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Editorial

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Los Principios Liberales

El liberalismo reposa sobre tres fundamentos. La libertad, la vida y la propiedad. En este número abordaremos el más importante, esencial para los otros dos:

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La Libertad.

El principal ideal del liberalismo es, valga la redundancia, LA LIBERTAD. Para entenderla debemos remontarnos a su historia.

La tradición liberal clásica, que se da entre los siglos XVII y XVIII en Europa, aparece como oposición al absolutismo monárquico, el clero oficial y los gremios, abogando por La libertad, personal, política y económica de los individuos.

Podemos mencionar a dos grandes exponentes: John Locke en Reino unido y Charles Montesquieu, en Francia. La tradición de Locke y Montesquieu se enfoca en el reconocimiento del individuo como ser libre, artífice de su propia felicidad, apoyando la

tolerancia religiosa, el libre emprendimiento y la necesidad de un sistema que les permita desarrollar sus libertades por fuera del avasallamiento real, pero defendiéndose los individuos los unos de otros.

Llamaron a esto el “principio de no agresión”. Estas ideas fueron las que dieron lugar a la “revolución gloriosa” británica, así como a la independencia de los Estados Unidos. De hecho, las ideas de Locke influenciaron notablemente la constitución Norteamericana.

Otros pensadores que siguieron a estos como Voltaire y Jean Jacques Rousseau se desviaron de la idea original y fueron los principales influyentes de la revolución francesa. Ésta tuvo un final distinto a las revoluciones antes mencionadas, ya que desembocó en la época de “Le terreur”, caracterizada por las brutales represalias que tomaron los revolucionarios por medio del terrorismo de estado.

Nótese cómo el estado no era una solución al principio de no agresión, sino una

acumulación de poder, en manos de una élite en vez de un monarca.

Luego de este encuadre histórico, analicemos la libertad como un derecho.

A todo derecho le corresponde, como contrapartida, una obligación. Es decir, soy libre de ejercer mis derechos en tanto y en cuanto no lesione los derechos de otros. Esto es nada más y nada menos que el antes mencionado principio de no agresión. También existen las garantías (de hecho, nuestra Constitución plantea derechos, deberes y garantías) que son la protección que tenemos los individuos libres (sin lesionar lo derechos de otros) contra la lesión de nuestros derechos por parte del Estado. Históricamente, la libertad ha sido siempre un valor. Pensemos, por ejemplo, en Grecia donde se hablaba de “ciudadanos libres” (aún no se incluía a mujeres y esclavos, y el liberalismo rechaza esto) como la máxima aspiración de un hombre. También en la Edad Media (caracterizada por el fuerte poder de los

clérigos) el libre albedrío era un pilar filosófico. Pero existían los monarcas, con el poder de subyugar a discreción las libertades de cualquier individuo. Ni hablar, por supuesto, de la práctica tan común de la conquista, una verdadera barbaridad.

Podemos ver que la idea de la Libertad estuvo siempre presente. Pero era necesario que esa libertad fuera reconocida por alguien, generalmente un Rey. La idea novedosa que trae el liberalismo es que todos somos iguales, y por esta razón, no debemos ser reconocidos como libres por una o más personas que detenten el poder en ese momento, sino por todos nuestros pares en cualquier momento. Esta idea no sólo debe ser la base de todo contrato social y marco institucional, sino también de la legislación. Y también nos abre los ojos a una cuestión fundamental: La libertad, como todo derecho, no es algo que alguien (en el pensamiento popular, el Estado) deba otorgar, sino algo que es inherente a nuestra

naturaleza humana, por lo tanto, que debe

ser reconocido, no otorgado. Esto mismo se

refuerza, de hecho, entendiendo la naturaleza de los derechos.

Si hablamos de Derecho no podemos dejar de hablar de Justicia. Y entendemos por Justicia “dar a cada uno lo suyo”, como bien declaró Ulpiano, el Jurista Romano. Nótese que no puede otorgarse a alguien algo que ya es suyo: Es sólo un reconocimiento de que eso ya le pertenece. Es de su propiedad. Para concluir debe comprenderse algo. Ya dijimos que a todo derecho corresponde una obligación de no lesionar el derecho ajeno.

Es fundamental entender que la libertad tiene como contraparte la responsabilidad individual.

Sin eso la libertad no es más que libertinaje y puede viciarse. Es necesario entender que, así como nadie puede avasallar nuestra libertad individual, la responsabilidad de nuestros actos es exclusivamente nuestra. De ese equilibrio depende, sin excepción, el desarrollo de una sociedad libre.

Autor: Mariano A. Flores

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