Suma Cultural 26

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# INSTITUTO DE HUMANIDADES

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JULIO - DICIEMBRE 2017

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ISSN 0124-1974

LA LOCURA


“La única diferencia entre un loco y yo, es que yo no estoy loco” - Salvador Dalí


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Queridos Lectores de Suma Cultural, Es un placer presentar a ustedes a la Fundación Universitaria Konrad Lorenz, institución que alberga al Instituto de Humanidades, gestor de la Revista. Como Rectora he podido identificar la coherencia, en la práctica, de los postulados del “ser universitario” establecidos por los fundadores Sonia Fajardo Forero y Juan Alberto Aragón Bateman y que se ha mantenido desde sus inicios en 1981: El primero, ser una institución filosóficamente liberal, que implica apertura a las diferentes corrientes del pensamiento y a las diversas culturas, a la no discriminación por cualquier condición o atributo social, económico, sexual, político o religioso. Una institución que basa la convivencia de su comunidad en el respeto a la diversidad y a la diferencia, y en una comunicación “civilizada y civilizadora”, en palabras del Dr. Aragón, como aquella que fomenta los valores ciudadanos, la tolerancia y la solidaridad. La Suma Cultural es una expresión de este pensamiento. El segundo, ser una institución de calidad, dedicada a la enseñanza, difusión y generación de conocimiento científico, tecnológico y cultural, que desarrolla la investigación con el rigor de la ciencia, que gestiona e implanta tecnología de punta para las funciones de docencia e investigación y que pretende formar un ciudadano cosmopolita, como aquel que posee competencias multiculturales y se relaciona solvente y empáticamente con contextos y comunidades diversas. El tercero, ser una institución de servicio, que organiza su estructura y procesos para la formación de profesionales idóneos, con inspiración para contribuir a la sociedad; que realiza investigación en la búsqueda de soluciones a problemáticas que impactan la vida, el bienestar de las personas, la salud mental, el desarrollo humano y científico, la empresa y los negocios; que trasciende sus muros para ofrecer el conocimiento y las buenas prácticas a las comunidades que lo requieren y a la sociedad. Que forma a sus estudiantes para que tengan las herramientas intelectuales y de intervención profesional para triunfar en el mundo laboral y social. Los invitamos a conocer la Konrad Lorenz, a sus programas de pregrado y posgrado. Los invitamos a vivir la Konrad, sus espacios, sus laboratorios, el centro de bienestar y deportes, los programas de internacionalización en el mundo y en casa, y a adquirir el conocimiento y las habilidades profesionales con profesores competentes formados en maestrías y doctorados afines a las carreras. Lina Uribe Correa, Rectora.

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Konrad hoy La Fundación Universitaria Konrad Lorenz es una institución con más de 36 años de labores, que brinda una educación superior de alta calidad y pertinencia social. Hoy ofrece 6 pregrados, 6 especializaciones, 2 maestrías y un doctorado. Los programas de Mercadeo y Negocios Internacionales cuentan con la Acreditación Internacional ACBSP y nuestro programa de Psioclogía, uno de los más prestigiosos del país en su campo, tiene Acreditación de Alta Calidad por parte del Ministerio de Educación Nacional. Como novedad en 2018 está el inicio de actividades de la Especialización en Gestión de la Seguridad y la Salud en el Trabajo, atendiendo la gran necesidad actual que tiene el país de formar especialistas en esa área. Con una comunidad estudiantil cercana a los 4.000 estudiantes, 300 docentes y más de 20.000 mt2 de infraestructura, la Konrad es una institución que crece con calidad, solidez

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y un compromiso con la buena fé y el futuro, llevando a cabo la misión formativa estructurada desde su fundación en 1981. Esto se respalda con significativos resultados en el desempeño de los estudiantes konradistas, siempre en los primeros lugares en las pruebas Saber Pro entre las Instituciones Universitarias colombianas, la clasificación de todos los grupos de investigación Konrad Lorenz en las más altas categorías de Colciencias, el excelente nivel de sus publicaciones científicas, el gran impulso a la formación investigativa a través de los semilleros, laboratorios y proyectos de investigación, la consolidación de importantes servicios de extensión como el Centro de Psicología Clínica y el excelente posicionamiento de nuestros egresados de los diversos programas en el entorno laboral y académico. ¡En la Konrad construyes el mundo que quieres!


¿Quiénes Somos? La Konrad Lorenz es una Institución de Educación Superior de carácter privado, filosóficamente liberal, que rige sus acciones por los principios fundamentales de la tolerancia, la libertad académica, de investigación, de aprendizaje y de cátedra, dentro del respeto a la Constitución, a la Ley, a la ética y al rigor científico. Tiene entre sus objetivos el servicio a la sociedad, a la reafirmación de los valores esenciales de nacionalidad, a la promoción del desarrollo científico, tecnológico y humanístico del ser humano y a la búsqueda de soluciones sociales que permitan una mayor extensión del bienestar individual y colectivo. A través de sus 36 años de vida, nuestra institución ha sido testigo privilegiado de dos siglos. Sus fundadores, Sonia Fardo Forero y Juan Alberto Aragón Bateman, visionarios y emprendedores, trazaron este ambicioso proyecto

con una clara orientación científica y una amplia visión del entorno social. Gracias a la firmeza de su misión, la Konrad se proyectó como una institución moderna, dinámica, fundamentada en los principios de la tolerancia y el respeto por la dignidad de las personas, por sus derechos y por los valores orientados a la convivencia y la comunicación civilizada. Situada en el sector de Chapinero, en pleno corazón de Bogotá, la Konrad Lorenz ofrece a su comunidad un campus con ambientes cómodos y amigables, así como los medios humanos, académicos y tecnológicos que facilitan el estudio y la investigación científica.

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Qué hacemos Escuela de Negocios

Facultad de Psicología

La Escuela de Negocios de la Konrad Lorenz ofrece las carreras de Mercadeo y de Administración de Negocios Internacionales, ambas con Acreditación Internacional ACBSP que respalda su excelente calidad formativa y visión global. Cuenta además con el Centro de Investigaciones CIEN, que desarrolla proyectos de investigación en distintas áreas de los negocios.

La carrera de Psicología de la Konrad Lorenz ha demostrado ser una de las mejores del país en su campo y desde hace más de 15 años cuenta con Acreditación de Alta Calidad por parte del Ministerio de Educación Nacional. El Centro de Investigaciones CIP realiza proyectos de investigación de alto nivel en distintas ramas de la Psicología científica.

Grupo de Investigación CIEN-K, categoría A1 de Colciencias Training center para entrenamiento en mercado de capitales Inglés intensivo en sus programas

Proyectos de investigación de alto nivel Prácticas clínicas y organizacionales garantizadas

Facultad de Matemáticas e Ingenierías

Escuela de Posgrados

Ofrece las carreras de Matemáticas, Ingeniería de Sistemas e Ingeniería Industrial, programas con altos estándares de calidad que forman profesionales orientados a las áreas de mayor demanda, innovación y proyección en sus disciplinas. El Centro de Investigaciones CIMI apoya el núcleo investigativo de la facultad, desarrolllando proyectos en diversas temáticas.

Ofrece seis programas de especialización en áreas como recursos humanos, seguridad y salud en el trabajo, psicología infantil y familiar, evaluación clínica y tratamiento de trastornos emocionales, psicología forense y psicología del consumidor, dos Maestrías en las áreas de psicología clínica y del consumidor y un doctorado con tres líneas de investigación en psicología.

Grupo de Investigación Promente Konrad, categoría A de Colciencias Grupo de Astronomía Astro-K Laboratorios con altos estándares

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Grupos de Investigación en Ciencias del Comportamiento y en Psicología del Consumidor, categoría A1 de Colciencias

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Nuestros Servicios CPC - Centro de Psicología Clínica Brinda atención psicológica al público general y talleres de acceso abierto en distintos temas de la vida personal, familiar y emocional de niños y adultos. Información y asesoría PBX 3472311, ext. 172 - 181. Cra. 9 No. 61 - 38, Chapinero, Bogotá D.C. centropsicologiaclinica@konradlorenz.edu.co. cpc.konradlorenz.edu.co

Auditorio Sonia Fajardo Forero Lugar de encuentro entre el conocimiento, la cultura y el intercambio de ideas, ofreciendo a la ciudad una programación de actividades musicales, artísticas y académicas Información y asesoría Cra. 9bis No. 62 - 43, Ala Sur PBX 57 + 1 3472311, extensiones 237 - 196 www.auditoriosoniafajardoforero.com auditorio@konradlorenz.edu.co

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Presidente Consejo Superior Sonia Fajardo Forero Vicepresidente Consejo Superior Luis Fernando Fajardo Forero Rectora Lina Uribe Correa

Directora Bárbara Skladowska Comité Editorial Juan Sebastián Aragón Hugo Fazio Genoveva Iriarte Luis Enrique Orozco Órinzon Alberto Perdomo Equipo Editorial Hanz Quitián Delgado Édinson González Medina Edson Guáqueta Rocha Benjamín Augusto Sarta Morán Michelle Barreto Martínez Diseño y Diagramación Oficina de Comunicaciones Edición y Publicación Instituto de Humanidades Fundación Universitaria Konrad Lorenz Fotografías ShutterStock Edición Electrónica Hernando Rincón Medina Impresión Procesos Editoriales Integrales PROEDITOR Contacto Carrera 9 Bis No. 62-43, Bogotá, Colombia Tel. 347 23 11 Ext. 140 E-mail: suma.cultural@konradlorenz.edu.co ISSN 0124-1974


Convocatoria No. 27

Correo

Queremos invitar a todos nuestros lectores e interesados a participar en el vigésimo séptimo número de la revista con un trabajo original e inédito en las áreas de literatura, historia, filosofía, ciencia política, artes visuales, plásticas y escénicas, cine, música y culturas urbanas, entre otros. En esta ocasión el eje temático será: LA NATURALEZA

“Recrean el ánimo del lector con temas coyunturales y de interés común. Rescato la idea de que sus columnistas sean en su mayoría académicos, pero también dan oportunidad a escritores empíricos mostrando sus textos de forma creativa y sugestiva”.

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(ENERO / JUNIO DE 2018)

Fecha límite de entrega: 3 de septiembre de 2018 Se reciben textos de acuerdo con las siguientes especificaciones: • Artículos con una extensión máxima de 5000 palabras. • Trabajos de creación literaria (poesía o narrativa). • Reseñas de música, cine y libros, con una extensión máxima de 1000 palabras. • Reportajes fotográficos, cómic, de entre dos y cuatro páginas tamaño carta. Las imágenes deberán estar en formato JPG y tener una resolución mínima de 300dpi. Se publicarán en blanco y negro. Este trabajo deberá llevar título y una breve introducción o pie de fotos. • Ilustraciones acordes con el eje temático de cada número, en formato JPG y 300 dpi. Los textos deben ser enviados al correo electrónico suma.cultural@konradlorenz.edu.co adjuntando nombre completo, teléfonos, correo electrónico, profesión y ocupación. La Revista no devolverá originales ni mantendrá correspondencia sobre los mismos.

Sandra Vera “Me gustaría encontrar una sección en la que se recomienden próximos estrenos literarios o cinematográficos relacionados con el tema de cada edición. También conocer por medio de la revista la movida cultural de Chapinero o de toda la ciudad”. Harrison López “La revista es un viaje a través de los significados de la humanidad: esas ideas que nos son tan cercanas, y a la vez tan misteriosas. Leerla es encontrar un escenario maravilloso para desenvolverse y crearse en otros. Les deseo muchos éxitos en su difusión”. Andrea Zapata Carreño

facebook.com/u.konradlorenz @ukonradlorenz issuu.com/ukonradlorenz

Para mayor información, favor comunicarse al teléfono 347 23 11 Ext. 140 en Bogotá D.C. o escribir a: suma.cultural@konradlorenz.edu.co

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Nuestra Agenda El Instituto de Humanidades, como unidad de apoyo al área Socio-Humanística de los programas profesionales, plasma en sus propuestas, académicas y extracurriculares, el ideario filosófico de la Konrad Lorenz de “formar un hombre culto y profundamente humano”. Diferentes actividades son un espacio para el debate y la búsqueda de nuevas significaciones culturales, que intervienen en la configuración del mundo contemporáneo. La oferta cultural comprende una amplia gama de Actividades Extracurriculares, que complementan y contextualizan la formación académica. Clubes temáticos, conversatorios, tertulias literarias, salidas de campo, exposiciones, concursos, conferencias, talleres, entre otros, constituyen una propuesta que integra y globaliza el saber, la investigación y la experiencia lúdica.

Centro de Español: fue creado en respuesta a la creciente exigencia en el campo de lectura y escritura académica. Se especializa en prestar servicios integrales en lectura y escritura académica y profesional a toda la comunidad. Fortalecer la cultura lecto-escritora, la capacidad de análisis, de reflexión, de argumentación y de pensamiento crítico son algunas de sus actividades que se materializan en trabajo tutorial, en talleres y cursos temáticos y en oferta pertinente y precisa del material de apoyo.

Konpalabra: es una biblioteca de datos, y su objetivo es difundir y optimizar la oferta de apoyo académico en el campo de lectura y escritura. Este banco de servicios y materiales es un excelente punto de referencia para las clases, tutorías, talleres y otras actividades académicas y profesionales. El material, publicado semanalmente, queda organizado en dos unidades de consulta: Se escribe así y el Caleidoscopio. http://konpalabra.konradlorenz.edu.co

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Se escribe así: Es un espacio preparado para acompañar procesos de escritura académica y está dedicado a todos los que tengan dudas sobre la redacción y las pautas gramaticales.

Club Kongénero: Conversatorios sobre el género. Contacto: kongenero@konradlorenz.edu.co

Caleidoscopio: La sección, llamada así por las palabras griegas kalós -bella, éidos -imagen y scopéo -observar, es un espacio dedicado a la multiplicidad de miradas, diversas y cambiantes, sobre temas, términos y habilidades que son fundamentales en el amplio espectro de la cultura general. Tutorías en Lectura y Escritura: Trabajo tutorial que brinda apoyo personalizado a todo el proceso de lectura y escritura académica de la comunidad. Para fomentar la independencia y el pensamiento crítico de los autores en las tutorías no revisamos, corregimos o editamos sus textos; enseñamos a revisarlos, corregirlos o editarlos con mayor precisión y efectividad utilizando las herramientas tecnológicas que están a nuestro alcance como el programa Turnitin, entre otras.

Fisuras: es el blog del Equipo Docente del Instituto. Su objetivo es promover el debate en torno a literatura, poesía, socio-política, fotografía y narrativa, entre otras. Este espacio de compartir creativo, caracterizado por la libertad de pensamiento y de escritura, quiere convocar voces ciudadanas de mente abierta; buscadores porfiados, dispuestos a compartir su pensar sobre la realidad circundante, formulando preguntas desde diferentes perspectivas y múltiples miradas. http://fisuras.konradlorenz.edu.co

Club Utopías & Distopías: Conversatorios sobre la sociopolítica. Taller de Tinta: Asesoría presencial en escritura creativa. Contacto: escrituracreativa@konradlorenz.edu.co Semana Internacional: Actividades en apoyo a la internacionalización. Jornada del Libro: Préstamo asesorado de los libros de literatura. Club Laberintos: Conversatorios sobre la cultura general. Contacto: laberintos@konradlorenz.edu.co

Suma Cultural: es una publicación semestral, dirigida primordialmente a la comunidad universitaria; está dedicada a la difusión y al debate de las nuevas significaciones culturales, que intervienen en la configuración del mundo de hoy. La revista quiere ser un puente que aligere los tránsitos de ideas, entre la escena de la academia y el campo público de la intervención cultural.

Club Límites K: Conversatorios sobre la identidad y la diversidad. Contacto: limites@konradlorenz.edu.co

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CON TE NI DO Miradas 18

Cosmovisión afrodescendiente y psicopatología Jessica Victoria Useche Ramírez

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¿Qué le ocurrió a la locura? Melissa Téllez Córdoba

Anaquel 26

Efecto Transilvania: la luna y la conducta anormal Benjamín Sarta Morán

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La maquinación psicológica contra la locura Julián Felipe Aranguren Corredor

Releer 38

Fingir la locura Édinson González Medina

Fotodiario 46

Bienvenido a la locura Sebastián Álvarez


Poesía

Letras libres Cuento

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Anestesia Ángela María Ruiz Gaona

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¿Ansiedad post traumática? Angélica Granados Díaz

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Locura Sussan Paola Díaz Rincón

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Eloísa Anuar Bolaños

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Fumarola Frank Julio Aguilera

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Viajes al centro del recuerdo Gherson Torres De La Hoz

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Gretel Michelle Barreto Martínez

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Yo soy Nancy Spungen Andrea Paola Escobar Altare

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Melodía, ¿es la letra? Santiago Villalba Chacón

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Ojos que no ven... Javier Enrique Vallejo Chamorro

Autores

Revista Suma Cultural Julio - Diciembre de 2017 | Número 26 Instituto de Humanidades Konrad Lorenz Fundación Universitaria Bogotá D.C.,Cra. 9 Bis Nº.62-43 Teléfono: 3472311 Ext. 140 suma.cultural@konradlorenz.edu.co


Ediciones Anteriores #25 La Noche “Una noche, una noche toda llena de perfumes, de murmullos y de música de alas”.

Versos del poema Nocturno III de José Asunción Silva

#24 El Viaje “Cuando emprendas tu viaje a Ítaca pide que tu camino sea largo, rico en experiencias, en conocimiento”. Del poema Ítaca de Konstantino Kavafis

#23 La Muerte “Por eso he venido- dijo el viejo Eguchi-. Morir en una noche como esta, con la piel de una muchacha para calentarte, debe ser el paraíso para un anciano”. La casa de las bellas durmientes Yasunari Kawabata

#22 El Amor “Ninguno de los dos habló: su amor era demasiado profundo para expresarlo con palabras; solo los ojos delataban la intensidad de sus emociones”.

Memorias íntimas de una princesa rusa - Anónimo

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uma Cultural es una publicación dedicada a la difusión y al debate de las nuevas significaciones culturales que intervienen en la configuración del mundo de hoy. La revista pretende ampliar horizontes de lectura de los diferentes campos del Arte y las Humanidades y ser un puente que aligere los tránsitos de ideas entre la escena universitaria y el campo público de la intervención cultural. Sus propósitos fundamentales son: acrecentar saberes, socializar experiencias e impulsar la creación literaria y periodística; pero sobre todo construir escenarios de contraste de las diferentes visiones de temas culturales prioritarios en la sociedad contemporánea para promover el debate y la reflexión crítica. Las opiniones expresadas en la revista son responsabilidad exclusiva de sus autores. Los artículos podrán ser reproducidos siempre y cuando se cite la fuente correspondiente; cuando no son parte del texto o haya imágenes que no están referenciadas son tomadas de Wikipedia.org


Editorial ¿Q

ué tal si viviéramos en un mundo en el que hubiese una perspectiva de la realidad distinta y, como mencionó alguna vez Mark Twain, nos planteáramos que todos estamos locos? Ello daría como resultado partir de la idea con respecto a que todos, de una u otra forma, somos diferentes y diversos, y por tanto, no tendríamos la necesidad de buscar normalizar a las personas; al contrario, cada quien actuaría más libre, sin preocuparse por las convenciones sociales. La locura ha estado presente a lo largo de la historia, muchos personajes la han relacionado con el movimiento de los astros, ha estado presente en los grupos marginales y en personajes herejes, también fue conocida como la sinrazón y fue utilizada como forma de control social. ¿Pero qué hubiera sido de nuestra cultura sin la locura? Nos hubiéramos perdido de los inventos del Renacimiento, los remedios de las brujas, el arrebato de los amantes, los escritos de Nietzsche, Lovecraft o Kafka, la paranoia de los anarquistas, los espíritus con los que se comunicaban los chamanes. Sin ello, no habría devenir y transformación en nuestras sociedades. La locura no está separada de ningún modo de la razón o de la cordura, de hecho se complementan, son las caras de una misma moneda, de lo humano en toda su complejidad. Sin embargo, la postura humanista de la modernidad, con exponentes como Voltaire y Locke, naturalizó la razón como la única generadora de realidad y como la gran característica de la humanidad, sinónimo de la dignidad de todas las personas y principio de los Derechos Humanos de la actualidad.

La modernidad llevó a instaurar la oposición entre razón y locura como polos -y no como complementos- positivo y negativo e hizo que la locura fuera vista como anatema, error y enfermedad que debía ser controlada por expertos. Dichos pensadores modernos funcionalizaron la razón como la única vía al conocimiento, condenando otras formas de pensamiento existentes en grupos sociales en distintas partes del mundo. Por ejemplo, el chamanismo desde el perspectivismo amerindio es considerado como una epistemología, en la medida en que el trance, los estados alterados de conciencia y la apertura de otras puertas de la percepción, por medio de viajes a otras realidades, permiten la resolución de conflictos, el control del territorio y el desarrollo de otras dimensiones del ser humano. De esta forma, se evidencia que las certezas y verdades frente a la locura y la sinrazón son solo cuestión de perspectiva. Como menciona Michel Foucault, la locura fue un pretexto para el control de las sociedades industrializadas, debido a que el loco pierde la noción del tiempo lineal y deja de ser productivo; razón por la cual debe ser normalizado y adaptado a las mayorías. Similar significado tiene el Loco o el Bufón en el tarot: es un joven que combina sabiduría e insensatez, el tiempo y el espacio para él están completamente trastocados, no sabe para dónde va y no le importa. Nadie lo toma en serio. Por otra parte, la locura está relacionada con los astros, particularmente con la luna, de allí el término lunático –para referirse a los locos-, y con planetas como Saturno que explicaban la melancolía y la histeria en las mujeres en la Alta Edad Media. Los médicos hacían uso de la astrología para dictaminar la inclinación a enfermedades mentales e incluso los tratados médicos de Jean Aubéry y Jacques Ferrand tomaban al amor cortés como una enfermedad mental, acusando a los poetas de su propagación en las comarcas. La locura puede tomar distintas facetas y matices para cada quien: algunos la ven como algo malo; otros, como una situación inevitable producto de unas reacciones bioquímicas; pero lo cierto es que la locura y la cordura son complementarias, hacen parte de la misma realidad, incluso tienen una relación dialéctica; en este sentido, la una no podría existir sin la otra. Por ello, el llamado es a un cambio de perspectiva, que tenga en cuenta al resto de los seres vivos. La locura ha sido y hace parte de nuestra diversidad, y ésta puede ser el comienzo de otras formas de relacionarnos en el mundo. En la presente edición de la Revista Suma Cultural, la locura será abordada en multiplicidad de aristas; también se expresará en miradas que exploran universos creativos. Así, el lector podrá internarse, con esta publicación, en la locura de imágenes y letras que surgen de lo posible.

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“ Los locos abren caminos que más tarde recorren los sabios” - Carlo Dossi

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Cosmovisión afrodescendiente y psicopatología Jessica Victoria Useche Ramírez

¿Qué le ocurrió a la locura? Melissa Téllez Córdoba

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Cosmovisión afrodescendiente psicopatología Jessica Victoria Useche Ramírez


M I R A D A S / C O S M O V I S I Ó N A F R O D E S C E N D I E N T E Y P S I C O PAT O L O G Í A

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l universo casi infinito de las palabras siempre me ha fascinado porque algunas palabras son extremadamente populares, sin siquiera conocer su verdadero significado, mientras que otras descansan en un anonimato tácito, en su desuso, siendo conceptos que todas las personas podemos entender fácilmente. Ese es el caso de las palabras “cosmovisión” y “locura”. La primera, inusual y requerida por las personas que la enuncian desde ámbitos académicos o religiosos, se refiere a la forma como vemos el cosmos, el universo que nos rodea desde nuestra construcción cultural, que implica un abordaje de lo filosófico, lo espiritual, lo científico, y termina siendo el porqué de cómo vemos el mundo. Un concepto complejo, resumido en una palabra, que cuando nos la explican, es posible que nos cuestionemos y nos encontremos frente a la realidad que nos plantea nuestra propia cosmovisión, o la de otra persona o cultura que disienta o sea distinta a la

...“¡oye, que vaina tan loca!”...

nuestra. En cambio, cuando hablamos de locura, pareciera que fuera una noción que no necesita explicación. Locura produce adjetivos de uso cotidiano para explicar algo irracional (“¡oye, qué vaina tan loca!”) e incluso se convierte en una forma de insulto para hablar peyorativamente de las orientaciones sexuales diversas (“¡No sea tan loca!” o “Ese man es una loca”). Pero su uso más común es para cuestionar el estado mental de una persona (“¿Qué te pasa? ¿Estás loco?”). Así entonces, si nos enuncian desde la locura se denota que somos personas locas. Pero no sabemos a ciencia cierta qué significa estar en un estado de locura. Si bien el paso de los años ha permitido que deje de ser un término “satanizador”, ahora su significado y connotación es tan difuso que puede ser usado para indicar que algo es sorprendente y magnífico (“¡Precios de locura!”),

como también puede ser usado para describir algo enfermo, indómito y peligroso. Y ahí es donde entra la cosmovisión, porque es ésta la que le dice a nuestra mente cómo procesar la información que captamos con nuestros sentidos. Y, querámoslo o no, viviendo en Bogotá y siendo personas colombianas, nuestra cosmovisión es mayormente occidental, hegemónica, eurocéntrica, binaria y judeocristiana. Estas características son inherentes a nuestro proceso de colonización y a una cultura desarraigada de sus raíces autóctonas, que bien nos permitirían tener una cosmovisión auténtica y muy diferente, desde la cual podríamos hacer una lectura más certera de la locura. Para las personas practicantes y creyentes de la religión yoruba (una de las muchas religiones de matriz africana), de la misma forma que desde las prácticas espirituales indígenas, los estados alterados de la salud mental están asociados con perturbaciones del espíritu, producidas por otras entidades espirituales dedicadas a causar este tipo de inconvenientes. No obstante, estos seres espirituales no tienen una connotación maligna, dado que en esta cosmovisión no existen los juicios binarios de lo bueno y lo malo y, más bien, los acontecimientos y situaciones de la vida se leen desde un flujo constante y sempiterno entre el bienestar y la necesidad. Es así que antes que pensar en destruirlos, se les perdona por el daño causado y se busca que se arrepientan de sus actos a través de rituales sacro-mágicos que utilizan distintos elementos naturales para mover la energía universal y así puedan empezar a disfrutar de la luz de la que gozan los buenos seres que rodean y fortalecen a las personas. Estos procesos se realizan con el fin de salvaguardar la vida humana que está siendo afectada. Las diferencias del abordaje de las condiciones de salud mental de una persona desde una cosmovisión a otra son muy visibles y diametralmente opuestas. Mientras en una se ve a la persona como un paciente –lo que implica una visión “patologizante”– a quien se debe

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curar para restaurarlo a un estado normal, señalando entonces la ruptura de una norma establecida para la salud mental de las personas como una condición única inherente a todos los seres humanos, en la otra se busca la transición natural y fluida a un estado de paz espiritual y conciliación del conflicto con las entidades y razones que causan una situación que hace parte de la vida misma. El juicio que implica indicar que una persona está enferma mentalmente, o aún más despreocupadamente, decir que está loca, crea una sentencia con la palabra y declara una circunstancia que puede no ser de beneficio para la mejoría de la misma. Es por esto que sería inteligente cuestionarnos hasta dónde nuestra cosmovisión nos impide o nos permite analizar el verdadero panorama de la salud mental de aquellas personas que llamamos “locas”.

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QUÉ LE OCURRIÓ A LA

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Melissa Téllez Córdoba

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n 1511, Erasmo de Rotterdam publicó un ensayo dedicado a la necedad o la locura que se tituló Elogio de la locura. La locura era hija de la Juventud y de Pluto, el padre de los dioses y de los hombres. Fue criada por sus nanas Embriaguez e Ignorancia hasta que fue mayor, y finalmente desarrolló su peculiar personalidad, donde por un lado se hallaba aquella pasión desenfrenada que avivaba la guerra y la ambición, mientras que por el otro se evidenciaba una parte dulce rodeada de los placeres del mundo. Es curioso ver cómo, desde hace tanto tiempo, la locura se veía con dos perspectivas opuestas pero complementarias, y es que ahora se considera que todo el mundo posee algo de loco dentro de sí mismo. La concepción de la normalidad ha sido tantas veces revisada en el tiempo que ahora es prácticamente imposible definirla, hasta el punto de que el hecho de

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siquiera intentarlo podría acabar en la comisión de una falacia. Y es que, a fin de cuentas, la locura ya no se considera tan mala; en ocasiones es usada para justificar aquellos actos irracionales e impulsivos como el amor. Y eso es algo que hasta Erasmo afirmaba, pues decía que el matrimonio solo podía ser logrado por medio de la influencia de Locura. Pensándolo bien, al parecer ésta queda impregnada en la pareja, para luego ser descargada en el alma del producto de esa unión: los hijos. Porque es justo en la más tierna infancia donde la locura es más fácil de vislumbrar. La imaginación de un niño está tan llena de ensoñaciones extrañas que, para él, todo es completamente posible. Es aquí cuando más aceptamos las acciones llenas de locura, porque si en la adultez se siguiera viendo el mundo como se observa a la dulce edad de tres años, cuando huimos de dragones y de duendes, lo más probable es que se catalogue a esa

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M I R A D A S / ¿ Q U É L E O C U R R I Ó A L A L O C U R A?

“la locura se veía con dos perspectivas opuestas pero complementarias, y es que ahora se considera que todo el mundo posee algo de loco ”.

que se regala sus propias flores porque la hacen feliz; le decimos loco a un artista cuya performance es pasar cinco minutos en silencio viendo a los ojos a desconocidos; les decimos locos a los asesinos seriales, a los violadores de niños, pero también a los pintores modernos, a los millonarios, a los pobres, a los filósofos, a los actores, a los músicos.

persona como alguien que “perdió la cabeza” o “¡Se enloqueció!”. Pero eso no quiere decir que la locura simplemente desaparezca luego de la pubertad, sino que lo que ocurre en realidad es que se transforma, y se deja ver en actos sutiles durante la adolescencia y la adultez. En ocasiones se muestra con su peor lado, envenenando la mente de hombres para que florezca su sed de poder y de avaricia hacia el dinero, dando como resultado el comienzo de guerras, muertes y destrucción. Mientras que, en otras, los más afortunados reciben el lado más positivo de la Locura, donde su acto más atrevido es el de robar un beso. Finalmente, en la vejez la Locura da su última aparición aligerando los dolores e incomodidades, recordando ensoñaciones de la infancia para guiarnos dulcemente a nuestro dulce término, la muerte.

Ahora, prácticamente, el que no quiera estar loco… Está loco.

“Locura” es un término cuyo significado cambia de persona a persona. Unos la ven como la razón de que haya personas encerradas en psiquiátricos; otros como la excusa de esas acciones que no entienden los demás y que son consideradas como “raras”. Otras personas, específicamente adolescentes, dicen que están “loquitas” porque “estoy triste y luego estoy feliz y luego me enojo”. Le decimos que está loco a la persona que se fue de mochilero sin nada de dinero; le decimos loco al tipo que se hace en el borde de un edificio con tal de tomar una gran foto para una red social; le decimos loco a un hombre que sugiere hacer un muro para separar naciones; le decimos locas a las personas que apoyan a quien está decidido a violar sus derechos; le decimos loca a una chica que se arriesgó y se arrodilló a pedir matrimonio al amor de su vida; le decimos loca a la mujer

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“La demencia en el individuo es algo raro; en los grupos, en los partidos, en los pueblos, en las épocas, es la regla”. - Friedrich Nietzsche

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Efecto Transilvania: la luna yla conducta anormal Benjamín Sarta Morán

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La maquinación psicológica contra la locura Julián Felipe Aranguren Corredor

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E F E C T O T R A N S I LV A N I A :

la luna la conducta anormal “No estoy loco –grité con vehemencia–. El sol y la luna, que han presenciado mis operaciones, pueden atestiguar lo que digo” (Shelley, 2015, p. 207).

Benjamín Sarta Morán


A N A Q U E L / E F E C T O T R A N S I LV A N I A : L A L U N A Y L A C O N D U C TA A N O R M A L

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a disputa entre las creencias populares y la ciencia es constante. El conocimiento que provee la ciencia está basado en evidencias, mientras que la naturaleza del conocimiento propio de las creencias populares es distinta; en muchos casos proviene del sentido común o incluso posee componentes supersticiosos. A pesar de las diferencias irreconciliables entre estos dos tipos de conocimiento, gran parte de nuestra cultura occidental está permeada por ambos. Este es el caso de la influencia de la luna en la conducta anormal.

La creencia popular de que las fases de la luna pueden afectar la conducta humana y exacerbar ciertas condiciones psicológicas o fisiológicas se conoce como el Efecto Transilvania (Owen y McGowan, 2006). Este hecho tiene raíces muy antiguas y se remonta al antiguo Egipto y Babilonia, donde se creía que existía una relación entre los sistemas astronómicos y los sistemas biológicos; así pues, se asociaban distintas enfermedades a fenómenos astronómicos. Asimismo, el decumbitur, un horóscopo de la astrología clásica que se usaba para determinar el momento en el que un paciente debía ir a la cama por primera vez, era usado por Hipócrates para encontrar el tratamiento correcto para eliminar las fuerzas malévolas provocadas por las estrellas. Incluso hasta el siglo XVI los médicos realizaban exámenes astrológicos (Wolbank et al., 2003). Además, en la Biblia y en la literatura autores como Byron, Dickens y Shelley hacen referencia a la luna y la locura (para una revisión histórica véase Oliven, 1943). De hecho, la palabra lunático, del latín lunaticus, proviene del latín luna. La conc<epción de que la luna puede afectar la mente se mantiene en la actualidad. Un gran número de estudios confirman la aceptación del Efecto Transilvania; incluso, en profesionales de la salud mental la creencia es más prevalente (Danzl, 1987; Avella, 2010). ParadeterminarlaveracidaddelEfectoTransilvania se han medido múltiples factores para establecer la relación entre las fases lunares y la conducta anormal. Se ha reportado que pacientes con esquizofrenia tienden a deteriorarse en noches

“...no estoy loco...” de luna llena; sin embargo, los datos obtenidos no son significativos (Owen y McGowan, 2006). También se ha estudiado la tasa de suicidios en relación con las fases sinódicas de la luna. Martin et al. (1992) examinaron veinte estudios que buscaban determinar esta relación y encontraron que la mayoría de ellos no pudieron determinar una relación entre estas variables, mientras que aquellos que sí encontraron relación entre la luna y la tasa de suicidios tenían conflictos, no habían sido replicados o tenían influencia de variables extrañas. Además, se ha sugerido que existe una relación entre la conducta agresiva y la luna llena, así como se ha encontrado un ligero aumento en el índice de homicidios y la agresión al comienzo y al final de esta fase (Reza et al., 2011), aunque múltiples estudios han encontrado que esto se observa en casi todas las fases de la luna y la evidencia no es significativa (Climent y Plutchick, 1977). La mayoría de estos estudios se han realizado midiendo la relación entre el ingreso a hospitales psiquiátricos y las fases lunares, teniendo en cuenta los respectivos síntomas de los pacientes. Para Raison et al. (1999), existen tres alternativas con respecto al Efecto Transilvania. Las dos primeras posibilidades son simples. La primera es que las creencias populares son ciertas, pero los estudios no capturan variables relevantes, mientras que la segunda opción es que la creencia es falsa, y esto se observa en la falta de congruencia entre los datos. La tercera alternativa, un poco más compleja, afirma que la creencia de que la luna afecta la mente humana representa un fósil cultural, es decir, la memoria de un efecto que no se evidencia en la actualidad, pero que estuvo presente. La luna llena ilumina doce veces más que cualquier otra fase del ciclo lunar. Antes de que existiera la luz eléctrica, es posible que este aumento de luz llevara a la participación de los individuos en distintas actividades, desde la caza hasta la integración en prácticas sociales. Este posible aumento en

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la actividad nocturna pudo llevar a la privación del sueño. Además, la evidencia sugiere que la privación del sueño puede inducir estados de manía, hipomanía o incluso exacerbar un estado afectivo bipolar preexistente. Aunque, contrariamente a esta idea, se ha reportado que los mayores niveles de agitación en pacientes psiquiátricos se presentan en fases distintas a la luna llena y, en general, en el sexo masculino. Existe la posibilidad de que la hipótesis de Raison et al. (1999) sea cierta, y un estudio reciente muestra evidencia sólida de que las fases de la luna pueden afectar el sueño (Cajochen, 2013). Sin embargo, es necesario replicar este estudio y evaluar posibles alternativas que expliquen los datos obtenidos. Una de las opciones por evaluar es que el Efecto Transilvania sirva como una profecía autocumplida, donde los investigadores que han encontrado evidencia a favor hayan realizado sus estudios buscando evidencia (de forma inconsciente) para confirmar sus creencias de que la luna puede influenciar la conducta, dejándose así llevar por las creencias populares. El Efecto Transilvania es ampliamente aceptado en la cultura popular e incluso en algunos ambientes académicos. La evidencia empírica es incongruente, ya sea porque la creencia es falsa, porque los estudios no capturan las variables que deberían estudiar, porque el Efecto Transilvania es un fósil cultural o incluso porque es una profecía autocumplida. Lo único que se conoce con exactitud es que se debe seguir estudiando este fenómeno. Una de las posibles vías de investigación es la relación entre el sueño, la luna y la conducta anormal, pues la evidencia reciente sugiere un posible vínculo entre estas variables. Sin embargo, se debe ser cauteloso para evitar caer en una profecía autocumplida, y así determinar si el efecto de la luna en la conducta humana es producto de la superstición o, por el contrario, una realidad.

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Referencias •

Avella, C. (2010). Evidencia sistemática vs. creencias o conocimiento popular: el caso de la Luna y la patología psiquiátrica. Revista colombiana de psiquiatría, 39(2). 415423.

Cajochen, C., Altanay-Ekici, S., Mirjam, I., Frey, S., Knoblauch, V. & Wirz-Justice A. (2013). Evidence that the Lunar Cycle Influences Human Sleep. Current Biology, 23. 1485–1488.

Climent, C. & Plutchick, R. (1977). Lunar Madness: An Empirical Study. Comprehensive Psychiatry, 18(4). 369-374.

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Martin, I., Kelly, W. & Saklofske, H. (1992). Suicide and lunar cycles: a critical review over 28 years. Psychological reports, 71. 787-795.

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Shelley, M. (2015). Frankenstein o El Prometeo Moderno. España: Ediciones Fénix.

Wolbank , S. Prause, G., Smolle-Juettner, F., Smolle, J., Heidinger, D., Quehenberger, F. & Spernbauer, P. (2003). The influence of lunar phenomena on the incidence of emergency cases. Resuscitation, 58. 97-102.


La maquinaciรณn psicolรณgica contra la locura Juliรกn Felipe Aranguren Corredor


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l desarrollo histórico y el despliegue de los discursos psiquiátrico-psicológicos1 han llevado al asiduo posicionamiento de sistemas conceptuales en torno a la “locura” y la “salud mental” en la cultura y la sociedad occidental contemporánea. Esto ha implicado la proliferación de saberes y categorías en las que subyacen diversas imágenes y representaciones sobre el ser humano y su comportamiento dentro del orden socio-político dominante.

Durante las últimas décadas, los científicos médicos y psicólogos han inventado2 y legitimado3 un lenguaje que desborda en racionalidad “lógico-científica” sobre la “normalidad” y “anormalidad”, la “funcionalidad social”, lo “útil”, lo “productivo”, lo “sano” e “insano”. Bajo estas categorías el “loco”, entendido bajo esta perspectiva como objeto-sujeto de intervención y experimentación, fue postergado, excluido e, incluso, incomprendido. Sus hábitos, conductas y expresiones han sido homogeneizadas, perseguidas, contenidas y vigiladas por estrategias de disciplina que controlan sus cuerpos y subjetividades. A menudo, los especialistas en dichas disciplinas justifican los efectos de estas prácticas como necesarias para el orden general bajo la premisa de la “adaptación”, la “rehabilitación” y la “funcionalidad”. También se evidencia una sobrevaloración sobre el concepto de “utilidad”, ya que, llevado a su máxima expresión, es una fuerza exuberante que instaura y posibilita la condición de emergencia de dichos conocimientos, pues en el caso de la psicología y sus prácticas, la intervención funciona y opera bajo intereses determinados. Por ejemplo, la validez de sus nociones y planteamientos no dependen de criterios ontológicos y epistemológicos. Más bien, el mundo empresarial, el mercado mundial y las burocracias académicas, sometidas al devenir económico, determinan qué es “lo verdadero”, qué se puede investigar y qué tipo de conceptos se deben utilizar dentro de la sociedad. Otro aspecto por resaltar sobre las prácticas

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científicas actuales en psicología tiene que ver con la proliferación y difusión de información, datos, estadísticas, cifras y estudios acerca del comportamiento. Esto no quiere decir que estos estudios no sean importantes o significativos para el desarrollo de la ciencia y los saberes. Sin embargo, el incremento y la aceleración masiva de explicaciones y descripciones de corte cuantitativo conlleva a un desconocimiento sobre el impacto ético y político de dichos saberes. Igualmente, este bombardeo de información sobrelleva el ocultamiento de los intereses particulares de las prácticas investigativas4. Camufla la ignorancia o ingenuidad de nuestros investigadores sobre lo que desean de sus estudios y de sus resultados, en contraste con las aplicaciones y despliegue de discursos y acciones. En efecto, a la “ciencia” psicológica actual le hace falta una mayor profundidad en reflexión filosófica y crítica política, que permitan demarcar los efectos de poder de sus operaciones sobre los sujetos y la sociedad en general. Aunque se han establecido críticas y manifestaciones conceptuales de desencanto sobre la concepción tradicional de la “locura” y sobre las disciplinas que abordan la temática5, ha sido insuficiente la producción y manifestación conceptual de nuevos caminos y perspectivas sobre un análisis político de la misma. Esto se debe a que los cánones y los discursos hegemónicos despliegan voluntades de dominio que descartan u opacan otras alternativas de estudios sobre los fenómenos, disuadiendo la emergencia de transformaciones y perspectivas más flexibles en dichos campos. En consecuencia: ¿En qué medida las prácticas de intervención sobre los sujetos son estrategias y mecanismos de maquinación política para establecer un orden determinado? ¿Qué tipo de efectos políticos implican las prácticas psicológicas contemporáneas? ¿Qué efectos tienen estas estrategias sobre las subjetividades y los comportamientos? ¿Podríamos afirmar que adaptar a un hombre a unas condiciones sociales injustas implica la imposibilidad


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de reconocer que las fuerzas constituyentes y los mecanismos de manipulación entorpecen la crítica y potencializan la ideología? Teniendo en cuenta lo anterior, y apartándonos de las perspectivas “científicas” tradicionales, este texto pretende desarrollar los siguientes planteamientos: las estrategias de intervención psicológica son maquinaciones de poder ejercidas sobre los cuerpos y las subjetividades por los sistemas políticos para establecer un orden específico. Por otro lado, la locura, entendida como expresión política y subversiva, es conspiración contra ese orden establecido. En principio, afirmar que la paranoia es una condición necesaria para la acción política, más que un delirio exagerado e irracional de persecución, implica la desestructuración y la deslegitimación de las categorías médicas y psicológicas que operan sobre nosotros. Sentir y exteriorizar paranoia en este caso quiere decir revelar la desconfianza por lo que ocurre en nuestro mundo circundante y sospechar de la realidad actual, porque probablemente otros han intervenido en crearla y mantenerla; ser conscientes o darnos cuenta de que existen fuerzas ocultas (Piglia, 2014), es decir, abstractas, que operan en nuestras relaciones cotidianas y en la sociedad en general; en suma, significa explicitar la conspiración del poder contra los sujetos. En palabras de Ricardo Piglia6: “La paranoia, antes de volverse clínica, es una salida a la crisis del sentido” (Piglia, 2014, p. 99). Estas afirmaciones parecieran ligeras y simples. No obstante, la organización de los individuos dentro del mundo tiene una profunda relación con las estrategias de disciplina que se entretejen e involucran en el campo psicológico. Probablemente, los psicólogos clínicos y los psiquiatras ejecutan su labor pensando en su función pragmática y en su relevancia social. Pueden tener las “mejores” intenciones en sus disciplinas. Pero el hecho de desconocer, en muchas circunstancias, sus efectos de poder conlleva a que se puedan manipular sus acciones y sus postulados desde otras instancias enmascaradas.

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De esta manera, descifrar y rastrear las fuerzas constituyentes del presente es el trabajo de la crítica (Foucault, 2007). El sujeto paranoico concibe y distingue el propósito de desprenderse de los sistemas sociales destructivos que han impedido su despliegue. Esto quiere decir: descubre o desenmascara, a través de un pensamiento de desengaño, la existencia de una conspiración contra él y los demás. La política y el gobierno diseñan dispositivos para que los individuos interioricen y hagan suyas diversas formas de ser y de actuar. En consecuencia, los sujetos incorporan en su existencia patrones de comportamiento, pensamientos, rasgos y características que provienen de lo externo abstracto. No son necesarias la represión y la opresión violenta; actualmente existen estrategias pedagógicas, psicológicas y publicitarias que logran este cometido. Los seres humanos se sienten identificados con valores, creencias o formas de pensar ajenas. En principio provienen de lo externo; sin embargo, estos fragmentos de lo externo implican la identificación y la afirmación del sujeto en el mundo. Por tal motivo, y en concordancia con lo anterior, la “actividad científica” ha servido como dispositivo disciplinario para el dominio individual y poblacional (Foucault, 2007).Hace parte de la inteligencia de Estado (Piglia, 2014) para administrar las experiencias en la cotidianidad. No cabe duda que hoy en día la producción de conocimientos en diversas áreas es una actividad rentable y empresarial. En efecto, dependiendo de la estructura económico-política que impere, se distribuyen e implementan los conocimientos científicos en la sociedad. Las organizaciones de poder determinan el curso de los saberes. De ahí que la psicología y la psiquiatría contemporáneas sean mecanismos de control y disciplinas que enmascaran la “verdadera” condición paranoica de los individuos sobre el mundo y las realidades sociales. El Estado y los saberes producidos en las disciplinas sirven para inspeccionar, vigilar y movilizar a las masas7. Permiten la incursión

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de los individuos en los diversos sistemas de organización social. Asimismo, la educación que se imparte actualmente, con sus “valores” competitivos y administrativos, disimula y oculta la emergencia de la crítica. El sujeto educado en la cultura empresarial no se da cuenta de que algo actúa sobre él. Su proceso de aprendizaje, por lo tanto, entorpece la posibilidad de que él piense y perciba que es necesario desembarazarnos de las fuerzas constituyentes y, en ese sentido, inventar otra realidad. En efecto, se hace necesario retornar a los pensadores que intentaron des-ocultar las fuerzas que afectan negativamente la vida. Marx, Nietzsche y Freud son los grandes conspiradores contra el orden establecido. Los tres sospechan sobre la existencia de mecanismos abstractos que operan en la existencia. Por el lado de Marx, él duda absolutamente del sistema de mercado, visibilizando el empobrecimiento vital que en los seres humanos ocasiona el trabajo capitalista. Por ejemplo, en sus primeras obras8 muestra que la despersonalización y el extrañamiento del sujeto en el mundo provienen de las condiciones injustas que se dan en el mundo laboral, la competencia y el sistema monetario. Los seres humanos se sienten extraños de sí mismos porque producen mer-


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vinculada a todos los sistemas conceptuales que niegan la vida, por ejemplo: el socratismo, el platonismo, el cristianismo y el positivismo. Su recelo contra la moral y las categorías que se le imponen a la vida permite desconfiar de todos los sistemas de pensamiento que nos alejan del devenir. Nietzsche, en ese sentido, es el nihilista de los nihilismos.

cancías, productos y dinero que les son externos y ajenos a sus necesidades. También, dentro de la actividad laboral y en la naturaleza, el hombre es un completo extraño. Siente que no hace parte de estas instancias, porque ha creado una sociedad que lo aleja completamente de la creatividad y de “su naturaleza”. Marx (2013) define todo esto como enajenación: el estado psicológico que presenta el hombre cuando se siente desrealizado y despersonalizado en la vida. Como consecuencia, el hombre sacrifica su vida para producir, tener mercancías e intentar sobrevivir.

El Freud crítico-social de El porvenir de una ilusión y El malestar en la cultura9 induce y arrastra a sospechar sobre la moral religiosa, la realidad y la sociedad. El malestar se produce cuando las fuerzas pulsionales entran en lucha contra la sociedad y las normas impuestas por la cultura. La sociedad civil solo puede ser posible cuando se sacrifican la pretensión de libertad y los instintos. La cultura está enferma y vuelve “loco” al que no lo está, porque no permite que se manifiesten los espacios necesarios para sublimar nuestras tensiones. También, porque regulariza el comportamiento humano, imponiendo una moral que atenta contra los instintos y las pulsiones. De esta ḗ en forma, el hombre sufre, es una psyche conflicto, ambivalente y contradictoria, no encuentra la posibilidad para equilibrar su libido y descargar sus emociones. Por todo lo anterior, la locura, entendida como conspiración política, traiciona y contradice a las fuerzas que nos afectan negativamente,

Por otro lado, Nietzsche mostrará el aspecto ficcional y metafísico del pensamiento occidental. Revelará la arbitrariedad, caducidad y esterilidad (Nietzsche, 1996) del conocimiento humano frente a la naturaleza, pues éste es sencillamente humano y no verdadero. Sin embargo, nuestras ficciones involucran implicaciones sobre la vida e implican voluntades de dominio sobre ésta. De ahí que las perspectivas humanas afirmen o nieguen la vida. La crítica de Nietzsche estará

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porque el delirio, la fantasía, la alucinación, el lenguaje incomprensible (Cooper, 1979) y la paranoia son el deseo inconsciente o consciente de otras realidades, de otras formas de subjetividad comprometidas con la transformación y de la posibilidad de pensarnos de diversas maneras. El loco conspira contra el mundo de los “cuerdos” porque despliega nuevas representaciones e imágenes de expresión y de manifestación existencial. El lenguaje que construye en su conspiración política crea nuevos códigos incomprensibles para la razón “lógica”, pero subversivos en términos de fuerza creativa; aparecen ahí nuevos consensos de inconformidad y de desconfianza. Por eso, su recelo por la imagen del hombre “útil-productivo”, homogéneo o semejante, lo lleva a movilizar pensamientos y deseos de desconexión político-social. Son sus propios delirios y comportamientos irracionales la fuerza de liberación contra las perspectivas dominantes. Como la ciencia, el arte, la filosofía o la literatura, la locura conspirativa y político-subversiva es una invención en el lenguaje. Atribuye un orden ficcional al mundo y a las realidades cotidianas. Implica, claro está, representaciones y metáforas sobre la vida y la existencia humana, pues se constituyen nuevas imágenes sobre la subjetividad. Ofrece la oportunidad de oponerse y desobedecer intelectualmente ante las imposiciones de la formalidad y la convencionalidad. Involucra el olvido de sí mismo y del absurdo mundo cotidiano. Por lo tanto, permite devenir y derivar en múltiples formas de ser. ¿Por qué esta locura conspira y maquina políticamente? Su provocación es la improductividad y la inutilidad como fuerza que destotaliza el mundo social en general. Su política es decidida y potente: desregularizar las normas y la moral que niegan la vida. Por ejemplo, se contrapone al orden económico-político global, ya que produce subjetividades desencantadas al desplegar visiones de mundo que solo

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ven significativos la producción y el consumo de bienes y servicios. De ahí que, frente al falso imperativo de la competitividad, los postulados del mercado y las empresas, subyace contrariamente la imagen de un hombre inútil para la rentabilidad económica, pero creativo y productivo en pensamientos críticos y en símbolos que desestructuran la lógica tradicional. Finalmente, la imagen de este hombre loco plantea constantemente la necesidad de devenir en maquinación. Debe siempre manifestar un impulso alucinatorio y delirante, una voluntad de romper y tomar distancia con las tradiciones hegemónicas y canónicas. En suma, y recordando a Nietzsche: negar y desobedecer a todas aquellas tradiciones establecidas que generan miradas descendentes y tristes. En ese sentido, toda política de conspiración es la creación de otros valores y de otras perspectivas que contienen en sí mismas un compromiso crítico, ético y político.


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Notas pie de página Sobre un análisis filosófico, político, social y cultural de la psiquiatría y la psicología clínica se puede revisar: Dörner, K. (1974): Ciudadanos y locos: Historia social de la psiquiatría. Traducción de Fernando Riaza. Madrid, España: Editorial Taurus. También: Huertas, R. (2011): En torno a la construcción social de la locura. Ian Hacking y la historia cultural de la psiquiatría. En: Revista Asociación Española de Neuropsiquiatría, 2011; 31 (111), pp. 437-456. Centro de Ciencias Humanas y Sociales CSIC. Los planteamientos de M. Foucault en diversos textos nos acercan a un análisis arqueológico y genealógico sobre la constitución y desarrollo de los saberes, sus prácticas y efectos en los sujetos. De esta manera, en Occidente se explicitan diversos discursos que involucran representaciones en torno de los locos y marginados. Al respecto: Foucault, M. (2002): Historia de la locura en la época clásica. Tomo I & II. Traducción de Juan José Utrilla. México D.F.: Editorial Fondo de Cultura Económica. Muchos años después de la publicación de la Historia de la locura, Foucault complementará algunos aspectos sobre esta obra y construirá un análisis más complejo sobre las estrategias de poder y sus efectos en las subjetividades. Las clases del Collège de France El poder psiquiátrico y Los anormales, llevadas a cabo entre los años 1973-1974 y 1974-1975, son ejemplos de estos análisis. Cfr. Foucault, M. (2008): El poder psiquiátrico. Traducción de Horacio Pons. Buenos Aires, Argentina: Editorial Fondo de Cultura Económica; Foucault, M. (2001): Los anormales. Traducción de Horacio Pons. México D.F.: Editorial Fondo de Cultura Económica. 2 Consideramos este aspecto fundamental en el análisis contemporáneo sobre los saberes y conocimientos. Toda legitimación y validez científica depende del contexto y de los consensos que se establecen en los lenguajes y perspectivas. También depende del modelo económico y de las estructuras de poder que dominan la cotidianidad. Esto significa que la psicología y la psiquiatría instituyen reglas específicas en sus enunciados, que determinan, en la mayoría de los casos, lo que se puede decir y pensar dentro de la disciplina. Además de lo anterior, cabe resaltar que lo que sabemos del hombre y las cosas se ha manifestado desde nuestras propias experiencias vitales. No más allá de nuestras interpretaciones y saberes, las palabras que ponemos en los objetos son arbitrarias, pues nunca remitirán a la verdad o a la realidad en estado puro. Ver: Nietzsche, F. (1996): Sobre verdad y mentira en sentido extramoral. Traducción de Luis M. L. Valdés & Teresa Orduña. Madrid, España: Editorial Tecnos. 3 Desde una perspectiva crítica y un análisis político, estas categorías se consideran inadecuadas y en ocasiones absurdas, en la medida que implican la homogenización de los hombres y de sus experiencias a partir de criterios de validez constituidos políticamente e instaurados por estructuras de poder. Por ejemplo, en el DSM V y CIE-10 se instauran taxonomías y rótulos para unificar e intervenir las experiencias y manifestaciones vitales diversas que son molestas en ciertas circunstancias sociales. También se ha dado el caso de inventar “trastornos” o “enfermedades”, que posteriormente son re-evaluadas y eliminadas por su arbitrariedad. Cfr. Szasz, T. (1994): El mito de la enfermedad mental. Traducción de Flora Setaro. Buenos Aires, Argentina: Amorrortu Editores. 4 Para profundizar sobre este aspecto, revisar: Graeber, D. (2014). Científicos burócratas. En: El Malpensante. Abril de 2014, N° 151. http:// www.elmalpensante.com/articulo/3081/cientificos_burocratas 5 Por ejemplo, los trabajos de David Cooper & Franco Basaglia, en los años 60 y 70 en Europa. Cfr. Cooper, D. (1979): El lenguaje de la locura. Traducción de Alicia Ramón García. Barcelona, España: Editorial Ariel. También Basaglia, F. (1985): La institucionalización psiquiátrica de la violencia & ¿Psiquiatría o ideología de la locura? En: Razón, locura y sociedad. Editada y dirigida por Armando Suárez. México D. F.: Siglo XXI Editores. Para un mayor entendimiento de la utopía y desinstitucionalización de la psiquiatría en Italia llevada a cabo por Basaglia, remitirse a las películas Había una vez una ciudad de los locos, parte I y II (2009), dirigida por Claudia Mori. La novela One flew over the cuckoo´s nest, del autor Ken Kesey, muestra la realidad y la experiencia represiva de los hospitales psiquiátricos norteamericanos. Esta obra fue llevada al cine en 1975, protagonizada por Jack Nicholson y dirigida por Milos Forman. 6 Las ideas que se exponen en este texto se fundamentan y están influenciadas por un escrito de Ricardo Piglia: “Teoría del complot” 1

Cfr. Piglia, R. (2014). Antología personal. Buenos Aires, Argentina: Editorial Fondo de Cultura Económica. 7 Sobre este planteamiento, nuevamente revisar las clases de M. Foucault sobre la biopolítica, dictadas en el Collège de France entre los años 1978-1979. Cfr. Foucault, M. (2007). Nacimiento de la biopolítica. Traducción de Horacio Pons. Buenos Aires, Argentina: Editorial Fondo de Cultura Económica. 8 Cfr. Marx, K. (2013). Manuscritos de economía y filosofía. Traducción e introducción de Francisco Rubio Llorente. Madrid, España: Alianza Editorial. 9 Cfr. Freud, S. (1993): El porvenir de una ilusión & El malestar en la cultura. En: Obras completas. Volumen XVII: Ensayos CLIII-CLXV. Traducción de Luis López Ballesteros y de Torres. Buenos Aires, Argentina: Ediciones Orbis.

Referencias: •

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Szasz, T. (1994): El mito de la enfermedad mental. Traducción de Flora Setaro. Buenos Aires, Argentina: Amorrortu Editores.

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“La locura acierta a veces cuando el juicio y la cordura no dan fruto.” - William Shakespeare.

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Fingir la locura Édinson González Medina

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RELEER / FINGIR LA LOCURA

Fingir

locura L

a locura reta a la estable razón en su aparente tránsito equilibrado. Así pues, las rupturas de las conductas normativas encuentran asiento en la palabra: “locura”. Curiosamente, en tiempos pretéritos, el padecimiento de la locura correspondía a un castigo por los pecados; una demonización terrenal del individuo.

La obra que presenta en esta ocasión la sección de Releer se enmarca en los matices poéticos de la tragedia. La ambición, el poder, el amor y la locura son los elementos que William Shakespeare articula para entretejer una cruel y justificada venganza. Nos referimos a Hamlet, fantástica obra de teatro que, con las acostumbradas sentencias universales del autor inglés, construye un escenario de sublimación para el crimen y la muerte. Hamlet finge locura para desenmascarar al asesino de su padre; de este modo, la locura se establece como el conducto propicio para esclarecer un fatídico crimen en el antiguo reino de Dinamarca. Con esta obra de Shakespeare, asistimos a contemplar una locura que, bajo su velo irracional, esconde inmortales verdades. Édinson González Medina

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Hamlet (WILLIAM SHAKESPEARE)


RELEER / FINGIR LA LOCURA

ESCENA VII

“Ser o no ser. Esa es la cuestión”.

Salen GERTRUDIS, CLAUDIO, POLONIO y OFELIA. Polonio.– …y me ha rogado que pida a vuestras majestades que asistan a la representación de esta noche. Claudio.– Allí estaré y con sumo placer, pues me alegra comprobar que se interesa por algo tan inofensivo como es el teatro. Gertrudis.– Podéis decirle que yo también iré. Claudio.– Y ahora, amada Gertrudis, debes dejarnos solos. He mandado recado a Hamlet para que venga aquí pronto, a hablar conmigo en privado. Pero mi intención es que accidentalmente se encuentre con Ofelia. Su padre y yo nos esconderemos detrás de aquella cortina para ver sin ser vistos. Y así esperamos averiguar, observando su conducta, si la causa de su desconsuelo es el amor que siente por Ofelia o no. Gertrudis.– Te obedezco. Pero antes quiero decirte algo, Ofelia. Sinceramente espero que la causa de las manías de Hamlet sea tu belleza. Y también que sean tus virtudes, Ofelia, las que le devuelvan al camino de la normalidad, para mayor honra de los dos. Ofelia.– Así lo espero yo también, señora. Se va la REINA. Polonio.– Ofelia, paséate por aquí. Pero con elegancia y discreción. El Rey y yo nos ocultaremos allá. Y lee este libro mientras esperas, pues la apariencia de tal actividad mostrará tu temor de Dios. A menudo se ha comprobado que so capa de devoción y obras pías se puede ocultar el mismo diablo. Ya viene por allí. Escondámonos, señor. Sale Hamlet por un lado mientras Ofelia permanece, desapercibida por él, al otro extremo del tablado.

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Hamlet.– Ser o no ser. Esa es la cuestión. ¿Qué es más noble? ¿Permanecer impasible ante los avatares de una fortuna adversa o afrontar los peligros de un turbulento mar y, desafiándolos, terminar con todo de una vez? Morir es… dormir… Nada más. Y durmiendo se acaban la ansiedad y la angustia y los miles de padecimientos de que son herederos nuestros míseros cuerpos. Es una deseable consumación: Morir… dormir… dormir… tal vez soñar. Ah, ahí está la dificultad. Es el miedo a los sueños que podamos tener al abandonar este breve hospedaje lo que nos hace titubear, pues a través de ellos podrían prolongarse indefinidamente las desdichas de esta vida. Si pudiésemos estar absolutamente seguros de que un certero golpe de daga terminaría con todo, ¿quién soportaría los azotes y desdenes del mundo, la injusticia de los opresores, los desprecios del arrogante, el dolor del amor no correspondido, la desidia de la justicia, la insolencia de los ministros, y los palos inmerecidamente recibidos? ¿Quién arrastraría, gimiendo y sudando, las cargas de esta vida, si no fuese por el temor de que haya algo después de la muerte, ese país inexplorado del que nadie ha logrado regresar? Es lo que inmoviliza la voluntad y nos hace concluir que mejor es el mal que padecemos que el mal que está por venir. La duda nos convierte en cobardes y nos desvía de nuestro racional curso de acción. Pero… interrumpamos nuestras filosofías, pues veo allí a la bella Ofelia. Ninfa de las aguas, perdona mis pecados y ruega por mí en tus plegarias. Ofelia.– Señor, ¿cómo estáis? Hace muchos días que no sé de vos. Hamlet.– Muy bien… Te doy las gracias por preguntar. Ofelia.– Aquí os traigo algunos regalos vuestros que hace ya muchos días quería devolveros. Os pido que los aceptéis.


RELEER / FINGIR LA LOCURA

“Eres la reina, la esposa del hermano de tu marido”.

HAMLET desenvaina la espada. Gertrudis.–¡Hamlet! ¿Qué significa esto? Hamlet.– No sé, madre. ¿Qué significa esto?

Hamlet.– ¿Regalos míos? No, yo nunca te regalé nada. Ofelia.– Señor, vos sabéis muy bien que me los disteis. Y con tan dulces palabras que los hizo doblemente valiosos para mí. Pero ahora que su perfume se ha disipado, quiero devolvéroslos. Para las almas nobles los regalos pierden su valor cuando la persona que los ha dado muestra poca gentileza…

ESCENA X Salen POLONIO y GERTRUDIS. Polonio.– Vendrá muy pronto. Su Majestad debe ser firme con él, decirle que no tolerará sus extravagancias, que si sus acciones no han acarreado serias consecuencias es porque vos le habéis protegido. Yo me esconderé aquí. Gertrudis.– Haré lo que me aconsejáis. (Se oye la voz de Hamlet en la distancia diciendo «¿Madre? ¿Madre?») Pero, escondeos, que lo oigo venir. POLONIO se esconde tras una cortina. Sale HAMLET.

Gertrudis.– ¿Te has olvidado de quién soy? Hamlet.– No. Juro por la cruz que no lo he olvidado. Eres la reina, la esposa del hermano de tu marido. Y, aunque desearía que no fuese así, también eres mi madre. Gertrudis.– Me niego a continuar esta conversación. ¡Llamaré a alguien a quien tendrás que escuchar! Hamlet.– Madre, siéntate. No saldrás de aquí hasta que te muestre reflejado en un espejo lo más hondo de tu alma. Gertrudis.– Tú harás… ¿qué? ¡A mí no me vas a asesinar! ¡Socorro, socorro! Polonio.– (detrás de la cortina, que se mueve visiblemente) ¡Socorro, socorro! Hamlet.– ¿Qué oigo? ¿Una rata? ¡Aquí la mato! (Acuchilla la cortina y cae POLONIO sangrando al tablado). Polonio. – ¡Ay, infelice de mí! ¡Muerto soy! Gertrudis.– ¡Hamlet! ¿Qué has hecho?

Hamlet.– ¿Para qué querías verme, madre?

Hamlet.– No sé. ¿Es el Rey?

Gertrudis.– Hamlet, has ofendido gravemente a tu padre.

Gertrudis.– ¡Ah, qué crimen tan espantoso!

Hamlet.– Madre, has ofendido gravemente a mi padre. Gertrudis.– ¡Por favor, Hamlet! Tu respuesta carece de sentido. Hamlet.– ¡Por favor, madre! Tu pregunta tiene demasiado sentido.

Hamlet.–Sí, ¡casi tan espantoso como asesinar a un monarca y casarse con su hermano! Gertrudis.– ¿Asesinar a un monarca? Hamlet.– Sí, madre. Eso es lo que he dicho. (Al cadáver de POLONIO) Y a ti, desdichado, atrevido, entrometido bufón, te digo que me

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RELEER / FINGIR LA LOCURA

equivoqué creyendo que eras alguien de una esfera superior: fue tu mala suerte. (A GERTRUDIS) Y tú, ¡deja de estrujarte las manos, que yo me encargo de estrujarte el corazón! Si no es que el vicio te lo ha endurecido tanto que lo tengas sordo a los sentimientos. Gertrudis.– ¿Qué he hecho para merecer que me hables así, Hamlet? Hamlet.– Lo que has hecho enturbia la hermosura de la virtud, ofende al recato y lo tilda de hipócrita, borra el rubor de la frente del amor honesto y muda las sagradas promesas de la boda en juramentos de tahúres. Lo que has hecho desraíza el alma del contrato matrimonial y convierte el evangelio en un revoltijo de palabras sin sentido. La faz de los cielos se encandece de horror al contemplar la magnitud de lo que has hecho. Gertrudis.– ¡Oh Hamlet, mi Hamlet! Hamlet.– Mira este retrato y ese otro. Simulacros pintados son de dos hermanos. Observa esta frente despejada, estos ojos penetrantes como los del dios de la guerra, ojos para amenazar y para mandar. Presta atención a su postura, como la de Mercurio encumbrado en alguna eminencia. Parece que los dioses se pusieron por primera vez de acuerdo para decir al mundo entero: ¡esto es un hombre! Este era tu marido. Ahora, mira a ese otro, como manzana podrida que inficiona a su hermano sano. ¿Tienes ojos? ¿Cómo puedes haber dejado a este hombre que es un monte por ese otro que es una ciénaga? ¿Qué demonio te engañó? ¡Vergüenza debería darte! Gertrudis.– ¡Oh Hamlet! No digas nada más. Has logrado verdaderamente que me mire en lo más hondo de mi alma y todo lo que veo allí son horribles manchas negras que jamás podré lavar. Hamlet.– No, no podrás lavarlas; pero seguir durmiendo junto al sudor pestilente de ese hombre, sumida en la corrupción, copulando en una pocilga….

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Gertrudis.– ¡No más, Hamlet! Tus palabras se me clavan como vidrios en el corazón. No más… Hamlet.– ¡Un asesino y un canalla! Una sabandija indigna de besar la suela de los zapatos de tu primer marido… ¡Un rey contrahecho! Un ladrón del reino y del trono, que nos ha robado la joya más hermosa de la corona (en referencia a su madre) y se la metido en la faltriquera. Gertrudis.– No más… VOZ (en off).– ¡Hamlet…! Hamlet.– (dirigiéndose al espectro invisible) ¿Qué quieres de mí? ¿Vienes a regañar a tu hijo por su inacción? ¿Vienes a decirme que estoy dejando pasar el tiempo en vano, que mi ira se va templando, que he perdido la ocasión de ejecutar tu terrible mandato? ¡Háblame! Gertrudis.– (que lo observa asustada) ¡Dios mío! Ha perdido la razón. VOZ (en off).– ¡Hamlet…! Recuerda… Recuerda… Recuerda… Gertrudis.– (acercándose a HAMLET que está como en un trance mirando al vacío) ¡Hamlet! ¿Qué haces, mirando al vacío y conversando con el aire? El alma te sale por los ojos y tienes los pelos de punta, como soldados que oyen de repente la alarma. Cálmate hijo mío y apaga el fuego de tu arrebato con el agua de la templanza. ¿Qué ves? Hamlet.– (Apuntando al vacío) ¡A él! ¡A él! Mira su pálida faz y dime si el flujo que emana de su figura no es suficiente para que lo vean hasta las piedras del camino. (al espectro, que se supone mira a la madre todavía con ojos amorosos) ¡Y no la mires con esos ojos compasivos, no sea que me enternezca, e incapaz de llevar a cabo lo que he hacer, acabe derramando lágrimas en lugar de sangre!


RELEER / FINGIR LA LOCURA

Gertrudis.– ¿A quién hablas, Hamlet? Hamlet.– Pero ¿no ves a nadie allí? Gertrudis.– No, a nadie. Y, sin embargo, veo perfectamente todo lo que hay allí. Hamlet.– ¿Y no oíste nada? Gertrudis.– Nada, exceptolo que ambos hablamos. Hamlet.– Pero ¡mira, mira cómo se marcha ahora paso a paso! Es mi padre, con la vestimenta que solía ponerse cuando vivía. Mira, mira cómo desaparece por la puerta. Gertrudis.– Hamlet, esto es algo creado por tu mente. Una alucinación generada por la excitación nerviosa. Hamlet.– Mi pulso late tan acompasado como el tuyo. Lo que he dicho no es locura. Madre, por el amor de Dios, no trates de sosegar el alma pensando que mi sufrimiento lo causa mi locura en lugar de tu culpa. Eso sólo cubriría con costra la úlcera que tienes en el alma. Pero la fétida corrupción seguiría royendo allá dentro y la infección propagándose sin ser vista. ¡Confiésate al cielo! Arrepiéntete de lo pasado y evita lo que está por venir. Y perdóname esta exhortación a la virtud… Gertrudis.–¡Oh Hamlet! Me has partido el corazón por la mitad. Hamlet.– ¡Pues arroja la parte infecta y guarda dentro de ti la mitad pura! Adiós, madre. Y no acudas esta noche a la cama de mi tío. Finge virtud, si no puedes ser virtuosa; pues cuando el fingimiento se convierte en costumbre, la costumbre se hace virtud. Buenas noches, madre. Y cuando seas virtuosa y estés bendita de Dios, pediré tu bendición. Siento gran pesar de haber matado a este pobre hombre (por POLONIO); pero el cielo ha querido castigarme encomendándome este asesinato y castigarlo

a él también haciéndome su verdugo. Sacaré su cadáver de aquí y lo llevaré a otro sitio. Yo respondo de su muerte. Quien bien te quiere, madre, te hará llorar. Esto es sólo el comienzo; lo peor está por venir. Gertrudis.– ¡Hamlet! ¿Qué debo hacer? Hamlet.– Ante todo, no permitir que ese fatuo rey te persuada a acostarte con él, o que te acaricie, o te manosee, o te toque; o que con un par de besos consiga que le descubras la verdad; es decir, que mi locura es simulada, que finjo estar loco por una razón. Gertrudis. – Juro que jamás revelaré al rey lo que me has dicho. Hamlet. –Ya sabes que he de partir a Inglaterra… Gertrudis. –¡Ah, lo había olvidado! ¿Está, pues, decidido? Hamlet. –Tengo que llevar unas cartas. Viajaré con dos antiguos compañeros de colegio, de los que me fío tanto como de dos serpientes venenosas. Sé que obedecen órdenes del rey y que me traicionarán a las primeras de cambio. Pero que lo intenten. Les va a salir el tiro por la culata. (Agarra del brazo a POLONIO y se lo lleva arrastrando). Me llevo a esta piltrafa humana a otro lugar. Verdaderamente este hombre, que en vida era de una palabrería insufrible, es ahora el perfecto consejero: callado, serio y capaz de guardar un secreto. ¡Vamos, señor ministro, acabemos con vos! Buenas noches, madre. Referencias Shakespeare, W. (2007). Hamlet (Ruano de la Haza José María, trad.). http://aix1.uottawa.ca/~jmruano/hamlet.ruano.trad.pdf .

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FOTO

...donde sientes que estรกs acorralado...

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Bienvenido a la locura Sebastiรกn ร lvarez

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Aquel lugar donde entras, pero no puedes salir...

...donde sientes que estรกs acorralado...

...crees que puedes controlarla...

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Pero ahí está...

Encerrada dentro de nosotros

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Queriendo salir‌ R E V I S T A S U M A C U LT U R A L

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LETRAS

“Vamos a plantearnos que estamos todos locos, eso explicaría cómo somos, y resolvería muchos misterios”. - Mark Twain

Cuento

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¿Ansiedad post traumática?

Angélica Granados Díaz

Eloísa

Anuar Bolaños

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Gretel

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Gherson Torres De La Hoz Michelle Barreto Martínez

Ojos que no ven... Javier Enrique Vallejo Chamorro

Poesía

Frank Julio Aguilera

Viajes al centro del recuerdo

Santiago Villalba Chacón

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Fumarola

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Melodía, ¿es la letra?

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Anestesia Ángela María Ruiz Gaona

Locura Sussan Paola Díaz Rincón

Yo soy Nancy Spungen Andrea Paola Escobar Altare

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L E T R A S L I B R E S / C U E N T O / ¿ A N S I E D A D P O S T T R A U M ÁT I C A?

¿Ansiedad post traumática? Angélica Granados Díaz

D

esperté a las 4:00 a.m., sudando debido a que de nuevo tuve ese asqueroso sueño en el que peleo con mis padres hasta la muerte. Ellos siempre ganan la batalla y logran asesinarme. Agradezco que en realidad haya sucedido todo lo contrario, puesto que logré librarme de ellos en mi cumpleaños número 19, gracias a mi fiel amiga, una maravillosa Glock 40. Me libré de ir a la cárcel ya que me aproveché de la difícil situación que vivía Augusto, empleado de confianza de mis padres, quien a su avanzada edad debía responder por su esposa que padecía leucemia y síndrome de Lesch-Nyhan; milagrosamente, sus hijos

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L E T R A S L I B R E S / C U E N T O / ¿ A N S I E D A D P O S T T R A U M ÁT I C A?

“Lo manipulé y soborné con una parte del dinero de la herencia para que se declarara culpable del homicidio”. solo sufrían leucemia, debido a que su esposa ya se encontraba en la última fase de las infernales enfermedades; estaba claro que no iba a resistir más de unos cuantos meses. Augusto no podía darse el lujo de pagarle un funeral a su amada esposa y seguirle pagando la colegiatura y el tratamiento a sus hijos, así que lo manipulé y soborné con una parte del dinero de la herencia para que se declarara culpable del homicidio, y con el dinero recibido darle un “santo” fin a su esposa y ofrecerle las bases para un buen futuro a sus hijos. A lo anterior le sumé unas cuantas lágrimas y actuaciones de sorpresa, negación e ira. Eso contribuyó a que todo saliera a mi favor; obviamente, no iba a estancar mi vida por unas estúpidas pero necesarias muertes (digo necesarias porque mis padres amaban asfixiarme y me obligaban a comportarme como una chica buena, algo que, claramente, nunca fui). Quería mi libertad sin importar el precio, ya que no tienen comparación unos besos y unos abrazos dados por mis progenitores con algo tan glorioso como tener voz y voto en mi vida. Después de ese acontecimiento, toda mi vida se llenó de luz debido a que pude manejar todo el dinero, acciones y propiedades a mi antojo. Lo único que me hacía arrepentir de matar a mis padres era tener que ir a sesiones con un maldito y sensual psicólogo que no parecía notar que fingía padecer ansiedad post traumática y extrañar a mis padres. Al transcurrir tres años de ese fraude mejor conocido como terapia, en el que pensé que iba a ser el último día de dicho fraude, el juzgado decidió cambiarme de psicólogo porque creyó que lo había seducido y manipulado para así poder escapar del país y seguir destruyendo lo que mis padres lucharon por construir. El juzgado creyó eso porque mi tratamiento debía

ser más largo. Esperaban respuestas negativas de mi parte y, en contraposición, me comporté muy bien, lo cual les pareció sospechoso. Ahora me doy cuenta que fallé. En ese momento solo pude pensar dos cosas: la primera es “bien hecho, Débora, lo arruinaste”; y la segunda, “¿a qué pendejo me asignarán ahora?” Llegó el tan anhelado día, al fin voy a conocer a mi “fabuloso” psicólogo; y sí que valió la pena, debido a la sorpresa que me llevé con ese tal Marco, porque era muy inteligente y suspicaz. Me atrevo a decir que él sí tenía experiencia en lo que hacía, puesto que casi me atrapa en una mentira y todo por una simple mirada y cambio en mi tono de voz. Ahí supe que debía tener más cuidado con él; de lo contrario, iría directo a la cárcel y ¡eso no lo iba a permitir! Conforme pasaba el tiempo, noté que estaba pisando terreno inestable, porque “Marco, el grandioso” lograba penetrar en mi ser y me impulsaba a sentir confianza en él, lo cual era algo completamente nuevo en mi vida.

***

No sé si Marco ya me atrapó en la mentira porque ha estado actuando de manera muy extraña. Hasta me invitó a cenar con él; a mí, una simple asesina sin atisbo de sentimientos, ¿qué mierda estoy diciendo? ¡Tengo que alejarme de él lo antes posible! De lo contrario, terminaré tras las rejas y el ingenuo al que manipulé en el pasado saldrá libre y podrá disfrutar junto con sus desgraciados hijos el dinero que recibió. Acepté ir a cenar con él debido a que toda su esencia me intrigaba; me encantaba la forma en la que me retaba y su habilidad para confundirme; simplifico las cosas solo a lo siguiente: él me confunde, me hace creer que hay algo bueno en mí, cosa de la que estoy completamente segura no es cierta; por obvias razones no iba a admitir su efecto en mí, así que camuflé todo con la excusa de que

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LETRAS LIBRES / CUENTO

“no me agradaba tener malentendidos con nadie” y él, pese a que no estaba muy convencido pormi respuesta, accedió a encontrarse conmigo esa misma noche; ésa era mi oportunidad para descubrir qué me sucedía cuando estaba cerca de Marco. Asombrosamente, fue una magnífica velada; por primera vez sonreí genuinamente y bebimos, hasta que Marco empezó a comportarse torpemente; ésa era la señal para actuar. Decidí llevarlo a mi casa, ¡gran error!, ya que él se puso reacio conmigo, así que decidí usar la única carta que tenía: mi cuerpo, y tuve el mejor sexo de mi vida; lastimosamente, llegué a creer que podría existir algo más entre nosotros, tanto así que pensé: “nuestros cuerpos han encajado a la perfección; hubo fuego, coqueteo y sincronía, ¿acaso no estamos hechos el uno para el otro?”, y esa ingenua idea surgió porque conocí partes de él que no eran asequibles para los demás; me atreví a decirle lo que estaba pensando y Marco “me explicó” la situación, me dijo que lo máximo que podía llegar a sentir por mí era atracción física; inmediatamente me enfadé con él y lo insulté. Marco decidió marcharse, cosa que no podía permitir, me estresé y corrí hasta la puerta para impedirle el paso, él se rio por la niñada que hice, “¿quién se cree para tener la osadía de burlarse de mí? ¿Acaso no ve cuán importante es para mí?” No me moví ni un centímetro, por lo que Marco se desespera un poco y me dice que no quiere usar la fuerza para salir, pero que lo haría si es necesario; discutimos un poco por la inmadurez con que yo estaba actuando; él, en medio de su desesperación, me empuja hacia un lado para poder escapar de mí, caigo sobre un mueble en el que había puesto uno de mis bolsos con mi posesión más preciada: mi maravillosa Glock 40, trato de ocultarla pero no lo consigo porque Marco, en cuestión de segundos, la tiene en sus manos; comienza a decirme que es una extraña casualidad que el calibre de las balas por las que habían muerto mis padres fuera la misma que la del arma, ahora en su poder, ¿qué?, ¿ahora cómo me libero de ésta? Marco me tiene acorralada, sé que va a

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tratar de delatarme, hasta empieza a decirme que si me declaro culpable mi pena de cárcel disminuirá, que es necesario pagar por lo que había hecho. Al ver sinceridad en sus palabras y creer que no tenía otra elección, puesto que no quiero ir a la cárcel, le arrebato de las manos mi preciada Glock 40, y me atrevo a confesarle el crimen que cometí en el pasado puesto que sabía que iba a ser lo último que él iba a escuchar, después de eso apunto y tiro del gatillo. ¡Mierda, fallé! Forcejeamos y obviamente él gana, me quita el arma y en un momento de distracción trato de arrancársela de las manos, se escucha un disparo, sonrío victoriosa para después notar que soy quien ha recibido el impacto de bala, Marco se lanza al suelo frustrado por no lograr hacerme pagar mis errores, y empiezo a sentir distintas cosas tales como la ausencia de calor por toda la sangre ahora derramada en el suelo. Por primera vez siento miedo, miedo a tener que enfrentar al fin las consecuencias de mis acciones y, por último, una jodida agonía; me atrevo a decir que es la misma que sintieron mis padres en sus últimos segundos de vida. Pasan unos cuantos minutos hasta que siento una carencia total de fuerza vital, cierro mis ojos y me dejo ir.


LETRAS LIBRES / CUENTO

Eloísa Anuar Bolaños

Y

a despierta, pero con los ojos cerrados, Eloísa estiró la mano para alcanzar a Aurelio y encontró el otro lado de la cama vacío. Igual que en las estúpidas películas gringas, maldijo. Se sentó, muy despacio. Puso los pies en el piso y se hundió completa en un charco helado. Se vio caer por un tobogán cada vez más rápido, cada vez más vertical, hasta que se supo cayendo dentro de un tubo gigante que la llevó fuera del planeta. “¡Mierda!”, dijo, y se puso de pie. Sintió que el charco de agua solo subía hasta sus tobillos. Sabía que el rasgo recibido de las mujeres de su familia le anunciaba la llegada del periodo. Una vez al mes, desde sus once años, recibía una descarga de espejismos durante los días que duraba la menstruación. La primera vez había flotado por toda la casa dando tumbos contra las lámparas del encielado hasta que su madre logró atraparla y bajarla a tierra firme con solo tocarla en el hombro. Fue entonces cuando ella la puso al tanto del fenómeno

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que se transmitía a cada nueva generación y solo era aliviado con constantes bocados de chocolate. Las alucinaciones sacaban a flote una mezcla entre los deseos y los miedos más arraigados y reemplazaba ese estremecimiento de las pesadillas que otras personas padecen durante el sueño. Al fin abrió los ojos. “No sé para qué gasté tanta plata en esta bendita alfombra, si siempre va a estar así de fría”, pensó. Se vio reflejada en el espejo de cuerpo entero de la pared de en frente. Odió una vez más esa batola, que la hacía ver como una mujer recién parida. Ah, la abuela y sus regalos navideños. Se la quitó. Vio sus senos grandes y le gustaron. Se sabía alta aunque con unos kilos de más, ex-

“Las alucinaciones sacaban a flote una mezcla entre los deseos y los miedos”.


LETRAS LIBRES / CUENTO / ELOÍSA

actamente allí donde tanto estorban. Sus cejas en picada, rectilíneas, le arrancaron una sonrisa pícara, se olvidó de su frente ancha y su pelo rebelde. Le llegó el olor a café y entonces también se percató de la música. Se metió en una camiseta y se cogió una cola. Sabía que al bajar encontraría a Aurelio bañado, fresco y leyendo algo. La discusión de la noche anterior había estado realmente fea. Pero él se lo merecía. Cómo es posible que esperara hasta el último momento para decirle lo del viaje. Cretino. Cuando bajaba las gradas hacia la cocina, lo vio sentado de espaldas, sin camisa, limpiándose las uñas. De los hombros le salían los muñones de las alas con un plumaje infantil apenas brotando. Eloísa sacudió la cabeza y entonces vio la piel de Aurelio sin sobresaltos, bien bronceada. Aunque seguía enojada, igual se le acercó y lo besó en los labios. “Te levantaste temprano”, le dijo. Él la miró sin emoción. “No podía dormir”, replicó al fin. Silencio. “Ya empaqué”. Silencio. Eloísa se sirvió un café y se acomodó frente a él. Aurelio no la esquivaba. No parecía disgustado por todas las barbaridades que ella le había gritado, se le veía tan aplomado como de costumbre. Pensar que ella se había enredado con ese tipo precisamente por ese temple medieval. Por ejemplo, cuando ella se tomaba una botella entera de vino tinto y empezaba a bailar flamenco encima de la mesa en cualquier bar, él solo esbozaba una sonrisa. O si llegaba al apartamento cargada con bolsas llenas de libros nuevos, él le escuchaba su perorata sobre cada uno con una serenidad blanda, casi tierna. “Aure, ¿todavía quieres que te lleve al aeropuerto?”, le preguntó en tono doméstico. “Claro, Preciosura”. La besó en la frente. Se alistaron sin soltar palabra. El vuelo era a las cuatro de la tarde y ya eran las once de la mañana. Eloísa recordó cuando lo conoció en la tienda de mascotas. Ninguno de los dos estaba allí para

comprar un animal, sino que, deambulando por la Avenida Sexta, en una inoficiosa tarde de viernes, habían ido a parar a ese local sin desearlo. Sencillamente se cautivaron y empezaron lo que ahora parecía estar acabándose. Cuando él le dijo su nombre, ella estuvo a punto de reírse y, como se sintiera descubierta, dijo: “me gustaría decirte Aure, o sea Áureo, o sea Oro, como este goldfish de esta pecera”. Él no se rio y ella se puso roja. Quería que la tierra se la tragara. “Nos vamos ya”, balbuceó para salir de la encrucijada, “¿A dónde?”, -“Pues a tomarnos un café”, finalizó, y se lo llevó del brazo por una correría de restaurantes y bares que terminó en su apartamento a la madrugada. Él había dormido en el sofá aquella primera noche. Ahora, meses más tarde, Eloísa se preguntaba por qué se había portado tan infantil aquella vez, si ella siempre es tan canchera en esos encuentros. Algo tenía este tipo. Su calma chibcha la seducía, veía en él esa clase de héroe citadino antiguo que siempre sabe qué hacer y tiene la frase precisa para cada ocasión, igual que en las películas gringas. Además, Aurelio no se anda por las ramas, va al grano en todo. Eloísa piensa que ella también es así, con la diferencia de que, cuando explota, se le desborda el sarcasmo y el tino de sus palabras se va al carajo. Por lo general, termina diciendo más vainas de la cuenta, y como no sabe pedir perdón, se queda con la culpa atascada, y se la pasa refunfuñando días seguidos hasta que el malestar se alivia solito. Aure la ponía en su sitio con un susurro al oído y un apretón muy firme. Eso la excitaba siempre. Camino al aeropuerto conversaron como un par de recién conocidos. No hablaron de fechas ni de regresos, ni de llamadas ni correos. No hubo una frase mal colocada ni un gesto que se saliera del guion. Ella se sorprendió sin sentir nada. Comieron algo en el restaurante. El café después del almuerzo estaba muy caliente y el vapor que soltaba inundó la sala de espera

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con una neblina que podía cortarse. Eloísa sintió cómo la temperatura de su cuerpo bajaba a toda prisa. La piel se le volvió azul, respiraba mal y la reverberación del silencio le lastimaba los oídos. La nieve se extendía sin límites a su alrededor y era tan blanca que le quemaba los ojos. Ay, los estragos de mi periodo, susurró para sí cuando el anuncio de los altavoces la regresó a la mesa. Vio a Aurelio mirando distraído hacia las pistas de aterrizaje a través de los ventanales, como si ella no estuviera allí. El silencio se prolongó más de lo debido y el grifo de sus ojos se abrió. Esta vez Eloísa no se cubrió el llanto con sus gafas oscuras, dejó que rodara suelto. Al regresar del aeropuerto a la ciudad, Eloísa cayó en cuenta de que era domingo cuando la tarde empezó a ponerse ocre. Maldijo. Y ahora qué. No quería hablar con nadie. Dejó que el carro le marcara hacia dónde ir. Por fin se encontró frente a la puerta de la casa de su mamá. Cuando le abrieron, recibió el impacto del olor a incienso y el murmullo de las voces. No atinó a saber qué ocurría. Se adentró en la sala y halló a sus familiares, todos vestidos de negro, contando las semillas de las camándulas para no perder el hilo de los rezos. El féretro, en el centro de la sala, tenía una cinta morada con el nombre de su mamá. “Hola, hija, de dónde vienes que traes esa cara”, oyó como dentro de un túnel cuando le pusieron una mano en el hombro. Hola, mamá, respondió al volver en sí. No dormí bien. Vengo a que me alivie tu torta de chocolate.


LETRAS LIBRES / CUENTO

Fumarola Frank Julio Aguilera

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LETRAS LIBRES / CUENTO / FUMAROLA

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icen que al doctor Andrés Pardo todo le comenzó a los seis años. Dudo de tal historia, y sin embargo, él mismo me la confirmó faltando dos semanas para su deceso.

Estaban a un día de navidad y el regalo envuelto en papel de forma esférica parecía presagiar el tan anhelado balón de básquetbol. Me dijo que su papá estaba en el primer piso, haciendo la base metálica de un colchón de medida especial y su mamá estaba en la cocina alistando los ingredientes para cocinar buñuelos. No sintió ninguno de los signos evidentes en este tipo de circunstancias y solo confirmó la magnitud del hecho al sentir los brazos de su padre sacándolo del lugar. Recuerda que su mamá corrió desde la cocina con un brazo envuelto en una tela roja que se confundía con el rojo de su propia sangre, que ésta parecía hervir con la combustión del aceite que había caído por accidente luego de intentar manipular dos ollas al mismo tiempo. El doctor Pardo me contaba con esnobismo que lo que más extrañaba de su mamá era la cara de impotencia ante su extremidad inflamable, que luego se convirtió en un cuerpo más inflamable aún. Y él ahí, como testigo pasivo de una escena cinematográfica de terror, observando cómo su progenitora perdía la coordinación lógica entre el cerebro y el cuerpo, estrellándose con las paredes y pidiendo auxilio a gritos desesperados. Dijo que su papá intentó ayudarla con lo primero que encontró, pero fue inútil; la madre parecía estar destinada a servir de muñeco de año viejo antes de tiempo; el futuro doctor corrió a su cuarto y entrecerró la puerta, de tal modo que solo su ojo derecho pudiera observar lo que acontecía entre su madre y el aceite. El padre corrió como pudo en dirección al extintor de la fábrica, pero en medio de la angustia no supo nunca cómo quitar el seguro, hecho del cual se sentiría culpable el resto de su vida; quedaba entonces el último y más lógico remedio, el agua. Pero la madre ardía cada vez con más fuerza, justo ese día le había dado por ponerse el saco de nylon que su hermana le había

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regalado en su cumpleaños y entonces todo su torso comenzaba a desprender un olor parecido al del tocino; el humo del cuerpo de la madre se fundía armónicamente con los dobleces que adquiría su piel al calcinarse y la coloración negruzca de las manos, la cara y el cuello parecían confirmar que poca gente escapa de una muerte por accidentes combustibles. El padre llegó con el agua quizá solo para aquietar su ya intranquila conciencia y lo último que vio de su esposa fue una fumarola de tejido epitelial que había trasmitido, como una epidemia, las pocas llamas que aún le quedaban al tapete de la sala. El doctor Andrés me contó, casi con angustia, cómo su padre descubrió que el día de las pérdidas podría ser más grande y que, luego de su madre, la preocupación siguiente era él, la casa y la fábrica de colchones. Comenzó a gritar desesperado para saber dónde estaba su pequeño hijo y cuando éste corrió presuroso hacia él, le tapó los ojos para que no viera el resultado de una combustión humana por culpa de unos buñuelos de navidad. El doctor se reservó siempre el derecho de contarle a su padre que, en realidad, su ojo había sido testigo presencial de una muerte indeseada. El padre alzó a su hijo, lo apretó contra su pecho y por instinto reflejo se rindió ante la inminencia del incendio, disponiéndose a salir de su pequeño sueño empresarial construido a lo largo de quince esforzados años. Lo último que vio


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el futuro doctor fue la conflagración del papel envuelto en forma esférica alrededor de un regalo que no era su anhelado balón de básquetbol, sino un mapamundi que fue descubriendo al paso de las llamas cuando el verde de los continentes y el azul del océano se convertían en un mixtura surrealista con la tonalidad roja del papel escogido por su padre, junto a unas llamas que hacían de toda la casa una escena apocalíptica; lo último que vio el futuro doctor era un regalo con el que su padre esperaba que su hijo no se quedara tan ignorante como él.

II Cuando el doctor Andrés me recibió en su consultorio por primera vez, el cáncer que terminará por matarme estaba en su fase inicial; le conté cómo había intentado evitar el cigarrillo y, sin embargo, una tentativa muerte cancerígena anunciada por mi médico general dos años antes no bastaba para hacerme consciente de los peligros de la nicotina. Acudí a él agotando los recursos de un tiempo que se acaba a cuentagotas en una carrera por mantenerme vivo; no tengo hijos ni esposa, no tengo amigos ni alguien a quién tomarle la mano en esa patética escena hollywoodense donde todos los futuros muertos son buenos y llenos de cualidades, aunque su vida no haya sido precisamente un tributo a la moral y las buenas costumbres. No tengo a nadie de quién despedirme en mi cercana muerte. Todas las esperanzas de una recuperación se agotaron con su partida, nuestra relación de terapeuta-paciente fue seguramente el mejor método para mantenerme aislado de la angustia permanente de saberme cercano al fin.

“Tranquilo, Gildardo, todos tenemos el derecho de no responder preguntas que nos devuelven en el tiempo”.

En aquella consulta, el doctor indagó por cada uno de mis antecedentes genéticos a propósito del cáncer, indagó por mi relación con el cigarrillo y finalmente por mi vida sexual y sentimental; no entendí en principio qué tipo de relación causal existe entre el sexo y el humo, pero ahora es bastante clara. Siempre he sido un sujeto solitario, plagado de complejos, por ende un infortunado en las artes amatorias. Le respondí con evasivas y luego de un rato terminó por decirme: –Tranquilo, Gildardo, todos tenemos el derecho de no responder preguntas que nos devuelven en el tiempo. Qué mierda, pensé, un antropólogo en manos de un neumólogo, dos estudiosos que intentan analizar la eficiencia del método del otro para acabar con un problema común, los vacíos inconscientes solventados con Mustang, Belmont y Pielroja. Frente a la camilla, ubicados en la pared, estaban los típicos diplomas de un médico con recursos: especialización en neumología de una universidad argentina, diplomados en universidades de Chile y Brasil y, en el último rincón del lado inferior derecho del muro, el diploma de pregrado en medicina de una universidad colombiana. Mientras pensaba en mis pocos títulos, todos de universidades en Colombia, noté un detalle que me permitió analizar la condición del doctor Andrés: cada uno de los diplomas tenía un borde quemado en la parte central inferior, pero en aras de la prudencia solo pregunté por el detalle tres sesiones después. Luego, noté la movilidad de su mano derecha, su poca cantidad de vello con respecto a la izquierda y una letra incomprensible aun para otros médicos. El doctor preguntaba con tanta insistencia por mi pasado, que solo me llevó a pensar que quería hablarme del suyo, así que busqué la manera de hacerlo y finalmente encontré la excusa: un mapamundi desgastado encima de su escritorio me invitó a decir:

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- ¿Dublín? - Irlanda –respondió. - ¿Yakarta? –repliqué. - Indonesia. - ¿Caracas? - Venezuela. - ¿Bogotá? - Colombia, por ahora. - ¿Se las sabe todas? - Casi todas. - ¿El secreto? - Un incendio –contestó escondiendo la mano derecha.

III El descubrimiento tomó por sorpresa a gran parte de la comunidad científica: estaba prácticamente listo el tratamiento contra el cáncer de pulmón. Veinte años de esfuerzo le habían valido al doctor Andrés Pardo el prestigio de un caudillo hipocrático, y aunque recibida con escepticismo por algunos sectores canónicos de la medicina, el doctor hizo lo propio con mi ofrecimiento de rata de laboratorio. Tomé cada uno de los medicamentos formulados por Pardo durante unos tres meses; la mejoría era notoria, la tos constante se volvió esporádica y los síntomas evidentes cercanos a la zona pectoral terminaron por desaparecer de acuerdo con sus pronósticos. El éxito de sus logros científicos estaba absolutamente confirmado, al menos por mí. Sin embargo, a medida que avanzaba en sus investigaciones, el nivel de introspección del especialista aumentaba, como si hubiese encontrado en tal descubrimiento la inyección letal con la que deseaba que su vida terminara. En la quinta sesión noté su necesidad constante de un interlocutor. Pude observar cómo, al paso de las semanas, faltaba un nuevo trozo de diploma debido a la sistemática quema de títulos universitarios; en el mapamundi también había señalados en rojo, como jugando Risk , una serie de países latinoamericanos de los que habíamos charlado en sesiones anteri-

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ores. El tipo quería decir algo y se atragantaba con sus logros médicos. En esa misma sesión me enteré de su trágico accidente infantil y por primera vez me mostró, en todo su esplendor, la piel calcinada que ascendía desde su mano derecha hasta el hombro, por eso firmaba mal, por eso su caligrafía solo concordaba con la de un retrasado mental. Los nervios del antebrazo se habían contraído por efecto de las llamas que invadieron su brazo y me pregunté si alguna vez había intentado salvar a su madre, pues la versión entendida por el resto de sus conocidos era aquella en la cual su padre lo salvaba con un abrazo sacándolo de la casa para que no viera cómo su progenitora se calcinaba junto con su casa y el regalo de navidad. En la séptima sesión los diplomas estaban prácticamente reducidos a cenizas, faltaban aproximadamente las dos terceras partes de cada uno y el mapamundi estaba delimitado en su totalidad con marcador rojo; parecía aquella escena del apocalipsis donde la tierra


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está inundada en sangre. Terminé asistiendo a sus consultas más por conocer su extraña condición mental que por curar definitivamente mi cáncer de pulmón.

IV Dos semanas antes de su deceso, el doctor Pardo me hizo el único ofrecimiento que contradecía su juramento hipocrático. - ¿Un cigarrillo? Acepté, como el niño que para ser raptado

“Acepté, como el niño que para ser raptado solo necesita un dulce”.

/ FUMAROLA

solo necesita un dulce; acepté con la inocencia curiosa de conocer por fin su quema de diplomas; acepté volviendo a ser la rata de laboratorio con un experimento más macabro aún, el de acabar de hundir al paciente en su adicción. Sacó de su escritorio el paquete, lo abrió, prendimos dos cigarrillos. Estuvimos hablando por más de dos horas acerca de temas controversiales de la ciencia y el arte; me contó cómo su adicción al humo luego del accidente de su madre le había convertido, en principio, en pirómano, y luego en fumador empedernido; me contó cómo luego de un segundo accidente, en el cual murió su padre, decidió hacer las paces con el fuego y qué mejor camino que curar enfermos de patologías relacionadas con éste. Cuando estaba lo suficientemente ensimismado en su discurso, aproveché el momento para indagar por los diplomas y el mapamundi. No contestó, parecía haber olvidado mi presencia y su verborragia simulaba el esquema lingüístico de un esquizofrénico. Hablaba de anatomía, geografía e historia en una superposición de imágenes que en principio parecían incoherentes entre sí; señalaba con fechas exactas y ubicados en el globo terráqueo de su escritorio los conflictos más bélicos de la humanidad; su cultura general emulaba los discursos recalcitrantes de los enciclopédicos y el ambiente comenzaba a volverse hostil para mí. Me paré de la camilla sin resolver la duda de los diplomas y comencé a temer por mi seguridad; evidentemente, el conflicto del doctor era, había sido y sería la causa de un descubrimiento mayor, la cura contra el cáncer de pulmón; ése es el destino de los grandes, y yo estaba ahí para hacer el papel de redimido frente a un mesías que estaba a punto de inmolarse en medio de sus conflictos personales. Tomé mis cosas y cuando intenté abrir la puerta del consultorio, buscando la salida a tan sórdida escena, comprobé el peligro inminente de haber indagado por una cuestión puramente simbólica. La puerta estaba con seguro, le pedí que la abriera pero me ignoró, estaba absorto en medio de unas cavilaciones intelectuales inconexas a las cuales atribuía un significado

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relacional con su accidente. Intenté forcejear el cerrojo de manera torpe, intentando contener el nerviosismo de mis manos. Todo intento fue infructuoso. El doctor, luego de observar, como un espectador, mi ópera prima en el teatro del absurdo al querer abrir una puerta que parecía la del castillo del rey Arturo, aplaudió el realismo interpretativo de mi papel y con un gesto de aprobación se limitó a decir: – ¡Lo he logrado con usted! ¿No se da cuenta? ¡La redención está cerca! ¿Acaso soy yo el Padre y usted Jesús? ¿Yo Alá y usted Mahoma? Somos uno, usted la obra maestra de un artista consagrado, un tributo alegórico a los que nunca más morirán por fumar e inhalar el esmog de la ciudad. Las calles se llenarán de madres compartiendo el cigarrillo con sus niños, en una nueva pedagogía del amor y del respeto; el cigarrillo será un elemento de transmisión generacional; ya no tendrán que compartir tiempo volviéndose obesos mientras miran la televisión; ahora padres e hijos saldrán a los parques a jugar con el humo, mientras sus progenitores exhalan el humo; los infantes suplicarán que les enseñen a hacer un barco de humo, o un corazón, o un globo terráqueo. ¡El mundo entero será una fumarola y quizá algún día encuentre de nuevo a mamá! En ese momento solo pude contener mi estupor ante una escena dostoievskiana. No quería ser el gran inquisidor, ni que lo fueran conmigo, pero en medio de la confusión solo atiné a jugar al papel de cómplice en medio de todo el complot médico por hacer del mundo una recreación del incendio de infancia de prestigioso neumólogo para que éste encontrara de nuevo con vida a su madre. - Hijo- le dije- ¡Ven pronto! Mamá no está aquí, está en el cuarto de al lado, aún podemos salvarla. ¡Ayúdame, necesitamos abrir la puerta e ir a buscarla! ¡Apúrate! Y el doctor creyó en mi fingido papel.

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- ¡Papá!- contestó- ¡No la dejes morir! ¡Sálvala!Comenzó a sollozar y me abrazó convencido de estar en los brazos de su papá. Luego siguió hablando para él mismo y vi por primera vez cómo quemaba los últimos fragmentos de sus diplomas; lo hacía con tal paciencia que alcancé a sentir algo de tranquilidad en medio de las circunstancias. Luego pronunció unas palabras en latín que no entendí del todo, me tomó del brazo y con su gran mapamundi golpeó mi cabeza.

V Desperté en una sala adornada al estilo de un perfeccionista; nada fuera de lugar, colgados en las paredes había enormes réplicas de obras de arte, dos de Edvard Munch; eran las dos que mejor ilustraban su condición patológica: El grito y Autorretrato con un cigarrillo. En ese momento, el doctor Andrés me miró con una benevolente piedad de mártir y


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comenzó lo que él mismo denominó la vuelta al mundo en ochenta días. Acomodó un baúl en frente de la silla donde me tenía amarrado, pesaba mucho al parecer, y comenzó a personificar al animador de un circo: – ¡Damas y caballeros, niños y niñas, vivos y muertos, sean todos bienvenidos al acto más noble de la humanidad, encontrar la cura contra el cáncer con base en muestras de los cinco continentes! Y abrió el baúl. Lo que vi a continuación fue la muestra más perversa de la obsesión humana. Tomó la cabeza de un hombre negro, que fácilmente llevaría unos quince días de muerto. La alzó, dirigiéndose hacia mí como si fuera el público, y señalando una marca contundente en la frente de la víctima, que decía “Nigeria”, comenzó: – ¡Porque en la sangre negra está la esencia de la longevidad y la resistencia! Luego sacó una probeta con sangre del afrodescendiente, que tenía etiquetada una extraña fórmula química que no alcancé a descifrar; evidentemente, la sangre del tipo le había ayudado a resolver parte del misterio. Mis nervios se alteraron y comencé a toser nuevamente luego de varios meses de tratamiento con el doctor. Después sacó otra, esta vez blanca, con el mapa de Argentina repisado en la frente y pronunció un discurso muy cercano al de Hitler cuando hablaba de la superioridad genética del hombre ario. A cada cabeza que sacaba del baúl, como el conejo que sale del sombrero, añadía nuevas palabras, todas describiendo el largo proceso investigativo en la búsqueda incesante por acabar con el cáncer de pulmón. Era seguro que una parte de mi cuerpo estaría próximamente acompañando al africano y al suramericano. Grité. La fetidez de los muertos me trajo consigo unas náuseas incontenibles; lo que estaba viviendo parecía el karma de una

vida anterior; intenté permanecer con la mayor serenidad posible e intentar retomar el papel de progenitor del neumólogo. El doctor se limitaba a continuar su acto conmigo como único espectador. Finalmente tomó un frasco con un líquido inflamable, dejó las cabezas en el suelo y al lado ubicó el mapamundi con sus respectivas marcas en rojo, lo envolvió en papel regalo y observó detenidamente el ángulo con el cual sería testigo de la conflagración de tales elementos. Prendió fuego a su macabra locación y corrió a salvaguardarse detrás de una puerta donde, al dejarla entrecerrada, solo pude ver su ojo derecho siendo testigo de una escena cinematográfica de terror. Al cabo de unos minutos su personaje cambió y retornó al estado infantil en el que su madre había fallecido. Luego me hizo parte activa en su proceso de catarsis, pues me pedía suplicante que apagara el fuego con el extintor. Lloraba angustiado por la ayuda que su padre nunca le brindó, abrió nuevamente la puerta, corrió hacia una de las cabezas que creía era de su madre y, de modo inconsciente, tomó el mapamundi en medio de las llamas. En su mente la madre había vuelto a morir. Solo hasta entonces me desató. Su mano derecha ardía como a los seis años y cuando reaccioné, como pude lo cargué y lo saqué del lugar. Me abrazó, lloró amargamente el error imperdonable de ver los continentes quemados en una mixtura surrealista con el papel de color rojo en vez de ver a su madre una vez más con vida, lloró amargamente la decisión de su padre de intentar taparle los ojos cuando la fumarola de tejido epitelial de su progenitora aún podía apagarse, lloró amargamente ser un reputado neumólogo en vez del heredero mercantil de una empresa de colchones, lloró amargamente haber quedado preso de una fumarola incandescente desde niño y no haber jugado fútbol con sus compañeros, lloró amargamente el inmenso vacío de una familia de clase media sin su madre, lloró amargamente el haber quemado su mano derecha intentando salvar a su madre con resultados infructuosos; la quema de

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diplomas solo confirmaba la tristeza aceptada de un destino incorregible; su locura solo era fruto de un gusto por los buñuelos de navidad.

VI Es veinticuatro de diciembre. Hace dos semanas murió el único médico que podría acabar con el mal que me aqueja, aquel en el cual un ojo se vuelve testigo de los peligros de jugar con el fuego. El cáncer tiene solución, pero encontrar su cura es un trabajo arduo. Debo seguir con las investigaciones del doctor Pardo, así sus métodos no sean los más ortodoxos. En el fondo, no debe ser tan complicado ser un neumólogo respetable.

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Viajes recuerdo CENTRO DEL

Gherson Torres De La Hoz

M

arissa y yo, tomados de la mano viendo el sol esconderse en las montañas. Marissa y yo, teñidos de naranja abarcando el cielo con los ojos. Pronto el pecho me delata y formulo mentalmente dos o tres palabras, pero no me atrevo. Siento que el mínimo sonido rompería la magia. Finalmente, es ella quien se levanta bruscamente y se echa a correr. Yo la persigo con su bufanda en la mano. Se me pierde de vista. La encuentro adelante, detenida frente a una casita de barro. Se quita los zapatos y hunde su huella en el pasto seco. Entra y me invita con pícara señal. El piso es de tierra, camina por las paredes una que otra hormiga extraviada. Marissa me invita

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“y la boca en espera de un beso. En su lugar, tiene unas tijeras en la mano, y una sonrisa traviesa”.

a sentarme y empieza a fingir que estamos tomando té. Me sirve de una tetera imaginaria. Me brinda galletas invisibles. Ella se ríe con la ocurrencia, y yo, que estoy aprendiendo a seguir sus juegos, tomo dos sorbos de mi taza y contemplo su dulce inocencia, su tierno desvarío... Y hasta ahí llega mi memoria de esa tarde. El esfuerzo desde entonces ha consistido en retomar el hilo de nuestros encuentros. Los cuales, siendo pocos, ya bastante hondo me han calado en el pecho y la razón. Aquí viene otro… Marissa y yo sentados en el suelo compartiendo una merienda de pan dulce y mermelada, en un depósito de autos. De nuevo siento que me trepan las palabras por la garganta, pero las contengo, sigo sin atreverme, sigo con el temor. En nuestros encuentros la palabra estaba censurada. Si algo había que decir, debía ser suficiente la mirada o el artificio de los gestos. A sus cláusulas me sometí de buena gana. Marissa es diestra en sutilezas. No pensó nunca, sin embargo, que desconocer su voz alimentaba mi intriga. No tenía registro sonoro de expresión alguna. Si algo no le gustaba, arrugaba la nariz; darme las gracias era un suave apretón en mi mano, un “te quiero” lo conforma cierta acomodación de los párpados y un brillo lozano en las pupilas. No alcanzo a sospechar por qué decidió legarme esas imágenes. Puedo dibujar en una servilleta sus pecas y lunares, pero de su voz jamás pude dar cuenta. Rescato en especial una tarde. Marisa me espera en una esquina. Habla con sus amigas. Cuando me ven, entre risitas y empujones, la envían hacia mí. Cuando me tiene enfrente me toma de la mano. Yo me abandono a su voluntad. Caminamos un poco y en un callejón descubrimos un carrito de supermercado abandonado.

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De pronto me veo dentro de él, con Marissa, que me empuja alegremente hacia calles desconocidas. Nos detenemos en una vieja estación ferroviaria. Yo salgo del carrito mientras ella se monta en un vagón sucio y oxidado. La sigo. Creí que me recibiría con los ojos cerrados y la boca en espera de un beso. En su lugar, tiene unas tijeras en la mano y una sonrisa traviesa. Se me acerca graciosamente, casi bailando, toma mi corbata y empieza a recortarla, hasta dejarme el nudo pegado a un mal retazo. Yo me quedo consternado. Ella baila un poco antes de guardar la corbata en el bolso, como tratándose de un souvenir. El recuerdo se desvanece. De tan confuso y consternado, hace dos días que no me ven en el trabajo. De allí me han removido. Yo me veo como un solitario pescador sobre un mar de remembranzas, otros me ven enfermo. Me niego a consentir que el espejo me retrate pálido y en los huesos. Hace días que no la veo, y doy por hecho que me abandonó. Sin prisa ya de la vida, caminé indiferente entre la sorda multitud, queriendo verla en algún café o distraída en una vitrina. No sé qué pudo pasar. Todo me sugiere que mis recuerdos no eran suficientes y algo me quieren decir. He descubierto una táctica. Cuando cierro los ojos con fuerza, entreveo imágenes momentáneas… Marissa y yo paseando entre bares y burdeles en una noche de diciembre. Sentado en el andén hay un payaso casi ebrio. Marissa se agacha, se saca del cabello la rosa que le regalé y la coloca en la botella. El payaso triste observa a Marissa; observa su nuevo florero. Marissa sonríe complacida. Yo sonrío al verla. Nos alejamos y yo volteo la mirada. El payaso se ha ido dando tumbos. De la rosa se desprenden dos pétalos, que los zapatos apurados ignoran… La tarde en que al fin la encontré en el metro, me abrí paso entre los viajeros y, tomándola del brazo, la miré con amargura, reclamándole en silencio por qué me ha dejado tanto tiempo. Me avergoncé por asustarla, pero estaba


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deshecho y no medí mucho las consecuencias. En las mejores épocas con ella, pude contener todo sentimiento en la mirada, pero en esta desdicha ni el llanto fue suficiente. He acumulado palabras por temor al rechazo, que nunca pude dirigirle. Ahora me veo obligado a pronunciar unas cuantas, míseras. - “No merezco el olvido”, le dije. Entonces sentí que algo entre nosotros se rompió. Siempre he temido alterar el equilibrio diciendo algo, y así sucedió. Esperé su respuesta. Ella también habló, pero me sentí desfallecer cuando de su boca escuché mi propia voz que decía: - “Yo tampoco lo merezco”. Luego se desvaneció ante mis ojos, como si hubiera estado hecha del tejido de los sueños. Yo quedé hablando solo, ante la mirada turbia de los pasajeros. Desde entonces, todos me quieren imponer un hórrido sentido. En el hospital me dicen, a fuerza de sermones, que Marissa fue una mera proyección de mi cabeza, que llegó y se marchó por alteraciones de salud. Yo me niego. En consulta, mientras el psiquiatra me habla, yo miro por la ventana a una enfermera que lleva un ramo de rosas. Al suelo caen dos pétalos. Observo que han caído encima de otros dos pétalos ya marchitos. Recuerdo el episodio con el payaso. Siento que todos me ven como el payaso. El doctor sigue hablando con un ruido incomprensible; yo obtengo la revelación. Me levanto y grito que si todo fue alucinación, que si nada de esto ocurrió, ¿por qué entonces conservo en mi cuello la corbata recortada?

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Gretel Michelle Barreto MartĂ­nez


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D

esde muy pequeño, siempre amé las muñecas. Recuerdo que intenté tener de porcelana, pero jugaba tanto con ellas que terminaban en el suelo en mil pedazos. Mis padres no me ponían mucho pereque ni se dejaban llevar por estereotipos absurdos, así que me compraron mi primera muñeca de plástico. La recuerdo aún en su empaque: cabello castaño, piel tersa, para muchos con ojos sin vida, pero para mí simplemente llenos de tanta historia, sin imperfecciones; todos sus vestidos le quedaban, jugaba horas y horas sin parar. Pero algo faltaba. Cuando vivíamos miles de aventuras le hablaba, le decía muchas cosas y casi nun… bueno, nunca me respondía. Me hacía pedazos, eran historias fragmentadas, felices y a la vez tristes; yo pensaba y pensaba: ¿Qué carajos había hecho mal? Intenté vestirla de otra manera, pero nada; le hablaba bonito, nada. Era tan jodidamente frustrante, nunca tuve muchos amigos, realmente ella era mi única compañera, pero la odiaba. Cuando estaba triste, siempre la hacía sentir mejor pero cuando yo estaba mal, si no la tomaba con mis manos o iba a ella, pues nunca venía a mí, su castigo era dejarla en una esquina olvidada, recolectando polvo de la repisa y yo intentando seguir con mi vida. Después de tomada mi decisión, una mañana caminaba hacia la escuela, detenido en mis pensamientos, cuando escuché algunos ruidos en la otra acera. Una señora estaba discutiendo con alguien. El sol no me dejaba ver, pero mi sorpresa fue tal que me paralicé: ahí estaba ella, mi muñeca, la que había dejado en mi casa, solo que ésta tenía mi tamaño. Su piel estaba un poco sucia, pero seguía tersa como su versión en miniatura, ¡sus labios se movían!, sí, emitían palabras y no tenía uno de esos vestidos hermosos que yo le ponía, solo vestía harapos malolientes. Mi corazón latía muy rápido mientras veía la discusión; al parecer, solo quería unas cuantas monedas; la señora la recriminaba por no estudiar o... Yo qué sé.

Minutos después la discusión terminó y ella bajó hacia el sur. Mi cabeza quería seguir hacia la escuela, pero mis pies me guiaron en otra dirección. Dos calles más adelante, reaccioné y me di cuenta de que la estaba siguiendo, “sé más cauteloso, aún no te nota”, me dije, y corrí a esconderme; lo admito, fue difícil, aún no podía creer lo que veían mis ojos, estaba tan feliz, solo quería hablar con ella. Gretel, así la llamé. Ese día no me acerqué, tenía miedo de que todo fuera un sueño, así que la dejé y fui a clase. Un par de días después volví, me escondí y esperé por horas, lo cual seguí haciendo dos semanas más. Noté que vivía sola, muchas veces llegaba enfadada cuando no le iba bien recogiendo dinero o cuando peleaba con alguien, además de que no tenía a nadie. Una tarde llevé un balón y lo dejé rodar hasta su casa. Sabía que estaría allí. Llegué corriendo. Lo tenía entre sus manos, me vio y sonrió, pero yo conocía esa sonrisa retorcida. Había iniciado un juego donde yo tenía la ventaja. Fue amable conmigo, ¿cómo iba a sospechar del jovencito solitario, que solo necesitaba atención? Naturalmente, nos hicimos amigos. Comencé a llevarle comida, uno que otro juego; usé algunos ahorros que tenía, le compré y sí, robé algunos vestidos para ella. Bailaba y se veía en su espejo roto; yo sonreía, mi muñeca tenía vida. A veces se molestaba conmigo, decía que era raro que un niño quisiera jugar a las muñecas, amaba peinarla y contarle cosas de mis “amigos”; ella, ausente, respondía entre susurros. Otras veces me gritaba: “¡Cuidado! No soy un juguete”, pero sí lo era, solo bastaba con mirarla para que simplemente suspirara y callara; sabía que no podía decir mucho; me pertenecía. Amaba la rutina: era siempre ir, jugar hasta cansarme e intentar hacer mis deberes. Pero un día ya no quiso jugar más, decía que no le gustaba la forma en que la trataba, que no era

“pero yo conocía esa sonrisa retorcida...”

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un objeto, que ella no tenía que hacer lo que yo quisiera; básicamente, se dio cuenta de que había perdido el control. Subía la voz más alto. Mi cabeza me dolía. Yo estaba petrificado. No sabía qué decirle. Intenté acercarme y empezó a tirar sus vestidos. Yo sabía que esto estaba mal. Mi muñeca nunca gritaba y en ese momento comencé a extrañar su versión en miniatura, la que estaba allá envuelta en polvo, que no decía nada, solo escuchaba; sí, quería que cerrara su maldita boca de una vez; callada era perfecta, pero cuando hablaba las cosas cambiaban, escuché la palabra “enfermo” y también “rarito”, mi cabeza se puso muy caliente y mi cuerpo reaccionó. Como si fuera un simple reflejo, mi brazo se movió y mi puño golpeó su cara, por lo que cayó al suelo. Obviamente estaba inconsciente, veía su mejilla ponerse roja y sonreí: por fin le había dado color a mi muñeca, era tan blanca que aburría, así que hice lo mismo con su otra mejilla. Todo estaba en silencio. Solo escuchaba mi agitada respiración. Volví a sonreír; al fin podía jugar como antes. No tardaría en despertar, siempre odié cómo se sentaba, así que perfeccioné eso

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también. Puse algunas cuerdas alrededor de su pecho y de sus manos para dejarla bien sentada, como me gustaba. Estaba en medio del juego del té. Cuando despertó, sus ojos se llenaron de lágrimas. Me suplicaba que la soltara, que no le hiciera daño, pero no entendía que yo solo quería jugar tranquilo. Ahora quiero que les conste, amigos míos, que le pedí muy amablemente silencio, pero ella solo gritaba y lloraba, interrumpía mi juego, ¡era desesperante! Yo aguanté y aguanté, les juro que no quería dañar a mi muñeca después de todo lo que me esforcé para ponerla bonita, pero de nuevo la ira se liberó en mí; justamente cuando estaba untando el pan con el cuchillo de la mantequilla. Asimismo, e inesperadamente, éste se deslizó en su cuello, hubo un sonido más y calló de nuevo. Líquido rojo salió de su garganta, me miraba sorprendida, y sus ojos fueron quedándose sin vida, igual a su miniatura. ¡No podía estar más feliz! Continúe jugando; era hora de bañarla y dejarla limpia de nuevo, cambié su ropa y después organicé todo para iniciar un nuevo juego de té al día siguiente. Corrí a casa, esa noche todo lo que me atormentaba se fue. Los días siguientes iba a su cabaña. Como estaba en vacaciones, jugaba todo el día con ella, pero aquel lugar empezó a oler mal. La tristeza me invadió, no podía jugar más con ella. El último juego fue su funeral. Entre lágrimas la enterré, pero nunca se fue de mi memoria. Los días se volvieron vacíos de nuevo, frustrantes y llenos de ira. Seguí mi rutina mañanera pero un día, al cruzar la calle, vi en una esquina otra muñeca. Esta vez era rubia. Me disgustó un poco pero sentí mi cuerpo vivir de nuevo, así que entonces lo supe. Ese día supe que lo que mi corazón quería era, simplemente, jugar con mis muñequitas.


Yo soy Nancy Spungen Andrea Paola Escobar Altare


LETRAS LIBRES / CUENTO / YO SOY NANCY SPUNGEN

-E

I

stoy en el Hotel Charleston, mamá. - Bueno, Valeria. Ya voy para allá. - Nancy, mamá, Nancy. - Bueno Nancy, ya nos vemos. - Ven rápido. Llega ya porque si me desespero, me voy.

Era de noche. Rocío manejaba rápido y sabía muy bien que tenía que cuidarse, sobre todo al acercarse al centro de la ciudad y encaminarse hacia el sur: ya no reconocía bien esas calles; los antiguos hoteles de lujo habían perdido sus fachadas imponentes y poderosas; ahora se habían convertido en residencias baratas, alquiladas por noches o por horas, habitadas por gente que buscaba un escondite. El hotel Charleston quedaba en una calle oscura. El carro se golpeaba por debajo mientras avanzaba. El pavimento, de mala calidad, parecía haber sido arrancado de la calle por pedazos; huecos llenos de agua con un olor concentrado, trasnochado, como si hirvieran por dentro. Rocío localizó los dos sex shops con los que debía toparse y que justo se encontraban en frente de la puerta principal del hotel. Los miró y sonrió: quién se iba a imaginar que, en medio de dos tiendas de juguetes sexuales, se iba a ubicar un almacén de ropa de maternidad. En ese momento dejó de sonreír y pensó en ella, como si se tratara de una imagen de un sueño: una Rocío joven, deseada, arreglada con ropa cara y con joyas, que de repente corría sola con una bebé en brazos; su rostro se notaba cansado y asustado. La perseguían. Era preciso correr para salvarse. Sacudió la cabeza aterrada por el recuerdo. Tenía que ponerse en marcha. Parqueó la camioneta al lado de los almacenes y cruzó hacia el Charleston. Se trataba de una edificación a punto de colapsar; la pintura blanca de la fachada se había caído por pedazos; el tapete

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rojo de la entrada estaba gastado; el pasillo tenía apenas una luz tenue. Al fondo se encontró con una sala de estar amplia, adornada con cuadros que se le antojaron recargados, baratos, de mal gusto. Hacia el costado izquierdo se encontraba la recepción: vio entonces a un hombre de unos veinte años, en camiseta y jeans, que le dio la impresión de suciedad, de abandono de la vida. La abordó antes de que ella pudiera entrar al ascensor: - ¿La señora para dónde va? - Estoy buscando a la señorita Nancy Spungen. - Habitación 100. ¿Ella la espera? - Sí, quedamos de encontrarnos acá. - Siga. No la he visto salir hoy. Ahí debe estar.

II Era claro que Valeria se iba a hospedar en la habitación 100. Aunque no tenía contacto con la hija desde hacía un tiempo, en la conversación telefónica le había recordado que ella era Nancy Spungen: la Spungen original, la que su hija pretendía reemplazar, había sido encontrada muerta en el hotel Chelsea de Nueva York, con una puñalada en el vientre. Vivía entonces con su novio, Sid Vicious de los Sex Pistols, en la habitación 100. Su cuerpo apareció una mañana, después de una noche de rumba intensa, recostado contra la pared del baño de la habitación. Cuando Vicious logró despertar ese día, descubrió el cuerpo de Nancy. El músico nunca pudo recordar si él había sido el asesino de su novia: esa noche habían recibido en la habitación al expendedor de heroína de la pareja; él recordaba que se habían drogado juntos, pero nunca pudo terminar de evocar los sucesos del resto de la noche. Esa historia no se la creía “su” Nancy. Valeria había descubierto a los Sex Pistols a los diez y seis años y había leído todo lo que pudo encontrar acerca de la pareja. Así construyó su propio


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personaje de Nancy: una mujer fuerte, rebelde, sola, con comportamientos violentos desde niña, que huyó de la casa de sus padres para hacer su vida, que conoció a Sid; éste alcanzó su fama gracias al talento de ella y luego la mató. Valeria le había agregado algo más: para rendirle un homenaje a Nancy Spungen, ella tendría que vengarse de los hombres, porque todos eran unos asesinos, unos maltratadores de mujeres que merecían la muerte. Así quedaría vengada la muerte de la Nancy original. Rocío había perdido el control sobre Valeria: se volaba de la casa y volvía golpeada y drogada, sin explicar nunca lo que le había pasado. Vivieron juntas –y solas– hasta una mañana en la que la hija entró a la casa a robar un dinero que Rocío guardaba en un frasco de vidrio en el armario de su habitación. Rocío la abofeteó e intentó sujetarla físicamente, y Valeria respondió tirándole un cenicero que la golpeó en la cabeza. Ese día Valeria se calmó, se tranquilizó y pidió perdón; Rocío terminó internándola en un psiquiátrico. La dejó allí abandonada. Pero al cabo de un mes, un enfermero de la clínica la había llamado al celular a comunicarle que Valeria se había fugado. Desde entonces habían pasado dos años.

III Valeria le abrió la puerta de la habitación despacio, intentando fijar rápidamente sus ojos en la mirada de la madre. El pelo negro de la joven estaba totalmente decolorado, casi blanco, cortado por los hombros. El maquillaje negro resaltaba los ojos y el colorete rojo en los labios ya se veía gastado, como trasnochado. Tenía una camiseta que parecía de la talla de una niña de doce años, inapropiada para una mujer de veintiuno. A Rocío le desagradaba la ropa con animal print. Le repugnaba aún más verla en el cuerpo de la hija. Una falda de cuero muy ajustada y unas medias de mallas

rotas a propósito, que desembocaban en unas Dr. Martens, completaban el atuendo de la hija. Pulseras de cuero con taches metálicos en formas de estrellas en sus muñecas. Olía a alcohol y a cigarrillos baratos. Dio una mirada rápida por una habitación que reflejaba pobreza y poco a poco fue adentrándose: una cama simple de madera con las sábanas en el piso, una mesa de noche con un reloj despertador de números rojos que alumbraban, ceniceros infestados de colillas, botellas de alcohol al lado de una mesa con un televisor que más bien parecía un adorno viejo. - Hola, Nancy. - Quiubo, Rocío, qué milagro. - Lo mismo digo… Estás muy cambiada. - Tú te ves más vieja. - Nos vamos de acá, ¿no? - Pues eso quieres tú, ¿no? - Sí… Necesito compañía por unos días. - ¡Ja! ¿De la hija loca? Las dos mujeres abandonaron el hotel y fueron a buscar la camioneta. Rocío ingresó primero y Valeria la siguió. Se pusieron en marcha. Avanzaron hacia el norte de la ciudad. Viajaban juntas en silencio.

IV Rocío se había acostumbrado a vivir sola, pero justo ahora, cuando ya se sentía vieja y cansada, había recibido la llamada de Aldemar. Había trabajado para él cuando era una mujer muy joven. En el piso subterráneo de un hotel de lujo, esperaba en ese entonces al cliente de la noche. Se trataba siempre de algún político colombiano importante con el que se acostaba y luego entregaba un porcentaje de la tarifa que cobraba a Aldemar. El hombre “manejaba” a varias mujeres como ella: se veían elegantes, se tomaban unos tragos con el cliente, tenían sexo y listo. Con algunos hombres se volvía a encontrar porque la requerían, se acostumbra-

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ban a ella. Llegó a cobrar una tarifa muy alta: no cualquiera podía tener sus servicios. Aldemar era cuidadoso y selectivo con los clientes. Esa noche lo vería de nuevo, él la había citado en un bar. Parqueó la camioneta cerca al local y le pidió a Valeria que se quedara adentro y estuviera alerta cuando le timbrara al celular. Podía ocurrir que tuvieran que salir huyendo. Se trataba de un local pequeño, arreglado con algunas mesas; un establecimiento modesto para veinte o treinta personas. Aldemar la esperaba en una mesa al fondo. Cuando la vio, sonrió con ironía. - Querida Rocío, cuántos años. - Aldemar. Qué más. - Te estaba buscando hace tiempo, pero no te dejas encontrar. - No me gusta quedarme mucho tiempo quieta. - Tampoco pagas tus deudas. Ni te dejas cobrar. - Yo no tengo nada. - Esa respuesta te mete en más problemas conmigo. ¿Qué hiciste la plata que me tenías que guardar? - A mí me robaron, Aldemar. Hace muchos años. - Mentirosa. Quiero mi plata o ahora sí te mueres. - Es que no tengo nada. - Pero puedes tener lo que yo necesito de nuevo. Todavía me puedes pagar y así no te mueres. Quiero proponerte un negocio. - Ya estoy vieja, Aldemar. Déjame tranquila. - Precisamente por lo vieja es que me sirves. - ¿Qué quieres? - Pues volver al negocio, pero con otras estrategias. Niñas jóvenes con clientes que pagan, pero no con dinero, sino con drogas de las duras. - Pues suerte, Aldemar. Ya tienes el negocio claro. - No, mamita, ahí es donde te necesito.

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Mi cara la reconoce todo el mundo por el carcelazo. Necesito que alguien me maneje el negocio. Ahí es donde entras tú. - ¿Yo? - Así me pagas. ¿O te quieres morir ya? ¿Como estás vieja te quieres morir de una vez? - Pues no, todavía no. - Yo ya te di la solución. El plan es comenzar pronto porque ya tengo los contactos listos, los clientes, el lugar, las niñas. Falta la administradora. Es para arrancar en quince días. ¿Entonces? Rocío salió del bar aterrada, llamó a Valeria y ésta la recogió. Cuando entró a la camioneta, se notaba pálida y no hablaba. Valeria le sonrió de manera burlona. - Y entonces, Rocío, ¿te encontraste con un mancito? - Se llama Aldemar, un tipo peligroso de mi pasado. Tengo un problema con él. - ¿Un amante, mamá? - Me da asco ese tipo. Le robé una plata hace muchos años y ahora me la está cobrando. Si no le pago me mata, o trabajo para él. - ¿Y tú sabes trabajar en algo, Rocío? - Ya para la burla, que estoy muy nerviosa. Quiere que le administre un negocio de prostitutas y drogas. Yo arreglo las citas con los clientes, cobro y le entrego el dinero. Nancy se enfureció. En ese momento sintió de nuevo la furia y el odio. Le dieron ganas de golpearlo, de bajarse del carro y enfrentarse al hombre hasta herirlo, hasta dañarlo. Rocío intentó sujetarla con los brazos como cuando era una niña; recordó inmediatamente la fuerza desmedida del cuerpo de Valeria, la agitación en la que entraba, la violencia física con la que respondía cuando intentaban dominarla por la fuerza. Después de varios minutos se fue calmando y se quedó tranquila. - Yo ya te voy a decir, Rocío, qué es lo que vamos a hacerle a ese man. Nosotras le vamos a pasar la cuenta de cobro.


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V - Aló, ¿Aldemar? - Quiubo, mija. ¿Bien o qué? - Te estaba buscando para lo que hablamos el otro día. - Entonces, ¿lista para arrancar? - Si me dices que únicamente soy una intermediaria. - ¿Y de qué más me servirías a la edad que tienes? - Encontrémonos para hablar de los detalles del negocio - Listo. Tú dirás. - A dos cuadras del Charleston en el centro, en el Henry’s Bar, a las siete. Queda por la cuadra de atrás del hotel. Es fácil localizarlo. - Eso, tempranito mejor. - Listo, ahí nos vemos. - Perfecto, mija. Rocío se arregló para salir; Nancy hizo lo mismo. Cuando la madre vio a la hija lista para la noche de rumba, se sorprendió al constatar el parecido de Valeria con la mujer que intentaba copiar: era realmente la reencarnación de Nancy Spungen. Sin embargo, permaneció en silencio; tampoco iba a alimentar más el delirio de la hija. Se separarían en ese momento, Rocío iría al encuentro con Aldemar y unos minutos después llegaría Nancy, por su cuenta. El plan estaba listo.

VI Allí estaba Aldemar: cuando lo vio sintió el mismo asco que experimentaba desde siempre al sentirse observada por aquel hombre, al sentir su presencia cerca de ella. A unos metros de distancia y en otra mesa se encontraba Estanislao, el viejo guardaespaldas, la encarnación de la fuerza bruta, la sombra de su jefe. La miró y sonrió. Aldemar la invitó a sentarse y pidieron whisky. Los dos se observaban, como si inten-

taran leer la mente del otro, como si en ese momento pudieran entender las transformaciones que había traído la vida a cada uno. Comenzaron a discutir los pormenores del nuevo negocio: las adecuaciones del local, el tipo de clientes con los que trabajarían, el perfil de las mujeres que contratarían, la paga, el porcentaje en cada parte del proyecto, la amenaza para la vida de Rocío si de nuevo incumplía el trato. De repente, Aldemar comenzó a entretenerse con una mujer que había llegado a Henry’s Bar y que se reía a carcajadas con Estanislao: una rubia despampanante, de labios rojos, vestida de cuero negro y con medias de mallas, botas y pulseras metálicas con estrellas. Estaba sentada sobre las piernas de su guardaespaldas. Le pasaba un vaso de whisky a aquel hombre que no podía dejar de tocarla. Había perdido de vista por un rato a Estanislao y ahora lo veía borracho, estrujando el cuerpo de la mujer, apretando el rostro de ésta contra el suyo. La mujer se veía complacida, pero él había notado que lo miraba. Cada vez que intentaba retomar la conversación con Rocío, una nueva risotada de aquella mujer invadía el establecimiento y robaba su atención. Bebió con Rocío: deseaba a la mujer que estaba con Estanislao. Pasaron dos horas. El guardaespaldas se encontraba visiblemente mareado, se tenía con sus brazos en la silla que ocupaba para no caerse. Y entonces la mujer que lo acompañaba se puso de pie, se acercó a la mesa que ocupaban Aldemar y Rocío y, sin dejar de mirarlo de manera seductora, cruzó hacia los baños. - ¿Qué tal esa mona, ahh? ¡Está muy buena! - Como jovencita para ti, Aldemar. - Pero me mira, Rocío. Y se está demorando en el baño. En un rato vuelvo. Aldemar se puso de pie y se dirigió hacia el lugar por el que había doblado la mujer. Se encontró con la puerta del baño de damas e ingresó. Ella lo estaba esperando recostada contra el espejo, cerca del lavamanos. Al verlo sonrió.

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- Te estaba esperando, papi, casi que no vienes. Te ibas demorando con esa vieja. - Pero aquí estoy, muñeca, cómo no iba a venir a buscarte. Nancy lo atrajo con los brazos, lo abrazó y comenzó a besarlo. Aldemar intentó quitarle por la fuerza la chaqueta de cuero para tocarla, quería empujarla hacia una de las cabinas del baño. Ella forcejeó con él y se inclinó hacia su Dr. Martens. En un solo movimiento brusco sacó una navaja y se la enterró entera en el vientre al hombre, que inmediatamente se dobló por la mitad de su cuerpo. Cayó al piso. - Nadie se mete con Nancy Spungen, malparido proxeneta. Salió corriendo del baño. Las pastillas de Ativan en el trago de Estanislao habían cobrado efecto y el hombre estaba dormido, con la cabeza sobre la mesa. Rocío la vio y salieron juntas del bar, caminando de prisa pero intentando no llamar la atención de las pocas personas presentes. Entraron por la puerta trasera del Charleston. Valeria conocía muy bien los diferentes ingresos del hotel, la puerta de la cocina, la bodega, la pequeña salida lateral por la que entraban los empleados. Por allí podrían lle-

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gar a la calle del frente. Aún era temprano en la noche. Las dos mujeres se dirigieron hacia los dos sex shops. Valeria timbró y un hombre se asomó por la ventana. -No timbres más, Nancy. Ya te abro. Resultó que los dos sex shops eran propiedad de una pareja de punkeros maduros, amantes de los Sex Pistols, muy amigos de Nancy, que vivían en el segundo piso de las tiendas. - ¡Entonces quéee! - Quiubo queridos, tiempo sin verlos. ¿Me extrañaron? - Pensamos que te perdías el toque de esta noche de la banda, Nancy. ¡Pero no nos quedaste mal! - Para nada, aquí estoy. Pero sí necesito que me hagan un favor acá con mi amiga, que está un poquito pasada de moda, la señora. Nancy y Rocío permanecieron escondidas hasta las doce de la noche en el apartamento de la pareja de punkeros. Los dos sex shops parecían clausurados hace tiempo; el negocio de la pareja tenía que ver sobre todo con promover bandas de post-punk, pero las tiendas les daban algunos dividendos y los entretenían durante el día. Se podía decir que dotaban de juguetes a los huéspedes del Charleston. Nadie sospecharía que las dos mujeres se escondían allí.


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En este apartamento, la transformación de Rocío tuvo lugar: entre Valeria y la pareja, le pintaron el pelo de negro azabache con extensiones hasta la cintura. Un moño con dos flores de colores fucsia y azul coronaban el peinado. Buscaron ropa más ajustada, maquillaron su rostro con polvos blancos, delineador y sombras negras; utilizaron blush brillante, un labial oscuro. Tacones rojos de charol, anillos de plata, aretes largos. - Rocío, ahora eres Nina Hagen mayorcita. Mira cómo quedaste. - ¿Nina Hagen y Nancy Spungen? - ¿Esas dos podrían ser parceras, o no? Algo por dentro de Rocío también se había transformado. Ella podría ser Nina, una especie de abuela para los punkeros del mundo, alguien con quien Nancy Spungen habría congeniado. Por un momento las dos mujeres se miraron y sonrieron. Los cuatro se pusieron en marcha. El toque era hacia las afueras de Bogotá, yendo hacia el norte. Tomaron dos taxis y se detuvieron un momento en el apartaestudio arrendado en el que vivía Rocío cuando estaba de paso por la ciudad. La mujer entró al garaje a buscar su camioneta y con un destornillador de la caja de herramientas del vehículo, rasgó el asiento delantero de cuero para sacar un morral. Nina, Nancy y la pareja de punkeros siguieron hacia el parque del norte en el que las bandas se presentarían esa noche. Comenzarían a tocar hacia la una y treinta de la mañana.

VII

armarse una vida, de pelear con lo establecido, de transgredir la ley y sentirse mejor después de una catástrofe. La pareja de punkeros encontró más amigos en el lugar. Nancy gritaba y se veía radiante. Nina parecía extasiada, como si descansara por dentro. - Y entonces, Nancy, ¿hasta qué hora nos quedamos? - ¡Perdón! ¿Y a ti quién te dijo que después de acá seguíamos juntas? - ¡Ahhh! ¿No es así? - Mira Nina, ya nos encontramos otra vez y estuvo bien. Pero cada una sigue su camino, ¿vale? - ¿Y qué vas a hacer? - ¡Ja! ¡Pues tengo que seguir buscando a Sid! - Ahhhh, no me acordaba. Todavía no lo has encontrado. - Y a ese man lo tengo pendiente. Me las tiene que pagar. - Bueno, pues yo sí me tengo que ir. - Fresca al salir de acá. En la vía pasan las flotas y te llevan a donde tú quieras. - Vale. Pero quédate con la mitad de esto. Tómalo como tu paga por el favor. Nina sacó una cartera del morral con un fajo de billetes y se lo entregó a Nancy. Se quedó con una parte del dinero, cerró el morral. - Gracias, Nancy. Me gustó verte esta vez. - De nada, Nina, que sigas de gira y cantando como hasta ahora. Eres una sobreviviente, ¿ahh? Mira que ahora estás vieja y sigues dando lora. Nina sonrió, le picó el ojo y se fue caminando en busca de la carretera.

Las Ardillas Metálicas abrieron el concierto. Continuaron los Zombies Pelirrojos. El lugar estaba atestado de jóvenes y viejos punkeros que pedían más música, más estridencia. Cada una de las bandas que se presentaba reclamaba la necesidad de romperlo todo, de volver a

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Melodía ¿¿ES ES LA LA LET LETR RA A?? Santiago Villalba Chacón


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E

n la confitería del teatro, ellos estaban al frente de mí. No se miraban. Uno caminaba de prisa; el de los ojos hundidos miraba al lado contrario del alterado del frente, y yo miraba el suelo ajedrezado; volteé, y vi que los que atendían en la confitería tenían una sonrisa hipócrita. Las luces de neón del lugar me atraían; en verdad, solo las luces, ni siquiera los alrededores. Caminando, volví a mirar abajo; el piso era de madera ahora; levanté el rostro y estaba al frente de la escalera. Atrás de ella había un ventanal sin dejar ver nada por el fulgor del día. Los tres nos acercamos. El Escuálido se despidió con un ademán de cabeza y se fue con la boca abierta; el Ansioso peinó su pelo hacia atrás, se acercó a una pantalla bastante grande, de no sé cuántas pulgadas. Nunca me interesó saberlo. Manejó la pantalla con un teclado que estaba desecho. De los bordes azules de la pantalla vio cómo aparecía la página en donde uno buscaba drogas, armas y demás. Empezó a explorar, neurótico, y comenzó a golpear con su mano el teclado. Yo estaba que me iba al baño, estaba cansado de estar ahí. Volteé a mirar a la confitería, que estaba separada por un telón rojo con cordones amarillos, y al volver a mirar al frente, vi otra vez al Neurótico con su corbata roja y abrigo naranja opaco; sin decir nada, se fue. Arreglé mi traje de seda gris, por fin podría ir al baño. En el camino estaba inquieto por lo que dijo el Neurótico en el cine mientras veíamos los tres una película que solo sé que era en blanco y negro. – No volveremos a hablar con éste –. Eso dijo en el teatro sobre el esquelético de inmutable mirada. No sé qué le había hecho el hombre. Podía ser deprimente y de comentarios pretenciosos, como si no fuera de fiar. Había trabajado en tres ocasiones con él y nunca fue una molestia; hasta era el único cuerdo en el trabajo. Pero al otro lo conocía desde hacía más tiempo y, aunque llamase la atención de forma imbécil, me caía bien.

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La gran puerta de mármol estaba abierta. Mi cuerpo pedía ir al baño, por eso no podía caminar tan rápido. Entré mirando al techo, lleno de vitrales sobre personajes griegos; no me acordaba de que eran tan hermosos. En la zona de espera, como siempre, había una multitud rezando. El lugar estaba rodeado por columnas jónicas pintadas. En el centro, los devotos utilizaban sábanas blancas, verdes, rojas y amarillas, sentados en bancos de alabastro, escuchando a un viejo barbudo que estaba en el escenario, señalando con el dedo al cielo. Todos aplaudían o elogiaban, aunque no se escuchaba bien por culpa del cerco de agua donde sobresalía el escenario y las bancas. Me apresuré. Por culpa del agua que escuchaba, pasé al lado donde había esculturas caminado en círculo, que mientras bailaban moviendo los brazos para todas partes recibían monedas; no sé si eran santos o apóstoles. Pasé por la entrada en arco y caminé por el pasillo mientras veía a unos hombres lavando los pies a otros. Todo estaba limpio. Cerré el cubículo y me senté en el escusado; me pasé la mano por mi áspera cara, suspiré, me levanté, desacomodé mi corbata y salí del cubículo. Me lavé las manos en la fuente, tomé una hoja de los árboles que estaban al lado y las sequé con ella. Caminé otra vez por el pasillo viendo cómo seguían lavando los pies. En la entrada de mármol me acordé de mi trabajo. Pasé mis manos por la camiseta verde claro, y busqué en mi bluyín si faltaba algo, salí corriendo y en unos minutos llegué donde había acordado y entré. El piso de madera del lugar ayudaba a ver más larga y estrecha la habitación; sus paredes eran color naranja, casi llegando a marrón; había una cama con su base de leños y edredón color vino y una mesa de noche con un tejido de lana blanca que no distinguía su diseño. La cámara ya estaba en su lugar y solo había una luz para grabar. Seguía en la entrada, volteé a la izquierda, y estaba una mujer de un pelo ondulado que le llegaba a los hombros y de un


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tono negro semejante a cuando uno cierra los ojos; su piel era blanca y sus mejillas tenían un leve rubor y unas diminutas marcas de acné; su cuerpo estaba tapado por un maldito suéter beige, de donde apenas se podía ver un poco de su piel por las hebras del tejido. Un frío pasó dentro de mí al ver sus pequeños labios rojos, los empujaba hacia delante para que se vieran más grandes. Rojos sin ayuda de labial. Sus ojos negros brillaban al ver la tabla donde escribía. Anotaba con mucho cuidado. Seguía sin poder hablar y en ese momento, en verdad quería. Solo escuchaba, no sé si ella también, ‘heroína’.

“Era una simple nota de guitarra, resonaba y se propagaba por toda la habitación, una y otra vez...”

Era una simple nota de guitarra, resonaba y se propagaba por toda la habitación, una y otra vez. Al terminar de sonar se quedaba un buen tiempo y después se esfumaba lentamente. Se escuchaba distorsión detrás de la guitarra. Una voz seca empezó a cantar; se sentía el esfuerzo al hacerlo, como si estuviera muriendo. En un momento la guitarra tomó una melodía más rápida; era placentero oírla. La voz, determinada, sonó más entusiasta; cantaba rápido pero se entendía la letra. Otra vez, la melancolía. La guitarra y la voz desfallecían. Estaba inmóvil. Era extraño. Ella seguía en su tabla anotando. Solo escuchaba a la voz cantar ‘heroína’ una vez más. Tosí y nada; la saludé y ni se movió. Silbé y mirando al techo, con una sonrisa, salí de ahí. Me di cuenta de que ya estaba muerto.

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Ojos QUE NO VEN... Javier Enrique Vallejo Chamorro


LETRAS LIBRES / CUENTO / OJOS QUE NO VEN...

-E

n fin, ¡hay que ser un lunático!- exclamó la vieja Chapueza después de explicarle los artificios en los que se basa el amor.

Hace tres lustros, siete lunas crecientes y lo que toma fumarse tres vegueros, había nacido, eclipsado por una luna inmensa de queso. Pese a tener el cuerpo en este mundo y la cabeza trabada en el nocturno vientre de su madre, y gracias a la noche lunática, cuando nació vio claramente. Eso fue lo que le hizo inmune al miedo. Y quizá por el silencio insondable de su luctuoso parto –pues su madre habría de morir–, nunca vio mayor provecho en hablar. Todo lo ha solucionado sobre el lenguaje de los gestos; aprendió a decir sus emociones con la mera inflexión de los músculos de la cara, con el simple contraer y expandir pupilas, cejas, frente y boca. Ya no es un crío, es un joven saludable aunque feo, mudo de voluntad, huérfano de nacimiento, no le teme a nada y no conoce mujer. Ha dejado de acechar dantas por la obsesión de cazar espectros en el río. No hace dos lunas llenas que creyó ver algo, pero bien supo que no era nada, y eso que por ser noche de luna llena, de luz lunática, era propicia para apariciones. Al llegar al río buscó cualquier sombra que pudiera transfigurarse en la india de tetas golosas de sus sueños húmedos, para tan solo verla. Pero él no cree en esas habladurías de los viejos. Trepado en los árboles es veterano de vigilias sobre el cauce a la espera de los espantos, se exaspera por tanto tiempo perdido y desafía al cielo mismo que no le manda esos espectros de los que tanto hablan los chicos de la aldea. “No hay peor ciego que el que no quiere ver”, le andan refutando siempre. Tal llegó a ser su curiosidad que untó lagañas de mico albino en sus ojos, “Mejunje para ver lo que nadie ve”, le aseguró la vieja Chapueza: una anciana sabedora de los misterios de éste y del otro mundo. Lo hizo. Un día que, bajando por el río, encontró al animal níveo enredado en una trampa de bejucos y ramas que él había apostado para aprehender

espantos. Viéndolo cansado de chillar cual niño, casi ciego, supurando de los ojos una sustancia crasa y pegadiza, no lo pensó dos veces para comprobar el embrujo. Se hizo al animal agarrándolo por la cola y, antes de soltarlo, le quitó las lagañas y se las puso sobre sus ojos; pero vaya frustración cuando no vio nada diferente de lo que ya veía: un mono que, liberado de su captor, se escabullía por el ramaje de la selva. Se sintió burlado por creer en lo que a los demás cegaba. Lo único distinto aquel día fue que de vuelta a la choza se encontró con el cuerpo espléndido de una india que río abajo, desnuda, lavaba su cuerpo templado, goloso, obscuro y obsceno, y a quien sin razón alguna –así pareciera ser el amor: impermeable a la razón– le ha hablado. Eso sí, dijo poco, lo necesario para convencerla de huir con él y vivir felices una vida de prófugos. Ella no le dijo ni sí ni no, fue una sonrisa tenue que tenía más de “pobre loco” que el “sí” rotundo que él cree haber desdibujado en su rostro y que le puso a buscar caminos de huida en esta noche de luna creciente. Precisamente acaba de ver entre el ramaje el parpadeo del fuego en una choza perdida, que en medio de la oscuridad resplandece como un faro. Los perros que en la noche trasmutan a fieras intransigentes parecen no existir, y raro es, pues en estos lares nunca falta un perro junto a toda choza. Lo que sí sucede es que una discusión detona ahora mismo. Macunaíma vacila si entrar o no, trata de atrapar cualquier sonido que le dé una luz. Es el grito de una mujer el que le obliga a seguir. Adentro, un indio fornido amenaza de muerte a la india de curvas templadas, golosas, obscuras y obscenas, quien cegado de celos por ese personaje extraño, enjuto, aindiado y feo que, ¡vaya casualidades!, de forma intempestiva y sin decir una palabra, y como prueba irrefutable de sus suposiciones, ha entrado a escena.

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LETRAS LIBRES / CUENTO / OJOS QUE NO VEN...

“Macunaíma ve en los ojos del indio ofendido la decisión de lavar su honor con su sangre”. Macunaíma ve en los ojos del indio ofendido la decisión de lavar su honor con su sangre, y con cuchillo en mano lo ve venirse contra él; pero, inmune al miedo, lo recibe desafiante, lo agarra por el cuello y con su fuerza de tigre lo aprieta contra sí mismo y caen. Ruedan por el suelo de tierra seca, sobre las piedras del fogón, sobre la candela. Toma un puñado de brasas rojizas y lo lanza a los ojos del agresor, quien, ahora quemado de ojos y ciego de razón –así son la locura y el amor–, lanza cuchilladas tajando el aire. Ha de ser precisamente uno de esos enviones tan desproporcionado en fuerza, tan bien calculado en el espacio que se ha clavado, mortal, en el cuello de la india. Desatendido en la tragedia, angustiado por la sangre que brota a borbotones, Macunaíma no ve que su contrario se ha armado, no lo ve blandir una raja de leña con la que se abalanza sobre él y recibe un golpe en la ceja izquierda que lo saca de escena. Despierta al día siguiente en su chinchorro, junto a la anciana que, con brebajes de hierbas, se lo disputó a la muerte. Queda de esa noche trágica la prueba de los golpes en sus piernas, las quemaduras de las brasas en su mano derecha y su ceja izquierda abultada. Al despertar, sale cojeando en búsqueda de su india. Cuando los chicos de la aldea le preguntan para dónde va, contesta: “El animal ya puede ver”, y todos se miran y todos piensan: “Se volvió loco”. Camina por horas hasta la choza. Al llegar, la noche se ha instalado con su ceguera y no hay señales de vida. Macunaíma entra como perro por su choza sin saber que adentro lo espera una tragedia mayor: el abandono. No hay nadie, no hay candela, no

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hay luz, ni rastros de vida; solo maleza invadiéndolo todo. Las piedras del fogón están cubiertas por una capa de musgo eterno y no muestran un atisbo de cenizas ni fuego reciente. Por doquier, telarañas perennes con insectos petrificados dan cuenta de un pasado inexistente. Cae de rodillas. Supo entonces que nunca volvería a ver a la india de curvas templadas, golosas, obscuras y obscenas, y por primera vez tiene miedo. Un miedo que le nace en la boca del estómago haciéndole temblar el labio inferior, apretándole el corazón, “No hay peor ciego que el que no quiere ver”, recuerda que le gritaban, pero la vieja Chapueza también había dicho que: “Ojos que no ven, corazón que no siente”. Así que cierra los ojos, los aprieta con fuerza para no ver más, para no sentir, para no pensar en esa india irreal, para que no se le sigan escapando esos lagrimones que ya corren por su cara. Solo un mico albino es testigo, desde el ramaje, de un indio que llora sobre las piedras del río. Al volver a la ranchería, caminando a tientas con los ojos cerrados, se echa a llorar en el chinchorro. Antes de terminar el día, antes de quedar dormido, cuando los chicos trataron de sonsacarle algo, exclamó: - Sí, soy un lunático… Y qué.


LETRAS LIBRES / POESÍA / LOCURA - ANESTESIA

Locura

Anestesia

Deja que se pierda tu historia entre el tiempo y el papel, así como tú te perderás entre hermosos recuerdos… Tan solo recuerda cómo todo inició, cómo la noche escondió sus gritos y tú su cuerpo. Respira hondo y recuerda cómo en el silencio de la noche los gritos estremecían cualquier cordura. Vamos, deja salir al demonio para que te cuente mi secreto, para que te recuerde lo que hice.

Anestesia Para la lucidez Para la amarga Seca garganta

¿Ahora lo recuerdas? ¿Recuerdas la belleza en sus gritos y sus sollozos y lamentos? … Yo sé que sí. Mira tus manos y recuerda cuando estuvieron en su vaporoso cuello y la sutileza con la que poco a poco aumentaba tu fuerza y disminuía su respiración, recuerda cómo su mirada se perdía lentamente, recuerda…

Anestesia Para el ruido de los zombis Anestesia Para el cuadro patético Sistema del tiempo Anestesia Con locura Para el cuerdo Colgado en las cuerdas.

Ángela María Ruiz Gaona

Desnuda tu memoria y vuelve al momento en el que te sentías completo, siéntelo. Déjame volver a salir para poder demostrarte que la muerte te puede ayudar a recordar. Por último, deja que tus demonios se alimenten de ti. Y ante todo recuerda que así inició todo.

Sussan Paola Díaz Rincón

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Autores Andrea Paola Escobar Altare Psicóloga y psicoanalista escobaraltare@gmail.com

Julián Felipe Aranguren Corredor Docente Facultad de Psicología julianfaranguren@gmail.com

Angélica Granados Díaz Estudiante de Psicología angelicagranadosdiaz@gmail.com

Michelle Barreto Martínez Estudiante de Psicología michellebarreto95@gmail.com

Ángela María Ruiz Gaona Docente y escritora mendozamosaico@gmail.com

Melissa Téllez Córdoba Estudiante de Psicología melitellez2605@hotmail.com

Anuar Bolaños Escritor pueblomangalu@yahoo.com

Santiago Villalba Chacón Estudiante de Psicología patton2495@hotmail.com

Benjamín Sarta Morán Estudiante de Psicología be.sarta@hotmail.es

Sebastián Álvarez Estudiante Ingeniería de Sistemas dreivko@gmail.com

Édinson González Medina Docente universitario edinsona.gonzalezm@konradlorenz.edu.co

Sussan Paola Díaz Rincón Estudiante de Psicología sussanpao@hotmail.com

Frank Julio Aguilera Docente de Español y Literatura. frankjulioaguilera@hotmail.com Gherson Torres De La Hoz Estudiante de Psicología torresj.221b@gmail.com Jessica Victoria Useche Ramírez Coordinadora de Agencia GUAO soleil153769@gmail.com Javier Enrique Vallejo Chamorro Psicólogo javiervallejo7@yahoo.com

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