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LA LEALTAD Y LA LEGALITATEM LATINA

por Rebeca Pasillas Mendoza

El concepto de lealtad, de la voz latina legálitas, ha organizado y dado forma a nuestra visión de la realidad por miles de años. Reconocer su origen y su relación con otras palabras de nuestro léxico ayudará a indagar el significado profundo de este valor.

El español es una de las lenguas más habladas del mundo, con más de 500 millones de hablantes, distribuidos, principalmente, en una amplísima extensión de Am é rica, donde convive con una variedad inmensa de lenguas. En algunos casos algunas de estas lenguas son originarias de estos territorios (como el aimara, guaraní, maya, náhuatl o quechua) y en otros, llegaron en embarcaciones europeas (como el francés, inglés, neerlandés o portugués). Esta enorme difusión geográfica motiva que el español tenga un gran dinamismo y que, por lo tanto, su variación interna sea muy compleja. A esta exuberancia geográfica y cultural hay que añadirle su profunda dimensión histórica, que podemos rastrear hasta, por lo menos, unos diez siglos atrás en la Península ibérica o, aún más, hace veinte siglos, con su antecesor lingüístico directo, el latín de los antiguos romanos que habitaban la región del Lacio italiano, y que ocuparon territorios más allá de la cuenca del Mediterráneo.

Así como los hijos tienen rasgos que recuerdan los rostros de sus padres, el español tiene muchas características heredadas del latín, pero, como toda hija, no es idéntica a su madre. De entre todas, la herencia latina más notoria en el español es, sin duda, el léxico, es decir, el vocabulario. Aunque nuestra lengua tiene numerosas palabras cuyo origen está en otros idiomas (como las que vienen del árabe andalusí: ajedrez, caramba, matarile o tiburón; o del náhuatl: apapachar, chipotle, jitomate, tatemar o tianguis), la inmensa mayoría de nuestro caudal léxico es latino (por ello, le llamamos léxico patrimonial ) y podemos entenderlo como el resultado de cambios históricos (en forma y significado) por los que pasaron las palabras del latín hasta llegar a sus formas españolas actuales.

Nosotros, pues, pensamos y hablamos en una lengua cuya base léxica y conceptual es desarrollo de la de los antiguos romanos. Para ilustrarlo, recordemos tres palabras importantes que empleamos para describir el mundo: 1) sociedad viene del latín socíetas, que recuerda otros conceptos fundamentales como sócius o associátio; 2) realidad viene de reálitas y ella, a su vez, contiene el sustantivo latino res (que significa cosa, objeto, asunto o propiedad y que podemos ver en la palabra Res - pública); y 3) autoridad viene de auctóritas, una palabra vinculada a auctor (cuyo significado es el que hace crecer algo, productor, promotor, autor, originador o progenitor, y, de ahí, el hecho de que los padres sean léxica e inextricablemente figuras de autoridad).

Esta edición de Capitel está dedicada a otro de los conceptos esenciales que han configurado nuestra manera de nombrar y entender la realidad: la lealtad Como en los casos anteriores, esta palabra tiene su origen en un sustantivo latino, legálitas (en su forma legalitátem). Intuitivamente, podríamos pensar que esta palabra latina no derivó en la española lealtad, sino en nuestro sustantivo legalidad. Ambas sospechas son correctas: la legalitátem de los latinos fue transformando históricamente su forma hasta llegar tanto a la lealtad (legalitatem  legalitate  legalita de  legalitad  le al tad  lealtad ) como a la legalidad (legalitatem  legalitate  legalida de  legalidad ) de los hispanohablantes.

Lealtad y legalidad conforman un doblete léxico, son hijas de una misma madre, palabras hermanas. Y no sólo en cuanto a sus formas sonoras, sino, también, a sus significados. La legalitátem latina implica la lex (ley) y lo legális (legal ). La lex, ya desde la cabeza de nuestros abuelos latinos, no es únicamente una disposición jurídica o un precepto dictado por la autoridad que regula la gobernanza de una sociedad; lex quiere decir, esencialmente, regla, regulación, acuerdo, principio, contrato o pacto en cualquier ámbito. Entonces, ¿qué otra cosa podría ser la lealtad sino el sentimiento que nos lleva a cumplir, respetar, proteger y defender los pactos que entablamos con los demás y que son nuestras leyes personales? De aquí que la lealtad deba ser ciega e inquebrantable como la ley misma.

Así pues, el complejo genio histórico de la lengua española, que decidió con sus instrumentos invisibles el destino del antiguo léxico de los romanos, nos entregó la palabra lealtad como el reflejo cotidiano de la legalidad jurídica, y nos enseña que, cuando somos leales, cumplimos, al mismo tiempo, con el acuerdo que nos permite ser coherentes, fieles y honestos con los otros y, sobre todo, con nosotros mismos.

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