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DE LA TANGIBILIDAD DE LOS SUEÑOS

por Luigi Amara imágenes de Chiharu Shiota

Solemos concentrarnos en la idea de que los sueños se componen de imágenes y que su contenido es eminentemente visual. Sin embargo, la riqueza sensorial, plástica, tangible, que encontramos en ellos, demuestra que los sueños y la realidad están hechos de la misma cosa y que en ellos se cristaliza la vida.

Los sueños que más me han marcado involucran el tacto. Al despertar, aún la más extraña concatenación de imágenes termina por desbaratarse, mientras que los sueños de placer o dolor, aquellos voluptuosos o carnales que me llevaron al éxtasis o acaso a la herida, perduran en el recuerdo y me acompañan adheridos a la piel como una estela pegajosa. El sueño de volar no es muy significativo como imagen; lo memorable es la sensación del cuerpo que experimenta su liviandad con azoro y desenvoltura, mientras se percata de que es capaz de suspenderse en el aire.

Aunque Michel Jouvet, el gran explorador contemporáneo del sueño, ha descubierto que los más frecuentes son de tipo visual —y el 18% a color—, reconoce un lugar importante para aquellos de tipo cinestésico, los relacionados con el movimiento y la experiencia corporal. Habituados a describir la actividad onírica como una sucesión desconcertante de imágenes, en que la dimensión auditiva, quizá por infrecuente, alcanza la estatura de oráculo, se diría que el reino de Hipnos tiene la estructura de un teatro de sombras y que Morfeo, hijo de Somnus y “un artista y simulador de apariencias”, prefigura al director de cine en cuanto maestro de un lenguaje netamente audiovisual. Pero en los sueños participan todas las demás sensaciones. Ya Aristóteles, pionero de la perspectiva psicológica del sueño, afirmaba que los sueños se forman a partir de “los movimientos residuales que se derivan de las impresiones de los sentidos”, lo cual coincide con la perspectiva contemporánea, según la cual los sueños serían una suerte de “huella” de la percepción diurna.

La actividad eléctrica del cerebro durante los sueños es similar o más intensa que en la vigilia, y las sensaciones táctiles —incluidos los simulacros de encuentros sexuales— conviven con las imágenes desorbitadas o los sonidos enigmáticos que los atraviesan. Los cerca de cien minutos que soñamos en promedio cada noche suceden en la fase MOR (también llamada fase de “sueño paradójico”), cuando una excitación de los sistemas sensoriales se acompaña de la inhibición casi completa de la respuesta motora y la reacción a estímulos exteriores, de manera que el soñador se encuentra paralizado y sin tono muscular, de algún modo desprendido de su cuerpo, aunque sintiendo internamente.

En la literatura clásica abundan los relatos de sueños táctiles de gran poder plástico y simbólico. Patricia Cox Miller escribió un libro erudito y apasionante acerca de este tema: Los sueños en la antigüedad tardía, en el que busca demostrar que los sueños, en tanto una de las formas tradicionales de producción de sentido, conformaron un modelo que aportaba fuerza visual y tangible a conceptos abstractos referentes al tiempo, el alma humana o la identidad personal.

En Las metamorfosis de Ovidio , Biblis yace y goza en sueños con su hermano gemelo, de quien no quiere reconocer que se ha enamorado. El sueño no tiene testigos —se justifica ella—, pero otorga placeres sustitutos, por lo que anhela que se repita una y otra vez. Contra la pared a causa del deseo reprimido y las convenciones sociales, Biblis se pregunta por el “peso” de los sueños, como si advirtiera que, puesto que son capaces de afectarnos tanto, deben situarse en el mismo plano en que se desenvuelve la agitación de la vida, por más tenues que puedan parecer.

A propósito del peso de los sueños, en Grecia Efialtes era el demonio que inspira la pesadilla, mientras que en Roma era el íncubo; ambos se posaban sobre el pecho del durmiente y lo oprimían, pero también copulaban con él.

“Estamos hechos de la misma materia que los sueños”, escribió Shakespeare. Los versos famosos de La tempestad admiten un sinnúmero de lecturas; una posible sería ésta: esa estofa (stuff ), de la que están hechos los sueños, tiene que ser palpable y de algún modo corpórea; aunque al cabo los sueños sean tan fugaces e inasibles como la vida, no están del todo separados de la realidad, sino que le dan forma y concreción y la cristalizan. Quizá por ello nos tocan tan hondamente.

Luigi Amara es escritor, paseante y editor. Ha escrito seis libros de poemas, entre los que destacan El cazador de grietas (Premio Elías Nandino, 1998) y Nu)n(ca (Premio Manuel Acuña, 2015). Entre sus libros de ensayo destacan Historia descabellada de la peluca y La escuela del aburrimiento. Su libro más reciente es Dobleces/El quinto postulado (Sexto Piso, 2018). Instagram @leptoerizo

Chiharu Shiota es una artista japonesa que vive y trabaja en Berlín. Shiota combina performance, arte corporal e instalación para generar en el cuerpo reflexiones que juegan con la noción de tiempo, movimiento y sueños. Por medio del hilo y distintos objetos cotidianos, la artista explora la fuerza tangible y plástica de los sueños, exigiendo un compromiso, tanto físico como emocional del espectador. La galería Templon en París y Bruselas representa su obra. www.templon.com | www.chiharu-shiota.com

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