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ELLIOTT ERWITT. LA EMOCIÓN DE UNA BOTELLA DE CHAMPAÑA A PUNTO DE SER ABIERTA

por Abigail Pasillas

Sin ninguna duda Elliott Erwitt es uno de los fotógrafos más importantes de nuestro tiempo. Por más de 70 años, su cámara ha celebrado con humor y sensibilidad, la miríada de emociones humanas.

Observa la fotografía: un camino recto, y en cada orilla, una fila de árboles alineados simétricamente en algún poblado de Francia en los años cincuenta. La esbelta arboleda se extiende hacia el cielo y traza un punto de fuga que se pierde en la lejanía. La tranquilidad sólo se rompe por el pedaleo armónico de un hombre que conduce una bicicleta en sentido opuesto a ti, que observas con atención. La cabellera canosa del personaje te hace suponer que el niño sentado detrás de él es su nieto. El pequeño emula al grande: la misma boina oscura, la misma camisa clara. Como el garçon calza sandalias, adivinas que el clima es agradable; tal vez primavera. ¿Vienen de comprar las crujientes y doradas barras de pan que bailan al compás de la bicicleta?, ¿van a comerlas sentados a la sombra de los árboles?, ¿las llevan a la mesa familiar para acompañarlas con vino y queso? Imaginas la textura deliciosa de las baguettes cuando tu mirada se cruza con la del niño que mira hacia atrás sobre su hombro derecho. El contacto te provoca una chispa que es difícil describir con palabras, pero que es fácil sentir en las entrañas.

La obra del fotógrafo Elliott Erwitt (París, 1928) tiene una gran carga emotiva y un sentido del humor único. Dotado de una mirada privilegiada, la lente de Erwitt nos sorprende con retratos cándidos e instantáneas audaces en medio de la cotidianidad. En 1948, se mudó a Nueva York, en donde estudió y entró en contacto con fotógrafos como Edward Steichen y Robert Capa y en 1953, se integró a la agencia Magnum Photos. La obra de Erwitt se inserta en la tradición documental y humanista marcada por el “instante decisivo” de Henri Cartier-Bresson, quien en 1952 escribió:

El relato fotográfico involucra una operación conjunta del cerebro, del ojo y del corazón. […] De todos los medios de expresión, la fotografía es el único que fija para siempre ese instante preciso y fugitivo. Nosotros, los fotógrafos, tenemos que enfrentarnos a cosas que están en continuo trance de esfumarse, y cuando ya se han esfumado no hay nada en este mundo que las haga volver. […] Nuestra tarea es percibir la realidad, casi simultáneamente registrarla en el cuaderno de apuntes que es nuestra cámara fotográfica. […] El instante decisivo y una dosis de psicología —cuya importancia no es menor a la de la posición de la cámara— son los factores principales para la obtención de un buen retrato. […] En la fotografía la organización visual solamente puede brotar cuando se ha desarrollado bien el instinto.1

En Nueva York, Erwitt retrata a una mujer en el momento exacto en que su silueta se sitúa en el ángulo decisivo contra el icónico Empire State. La metrópoli brumosa y la quietud de la chica que la observa nos emocionan desde la nostalgia y la evocación. La sonrisa pícara de un joven contrasta con el duro gesto de una novia que lo observa sentada junto a otro hombre. ¿Quién es el novio? Erwitt retrata a una mujer vestida de blanco y con un velo juguetón fuera del canon de la fotografía nupcial. La imagen sugiere que algo sucede entre los personajes, pero el fotógrafo nos deja intrigados.

La intuición de Erwitt que domina el cerebro, ojo y corazón atrapa a una pareja que baila en el centro de un salón. La atmósfera visual integra la música con el juego de sombras y un resplandor que ilumina a contraluz a los bailarines. La falda que vuela nos contagia de una euforia por bailar. Como parte de su atenta observación del entorno, Erwitt retrata a un chef y a unos camareros de un elegante café parisino, que hipnotizados ven algo que no vemos. Sus sonrisas y expresiones denotan la emoción de quienes se maravillan ante algo que está a punto de estallar, como sus carcajadas y la botella de champaña que espera por ser abierta y burbujear.

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