“Me llamo Carlos, Carlos Benjamín, y soy de golondrinas y de barro”
Carlos Castro Saavedra fue un escritor colombiano; mejor dicho, un poeta, y de los grandes, aunque también fue pintor, pero la poesía fue su leit motiv y ocupó todos los espacios y los días de su vida. Nació en Medellín el 11 de agosto de 1924. De estatura mediana y fumador empedernido, escribía desde muy niño, pero es a partir de 1946 cuando publica su primer libro de poemas y no se detuvo hasta su muerte: el 3 de abril de 1989.
En este número, la Agenda Cultural Alma Máter le rinde un homenaje de reconocimiento en los cien años de su nacimiento.
Comenzó publicando sus poesías desde muy joven en periódicos, por ejemplo El Diario, que circulaba en la época, en las tardes, en Medellín, y en revistas locales y, hoy, después de repasar su gran obra, treinta y cuatro libros publicados y numerosos poemas, se puede decir que es el gran poeta nacional, al que se debería volver en los terribles momentos que atraviesa Colombia, que no parece salir de las guerras fratricidas, como las que él también vivió en los años 40 y 50 en el período llamado de La Violencia, para buscar solaz no solo en su rebeldía, sino en la búsqueda incesante de la paz, como lo pregona en uno de sus poemas más conocidos: “Camino de la patria” que, como abrebocas de la Agenda, se cita completo para que el lector empiece a darse cuenta de a quién tiene entre manos, un poeta de verdad.
Camino de la patria
Cuando se pueda andar por las aldeas y los pueblos sin ángel de la guarda.
Cuando sean más claros los caminos y brillen más las vidas que las armas.
Cuando los tejedores de sudarios oigan llorar a Dios entre sus almas.
Cuando en el trigo nazcan amapolas y nadie diga que la tierra sangra.
Carlos Castro Saavedra, 1925.
Cuando la sombra que hacen las banderas sea una sombra honesta y no una charca.
Cuando la libertad entre a las casas con el pan diario, con su hermosa carta.
Cuando la espada que usa la justicia aunque desnuda se conserve casta.
Cuando reyes y siervos junto al fuego, fuego sean de amor y de esperanza.
Cuando el vino excesivo se derrame y entre las copas viudas se reparta.
Cuando el pueblo se encuentre y con sus manos teja él mismo sus sueños y su manta.
Cuando de noche grupos de fusiles no despierten al hijo con su habla.
Cuando al mirar la madre no se sienta dolor en la mirada y en el alma.
Cuando en lugar de sangre por el campo corran caballos, flores sobre el agua.
Cuando la paz recobre su paloma y acudan los vecinos a mirarla.
Cuando el amor sacuda las cadenas y le nazcan dos alas en la espalda.
Sólo en aquella hora podrá el hombre decir que tiene patria.
Pero Castro Saavedra no se ocupó solo de la tierra, sino de la patria, de los desposeídos, de la paz, con su símbolo más recurrente, la paloma; una vez también se acudió a ella en un gobierno de la década del 80 de nuestro país, en la búsqueda de la paz, para conjurar la guerra.
Asimismo, se ocupó el poeta del amor y de los niños y escribió cuentos infantiles. De tal manera que es imposible encasillarlo en una
tendencia o en una ideología, como lo hicieron, cuando sufrió una aguda persecución y tuvo que exilarse en Chile, país que lo acogió generosamente en Isla Negra, el maravilloso paraje donde vivía Pablo Neruda, su gran amigo y admirador de su poesía.
Y se ocupó del amor, así, en general, pero también en específico cuando le canta a su esposa, su musa y compañera de toda la vida: Inés Agudelo Restrepo:
Inés
Inés digo y mi boca se convierte en azúcar de manzana partida por la luz del verano. Decir esta palabra es como adivinar que está cantando un pájaro en un árbol lejano.
Inés digo y mi labio se convierte en abierta flor de pétalos dulces contra la madrugada. Decir esta palabra es soñar que está muerta la tarde en el abismo de la noche estrellada.
Inés digo y parece que mi voz se quedara temblando entre las redes impalpables de un beso. Decir esta palabra es como si lograra detener en el aire la música de un rezo.
Cuando yo digo Inés olvido los agravios y de claros panales y canciones me acuerdo. Decir esta palabra es apretar los labios para intentar el acto de besar un recuerdo.
Alzar las manos puras para decir Inés es caer en la sombra de un árbol florecido. Decir Inés, siquiera por una sola vez, es sentir en la rama del corazón un nido.
Podría seguir enumerando su obra, tan prolífica, y citando muchos de sus poemas, pero de eso también se ocupan los artículos que le hacen justicia en este número de septiembre de la Agenda Cultural Alma Máter: de Inés Posada: “Carlos Castro Saavedra: a los cien años de su nacimiento”; una magnífica entrevista que le hicieron al poeta en
1988, Reinaldo Spitaletta y Mario Escobar Velásquez, que titularon: “Escribo para sentirme más vivo”, en la que da cuenta de los aconteceres de su vida y de cómo llegó a poder vivir de su obra y tener una finca que lleva el nombre, poético por demás: La voz del viento, del que él consideraba su poeta preferido, el viento, porque en la respuesta a la pregunta no se refirió a ningún humano. De Mario Escobar Velásquez: “Carlos Castro Saavedra, inmensamente poeta”, de Reinaldo Spitaletta: “El poeta de la patria sangrante” y de María Stella Girón: “Carlos Castro Saavedra, poeta de la patria y de la paz”. Todos ellos incluyen algunos de sus poemas.
Invitamos entonces, a que repasen a este gran poeta, si ya lo conocían, o a que lo descubran, si no. Y para ello, deténganse a mirar su
Autorretrato
Me llamo Carlos, Carlos Benjamín, y soy de golondrinas y de barro.
al final de la vida tengo un carro, una casa en el campo y un bluyín.
No soy doctor, tenor ni espadachín y vivo lejos, lejos del cotarro, peleando con la sed, con el catarro, con la tristeza y con el aserrín.
Amo la vida, el pan, el cigarrillo, y por la noche canto como un grillo y dibujo pacientes animales.
Pienso que soy un poco de alegría, de soledad, de terca poesía y de efímeras cosas terrenales.
Coda: Damos una calurosa bienvenida a la nueva directora, Lucía Arango Liévano, deseándole muchos parabienes en su labor.
Marta Alicia Pérez Gómez, Comité Editorial Agenda Cultural Alma Máter
Escritores Manuel Mejía Vallejo y Carlos Castro Saavedra, 1950.
“Sentir en la rama del corazón un nido”
Selección de poemas y una prosa
Carlos Castro Saavedra
Los herederos del amor
A ocupar el espacio que dejemos en el mar, en la costa, en la bahía, otros cuerpos vendrán, amada mía, y otras barcas con velas y con remos.
Sobre la pobre red que abandonemos en la arena quemada por el día, otros amantes, rojos de alegría, juntarán sus relámpagos supremos.
Tendrán hijos, lo mismo que nosotros y con el tiempo sus dorados rostros serán pasto de guerras y sucesos,
hasta que al fin, en pos de nuestros pasos, ellos también se irán, como pedazos de un naufragio de buques y de besos.
El mundo por dentro
Siento correr los ríos por mis venas y crecer las estrellas en mi frente.
Siento que soy el mundo y que la gente habita mis pulmones y colmenas.
De flores tengo las entrañas llenas y de peces la sangre, la corriente que caudalosa y permanentemente inunda mis canciones y mis penas.
Llevo por dentro el fuego que por fuera dora los panes, seca la madera y produce el incendio del verano.
Las aves hacen nidos en mi pelo, crece hierba en mi piel, como en el suelo, y galopan caballos en mi mano.
Inés Agudelo de Castro, esposa del poeta, y Carlos Castro Saavedra, 1955.
Carlos Castro Saavedra, 1941.
Callémonos un rato
Hemos hablado mucho, compatriotas.
¿Por qué no nos callamos para que las palabras se maduren en medio del silencio y se vuelvan arroz, cajas de pino, escobas, duraznos y manteles? Hacemos mucho ruido y repetimos la palabra muerte hasta que la matamos.
Decimos mucho corazón y gastamos el fruto más hermoso del pecho.
Lo que importa es el río, no su nombre.
Lo que interesa es pan y no discursos sobre las propiedades de la harina. El mar es bello porque es mar y no porque lo cantan los poetas, y existirían piñas aunque no se llamaran como llaman.
Bajo la tierra crece la semilla porque el surco no habla ni le pone adjetivos a la espiga. Un hombre que se calla largamente se convierte en camino, y si guarda silencio su mujer puede volverse viaje.
Callémonos un rato, al menos para ver qué le sucede a la palabra uva.
Es posible que crezca y se derrame hasta llenar el mundo de dulzura y cascadas de vino.
Epitafio
Aquí yacen, y el polvo los conserva, una mujer y un hombre que se amaron y que de beso en beso se acercaron a la paz que la muerte nos reserva.
Sencillos, como un ciervo y una cierva, a la tierra profunda se entregaron y por última vez se desnudaron para dormir debajo de la hierba.
Ella fue silenciosa, triste, pobre, y él con su cara de ceniza y cobre trabajó en las entrañas de las minas.
En esta tumba, caminante amigo, deja caer un poco de tu trigo para que no le falten golondrinas.
Carlos Castro Saavedra, fotografía de Carlos Rodríguez, Archivo FAES, 1960.
La paz es una paloma
Todos sabéis, amigos, que la paz es una paloma; sabéis más todavía: Que esta paloma ha muerto muchas veces y que ha vuelto a la vida cuantas veces ha muerto; ahora acaba de volver, acaba de nacer; volvió con los soldados, en las muletas y los trenes; nació en los hospitales, de la misma blancura de las sábanas; nació en el hombro de los muertos, nació en la mano de Picasso, y si en vosotros no ha nacido, yo siento que en vosotros ya comienza a nacer. Abrid el corazón, abrid el pecho, para que salga esta paloma a poseer el mundo. Esta paloma blanca, esta paloma roja.
Hay, general, esta paloma, roja porque en tus manos hay una espada roja.
Para que crezcan y perduren las alas que comienzan, abrid los brazos como alas, cubrid la tierra entera con vuestras plumas solidarias, como si toda la tierra fuera una sola aldea y todos vosotros una sola paloma; paloma de la paz, novia del mundo, amor mío, paloma dibujada en el pecho de los hombres. Ay mi paloma blanca,
ay mi paloma roja, ay mi paloma y mis amores; trigo le dan mis manos y disparos le dan las manos de los cazadores.
Defendedla mil veces y otras mil defendedla; no dejéis que el guerrero se acerque con sus guerras; no dejéis que el relámpago desdoble sus banderas amarillas; no permitáis, hermanos, que esta hermana paloma se muera en vuestras manos.
Dibujadla en el aire, con el dedo, en el aire; dibujadla en la arena, con los pies, en la arena; trazad con vuestra sangre líneas en los manteles, líneas blancas y rojas, palomas y claveles.
Soñad que el mar es ella, que la espuma del mar es su volumen, que vuela sobre el cielo de las olas y acaricia los peces con sus plumas.
Carlos Castro Saavedra, 1958.
Llamad paloma al agua y a la madre paloma; paloma a la mañana y a la vida paloma, y si alguien os pregunta por qué todo es paloma, decidle: porque todo es la paz que esperamos Y la paz es una paloma.
La palabra total
Escribo con la sangre de los asesinatos, mojo mi pluma en rojas humedades, vuelo de los cuchillos a los pechos, de las heridas a los cementerios, pero no me sepulto ni me entierro, porque yo soy la lengua de los vivos y la voz de los muertos.
Vine a llamar las cosas por su nombre, a devolverle a la palabra su cáscara de fruta y su pellejo humano.
Vine a decir naranja sin turbarme, escribir escorpión sin esconderme, a decir y a escribir revolución con tinta roja y con mano grande. Guárdame de los vientos y los viajes
No me dejes partir, no me abandones, átame a tu cintura con tus brazos, y aléjame los buques de la cara con tus suspiros y tus aletazos.
Rodéame de ti, de tu ternura, de tus palomas y de tus espinos, para que no me llamen los países, para que no me escriban los caminos.
De los pasos defiéndeme los pies, guárdame de los vientos y los viajes, que estoy herido, herido por los trenes y ensangrentado por los homenajes.
Además tengo mundo suficiente Para viajar por mí, por mi locura, y tornar al redil de tus pestañas y a los rebaños de tu dentadura.
Tengo toda la noche de tu pelo para embarcarme en ella, tristemente, y alejarme un momento, con las manos, de las orillas de tu continente.
Puedo andar por mi frente, por la tuya, con gestos numerosos y mundiales, y me siento más hondo en tus entrañas que en los naufragios y en los funerales.
Quiero quedarme en ti, quiero que me ames y que me arrojes besos como escalas, siempre que me desprenda de tus labios y me crezcan los viajes y las alas.
Carlos Castro Saavedra, 1946.
El respeto a la vida
Desde los bancos de la escuela debe aprender el niño, con devoción y con amor, a respetar la vida de cualquier semejante, sea este soldado, o marino, o fabricante de juguetes, o simplemente un soñador, ocupado en mirar el paso de las nubes y la belleza de los árboles.
Mucho antes de la escuela, en la cuna, en la casa, entre los brazos de la madre, debe empezar el hombre a comprender que la vida es sagrada y que es como un altar la cara del que siembra, lo mismo que la frente del que recoge las cosechas.
Cerrar los ojos de alguien, de una sola persona, con el filo de cualquier arma, es matar un poquito a todos los humanos. La sangre
que abandona las venas de un herido y se oculta bajo la tierra, no la pierde el herido solamente. La pierden sus hermanos también. Sus hermanos de todo el mundo.
No hay vidas aisladas. La vida es una sola. Un hilo numeroso e invisible, que tiene sus raíces en el hombre, une los continentes y las almas. Cuando los bandoleros cortan el cuello de un labriego, ese hilo se rompe y siente el pescador que algo le falta, lo mismo que el minero. Todos los seres sienten un poco de tristeza, aunque estén separados por montañas y ríos.
Cuando los hombres matan a los hombres se pone rojo el cielo y sabe a cementerio el pan del desayuno. Se pone triste Dios, en medio de sus hijos, cuando una bala sale de un fusil y se clava en el pecho de un leñador o de un mendigo. Hasta las piedras que los niños arrojan a los pájaros oscurecen el aire.
Tras de la piel de cualquier hombre hay muchas cosas bellas que merecen respeto, entusiasmo y asombro: la sangre es larga y tibia, el corazón valiente y laborioso, los huesos blancos y leales y armonioso el conjunto de las glándulas. Sin contar los valores del espíritu: el amor, la esperanza, el deseo de hallar las palabras más nobles para expresar lo que sentimos, y el gusto por las flores y la música. Estas cosas que nombro son sagradas. No se deben tocar con la intención de profanarlas, porque son patrimonio de la familia humana.
En Colombia la vida se ha destruido muchas veces con crueldad y con odio. Se sigue destruyendo y lo mismo acontece en todo el mundo. Por eso hay que gritar, para que oigan jóvenes y viejos: respetad a la vida y devolvedle todo lo que le habéis robado.
Carlos Castro Saavedra, 1937.
Carlos Castro Saavedra, inmensamente poeta
Mario Escobar Velásquez
Uno le conoció y amó y admiró a su poesía antes que a él. Devoto de esa poesía, con el fervor mismo de un fanático por un icono, del avaro por las monedas de oro, de las hojas de las plantas por el verdor.
Cuando delante de los ojos tuvo a la imagen vera del poeta, magro de estatura y parco de carnes, uno se preguntó cómo acomodaba a las moles de su sensibilidad poética en la poquedad de su materia corpórea. Se preguntó por qué él no resplandecía como un dios, y encandilaba la mirada, sabiendo como sabía que su poesía, como toda buena poesía, más parece cosa de dioses que de humanos. Tanto como parecen hechura de dioses las mariposas que llevan a la belleza inmensa en las alas, que son un poco más que seda y colores. Un poco como el oro, que no se oxida nunca, es hechura también de dioses, y el diamante que fulgura luces inmarcesibles es también hechura de dioses.
Empezó a escribir desde muy temprano, y a su vocación la ejerció sin menguas, siempre excelsamente, hasta su última semana. Hasta donde lo sabe este que escribe, ningún poeta colombiano, ni ningún escritor de prosa, ha alcanzado el número de sus libros, que son treinta y cuatro. Lo anterior, porque puede haber alguno o algunos inéditos. Ningún poeta colombiano parió de su numen inagotable más poemas. Y si se amplía la visión al continente americano, todo él desde la tierra fueguina hasta el boreal Canadá, lo anterior sigue siendo válido. Pablo Neruda, tan buen poeta como Carlos,
o al revés, no tiene una obra tan dilatada, y eso que se le ha considerado prolífico.
Tampoco en él, como sí en muchos otros, decayó con la edad la excelsitud del verso: él lo extraía de canteras suyas inagotables y puras. Y empezó a extraer de esa cantera a muy temprana edad: los dieciséis años. Casi de inmediato obtuvo una notoriedad, precoz como él mismo. Tuvo desde los primeros versos la calidad alta-pura de los mejores. De esos que son eternos, aunque vivan poco. Tenia desde entonces un sello personal inconfundible, el matiz que no está calcado, la visión fresca: eso que se ve a las primeras, y que destaca. Carlos Castro Saavedra no fue haciéndose y puliéndose de a pocos en cada poema, sino que irrumpió de una. Nacido grande, terminó con grandeza.
Creyó siempre que el poeta debería vivir de su poesía, tanto como un cantor de sus canciones y su voz. Por eso solamente se empleó en una sola vez en su vida, por un lapso corto. En ese lapso estuvo a punto de enloquecer, totalmente desadaptada su hiperestésica sensibilidad al trato burdo y cruel que suele haber entre los muchos empleados de una gran empresa, en donde abundan los poetillas de un quinto de folleto con poemas, y son envidiosos de oficio, que obtienen grado de maestranza en la envidia, y que son cloróticos y cáusticos como la cal: con ellos se pudiera enjalbegar. Aprendió los rencores inmerecidos, pero recios como pedradas, las confabulaciones, las zancadillas matreras, las “roscas”. En
algunas veces, antes de salir para su trabajo, aullaba en su hogar, con aullidos verdaderos, de miedo de las incomprensiones y de las lesiones graves que le llovían. Fue después de casado, cuando sobrellevó una pobreza franciscana y honesta, si bien cualquier franciscano tenía seguramente mucha mayor holgura que él. Con todo, como pocos, con el tiempo pudo vivir anchamente cómodo de su trabajo intelectual, y hasta aseguró una fortunita.
Cuando le cantó a Colombia tan bellamente como le cantó a su amada de toda la vida, la patria estaba ensangrecida por la violencia fraterna, que es la más enconada de las violencias. Cantó diciendo que la patria sólo será patria cuando se pueda dejar, para andar por ella, al ángel de la guardia en su empíreo. Entonces el sátrapa de turno lo amenazó de muerte, por tercería, y le dijeron que se fuera.
Se fue a la errancia del viento y de las nubes. Se fue a donde pudiera ir. Él sólo quería volver a su patria y a su amada, pero esos eran los dos únicos caminos que no podía seguir. En esa errancia que le era más dura porque no estaba con él la amada, la volvió versos y versos en catarata. Después, vuelto, siguió en las mismas, y a la misma amada que lo fue hasta su último aliento. Con la patria, lo mismo. Se sentía tan tierra colombiana que podía sentir cómo en el pecho le pastaban caballos y terneros, cómo en él se petrificaban las mariposas verdes y se volvían esmeraldas de Muzo, cómo le crecían los pinos y las hierbas.
La suya fue una errancia paupérrima. Conoció al frío, que es azul, y que muerde con dientecillos de sierra hasta que llega a aposentarse en los huesos, y entonces es difícil sacarlo. Y al hambre, que es amarilla y seca
como el yeso, y dura como el yeso duro. Y a la soledad, que es negra como la medianoche, y amarga. Supo de zahúrdas, zaquizamíes, tabucos, y, peores que éstos, los parques nocturnos con bancos helados que le robaban el calor de los huesos magros.
Cuando participó en un Festival Internacional de la Paz, que se celebró en Moscú, los que lo hicieron exiliar aprovecharon para alquitarar infamias y lo injuriaron de “comunista”. Pero el poeta creía en Dios fervorosamente, y lo pregonaba si era del caso, y lo veía en la belleza, y lo cantaba en sus cantos. ¿Cómo no creer en Él, si estaba en el ritmo, y en la euritmia, y en la cadencia de las palabras que Carlos ordenaba?
En su paso por la Dirección de Extensión Cultural de la Universidad de Antioquia descubrió y lanzó a la publicidad del ámbito poético a un poeta singular que se llama Helí Ramírez, con su libro Ausencia del descanso
La columna de prosa poética que publicó por años en la prensa escrita de Medellín se intitulaba “La voz del viento”. Y cuando, con dineros que le produjeron sus libros y otros trabajos literarios, se compró un lote de terreno en una zona de ricachos, muy exclusiva, y en él construyó su casa magnífica, la nombró igual.
Ese su amor por el viento era amor agradecido. ¿Cómo no saber que el viento trae jardines? ¿Cómo ignorar que tiene voces barítonas cuando calmo, y de terremoto cuando huracán? ¿Cómo ignorar que llega friolento desde el mismo Polo Norte, todo boreal? ¿O desde el océano, azul y salado? Carlos Castro oía a toda esa sinfonía de voces. Es fácil oírla si no se está pensando a toda hora en negocios y dineros, y sí en
el poema. Fácil, cuando se quiere ser y no tener.
Mereció el Premio Nobel de Literatura, iteradamente. Lo mereció por la calidad sostenida de su obra poética. Pero no esperó nunca nada de esa su obra. Como todo gran artista tenía sabido que al Arte se le da todo, y que no se le espera nada. Lo mereció al Nobel como lo mereció Porfirio Barba Jacob, el que parecía un caballo. Y como lo merecieron Eduardo Castillo, y Eduardo Carranza, y León de Greiff. Pero nunca a ninguno de ellos lo promocionó en Estocolmo el gobierno colombiano. No los tradujo, ni los publicó para que se les conociera allá, en donde es la sede del Premio. Los gobiernos de Colombia, los “buenos”, suelen ignorar a sus artistas, y hasta los toleran. Los que no son buenos los mandan a exiliar, so pena de matarlos. Acá se admira a las patadas de los futbolistas, y se publican proliferadas loas para ellas, y a los pedalazos de los ciclistas. Acá se admira a todo lo que no requiera de entendimientos
para ser admirado. Acá somos raseros, pedestres, tontolos.
Carlos Castro Saavedra se murió de centenas de miles de cigarrillos fumados. Tenía tabaquienta a la voz y al aliento, y tal vez al tacto de la mano delicada. Pero sigue estando ahí. Cuando úno abre uno de sus libros de poesía lo ve que salta de las páginas con su catadura conocida, vivaracho el rostro y brillantes los ojos. Recita con úno los versos que úno lee.
Y en el ámbito huele a poesía de la mejor, y a humo de cigarrillo.
Mario Escobar Velásquez (1928-2007). Novelista y cuentista, autor de una vasta obra narrativa y ensayística en la que destacamos los libros: Cuando pase el ánima sola, Marimonda, Toda esa gente, Historias del bosque hondo, Muy Caribe está, Con sabor a fierro y otros cuentos y Diario de un escritor: extractos. Este texto lo extraemos de Itinerario de afinidades. Perfiles, publicado en 2015 por Sílaba Editores.
Carlos Castro Saavedra. 1953.
El poeta de la patria sangrante
Reinaldo Spitaletta
Los pueblos requieren de augures, de visionarios, de alguien que sea su “mala conciencia”, o, visto de otro modo, de un arúspice que diga que la patria es la infancia o sea capaz de advertir acerca del porvenir, que quizá jamás llegue. Y ese rol, de brujo y alquimista, lo tiene el poeta, cualquier vaina que esto signifique en nuestros tiempos, tan estériles en cuanto a sensibilidades que no obedecen a transacciones bursátiles ni a fondos monetarios y otras deudas externas.
No sé si todavía tenga sentido decir que un país necesita un poeta nacional (o dos o tres, que tam-
poco es que abunden). Uno de los que así se consideró en otros días, más bien lejanos, fue el medellinense Carlos Castro Saavedra, del que se acaba de cumplir el centenario de su natalicio. Es más, existen dudas de que hoy se lea poesía, que no ha sido tampoco asunto masivo, ni siquiera en los días de Maiakovski o, por qué no, de Neruda, tan relacionado además este último con el autor de poemas como “El sol trabaja los domingos” o “Camino de la patria”.
Castro Saavedra era un poeta, no solo porque tenía la extraña manía de hablar con el viento, con los pájaros, con las bocanadas de humo de sus cigarrillos—un fumador de todas las horas— con las nubes (una suerte de nefelibata) pero también con la tierra, sino también porque sabía de los dolores del pueblo, de las persecuciones, de las tristezas de la gente. Escribía en revistas, suplementos literarios, en columnas de periódicos, y publicó más de treinta y cuatro libros.
Un libro juvenil, Fusiles y luceros, ya mostraba sus sensibilidades en tiempos en que el país naufragaba en la sangre de los de abajo y luego estallaría en mortales explosiones sociales con el magnicidio de Gaitán. “Yo lo vi al lado de los hombres, / codo a codo, al pie del pueblo. / En los motines, en las fábricas, / En los ferrocarriles, en las huelgas”, escribió Castro Saavedra sobre el asesinado caudillo. Luego se fue a Chile jun-
Escritores León de Greiff y Carlos Castro Saavedra, 1950.
to con su esposa Inés (su musa de siempre), donde los acogió Neruda, organizador de veladas poéticas para recoger fondos para los dos exiliados.
A propósito de Fusiles y luceros, el autor de Canto general dijo: “Pienso que la poesía colombiana despierta de un letargo adorable pero mortal. Este despertar es como un escalofrío y se llama Carlos Castro Saavedra”. Es extraño que un poeta se torne en una figura popular, reconocido entre artesanos, obreros, estudiantes y así sucedió con el hombre que les cantaba a los derrotados, a los pentagramas y los trenes. “Nos mostró la posibilidad de un camino cuando todos los caminos parecían errados. Él nos dijo la precaria y agobiada verdad del hombre”, dijo de él el escritor Manuel Mejía Vallejo.
En la Medellín de los cuarenta, la “ciudad industrial”, era toda una osadía de una mujer casarse con un poeta, y más si este era un bohemio, como, en efecto, lo era Castro Saavedra. A Inés Agudelo, que estaba “tragada” del que era visto por ciertos sectores sociales como un “vago”, su padre le prohibió el matrimonio. Pero pudo más el amor. Y se casaron a escondidas en la iglesia de Bello, con la complicidad del padre Roberto Jaramillo, un intelectual, botánico, poeta y literato.
Castro fue un crítico del poder, de los politiqueros, a los que les escribió un poema, cuya primera estrofa dice: “Liberales y godos son los mismos, / y si no que lo diga la manera / como todos saludan la bandera / y se codean con los clientelismos”. Un cuestionador de las inequidades sociales y otras injusticias. Su poema “Camino de la patria” apareció por todas partes, sobre todo en tiempos del miedo (que han sido casi todos los de nuestra historia) y de una colección infinita de desamparos y otros sustos.
Uno de los que más lo popularizó fue Carlos Gaviria Díaz, que lo recitaba en manifestaciones y conferencias. El canto del poeta, su deseo, su alerta y su manera de dar luz con el farol de las palabras irrigó la tierra que alguna vez fue de los despojados, de los desheredados y expulsados por todas las violencias. “Cuando se pueda andar por las aldeas y los pueblos sin ángel de la guarda”, dice el principio de uno de los poemas más cantados y afamados de Colombia.
Castro Saavedra es de los pocos poetas que pudo conseguir un lugar en el mundo con los derechos de autor de una de sus obras (Elogio de los oficios). No permitió que sus amigos, encabezados por Mejía Vallejo, realizaran una colecta. “Él dijo que él mismo construía su casa, con su plata, con sus poemas, y así lo hizo”, recordó alguna vez doña Inés. O como dijo Ciro Mendía: “construyó su casa con el sudor de sus versos”.
Todavía el país sigue sangrando y no ha recobrado su paloma. No ha llegado la hora de tener patria. Pero tenemos un poeta que nos lo sigue recordando.
Reinaldo Spitaletta. Comunicador SocialPeriodista de la Universidad de Antioquia y egresado de la maestría de Historia de la Universidad Nacional de Colombia, sede Medellín, ha publicado más de una decena de libros, entre los cuales destacamos: El último puerto de la tía Verania, Oficios y oficiantes, Las plumas de Gardel y otras tangue rías, El sol negro de papá y La noche de la peste. En 1991 publicó, en coautoría con el escritor Mario Escobar Velásquez, Reportajes a la literatura colombiana, del cual publicamos la entrevista “Escribo para sentirme más vivo”, en este número de la Agenda Cultural.
“Escribo para sentirme más vivo”
Entrevista a Carlos Castro Saavedra de Reinaldo Spitaletta y Mario Escobar Velásquez
Carlos Castro Saavedra es un hombre de los que más vive y más muere a la vez. Porque es un poeta. Es de aquellos que le hablan al cielo y a las nubes y a los pájaros recién desempacados. Y de esos a quienes les gusta tenderse a orillas de un río a verlo heraclitar. Es, así mismo, de aquellos seres que han padecido miserias y desventuras, y que, pese a todo, tienen una sonrisa eterna en los labios. Porque es un poeta.
Carlos Castro Saavedra, Leo, nacido el 11 de agosto de 1924, es un iluminador de pueblos. Es de esos que si dice viento, los árboles le responden con un saludo de hojas. Y si dice mar, las olas le cantan con pentagramas de sal.
La casa de Carlos Castro huele a flores y a vientos y a plumas de tórtolas. Y en ella y en sus afueras frescas predomina el color naranja. Y Carlos Castro huele a tierra y a sangre y a trigo. Tiene ese olor indescifrable que solamente tienen los poetas.
¿Cuándo y cómo se inició usted en la poesía?
Cuando tenía ocho o nueve años de edad, cuando era un niño todavía y estaba dedicado a descubrir el mundo que sigo descubriendo, siempre con estupor y con asombro y, a menudo, con la sospecha de que nunca lo conquistaría cabalmente, así pasaran años y centurias en posesión de la
existencia. Los primeros versos, como es apenas natural, fueron candorosos, fueron como el principio de una estrella remota.
Contesta mientras pequeñas fumarolas de humo de tabaco le salen por la boca, como si él estuviera incendiándose internamente: este hombre menudo y sensible fuma sin cesar, y la voz la tiene untada de tabaco que le raspa en la garganta. Pero tal vez sí está incendiado de poesía, y hace años y años que arde en ella. Carlos Castro Saavedra es un incendio poético, un desmesurado incendio como quizá no se ha visto otro en Colombia. Siendo pequeño arde como los gigantes incendios de bosques interminables, y si tiene pequeña la voz física, tal vez ninguna otra voz poética haya resonado más alta en Colombia.
¿Recuerda su primer poema?
No recuerdo el primer poema, pero recuerdo que hablaba del mar, de los marinos, y de un sueño eterno bajo las olas, bajo las escamas de los peces, y de la sal diseminada en medio de peñascos y tormentas.
No lo recuerda entero, sino a trechos. La voz tabaquienta fuma una estrofa que ya tenía cadencia, y ritmo, y metro, y acento. En la voz de ahora hay la ternura del niño que amaba sus versos primeros, y uno sigue entendiéndolo: ama a cada uno de sus versos, y en ellos a cada palabra, y en la palabra cada sílaba.
¿Cuándo comenzó a publicar? ¿Publicar es importante para usted?
A los dieciséis o diecisiete años de edad. Si no recuerdo mal, lo hice en el periódico El Diario de Medellín, un vespertino que circulaba profusamente en la ciudad, y que en las primeras horas de la noche comenzaba a morir y a confundirse con las sombras. Allí aparecieron algunas cosillas en prosa, y al-
gunos versos que pasaron como pequeñas aves del atardecer.
Casi de inmediato obtuvo una notoriedad, precoz como él mismo. Tenía desde los primeros versos la calidad inmensa de los mejores de siempre. De esos que son eternos, aunque vivan poco. Tenía el sello personal inconfundible, el matiz que no está calcado, la visión fresca: eso que se ve a las primeras, y destaca. Carlos Castro Saavedra no fue haciéndose y puliéndose de a pocos en cada poema, sino que irrumpió de una. Nacido grande.
¿Cuántos libros ha publicado?
Muchos. Todos representan tentativas, esfuerzos de la vida por ser más vida, más testimonio de ella misma y de todo cuanto acontece en el entorno, en las orillas de su jadeo y de su relámpago. Publicar es bueno, a veces, porque es como buscar amigos, en una y otra parte, para compartir con ellos los pequeños hallazgos, las esperanzas y los sueños.
Son treinta y cuatro. El primero apareció en 1946, y el más reciente [mayo de 1988 se realizó la entrevista] en este mismo año, 1988. Treinta y cuatro, sin contar reediciones; es decir, un libro cada catorce meses. Un asombroso número, posible porque —como el fabuloso rey Midas que tornaba oro cuanto tocaba— Carlos Castro poetiza todo.
Sin contar sus artículos periódicos en diarios de la ciudad: esos solos harían otro tanto. Otro tanto de también poesía, aun cuando las palabras no estén distribuidas en versos. La poesía está mucho más adentro de las palabras, aunque ellas la lleven.
¿Qué significa para usted ser poeta?
Ser un enamorado de todo cuanto existe en este mundo, y a la vez una víctima del amor
repudiado o herido por el rayo, el desamor, la torpeza y la vulgaridad. Ser poeta es lo mismo que desbordar la realidad, así sea un poquito, casi nada, y advertir que en el fondo de todo hay caminos que empiezan violines, que comienzan a ser tales, o trenes que se acercan, silenciosos y húmedos, a la copa de un árbol o a la sed de un desierto.
O ser el enamorado perpetuo de una sola mujer, que ha inspirado centenares de cantos. Una mujer que es su esposa y con la cual, todavía, a los cuarenta años de casados felizmente, se toma de la mano por las vereditas rurales, o charla interminablemente en algún estadero de Rionegro, por horas, como si fuera un parque que está descubriendo el amor. La musa se nombra Inés Agudelo y se unta de ese aire romántico inimitable de las bien amadas.
¿Tuvo de joven algún poeta preferido?
De niño y de joven mi poeta preferido fue el viento y su incansable vocación de viajero y de hacedor de música. Siempre el viento y su sonido entre los bosques, entre los agujeros de la noche y los follajes del amanecer.
No es que lo diga con palabras ventosas soplando por agosto: es de toda la vida, y es sincero. La columna que ha sostenido por años en los diarios se llama La voz del viento, y su casa, allá por Llanogrande, también. A la entrada, sobre un tablón montañero, el título campea.
Pero también la casona amplia pudiera llamarse, por ejemplo, “El lugar de las flores”. En arriates, en materas, crecen lozanas.
¿Sigue prefiriendo al viento o han variado sus gustos al respecto?
Lo sigo prefiriendo, aunque la verdad es que he descubierto poetas tan altos y tan claros como cl viento.
¿Reconoce en su obra alguna influencia poética?
Desde luego. Siempre me impresionaron y me siguen impresionando Whitman, Neruda, Vallejo y todos los poetas que se acercaron a la intimidad de los pueblos con honradez y con amor. Ellos me impactaron, me ayudaron a crear, a creer, a proyectar-
me sobre mis semejantes, sus luchas y sus victorias, y a reconocer en estas cosas la gran palpitación del hombre y del universo. Pero las influencias pasan, dejando lo que han de dejar, y empieza a aparecer la propia voz, con sus metales propios y sus características personales.
Una verdad tan preclara como una catedral: el poeta que no logra un timbre propio, inconfundible, identificable de inmediato, ha de desteñirse como un afiche al cual le llueve luz. Todos los grandes poetas han sido voces únicas: la suya no compaginable con ninguna otra. Algo difícil de lograr cuando hacia atrás hay tantas voces cantando belleza, pero imprescindible.
Quizá haya sido Nietzsche quien dijo: “Bienaventurados mis seguidores porque de ellos serán mis errores”.
¿Sus poemas son gestados, “craneados”, o surgen en forma espontánea?
Mis poemas surgen en forma espontánea, tras una íntima y silenciosa y dolorosa gestación, la cual nunca se sabe cuándo empieza y cuándo se ha de terminar. De repente los versos, ya en posesión de alguna madurez, a través de los poros del alma y de la piel, se desbordan y buscan acomodo en el mundo.
¿Corrige mucho sus trabajos? ¿Hay algunos que tengan más de una versión?
En realidad no corrijo mucho mis trabajos, porque temo herirlos y arrebatarles la pureza que tiene su morada en las cosas recién nacidas.
¿De sus poemas a cuál prefiere?
Prefiero al último que escribo, al menor, al más niño, al que solo cuenta con su inocen-
cia para enfrentarse al mundo que lo espera, en uno y otro sitio, armado hasta los dientes, y decidido a condenarlo por insurrecto o por inútil.
¿Y de los ajenos?
Prefiero el gran poema que hemos escrito todos, desde el comienzo de la vida, en nuestro afán de ser, de vivir ciertamente, y anticipar un poco el porvenir, anticipado siempre por los sueños y por la poesía.
¿Ha podido vivir del producido económico de sus libros?
He podido vivir y morir abundantemente del resultado económico de mis libros. Tal resultado ha sido siempre oscuro, avariento, mezquino. Sin embargo, actualmente, en el atardecer, vivo sin apuros mayores, mas no por concepto de los libros, sino más bien de los milagros y las compensaciones provenientes del cielo.
Hasta donde lo sabemos, y creemos saberlo bien, Carlos Castro Saavedra solamente se ha empleado una sola vez en su vida, por un lapso más bien corto. En él estuvo a punto de enloquecer, totalmente desadaptada su hiperestésica sensibilidad al trato burdo y cruel que suele haber entre los muchos empleados de una gran empresa: a las envidias, los rencores inmerecidos pero cargados, las confabulaciones, las zancadillas matreras, las “roscas”. Algunas veces aullaba en su hogar, verdaderamente aullaba de incomprensiones y de lesiones gratis que garuaban constantes.
Por los inicios de su carrera de poeta —que es lo que ha sido su vida— sobrellevó una honesta pobreza franciscana, si bien los franciscanos tenían seguramente mucha más holganza que él. Él quería solamente escribir poesía a toda hora, y eso no era compatible con ningún trabajo re-
munerado, aunque era, ciertamente, un trabajo constante: la cuantía de sus libros lo dice.
Con todo, con el tiempo, y con dineros habidos de su propio trabajo intelectual, ha logrado un estar envidiable. Ciertamente su casa de Medellín no es una casucha y, verdaderamente, su finca “La voz del viento” se diferencia en nada de las de otros ricos vecinos, y evidentemente su automóvil es modelo reciente y costoso.
A más de haber levantado a su familia, padre querido, amigo verdadero de sus hijos, Carlos Castro ha probado que es posible, a base de una altísima calidad poética y de una absoluta dedicación, llegar a vivir de la poesía y hasta tomarle alguna ventaja a la vida.
En otro tiempo fue usted quizá más conocido y reconocido que ahora. Para la generación de uno de nosotros dos fue el non plus ultra colombiano. ¿Le significa algo ese casi desconocimiento de parte de otras generaciones?
En principio, no estoy de acuerdo con su planteamiento. Yo creo que me siguen co-
nociendo los unos y los otros, y que un día de estos, todos me van a dar un poco de ellos, para que no me falte compañía, ni siquiera en la tumba. Por lo demás, estas cosas de la fama, del reconocimiento sostenido, permanente, jamás me han alarmado ni me han quitado el sueño.
En otra época, cuando Carlos Castro iba a Bogotá, el periódico El Tiempo lo anunciaba en primera página. Suplementos de todos los diarios del país acogían —diríamos que con estruendo— a sus libros recientes, y teníanle a sus poemas páginas y páginas, y comentaristas y comentadores teníanle cornucopias de elogios (¡merecidos!). Era evidente que se le tenía como al gran poeta nacional, porque sus cantos eran nacionales: como la del viento, un poco la voz que todos oíamos. Ciertamente, sigue teniendo su “hinchada” fervorosa.
Usted se ha codeado con la élite poética del mundo, ¿a cuál poeta recuerda especialmente?
A Neruda, a Pablo Neruda, el chileno de toda América, de todo el mundo. Tuve la
suerte de contar con su amistad, y con su noble y fuerte paternidad poética. En Medellín, en Berlín, en Santiago de Chile, hablé con él de muchos viajes y de muchos caminos. Fue grande de verdad, y estaba lleno de manzanas, de uvas y de arpas. Siempre lo recordaré con admiración y con afecto.
Un amigo de verdad, que le tuvo siempre abiertas las manos, y su casa en la Isla Negra, y su admiración. Neruda escribió de Carlos Castro, en 1953, que con él “la poesía colombiana despierta de un letargo adorable”.
Neruda, ciertamente, de los poetas modernos quizá el único que haya escrito más poemas que Carlos Castro Saavedra.
Creemos recordar que su poesía le suscitó acá, en nuestro medio, problemas políticos. ¿Quiere narrarnos de esos asuntos?
Ocurrió lo de siempre: me confundieron con la noche, cuando en realidad soy el amanecer, desde el principio, o por lo menos el deseo de devolver al mundo la mañana. Pero no quiero recordar nada al respecto. No me gusta el pasado. Si quieren, les recuerdo cosas del futuro, del año dosmil en adelante.
Carlos Castro Saavedra escribía de la patria ensangrentada, y eso no podía tolerarlo la dictadura: tuvo que exiliarse para que que no lo coladorizaran a balazos: se fue a Chile, la tierra de los araucanos y de Pablo Neruda (el mayor de los hijos de Carlos Castro se llama así: Pablo. El que le sigue, Santiago; no es casual, no). Porque su poema “Los caminos de la patria” empezó de pronto a estar en boca de todos los perseguidos, de todos los ensangrentados, de los huérfanos, de los padres sin hijos sacrificados: un poema que crecía inmensamente. (Hoy, quizá, debiéramos empezar a musitarlo de nuevo, porque el país se desangra otra vez).
¿Ha sido usted lo que se ha llamado un poeta “comprometido”? ¿Qué significa el “compromiso”?
Siempre he sido un poeta comprometido, pero no con grupos y banderías de una u otra índole, sino con la familia humana, con todos los seres que habitan el planeta y luchan por el pan de cada día y la estrella de cada noche, contra viento y marea, contra las tempestades, el desamor y la desesperanza.
En ese sentido, su poema mejor, para quienes esto escriben, a José Antonio Galán, “el mejor capitán”, habla de lo mismo: contra el opresor por el oprimido, contra el explotador por el explotado, contra el heridor por el herido, contra el desamador por el desamado, contra el desprotector por el desprotegido. Es un poema para una epopeya.
Recordamos un cuento suyo finalista en un concurso del diario El Tiempo. ¿Ese cuento fue casual? ¿Ha escrito otros?
Yo también lo recuerdo. Ciertamente fue finalista en un concurso patrocinado por el diario El Tiempo. En realidad he escrito otros, pero no para enviarlos a concursos, sino porque siento la necesidad de escribirlos, como también a veces me provoca no escribir nada, nada, sino mirar el mar y sentir la presencia inmediata del cielo, de la arena y de los alcatraces.
Quizá nadie se acuerde ahora del cuento ganador: el mejor jurado es el tiempo, al cual no le da miedo premiar a los mejores, o no tiene envidias para no premiarlos, o no establece componendas. Un cuento terrible de uno de esos caciques pueblerinos que después de sacrificar a sus enemigos se iba muy devotamente a rezar el rosario con sus cuatro hijas solteronas, que tenían como a hijos a unos pájaros de esos llamados “azule-
jos”. Un cuento lleno de connotaciones y de similitudes evidentes, también comprometido con los perseguidos.
El cuento en mención se llama “Cuatro mujeres de ceniza”. Una novela suya ganó un concurso importante. La novela, Adán ceniza, y el cuento del que venimos hablando tienen en común esa condición residual de un fuego. ¿Es una coincidencia lo de la ceniza en la titulación? ¿Ha escrito otras novelas?
Creo que fue una simple coincidencia lo de la ceniza. Tal vez lo que sucede es que hay mucha en el mundo y soplan muchos vientos sobre ella, y uno se va llenando de desperdicios grises y patrimonios cenicientos. Ciertamente hay más cuentos y novelas en estado embrionario, naciendo apenas en la frente y en la máquina de escribir. Ya veremos qué ocurre con el paso del tiempo. Quizás nada suceda, y vuelvan a cantar los pajaritos con una gran indiferencia y un hermoso candor.
Trabaja ahora en una novela extensa: deberá abarcar a varias generaciones, y a ramas colaterales de una familia. Carlos Castro parece tener días dobles a los usuales a los demás que trabajamos, porque a él el trabajo le rinde el doble. Porque además pinta: cuadros tiene terminados que son muchos más que el quíntuplo de sus libros. No es raro oírle decir que “trabajé anoche hasta las tres de la mañana”.
Ahora usted pinta con la misma empecinada dedicación con la que antes escribió. ¿Hay algún paralelo, alguna semejanza de sensibilidades entre ambas expresiones artísticas?
Creo que el ejercicio pictórico y el ejercicio poético, en mi caso, son la misma cosa. La
pintura y la poesía se complementan recíprocamente. Mi pintura, en alguna medida, es poesía pintada, y mi poesía, pintura escrita.
En las oficinas de Pablo y de Santiago (cuya compañía Transportadora de Empaques patrocina anualmente el que es, sin duda, el mejor y más organizado concurso de cuentos del país) uno de los dos que escribimos vio cuadros del poeta y descreyó de su capacidad de expresión con los pinceles. Como es muy lengüilargo lo dijo así, y a los hijos no les gustó la no solicitada opinión.
Pero el lengüilargo se equivocaba: los cronistas hemos visto después una serie numerosa de lienzos allá en donde el viento canta, y muchos son verdaderamente notables.
¿Es su pintura alguna afición tardía o tiene antecedentes?
Tiene antecedentes. Desde pequeño me gustaba mirar cuadros, recrearme con los paisajes crepusculares y los colores de los pájaros y las flores. Es indudable que algo de pintura, un poquito, vino conmigo a este mundo. En cuanto al hecho de crear algo en este sentido, recuerdo que mi primera experiencia tuvo lugar hace treinta años. Pinté cincuenta óleos, sobre temas tomados de la violencia de entonces, y los expuse en el Museo de Zea. Todos se vendieron por sumas menores, aunque contaban con muchos defectos, propios de mi inexperiencia. Pero tenían fuerza, tenían vigor.
¿Ha ganado dinero con la pintura?
Actualmente no es mi propósito pintar para vender. Y menos para consagrarme, como suele decirse, en el campo de la pintura. Sin embargo algunos se han vendido y he to-
mado el asunto con humor, con una sonrisa en los labios. Pinto porque siento la necesidad de hacerlo, porque descanso un poco, porque me da la gana, porque a veces de mis manos salen caballos y pájaros que me hacen compañía y me obligan a pensar en galopes y vuelos maravillosos.
¿Cuál de estas expresiones artísticas que usted maneja prefiere?
Prefiero la poesía, porque fui poeta antes que pintor, porque es más antigua entre mis parientes más cercanos. Pero insisto en que en el fondo son la misma cosa, la misma “pequeña quemadura infinita”.
¿Sus obras han sido traducidas a otros idiomas?
Varios poemas han sido traducidos a otros idiomas, especialmente al ruso, al francés y al inglés. Por allí andan, en libros y revistas, todos serios y tartamudeantes.
¿Le significa algo el hecho de que haya sido traducido?
Las traducciones no me molestan en modo alguno, pero tampoco me enloquecen de felicidad.
En Colombia han surgido, en los últimos años, varios poetas. ¿Lee usted a los jóvenes?
Claro que los leo, porque los jóvenes son la esperanza, el porvenir. los grandes poetas del mañana, al menos unos pocos, como siempre ha ocurrido.
¿Cree que la poesía puede contribuir al cambio del mundo?
hace falta al mundo para poder cambiar, para renunciar a su forma de espada y adquirir la de nido, la de tibia y hermosa morada de los hombres.
Y para ser un poco utilitaristas: ¿para qué y por qué escribe usted?
Para sentirme más vivo, más cerca de Dios y de mis semejantes, y para integrarme, en alguna medida, a la totalidad del universo.
Durante la entrevista, que se hizo sin grabadora porque el poeta detesta a esos aparatos que son infieles en su fidelidad mecánica, y los prohíbe meticulosamente para que no recojan su voz nicotinosa y humosa, ha dado cuenta de casi una docena de cigarrillos. Por encima de “La voz del viento” , como desaforados insectos de aluminio que ronronean feamente como pterodáctilos de pesadilla, han pasado varios aviones. Doña Inés, la amada de siempre y de ahora, que provocó muchos llantos en el poeta que la amaba y ama cuando se cortó las trenzas, escena que un poema recoge, no está en casa, y una chica muy amable que oficia allí de ama de llaves nos ha servido varios cafés. El viento que entra por una puerta nos cuenta el frío, y hemos oído que hasta respondiendo preguntas para este otro reportaje muy ambicionado, Carlos Castro Saavedra responde poesía.
La mía y la de todos los poetas que de verdad lo son. Poesía, justamente, es lo que le
Publicada inicialmente en El Colombiano el 15 de mayo de 1988, esta entrevista se incluyó en el libro Reportajes a la literatura colombiana de Reinaldo Spitaletta y Mario Escobar Velásquez publicado en 1991 por la Editorial Universidad de Antioquia y la Biblioteca Pública Piloto, pp. 37-48.
Carlos Castro Saavedra: a los cien años de su nacimiento
Inés Posada Agudelo
El oficio de escritor no ha sido para mí un entretenimiento, sino una lucha diaria, conmigo mismo esencialmente, y con el medio y las circunstancias históricas en que me ha tocado existir. De ahí que mi poesía no sea sociable sino social, que es cosa bien distinta. Huelen mis versos a madera y a tierra, a sangre y a sudor, a madrugada y a Colombia, a nido y a relámpago, y si hay algo de que puedan estar orgullosos, es de su lealtad a las palabras señaladas y a todo cuanto ellas simbolizan y encarnan. Soy un poeta solitario y numerosamente acompañado, aun-
que resulte paradójico. No pertenezco a ismos de ninguna especie, pero siento como cosa propia la respiración de toda la familia humana, y no oculto mi solidaridad con el pueblo del mundo, y mi deseo de que la vida cambie, en manos del pueblo, justamente, y la tierra se llene de música, de paz y de abundancia. ***
Impregnada está su poesía de los asuntos esenciales de nuestra condición humana:
Carlos Castro Saavedra en su finca La voz del viento, Rionegro, 1986.
el amor, la vida, la muerte, y también de un doloroso acercamiento a la injusticia, desde una poesía social que se acerca a los hombres y mujeres, sobre todo del campo, que han padecido tanto tiempo una violencia irracional. Carlos Castro Saavedra es el poeta de la paz, de la búsqueda de la esperanza para que la vida sea cada vez mejor para cada uno de nosotros. Lo inquietan los asuntos cotidianos, los oficios del hombre y la mujer, la maternidad, la tristeza y la alegría de levantarse los domingos y continuar con las labores que la vida nos va exigiendo a cada uno.
Su poética es la poética de la tierra, de los trabajos de la voluntad, pero también la de los sueños del reposo. Presencias de la naturaleza con sus símbolos y sus enseñanzas atraviesan cada una de sus imágenes. En ellas están el mar, el viaje, la noche, el tiempo, la naturaleza, los árboles, el viento, los pájaros, los distintos oficios del hombre, las cosas cotidianas...
Sí, Carlos Castro Saavedra es un poeta de la tierra. De la tierra que germina, del crecimiento lento de la vida entre semillas, árboles y del viento, tan amado y cantado en su poesía.
Poeta de los oficios del ser humano, de sus dolores y sus dichas, poeta que celebra el amor cuando está cerca entre los brazos de la mujer que ama, pero también el amor hacia los hombres y mujeres comunes que labran su existencia cada día entre injusticias, dificultades, dichas y dolores que los acercan.
Decía bellamente Juan Guillermo Rúa, (creador del teatro ambulante en Medellín) que: “El poeta no muere. Parte su corazón, pero su canto queda”. Y es tarea nuestra, de quienes amamos la verdadera poesía
que nos entrega sus asombros y sus conocimientos sobre la vida humana, recordar a los poetas que han cantado con humanidad nuestros dolores y nuestras dichas.
Carlos Castro Saavedra es uno de ellos, hace ya varios años que su voz se ha dormido, pero quedan los poemas que escribió y publicó en un momento difícil, de los tantos que hemos vivido en estas tierras. Muchos están inéditos todavía esperando ese encuentro que hace real la experiencia poética: la del lector y el poema.
Amor
Un deseo constante de alegría; una urgencia perenne de lamento y el corazón, campana sobre el viento estrenando badajos de elegía.
Morir mil veces en un solo día y otras tantas quemar el pensamiento en la resurrección, que es el tormento de pensar en la próxima agonía.
Ver en pupilas de mujer un llanto y sorprenderlo convertido en canto al soñar en un niño que lo vierte.
Esto es amor, candela estremecida empujando la noche de la vida hacia la madrugada de la muerte.
Inés Posada Agudelo ha publicado, en tre otros, los libros de poesía: Metáforas del miedo, Entre las hojas, Me llamarás amor, Sólo la vida y Lo lento, lo pequeño, lo cercano. Comunicadora Social-Periodista de la Universidad de Antioquia y especialista en Literatura de la Universidad Pontificia Bolivariana, se desempeñó como profesora de Literatura en la Facultad de Filosofía y Letras de esta última universidad.
Carlos Castro Saavedra, poeta de la patria y de la paz
María Stella Girón López
Yo sé que somos muchos, que somos casi todos; somos millones de hombres y de pájaros, millones de mujeres y de auroras, somos una familia mundial de resplandores y no hay un solo hermano que quiera ser soldado ni hay un solo soldado que quiera disparar sobre las flores. Nadie quiere trincheras, todos queremos surcos, queremos tallos dulces en lugar de fusiles, y en vez de municiones queremos dulces granos y graneros repletos de marzos y de abriles.
Carlos Castro Saavedra “Plegaria desde América”.
En Poesía y Canon. Los poetas como críticos en la formación del canon en la poesía moderna en Colombia (1920-1950), David Jiménez Panesso trae una serie de polémicas que se dieron a finales de la década de los años treinta, y en la siguiente, en torno a la vida literaria, los presupuestos estéticos, las influencias definidas y reconocidas, la posición frente al pasado literario y la adopción de un nuevo modelo de poesía lírica y de un patrón de identidad destinado a romper el molde piedracielista. Los diversos debates los protagonizaron figuras del campo literario como el consagrado maestro Eduardo Carranza y jóvenes poetas del alcance de Fernando Charry Lara, Andrés Holguín, Daniel Arango, Jorge Gaitán Durán, además de Hernando Téllez. Según Carranza, los jóvenes estaban impregnados de piedracielismo, de su vocabulario y de su
arsenal de imágenes. Desprenderse de Piedra y cielo no era tarea fácil para quienes estaban decididos a “adoptar nuevos maestros y nuevos modelos tanto éticos como estéticos”. Las discusiones sobre el pasado literario vincularon estéticas y posturas poéticas manifiestas en Porfirio Barba Jacob, Luis Vidales, Guillermo Valencia, Jorge Zalamea Borda, Aurelio Arturo, y otras figuras de no menor peso poético, en la medianía del siglo xx. Las discusiones obedecían a la intencionalidad de crear la ruptura con el piedracielismo y de obtener modi-
Carlos Castro Saavedra, retrato de Alipio Jaramillo para el libro Fusiles y luceros.
ficaciones en el campo literario capaces de construir vanguardias estéticas que luego se reflejarían en Cántico y en las diversidades de las actitudes literarias recogidas en Mito. Estaban en estos debates los cambios de modelos, la validez de las generaciones, los ismos o la insularidad, las posturas del intelectual de la literatura en relación con entornos internacionales políticos, filiaciones literarias, estilos y tradiciones estéticas y filosóficas.
En este ambiente cultural de mitad de siglo, y en el contexto de la complejidad política y social del país y del mundo: violencia partidista, Segunda Guerra Mundial, a los 22 años Carlos Castro Saavedra (Medellín, 1924-1989) publicó su primera obra poética Fusiles y luceros (1946). La dedicación del libro a la familia y a los hombres libres de la tierra ya anuncian las temáticas sobre el amor, la patria, la libertad, la justicia social y la paz que persistirán en su obra. A esta edición le suceden la de 1990 al año de la muerte del autor y una tercera de 1996.
Aunque no es tema de esta reflexión, es pertinente la pregunta: ¿qué hay de Piedra y cielo en la obra de Castro Saavedra? Pero sí es válido preguntarnos en el contexto de estas polémicas, ¿qué autoriza que a Castro Saavedra se le reconozca como el poeta de la patria y de la paz? Se trata de plantear unas aproximaciones que lleven a tal reconocimiento de figura de autor.
A la muerte del poeta, su familia creó la Fundación Cultural Carlos Castro Saavedra para rescatar, organizar y difundir su obra, la de otros antioqueños y colombianos e incluso de extranjeros. La Fundación reúne y dispone su obra escrita, pictórica y documental en un espacio privado abierto al público, y publica Carlos Castro Saavedra
—Apuntes biográficos— (1994), un valioso documento bibliográfico sobre la vida y obra del autor (fuente fundamental en este trabajo) y otros libros editados en colaboración con otras entidades en 1996: Poemas. Carlos Castro Saavedra, selección y prólogo de Belisario Betancur y Fusiles y luceros.
Los tíos paternos Alfonso Castro (18781943) y Enrique Castro, afines a la controversia y al debate público en la Medellín de entonces, crean un ambiente favorable para su formación orientada a las letras desde la infancia. El primero, médico, periodista, cuentista y novelista diputado a la Asamblea de Antioquia y representante al Congreso. Entre 1901 y 1940 aparece publicada su obra. A su muerte, Castro Saavedra escribe el poema “Elegía. En la muerte de Alfonso Castro”, el cual hace parte de Fusiles y luceros. Un fragmento del poema de la edición de 1990, p. 145, dice:
Anda ahora mi sangre perdida y desolada. Parece que la hubieran encerrado en un bosque. Ahora anda mi sangre por caminos oscuros resbalándose en sombras. Está muerta mi sangre, mi sangre viva está muerta en las venas de un hombre de mi raza; está muerta en la carne de un varón de mi estirpe. Ya no más en turbiones animará su pluma. Roja pluma la suya si nombraba epopeyas y blanca si nombraba frentes blancas de niños. Ya no más esa sangre subirá por el tallo varonil de su voz para nombrar la historia de su antigua bandera.
El segundo, Enrique Castro, funda y dirige El Bateo (1907-1957), bisemanario liberal de crítica política. Divulga en sus páginas columnas y caricaturas satíricas en contra de la Regeneración, el partido conservador y sus vertientes, y de sectores liberales encabezados por Rafael Uribe Uribe a raíz del arrodillamiento. Manifiesta su voz crítica frente al nacionalismo. Publica información
sobre las primeras huelgas en Medellín, la Universidad de Antioquia y sus directivos, la Guerra del Perú, la colonización de Putumayo y la Casa Arana. Mantiene una sección literaria de cuento y poesía política.
Castro Saavedra estudia en el Colegio San Ignacio de Loyola y el Liceo Antioqueño, instituciones privada y pública, de alta calidad para la formación de los hombres en Medellín. Por contenidos de los prólogos a sus obras conocemos que Castro Saavedra comienza a escribir a los nueve años, a los quince le publica un soneto El Colombiano, y a los diecisiete años presenta poemas en el Teatro Colón de Bogotá de la mano de Jorge Rojas y Germán Arciniegas.
En el prólogo de su libro Obra selecta declara que es un poeta solitario y numerosamente acompañado, aunque resulte paradójico; que no pertenece a ismos de ninguna especie pero que siente como propia la respiración de toda la familia humana y no oculta su solidaridad con el pueblo del mundo. Por testimonio de su hija María Victoria, se sabe que prefirió el hogar como lugar de trabajo; lo numerosamente acompañado podría tener explicación en el ambiente literario de Medellín, Bogotá y Cali, en donde la intelectualidad se reunía en las tertulias, espacios académicos o en los eventos culturales.
Del folleto citado se relacionan las tertulias en las que departió: Taller de José Horacio Betancur, Café Madrid, Librería Aguirre, Café Automático, Café El Negus. Sin discriminar lugares ni fechas de encuentro cada nombre es un referente de la vida cultural, política, literaria, de las artes plásticas y del periodismo de la región y del país y muestra que Castro Saavedra también hacía parte de una élite intelectual del país., conforma-
da por personas como Héctor Abad Gómez, Alberto Aguirre, Saúl Aguirre, Clemente Airó, Balmore Álvarez, José Alvear Restrepo, Gonzalo Arango, Rodrigo Arenas Betancur, Aurelio Arturo, Belisario Betancur, Fernando Botero, Arturo Camacho Ramírez, Eduardo Correa, León de Greiff, Arturo Echeverri Mejía, Ariel Escobar Llanos, Carlos Gaviria Díaz, Óscar Hernández, Carlos Jiménez Gómez, Juan Lozano y Lozano, Carlos Martín, Manuel Mejía Vallejo, Sergio Mejía Echavarría, Hernán Merino, Otto Morales Benítez, Federico Ospina Arias, Guillermo Payán Arche, Édgar Poe Restrepo, Héctor Rojas Herazo, Eddy Torres y Jorge Zalamea Borda.
¿Por qué Castro Saavedra puede ser reconocido como poeta de la patria y de la paz?
La sensibilidad de su expresión poética, su visión de mundo y la actitud política hacen correr por sus versos a poetas como Pablo Neruda, Rafael Alberti, Miguel Hernández, Paul Eluard.
El 12 de agosto de 1953, en Los Guindos, Chile, Pablo Neruda otorga a su joven hermano una hoja de laurel austral de las tierras frías de Antofagasta y Patagonia. Advierte en este joven poeta un ejemplo en quien se reconoce la voz de un pueblo y se dispone a erigir de nuevo la dignidad sin más armas que su poesía. Es escuchado en Chile con respeto y con admiración y con el entusiasmo de que su poesía restañará los dolores y encenderá su fulgor en la paz de su patria.
En su obra poética, Castro Saavedra les canta a los hombres caídos en guerras para que florezcan y pervivan en sus versos; a
los torturados y ejecutados por la represión del poder como al comunero José Antonio Galán; a Sucre, asesinado por defender la causa de América; a las mujeres de los combatientes que también mueren sobre la tierra llena de cadáveres que esperan en los escombros o junto de las barricadas; a las hembras, madres y hermanas de los hombres que luchan en las trincheras. Denuncia el horror de los fusiles de la propia tierra y del mundo por proclamar, queremos paz. Protesta por el asesinato promovido por el machismo; acusa a los gobernantes condecorados por las guerras y les señala a los caídos, cuya sangre abandona las venas y los pulsos van al encuentro con la muerte. Proclama las victorias de las muchedumbres; consagra en sus versos heroínas a las mujeres de las guerras luchadoras sin armas. Pide amor a la humanidad para matar al odio. Delata las imposturas humanas; las emboscadas del mar y de la tierra, de la academia, de los congresos, las traiciones políticas, las víctimas de sutiles formas del machismo, los niños de la posguerra. En el “Poema de la inmensa madrugada. Canto de obreras y estudiantes”, llama a avanzar la madrugada del labriego, el mendigo, el minero, el soldado, el marino, el artista, las mujeres del pueblo. La luz de la madrugada volteará la cara de los falsos pastores, a los políticos, a los prenderos, a los banqueros, a los poetas vendidos mientras el pueblo busca el grito de los proféticos tambores.
La valoración de Ramiro Lagos en la introducción a Poesía liberada y deliberada de Colombia a Castro Saavedra y su poesía, además de respaldar la figura de autor como poeta de la patria y de la paz que le han conferido nos permite culminar esta reflexión:
(...) nuestro joven Neruda colombiano, es la expresión poética más rotunda de la protes-
ta colombiana. Si la poesía de Emilia Ayarza es más metálica, más colérica y más abierta, con resonancias épicas, la de Castro Saavedra acumula en sí la piedra y el pedrerío que hacen que de una roca viva brote, incontenible, el prismático mensaje de las cataratas.
La difícil combinación de lo popular con lo artístico, del diamante con la hulla, como la insinúa Valencia en ANARKOS, lo consigue él en lo estético y en lo social.
Fusiles y luceros, libro de Castro Saavedra publicado en 1946 inaugura, como representante de la Generación del Medio Siglo, la poesía que más interpreta y más define la trascendencia social e histórica de la Colombia mártir. La obra poética de Carlos Castro Saavedra podría considerarse como el canto general colombiano de su épica social. Más que social, su poesía es patriótica, porque prima en él el compromiso con la patria más que con el de las banderías.
Si bien es cierto que se le otorgó el Premio Internacional de la Paz en Pekín [en Berlín] por su “Plegaria desde América”, su campaneante acento patriótico, lo concentra en torno a una temática y a un tono tan colombiano y tan de su pueblo, que él es en la aceptación y entusiasmo unánime de Colombia, el poeta-bandera, el capitán lírico, la voz vibrante de la patria.
Referencias
Castro Saavedra, C. (1962). Obra selecta , Antonio Nariño.
Jiménez Panesso, D. (2002). Poesía y canon. Los poetas como críticos en la formación del canon en la poesía moderna en Colombia (1920 -1950), Norma.
Lago, R. (1976). Poesía liberada y deliberada de Colombia, Ediciones Tercer Mundo, pp. 32-33.
Uribe de Hincapié, M. T. y Álvarez Gaviria. J. M. (1985). Cien años de prensa en Colombia 1840-1940, Editorial Universidad de Antioquia, pp. 61-62.
María Stella Girón López. Profesora jubilada. Facultad de Comunicaciones y Filología, Universidad de Antioquia.
PROGRAMACIÓN SEPTIEMBRE /2024
Conversatorios y cátedras
Miércoles 11
4:00 p. m. Hablemos de... Archivo Graciliano
Arcila Vélez
Lugar: MUUA, bloque 15, aula 301
Invita: Departamento de Antropología y Biblioteca Pública
Piloto
10:00 a. m. Cátedra Lectores y lecturas
Viernes 27
Homenaje a Paul Auster, cazador de coincidencias
Julián Sepúlveda conversa con Juan Fernando Rivera
Lugar: Auditorio de la planta baja, Biblioteca Carlos
Gaviria Díaz
Invita: Sistema de Bibliotecas
Visitas guiadas
Jueves 12
5:00 p. m. Bestia, bípedo implume
Visita comentada
Mes del Patrimonio – Fiesta del Libro y la Cultura
Lugar: MUUA, sala planta baja
Invita: División de Cultura y Patrimonio
Viernes 13
2:00 p. m. Visita accesible
Visita a la obra del maestro Alonso Ríos para comunidades
ciegas y sordas
Mes del Patrimonio – Fiesta del Libro y la Cultura
Lugar: MUUA, sala sur
Invita: División de Cultura y Patrimonio
Lunes 30
2:00 p. m. Reconociendo colecciones patrimoniales
Visita temática
Lugar: Bloque 16
Invita: División de Cultura y Patrimonio
Recorridos guiados con el Programa Guía Cultural por la Universidad de Antioquia
Invita: División de Cultura y Patrimonio
Más información: https://bit.ly/3rJW4H5
Recorridos guiados por el Museo Universitario
Universidad de Antioquia
Tipos de mediación que encuentras en el MUUA: Antropología, Ciencias Naturales, Arte, Historia, Mediación general
Invita: División de Cultura y Patrimonio
Más información: https://bit.ly/3ywRcZA
Exposiciones
Cine
4:00 p. m. // Estudios Fílmicos
Ciclo: “Neonoir”
Lunes 2
“Chinatown”, Roman Polanski, Estados Unidos, 1974, 130’
Lugar: Sala de Cine Luis Alberto Álvarez (10-217)
Organiza: Grupo de Estudios Fílmicos
Martes 3
12:00 p. m. // El Gabinete
Ciclo: “Con ánimo de amar”
“Retrato de una mujer en llamas”, Céline Sciamma, Francia, 2019, 120’
Lugar: Sala de Cine Luis Alberto Álvarez (10-217)
Organiza: El Gabinete
4:30 p. m. // Cineclub La mirada distante
Ciclo: “El núcleo se ha desintegrado”
“Los lunes al sol”, Fernando León de Aranoa, España, 2002, 113’
Lugar: Sala de cine Luis Alberto Álvarez (10-217)
Organiza: Departamento de Antropología
6:00 p. m. // Tardes de cine en el Paraninfo
Ciclo: “Cine y amistad: un viaje en compañía”
“Sueño de fuga”, Frank Darabont, Estados Unidos, 1994, 142’
Lugar: Sala de Cine Edificio San Ignacio
Organiza: Administración Edificio San Ignacio
Miércoles 4
4:00 p. m. // Tardes de cine en el Paraninfo
Ciclo: “Marlon Brando: ecos de una leyenda”
“The Chase”, Arthur Penn, Estados Unidos, 1966, 135’
Lugar: Sala de Cine Edificio San Ignacio
Organiza: Administración Edificio San Ignacio
4:00 p. m. // Utopía Latinoamericana
Ciclo: Quinquis: el lado b de la transición
“Navajeros”, Eloy de la Iglesia, España, 1982, 94’
Lugar: Sala de Cine Luis Alberto Álvarez (10-217)
Jueves 5
3:00 p. m. // KXVRX Cineclub
Ciclo: “De soplones, infidelidades y traiciones”
“El pisito”, Marco Ferreri, Isidoro M. Ferry, España 76’
Lugar: Sala de Cine Edificio San Ignacio
Organiza: KXVRX colectivo
6:00 p. m. // Tardes de cine en el Paraninfo
Ciclo: “Cine y amistad: un viaje en compañía”
“Amigos intocables”, Stephen Chomsky Estados Unidos, 2012, 105’
Lugar: Sala de Cine Edificio San Ignacio
Organiza: Administración Edificio San Ignacio
6:00 p. m. // Cine-Foro ‘En Construcción’
Ciclo: “Cine latinoamericano hecho por mujeres”
“Camila”, María Luisa Bemberg, Argentina, 1984’
Lugar: Sala de Cine Luis Alberto Álvarez (10-217)
Organiza: Instituto de Filosofía
Viernes 6
4:00 p. m. // Tardes de cine en el Paraninfo
Ciclo: “Marlon Brando: ecos de una leyenda”
“The Score (Un golpe maestro)”, Frank Oz, Estados Unidos, 2001, 124’
Lugar: Sala de Cine Edificio San Ignacio
Organiza: Administración Edificio San Ignacio
4:00 p. m. // SOUNDIECLUB
Ciclo: “Videografía de Queen”
“Videografía de Queen”, múltiples directores, 60’
Lugar: Sala de Cine Luis Alberto Álvarez (10-217)
Organiza: Facultad de Comunicaciones y Filología
(Comunicación Audiovisual y Multimedial)
Lunes 9
4:00 p. m. // Estudios Fílmicos
Ciclo: “Neonoir”
“To Live and Die in L. A.”, William Friedkin, Estados Unidos, 1985, 116’
Lugar: Sala de Cine Luis Alberto Álvarez (10-217)
Organiza: Grupo de Estudios Fílmicos
Martes 10
12:00 p. m. // El Gabinete
Ciclo: “Con ánimo de amar”
“Vuelan las grullas”, Mikhail Kalazotov, Rusia, 1957, 97’
Lugar: Sala de Cine Luis Alberto Álvarez (10-217).
Organiza: El Gabinete
4:30 p. m. // Cineclub La mirada distante
Ciclo: “El núcleo se ha desintegrado”
“Reconstrucción”, Theo Angelopoulos, Grecia, 1970, 110’
Lugar: Sala de cine Luis Alberto Álvarez (10-217)
Organiza: Departamento de Antropología
6:00 p. m. // Tardes de cine en el Paraninfo
Ciclo: “Cine y amistad: un viaje en compañía”
“Ahora o nunca”, Rob Reiner, Estados Unidos, 2007, 97’
Lugar: Sala de Cine Edificio San Ignacio
Organiza: Administración Edificio San Ignacio
Miércoles 11
4:00 p. m. // Tardes de cine en el Paraninfo
Ciclo: “Marlon Brando: ecos de una leyenda”
“Julio César”, Joseph L. Mankiewicz, Estados Unidos, 1953, 120’
Lugar: Sala de Cine Edificio San Ignacio
Organiza: Administración Edificio San Ignacio
4:00 p. m. // Utopía Latinoamericana
Ciclo: Quinquis: el lado b de la transición
“El Pco I”, Eloy de la Iglesia, España, 1983, 104’
Lugar: Sala de Cine Luis Alberto Álvarez (10-217)
Jueves 12
“El amigo de mi amiga (Ami de mon amie)” Eric Rohmer, Francia 103’
Lugar: Sala de Cine Edificio San Ignacio
Organiza: KXVRX colectivo
6:00 p. m. // Tardes de cine en el Paraninfo
Ciclo: “Cine y amistad: un viaje en compañía”
“El ídolo”, Hany Abu-Assad, Palestina, 2015, 100’
Lugar: Sala de Cine Edificio San Ignacio
Organiza: Administración Edificio San Ignacio
6:00 p. m. // Cine-Foro ‘En Construcción’
Ciclo: “Cine latinoamericano hecho por mujeres”
“Zama”, Lucrecia Martels, Argentina, 2017, 115’
Lugar: Sala de Cine Luis Alberto Álvarez (10-217)
Organiza: Instituto de Filosofía
3:00 p. m. // KXVRX Cineclub
Ciclo: “De soplones, infidelidades y traiciones”
Viernes 13
4:00 p. m. // Tardes de cine en el Paraninfo
Ciclo: “Marlon Brando: ecos de una leyenda”
“El rostro impenetrable”, Marlon Brando, Estados Unidos, 1961, 141’
Lugar: Sala de Cine Edificio San Ignacio
Organiza: Administración Edificio San Ignacio
4:00 p. m. // ‘Alucine’ Cine-Club
Ciclo: “Pasiones silentes en clave fílmica”
“Amanecer: una canción de dos humanos”, F. W. Murnau, Estados Unidos, 1927, 94’
Lugar: Sala de Cine Luis Alberto Álvarez (10-217)
Organiza: Facultad de Derecho y Ciencias Políticas
Lunes
16
4:00 p. m. // Estudios Fílmicos
Ciclo: “Neonoir”
“Blue Velvet”, David Lynch, Estados Unidos, 1986, 120’
Lugar: Sala de Cine Luis Alberto Álvarez (10-217)
Organiza: Grupo de Estudios Fílmicos
Martes
17
12:00 p. m. // El Gabinete
Ciclo: “Con Ánimo de Amar”
“Three Thousand Years of Longing”, George Miller, Australia, 2022, 108’
Lugar: Sala de Cine Luis Alberto Álvarez (10-217)
Organiza: El Gabinete
4:30 p. m. // Cineclub La mirada distante
Ciclo: “El núcleo se ha desintegrado”
“Paprika”, Satoshi Kon, Japón, 2006, 90’
Lugar: Sala de cine Luis Alberto Álvarez (10-217)
Organiza: Departamento de Antropología
6:00 p. m. // Tardes de cine en el Paraninfo
Ciclo: “Cine y amistad: un viaje en compañía”
“El bola”, Achero Mañas, España, 2000, 82’
Lugar: Sala de Cine Edificio San Ignacio
Organiza: Administración Edificio San Ignacio
Miércoles 18
4:00 p. m. // Tardes de cine en el Paraninfo
Ciclo: “Marlon Brando: Ecos de una Leyenda”
“Superman”, Richard Donner, Reino Unido, 1978, 143’
Lugar: Sala de Cine Edificio San Ignacio
Organiza: Administración Edificio San Ignacio
4:00 p. m. // Utopía Latinoamericana
Ciclo: Quinquis: el lado b de la transición
“El Pco II”, Eloy de la Iglesia, España, 1984, 117’
Lugar: Sala de Cine Luis Alberto Álvarez (10-217)
Jueves 19
2:00 p. m. // De la Urbe 25 años
“El diablo se viste a la moda”, David Frankel, Estados
Unidos, 2006, 109’
Lugar: Sala de Cine Luis Alberto Álvarez (10-217)
Organiza: Laboratorio De la Urbe
3:00 p. m. // KXVRX Cineclub
Ciclo: “De soplones, infidelidades y traiciones”
“El informante (The Insider)” Michael Mann, Estados Unidos 135’
Lugar: Sala de Cine Edificio San Ignacio
Organiza: KXVRX colectivo
6:00 p. m. // Tardes de cine en el Paraninfo
Ciclo: “Cine y amistad: un viaje en compañía”
“Cinema Paradiso”, Giuseppe Tornatore, Italia, 1988, 155’
Lugar: Sala de Cine Edificio San Ignacio
Organiza: Administración Edificio San Ignacio
6:00 p. m. // Cine-Foro ‘En Construcción’
Ciclo: “Cine latinoamericano hecho por mujeres”
“De cierta manera”, Sara Gómez, Cuba, 1977, 78’
Lugar: Sala de Cine Luis Alberto Álvarez (10-217)
Organiza: Instituto de Filosofía
Viernes 20
4:00 p. m. // Tardes de cine en el Paraninfo
Ciclo: “Marlon Brando: ecos de una leyenda”
“Apocalypse Now”, Francis Ford Coppola, Estados Unidos, 1979, 153’
Lugar: Sala de Cine Edificio San Ignacio
Organiza: Administración Edificio San Ignacio
4:00 p. m. // SOUNDIECLUB
Ciclo: “Videografía de Foo Fighters”
“Videografía de Foo Fighters”, múltiples directores, 60’
Lugar: Sala de Cine Luis Alberto Álvarez (10-217)
Organiza: Facultad de Comunicaciones y Filología, Comunicación Audiovisual y Multimedial
Lunes 23
4:00 p. m. // Estudios Fílmicos
Ciclo: “Neonoir”
“Fargo”, Joel y Ethan Coen, Estados Unidos, 1996, 98’
Lugar: Sala de Cine Luis Alberto Álvarez (10-217)
Organiza: Grupo de Estudios Fílmicos
Martes 24
12:00 p. m. // El Gabinete
Ciclo: “Con ánimo de amar”
“La doncella”, Park Chan-Wook, Corea del sur, 2016, 145’
Lugar: Sala de Cine Luis Alberto Álvarez (10-217)
Organiza: El Gabinete
4:30 p. m. // Cineclub La mirada distante
Ciclo: “El núcleo se ha desintegrado”
“Taxi Teherán”, Jafar Panahi, Irán, 2015, 82’
Lugar: Sala de cine Luis Alberto Álvarez (10-217)
Organiza: Departamento de Antropología
6:00 p. m. // Tardes de cine en el Paraninfo
Ciclo: “Cine y amistad: un viaje en compañía”
“En busca del destino”, Gus Van Sant, Estados Unidos, 1997, 126’
Lugar: Sala de Cine Edificio San Ignacio
Organiza: Administración Edificio San Ignacio
Miércoles 25
4:00 p. m. // Tardes de cine en el Paraninfo
Ciclo: “Marlon Brando: ecos de una leyenda”
“Nido de ratas”, Elia Kazan, Estados Unidos, 1954, 108’
Lugar: Sala de Cine Edificio San Ignacio
Organiza: Administración Edificio San Ignacio
4:00 p. m. // Utopía Latinoamericana
Ciclo: Quinquis: el lado b de la transición
“La estanquera de Vallecas”, Eloy de la Iglesia, España, 1987, 106’
Lugar: Sala de Cine Luis Alberto Álvarez (10-217)
Jueves 26
2:00 p. m. // Cineclub Violeta
“Loving Annabelle” Filmaffinity, 2006, 76’
Lugar: Sala de Cine Luis Alberto Álvarez (10-217)
Organizan: Dirección de Bienestar Universitario y División de Cultura y Patrimonio
3:00 p. m. // KXVRX Cineclub
Ciclo: “De soplones, infidelidades y traiciones”
“El idiota (Durak)” Yuriy Bykov, Rusia 116’
Lugar: Sala de Cine Edificio San Ignacio
Organiza: KXVRX colectivo
6:00 p. m. // Tardes de cine en el Paraninfo
Ciclo: “Cine y amistad: un viaje en compañía”
“La fortuna de vivir”, Jean Becker, Francia, 1998, 110’
Lugar: Sala de Cine Edificio San Ignacio
Organiza: Administración Edificio San Ignacio
6:00 p. m. // Cine-Foro ‘En Construcción’
Ciclo: “Cine latinoamericano hecho por mujeres”
“Yo, la peor de todas”, María Luisa Bemberg, Argentina, 1990, 105’
Lugar: Sala de Cine Luis Alberto Álvarez (10-217)
Organiza: Instituto de Filosofía
Viernes
4:00 p. m. // Tardes de cine en el Paraninfo.
Ciclo: “Marlon Brando: ecos de una leyenda”
“El padrino”, Francis Ford Coppola, Estados Unidos, 1973, 175’
Lugar: Sala de Cine Edificio San Ignacio
Organiza: Administración Edificio San Ignacio
4:00 p. m. // ‘Alucine’ Cine-Club
Ciclo: “Pasiones silentes en clave fílmica”
“Gente en domingo”, Robert Siodmak, Edgar G. Ulmer, Curt
Siodmak, Fred
Zinnemann, Alemania, 1930, 74’
Lugar: Sala de Cine Luis Alberto Álvarez (10-217)
Organiza: Facultad de Derecho y Ciencias Políticas
Lunes
30
4:00 p. m. // Estudios Fílmicos
Ciclo: “Neonoir”
“Under the Silver Lake”, David Robert Mitchell, Estados Unidos, 2018, 140’
Lugar: Sala de Cine Luis Alberto Álvarez (10-217)
Organiza: Grupo de Estudios Fílmicos
27
Música
Jueves 5
11:00 a. m. Cuarteto Cumbre
Encuentro Nacional de Música
Premios Nacionales de Cultura UdeA
Lugar: Teatro Universitario Camilo Torres Restrepo
Invita: División de Cultura y Patrimonio
Martes 10 y miércoles 11
Festival Universitario de la Canción
“Mi voz con sentido” 2024
Lugar: Teatro Universitario Camilo Torres Restrepo
Invita: Dirección de Bienestar Universitario
Jueves
12
5:00 p. m. Ensamble Proyecto Modular
Encuentro Nacional de Música
Premios Nacionales de Cultura UdeA
Lugar: Teatro Universitario Camilo Torres Restrepo
Invita: División de Cultura y Patrimonio
11:00 a. m. Orquesta Sinfónica Inicial
Tocando en la U
Sábado 14
Lugar: Teatro Universitario Camilo Torres Restrepo
Invita: División de Cultura y Patrimonio
5:00 p. m. Latitud
Encuentro Nacional de Música
Premios Nacionales de Cultura UdeA
Martes
17
Lugar: Teatro Universitario Camilo Torres Restrepo
Invita: División de Cultura y Patrimonio
Otras Alternativas
Miércoles 11
6:00 p. m. Cortometraje “La finca de Bethsabé”
Salón de la memoria
Fiesta del Libro y la Cultura
Lugar: Salón La Piloto, Orquideorama del Jardín Botánico
Joaquín Antonio Uribe
Miércoles
18
6:00 p. m. Documental “Avalancha”
Ojo al contexto
Lugar: Auditorio principal del Edificio de Extensión
Invita: División de Cultura y Patrimonio
Lugar: Teatro Universitario Camilo Torres Restrepo
Invita: División de Cultura y Patrimonio
Viernes
20
5:00 p. m. Sankofa Trío
Encuentro Nacional de Música
Premios Nacionales de Cultura UdeA
Lugar: Teatro Universitario Camilo Torres Restrepo
Invita: División de Cultura y Patrimonio
5:00 p. m. De parranda con Yessi Pérez
Encuentro Nacional de Música
Premios Nacionales de Cultura UdeA
Viernes 27
Lugar: Teatro Universitario Camilo Torres Restrepo
Invita: División de Cultura y Patrimonio
6:00 p. m. Compañía Allegro (Ballet)
Miércoles 25
Lugar: Teatro Universitario Camilo Torres Restrepo
Invita: División de Cultura y Patrimonio
Sábado 7
3:00 p. m. Teatro Sura
Sinfonía de los héroes. Un viaje musical a las páginas de los cómics
Concierto de la Banda Sinfónica de la Facultad de Medicina de la Universidad de Antioquia con obras musicales que evocan aventuras, emociones y batallas de los cómics y libros más representativos de todos los tiempos: Batman Generations, Wonder Woman, Superman Returns y Wonka.
Convoca: Facultad de Medicina
Domingo 8
2:00 p. m. Ágora El Colombiano
Saberes sobre el agua entre los poros de las rocas
Teresita Betancur (geóloga) y Álvaro Wills (ingeniero civil) conversan con Deisy Rivera (gestora ambiental) sobre las aguas subterráneas, su relevancia en la supervivencia de los ecosistemas y la importancia de la acción conjunta entre sociedad y academia para su conservación.
Convoca: Facultad de Ingeniería
Martes 10
4:00 p. m. Salón La Piloto
Latidos solidarios: la experiencia de salvar vidas a través de la donación de sangre
Jaiver Patiño y Margarita Gómez del Banco de Sangre de la Universidad de Antioquia conversan con Alejandro Gil y Alejandro Gómez (microbiólogos) sobre la sangre y su donación como acto esencial y humano. La experiencia ofrece una muestra interactiva mediante microscopios.
Convoca: Escuela de Microbiología
5:00 p. m. Ágora El Colombiano
Acerca del centenario de Carlos Castro Saavedra, los mandamientos del ciudadano y la poética de la paz
Dos egresados de la Alma Máter se encuentran en un latido común: Carlos Castro Saavedra y Reinaldo Spitaletta; el que hizo de la poesía una forma de la paz y el que, con la narrativa, nos interpela por lo que somos.
Convoca: Programa Cultura Centro
Miércoles
11
4:00 p. m. Museo Universitario
Hablemos de... La fotografía como fuente de investigación histórica
Oscar Botero, fotógrafo y cofundador de la Fundación Viztaz, conversa con los curadores del Museo Universitario, Hernán Alberto Pimienta y Liliana Correa, sobre el archivo fotográ co del antropólogo Graciliano Arcila Vélez como objeto de investigación y conservación histórica de las comunidades y sus territorios. Convoca: División de Cultura y Patrimonio
Viernes 13 de septiembre
III Coloquio en Edición de Publicaciones
10:00 a. m. Voces inexploradas: editoriales alternativas y otras formas de editar
Ricardo Gómez (Pluriverso Narrativo), Solangy Carrillo (Lunara Ediciones) y Diva Marcela Piamba (La Manchita Editorial) conversan con Juliana Quiroz (Universidad de Antioquia).
11:00 a. m. Editando el barrio: voces e historias para contar Experiencias de edición comunitaria con Luz Adriana Gutiérrez (Periódico infantil Constructores de paz, Biblioteca Itinerante Biblio-Juglar) y Christian Álvarez (Periódico Mi Comuna 2, Corporación Mi Comuna). Modera: Duban Mauricio Gil (Colectivo Infocodes).
2:00 p. m. La forma libro y las metáforas visuales de una microbiblioteca
Taller sobre experiencias de lectura en microlibros y de creación de microbibliotecas con Carlos Suárez (Universidad Católica Luis Amigó).
Todo el día
Exposición Microbiblioteca curada por Carlos Suarez (Universidad Católica Luis Amigó), Juan Camilo Vallejo y Sandra Patricia Bedoya (Universidad de Antioquia).
Domingo 15
3:00 p. m. Ágora El Colombiano
Del periodismo universitario a los medios de impacto nacional: 25 años del laboratorio De la Urbe de la UdeA
José Guarnizo (Vorágine), Juan David Ortiz (El Armadillo), Karen Parrado (Mutante) y Valentina Arango (El Espectador) re exionan junto con Juan David López (De la Urbe) sobre el impacto de este laboratorio en sus proyectos actuales. Convoca: Facultad de Comunicaciones y Filología
Presentaciones
El nuevo matasanos y otros relatos
De Diana Patricia Díaz
Sábado 7 de septiembre de 2024
8:00 p. m.
Salón La Piloto
Plantas medicinales y otros recursos naturales aprobados en Colombia con fines terapéuticos