dar luz a los que viven en la oscuridad. Jesús lo expresó muy bien: «Así alumbre vuestra luz delante de los hombres para que viendo vuestras buenas obras glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos» (Mateo 5: 16). ¿Qué ocurre cuando las obras no se enfocan bien? Que estas, sin darnos cuenta, anulan el efecto de la salvación. Es decir, perdemos el espíritu de agradecimiento, de humildad y de sencillez y nos volvemos exigentes, orgullosos y complicados. Por eso es bueno reflexionar en esto y poner cada cosa en su sitio. Solo así el planteamiento divino producirá en nosotros el efecto deseado.

Cualidades de un buen intercesor

No es suficiente con que alguien quiera convertirse en intercesor. Es necesario que el que va a interceder posea ciertas cualidades que ofrezcan garantías de éxito a su labor. Por eso creo necesario considerarlas aquí para ver que Jesús las cumple todas. Este hecho pondrá paz y confianza en nuestra vida. ¿Cuáles son estas cualidades? Son cinco: 1. Conocimiento. Jesús habló a sus discípulos y les dijo: «Y esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien tú has enviado» (Juan 17: 3). Es bueno recordar que la intercesión supone un conocimiento pleno de nosotros por parte del que nos representa. Recordad aquellas palabras de Jesús: «Aun los cabellos de vuestra cabeza están contados» (Lucas 12: 7). Esto nos muestra no solo que Jesús 4 vf

nos conoce, sino que nos conoce mejor de lo que nos pensamos y, por supuesto, mejor que nosotros mismos. 2. Proximidad. Con frecuencia somos tentados a creer que el Señor está lejos de nosotros y tenemos que vivir nuestras penas solos. Esto no es cierto. ¿Cómo puede conocernos, cómo puede comprendernos si no está a nuestro lado? ¿Quién crees que te levanta cuando te caes? ¿Quién crees que te reanima cuando la tristeza intenta ahogar tus ilusiones? Es él y lo hace porque está a tu lado. Qué bien vienen las palabras que Jesús pronunció antes de irse: «Y os aseguro que estaré con vosotros siempre, hasta el fin del mundo» (Mateo 28: 20). 3. Misericordia. Esta tiene que ver con el trato. Es decir, tener misericordia con alguien consiste en tratarle mejor de lo que se merece. Necesitamos recordar que Jesús usa con nosotros la misericordia. Por eso nos trata no como merecemos sino como necesitamos. ¡Qué bueno es tener esto en cuenta! Me gustan las palabras de Pablo: «Acerquémonos confiadamente al trono de la gracia para recibir misericordia y hallar la gracia que nos ayude en el momento que más la necesitemos» (Hebreos 4: 16). ¡Qué bonita recomendación! 4. Comprensión. La comprensión tiene que ver con entender por qué sucede lo que sucede. Aclaro esto, no se trata de aceptar sino de entender. Es bueno considerar cómo somos, porque necesitamos saber que no es fácil comprender al ser humano. Estamos llenos de defectos que nos hacen despreciables, y si no fíjate en la siguiente lista: somos débiles, inconstantes, desobedientes, rebeldes, cambiantes y podríamos seguir con un largo etcétera. Es decir, tenemos tantos defectos que no hay por dónde cogernos. Pablo llegó a expresarlo de una forma muy clara: «No entiendo lo que me pasa, pues no hago lo que quiero, sino lo que aborrezco. [...] ¡Soy un pobre miserable! ¿Quién me librará de este cuerpo mortal?» (Romanos 7: 15, 24). El Señor puede ver más allá de lo que nuestros ojos nos permiten, por eso es capaz de comprendernos. Él sabe que mientras vivamos en este mundo es fácil ser esclavos del pecado, que no es fácil ser como uno desearía ser. Él conoce el poder que tiene la tentación en nuestras vidas y lo dañados que estamos todos para enfrentar la batalla contra el enemigo. Por eso Jesús

nos dice: «Separados de mí no podéis hacer nada» (Juan 15: 5). 5. Paciencia. Tiene que ver con mantener la misericordia y la comprensión en el tiempo. Qué gran virtud la de nuestro Señor. Por eso se le conoce como el Dios de las oportunidades. Siempre nos está abriendo las puertas, siempre se brinda para levantarnos y siempre sus palabras son de ánimo: “Levántate y anda”, “continúa, todo es posible”. Dios sabe esperar, y con la paciencia nos ganará a todos aquellos que perseveramos en el deseo de seguir al Maestro.

Conclusión

La intercesión es una necesidad imperiosa para el creyente, sin ella nuestro indulto sería imposible. Recuerda que la intercesión forma parte de un todo que fue necesario cumplir. Para interceder, fue necesario que antes el intercesor perdiera sus privilegios celestiales, bajase a esta tierra y se hiciese como uno de nosotros. Tuvo que sujetarse a la misma lucha que tenemos nosotros: tentación, necesidades, problemas, tensiones, incomprensión… Por si fuera poco, tendría que morir como un culpable siendo inocente y después, solo después, podría comenzar su papel de intercesor. Por otra parte, nosotros aquí, en este mundo, somos criaturas enfermas y dañadas en espera de una recuperación integral. Si viésemos a Adán y a Eva cuando fueron creados y nos comparásemos con ellos, nos quedaríamos sin habla y acudirían las lágrimas a nuestros ojos al reconocer el gran deterioro del que hemos sido objeto. El mensaje que el Señor nos da es “Yo haré de vosotros un nuevo Adán y una nueva Eva”. Este hecho debe producir en nosotros el deseo de que Dios actúe en nuestra vida y la dirija por aquellos caminos que él estime oportuno. Y mientras caminamos, algo debería ser evidente: la ilusión, la confianza y la paz. Porque no lo olvides nunca, ponerse en las manos de Dios es la mejor inversión que podamos hacer mientras vivamos en este mundo. Por eso, cuando te levantes por la mañana y enfrentes el nuevo día, recuerda que hay alguien que está trabajando para ti con el fin de que seas una persona sana, libre y feliz. Y por eso, no te olvides de vivir cada día con una sonrisa. Esa sonrisa será una luz que alumbre y un mensaje que diga a todos que estás en buenas manos porque hay alguien que se preocupa e intercede por ti delante del trono de Dios. Que Dios te bendiga y ayude a comprender todas estas verdades.


Primer sábado tarde

El poder de la oración «Levántate y clama por las noches, cuando empiece la vigilancia nocturna. Deja correr el llanto de tu corazón como ofrenda derramada ante el Señor. Eleva tus manos a Dios en oración por la vida de tus hijos, que desfallecen de hambre y quedan tendidos por las calles» (Lamentaciones 2: 19).

La necesidad de la oración familiar

Cada familia debiera erigir su altar de oración, comprendiendo que el temor de Jehová es el principio de la sabiduría. Si hay quienes en el mundo necesitan la fortaleza y el ánimo que da la religión, son los responsables de la educación y de la preparación de los niños. Ellos no pueden hacer su obra de una manera aceptable a Dios mientras su ejemplo diario enseñe a los que los miran buscando su dirección, que ellos pueden vivir sin Dios. Si educan a sus hijos para que vivan solamente esta vida, no harán preparativos para la eternidad. Morirán como han vivido, sin Dios, y los padres serán llamados a responder por la pérdida de sus almas. Padres y madres, necesitáis buscar a Dios por la mañana y por la noche, en el altar de la familia, para que podáis aprender a enseñar a vuestros hijos sabia, tierna y amorosamente. (Review and Herald, 27 de junio de 1899).

Cuando se descuida el culto familiar

Si hubo tiempo en el que cada casa debiera ser una casa de oración, es ahora. Predominan la incredulidad y el escepticismo. Abunda la inmoralidad. La corrupción penetra hasta el fondo de las almas y la rebelión contra Dios se manifiesta en la vida de los hombres. Cautivas del pecado, las fuerzas morales quedan sometidas a la tiranía de Satanás. Juguete de sus tentaciones, el hombre va donde lo lleva el jefe de la rebelión, a menos que un brazo poderoso lo socorra. […] La idea de que la oración no es esencial es una de las astucias de las que con mayor éxito se vale Satanás

para destruir a las almas. La oración es una comunión con Dios, fuente de la sabiduría, fuerza, dicha y paz. (Joyas de los Testimonios, vol. 3, pág. 91).

La tragedia de un hogar sin oración

No conozco nada que me cause mayor tristeza que un hogar donde no se ora. No me siento segura en una casa tal por una sola noche, y si no fuera por la esperanza de ayudar a los padres para que comprendan su necesidad y su triste descuido, no me quedaría. Los hijos muestran el resultado de ese descuido, pues el temor de Dios no está delante de ellos. (Signs of the Times, 7 de agosto de 1884).

La oración rutinaria no es aceptable

En muchos casos, los cultos matutinos y vespertinos son poco más que una mera forma, una repetición opaca y monótona de frases hechas en las que no encuentra expresión el espíritu de gratitud o el sentimiento de la necesidad. El Señor no acepta un servicio tal. Pero no despreciará las peticiones de un corazón humilde y un espíritu arrepentido. Abrir nuestro corazón a nuestro Padre celestial, reconocer nuestra entera dependencia, la expresión de nuestras necesidades, el homenaje del amor lleno de gratitud: eso es verdadera oración. (The Signs of the Times, 1 de julio de 1886). La oración establece un cerco en torno de los hijos—Por la mañana, los primeros pensamientos del cristiano deben fijarse en Dios. Los trabajos mundanales y el interés propio deben ser secundarios.

Elena White

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Debe enseñarse a los niños a respetar y reverenciar la hora de oración... Es el deber de los padres creyentes levantar así, mañana y tarde, por ferviente oración y fe perseverante, una valla en derredor de sus hijos. Deben instruirlos con paciencia, enseñándoles bondadosa e incansablemente a vivir de tal manera que agraden a Dios. (Joyas de los Testimonios, vol. 1, págs. 147, 148).

Los ángeles guardan a los niños dedicados a Dios

Antes de salir de la casa para ir a trabajar, toda la familia debe ser convocada y el padre, o la madre en ausencia del padre, debe rogar con fervor a Dios que los guarde durante el día. Acudid con humildad, con un corazón lleno de ternura, presintiendo las tentaciones y peligros que os acechan a vosotros y a vuestros hijos, y por la fe atad a estos últimos al altar, solicitando para ellos el cuidado del Señor. Los ángeles ministradores guardarán a los niños así dedicados a Dios. (Joyas de los Testimonios, vol. 1, págs. 147, 148).

Tened ocasiones estables para el culto

En cada familia debería haber una hora fija para los cultos matutino y vespertino. ¿No conviene a los padres reunir en derredor suyo a sus hijos antes del desayuno para agradecer al Padre celestial por su protección durante la noche, y para pedirle su ayuda y cuidado durante el día? ¿No es propio tam6 vf

bién cuando llega el anochecer, que los padres y los hijos se reúnan una vez más delante de Dios para agradecerle las bendiciones recibidas durante el día que termina? (Joyas de los Testimonios, vol. 3, pág. 92).

No seáis gobernados por las circunstancias

El culto familiar no debiera ser gobernado por las circunstancias. No habéis de orar ocasionalmente y descuidar la oración en un día de mucho trabajo. Al hacer esto, inducís a vuestros hijos a considerar la oración como algo no importante. La oración significa mucho para los hijos de Dios y las acciones de gracias debieran elevarse delante de Dios mañana y noche. Dice el salmista: «Venid, aclamemos alegremente a Jehová; cantemos con júbilo a la roca de nuestra salvación. Lleguemos ante su presencia con alabanza; aclamémosle con cánticos» Salmo 95: 1, 2. (Manuscrito 12, 1898). Padres y madres, por muy urgentes que sean vuestros negocios, no dejéis nunca de reunir a vuestra familia en torno del altar de Dios. Pedid el amparo de los santos ángeles para vuestra casa. Recordad que vuestros amados están expuestos a tentaciones. (El ministerio de curación, pág. 304). Vean todos los que visitan un hogar cristiano que la hora de la oración es la más preciosa, la más sagrada y la más feliz del día. Estos momentos de devoción ejercen una influencia refinadora, elevadora sobre todos

los que participan de ellos. Producen un descanso y una paz gratos al espíritu. (Mensajes para los jóvenes, pág. 34).

Respeten los hijos la hora del culto

Debéis enseñar a vuestros hijos a ser bondadosos, serviciales, accesibles a las súplicas y, sobre todo lo demás, respetuosos de las cosas religiosas, y deben sentir la importancia de los requerimientos de Dios. Se les debe enseñar a respetar la hora de la oración; se debe exigir que se levanten por la mañana para estar presentes en el culto familiar. (Joyas de los Testimonios, vol. 2, págs. 133, 134).

Hágase interesante el periodo del culto

Los padres debieran ocuparse especialmente de que la hora del culto sea sumamente interesante. Dedicándole algo de atención y cuidadosa preparación, cuando nos presentamos ante la presencia de Dios, el culto familiar puede ser agradable y estará lleno de resultados que únicamente revelará la eternidad. Elija el padre una porción de las Escrituras que sea interesante y fácil de entender; serán suficientes unos pocos versículos para dar una lección que pueda ser estudiada y practicada durante el día. Se pueden hacer algunas preguntas. Pueden presentarse a manera de ilustración unas pocas, serias e interesantes observaciones, cortas y al punto. Por lo menos debieran cantarse unas pocas estrofas de un himno animado, y la oración


debe elevarse corta y al punto. El que dirige en oración no debiera orar por todas las cosas, sino que debiera expresar sus necesidades con palabras sencillas y su alabanza a Dios con gratitud. (Signs of the Times, 7 de agosto de 1884). Para despertar y fortalecer el amor hacia el estudio de la Biblia, mucho depende del uso que se haga de la hora del culto. Las horas del culto matutino y del vespertino deberían ser las más dulces y útiles del día […]. Todos deberían tener parte en la lectura de la Biblia, aprender y repetir a menudo la ley de Dios. Los niños tendrán más interés si a veces se les permite que escojan la lectura. Hacedles preguntas acerca de lo leído y permitidles que también las hagan ellos. Mencionad cualquier cosa que sirva para ilustrar su significado. Si el culto no es demasiado largo, permitid que los pequeñuelos oren y se unan al canto, aunque se trate de una sola estrofa. (La educación, pág. 181).

simplemente como una fórmula, sino que es una ilustración de lo que deben ser nuestras oraciones: sencillas, fervientes y abarcantes. (Joyas de los Testimonios, vol. 3, págs. 23, 24).

Más oración significa menos castigo

Debiéramos orar a Dios mucho más de lo que lo hacemos. Hay gran fortaleza y bendición al orar juntos en familia con nuestros hijos y para ellos. Cuando mis hijos han cometido errores y he hablado con ellos bondadosamente y luego he orado con ellos, nunca he encontrado la necesidad de castigarlos después. Su corazón se conmovía de ternura delante del Espíritu Santo que venía en respuesta a la oración. (Manuscrito 47, 1908).

Los beneficios de la oración secreta

Jesús recibió sabiduría y poder, durante su vida terrenal, en las horas de oración solitaria. Sigan los jóvenes su ejemplo y busquen a la hora del amanecer y del crepúsculo un momento de quietud para tener comunión con su Padre celestial. Y durante el día eleven su corazón a Dios. A cada paso dado en nuestro camino, nos dice: «Porque yo, Jehová tu Dios, soy quien tiene asida tu mano diestra, […] no temas, yo soy tu ayudador». Si nuestros hijos pudiesen aprender estas lecciones en el alba de su vida, ¡qué frescura y poder, qué gozo y dulzura habría en su existencia! (La educación, págs. 252, 253).

Orad clara y distintamente

Por vuestro propio ejemplo enseñad a orar con voz clara y distinta. Enseñadles a levantar la cabeza de la silla y que no se cubran nunca la cara con las manos. Así pueden ofrecer sus sencillas oraciones, repitiendo al unísono el Padrenuestro. (Manuscrito 12, 1898).

El poder de la música

La historia de los cantos de la Biblia está llena de sugestiones en cuanto a los usos y beneficios de la música y el canto. Nunca se debería perder de vista el valor del canto como medio educativo. Cántense en el hogar cantos dulces y puros, y habrá menos palabras de censura, y más de alegría, esperanza y gozo. Cántese en la escuela, y los alumnos serán atraídos más a Dios, a sus maestros y los unos a los otros. Como parte del servicio religioso, el canto no es menos importante que la oración. En realidad, más de un canto es una oración. Si se enseña al niño a comprender esto, pensará más en el significado de las palabras que canta y será más sensible a su poder. (La educación, págs. 163, 164).

Culto especial para el sábado

Tomen parte los niños en el culto de familia [del sábado]. Traigan todos sus Biblias y lea cada uno de ellos uno o dos versículos. Luego cántese algún himno familiar, seguido de oración. Para esta, Cristo ha dejado un modelo. El Padrenuestro no fue destinado a ser repetido vf 7


Domingo

La formación integral, base

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l tema de esta Semana de la Familia es la intercesión, una palabra que no se escucha normalmente en la calle, en las tiendas o en los restaurantes. No es un término utilizado con frecuencia. Acaso en las salas de los juzgados, pero se ha ido perdiendo en el uso habitual de las personas en el día a día. ¿Por qué? Tal vez porque interceder es salir de uno mismo para preocuparse por el otro; es hacer algo para el otro; es comprometerse con el bien del otro. Y esta sociedad se mueve en la dirección del individualismo, de la lucha por ser el primero y del consumismo materialista. Se compite más que se colabora, se compara más que se comparte, y también se juzga más que se intercede.

“Y no lo he hallado”

La Palabra de Dios nos aporta, en el libro de Ezequiel, un texto significativo: «Yo he buscado entre ellos a alguien que se interponga entre mi pueblo y yo, y dé la cara por él para que yo no lo destruya. ¡Y no lo he hallado!» (22: 30). Y es cierto que no es fácil encontrar intercesores. No abundan, podríamos decir. De hecho, vamos a analizar a continuación las características de un intercesor, y entenderemos por qué no hay abundancia de los mismos. Un intercesor ha de poseer las sigueintes características: 1. Amor. No se puede ser intercesor sin amor. 2. Tiempo. Un intercesor está dispuesto a invertir tiempo. La intercesión pide tiempo. 3. Implicación. Un intercesor se implica. No es un observador distante. 4. Empatía. Un intercesor empatiza con la persona y su situación. 5. Credibilidad. Un intercesor lo puede ser en función de su credibilidad. 6. Relación. Un intercesor será más eficaz si tiene una relación estrecha con quien puede aportar algún tipo de beneficio a la persona por la que se intercede. 7. Permanencia. Un intercesor que se precie no es compulsivo e inconstante, permanece en su labor intercesora.

Antonio Martínez Carrión Secretario Ministerial de la UAE.

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Jesús, nuestro modelo

En este tema, el de la intercesión, como ocurre con otros temas importantes, tenemos el ejemplo perfecto: Jesús [«Por eso también puede salvar por completo

a los que por medio de él se acercan a Dios, ya que vive siempre para interceder por ellos» (Hebreos 7: 25)]. Fijémonos como Jesús cumple maravillosamente cada una de las características del intercesor: 1. Amor: «Nadie tiene amor más grande» (Juan 15: 13). El amor de Jesús es incuestionable, sin reservas ni condiciones, hacia todos, incluso hacia aquellos que se declaraban sus enemigos. 2. Tiempo: «Os digo que Cristo se hizo servidor» (Romanos 15: 8). El servicio no se logra sino invirtiendo tiempo. Jesús vino desde la eternidad para encarnarse, haciéndose “temporal” e incluso mortal, en su dimensión humana. Pasó tiempo con nosotros, anduvo haciendo el bien, oró, lloró, al lado y por el ser humano. 3. Implicación: «Nadie tiene amor más grande que el dar la vida por sus amigos» (Juan 15: 13). No es que se le obligara, él la dio de sí mismo (Juan10: 18). Esto es auténtica y extrema implicación a favor de los habitantes de este mundo. 4. Empatía: «Porque no tenemos un sumo sacerdote incapaz de compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que ha sido tentado en todo de la misma manera que nosotros, aunque sin pecado. Así que acerquémonos confiadamente al trono de la gracia» (Hebreos 4: 15, 16). Jesús ha compartido nuestra naturaleza, ha sentido con nosotros y nos comprende. De hecho, él conoce «el interior del ser humano» (Juan 2: 25). 5. Credibilidad: Jesús es creíble. Su persona, su mensaje y su obra son creíbles. De ahí que sus oyentes «se asombraban de su enseñanza, porque la impartía como quien tiene autoridad y no como los maestros de la ley» (Marcos 1: 22). 6. Relación con el Padre. «El Padre y yo somos uno» (Juan 10: 30). En la oración sacerdotal de Jesús, leemos: «Para que todos sean uno. Padre, así como tú estás en mí y yo en ti» (Juan 17: 21). No se puede describir mayor relación y más intimidad. 7. Permanencia: «Vive siempre para interceder por ellos» (Hebreos 7: 25). Jesús es un intercesor permanente, no desfallece. Siempre está delante del Padre intercediendo por cada uno de nosotros.

La intercesión en la familia

La intercesión en la familia es algo hermoso. Solo hay que pensar en la imagen de un niño intercediendo


para crecer en la intercesión

ante su papá para que levante el castigo a su hermanito, que se ha portado mal, “pero ya no lo va a volver a hacer”; o un hijo ya mayor que acude a los padres en procura de ayuda ante el problema en el que ve inmerso a su hermano. A veces son las mamás –especialmente dotadas para esta hermosa labor– las que interceden entre unos y otros, entre hermanos, padre e hijos, etcétera. Debemos fomentar la intercesión en la familia, forma parte del ministerio de la reconciliación del que nos habla tanto y tan hermosamente la Palabra. Debemos cultivarla dentro del seno del hogar, entre unos y otros, y también hacia el exterior, preocupándonos e intercediendo

delante de Dios por otros hijos, y por otras familias, y por otras personas que pueden estar viviendo problemas, y también por quienes todavía no conocen a Jesús. Es hermoso, es poderoso, el efecto que se puede dar en una familia en la que la intercesión es algo que se vive y se siente.

El desarrollo integral te habilita como intercesor

El ministerio de la intercesión no es, como se ha referido, algo compulsivo, el impulso de un momento que se disipa incluso en poco tiempo. Cuando vemos el testimonio de Jesús, cuando observamos su ejemvf 9


plo, nos damos cuenta de la dimensión que tiene la intercesión y el ser un intercesor. De hecho, se relaciona fuertemente con nuestra estatura espiritual y con nuestro carácter. Se necesita ser un ser “crecido” por dentro, se precisa cultivar la vida espiritual, la comunión con Dios, la intimidad con él. Sin amor, sin dedicación, sin empatía… no hay verdadera intercesión. Y para alcanzar esos niveles de “calidad” humana necesitamos crecer como cristianos. Esto es lo que nos sugiere el título de este día: “La formación integral, base para crecer en la intercesión”. Para poder interceder de una forma poderosa, para poder ser verdaderamente instrumentos de Dios en este precioso ministerio y ver resultados maravillosos, necesitamos desarrollarnos, crecer «hasta ser en todo [integral] como aquel que es la cabeza, es decir, Cristo» (Efesios 4: 15). Esta convicción, vivida en familia, puede ser de efectos extraordinarios, tanto en el interior de cada miembro de nuestro hogar, como en las personas que nos rodean y por las cuales podemos, debemos y será nuestro gozo interceder. Todos podemos crecer en esa dirección a nivel individual y como familias. Y si lo hacemos, no tengamos la menor duda de que tampoco pasará desapercibido en nuestras iglesias. El aumento de poder se hará manifiesto, las victorias en muchas vidas se harán bien tangibles para la gloria de Dios.

Aspectos prácticos

Veamos algunos aspectos prácticos para llegar a ser un buen intercesor: • Pedirle a Dios en oración que nos dé de su Espíritu para poder crecer en las características que han sido mencionadas y que vemos tan claramente expresadas en Jesús. «Pedid, y se os dará»: – Amor – Tiempo – Capacidad de implicación – Empatía – Credibilidad por medio de un crecimiento moral

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– Mayor intimidad con el Padre – Permanencia, constancia. • Apartar un tiempo para practicar de forma muy consciente la intercesión por personas que podemos registrar previamente en una relación. Pueden ser familiares, vecinos, etcétera. (Puede ser muy útil hacer esta relación de rodillas delante del Señor, en un espíritu de oración y rogándole que él nos dé los nombres de las personas por las que quiere que intercedamos). • Establecer un tiempo en el que vamos a realizar la intercesión y verificar los resultados. Hay temas y situaciones por las que podemos estar –o deberemos estar– intercediendo mucho tiempo. Aun así intentemos ver los efectos de la intercesión. Seamos sensibles y receptivos ante los mensajes que el Señor nos pueda estar dando para permanecer firmes en la intercesión.

Aspectos prácticos para enseñar la intercesión en la familia

• Explicar lo que es la intercesión. • Mostrar la hermosura de la intercesión de Jesús. • Explicar lo bonito que puede ser practicarlo en familia. • Explicar cómo podemos llegar a ser poderosos intercesores. • Hacer una lista familiar. • Comentar los resultados. • Alabar a Dios por las victorias que sin duda llegarán.

Conclusión

Crecer en la intercesión será crecer en unidad y será también crecer en poder. La intercesión practicada por parte de todos, de los unos hacia los otros, puede ser el camino definitivo para alcanzar la victoria en cada hogar y en cada iglesia.


Lunes

Intercesión por los familiares no creyentes

E

n 1990, la iglesia y la familia eran las fuentes principales de inspiración en cuanto al aprendizaje de los valores morales. Hoy día, ambas instituciones han dejado de serlo a favor de los grupos de amigos y de la industria televisiva, entidades que tienen una gran influencia en el rechazo de la religión. Las familias formadas por personas creyentes y practicantes de una religión junto a otras personas no creyentes están en aumento. El atributo de “no creyente” no se limita solamente a determinadas situaciones, sino que implica diversos aspectos. Habitualmente tachamos de no creyentes a las personas que manifiestan oposición hacia nuestro sistema de valores espirituales. En el ámbito de los no creyentes, incluimos a aquellos que no frecuentan nuestra denominación o no tienen ningún compromiso espiritual con alguna iglesia; a aquellos que se han convertido en inactivos, apáticos y se oponen a la reintegración dentro de la iglesia; o a aquellos que pertenecen a otras denominaciones cristianas diferentes de la nuestra. A pesar de ello, solo Dios conoce y puede juzgar el corazón de las personas. Un día, un adolescente me confesó su intención de abandonar el hogar, su casa. Se le hacía muy injusta la evaluación que uno de sus progenitores hacía de su vida espiritual al considerarla un fracaso, hecho que lo llevaba a tomar medidas sancionadoras. Por el contrario, el joven me confesaba que de noche, cuando sus padres se iban a dormir, él se quedaba a solas con Dios, orando en su habitación. La tendencia que tenemos de poner en evidencia la incredulidad de nuestros familiares y, al mismo tiempo, el afán de situar su salvación en la lista de cosas urgentes de nuestro calendario, nos lleva muy a menudo a

resultados contrarios a lo que esperamos. A veces, los métodos que usamos para lograr la integración de un no creyente (lamentarse públicamente del dolor provocado por su incredulidad, llamamiento a la oración, estrategias para intentar ponerlo cara a cara con un grupo de creyentes o con el pastor) pueden llegar a ser agresivos, humillantes, o producir el efecto contrario. Cuando una persona, en presencia del niño o adolescente, demanda públicamente una solución al problema que atraviesa como padre/madre, aquel niño evitará volver a ese lugar en el que se sintió avergonzado. Cuando un marido/esposa convierte la incredulidad de su pareja en “su cruz” y no pierde la oportunidad de lamentarse por ese dolor delante de cualquiera dispuesto a escucharlo, llegará a complacerse en recibir compasión por su martirio en vez de buscar el afecto de la pareja. Por lo tanto, lo mejor que podemos hacer por un miembro de la familia que se encuentre en alguna de las situaciones mencionadas anteriormente es interceder por él ante el Todopoderoso.

Entendiendo la incredulidad

Como creyentes, debemos entender de manera correcta la naturaleza de la incredulidad de nuestros familiares para no alejarlos de nosotros por el simple hecho de establecer un diagnóstico erróneo del problema. A veces tachamos de incrédulos a los que, en realidad, tienen un enorme potencial de fe, al igual que el discípulo Tomás. El fue el que, antes expresar sus dudas, sugirió a los discípulos que fueran a morir junto a Jesús (Juan 11: 16). En ese momento no eran muchos los discípulos dispuesto a tal cosa. Tomás pertenece al

Remus Soares Pastor de la Iglesia de Madrid-Calatrava.

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grupo de personas que cuando se entregan a alguien, lo hacen de todo corazón. El problema que presenta este tipo de hombres y mujeres, según comenta Charles Swindoll en su libro Growing deep in the Christian life, es que cuando son defraudados, su reacción es similar al “movimiento drástico de un péndulo”. Cuando caen, se derrumban. Después, alejándose como medida de seguridad (lo que a veces llamamos incredulidad) investigan todo con extrema precaución para evitar la recaída en el sufrimiento. Clarence Macartney delinea con claridad el marco en el cual encaja el retrato de Tomás. «Es cierto que Tomás pide señales, evidencias específicas, pero no del modo en el que lo haría un escéptico o un racionalista. La diferencia entre un incrédulo racionalista y Tomás consiste en el hecho de que un racionalista no quiere creer. Este solo busca razones para demostrar la falsedad e incoherencia del cristianismo. Por el contrario, Tomás quiere creer. El racionalista honesto defiende su postura en base al estudio, al contraste de pruebas, al palpar el mundo natural, haciendo que otro mundo parezca irreal. Mientras que la incredulidad de Tomás es fruto del enojo» (Clarence E. Macartney, Of Them He Chose Twelve;

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Grand Rapids (Míchigan), Baker Book House, 1969, págs. 73-75). La incredulidad de Tomás no es comparable a la de un aficionado de sangre fría, sino a la de un ser humano que había perdido a su Señor y Maestro, razón por la cual su corazón se llenó de tristeza. La incredulidad nacida de la tristeza es la más profunda. Su origen está en el océano de las vivencias tristes. Las numerosas incredulidades que viven nuestras familias no provienen de las críticas de los estudios teológicos o de los debates religiosos fracasados, tampoco se conciben en los laboratorios estudiando las leyes de la naturaleza ni intentando corregir el orden cronológico o genealógico. Las incredulidades de nuestras familias nacen, la mayoría de las veces, en las bibliotecas y los laboratorios del alma. Son dudas sombrías concebidas de las acciones tristes de la vida. El lado positivo de esta realidad es que este tipo de incredulidad puede llegar a durar solo mientras perdure dicha tristeza. Por tanto, antes de interceder por los incrédulos debemos barrer el camino que lleva a la iglesia de todo polvo que pueda provocar alergias. ¿Como podemos pretender que alguien venga o regrese a un sitio en situaciones de inquietud y alboroto?

La intercesión por obras

Con el fin de que la intercesión por la oración dé sus frutos, es necesaria una intercesión anterior, intercesión por nuestras obras. Es hora de dejar de usar la expresión “No mires a las personas, mira solo a Jesús.” Considerando esto, la persona en cuestión puede mirar a Jesús desde el entorno en el que está, no teniendo que cambiar nada. Los incrédulos no tienen la madurez suficiente como para saber entender esta frase. Al mismo tiempo, los cristianos aplican estas expresiones de manera indebida, la mayoría de las veces para excusar su incapacidad o hipocresía. La esencia del mensaje de la iglesia para los no creyentes es la siguiente: “Recibe la fe y recibirás las bendiciones del Señor, el amor de los hermanos, la paz del alma y la amistad de Jesús”. Ante tal propuesta, es de esperar que el destinatario tome el camino esperado. En cambio, los incrédulos también tienen un contramensaje para los creyentes. A pesar de que muchas veces este mensaje es tácito, se encuentra presente en la mente e inquietud interior de esta persona. El eco de ese mensaje es el siguiente: “¿Esta fe de la que hablas, te ha traído a ti los beneficios que deseas para mí?” La respuesta a esta pregunta nos desvelaría quiénes son los verdaderos cristianos. En la antesala de la intercesión, encontramos tres recomendaciones que nos sirven para mejorar nuestra relación con los no creyentes de la familia: • Entorno familiar positivo. Para la mayoría de los niños, el sábado es el día en la que son castigados con más frecuencia. Si a lo largo de la semana los pequeños fallos pasan desapercibidos, en sábado, en la iglesia, la gravedad de estos hechos pasa a dimensiones “pecaminosas” y no pueden quedar impunes. Por supuesto, el castigo se aplica en casa, en familia, donde creemos que nadie nos ve. De esta manera, en lo más insospechado, dentro del alma de niño el sábado se convierte en el día en que esperan ansiosos la puesta de sol, el día en el que esperan con impaciencia la llegada del domingo. Así, como consecuencia de los múltiples disgustos asociados al sábado y a la iglesia, los niños deciden desde su infancia el autoexilio en la tranquilidad de la incredulidad para cuando puedan decidir por sí mismos. Entonces se convierten en los destinatarios de las oraciones más fervientes (para su regreso a la fe) y de los más sinceros mensajes de amor por parte de su familia


que les echan en falta. Y posponen su regreso porque se deleitan con la felicidad de su libertad de esclavo fugitivo. • La combinación de una educación cristiana en un ambiente familiar positivo tiene fuertes efectos. El respeto a la doctrina de la iglesia y a sus líderes es uno de los factores clave de la madurez y salud espiritual. Cuando en el entorno familiar fomentamos estos aspectos, los familiares no creyentes y los niños se integran con más facilidad en la trayectoria de la fe. Si durante el sábado la iglesia dedica una mirada, unos momentos y una sonrisa a esta categoría de personas, despertará en ellos una sentimiento de pertenencia. Es mucho más difícil abandonar un sitio que te pertenece y en el que estás integrado que uno en el que no se te tomó en cuenta. Los no creyentes tienen que saber que son el centro de atención de Dios y que su preocupación constante es su salvación mientras que la iglesia es su ayudante en esta misión. • La flexibilidad. El ejemplo que damos a los compañeros incrédulos tiene gran importancia. Mientras que el pacto con Cristo no es negociable, en la relación con el compañero se pueden intercambiar diferentes puntos de vista. La flexibilidad del creyente y su disposición para aceptar opiniones del compañero, en aspectos que no afectan su espiritualidad, son claves que abren el camino para que el que no cree, llegue a adquirir los valores sostenibles de la fe. No tienes que convertirte solo en una “residencia teológica” para el otro, a la espera de sus momentos de vigilia. Llegará un tiempo en la vida cuando nuestros seres queridos sientan la necesidad de pertenecer a un causa más noble que no solamente vanidad. Asegúrate de que no buscarán otro refugio en momentos así. • El amor. Si has defraudado a los miembros no creyentes, les has hecho daño o has pecado contra ellos, la única manera de remediar las relaciones es a través del amor. Porque Dios es amor y desea que la mayor lección que aprendamos sea la del amor. El amor debe ser el requisito fundamental de evaluación y corrección del comportamiento moral; es la base de la ley de Dios.

La intercesión

Para las familias de hoy día se hace cada vez más difícil comer en familia; más aún para orar juntos. Pero Dios creó las familias e inclu-

so después de que la primera familia pecara. Él encontró una manera de llevarla de nuevo a su plan. La gravedad de este problema no es tal como para que Dios no lo pueda solucionar. Pero requiere de nuestra ayuda para ello. La oración es la expresión natural de la vitalidad de nuestra relación con Dios y con nuestros semejantes. En el Antiguo Testamento podemos ver una evolución gradual del concepto de oración. Daniel, que tiene en muchos aspectos una trayectoria similar a la de José, al mismo tiempo difiere totalmente en otros. Las dos historias tratan de sueños y de su interpretación, ambos héroes son cautivos y ambos llegan a tener estatus muy importantes en la sociedad. La misma fe es protagonista de ambas historias. Pero, mientras que en el relato de José no aparece ni una sola vez la palabra “oración”, la historia de Daniel se desarrolla íntegramente por la oración. La causa de esta diferencia se debe a la razón que llevó al pueblo de Israel a madurar el concepto de oración a lo largo de los nueve siglos que separan las dos historias. A lo largo de este

tiempo, los grandes personajes de la Biblia se convierten poco a poco en hombre de oración. Las oraciones plagadas de peticiones de prosperidad que destacaban en los principios son reemplazadas por las oraciones de confesión e intercesión. La razón que llevó a cambiar la dinámica de la oración en el pueblo de Israel fue tomar conciencia de los devastadores efectos del pecado. Al igual que en el antiguo pueblo de Israel, nuestra intercesión por los miembros de la familia se verá incrementada según nos demos cuenta y asumamos las consecuencias del pecado en nuestras vidas. No serán nuestras habilidades las que ayudarán a nuestros semejantes, sino el hecho de estar conectados a Dios. La intercesión espiritual será la que dé verdadero sentido a nuestra existencia. Lo que haces hoy por la mediación puede tener consecuencias en la eternidad. El apóstol Pablo nos dice cincuenta y tres veces que oremos los unos por los otros. ¡Oremos como si la vida de nuestros semejantes dependiera de nuestras oraciones! vf 13


Martes

Bienvenidos a mi hogar «¡Si alguno tiene sed, que venga a mí y beba!» (Juan 7: 37).

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Simona Anca Directora de Ministerio de la Mujer de la UAE.

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a Biblia es para los cristianos un inagotable manantial de agua fresca capaz de saciar la sed de quienes, peregrinos en marcha, la consideramos fuente inspiradora de nuestra misión y la herramienta por excelencia para entender y asumir la historia de la salvaciónes. Desde esta perspectiva, aceptamos la Biblia como Palabra de Dios y, si es la Palabra de Dios, reconocemos que se está refiriendo al Hijo de Dios, quien existe desde el principio (Juan 1: 1). Creer en la Palabra de Dios, y creer en el Hijo de Dios como fuente de agua donde brota la verdadera vida, significa experimentar su amor y ternura colmando la totalidad de nuestro ser, lo que nos permite también a nosotros dejarnos guiar por su Espíritu y ser para los demás brote de agua viva y agua de vida. En el transcurso de nuestras vidas en familia o, más aún, de nuestra misión, los cristianos no podemos mantener fielmente los compromisos asumidos en el bautismo sin el imprescindible auxilio de la Palabra de Dios que, como fuente de agua viva, no se agota. Muy al contrario, brota siempre tonificante para que nunca tengamos sed los que acudimos a ella, y, saciados, nos sintamos fortalecidos. «Abrid las puertas, para que entre la nación justa que se mantiene fiel» (Isaías 26: 2).

¿Para qué estamos en el mundo?

Para amar a Dios, con todo nuestro corazón y con toda nuestra alma, y para extender ese amor a todas

las criaturas. ¿O es que esto parece poco? Dios no deja ningún alma abandonada a un destino ciego: para todas tiene un designio, a todas las llama con una vocación personal, intransferible.

El matrimonio es el lugar divino de intercesión

Para un cristiano, el matrimonio no es una simple institución social, y mucho menos un remedio para las debilidades humanas, es un auténtico llamamiento para andar en la tierra. Es importante que los esposos adquieran un sentido claro de la dignidad de su responsabilidad, que sepan que han sido llamados por Dios a llegar al amor divino también a través del amor humano; que han sido elegidos para cooperar con el poder creador de Dios en la procreación y, después, en la educación de los hijos; que el Señor les pide que hagan de su hogar y de su vida familiar, un testimonio vivo de todas las virtudes cristianas. El amor, que conduce al matrimonio y a la familia, puede ser también un camino divino, maravilloso, que nos lleve a una completa dedicación a nuestro Dios. Realizad las cosas con perfección, poned amor en las pequeñas actividades de la jornada, descubrid ese algo divino que se encierra en los detalles… La carrera loca por alcanzar las cosas, los placeres, la vida social y el mejoramiento personal hace difícil encontrar tiempo para que la familia esté junta, aun para comer. La vida agitada de nuestra sociedad y la


tendencia a intentar a vivir dos o tres vidas en una sola afectan negativamente la realización del altar familiar y la adoración a Dios como una familia cristiana. La edificación del carácter, el crecimiento espiritual y la victoria en el hogar tienden a ceder ante las obligaciones del día. Los resultados destructivos se ven en los periódicos diariamente. La tasa de divorcios entre creyentes es igual a la de los incrédulos. La delincuencia juvenil, el uso de drogas, la promiscuidad, el aborto, el suicidio y los problemas psiquiátricos se encuentran en las familias cristianas tanto como en las no cristianas. ¿A qué precio vamos a pagar el descuido de este tiempo familiar? ¿Al de ver a nuestros hijos (y a sus padres) vencidos por la carne, el mundo y el diablo? Dondequiera que encuentres una familia que practica fielmente el altar familiar, encontrarás una familia bendecida por el Señor y gozando de una integridad que no hay en las demás. Por supuesto, los padres tienen que practicar los principios bíblicos, en sus vidas personales y en sus hogares. Las devociones familiares no disminuyen la importancia de un tiempo devocional personal de cada miembro de la familia. Parecen simples detalles, pero estos son los que componen la vida de nuestras comunidades y de nuestras familias; detalles de generosidad y entrega desinteresada, como los que enseña y debe vivir nuestra iglesia, son la mejor muestra de que sigues a Jesús, quien entendió su vida entera como un permanente ejemplo de la ternura de Dios el Padre para con sus hijos.

únicamente en beber siempre agua que proviene del mismo manantial, en la obediencia y no en la tormenta. ¡La tormenta viene! Va a llover, va a soplar el viento, tu familia y tu casa van a ser azotadas; escoge hoy prepararte haciendo la voluntad de Dios, poniendo en practica lo que Dios te sugiere, y transmite a los demás lo que has aprendido para manejar las situaciones de la vida de forma saludable. Las tormentas de la vida prueban cuán fuertes son nuestros fundamentos, nuestros valores, nuestras creencias, nuestra vida espiritual, nuestra disponibilidad para obedecer a Dios, y nuestra humildad y carácter para temer su grandeza. La mayoría de la gente que se re-

siste a hacer la voluntad de Dios lo culpa por todo lo malo que le sucede. Cuando por decisión personal no haces la voluntad de Dios y te enfrentas a las consecuencias, terminas protestando porque tu vida se arruinó o sufriste consecuencias desagradables. En algún momento de la vida te puedes encontrar sin trabajo, afrontando retos laborales; o vas a tener problemas económicos, familiares, con la escuela de tus hijos, la salud de tus padres mayores, etcétera. Lo que va a determinar si superarás esas situaciones

¿Qué clase de familia quieres?

¿Una que permanezca o una que viva en la ruina espiritual, emocional, social o física? La descripción de la familia que hace lo que Dios dice, es una que muestra sabiduría y prudencia; mientras que la descripción de la familia que no hace lo que Dios dice, expone su insensatez y necedad. Aunque muchos ponen el énfasis de esta ilustración en el fundamento, yo quiero llamar tu atención sobre algo más. Quiero que la veas como un acto de obediencia. La clave de permanecer o no, está en nuestra obediencia a Dios. Para ambos hogares Dios dio las mismas instrucciones y, en ambos casos, clarifica que los padres de la familia escucharon las instrucciones. Sin embargo, se especifica quién las siguió y quién no. La clave de la preservación y de la continuidad de cada una de estas familias reside vf 15


y sales hacia delante con tu familia es que hayas desarrollado una relación con Dios como tu Salvador y obedezcas su Palabra. Es posible que queden cicatrices y marcas, que los demás también las vean y que te recuerden que alguna vez pasaste por una tormenta. Sin embargo, tu familia permanecerá porque actuaste de acuerdo con la voluntad de Dios para tu vida y la de tu familia; actuaste con sabiduría. «El temor del Señor es el principio del conocimiento; los necios desprecian la sabiduría y la disciplina» (Proverbios 1: 7). En la vida familiar todo se trata de practicar o no las enseñanzas y consejos que te ayudan a tener una familia saludable. El agua del manantial de Jesús, por muy buena que sea para nuestras vidas, no nos puede ayudar si no bebemos nosotros primero y luego la ofrecemos también a los demás. La tormenta viene con la misma intensidad para todos. Mateo 5: 45 dice que la lluvia cae sobre todos, buenos y malos. La diferencia está en que, mientras está lloviendo sobre todos, hay quienes escogen protegerse y quienes optan por la negligencia y el descuido de no protegerse. 16 vf

La Palabra de Dios y la vida del Hijo nos enseñan a descubrir y reconocer la verdad que hay también en los que no piensan ni creen como nosotros. La verdad y la salvación no son monopolio de nadie, sino atributos y dones de Dios. Es importante aprender a respetar las diversas maneras de pensar y de creer, así como aprender también a amar a las personas por encima de las ideas y añadir una “plusvalía” a las personas bendecidas. En tu trato hacia los demás, ¿les demuestras que son valiosos e importantes, o los menosprecias? ¿Los insultas e ignoras, o los tratas con respeto, diciendo que valen mucho y que tienen que dar lo mejor de si mismos aun con sus limitaciones? ¿Qué les dices a tus hijos? ¿Les dices que nunca van a llegar a ser nadie en la vida, o les animas para que den lo mejor de sí mismos y tengan un buen futuro? ¿Cómo te muestras? ¿Abrazas a tus padres y a otros familiares, o vives echándoles en cara toda la vida que ellos no te abrazaron cuando más lo necesitabas? La Biblia nos insta en 2 Corintios 1: 3-5 a ser consolación aun en medio de las tormentas porque, con la consolación que has recibido de Cristo, tú puedes servir de consuelo a

otros. Dejar una herencia de vida depende de que tú quieras que otros reciban algo positivo porque ese es tu deseo. La Palabra de Dios no establece un término medio entre la herencia buena y la mala. Es radical, hablas bien o hablas mal. Sin zonas intermedias. El libro de Santiago (3: 10-12) lo explica muy bien: «De una misma boca salen bendición y maldición. Hermanos míos, esto no debe ser así. ¿Puede acaso brotar de una misma fuente agua dulce y agua salada? Hermanos míos, ¿acaso puede dar aceitunas una higuera o higos una vid? Pues tampoco una fuente de agua salada puede dar agua dulce». En este momento, te voy a pedir que evalúes dónde estás, si en el lado de la bendición o en el lado de la maldición. Me refiero a qué declaras con tus palabras, con tu vida y con tus actos. Pidamos la gracia de Dios para que nuestra vida familiar sea un oblación, un acto de amor. Y que, dondequiera que nos encontremos, seamos para nuestro prójimo señal y testimonio de su Palabra, “fuentes de agua viva”. ¡Una feliz vida familiar y que Dios os bendiga a vosotros y a todos los miembros de vuestras familias!


Miércoles

La INTERCESIÓN por los EXCLUIDOS SOCIALES

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no de los valores más importantes que deberíamos transmitir a nuestros hijos, como parte inalienable del patrimonio de nuestra fe cristiana, es la convicción de la igualdad ante Dios de todos los seres humanos. En Cristo «Ya no hay judío ni griego, esclavo ni libre, hombre ni mujer, sino que todos sois uno solo en Cristo Jesús» (Gálatas 3: 28). El evangelio de salvación esta destinado a todos los habitantes de la tierra, a «toda nación, raza, lengua y pueblo» (Apocalipsis 14: 6). Y esto se aplica a todas las situaciones humanas, incluyendo las más desfavorecidas y a todos los excluidos sociales: hambrientos, sedientos, extranjeros, desnudos, enfermos y encarcelados de todas las condiciones. El Señor nos dice que todo «lo que hicisteis por uno de mis hermanos, aun por el más pequeño, por mí lo hicisteis» (Mateo 25: 40). La valoración en una familia cristiana del respeto a la dignidad de todos, y explícitamente a la de los excluidos y discriminados sociales, se suele expresar cotidianamente en todo lo que hacemos: en nuestro trato con los vecinos, con los extranjeros, con los pobres que encontramos. Este respeto se puede reforzar en la educación de nuestros hijos de modo más directo en la manera en la que intercedemos por los excluidos de la vida en nuestras oraciones familiares; en cómo hablamos con ellos sobre las situaciones de injusticia que abundan en nuestro mundo: victimas de las guerras, exiliados, deportados, inmigrantes, marginados, etcétera. Pero, sin duda, lo que más les va a marcar es lo que nosotros mismos como familia hacemos en favor de los más desfavorecidos, nuestras contribuciones personales a obras humanitarias, nuestra colaboración con misiones, etcétera. En nuestro caso personal, esta “intercesión activa” a favor de los marginados la aprendimos, en nuestras

familias de origen sin ser muy conscientes de ello. Conchi se crió viendo a su madre preparar cestas de comida regularmente cada semana para llevarlas a familias en apuros, y recuerda como su madre le metía un billete en la mano y le decía que lo apretara bien para no perderlo y se lo entregara a tal o cual persona. (Por cierto que, el testimonio de su madre y de otra hermana de la iglesia, las únicas adventistas del pueblo, fue tan poderoso que, inspiradas por ellas, surgió en la parroquia un grupo de mujeres católicas que se propusieron ayudar también ellas a los pobres, avergonzadas de que las únicas que ayudasen a los marginados fueran las “protestantas”). Lo mismo vi hacer yo en casa de mis abuelos y de mis padres, sin darme cuenta de lo que eso representaba para ellos y para su economía hasta mucho más tarde. De modo que, en nuestro propio hogar, cuando vinieron los hijos, expresar nuestra compasión o nuestro respeto por los marginados, y asistir en la modesta medida de nuestras posibilidades a necesitados de todo tipo, creyentes o no, nunca fue algo deliberado: estaba ahí. Cuando nuestro hijo menor tenía 4 años, una semana tuvimos que enseñarle para la Escuela Sabática un versículo de memoria que decía: «El ángel del Señor acampa en torno a los que lo temen; a su lado está para librarlos» (Salmo 34: 7). Pero él, que siempre ha sido muy independiente, cuando le pidieron que recitase el versículo de la semana, produjo su propia versión: “El ángel de Jehová acampa alrededor de los que le temen… y de los que no le temen”. Aunque la maestra se quejó de que el niño no se había sabido el versículo y no le dio la estrellita con la que premiaba a los que lo repetían al pie de la letra, a mí me pareció preciosa su “versión inclusiva” de tan hermosa oración, puesto que se dirigía a un Dios que no discrimi-

Roberto Badenas Exdirector del Departamento de Educación de la DEU.

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na a nadie. Y yo estaba encantado de que eso mi hijo lo tuviese tan bien asumido. Justo al lado de nuestra casa vivía una joven pareja que tenían una niña un poquito mayor que nuestro pequeño. La niña, preciosa y muy inteligente, había tenido un grave problema al poco de nacer que le había dejado secuelas irreversibles a nivel psicomotor. A raíz de aquello, tenía grandes dificultades para andar y realizar los más elementales movimientos pero, gracias al tesón infatigable de sus padres, a la edad de 5 o 6 años ya era casi autónoma. Recuerdo haber tenido que responder a muchas preguntas difíciles de parte de nuestro hijo sobre los problemas de Sandra, de manera que Hernán comprendiera que su lentitud y sus dificultades en el habla, así como su penosa coordinación de movimientos, lejos de merecer las burlas que suscitaban entre algunos de sus compañeros, merecían nuestra mayor admiración y todo nuestro respeto, porque representaban la victoria del esfuerzo abnegado de una niña inocente sobre las dolorosas injusticias de la vida. Nunca supe qué efecto tuvieron sobre Sandra las candorosas oraciones de intercesión de nuestro niño, pero recuerdo con emoción el efecto visible que aquella interacción tuvo a la larga sobre nuestro hijo, que con una dedicación infatigable se ocupó de jugar con Sandra y de cuidarla durante largas horas en los años mas hermosos de su infan-

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cia, actuando muy a menudo como “caballero defensor” de la pequeña ante las agresiones inconscientes de otros chiquillos. Tampoco sé cuanto debe a la influencia del hogar, a esta “intercesión en acción” o a otras causas, la vocación temprana de nuestro hijo por la obra humanitaria. Pero, a medida que fue creciendo, cada vez se fue consolidado más su deseo de trabajar en favor de los marginados sociales, hasta concretarse en una doble maestría en derechos humanos y relaciones internacionales (en la escuela de las Naciones Unidas de Ginebra), y en una vida de servicio en favor de los discriminados y de los más desfavorecidos. Su profesión lo ha estado llevando a traves de diversas ONG (Organización Mundial contra la Tortura, Asamblea de Cooperación por la Paz, ADRA, Intermon OXFAM) de Ginebra a Madrid, de allí a Haití, de allí al Chad y Burkina Faso, y de nuevo a Haití, donde trabaja actualmente para la Cruz Roja Internacional en la reconstrucción de escuelas devastadas por el terremoto de 2010. Hernán suele recordarme que la definición de la religión verdadera según la Biblia es «atender a los huérfanos y a las viudas en sus aflicciones» (Santiago 1: 27). Trabajando en el libro Para conocer al Maestro en sus parábolas, en la parábola del vecino inoportuno (Lucas 11: 5-8) descubrí que Jesús nos da una de sus más hermosas lecciones sobre lo que supone la intercesión a favor de los necesitados. El protagonista de la

parábola, un viajero rendido en busca de alojamiento a altas horas de la noche, se encuentra en una situación muy incomoda entre dos amigos: uno al que él ha molestado con su visita inoportuna, y otro, a quien su amigo va a tener que molestar también para poder prestar la ayuda solicitada. La intromisión de la llegada de este “tercer hombre” que no tiene donde acogerse, y que llama a una puerta a deshora, viene a turbar la tranquilidad de los dos amigos. Aquí vemos gráficamente descrita en qué consiste, en grandes rasgos, nuestra función de intercesores a favor de los necesitados, aquellos que, de manera directa o callada, llaman a la puerta de nuestra conciencia pidiendo ayuda. Porque no todos solicitan nuestra ayuda del mismo modo. La mayoría jamás se acercaran a nuestras casas, y sin embargo también están representados por este viajero en apuros. Ante las necesidades de los excluidos sociales, de los marginados, puede que, como el hombre de la parábola, nosotros mismos no dispongamos de los recursos requeridos, y que nos encontremos con las manos tan vacías como las suyas. Nuestra tarea de intercesión consiste precisamente en escuchar las necesidades de “nuestros amigos pobres” (o de “nuestros amigos los pobres”) para ir a buscar ayuda para ellos de parte de nuestros “amigos ricos” y, sobre todo, de nuestro “Amigo rico,” que es Dios mismo. Porque el buen ciudadano del reino de los cielos es a la


vez amigo de Dios y amigo de los hombres. Ser cristiano es eso. Compartir las bendiciones que recibimos de nuestro Amigo rico con nuestros amigos pobres.1 Muchas veces pensamos que poco podemos hacer a título personal por los necesitados, aparte de interceder a Dios por ellos. Y nos limitamos a recordar piadosamente a Dios, en nuestras oraciones, las necesidades del mundo. Nos resulta mucho más fácil lamentarnos del problema de la pobreza en torno nuestro que desprendernos de un poco de lo que nos sobra para paliarla. Siempre es más fácil compadecernos en oración de los enfermos que ir a visitarlos, o mencionar a los excluidos sociales en nuestras plegarias que hacer algo en su favor. Dios, que se deleita en dar «de tal manera amo Dios al mundo que dio a su Hijo […]» Juan 3: 16), «ama al que da con alegría» (2 Corintios 9: 7). Y nos asegura que «hay más dicha en dar que en recibir» (Hechos 20: 35). Por eso se alegra sobremanera cuando, como buenos hijos suyos, reflejamos su generosidad y no le pedimos para nosotros, sino para otros que tienen menos. «Nuestras mas bellas oraciones son aquellas en las que pedimos para dar. Sin embar-

go, la oración de intercesión –pedir a Dios por otros– no siempre basta para cumplir con nuestro deber. No podemos tomar a Dios a la ligera. Él, que nos da el pan, sabe muy bien lo que tenemos, lo que nos sobra, y lo que hacemos con lo uno y con lo otro».2 Por eso la intercesión en familia a favor de los marginados nunca debiera dejar en nuestros hijos la impresión de que le estamos pidiendo a Dios que intervenga en nuestro lugar. El problema de la pobreza, de la injusticia, de la discriminación o de la marginación, por muy poco que nos concierna personalmente, y por muy inocentes que nos consideremos frente a sus causas, no es algo ajeno a nosotros. Por eso, nuestras oraciones deberían decir, más o menos, algo parecido a esto: «Señor, al pensar en los pobres (en los excluidos, en los marginados, etc.) que nos rodean, te pedimos que nos ayudes a descubrir lo que podemos hacer por ellos, para intentar paliar en la medida de nuestras posibilidades esta situación de injusticia que tu aborreces y de la cual nosotros también somos en parte culpables por nuestra falta de solidaridad».3 Elena White nos recuerda que «debemos pedir bendiciones a Dios para poder comu-

nicarlas a los demás. La capacidad de recibir es preservada únicamente al compartir. No podemos continuar recibiendo tesoros celestiales sin transmitirlos a los que nos rodean».4 Y en nuestras oraciones de intercesión en familia conviene recordar siempre que «la persistencia no tiene por objeto obrar ningún cambio en Dios, sino sensibilizarnos a nosotros y ponernos en armonía con él. Porque la verdadera solidaridad (o caridad) no es un impulso o un arrebato pasajero, que nosotros podemos generar a voluntad, sino un fuego interior, un imperativo categórico, que viene de Dios, y que nadie mas puede suscitar y saciar»5

1. Roberto Badenas, “El vecino inoportuno,” Para conocer al Maestro en sus parábolas, Madrid, Safeliz, 2002, pág. 90. 2. Idem, pág. 91. 3. Paráfrasis de Roberto Badenas, Encuentros, Madrid, Safeliz, 2010, pág. 101. 4. Elena White, Palabras de vida del gran Maestro, Mountain View, Pacific Press, 1971, pág. 108. 5. Roberto Badenas, Para conocer al Maestro en sus parábolas, Madrid, Safeliz, 2002, pág. 91.

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Jueves

La FAMILIA CRISTIANA, una INFLUENCIA BENEFICIOSA para la SOCIEDAD

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Antonio del Pino Director de Ministerio de la Familia de la UAE.

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a madre estaba desesperada, día y noche solo pensaba en una cosa: qué hacer con su marido. Habían sido emigrantes en Alemania y volvieron a España con la ilusión de rehacer sus vidas. Algunos ahorros les daban la posibilidad de comenzar de nuevo. Pero las cosas empezaron a no irles como ellos esperaban. Eran seis de familia. El padre, la madre y cuatro hijos. Las dos mayores, niñas. Los ahorros menguaban, los trabajos no surgían, y comenzaron a tener problemas para vivir. Comer cada día era muy complicado. Para agravar la situación, el padre comenzó a beber y, cada día que pasaba, iba a peor. El poco dinero que había se lo gastaba en el bar. A primero de mes, lo único que entraba en esa casa provenía de una ayuda social y el padre se llevaba buena parte del ingreso para pagar las deudas contraídas por la bebida. La convivencia empeorba por momentos y la madre, desesperada, buscaba ayuda por todas partes. Un sábado por la mañana, entró en nuestra iglesia y una joven la atendió. Esa joven me explicó brevemente la situación, me dio una nota con su dirección y me dijo: «Está muy desesperada. Por favor, llámala cuanto antes». Ese mismo lunes fui a su casa, y la madre me describió con más detalle el drama que estaban viviendo. Su rostro reflejaba la desesperación que sufrían y, una y otra vez, me hablaba de la idea obsesiva que tenía contra su marido. Gracias a Dios, desde esa visita, la iglesia comenzó a actuar y a ayudar. Llegó la solidaridad, llegaron los trabajos, y ellos se convirtieron para mí en una querida familia, que salió adelante gracias a la ayuda desinteresada de varios miembros de iglesia. No es este el único caso de situación extrema que hemos podido conocer, estoy seguro que es uno de los miles de casos cercanos que suceden a diario en nuestro país.

La familia, la escuela y la iglesia poseen los elementos necesarios para hacer que nuestros hijos aprendan a ser sensibles y responsables ante las necesidades de las personas. Estas semillas de ayuda a los demás, que tanto bien les hará y harán, se siembran en la infancia y tienen un desarrollo posterior en la adolescencia. Los hijos de padres que van mucho a entornos naturales, de mayores les gusta ir al campo; lo mismo sucede en las familias que se interesan por otras familias, terminan viendo cómo en sus hijos crece el sentimiento de ayuda al prójimo. Esta capacidad infantil no nace de maner espontánea en los hijos, como si esa familia “hubiera tenido suerte” con ellos. El hábito de ayudar a los demás, normalmente, nace primero en los padres y se transmite a los hijos.

La influencia positiva de la familia cristiana

Desde hace unos pocos años la ciudad de Valladolid cuenta con unos paseos nocturnos muy coloridos. Se los denomina “ríos de luz” y son rutas que atraviesan diferentes zonas del centro de la ciudad con una iluminación que tiene un colorido especial sobre las calles, los edificios, los monumentos, y las plazas de su entorno. El ambiente nocturno que proporciona es cálido y agradable donde la luz desmpeña un papel de extraordinaria belleza. Jesús dijo a sus discípulos: «Vosotros sois la luz del mundo» (Mateo 5: 14). Podría decirse que este es el mayor cumplido que se le haya hecho jamás al cristiano, porque Jesús le ofrece ser lo que él mismo afirmó ser: «Mientras esté yo en el mundo, luz soy del mundo» (Juan 9: 5). De una cosa estaban sus oyentes judíos seguros, ninguna persona encendía su propia luz. Jerusalén era una luz para los gentiles, pero era Dios quien había encendido


la lámpara de Israel. La luz que brillaba en la nación o en la persona seguidora de Dios era una luz prestada. Así sucede también con el cristiano. La oferta de Jesús no consiste en que cada uno genere su propia luz, sino que cada luz debe ser reflejo de la luz divina. El resplandor que se ve en la vida del cristiano viene de la presencia de Cristo en su corazón. Las casas en Palestina eran muy oscuras, con una sola ventana circular de medio metro de diámetro. La lámpara era una vasija llena de aceite que tenía una mecha. No era nada fácil encender una lámpara y cuando se la encendía se la colocaba en un soporte o candelero para que alumbrara toda la estancia. Así es el cristianismo, se tiene que dejar ver. No existe algo así como un cristiano secreto. Nuestro cristianismo tiene que ser perfectamente visible por todo el mundo. Debe dejarse ver en todos los momentos de nuestra vida, sea en la forma en que tratamos a los compañeros de trabajo o a los jefes; o cómo tratamos a una dependienta que nos atiende detrás de un mostrador, o en la forma en que conducimos o aparcamos un coche, o cómo hacemos deporte o le hacemos espacio en el transporte público a otra persona. También se manifiesta en el lenguaje que utilizamos en nuestro lugar de trabajo, en nuestro hogar, inclusive en lo que leemos cada día o en lo que nos permitimos ver en la televisión.

Una luz es una guía

El cristiano debe ser un “río de luz” que ilumine la ruta a los demás. Ser cristiano implica mostrar un camino; ser una luz, un foco que alumbra en un lugar oscuro. Además, su luz debe crear un entorno agradable que haga que las personas que lo perciban se sientan atraídos. A veces puede que alguien proponga hacer algo dudoso o inconveniente. En ese caso, si un cristiano-luz se opone a esa idea y dice “no contéis conmigo para eso”, otros podrán seguir su ejemplo. A menudo se usa la luz para advertir de un peligro que se observa más adelante y el cristiano tiene la obligación de presentar a los demás la necesaria advertencia. Hacerlo de forma que haga más bien que mal es una virtud de la luz que no ciega, que no perjudica los ojos, sino que ilumina el camino mostrando el peligro. Se decía de una famosa profesora que si alguna vez tenía que llamar la atención a un alumno, lo hacía poniendo su brazo sobre el hombro. De tal manera que si hacemos nuestra advertencia no con enfado ni con crítica, sino con amor, será eficaz.1

El crecimiento del altruismo

En nuestra inquietud de servicio cristiano, buscamos almas sedientas del amor de Dios para ayudarlas. Almas necesitadas que tienen deseos de mejorar ellos mismos y que desean con anhelo ayudar al mundo. Pero en muchas ocasiones nos confundimos en el lugar donde buscamos, porque esas personas no se encuentran en lejanos lugares misioneros, ni siquiera en los pueblos cercanos o en personas conocidas de nuestro propio entorno. Muchas veces ignoramos que esas personas se encuentra entre las mismas paredes de nuestro hogar. El alcalde de mi ciudad instituyó “El día del árbol” para que los ciudadanos plantáramos árboles en los parques y en otras zonas de la ciudad. Recuerdo la ilusión con la que mi hijo, que en aquel entonces tenía unos cuatro años, plantó su arbolito. Su labor infantil fue un gesto de compromiso. La infancia es la etapa donde debemos plantar las semillas del respeto por nuestro prójimo y del cuidado por la naturaleza. Hemos de favorecer los momentos adecuados para plantar esa semilla en el corazón de nuestros hijos, como por ejemplo: • Si en el culto familiar hay oraciones intercesoras elevadas a Dios pidiendo por otra familia necesitada, sensibilizarás a los pequeños en el respeto y en la colaboración para proveer los medios para los que tienen menos. • Si los niños acompañan a los padres en la entrega de alimentos o de ropa a personas que lo necesitan, enternecerán sus corazones de manera fraternal. • Si preparan juguetes en momentos especiales para otros niños cuyos padres no puedan comprárselos, impresionará sus mentes de manera solidaria. Muchos padres se lamentan de la actitud desagradable que muestran sus hijos adolecentes. Sin embargo, no se dan cuenta de que no sembraron las semillas adecuadas en el momento oportuno. Y ahora, tampoco toman iniciativas para darles lo que ellos necesitan, y se limitan a enfadarse y a lamentarse. En general, el adolescente tiene un corazón solidario; pero, en muchas ocasiones, se siente inútil y de poco valor. Muchos de ellos no llegan a sentir la satisfacción de dedicar voluntariamente parte de su tiempo en beneficio de personas que los necesitan y que no pueden darles nada a cambio porque no lo tienen. En esas ocasiones la recompensa del adolescente será sentirse útil y satisfecho.

A veces los adultos no dan suficiente importancia a esa necesidad fundamental del adolescente. Sin embargo, qué importante es para ellos que respetemos sus deseos altruistas y que, en algunos casos, se las fomentemos yendo a hogares infantiles para jugar con los niños internos que tienen problemas familiares o de salud, pasando un rato acompañando a personas mayores, colaborando en campañas contra el hambre o contra la pobreza, ayudando en temas relacionados con la protección de la naturaleza o de medio ambiente (plantar árboles, limpiar el campo, reciclar productos de desecho)… Existen muchas alternativas que pueden satisfacer sus deseos solidarios. Sentirse bien es también un privilegio de los adolescentes.

Conclusión

Dice Elena White: «Nuestra vida debe consagrarse al bien y a la felicidad de otros, como lo hacía nuestro Salvador. Este es el gozo de los ángeles y la obra en la que se ocupan. El espíritu de amor sacrificado de Cristo es el espíritu que permea el cielo y la fuente de la felicidad. Y si hemos de ser idóneos para unirnos a la sociedad de las huestes angélicas, debe ser también el nuestro.» (Signs of the Times, 10 noviembre 1887). Ser cristiano significa preocuparnos por los demás, cubrir la necesidades de las familias de la comunidad, quedarse al cuidado de un niño que se ha perdido, entablar conversación con el mendigo que está en la calle, prestar las herramientas para cambiar una rueda pichada de un coche o ser el aceite que suaviza una áspera junta de vecinos. El libro del profeta Isaías dice: «¿No es acaso el ayuno compartir tu pan con el hambriento y dar refugio a los pobres sin techo, vestir al desnudo y no dejar de lado a tus semejantes?» (Isaías 58: 7). «La misión del hogar se extiende más allá del círculo de sus miembros. El hogar cristiano ha de ser una lección objetiva, que ponga de relieve la excelencia de los verdaderos principios de la vida. Semejante ejemplo será de una fuerza para bien en el mundo […]. Otras familias notarán los resultados alcanzados por ese hogar, seguirán el ejemplo que les da, y a su vez protegerán su propio hogar de las influencias satánicas» (Elena White, El hogar cristiano, pág. 25).

1. Comentario al Nuevo Testamento, W. Barclay.

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Viernes

La FAMILIA y la MISIÓN

E

Javier Moliner Director de Ministerio Personal de la UAE.

22 vf

n el principio, Dios creó un planeta lleno de una deslumbrante naturaleza para que los habitantes de la tierra fueran felices, deseosos de compartir todos juntos las bondades increíbles de tener como amigo a Jesús, de gozar en medio de una naturaleza plena de flores con aromas fantásticos, paisajes extraordinarios, teniendo constantemente como paredes de sus casas los árboles y como techo los cielos tachonados de estrellas por la noche y por el día un azul célico, era el ideal que Dios tenía para sus hijos, los habitantes de este mundo. «El sistema de educación instituido al principio del mundo, debía ser un modelo para el hombre en todos los tiempos. Como una ilustración de sus principios se estableció una escuela modelo en el Edén, el hogar de nuestros primeros padres. El jardín del Edén era el aula, la naturaleza el libro de texto, el Creador mismo era el Maestro, y los padres de la familia humana los alumnos» (Elena White, La conducción del niño, pág. 275). «Creced y multiplicaos» (Génesis 1: 28). Esta fue la orden que Dios dio a nuestros primeros padres para que constituyeran familias y se esparcieran sobre la faz de la tierra. Dios pretendía que el hogar fuera el centro de instrucción de su carácter y de perfección para la raza humana. Era el centro de la reunión divino-humana. Era el centro de la comunión entre Dios y sus criaturas. ¡Qué maravilloso amor de Dios! ¡Vivir con sus criaturas en estructuras de amor, respeto, comprensión y cariño! ¡Cuán trascendentes son tus juicios, oh, Señor! ¡Cuán perfectos tus caminos! Dos instituciones edénicas fue las que Dios estableció en aquella semana de la creación: una el matrimonio, la otra el sábado, y ambas han sido el punto de mira de nuestro enemigo «que se llama Diablo y Satanás, y que engaña al mundo entero» (Apocalipsis 12: 9), y hasta hoy mismo, 6.000 años después, trata de denigrar el matrimonio y el día de reposo del Señor, y que lleguen a ser las dos instituciones defenestradas de este planeta, intentando borrar de

la mente de la humanidad el sábado y la santidad del matrimonio. No pasó mucho tiempo después de la entrada del pecado en el jardín del Edén cuando «Lamec tuvo dos mujeres. Una de ellas se llamaba Ada, y la otra Zila» (Génesis 4: 19). Fue así como nació la poligamia y vemos, milenios después que, desde aquellos tiempos donde el mismo enemigo de las almas trató de desdibujar el hermoso plan de Dios para la vida de los hombres, esta otra forma de estructura familiar ha traído dolor y desgracia para todo el género humano a través de los siglos. Fue tanta la degeneración moral en que incurrieron aquellos gigantes seres humanos antediluvianos que su maldad llegó al límite de la depravación, y Dios tuvo que volver a purificar aquella tierra fantástica que había sido mancillada. Lo realmente asombroso es que, a causa del Diluvio, el Señor volvió a dar una nueva oportunidad para los seres humanos en este magnífico planeta através de otra familia. Dios, en su infinita misericordia, salvó este mundo a través de un remanente: el hogar de Noé. Y fue después de aquel cataclismo cuando Noé adoró en un culto familiar al Señor nuestro Creador y Salvador. «Por la fe Noé, advertido sobre cosas que aún no se veían, con temor reverente construyó un arca para salvar a su familia» (Hebreos 11: 7). Dijo Dios: «Sed fructíferos y multiplícaos; llenad la tierra y sométedla; dominad a los peces del mar y a las aves del cielo, y a todos los reptiles que se arrastran por el suelo» (Génesis 1: 28), repartíos a lo ancho de la tierra, vivid en familias, deleitaos en la naturaleza que os he ofrecido, no os amontonéis en ciudades, vivid en el campo, disfrutad del aire puro, del agua fresca de los ríos y manantiales, de la compañía de los animales, disfrutad hijos míos de la naturaleza. No mucho tiempo después de dar estas instrucciones a Adán y Eva, Caín construyó la primera ciudad


transformación espiritual en la sociedad. Es el centro de discipulado cristiano, y es la institución humana fundamental, formada por la unión de un hombre y una mujer, establecida por creación divina como medio principal para desarrollar capacidades excelentes para las relaciones íntimas con Dios y con los demás seres humanos. Dios puso a la familia como fundamento de la sociedad. Por su origen y naturaleza, es muy grande su dignidad, merece especial reconocimiento por parte de la sociedad civil. Dios la puso también como fundamento de la iglesia y es por ello que la eligió para que pudiera llevar a cabo el crecimiento del pueblo escogido por su Creador. La fuerza que unifica a la familia es el amor. El amor es mucho más que un sentimiento. Los sentimientos son pasajeros, y están relacionados con factores físicos, biológicos y emocionales que son cambiantes. El verdadero amor es estable, permanente y sacrificado. Es el amor lo que convierte la mera convivencia en vida familiar.

Conclusión

de este mundo y la llamó Enoc en honor a su hijo primogénito (Génesis 4: 17), transgrediendo claramente las órdenes dadas por nuestro Señor. Volvió de nuevo Satanás, a través de Caín en esta ocasión, a malograr la vida de los seres que Dios creó, apiñándolos, juntándolos en ciudades; este no era el propósito divino para los habitantes de la tierra. Es interesante notar que, después del Diluvio, volvieron otra vez los hombres a caer en los mismos errores que cometieron al principio construyendo otra ciudad, en esta ocasión fue Babel. «Construyamos una ciudad con una torre que llegue hasta el cielo» (Génesis 11: 4). Los hombres volvieron a transgredir el mandamiento de Dios haciéndose sus propias casas, construyendo sus propios edificios, y la constante desobediencia a Dios no puede más que traer calamidades, maldiciones, infortunios y desdichas. Tiempo después, otra familia volvió a coger las riendas que marcó Dios; en esta ocasión, fue

la familia de Abraham quien «Por la fe Abraham, cuando fue llamado para ir al lugar que más tarde recibiría como herencia, obedeció y salió sin saber a dónde iba» (Hebreos 11: 8). Y familia tras familia han ido entregando el relevo divino de mano en mano, de boca en boca, dando a conocer a nuestro Señor a las demás familias para que pongan en práctica lo que Dios dijo desde el principio, desde aquel jardín del Edén. Así extendiéndose por toda la faz del planeta las familias que se reúnen alrededor del altar divino, mañana tras mañana, tarde tras tarde dan a conocer las intenciones divinas del plan de salvación, no solo a sus hijos, sino a los vecinos, amigos y familiares. La Iglesia Adventista debe ser vista por la comunidad como una referencia en asuntos de familia, un lugar donde ir cuando se necesite de ayuda. Una de las principales preocupaciones de los adventistas del séptimo día es el fortalecimiento de las familias. La Iglesia Adventista ve a la familia como un poderoso agente de

Cristo, nuestro Señor, es y debe ser reconocido como el salvador y cabeza de cada hogar. Cuando nos acercamos a él, los miembros de la familia están en paz con Dios y los unos con los otros. Acercarse a él es acercarnos unos a otros, padres e hijos, en el amor, en el perdón, en la reconciliación y la restauración. Él quiere ser, y de hecho ya es, de la familia.Vino a enseñarnos a compartir todo su ser, a disfrutar del hogar, de la familia… él es nuestro hermano mayor a quien se le consulta todo por su experiencia, su amor, su comprensión. Estar a su lado es tener una experiencia divina ya en esta tierra, pues Jesús «no se avergüenza de llamarnos hermanos» (Hebreos 2: 11). Él es de la familia, siempre debe permanecer con los nuestros, los de casa, esposos, esposas, hijos, todos juntos ofreciendo al mundo una testificación atractiva, ya que como hogar somos el campo misionero más importante. Podemos ayudar a las familias a descubrir y utilizar sus dones espirituales en la comunidad donde viven; a nuestros familiares que no son creyentes, a relacionarse con Jesús; a nuestros vecinos, entablando amistad y compartiendo las bendiciones de nuestro Señor Jesús y, por supuesto, apoyando con nuestras oraciones, ofrendas y servicio, los esfuerzos misioneros de la iglesia. vf 23


Segundo sábado

INTERCEDIENDO por la UNIDAD EN LA IGLESIA

E

Luis Alberto Fernández Secretario de la UAE.

24 vf

n el último mundial de fútbol, año 2010, toda España estaba atenta a la evolución de la selección española. Incluso aquellos que normalmente no están interesados en este deporte, fueron cautivados por el desarrollo de nuestro equipo. Hubo muchos comentarios, la mayoría a favor de la forma cómo estaban jugando. Pero hubo algo que se destacó sobre todo lo demás: la unidad. No había quien buscara destacar por encima de los otros. Todos trabajaban con una gran armonía, apoyándose los unos a otros. Se pudo comprobar que, en varias ocasiones, se buscó desestabilizar el trabajo organizado y bien medido de todo el equipo. Esto me hizo pensar mucho en nuestra familia y en nuestra iglesia; en los momentos difíciles por los que a veces pasamos y tendremos que pasar; en el intento constante del enemigo por destruir los planes de unidad entre nosotros, y con Jesús, nuestro compañero de viaje. Con frecuencia nuestras familias y nuestra iglesia sufren los ataques del enemigo para desestabilizar la unidad entre nosotros. Como iglesia, enfrentamos el aumento del relativismo espiritual de los creyentes en el que cada persona cree tener derecho a imponer sus propias opiniones a los demás (Norman Gulley, Cristo Viene, ACES, 1998, pág. 33). Todo es cuestionado; la realidad ya no tiene un propósito definido ni un objetivo. Por eso, todo es relativo. Verdades que han sido siempre la razón de nuestra vida espiritual, hoy son cuestionadas. No faltan personas que, sin tener ningún reparo, levantan su voz en contra de ellas.

Igualmente, nuestras familias enfrentan hoy problemas graves que están produciendo rupturas matrimoniales al mismo nivel que fuera de nuestras iglesias. La pérdida de valores morales, la falta de comunicación entre cónyuges e hijos, la separación física de familias por buscar una estabilidad económica, están dando como resultado conflictos preocupantes. ¿Y qué decir de nuestra identidad como creyentes adventistas del séptimo día? La identidad de nuestro pueblo se puede ver en nuestras enseñanzas y en nuestra manera de vivirlas. ¿Qué ven en nosotros? ¿Qué ve en nuestras familias? La gente nos observa, aunque no seamos conscientes de ello. ¿Ve a cristianos adventistas que viven su fe, de forma comprometida y entregada, no importa dónde estén? ¿O quizá ven simples cristianos sin una identidad definida y sin un rumbo claro? ¿Qué ven en ti? ¿Qué tipo de familia ven en nosotros? ¿Qué imagen estamos dando nosotros a los demás con nuestro comportamiento puertas adentro y puertas afuera? Nuestra iglesia está creciendo a un ritmo importante. Cada año se unen a nuestras filas, más de un millón de personas en todo el mundo, 2.889 adventistas al día (Revista Adventista, agosto 2010, pag. 5). Esto es un excelente motivo de gozo y de gratitud a Dios, porque su obra sigue imparable. Sin embargo, esto plantea también grandes desafíos, como el aumento de la diversidad en nuestra iglesia (idioma, cultura, raza, historia; hijos cada uno de su propia tierra, aunque lleguen a ser adventistas). Se requiere, por


tanto, mucha comprensión y tolerancia entre todos nosotros. Tenemos que ser un pueblo respetuoso respecto a las otras culturas, gustos, música, tipo de adoración, forma de vestir, de hablar, de comer y de vivir, etcétera Por eso, el tema de la unidad en la familia y en la iglesia, en una sociedad multicultural como la nuestra, es un asunto de máxima prioridad. El plan de Dios es que «seamos uno». Si esa unidad se rompe, corremos el riesgo de desintegrarnos como familia y como iglesia única (Félix Cortes A., Ministerio Adventista, año 60, nº 2, marzo-abril 2003, pág. 14). Es verdad que, como iglesia, nos falta una mayor unidad, y muchas cosas que cambiar, pero «deberíamos recordar que la iglesia, aunque débil y defectuosa, constituye el único objeto en la tierra al cual Cristo otorga su consideración suprema» (Elena White, Mensajes selectos, vol. 2, pág. 457). «No hay en este mundo nada que sea tan amado para Dios como su iglesia. No hay nada que él guarde con cuidado más celoso» (Elena White, Joyas de los testimonios, vol. 2, pág. 381). «Jesús amó a la iglesia y se dio a sí mismo por ella, y él la restaurará, la refinará, ennoblecerá y elevará para que subsista firmemen-

te en medio de las influencias corruptoras de este mundo. Hombres designados por Dios han sido escogidos para velar con celoso cuidado… para que la iglesia no sea destruida por los malos designios de Satanás, sino que subsista en el mundo y fomente la gloria de Dios entre los hombres» (Elena White, Testimonios para los ministros, vol. 2, págs. 52, 53). No es una iglesia más, sino la iglesia de Cristo. Es la iglesia que necesita mejorar en muchos aspectos, pero delante de la cual, el Señor va al frente, pues es «Dios quien encabeza la obra y él pondrá en orden todas las cosas. Si hay que realizar ajustes en la plana directiva de la obra, Dios se ocupará de eso y enderezará todo lo que esté torcido. Tengamos fe en que Dios conducirá con seguridad hasta el puerto el noble barco que lleva al pueblo de Dios» (Elena White, Mensajes selectos, vol. 2, pág. 449 [1892]). La iglesia de Laodicea será la última iglesia antes de que Jesús vuelva en gloria y majestad. Somos una gran familia llamada por Dios a permanecer unidos entre nosotros, y todos juntos con Aquél que nos ha sostenido hasta el día de hoy. «Un pueblo llamado por Dios a estar unidos en un cuerpo simétrico, sujeto a la inteligencia santificada del conjunto. […] Dios

está conduciendo a un pueblo para que se coloque en perfecta unidad sobre la plataforma de la verdad eterna (Elena White, Joyas de los testimonios, vol. 1, págs. 444-448). ¿Por qué poner tanto énfasis en la unidad entre todos nosotros? Porque se necesita llegar a la unidad apostólica que dio como resultado el derramamiento del Espíritu Santo. Esto difícilmente sucederá si como familias no somos capaces de vivir la unidad en el hogar. Este debería ser nuestra prioridad más grande. Nuestra iglesia difícilmente permanecerá unida si nuestras familias no lo están. El que se preocupa de este tema en un ámbito más pequeño en número (familiar), también lo hará en el ámbito mayor, que es la iglesia. «De este modo todos sabrán que sois mis discípulos, si os amáis unos a otros» (Juan13: 35). ¿Qué trato muestro yo en casa? ¿Qué ven mis hijos en mí? ¿Cómo me ve mi esposa cuando estoy en la iglesia? ¿Soy diferente fuera que dentro del hogar? Tenemos que hacer grandes esfuerzos por mantener la unidad en la familia y en la iglesia como algo prioritario. Esto solo puede ser posible si hay entre nosotros un auténtico reavivamiento, como en Pentecostés, que llegaron a estar «todos unánimes juntos» (Hechos 2: 1, RV 1995).

vf 25


Esto implica más que una reunión de personas; indica una unidad en espíritu, en propósitos y en sentimientos. Con demasiada frecuencia se percibe desunión en nuestras propias familias y, a menudo, la tensión familiar termina por afectar también a la unidad de la iglesia. ¿Y cómo es posible llegar a esta unidad? Cuando mantenemos un tiempo real de contacto con Dios por medio de la oración; cuando dedicamos mayor tiempo a estudiar las Escrituras, intentando descubrir el plan de Dios para nuestras vidas; cuando sentimos pesar por aquellos que perecen sin conocer al Señor; cuando obedeces la voz del Espíritu Santo que te dice: “Ve y pide perdón” o “No digas eso porque vas a lastimar a tu esposa” o “No actúes así porque hieres a tu hermano” o “Reconoce tu pecado y pide perdón” o… Esto solo es posible cuando mantenemos una relación tan íntima con Jesús, que su Espíritu nos guía hasta en los detalles más pequeños de nuestra vida familiar y en nuestras propias iglesias. Ha llegado la hora de efectuar cambios significativos en nuestros hogares y en nuestras iglesias; pero esos cambios solo se producirán cuando primero sucedan en nuestra propia vida personal. Elena White escribió: «Lo que causa división y discordia en las familias y en la iglesia es la separación de Cristo. Acercarse a Cristo es acercarse unos a otros. El secreto de la verdadera unidad en la iglesia y en la familia no estriba en la diplomacia ni en la administración, ni en un esfuerzo sobrehumano para vencer las dificultades –aunque habrá que hacer mucho de esto- sino en una unión con Cristo. […] Cuanto más nos acerquemos a Cristo tanto más cerca estaremos uno del otro» (El hogar cristiano, pág. 158). Hoy más que nunca, necesitamos despertar de nuevo el culto en familia, pasar tiempo diario a solas con Jesús, alimentándonos abundantemente de su Palabra, orando y alabando su nombre. No son tiempos fáciles ni para la familia, ni para nuestra iglesia. Son tiempos difíciles para ambas instituciones divinas, pues los zarandeos en todas direcciones están afectando a muchos. En cuanto a la vida espiritual, está señalado que habrá quienes abandonarán la fe, lo mismo que ha sucedido en todas las épocas. Seguirán habiendo familias destrozadas. Serán tiempos de dificultad cuando se distinguirán los verdaderos creyentes de los que no lo son. 26 vf

«El permanecer de pie en defensa de la verdad y la justicia cuando la mayoría nos abandone, el pelear las batallas del Señor cuando los campeones sean pocos, esta será nuestra prueba. En este tiempo, debemos obtener el calor de la frialdad de los demás, valor de su cobardía, y lealtad de su traición» (Elena White, Joyas de los testimonios, vol. 2, pág. 31). Nuestra iglesia atravesará momentos en que parezca estar a punto de perecer, «pero no caerá» (Elena White, Mensajes selectos, vol. 2, pág. 436), porque es la iglesia verdadera de Dios. Hay que tomar decisiones claras si queremos seguir adelante. Debemos crecer en la gracia, en casa o donde nos encontremos. Tanto en el hogar como en la iglesia, «debo velar sobre mi espíritu, mis acciones y mis palabras; dedicar tiempo a fortalecer mis principios rectos. Debo meditar en la Palabra de Dios noche y día e introducirla en mi vida práctica» (Elena White, El hogar cristiano, pág. 159). Este es el tiempo glorioso que nos ha tocado vivir, y en el que ninguno debiera quedar al margen. Es un tiempo de decisión y de compromiso con Dios; de milagros junto al Maestro; de triunfo del Espíritu de Dios manifestado a través de todos sus seguidores, en favor de los perdidos. Es tiempo de

ver los cambios del Señor en nuestras vidas, en nuestras familias, en nuestras iglesias, en todo el pueblo de Dios en la redondez de la tierra. ¿Qué decisión vas a tomar con relación a tu Dios, a tu familia y a tu iglesia? Cuando el poder del Espíritu descienda sobre todos sus hijos comprometidos con él, se manifestará en forma poderosa. «Miles de voces predicarán el mensaje por toda la tierra. Se realizarán milagros, los enfermos sanarán y signos y prodigios seguirán a los creyentes» (Elena White, El conflicto de los siglos, pág. 612). Yo deseo, con todas mis fuerzas, que Dios pueda transformar tu vida por completo. Que la presencia de su Santo Espíritu pueda evidenciarse en una familia unida, que contagie a la iglesia porque hayamos aprendido a hacer de Dios lo más importante en nuestras vidas, y que así, capacitados por Dios, podamos terminar la tarea de alcanzar con su Espíritu a todos aquellos que todavía viven en tinieblas, y mueren sin esperanza. Bienvenidos a los días en que el Señor manifestará su poder en todos los que hayan aprendido a hacer de su relación con él lo más importante en sus vidas.


Que mi hogar sea tu casa BAA 01 - 09 Música: Alvaro Calvo Letra: Eunice Cañizares q = 91 Opción con cejilla en Sol:

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hoy me cuan -do

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doy. fin,

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Haz de de - vol -

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Hoy, Se Hoy, Se -

"Bienvenidos a adorar" es un servicio del ministerio de la música de UICASDE © 2011. ministeriomusica@unionadventista.es http://bienvenidosaadorar.org

vf 27


LETRA Y MÚSICA DEL HIMNO ESCOGIDO PARA LA SEMANA DE LA FAMILIA

25 LaM

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"Bienvenidos a adorar" es un servicio del ministerio de la música de UICASDE © 2011. ministeriomusica@unionadventista.es http://bienvenidosaadorar.org

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con pa - dres e que po - da - mos

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39 Sim

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Hoy, mi Hoy, mi

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que pue - das que - dar - te_a que pue - das que - dar - te_a

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mi_o - ra mi_o - ra

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la - do, por fa - vor. la - do, por fa - vor.

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só - lo_es - cu - cha só - lo_es - cu - cha

gar se - a tu ca - sa gar pue - das des - can - sar

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