La Gruta
Octubre de 2016
nº
478
BOLETÍN del SANTUARIO NACIONAL de La Gruta de Lourdes Avda. de las Instrucciones 2223. MONTEVIDEO - Uruguay. Tel.: 2222 3532 grutadelourdes@interware.org www.umbrales.edu.uy
Jubileo de la Misericordia Parábolas de la Misericordia Jesús dijo: “Un hombre tenía dos hijos. El menor de ellos dijo a su padre: "Padre, dame la parte de herencia que me corresponde"... Cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió profundamente, corrió a su encuentro, lo abrazó y lo besó..."Padre, pequé contra el Cielo y contra ti; no merezco ser llamado hijo tuyo". Pero el padre dijo a sus servidores: "Traigan enseguida la mejor ropa y vístanlo, pónganle un anillo en el dedo y sandalias en los pies. Traigan el ternero engordado y mátenlo. Comamos y festejemos, porque mi hijo estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y fue encontrado"...”. Lc 15,11-32
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Actualidad
SAN CURA BROCHERO El 16 de octubre en la plaza de san Pedro en Roma será canonizado el primer santo argentino nacido y muerto en Argentina, el cura gaucho de las sierras cordobesas, José Gabriel Brochero.
Brochero fue ordenado sacerdote en 1866 y a fines de 1869 fue enviado a una parroquia de la sierra con 10 mil habitantes desparramados en lugares distantes y sin caminos, sin escuelas ni capillas, incomunicados por la Sierra Grande de más de 2000 metros de altura. Se dedicó a la tarea espiritual de formación cristiana de la gente, muchas veces analfabeta. En los primeros tiempos llevaba hombres y mujeres a Córdoba para los Ejercicios Espirituales de una semana, recorriendo 200 kilómetros a lomo de mula en tres días. En 1875 comenzó la construcción de su propia Casa de Ejercicios Espirituales en la localidad de Villa del Tránsito (que lleva ahora su nombre). En la primera tanda de hombres concurrieron, en agosto de 1877, setecientos hombres y la organización estuvo a cargo de los jesuitas de Córdoba. Era el “puchero espiritual” y la “carbonada” que, según él, necesitaba la gente. Pasaron por esa Casa, durante su ministerio, 40 mil personas entre varones y mujeres. Siendo su gente muy pobre y “abandonada de todos, pero no de Dios” como él decía, con sus feligreses construyó más de 200 kilómetros de caminos, fundó pueblos y capillas, logró de las autoridades cantidad de adelantos en la zona. Con Brochero ningún 2
enfermo quedaba sin sacramentos; llevaba siempre lo necesario para la misa en las ancas de su mula. Aún en el crudo inverno con las sierras nevadas se movilizaba como misionero en su inmenso territorio del oeste cordobés para atender a los pobres. Decía que había llegado hasta donde “solo Satán solía andar”. Tenía don de gente. Para hacerse comprender usaba el lenguaje criollo y hasta alguna mala palabra; con los hombres jugaba al truco. Decía a menudo: “Dios es como los piojos; está en todas partes, pero prefiere a los pobres”. Por su amor a los pobres y por visitar y hasta abrazar a los leprosos, contrajo la lepra. Después de 40 años de intenso trabajo fue a vivir en la casa de su hermana, en el aislamiento total debido a la lepra y desgranando rosarios. La lepra en los últimos tres años lo dejó ciego y sordo. Seguía rezando la misa todos los días, de memoria, siempre en honor de la Virgen. Decía: “Dios me ha hecho un grandísimo favor. Me ha sacado por completo de la vida activa, para confiarme la tarea de orar por los hombres pasados, presentes y los que han de venir”. Murió pobre como el más pobre de los paisanos. Una de sus últimas palabras: “Ya tengo los aperos listos para el viaje”.
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Jubileo de la Misericordia
Parábolas de la Misericordia Todos los publicanos y pecadores se acercaban a Jesús para escucharlo. Los fariseos y los escribas murmuraban, diciendo: “Este hombre recibe a los pecadores y come con ellos”. Jesús les dijo entonces esta parábola: “Un hombre tenía dos hijos. El menor de ellos dijo a su padre: "Padre, dame la parte de herencia que me corresponde". Y el padre les repartió sus bienes. Pocos días después, el hijo menor recogió todo lo que tenía y se fue a un país lejano, donde malgastó sus bienes en una vida licenciosa. Ya había gastado todo, cuando sobrevino mucha miseria en aquel país, y comenzó a sufrir privaciones. Entonces se puso al servicio de uno de los habitantes de esa región, que lo envió a su campo para cuidar cerdos. El hubiera deseado calmar su hambre con las bellotas que comían los cerdos, pero nadie se las daba. Entonces recapacitó y dijo: "¡Cuántos jornaleros de mi padre tienen pan en abundancia, y yo estoy aquí muriéndome de hambre!". Ahora mismo iré a la casa de mi padre y le diré: "Padre, pequé contra el Cielo y contra ti; ya no merezco ser llamado hijo tuyo, trátame como a uno de tus jornaleros". Entonces partió y volvió a la casa de su padre. Cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió profundamente, corrió a su encuentro, lo abrazó y lo besó. El joven le dijo: "Padre, pequé contra el Cielo y contra ti; no merezco ser llamado hijo tuyo". Pero el padre dijo a sus servidores: "Traigan enseguida la mejor ropa y vístanlo, pónganle un anillo en el dedo y sandalias en los pies. Traigan el ternero engordado y mátenlo. Comamos y festejemos, porque mi hijo estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y fue encontrado". Y comenzó la fiesta. El hijo mayor estaba en el campo. Al volver, ya cerca de la casa, oyó la música y los coros que acompañaban la danza Y llamando a uno de los sirvientes, le preguntó que sig-
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nificaba eso. El le respondió: "Tu hermano ha regresado, y tu padre hizo matar el ternero y engordado, porque lo ha recobrado sano y salvo". El se enojó y no quiso entrar. Su padre salió para rogarle que entrara, pero él le respondió: "Hace tantos años que te sirvo sin haber desobedecido jamás ni una sola de tus órdenes, y nunca me diste un cabrito para hacer una fiesta con mis amigos. ¡Y ahora que ese hijo tuyo ha vuelto, después de haber gastado tus bienes con mujeres, haces matar para él el ternero engordado!". Pero el padre le dijo: "Hijo mío, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo. Es justo que haya fiesta y alegría, porque tu hermano estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y ha sido encontrado"”. Lc 15,11-32 En las parábolas dedicadas a la misericordia, Jesús revela la naturaleza de Dios como la de un Padre que jamás se da por vencido hasta tanto no haya disuelto el pecado y superado el rechazo con la compasión y la misericordia. Conocemos estas parábolas; tres en particular: la de la oveja perdida y de la moneda extraviada, y
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Preguntas ¿Te alejas de Dios o de tu familia algunas veces? El Padre de la parábola es muy indulgente, ¿Deberían portarse así todos los padres? ¿Hay Misericordia en nuestras relaciones humanas? 3
la del padre y los dos hijos (cfr Lc 15,1-32). En estas parábolas, Dios es presentado siempre lleno de alegría, sobre todo cuando perdona. En ellas encontramos el núcleo del Evangelio y de nuestra fe, porque la misericordia se muestra como la fuerza que todo vence, que llena de amor el corazón y que consuela con el perdón. (Papa Francisco). En este boletín, frente al texto de la tercera parábola de la Misericordia veremos de comentar también la de la oveja perdida: como dice el papa, son textos fundamentales para comprender la Misericordia del Padre, al centro de este Año Santo que está por terminar.
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El hijo menor reclama su parte (un tercio de los bienes), convierte todo en dinero y se va. No sale de casa para buscar trabajo o un futuro mejor. Simplemente quiere ser independiente. No tolera ninguna disciplina. No conoce realmente a su padre. Su vida desordenada lo lleva al hambre y a ser esclavo de un patrón como cuidador de chanchos (el pecado no solo aleja de Dios sino que deshumaniza y esclaviza al hombre).
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El joven se da cuenta del error cometido, pero * piensa haber perdido la confianza de su padre. Quería llegar a ser libre y termina siendo esclavo.
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l Señor te haga triunfar en el momento del peligro, que el nombre del Dios de Jacob sea tu baluarte. Que él te auxilie desde su Santuario y te proteja desde Sión; que se acuerde de todas tus ofrendas y se encuentre aceptables tus holocaustos. Que satisfaga todos tus deseos y cumpla todos sus proyectos, para que aclamemos tu victoria y alcemos los estandartes en nombre de nuestro Dios. ¡Que el Señor te conceda todo lo que pides! Ahora sé que el Señor ha dado la victoria a su
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Entonces decide volver a casa; pero no piensa en el padre sino en el pan que comen los empleados de su casa y que él no puede disfrutar. Se ha reducido a comer bellotas. El padre lo había dejado ir respetando su libertad, sufriendo pero sin recriminaciones y confiando en que algún día volvería. El sufrimiento del padre no era por la afrenta del hijo, por sentirse ofendido, sino por los problemas que iba a tener el hijo lejos de casa. El amor del padre es más fuerte que la rebeldía del hijo, no desespera de él, cree en que volverá y lo espera todos los días. Desde la azotea un día lo vio de lejos. Se conmovió (sintió estremecer las entrañas) y se puso a correr, como perdiendo el control y todo atisbo de dignidad hasta alcanzarlo. Casi ni le importa lo que dice el joven que le pide ser uno de sus sirvientes; lo interrumpe, lo abraza y besa en la mejilla como hijo, le hace poner el vestido más lindo, el anillo símbolo de autoridad en la casa, los zapatos por ser hombre libre y no esclavo. Da órdenes tajantes a los sirvientes y con su alegría parece casi enloquecido; con impaciencia, quiere enseguida una gran fiesta.
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(sigue el comentario en las páginas sucesivas)
Ungido, lo ha hecho triunfar desde su santo cielo con las proezas de su mano salvadora. Unos se fían de sus carros y otros de sus caballos, pero nuestra fuerza está en el nombre de nuestro Dios. Ellos tropezaron y cayeron, mientras nosotros nos mantuvimos erguidos y confiados. ¡Señor, concede la victoria al rey, escúchanos cuando te invocamos! Salmo 20
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Jubileo de la Misericordia Parábolas de la Misericordia El tema central en la llamada “parábola del hijo pródigo” (Lc 15,11-32) no es el arrepentimiento del hijo menor, sino el amor desbordante del padre que es incomprendido por ambos hijos, y que por lo tanto tampoco logran ser hermanos.
El padre no tiene pruebas y garantías del arrepentimiento del hijo; tampoco le pregunta nada, no le exige nada, no quiere humillarlo, ya olvidó todo, esa es su casa. En realidad el padre ya lo había perdonado desde siempre. El hermano mayor que vuelve del trabajo y se entera de la fiesta, se irrita, siente envidia, cree que el padre comete una injusticia, como en el caso de los obreros de la primera hora. Tampoco él conoce a su padre y lo trata como a un patrón. Es el retrato de la persona religiosa, observante, que cumple con sus deberes. La palabra “padre” pronunciada cinco veces por el hijo menor, nunca aparece en los labios del mayor. Vive en la casa de su padre como un extraño, se junta y se divierte con sus amigos fuera de casa. No está contento que su hermano haya vuelto y que se le haga una fiesta que no se merece. No quiere sentarse a la mesa con él que es un pecador. Exige para sí el becerro gordo; él sí se lo merece, no el hermano. No quiere entrar en casa, no quiere participar de la fiesta. Como pago por su trabajo y su obediencia, nunca recibió ni un cabrito. Él se siente “justo”, merecedor de un trato privilegiado, como los obreros de la primera hora. Quiere que el padre castigue al menor. El padre sin embargo quiere a sus dos hijos por igual; no hace comparaciones. Es el hermano mayor que se compara, juzga y desprecia al hermano menor. El padre no juzga ni condena; ambos son sus hijos. También en el caso de este hijo, el padre toma la iniciativa y sale otra vez de casa para “rogar” al hijo que entre. Lo escucha, lo llama “hijo mío”, le reconoce La Gruta n.478
su trabajo. Le explica, como el dueño de la viña a los trabajadores, que no es injusto porque “todo lo mío es tuyo” (15,32); tiene el privilegio de estar siempre en la casa paterna, vivir con él y tenerlo todo en común. Además el hijo que ha vuelto no es un extraño sino su hermano. Pero la envidia del hermano mayor, así como la de los obreros de la primera hora (y la de los escribas y fariseos), hace que el Evangelio no sea para ellos una alegre noticia. No hay alegre noticia para los que piensan que su obediencia a la Ley de Dios es el medio para ganarse su benevolencia y no una respuesta al amor gratuito y desbordante de Dios. Sin gratuidad no hay verdadero amor y sin amor no hay gozo. Así como el hijo menor no se había dado cuenta que al alejarse del padre no sería feliz, así también el hijo mayor no se da cuenta que al distanciarse del hermano tampoco será feliz. Ninguno de los dos hijos había comprendido al padre. El mayor se consideraba un esclavo bajo patrón, el menor quería llegar a ser un esclavo bien pago. Las exigencias que los dos ponían a su padre (el primero la herencia, el segundo el becerro), manifiestan que no había amor de hijos sino intereses. Uno quería independizarse de él, el otro aprovecharlo. El amor del padre hacia los dos es sincero, fiel y sin condiciones. Al final el hijo menor, atrapado por el amor y la acogida extraordinaria del padre, se arrepiente y se reintegra a la familia. El hijo mayor, devorado por la bronca contra su hermano, no quiere entrar y se queda afuera. La religión de este muchacho es el deber y la recompen5
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sa, lo mandado y lo prohibido, pero no el amor. El padre no le reprocha nada tampoco a él y no le obliga a entrar. Sufre porque los hermanos están distanciados, así como sufría por el hijo perdido; quiere a todos unidos en su casa. La conversión del “justo” es más difícil que la del pecador. Pero el padre queda esperando y la puerta queda abierta.
La parábola de la oveja perdida El buen pastor en el Evangelio (Lc 15,4-7) conoce a sus ovejas una por una, las llama y las saca fuera del redil para llevarlas a las praderas; y busca reunir a las ovejas dispersas para protegerlas y ampararlas en el único rebaño. Los pastores en aquellos tiempos les daban un nombre a las ovejas como hoy se hace con los perros hogareños y ellas conocían la voz del verdadero pastor, mientras que instintivamente huían del extraño. Para el buen pastor no hay simplemente un rebaño; con cada oveja tiene un trato personal. Para los ladrones y los bandidos las ovejas no tienen ni rostro ni nombre; son una masa anónima para subyugar y despojar. Si se pierde una oveja, el pastor hace de todo para recuperarla. An6
tes que nada se da cuenta enseguida que falta una oveja en el redil porque las cuenta una por una al atardecer. En nuestras comunidades muchas veces sucede que puede alejarse, enfermarse o morirse alguien y nadie se entera. El pastor no espera que vuelva la oveja por su cuenta; puede estar herida o haber perdido el rumbo. Sale de noche a la luz de una antorcha para buscarla, hasta que la encuentra. El buen pastor está atento y oye los gritos y clamores de sus ovejas. Si ella se rehúsa a seguirlo no la violenta, pero tampoco se desanima y vuelve a buscarla hasta que la oveja se deja llevar mansamente. Él quiere absolutamente a todas sus ovejas y asegura que “nadie las arrebatará jamás de mis manos” (Jn 10,29). El pastor no busca la oveja por ser la más bella o la más gorda; no tiene un valor extraordinario. Simplemente, sin su ayuda ella no podría reencontrar el redil. La oveja, cansada de dar vueltas o herida, quizás se haya tirado al suelo desanimada sin lograr levantarse para caminar. Por eso el pastor la levanta y emprende el regreso. Al llegar, despierta y convoca a todos sus compañeros para hacer fiesta. La oveja rebelde vuelve al redil, no por su propia
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iniciativa sino ganada por el amor y la ternura del pastor. La parábola de la moneda perdida (Lc 15,810) también significa lo mismo: el amor personal y apasionado de Dios para cada uno de sus hijos, sobretodo si se encuentra en dificultad. Ahora ya no son cien ovejas, sino tan solo diez dracmas. Para Dios poco importa el número; por una sola moneda la mujer revuelve la casa. La mujer prende la lámpara, barre la casa, busca en todos los rincones hasta que oye el ruidito de la moneda sobre el piso de roca. Reúne entonces a las amigas parta festejar. A Dios ni un solo hombre le es indiferente; “no quiere que nadie se pierda” (Mt 18,14). En la comunidad cristiana no hay que privilegiar la lógica del número, del prestigio sino del amor a cada persona. Todo el capítulo 15 de Lucas habla de una sola oveja, de una sola moneda, de un solo hijo que se han perdido; y él ha venido a “buscar lo que estaba perdido” (Lc 19,10). Hay que ganar a ese único hermano que se ha extraviado, con una búsqueda obstinada como la del pastor. Hay que cuidar a “los más pequeños” (Mt 25,40) y débiles de la comunidad para que no sean víctimas de nuestros errores e impaciencias. Nos cuesta creer que Dios nos ama personalmente y que hace de todo para recuperarnos. Es como un padre o una madre que, aún teniendo muchos hijos, más se preocupa por el hijo perdido como si fuera único. La oveja reencontrada es como si valiera más que toda la grey junta. El acento La Gruta n.478
en estas parábolas cae sobre el gozo de Dios por la conversión de un solo pecador. Lo dice con énfasis Jesús: “en verdad les digo que habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que vuelve, que por 99 justos que no tienen necesidad de convertirse” (Lc 15,7). Sentándose a la mesa de los pecadores Jesús les dice que Dios está interesado en tener comunión con ellos. Sentarse a la misma mesa era un signo profundo de amistad. Es el mismo signo que Jesús elegirá para expresar su comunión con los discípulos y de los discípulos entre ellos. Era también un gesto de ruptura con las leyes y tradiciones del tiempo. También los escribas y fariseos volvían a aceptar a los pecadores después de su arrepentimiento y una severa penitencia; pero Jesús se anticipa y ofrece, él primero, su perdón. Cuando Jesús habla de la “justicia mayor” (Mt 5,20) que ha de distinguir a sus discípulos de los fariseos o de la “perfección” que ha de distinguirlos de los paganos (Mt 5,47-48), se refiere a esta actitud misericordiosa. Los escribas y fariseos tenían una idea equivocada de Dios. Por eso Jesús es objeto de críticas y murmuraciones; hasta llegaron a llamarlo “comilón y borracho, amigo de pecadores” (Lc 7,34). Estos evangelios proclaman la dignidad de cada hombre aún pecador, aún extraviado y la posibilidad de su recuperación. Cada persona ha de ser tratada como hijo/ a de Dios desde la concepción, en la enfermedad, en la discapacidad, en la buena y en la mala. 7
Oración a los pies de La Gruta
Miércoles 9 de noviembre de 2016 a las 18 hs. en el despacho parroquial: formación de los voluntarios del día 11.
Señor Jesús, te damos gracias porque con tu muerte obediente y tu resurrección gloriosa nos has salvado. Todos los días necesitamos tu resurrección porque queremos participar en la obra de transformación del mundo. Nos consagramos a ti dispuestos a realizar tu programa de vida en total fidelidad al Padre del cielo. Que nuestro humilde servicio contribuya a hacerte conocer más como el manantial de toda vida. mén.
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OCTUBRE, MES DEL ROSARIO El Rosario tiene todos los inconvenientes de la oración: es repetitivo, aburre, nos encontramos rezando algo (el Ave María) mientras pensamos en otras cosas… Sin embargo estos elementos que caracterizan la oración son muy importantes para aprender a vivir y vivir cristianamente. Es real: repetir 50 veces el Ave María puede ser aburrido; así como lo es tal vez ir a trabajar todo los días, haciendo las mismas cosas y encontrando las misma personas. Pero no podemos dejar de trabajar así como no podemos dejar de orar. También es real que rezando nos encontramos continuamente distraídos, pensando en otras cosas y nos da la gana de dejar y dedicarnos a cosas más útiles: tal como en la vida, cuando chocamos con los mismos problemas y tenemos la tentación (y muchas veces lo hacemos…) de evadir, cambiar trabajo, cambiar de barrio porque “esto no se cambia”. Bien: en esta repetición, en este retomar siempre de vuelta frente los mismos errores, en esta búsqueda de algo más profundo de la realidad que vemos, en todo esto se esconde la presencia de Dios. Dios que nos enseña a aceptar nuestros límites y los de los demás, a vivir esta vida sin ir a buscar lejos la felicidad; Dios que en el aburrimiento de Nazaret compartió nuestra vida, aceptando aquellas frustraciones que son parte del diario vivir y crecer. Orar y vivir son dos cosas muy parecidas; aprender a orar es aprender a vivir.
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