Revista literaria universitaria Alborada nº12

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alborada revista literaria universitaria

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/ PRIMAVERA 2016


Desde ALBORADA invitamos a todos los estudiantes universitarios a que participéis en esta revista enviándonos vuestros textos, junto a vuestros datos personales, a la siguiente dirección: alborada@unav.es Se aceptan poemas y relatos breves sin límite de extensión. También nos gustaría recibir vuestras ilustraciones de tema libre, preferiblemente en blanco y negro.

Os esperamos.

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Ilustraciones “Ex-Libris” portada Pau Cassany / Licenciado en Arquitectura, Universidad de Navarra “Mom with twins” contraportada y pie de textos Sara Labalestra / Grado en Publicidad y Relaciones Públicas, Universidad de Navarra “Jarrones” página 9

Roniel Sulit / Grado en Teología, Universidad de Navarra “Mujer a tinta frontal” página 17 Adrián Hernández / Grado en Bellas Artes, Universidad Complutense de Madrid “Esqueleto” página 21 Sergi Helguera / Licenciado en Arquitectura, Universidad de Navarra

Depósito legal: NA 1867-2012

Diseño y maquetación: Calle Mayor (www.callemayor.es)


Roniel Sulit Grado en Teología Universidad de Navarra

Desencuentro Decidí ponerme en pie… Ella optó por sentarse… En este mundo inclemente…

Jamás la encontraré…

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Martín Sinorte Grado en Derecho y Economía Bilingüe Universidad de Navarra

La teoría de Bernouilli Vi: A Florencia acercase de lejos, por la calle peatonal y recta. Apareció como una de esas figuras grises por el difuminado de mis ojos miopes. Vi: A Francesco, bastante cerca, que paseaba al perro, de raza blanca y lobuna. Yo tomaba un café en una terraza.

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Florencia volvía cansada. Caminaba con la torpeza desganada de la vuelta del trabajo. Francesco, por su parte, parecía tanto más contento, fresco y atento. Observaba a su perro y le animaba con gracia a no ser vergonzoso. Eran las ocho y media de una tarde estival y un juego de luces con la bandeja platina del camarero, que me traía la cuenta, logró cegarme por un momento. Es muy probable que Francesco la viera antes, siendo así que al volver a mirarle encontré que éste se camuflaba muy artificiosamente con la vista en el infinito y silbando notas inaudibles. Cuando Florencia, que sí caminaba absorta en una ensoñación cualquiera − pues tal era su carácter que no escatimaba en evasiones ni cavilaciones fantásticas −, distinguió, próximo al tilo, a Francesco, tanto una leve sonrisa como un ligero achinamiento de ojos acompañaron la rigidez de sus hombros, de súbito más anchos. Ralentizó Florencia el paso, como si sintiera un vendaval soplando contra la cara. Y el otro estaba nervioso, ¡tanto se le notaba! Tanteaba su cuerpo en busca de algo con la exageración de las mentes que olvidan qué están buscando, forzándose las manos en recordar la orden. Hasta que sacó la cajetilla de cigarros. Florencia ya estaba más cerca. Se le escapó la mirada. Pero en ese instante miraba Florencia al móvil, y ello espantó a sus ojos, que ahora se fijaron en el cielo. Florencia levantó la vista al frente, así como imantada, o tal sensación me produjo. Palabras se escaparon de su boca, en una breve continuación a su reflexión. Miró a todos lados; negó con la cabeza; mientras, seguía aproximándose. Francesco se puso el cigarro en la boca, pero se olvidó de encenderlo.

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El perro hacía tiempo que había perdido la vergüenza, pero su dueño dudaba: ¿mejor aquí o caminando? Su cuerpo se inclinaba, avanzaba un pie, pero pronto el otro le encontraba para no separarse hasta otra repentina duda. Y duda tras duda, se encontró Francesco caminando. Y vi: a Francesco viniendo por la derecha, muy cerca, mientras Florencia venía por la izquierda. Ambos miraban al suelo. Ambos miraron al suelo hasta que en sus respectivos campos de visión la punta del zapato del otro distorsionó su defensa, pues no otra cosa cabe imaginar de tan próximos que se encontraban cuando levantaron la vista. Y Florencia y Francesco encontraron sus miradas. Y ella quiso sonreír… y no pudo. Y él quiso levantar la barbilla… pero no pudo. Florencia abrió los labios y hasta mi mesa habría alcanzado el “Hola Francesco”… si hubiera sido dicho. E incluso, pese a lo grave de su voz, habría llegado hasta mí el “Qué tal” retórico de Francesco…que no fue preguntado. Al contrario, ambos tragaron saliva, si es que tal breve instante fue suficiente para un trago. Florencia bajó los ojos y siguió caminando. Francesco arrastró los ojos algo más y quizá habría alcanzado en ver su cerebro sobreoxigenado de no haberle dolido los ojos. Y pestañeó con fuerza, y muy seguido, como si ahuyentara al escozor. Y su mano izquierda apretada sobre sí misma con tanta violencia, que desde mi mesa parecía un feo muñón. Vi: a Francesco parar al perro y girar sobre sus talones. Cejas y labios cóncavos, no vio lo que buscaba. Ladró el perro: “nada”, flaqueó el cuello. Y se volteó para continuar su camino. Vi: A Florencia volver la vista atrás tras el ladrido del perro. Se mojó los labios, se frotó la cara hasta hacer una pinza de sus dedos en la nariz. Con ese gesto tan suyo descubrió su reflejo en el escaparate cerrado. Sí, yo la vi mirarse en el escaparate. Se miraba, y miraba hacia donde Francesco, ya de espaldas, para volverse a mirar su reflejo. − ¡Pero cómo es posible! − se me escapó. Y Florencia reconoció mi voz, pastosa en cafeína. Giró y pronto me encontró en la mesa de la terraza. Se acercó, y en su cara el alivio del entretenimiento, la escapada al vicioso círculo de la reflexión sentimental y dolida. Mi exclamación me había vuelto irritable. Francesco era una figura gris, al final de la calle peatonal y recta, para mis ojos miopes. “Ah, Bernouilli, cariño, no te había visto” y Florencia me dio un beso, para sentarse a mi lado. Pero yo había visto demasiado pasado… y vi en Florencia un rostro ajeno.

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John Ryan Beldua Grado en Teología Universidad de Navarra

Boundless Wanders I can feel the breeze but I can’t see it; The wind strokes my hair, lets me breathe Lingers in my very skin, but I cannot touch it. There is no light, but there is no darkness; From dust to dawn, wanders occupy my horizon; The clouds move but the sky doesn’t; Nothing changes, but change is constant; It is boundless yet it is limited. 6

One can see the half of the whole; But one cannot see the whole of a half. Contrast and changes, binding and destruction; How it is and how it’s not; Half of it is mysterious, half of it is wonderful. You? What do you think? Have you seen the half of the whole? Have you questioned what the whole of the half might be? Or are you the one I must call “as is”?

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Aritz V. Grado en Informática Londres, Reino Unido

A la carta Siempre he sido muy de tocar todo, desde pequeñito. Mi padre ya me decía “las manos a la espalda” mientras yo leía pegado en la estantería “el que rompe, paga”. Y así estoy hoy, que no puedo estar sin tocarte. Te beso con las manos y te atrapo la mejilla; descuidados tus labios con restos de carmín. “¿No dices nada?” Y qué quieres que te diga, si entre estas ganas de verte y este odio acérrimo al tiempo se me colapsan los bronquios y me falta el aire, cuando el único respirable ahora mismo es el olor que desprendías, que desprendes. No estamos hechos el uno para el otro, como tampoco estamos hechos el uno sin el otro. Un “ni contigo ni sin ti”, una piedra en el camino, un azabache en tu corazón. Y hablamos del tiempo y se me corta la digestión, y me hablas de ti y se me alargan los minutos, no por pesadez o aburrimiento, sino por el placer de escucharte, de medir los segundos constantemente lamentando cómo van pasando uno tras de otro, para no volver... Pero tranquila, que aunque esto nuestro no sea nada, aunque nunca seamos más que un prólogo y un epílogo en esta incesante agonía de versos de diario, recuerda que aún te debo un café, y cuando el lector nos abra de nuevo y nos doble para mayor comodidad, entonces volveremos a encontrarnos, de sopetón, sin tapas de por medio. Como arrebatarte la vista por la espalda, para ofrecerte una sonrisa a la cara. A la carta. Lo que tú elijas, pero elige bien. Que vida solo hay una, y hay que saber aprovecharla.

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Alberto Vidaurreta Grado en Filología Hispánica y Periodismo Universidad de Navarra

Sólo nos despedimos con palabras Si fuera joven, me escaparía. Si fuera listo, te enterraría. Si fuera valiente, avanzaría. Si fuera fuerte, volaría. 8

Pero soy viejo en daños, soy tonto y me engaño. Tengo miedo de que pasen los años y cuando muera siga siendo huraño. Mido el miedo en negaciones, cuando cierro el baúl con llave oculto sensaciones e, ingenuo, espero a que pase el tiempo; por si la vida cede y me cura por si cambia el rumbo del viento y te acabe olvidando, como a mí me olvidó el tiempo.

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Jimena Zalba Doble grado en Filosofía y Periodismo Universidad de Navarra

Pamplona es dos estaciones amuralladas, dos almas salvajes encerradas en cáscaras de nuez, calles cortas bordeadas por montañas norteñas y un cielo gris. Un duelo de banderas en los balcones, manifestaciones rojas, universitarios de mocasines y jarras de cerveza en terrazas heladas.

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Es una ciudad de historias, de religión y revuelta, de tormentas sin primavera, y hojas secas sin otoño. Pero hay poesía escondida en las calles de lo viejo, en la estafeta y sus casas de colores al aire. Huele a vino, cerveza, pinchos y polvo. Sus calles son laberintos y ahí, en sus encrucijadas una rúa que reza: “Sal si puedes”. He besado sus aceras; he caído sobre la piedra fría, arrancado hierba del parque Yamaguchi; me he perdido por los recovecos de la Ciudadela y visitado los ciervos de la Taconera. He comido, bebido y caminado Pamplona, porque es mi ciudad;

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la ciudad que me dio a luz, que me enseñó la amplia escala de grises que visten las nubes, lo bonitas que se ven las estrellas a las afueras, que hay algunos bancos que tienen el nombre de aquel borracho que siempre bebe ahí, hay mesas donde cada sábado se reúnen los mismos de siempre a ver pasar el invierno, casinos que siempre jugaran sus fichas, bares que cierran con la última copa; copa que nunca llega; que se pierde entre la noche; los amigos, los besos imposibles, y ese baile torpe al ritmo del alcohol. Quiero esta ciudad, aunque sea cárcel y yo su presa. La quiero, a contralatido, aunque haga más difícil el olvido, Y le guste jugar a encontronazos. Es preciosa, verde, gris, de piedra y ladrillo. Por ello, todos los caminos llevan a Pamplona, alguien debió de equivocarse al afirmar que llegaban a Roma. Este es el epicentro del mundo. Mi mundo,

Pamplona

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Roniel Sulit Grado en Teología Universidad de Navarra

Even cats can I met her twelve years ago… She was timidly cuddling herself in one corner of our humble kitchen, a mound of rice in a coconut shell laid near her feet. Strapped around her neck was a lengthy shoelace haphazardly made into a chain with the other end securing her into a post. As a kid, I looked intently at her trying to figure things out. Yet, due to innocence perhaps, I failed to figure out that someday the post would give her to me— she, tied to me and I, chained to her.

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She was my cat... She had a fuzzy black-and-brown fur like a miniature leopard, alert eyes and pointy ears but she never had a name. She was tied to a post for a time due to her petty wildness. Accordingly, I had to tame her for quite some time. Until one day, she liberated herself from ferocity. From then on, we became best of friends. She was my cat… Yes, “was” is the right verb. For years, she had already been reduced to the potency of matter. Yet, while she was still alive, we developed a different kind of union— a union so peculiar that one can consider it to be philosophically unsound. When she was still alive, I came to know her through my intellect and she came to know me through her senses. Philosophy would tell us that her knowledge of me is only sense knowledge. Thus, her union with me must have been weak. It must have been ephemeral. Yet, as far as my memories of our shared moments are concerned, weakness and ephemerality seemed never the characteristics of our union. Our union seemed never weak… Years ago, we would at times play in our garden. I would throw balls in one area and she had to get each ball back to me. In no time, we would tire. I would then gather the balls and pick her up. Tenderly cuddling her in my arms, I

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would carry her in our favourite resting spot— a patch of land covered with neatly trimmed Bermuda grass under the shade of an old acacia tree. I would rest on my back and put her over my bosom. There, we would relax until the sun was nearing the horizon. Long ago, my cat would wait for me from school every afternoon. Lying on the ground roughly ten meters away from home, she would patiently wait for my much awaited arrival. The moment she sensed me, she would right away get to her feet and run in excitement toward me. She would then affectionately rub her head on my legs usually going through between them with her tail puffed up like a bottlebrush. Typically, I would pick her up. Tenderly cuddling her in my arms, I would carry her back home. Our connections seemed never ephemeral… Years ago, my cat and I were inseparable. She would settle on my lap while I was doing my homework or even while I was consuming food. In fact, I would always take some part of what I was eating and offer it to her. Every after meal, I was really making sure that I was the one to feed her. Watching her consume her food, I would often stroke her smooth fuzzy fur. Even during times of sleep, we were together. She was sleeping under the same blanket I was under. All these connections lasted for years until her death. Weak and ephemeral. That’s the kind of union between the subject and object in sense knowledge. That’s the kind of union, supposedly, between my cat and I. Yet, my cat seemed to know me more. She seemed to go beyond sense knowledge. I remember trying to teach my cat how to properly act while inside the house, not defecating where she pleases. Now, she seemed to teach me an even nobler lesson applicable not only while inside the house: “Act based not on the senses but on the intellect”. Indeed, even a cat can inspire men how to act…

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Martín Zulaica Doctorado en Artes y Humanidades Universidad de Navarra

Casa abandonada Hasta ayer vacía ocupó un solar y hoy por máquinas tirada, allá va. Siempre fue visitada y querida de familia, por su ajuar, y amigos. Creyó que iba a ser reformada de obreros, paleta, hormigón. Desahuciada, enferma y pobre, le han llevado hasta la tierra. 14

Parqué, vigas, ladrillos, y de arañas sus telas, apiladas, unas con otras encima, ya la descuelgan, pieza tras pieza. La derriban golpe a golpe. Ventana abajo. Baja muerta. ¡Ya va!

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Aritz V. Grado en Informática Londres, Reino Unido

The Other Side I would like to be out of this smoking soul shouting itself about to explode. And when I’m rain I like to fall in your dressed eyelids toughly soft. And having for breakfast your mornings with mines, the time going so fast through all our lives. Chasing the smiles and catching the lies, cause you are not here Nor the other side.

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Alberto Vidaurreta Doble grado en Filología Hispánica y Periodismo Universidad de Navarra

Rex amat reginam

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Al susurro de una canción congelada, escribe el tiempo su última carta, un triste poema con sabor a café, escrito con tinta de malva en papel de color verde artificial. Pide perdón por todo el daño que ha causado, por todas las mentiras que ha contado y las heridas que nunca cerró, sumiendo en una triste decepción a los esclavos de la bella inocencia. Se alza sobre su cielo un inequívoco sol del verano, con rayos suaves y naranjas que acarician hasta el último retazo del alma. Se derrite la canción y bailan sus notas, se desafinan unas a otras. Y con un nudo ardiente en la garganta, envía el tiempo su última carta.

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Sara Vermejo Grado en Filología Hispánica Universidad de Navarra

No Sentía su cuerpo fundirse, volverse parte del suelo poco a poco. Tuvo que hacer un esfuerzo sobrehumano para despegar la rodilla del piso, se dejó caer sobre una silla. La miró a los ojos y vio como la palabra se repetía en todo su rostro, deslizándose húmeda desde sus ojos sin emitir sonido alguno.

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La respuesta había caído pesadamente sobre la mesa, entre los dos, casi no podía verla a través de la palabra. Había sentido como el pequeño, patético y monosilábico susurro le atravesaba el pecho, lo golpeaba en el estómago y, aparentemente, había dañado también su cerebro: no lo podía comprender. Durante semanas había planeado el momento. Había repetido toda la escena en su imaginación. Había previsto todas las variables posibles: esta no era una de ellas. Debía haber algo que no estaba considerando, un factor oculto. Tenía miedo de preguntar, no quería hacerlo, no quería una respuesta. Su cerebro exigía a gritos una explicación. No se atrevía a mirarla. Ella ya no lloraba, pero aún tenía la respuesta inscrita en la cara. Quería verla, siempre había disfrutado tanto de verla, se forzó a sí mismo a mantener la mirada en el piso. En un cobarde susurro preguntó: tenía que saber el por qué. Tres segundos sin una respuesta. La miró. Tenía la boca abierta, quería hablar, no podía. En su lugar la misma palabra brotó desesperada de sus ojos. Estaba perdido. Estaba todo completamente perdido. ¿Ahora qué? Su cerebro se esforzaba por comprender lo que estaba sucediendo. ¿Ahora qué? Sus sienes

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palpitaban, su mente buscaba el error. ¿Ahora qué? Instintivamente repasaba los años pasados en su cabeza, buscando por pistas, pequeños hechos escondidos entre sombras. ¿Ahora qué? Con la mirada clavada en sus pies veía una nueva sucesión de variables y opciones. ¿Ahora qué? Ahora tenía que escoger. El amargo y frío silencio se cortó por una palabra más. Una palabra temblorosa e insegura formulada con gran esfuerzo. Entre callados sollozos, ella había logrado reunir el aliento suficiente para un susurro y lo desperdició en llamarlo. Escuchar su voz lo arrancó de su depresivo trance. Ahora era su turno de repetir la ácida respuesta que ella le había dado. Se sorprendió al sentirla quemar su garganta y rodar por sus mejillas. Dejó el anillo sobre la mesa y se fue.

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Aritz V. Grado en Informática Londres, Reino Unido

Poema del deshollinador 2:06 a.m. Cada noche vuelvo a casa grisáceo y somnoliento de haberle escalado cumbres a esta jungla de cemento. Trabajé duro y seguido por sacar de allí tus miedos. 20

Brillante como el viento, chimeneas y tejados. Y recorrí todas las calles que conforman la manzana limpiando unas cenizas que regresarán mañana. Y será todo oscuro, de nuevo sin razón. Porque limpiar es mi trabajo. Aquí en tu corazón. 2:17 a.m.

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alboroto

Un poco más y vuelvo a llegar tarde a clase. Qué dura es la primera semana en la Universidad. Voy a necesitar varios cafés para volver a coger el ritmo habitual. Esto de poner el despertador tan temprano no puede ser bueno. Y ya verás cuando empiecen a acumularse los libros en el escritorio. Otra vez la agenda llena de actividades, reuniones, cafés, etcétera. Pero qué se le va a hacer, ¿no? La verdad es que tenía ganas de volver, aunque sabía que nos íbamos a dar cuenta de que faltaba alguien en nuestro día a día, una de las personas más buenas con las que me he encontrado. Pero no pasa nada, la baja sólo es temporal. Y ya queda menos para que vuelva. 22

Empezaba a echar de menos el día a día en la Universidad. A ir de bólido, corriendo de un edificio a otro para llegar puntual a clase. Y de ver a mis amigos, porque quieras o no, se echan de menos. Y quieras o no, uno pasa más tiempo en Pamplona que en su propia en casa. En primero de carrera puedes tener la excusa de que eres nuevo y que vienes de fuera. Pero en segundo ya no hay excusa para no considerar a tu grupo de amigos una “microfamilia”, sobre todo si no eres de Pamplona. Con esa “microfamilia” vas a pasar mucho tiempo y muchas experiencias. Entre otras cosas, nada más y nada menos que hacer descansos de diez minutos, con un café, fuera de la Biblioteca después de un día de estudio. Y quien dice diez minutos de descanso, dice quince, veinte e incluso treinta. Los cafés son interminables. Y hablando de cafés. No sólo se toman con personas con las que compartimos clase a diario. Hay personas de otros grados con las que compartes clase un se-

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mestre. Pero sabes que es gente que vale la pena, que te aporta cosas positivas, porque personas que no te hacen mejorar no valen la pena. Si de verdad te siguen interesando, sacaréis una rato a la semana para hacer un café y hablar de la vida (si estás en segundo lo más probable es que habléis del Erasmus y de todo lo que queráis hacer con vuestra vida). Hay otra parte buena de la “microfamilia”, y es que si tienes un examen a las nueve de la mañana, pueden ser las doce de la noche, las dos de la mañana o las cuatro, que siempre habrá alguien despierto. Nunca estarás solo estudiando aunque queden tres horas para el examen. Grandes noches de estudio en Whatsapp. ¡Y benditos fines de semanas! Os pasáis la semana diciendo que hay que hacer plan para el sábado, y llega la tarde del sábado y todavía no hay planes. Siempre a última hora. Sin embargo, lo que os cuesta cuadrar horarios para ir a hablar con los profesores, lo compensáis haciendo planes para el sábado a última hora. Eso se soluciona rápido, sólo hace falta que alguien pregunte “¿quién sale el sábado?” y todo el mundo responde al momento. Aunque seamos sinceros, la vida en la Universidad es genial. Estás rodeado de personas con ganas de comerse el mundo, con intereses dispares. Personas con las que puedes hablar, la mayoría de ellas son personas fuertes. Te das cuenta de que la realidad no es tu realidad. Si estudias fuera de casa, lo más probable es que madures de golpe. Te vuelves más responsable y exigente contigo mismo. Te exiges más porque sabes que puedes dar más. Empiezas a ver cuáles son tus fronteras; tus puntos débiles. De repente llega alguien y te enseña que las relaciones se basan en superar límites. Aprendes a no juzgar y a valorar; creces. Y es que al fin y al cabo, las cosas de la profesión se aprenden en clase, pero las cosas de la vida se aprenden viviendo.

Fátima Vicente, Grado en Filosofía, Universidad de Navarra

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Consejo editorial: Daniel San Juan • Eva Sacristán • Fátima Vicente Valentine Hilaire • Guillermo Mislata Marta Revuelta • Sara Labalestra

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