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VIDAS EJEMPLARES NIKOLA TESLA: UN ÍCARO MODERNO
from Capitel. Éxito
por Benjamín Ramírez Zamudio
Hablar de una mente brillante no puede limitarse a detallar los momentos de éxito. Una mirada crítica debe detenerse a encontrar que alrededor de su genialidad suelen existir obstáculos, fracasos o incoherencias que hacen que los logros sean una muestra de la lucha del género humano contra la adversidad. Este caso lo demuestra.
Nikola Tesla fue un científico austrohúngaro de finales del siglo XIX que viajó a los Estados Unidos para revolucionar el campo del electromagnetismo. Creador de la bobina de Tesla y del generador de corriente alterna, sin duda, fue un visionario.
En sus últimos años Tesla había adquirido fama de tener un carácter anómalo, propio de algunas mentes brillantes que suelen dejar de lado las cosas prácticas al tratar de resolver problemas que parecen imposibles. A tal punto había llegado la incomprensión a su trabajo que en 1941 (a dos años de la muerte) se creó una caricatura en la que Superman luchaba contra un científico loco que quería utilizar una centelleante máquina que producía un rayo creado a partir de la energía eléctrica para vengarse de todos aquellos que se habían burlado de él.
Si regresáramos a la década de 1890 y encontráramos al genio trabajando, sin duda entenderíamos por qué había dejado una marca indeleble que medio siglo después definiría la imagen popular de Nikola Tesla. En Nueva York, cuando experimentaba variando la frecuencia y el voltaje de la energía eléctrica gracias a las bobinas que había inventado, la visión hubiera sido prodigiosa, con hombres que encendían bombillas incandescentes mediante sus dedos o derretían cables en sus manos, además de tener tubos fluorescentes y de rayos X que darían al espacio un aura en la que lo extraordinario se hacía presente. En cambio, en Colorado Springs, uno de los sitios en donde se acuarteló para buscar privacidad, lo impresionante hubiera sido atestiguar la forma en la que relámpagos refulgentes se propagaban tanto al interior como al exterior de su edificio. Su instalación emitía descargas eléctricas que producían rayos de hasta 30 metros de largo seguidos de truenos ensordecedores. en las calles por haber renunciado a su primer trabajo. Ni los engaños, ni la campaña de desprestigio que había liderado Edison en su contra lo habían desalentado. Más adelante, tampoco logró abatirlo que a Marconi le dieran un premio Nobel por un descubrimiento que él había realizado y patentado muchos años antes. Aunque quizá su prueba más grande la vivió cuando algunos inversores decidieron quitarle el apoyo que le brindaban al saber que el último y ambicioso plan de Tesla era transmitir energía eléctrica por la atmósfera.
En su periodo de mayor prestigio, sus contemporáneos calificaban sus invenciones y prácticas como exóticas y extravagantes. Tesla había transformado su entorno, pues sus generadores de corriente alterna instalados en las cataratas del Niágara y todo el sistema que patentó para trasladar a grandes distancias la energía eléctrica producida beneficiaban a miles de personas, y lo siguen haciendo hasta nuestros días. Fue un hombre que desafió y venció en su propio campo al renombrado Thomas Alva Edison, que se había adelantado a Guillermo Marconi al crear las bases de la comunicación por radio, que sorprendía a todos con instrumentos a control remoto y que solía asistir a los restaurantes más caros de Nueva York para departir con los hombres más ricos y poderosos de la ciudad.
Durante décadas intentó encontrar la tecnología para suministrar energía eléctrica de manera inalámbrica, lo que muchos consideraban imposible. De haberlo conseguido habría revolucionado la industria como la conocemos, pero sus esfuerzos sólo lo llevaron a la bancarrota y al aislamiento. Si, según el mito griego, Dédalo con su ingenio había fabricado unas alas para volar y salir de su encierro con su hijo Ícaro, así Tesla afanosamente fue elaborando con cada invento unas alas de cobre y hierro que lo llevarían a sobresalir entre sus contemporáneos. Aunque pareciera que la similitud se encontraría más con Ícaro, aquel que en su intención de llegar a donde ningún otro mortal había llegado terminó acercándose demasiado al Sol y cayendo estrepitosamente.
Es probable que en esa época de esplendor en la que George Westinghouse y J. P. Morgan invertían fortunas en las ideas prometedoras de Tesla, pocos recordaran que su determinación inquebrantable fue la que lo hizo levantarse de la adversidad para llegar hasta lo más alto. Había tenido que convencer a su padre que su destino no era convertirse en sacerdote ortodoxo, gastar el poco dinero que tenía para viajar a la tierra de las oportunidades y tragarse el orgullo mientras cavaba hoyos
Tesla tomó el riesgo de alejarse de la tierra para entrar en un cielo tempestuoso al tratar de lograr la quimérica proeza de controlar, cual Zeus, la fuerza de los relámpagos. Sus últimos años de vida son sólo un reflejo de la incomprensión de una generación que no advertía el sacrificio del viejo científico al intentar llevar la energía eléctrica hasta sus últimas posibilidades. Un hombre que sabía que por más que su camino lo llevara a desplomarse como Ícaro, lo más importante era la determinación de alcanzar aquello que su ingenio le dijera que era posible. Su caída no debe definirse por su fracaso, sino por la osadía. Su legado es la ironía de los grandes hombres: aquellos tan adelantados a su época que sólo logran esparcir las semillas de un jardín que florecerá después de su muerte.
Benjamín Ramírez Zamudio es un historiador, catedrático del Centro Universitario México y estudiante de maestría en la Universidad Iberoamericana. Se ha especializado en la Historia de la Edad Media y en los cambios de configuración del tiempo durante los siglos XIX y XX.