Ministerio de la Familia: 4 - 11 de febrero de 2017
INTRODUCCIÓN
Es otoño mientras escribo estas líneas. Los árboles están perdiendo sus hojas y ya se aprecia la desnudez de sus ramas. Las aves y otros animales emigran hacia el sur, buscando lugares más cálidos. La naturaleza se prepara para pasar el duro invierno. La vida del cristiano no es fácil en medio de un mundo frío que, en su mayoría, rechaza a Dios. Pero las edificadoras palabras que el Señor dirige a su pueblo pueden hacer que la vida del creyente sea una constante primavera dentro de un gélido invierno. No todos los creyentes poseen los mismos dones, que se dan para edificación de la iglesia y para la evangelización, pero el fruto que tienen que dar debe ser el mismo. Es el resultado de la presencia de Dios en la vida de cada persona que cree, e identifica a los verdaderos hijos de Dios. Esta Semana de Oración de la Familia nos acercaremos juntos a conocer más a nuestro Dios a través del fruto del Espíritu. El texto clave se encuentra en Gálatas 5: 22, 23: «Pero el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza». ¿Cómo te ves cuando te contrastas con los elementos de este fruto? ¿Cómo ves a tu familia y a tus hijos? Jesús dijo: «Y esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado» (Juan 17: 3). Querido hermano y amigo, cuando leas estas líneas será invierno, pero es mi deseo que nuestro buen Dios guíe tu vida, para que siempre haya una eterna primavera en tu interior por la morada del fruto del Espíritu Santo en ti. ¡Feliz Semana de Oración! Antonio del Pino
Contenido 3 Primer sábado mañana Unidad en el amor 5 Primer sábado tarde El gozo de la verdadera prosperidad Director de la revista: Antonio del Pino
EQUIPO EDITORIAL: Director general: Mario Martinelli Administrador: Sergio Mato Coordinación de producción: Esther Amigó Jefe de edición: Alejandro Medina Editora: Andrada Oltean Diseño y maquetación: Javier Zanuy Publica: EDITORIAL SAFELIZ Pradillo, 6 - Pol. Ind. La Mina 28770 Colmenar Viejo, Madrid (España) tel. [+34] 918 459 877 fax [+34] 918 459 865 e-mail: admin@safeliz.com www.safeliz.com Promueve: MINISTERIO DE LA FAMILIA
COLABORADORES: Stefan Albu Daniel Eugen Brinduse Daniel Moreno Casasnovas Lourdes Estalayo Izarra Luis Alberto Fernández Antonio del Pino Millán Maicer Antonio Romero Asencio Luis Carlos Rueda Robert Trăistaru
Año 10 / nº 10
2 so
8 Domingo La paz verdadera 11 Lunes Paciencia sobrenatural 14 Martes Benignidad y bondad 16 Miércoles La realidad de la fe 18 Jueves La mansedumbre y la familia 20 Viernes Bajo el gobierno del espíritu: la templanza 22 Segundo sábado El fruto del espíritu
Primer sábado mañana
Unidad en el AMOR ¿Q
ué es lo que hace que un árbol sea productivo? Entre los múltiples factores se encuentran el tipo de semilla, la tierra donde se siembra, el cuidado que se le proporciona durante la etapa de crecimiento, la limpieza de la poda, el tipo de abono que recibe, el agua utilizada para el riego, el sol que lo alimenta, el cuidado ante las plagas y pulgones, etcétera. ¿Has considerado qué tipo de cuidado estás dando a tu familia para que el Señor produzca el fruto deseado? ¿De qué estamos alimentando nuestra vida y nuestros hogares para que el Espíritu Santo pueda alcanzar el corazón por medio de las avenidas del alma, a través de nuestros cinco sentidos? Es imprescindible que seamos conscientes de lo importante que es cuidar lo que vemos, oímos, gustamos y tocamos, ya que todo influye en el resultado final: un fruto saludable o uno pernicioso. ¿Has pensado alguna vez que todo lo que vives en el ámbito espiritual personal afecta también a las relaciones con los demás y, por lo tanto, a la vida del hogar?
El primer fruto del Espíritu
«El fruto del Espíritu es amor…» (Gálatas 5: 22). El amor es, tal vez, una de las palabras más usadas por el ser humano, lo que la ha llevado a perder su verdadero significado para muchos. Sin embargo, el mundo entero se sigue moviendo gracias al poder inmenso y desinteresado que se esconde tras esta palabra de tan solo cuatro letras. Millones de personas dedican cada día de sus vidas al servicio al prójimo. Otros tantos ayudan a enfermos que convalecen en los hospitales y a vagabundos que deambulan por las calles sin ánimo ni esperanza. El amor es lo que impulsa a la gente a arriesgar sus vidas por personas desconocidas que se encuentran en situaciones de peligro, al darse cuenta de que están desesperadas y necesitan ayuda urgente.
No sin razón el amor es el primer fruto del Espíritu mencionado en la Biblia, ya que el Creador es presentado con el título más grandioso que existe: «Dios es amor» (1 Juan 4: 8). Se trata de un elemento fundamental de su naturaleza, por lo que el mayor privilegio para el ser humano es recibirlo y reflejarlo en el propio ser, en el trabajo, en la iglesia, con los amigos, con los vecinos y, por encima de todo, en la familia. ¿Podríamos concebir un hogar en el que no existieran vínculos de amor entre sus miembros? ¿Cuánto crees que podría durar una relación entre esposos sin este componente? Hoy en día no son pocas las parejas que, antes de casarse, firman ante notario un documento en el que establecen de mutuo acuerdo el régimen de separación de bienes, es decir, las condiciones económicas que tendrán los cónyuges en caso de separación o divorcio. Sin embargo, cualquier documento de este tipo resulta innecesario cuando el primer elemento del fruto del Espíritu se halla presente en el hogar, ya que, guiados de la mano de Dios, los miembros de la familia lo manifestarán a través de miradas de ternura, palabras de afecto, manos entrelazadas que aseguran el compromiso en lo bueno y en lo mano, transmitiendo confianza; lo harán con abrazos y muestras de cariño, con palabras de consuelo ante el sufrimiento, con actitudes de comprensión ante los errores, así como aliento y estímulo ante las adversidades, pues siempre hay que levantarse e intentarlo de nuevo. Elena White escribió: «El amor no puede durar mucho si no se le da expresión. No permitáis que el corazón de quienes os acompañen se agoste por falta de bondad y simpatía de vuestra parte. […] Son las cosas pequeñas las que revelan lo más recóndito del corazón. Son las pequeñas atenciones, […] las sencillas cortesías, las que constituyen la suma de la felicidad en la vida».1 Por ello, no es fruto de la casuali-
Luis Alberto Fernández Secretario de la Unión Adventista Española so 3
dad, sino el resultado de un acto voluntario y controlado, guiado por el Espíritu, el que permite que haya hogares en los que se respire un ambiente de amor y respeto entre sus miembros.
El misterioso e inseparable poder del amor
¿Qué tiene el amor que es capaz de romper las barreras de odio que los seres humanos levantan en el tiempo? ¿Cómo se genera esa fuerza extraordinaria ante una situación límite que algún miembro de nuestra familia tiene que afrontar? ¿Qué impulsa a unos padres al sacrificio por sus hijos, cuando estos necesitan atención constante? ¿Qué misterioso mecanismo se pone en marcha para ser capaces de amar sin límites y por igual a todos nuestros hijos? ¿Quién puede entenderlo? ¿Te has parado a pensar en lo asombroso que es el amor? Podemos llegar a ser capaces de entenderlo de manera parcial, al asomarnos a un mundo en el que Dios ha dado el primer paso de amor en Jesús. Sin embargo, necesitaremos la eternidad para descubrirlo en dimensiones que hoy nos resultan inabarcables. Es necesario que el componente principal de nuestras familias sea esta clase de amor, que no será posible a menos que nos acerquemos a Dios. El apóstol Pablo expresó con una profunda convicción: «¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿Tribulación, angustia, persecución, hambre, desnudez, peligro o espada?» (Romanos 8: 35); y concluyó su pensamiento afirmando que «ni lo alto ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús, Señor nuestro» (Romanos 8: 39). A través del amor, el vínculo de Dios con el ser humano puede ser tan fuerte o tan frágil como la decisión que nosotros tomemos en un determinado momento de aceptarlo o rechazarlo. Dios nos ofrece su atención incondicional, un amor inconmensurable, que se encuentra por encima del amor de la pareja, de la familia o de los amigos. Se trata de un amor que trasciende las emociones y el entendimiento. Es el amor que va más allá de las circunstancias, que Jesús señaló en Mateo 5: 44: «Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os odian y orad por los que os ultrajan y os persiguen». Al leer estas palabras de Jesús, no podemos sino pensar: «¡Esto no lo dirá en serio! 4 so
Yo no puedo perdonar a mi esposa por las palabras hirientes que me dijo ayer»; o «Yo no puedo volver a ver a mi marido después del desplante que me hizo»; o «¿Cómo voy a confiar en mis padres después de haberme fallado en lo que les pedí?». El amor al que Dios se refiere aquí es el que está por encima de los errores que podamos cometer o de los que seamos víctimas. No es el amor filial, afectivo, resultado del conocimiento y la convivencia entre los miembros de la familia, sino que se trata del amor ágape, el AMOR con mayúsculas, el que espera cada día que el hijo que abandonó el hogar regrese; el amor que restaura a quien vuelve al hogar arrepentido de sus graves errores; el amor de quien es capaz de hacer una fiesta por aquel que malgastó la herencia recibida en los placeres más bajos de este mundo, pero que ahora vuelve a la vida y al hogar que nunca debió haber abandonado. Este tipo de amor incomprensible para muchos es el que nuestro Dios evidenció cuando sanó a los enfermos; cuando resucitó al hijo único de una viuda en Naín; cuando murió en la cruz del Calvario por una humanidad que no quería saber nada de él. Es el amor manifestado cuando resucitaba de entre los muertos como vencedor del pecado y de sus consecuencias, para que nosotros pudiéramos tener vida eterna a su lado. Este amor incomprensible es el que sigue moviendo los corazones de muchas familias para permanecer unidas, a pesar de los problemas y ataques del enemigo.
El componente vital
Desde que creó el mundo y nos trajo a la vida, Dios ha querido mostrarnos que existen dos mandamientos cuyo cumplimiento puede llenar el vacío de nuestras vidas: el primero, el amor a Dios, «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente»; y el segundo, el amor a
la gente que nos rodea, «Amarás a tu prójimo como a ti mismo» (Mateo 22: 37, 39). ¡Qué importante es que hagamos de esta fuente de amor de Dios el centro de nuestras vidas! En nuestros hogares, en la relación de respeto entre los esposos, en nuestra relación con los hijos y otros miembros de nuestra familia, en nuestras iglesias, como evidencia ante el mundo de la presencia de Dios en nosotros. Al cabo de los años, más allá de los momentos de felicidad y de las dificultades que hayamos vivido, el amor de Dios en el corazón de nuestros hogares será lo que mantendrá viva la esperanza de la eternidad. Por muy importantes que puedan parecer otras cosas en esta vida, jamás olvidemos que, si «no tengo amor, de nada me sirve. […] Ahora permanecen la fe, la esperanza y el amor, estos tres; pero el mayor de ellos es el amor» (1 Corintios 13: 3, 13). ¡Que este principio divino gobierne nuestras vidas! 1 Elena White, El hogar cristiano, págs. 92, 93.
Para compartir 1. ¿Cómo puedes recuperar el valor del amor en el seno de tu familia de manera práctica? 2. ¿De qué manera influye en tu vida el amor de Dios? 3. ¿Es tu iglesia el reflejo de este primer elemento del fruto del Espíritu? ¿Cómo puedes contribuir para que mejore?
Primer sábado tarde
El GOZO de la verdadera prosperidad
L
o esperaba como siempre para estudiar la Biblia. Sin embargo, cuando lo vi entrar esa mañana me llamó la atención su actitud atípica. Su andar no era como de costumbre, estaba muy abatido, aunque, al mismo tiempo, su rostro reflejaba firmeza. Una voz dentro de mí me decía que debía ser algo normal: el joven estaba atravesando por un difícil momento sentimental y, aunque ponía todo de su parte, no se había recuperado del todo. Con semblante serio, me dijo: «No quiero trabajar más los sábados, pero mi jefe me presiona y no me entiende». El silencio inundó la sala. Miró la Biblia y, después, cabizbajo, me preguntó: «¿Qué debo hacer?». Además de la crisis familiar, estaba a punto de perder el trabajo, consciente de que se podía ir sin cobrar lo que le correspondía. ¿Qué más tenía que sufrir? «Muchos golpes en poco tiempo», pensé. «¿Qué le voy a decir?». En ese momento, el Cielo me hizo recordar un pasaje bíblico. ¡Qué bendición! Justo el mensaje adecuado para él y para mí: «Ahora, pues, Israel, ¿qué pide de ti Jehová, tu Dios, sino que temas a Jehová, tu Dios, que andes en todos sus caminos, que ames y sirvas a Jehová, tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma, que guardes los mandamientos de Jehová y sus estatutos, que yo te prescribo hoy, para que tengas prosperidad?» (Deuteronomio 10: 12, 13). «¿Te apetece estudiar?», le pregunté. Sabía que me apreciaba y que me respetaba, pero en esas circunstancias no era suficiente. Para mi sorpresa, me miró y, asintiendo con la cabeza, me dijo: «Estoy preparado».
1. Que temas a Jehová
¿Qué significa temer a Dios? En primer lugar, es aprender a respetarlo. Si uno no ama a Dios, si no
lo conoce, en los momentos de conflicto no confiará ni en él ni en su Palabra. «El temor del Señor es la sabiduría, y el apartarse del mal, la inteligencia» (Job 28: 28). En segundo lugar, temer a Dios significa no confiar en las palabras del hombre cuando la petición de este entra en claro conflicto con los preceptos divinos: «¡Maldito aquel que confía en el hombre, que pone su confianza en la fuerza humana, mientras su corazón se aparta de Jehová!» (Jeremías 17: 5). El temor a Dios ayudará al ser humano a no dejarse intimidar por las palabras de los hombres incrédulos. Le dará la fuerza y el ánimo para hacer frente a cualquier prueba. Sin embargo, «la persona desalentada se llena de tinieblas, desecha de su alma la luz divina y proyecta sombra en el camino de los demás».1 «El temor de Jehová aumenta los días, mas los años de los malvados serán acortados. La esperanza de los justos es alegría, mas la esperanza de los malvados perecerá» (Proverbios 10: 27, 28).
2. Que andes en todos sus caminos
Andar en los caminos de Dios trae felicidad, bendición y protección divina. El Salmo 91 es una muestra de ello. Pero esto no nos asegura siempre un final feliz en nuestra vida. Al hablar con el chico, mi mayor dolor y preocupación era hacerle ver que cabía la posibilidad de irse del trabajo sin ningún derecho que a él le correspondía. ¿Cuál puede ser el final de un cristiano que anda en el camino de la lealtad? «Nuestro Dios, a quien servimos, puede librarnos del horno de fuego ardiente; y de tus manos, rey, nos librará. Y si no, has de saber, oh rey, que no serviremos a tus dioses ni tampoco adoraremos la estatua que has levantado» (Daniel 3: 17, 18).
Robert Trăistaru Pastor de las iglesias rumanas de Zaragoza Unión Adventista Española so 5
«Podéis estar perplejos en los negocios; vuestra perspectiva puede ser cada día más sombría, y podéis estar amenazados de pérdidas; pero no os descorazonéis; confiad vuestras cargas a Dios y permaneced serenos y alegres. Pedid sabiduría para manejar vuestros asuntos con discreción, a fin de evitar pérdidas y desastres. Haced todo lo que esté de vuestra parte para obtener resultados favorables. El Señor Jesús nos prometió su ayuda, pero sin eximirnos de hacer lo que esté de nuestra parte. Si confiando en nuestro Ayudador hemos hecho todo lo que podíamos, aceptemos con buen ánimo los resultados».2 «Cuando Jehová hizo volver de la cautividad a Sión, fuimos como los que sueñan. Entonces nuestra boca se llenó de risa y nuestra lengua de alabanza. Entonces decían entre las naciones: «¡Grandes cosas ha hecho Jehová con estos!» ¡Grandes cosas ha hecho Jehová con nosotros! ¡Estamos alegres!» (Salmo 126: 1-3).
sufrir la pérdida de un ser querido o experimentar la injusticia ante un derecho que pensábamos que habíamos ganado no justifican un comportamiento de rebelión contra Dios ni contra las personas que nos rodean. Más bien tendríamos que enfrentar dichas situaciones con una actitud positiva, confiados en el Señor: «Pero también si alguna cosa padecéis por causa de la justicia, bienaventurados sois. Por tanto, no os amedrentéis por temor de ellos, ni os inquietéis. Al contrario, santificad a Dios el Señor en vuestros corazones, y estad siempre preparados para presentar defensa con mansedumbre y reverencia ante todo el que os demande razón de la esperanza que hay en vosotros» (1 Pedro 3: 14, 15). Dios nos ha ofrecido su amor inconmensurable y desea que lo compartamos con los demás, con alegría. «Y los judíos tuvieron luz y alegría, gozo y honra» (Ester 8: 16).
3. Que ames a Jehová
4. Que sirvas a Jehová
La vida del cristiano debiera guiarse por dos prioridades muy claras: amar a Dios y amar al prójimo. Atravesar una situación difícil, ya sea en casa, en el trabajo, en los estudios o en cualquier otro ámbito; vivir una experiencia desalentadora con alguien; 6 so
Cada ser humano nace en un mundo que sufre las consecuencias de la transgresión de los preceptos divinos, por lo que se halla ante la imposibilidad de ejercer un control absoluto sobre su propia vida, pues esta se encuentra bajo el dominio del pecado. Sin embargo,
Dios ha puesto a nuestra disposición su Ley y las herramientas para cumplirla, con el fin de que vivamos una vida de libertad en él. «Cuando erais esclavos del pecado, erais libres con respecto a la justicia. ¿Pero qué fruto teníais de aquellas cosas de las cuales ahora os avergonzáis? Porque el fin de ellas es muerte» (Romanos 6: 20, 21). Dios ha elegido educarnos y hacer de cada uno de nosotros siervos de Cristo. Todos aquellos que deseen servirle han de pasar por un proceso educativo que incluirá momentos de dolor, sufrimiento y adversidades. No obstante, el Señor no nos desampara y es a través de Cristo como podremos hacer frente a cualquiera de esas situaciones. Es parte de nuestro crecimiento. Elena White dice: «Todos los que en este mundo prestan verdadero servicio a Dios o al hombre, reciben una educación preparatoria en la escuela del dolor. Cuanto mayor sea la confianza y más elevado el servicio, más difícil será la prueba y más severa la disciplina».3 «¡Entraremos en su Tabernáculo! ¡Nos postraremos ante el estrado de sus pies! Levántate, Jehová, al lugar de tu reposo, tú y el Arca de tu poder. Tus sacerdotes se vistan de justicia y se regocijen tus santos» (Salmo 132: 7-9).
5. Que guardes los mandamientos de Jehová y sus estatutos
¿Qué ocurre con una persona que entiende el verdadero espíritu del gozo en Cristo? • Se da cuenta de que pertenece al pueblo de Dios. Ser consciente de esa pertenencia genera en él un sentimiento de alegría y seguridad. «Venid, adoremos y postrémonos; arrodillémonos delante de Jehová, nuestro hacedor, porque él es nuestro Dios; nosotros, el pueblo de su prado y ovejas de su mano» (Salmo 95: 6, 7). • Lee, estudia y asimila la Palabra de Dios. Abre la puerta para tomar una decisión inteligente de la voluntad y no únicamente un arrebato sentimental. «En mi corazón he guardado tus dichos, para no pecar contra ti» (Salmo 119: 11). • Tiene claro cuáles son sus prioridades. El conocimiento de los preceptos divinos lo ayudará a mantenerse firme en sus decisiones diarias. «Inclina mi corazón a tus testimonios y no a la avaricia» (Salmo 119: 36). • La Biblia es su consuelo en cualquier momento de la vida. Encuentra el apoyo que necesita en la Palabra de Dios, por encima de cualquier persona o circunstancia. «Ella
es mi consuelo en mi aflicción, porque tu dicho me ha vivificado» (Salmo 119: 50). • Entiende cuál es su responsabilidad para con Dios. Acepta el reto de servir a Dios con todo lo que implica. «Mi porción es Jehová; he dicho que guardaré tus palabras» (Salmo 119: 57). • No olvida lo que fue y lo que es. Con humildad, su actitud es de agradecimiento por lo que Dios ha obrado en su vida. «Antes que fuera yo humillado, descarriado andaba; pero ahora guardo tu palabra» (Salmo 119: 67). Al terminar el estudio bíblico, el joven se levantó y me dijo decidido: «Me veo preparado para hablar con mi jefe». Le invité a orar. Nos pusimos de rodillas y conversamos con Dios. Después, nos despedimos con un abrazo, como siempre, y me prometió que me llamaría. Pasadas unas horas, me llamó. «Mi jefe me ha entendido. Seguiré trabajando en la empresa. Dejaré de ser encargado, pero seré un trabajador del turno de mañana»,
Para compartir 1. ¿Cuánta felicidad deberíamos esperar en esta vida como cristianos que viven en armonía con el conocimiento del amor infinito de Dios? 2. ¿Por qué cuanto más nos centramos en nosotros mismos, más miserables y más apartados de Dios nos sentimos? 3. ¿Por qué es tan vital tener y fomentar la esperanza en las promesas de la vida eterna, de una vida totalmente nueva?
me dijo eufórico. ¡Que bendición! Una vez más, el Señor había actuado. «Alegría es para el justo practicar la justicia, pero un desastre para los que cometen iniquidad» (Proverbios 21: 15). Aquel miércoles por la mañana Dios me volvió a enseñar que «el justo por su fe vivirá» (Habacuc 2: 4). Tener gozo en Cristo es muy diferente del gozo de este mundo. En el Salmo 98: 1-6, David expresó lo que es la alegría en el Señor: «Cantad a Jehová cántico nuevo, porque ha hecho maravillas; su diestra lo ha salvado y su
santo brazo. Jehová ha hecho notoria su salvación; a vista de las naciones ha descubierto su justicia. Se ha acordado de su misericordia y de su verdad para con la casa de Israel; todos los términos de la tierra han visto la salvación de nuestro Dios. Cantad alegres a Jehová, toda la tierra. Levantad la voz, aplaudid y cantad salmos. Cantad salmos a Jehová con arpa; con arpa y voz de cántico. Aclamad con trompetas y sonidos de bocina, delante del Rey, Jehová». ¡Que nuestra vida sea un fiel reflejo del gozo en Cristo! 1 Elena White, El camino a Cristo, pág. 117. 2 Ibíd, pág. 122. 3 Elena White, La educación, pág. 135.
so 7
Domingo
La PAZ verdadera
E
Daniel Eugen Brinduse Pastor de las iglesias de Efes y Resurrección (Madrid) y del grupo de Poyales de Hoyo (Ávila) Unión Adventista Española 8 so
l mundo que nos rodea es un reflejo del conflicto entre el bien y el mal. En nuestra sociedad, cualquier persona espera y desea lo mejor para sí misma y para su círculo más cercano: salud, prosperidad económica y afecto emocional. Por lo tanto, lucha cada día para asegurarse el bienestar en todos los ámbitos de su vida. Nuestros anhelos y objetivos son, por un lado, el resultado de la educación que hemos recibido en el seno de la familia, así como de nuestro bagaje cultural. Por otra parte, son el reflejo de las influencias que recibimos cada día a través de los amigos, la televisión, el Internet y otros factores externos. Asimismo, dependen del lugar en el que nos encontremos y de las oportunidades que se nos presentan a cada momento. ¿Quién no ha oído hablar del sueño americano? Son muchas las personas motivadas por el deseo de cumplirlo. Muchos han arriesgado todo lo que tenían en su intento por hacerlo realidad. Algunos lo han conseguido. El sueño de otros, sin embargo, se ha visto truncado por razones de lo más variadas. No obstante, todos han sido impulsados motivados por el mismo factor: mejorar sus condiciones de vida en esta tierra. Es admirable ver en los medios de comunicación historias de personas que han conseguido cumplir sus sueños. Son un modelo de inspiración para una generación sin parámetros de esta naturaleza. Una generación con ideas y muchas ganas de cambiar el mundo, que necesita instrucción para aprender a establecer prioridades y a trabajar con base en objetivos. Los ejemplos de éxito les animan en su deseo de alcanzar sus metas. ¿Pero qué pasa cuando has alcanzado al éxito? Una vez que has conseguido eso que tanto deseabas, puede que te hayas preguntado: «¿Y ahora qué?». Has apostado todas tus cartas, esperando, por fin, encontrar la
felicidad y, de repente, después de haber logrado tu objetivo con esfuerzo, dedicación y sacrificio, te sientes triste y defraudado. ¿Alguna vez has experimentado ese vacío? Hoy en día, resulta cada vez más difícil disfrutar todo aquello que tenemos. Paradógicamente, las personas anhelan cada vez más tener paz.
¿Qué es la paz?
El Diccionario de la lengua española define el término «paz» como el «estado de quien no está perturbado por ningún conflicto o inquietud».1 Lo anterior introduce otras dos ideas importantes para lo que nos ocupa. En primer lugar, habla de un «estado». En segundo lugar, habla de la ausencia de perturbación. ¿Es posible alcanzar un estado de paz interior? ¿Es factible experimentar esa sensación de manera permanente? La respuesta a estas preguntas es clave para contestar a otras como: ¿Es posible alcanzar la paz en el mundo?, pues es muy difícil lograr la paz global sin el sosiego interior de cada individuo.
¿Qué la condiciona?
Los acontecimientos de los que las noticias se hacen eco a diario no son precisamente un reflejo de la idea que tenemos de paz, a nivel global. Parece ser un ideal imposible de alcanzar, a pesar de los pactos y tratados que se han firmado a lo largo de la historia. Resulta, por lo tanto, imprescindible, buscar el concepto de «paz» en la Biblia. El Libro lo ejemplifica a través de numerosos personajes que han conseguido experimentarla y han aprendido a vivir con ella, después de pelear duras batallas interiores. «“¡No hay paz para los malos!”, ha dicho Jehová» (Isaías 48: 22). En este versículo, Dios relaciona el concepto de paz con la característica más contraproducente para el ser humano: la maldad. ¿Quiénes son
esos malos? Hay una tendencia en auge a definir y etiquetar a todos los demás como seres que actúan con más maldad que uno mismo. De esta manera, el que lee el versículo, como si de la interpretación de un sueño se tratara, tiene la explicación a los problemas del vecino, la solución para los conflictos entre los hermanos de la iglesia o el tratamiento idóneo para la enfermedad de su compañero. Ironías aparte, lo curioso de este tipo de actitudes de responsabilidad gratuita sobre la vida del prójimo es que no se detienen a mirar hacia su propia persona, en el fondo de su corazón, para alcanzar la paz en su interior, sino que siguen considerando como malo al cónyuge, a los hijos, al amigo, al hermano de la iglesia, etcétera. Sin embargo, para poder alcanzar la paz interior, la persona tiene que detenerse por un momento y reconocer que la maldad se halla en el propio ser. A pesar de que algunas teorías niegan la existencia de Dios, él es real para todos los creyentes. Quizá su existencia no se manifieste como nosotros esperamos o como tratamos de describirlo, pues nuestra caracterización depende de nuestra percepción y experiencia personal. Sin embargo, su realidad y perfección se expresaron de manera tangible en la humanidad de Cristo en la tierra. Es difícil hallar una teoría que justifique la maldad que el ser humano ha mostrado a lo largo de la historia en las guerras y conflictos políticos que, aún hoy, siguen siendo una realidad diaria en muchos países como Siria, Irak y otros. ¿Es posible entender estas manifestaciones terroríficas de un ser humano que dice ser racional, pero responde y justifica sus atrocidades en nombre de los más dignos ideales humanos? Resulta difícil comprenderlas, a no ser que se haga aceptando que el ser humano es malo desde la entrada del pecado, momento en que ha perdido la paz. Y sin paz es complicado vivir.
¿Quién la da?
En nombre de la paz se cometen injusticias, conquistas a cualquier precio, separación y toda clase de males que nos podamos imaginar, porque, como decía Nicolae Iorga, la historia se burla de los que no la conocen, porque se repite. Siglo tras siglo, con ligeros cambios, las sociedades reproducen la historia. Van persiguiendo la paz, sin darse cuenta de que la tienen a un paso. «¿Dónde?», te preguntarás. Más cerca de lo que te imaginas. El único que tuvo paz plena durante toda su vida en la tierra fue Jesús. Nunca la añoró,
pues la vivió desde el inicio de su vida en la tierra hasta que fue resucitado. La dio a los que la pedían y necesitaban. Incluso en los momentos más difíciles de su vida, la tranquilidad y el sosiego interior llenaron su ser. ¿Quién otro podría enseñarnos y ayudarnos a encontrar la paz? Analizando atentamente la vida de Jesús, hallamos la respuesta a una pregunta: «¿Por qué?». La razón es sencilla: porque no queremos. Porque la pedimos y exigimos a cambio un producto personalizado que se adapte a nuestras necesidades. Queremos una forma de paz, pero no aceptamos la verdadera, la que no se puede pagar con dinero; la que no se puede conseguir a través de pactos; la que es imposible recibir sin reconocimiento y arrepentimiento. Vivimos arrastrando, día tras día, la falta de sosiego en nuestra vida, lo cual se refleja a nivel individual, familiar, social, local, regional, mundial. En Juan 14: 27, Jesús nos ofrece aquella paz sin la cual no podemos vivir una vida plena en él: «La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo».
La paz de Jesús
¿Cómo es la paz que el Salvador nos ofrece? ¿Es inactiva? ¿Es un estado de tranquilidad y una vida de riqueza? Desde la perspectiva interior, sí. No obstante, en so 9
cuanto a lo que recibiré del exterior, puede que las cosas se compliquen. Jesús es el mejor ejemplo para ello. Disfrutaba de plena paz y tranquilidad, de una relación envidiable con el Padre. Sin embargo, muchos de los que le rodeaban vivían para hacerle la vida más difícil. Antes estas circunstancias, ¿cómo es posible tener paz cuando las injusticias no hacen más que multiplicarse? «Habitan en la propia patria como extranjeros. Cumplen con lealtad sus deberes ciudadanos, pero son tratados como foraste-
ros. Cualquier tierra extranjera es para ellos su patria y toda patria es tierra extranjera. Se casan como todos, tienen hijos, pero no abandonan a sus recién nacidos. Tienen en común la mesa, pero no la cama. Están en la carne, pero no viven según la carne. Habitan en la tierra, pero son ciudadanos del cielo. Obedecen a las leyes del Estado, pero, con su vida, van más allá de la ley. Aman a todos y son perseguidos por todos. No son conocidos, pero todos los condenan. Son matados, pero siguen viviendo. Son pobres, pero hacen ricos a muchos. No tienen nada, pero abundan en todo. Son despreciados, pero en el desprecio encuentran gloria ante Dios. Se ultraja su honor, pero se da testimonio de su justicia. Están cubiertos de injurias y ellos bendicen. Son maltratados y ellos tratan a todos con amor. Hacen el bien y son castigados como malhechores. Aunque se les castigue, están serenos, como si, en vez de la muerte, recibieran la vida. Son atacados por los judíos como una raza extranjera. Los persiguen los paganos, pero ninguno de los que los odian sabe decir el por qué».2 Así se describía a los primeros cristianos. Ellos tenían la paz que Jesús dio a cada ser que quiere tenerla. Es esta paz la que garantiza la alegría en cada momento de nuestras vidas a pesar de las dificultades. No obstante, hoy por hoy son pocas las personas que de verdad quieran la paz que Cristo da. No como el mundo lo da, sino como el cielo lo ofrece. «Los que no se han humillado de corazón delante de Dios reconociendo su culpa, no han cumplido todavía la primera condición de la aceptación. Si no hemos experimentado ese arrepentimiento, del cual nadie se
Para compartir 1. Cuando te sientes desbordado por los problemas, ¿cómo puedes encontrar la paz? Piensa en ejemplos prácticos. 2. ¿Cuál crees que es tu parte de responsabilidad en el ambiente de paz que debería haber en tu hogar? 3. ¿Eres una persona pacífica? ¿Buscas la armonía con las personas que te rodean?
10 so
arrepiente, y no hemos confesado nuestros pecados con verdadera humillación de alma y quebrantamiento de espíritu, aborreciendo nuestra iniquidad, no hemos buscado verdaderamente el perdón de nuestros pecados; y si nunca lo hemos buscado, nunca hemos encontrado la paz de Dios».3
La paz que vence al miedo
Uno de los mayores problemas de la sociedad actual es el miedo. Tememos a perder el control de las situaciones en las que estamos involucrados; tememos por nuestra existencia en muchos contextos y la incertidumbre nos genera miedo. Paulo Coelho decía que nos perdemos muchas cosas por miedo a perder. Y es que muchas veces nos privamos de la paz por miedo a perder poder, influencia, dinero, estatus y otras comodidades más. Nos encontramos hoy en una encrucijada de caminos. ¿Qué escoger? ¿La paz que Dios propone o la paz que el mundo nos da? La sociedad nos propone un tipo de paz e incluso nos ofrece garantías de por vida, eliminando cualquier otra necesidad, fuera de los márgenes que marcan las condiciones de su «contrato». Con esta oferta eliminan incluso a Dios. Sin embargo, el Padre nos da mejores garantías, con vistas a la vida eterna: «Estas cosas os he hablado para que en mí tengáis paz. En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo» (Juan 16: 33). La necesidad de paz individual y colectiva es una realidad en el mundo actual. La buena noticia es que todos podemos hacer algo para disfrutar de la paz: «La confesión no es aceptable para Dios si no va acompañada por un arrepentimiento sincero y una reforma. Debe haber cambios decididos en la vida; todo lo que ofenda a Dios debe dejarse. Tal será el resultado de una verdadera tristeza por el pecado».4 Es posible alcanzar algo muy superior al «estado de quien no está perturbado por ningún conflicto o inquietud».5 Podemos experimentar la paz verdadera a través de Cristo. Solo necesitamos poner el miedo y la desconfianza en manos del Dios real en el que creemos, el único en el que podemos confiar. Esa es la clave para vivir en paz. «¡Paz a vosotros!» (Lucas 20: 19). 1 Diccionario de lengua española, consultado: 17 de noviembre de 2016. 2 Autor Desconocido, Siglo II-III, Carta a Diogneto. 3 Elena White, El camino a Cristo, pág. 38. 4 Ibíd, pág. 39. 5 Diccionario de la lengua española, consultado: 17 de noviembre de 2016.
Lunes
PACIENCIA sobrenatural
L
a paciencia ha sido uno de los principales ingredientes en los éxitos de grandes inventores e investigadores. Les ha permitido triunfar a base de repetir los ensayos, corrigiendo y volviendo a empezar tantas veces como sea necesario hasta conseguir los objetivos. En ocasiones, es un factor más importante que el talento.
¿Qué es la paciencia?
El término griego que Pablo emplea para referirse a la paciencia como fruto del Espíritu es makrothumia. Se traduce como ‘paciencia’, ‘longanimidad’, ‘perseverancia’, ‘tolerancia’, ‘clemencia’. Es una palabra compuesta por makros, ‘largo o grande’ y thumia, ‘temperamento’. Aunque en el griego no bíblico expresa la idea de pasividad o resignación delante de dificultades o problemas abrumadores que no pueden ser cambiados, el concepto bíblico tiene un matiz diferente. No es solo un asunto de apretar los dientes y soportar estoicamente algún dolor. Barclay afirma que la paciencia es la gracia de una persona que puede vengarse de un mal, pero no lo hace.1 Es la perseverancia del que soporta las heridas y las malas obras sin ser provocado, enojarse o vengarse. Es sinónimo de firmeza del alma, capacidad de soportar sin quejas. En ocasiones, es la práctica del silencio que calla por amor. Sin embargo, no es lo mismo conocer el significado del término que ejercitarlo; tener paciencia no resulta sencillo en una sociedad acelerada por definición, donde todo se espera en el momento. Más bien implica no pagar con la misma moneda, aunque esto va más allá de lo que es naturalmente humano. Es saber esperar hasta que se cumpla el plan de Dios en nuestra vida. Es la tenacidad con la cual la fe del cristiano se adhiere a las promesas de Dios, da equilibrio y vigor a la personalidad y nos hace más compresivos y fuertes para soportar los contratiempos, especialmente aquellos que no dependen estrictamente de nosotros. Es un rasgo propio de una personalidad madura.
La Biblia, un manual de paciencia
La paciencia es un buen atributo para describir el carácter de Dios. Éxodo 34: 6 afirma que Dios es «tardo para la ira, y grande en misericordia y verdad». Lejos de ser pasivo, Dios ofrece una oportunidad para que todos procedamos al arrepentimiento (2 Pedro 3: 9). La Palabra está llena de vidas moldeadas por la mano de Dios, en las que la paciencia ha jugado un papel fundamental en el marco de las familias: • José venció la hostilidad y la desesperación porque dependió con paciencia de Dios, a pesar del adverso cuadro familiar. El resultado fue el cambio para bien de todas las circunstancias. A través de las pruebas, Dios lo preparó para el verdadero liderazgo. • Job es el paradigma del que resiste con paciencia y confianza el tiempo de la prueba, ante el agobio de una esposa agotada emocionalmente. • Jesús, como modelo de plenitud del Espíritu Santo, es el ejemplo supremo. «Se necesita mucha paciencia y espiritualidad para introducir la religión de la Biblia en la vida familiar y en el taller; para soportar la tensión de los negocios mundanales, y, sin embargo, continuar deseando sinceramente la gloria de Dios. En esto Cristo fue un ayudador. Nunca estuvo tan embargado por los cuidados de este mundo que no tuviese tiempo o pensamientos para las cosas celestiales. A menudo expresaba su alegría cantando salmos e himnos celestiales».2 Su sacrificio en la cruz es el símbolo supremo de la medida de su paciencia. La paciencia, como fruto del Espíritu, procede de una relación íntima con Dios, que domina cada ámbito de nuestra vida. Nos ayudará a caminar la segunda milla, resistir a los insultos y las burlas, y poner la otra mejilla. En realidad, la paciencia nos salva de nosotros mismos: «Con vuestra paciencia ganaréis vuestras almas» (Lucas 21: 19). Nosotros no desarrollamos la paciencia, sino más bien es Dios quien la hace crecer en
Daniel Moreno Casasnovas Pastor de la iglesia de Madrid-Vallecas Coordinador Juvenil Zona Centro (JAE) Unión Adventista Española so 11
el otro lado de las situaciones que de otra forma permanecerían ocultas.
Niño, ¡estate quieto!
el corazón que confía y obedece. Es el fruto del Espíritu obrando dentro de nosotros. Se ubica en la escalera de virtudes propuesta por Pedro (2 Pedro 1: 2-8). Requiere ejercitar las cualidades del buen labrador, esperando el precioso fruto de la tierra, cultivándola día a día para engrandecerla. Como creyentes, estamos llamados a ejercitar la misma paciencia, andado como es digno de la vocación con la que fuimos llamados, y respetándonos unos a otros en amor, con humildad y mansedumbre (Efesios 4: 1, 2).
En casa, tómatelo con calma
¿Te suena familiar la frase «Señor, dame paciencia porque si me das fuerza…»? Aunque se suele usar en tono de broma, no deja de reflejar un impulso que todo ser humano lleva dentro. En la salud, en la prosperidad y en la abundancia las cosas resultan fáciles, pero ¿qué ocurre cuando salen a la luz los defectos, las enfermedades y los aspectos negativos? En general, suele costar pasar por alto los errores y acciones desconsideradas de nuestros seres queridos, porque nos unen lazos sentimentales. Cuando perdemos la paciencia, perdemos fuerza, dejamos de razonar, solemos hacer daño e impedimos a Dios obrar en plenitud. En la mayoría de los casos, la impaciencia es una falta de caridad hacia el 12 so
prójimo. Es sinónimo de intransigencia, tensión, enojo y desasosiego. Como consecuencia, nuestra salud física, mental y emocional se verá afectada. La paciencia es el mejor antídoto contra el mal humor en el hogar. Cuando está bien asentada en el corazón, puede moderar los excesos de tristeza, así como los desordenados arrebatos de cólera. Nos mantiene bajo control, convencidos de que la obediencia a Dios es lo mejor. «Bienaventurados los mansos, porque recibirán la tierra por heredad» (Mateo 5: 5). La paciencia empieza en el individuo, se extiende a la familia y termina beneficiando a la sociedad. Practicarla requiere creatividad para que la costumbre se convierta en hábito y, posteriormente, en virtud. Será puesta a prueba, junto a la autodisciplina, a cada momento de nuestra vida. En el hogar, la paciencia es la clave de las buenas relaciones, el entendimiento, la comunicación y el respeto. Cuando falta, los problemas hacen su aparición, porque a los más fuertes les cuesta entender a los más débiles. Sin embargo, en los valores del reino de Dios, es precisamente en la debilidad donde se perfecciona su poder (2 Corintios 12: 9). En otras palabras, la paciencia es la fortaleza del débil y la impaciencia, la debilidad del fuerte. Además, la paciencia nos permite ver
En general, dentro del marco familiar, las madres siguen siendo modelos de entrega paciente y comprensión en la educación de los hijos. La mayoría suele guardar gratos recuerdos de su madre; todos tenemos mucho que aprender de ellas. Ante su nueva responsabilidad, asumen con rapidez que los niños: 1. Hacen cosas de niños. 2. Necesitan atención constante. 3. Tienen horarios diferentes a los de los adultos. 4. Merecen respeto. 5. No tienen prisa. 6. No necesitan hacer muchas cosas, a diferencia de los adultos. 7. Solicitan nuestro tiempo. Elena White aconseja: «Tened paciencia, padres y madres. Con frecuencia, vuestra negligencia pasada dificultará vuestra obra; pero Dios os dará fuerza si queréis confiar en él. Obrad sabia y tiernamente con vuestros hijos».3
¿Qué hago con mi hijo adolescente?
Los adolescentes proporcionan una fuente inagotable de ocasiones para ejercitar la paciencia. Como padres, estamos llamados a no provocar la ira de nuestros hijos, sino a caminar en la senda de la disciplina y amonestación del Señor (Efesios 6: 4). Como dice el refrán, «Más se consigue con miel que con hiel». Los hijos tienen que ver que sus padres son pacientes, que les hablan con bondad, aun cuando les hagan alguna observación. El que no tiene paciencia no puede exigirla de los demás. «Los padres y las madres pueden estudiar su propio carácter en sus hijos. A menudo pueden leer lecciones humillantes cuando ven sus propias imperfecciones reproducidas en sus hijos e hijas. Mientras procuran reprimir y corregir en sus hijos las tendencias hereditarias al mal, los padres deben pedir la ayuda de una doble dosis de paciencia, perseverancia y amor».4 No obstante, la paciencia no es sinónimo de esperar indefinidamente, ni de ignorar situaciones insostenibles. Tiene que haber un equilibrio entre tolerancia, justicia y segundas oportunidades. Los límites en cada etapa de la vida, por su parte, garantizan la
seguridad y el crecimiento de los integrantes de la familia.
Abuelo, ¿otra vez?
En relación con las personas mayores, que suelen venir aquejados por limitaciones físicas o mentales, el ejercicio de la paciencia es importante, tanto por nuestro propio bien como por el buen trato que merecen. Aprender a valorar su trayectoria de vida y lo que somos gracias a ellos nos ayudará a ser más pacientes. Dios nos ha dejado su promesa al respecto: «Hasta vuestra vejez yo seré el mismo y hasta vuestras canas os sostendré. Yo, el que hice, yo os llevaré, os sostendré y os guardaré» (Isaías 46: 4). Ojalá nunca olvidemos que una vez fuimos niños dependientes y que también seremos mayores.
¿Han tenido paciencia contigo?
La parábola de los dos deudores es paradigmática de la paciencia necesaria en la aplicación de la misericordia a la que estamos llamados (Mateo 18: 23-35). «El hombre puede ser salvo únicamente por medio de la maravillosa paciencia de Dios al perdonarle sus muchos pecados y transgresiones, pero los que son bendecidos por la misericordia de Dios debieran manifestar el mismo espíritu de paciencia y perdón hacia los que constituyen la familia del Señor».5 Piensa en la cantidad de veces que Dios ha tenido paciencia en tu restauración personal. Si recibiste de gracia, no dejes de dar de gracia a tus cercanos (Mateo 10: 8). «Y si siete veces al día peca contra ti, y siete veces al día vuelve a ti, diciendo: “Me arrepiento”, perdónalo» (Lucas 17: 4).
Para compartir 1. ¿Soy lento para la ira, o rápido para condenar? ¿Por qué soy así? 2. ¿Refleja la paciencia que tengo con los demás la misma paciencia que Dios tiene conmigo? 3. ¿Perdono realmente a los demás? ¿O más bien guardo rencores?
Seamos pacientes con los nuestros, perdonemos de verdad, no solo por obligación. La paz que sigue al perdón no tiene precio. Cuanto mayor sea el cariño en una relación, más paciencia se necesita. Recordemos el amor genuino de 1 Corintios 13 que «todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta» (vers. 7) y hagamos de Cristo el modelo de nuestra vida: «De la manera que Cristo os perdonó, así también hacedlo vosotros» (Colosenses 3: 13).
Inténtalo de nuevo
Las circunstancias de cada persona pueden ser más complejas de lo que podamos ni siquiera imaginar. Sin embargo, con empatía, siempre tendremos la opción de adoptar una
actitud personal positiva y paciente ante los «imposibles»: «Pues os es necesaria la paciencia, para que, habiendo hecho la voluntad de Dios, obtengáis la promesa» (Hebreos 10: 36). Recuerda que las carreras de la vida no siempre dependen de la rapidez o de la fuerza, sino de la paciencia y la dependencia de Dios. Es cierto que no siempre resulta práctico ni cómodo esperar, pero con Dios es necesario. Estamos llamados a despojarnos de todo peso y del pecado que nos asedia, y a correr con paciencia (Hebreos 12: 1, 2). Pongamos los ojos en Jesús, pidamos con anhelo la plenitud de su Espíritu Santo para nuestras familias, y vivamos con un corazón tranquilo, armónico, feliz y confiado en el Señor. 1 William Barclay, The Letters to Galatians and Ephesians, Filadelfia: Westminster Press, pág. 50. 2 Elena White, El Deseado de todas las gentes, pág. 54. 3 Elena White, El hogar cristiano, pág. 155. 4 Ibíd, pág. 154. 5 Elena White, Alza tus ojos, pág. 41.
so 13
Martes
BENIGNIDAD y BONDAD
L
a benignidad y la bondad están tan estrechamente relacionadas que en ocasiones es difícil distinguirlas. Y es que las dos tienen que ver con la benevolencia, la misericordia y la compasión. Ambas están relacionadas con el trato que damos a los demás. Sin embargo, como veremos a continuación, cada una de estas dos palabras tiene etimologías y raíces distintas, lo cual las distingue no solo desde el punto de vista lingüístico, sino también en cuanto al significado. Por un lado, la palabra «benignidad» proviene del término griego kretos que significa ‘afabilidad’. Una persona afable es de temperamento suave, tranquilo y apacible. También abarca la ternura, la compasión y la dulzura.1 Por otro lado, la palabra «bondad» proviene del griego agathousune y significa ‘rectitud en el corazón y en la vida, en los motivos y en la conducta’.2 La bondad es la práctica, el hacer o la expresión de la benignidad, que es el sentir. En las Escrituras, la bondad implica no solo exhibir una conducta correcta, sino evitar lo opuesto, el mal. Es la santidad puesta en práctica; brota de un vivo interés por el bienestar ajeno y se manifiesta a través de actos serviciales y palabras amables. La persona bondadosa se preocupa por su prójimo y evita todo aquello que pudiera perjudicarle. Es amigable, compasiva, generosa y considerada con los demás.
La bondad y el pecado
Lourdes Estalayo Izarra Pastora de las iglesias de Huesca y Las Fuentes (Zaragoza) Capellana del Colegio Rígel Unión Adventista Española 14 so
En el Edén, cuando Dios creó a nuestros primeros padres, desplegó su bondad al traerles a un mundo perfecto y bello, además de darles la posibilidad de tener una amistad estrecha y profunda con él. Lamentablemente, con la entrada del pecado a este mundo, la primera pareja se desconectó de la Fuente de bondad, hecho que afectaría no solo a su relación con Dios, sino también a su unión como pareja. Con ello llegaría la maldad, la perversidad, el ensañamiento, el rencor, la ira, la brusquedad, actitudes antónimas de la bondad y la benignidad. Una de las primeras consecuencias evidentes del pecado se puede apreciar en la manera en la que Caín
actuó hacia su hermano. Es posible que ya hubiera una serie de eslabones encadenados de agresiones verbales, tales como palabras hirientes y díscolas, mucho antes del fatal desenlace de Caín contra Abel, algo contrario al plan original de Dios en cuanto a la expresión de la bondad. Este enfrentamiento verbal fue aumentando progresivamente, convirtiéndose en rencor y luego en odio, sentimientos que favorecieron el asesinato que Caín ejecutó contra su hermano. A partir de ese momento, ese espíritu antagónico a la voluntad de Dios se ha ido expandiendo a toda la humanidad. Eso ha afectado a las relaciones entre naciones, pueblos, familias y, sobre todo, a las parejas y al vínculo con los hijos. No obstante, nunca fue la voluntad de Dios.
El plan de Dios a través de la bondad y la benignidad
Uno de los atributos de Dios es la bondad, por lo que constituye una descripción de su esencia. Dios es bueno por naturaleza, tal como lo refleja el Salmo 34: 8: «Gustad y ved que es bueno Jehová. ¡Bienaventurado el hombre que confía en él!». Él es el fundamento de la bondad y de todo lo bueno. Desde el principio de los tiempos la ha manifestado a través de los patriarcas y los profetas, queriendo conducir a su pueblo por el camino correcto. Posteriormente, lo hizo a través de la vida de su Hijo, quien fue un reflejo de la bondad de su Padre en sus días en esta tierra. Sus hechos y sus actos hablaban del amor del que le enviaba, como nos muestran los siguientes ejemplos: • En un tiempo en el que los niños no eran valorados en el contexto público de la sociedad, Jesús los trató con cariño, dignidad y bondad cuando dijo: «Dejad a los niños venir a mí y no se lo impidáis, porque de los tales es el reino de los cielos» (Mateo 19: 14). No solo los valoró, sino que los puso como modelo para entrar en el reino de los cielos. • Cuando los escribas y fariseos, movidos por un espíritu de aparente justicia, trajeron a la mujer
adúltera a Jesús y la quisieron apedrear, él actuó con bondad, dándole la oportunidad de arrepentirse de sus pecados y reconducir su vida. • En la parábola del buen samaritano, Jesús no solo mostró la manera bondadosa en la que hemos de tratar a nuestro prójimo, sino que utilizó el ejemplo para romper los prejuicios que había en contra de los samaritanos. • Jesús, el Hijo de Dios, el regalo del cielo, fue enviado a este mundo para redimirnos de nuestros pecados, para que «todo aquel que en él cree no se pierda, sino que tenga vida eterna» (Juan 3: 16).
Dios desea que seamos afables y bondadosos
En Efesios 5: 1, el apóstol Pablo nos exhorta a ser imitadores de Dios. De la misma forma que las historias de la Biblia manifiestan la misericordia y benignidad de Dios, hoy él desea expresar su bondad y amor a través de nosotros, de tal manera que podamos ser conductos de su misericordia. «El símbolo del cristianismo no es una señal exterior, ni tampoco una cruz o una corona que se lleven puestas, sino que es aquello que revela la unión del hombre con Dios. Por el poder de la gracia divina manifestada en la transformación del carácter, el mundo ha de convencerse de que Dios envió a su Hijo para que fuese su Redentor. Ninguna otra influencia que pueda rodear al alma humana ejerce tanto poder sobre ella como la de una vida abnegada. El argumento más poderoso en favor del Evangelio es un cristiano amante y amable».3 Si hay un lugar donde Dios desea que se manifiesten estos importantes frutos es en el hogar. Desde el principio, el plan de Dios para las familias ha sido que se traten con tal bondad y benignidad, que sean instrumentos útiles en una sociedad cargada de egoísmo, sufrimiento, desesperanza y soledad.
La benignidad y la bondad en la familia
Para que los padres puedan transmitir estos valores a sus hijos, primero han de experimentar el significado del agradecimiento por la bondad de Dios. Así entenderán que sus vidas tienen que ser un reflejo de esa realidad. Partiendo de esa premisa, cuando los niños lleguen al hogar, serán testigos de los actos bondadosos que sus padres se prodigan el uno al otro y a los que les rodean.
Los niños crecerán en un ambiente donde reinarán el respeto, la amabilidad, la generosidad y otros valores derivados de la bondad. Ya desde pequeños se les aplicará la vacuna contra una de las epidemias de la sociedad contemporánea: el egoísmo. Esa bondad también se expresará en la manera de comunicarse, ya que nuestra forma de hablar es determinante en la consecución de un ambiente de armonía. ¡Cuántos problemas, heridas, tensiones y peleas podrían evitarse si fuéramos cuidadosos, no solo con lo que decimos, sino con la forma en que lo hacemos! Como nos dice Pablo en Romanos 15: 14: «Vosotros mismos estáis llenos de bondad y rebosantes de todo conocimiento, de tal manera que podéis aconsejaros unos a otros». Si hemos de amonestarnos, que sea movidos por la bondad, no por la rabia o el rencor. «De todo hogar cristiano debería irradiar una santa luz. El amor debe expresarse en hechos, [...] y revelarse en una amabilidad atenta, en una suave y desinteresada cortesía. Hay hogares donde se pone en práctica este principio, hogares donde se adora a Dios, y donde reina el amor verdadero. De estos hogares, de mañana y de noche, la oración asciende hacia Dios como un dulce incienso, y las misericordias y las bendiciones de Dios descienden sobre los suplicantes como el rocío de la mañana».4 Los pequeños actos de bondad hechos cada día en el círculo familiar unen corazones y crean impresiones que condicionarán para siempre la actitud que los miembros de la familia tendrán hacia la vida. En Internet se han convertido en virales varios vídeos que muestran ejemplos de personas que ayudan a otros y el efecto que dichas acciones producen.5 Se trata de personas que, movidas por la bondad, actúan al identificar una necesidad, lo cual provoca en el auxiliado el deseo de hacer lo mismo con otros. Tal como afirma el psicólogo Bernabé Tierno en su libro Valores humanos, cuando nuestros hijos crecen con estos ejemplos en su
hogar, serán personas «con cualidades y valores humanos de rango superior que dan consistencia a la personalidad y hacen patente un alto grado de madurez mental, psíquica y afectiva […], dan sentido y coherencia a la conducta y les alejan del egoísmo y la superficialidad».6
¿Cómo podemos mostrar más benignidad en la familia?
Hay pequeños actos cotidianos que pueden ayudar a expresar la benignidad a través de la bondad a nuestros seres queridos: • Elogia de una forma sincera, sin adulaciones, a tu cónyuge e hijos. Este pequeño detalle puede alegrarles el día. • Enseña a tu hijo mayor a ser respetuoso con su hermano menor. Eso favorecerá la convivencia y desarrollará el sentido de responsabilidad. • Insta a tus hijos pequeños a que cuiden bien sus juguetes, para que un día puedan ser compartidos con otros niños que no tengan recursos. • Prepara bocadillos o bolsas con alimentos que puedan ser repartidos a personas que estén pasando por momentos de necesidad. • Anima a tu hijo a que prepare o diseñe alguna tarjeta para compañeros de clase que estén enfermos o desanimados. • Enseña a los hijos el valor de la convivencia y el respeto para con los abuelos. Saber escuchar también es un acto de bondad. • Saca tiempo cada día para compartir con tus hijos, para leer con ellos historias de la Biblia donde se refleje la bondad y la benignidad de Dios. ¡Hagamos de nuestros hogares el reflejo claro de unas vidas guiadas por Dios en la benignidad y la bondad! 1 Comentario bíblico adventista, tomo 6, pág. 980. 2 Antonio Gilberto da Silva, Vida abundante, Global University, 2001, pág.130. 3 Elena White, Ministerio de curación, págs. 372, 373. 4 Elena White, El hogar cristiano, pág. 31. 5 Inspirados en la película Cadena de favores, de Mimi Leder. 6 Bernabé Tierno, Valores Humanos, García-Ruescas, 1996, tomo 1, pág. 171.
Para compartir 1. ¿Puedes identificar los actos de bondad recibidos de los que tienes cerca? 2. ¿Qué influencia tiene en tu vida la bondad de Dios? 3. ¿Crees que el ejemplo de tu familia puede estimular a los que te rodean a ser más bondadosos? 4. ¿Estás satisfecho con la bondad que expresas en tu familia?
so 15
Miércoles
La realidad de la FE
D
ebo haber tenido unos cinco años el día que mi padre me llevó con él a la ciudad para comprar algo que no se encontraba en el pueblo donde vivíamos. Ir a la ciudad era un deleite para mis sentidos. Todo lo que contemplaba me encantaba. Era muy diferente a lo que yo estaba acostumbrado a ver en mi pueblo. Pasamos la mañana comprando y después nos dirigimos a la estación de autobuses para volver a casa. Mientras esperábamos que llegara nuestro autobús, yo me distraje mirando los coches que pasaban por la calle, sin percatarme de que mi padre se había levantado para ir a preguntar algo a la ventanilla de información. Pasados unos segundos, cuando me di la vuelta, comprobé asustado que mi padre ya no estaba sentado a mi lado. Me vi rodeado de mucha gente desconocida y, después de mirar para todas partes, entré en pánico, mientras me preguntaba dónde se había metido mi padre. ¿Se habría marchado a casa sin mí? ¿Había sido capaz de dejarme solo en la ciudad? Imposible, pues yo había estado contando los coches que pasaban y ningún autobús había entrado a la estación. Acto seguido, un pensamiento me vino a la mente: «Es mi papá; él no me dejaría solo ni se iría a casa sin mí». Por un instante, eso alivió mi angustia y, después, en cuestión de segundos, mi padre volvió. Aquel pensamiento de confianza plena en que mi padre no me dejaría solo me ayudó a perder el temor, me dio fe.
¿Qué es la fe?
Stefan Albu Pastor de la Iglesia de Urgell (Barcelona) Unión Adventista Española 16 so
La Biblia Chouraqui habla de fe como adherencia. «La adherencia es la sustancia de lo que se espera» (Hebreos 11: 1) y el Diccionario Word Reference la define como una unión física que resulta de haberse pegado una cosa con otra.1 Me gusta la definición de fe como un apego saludable muy fuerte, una unión entre la búsqueda de sentido y propósito del ser humano y la respuesta de Dios ante esa búsqueda. En la Traducción en lenguaje actual de la Biblia (TLA) «confiar en Dios es estar totalmente seguro de que uno va a recibir lo que espera. Es estar convencido de que algo existe, aun cuando no se pueda ver» (Ibíd.). Esta versión define la fe como confianza, como una convicción que supera los límites de lo que se puede alcanzar a través de los sentidos. Es confiar a pesar de y no debido a. La entrada del pecado a este mundo imposibilitó una relación directa con Dios. Nuestra condición bio-
lógica fue limitada a los cinco sentidos en un mundo en cuatro dimensiones. Nos hallamos en una especie de cuarentena hasta que el virus del pecado sea eliminado; por eso no podemos ver a Dios, a los ángeles ni a los demonios. Toda esta realidad o dimensión se convierte en «lo sobrenatural» para nosotros, pues se encuentra fuera del alcance de nuestros sentidos. Para acceder a ello, necesitamos el don de la fe. La sustancia de esa fe es la existencia de Dios y de lo que esa realidad implica —tener la convicción de que existe, aunque no lo podamos ver, con la esperanza de que un día todo vuelva a ser como al principio: una relación directa, sin intermediarios. La práctica del don de la fe transforma nuestra existencia. Dejamos de vivir atrapados en el mundo de los sentidos y de las cuatro dimensiones para vivir a la sombra de la realidad de Dios. La revelación de Dios a través de la Biblia nos da indicios de que se relaciona constantemente con nosotros. Uno de esos momentos lo experimentó el joven discípulo de Eliseo cuando, extremadamente asustado y atrapado en la realidad limitada de sus sentidos, preguntó con angustia: «¡Ah, señor mío! ¿qué haremos?». Pero Eliseo estaba ejercitado en la fe. A través de la oración, le pidió a Dios una sorpresa para aquel joven discípulo: «Te ruego, Jehová, que abras sus ojos para que vea» (2 Reyes 6: 17). Entonces, por unos instantes, el joven discípulo tuvo acceso a la dimensión «sobrenatural» y vio a los ángeles de Dios preparados para su defensa. Por un momento la fe se consumó en aquella manifestación.
La fe compartida
La mayor incursión de Dios en nuestra cuarentena fue la encarnación de Jesús. Allí empezó la cuenta atrás para el momento en el que ese periodo habrá terminado y volvamos a tener acceso a las otras dimensiones. Nuestros ojos estarán abiertos para siempre. Y el don de la fe dejará de ser necesario. No obstante, mientras tanto, el sentido y el propósito de nuestra existencia están vinculados a la práctica del don de la fe. Curiosamente, la fe no se puede vivir en solitario, sino que origina un sentimiento de solidaridad. Genera apego entre las personas que la comparten. Crea comunidad. A lo largo de la historia bíblica observamos una y otra vez la práctica de la fe en las familias de los que adhieren a la confianza plena en Dios. Veamos algunos ejemplos: Noé, Abraham, Moisés, David y sus respectivas familias, junto a otros, forman la metanarrativa bíbli-
ca que, a través de microrrelatos, nos facilitan el acceso a historias de fe vividas por distintas comunidades. Jesús hace que la fe trascienda los límites de las familias biológicas y crea una gran familia, «pues todo aquel que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos, ese es mi hermano, mi hermana y mi madre» (Mateo 12: 50). Todos los que ejercitan la fe en esta realidad sobrenatural configuran una gran comunidad. Es la mejor definición que Jesús da a la iglesia: una gran familia, compuesta por pequeñas familias biológicas. Por ello, en el Nuevo Testamento encontramos repetidos ejemplos de esta referencia «la iglesia está en casa de».2 Todos los hogares que practican la fe o cumplen la voluntad del Padre celestial son una iglesia.
La fe en el seno de familia
¿Por qué la práctica de la fe está relacionada con la familia? Porque la familia es el ambiente en el que, por definición, encontramos adherencia y confianza. En primer lugar, dos personas que unen sus vidas por amor conforman una adherencia. Eligen todos los días creer en el otro y, de esta manera, se crea una unión sólida. La nueva familia funciona a través del amor, que es la esencia del carácter de Dios y, al igual que la fe, obra por amor. Cuanto más nos adherimos a Dios, más nos unimos el uno al otro. De esta manera, la familia crece en calidad y, en muchos casos, en cantidad. En segundo lugar, los que forman la familia ejercitan la confianza en cada uno de los miembros que la componen. Cuanto más confiamos en Dios, más aprendemos a hacerlo de una manera saludable el uno en el otro. Esta confianza nos expone a la gracia de Dios y a la obra del Espíritu Santo y produce «amor, alegría, paz, paciencia, gentileza, bondad, fidelidad, humildad y control propio» (Gálatas 5: 22, 23, NTV).
La fe en el cruce de caminos
El Evangelio de Marcos nos presenta el encuentro de un padre de familia con Jesús. Su hijo sufría y al padre le dolía verle así. Al escuchar rumores sobre un hombre que decía cosas maravillosas y hacía milagros, entre las dudas y la esperanza, decidió acudir a él como una solución desesperada. Se acercó a Jesús y, con una sinceridad dolorosa, le dijo: «Si puedes hacer algo, ten compasión de nosotros y ayúdanos». Jesús le respondió: «¿Cómo que si puedo? Para el que cree, todo es posible». De inmediato, el padre del muchacho exclamó: «¡Sí creo! […]¡Ayúdame en mi poca fe!» (Marcos 9: 22-24). Todos tenemos problemas con la adherencia y la confianza. Nos encontramos con dificultades a la hora de ejercitar la fe. Vacilamos entre creer y no creer, entre la fe y la duda, entre la unión y el alejamiento, entre la confianza y la desconfianza. Vivimos constantemente esta tensión. Hemos aprendido que la verdad es la realidad palpable, lo que alcanzan nuestros sentidos, y lo que no puede ser experimentado, no existe. Creyendo esta teoría, hemos asumido que no existe lo sobrenatural, que no hay nada más allá de nuestros sentidos, y cuestionamos la existencia de Dios en muchos momentos difíciles de nuestras vidas, condicionando su realidad a nuestras circunstancias personales o pidiéndole ayuda desesperada cuando hemos agotado cualquier otro recurso disponible. En este contexto tan complejo, el eco de las palabras que Jesús dirigió a aquel padre nos interpela: «Para el que cree, todo es posible». Para el que ejercita la fe, no hay nada imposible. La Palabra de Dios pone a nuestro alcance herramientas imprescindibles para cultivar y aumentar la fe: el estudio de la Biblia, la oración, la participación en las reuniones de adoración de la iglesia, las
Para compartir 1. En la relación de pareja, ¿eliges confiar en tu cónyuge cada día? ¿Vuestra unión tiene como resultado el amor? ¿Practicáis cada día vuestra adherencia a la voluntad del Padre celestial? 2. Como familia, ¿confiáis en Dios «a pesar de» o «debido a»? ¿Confiáis el uno en el otro, como cónyuges y en la relación con vuestros hijos y padres? ¿Vuestra confianza en Dios y en los miembros de la familia produce amor, alegría, paz, paciencia, gentileza, bondad, fidelidad, humildad y control propio? 3. ¿Qué puedo hacer para fomentar el crecimiento de la fe en la iglesia a la que acudo cada semana? ¿Cómo puedo ayudar a mis hermanos a permanecer en la fe?
relaciones de amistad, la comunión en la familia: • El estudio de la Biblia. Es una fuente inagotable de recursos sobre familias que ejercitaron su fe, que movidos por los principios de adherencia y confianza vivieron milagros en distintos contextos de sus vidas. El estudio individual y la posterior puesta en común de las ideas en familia nos enriquecerá y facilitará nuestra comprensión de las Escrituras. Hagamos una lectura diferente de la Biblia en los próximos doce meses. • La oración. Vivimos en un contexto tan saturado de estímulos y actividades que resulta casi imposible coincidir para orar en familia. Practicar la oración parece difícil. Sin embargo, cuando oramos con un corazón sincero, nos sintonizamos con la perspectiva que Dios tiene sobre las circunstancias, las personas y las cosas que nos rodean. Cultivemos hábitos que nos conduzcan a la oración, como un diario. Es una forma diferente y creativa de vivir conscientes de la presencia de Dios en nuestras vidas. • La participación en los programas de la iglesia. Es verdad que, con el paso del tiempo, ir a la iglesia puede convertirse en una rutina. Proponte visitar una iglesia cercana cada cierto tiempo. Visita a las personas con «mucha juventud acumulada» de tu iglesia y escucha sus experiencias de fe. Organiza en tu iglesia una tarde de alabanzas y cantad juntos los himnos o cantos que más os hayan impactado. • Invertir tiempo en la familia. Pasar tiempo en familia es cultivar la fe, pues genera unión y confianza. Hoy en día es muy difícil compartir el tiempo en familia si no se realiza como una actividad intencionada. Toma tiempo para escuchar, para saber cómo se sienten los miembros de tu familia, organizad salidas en la naturaleza, visitad los lugares que os gusten, estableced una lista de metas comunes por escrito y cumplidla. «Ahora permanecen la fe, la esperanza y el amor, estos tres; pero el mayor de ellos es el amor» (1 Corintios 13: 13). El amor es la esencia del carácter de Dios y la fuente de una fe verdadera, basada en la unión y la confianza.
1 Consultado: 22 de noviembre de 2016. 2 Romanos 16: 5; 1 Corintios 16: 19; Filemón 1: 2.
so 17
Jueves
La MANSEDUMBRE y la familia
E
n un seminario sobre el fruto del Espíritu, el predicador preguntó a los presentes: «¿Es necesario que todos cultivemos la mansedumbre?». Las respuestas fueron muy variadas y algo confusas. El auditorio no se ponía de acuerdo sobre cuál era la respuesta acertada, debido a que la mayoría de los allí presentes tenían la percepción de que la mansedumbre no debe ser parte de todos, sino que es una virtud manifestada solo en algunas personas. Al escuchar las respuestas, el predicador preguntó: «¿Cuáles son algunos sinónimos de mansedumbre?» Las respuestas más destacadas fueron humildad, sumisión y cobardía. En el intento de definir a un tipo de persona o un temperamento, existe una inclinación errónea a asociar la mansedumbre con la falta de carácter y motivación, así como con la cobardía. El Diccionario Merriam-Webster define a la persona «mansa» como «deficiente en espíritu y valentía».1
¿Qué es la mansedumbre?
Maicer Antonio Romero Pastor de la iglesia de Tenerife (Islas Canarias) Unión Adventista Española 18 so
Es la apacibilidad de carácter exenta de altivez o vanidad, que ayuda a las personas a sobrellevar el sufrimiento, a tener paciencia ante las ofensas y a controlar la irritación. Es una de las nueve bienaventuranzas que Jesús incluyó en el Sermón del monte: «Bienaventurados los mansos, porque ellos recibirán la tierra por heredad» (Mateo 5: 5). La mansedumbre se manifiesta como suavidad y benignidad en la condición o en el trato y está libre de arrogancia o presunción. Los mansos están abiertos al aprendizaje y dispuestos a aceptar la disciplina de la mano de Dios. En las relaciones humanas, la mansedumbre nos conduce a valorar a las personas sin distinción y a re-
husar considerarnos superiores a los demás, lo cual involucra una actitud de rechazo a la desvalorización personal. Es un reconocimiento al valor incalculable que Dios otorga a la humanidad. Sin embargo, la mansedumbre no es una virtud que se manifiesta solo en la relación con nuestros semejantes. En nuestra relación con Dios nos lleva a reconocer que él es la fuente de esa gracia. La Biblia la describe como una actitud mental que se tiene para con Dios y hacia el prójimo. La persona mansa reconoce su necesidad y dependencia, confía en Dios y permite que él lo guíe de acuerdo a su voluntad. Prautes es el término griego traducido como ‘mansedumbre’, aparece catorce veces en el Nuevo Testamento y hace referencia a la sumisión ante Dios. El término también se usaba para hacer referencia a un animal salvaje que tenía que ser domesticado. El caballo que anteriormente era salvaje pero que ha llegado a ser obediente mediante la brida y el freno llega a ser manso (praus).2 El control ejercido sobre un animal salvaje tiene como resultado su domesticación; el animal no llega a perder su fuerza, pero ha aprendido a controlarla de una manera útil. Elena White afirma: «El más precioso fruto de la santificación es la gracia de la mansedumbre. Cuando esta gracia preside en el alma, la disposición es modelada por su influencia. Hay un constante esperar en Dios, y una sumisión a la voluntad divina. La comprensión capta toda verdad divina, y la voluntad se inclina ante todo precepto de Dios, sin dudar ni murmurar. La verdadera mansedumbre suaviza y subyuga el corazón, y adecua la mente a la palabra implantada. Coloca los pensamientos en obediencia a Jesucristo. Abre el corazón a la Palabra de Dios […]».3 Los sabios griegos entendían esta palabra como «la capacidad para soportar reproches, no hacer venganzas, soportar la provocación y desarrollar tranquilidad y estabilidad en el espíritu».4 Quien poseía esta cualidad era considerado una persona sabia y fuerte. La mansedumbre es uno de los beneficios espirituales del fruto del Espíritu (Gálatas 5: 22). Es el resultado de una vida conectada a Cristo, el beneficio espi-
ritual que obtiene quien camina con el Señor. Aporta moderación al enojo, para evitar que llegue a convertirse en ira y que se sufran sus efectos incontrolados. En Efesios 4: 26, Pablo nos exhorta: «Si os enojáis, no pequéis» (CST). El enojo y la indignación son parte de nuestra identidad y habrá situaciones que los provoquen, pero no por eso pecamos, sino por la ira que manifestamos ante la pérdida de control de los nervios en una situación determinada. Cuando la expresión del enojo está mal canalizada, lleva a una conducta desordenada; por eso la Biblia la considera pecado. En nuestras relaciones personales y familiares la mansedumbre juega un papel fundamental como elemento de moderación y sosiego.
Ejemplos bíblicos
• Moisés. En Números 12: 3, la Biblia afirma: «Moisés era un hombre muy manso, más que todos los hombres que había sobre la tierra». Sin embargo, en uno de los relatos sobre su vida en Egipto podemos apreciar evidencias de una persona que, tratando de imponer su punto de vista, pierde el control de la situación y acaba cometiendo un acto contrario a la Ley de Dios. La vida de Moisés es un ejemplo de la transformación que el Señor puede obrar en el ser humano, cuando se deja guiar por él. El proceso le aportó a Moisés dones que le permitieron gestionar su vida, avanzar y no dejar lugar a la repetición de los errores. • Pedro. Sin lugar a dudas fue uno de apóstoles más destacados. Al inicio de su relación con Jesús era audaz e impulsivo, listo para hablar y actuar bajo el impulso del momento, expresaba sus ideas y corregía a los demás antes de tener una comprensión clara de sí mismo o de lo que tenía que decir. En Marcos 14: 29 prometió no abandonar nunca a Jesús y esa misma noche le negó varias veces. Ante el apresamiento de Jesús reaccionó con violencia (Juan 18: 10), pero la transformación que el Espíritu hizo en su vida nos muestra una versión de Pedro que nada tiene que ver con la anterior: aquí se destaca por aquellas cosas de las que antes carecía. • Jesús. Es el ejemplo supremo de mansedumbre y se caracterizó a sí mismo como tal en Mateo 11: 29: «Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y hallaréis descanso para vuestras almas». Sometió toda su voluntad al Padre, en su minis-
terio mostró poder sobre la enfermedad, la naturaleza, los demonios y la muerte. Sus obras fueron un reflejo del poder de Dios, sin cobardía ni orgullo, pero con auténtica mansedumbre. Jesús demostró la mayor virtud de los mansos, valentía sin temeridad, fortaleza sin violencia y victoria sin arrogancia. La mansedumbre no consiste en ceder continuamente a otros nuestros derechos. No es el camino para desarrollar un carácter débil, sino uno fuerte. Sin embargo, la fortaleza desde el punto de vista bíblico difiere de lo que la sociedad actual suele entender como tal. En 2 Timoteo 2: 25 se aconseja al siervo de Dios a «corregir con mansedumbre a los que se oponen, por si quizá Dios les conceda que se arrepientan para conocer la verdad». Corregir a otros es una labor que implica valentía, aunque es muy difícil de realizar si la cobardía embarga nuestro corazón. No obstante, con un espíritu manso mostramos la fortaleza adecuada y la flexibilidad necesaria. La mansedumbre bíblica no es una virtud generalizada con la que nacemos, sino un don que, independientemente de cómo seamos, podemos adquirir con la ayuda de Dios. Colosenses 3: 12 nos invita: «Vestíos, pues, como escogidos de Dios, santos y amados, de entrañable misericordia, de bondad, de humildad, de mansedumbre, de paciencia». La mansedumbre puede ser parte de nuestro carácter si la pedimos cada día en nuestra comunión con Jesús.
La mansedumbre en la familia
Dentro del marco familiar será muy deseable que sus miembros desarrollen este valor, pues ello llevará a la armonía y ayudará en la toma de decisiones: 1. «Nada hagáis por rivalidad o por vanidad; antes bien, con humildad, estimando cada uno a los demás como superiores a él mismo» (Filipenses 2: 3). El esposo, la esposa y los hijos mansos comprenden su pequeñez delante de Dios y, al relacionarse en-
tre sí, los estimarán como superiores a sí mismos, buscando el bien de los demás. 2. «Los ojos altivos, el corazón orgulloso y el pensamiento de los malvados, todo es pecado» (Proverbios 21: 4). El orgullo y la superioridad desnaturalizan al ser humano, merman las amistades, rompen las parejas y dividen las familias. Para evitarlas, es clave cultivar la mansedumbre. 3. «Por lo cual, desechando toda inmundicia y abundancia de malicia, recibid con mansedumbre la palabra implantada, la cual puede salvar vuestras almas» (Santiago 1: 21). Aceptar la voluntad de Dios, a través de su Palabra, trae innumerables beneficios a nuestra vida. 4. «Hermanos, si alguno es sorprendido en alguna falta, vosotros que sois espirituales, restauradlo con espíritu de mansedumbre, considerándote a ti mismo, no sea que tú también seas tentado» (Gálatas 6: 1). Al corregir un error y tratar con aquellos que están en oposición debemos hacerlo con un espíritu manso: «Porque el siervo del Señor no debe ser amigo de contiendas, sino amable para con todos, apto para enseñar, sufrido. Debe corregir con mansedumbre a los que se oponen, por si quizá Dios les conceda que se arrepientan para conocer la verdad» (2 Timoteo 2: 24, 25). 5. «Yo, pues, preso en el Señor, os ruego que andéis como es digno de la vocación con que fuisteis llamados: con toda humildad y mansedumbre, soportándoos con paciencia los unos a los otros en amor» (Efesios 4: 1, 2). Cuando en la familia se ejercita la mansedumbre en las situaciones cotidianas, ello dará como resultado una relación armoniosa y paciente. 1 Merriam-Webster Dictionary, consultado: 25 de noviembre de 2016. 2 W.E. Vine, Diccionario expositivo de palabras del Antiguo y del Nuevo Testamento exhaustivo de Vine, Nashville, TN: Grupo Nelson, 2007, pág. 530. 3 Elena White, La edificación del carácter, pág. 13. 4 William Barclay, New Testament Words, Louisville, KY, Westminster: John Knox Press, 1974, pág. 241.
Para compartir 1. ¿Te consideras una persona mansa? ¿Te identificas con algún rasgo de la persona cuya actitud se caracteriza por la mansedumbre? 2. ¿Cómo puedes mostrar este fruto del Espíritu a los demás? 3. ¿Qué efectos crees que ocasionará una actitud mansa por tu parte en tu familia?
so 19
Viernes
Bajo el gobierno del espíritu: la TEMPLANZA
U
Luis Carlos Rueda Pastor de las iglesias de Vigo y Vigo-Travesía Unión Adventista Española 20 so
no de los componentes del fruto del Espíritu es el agente vinculante de todas las demás virtudes que se mencionan en Gálatas 5: 22, 23. Puesto que la carrera de la fe es un proceso que se extiende a lo largo de toda la vida, el dominio propio es imprescindible para no perder de vista los hitos del plan de Dios. Es un importante ingrediente de la fe, sin el cual perderíamos el norte con facilidad. Poseerlo brinda equilibrio a nuestras vidas. En nuestro propósito de alcanzar la salvación personal y la de nuestras familias, no hemos de quedarnos solamente en el deseo, pues «muchos se perderán esperando y deseando ser cristianos. No llegan al punto de entregar su voluntad a Dios. No deciden ser cristianos ahora».1 Es únicamente por medio del ejercicio de la voluntad como puede obrarse un cambio completo en la vida. Y ese ejercicio debe hacerse en cada momento, con cada decisión. Si no hay dominio propio, no hay constancia, porque podemos vencer hoy, pero fracasar mañana. Para alcanzar el propósito final de bendecir a todas las familias de la tierra y hacer de Abraham una nación grande, Dios le ofreció su protección: «No temas, Abram, yo soy tu escudo, y tu recompensa será muy grande» (Génesis 15: 1). Asimismo, le encomendó una responsabilidad que requería de dominio propio y constancia: «Anda delante de mí y sé perfecto» (Génesis 17: 1); «pues yo sé que mandará a sus hijos, y a su casa después de sí, que guarden el camino de Jehová haciendo justicia y juicio, para que haga venir Jehová sobre Abraham lo que ha hablado acerca de él» (Génesis 18: 19). En otras palabras, le dijo: «Ocúpate de andar siempre en mi presencia. Asegúrate de mirarme y seguirme; pide a tu familia que te siga. Así podré cumplir mi propósito en vosotros». Mantener la mirada puesta en Dios, seguirle y pedir a los suyos que hicieran lo mismo no debió ser fácil. Lot marchó en otra dirección. Sara tomó algunas decisiones que complicaron la vida a la familia. ¡Abraham mismo descendió a Egipto cuando no debía! ¡Qué difícil! Sin un plan definido, emprendieron el viaje sin tener ni idea de a dónde iban. Solo conocían los pasos a seguir en la medida en que Dios se los iba revelando. Dar explicaciones por cada decisión
tomada debió ser complicado. Imaginemos el diálogo con su familia cuando Dios lo llama: — ¿A dónde iremos? — ¡No lo sé! — ¿Cuánto tiempo tardaremos? — ¡No lo sé! — ¿Cuánta provisión será suficiente? — ¡No lo sé! Imagina que cada respuesta de Abraham fue un «¡No lo sé!». ¿Quién saldría de casa sin un rumbo determinado? En tales condiciones, una vez emprendido el viaje, la idea de abandonar resulta muy tentadora. Es fácil dudar del llamamiento, más aún cuando el ambiente está plagado de quejas, ansiedad, estrés, desacuerdos y disputas. En esas circunstancias, para Abraham no debe haber resultado fácil andar delante de Dios y liderar a los suyos, aunque su carácter, su forma de gobierno, su administración y su relación con Dios ofrecieron a la familia tal seguridad que los que quisieron le siguieron a pesar de viajar «sin saber a dónde iba» (Hebreos 11: 8). En su decisión hubo firmeza y constancia, dos ingredientes de la fe que siempre van juntos para alcanzar las promesas de Dios, que les ayudaron a mantenerse en el camino, durante el tiempo suficiente para llegar a destino. La Biblia relata momentos de duda, desaliento y equivocaciones en el camino, pero Dios había confiado en él y eso alimentaría la confianza del patriarca: «Creyó Abraham a Dios y le fue contado por justicia» (Romanos 4: 3). Al igual que Abraham, tú y yo recibimos hoy el mismo llamamiento y disfrutamos de la misma promesa. Dios mantiene su invitación y la garantía de triunfo. Asimismo, la seguridad de su presencia con los que aceptan su invitación tiene la misma fuerza que entonces. El Señor deposita la misma confianza en nosotros; podemos apropiarnos de las promesas al recorrer el camino de nuestra vida, ya que nos garantiza su compañía en todo momento.
«Anda delante de mí» y manda a tu familia después de ti
Es el llamamiento para un recorrido de larga duración. Necesitamos ejercitar el control para no desviarnos y la constancia para llegar al final del camino. Siempre habrá motivos para abandonar, pero Dios ha creído y ha
confiado en nosotros. Andar delante de Dios es una decisión diaria, implica poner los ojos en Jesús y hacer su voluntad hasta en las cosas más insignificantes: «A menos que dominemos nuestras palabras y genio, somos esclavos de Satanás, y estamos sujetos a él como cautivos suyos. Cada palabra discordante, desagradable, impaciente o malhumorada, es una ofrenda presentada a su majestad satánica».2 Para llegar a esto se requiere de abnegación y sacrificio, de control y gobierno de las pasiones: «Si alguno no ofende de palabra, es una persona perfecta, capaz también de refrenar todo el cuerpo» (Santiago 3: 2). La disciplina es fundamental en el gobierno de uno mismo: «Sino que golpeo mi cuerpo y lo pongo en servidumbre, no sea que, habiendo sido heraldo para otros, yo mismo venga a ser eliminado» (1 Corintios 9: 27). De nada sirve conocer la voluntad de Dios si no es aplicada a cada paso del camino: «La resistencia es éxito. […] debe ser firme y constante. Perdemos todo lo que ganamos si resistimos hoy para ceder mañana».3 Andar delante de Dios con disciplina es la única forma de hacer camino de salvación para nosotros y nuestras familias. Pablo enseña: «Pero por esto fui recibido a misericordia, para que Jesucristo mostrara en mí el primero toda su clemencia, para ejemplo de los que habrían de creer en él para vida eterna» (1 Timoteo 1: 16). Aquí el orden es importante: el trabajo se ha de llevar a cabo primero en mí para que pueda surtir efecto en los demás después. Dios exhortó a Abraham que anduviera delante de él y fuera perfecto antes de mandar a su casa que le siguiera. Cristo es nuestro ejemplo y nosotros lo somos para otros con el fin de conducirles a él. Dios nos ha llamado a ser camino para los que vienen detrás, siendo nosotros aún imperfectos. ¿Cómo ser un ejemplo que aporte salvación? ¡Qué responsabilidad! ¡Y qué confianza por parte de Dios! A pesar de sus errores, Abraham debía ser ejemplo. Tendría que enfrentar sus caídas y superarlas. Es cierto, aun para reponerse de los errores se requiere de dominio propio; de lo contrario, nos hundimos en la sensación de fracaso o culpabilidad. El dominio propio supone también levantarse y continuar. Se requiere templanza para mantener los ojos en Jesús a pesar de nuestros fallos y, aunque no resulta fácil, Abraham y su familia son un gran modelo y la demostración de que es posible. Por lo tanto, un buen ejemplo también es aquel que, aun habiendo caído y errado, ha sabido levantarse, sacudirse el polvo y continuar el
camino. Así se llega a la madurez espiritual en la que, al igual que en el caso de Abraham, la confianza en Dios se perfecciona y nuestro carácter es restaurado a imagen y semejanza de Cristo, reduciendo cada vez más el margen de error hasta llegar a ser la voluntad de Dios encarnada.
La verdadera fuerza de voluntad
La fuerza de voluntad que nos lleva de triunfo en triunfo es la que se fusiona con la voluntad del Padre, es decir, la que se une con el Espíritu Santo. La palabra usada en el Nuevo Testamento es enkráteia y se traduce como ‘fortaleza’, ‘dominio propio’, con el sentido de estar al control. Por lo tanto, implica una actitud vigilante para saber sobre qué debo ejercer el control. Sin embargo, si solo se tratara de autocontrol, podríamos asumir que es posible ser salvos por dominio propio, pero sería un engaño. La realidad es que, aparte del autocontrol, es necesaria la intervención del Espíritu Santo. La palabra «templanza» aparece en Gálatas 5: 23 como parte del fruto del Espíritu y se opone a todo lo que es de la carne. Por lo tanto, no se trata solo de nuestro dominio propio, sino de un carácter controlado por el Espíritu. En Hechos 24: 24, 25, al hablar sobre la fe en Jesús, el apóstol Pablo presenta el dominio propio como un componente y no como un accesorio de la fe. Es decir, no como algo opcional, sino como algo imprescindible para el cumplimiento de la promesa de Dios en nosotros. Estamos en la obligación de someter el yo y facilitar el gobierno del Espíritu en nuestra vida. El prefijo «en» de enkráteia significa ‘dentro’, ‘en el interior’ y el término también se podría traducir por ‘en gobierno’ ¿Quién gobierna nuestra voluntad, nuestra conciencia, nuestros apetitos? ¿Nos gobernamos a nosotros mismos? ¿Es verdad que sabemos muy bien lo que hacemos? ¿Tenemos el control de nuestra vida? Ser gobernado por el Espíritu es comprender su orden inmediata y obedecerla, es decir, echar a andar, aunque todavía no sepamos a dónde vamos. Porque, aunque al principio desconozcamos el destino, es importante ponerse en movimiento mientras nos dejamos guiar por él. Es clave poner las decisiones, la metodología educativa, la relación con la pareja, el trabajo y cualquier otra actividad en manos de Dios. Mientras hayamos vivido en tinieblas respecto a Dios, el mal ha reinado en nuestros cuerpos y mentes: «Cuando erais esclavos del pecado, erais libres con respecto a la justicia»
(Romanos 6: 20). Pero al conocer a Jesús, tenemos la posibilidad de escoger qué espíritu nos gobernará: «¿No sabéis que si os sometéis a alguien como esclavos para obedecerlo, sois esclavos de aquel a quien obedecéis, sea del pecado para muerte o sea de la obediencia para justicia?» (Romanos 6: 16); «No reine, pues, el pecado en vuestro cuerpo mortal, de modo que lo obedezcáis en sus apetitos» (Romanos 6: 12). Por lo tanto, en el contexto de Gálatas 5: 23, enkráteia se refiere a ser gobernados por el Espíritu Santo. Si él gobierna, Dios preside nuestra conciencia: «Cuando nos sometemos a Cristo, el corazón se une con su corazón, la voluntad se fusiona con su voluntad, la mente llega a ser una con su mente, los pensamientos se sujetan a él; vivimos su vida».4 Es, pues, nuestro dominio propio fusionado con el dominio del Espíritu Santo el que nos da la victoria. El que hace que podamos permanecer en su presencia, andar delante de él y ser un perfecto ejemplo digno de seguir por los que vienen detrás. Nuestro ejemplo ha de ser como el de Abraham, de tal manera que nuestros pensamientos, palabras y acciones, subyugados por el poder del Espíritu, en momentos de acierto y de error, sigan el derrotero marcado por Dios para ejemplo de aquellos que viajan con nosotros y de los que se nos han de unir por el camino. Que el gobierno del Espíritu en nosotros sea nuestra fuerza de voluntad y nuestro dominio propio, y el resumen de nuestra historia familiar sea igual que el de Abraham: «Salieron para ir a tierra de Canaán. Llegaron a Canaán» (Génesis 12: 5). Para alcanzarlo, Dios nos promete a todos: «No temas […] yo soy tu escudo, y tu galardón será sobremanera grande» (Génesis 15: 1). 1 Elena White, El camino a Cristo, pág. 39. 2 Elena White, Testimonios para la iglesia, tomo 1, pág. 278. 3 Elena White, Mente, carácter y personalidad, tomo 1, pág. 24. 4 Elena White, Palabras de vida del Gran Maestro, pág. 253.
Para compartir 1. ¿Cómo podrías desarrollar la templanza a diario en tu vida? 2. ¿Por qué crees que es importante que cada miembro de la familia la desarrolle? 3. ¿Qué beneficios prácticos esperas al aplicarla en tu vida?
so 21
Segundo sábado
El FRUTO del espíritu
L
a visión desde lo alto de la montaña era espectacular. La inmensa llanura verde y los bosques se extendían majestuosos bajo nuestra mirada. La fuerza de la primavera y una agradable sensación de libertad nos inundó a los jóvenes que estábamos en la cumbre de la montaña y, con un poderoso impulso, nuestras gargantas empezaron a entonar el himno Más cerca, oh Dios, de ti. Contemplar sus obras maravillosas fue, de verdad, una forma de estar más cerca de él. Creación y alabanza son conceptos estrechamente relacionados. Esta relación no es un producto natural del ser humano sino de la acción del Espíritu de Dios en la vida del creyente. «Bendice, alma mía, a Jehová, y no olvides ninguno de sus beneficios» (Salmo 103: 2) es la expresión de una relación íntima con Dios. Aquella realidad de paz y tranquilidad vivida en lo alto de la montaña tal vez sea un pálido reflejo de lo que cada creyente puede experimentar, a pesar de que su rutina diaria se desarrolle entre enormes bloques de hormigón y mucha gente desconocida. Es el privilegio de vivir el fruto del Espíritu que produce paz en la oposición; gozo en los momentos difíciles; benignidad en los momentos de tensión diarios. El fruto del Espíritu es el resultado de la semilla que nuestro Dios planta en la vida del creyente, que tiene mucho poder y crecerá sin que nadie la pueda detener a menos que nosotros mismos la maltratemos y descuidemos. En la familia, los padres han de fomentar la sensibilidad a la presencia del Espíritu Santo en los hijos. Es donde se debe instruir y enseñar acerca de la labor que el Experto Labrador realiza en las personas que se lo permiten. Es una gran responsabilidad de los padres la de dar ejemplo, consagrando sus vidas y poniendo a sus hijos cada día en las manos guiadoras del buen Dios.
El reconocimiento1
Antonio del Pino Millán Director del Ministerio de la Familia Unión Adventista Española 22 so
Estaban preparados: doce hombres tenían el encargo de comprobar lo que el Señor les iba a obsequiar. Canaán era el lugar ideal para vivir. La orden fue: «Subid de aquí al Neguev y luego subid al monte. Observad cómo es la tierra y el pueblo que la habita, si es fuerte o débil, escaso o numeroso; cómo es la tierra habitada, si es buena o mala; cómo son las ciudades habitadas, si son campamentos o plazas fortificadas, y cómo es el terreno, si es fértil o estéril, si en él hay árboles o no. Esforzaos y traed de los frutos del país» (Números 13: 17-20). Y se adentraron desde el sur hacia el norte, hacia las zonas montañosas.
Dice la historia que, después de un tiempo, pasaron por el arroyo de Escol;2 allí cortaron una rama con un racimo de uvas tan grande que tuvieron que llevarlo en un palo entre dos exploradores. También se llevaron hermosas granadas e higos. Después de cuarenta días volvieron del viaje de reconocimiento y hablaron delante de Moisés, Aarón y el pueblo, mostrando los frutos que habían traído: «Nosotros llegamos a la tierra a la cual nos enviaste, la que ciertamente fluye leche y miel; éstos son sus frutos» (Números 13: 27). El acontecimiento fue espectacular. Aparentemente, se trató de un reconocimiento muy positivo en el que aparecieron los primeros frutos. Parecía un adelanto especial que el Señor quería que vieran antes de entrar en la tierra de su posesión. Era un regalo especial, una manera de mostrarles que, bajo un amor inconmensurable, el Señor cuida hasta los más pequeños detalles y se encarga de que todo sea perfecto. Pero el informe aún no había concluido. En su descripción destacaron la fuerza de las gentes que habitaban aquellas tierras, así como la grandeza de sus ciudades. Además, habían visto a los hijos de Anac, a los que caracterizaron como personas de gran estatura: «Nosotros éramos, a nuestro parecer, como langostas, y así les parecíamos a ellos» (Números 13: 33).
La disyuntiva
El pueblo estaba desanimado y los frutos pasaron a un segundo plano. No es extraño que se preguntaran: «¿A dónde nos han traído? ¿Qué hacemos aquí? ¡Demos la vuelta!». Es evidente que la mayoría del pueblo tenía miedo. El lugar les gustaba, pero las gentes que habitaban allí les asustaban. La rebelión estaba a punto de empezar. Temían que, si entraban en esas tierras, los gigantes acabarían con ellos y con sus familias. «¡No queremos ir a esas tierras, es un regalo envenenado!». En ese contexto, el liderazgo de Moisés se tambaleaba y el pueblo comenzaba a dudar de sus cualidades. En un plano superior que sus ojos no podían ver, todos estaban rechazando al Señor que los había dirigido hasta ese momento, incapaces de ver cómo los guiaba. Sencillamente se veían solos. Como dice Pablo: «Pero el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura; y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente» (1 Corintios 2: 14). Hacía poco tiempo que habían sido testigos de las plagas, del
milagro del mar Rojo y la eliminación del poderoso ejército egipcio. No obstante, sentían miedo porque solo confiaban en sí mismos. Vivir tan apegados a esta tierra hace que la polvareda del suelo se meta en los ojos y no permita ver la intervención del Cielo. Si el ser humano desafía a Dios y minimiza o anula la cualidad espiritual, mutila el aspecto que lo vincula con él. Se revela entonces lo que la Biblia denomina vivir según la carne: «Los que son de la carne piensan en las cosas de la carne» (Romanos 8: 5). Cuando Moisés mencionó la maldad de las personas que vivieron antes del Diluvio, indicó lo que Dios había afirmado: «No contenderá mi espíritu con el hombre para siempre, porque ciertamente él es carne; pero vivirá ciento veinte años» (Génesis 6: 3). En este contexto, el término «carne» es símbolo de lo terrenal y del alejamiento del Padre. El apóstol Pablo denomina «obras de la carne» a las actividades que el ser humano realiza sin Dios. Son acciones provocadas, la mayoría de las veces, por intereses propios desprovistos de la pauta divina. Mientras estemos sometidos a esas «obras de la carne» nos encontramos separados y en rebelión abierta contra Dios. No obstante, existe otra opción totalmente opuesta: vivir según el Espíritu; el apóstol Pablo lo indica así: «pero los que son del Espíritu, [piensan] en las cosas del Espíritu» (Romanos 8: 5). Pensar en las cosas del Espíritu implica poner nuestras vidas en las manos de Dios al nivel más básico de actividad diaria. La disyuntiva entre pensar en las cosas de la carne y en las del Espíritu afecta a toda persona. Nadie está exento de tomar una decisión: o estamos con Jesús o con el mundo y sus deseos. Jugar a dos bandos es tarea imposible.
Higueras y zarzas
Una de las promesas más conmovedoras que el Señor ofrece es la transformación radical de su pueblo, si su Espíritu vive en él; es aplicable también a nivel familiar e individual. «No es buen árbol el que da malos frutos, ni árbol malo el que da buen fruto, pues todo árbol se conoce por su fruto, ya que no se cosechan higos de los espinos ni de las zarzas se vendimian uvas» (Lucas 6: 43, 44). El proceso de salvación posee una característica importante: la naturalidad. Al igual que en la naturaleza, nada se encuentra fuera de orden y, de esta manera, solo el árbol bueno puede dar buen fruto. Sin embargo, hay una excepción, y es Dios quien la establece. Se produce cuando entran en acción las leyes que el Señor
Para compartir 1. Ante la disyuntiva entre pensar en las cosas de la carne y pensar en las cosas del Espíritu, ¿qué eliges para ti y tu familia? 2. ¿Cómo puedes pensar en las cosas del Espíritu y disfrutar los beneficios en tu vida de manera práctica? ¿Lo has experimentado? 3. ¿Cómo puedes influir en los demás para que tomen provecho del fruto del Espíritu? Piensa en ejemplos prácticos para tu vida de pareja, familia, grupo de amigos e iglesia.
ha dispuesto para la salvación del ser humano. Así, el milagro es que la zarza se transformará en un buen árbol y podrá tener buen fruto. Cuando era niño, pude comprobar por mí mismo lo que significa la ley natural de la vida. Mi hermano mayor, que en aquel entonces debía tener unos nueve años, enterró una semilla de níspero en nuestro patio. Asombrosamente, pasados unos meses, salió una pequeña planta que fue creciendo hasta convertirse en un árbol, del cual, un tiempo después, comenzaron a salir muchas flores que posteriormente se convirtieron en frutos. Pudimos disfrutar del sabor de los nísperos, pues estaban muy ricos y dulces. Siempre me admiré que de una semilla sin valor hubiera salido aquel maravilloso árbol. El poder de Dios es admirable. Gálatas 5: 18 nos da otra visión de la realidad que podemos vivir los seres humanos «guiados por el Espíritu». ¿Quiénes son los guiados por el Espíritu? Para aquellos que hace tiempo que nos acercamos al Señor, responder a esta cuestión de manera satisfactoria resultará en mucha tranquilidad espiritual. Tal vez esta sea una de las preguntas más inquietantes que nos hacemos los cristianos. ¿Seré merecedor de que Dios me llame su hijo? A veces hay sentimientos que nos hunden en la soledad y otros que nos llevan en volandas hacia la plenitud de su gloria. En ocasiones tocamos el cielo con la punta de los dedos y otras veces parece que le hayamos dado la mano al diablo. Acercarse a los principios de vida que rigen en el reino de Dios requiere, en primer lugar, alejarse de los planteamientos materialistas y carnales con que nos hemos dotado los seres humanos y, en segundo lugar, conocer y experimentar los fundamentos que el Señor ofrece a sus hijos. Como es evidente, ambos criterios son contrarios y mutuamente excluyentes. El fruto del Espíritu es solo prerrogativa de los hijos de Dios, disfrutarlo y vivirlo es algo que todo creyente debe experimentar. Si el amor es como un diamante, cada uno de sus lados serían las cualidades que lo forman.
El fruto en la familia
Los padres de Juan el Bautista formaban una familia especial. Son pocas las personas a las que la Biblia elogia de forma tan distinguida como a ellos: «Hubo en los días de Herodes, rey de Judea, un sacerdote llamado Zacarías, de la clase de Abías; su mujer era de las hijas de Aarón y se llamaba Elisabet. Ambos eran justos delante de Dios y andaban irreprensibles en todos los mandamientos y ordenanzas del Señor» (Lucas 1: 5, 6). La pareja formaba una familia ejemplar, no solo ante los hombres sino, sobre todo, ante Dios. No cabe duda de que sus vidas estaban muy vinculadas al Señor, aún sin ser plenamente conscientes del valor que tenían ante sus ojos. El Espíritu hacía su labor y ellos le dejaban obrar. Así, de forma natural, el fruto iba creciendo en ellos en la medida de la fe que Dios les daba. ¿Cuán cerca estaba el Señor de esta familia? La Palabra de Dios dice que el Señor oyó y solucionó su problema. Aunque eran de edad avanzada, obró en ellos el milagro de darles el hijo que tanto anhelaban. Una vida cerca de Dios es una vida de confianza, de adhesión y defensa de los valores cristianos. Es una vida donde el Espíritu trabaja con seguridad y dedicación. Los padres de Juan el Bautista formaban una pareja que fomentaba la fe y todos los atributos del verdadero hijo de Dios. Ellos pudieron transmitir los valores que el Señor les concedió porque los vivían de una manera práctica en sus vidas. Pero ¿cómo se puede enseñar a los hijos si no es a través de la experiencia? Vivir con el ejemplo, en amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre y dominio propio será una bendición tanto para el que permite que el fruto del Espíritu actúe en su vida, como para los que le rodean, pues ejercerá en ellos una la influencia santificadora. 1 Textos basados en Números 13. 2 Heb., ’eshkol, racimo.
so 23
30 de julio al 6 de agosto o
6 al 13 de agosto de 2017
Campamento Nacional
de Familias EntrepeĂąas,
donde las familias crecen unidas
Las familias que oran
unidas
permanecen
unidas