Revista Adventista - Una iglesia para todos (Febrero 2016)

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Ministerio de la Familia y Depar tamento de J贸venes: 6 - 13 de febrero de 2016


INTRODUCCIÓN

Iglesia Refugio, un espacio para todos Como bien sabes, querido lector, tradicionalmente ha habido dos semanas de oración diferentes en la iglesia: la de familias y la de jóvenes. Ambas han cumplido su propósito de buscar un reavivamiento espiritual, con énfasis en cada uno de los grupos, por separado. Sin embargo, parte del enfoque de la iniciativa iCOR (Iglesias Refugio) se fundamenta, precisamente, en reducir la brecha generacional dentro de las iglesias. Si realmente creemos que la iglesia es una familia, debemos fomentar la interacción y los momentos compartidos desde una perspectiva integral. Fruto de esta reflexión, desde el Ministerio de la Familia y el Departamento de Jóvenes de la Unión Adventista Española, nos hemos propuesto fusionar ambos programas para disfrutar del alimento espiritual en conjunto. El hilo conductor serán los valores que se presentan en iCOR, tratando de ahondar en ellos para sacarles el mayor provecho, con el fin de construir juntos una iglesia aún más cercana y familiar. Confiamos en que esta semana de oración sea de gran bendición para todos y que el Señor nos ayude a aprovecharla en todas sus dimensiones. Con aprecio, Antonio del Pino y Daniel Bosqued

Contenido 3 Primer sábado mañana Mentoring: a hombros de gigantes 6 Primer sábado tarde La importancia de la participación Directores de la revista: Antonio del Pino y Daniel Bosqued

EQUIPO EDITORIAL: Director general: Mario Martinelli Administrador: Sergio Mato Coordinación de producción: Esther Amigó Jefe de edición: Alejandro Medina Editora: Andrada Oltean Diseño y maquetación: Javier Zanuy Publica: EDITORIAL SAFELIZ Pradillo, 6 - Pol. Ind. La Mina 28770 Colmenar Viejo, Madrid (España) tel. [+34] 918 459 877 fax [+34] 918 459 865 e-mail: admin@safeliz.com www.safeliz.com Promueve: MINISTERIO DE LA FAMILIA y JAE

COLABORADORES: Daniel Bosqued Isaac Chía Nahikari Gutiérrez Rubén Guzmán Óscar López Adriana Perera Esther Pérez Antonio del Pino Nelson Salgado

Año 9 / nº 9

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9 Domingo La conexión segura 11 Lunes Enseñanza y formación 13 Martes El poder del liderazgo 15 Miércoles El servicio a los demás 18 Jueves Adoración íntima: más allá de los ritos 20 Viernes Cuidado y cariño: evidencias de que somos hijos de Dios 22 Segundo sábado ¿Es posible alcanzar una reconciliación?


Primer sábado mañana

MENTORING: a hombros de gigantes

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a expresión latina nanos gigantium humeris insidentes, ‘a hombros de gigantes’, se atribuye a Bernardo de Chartres, filósofo del siglo XII. La frase original indicaba: «Somos enanos encaramados a hombros de gigantes. De esta manera, vemos más y más lejos que ellos, no porque nuestra vista sea más aguda sino porque ellos nos sostienen en el aire y nos elevan con toda su altura gigantesca». Fue retomada por Isaac Newton en una carta que escribió a Robert Hooke el 5 de febrero de 1676, en la que reconocía: «Si he logrado ver más lejos, ha sido porque he subido a hombros de gigantes». Estas expresiones encierran una gran humildad intelectual y tratan de rendir tributo a todas las personas que nos ayudan a subir un peldaño más, encaramándonos a hombros de gigantes. Una parte importante del éxito se deberá siempre al aporte de esfuerzos ajenos y, en muchas ocasiones, esa ayuda clave y definitiva adquiere la forma de mentores.

Mentoring, o como quieras llamarlo

El concepto de mentoring no es nuevo. Consiste en la relación entre un consejero o guía con experiencia y otro más inexperto, a quien aconseja. En nuestra vida cotidiana, la relación de mentoring se establece de forma espontánea. Alguien que ayuda en un trabajo al joven becario, un compañero que orienta en clase a un nuevo alumno o un vecino que ayuda al recién llegado a la ciudad. La figura del mentor es la del más experimentado que nos ayuda, mediante su experiencia, a integrarnos o a superar dificultades. Sin ir más lejos, la familia es el marco ideal que el Señor ideó para que una generación más experimentada en el arte de vivir pudiese transmitir experiencia a las siguientes generaciones. Los padres son, o deberían ser, los mejores mentores de sus hijos. No obstante, la crisis del modelo familiar tradicional con todos sus de-

safíos, la tecnificación de la sociedad, el ritmo frenético o la pérdida de valores compartidos hacen cada vez más compleja la creación de estos vínculos tan significativos. La revolución digital ha creado una relación intergeneracional paradójica. Y es que, en términos de manejo de información y tecnología, hoy un niño de diez años sabe más del mundo que le rodea que su abuelo. Si la revolución industrial, con su obsesión por la productividad, ya había sentado las bases para relegar a las generaciones menos productivas a un sector marginal del sistema, la revolución digital ha eclipsado a las generaciones mayores como fuentes de información. Se llega a hablar de «analfabetos digitales» a los que se han quedado atrás en el manejo de las TICS (tecnologías de la información y la comunicación), dando paso a los «nativos digitales», que tienen en la palma de la mano más información de la que jamás serán capaces de procesar. No obstante, el acceso a los datos no asegura el éxito. De hecho, la información se ha devaluado. Hay demasiados datos, pero muy poco criterio. Mucha inteligencia, pero poca sabiduría. Mucha teoría, pero poca experiencia. Las generaciones más jóvenes, quizá sin ser conscientes, precisan de más experiencia transmitida en primera persona, que aporte orientación en un mundo cada vez más complejo. En otras palabras, la experiencia no se puede descargar de Internet, tampoco se puede buscar en Google ni comprar online. La buena noticia es que, aunque es personal, también es transferible. Se puede compartir siempre y cuando la relación que se establezca sea sincera, continuada y valorada. A nivel de instituciones y familias es imprescindible que se creen vínculos a través de los cuales los mentores más experimentados puedan ayudar a los menos experimentados, para que vean desde sus hombros. No en vano se dice que «el hom-

Daniel Bosqued Director del Departamento de Jóvenes Unión Adventista Española so 3


bre inteligente aprende de sus errores, pero el hombre sabio aprende de los errores de los demás». Nuestros jóvenes necesitan más personas sabias de las que aprender de cerca. Por lo tanto, en el mentoring, la clave del vínculo no es la transferencia de información, conocimiento o datos, sino de experiencia. Con base en lo vivido y mediante una relación de confianza, el mentor transmite lo aprendido con la intención de que su vivencia resulte de utilidad para otros.

Jesús: nuestro mentor

En la Biblia encontramos numerosos ejemplos de mentoring: Moisés y Josué, Elí y Samuel, Elías y Eliseo o Pablo y Timoteo. Pero Jesús fue, sin duda, el mejor mentor. Vino a esta tierra, entre otras cosas, para ser nuestro ejemplo de humildad (Juan 13: 1517) y sacrificio (1 Pedro 2: 21) y, para ello, vivió la experiencia de ser humano como nosotros (Filipenses 2: 7). De esta forma, consiguió entregarnos su vivencia como un tesoro y se convirtió así en el mentor por excelencia. Jesús nos regaló su muerte como expiación y su vida como fuente de inspiración. Solo podremos parecernos más a él si aprendemos cada día a sus pies, descubriendo cómo hablaba, cómo trataba a la gente y qué pensamientos llenaban su mente. Solo su experiencia de vida integrada en la nuestra puede transformarnos de verdad. Esto también tiene una interesante aplicación en nuestras iglesias: 1. Vínculos intergeneracionales. La iglesia constituye el entorno ideal que propicia la magia del encuentro entre diferentes generaciones. Desgraciadamente, no siempre lo hemos hecho así. El documental Divided, producido por los hermanos Leclerc en 2011, pone de manifiesto los estragos que ha causado el desarrollo del ministerio juvenil como algo completamente desvinculado del resto de la iglesia. Cuando los jóvenes se han aislado en actividades ajenas a la realidad de la congregación, se han encontrado fuera de la vida interna de la iglesia y, en muchas ocasiones, la han abandonado. Una posible explicación es que las instituciones educativas occidentales, en su mayoría, han segmentado a los niños y jóvenes por edades a lo largo de todo el tramo educativo. Cada niño va a la clase de la edad que le corresponde, generando 4 so

compartimentos estancos que no favorecen la interacción entre diferentes edades. Este sistema, que responde a la profesionalización de la actividad educativa, entre otros factores, se ha extrapolado a diferentes áreas de la sociedad, incluyendo nuestras iglesias. Al copiar el sistema educativo tradicional, hemos dividido nuestras iglesias por edades con clases para niños de cuna, infantil, menores, pioneros, universitarios y jóvenes. Para ello, hemos multiplicado los responsables y los departamentos para cada una de las edades. El objetivo siempre ha sido atender mejor las necesidades de estos grupos de edad y, en ocasiones, lo hemos conseguido. Pero el resultado no siempre ha sido el esperado, puesto que en términos prácticos hemos generado una segregación dentro de nuestra propia

familia de la iglesia, eliminando todos los puntos de interacción entre generaciones. El dilema, por tanto, es: ¿En qué momento pueden los más jóvenes establecer vínculos con mentores de los que puedan aprender? Cuando mi hermano Jonatán y yo éramos niños, mis padres nos llevaron a un colegio unitario en Algeciras. Todo el colegio era una sola clase. Con esta organización, yo mismo, que aún no tenía edad para estar escolarizado, acompañaba a mi hermano a clase y me sentía como un estudiante más. ¿Qué recuerdos tengo de esa experiencia? Recuerdo aprender con los ojos como platos de todo lo que el profesor enseñaba a «los mayores». Recuerdo estudiar con mi hermano los huesos del cuerpo y aprenderlos jugando con él antes de cumplir los seis años. Recuerdo jugar en el patio con chicos mucho mayores y hacer equipos de fútbol «intergeneracionales» en los que el propio profesor, don José, jugaba con nosotros. Recuerdo que ese mismo profesor trataba a todos los niños como parte de una gran familia. Era un mentor para todos, sin importar la edad. No estoy proponiendo que los colegios unitarios generen a la larga mejor aprendizaje que los tradicionales. Solo señalo que esa experiencia marcó de forma positiva mi primera interacción con el colegio, al compartir aula con niños de todos los cursos. Lo importante no es que todos estuviésemos juntos, sino que nos considerásemos una familia. En nuestras iglesias deberíamos ser capaces de aprovechar el conocimiento de los gigantes que nos precedieron y que aún viven para vincular su experiencia con la realidad de los más jóvenes. Es muy importante generar los espacios y los momentos en los que se pueda establecer el vínculo entre las generaciones precedentes y las actuales. ¿Implica esto que los departamentos deberían desaparecer? ¿Significa que las actividades específicas por edades son contraproducentes? Probablemente no. Creo que la solución, como en todos los ámbitos de la vida, se encuentra en el equilibrio: que haya momentos y programas para las diferentes edades, pero que no sea la única opción. Somos responsables


de facilitar los vínculos para que los adultos puedan convertirse en mentores de los más jóvenes. De esta forma la generación mayor podrá transmitir en primera persona su experiencia en diferentes áreas de la vida, principalmente en el crecimiento espiritual. En este sentido, podemos aprovechar el programa de JAE-Mentoring que hemos desarrollado en el Departamento de Jóvenes, que pretende crear una red de mentores en todas las iglesias de España, para vincular a pioneros (16-21 años) con adultos que puedan ser sus guías, consejeros y mentores.1 2. Vínculos con nuevos conversos. La transmisión de experiencia no solo es necesaria entre diferentes generaciones vitales, sino entre distintas generaciones espirituales. Para esto es importante que en las iglesias podamos mostrar sensibilidad hacia las personas nuevas que se acercan para formar parte de nuestra familia. Es primordial acompañar a los recién llegados en su crecimiento espiritual a través de mentores. Necesitamos referentes en los que fijarnos, a los que admirar y de los que aprender, sobre todo cuando entramos en la familia de la iglesia. Pablo llama «débiles en la fe»,2 «niños»,3 «que tienen necesidad de leche»4 a los creyentes que están comenzando su camino, pero no para minimizar

Para compartir 1. ¿Crees que sería mejor una iglesia con formato intergeneracional o es bueno trabajar separados por edades? 2. ¿Qué acciones se podrían llevar a cabo en tu iglesia para estrechar lazos entre generaciones? 3. ¿Qué ocurre más en tu iglesia: que los jóvenes no quieren escuchar a los mayores o que los mayores quieren imponer sus criterios a los más jóvenes?

su importancia, más bien, para favorecer la atención de la iglesia hacia ellos. El objetivo es que la experiencia de los mentores se pueda transferir entre generaciones, hasta que los recién llegados un día sean también mentores de aquellos que vendrán. Todos debemos formar parte de esa cadena de confianza en la que se vayan trenzando vidas, experiencias y destinos. Me gusta mucho cómo lo explica Gabriel Celaya en su poema sobre la educación, pues todos nos podemos sentir identificados: Educar es lo mismo que poner motor a una barca… hay que medir, pesar, equilibrar… … y poner todo en marcha. Para eso, uno tiene que llevar en el alma un poco de marino… un poco de pirata… un poco de poeta… y un kilo y medio de paciencia concentrada. Pero es consolador soñar mientras uno trabaja, que ese barco, ese niño irá muy lejos por el agua. Soñar que ese navío llevará nuestra carga de palabras hacia puertos distantes, hacia islas lejanas. Soñar que cuando un día

esté durmiendo nuestra propia barca, en barcos nuevos seguirá nuestra bandera enarbolada.5 Ojalá podamos descubrir en Jesús a nuestro mayor mentor e, inspirados en su ejemplo, vivamos compartiendo nuestra experiencia transformadora con las nuevas generaciones dentro de nuestra familia natural y espiritual. Así, de la misma manera que en un momento determinado te subiste a hombros de tu mentor, un día puedas también llevar a otros sobre tus hombros. 1 Toda la información se encuentra en: www.jaeonline.es. 2 Romanos 14: 1. 3 1 Corintios 3: 1. 4 Hebreos 5: 12. 5 Gabriel Celaya. Educar

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Primer sábado tarde

La importancia de la PARTICIPACIÓN «Lo importante no es ganar, sino participar». Ethelbert Talbot

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Rubén Guzmán Pastor y coordinador JAE de la Zona Levante-Sur Unión Adventista Española

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oco después de haber obtenido el permiso de conducir, mi hermano conducía por una estrecha calle de Madrid, buscando sitio para aparcar. De pronto, en plena maniobra de aparcamiento, el coche se apagó, bloqueándose por completo. El volante no giraba ni a la derecha ni a la izquierda. Parados en medio de la calle, nos empezamos a agobiar. Entonces ocurrió un milagro. En esa misma calle, hasta entonces vacía por completo, varias personas se acercaron a ayudarnos. Entre todos empujamos el vehículo hasta dejarlo aparcado, fuera de peligro y sin obstaculizar el tráfico. Después de ayudarnos de manera desinteresada, aquellos desconocidos desaparecieron sin que nos diera tiempo de darles las gracias. Desde entonces, mi hermano y yo siempre recordamos esta experiencia como un milagro del Señor, que nos sacó de un momento de crisis a través de la generosidad de otras personas. Para resultar exitosas, hay acciones que solo se pueden realizar de manera colectiva. Por ello, no dejo de preguntarme por qué en nuestras congregaciones prima la labor individual frente al trabajo de grupo; por qué la personalidad de un líder parece, por momentos, ahogar los dones y las capacidades de los miembros de la iglesia; por qué, en

definitiva, los planes individuales o de un pequeño grupo pueden fracasar.

Participación frente a individualismo

Es cierto que, a veces, para una persona resulta mucho más atractivo brillar en solitario. Esa también es la tendencia de la sociedad occidental. Por ejemplo, los bailarines que acompañan en el escenario a un cantante tienen que ayudarle a destacar en su actuación, pero jamás deberían quitarle el protagonismo. De la misma manera, parecería bastante inusual que el extra que aparece comiendo un perrito caliente en una escena del último taquillazo


aspirara a ganar un premio Óscar. Aunque forma parte del reparto, su cometido solo es aparecer en una escena muy concreta, pero no destacar o, por lo menos, no hacerlo como el protagonista. Estamos tan acostumbrados a dejarnos guiar por líderes de palabras y actos poderosos que no solo esperamos que nuestro próximo pastor sea uno de ellos, sino que hemos dejado de lado nuestra propia responsabilidad como líderes, referentes o colaboradores. Nos dejamos llevar, en lugar de trabajar en equipo, lo cual resulta extraño de seguidores de un Maestro que se caracterizó por su capacidad para compartir y delegar labores ministeriales tan exigentes como la sanación, la expulsión de demonios (Marcos 6: 7, 12-13; Lucas 9: 1) o el bautismo (Juan 4: 1-2). En la mayoría de los casos, en los relatos bíblicos, el individualismo deriva en comportamientos anómalos que merman las capacidades humanas para ser siervos de Cristo. Entre dichas actitudes, podríamos destacar: 1. El servidor depresivo. A veces, nuestro servicio solitario al Señor deriva en ceguera espiritual e incluso en orgullo mal disimulado. Esa fue la experiencia de Elías, profeta de grandes milagros que, tras un breve periodo de depresión, llegó a considerarse como el último bastión en la defensa del mensaje divino, tal como

leemos en 1 Reyes 19: 14. Sin embargo, en la tristeza de Elías también había mucha altivez, hasta el punto de que el Señor le mostró que, junto a él, también había apartado a siete mil profetas fieles que todavía resistían la presión de Acab y Jezabel (vers. 18). Comprender que no se encontraba abandonado le ayudó no solo a reiniciar su labor con fuerzas renovadas, sino a encontrar un colaborador de la talla de Eliseo, en cuya compañía enriqueció su propio ministerio. 2. El psicópata espiritual. En otras ocasiones, el individualismo no es sino la consecuencia de una falta evidente de empatía por nuestros compañeros a la hora de compartir el mensaje de salvación. En otras palabras, preferimos trabajar solos que mal (o bien) acompañados. Cuando Abimélec, hijo de Gedeón, decidió gobernar en solitario, lo hizo pasando, literalmente, por encima de los cadáveres de sus setenta hermanos. Su razonamiento fue tan nefasto como abrumador: antes que buscar un gobierno asentado en el consejo de una pluralidad, prefirió ejercer una tiranía en solitario (Jueces 9: 1, 2, 5). Finalmente, su grave error generaría la pérdida de la protección divina (vers. 22, 23) y también una muerte prematura y violenta (vers. 50-54). 3. El vanidoso hipócrita. El deseo de llamar la atención es parte inherente del pecador, aun cuando sus actos son, a priori, inocentes y semejantes a los de los demás. En la Biblia tenemos el ejemplo de Ananías y Safira (Hechos 5: 1-10), que recibieron un castigo inmediato del Señor al entregar solo parte del dinero prometido a la

iglesia, en su deseo de ser admirados por el resto de la congregación, tal como explica Elena White: «Notaron, sin embargo, que aquellos que se despojaban de sus posesiones a fin de suplir las necesidades de sus hermanos más pobres, eran tenidos en alta estima entre los creyentes y […] decidieron deliberadamente vender la propiedad, y pretender dar todo el producto al fondo general, cuando en realidad se guardarían una buena parte para sí mismos».1 Este tipo de actitudes merman la confianza de los miembros de la iglesia deviniendo en apatía, abandono, conflictos internos a causa del liderazgo o confusión moral. Estos ejemplos son comunes en el antiguo Israel, víctima durante siglos de la decadencia moral de reyes que deseaban ser venerados como dioses y que no involucraban al pueblo en el proceso de la adoración verdadera.

Todo en común

Una iglesia solo funciona como es debido cuando todos estamos involucrados. En muchas ocasiones, en un ejercicio de imaginación, pienso en un cristianismo en el que todas las cosas eran puestas en común (Hechos 4: 32). Cuando somos capaces de disponer de nuestros bienes materiales a favor de la comunidad de manera desinteresada, es posible que nos quede muy poco para alcanzar el reino de Dios. A través de la colaboración de todos los creyentes, la iglesia de Cristo fue creciendo hasta amenazar al imperio más poderoso que ha existido en el mundo. El Antiguo Testamento también abunda en ejemplos a través de los que descubrimos el gran poder que tiene la participación de los creyentes en la creación de una comunidad religiosa cercana a Dios. Tres ejemplos son especialmente relevantes: 1. Éxodo 35: 4-35. Cuando Moisés pidió ayuda a los israelitas sabía que no podría construir el santuario sin la colaboración del pueblo. La sorpresa llegó al darse cuenta de que no solo habían entregado todo lo que tenían, sino que, en un momento determinado, su generosidad superó todas las previsiones. Cuando decidiste seguir a Cristo, ¿estabas dispuesto a dar lo mejor de ti para marcar la diferencia entre la vida de pecado que deseabas abandonar y la nueva vida junto al pueblo de Dios? 2. 1 Crónicas 29: 1-20. En la madurez espiritual de su pueblo, David fue consciente so 7


de que era necesario un esfuerzo extraordinario para llegar a construir el templo en un futuro no muy lejano. Nuevamente, Israel se mostró dadivoso hasta la desmesura, pero el rey, contra todo pronóstico, no alabó al pueblo por sus ofrendas, sino que destacó la propiedad de Dios sobre esos bienes. Cuando tu relación con Dios se ha asentado, ¿continúas devolviéndole todo lo que le corresponde y le agradeces por la posibilidad que tienes de hacerlo? 3. Esdras 3: 6-7. Tras el restablecimiento de Israel, los judíos deseaban volver a adorar como al principio, pero habían perdido su templo y, prácticamente, sus costumbres. Fueron momentos de gran temor en los que era preciso reconstruir y sanar, algo que solo podía llevarse a cabo con la colaboración de los que regresaban del cautiverio. En aquella ocasión, el pueblo de Dios, arrepentido, volvió a dar muestra de su disposición para el compromiso y la ofrenda. Cuando has fallado al Señor pero regresas a su lado, ¿continúas colaborando en tu comunidad olvidando las desventuras del pasado, mirando al futuro con esperanza? Tres momentos clave en la vida de Israel. Tres momentos clave en nuestras vidas. Todos nacemos en Cristo, crecemos en él y, al caer, nos levantamos de nuevo gracias a su ayuda. Cabe plantearse si en alguno de esos momentos hemos dejado de pensar que nuestra colaboración es imprescindible para

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Para compartir 1. ¿Cuáles son los problemas más comunes que comparte una comunidad en la que la participación queda asfixiada por el brillo temporal de unos pocos? ¿Has experimentado algo parecido en tu propia comunidad? Compártelo con el resto del grupo. 2. Teniendo en cuenta que la falta de motivación es uno de los males endémicos de nuestra iglesia, ¿cómo crees que podríamos hacer que otros se sintieran animados a participar en nuestra comunidad? 3. Lee Mateo 25: 14-30. ¿De qué manera la parábola de los talentos te compromete a poner al servicio de la iglesia los dones que Dios te da? Después de ver tantos ejemplos bíblicos en los que Israel contribuye con sus bienes materiales al crecimiento espiritual, ¿por qué crees que el Señor compara tus dones concretamente con una moneda? ¿De qué manera somos responsables ante él del buen o mal uso que hacemos de ellos?

que la comunidad, nuestra familia en el Señor, siga creciendo y enriqueciéndose con todo aquello que podemos aportar. Hace años, cuando nuestro coche se estropeó, un reducido grupo de personas nos ayudó a resolver un problema que mi hermano y yo no habríamos podido solucionar solos con tanta rapidez. Hoy nuestra iglesia requiere la participación de un mayor grupo de personas para poder crecer y ser relevante en un mundo que vive en la oscuridad. Tú eres parte importante de esa comunidad y estás llamado a desarrollarte en ella. A veces es fácil dejarnos llevar por el espíritu de competencia que fomenta la sociedad actual, que nos llama a invertir solo

en nosotros mismos, al margen de los demás; a brillar fugazmente como un cometa a costa de nuestra propia extinción. Pero junto a Dios y en colaboración con nuestros compañeros, brillamos eternamente. No somos seres espirituales solitarios incapaces de alimentar a otros, sino que vivimos respaldados por toda una comunidad que nos acompaña y nos complementa. No olvidemos que, siendo parte integrante del pueblo al que pertenecemos, estamos llamados a la eternidad, una eternidad de la que todos formamos parte.

1 Elena White, Los hechos de los apóstoles, págs. 59-60.


Domingo

La CONEXIÓN segura Aquella pregunta…

«Uno de ellos». Así nos presenta Mateo al personaje que se acercó a Jesús con una de las preguntas más importantes de los Evangelios. Un experto en la ley que sabe lo que quiere: escucha a los saduceos formular su pregunta y permanece atento a la respuesta de Jesús. Coincide con él y da el paso porque cree haber encontrado la clave para hacerle caer: «¿Cuál es el mandamiento más importante de la ley?» (Mateo 22: 36). ¿Alguna vez te has planteado algo semejante? Después de todo, es necesario que el ser humano se cuestione la esencia de la experiencia cristiana. Es alentador que este tipo de respuestas se encuentren en la Biblia. También es cierto que en la Escritura encontramos otro tipo de preguntas que Jesús simplemente prefirió no contestar. En una de las ocasiones fueron los sacerdotes y los ancianos del pueblo los que le preguntaron por la autoridad con la que actuaba. En ese momento, Jesús se limitó a decirles: «Pues yo tampoco os voy a decir con qué autoridad hago esto» (Mateo 21: 27).

Aquella respuesta…

Pero en la pregunta que nos ocupa, el Maestro consideró oportuno contestar: «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente. Este es el primero y mayor mandamiento. Y el segundo es semejante a este: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos dependen toda la Ley y los Profetas» (Mateo 22: 37-40, RVR1995). La esencia de la vida cristiana es el amor. No se puede amar a una persona sin conocerla, ni existe el conocimiento sin interacción. Tampoco es viable una relación sin la conexión profunda con el Padre y el deseo de estar unido con la otra persona como Dios lo está contigo. No hay mayor doctrina que la del amor. No hay otra forma de entender la ley, los preceptos y la vida cristiana que en el marco del amor. El apóstol Pablo es contundente al afirmar que «toda la Ley en esta sola palabra se cumple: “Amarás a tu prójimo como a

ti mismo”» (Gálatas 5: 14, RVR1995). Asimismo, se reafirma en Romanos 13: 10: «El amor no hace mal al prójimo; así que el cumplimiento de la Ley es el amor». Si el amor es el cumplimiento de la ley, la iglesia ha de experimentarlo. Una iglesia que no ama estará incumpliendo la ley, aunque aparente fidelidad al Señor. El encuentro del fariseo con Jesús nos permite disfrutar una declaración que confirma su divinidad. Su elocuencia y claridad son incuestionables. Jesús estaba conectado con el Padre y desea que tengamos una vivencia similar (Juan 17: 23). Afortunadamente, su respuesta no es tan difícil de entender, porque Dios es capaz de ocultar las cosas a los sabios para revelárselas «a los que son como niños» (Lucas 10: 21).

El Dios de las relaciones

Dios es amor. Promueve la interacción y busca una comunión profunda con sus criaturas. El relato bíblico nos presenta a un Dios plural que se deleita en la comunicación. Asimismo, uno de los fundamentos de su carácter es el amor. El Señor disfruta de la compañía de su creación en un ambiente que emana paz, felicidad y armonía. Desde la eternidad, Dios nos creó para que pudiéramos reflejar esa pluralidad mediante las relaciones que establecemos con los demás, en el marco del amor. De esta forma, podemos ver que la primera pareja fue creada no solo con la necesidad de tener una relación mutua, sino también vínculo directo con Dios. A pesar de estar rodeado por toda la creación de Dios y de contar con su presencia en el jardín, Adán necesitaba algo más. Elena White lo describe de la siguiente manera: «El hombre no fue creado para vivir en la soledad; debía tener una naturaleza sociable. Sin compañía, las bellas escenas y las encantadoras ocupaciones del Edén no habrían podido proporcionarle perfecta felicidad. Aun la comunión con los ángeles no podría satisfacer su deseo de amor y compañía».1 Era necesario que el hombre pudiera ver en la mujer la «ayuda adecuada» (Génesis 2: 18) y que pudiera de-

Óscar López Pastor de la Iglesia de Castellón Unión Adventista Española so 9


cir «esta sí es hueso de mis huesos y carne de mi carne» (Génesis 2: 23). Cuando Dios creó al ser humano a su imagen, hizo al hombre y a la mujer (Génesis 1: 27), para crecer en armonía y representar la imagen del Padre. Lo que en el principio fue revelado para la primera pareja se convierte en el deseo de la divinidad para la comunidad de creyentes, que forma la iglesia invisible de Dios: un cuerpo unido en el Espíritu y conectado con Dios. Un cuerpo en el que «el ojo no puede decirle a la mano: “No te necesito”. Ni puede la cabeza decir a los pies: “No os necesito”» (1 Corintios 12: 21). Unidos en la misión, en la esperanza y en la salvación.

Conectando…

En la actualidad, la Iglesia Adventista promociona una iniciativa llamada iCOR en la que pretende replantear la iglesia y construir hogares espirituales a través de cuatro áreas básicas: las relaciones interpersonales, el crecimiento espiritual, la misión y la formación. En cada una de estas áreas se pretenden recuperar valores se han dejado de promover.

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En el marco de las relaciones, los valores que se destacan son la conexión, el cuidado, el cariño y la participación. ¡Cuánto cambiarían nuestras comunidades si viviéramos de acuerdo a ellos! ¿Cuál sería el efecto en la sociedad si, como adventistas, se nos conociese no tanto por lo que no comemos, por nuestra forma de vestir o por la música que escuchamos, sino por ser personas que viven una vida basada en la hospitalidad, la compasión, la aceptación y la unidad? Sin duda, seríamos auténticos discípulos de Cristo, identificados por el rasgo que él mismo estableció como señal del discipulado, el amor recíproco (Juan 13: 34, 35). iCOR suena vanguardista. Conexión se oye contemporáneo y es un concepto de uso relativamente reciente en el ambiente adventista. Sin embargo, el principio fundamental sobre el que están basados ambos conceptos es eterno. Puede que necesitemos nuevos términos que rescaten el significado y la importancia de ideas antiguas que, con el paso del tiempo, han perdido el valor profundo que una vez tuvieron.

Para compartir 1. ¿De qué manera puede ayudarte la relación personal con Dios en la interacción con tu entorno? 2. ¿Qué acciones concretas puedes llevar a cabo para facilitar dicha interacción?

Más allá de los conceptos, se trata de vivir y demostrar que es posible la aplicación de estos valores en nuestras comunidades. Es necesario que cada persona que se encuentra en el medio adventista viva una experiencia profunda de conexión con Dios a través del conocimiento de la verdad y del amor. Hagamos posible que la unidad por la que Cristo oró sea una realidad entre los verdaderos adoradores que Dios está buscando, para que Jesús pueda venir a buscarnos pronto.

1 Elena White, Patriarcas y profetas, pág. 25.


Lunes

ENSEÑANZA y FORMACIÓN

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a palabra «educar» proviene del latín educāre, que significa ‘criar, nutrir y alimentar’, y ducere, ‘guiar o conducir’. Resulta curioso que el primero requiera una acción desde el exterior hacia el interior, mientras que el segundo implique la transmisión de dentro hacia fuera. Sin embargo, aunque parezcan conceptos opuestos, son complementarios. Una persona se educa en el momento en que recibe del exterior la información adecuada, la interioriza, convirtiéndola en conocimientos y la asimila para usarla en las circunstancias oportunas en su vida. Sin la integración del conocimiento en la mente será difícil su explicación y la utilización en situaciones prácticas. Hablamos de educación como un proceso que se extiende a lo largo de toda nuestra vida. Tanto de manera consciente y voluntaria como de manera espontánea e involuntaria, el ser humano transmite y recibe información del exterior, tanto en el colegio, en la universidad, en el trabajo o en la iglesia como a través de amigos, conocidos, familia o redes sociales. Por lo tanto, nuestra educación será el resultado de la parte de información que interiorizamos y que guiará nuestras acciones. En el ámbito cristiano, la educación no implica solo a las instituciones de enseñanza específicas, ya sea escolar o universitaria, sino a todos los espacios que favorezcan el aprendizaje del mensaje de Cristo y los principios de la Biblia, esto es, a los hogares y a las iglesias, entre otros (2 Timoteo 3: 16). Por lo tanto, es aquí donde empieza el trabajo práctico. Si estamos convencidos de que cualquiera de estos ámbitos es el entorno propicio para el aprendizaje, debemos ser conscientes del papel activo que tenemos en nuestra propia formación y la de los que nos rodean. Si bien es cierto que tenemos una mayor influencia sobre las personas de nuestro entorno más cercano, como la familia, es importante entender que también contribuimos en la educación de cada persona con la que tenemos contacto y ejercemos en ella una influencia positiva o negativa.

Aunque hay áreas de la vida que cuentan con un principio y un fin concretos en el tiempo, la educación no conoce límites temporales. Es un proceso diario y progresivo de adquisición y fijación de conocimientos. Ya lo decía el rey David en los últimos años de su existencia: «Tú, oh Dios, me enseñaste desde mi juventud, y aún hoy anuncio todos tus prodigios» (Salmo 71: 17). Se trata del concepto actual de lifelong learning o educación durante toda la vida.

La educación en los hogares cristianos

La primera escuela a la que acude cualquier niño es la familia. Es en el hogar donde se adquieren los conocimientos básicos sobre hábitos, conductas, culturas y moralidad. Para el que la recibe, el proceso de educación dentro de la familia es involuntario y se realiza mediante la observación y el mimetismo. Para el que la ofrece es voluntario: el adulto, de manera consciente, propicia el aprendizaje de un contenido determinado, orientado a cumplir un objetivo concreto, previamente establecido. En la enseñanza involuntaria, la educación gira en torno a tres ejes: • Los puntos de referencia: son los adultos, las normas y los valores que impregnan la vida familiar. • El ejemplo: de adultos a niños o entre iguales. • El amor: dependerá de los dos ejes anteriores. La presencia de amor en el hogar hará que los puntos de referencia sean padres, hermanos o abuelos por el ejemplo que aportan en el trato directo y no los amigos reales o virtuales, ni los personajes televisivos o cantantes. La educación en valores se aprende en el marco familiar y se define como una «formación destinada a desarrollar la capacidad intelectual, moral y afectiva de las personas de acuerdo con la cultura y las normas de convivencia de la sociedad a la que pertenecen».1 La Biblia abunda en ejemplos de familias que apostaron por este tipo de instrucción, como las de Moisés, Jesús o Samuel, entre otros. Recibieron la mejor for-

Esther Pérez Licenciada en Ciencias Químicas Profesora de Educación Secundaria en Andorra so 11


mación para la vida con sabiduría (2 Timoteo 3: 15). Los valores siempre serán la clave para distinguir la educación real de una persona, de la formación intelectual, a la cual está unida. Por eso nuestro mayor interés ha de estar en la manera en que los transmitimos a nuestros hijos y, como padres y educadores, no deberíamos dejar de aprender. En el marco de la educación en valores, la dimensión práctica adquiere una relevancia especial. Las investigaciones actuales apuntan a que las experiencias facilitan la fijación duradera de los conceptos en el cerebro. Resultará complicado que un niño asimile la información sobre un tema totalmente nuevo, sin la relación con elementos cercanos, de su entorno y de sus vivencias. No solo se conseguirá la adquisición del conocimiento, sino que este quedará fijado en su mente de forma más prolongada en el tiempo. Muchas veces, el ritmo acelerado de la vida interrumpe el proceso de enseñanza de padres a hijos y, en esos momentos, son ellos los que nos hacen ver que no lo estamos haciendo bien. Para los pequeños de la casa, el tiempo parece correr más despacio, pero los valores que les hemos inculcado, como la oración y el respeto, seguirán en sus mentes y en sus hábitos independientemente del ritmo de vida que les marquemos. Como padres, esto nos invita a reflexionar, a recordar que la educación cristiana debería empezar en los pequeños detalles de la vida, sin dejar de perseguir la excelencia. Porque en el momento menos pensado, nuestros hijos se convertirán en nuestro apoyo y en nuestros consejeros.

La educación en el marco eclesiástico

La iglesia es la segunda escuela en la que estudiamos. En el marco del proyecto iCOR, se define como un refugio, una comunidad intergeneracional que cuida de forma deliberada de sus jóvenes al asegurarse que todos se sienten aceptados y valorados y que, además, están involucrados; así podrán crecer espiritualmente como discípulos de Cristo junto a todas las generaciones. Cada niño, joven o adulto es diferente, por lo que la iglesia cuenta con una gran variedad de capacidades, características, valores, culturas y etnias. El objetivo común es conseguir preparar la receta que Dios nos ha dejado, no de manera individual, sino colectiva. Es por eso que el ingrediente que aporta cada persona es imprescindible para que la 12 so

receta salga bien. En la Biblia, Dios nos dio las instrucciones necesarias para que, desde el más joven hasta el anciano, todos tengan su lugar, su momento y su responsabilidad. Solo tenemos que seguir el Libro, para que la receta salga exquisita (Efesios 4: 11, 12). Al igual que en las familia, los niños son una bendición en las iglesias, por lo que es nuestra responsabilidad ofrecerles el mejor cuidado, protección y educación. Necesitan contar con adultos a su lado, pero también necesitan verse apoyados por jóvenes y adolescentes que sean sus amigos. Muchas veces, una simple sonrisa marcará la diferencia un sábado cualquiera en la iglesia. Los jóvenes y los adolescentes tienen un gran potencial y muchos dones, pero necesitan que sentirse valorados y apoyados para usarlos. Es aquí donde la iglesia juega un papel fundamental, al darles la oportunidad de desarrollar sus capacidades. A menudo, los adultos pensamos que lo sabemos todo y damos por hecho que los jóvenes se equivocarán, olvidando que nosotros también pasamos por esa etapa y, aunque hicimos las cosas mal, contamos con oportunidades de trabajar y de desarrollar nuestros dones y habilidades. En diversas ocasiones, y puede que no tantas como debería, he dado las gracias por todas aquellas personas que Dios puso en mi camino, que me dieron la oportunidad de desarrollar mis dones y ponerlos al servicio de los demás durante la adolescencia. El secreto, una vez más, está en la colaboración de jóvenes y adultos con el fin de favorecer el enriquecimiento mutuo. La formación es un concepto que parece externo y ajeno al lenguaje religioso. Sin embargo, nuestras iglesias deberían ser comunidades de aprendizaje que ofrezcan oportunidades de desarrollo en el entendimiento, en los dones y en los ministerios. El beneficio es múltiple e incluye desde la capacitación personal, hasta la educación en valores, lo cual supondrá

una mayor implicación en el servicio para los demás, en este caso, en la iglesia. Por lo tanto, es importante invertir en la formación de la comunidad, pero en especial de los futuros referentes de nuestra iglesia, para que estén capacitados en todos los aspectos de la vida.

La educación formal

La Iglesia Adventista cuenta entre su membresía con un gran número de profesores, que ejercen tanto en instituciones adventistas como en instituciones públicas. Son numerosas las ocasiones en las que, como docentes, nos damos cuenta de que la sociedad ha dejado en nuestras manos la responsabilidad de la educación, poniendo sobre nuestras espaldas su peso en todos los ámbitos: intelectual, moral y afectivo. Nos encontramos en las aulas haciendo el papel de profesor, de padre o de madre y de sociedad en general. Aunque no es nuestro cometido involucrarnos en la vida personal de nuestros alumnos, es importante recordar que nuestra actitud y empatía puede marcar sus vidas. Todavía me acuerdo de cuatro profesores que tuvieron un gran impacto en algunos momentos clave en mi vida. Son muchas las ocasiones en las que nos encontramos delante de niños con situaciones familiares difíciles, para los que el concepto de «familia» no les transmite nada. O aquellos que, estando dentro de la iglesia, pasan desapercibidos, como si no existieran. En ambos casos, tú y yo tenemos la responsabilidad de influir de manera positiva en sus vidas. Es el privilegio que el Gran Maestro nos ha dejado a través de su ejemplo, con la promesa de permanecer a nuestro lado (Salmo 25: 4, 5). ¡Seamos referentes positivos que marcan la diferencia en la vida de los demás!

1 Oxford Dictionaries, consultado: 3 de diciembre de 2015.

Para compartir 1. En cierta ocasión, un niño presenció una actitud poco ética del líder de una congregación hacia los miembros de otra. Aquel niño, hoy líder de iglesia también, todavía recuerda ese incidente que le marcó para siempre, impulsándolo a no repetirlo. Es un ejemplo del impacto de nuestros actos en la vida de los más pequeños. ¿Podemos educar negativamente a alguien? 2. En parejas, buscad ejemplos de cómo hacer que el aprendizaje sea significativo dentro de la iglesia. Después, en grupos de cuatro, compartid vuestras ideas y destacad la más relevante, para desarrollarla. Finalmente, cada grupo deberá presentar una idea práctica para la vida de los miembros de iglesia.


Martes

El poder del LIDERAZGO

«L

os pastores de mi pueblo han perdido la razón. Ya no buscan la sabiduría del Señor. Por lo tanto, fracasan completamente y sus rebaños andan dispersos» (Jeremías 10: 21, NTV). Parece la descripción de la realidad que vive nuestra generación en el siglo XXI. Versículos como este hacen que muchos se sientan incómodamente identificados, tanto en el papel de líderes como en el de pueblo. Dentro del proyecto iCOR, uno de los valores dentro de la propuesta de trabajo como iglesia es el liderazgo. Hablamos del liderazgo que guía con visión y pasión e integra a las generaciones venideras en el programa. Ahora bien, para lograr la consolidación de este valor dentro de nuestras iglesias, es necesario fundamentarlo en tres principios: 1. Conocimiento: se trata de aprender en qué consiste ser líder y cuál es el camino a seguir para alcanzarlo. 2. Actitud de cambio: consiste en romper el círculo vicioso que crea el problema desde la dirección en cooperación con la congregación. 3. Habilidad: implica empezar a trabajar en ello de manera práctica.

Conocimiento

Un líder es una «persona que dirige o conduce un partido político, un grupo social u otra colectividad»1. En un ámbito más extenso, cuando hablamos de un líder, pensamos en una persona que posee iniciativa, visión y servicio. 1. Iniciativa. Se caracteriza por tener una actitud proactiva, de avance, anticipándose a los acontecimientos. Un líder debe invertir en formación para la identificación precoz de las necesidades y los

problemas y, una vez detectados, siempre debería ser el primero y más motivado en buscar una solución para el beneficio del grupo que lidera, antes que para el propio. Una de las características de un buen líder es el análisis de su propia persona. Como referente, siempre será preferible ser una motivación para los demás que una excusa. Por eso, el primer movimiento ha de ser el reconocimiento de la propia incompetencia y la absoluta idoneidad y suficiencia de Dios para guiarlo, tanto a él como a los demás. Cristo es nuestro líder. Es el principio del liderazgo y de él va a depender todo lo demás. Cuando una persona reconoce su necesidad de Dios y actúa en consecuencia, estará preparada para liderar a otros. De esa manera, la comunión con Dios, el estudio de la Biblia, la oración y la obediencia son la piedra angular del liderazgo y su fuente de energía. 2. Visión. Consiste en la búsqueda de un cambio, una mejora, siempre con vistas al futuro. El líder lucha por un ideal, tiene una misión concreta y, al mismo tiempo, aporta una forma diferente de entender la vida y el mundo. La visión que Dios nos propone es una relación personal, cercana y familiar con él. Además, su Palabra habla de la posibilidad y los medios para conseguir no solo la superación personal y la victoria sobre nuestras circunstancias, sino una transformación completa de nuestras vidas y la regeneración de nuestro mundo. Un concepto completamente diferente del que la sociedad propone. Por lo tanto, en nuestra iglesia, un líder siempre ha de reflejar la propuesta divina, una alternativa a todas las demás propuestas sociales. Es una invitación a permanecer en guardia para no

Nahikari Gutiérrez Enfermera y Sexóloga Directora de Pioneros Iglesia Madrid-Alenza so 13


ser presa de la confusión de otras visiones y a acudir constantemente a Dios en busca de esa visión que solo él nos puede dar. Su objetivo principal no debe ser el de atraer, entretener o divertir a la gente. Tampoco el de unir, huir de la crítica o cumplir ciertas expectativas humanas. Esto debería ser siempre secundario y consecuente con la visión que proponemos como cristianos y adventistas. El líder debe guiar a Jesús a los que le rodean con cada palabra, hecho o actividad que realiza. Esto implica trabajar por objetivos, centrado en el factor humano, a tiempo completo. Sin estos tres elementos estaremos fallando en nuestra misión, por muy exitoso que parezca ser nuestro liderazgo. 3. Servicio. Se trata de la persona que se mueve en favor de otros, ejerciendo una influencia positiva en ellos y motivándolos a avanzar. Busca, por tanto, la integración y el crecimiento de cada individuo del grupo en su máximo potencial. Es una persona abierta y sensible a las necesidades de los demás, al tiempo que se encuentra comprometido con su liderazgo. Es consciente de que, a pesar de su gran responsabilidad como referente entre los que le rodean, su valor se encuentra en la humildad, al igual que Jesús. Por lo tanto, acepta críticas constructivas, consejos y correcciones, asimismo, las expresa con cariño a aquellos que las necesitan. Un líder favorece y motiva, a través de su ejemplo y sus palabras, el crecimiento personal de los demás, de acuerdo al potencial, los intereses y dones de cada uno, promoviendo su integración en la iglesia y enriqueciendo la unidad en la diversidad. Es genuino, se muestra tal y como es, con sus luchas y defectos, pero también con sus objetivos, su fe y su esperanza, porque es consciente de que los demás necesitan oír y ver ambas para identificarse y buscar recursos en sus propias luchas y victorias. Respeta los tiempos y los procesos de cada uno, incluso los propios, sabiendo que el Espíritu Santo está trabajando y terminará la obra que ha empezado. En definitiva, un líder es un ejemplo que propone una alternativa: una vida de confianza y relación con Dios. Una persona que no impone, que acompaña y abre camino, que ante la falta de apoyo en sus propuestas, permanece en la lucha, esperando activamente en oración, con paciencia y humildad, el mo-

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mento en que Dios actuará en el corazón de los demás. Ahora bien, no todos los líderes tienen las misma cualidades ni poseen un equilibrio en su desarrollo, por lo que no podemos exigirles lo mismo. Hay líderes que van hacia adelante sin titubeos ni retrasos, pero no han terminado de desarrollar sus destrezas sociales. Otros son maestros en las relaciones pero carecen de la fuerza para seguir adelante ante los problemas. Por eso, a la hora de elegir líderes, tenemos que pensar no solo en personas que estén dispuestas, sino en equipos funcionales, como Moisés y Aarón, para que estas tres características —iniciativa, visión y servicio— estén representadas.

Actitud de cambio

Un líder no es ni el volante ni el motor, es la propuesta de un camino. El mejor ejemplo lo tenemos en Jesús. Es nuestro Camino, nuestro Ejemplo, nuestra Puerta, nuestra Fuerza. Sin embargo, depende de nosotros decidir la dirección, confiar en el poder de Dios y empezar a caminar. Por ello, no podemos exigir otra cosa a nuestros líderes humanos. Además, tampoco podemos perder de vista que los líderes humanos son tan solo personas que van un paso por delante de nosotros en el mismo Camino. Por lo tanto, es de esperar que vayan aprendiendo al mismo ritmo que nosotros y que en otras áreas tengan que dejarse guiar. Otro factor a tener en cuenta es que Dios se reconoce a sí mismo como único líder de su pueblo, por lo que estamos llamados a ser sus representantes. Además, el Señor llama a cada miembro de su pueblo al liderazgo personal (Deuteronomio 6; 1 Pedro 2: 9) para marcar una diferencia en este mundo, al

tiempo que permite que el Espíritu Santo trabaje en nosotros. Necesita personas que no se conforman y se mueven, que buscan un cambio y lo hacen posible en la vida de aquellos que les rodean. El cambio de las circunstancias no está en las manos de unos pocos líderes sino en las manos de todos. El cambio de la realidad de nuestra iglesia será posible cuando la membresía tome su papel de liderazgo de manera individual, tal y como es llamada por Dios, para ponerlo al servicio de la comunidad.

Habilidad

Al igual que al pueblo de Israel, Dios nos ha llamado a pasar a la acción, a levantarnos y a brillar en el mundo (Isaías 49: 1-6). Sin embargo, nos encontramos estancados, desanimados y cansados, diciendo: «En vano he trabajado; he gastado mis fuerzas sin provecho alguno» (vers. 4). En este contexto, tomar la decisión de seguir al Líder está en nuestras manos, para permitirle que nos capacite personalmente con el fin de actuar como señales en el camino o cartas vivas, es decir, líderes con iniciativa, visión y servicio en la vida de otras personas, como él lo es en la nuestra. «No es gran cosa que seas mi siervo, ni que restaures a las tribus de Jacob, ni que hagas volver a los de Israel, a quienes he preservado. Yo te pongo ahora como luz para las naciones, a fin de que lleves mi salvación hasta los confines de la tierra» (Isaías 49: 6). En este versículo encontramos el ánimo y la certeza de que Dios quiere capacitarnos y utilizarnos para hacer su obra. ¿Vas a aceptar el llamamiento al liderazgo? 1 Diccionario de la Real Academia Española, consultado: 3 de diciembre de 2015.

Para compartir 1. El líder ha de ser un buen ejemplo, pero ¿cómo distinguir entre lo bueno y lo malo? Lee y comenta 1 Corintios 6: 12; 8: 12, 13; 10: 31 y Romanos 6: 2, 6. 2. ¿Cómo fue el liderazgo de Jesús? Lee Mateo 8: 1-3 en relación con Hechos 20: 35; Mateo 20: 25-28; Mateo 10: 5; Marcos 12: 29-31; Juan 17. 3. Pablo había formado a Timoteo como líder. Después de un tiempo, le encargó el liderazgo de la iglesia de Éfeso, mientras él seguía en uno de sus viajes misioneros. Lee 2 Timoteo 4: 1-5. ¿De qué forma ha de liderar Timoteo? ¿Cuál es el peligro que se avecina? ¿Crees que hoy es un peligro o una realidad? ¿Por qué crees que Pablo le pide a Timoteo que permanezca alerta (sobrio) siempre? ¿Crees que sigue siendo una necesidad hoy en día? ¿Por qué?


Miércoles

El SERVICIO a los demás

E

l propósito de la existencia de nuestra iglesia parece claro: «Ha sido organizada para servir».1 En la cultura del bienestar de la sociedad actual el altruismo no es uno de los valores que se promueva. Incluso se podría decir que practicarlo es ir a contracorriente. Resulta evidente que es más cómodo ser servido que servir a los demás. Sin embargo, Jesús tiene una propuesta para aquellos que desean ocupar lugares relevantes. La encontramos en Marcos 10: 4244: «Entonces Jesús los reunió y les dijo: Como muy bien sabéis, los que se tienen por gobernantes de las naciones las someten a su dominio, y los que ejercen poder sobre ellas las rigen despóticamente. Pero entre vosotros no debe ser así. Antes bien, si alguno quiere ser grande, que se ponga al servicio de los demás; y si alguno quiere ser principal, que se haga servidor de todos».2 Jesús nos invita a salir de nuestra zona de confort, a dejar a un lado el egoísmo, a cambiar las prioridades que se centran en nosotros mismos y a favorecer a los demás, poniéndonos a su servicio.

Jesús, modelo de servicio

En Mateo 20: 28 leemos: «Así como el Hijo del hombre no vino para que le sirvan, sino para servir y para dar su vida en rescate por muchos» (NVI). Si Jesús es nuestro ejemplo y, como cristianos, deseamos seguirle y parecernos cada día más a él, ¿no deberíamos vivir cómo él lo hizo? Ser un seguidor de Jesús no solo es aceptar sus enseñanzas, también es actuar como él. Pasemos de lo conceptual a lo práctico, de las ideas a las acciones.

Excusas que bloquean el servicio

• «Solo pueden servir los que tienen cargos de iglesia. Esperaré hasta que algún día me den una responsabilidad». A veces nuestra propia estructura de funcionamiento nos puede llevar a la mayor de las contradicciones frenando nuestro servicio a causa de una mala interpretación de algunos conceptos, como los cargos en la iglesia. Debido al reducido número de responsabilidades establecidas de manera oficial, los miembros se pueden convertir en meros espectadores de programas y actividades. Hasta podría darse el caso de que no quieran asistir a la iglesia porque no les gusta el programa que van presenciar o la actividad que se ha propuesto. Si no encaja con sus intereses o no les satisface, dejan de participar. Tampoco se involucran para proponer alternativas ni toman la iniciativa de poner en marcha algún proyecto de servicio a la comunidad. • «Muchas ONG trabajan al servicio de los demás y yo ya colaboro económicamente con alguna». Como seguidores de Jesús, nada nos exime de nuestra responsabilidad hacia los menos favorecidos; más allá de la contribución económica, lo que se pide de nosotros es una colaboración personal.

Isaac Chía Director adjunto del Departamento de Jóvenes Unión Adventista Española so 15


El servicio que nos pide Jesús no puede ser delegado a otra persona. Todos hemos recibido dones para ponerlos en marcha y somos responsables del uso que les demos. • «No estoy preparado para hacerlo». Son muchas las ocasiones en las que tenemos la sensación de que hace falta tener un título universitario y mucha experiencia para empezar a hacer algo por los demás. Este tipo de argumentos conducen a una actitud de limitación de las propias capacidades, por considerar que no es el momento oportuno. • «Yo no tengo este don». ¿Cuántas veces habremos escuchado a alguien poner esta excusa? Cualquier don tiene un propósito de servicio, por lo que es un valor transversal que afecta a todos los demás. Como iglesia, necesitamos poner nuestros talentos en favor de los demás, porque todos son relevantes. El secreto se encuentra en el cambio de actitud. Nos ayudará a usar cualquier don que Dios nos haya otorgado.

Cultura del esfuerzo

En Romanos 12: 11, Pablo afirma: «Si se trata de esforzaros, no seáis perezosos; manteneos espiritualmente fervientes y prontos para el servicio del Señor». Dios nos recuerda que

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la actitud servicial no surge de forma natural ni espontánea, pues el ser humano tiende a actuar según la ley del mínimo esfuerzo. La pereza puede afectar tanto a la dimensión espiritual como a la física. En el versículo encontramos una relación entre la vida espiritual —lo más profundo del ser humano— y la vida práctica —el exterior más tangible— que nos lleva a la acción. Se establece un orden y una secuencia, lo primero nos llevará a lo segundo.

Motor del servicio

En 1 Corintios 13: 4 leemos que «el amor es comprensivo y servicial». El deseo de servir puede provenir únicamente de Dios, quien «es amor» (1 Juan 4: 8). Es el motor del servicio. El apóstol Pablo lo describe con claridad en la excelente definición que da del amor en 1 Corintios 13. En el versículo 4, el servicio se une a otro concepto importante: la comprensión, relacionada también con la empatía. Cuando comprendemos la necesidad del prójimo y empatizamos con su situación, el amor de Dios nos mueve a realizar actos de servicio. En el fondo, la religión se centra en el servicio al prójimo. Santiago 1: 27 lo expresa de forma más clara: «Esta es la religiosidad auténtica e intachable a los ojos de Dios Padre: asistir a los débiles y desvalidos en sus dificul-

tades y mantenerse incontaminado del mundo». Con demasiada frecuencia olvidamos el propósito de nuestro cristianismo, dejando en un segundo plano lo esencial para darle el protagonismo a otras ámbitos de la vida religiosa que no son prioritarios.

El examen final

La salvación es posible por la fe y la gracia de Cristo (2 Timoteo 3: 15; Gálatas 2: 16). Además, Santiago añade que la fe sin obras está muerta (Santiago 2: 17, 18). Por lo tanto, al final, se nos medirá por nuestros frutos, es decir, por el servicio que hayamos prestado al prójimo como resultado de nuestra relación con él. Cuando Jesús vuelva por nosotros tendremos que hacer un examen final. Aunque la idea de un control pueda causar nervios y miedo, la buena noticia es que ya nos ha revelado las preguntas. Veamos qué es lo que entrará en el examen, según lo que leemos en Mateo 25: 31-46: «Cuando el Hijo del hombre venga con todo su esplendor y acompañado de todos sus ángeles, se sentará en su trono glorioso. Todos los habitantes del mundo serán reunidos en su presencia, y él separará a unos de otros, como el pastor separa las ovejas de los machos cabríos, poniendo las ovejas a un lado y los machos cabríos al otro. Luego el rey dirá a los unos: “Venid, benditos de mi Padre; recibid en propiedad el reino que se os ha preparado desde el principio del mundo”». Y es aquí donde empieza a desvelar las incógnitas del examen: «“Porque estuve hambriento, y vosotros me disteis de comer; estuve sediento, y me disteis de beber; llegué como un extraño, y me recibisteis en vuestra casa; no tenía ropa y me la disteis; estuve enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y fuisteis a verme”. Entonces los justos le contestarán: “Señor, ¿cuándo te vimos hambriento o sediento y te dimos de comer y beber? ¿Cuándo llegaste como un extraño y te recibimos en nuestras casas? ¿Cuándo te vimos sin ropa y te la dimos? ¿Cuándo estuviste enfermo o en la cárcel y fuimos a verte?”. Y el rey les dirá: “Os aseguro que todo lo que hayáis hecho en favor del más pequeño de mis hermanos, a mí me lo habéis hecho”. A los otros, en cambio, dirá: “¡Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles! Porque estuve hambriento, y no me disteis de comer;


estuve sediento, y no me disteis de beber; llegué como un extraño, y no me recibisteis en vuestra casa; me visteis sin ropa y no me la disteis; estuve enfermo y en la cárcel, y no me visitasteis”. Entonces ellos contestarán: “Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, o sediento, o como un extraño, o sin ropa, o enfermo, o en la cárcel y no te ofrecimos ayuda?”. Y él les dirá: “Os aseguro que cuanto no hicisteis en favor de estos más pequeños, tampoco conmigo lo hicisteis”. De manera que estos irán al castigo eterno; en cambio, los justos irán a la vida eterna». Son estas las cosas que importan. Vivimos tiempos en los que los jóvenes quieren formar parte de una iglesia que actúe de manera coherente entre lo que predica y lo que hace. Desean que la iglesia sea relevante en su comunidad, que se ponga en marcha y salga a la calle para ayudar a la gente. Una iglesia que cuenta con todos sin importar la edad, para sumar esfuerzos y poder alcanzar a más personas. ¡No dejemos que pase más tiempo! ¡Pongámonos en marcha! Jesús quiere encontrarnos haciendo su voluntad, porque amar al prójimo es servirle.

Poniendo ladrillos o construyendo catedrales3

Christopher Wren, diseñador de la catedral de San Pablo en Londres, escribió sobre las reacciones de los trabajadores de la construcción ante la pregunta: «¿Qué estás haciendo?». Los trabajadores, que estaban cansados y aburridos, contestaron: «Estoy poniendo ladrillos» o «estoy cargando piedras». Sin embargo, uno de ellos parecía más contento y entusiasmado con su trabajo que los demás. Al dirigirle la pregunta, respondió: «¡Estoy construyendo una magnífica catedral!». Dios no nos creó para hacer nuestro trabajo con un espíritu de insatisfacción. Debemos vivir para servirle en todas nuestras responsabilidades, sean grandes o pequeñas. En Colosenses 3: 23, Pablo nos exhorta: «Poned el corazón en lo que hagáis, como si lo hicierais para el Señor y no para gente mortal». Tomemos el ejemplo anterior para pensar en nuestro trabajo como miembros de iglesia. ¿Con quién nos identificamos más? Quizá tengamos que alzar la cabeza para darnos cuenta de que estamos construyendo para el reino de Dios. Edifiquemos juntos una iglesia relevante para el mundo en que vivimos, que

tenga el espíritu de servicio para ayudar a los que más lo necesitan y alabemos al Señor en el proceso. Yo quiero construir para el reino de Dios, ¿y tú?

1 Elena White, La educación, pág. 242. 2 A menos que se indique, en este artículo se usará la Biblia La Palabra. 3 W. Rice, Ilustraciones inolvidables. Historias, cuentos y anécdotas para aquellos que hablan en público, Miami, Florida, Editorial Vida: 2010, pág. 83.

Para compartir 1. ¿Como iglesia, crees que estamos cumpliendo el propósito de servir a los demás? 2. ¿Qué podrías hacer para mejorarlo? 3. ¿Cómo llevas la preparación del examen final? 4. ¿Eres como el trabajador que solo pone ladrillos o el que está construyendo una catedral? ¿Cuál es el factor decisivo para el cambio de mentalidad?

so 17


Jueves

ADORACIÓN ÍNTIMA: más allá de los ritos ¿T

e has quedado alguna vez sin palabras delante de Dios? ¿Solos, tú y él, en silencio? Permanecer en silencio no siempre es fácil, especialmente cuando te encuentras con una persona con la que no tienes demasiada confianza. Las palabras siempre ayudan a romper el hielo. Prefieres mantener una conversación que no te interesa demasiado, con tal de evitar el incómodo silencio. Cuando te enamoras, el silencio compartido se disfruta. Puedes perderte en los ojos del ser amado sin necesidad de palabras. Mirar un atardecer con las manos entrelazadas y sentir que tu corazón se funde con el otro, mientras el silencio es cómplice de tantas cosas que se dicen desde el interior. La intimidad hace la diferencia. La intimidad es esa zona en nuestro espíritu a la que pocas personas tienen acceso. Se logra con horas de vuelo junto al otro, después de muchas conversaciones a corazón abierto. Para los seres humanos, entrar en la presencia de Dios conlleva un esfuerzo. En la Biblia, adorar significa justamente entrar en la presencia del Señor. Mientras estemos de este lado de la eternidad, veremos a Dios a través de un velo (1 Corintios 13: 12), con dificultad y limitaciones, pero aun así, nuestra escasa percepción acerca de la realidad celestial es suficiente para satisfacer nuestra necesidad espiritual.

Adoración personal

Adriana Perera Profesora de Teoría de la Música y Composición en Oakwood University (EE. UU.) 18 so

Cuando entramos en la presencia de Dios, le permitimos acceder a esa zona reservada en nuestro espíritu: la intimidad. Si le abrimos la puerta y le invitamos a entrar, él puede ser parte de todos los ámbitos de nuestra existencia. A veces, entramos en la presencia de Dios contentos y llenos de gratitud porque nos ha ido bien, hemos sacado una buena nota en el examen o el chico de nuestros sueños al fin nos ha invitado a salir. Entonces, las palabras de alabanza fluyen de nuestra boca: «Bendeciré al Señor en todo tiempo, mis labios siempre lo alabarán» (Salmo 34: 1). Pero otras veces entramos en la presencia de Dios heridos y magullados. Las lá-


grimas son lo único que tenemos para ofrecerle. Y Dios también entiende ese lenguaje: «Día y noche solo me alimento de lágrimas […]. ¿Por qué estoy desanimado? ¿Por qué está tan triste mi corazón?» (Salmo 42: 3, 5 NTV). Cada vez que entramos en la presencia de Dios estamos adorando a través de palabras, cantos, lágrimas o silencios compartidos.

Adoración congregacional

Aunque es cierto que estamos delante del mismo Dios, cuando adoramos en comunidad no lo hacemos igual que cuando estamos solos. En tales momentos, nos expresamos frente a Dios como una familia grande y diversa, formada por hermanos de diversas edades y contextos culturales. Cada uno viene a adorar con un bagaje distinto: gustos, experiencias, formación académica, perspectivas e historias personales. Por eso, en la adoración congregacional necesitamos ejercitar los frutos del Espíritu Santo: el amor, el gozo, la paz, la paciencia, la tolerancia, la bondad, la mansedumbre y el dominio propio. Elena White afirma que los tres pilares de la adoración son el estudio de la Palabra de Dios, la oración y los cantos sagrados. • El estudio de la Palabra de Dios. El estudio de las Escrituras es la columna vertebral de la adoración, lo cual marca el rumbo de la vida espiritual. Asimismo, cada creyente adora con la versión de la Biblia que le resulta mejor. No hay una versión exclusiva de la Biblia para adorar al Señor. • La oración. «Orar es el acto de abrir el corazón a Dios como a un amigo».1 La oración pública también expresa las diferentes edades, nacionalidades y experiencias del que habla con Dios. Intentamos que las palabras sean sinceras, genuinas y entendidas por todos. Respetamos los diferentes acentos, los diversos usos del vocabulario y las expresiones personales de cada individuo en la oración congregacional. • Los cantos sagrados. Así como la oración y el estudio de la Palabra de Dios pueden unirnos al adorar de manera congregacional, la elección de cantos, estilos o instrumentos musicales pueden producir división o desunión. ¿Cómo podemos llegar a adorar unidos a través de la música? ¿Qué dice la Biblia al respecto? Pablo es el autor de la Biblia que más hace referencia a la adoración congregacional. Escribe a una iglesia incipiente, está aprendien-

do a desmarcarse del judaísmo y busca una nueva liturgia. En 1 Corintios 14: 26 el apóstol aconseja: «¿Qué concluimos, hermanos? Que cuando os reunáis, cada uno puede tener un himno, una enseñanza, una revelación, un mensaje en lenguas, o una interpretación. Todo esto debe hacerse para la edificación de la iglesia». Los primeros cristianos se reunían en casas. No hay registro bíblico de que la liturgia fuera estricta. Adoraban compartiendo el estudio de la Palabra, los cantos y la oración con sencillez e intensidad. Adorar en congregación significa edificarse: escucharse mutuamente, compartir, aceptar al otro en el espíritu del amor de Dios. En Efesios 5: 18, 19 Pablo aconseja: «Sed llenos del Espíritu. Animaos unos a otros con salmos, himnos y canciones espirituales. Cantad y alabad al Señor con el corazón». ¿Cómo eran esos primeros cantos cristianos? Sabemos muy poco de sus melodías, acordes, instrumentos acompañantes o escalas. El énfasis de Pablo al mencionar los cantos sagrados no está en los tecnicismos musicales, sino en la necesidad de amor y aceptación cuando se canta, manteniendo a Dios como el centro de la adoración y una actitud sumisa los unos hacia los otros.

Adoración íntima y congregacional

El acto de adoración que más me llama la atención en las Escrituras es el de María Magdalena derramando su alma y su perfume a los pies de Jesús. Es un acto íntimo de adoración congregacional. Los elementos utilizados por María para adorar son inusuales y poco convencionales: un frasco de per-

fume muy caro, su cabello, sus lágrimas y su silencio. Jesús la entiende. Simón y J­udas la juzgan. Al respecto, Elena White dice que «María no conocía el significado pleno de su acto de amor. No podía contestar a sus acusadores. No podía explicar por qué había escogido esa ocasión para ungir a Jesús. El Espíritu Santo había pensado en su lugar y ella había obedecido sus impulsos».2 Este relato nos ofrece algunas fórmulas para que nuestras congregaciones vuelvan a adorar como la iglesia cristiana primitiva: • Poner el énfasis en la presencia del Espíritu Santo. • Concentrarse en la sencillez y la sinceridad del encuentro con Dios. • Buscar la edificación de la comunidad sobre la base del respeto y el amor cristiano. Entonces, María Magdalena y su acto de adoración vienen a mi mente e imagino una iglesia llena de personas como ella. Cristianos que no tengan miedo de estar en silencio ante Jesús porque han aprendido a compartir su intimidad con el Maestro. Seres humanos quebrantados y desesperados, que solo encuentran consuelo y aceptación mirando y escuchando al Salvador. Individuos que buscan refugio de la crítica y el rechazo a los pies de Jesús. Hombres y mujeres que se mueven bajo los impulsos del Espíritu Santo, que cantan, oran y estudian la Palabra de Dios aceptándose mutuamente, aprendiendo a amar en la diversidad.

1 Elena White, El camino a Cristo, pág. 93. 2 Elena White, El Deseado de todas las gentes, pág. 515.

Para compartir 1. La música cristiana expresa la teología bíblica. ¿Qué aspectos de la teología adventista se exponen con convicción y entusiasmo en la adoración de tu iglesia local? ¿Qué elementos de la adoración congregacional consideras que se podrían mejorar y cómo? 2. El uso de diversas versiones de la Biblia no produce división en muchas congregaciones. Sin embargo, aceptar un himnario nuevo o cantar canciones que no están en el Himnario Adventista representa un desafío en algunas congregaciones. ¿Cuáles crees que son las razones? ¿En qué sentido la Biblia tiene más autoridad que el Himnario Adventista? 3. ¿Crees que es posible una adoración congregacional genuina si no existe previamente una adoración individual fidedigna? ¿Qué diferencias y similitudes encuentras entre la adoración individual y la congregacional? 4. ¿De qué formas se puede utilizar la música como elemento de integración de diferentes culturas y generaciones en tu iglesia local?

so 19


Viernes

CUIDADO y CARIÑO: evidencias de que somos hijos de Dios

V

ivimos en una época en la que el desarrollo científico y tecnológico alcanzado es extraordinario. Por ejemplo, hoy existen instrumentos que pueden determinar con bastante exactitud cuándo se producirán ciertos fenómenos meteorológicos. Además, se están desarrollando dispositivos cerebrales inalámbricos que permitirán a las personas con limitaciones de movilidad muscular controlar sus sillas de ruedas o sus ordenadores a través del pensamiento. Por si fuera poco, se perfeccionan las sondas espaciales para que puedan explorar los rincones del universo. Se intenta llegar a la medicina personalizada a través del diagnóstico precoz basado en el estudio de los genes. Sin embargo, a los científicos les resulta algo complicado crear un dispositivo electrónico o alguna prueba psicológica que permita medir con exactitud el cariño. Determinar hasta dónde ese sentimiento que experimentan los seres humanos es verdadero, duradero y verificable.

Fórmula para medir el amor

Un periódico digital publicó una interesante noticia: «Descubierta la fórmula matemática del amor eterno». Después de dar algunas explicaciones, se presentaba la siguiente fórmula: L = 8 + .5Y - .2P + .9Hm + .3Mf + J - .3G - .5(Sm - Sf)2 + I + 1.5C No sabemos hasta qué punto una fórmula de esta naturaleza puede contener la realidad.

Nelson Salgado Vicedecano de la Facultad Adventista de Teología de Sagunto 20 so

El amor es difícil de medir y de definir, pero es necesario

El amor no solamente es difícil de medir, sino hasta de definir, porque las emociones y los sentimientos son percepciones de estados internos y no son fáciles de describir. El cariño se vive, se siente, pero definirlo es muy complicado, porque es algo diferente en cada ser humano. No obstante, eso no significa que la gente no lo necesite. El cuidado y el cariño son necesidades básicas. Cuando los elementos esenciales (agua, alimento, calor, oxígeno) están por debajo de ciertos límites, se pueden producir enfermedades y hasta la muerte física; asimismo, cuando el cuidado y el cariño son insuficientes, el ser humano puede ver comprometida su salud emocional.

La iglesia, el lugar ideal para proporcionar cuidado y cariño

Las iglesias iCOR están pensadas como espacios para ofrecer a todos sus asistentes una cantidad acep-


table de cuidados y cariño para vivir en comunidad. La iglesia no solo debe ser un lugar para orar y estudiar la Palabra de Dios, algo que es fundamental, sino que debería satisfacer las necesidades emocionales básicas de quienes ahí se congregan. Debería potenciar su faceta como lugar de encuentro de la familia espiritual. Y es fundamental dentro de esa familia que los cuidados y el cariño se refuercen. Dios, que conoce bien las necesidades del ser humano, aconseja por medio del apóstol Juan: «Queridos hermanos, amémonos los unos a los otros, porque el amor viene de Dios, y todo el que ama ha nacido de él y lo conoce. El que no ama no conoce a Dios, porque Dios es amor. […] Queridos hermanos, ya que Dios nos ha amado así, también nosotros debemos amarnos los unos a los otros. Nadie ha visto jamás a Dios, pero si nos amamos los unos a los otros, Dios permanece entre nosotros, y entre nosotros su amor se ha manifestado plenamente» (1 Juan 4: 7, 8, 11, 12). Una evidencia de que Dios vive en nosotros se da cuando nos cuidamos y nos demostramos cariño mutuamente.

Cómo potenciar la manifestación de cuidado y cariño en la iglesia

1. Reconocer el valor y la importancia de los demás. Cuando entendemos que los niños de la iglesia, los jóvenes, los ancianos y todas las personas que asisten a ella son preciosos para Dios, nuestra actitud debe cambiar. «Aquel que dio su vida para redimir al hombre ve en cada ser humano un tesoro de valor inestimable».1 Debemos animarles a verse a sí mismos como personas valiosas. Que cada persona en la iglesia sienta que es importante para el resto de los hermanos y que es necesaria para el buen funcionamiento de la congregación. 2. Empatizar y orar por otros. El Diccionario de la lengua española define empatía como la «capacidad de identificarse con alguien y compartir sus sentimientos». Para ponernos en la piel del joven que viene a la iglesia, del anciano que ya padece los achaques de la edad o de la mujer que ha quedado sola por alguna circunstancia, lo primero que tenemos que hacer es observar, escuchar y hablar para conocer sus situaciones personales. Debemos aprender a respetar las emociones de los otros; aunque les animemos, nunca debemos tratar de restarle importancia a lo que les pasa, ni darles lecciones de cómo se deben hacer las cosas, o ponernos como ejemplo

de lo que nosotros haríamos. No debemos juzgar o criticar sus actuaciones porque limitamos la posibilidad de que nos abran sus corazones. La empatía es una habilidad social muy importante, por lo que hay que procurar desarrollarla (Mateo 7: 12). La mejor forma de empatizar con otra persona es rogar a Dios que nos ayude a comprenderla y amarla. 3. Fortalecer la autoestima. La iglesia ha de ser un espacio de crecimiento espiritual y emocional. Cuando evitamos términos negativos o críticas destructivas hacia nuestros semejantes, les estamos ofreciendo la oportunidad de crecer y de autoafirmarse. En cambio, cuando potenciamos las mejores cualidades de nuestros hermanos en la fe les estamos ayudando a edificar una autoestima saludable. 4. Perdonar y apoyar. Como cualquier otra comunidad, la iglesia no es perfecta. Hay miembros que ocasionan daño de vez en cuando y otros tropiezan y caen, pero eso no nos ha de mover a rechazarlos. Se debe perdonar y aprender a pedir perdón. Hay que aprender a borrar los rencores y resentimientos, así como a restaurar las heridas. Los hermanos deben sentir que, aunque se han equivocado, les seguimos amando y deseamos lo mejor para ellos. El perdón trae grandes beneficios a la iglesia porque produce la transformación de las personas, les hace crecer, restablece la paz y la armonía y permite que fluyan las bendiciones de Dios. Una vez establecido el perdón, es importante continuar sosteniendo a las personas que han errado. Dicha actitud revelará la autenticidad de nuestro perdón. 5. Transmitir afecto. La sensación que nos invade cuando alguien tiene un gesto afectivo hacia nosotros no es simplemente una reacción sentimental. El amor (aunque no logremos definirlo bien) se trasmite de forma física a través de un canal de neuronas y nervios que hay en nuestro cuerpo. Esas fibras nerviosas muy finas envían señales al cerebro haciendo que la persona se sienta bien. Se ha estudiado que los padres que no saben trasmitir afecto a sus hijos pueden causarles problemas en el desarrollo de su personalidad. Como miembros de la gran familia espiritual, trasmitamos afecto a través de las palabras, los actos y los cuidados que nos damos unos a otros. El apóstol Pedro nos anima con estas palabras: «Sobre todo, amaos los unos a los otros profundamente,

porque el amor cubre multitud de pecados» (1 Pedro 4: 8).

Sugerencias prácticas para expresar nuestros cuidados y cariño

1. Las palabras. Exprésate amablemente, agradece lo que otros hacen por ti, valora el trabajo que cada persona realiza en la iglesia, desde el diácono que saluda en la puerta hasta la hermana que anuncia el himno o el joven que, a pesar de las atracciones que la sociedad le ofrece, elige venir a la iglesia. En las palabras hay poder para bien y para mal, ¡úsalas para la edificación! Una palabra de estímulo, de reconocimiento y de ánimo tiene un poder inestimable. 2. El contacto físico. Un apretón de manos, un abrazo apropiado o una palmada en el hombro trasmiten fraternidad y cariño. 3. El empleo de tu tiempo. Visita a los hermanos, sobre todo a los que están pasando por situaciones complicadas; pasa tiempo con ellos, deja que se expresen y escucha sus inquietudes, temores, anhelos y deseos. Esto ayudará a potenciar los lazos fraternos. Disfruta de la compañía de los hermanos y permite que ellos también lo hagan con la tuya. 4. El interés por todos. Es cierto que a veces podemos entendernos y relacionarnos mejor con algunas personas, sin embargo, no trates a unos de manera que otros se sientan relegados o discriminados. Interésate por todos por igual. Solo podremos transmitir cuidados y cariño en la medida en que cada uno nos relacionemos con la fuente del amor: «Así, cuando amamos a Dios y cumplimos sus mandamientos, sabemos que amamos a los hijos de Dios» (1 Juan 5: 2). Dios te bendiga en este día para que te sientas cuidado y amado por él y puedas ayudar a otros para que también lo experimenten. 1 Elena White, El ministerio de curación, pág. 120.

Para compartir 1. ¿Cómo definimos y percibimos el amor? 2. ¿En qué aspectos nos sentimos queridos y apreciados en el seno de la iglesia? 3. ¿Cómo podemos expresar cariño y cuidado a los hermanos de iglesia?

so 21


Segundo sábado

¿Es posible alcanzar una RECONCILIACIÓN? «Nada nos asemeja tanto a Dios como estar siempre dispuestos a perdonar». Juan Crisóstomo

Antonio del Pino Director del Ministerio de la Familia Unión Adventista Española

E

l chico se había ido de casa debido a los constantes desencuentros con sus padres. No coincidían en casi nada. Hasta había llegado a pensar que no eran sus verdaderos progenitores. Finalmente, un día cogió sus pertenencias y se fue. Su padre lo despidió desde el salón: «¡Vete y no vuelvas más!». Que contradictorio es el ser humano, rechaza pero necesita acercamiento; se marcha, pero quiere volver; odia, pero necesita amor. Quienes han tomado posturas extremas suponen que no las van a cambiar. Pero las actitudes intransigentes producen más amarguras que soluciones. Se requiere otra cosa. «¡No vuelvas más!» no nos vale.

La reconciliación es vital

No podemos vivir con la intranquilidad mental provocada por un alejamiento hostil durante mucho tiempo sin que nos cause algún tipo de problema mayor. Volver al diálogo y reconstruir la relación con nuestros seres queridos es muy importante para nuestras vidas. La reconciliación nos devuelve el equilibrio, la seguridad y la paz. Asimismo, la reconciliación con Dios es la necesidad más profunda de cada ser humano. Es el elemento que da armonía a todo el conjunto de la vida. Las iglesias iCOR saben que invitar a las personas a reconciliarse con Dios solo es posible si se vive un espíritu de concordia dentro de sí mismas. Así que nuestras iglesias necesitan ese espíritu. Jesús tuvo muchos enemigos. Lo acechaban para atraparle en alguna palabra que contradijera sus costumbres. Además, se pasaban murmurando sobre 22 so


sus dichos y hechos. En una ocasión, sus oponentes llegaron a preguntarse por qué se juntaba con la gente despreciable. ¿Por qué se reía con esta clase de personas? Entonces, el Señor les dijo: «Supongamos que uno de vosotros tiene cien ovejas y pierde una de ellas. ¿No deja las noventa y nueve en el campo, y va en busca de la oveja perdida hasta encontrarla? Y cuando la encuentra, lleno de alegría la carga en los hombros y vuelve a la casa. Al llegar, reúne a sus amigos y vecinos, y les dice: “Alegraos conmigo; porque encontré la oveja que se me había perdido”. Os digo que así es también en el cielo: habrá más alegría por un solo pecador que se arrepienta, que por noventa y nueve justos que no necesitan arrepentirse» (Lucas 15: 3-7).

Jesús es nuestra garantía

Jesús tiene soluciones eficaces para la intransigencia humana. Da el primer paso para aclarar las cosas: «Venid, pongamos las cosas en claro —dice el Señor—. ¿Son vuestros pecados como la escarlata? ¡Quedarán blancos como la nieve! ¿Son rojos como la púrpura? ¡Quedarán como la lana!» (Isaías 1: 18). ¡Hay esperanza para cada uno de nosotros! No estamos solos ni abandonados. Para Dios, tenemos un inmenso valor, por eso no escatimó en dar a su Hijo para que accediéramos a la salvación. No hay imperfección, culpa, traición o acusación que no esté dentro de su capacidad de perdonar y restaurar. Él tiene especial cuidado de cada uno de sus hijos que sufren. Esa es la actitud conciliadora del Señor. Hay demasiadas personas confundidas en este mundo. Como indica la parábola de la oveja perdida, son conscientes de que hay problemas, pero no saben definirlos ni encontrarles solución. Entonces aparece Dios con un diagnóstico bastante claro: los pecados escarlata son los que nos están envolviendo en una red imposible de escapar. Nos aprisionan, amargan, confunden y nos llenan de odio. Pero la reconciliación con el Creador del universo llena el vacío y la soledad del corazón humano. Solo el evangelio de la verdad trae el equilibrio a la mente y produce una alegría que nadie puede arrebatar.

El testimonio de Pablo

El apóstol Pablo dice que no se avergüenza de ese evangelio porque proviene de Dios y es sumamente poderoso (Romanos 1: 16, 17). En su época, semejante afirmación era motivo de escándalo; pero para la propia

experiencia de Pablo resultó revolucionaria. Su vida fue transformada. En un dibujo descubierto en zona arqueológica de Roma se observa a un esclavo cayendo de rodillas ante una figura crucificada con cabeza de asno. Debajo estaban escritas estas palabras: «Alexamenos adora a su dios», una burla hacia el cristianismo de aquel tiempo.1 La proclamación de Pablo de que, mediante la crucifixión de Cristo, Dios estaba reconciliando al mundo a sí mismo, era contradictoria con la sabiduría de la época. Después de todo, Dios era conocido como el motor inmóvil (concepto aristotélico) y, en general, los dioses griegos estaban caracterizados por su apátheia (apatía) e incapacidad de tener sentimientos y emociones. Para ellos, el cristianismo no elevaba el pensamiento humano, sino que lo hundía a las profundidades de lo absurdo. Pablo aceptó la acusación contra la humilde cruz y las denuncias a las clases bajas que a ella se aferraban. Declaró que la mayor sabiduría de los hombres no había descubierto ni descrito al verdadero Dios. El Señor eligió lo que parecía ser insensato y débil para avergonzar a los sabios y fuertes de este mundo (1 Corintios 1: 27, 28). La razón humana es incapaz de hallar esa sabiduría. Sin la revelación divina es imposible que ese conocimiento esté al alcance de los hombres. Él, y no la filosofía o la retórica, hace posible nuestra reconciliación.

La restauración, una obra divina

Las buenas noticias tienen que ver con la poderosa intervención de Dios en la historia humana para rescatar y restaurar. Dios hace por el hombre lo que este no puede hacer por sí mismo. Lo libera de las garras del pecado, así como de sus terribles consecuencias. El Señor es omnipotente. Y su plan implica no solo redimirnos, sino también transformarnos. En su infinito amor, Dios quiere que volvamos a reflejar su imagen y semejanza en todos los ámbitos de la vida (Génesis 1: 26). Cuando el Señor iba a nacer en este mundo, el ángel indicó a José que su nombre debía ser Jesús, «porque él salvará a su pueblo de sus pecados» (Mateo 1: 21). Así que Jesús no solo nos quita la culpabilidad del pecado, sino también sus efectos destructivos. La presencia del Espíritu Santo renueva la mente y el corazón. Los tentáculos del pecado se van soltando de tal manera que deja de tener el dominio absoluto sobre la persona. La criatura se va transformando bajo la sabia so 23


influencia de Dios y los efectos perversos van perdiendo su poder.

Conclusión

El creyente reconciliado es aquel que transmite a los demás los beneficios que ha recibido. La reconciliación experimentada debe trascender a su propia vida y experimentarla a través de hechos que redunden en beneficio de los demás. Ellos son seres necesitados de nuestra compasión y bondad porque acarrean los mismos problemas que nosotros teníamos antes de vivir en armonía con Dios. Harvie M. Conn, profesor del W ­ estminster Theological Seminary, asegura que la compasión debería abarcar no solamente a la persona que es transgresora, sino también a aquella contra quien se dirige la agresión: «Compasión significa más que ternura maternal; es más que la hija de Faraón viera llorar al bebé Moisés; es la hija de Faraón viendo llorar al bebé de un hebreo oprimido (Éxodo 2: 6). Es sensibilidad transformada en acción en beneficio del que fue víctima del pecado ajeno».2 ¿Experimentamos una compasión similar hacia nuestro prójimo? ¿Sentimos una piedad semejante a la que Cristo tuvo respecto de la humanidad perdida? John Jowett, conocido como el mayor predicador de su época, escribió: «El evangelio 24 so

Para compartir 1. ¿Por qué la reconciliación es tan importante en la vida del creyente? 2. ¿Podría haber salvación sin reconciliación con Dios? 3. ¿Hay algún paralelismo entre la reconciliación y la misión que el Señor nos ha encomendado? 4. ¿En qué medida la restauración implica ceder algo de uno mismo? 5. En la restauración del cristiano se sigue un Modelo. ¿Quién es y por qué?

de un corazón quebrantado implica el ministerio de corazones sangrantes […] tan pronto como dejemos de sangrar, dejaremos de ser una bendición […] nunca podremos curar las necesidades que no sentimos».3 Nuestro Salvador ha de volver. Antes de despedirse de sus discípulos, les dejó una alentadora promesa: «¡No os angustiéis. Confiad en Dios, confiad también en mí. En el hogar de mi Padre hay muchas viviendas; si no fuera así, ya os lo habría dicho. Voy a prepararos un lugar. Y si me voy y os lo preparo, vendré para llevaros conmigo. Así estaréis donde yo esté» (Juan 14: 1-3). «Mientras esperamos la venida del Señor tenemos que trabajar con diligencia. El saber que Cristo está a la puerta debe movernos a trabajar con más empeño

por la salvación de nuestros semejantes. Así como Noé dio el aviso de Dios al pueblo antes del diluvio, así también todos los que entienden la palabra de Dios han de dar aviso al pueblo de esa generación».4 Que el Señor nos bendiga para que, con su ayuda y poder, experimentemos la reconciliación con nuestro buen Dios y nuestros semejantes.

1 Ivan Blaze, El evangelio en la calle, Buenos Aires: Asociación Casa Editora Sudamericana, 1997, pág. 30. 2 Philip G. Samaan, El método de Cristo para testificar, Doral: Asociación Publicadora Interamericana, 1990, pág. 60. 3 Ibíd., pág. 61. 4 Elena White, Cristo nuestro Salvador, pág. 167.


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