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ALBERTO KALACH: ARQUITECTO DE ARBUSTOS, ÁRBOLES Y BOSQUES

por Andrea Ruiz González

Inspirada en la belleza y sabiduría de la naturaleza, y en constante diálogo con ella, la obra del arquitecto mexicano Alberto Kalach plantea un destino exquisito para el futuro de la arquitectura.

Arquitecto de troncos adheridos a la tierra, divididos por ramas horizontales para anidar. Debajo, redes de rizomas en la oscuridad. Coreógrafo del viento, pone en escena la danza de la ventilación cruzada al interior de los cuerpos. Pero el agua… El agua de lluvia no se deja guiar… Necia y traviesa, se filtra por las cortezas de las estructuras que traza. Se mete en todo lo que Alberto primero plasma con lápices de colores y pinceladas. La arquitectura que transmuta y busca cambiar la realidad jamás se librará de las filtraciones. Quizá porque, líquida y fluida, inevitablemente llega a los cuerpos que tienen raíces vivas.

Dibuja para imaginar. En sus palabras “para estudiar y explorar las ideas”. Sus compañeras de cabecera: cientos de libretas en las que ilustra estructuras desbordadas y rodeadas de jardines, herbazales, tundras, matorrales y selvas que, también empapa con pinceladas doradas, el color de la riqueza. En su mirada, la riqueza vegetal. Las miles de páginas blancas de sus bitácoras están embargadas por un verdor intenso. “Verde” viene del latín virere: brotar. Es el color de los nuevos comienzos.

CASA VERDE: UN ARBUSTO

Ciudad de México

Construida en 1930, fue intervenida por Alberto Kalach en 2011. Tiene dos niveles. En la azotea de 105m2, antes un desierto inhóspito, creció un pequeño arbusto: una casa de madera de un nivel con una recámara, un espacio para meditar, un baño, una sala-estudio-cocina que en total suma un área construida de 50m2. La casa está montada sobre un bastidor de acero y sus muros son ventanas de piso a techo que, hacia afuera, enmarcan un mar de plantas de 55m2, con una superficie de tierra cubierta por miles de piedras volcánicas pequeñas. Un jardín con especies cada vez más altas, como si quisieran ser el techo de una catedral gótica: la disposición enredada de las ramas recuerda la tracería, combinación de figuras geométricas que imitan formas vegetales para impregnar en la piedra y la madera, las curvas de la naturaleza. En esta casa, se vive como una oruga misteriosa: camuflada entre la vegetación, perdida en un pequeño laberinto de tallos trenzados, inmersa en el olor de tierra mojada y bajo un baño de sol sonorizado por los cantos del viento.

CONSTITUYENTES 41: UN ÁRBOL Ciudad de México

En 2014 Alberto imaginó un árbol: una torre de 45 metros de altura con una planta de 150m2. Sus raíces son una cimentación de tipo profunda, a base de pilas de sección circular, contrabases y losas macizas para soportar el empuje del agua freática, y también el peso de un gran lago silenciado. El árbol tiene una estructura de acero y muros de concreto pigmentado en las colindancias. El tronco es sensible a su entorno, y por ambos lados tiene oídos pequeños por los que cada piso es atravesado por la música del viento. En la parte inferior del torso, hay una recepción repleta de plantas: bambúes, filodendros, elegantes, tepozán, floripondios y dalias. En la parte superior, una maraña de vegetación despeinada compuesta por pirules, fresnos, capulines, palo bobo, agaves, juníperos y suculentas que entre ellas se abrazan. El árbol tiene una fachada frontal y trasera de vidrio con cancelería de acero. Hay siete niveles con pequeñas terrazas, por donde caen jazmines amarillos con brazos largos hacia el suelo, como si quisieran saludar de mano a los transeúntes a quienes miran desde las alturas. Por las tardes, el aire denso mueve a todas las plantas y las pone a bailar sin cesar. Aquella danza es el ritual urbano que, cotidianamente, celebra el respeto por el mundo natural. Una fiesta de ramas y hojas entusiastas, en medio de una ciudad altamente contaminada.

BIBLIOTECA VASCONCELOS: UN BOSQUE Ciudad de México

Por fuera, la Biblioteca Vasconcelos tiene la textura de la aleta de un pez vela o las barbas de una ballena. Por dentro, los rayos de luz que entran por el techo la hacen parecer una gran caverna; pero más bien es un hormiguero, un montículo de arcilla gigante, en proporción a los cientos de personas que la construyeron en 2011. Por dentro, tiene galerías y salas para el descanso, el trabajo o el almacenamiento. Por todas partes hay incontables pasillos y túneles con múltiples entradas y salidas hacia los estantes que, en total, dan espacio para 2 millones de libros. Al entrar, se siente como si cayeran sobre uno, millones de palabras en forma de granizo, como si te enfrentaras a la tormenta abismal de todo lo que se ha escrito durante miles de años, reunido en un solo sitio. El hormiguero, como estructura viva de 37,000m2, existe porque le rodea un gran jardín, tan grande y abundante como un bosque, que mide 2,652m2 y, en la parte trasera, un jardín botánico de 26,000m2. En la biblioteca, las personas leen mientras que afuera, las aves, los roedores y los insectos, son sabios lectores. Saben leer la escritura del tiempo: en los troncos, las ramas, las hojas y las flores de los árboles del proyecto de paisaje que diseñó Alberto, como parte indispensable de cualquier refugio que busca resguardar a una comunidad que, en medio de una ciudad estridente, busca un espacio para respirar, reflexionar, contemplar y trabajar en un arbolado silencio. *** www.kalach.com | Instagram @kalach_tax

La arquitectura de arbustos, árboles y bosques me hace recordar el quinto capítulo de Las ciudades invisibles de Italo Calvino: “Las ciudades y los ojos”. En él, los habitantes de Baucis crearon finos zancos sobre el suelo a grandes distancias uno de los otros y tan altos que se pierden entre las nubes. Se sube por escalerillas y las personas no suelen bajar a la tierra. Nada de la alta ciudad toca el piso salvo las largas patas de flamencos en las que se apoyan. Tres hipótesis circundan sobre aquellos habitantes: odian la tierra; la respetan tanto que evitan todo contacto; o la aman tal como era antes de ellos, y con catalejos y telescopios apuntados hacia abajo, no se cansan de pasarle revista, hoja por hoja, piedra por piedra, hormiga por hormiga, contemplan fascinados su propia ausencia.

En la última hipótesis, tal vez haya un próximo destino para el oficio de la arquitectura. Quizá ésta sea amable —y, por lo tanto, discreta— cuando realmente valoremos la belleza de la naturaleza, sin la necedad de incidir en ella con nuestra soberbia.

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