ACTIVIDADES REALIZADAS EN 2016 POR ESTA ASOCIACIÓN SUBVENCIONADAS POR LA DIPUTACIÓN PROVINCIAL DE BADAJOZ EN PROYECTO ACOGIDO A LA CONVOCATORIA DE 2 DE MARZO DE 2016 SOBRE ACTIVIDADES EDUCATIVAS Y CULTURALES ENVIADO Y APROBADO EN SU DÍA
ASOCIACIÓN CULTURAL “UNA PIEDRA SOBRE 0TRA” ACTIVIDADES 2016 1.- DÍA DEL LIBRO
DÍA DEL LIBRO 2016 ACTIVIDADES CONJUNTAS 18 de abril . A las 9h 30 m, conferencia en el Instituto. "Aproximación a don Quijote a cargo de don Antonio León Hidalgo . . A las 10h 30m, exposición en el Instituto de láminas de la Biblioteca Nacional sobre don Quijote . Se podrá visitar en horario lectivo durante toda la semana que el centro dedica al día del libro. 19 de abril . A partir de las 10h 15 minutos, lectura colectiva del Quijote en la Plaza de España . Invitamos a todos los quintanenses a estos actos y esperamos su asistencia Lectura colectiva del Quijote en la Plaza de España
Fondo de este cartel lámina de Cervantes entregando su don Quijote a la musa Talia
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Publicaciones en el blog de la Asociación sobre el día del libro http://asociacionculturalunapiedrasobreotra.blogspot.com.es
CAPÍTULO LVIII del Quijote
Que trata de cómo menudearon sobre don Quijote aventuras tantas, que no se daban vagar unas a otras1 Cuando don Quijote se vio en la campaña rasa, libre y desembarazado de los requiebros de Altisidora, le pareció que estaba en su centro2 y que los espíritus se le renovaban para proseguir de nuevo el asumpto de sus caballerías3, y volviéndose a Sancho le dijo: —La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el mar encubre; por la libertad así como por la honra se puede y debe aventurar la vida, y, por el contrario, el cautiverio es el mayor mal que puede venir a los hombres4. Digo esto, Sancho, porque bien has visto el regalo, la abundancia que en este castillo que dejamos hemos tenido; pues en mitad de aquellos banquetes sazonados y de aquellas bebidas de nieve5 me parecía a mí que estaba metido entre las estrechezas de la hambre, porque no lo gozaba con la libertad que lo gozara si fueran míos, que las obligaciones de las recompensas de los beneficios y mercedes recebidas son ataduras que no dejan campear al ánimo libre6. ¡Venturoso aquel a quien el cielo dio un pedazo de pan sin que le quede obligación de agradecerlo a otro que al mismo cielo7! —Con todo eso —dijo Sancho— que vuesa merced me ha dicho, no es bien que se quede sin agradecimiento de nuestra parte docientos escudos de oro que en una bolsilla me dio el mayordomo del duque, que como píctima y confortativo la llevo puesta sobre el corazón8, para lo que se ofreciere, que no siempre hemos de hallar castillos donde nos regalen, que tal vez toparemos con algunas ventas donde nos apaleen. En estos y otros razonamientos iban los andantes, caballero y escudero9, cuando vieron, habiendo andado poco más de una legua, que encima de la yerba de un pradillo verde, encima de sus capas, estaban comiendo hasta una docena de hombres vestidos de labradores. Junto a sí tenían unas como sábanas blancas con que cubrían alguna cosa que debajo estaba: estaban empinadas y tendidas10 y de trecho a trecho puestas. Llegó don Quijote a los que comían y, saludándolos primero cortésmente, les preguntó que qué era lo que aquellos lienzos cubrían. Uno dellos le respondió: —Señor, debajo destos lienzos están unas imágines de relieve y entalladura que
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ASOCIACIÓN CULTURAL “UNA PIEDRA SOBRE 0TRA” ACTIVIDADES 2016 han de servir en un retablo que hacemos en nuestra aldea11; llevámoslas cubiertas, porque no se desfloren12, y en hombros, porque no se quiebren. —Si sois servidos —respondió don Quijote—, holgaría de verlas, pues imágines que con tanto recato se llevan sin duda deben de ser buenas. —¡Y cómo si lo son! —dijo otro—. Si no, dígalo lo que cuesta, que en verdad que no hay ninguna que no esté en más de cincuenta ducados13; y porque vea vuestra merced esta verdad, espere vuestra merced y verla ha por vista de ojos14. Y, levantándose, dejó de comer y fue a quitar la cubierta de la primera imagen, que mostró ser la de San Jorge puesto a caballo, con una serpiente enroscada a los pies y la lanza atravesada por la boca15, con la fiereza que suele pintarse. Toda la imagen parecía una ascua de oro, como suele decirse. Viéndola don Quijote, dijo: —Este caballero fue uno de los mejores andantes que tuvo la milicia divina: llamóse don San Jorge16 y fue además defendedor de doncellas. Veamos esta otra. Descubrióla el hombre, y pareció ser la de San Martín puesto a caballo, que partía la capa con el pobre; y apenas la hubo visto don Quijote, cuando dijo: —Este caballero también fue de los aventureros cristianos, y creo que fue más liberal que valiente, como lo puedes echar de ver, Sancho, en que está partiendo la capa con el pobre y le da la mitad; y sin duda debía de ser entonces invierno, que, si no, él se la diera toda, según era de caritativo. —No debió de ser eso —dijo Sancho—, sino que se debió de atener al refrán que dicen: que para dar y tener, seso es menester17. Rióse don Quijote y pidió que quitasen otro lienzo, debajo del cual se descubrió la imagen del Patrón de las Españas a caballo, la espada ensangrentada, atropellando moros y pisando cabezas; y en viéndola, dijo don Quijote: —Este sí que es caballero, y de las escuadras de Cristo: este se llama don San Diego Matamoros18, uno de los más valientes santos y caballeros que tuvo el mundo y tiene agora el cielo. Luego descubrieron otro lienzo y pareció que encubría la caída de San Pablo del caballo abajo19, con todas las circunstancias que en el retablo de su conversión suelen pintarse. Cuando le vido tan al vivo, que dijeran que Cristo le hablaba y Pablo respondía: —Este —dijo don Quijote— fue el mayor enemigo que tuvo la Iglesia de Dios Nuestro Señor en su tiempo y el mayor defensor suyo que tendrá jamás: caballero andante por la vida y santo a pie quedo por la muerte, trabajador incansable en la viña del Señor, doctor de las gentes, a quien sirvieron de escuelas los cielos y de catedrático y maestro que le enseñase el mismo Jesucristo20. No había más imágines, y, así, mandó don Quijote que las volviesen a cubrir y dijo a los que las llevaban: —Por buen agüero he tenido, hermanos, haber visto lo que he visto21, porque estos santos y caballeros profesaron lo que yo profeso, que es el ejercicio de las armas, sino que la diferencia que hay entre mí y ellos es que ellos fueron santos y pelearon a lo divino y yo soy pecador y peleo a lo humano. Ellos conquistaron el cielo a fuerza de brazos, porque el cielo padece fuerza22, y yo hasta agora no sé lo que conquisto a fuerza de mis trabajos; pero si mi Dulcinea del Toboso saliese de los que padece, mejorándose mi ventura y adobándoseme el juicio23, podría ser que encaminase mis pasos por mejor camino del que llevo. —Dios lo oiga y el pecado sea sordo24 —dijo Sancho a esta ocasión. Admiráronse los hombres así de la figura como de las razones de don Quijote, sin entender la mitad de lo que en ellas decir quería. Acabaron de comer, cargaron con
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ASOCIACIÓN CULTURAL “UNA PIEDRA SOBRE 0TRA” ACTIVIDADES 2016 sus imágines y, despidiéndose de don Quijote, siguieron su viaje. Quedó Sancho de nuevo, como si jamás hubiera conocido a su señor, admirado de lo que sabía, pareciéndole que no debía de haber historia en el mundo ni suceso que no lo tuviese cifrado en la uña25 y clavado en la memoria, y díjole: —En verdad, señor nuestramo26, que si esto que nos ha sucedido hoy se puede llamar aventura, ella ha sido de las más suaves y dulces que en todo el discurso de nuestra peregrinación nos ha sucedido: della habemos salido sin palos y sobresalto alguno, ni hemos echado mano a las espadas, ni hemos batido la tierra con los cuerpos27, ni quedamos hambrientos. Bendito sea Dios, que tal me ha dejado ver con mis propios ojos. —Tú dices bien, Sancho —dijo don Quijote—, pero has de advertir que no todos los tiempos son unos, ni corren de una misma suerte, y esto que el vulgo suele llamar comúnmente agüeros, que no se fundan sobre natural razón alguna, del que es discreto han de ser tenidos y juzgados por buenos acontecimientos28. Levántase uno destos agoreros por la mañana, sale de su casa, encuéntrase con un fraile de la orden del bienaventurado San Francisco y, como si hubiera encontrado con un grifo29, vuelve las espaldas y vuélvese a su casa. Derrámasele al otro mendoza la sal encima de la mesa30, y derrámasele a él la melancolía por el corazón, como si estuviese obligada la naturaleza a dar señales de las venideras desgracias con cosas tan de poco momento como las referidas. El discreto y cristiano no ha de andar en puntillos con lo que quiere hacer el cielo31. Llega Cipión a África, tropieza en saltando en tierra, tiénenlo por mal agüero sus soldados, pero él, abrazándose con el suelo, dijo: «No te me podrás huir, África, porque te tengo asida y entre mis brazos32». Así que, Sancho, el haber encontrado con estas imágines ha sido para mí felicísimo acontecimiento. —Yo así lo creo —respondió Sancho— y querría que vuestra merced me dijese qué es la causa porque dicen los españoles cuando quieren dar alguna batalla, invocando aquel San Diego Matamoros: «¡Santiago, y cierra España!». ¿Está por ventura España abierta y de modo que es menester cerrarla, o qué ceremonia es esta33? —Simplicísimo eres, Sancho —respondió don Quijote—, y mira que este gran caballero de la cruz bermeja34 háselo dado Dios a España por patrón y amparo suyo, especialmente en los rigurosos trances que con los moros los españoles han tenido, y, así, le invocan y llaman como a defensor suyo en todas las batallas que acometen, y muchas veces le han visto visiblemente en ellas derribando, atropellando, destruyendo y matando los agarenos escuadrones; y desta verdad te pudiera traer muchos ejemplos que en las verdaderas historias españolas se cuentan35. Mudó Sancho plática y dijo a su amo: —Maravillado estoy, señor, de la desenvoltura de Altisidora, la doncella de la duquesa: bravamente la debe de tener herida y traspasada aquel que llaman «Amor», que dicen que es un rapaz ceguezuelo que, con estar lagañoso o, por mejor decir, sin vista36, si toma por blanco un corazón, por pequeño que sea, le acierta y traspasa de parte a parte con sus flechas. He oído decir también que en la vergüenza y recato de las doncellas se despuntan y embotan las amorosas saetas37, pero en esta Altisidora más parece que se aguzan que despuntan. —Advierte, Sancho —dijo don Quijote—, que el amor ni mira respetos ni guarda términos de razón en sus discursos, y tiene la misma condición que la muerte, que así acomete los altos alcázares de los reyes como las humildes chozas de los
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ASOCIACIÓN CULTURAL “UNA PIEDRA SOBRE 0TRA” ACTIVIDADES 2016 pastores38, y cuando toma entera posesión de una alma, lo primero que hace es quitarle el temor y la vergüenza; y, así, sin ella declaró Altisidora sus deseos, que engendraron en mi pecho antes confusión que lástima. —¡Crueldad notoria! —dijo Sancho—. ¡Desagradecimiento inaudito! Yo de mí sé decir que me rindiera y avasallara la más mínima razón amorosa suya. ¡Hideputa, y qué corazón de mármol, qué entrañas de bronce y qué alma de argamasa! Pero no puedo pensar qué es lo que vio esta doncella en vuestra merced que así la rindiese y avasallase: qué gala, qué brío, qué donaire, qué rostro, que cada cosa por sí destas o todas juntas la enamoraron; que en verdad en verdad que muchas veces me paro a mirar a vuestra merced desde la punta del pie hasta el último cabello de la cabeza, y que veo más cosas para espantar que para enamorar; y habiendo yo también oído decir que la hermosura es la primera y principal parte que enamora39, no teniendo vuestra merced ninguna, no sé yo de qué se enamoró la pobre. —Advierte, Sancho —respondió don Quijote—, que hay dos maneras de hermosura: una del alma y otra del cuerpo; la del alma campea y se muestra en el entendimiento, en la honestidad, en el buen proceder, en la liberalidad y en la buena crianza, y todas estas partes caben y pueden estar en un hombre feo; y cuando se pone la mira en esta hermosura, y no en la del cuerpo, suele nacer el amor con ímpetu y con ventajas40. Yo, Sancho, bien veo que no soy hermoso, pero también conozco que no soy disforme41, y bástale a un hombre de bien no ser monstruo para ser bien querido, como tenga los dotes del alma que te he dicho. En estas razones y pláticas, se iban entrando por una selva que fuera del camino estaba, y a deshora42, sin pensar en ello, se halló don Quijote enredado entre unas redes de hilo verde que desde unos árboles a otros estaban tendidas43; y sin poder imaginar qué pudiese ser aquello, dijo a Sancho: —Paréceme, Sancho, que esto destas redes debe de ser una de las más nuevas aventuras que pueda imaginar. Que me maten si los encantadores que me persiguen no quieren enredarme en ellas y detener mi camino, como en venganza de la riguridad que con Altisidora he tenido44. Pues mándoles yo45 que aunque estas redes, si como son hechas de hilo verde fueran de durísimos diamantes o más fuertes que aquella con que el celoso dios de los herreros enredó a Venus y a Marte46, así las rompiera como si fueran de juncos marinos o de hilachas de algodón. Y, queriendo pasar adelante y romperlo todo, al improviso se le ofrecieron delante, saliendo de entre unos árboles, dos hermosísimas pastoras: a lo menos vestidas como pastoras, sino que los pellicos y sayas eran de fino brocado, digo, que las sayas eran riquísimos faldellines de tabí de oro47. Traían los cabellos sueltos por las espaldas, que en rubios podían competir con los rayos del mismo sol, los cuales se coronaban con dos guirnaldas de verde laurel y de rojo amaranto tejidas48. La edad, al parecer, ni bajaba de los quince ni pasaba de los diez y ocho. Vista fue esta que admiró a Sancho, suspendió a don Quijote, hizo parar al sol en su carrera para verlas y tuvo en maravilloso silencio a todos cuatro49. En fin, quien primero habló fue una de las dos zagalas, que dijo a don Quijote: —Detened, señor caballero, el paso y no rompáis las redes, que no para daño vuestro, sino para nuestro pasatiempo ahí están tendidas; y porque sé que nos habéis de preguntar para qué se han puesto y quién somos, os lo quiero decir en breves palabras. En una aldea que está hasta dos leguas de aquí, donde hay mucha gente principal y muchos hidalgos y ricos, entre muchos amigos y parientes se
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ASOCIACIÓN CULTURAL “UNA PIEDRA SOBRE 0TRA” ACTIVIDADES 2016 concertó que con sus hijos, mujeres y hijas, vecinos, amigos y parientes nos viniésemos a holgar a este sitio, que es uno de los más agradables de todos estos contornos, formando entre todos una nueva y pastoril Arcadia50, vistiéndonos las doncellas de zagalas y los mancebos de pastores. Traemos estudiadas dos églogas, una del famoso poeta Garcilaso, y otra del excelentísimo Camoes en su misma lengua portuguesa, las cuales hasta agora no hemos representado. Ayer fue el primero día que aquí llegamos; tenemos entre estos ramos plantadas algunas tiendas, que dicen se llaman «de campaña», en el margen de un abundoso arroyo que todos estos prados fertiliza; tendimos la noche pasada estas redes de estos árboles, para engañar los simples pajarillos que, ojeados con nuestro ruido51, vinieren a dar en ellas. Si gustáis, señor, de ser nuestro huésped, seréis agasajado liberal y cortésmente, porque por agora en este sitio no ha de entrar la pesadumbre ni la melancolía. Calló y no dijo más. A lo que respondió don Quijote: —Por cierto, hermosísima señora, que no debió de quedar más suspenso ni admirado Anteón cuando vio al improviso bañarse en las aguas a Diana52, como yo he quedado atónito en ver vuestra belleza53. Alabo el asumpto de vuestros entretenimientos y el de vuestros ofrecimientos agradezco, y si os puedo servir, con seguridad de ser obedecidas me lo podéis mandar, porque no es otra la profesión mía sino de mostrarme agradecido y bienhechor con todo género de gente, en especial con la principal que vuestras personas representan; y si como estas redes, que deben de ocupar algún pequeño espacio, ocuparan toda la redondez de la tierra, buscara yo nuevos mundos por do pasar sin romperlas; y porque deis algún crédito a esta mi exageración, ved que os lo promete por lo menos don Quijote de la Mancha54, si es que ha llegado a vuestros oídos este nombre. —¡Ay, amiga de mi alma —dijo entonces la otra zagala—, y qué ventura tan grande nos ha sucedido! ¿Ves este señor que tenemos delante? Pues hágote saber que es el más valiente y el más enamorado y el más comedido que tiene el mundo, si no es que nos miente y nos engaña una historia que de sus hazañas anda impresa y yo he leído. Yo apostaré que este buen hombre que viene consigo es un tal Sancho Panza55, su escudero, a cuyas gracias no hay ningunas que se le igualen. —Así es la verdad —dijo Sancho—, que yo soy ese gracioso y ese escudero que vuestra merced dice, y este señor es mi amo, el mismo don Quijote de la Mancha historiado y referido. —¡Ay! —dijo la otra—. Supliquémosle, amiga, que se quede, que nuestros padres y nuestros hermanos gustarán infinito dello, que también he oído yo decir de su valor y de sus gracias lo mismo que tú me has dicho, y sobre todo dicen dél que es el más firme y más leal enamorado que se sabe, y que su dama es una tal Dulcinea del Toboso, a quien en toda España la dan la palma de la hermosura. —Con razón se la dan —dijo don Quijote—, si ya no lo pone en duda vuestra sin igual belleza. No os canséis, señoras, en detenerme, porque las precisas obligaciones de mi profesión no me dejan reposar en ningún cabo56. Llegó en esto adonde los cuatro estaban un hermano de una de las dos pastoras vestido asimismo de pastor con la riqueza y galas que a las de las zagalas correspondía; contáronle ellas que el que con ellas estaba era el valeroso don Quijote de la Mancha, y el otro, su escudero Sancho, de quien tenía él ya noticia por haber leído su historia. Ofreciósele el gallardo pastor, pidióle que se viniese con él a sus tiendas, húbolo de conceder don Quijote y así lo hizo. Llegó en esto el ojeo,
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ASOCIACIÓN CULTURAL “UNA PIEDRA SOBRE 0TRA” ACTIVIDADES 2016 llenáronse las redes de pajarillos diferentes que, engañados de la color de las redes, caían en el peligro de que iban huyendo. Juntáronse en aquel sitio más de treinta personas, todas bizarramente de pastores y pastoras vestidas, y en un instante quedaron enteradas de quiénes eran don Quijote y su escudero, de que no poco contento recibieron, porque ya tenían dél noticia por su historia. Acudieron a las tiendas, hallaron las mesas puestas, ricas, abundantes y limpias; honraron a don Quijote dándole el primer lugar en ellas; mirábanle todos y admirábanse de verle. Finalmente, alzados los manteles, con gran reposo alzó don Quijote la voz y dijo: —Entre los pecados mayores que los hombres cometen, aunque algunos dicen que es la soberbia57, yo digo que es el desagradecimiento58, ateniéndome a lo que suele decirse: que de los desagradecidos está lleno el infierno. Este pecado, en cuanto me ha sido posible, he procurado yo huir desde el instante que tuve uso de razón, y si no puedo pagar las buenas obras que me hacen con otras obras, pongo en su lugar los deseos de hacerlas, y cuando estos no bastan, las publico, porque quien dice y publica las buenas obras que recibe, también las recompensara con otras, si pudiera59; porque por la mayor parte los que reciben son inferiores a los que dan, y así es Dios sobre todos, porque es dador sobre todos, y no pueden corresponder las dádivas del hombre a las de Dios con igualdad, por infinita distancia, y esta estrecheza y cortedad en cierto modo la suple el agradecimiento. Yo, pues, agradecido a la merced que aquí se me ha hecho, no pudiendo corresponder a la misma medida, conteniéndome en los estrechos límites de mi poderío, ofrezco lo que puedo y lo que tengo de mi cosecha60; y, así, digo que sustentaré dos días naturales, en mitad de ese camino real que va a Zaragoza, que estas señoras zagalas contrahechas que aquí están61 son las más hermosas doncellas y más corteses que hay en el mundo, excetando solo a la sin par Dulcinea del Toboso62, única señora de mis pensamientos, con paz sea dicho de cuantos y cuantas me escuchan63. Oyendo lo cual Sancho, que con grande atención le había estado escuchando, dando una gran voz dijo: —¿Es posible que haya en el mundo personas que se atrevan a decir y a jurar que este mi señor es loco? Digan vuestras mercedes, señores pastores: ¿hay cura de aldea, por discreto y por estudiante que sea64, que pueda decir lo que mi amo ha dicho, ni hay caballero andante, por más fama que tenga de valiente, que pueda ofrecer lo que mi amo aquí ha ofrecido? Volvióse don Quijote a Sancho, y encendido el rostro y colérico, le dijo: —¿Es posible, ¡oh Sancho!, que haya en todo el orbe alguna persona que diga que no eres tonto, aforrado de lo mismo, con no sé qué ribetes de malicioso y de bellaco65? ¿Quién te mete a ti en mis cosas y en averiguar si soy discreto o majadero? Calla y no me repliques, sino ensilla, si está desensillado Rocinante: vamos a poner en efecto mi ofrecimiento; que con la razón que va de mi parte puedes dar por vencidos a todos cuantos quisieren contradecirla. Y con gran furia y muestras de enojo se levantó de la silla, dejando admirados a los circunstantes, haciéndoles dudar si le podían tener por loco o por cuerdo. Finalmente, habiéndole persuadido que no se pusiese en tal demanda66, que ellos daban por bien conocida su agradecida voluntad y que no eran menester nuevas demostraciones para conocer su ánimo valeroso, pues bastaban las que en la historia de sus hechos se referían, con todo esto, salió don Quijote con su intención, y puesto sobre Rocinante, embrazando su escudo y tomando su lanza, se puso en la
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ASOCIACIÓN CULTURAL “UNA PIEDRA SOBRE 0TRA” ACTIVIDADES 2016 mitad de un real camino que no lejos del verde prado estaba. Siguióle Sancho sobre su rucio, con toda la gente del pastoral rebaño, deseosos de ver en qué paraba su arrogante y nunca visto ofrecimiento. Puesto, pues, don Quijote en mitad del camino, como se ha dicho, hirió el aire con semejantes palabras: —¡Oh vosotros, pasajeros y viandantes, caballeros, escuderos, gente de a pie y de a caballo que por este camino pasáis o habéis de pasar en estos dos días siguientes! Sabed que don Quijote de la Mancha, caballero andante, está aquí puesto para defender que a todas las hermosuras y cortesías del mundo exceden las que se encierran en las ninfas habitadoras destos prados y bosques, dejando a un lado a la señora de mi alma Dulcinea del Toboso. Por eso, el que fuere de parecer contrario acuda, que aquí le espero. Dos veces repitió estas mismas razones y dos veces no fueron oídas de ningún aventurero67; pero la suerte, que sus cosas iba encaminando de mejor en mejor, ordenó que de allí a poco se descubriese por el camino muchedumbre de hombres de a caballo, y muchos dellos con lanzas en las manos, caminando todos apiñados, de tropel y a gran priesa. No los hubieron bien visto68 los que con don Quijote estaban, cuando volviendo las espaldas se apartaron bien lejos del camino, porque conocieron que si esperaban les podía suceder algún peligro: sólo don Quijote, con intrépido corazón, se estuvo quedo, y Sancho Panza se escudó con las ancas de Rocinante. Llegó el tropel de los lanceros, y uno dellos que venía más delante a grandes voces comenzó a decir a don Quijote: —¡Apártate, hombre del diablo, del camino, que te harán pedazos estos toros! —¡Ea, canalla —respondió don Quijote—, para mí no hay toros que valgan, aunque sean de los más bravos que cría Jarama en sus riberas69! Confesad, malandrines, así, a carga cerrada70, que es verdad lo que yo aquí he publicado; si no, conmigo sois en batalla. No tuvo lugar de responder el vaquero, ni don Quijote le tuvo de desviarse, aunque quisiera, y, así, el tropel de los toros bravos y el de los mansos cabestros, con la multitud de los vaqueros y otras gentes que a encerrar los llevaban a un lugar donde otro día habían de correrse, pasaron sobre don Quijote, y sobre Sancho, Rocinante y el rucio, dando con todos ellos en tierra, echándole a rodar por el suelo. Quedó molido Sancho, espantado don Quijote, aporreado el rucio y no muy católico Rocinante, pero en fin se levantaron todos, y don Quijote a gran priesa, tropezando aquí y cayendo allí, comenzó a correr tras la vacada, diciendo a voces: —¡Deteneos y esperad, canalla malandrina, que un solo caballero os espera, el cual no tiene condición ni es de parecer de los que dicen que al enemigo que huye, hacerle la puente de plata71! Pero no por eso se detuvieron los apresurados corredores, ni hicieron más caso de sus amenazas que de las nubes de antaño72. Detúvole el cansancio a don Quijote, y, más enojado que vengado, se sentó en el camino, esperando a que Sancho , Rocinante y el rucio llegasen. Llegaron, volvieron a subir amo y mozo, y sin volver a despedirse de la Arcadia fingida o contrahecha73, y con más vergüenza que gusto, siguieron su camino. (1)
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‘no se daban descanso las unas a las otras’. ‘en el elemento que le era propio’, y, por ahí, ‘feliz, en el colmo de sus aspiraciones’.
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En este contexto, espíritus vale por ‘aliento vital, ánimo’, el necesario para proseguir su ‘empresa o profesión’ (asumpto). La locución de nuevo no equivale todavía a ‘nuevamente’, ya que se emplea para indicar acción o estado reciente; más bien significa ‘otra vez’. El tema de la libertad, relacionado con el de la dignidad del hombre, es frecuente en Cervantes. ‘heladas’, ‘enfriadas con nieve’; costumbre ampliamente extendida en el Siglo de Oro (II, 51, 1045, n. 1). campear: ‘manifestarse, salir por sus fueros’. La reflexión tiene paralelos, particularmente, en Séneca. El principio de la frase recuerda las versiones castellanas del «Beatus ille» de Horacio (Epodos, II). píctima: ‘pítima, emplasto o cataplasma de hierbas que, como cordial, se colocaba sobre el corazón’. En este contexto andante es sustantivo, como en el Persiles: «es discreto como andante peregrino» (II, 6). ‘puestas en pie y extendidas por el prado’, o bien ‘empinadas en parte y en parte tendidas’. El sentido de la frase no está del todo claro. Como otras veces, C. demora la presentación de los objetos, jugando con el parecer y el ser. entalladura: no es seguro el sentido de la palabra. ‘no se les estropee el lustre’. No era un precio excesivo; véase I, 22, 238, n. 29. ‘por sus propios ojos’ (véase I, 18, 187, n. 7). Entiéndase, claro está, ‘una serpiente atravesada por la lanza’, aunque literalmente la frase está aplicada al santo. El tratamiento de don que se da a los santos puede deberse tanto a una tradición medieval que mantiene el valor de don ‘señor’ incluso para Jesucristo, como a la consideración de caballeros andantes que aquellos le merecen a DQ. Refrán que Sancho utiliza burlescamente para reírse, siguiendo una corriente popular, de la «media caridad» de San Martín, que partió su capa con el mendigo en vez de dársela entera. ‘Santiago a caballo con la espada levantada y un moro a los pies del animal’, tal como se le representa por su supuesta actuación en la batalla de Clavijo. Diego, Jaime, Jacobo y Santiago son formas del mismo nombre. pareció: ‘se vio’. Los epítetos con que se califica a San Pablo son en buena parte de procedencia bíblica. Parece un eco de I Timoteo, VI, 16. ‘sufre violencia’; traducción literal del Evangelio de Mateo, XI, 12. ‘pensando mejor en lo que tengo que hacer’. ‘y que no le oiga el diablo’ (el pecado: ‘el diablo’), expresión para indicar el deseo de que una cosa salga bien. Véase también II, 65, 1164. ‘que no conociese muy bien’. Fórmula campesina de tratamiento para alguien por quien se siente mucho respeto o cariño. batido: ‘golpeado’. DQ vuelve al tema que se había apuntado unos párrafos antes: «Por buen agüero he tenido...». ‘animal fabuloso, con cabeza de águila, cuerpo y garras de león, cola de serpiente y alas de buitre’; según la superstición popular, encontrarse a un fraile solo da mala suerte, pero se puede neutralizar tocando hierro.
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La mala suerte se conjura bien deshaciendo la sal con vino –en menor medida, agua– o arrojando un pellizco al suelo por encima del hombro izquierdo. La creencia en agüeros por parte de los Mendoza, nobles en España y en Portugal, llegó a ser proverbial, y a divulgar mendoza como nombre común con el valor de ‘supersticioso’. andar en puntillos: ‘andar escudriñando’. La anécdota ha sido atribuida a diferentes personajes de la Antigüedad (en especial, a Julio César: véase Suetonio, Vidas, I, 59), pero sólo Frontino la refiere a Escipión el Africano, el vencedor de Aníbal. En II, 4, 660, Sancho había utilizado, bien, la frase, que vale ‘con la ayuda de Santiago, ataca España’. Sin embargo, cerrar también puede equivaler a ‘mantenerse firme’. A Santiago se le representa muchas veces con la cruz roja de su orden pintada en el pecho. Santiago no sólo aparece matando moros (agarenos), sino toda clase de infieles, como los indios americanos; así figura en varias crónicas o verdaderas historias de Indias. ‘ciego’, pero también ‘sin juicio, que actúa locamente’. embotan: ‘mellan’ las puntas. Traducción del «Pallida mors aequo pulsat pede...», de Horacio, que ya se ha utilizado en otras ocasiones (I, Pról., 14, n. 57). Que la belleza se percibe visualmente, Sancho pudo oírlo en muchas canciones. El discurso de DQ sigue las grandes líneas de los diálogos de amor de origen neoplatónico o petrarquista. Parece una evocacion del virgiliano Coridón de las Bucólicas, II, 25: «non sum adeo informis». ‘de improviso’. El cambio de paisaje y la red sirven de límite para la entrada en un mundo aventurero distinto, en este caso pastoril, también importante en la novela. riguridad: ‘rigor’. mándoles: ‘les aseguro’. Se refiere a la historia de Vulcano, que, avisado por Mercurio del adulterio de Venus, enredó a los dos amantes para someterlos a la burla de los dioses. ‘tela de seda y oro, que se prensa en cilindro nada más tejerla para que forme relieves permanentes’; claramente, era una tela de alto precio. Tanto el laurel como el amaranto son símbolos de lo inmarchitable e inmortal; con esas plantas se coronan en la Ilíada las doncellas que acompañan el funeral de Héctor. Que el sol detenga su curso para que se acabe una batalla o un combate singular es un lugar común de la épica; para poder contemplar mejor la belleza de una dama, es hipérbole mucho menos usual. Completa el clímax apelando al maravilloso (‘insólito’) silencio de otras ocasiones (véase I, 13, 144, n. 58 y II, 18, 776, n. 34). Obviamente, hay que suponer que, a su vez, las dos pastoras se quedaron mudas de admiración al ver a DQ. Región del Peloponeso, convertida en localización literaria del ideal de vida pastoril, por influjo de la égloga X de Virgilio y, posteriormente, de la obra homónima de Sannazaro. ojeados: ‘asustados’, para traerlos hasta las redes; es la práctica de la modalidad de caza que se denomina al ojeo (véase I, 33, 385, n. 52). Se refiere a la fábula de Acteón, que fue convertido en ciervo y despedazado por perros por haber contemplado a Diana bañándose desnuda. Anteón por ‘Acteón’ es grafía frecuente.
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Calca la construcción y el motivo de un célebre madrigal (LII, vv. 1-4) de Petrarca: «Non al suo amante più Diana piacque / quando per tal ventura tutta ignuda / la vide in mezzo de le gelide acque, / ch’a me la pastorella alpestra e cruda». por lo menos: ‘nada menos que’. consigo: ‘con él’. ‘en ningún lugar’. El primero de los pecados capitales, según la tradición cristiana: «Initium omnis peccati est superbia» (Eclesiástico, X, 15). DQ había expresado un pensamiento similar en su carta de consejos a Sancho cuando era gobernador. La idea procede de Séneca, como varias de las que siguen. ‘por mi naturaleza’. sustentaré: ‘sostendré con las armas’; días naturales: ‘desde la salida hasta la puesta del sol’; zagalas contrahechas: ‘pastoras disfrazadas, fingidas’. excetando: ‘exceptuando’. con paz sea dicho de cuantos...: ‘con permiso y sin querer molestar a cuantos...’. Son los términos de desafío que se proponen para la demanda y defensa caballeresca; eran frecuentes en los libros de caballerías e, incluso, en la historia real. Uno de los modelos implícitos podría ser el Libro del passo honroso, del escribano real Pero Rodríguez de Lena, sobre un episodio caballeresco de 1439. estudiante: ‘estudioso’. aforrado de lo mismo: ‘forrado de lo mismo’; es decir, tonto por partida doble. Es una expresión del estilo de fondo en tonto, pues al figurado fondo (‘bordado inferior, básico’) se le añaden los complementarios ribetes. persuadido: ‘aconsejado’, ‘intentado persuadir’. Probablemente C. establece aquí una conexión paródica con un pasaje de Virgilio. ‘Apenas los vieron’. La bravura de los toros del Jarama, río afluente del Tajo, fue muy celebrada en la literatura del Siglo de Oro, quizá porque eran los que se lidiaban en Madrid. ‘a boleo’, ‘sin pensar’. Véase también I, 6, 77. ‘facilitarle la retirada’; es frase proverbial. O sea, no le hicieron ningún caso; véase II, 43, 976, n. 21.
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Exposición virtual DÍA DEL LIBRO 2016 Láminas Biblioteca Nacional 13
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Cervantes entregando su Quijote a la musa Talía
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Don Quijote de la Mancha
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Don Quijote apaleado por los yangüeses
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Don Quijote carga contra Tosilos
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Don Quijote come en la venta
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Don Quijote y la dueña doña Rodríguez
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Dorotea a los pies de Don Quijote
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Encuentro de Don Quijote y Sancho con las tres labradoras del Toboso
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ASOCIACIÓN CULTURAL “UNA PIEDRA SOBRE 0TRA” ACTIVIDADES 2016 Jabonadura de Don Quijote
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Las bodas de Camacho
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Pendencia en la venta
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Retrato de Dulcinea
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ASOCIACIÓN CULTURAL “UNA PIEDRA SOBRE 0TRA” ACTIVIDADES 2016 Sancho Panza como gobernador de la ínsula hacer la ronda y descubre a una joven vestida de hombre
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Teresa Panza recibe la carta de su marido y otra de la duquesa
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La muerte de Don Quijote
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LA ESPAÑA DE DON QUIJOTE Por Antonio Domínguez Ortiz El descrédito de un concepto meramente político de la historia ha multiplicado los apelativos y las divisiones basadas en referencias culturales ( «el siglo del Barroco», «la España de la Ilustración», etc.). Por ello se habla hoy corrientemente de «la España del Quijote», título adoptado, entre otras obras dedicadas a la cultura de nuestro Siglo de Oro, por los dos volúmenes de la gran historia de España que patrocinó Menéndez Pidal. La España del Quijote y la España de Cervantes son expresiones sustancialmente idénticas, pues si bien la composición de la inmortal novela coincide con la década final de la vida del escritor, no es menos cierto que en ella vertió las experiencias de toda una vida. El Quijote apareció a comienzos del siglo xvii, durante el reinando Felipe 111, pero Cervantes fue un hombre del xvi: su «circunstancia» fue la España de Felipe 11, aunque viviera lo suficiente para contemplar el tránsito de un siglo a otro, de un reinado a otro, con todos los cambios que comportaba ese tránsito. Decir que los años situados a caballo del 1600 fueron de transición parece una banalidad; en el curso de la historia todas las épocas son de transición, porque el devenir humano es una mezcla de continuidad y cambio; pero hay épocas en las que las transformaciones se aceleran y los contemporáneos experimentan la sensación de cambio, ya sea para bien, como lo percibió Feijoo al pisar, ya anciano, los umbrales del reinado de Fernando VI, ya para mal, y entonces surge la nostalgia del «viejo buen tiempo». Ambos sentimientos se mezclaban en el sentir de los españoles en aquellas fechas; en 1598, al recibirse la nueva del fallecimiento del solitario del Escorial, España experimentó la sensación de alivio de toda persona liberada de una tensión insoportable; las suntuosas exequias, las ampulosas oraciones fúnebres no podían desvanecer los sentimientos penosos que se habían acumulado en los últimos años del reinado del viejo monarca: las guerras incesantes, las demandas
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de hombres y dinero, el carácter poco accesible de un soberano que dirigía el mundo más bien a través de papeles que de contactos humanos habían engendrado en Castilla un temor reverencial y un mal solapado disgusto entre sus súbditos, que, al conocer su desaparición, se sintieron a la vez apesadumbrados y ligeros, como los escolares tras la ausencia del severo dómine. Por desgracia, el caudal de confianza que se otorgaba a cada nuevo soberano se agotó pronto, al comprobar la inoperancia del tercer Felipe, su total entrega a don Francisco Gómez de Sandoval, marqués de Denia, pronto decorado con el título de duque de Lerma, la inmoralidad y avidez del favorito y de la cohorte de familiares y amigos que lo acompañaba. Y si estas eran las encontradas sensaciones de la generalidad del pueblo, más críticos aun eran los miembros de la alta administración imperial (generales, embajadores, consejeros de Estado), que temían que la nueva política internacional, tachada de pacifista y abandonista resultara fatal para el prestigio del mayor imperio del mundo, prestigio conquistado al precio de tantos sacrificios. Estos temores eran exagerados. El nuevo equipo gobernante se hizo cargo de la necesidad de aliviar el peso que soportaba España, en especial Castilla; circunstancias favorables, como la desaparición de Isabel de Inglaterra y de Enrique IV de Francia, y la coincidencia con un equipo gobernante en Holanda inclinado también a una paz o, al menos, a una tregua (firmada en 1609) dieron la impresión de que iba a cesar el estrépito de las armas. Los hechos demostraron que, en el fondo, la política del gabinete de Madrid permanecía inmutable. Quería la paz, pero no a cualquier precio; no al precio del triunfo del protestantismo sobre el catolicismo y la humillación de la casa de Austria; por eso, cuando la rama austríaca de los Habsburgo se vio acosada, el hermano mayor, o sea, la rama española, entró con todo su poder, con el oro de América y los soldados de los tercios, nuevamente en liza. En lo sustancial, pues, no hubo cambio en la política de España. Pero ¿qué era
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España? Hay palabras que usamos continuamente y que nos ponen en un aprieto si tratamos de definirlas. ¿Era entonces España una nación, un estado, un ámbito cultural o meramente una evocación de la antigua Hispania, sin contenido sustancial? Las controversias nacionalistas de hoy han agudizado el problema; se cuestiona que los Reyes Católicos fundaran un verdadero Estado, que los habitantes de la Península se sintieran solidarios, miembros de una entidad superior a la de su pueblo, comarca o región y, aunque en estas afirmaciones hay mucho de exageración y prejuicio, no puede negarse que el concepto España estaba entonces lleno de ambigüedad. De un lado, lo desbordaba una entidad más vasta, el Imperio, o, como entonces se decía, la Monarquía; de otro, se descomponía en una serie de unidades diversas y mal engarzadas: Castilla de una parte y los reinos integrantes de la Corona de Aragón de otra tenían sus leyes, instituciones, monedas, fronteras aduaneras, como también las tenía Navarra y, a mayor abundamiento, Portugal, reunido en 1580 a este vasto conglomerado. Y dentro de cada una de estas partes, la autoridad real tenía más o menos fuerza, mayores o menores atribuciones. Especialísima era la situación de Canarias y más aun la de las tres provincias vascongadas, a pesar de que en muchos aspectos se consideraban incluidas dentro de la Corona de Castilla. No era esta una situación peculiar de España. En su póstuma e inacabada historia de Francia, Braudel ha hecho notar lo mismo respecto a la Francia del Antiguo Régimen, con no pocas resonancias y supervivencias en la Francia actual, que tan largo tiempo se ha tenido como modelo de homogeneidad. Esas variedades, esas ambigüedades, esa herencia de un pasado medieval, que aún tenía mucha vigencia, exigía de los gobernantes un conocimiento muy detallado de las peculiaridades de cada reino, de cada provincia, y un tacto exquisito para no herir susceptibilidades, porque el privilegio no era la excepción sino la norma. Es poco exacto dividir la España del siglo xvi en países forales y no forales, porque fueros y privilegios tenían todos. La diferencia consistía en que en unos se trataba de una realidad viva, con la que había que contar, mientras que en Castilla, después del fracaso de las
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Comunidades, la balanza del poder se había desequilibrado de modo irreversible en favor del poder real y, entonces, la solemne jura de los privilegios de una ciudad de un reino, como hizo Felipe 11 al entrar en Sevilla el año 1570, era una mera ceremonia que no le comprometía a nada, mientras que la jura de los fueros de Aragón sí tenía un hondo significado; tan hondo y tan anclado en el corazón de los aragoneses que, aún después de los gravísimos sucesos de 1591, el monarca solo se atrevió a introducir leves modificaciones en un sistema ya totalmente anquilosado. La diversidad de los pueblos que componían España se manifestaba también de modo espontáneo en las naciones o bandos que se formaban en las universidades, en los colegios, en ciertas órdenes religiosas y que no eran formaciones sólidas, institucionales, sino agrupaciones ocasionales que delataban afinidades y preferencias; así ocurría que con la nación vasca se agrupaban otras gentes del norte, y con la andaluza, los extremeños y murcianos, y en los castellanos puros se decantaban a veces los manchegos de un lado y los campesinos, o sea, los de la Tierra de Campos, por otro. No llegaron estos bandos a tener la virulencia que en América tuvieron las divisiones entre peninsulares y criollos, que preocuparon seriamente a las autoridades de las órdenes religiosas y obligaron a establecer la alternativa, o sea, un turno en la provisión de cargos; algo de eso hubo aquí en los capítulos benedictinos, mas, por lo regular, las peleas de las naciones, como en la Universidad de Salamanca, solo traducían afinidades innatas sin contenido político. El caso de los portugueses es distinto: no tuvieron reparo en usar ampliamente el castellano y en llamarse españoles mientras España fue concebida como un ámbito cultural (en el sentido amplio, antropológico, de esta palabra). Pero al transformarse, en 1580, en una entidad política, este sentimiento de pertenencia, de integración, fue sustituido por un rechazo total, expresado con más violencia en las clases populares que en las altas, y más en el bajo y medio clero que en las altas jerarquías.
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Es fácil distinguir las raíces históricas de esta diversidad de planteamientos: cuando la gran crisis del siglo xvii puso a prueba el entramado íntimo de la Monarquía, aquellas regiones con un pasado aún vivo de autogobierno reaccionaron de forma muy distinta a aquellas otras englobadas en el complejo castellano; es lógico que no fuera igual el comportamiento de Andalucía, que tenía una acusada personalidad cultural pero nunca fue una entidad política como Navarra o Cataluña. Ahora bien: mientras Portugal rechazó la integración plena, en las demás partes de aquel conjunto sí fue posible la integración gracias a la herencia medieval de las fidelidades múltiples, tan alejadas de los nacionalismos excluyentes, y que hacía posible que una persona conjugara un pego intenso a su pueblo, a su patria chica (era muy intenso el patriotismo local), con el sentimiento de pertenecer a una región, a una nación, a un imperio y, por encima de todo, al orbe cristiano. La verdadera frontera, más bien un foso profundo, era la que separaba esta comunidad cristiana del Islam y de la infidelidad. Dentro de la Cristiandad, la multiplicidad de fronteras estaba atenuada por ese sentimiento de pertenecer a una patria común; sentimiento quebrantado por la disidencia religiosa que marcó un hito en las relaciones de los pueblos europeos. Razones religiosas, políticas y humanas se mezclaban en dosis variables en los sentimientos de los viajeros extranjeros en España y en los españoles, tan numerosos, que salían fuera del recinto de su patria. Al alejarse de España, aquellas diferencias regionales se difuminaban; el viajero no se declaraba extremeño o aragonés, sino español. Percibía en los países extraños una gradación, unas sensaciones diversas de alejamiento o cercanía: el país más cercano, Italia, por razones evidentes. Cervantes, como tantos de sus compatriotas, se sentía allí como en su casa. Sus elogios a las ciudades italianas revelan el afecto de quien habla de cosa propia. ¡Qué diferencia con aquella Berbería, tan cercana y tan lejana! No se puede comprender bien la España renacentista ni barroca sin tener en cuenta estos influjos italianizantes que se
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infiltraban en la vida española por mil caminos y de mil maneras. Más notable es la fidelidad a la Monarquía hispana de países muy diversos del nuestro, como Flandes y el Franco Condado. Fidelidad al Príncipe-Símbolo, a una entidad supranacional en la que cabían muchas personalidades nacionales bajo la égida de un Poder moderador, de un árbitro imparcial al que se denominaba Rey de España sin desmenuzar la multitud de títulos jurídicos que encerraba este nombre. Los tratadistas podían polemizar sobre el alcance y significado de esa titularidad; el pueblo sabía de qué se trataba. Y porque en esta fase aún incompleta del Estado era la Monarquía la figura jurídica que lo representaba y el motor de aquel múltiple organismo es por lo que el carácter personal de los reyes tuvo tanta importancia. De un reinado a otro las leyes cambiaban poco, pero su aplicación cambiaba mucho; de ahí que una división de la historia moderna de España por reinados, aunque tenga cierto olor rancio, a conceptos pasados de moda, no deja de tener efectividad. El talante personal de Felipe 11 dejó una profunda huella; por ejemplo, él fue responsable del ensoberbecimiento del tribunal de la Inquisición hasta límites increíbles; los gobernantes del siglo xvii tuvieron que aplicarse, con paciencia, a limar las garras de aquel monstruo que se había hecho temible no solo a los herejes, sino a todos los organismos e instituciones. Unidad y variedad eran también las características de la sociedad española de la época. Ciertamente, el panorama social de Galicia tenía numerosas peculiaridades, aún más acentuadas en el caso de Vasconia. En los países de la Corona de Aragón los gremios tenían un vigor institucional del que carecían los castellanos, y había un estrato situado a medio camino entre la nobleza y la burguesía comerciante, los ciutadans honrats, que no tenía equivalente en otros países peninsulares. El clero patrimonial, con visos de mayorazgos sacerdotales, estaba mucho más arraigado en el norte que en el sur, y así podríamos ir señalando una serie de diferencias, no incompatibles, sin embargo, con una sustancial unidad. Unidad basada en la herencia ideológica del Medioevo y reforzada por el interés de sus beneficiarios
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para que no se alterase de forma esencial. De hecho, solo fue demolida, y no por completo, en el siglo XIX. Ese modelo de sociedad era muy simple en teoría y muy complejo en la realidad. La teoría se asentaba, como es bien conocido, en el reconocimiento de dos clases privilegiadas, la nobleza y el clero, y un tercer estado que solía llamarse general o llano. A veces se usaban otras denominaciones, como estado de /os buenos hombres pecheros, porque el distintivo común de los privilegiados, aparte de otras preeminencias, era no pagar pechos, o sea, impuestos directos, personales, símbolo de sumisión y servidumbre. Este concepto estamental de la sociedad era, por decirlo así, el oficial y reconocido; aparece a través de toda la legislación, de la literatura jurídica, de los arbitrios, memoriales y producciones de tipo político, tan abundantes en aquella época; por ejemplo, en el llamado Gran Memorial que don Gaspar de Guzmán dirigió a Felipe IV a comienzos de su privanza, en el que, para dar una información al joven rey del pueblo que tenía que regir utiliza el esquema estamental. Y, por supuesto, aparece constantemente en la amena literatura, porque era el molde en que se configuraba la realidad social; el Quijote usa constantemente estos conceptos: nobles, plebeyos, señores, vasallos ... Las insuficiencias del esquema estamental eran, sin embargo, notorias, y de ahí que hallemos también una multitud de expresiones y conceptos para designar las solidaridades y los enfrentamientos que latían en el seno de aquella sociedad que, en teoría, parecía inmóvil, hecha de una pieza. Además de la dualidad fundamental, hombre-mujer, tema eterno, argumento y raíz de innumerables disquisiciones, hallamos también expresadas y, a veces, largamente comentadas y debatidas, otras oposiciones y conjunciones, individuo y linaje, campo y ciudad, armas y letras y, como tema recurrente -verdadero bajo continuo de aquella sinfonía inacabable-, la distinción que, en muchos aspectos, aparecía como fundamental: ricos y pobres. De esta manera, la simplicidad de la división tripartita se complicaba y el paisaje social se enriquecía con infinitos matices;
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riqueza relacionada con el carácter de transición que tenía la época en que se forjó el Quijote. Confieso que tengo cierta prevención contra el concepto de transición en la historia, porque cierta escuela histórica ha abusado de él para intentar persuadirnos de que los tiempos modernos carecen de sustantividad, no son más que una transición entre el feudalismo y el capitalismo. Por fortuna, esta deformación de realidades evidentes se halla en franco retroceso, pero antes de continuar quiero hacer constar que no niego que haya épocas de transición: en el curso histórico todo es transición, porque en toda edad hay una combinación de elementos heredados y otros que van surgiendo del inagotable manantial de la creatividad humana. Pero así como en ese curso hay remansos, tramos tranquilos que pueden dar una idea engañosa de inmovilidad, hay otros turbulentos, en los que aparecen rápidos y cascadas; épocas en que los antagonismos se exacerban y pueden desembocar en situaciones críticas, revolucionarias, tomando la palabra revolución en un sentido amplio, no necesariamente violento. La época en que vivió y escribió Cervantes sin duda fue crítica, aunque los cambios se espaciaron lo suficiente como para no dar la sensación de estar ante una época revolucionaria. Aquellos hombres se daban cuenta, por ejemplo, de que la moneda perdía valor adquisitivo; el ritmo de inflación era muy modesto; un uno o dos por ciento anual, que hoy haría las delicias de cualquier ministro de economía, pero que, por el efecto acumulativo, acababa por hacer insuficientes sueldos y dotaciones que veinte o treinta años antes se consideraban suficientes; de ahí las frecuentes peticiones de aumento de salarios, de reducciones del número de misas a que obligaba la fundación de una capellanía, de quejas de los que vivían de rentas fijas, etc. Causa importante, aunque no única, de esta inflación era la gran cantidad de plata americana que se acuñaba en las Casas de Moneda y cuya abundancia disminuía su valor; pero los contemporáneos reaccionaban como nosotros y, en vez de hablar de pérdida del valor de la moneda, se referían obsesivamente a la «carestía general».
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Era este uno de los factores del choque entre dos sistemas económicos, con repercusiones de todo género, incluso morales: la economía dineraria sustituía parcialmente a la economía cerrada, con gran proporción de autoconsumo y de pagos en especie. La economía urbana era de preferencia monetaria y la rural se atenía más a los moldes tradicionales, pero hay que tener cuidado ante engañosas simplificaciones. El triunfo de don Dinero sobre los valores tradicionales era algo que estaba en la atmósfera y lo mismo se expresaba en tratados magistrales que en frases proverbiales: «Dineros son calidad»; «Dos linajes solos hay en el mundo ... que son el tener y el no tener» (Quijote, 11, 20, 799), etc. La misma relación entre don Quijote y Sancho expresa esta ambigüedad: Sancho aspiraba a una relación laboral, un salario, idea rechazada con indignación por don Quijote, que solo concebía entre caballero y escudero una relación vasallática, premiada con mercedes (véanse los primeros capítulos de la Segunda parte del Quijote Otro aspecto de la transición, cambio o ruptura, según la importancia que se dé a las transformaciones operadas en aquella época, es el relativo al significado políticoinstitucional en gran parte como reacción a los cambios que se producían en una Europa convertida en un hervidero de pasiones. Para el conjunto europeo ya hace tiempo que se acuñó el concepto, hoy muy discutido, de Contrarreforma, identificable con el Tridentinismo. Para la evolución en el interior de España, el historiador catalán Juan Reglá introdujo el concepto de viraje filipino, que durante algún tiempo fue ampliamente adoptado. En esencia, su tesis era la siguiente: a un Carlos V moderado y ecuménico, empeñado en resolver las diferencias de la Cristiandad por medio de un concilio general, sucedió un Felipe II que, tras unos años de vacilación, dio un giro brusco hacia la incomunicación y la intolerancia, en gran medida como reacción contra la situación de la frontera pirenaica, a través de la cual se filtraban predicantes calvinistas del sur de Francia. Este viraje culminaría en 1570 con medidas entre las que Reglá destacaba tres: impermeabilización de la frontera pirenaica, rigor antimorisco que provocaría la revuelta de los granadinos y actitud intransigente frente a los flamencos, origen de
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las interminables guerras de Flandes. Como se apresuraron a manifestar Ernesto Belenguer y otros historiadores, tal modo de interpretar las cosas era unilateral y limitado. El paso del irenismo carolino inicial hacia posturas más duras comenzó en cuanto el Emperador se dio cuenta de que el conflicto iniciado en Alemania no era solo religioso sino político y que amenazaba su sistema europeo y los intereses de su linaje. De ahí sus medidas de rigor y sus admoniciones a Felipe 11, ya desde su retiro de Yuste, para que los brotes de luteranismo que surgían en Castilla fueran sofocados de manera implacable. Medidas que su hijo adoptó con diligencia; ya desde comienzos de su reinado hallamos un apoyo total al Santo Oficio, los grandes autos de fe de Valladolid y Sevilla, la persecución al arzobispo Carranza, los primeros índices de libros prohibidos, el famoso decreto prohibiendo estudiar en universidades extranjeras, la ratificación del estatuto de limpieza de sangre de la catedral de Toledo; pruebas de que ya antes de 1560 reinaban en España los «tiempos recios» que tanta amargura causaron a varios de los más destacados representantes de nuestra espiritualidad: Carranza, Luis de León, Teresa de Jesús, Arias Montano, los primeros jesuitas, objeto de sospechas cuando no de persecución declarada. Cervantes, por lo tanto, no presenció el tránsito; las huellas erasmianas detectables en su obra las recibió a través de una difusa tradición, no de vivencias personales. El lenguaje críptico que suele ser la respuesta a un clima intelectual enrarecido impide saber con seguridad si ciertas frases, como la famosa «con la Iglesia hemos dado, Sancho» (11, 9, 696), tenían un doble sentido o pecamos por exceso de suspicacia al atribuírselo. En todo caso, hay que hacer constar que la Inquisición solo borró en el Quijote una corta frase relativa al valor de las buenas obras y dejó indemnes párrafos de indudable sabor anticlerical, como la pintura del «religioso grave» que amonestó al caballero y al escudero por sus locuras (11, 31). En el ámbito político-social es importante destacar también la contraposición
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entre los dos reinados: en el de Carlos V aún tenían los magnates suficiente fuerza e independencia para oponerse con éxito a las propuestas del emperador en las Cortes de Toledo de 1538. Frente a Felipe 11 aparecen totalmente sometidos; su máxima aspiración era ser admitidos en el estrecho círculo que rodeaba al monarca y formar parte de su servidumbre: organizar su casa, vestirle la camisa, servirle los platos, acompañarlo en sus cacerías, autorizar su Corte, serían las máximas aspiraciones de los hijos y nietos de quienes, no mucho tiempo antes, habían hecho temblar a los reyes. Paso decisivo en el afianzamiento de un poder real absoluto del que los Reyes Católicos habían diseñado las piezas maestras sin poder perfilar los detalles. La contaminación de los valores estamentales por los dinerarios produjo una terminología, no oficial pero muy extendida, para designar a los que, sin tener privilegios legales, tenían una situación real de privilegio; eran los poderosos, las personas principales, casi siempre nuevos ricos, encumbrados por los tratos, por la usura, que aunque prohibida, era frecuentísima, sobre todo en el ámbito rural; eran los que especulaban con los granos, acumulándolos en las épocas de baratura y vendiéndolos en las de escasez a precios muy superiores a la tasa. Una tasa de granos esporádica en la Edad Media que en el siglo xvi se hizo general sin grandes resultados. La Corona favoreció indirectamente la ambición de estos parvenus con las ventas de cargos, de tierras, de oficios, de pueblos, títulos y señoríos. Aparentemente, el edificio estamental no se vino abajo, porque lo que pretendían estos intrusos no era derribarlo sino instalarse cómodamente en él. Los que no tenían dinero para comprar señoríos o altos cargos y los que querían subir peldaños en la escala social por medios más honrosos utilizaban otros procedimientos que la sabiduría popular resumía en esta frase: «Iglesia, Mar o Casa Real». El ascenso por los cauces eclesiásticos era el más fácil, porque la Iglesia admitía a todos y en ella podían hacerse carreras magníficas. Antes hemos
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mencionado a fray Luis de Granada; este hijo de un emigrante gallego a quien la miseria obligó a buscar nueva patria en tierras andaluzas, llegó a ser, gracias a su profesión monástica, escritor cimero y figura de ámbito internacional, amigo y consejero de altos personajes, incluyendo el propio rey de España. El segundo término, Mar, es ambiguo: lo mismo puede indicar la alta mercadería, que incluía tanto a los cargadores a Indias, en primer lugar, como a los armadores de buques, mercantes o de guerra (las naos bien construidas servían para ambas cosas) y a los altos cargos de las flotas y galeones. La gran fortuna de don Álvaro de Bazán provenía a la vez de sus hazañas navales y de sus actividades mercantiles. En el norte, muchos marinos cántabros y vascos se enriquecieron con la arriesgada profesión del corso marítimo, admitida y regulada por las leyes. El tercer término, Casa Real, puede indicar a los que desempeñaban oficios palatinos: el mayordomo mayor, el caballerizo mayor, los gentiles hombres y otros miembros de la servidumbre regia tenían buenos sueldos y facilidades para obtener hábitos de Órdenes Militares y otras prebendas. Pero en la selección de estas personas se hilaba delgado. No era un medio para introducirse en la nobleza, sino un cauce para los que ya la disfrutaban. La verdadera vía de promoción era la del alto funcionariado: secretarios reales, magistrados, consejeros. Aquí sí podían deslizarse y trepar individuos de dudoso origen, como Antonio Pérez, como aquel Mateo Vázquez de Leca, ministro de la mayor intimidad de Felipe 11, sobre cuyo origen gravitan pesadas incógnitas. El desarrollo de la burocracia estatal estaba en todo su apogeo en la época cervantina, y en la obra del Príncipe de los Ingenios hay multitud de alusiones a esta realidad. A pesar del estruendo de las incesantes guerras, declinaba en España la vocación militar y se multiplicaban las vocaciones hacia la carrera de las letras. Nuestro Siglo de Oro provenía de una sociedad violenta, militar, fruto de unas condiciones especiales: el permanente estado de guerra en la frontera
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granadina, los bandos urbanos, la ausencia de una fuerza de orden público, todo se conjuraba para que cada señor tuviera necesidad de poseer una fortaleza, una armería y una hueste. Después de la pacificación interna operada por los Reyes Católicos la situación cambió de modo radical; todavía en la época de Carlos V, los tutores de sus hermanas Juana y María cuidaban de elegir como residencia lugares bien fortificados, pero con Felipe II tales precauciones estaban de más: en Castilla no se movía una mosca; los señores abandonaban sus castillos o los mantenían solo como lugares residenciales. También fueron desapareciendo paulatinamente las milicias privadas de los señores y aquellos contingentes en paro forzoso integraron, en buena parte, las huestes que conquistaron el Nuevo Mundo y los tercios que combatieron en todos los campos de batalla de Europa. Era un medio de ganarse la vida, de enriquecerse si había suerte y también de correr mundo y vivir aventuras. Los caballeros aventureros, con frecuencia segundones de casas hidalgas que se enrolaban voluntariamente, fueron numerosos en el siglo xvi; algunos iban movidos por nobles ideales, respondiendo al tipo del «caballero andante». Todo este mundo estaba en crisis al finalizar el siglo xvi y por eso Felipe II instituyó una Milicia General, porque la nación que fuera de sus fronteras ostentaba la primacía militar, en su propio territorio estaba casi indefensa, como lo demostró el vergonzoso episodio de la toma y saqueo de Cádiz por los ingleses en 1596. Ya antes, con motivo de la sublevación de los moriscos granadinos y, en 1580, la invasión de Portugal, hubo que traer tropas profesionales de Italia. En adelante, la situación no hizo sino empeorar; la nación que había sido semillero de soldados ya apenas producían vocaciones militares; la sociedad seguía siendo violenta pero no guerrera y una de las causas que continuamente se aducían era «ser tan cortos los premios de las armas en comparación con las letras». La contienda entre las armas y las letras, que en el Quijote aparece desarrollada en dos ocasiones, era un tema clásico; ya Quintiliano, entre los ejercicios escritos que
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proponía a sus alumnos, incluía este: «¿A quién se debe conceder la preeminencia, a los juristas o a los militares?». Porque no hay que imaginarse que por letras se entendía la bella literatura; esta no salió nunca de la indigencia económica ni constituía una profesión. Las letras eran los estudios superiores, universitarios, centrados en el conocimiento utriusque iuris, el Derecho Canónico y el Derecho Civil. El primero abría la puerta a las prelacías, el segundo, a la Magistratura, los Tribunales, los Consejos, el gobierno de la Monarquía. Formaban los togados, los garnachas, un enorme grupo de presión, muy corporativista, con sus raíces bien afincadas en los colegios mayores. La inexistencia de una separación de poderes permitió que una casta de juristas sin especial preparación para los aspectos técnicos del gobierno llegara casi a copar los altos puestos, con gran disgusto de la clase militar, a la que se identificaba, sin mucha razón, con la clase noble. En teoría, las armas disponían de más premios que las letras, porque les pertenecían importantes corregimientos y la totalidad de los hábitos y encomiendas de las Órdenes Militares. En la práctica, la alta burocracia cobraba puntualmente sus sueldos, tenía muchas posibilidades de enriquecimiento y ascenso social y fue acaparando las prebendas de las Órdenes. Todavía en los tiempos en que escribía Cervantes no se había llegado a los abusos de la época de Olivares, cuando los hábitos se dieron a mercaderes enriquecidos y las más sustanciosas encomiendas se atribuían a los burócratas, a sus mujeres y a sus hijos. No se había llegado a tales extremos, pero ya se barruntaban. En la segunda mitad del siglo xvii, en vez de enviar tropas en apoyo de Austria, España recibía tropas austríacas para combatir en las fronteras de Portugal y Francia. Otra dualidad digna de mención es la que se establecía entre individuo y linaje. Un consejo muy sensato da don Quijote a Sancho sobre este punto: «Jamás te pongas a disputar de linajes» (11, 43, 975). Era una obsesión general, alimentada por las informaciones de nobleza y limpieza de sangre, necesarias para obtener cargos honrosos, a veces para ingresar en una cofradía e incluso en algunos gremios. Las rencillas, las enemistades, los sobornos a que daban lugar eran conocidos y
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lamentados, aunque no se les pusiera remedio. Es muy clara la contradicción con la idea, muy extendida, de que el Renacimiento ensalzó las virtudes individuales, el principio de que «cada uno es hijo de sus obras» ( Quijote, 1, 4, 65) y no pueden serle imputables los méritos o deméritos de su parentela. Lo cierto es que en este punto, como en otros, se había producido una simbiosis de elementos de origen diverso, una síntesis en la que se fundían ideas caballerescas de raíz pagana y otras procedentes del Cristianismo medieval. Ante Dios, el hombre solo es responsable de sus obras, pero la idea de premiar o castigar a un hombre en sus descendientes «hasta la cuarta generación» también la aceptó el Cristianismo a través de la Biblia. La solidaridad familiar expresada en los bandos medievales no se disipó en la Edad Moderna, sino que tomó otras formas y el ansia innata de inmortalidad también tomó dos direcciones: la prolongación de la vida en un mundo mejor, en el paraíso, y la pervivencia a través de la fama, de la memoria de los hombres. Dos direcciones entre las que se tendieron numerosos puentes, consiguiendo fundirlas en una sola. Su representación tangible, el monumento funerario rara vez individual; por lo común, panteón familiar que recogía la cadena generacional. Los sufragios colectivos quedaban asegurados por medio de la institución de capellanías, mandas, memorias y otras instituciones que destinaban a los muertos una parte importante de la renta total de que gozaban los vivos. La devoción a las ánimas del Purgatorio, que por entonces experimentó extraordinario auge, respondía a esta misma idea de solidaridad entre la sociedad de los muertos y la de los vivos. Las disposiciones testamentarias reforzaban este sentimiento de colaboración y corresponsabilidad. La fundación del panteón escurialense, la obsesión de Felipe 11 por las reliquias, detalles como la real cédula de Felipe IV eximiendo de retenciones y descuentos los juros consagrados al culto de las ánimas del Purgatorio subrayan el enorme papel que en la mentalidad colectiva desempeñaron estas ideas. Una visión global de la sociedad española resultaría incompleta sin dedicar, al menos, unas alusiones a los elementos que con ella coexistían sin fundirse,
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como cuerpos extraños, ya por razones étnicas, religiosas o de otro orden. El interés actual por los marginados se explica no solo por el considerable volumen de algunas de estas minorías y los conflictos a que dieron lugar, sino porque a través de ellas y del trato que recibieron es posible adentrarse en el estudio de los comportamientos y mentalidades de la sociedad dominante. Los criterios que regían la integración o exclusión de individuos y grupos no eran económicos; los pobres no eran marginados, sino un estrato muy amplio y muy respetado, con lugar propio en la Res publica Christiana. La pobreza era un valor, no un oprobio, y lo mismo los que la elegían voluntariamente que los que caían en ella por azares de la adversa fortuna tenían derecho a una solidaridad fraternal expresada en multitud de donaciones e instituciones benéficas. Eran muy dadivosos los españoles de la época y no solo los naturales sino muchos extranjeros se beneficiaban de su generosidad. Los abusos, la infinidad de falsos pobres produjo disputas (Vives, Medina, Pérez de Herrera) acerca de las medidas que sería prudente adoptar en relación con el problema de la mendicidad. Discusiones teóricas que tropezaban en la práctica con la dificultad de distinguir el inválido, el parado, el desgraciado, del truhán y del vagabundo. Había una gradación muy matizada que comenzaba con el pobre vergonzante, persona de buena familia que había caído en la indigencia y a la que había que socorrer a domicilio, de forma que no se lastimara su honor, y terminaba en el transeúnte anónimo al que no rara vez se hallaba en la calle muerto de hambre y frío una noche invernal. A los primeros dedicaban los prelados sumas importantes y trato decoroso. Los últimos solo tenían a su disposición alguna casilla a la entrada del pueblo que se decoraba con el título de hospital aunque no contuviera alimentos ni medicinas. Tampoco deshonraba ni excluía de la comunidad la dependencia personal en sus variadas formas: señor-vasallo, amo-criado, maestro-aprendiz, etc. Formas de dependencia que no tienen equivalente exacto en la actualidad. La servidumbre no
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era un estigma, aunque revistiera formas que hoy nos parecen humillantes, como los castigos corporales. El lacayo Tosilos refiere a Sancho con toda naturalidad que el duque su señor había mandado que le dieran cien palos por una falta en el servicio (11, 66). La servidumbre doméstica con frecuencia generaba afecto mutuo; los rasgos de fidelidad que a veces descubren los documentos nos sorprenden; Rodríguez Marín, en su introducción a Rinconete y Cortadillo, cuenta su estupefacción ante el testamento de una pobre criada que en el preámbulo encomendaba su alma a Dios y su cuerpo a la tierra «con licencia del señor marqués mi amo». El aprendizaje tenía aspectos, detalladamente descritos en los contratos, que mezclaban rasgos familiares y laborales. La auténtica marginación tenía aspectos muy variados. En unos casos era irremisible, en otros no. El no creyente, el no católico, estaba fuera de la comunidad; se toleraba en los extranjeros defendidos por tratados internacionales. La conversión los integraba plenamente, sin que quedaran máculas de su anterior condición. Las prostitutas podían redimirse y lavar sus culpas; pero no los homosexuales: perseguidos en la época de Cervantes con ensañamiento, no pocos acabaron en la hoguera. Tampoco el bautismo, por más sincero que fuera, restituía su honor a los musulmanes y judíos. Esa fue la tragedia de los conversos. La esclavitud también dejaba secuelas. España era entonces el único país de la Europa occidental con elevado número de esclavos; sus fuentes, la trata de negros y las luchas contra turcos y berberiscos. Eran frecuentes los casos de manumisión, pero, como ocurría en la antigua Roma, el liberto sufría limitaciones y restricciones no menos duras por el hecho de no ser legales. Había también oficios viles, que no hay que confundir con los oficios mecánicos. Estos últimos eran todos los que necesitaban un esfuerzo físico, un trabajo manual, que llevaba aparejada cierta descalificación; por eso, aquellos artífices que tenían interés en proclamar la ingenuidad de su arte, se esforzaban por dejar bien claro que ellos ejecutaban solo la labor magistral, dejando a sus ayudantes los aspectos materiales de su tarea; los farmacéuticos tenían mancebos que
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pulverizaban, calentaban y mezclaban los ingredientes, los pintores se valían de su sirviente para preparar los lienzos y los colores (el caso de Juan Pareja respecto a Velázquez), etc. Pero si bien las actividades mecánicas se reputaban incompatibles con la hidalguía, no descalificaban al artesano, que tenía su puesto señalado en la escala social y en los cortejos se agrupaba tras la enseña de su gremio. En cambio, la profesión vil envilecía a quien la practicaba, por ejemplo el matarife, el pregonero, el verdugo. Los precedentes clásicos incluían en esta reprobación a cuantos se ganaban la vida divirtiendo al público, como los comediantes, aunque la práctica atenuase mucho este juicio tan severo. Fue un argumento muy usado en las polémicas sobre la licitud del teatro. Y de los pícaros ¿qué diríamos? La picaresca no estaba legalmente definida; sus contornos eran tan vagos que resulta difícil indicar si estaba dentro de los límites tolerables o se situaba fuera del sistema admitido. Cervantes, que conocía a la perfección aquel ambiente, no lo incluyó en el Quijote, y la razón es clara: la picaresca era un fenómeno urbano, crecía en los bajos fondos de ciudades cosmopolitas, mal gobernadas, con una policía deficiente. No tenía lugar en el Quijote, cuyo escenario es puramente rural. Estas someras pinceladas están lejos de agotar la inmensa riqueza y variedad de la sociedad hispana en torno al año 1600. A su vez, esa infinita complejidad explica el carácter susceptible, puntilloso y pleitista de hombres que querían dejar bien definido su puesto y aventajarlo lo más posible por medio de una complicada simbología en la que entraban los tratamientos, las cortesías, el vestido y otros rasgos externos. Nota bibliográfica 1.- Cervantes no indicó la fecha en que su héroe realizó sus extraordinarias aventuras, pero es evidente que protagonista y autor eran contemporáneos; por lo
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ASOCIACIÓN CULTURAL “UNA PIEDRA SOBRE 0TRA” ACTIVIDADES 2016 tanto, la España del Quijote es la de finales del siglo xvi y comienzos del xvii, época de enorme densidad histórica que ha suscitado abundantes investigaciones y copiosa historiografía. Como reacción a la herencia positivista del pasado siglo que primaba la historia político-institucional, la de épocas más recientes y más inclinada al estudio de los hechos culturales y sociales sustituye con frecuencia el marco secular ( «el siglo xvii») o dinástico ( «el siglo de Luis XIV») por la referencia a una figura cultural destacada ( «la época de Velázquez», «de Goya», etc.). Resulta curioso comprobar que, en este aspecto, Cervantes ha sido fagocitado por su criatura, pues no se suele hablar de «la época de Cervantes», sino de «la época» o «el tiempo del Quijote». Este es el título de un artículo del hispanista Pierre Vilar, incluido luego en su volumen Crecimiento y desarrollo (Ariel, Barcelona, 1964), en el que se dice: «Ese libro eterno [el Quijote] sigue siendo un libro español de 1605 que no cobra su sentido más que en el corazón de la historia». Seleccionar unas cuantas obras que introduzcan al lector en el ambiente de la España del Quijote es tarea harto difícil. Mencionaremos en primer lugar a los grandes comentaristas (Clemencín, Rodríguez Marín) y al biógrafo singular pero inevitable (Astrana Marín). Luego, obras de conjunto como los dos volúmenes coordinados por J .M. Jover que en el conjunto de la gran Historia de España de Menéndez Pidal llevan el título El siglo del «Quijote» (1580-1680) (Espasa-Calpe, Madrid, 1986). Contienen mucha y buena información sobre los hechos culturales y sociales. El título no es afortunado en cuanto a su delimitación temporal: más allá de 1640 España cayó en una depresión material y moral que no se corres ponde con la atmósfera del Quijote, obra de extraordinaria vitalidad y alegría. Puesto que el ambiente del Quijote es rural, pueden constituir una útil introducción obras como Las crisis agrarias en la España Moderna de Gonzalo Anes (Taurus, Madrid, 1970) o La vida rural castellana en tiempos de Felipe II de Noél Salomon (Planeta, Barcelona, 1973), más centrada en el tiempo y en el espacio, pues se basa en las respuestas de seiscientos municipios del arzobispado de Toledo a un cuestionario muy detallado ordenado por el monarca en 1575.
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Más concreto aún es el libro de Jerónimo López Salazar Estructuras agrarias y sociedad rural, Instituto de Estudios Manchegos, Ciudad Real, 1986. De mucha ayuda al lector del Quijote serán también las obras de José Antonio Maravall, de las que solo citaré dos: Utopía y contrautopía en el «Quijote» (Pico Sacro, Santiago, 1976) y La literatura picaresca desde la historia social (Taurus, Madrid, 1986), más general que su título, verdadero testamento literario de su autor. De carácter más ideológico son las varias aproximaciones de Américo Castro al Quijote y al pensamiento cervantino en general; trabajos muy afectados por la evolución de su pensamiento pero, en todo caso, con intuiciones certeras. Puntos de vista originales hay también en varias obras de Francisco Márquez Villanueva, por ejemplo, los trabajos recogidos en Personajes y temas del «Quijote» (Taurus, Madrid, 1975). Un aspecto del Quijote que no puede soslayarse es el de la caballería, cuya máxima expresión la ostentaban los caballeros de las órdenes militares; acerca de ellas destacaremos como la mejor y más reciente obra de síntesis la de Elena Postigo, Honor y privilegio en la Corona de Castilla (Valladolid, 1988). Sobre otros temas también relacionados con la nobleza, me permito remitir a mi obra La sociedad española del siglo xvii (CSIC, Madrid, 1963, 2 vols.; ed. facsímil por la Universidad de Granada, 1992), muy necesitada ya de una puesta al día. Estas sucintas indicaciones generales pueden ampliarse en lo específicamente cervantino con el útil y sugestivo artículo de Agustín Redondo «Acercamiento al Quijote desde una perspectiva histórico-social», en Anthony Close y otros, Cervantes, Centro de Estudios Cervantinos, Alcalá de Henares, 1995, pp. 257-293; la monografía de Javier Salazar Rincón El mundo social del «Quijote», Gredos, Madrid, 1986; y los perspicaces ensayos de Alberto Sánchez, «La sociedad española en el Quijote», Anthropos, suplemento núm. 17 (1989), pp. 267-274; Jean Canavaggio, «La España del
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Quijote», Ínsula, núm. 538 (octubre de 1991), pp. 7-8, y Francisco Rico, «La ejecutoria de Alonso Quijano», Homenaje a Francisco Ynduráin, Príncipe de Viana, Pamplona, 1998. Ahí se hallará a su vez la bibliografía sobre otros puntos más concretos. 2.- Doy a continuación unas pocas indicaciones relativas a cuestiones de detalle rozadas en mi texto. Así, en el libro sobre Fray Luis de Granada, del Padre Álvaro Huerga (B.A.C., Madrid, 1988), hay detalles y datos impresionantes del rechazo popular a la unidad política del Estado español. No poco tuvo que padecer en aquellos años el gran prosista, que en el asunto de la sucesión al reino fue instrumento de Felipe 11, y como provincial de los dominicos en Portugal tuvo que tragar muchos sapos (véase, por ejemplo, la p. 42 del libro citado). Como hice notar en otras ocasiones, resulta simbólico que las solemnísimas honras fúnebres de Felipe 11 en la catedral de Sevilla resultaran interrumpidas por un conflicto de precedencia entre el Tribunal de la Inquisición y la Audiencia. De aquel sonado escándalo fue testigo Cervantes, que quizá recitó públicamente su soneto «Al túmulo de Felipe 11». Acerca de los consejos de don Gaspar de Guzmán dirigidos a Felipe IV, véase J.H. Elliott y J.F. de la Peña, Memoriales y cartas del Conde Duque de Olivares, 1, Alfaguara, Madrid, 1978. Sobre la tesis de Reglá y sus contradictores, véase mi opúsculo Notas para una periodización del reinado de Felipe 11, Universidad de Valladolid, Cátedra Felipe 11, núm. 4. El relato de los orígenes del poderoso secretario de Felipe 11, Mateo Vázquez Leca, parece una novela de aventuras, pero es más probable que fuera, simplemente, el fruto de los amores de un canónigo sevillano con su criada (véase A.W. Lovett, Philip 11 and Mateo Vázquez de Leca, Ginebra, 1977). En cuanto a las ganancias que podían obtenerse al ejercitar las armas, recuérdese,
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como ilustración, que todas las ciudades donde residía guarnición debían tener corregidor de capa y espada. Como necesitaba además el asesoramiento de un letrado para juzgar las causas, resultaban más costosos. Por ello, el Consejo de Hacienda decía en 1628 que no se debía permitir que a Cáceres se le vendieran sus lugares, pues solo podría mantener un corregidor letrado, necesitándolo caballero por ser ciudad llena de nobleza y bandos (Simancas, CJH, leg. 643). Lectura comentada del capítulo LVIII del Quijote Por Margherita Morreale Este capítulo presenta los dos temas principales de la novela: el ideal caballeresco y la vida pastoril; aquel en su idealización trascendente y en su más crudo choque con la realidad; esta, hecha espectáculo entre «gente principal» de una aldea. El epígrafe anuncia las «aventuras tantas» que se subsiguen sin dejar espacio entre una y otra; no obstante, en su engarce, C. entrevera hábilmente señaladas muestras del magisterio de DQ sobre la libertad, los agüeros, el amor, las dos «maneras de hermosura» (a lo platónico), el agradecimiento. Nos informa, además, ulteriormente sobre el aspecto físico del protagonista, su consabida cortesía y denuedo, y (lo que importa más para el movimiento de la novela) su alternante locura y cordura y su conciencia de andar en libro impreso. En el sabroso diálogo con Sancho, nos da ulteriores pruebas del talante crematístico y saber paremiológico de este, y de sus reacciones, ora de incredulidad, ora de admiración por el amo; de los representantes de los distintos «públicos» se quedan los labradores in albis; los hidalgos y doncellas, que ya conocen la Primera parte, pensativos; los lanceros, que se lo encuentran en el camino, irritados e indiferentes. El nombre de aventura le cuadra propiamente sólo al tercer episodio, como una de las aventuras farsescas «de palos» de las que los lectores de siempre han disfrutado como «cómicas», y que al autor le han merecido la acusación de maltratar a su héroe. Pero también las otras empiezan en esa zona de inseguridad entre el ser y el parecer que reconocemos como la característica fundamental del Q., cualquiera que sea la interpretación que se le dé: en el primero se presentan unos individuos «vestidos de labradores» (siéndolo de verdad), con unas cosas tapadas a su lado, bajo unas como sábanas, que para DQ hubieran podido representar una visión engañosa y el reto a próximas hazañas (piénsese en los disciplinantes ensabanados, y en la imagen de la Virgen cubierta de un velo negro, en I, 52, o en doña Rodríguez envuelta en largas tocas como una fantasma, en II, 54); destapados los bultos uno a uno, la aventura, que Sancho llamará «de las más suaves y dulces» se convierte en un pausado escrutinio de objetos reales, que resultan ser unas imágenes de santos. El segundo inicia al tropezar el protagonista con unas redes tendidas entre árboles silvestres, que cree obra de encantadores para cortarle el camino; las redes se
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ASOCIACIÓN CULTURAL “UNA PIEDRA SOBRE 0TRA” ACTIVIDADES 2016 revelan luego como un artilugio para la captura de pajarillos (con lo que cobrará realce el pisoteo por toros bravos en la tercera), y la «aventura» se convierte pronto en una ficción declarada, y gustosamente aceptada como tal por DQ, al revelarse las dos «pastoras» que salen a su encuentro, como representantes de aquella «gente principal» aldeana, a la que nos refería al principio. La relación con la realidad la evidencia el primer episodio en los preparativos para levantar un retablo, pero no es verosímil que cuatro figuras ecuestres cupieran encima del mismo altar; además no nos consta que se distribuyeran los cuatro santos de ese modo en trípticos y retablos; por otra parte, la dignidad de caballeros de a caballo les cuadra a San Jorge (y a San Mauricio), a Santiago y a San Martín, mientras que con San Pablo el caballo queda involucrado en la caída. El segundo episodio aplica extensivamente a los hidalgos de una «aldea» la representación más bien cortesana de textos bucólicos, pero acorde con la afición de la época, tan dada a la literatura de pastores (y en chocante contraste intrínseco con las crudas realidades del ejercicio pastoril que en II, 73 el ama recordará al futuro pastor Quijotiz). El tercero es realista de todas todas, por la consabida costumbre de encerrar toros para correrlos después entonces como ahora. Diversas son las fuentes de inspiración (y la experiencia y lecturas del protagonista): el primer episodio refleja puntualmente las consabidas representaciones iconográficas de los santos en las escenas de sus vidas en que se cifraba la devoción de los fieles. El segundo trata explícitamente de la puesta en escena de una égloga de Garcilaso (al parecer, la segunda) y otra, portuguesa, entre las dieciocho de Camõens. El modelo implícito del tercero podría ser el Libro del passo honroso del escribano real Pero Rodríguez de Lena (sobre un episodio caballeresco de 1439), que C. pudo leer en el compendio de Juan de Pineda (Salamanca, 1588), aunque no es el único de este tipo. En relación con la razón y/o locura, el primer episodio podría ponerse bajo la rúbrica de la razón de la sinrazón («¡abismático pasaje!», exclamaba Unamuno), por cuanto los santos y caballeros que «pelearon a lo divino» consagran la profesión caballeresca en el orden trascendente (en II, 8, 694, contestando a Sancho, «más vale ser humilde frailecito... que valiente y andante caballero», DQ se había quedado en el más acá, concluyendo: «no todos podemos ser frailes, y muchos son los caminos por donde lleva Dios a los suyos al cielo»); bajo la rúbrica de la razón como lucidez mental, cuando la comparación con el ejemplo de los caballeros santos induce a DQ a meditar sobre el fracaso de su propia pelea «a lo humano». El segundo ocupa una zona neutra, en una manifestación que debía de ser del agrado de C., ante la Arcadia como escape, y objeto de su ironía complacida, como propia de la comedia humana. Como atañe al tema religioso, tan controvertido siempre y en especial con respecto al Q., el primer episodio es el que más ha atraído la atención de los críticos. Como modelo se ha aducido la parodia erasmista, apartando a San Pablo de los otros tres, como objetos aquel de piedad interior, estos de devoción popular y milagrera (A. Castro); lo que, sin embargo, no cuadra con la economía interna del episodio, desbarata su significado en orden al ideal caballeresco, ignora la cita evangélica de Mateo, XI, 12, y el eco de I Timoteo, VI, 16, en haber visto DQ lo que había visto, que consagran como broches dicha unidad. Después de emplear el término consagrado de buen agüero, DQ habla significativamente de un felicísimo acontecimiento. Es patente, además, la diferencia entre el estilo grandilocuente que C. atribuye a su héroe (en este episodio y en II, 8, porque atañe a las reliquias), y la insistencia
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ASOCIACIÓN CULTURAL “UNA PIEDRA SOBRE 0TRA” ACTIVIDADES 2016 amarga de erasmistas confesos como Alfonso de Valdés. Por lo demás, el estudio de la religiosidad popular va hoy por otros caminos, y más en vista de la multitud de datos positivos que ofrece el censo ordenado por Felipe II en 1582. Con eso no queremos menospreciar la vena jocosa que corre también por esta parte cuando C., a propósito del célebre episodio de la capa de San Martín, insinúa que DQ sabía de santos más que su escudero, pero menos de lo que como caballero debía saber: DQ recuerda la estación invernal en la que ocurrió la partición, pero cuando tilda a San Martín de «más liberal que valiente» (tal vez con Pedro de Rivadeneira, Flos sanctorum, 1599: «más parecía monje que soldado»), parece ignorar que el santo no podía desprenderse del atuendo entero porque su estado de caballero (miles) le impedía quedarse en paños menores. La conciencia caballeresca que DQ le resta a San Martín, se la atribuye luego a San Jorge, también como amparador de doncellas (lo había sido por antonomasia Amadís; cf. II, 6), y, de lleno, al apóstol Santiago, santo universal y santo hispano, venerado como Matamoros. El tono grandilocuente se alinea aquí con las altisonantes octavas del contemporáneo Cristóbal de Mesa (ensalzado por él en el «Canto de Calíope» de La Galatea y recordado en el Viaje del Parnaso), que había dedicado a El Patrón de España (1607) un poema entero; tal consonancia no sorprendería en C., soldado y autor de Los baños de Argel. La advocación de Matamoros vuelve a aflorar a propósito de la frase ¡Santiago, y cierra España! (el escudero, que en II, 4, al acomodar la frase a su propia circunstancia, la había empleado rectamente en su sentido global, recapacita ahora sobre el supuesto sentido de «cerrar España»); lo que como dislate lingüístico sirve para su caracterización adicional, y como puntualización ilustra el interés de C. por la lengua. Pero en lugar de explicar el tenor verbal de la frase, DQ la ejemplifica con una glorificación adicional de Santiago como patrono de España, invocado y «visto visiblemente» por los españoles en todas las batallas acometidas por ellos. DQ termina su discurso asegurando a Sancho que «desta verdad te pudiera traer muchos ejemplos que en las verdaderas historias españolas se cuentan». «Siendo de caballero andante», había escrito en II, 3, toda historia ha de ser «grandílocua, alta, insigne, magnífica y verdadera». Con lo que no cabe duda en lo que toca a la sinceridad de DQ, pero la plantea en cuanto a la del autor. Aparte de la paronomasia habitual en el estilo de C., si nos empeñamos en interpretar su opinión personal, valdrán las palabras que C. dedica a Santiago en sentido recto si el autor se suma a los defensores de la venida del apóstol a España; una venida que se defendía con ahínco incluso en las más altas esferas (representativa en este sentido es la carta con que en febrero de 1600 Felipe III exhortaba a su embajador en Roma a que instara ante el Papa que mandase «cerrar del todo esta plática [sobre Santiago], acordándose cuán largo era el curso de los años que había pasado con esta verdad recibida por los Sumos Pontífices... y por toda la cristiandad, y teniendo consideración al particular interese que en este negocio corría a él [Felipe III] y a todos sus reinos»; cf. García Villada). Las verdaderas historias habrán de interpretarse por antífrasis (en cuanto al autor), si C. se alineaba con los opositores de la venida del apóstol a España, aunque no necesariamente como converso, o como librepensador ante litteram, en vista de que la tendencia contrarreformista (a la que se oponía Felipe III) era la de expurgar noticias espurias del culto local de los santos; así Juan de Mariana, en España, y los cardenales Belarmino y Baronio en Italia, encargados de la reforma del Breviario Romano (cf. González Novalín).
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ASOCIACIÓN CULTURAL “UNA PIEDRA SOBRE 0TRA” ACTIVIDADES 2016 Las historias tampoco serían tan verdaderas en la mente de C., si han de medirse por el párrafo final de I, 52, que A. Castro explicó como alusión a los falsos cronicones hallados en Granada en lo que luego se llamaría el Sacromonte (entre ellos uno, descubierto en 1599, que relataba una visión apocalíptica de Santiago); a estos «documentos» C. pedía que se diera «el mesmo crédito que suelen dar los discretos a los libros de caballerías». Lector amigo, ¿qué quieres que infiera? Como simple lectora —no como cervantista—, no hilo tan delgado; me contentaría con un Q. bien interpretado a ras de la letra y de la semántica de las palabras, con sus maravillosos silencios como «silencios inusitados» o «sorprendentes», o siquiera con una edición bien puntuada, que no diera pie para consideraciones apodícticas, y la invención de «incisos» y «concesiones a las ideas de la época» (II, 58, 1094, n. 4), o para deducciones sobre la conciencia de estado social (II, 58, 1095, n. 9). NOTA BIBLIOGRÁFICA Para la lectura unamuniana, Unamuno [1905/71:69-366, 291-303]. ¶ Un estudio global de II, 58 puede verse en Sarmiento [1947]. ¶ Sobre los problemas textuales, Flores [1975] y Morreale [1979]. ¶ Para el tema iconográfico y hagiográfico, con exposición sistemática de fuentes se puede partir de Kirschbaum et al. [19681976] (véase S. Martin: VII, cols. 572-579; S. Georg.: VI, cols. 365-390; Jakopus der Ältere: VII, cols. 23-39; Paulus: VI, cols. 128-147; Ritter: III, cols. 534-538). ¶ Para el testimonio litúrgico sobre la tercera lección de maitines en la fiesta de Santiago, cf. Breviarium romanum, f. 143, y Officium. Sobre San Jorge, Deléhaye [1909]. Y para la glorificación y defensa de Santiago, ocasionada también por la disputa sobre la venida a España, participación en batallas y patronazgo, consúltense: Cristóbal de Mesa, El Patrón de España (Madrid, 1607); Juan de Velasco, Discurso en que se defiende la venida y predicación del Apóstol Santiago a España (Valladolid, 1605); Diego del Castillo, Defensa de la venida y predicación de Santiago a España (Zaragoza, 1608); Jesús Jódar, O.C., Cinco discursos (Madrid, 1612); Mauro Castellá Ferrer y Luzón, Historia del apóstol de Jesús Cristo Sanctiago Zebedeo, patrón y general de las Españas (Madrid, 1610); Hernando de Oxea, Historia del glorioso Apóstol Santiago (Madrid, 1615). Cf. Hendrick [1960:76 y passim]b. Otros estudios de la tradición jacobea en II, 58, 1096, n. 18. ¶ Para la interpretación del pensamiento religioso, A. Castro [1925/87] y, por lo que se refiere a sus posibles antecedentes, Morreale [1961]; para lo referente a los falsos cronicones, Moner [1991a; 1994]. Sobre el concepto y manifestaciones de religiosidad popular, aducido en son de crítica somera por A. Castro, pueden verse ahora los estudios ocasionados por el examen del censo mandado hacer en 1582 por Felipe II en Redondo [1986]. ¶ Para los realia, en cuanto a la confección de retablos, y el término controvertido entabladura, habría que investigar ulteriormente los tratados sobre las artes figurativas y los ensayos sobre realia como el de Sáenz de la Calzada Gorostiza [1956]; por ahora nos valemos de la Introducción de Martínez. ¶ Sobre el episodio pastoril, Tamayo [1948] y Poggioli [1975]. ¶ Para el encierro de los toros, Cossío [1931]. ¶ Otras referencias: BQ, II-21{k}, II-23, II-24, II-25. ¶ Catalán [1966-1967], Descouzis [1973:150-152], F. Lopez [1988:240-241], Egido [1991b:37-38]. ¶ Sobre las imágenes también puede verse Allen [1969-1979:I, 6366]. ¶ De la fingida Arcadia se ocupan Flecniakoska [1959-1960], Ayala [1971:601602], Percas de Ponseti [1975:II, 385-386], T.R. Hart [1989:88-91], Close [1990c:86-87], Chevalier [1991b:105-106]. Cf. también Trueblood [19581959/86:50-51]. ¶ Riley [1986/90: 100] niega la entidad de episodio intercalado
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ASOCIACIÓN CULTURAL “UNA PIEDRA SOBRE 0TRA” ACTIVIDADES 2016 al de la falsa Arcadia. ¶ Del tropel de toros se ocupan Casalduero [1949/75:350351], Predmore [1958:41-47], Murillo [1988:231-232].
Miguel de Cervantes Saavedra (1547/09/29 - 1616/04/23) Dramaturgo, poeta y novelista español . Considerado como el más grande escritor español de todos los tiempos, y uno de los mejores escritores universales. Nació probablemente el 29 de septiembre de 1547 en Alcalá de Henares, Madrid. Fue bautizado en la iglesia de Santa María el 9 de octubre de 1547. Fue el cuarto de siete hijos del cirujanobarbero Rodrigo de Cervantes y de Leonor de Cortinas. Parece ser que estudió con los jesuitas en Córdoba o Sevilla y quizás en Salamanca. Durante su adolescencia vivió en distintas ciudades españolas (Madrid, Sevilla). Cuando cumplió veinte años, abandonó su país para abrirse camino en Roma, ciudad donde estuvo al servicio del cardenal Acquaviva. Recorrió Italia, se enroló en la Armada española, y en 1571, participó en la batalla de Lepanto. Fue en esta batalla, donde perdió el movimiento del brazo izquierdo, por lo que fue llamado el Manco de Lepanto, a pesar de ello siguió combatiendo en batallas posteriores como Túnez o Corfú. Mientras regresaba a España, en el año 1575, fue apresado por los corsarios y trasladado a Argel, donde sufrió cinco años de cautiverio (1575-1580). Es liberado gracias al rescate pagado por el fraile trinitario fray Juan Gil. El 27 de octubre llega a las costas españolas y desembarca en Denia (Valencia) su cautiverio ha durado en total cinco años y un mes. Partió hacia Madrid y a su llegada, se encontró a su familia en la ruina. Se relacionó a principios de 1584 con Ana Villafranca en una taberna en la calle Tudescos, regentada por un asturiano, el marido de esta joven de 19 años. En otoño del mismo año (cuando se acababa de prometer con su futura esposa Catalina), nació su hija Isabel, hecho que el escritor ocultó durante algún tiempo. Muchos años después, el escritor le dio su segundo apellido, Saavedra. En septiembre de 1584 viajó a Esquivias y allí conoció a la joven hidalga de 19 años llamada Catalina de Salazar y Palacios; el flechazo fue instantáneo y prometieron casarse en ese mismo año. Cervantes tenía 37 años. Pronto dejó en Esquivias a su mujer para buscarse la vida por otros lugares de España. Catalina liquidó la herencia materna en provecho de sus hermanos y le acompañó a Valladolid. Ya no se volvieron a separar hasta su muerte. Las condiciones de vida parece ser que fueron miserables ocupando un cuchitril a orillas del río Esgueva. Su esposa no fue capaz de concebir un bebé, hubo de soportar el cautiverio de su marido en cárceles de Sevilla, y admitir a una hija de otra mujer. Publica La Galatea (1585) y lucha, sin éxito, por destacar en el teatro. Sin medios para vivir, marcha a Sevilla como comisario de abastos para la Armada Invencible y recaudador de impuestos. Es allí donde le encarcelan por irregularidades en sus cuentas. Cuando es puesto en libertad se traslada a Valladolid. Es posible que se iniciara en la literatura bajo la supervisión y en la
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ASOCIACIÓN CULTURAL “UNA PIEDRA SOBRE 0TRA” ACTIVIDADES 2016 amistad del humanista y gramático López de Hoyos. De nuevo es encarcelado a causa de la muerte de un hombre delante de su casa. En 1606 regresa con la Corte a Madrid. Vive con apuros económicos y se entrega a la creación literaria. Entre 1590 y 1612 escribió una serie de novelas cortas que, después del reconocimiento obtenido con la primera parte del Quijote en 1605, acabaría reuniendo en 1613 en la colección de Novelas ejemplares. Esta colección se inicia con La gitanilla, fantasía poética creada en torno a la figura de Preciosa y la relación entre la gitanilla y un joven capaz de renunciar a su alcurnia por amor. En contraste con tan embellecido marco sigue El amante liberal, novela bizantina de amor y aventuras, con las adversidades que Ricardo y Leonisa han de superar antes de su matrimonio. Don Quijote de la Mancha, considerada obra universal, se cree que la comenzó a escribir mientras se encontraba en la cárcel a finales del siglo XVI. En el verano de 1604 estaba terminada la primera parte, que apareció publicada a comienzos de 1605 con el título de El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, tuvo un éxito inmediato. En 1614 aparecía en Tarragona la continuación apócrifa escrita por alguien oculto en el seudónimo de Alonso Fernández de Avellaneda, quien acumuló en el prólogo insultos contra Cervantes. Por entonces éste llevaba muy avanzada la segunda parte de su inmortal novela. La terminó muy pronto, acuciado por el robo literario y por las injurias recibidas. Por ello, a partir del capítulo 59, no perdió ocasión de ridiculizar al falso Quijote y de asegurar la autenticidad de los verdaderos don Quijote y Sancho. Esta segunda parte apareció en 1615 con el título de El ingenioso caballero don Quijote de la Mancha. En 1617 las dos partes se publicaron juntas en Barcelona. Y desde entonces el Quijote se convirtió en uno de los libros más editados del mundo y, con el tiempo, traducido a todas las lenguas con tradición literaria. En 2002, esta obra literaria fue votada como la mejor de la historia en una votación en la que participaron 100 escritores de 54 nacionalidades diferentes. Cervantes no creía que ésta fuera su mejor obra pensando que lograría más fama por otros escritos como las Novelas Ejemplares. Cervantes afirmó varias veces que su primera intención era mostrar a los lectores de la época los disparates de las novelas de caballerías. En efecto, el Quijote ofrece una parodia de las disparatadas invenciones de tales obras. Pero significa mucho más que una invectiva contra los libros de caballerías. En sus últimos años publica además de las Novelas ejemplares (1613), el Viaje del Parnaso (1614), Ocho comedias y ocho entremeses (1615). El triunfo literario no lo libró de sus penurias económicas. Durante sus últimos meses de vida, se dedicó a Los trabajos de Persiles y Segismunda (de publicación póstuma, en 1617). En 1616, enfermó de hidropesía, en abril profesa en la Orden Tercera. El 18 del mismo mes recibe los últimos sacramentos y el 19 redacta, "puesto ya el pie en el estribo", su último escrito: la dedicatoria del Persiles. Miguel de Cervantes Saavedra falleció el 23 de abril de 1616 en Madrid y es enterrado con el sayal franciscano, en el convento de las Trinitarias Descalzas de la actual calle de Lope de Vega. Solo conservaba seis dientes, tenía la columna vertebral combada y acusaba los impactos en el esternón de los pelotazos de plomo de arcabuz recibidos en la batalla de Lepanto en 1571. Diez años después, el 30 de octubre de 1626, se hizo sitio para acoger el cuerpo de Catalina. Los dos
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ASOCIACIÓN CULTURAL “UNA PIEDRA SOBRE 0TRA” ACTIVIDADES 2016 cadáveres permanecieron bajo la nave hasta que, en 1671, el viejo convento fue derribado y sobre sus cimientos se levantó uno nuevo.. 2.- REVISTA
REVISTA Nº 2
20 de diciembre 2016
Edición : Asociación Cultural “Una piedra sobre otra”. Impresión y grabación Cd: Antonio Calderón de Jesús CENTIART. Madrid. Dirección, diseño y maquetación : Victoriano Rodríguez Dávila. Apoyo logístico y presupuestario: Sandra Delgado Tena. Coordinación comercial, relaciones externas y distribución: Javier Hidalgo Coronado.
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ASOCIACIÓN CULTURAL “UNA PIEDRA SOBRE 0TRA” ACTIVIDADES 2016 2.- EXPOSICIÓN FOTOS ANTAÑO
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ASOCIACIÓN CULTURAL “UNA PIEDRA SOBRE 0TRA” ACTIVIDADES 2016 3.- Concurso de nabos y rábanos
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ASOCIACIÓN CULTURAL “UNA PIEDRA SOBRE 0TRA” ACTIVIDADES 2016 4.- Día del abuelo
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