Primera etapa
Encuentro con JESUCRISTO Y CONVERSIÓN Primer módulo El hombre es capaz de Dios Encuentros 1. El deseo de Dios en el hombre 2. El Dios en el que creemos 3. El Dios cristiano es el Padre de Nuestro Señor Jesucristo
Primera etapa
Encuentro con JESUCRISTO Y CONVERSIÓN
Primer módulo
El Hombre
es capaz de Dios
Escuela Diocesana de Discipulado Misionero
Introducción
Iniciamos como creyentes este camino que la Iglesia nos propone con el fin de intensificar la experiencia de Cristo que hemos recibido desde el Bautismo, que se ha desarrollado de distintos modos y a través de muchas personas a lo largo de nuestra existencia y que ahora, conscientes de nuestro ser de discípulos misioneros, queremos afianzar para trasmitir el Reino de Dios a muchos hermanos que siguen por la vida, sin conocer el tesoro que tenemos, Cristo nuestro Señor.
Sabemos que Dios ha pasado de muchas maneras por nuestra existencia, sin embargo, es mucho lo que nos falta aún por conocer de Él. Nosotros deseamos conocer más a Cristo porque como bien decía el Papa Benedicto XVI, esperamos encontrar en la comunión con Él la vida, la verdadera vida digna de este nombre, y por esto queremos darlo a conocer a los demás, comunicarles el don que hemos hallado en Él.(Discurso inaugural de Aparecida).
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Así pues, con este inmenso deseo, orientados por el Magisterio de la Iglesia, acompañados por la Iglesia diocesana y vinculados profundamente a nuestra parroquia en comunión con el Obispo y los sacerdotes, empezamos este camino serio y apasionante de pertenecer a la escuela diocesana de discipulado misionero, seguros de la asistencia del Espíritu de Cristo Resucitado y de la intercesión de la Santísima Virgen María Nuestra Señora del Rosario de
Arma, patrona de la Diócesis de Sonsón Rionegro. Los pasos que tendrá cada uno de los módulos para desarrollar en los encuentros parroquiales son: El título del tema que se tratará en el encuentro, lo que nos proponemos con el encuentro identificando el objetivo que se busca; un saludo de bienvenida que se sugiere para quien orienta el encuentro; la escucha de la Palabra de Dios que alimenta al
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discípulo pues como ha dicho el Papa Benedicto XVI: “Hemos de fundamentar nuestro compromiso misionero y toda nuestra vida en la roca de la Palabra de Dios” (Discurso inaugural de Aparecida); una reflexión doctrinal que con unos cortos puntos de reflexión ayude a los participantes a entender la Palabra y el tema que se está reflexionando; un momento para
el compartir que llamamos dialoguemos; un espacio didáctico que por medio de una actividad práctica favorezca la asimilación de lo visto, un texto del Magisterio de la Iglesia que sintetice la enseñanza del encuentro y que llamamos para recordar y un espacio de oración que estará ubicado en alguno de los momentos del encuentro.
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EL DESEO DE DIOS en el Hombre Encuentro
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El Hombre es capaz de Dios
Motivación Inicial
¿QUÉ NOS PROPONEMOS? Nuestro primer encuentro busca reflexionar sobre las aspiraciones más profundas que cada uno tenemos en el corazón, de hecho, el ser humano consciente o inconscientemente está en constante búsqueda del sentido de su vida, de la felicidad eterna a la que se siente empujado, del conocimiento de la verdad por la que se siente interrogado, de la forma de actuar para ser mejor, de la esperanza que le indica que no está hecho para la muerte, sino para la vida, para la libertad, para el amor.
SALUDO DE BIENVENIDA El sacerdote y el equipo animador de la escuela de discipulado misionero parroquial, deben tener el salón de reunión bien dispuesto para que todos se sientan bien; a la vez, estar preparados para recibir con amabilidad a cada uno de los miembros que han iniciado la escuela y desde el principio propiciar el ambiente de entusiasmo que debe caracterizar al discípulo de Cristo.
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La Palabra de Dios alimenta al discípulo nosotros como ella, podamos decir: “Hágase en mí según tu Palabra” (Lc. 1,38) y como ella, podamos actuar: “Se levantó María y se fue con prontitud a la región montañosa, a una ciudad de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel…” (Lc. 1,39-40).
Dispongámonos para escuchar la Palabra de Dios, pues, una de las características esenciales del verdadero discípulo es ESCUCHAR A SU MAESTRO, estar atento a su voz, para seguir sus enseñanzas, en definitiva para vivir como su Maestro. A ejemplo de María, modelo del discípulo misionero, pidamos al Espíritu Santo que
Evangelio de San Juan 4,5-15 “Dame de beber”, tú le habrías pedido a él, y él te habría dado agua viva.» Le dice la mujer: «Señor, no tienes con qué sacarla, y el pozo es hondo; ¿de dónde, pues, tienes esa agua viva? ¿Es que tú eres más que nuestro padre Jacob, que nos dio el pozo, y de él bebieron él y sus hijos y sus ganados?» Jesús le respondió: «Todo el que beba de esta agua, volverá a tener sed; pero el que beba del agua que yo le dé, no tendrá sed jamás, sino que el agua que yo le dé se convertirá en él en fuente de agua que brota para vida eterna.» Le dice la mujer: «Señor, dame de esa agua, para que no tenga más sed y no tenga que venir aquí a sacarla.»
Llega Jesús, a una ciudad de Samaria llamada Sicar, cerca de la heredad que Jacob dio a su hijo José. Allí estaba el pozo de Jacob. Jesús, como se había fatigado del camino, estaba sentado junto al pozo. Era alrededor de la hora sexta. Llega una mujer de Samaria a sacar agua. Jesús le dice: «Dame de beber.» Pues sus discípulos se habían ido a la ciudad a comprar comida. Le dice a la mujer samaritana: «¿Cómo tú, siendo judío, me pides de beber a mí, que soy una mujer samaritana?» (Porque los judíos no se tratan con los samaritanos.) Jesús le respondió: «Si conocieras el don de Dios, y quién es el que te dice:
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El Hombre es capaz de Dios
Reflexión Doctrinal Jesús se vale en este relato del evangelio de un elemento muy cercano a todos nosotros el agua, todos conocemos los múltiples servicios que ésta presta en la vida del hombre, pero detengámonos hoy en uno particular, calmar la sed. De esta
necesidad natural que todos alguna vez hemos experimentado, Jesús hace caer en cuenta a esta mujer de la sed que en lo profundo de nuestra existencia todos tenemos: sed de felicidad, sed de paz, sed de amor…, etc.
1 NUESTRA SED DE FELICIDAD
Después de caminar y a pleno mediodía, agotado por el calor Jesús le dice a la Samaritana: “Mujer, dame de beber”. Desde esta experiencia, Jesús toma los elementos sencillos para hablar de otro tipo de sed y de la única agua que puede calmar esta sed: “Todo el que beba de esta agua, volverá a tener sed; pero el que beba del agua que yo le dé, no
tendrá sed jamás, sino que el agua que yo le dé se convertirá en él en fuente de agua que brota para la vida eterna”. (Jn. 4,14). Las múltiples aspiraciones que cotidianamente pasan por nuestra mente y nuestro corazón, podrían resumirse en la petición de esta mujer: “Señor, dame de esta
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agua, para que no tenga más sed”, pues, nuestras inquietudes, nuestros deseos, nuestros anhelos no quedan satisfechos con respuestas pasajeras, con soluciones temporales, con medicinas para poco tiempo; aspiramos a lo definitivo, a lo eterno, a la plenitud y sólo Dios puede calmar esa necesidad interior que experimenta el corazón humano. La experiencia misma de la vida nos muestra que en muchas ocasiones hemos buscado la felicidad, el saciar la sed de infinito que tenemos, afuera de nosotros: en el dinero, en el placer desenfrenado, en un vicio, incluso en una persona. Otras veces, esta búsqueda se ha replegado sobre nosotros mismos: en nuestro capricho, en nuestro egoísmo, en nuestro afán de aparecer y tener prestigio, etc.
En ambas búsquedas, la respuesta ha sido la misma, frustración ante lo que esperábamos nos daría felicidad. Cuando esto nos ha sucedido, podríamos aplicarnos las palabras del profeta Jeremías: “Doble mal ha hecho mi pueblo: a mi me dejaron, Manantial de aguas vivas, para hacerse cisternas, cisternas agrietadas, que el agua no retiene”. (Jr. 2,13)
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2 LA BÚSQUEDA DE DIOS PARA SACIAR NUESTRA SED
Hoy vuelve Jesús a decirnos: “Si alguno tiene sed, venga a mí, y beba el que crea en mí, como dice la Escritura: de su seno correrán ríos de agua viva” (Jn. 7,37-38). Todo lo que estamos afirmando lo resume el Catecismo de la Iglesia Católica cuando nos dice: “El deseo de Dios está inscrito en el corazón del hombre, porque el hombre ha sido creado por Dios y para Dios; y Dios no cesa de atraer al hombre hacia sí, y sólo en Dios encontrará el hombre la verdad y la dicha que no cesa de buscar” (CIC. 27). El mismo Catecismo nos recuerda la experiencia de San Agustín quien después de buscar de muchas formas la felicidad,
encontró a Dios muy dentro de él, escuchemos la confesión de Agustín: “Tú eres grande, Señor, y muy digno de alabanza: grande es tu poder, y tu sabiduría no tiene medida. Y el hombre, pequeña parte de tu creación, pretende alabarte, precisamente el hombre que, revestido de su condición mortal, lleva en sí el testimonio de su pecado y el testimonio de que tú resistes a los soberbios. A pesar de todo, el hombre, pequeña parte de tu creación, quiere alabarte. Tú mismo le
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incitas a ello, haciendo que encuentre sus delicias en tu alabanza, porque nos has hecho para ti y nuestro corazón está inquieto mientras no descansa en ti” (S. Agustín, conf. 1,1,1). (CIC. 30). Jesús pues, como le propuso a la samaritana, hoy nos hace una propuesta radical: dar un sentido y un horizonte nuevo a la propia vida, buscando el agua viva, buscándolo a Él. Esta búsqueda hay que hacerla en Dios y no en las criaturas, a Cristo hay que buscarlo más allá de nuestras pequeñas reflexiones racionales.
Pero no basta saber esto intelectualmente, necesitamos saber cómo hacer para encontrarlo, preguntarnos como el joven del evangelio: “Maestro bueno, qué he de hacer para tener en herencia la vida eterna” (Lc. 8,18). Y entonces, preocuparnos como en la parábola del evangelio, por ir en búsqueda de la perla fina. (cf. Mt. 13,45-46). Es necesario pues, saciar la sed en los manantiales de agua viva, permanecer alimentándonos de su fuente y no descuidarnos en la relación con Dios, así lo advierte
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el Catecismo: “Pero esta "unión íntima y vital con Dios" (GS. 19,1) puede ser olvidada, desconocida e incluso rechazada explícitamente por el hombre. Tales actitudes pueden tener orígenes muy diversos (cf. GS. 19-21): la rebelión contra el mal en el mundo, la ignorancia o la indiferencia religiosas, los afanes del mundo y de las riquezas (cf. Mt. 13,22), el mal ejemplo de los creyentes, las corrientes del pensamiento hostiles a la religión, y finalmente esa actitud del hombre pecador que, por miedo, se oculta de Dios
(cf. Gn. 3,8–10) y huye ante su llamada” (cf. Jon. 1,3). (CIC. 29). "Se alegre el corazón de los que buscan a Dios" (Sal. 105,3). Si el hombre puede olvidar o rechazar a Dios, Dios no cesa de llamar a todo hombre a buscarle para que viva y encuentre la dicha. Pero esta búsqueda exige del hombre todo el esfuerzo de su inteligencia, la rectitud de su voluntad, "un corazón recto", y también el testimonio de otros que le enseñen a buscar a Dios.” (CIC. 30).
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3 CONTAR A OTROS A QUIÉN HEMOS ENCONTRADO
Finalmente, pensemos en la samaritana, quien entendió en este encuentro con Cristo, que debía transmitir su felicidad a otros. En el texto que hemos escuchado la encontramos transformada en discípula misionera. “La mujer, dejando su cántaro, corrió a la ciudad y dijo a la gente: Venid a ver a un hombre que me ha dicho todo lo que he hecho. ¿No será el Cristo?. Salieron de la ciudad e iban donde Él” (Jn. 4, 28-30). Regresando a los suyos, ella deja su cántaro de agua, aquel que nunca logró recoger el agua para saciar su deseo de felicidad y va contando a todos, sin reservas, sin vergüenza, aquello que le ha dicho Jesús. Ojalá, nuestra experiencia en esta escuela de discipulado misionero
nos permita dejar los cántaros que hemos llenado con aguas que nos han dejado insatisfechos, para que, encontrando el “Agua viva”, muchos otros hermanos puedan decir lo mismo que aquellos samaritanos que escucharon a la mujer: “Muchos samaritanos de aquella ciudad creyeron en él por las palabras de la mujer que atestiguaba: «Me ha dicho todo lo que he hecho.» Cuando llegaron donde él los samaritanos, le rogaron que se quedara con ellos. Y se quedó allí dos días. Y fueron muchos más los que creyeron por sus palabras, y decían a la mujer: «Ya no creemos por tus palabras; que nosotros mismos hemos oído y sabemos que éste es verdaderamente el Salvador del mundo.» (Jn. 4,39-42).
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El Hombre es capaz de Dios
Trabajo de Grupo DIALOGUEMOS Volvamos a leer el texto bíblico y detengámonos en la frase que más nos ha llamado la atención, compartamos con el grupo por qué nos llama la atención esta frase. Por parejas compartamos con el otro nuestra experiencia cotidiana. ¿Qué es para nosotros la felicidad? ¿Dónde hemos buscado saciar la sed de felicidad que deseamos? ¿Qué nos enseña el texto y las reflexiones que hemos hecho sobre la búsqueda de la felicidad? ¿A qué nos comprometen? ¿Cómo podemos compartir con otros lo que hoy hemos aprendido?
DIDÁCTICA Esta actividad puede iniciarse en el encuentro parroquial, pero es preferible que las personas con más tiempo en su casa la hagan serenamente para que puedan leer con pausa los textos de la Sagrada Escritura. Observa los siguientes personajes del evangelio que aparecen en la columna izquierda, todos ellos se han encontrado con Cristo; algunos para solucionar una duda, otros por curiosidad, otros buscando la curación de su enfermedad, otros deseando felicidad, etc., relaciónalos con las citas bíblicas de la columna derecha que debes buscar y leer para unirlos con una línea.
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Escuela Diocesana de Discipulado Misionero Escribe las expresiones que más te impresionen de los textos en un hoja y ora con ellas, tal vez, en el próximo encuentro puedas compartir algunas ideas con tus compañeros. El leproso El centurión romano El paralítico Leví La mujer cananea El endemoniado de Gerasa El ciego Bartimeo La viuda de Naín La mujer enferma Zaqueo Los discípulos de Emaús Nicodemo La samaritana La mujer adúltera El ciego de nacimiento Los griegos que buscan a Jesús
Mateo 9,9-12 Juan 8,1-11 Marcos 10,46-52 Juan 9,1-41 Mateo 9,1-8 Juan 3,1-15 Juan 12,20-26 Lucas 19,1-10 Mateo 15,21-28 Lucas 7,11-17 Mateo 8,5-13 Lucas 13,10-17 Juan 4,1-42 Lucas 24,13-55 Mateo 8,1-4 Marcos 5,1-20
PARA RECORDAR “Dios mismo, al crear al hombre a su propia imagen, inscribió en el corazón de éste el deseo de verlo. Aunque el hombre a menudo ignore tal deseo, Dios no cesa de atraerlo hacia sí, para que viva y encuentre en Él aquella plenitud de verdad y felicidad a la que aspira sin
descanso. En consecuencia, el hombre, por naturaleza y vocación, es un ser esencialmente religioso, capaz de entrar en comunión con Dios. Esta íntima y vital relación con Dios otorga al hombre su dignidad fundamental”. (CC. 2).
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Oremos como Iglesia Después de haber compartido este tema, de ser conscientes de nuestro deseo de Dios, unámonos al salmista que mucho antes de Cristo, oraba con estas palabras, proclamémoslas lentamente; muchos hombres y
mujeres en el mundo, alguna vez las han pronunciado, nosotros lo hacemos ahora como Iglesia creyente, pensando en nuestro ser de cristianos, pero también en tantos que aún no son conscientes del deseo de Dios dentro de sí, por ellos y por nosotros, oramos:
SALMO 41 Como busca la sierva corrientes de agua, así mi alma te busca a ti, Dios mío;
Cuando mi alma se acongoja, te recuerdo, desde el Jordán y el Hermón y el monte Menor. Una sima grita a otra sima con voz de cascadas: tus torrentes y tus olas me han arrollado.
tiene sed de Dios, del Dios vivo: ¿cuándo entraré a ver el rostro de mi Dios?
De día el Señor me hará misericordia, de noche cantaré la alabanza del Dios de mi vida.
Las lágrimas son mi pan noche y día, mientras todo el día me repiten "¿dónde está tu Dios?"
Diré a Dios: Roca mía ¿por qué me olvidas? ¿por qué voy andando sombrío, hostigado por mi enemigo?
Recuerdo otros tiempos, mi alma desfallece de tristeza: como marchaba a la cabeza del grupo, hacia la casa de Dios, entre cantos de júbilos y alabanzas, en el bullicio de la fiesta.
Se me rompen los huesos por las burlas del adversario; todo el día me preguntan "¿dónde está tu Dios?"
¿Por qué te acongojas, alma mía, por qué te me turbas? Espera en Dios que volverás a alabarlo: "salud de mi rostro, Dios mío".
¿Por qué te acongojas, alma mía, por qué te me turbas? Espera en Dios, que volverás a alabarlo: "salud de mi rostro Dios mío".
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Lecturas Complementarias Lectura 1
VARIADAS DIMENSIONES DE LA VIDA DE CRISTO (Documento de Aparecida 355 - 357)
“Jesucristo es plenitud de vida que eleva la condición humana a condición divina para su gloria. “Yo he venido para dar vida a los hombres y para que la tengan en plenitud” (Jn. 10,10). Su amistad no nos exige que renunciemos a nuestros anhelos de plenitud vital, porque Él ama nuestra felicidad también en esta tierra. Dice el Señor que Él creó todo “para que lo disfrutemos” (1Tim. 6,17). La vida nueva de Jesucristo toca al ser humano entero y desarrolla en plenitud la existencia humana “en su dimensión personal, familiar, social y cultural”. Para ello, hace falta entrar en un proceso de cambio que transfigure los variados aspectos
de la propia vida. Sólo así, se hará posible percibir que Jesucristo es nuestro salvador en todos los sentidos de la palabra. Sólo así, manifestaremos que la vida en Cristo sana, fortalece y humaniza. Porque “Él es el Viviente, que camina a nuestro lado, descubriéndonos el sentido de los acontecimientos, del dolor y de la muerte, de la alegría y de la fiesta”. La vida en Cristo incluye la alegría de comer juntos, el entusiasmo por progresar, el gusto de trabajar y de aprender, el gozo de servir a quien nos necesite, el contacto con la naturaleza, el entusiasmo de los proyectos comunitarios, el placer de una sexualidad vivida según el Evangelio, y todas las cosas que el Padre nos regala como signos
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El Hombre es capaz de Dios de su amor sincero. Podemos encontrar al Señor en medio de las alegrías de nuestra limitada existencia y, así, brota una gratitud sincera. Pero el consumismo hedonista e individualista, que pone la vida humana en función de un placer inmediato y sin límites, oscurece el sentido de la vida y la degrada. La vitalidad que Cristo ofrece nos invita a ampliar nuestros horizontes, y a reconocer que, abrazando la cruz cotidiana, entramos en las dimensiones más profundas de la existencia. El Señor, que nos invita a valorar las cosas y a progresar, también nos
previene sobre la obsesión por acumular: “No amontonen tesoros en esta tierra” (Mt. 6,19). “¿De qué le sirve a uno ganar todo el mundo, si pierde su vida?” (Mt. 16,26). Jesucristo nos ofrece mucho, incluso mucho más de lo que esperamos. A la Samaritana le da más que el agua del pozo, a la multitud hambrienta le ofrece más que el alivio del hambre. Se entrega Él mismo como la vida en abundancia. La vida nueva en Cristo es participación en la vida de amor del Dios Uno y Trino. Comienza en el bautismo y llega a su plenitud en la resurrección final.
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Escuela Diocesana de Discipulado Misionero Lectura 2 Mensaje de Juan Pablo II
"QUEREMOS VER A JESÚS!" (Jn 12,21) Con motivo de la 19 Jornada Mundial de la Juventud Celebración diocesana de Roma, domingo de Ramos, 4 de abril de 2004
Es la pregunta que algunos “griegos” le hicieron un día a los Apóstoles. Querían saber quién era Jesús. No se trataba simplemente de acercarse para saber cómo se presentaba el hombre Jesús. Movidos por una gran curiosidad y con el presentimiento de encontrar la respuesta a sus preguntas fundamentales, querían saber quién era realmente y de dónde venía. Yo también os invito a imitar a los “griegos” que se dirigieron a Felipe, movidos por el deseo de “ver a Jesús”. Que vuestra búsqueda no esté motivada simplemente por la curiosidad intelectual, aunque en sí misma tiene un gran valor, sino que esté estimulada sobre todo por la exigencia profunda de encontrar la respuesta a la pregunta sobre el
sentido de vuestra vida. Como el joven rico del Evangelio, buscad también vosotros a Jesús y preguntadle: “¿Qué he de hacer para tener en herencia vida eterna?” (Mc. 10,17). El evangelista Marcos precisa que Jesús, fijando en él su mirada, le amó. Pensad también en ese otro episodio en el que Jesús le dice a Natanael: “Antes de que Felipe te llamara, cuando estabas bajo la higuera, te vi”, haciendo brotar del corazón de aquel israelita en el que no había engaño (cfr. Jn. 1,47) una hermosa profesión de fe: “Rabbí, tú eres el Hijo de Dios” (Jn. 1,49). Quien se acerca a Jesús con el corazón libre de prejuicios puede llegar sin grandes dificultades a la fe, porque es el mismo Jesús quien en primer lugar le ha visto y le ha amado.
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El Hombre es capaz de Dios
El aspecto más sublime de la dignidad del hombre está precisamente en su vocación a establecer una relación con Dios en este profundo intercambio de miradas que transforma la vida. Para ver a Jesús lo primero que hace falta es dejarse mirar por él. El deseo de ver a Dios está en el corazón de cada hombre y de cada mujer. Queridos jóvenes, dejad que Jesús os mire a los ojos, para que crezca en vosotros el deseo de ver la Luz, de gustar el esplendor de la Verdad. Seamos o no conscientes, Dios nos ha
creado porque nos ama y para que nosotros le amemos. Esto explica la insuprimible nostalgia de Dios que el hombre lleva en su corazón: “Tu rostro, Señor, yo busco. No me ocultes tu rostro” (Sal. 27,8). Este rostro –lo sabemos– Dios nos lo ha revelado en Jesucristo. ¿Vosotros también queréis contemplar la belleza de ese Rostro? Ésta es la pregunta que os hago. No os lancéis a responder. Antes que nada haced silencio en vuestro interior. Dejad que emerja desde lo profundo de
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vuestro corazón el ardiente deseo de ver a Dios, un deseo a veces sofocado por los rumores del mundo y por las seducciones de los placeres. Dejad que en vosotros nazca este deseo y experimentaréis la maravilla del encuentro con Jesús. El cristianismo no es simplemente una doctrina; es un encuentro en la fe con Dios hecho presente en nuestra historia con la encarnación de Jesús.
Poned todos los medios a vuestro alcance para hacer posible este encuentro, mirando a Jesús que os busca apasionadamente. Buscadlo con los ojos de la carne a través de los acontecimientos de la vida y en el rostro de los demás; pero buscadlo también con los ojos del alma por medio de la oración y la meditación de la Palabra de Dios, porque “la contemplación del rostro de Cristo se centra sobre todo en lo que de él dice la Sagrada Escritura” (NMI. 17). Ver a Jesús, contemplar su Rostro, es un deseo insuprimible, pero un deseo que el hombre desgraciadamente llega incluso a deformar. Es lo que sucede con el pecado, cuya esencia está precisamente en apartar los ojos del creador para mirar a la criatura. Aquellos “griegos” que buscaban la verdad no hubieran podido
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El Hombre es capaz de Dios
acercarse a Cristo si su deseo, movido por un acto libre y voluntario, no se hubiese concretizado en una decisión clara: “Queremos ver a Jesús”. Ser realmente libres significa tener la fuerza para elegir a Aquel por el que hemos sido creados y aceptar su señoría sobre nuestra vida. Lo percibís en el fondo de vuestro corazón: todos los bienes de la tierra, todos los éxitos profesionales, el mismo amor humano que soñáis, nunca podrán satisfacer plenamente vuestros deseos más íntimos y profundos. Sólo el encuentro con Jesús podrá dar pleno sentido a vuestra vida: “Nos has hecho para ti, Señor, y nuestro corazón está inquieto hasta que repose en ti”, ha escrito San Agustín (Confesiones I,1). No os distraigáis en esta búsqueda. Perseverad en ella, porque lo que está en juego es vuestra plena realización y vuestro gozo.
Queridos amigos, si aprendéis a descubrir a Jesús en la Eucaristía, lo sabréis descubrir también en vuestros hermanos y hermanas, sobre todo en los más pobres. La Eucaristía recibida con amor y adorada con fervor es escuela de libertad y de caridad para realizar el mandamiento del amor. Jesús nos habla el lenguaje maravilloso del don de sí mismo y del amor hasta el sacrificio de la propia vida. ¿Es un discurso fácil? Bien sabéis que no. El olvido de sí no es fácil; éste aleja del amor posesivo y narcisista para abrir al hombre al gozo del amor que se dona. Esta escuela eucarística de libertad y de caridad enseña a superar las emociones superficiales para radicarse firmemente en lo que es verdadero y bueno; libra del encerrarse en uno mismo y prepara para abrirse a los demás, enseña a pasar de un amor afectivo a un amor efectivo.
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Porque amar no es sólo un sentimiento; es un acto de voluntad que consiste en preferir de manera constante, por encima del propio bien, el bien de los demás: “Nadie tiene mayor amor, que el que da su vida por sus amigos” (Jn. 15,13).
Con esta libertad interior y con esta ardiente caridad es como Jesús nos educa para encontrarlo en los demás, sobre todo en el rostro desfigurado del pobre. A la beata Teresa de Calcuta le gustaba distribuir su “tarjeta de
visita” sobre la que estaba escrito: “Fruto del silencio es la oración; fruto de la oración, la fe; fruto de la fe, el amor; fruto del amor, el servicio; fruto del servicio, la paz”. Éste es el camino del encuentro con Jesús. Id al encuentro de todos los sufrimientos humanos con la fuerza de vuestra generosidad y con el amor que Dios infunde en vuestros corazones por medio del Espíritu Santo: “En verdad os digo que cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis” (Mt 25,40). El mundo tiene necesidad urgente del gran signo profético de la caridad fraterna. No es suficiente “hablar” de Jesús; en cierto modo hay que hacerlo “ver” con el testimonio elocuente de la propia vida (cfr. NMI. 16). Y no os olvidéis de buscar a Cristo y de reconocer su presencia en la Iglesia. Ella es como la prolongación de su acción salvífica en el tiempo y en
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el espacio. En ella y por medio de ella Jesús sigue haciéndose visible hoy y sigue haciéndose encontrar por los hombres. En vuestras parroquias, movimientos y comunidades, acogeos mutuamente para que crezca la comunión entre vosotros. Éste es el signo visible de la presencia de Cristo en la Iglesia, a pesar del opaco diafragma que con frecuencia interpone el pecado de los hombres. No os sorprendáis después si en vuestro camino encontráis la cruz. ¿Acaso Jesús no les ha
dicho a sus discípulos que el grano de trigo tiene que caer en tierra y morir para dar mucho fruto? (cfr. Jn. 12,23-26)? De esta forma indicaba que su vida entregada hasta la muerte sería fecunda. Lo sabéis: después de la resurrección de Cristo, la muerte no tendrá más la última palabra. El amor es más fuerte que la muerte. Si Jesús ha aceptado la muerte en cruz, haciendo de ella el manantial de la vida y el signo del amor, no es ni por debilidad ni por gusto al sufrimiento. Es para obtenernos la salvación y hacernos partícipes de su vida divina.
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Vu e s t r o s c o n t e m p o r á n e o s esperan de vosotros que seáis testigos de Aquel que habéis encontrado y que os hará vivir. En las realidades de la vida cotidiana, sed testigos intrépidos del amor más fuerte que la muerte. Os toca a vosotros recoger este desafío. Poned vuestros talentos y vuestro ardor juvenil al servicio del anuncio de la Buena Noticia. Sed los amigos
entusiastas de Jesús que le presentan al Señor todos aquellos que desean verlo, sobre todo a los más alejados de él. Felipe y Andrés llevaron a aquellos “griegos” a Jesús: Dios se sirve de la amistad humana para llevar a los corazones a la fuente de la divina caridad. Sentíos responsables de la evangelización de vuestros amigos y de todos vuestros coetáneos. La Beata Virgen María, que durante toda la vida se dedicó asiduamente a la contemplación del rostro de Cristo, os acoja incesantemente bajo la mirada de su Hijo. La Virgen de Nazaret, como Madre atenta y paciente, modelará en vosotros un corazón contemplativo y os enseñará a fijar la mirada en Jesús para que, en este mundo que pasa, seáis profetas del mundo que no muere.
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EL DIOS
en el que creemos Encuentro
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Motivación Inicial
SALUDO DE BIENVENIDA El equipo animador parroquial unido al sacerdote, dispone el ¿QUÉ NOS PROPONEMOS? salón para el desarrollo del encuentro que de nuevo tendrán Después de entender cómo el con quienes han iniciado la deseo de Dios está inscrito en el e s c u e l a d e d i s c i p u l a d o corazón de todo ser humano, en misionero. A cada uno de los e s t e e n c u e n t r o b u s c a m o s participantes, se le da una profundizar en ¿quién es el Dios b i e n v e n i d a c a l u r o s a en que creemos? ¿cómo hemos expresándoles la alegría de llegado a saber de Él? ¿porqué encontrarse de nuevo para amarse Jesús es el camino para llegar al y compartir la fe en el único Maestro, Jesús, a quien todos Padre? queremos seguir fielmente.
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RECORDANDO EL ENCUENTRO ANTERIOR Quien orienta el encuentro, pide a algunos miembros de la escuela compartir en pocas palabras, alguno de los encuentros que Cristo tuvo con distintas personas y que en la actividad didáctica del anterior tema se había dejado como tarea. Igualmente se pueden dar algunas opiniones sobre las lecturas complementarias. Es bueno no alargarse más de 10 minutos en este recordar, por lo que quien orienta el encuentro, sea hábil para manejar las intervenciones y para hacer síntesis de las ideas tratadas en el anterior encuentro.
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La Palabra de Dios alimenta al discípulo Abramos nuestro corazón para escuchar la Palabra del Maestro, es Jesús el que nos ha dicho ¿quién es Dios?, por ello, con mayor razón escuchamos su Palabra salvadora conscientes que Él no nos engaña y que viniendo de Dios, Él ahora nos quiere llevar a su Padre, para que lo reconozcamos como nuestro Dios.
Evangelio de San Juan 10,22-42 Se celebró por entonces en Jerusalén la fiesta de la Dedicación. Era invierno. Jesús se paseaba por el Templo, en el pórtico de Salomón. Le rodearon los judíos, y le decían: «¿Hasta cuándo vas a tenernos en vilo? Si tú eres el Cristo, dínoslo abiertamente.» Jesús les respondió: «Ya os lo he dicho, pero no me creéis. Las obras que hago en nombre de mi Padre son las que dan testimonio de mí; pero vosotros no creéis porque no sois de mis ovejas. Mis ovejas escuchan mi voz; yo las conozco y ellas mi siguen. Yo les doy vida eterna y no perecerán jamás, y nadie las arrebatará de mi mano. El Padre, que me las ha dado, es más grande que todos, y nadie puede arrebatar nada de la mano del Padre. Yo y el Padre somos uno.» Los judíos trajeron otra vez piedras para apedrearle. Jesús les dijo: «Muchas obras buenas que vienen del Padre os he mostrado. ¿Por cuál de esas obras queréis apedrearme?» Le respondieron
apedrearte por ninguna obra buena, sino por una blasfemia y porque tú, siendo hombre, te haces a ti mismo Dios.» Jesús les respondió: «¿No está escrito en vuestra Ley: Yo he dicho: dioses sois? Si llama dioses a aquellos a quienes se dirigió la Palabra de Dios -y no puede fallar la Escritura- a aquel a quien el Padre ha santificado y enviado al mundo, ¿cómo le decís que blasfema por haber dicho: “Yo soy Hijo de Dios”? Si no hago las obras de mi Padre, no me creáis; pero si las hago, aunque a mí no me creáis, creed por las obras, y así sabréis y conoceréis que el Padre está en mí y yo en el Padre.» Querían de nuevo prenderle, pero se les escapó de las manos. Se marchó de nuevo al otro lado del Jordán, al lugar donde Juan había estado antes bautizando, y se quedó allí. Muchos fueron donde él y decían: «Juan no realizó ninguna señal, pero todo lo que dijo Juan de éste, era verdad.» Y muchos allí creyeron en él.
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Oremos como Iglesia MEDITACIÓN Siguiendo los pasos que la Iglesia nos propone en la Lectura Orante de la Palabra de Dios, oremos con este texto de San Juan.
LECTURA
¿Qué he entendido del texto leído? ¿Por qué me atrajo determinada frase? ¿Qué nos quiere decir hoy el Señor a nosotros?
ORACIÓN
Volvamos a leer el texto personalmente, hagámoslo de modo pausado, escuchando a Jesús que nos quiere decir ¿quién es Él? ¿Quiénes son las personas que participan de esta escena con Jesús? ¿Qué otros textos que estén en nuestra memoria, se relacionan con estas palabra de Jesús? Tratemos de repetir de memoria lo que Jesús nos dice en la Palabra?
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Dios nos ha hablado en su Palabra, ahora demos nuestra respuesta orante a través de nuestra alabanza, nuestro agradecimiento, nuestra petición. Oremos por nosotros que queremos conocer más al Señor, incrementar nuestra experiencia de Él. Oremos por la Iglesia para que permanezca siempre unida a su Señor. Oremos por quienes aún no han logrado encontrar a Dios.
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Reflexión Doctrinal El texto del evangelio de San Juan que hemos escuchado nos servirá para tratar de conocer más el Dios en quien creemos, tratemos entonces de sacar entre las muchas enseñanzas que nos deja el texto, cuatro para nuestra vida de discípulos del Señor.
1 JESÚS ES EL “CRISTO”, EL ENVIADO DEL PADRE El texto que hemos escuchado inicia con una pregunta de parte de los judíos: ¿si Tú eres el Cristo, dínoslo abiertamente? De hecho, el salvador que el Antiguo Testamento había prometido para el pueblo de Israel era esperado ansiosamente por los judíos, este salvador es el enviado por Dios, el “ungido de Dios”, es decir, el “Cristo”.
Muchos se habían querido apropiar este título para sí, pero todos habían fracasado, pues, el enviado por Dios sólo era uno, Jesús que había compartido con ellos, a quien habían escuchado en su predicación, de quien habían visto las obras prodigiosas que realizaba, que les mostraba el verdadero rostro del Padre, pero en quien todavía no creían como dirá el mismo san Juan: “Vino a su casa, y los suyos no lo recibieron” (Jn.1,11).
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Los evangelios sinópticos y especialmente el evangelio de san Juan en varias ocasiones nos narran que Jesús trató de hacer entender a los judíos la unidad tan íntima que había entre Él y el Padre: “Todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce quién es el Hijo sino el Padre; y quién es el Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar” (Lc. 10,22; cf. Mt. 11,27). “Entonces le decían: «¿Dónde está tu Padre?» Respondió Jesús: No me conocen ni a mí ni a mi Padre; si me conocieran a mí, conocerían también a mi Padre” (Jn. 8,19). “Les dijo, pues, Jesús: Cuando hayan levantado al Hijo del hombre, entonces sabrán que Yo Soy, y que no hago nada por mi propia cuenta; sino que, lo que el Padre me ha enseñado, eso es lo que hablo” (Jn. 8,28).“Porque yo no he hablado por mi cuenta, sino que el Padre que me ha enviado me ha mandado lo que tengo que
decir y hablar” (Jn. 12,49). (cf. Jn. 5,43; Jn. 8,38; Jn. 8,42; Jn. 8,54; Jn.14,10; Jn.15,23) Esta realidad de Dios que se nos da a conocer en su Hijo Jesucristo, la sintetiza el Catecismo de la Iglesia con las siguientes palabras: “Jesús ha revelado que Dios es "Padre" en un sentido nuevo: no lo es sólo en cuanto Creador, es eternamente Padre en relación a su Hijo Único, que recíprocamente sólo es Hijo en relación a su Padre: "Nadie conoce al Hijo sino el Padre, ni al Padre le conoce nadie sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar" (Mt. 11,27). Por eso los apóstoles confiesan a Jesús como "el Verbo que en el principio estaba junto a Dios y que era Dios" (Jn. 1,1), como "la imagen del Dios invisible" (Col. 1,15), como "el resplandor de su gloria y la impronta de su esencia" (Hb. 1,3). (CIC. 240-241).
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De otra parte, el Papa Benedicto XVI en el discurso inaugural de la Conferencia de Aparecida señalaba la necesidad de Cristo, para poder conocer a Dios, decía entonces: “Sólo Dios conoce a Dios, sólo su Hijo que es Dios de Dios, Dios verdadero, lo conoce. Y Él, "que está en el seno del Padre, lo ha contado" (Jn. 1,18).
De aquí la importancia única e insustituible de Cristo para nosotros, para la humanidad. Si no conocemos a Dios en Cristo y con Cristo, toda la realidad se convierte en un enigma indescifrable; no hay camino y, al no haber camino, no hay vida ni verdad”.
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2 LAS OBRAS DE JESÚS
TESTIMONIAN QUE VIENE DEL PADRE Jesús no responde a la pregunta de los judíos con palabras concretas, sino que presenta las acciones que ha venido realizando delante de ellos: “las obras que hago en nombre de mi Padre son las que dan testimonio de mí”… ¿Cuáles son estas obras con las que Jesús acompaña sus palabras?: Los milagros que fortalecen la fe en Aquel que hace las obras de su Padre; la liberación del mal del pecado, del hambre, de la injusticia, de la enfermedad y de la muerte; la derrota de Satanás liberando a los endemoniados. Todas estas obras las conocemos por los evangelios: Qué lenguaje más expresivo y evidente como el de
las buenas obras a favor de los hombres para manifestar que es Dios, que viene del Padre, que es el “Esperado”, el “Mesías”, el “Ungido”, el “Cristo”. Los judíos, sin embargo, no aceptan estas obras, no quieren verlas. Preguntémonos hoy nosotros si vemos las obras de Jesús, si creemos en sus Palabras, si lo aceptamos como venido del Padre, como Dios entre nosotros. Jesús quiere que reflexionemos en sus palabras y obras sin prejuicios e intereses humanos, que creamos en Él, que sigamos creciendo en su conocimiento para seguirlo con fidelidad.
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3 JESÚS ES EL BUEN PASTOR
AL QUE LAS OVEJAS ESCUCHAN En esta discusión con los judíos, Jesús utiliza esta imagen tan conocida por los israelitas para hacernos entender qué significa ser de los suyos: “Mis ovejas escuchan mi voz; yo las conozco y ellas mi siguen. Yo les doy vida eterna y no perecerán jamás, y nadie las arrebatará de mi mano. El Padre, que me las ha dado, es más grande que todos, y nadie puede arrebatar nada de la mano
del Padre” (Jn. 10,27-28). Esta realidad de ser ovejas de Jesús, es decir, de escuchar al Pastor, es una característica que puede chocar en un mundo como el nuestro, que busca ser independiente y en vez de escuchar y obedecer a Dios, quiere ser autónomo, tal y como sucedió al origen de la humanidad, según nos relata el libro del Génesis. (cf. Gn. 3,5).
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La intimidad con Dios a la que nos lleva Jesús se fundamenta en la escucha de la voz del Pastor, escucha que produce la obediencia, el seguimiento sin reservas para obtener la vida eterna, la vida de Dios. Conociendo a Jesús, siguiéndolo, creciendo en Él, se conoce a Dios, porque Jesús es Dios. Así las ovejas sentirán la protección del Pastor y éste por estar íntimamente unido al Padre, asegura que ningún poder mundano podrá arrebatarlas de
sus manos, si permanecen unidos a Él. Al cuidado del Buen Pastor por sus ovejas, se une la solicitud del Padre “que se las ha dado”, para formar juntos la unidad querida por Dios mismo (cf. Jn. 17,21). Escuchar la voz de Jesús y ver las obras que realiza en nombre del Padre, demuestran que Jesús y el Padre son uno, por tanto, rechazar a Jesús es rechazar al Padre y aceptar a Jesús es aceptar al Padre.
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4 JESUCRISTO VERDADERO DIOS
Y VERDADERO HOMBRE
Los discípulos que vivieron cerca de Jesús, lo conocieron y experimentaron como hombre: observan que Jesús duerme, siente hambre y sed, experimenta alegría y cansancio, tiene amigos y se muestra afectuoso con ellos, es plenamente hombre y se comporta como hombre. Este Jesús, enviado por el Padre, hecho hombre en la Encarnación, es verdaderamente Dios, lo confirma el hecho de la resurrección, Él mismo lo había dicho: “Cuando hayan levantado al Hijo del hombre, entonces sabrán que Yo Soy” (Jn. 8,28). La resurrección de Cristo demostró que verdaderamente era Hijo de Dios y Dios mismo. San Pablo afirma: “La promesa hecha a los
padres, Dios la ha cumplido en nosotros al resucitar a Jesús” (Hch. 13,32-33). “El acontecimiento único y totalmente singular de la Encarnación del Hijo de Dios no significa que Jesucristo sea en parte Dios y en parte hombre, ni que sea el resultado de una mezcla confusa entre lo divino y lo humano. El se hizo verdaderamente hombre sin dejar de ser verdaderamente Dios. Jesucristo es verdadero Dios y verdadero hombre. La Iglesia debió defender y aclarar esta verdad de fe durante los primeros siglos frente a unas herejías que la falseaban”.
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(CIC. 464).
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Trabajo de Grupo
DIALOGUEMOS Por parejas reflexionemos sobre las siguientes preguntas: ¿Qué te enseñaron de Dios en la infancia? ¿Cómo es tu imagen de Dios? ¿Cuál es la imagen que Cristo nos presenta de Dios? El Dios en que creemos ¿cómo es?
DIDÁCTICA La actividad que se propone requiere que los participantes busquen en los evangelios distintas notas características de Jesús que lo presentan como verdadero Dios y verdadero hombre.
Esta actividad puede iniciarse haciendo en el encuentro parroquial, pero es preferible que las personas con más tiempo en su casa lo hagan calmadamente para que puedan leer con pausa los textos de la Sagrada Escritura.
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GRUPO
REFLEXIÓN
CITAS BÍBLICAS
¿Cómo piensa Jesús?, ¿Qué piensa?, ¿En qué sueña?, ¿Por qué hace las cosas?
Mt 5,3-12; Mt 18,1-4; Mc 15,16-22; Mt 6,1-34; Lc 12,22-32; Jn 19,30
OJOS
¿Qué mira Jesús?, ¿Cómo miran sus ojos?, ¿A quién miran?, ¿Qué nos enseña su mirada?
Mc 12,41-44; Mt 6,22-34; Lc 6,41-42; Jn 11,32-44, Lc 19,1-10, Lc 22,60-62.
BOCA
¿Qué palabras repite más?, ¿De qué habla? ¿Con quién dialoga?, ¿Qué enseña y predica?, ¿Qué denuncia?
Mt 4,17; Mt 5,3-12; Mc 1,15; Lc 11,1-4; Mt 11,25-30; Lc 11,42-44; Mt 16,24-26 Jn 10,1-18; Mt 4,23
CORAZÓN
¿Qué amores llenan el corazón de Jesús?, ¿Qué sentimientos tiene?, ¿Qué valora y aprecia?,
Mt 6,19-21; Mt 6,25-34; Mt 11,28-30; Mt 22,34-40; Lc 6,27-30; Lc 15,1-32;
MANOS
¿Qué hace Jesús con sus manos?, ¿A quién toca?, ¿Con quiénes se relaciona?, ¿A qué da más importancia?
Mt 4,23-25; Mt 6,1-4; Mt 8,1s Mt 9,18-31; Mt 19,13-15; Mt 20,26-34; Mc 2,15-17.
PIES
¿Qué caminos recorre Jesús?, ¿Qué lugares visita?, ¿Qué esfuerzos realiza?, ¿Hacia dónde camina?
Mt 7,13-14; Mt 8,18-22; Mt 9,35-38; Mt 16,24-26; Mt 18,12-14; Lc 6,12-16;
CABEZA
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Lecturas Complementarias PARA RECORDAR “Jesucristo nos revela que Dios es «Padre», no sólo en cuanto es Creador del universo y del hombre sino, sobre todo, porque engendra eternamente en su seno al Hijo, que es su Verbo, «resplandor de su gloria e impronta de su sustancia» (Hb. 1, 3). (CC. 46).
La Iglesia tiene la gran tarea de custodiar y alimentar la fe del Pueblo de Dios, y recordar también a los fieles de este Continente que, en virtud de su bautismo, están llamados a ser discípulos y misioneros de Jesucristo. Esto conlleva seguirlo, vivir en intimidad con Él, imitar su ejemplo y dar testimonio. Todo bautizado Lectura 1 recibe de Cristo, como los Apóstoles, el mandato de la DISCÍPULOS Y MISIONEROS misión: "Id por todo el mundo y Del Papa Benedicto XVI proclamad la Buena Nueva a toda en el Discurso inaugural de la Conferencia de Aparecida la creación. El que crea y sea bautizado, se salvará" (Mc. 16,15). Pues ser discípulos y misioneros de Jesucristo y buscar Esta Conferencia General tiene la vida "en Él" supone estar como tema: "Discípulos y profundamente enraizados en Él. misioneros de Jesucristo, para que nuestros pueblos en Él tengan ¿Qué nos da Cristo realmente? vida. -Yo soy el Camino, la ¿Por qué queremos ser discípulos Verdad y la Vida-" (Jn. 14,6). de Cristo? Porque esperamos
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¿Qué es lo real? ¿Son "realidad" sólo los bienes materiales, los problemas sociales, económicos y políticos? Aquí está precisamente el gran error de las tendencias dominantes en el último siglo, error destructivo, como demuestran los resultados tanto de los sistemas marxistas como incluso de los capitalistas. Ante la prioridad de la fe en Falsifican el concepto de realidad Cristo y de la vida "en Él", con la amputación de la realidad formulada en el título de esta V fundante y por esto decisiva, que Conferencia, podría surgir es Dios. Quien excluye a Dios de también otra cuestión: Esta su horizonte falsifica el concepto prioridad, ¿no podría ser acaso de "realidad" y, en consecuencia, una fuga hacia el intimismo, sólo puede terminar en caminos hacia el individualismo religioso, equivocados y con recetas un abandono de la realidad destructivas. urgente de los grandes problemas económicos, sociales y políticos L a p r i m e r a a f i r m a c i ó n de América Latina y del mundo, y f u n d a m e n t a l e s , p u e s , l a una fuga de la realidad hacia un siguiente: Sólo quien reconoce a Dios, conoce la realidad y puede mundo espiritual? responder a ella de modo Como primer paso podemos adecuado y realmente humano. responder a esta pregunta con La verdad de esta tesis resulta otra: ¿Qué es esta "realidad"? evidente ante el fracaso de todos encontrar en la comunión con Él la vida, la verdadera vida digna de este nombre, y por esto queremos darlo a conocer a los demás, comunicarles el don que hemos hallado en Él. Pero, ¿es esto así? ¿Estamos realmente convencidos de que Cristo es el camino, la verdad y la vida?
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los sistemas que ponen a Dios entre paréntesis. Pero surge inmediatamente otra pregunta: ¿Quién conoce a Dios? ¿Cómo podemos conocerlo? No podemos entrar aquí en un complejo debate sobre esta cuestión fundamental. Para el cristiano el núcleo de la respuesta es simple: Sólo Dios conoce a Dios, sólo su Hijo que es Dios de Dios, Dios verdadero, lo conoce. Y Él, "que está en el seno del Padre, lo ha contado" (Jn. 1,18). De aquí la importancia única e insustituible de Cristo para nosotros, para la humanidad. Si no conocemos a Dios en Cristo y
con Cristo, toda la realidad se convierte en un enigma indescifrable; no hay camino y, al no haber camino, no hay vida ni verdad. Dios es la realidad fundante, no un Dios sólo pensado o hipotético, sino el Dios de rostro humano; es el Dios-con-nosotros, el Dios del amor hasta la cruz. Cuando el discípulo llega a la comprensión de este amor de Cristo "hasta el extremo", no puede dejar de responder a este amor sino es con un amor s e m e j a n t e : " Te s e g u i r é adondequiera que vayas" (Lc. 9,57).
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Todavía nos podemos hacer otra pregunta: ¿Qué nos da la fe en este Dios? La primera respuesta es: nos da una familia, la familia universal de Dios en la Iglesia católica. La fe nos libera del aislamiento del yo, porque nos lleva a la comunión: el encuentro con Dios es, en sí mismo y como tal, encuentro con los hermanos, un acto de convocación, de unificación, de responsabilidad hacia el otro y hacia los demás. En este sentido, la opción preferencial por los pobres está implícita en la fe cristológica en aquel Dios que se ha hecho pobre por nosotros, para enriquecernos con su pobreza (cf. 2Cor. 8,9). Pero antes de afrontar lo que comporta el realismo de la fe en el Dios hecho hombre, tenemos que profundizar en la pregunta: ¿cómo conocer realmente a Cristo para poder seguirlo y vivir con Él, para encontrar la vida en Él y para comunicar esta vida a los demás, a la sociedad y al
mundo? Ante todo, Cristo se nos da a conocer en su persona, en su vida y en su doctrina por medio de la Palabra de Dios. Al iniciar la nueva etapa que la Iglesia misionera de América Latina y del Caribe se dispone a emprender, a partir de esta V Conferencia General en Aparecida, es condición indispensable el conocimiento profundo de la Palabra de Dios. Por esto, hay que educar al pueblo en la lectura y meditación de la Palabra de Dios: que ella se convierta en su alimento para que, por propia experiencia, vean que las palabras de Jesús son espíritu y vida (cf. Jn. 6,63). De lo contrario, ¿cómo van a anunciar un mensaje cuyo contenido y espíritu no conocen a fondo? Hemos de fundamentar nuestro compromiso misionero y toda nuestra vida en la roca de la Palabra de Dios. Para ello, animo a los Pastores a esforzarse en darla a conocer.
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Un gran medio para introducir al Pueblo de Dios en el misterio de Cristo es la catequesis. En ella se trasmite de forma sencilla y substancial el mensaje de Cristo. Convendrá por tanto intensificar la catequesis y la formación en la fe, tanto de los niños como de los jóvenes y adultos. La reflexión madura de la fe es luz para el camino de la vida y fuerza para ser testigos de Cristo. Para ello se dispone de instrumentos muy valiosos como son el Catecismo de la Iglesia Católica y su versión más breve, el Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica. En este campo no hay que limitarse sólo a las homilías, conferencias, cursos de Biblia o teología, sino que se ha de recurrir también a los medios de comunicación: prensa, radio y televisión, sitios de internet, foros y tantos otros sistemas para comunicar eficazmente el mensaje de Cristo a un gran número de personas.
En este esfuerzo por conocer el mensaje de Cristo y hacerlo guía de la propia vida, hay que recordar que la evangelización ha ido unida siempre a la promoción humana y a la auténtica liberación cristiana. "Amor a Dios y amor al prójimo se funden entre sí: en el más humilde encontramos a Jesús mismo y en Jesús encontramos a Dios" (DCE. 15). Por lo mismo, será también necesaria una catequesis social y una adecuada formación en la doctrina social de la Iglesia, siendo muy útil para ello el "Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia". La vida cristiana no se expresa solamente en las virtudes personales, sino también en las virtudes sociales y políticas. El discípulo, fundamentado así en la roca de la Palabra de Dios, se siente impulsado a llevar la Buena Nueva de la salvación a sus hermanos. Discipulado y misión son como las dos caras de
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una misma medalla: cuando el discípulo está enamorado de Cristo, no puede dejar de anunciar al mundo que sólo Él nos salva (cf. Hch. 4,12). En efecto, el discípulo sabe que sin Cristo no hay luz, no hay esperanza, no hay amor, no hay futuro.
Lectura 2
EL MISTERIO DE CRISTO De la Encíclica Redemptor Hominis - El Redentor del hombre nro. 7, del Papa Juan Pablo II.
¿Qué hay que hacer a fin de que este nuevo adviento de la Iglesia, próximo ya al final del segundo milenio, nos acerque a Aquel que la Sagrada Escritura llama: «Padre sempiterno»? Esta es la pregunta fundamental que el nuevo Pontífice debe plantearse, cuando, en espíritu de obediencia de fe, acepta la llamada según el mandato de Cristo dirigido más
de una vez a Pedro: «Apacienta mis corderos», que quiere decir: Sé pastor de mi rebaño; y después: «... una vez convertido, confirma a tus hermanos». Es precisamente aquí, carísimos Hermanos, Hijos e Hijas, donde se impone una respuesta fundamental y esencial, es decir, la única orientación del espíritu,
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la única dirección del entendimiento, de la voluntad y del corazón es para nosotros ésta: hacia Cristo, Redentor del hombre; hacia Cristo, Redentor del mundo. A Él nosotros queremos mirar, porque sólo en Él, Hijo de Dios, hay salvación, renovando la afirmación de Pedro «Señor, ¿a quién iríamos? Tú tienes palabras de vida eterna». A través de la conciencia de la Iglesia, tan desarrollada por el Concilio, a todos los niveles de esta conciencia y a través también de todos los campos de la actividad en que la Iglesia se expresa, se encuentra y se confirma, debemos tender constantemente a Aquel «que es la cabeza», a Aquel «de quien todo procede y para quien somos nosotros», a Aquel que es al mismo tiempo «el camino, la verdad» y «la resurrección y la vida», a Aquel que viéndolo nos muestra al Padre, a Aquel que
debía irse de nosotros -se refiere a la muerte en Cruz y después a la Ascensión al cielo- para que el Abogado viniese nosotros y siga viniendo constantemente como Espíritu de verdad. En Él están escondidos a todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia», y la Iglesia es su Cuerpo. La Iglesia es en Cristo como un «sacramento, o signo e instrumento de la íntima unión con Dios y de la unidad de todo el género humano» y de esto es Él la fuente. ¡El mismo! ¡Él, el Redentor! La Iglesia no cesa de escuchar sus palabras, las vuelve a leer continuamente, reconstruye con la máxima devoción todo detalle particular de su vida. Estas palabras son escuchadas también por los no cristianos. La vida de Cristo habla al mismo tiempo a tantos hombres que no están aún en condiciones de repetir con Pedro: «Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo». Él, Hijo de Dios
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de Dios vivo». Él, Hijo de Dios vivo, habla a los hombres también como Hombre: es su misma vida la que habla, su humanidad, su fidelidad a la verdad, su amor que abarca a todos. Habla además su muerte en Cruz, esto es, la insondable profundidad de su sufrimiento y de su abandono. La Iglesia no cesa jamás de revivir su muerte en Cruz y su Resurrección, que constituyen el contenido de la vida cotidiana de la Iglesia. En efecto, por mandato del mismo Cristo, su Maestro, la Iglesia celebra incesantemente la Eucaristía, encontrando en ella la «fuente de la vida y de la santidad», el signo eficaz de la
gracia y de la reconciliación con Dios, la prenda de la vida eterna. La Iglesia vive su misterio, lo alcanza sin cansarse nunca y busca continuamente los caminos para acercar este misterio de su Maestro y Señor al género humano: a los pueblos, a las naciones, a las generaciones que se van sucediendo, a todo hombre en particular, como si repitiese siempre a ejemplo del Apóstol: «que nunca entre vosotros me precié de saber cosa alguna, sino a Jesucristo, y éste crucificado». La Iglesia permanece en la esfera del misterio de la Redención que ha llegado a ser precisamente el principio fundamental de su vida y de su misión.
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EL DIOS CRISTIANO
ES EL PADRE DE NUESTRO SEテ前R JESUCRISTO Encuentro
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Motivación Inicial
SALUDO DE BIENVENIDA El sacerdote con su equipo dispone todo para este nuevo ¿QUÉ NOS PROPONEMOS? encuentro. Recordemos que el sitio donde se realizan los encuentros es importante, es Después de reflexionar sobre bueno que los que llegan a él se cómo Jesucristo nos conduce a sientan bien, observen que todo Dios, este encuentro tiene como está preparado para un nuevo finalidad, detenerse en el Dios encuentro, experimenten cómo que Jesucristo nos revela y al que son recibidos con amabilidad y siempre se dirige como “Abbá” cómo el testimonio de quienes los que significa “Padre”. Tratar de reciben los anima para seguir conocer y experimentar la perseverantes en el camino de paternidad del Padre es el objeto formación cristiana que están de nuestra reflexión ahora. realizando.
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RECORDANDO EL ENCUENTRO ANTERIOR Quien orienta el encuentro, pide a algunos miembros de la escuela compartir en pocas palabras, alguna idea de la actividad didáctica del anterior tema que se había dejado como tarea. Igualmente se pueden dar algunas opiniones sobre las lecturas complementarias. Es bueno no alargarse más de 10 minutos en este recordar, por lo que quien orienta el encuentro, sea hábil para manejar las intervenciones y para hacer síntesis de las ideas tratadas en el anterior tema.
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La Palabra de Dios alimenta al discípulo Como en los anteriores encuentros, será la Palabra de Dios la que ilumine y oriente nuestra reflexión, escuchemos con fe esta Palabra.
Carta a los Efesios 1,3-10
Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido con toda clase de bendiciones espirituales, en los cielos, en Cristo; por cuanto nos ha elegido en él antes de la fundación del mundo, para ser santos e inmaculados en su presencia, en el amor;eligiéndonos de antemano para ser sus hijos adoptivos por medio de Jesucristo, según el beneplácito de su voluntad, para alabanza de la gloria de
su gracia con la que nos agració en el Amado. En él tenemos por medio de su sangre la redención, el perdón de los delitos, según la riqueza de su gracia que ha prodigado sobre nosotros en toda sabiduría e inteligencia, d á n d o n o s a co n o cer el Misterio de su voluntad según el benévolo designio que en él se propuso de antemano, para realizarlo en la plenitud de los tiempos: hacer que todo tenga a Cristo por Cabeza, lo que está en los cielos y lo que está en la tierra.
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Reflexión Doctrinal Nos disponemos ahora a reflexionar sobre uno de los títulos más preciosos para referirnos a Dios, el título de “Padre” con el cual Jesús frecuentemente se dirigió a Él y que constituye una de las
novedades grandes en el paso del Antiguo al Nuevo Testamento, pues, el uso del término “Padre” aplicado a Dios, aparece 250 veces en los textos del Nuevo Testamento. Detengámonos entonces en las siguientes ideas:
1 NUESTRO PADRE DIOS ES UN SER CERCANO
En el Antiguo Testamento, Dios se ha dado a conocer como el Dios de la Alianza, que ha establecido con el pueblo de Israel un pacto a través de los mandamientos, después de haberlo liberado de la esclavitud de Egipto. Este Dios, no es sólo el Dios de la Alianza, sino que también es el Dios creador de todo y por tanto, el Dios dueño de todo lo creado. Si bien, el acontecimiento de la liberación de la esclavitud de Egipto y su consecuente éxodo, han sido
fruto del amor de Dios por el pueblo elegido, sin embargo, en el Antiguo Testamento los judíos no utilizan la expresión “Padre”, para referirse a Dios; ellos prefieren por el profundo respeto que tienen hacia Dios, llamarlo con títulos que expresen su trascendencia y poder tales como: Altísimo (Gn. 14,19), Creador de los confines de la tierra (Is. 40,28), Dios de los ejércitos (1Sm. 17,45), Todopoderoso (Jb. 42,2), Yahveh se llama Celoso (Ex. 34,14).
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En Jesús como hemos dicho en el encuentro anterior, no sólo podemos ver al Padre, sino que a la vez tenemos el único camino para llegar hasta Él. (cf. Jn.14,69). Dios ha enviado a su Hijo Jesús al mundo por puro amor, ésta es la única razón por la que lo envió: “En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene; en que Dios envió al mundo a su Hijo único para que vivamos por medio de Él” (1Jn. 4,9). Así pues, el amor de Dios, es el que mueve su relación con nosotros, y en el amor no hay temor, ni miedo, al contrario, el amor produce
cercanía, confianza, al amor se responde con el amor. En el Nuevo Testamento pues, Jesús nos mostrará con plena claridad la paternidad divina, la cercanía de Dios para con el hombre, ésta es una de las novedades que Él anuncia con respecto al Antiguo Testamento, proyectando además esta paternidad, no sólo al pueblo de Israel, sino a todos los hombres. Al respecto nos enseña el Catecismo de la Iglesia Católica: Al designar a Dios con el nombre de "Padre", el lenguaje de la fe
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indica principalmente dos aspectos: que Dios es origen primero de todo y autoridad transcendente y que es al mismo tiempo bondad y solicitud amorosa para todos sus hijos. Esta ternura paternal de Dios puede ser expresada también mediante la imagen de la maternidad (cf. Is. 66,13; Sal. 131,2) que indica más expresivamente la inmanencia de Dios, la intimidad entre Dios y su criatura. El lenguaje de la fe se sirve así de la experiencia humana de los padres que son en cierta manera los primeros representantes de Dios para el hombre. Pero esta experiencia dice también que los padres humanos son falibles y que pueden desfigurar la imagen de la paternidad y de la maternidad. Conviene recordar, entonces, que Dios transciende la distinción humana de los sexos. No es hombre ni mujer, es Dios. Tr a n s c i e n d e t a m b i é n l a paternidad y la maternidad
humanas (cf. Sal. 27,10), aunque sea su origen y medida (cf. Ef. 3,14; Is. 49,15): Nadie es padre como lo es Dios. (CIC. 239).
2 ABBÁ
La novedad del Nuevo Te s t a m e n t o q u e v e n i m o s comentando, radica ante todo en el sentido excepcional y único con el que Jesús manifiesta su relación con Dios, al llamarlo “Abbá”, palabra aramea, que era el término tierno y amoroso con el que los niños llamaban a su papá, si bien, no se puede reducir la expresión sólo al lenguaje infantil. El modo de esta relación de Jesús con su “Abbá”, escandalizó a los judíos que se irritaron varias veces al escuchar que Jesús se consideraba “Hijo de Dios” (cf. Mt. 26,63-66; Jn. 10,34). De este modo, pues, Jesús
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no sólo habla de Dios como su Padre, sino que lo invoca como tal, y con ello manifiesta la conciencia de su cercanía a Dios, de su intimidad con Él, de la confianza y amor que lo unen con su “Abbá”. Pero la novedad del Nuevo Testamento no es sólo que Jesús llame a Dios “Abbá", sino que además, invita a sus discípulos a que también llamen e invoquen a Dios con el mismo nombre de Padre: “Ustedes, pues, oren así: Padre nuestro…” (Mt. 6,9; cf. Lc. 11,2) y luego san Pablo en sus escritos indicará que los hombres cuando han recibido el sacramento del Bautismo por el que se hacen hijos de Dios, pueden dirigirse a Él por la acción del Espíritu Santo, como a su “Abbá”: “Pues no recibieron un espíritu de esclavitud para recaer en el temor; antes bien, recibieron un espíritu de hijos adoptivos que nos hace
exclamar: ¡Abbá, Padre!” (Rm. 8,15; cf. Gal. 4,6). Esto no quiere decir que el modo de ser hijo de Jesús, sea el mismo modo de ser hijos, los hombres; de hecho Jesús en varias ocasiones señala que su relación filial con el Padre es única; sin embargo, todos los hombres por Jesús quedamos involucrados en el amor del Padre por su Hijo Jesucristo: “Para que sea uno, como nosotros somos uno: yo en ellos y tú en mí, para que sean perfectamente uno, y el mundo conozca que tú me has enviado y que los has amado a ellos como me has amado a mí” (Jn. 17, 2223); “Pues a los que de antemano conoció, también los predestinó a reproducir la imagen de su Hijo, para que Él fuera el primogénito entre muchos hermanos” (Rm. 8,29); “eligiéndonos de antemano para ser sus hijos adoptivos por medio de Jesucristo” (Ef. 1,5)
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EL “MISTERIO” DEL AMOR PATERNO
¿Qué es exactamente este “misterio de Dios”, ese designio establecido por la voluntad del Padre que Cristo nos ha revelado? En su carta a los Efesios (Ef. 1,310) -que hemos escuchado al inicio de nuestro encuentro-, el autor sagrado quiere rendir un solemne homenaje al Padre describiendo los grandiosos proyectos de su amor, cuya ejecución se constata hoy, pero que se remontan muy lejos en el pasado. Aquí se subrayan los dos aspectos esenciales de nuestra
salvación: todo viene del Padre y todo se concentra en Cristo. El Padre está en el origen y Cristo está en el centro. Pero si Cristo está en el centro de todo es por el hecho de que todo el plan de salvación ha salido de un corazón paternal. En este corazón paternal, se encuentra la explicación de todo. Todo el destino del mundo está dirigido por esta voluntad capital del Padre: Él quiso tenernos como hijos en Jesucristo. Desde
1. Apartes de El misterio del amor paterno en GALOT, Jean. El corazón del Padre. Caparros Editores. Madrid. 1995. pp. 24-34
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toda la eternidad su amor se había volcado sobre su Hijo, este Hijo que es llamado en el texto “el Amado”. Para poder comprender mejor cuál sería la fuerza de este amor, es preciso recordar que el Padre eterno no existe si no es como Padre, que toda su persona consiste en ser Padre. Un padre humano ha sido persona antes de convertirse en padre; en un momento determinado su paternidad viene a añadirse a su calidad de ser humano y a enriquecer su personalidad. El hombre tiene desde el principio un corazón humano, antes de tener un corazón paternal. En su madurez, en su edad adulta, es cuando asume las funciones de
padre y adquiere cierta disposición de ánimo para serlo. Por el contrario, en el seno de la Trinidad el Padre es Padre desde su origen: desde siempre ha sido Padre y se diferencia de la persona del Hijo precisamente por su condición de Padre… El Padre no quiere ser otra cosa que mirada hacia su Hijo, don para su Hijo, unión con su Hijo. Este amor, no lo olvidemos, es tan fuerte y prodigioso, tan absoluto en el don, que, al fundirse con el amor recíproco del Hijo, origina la persona del Espíritu Santo desde toda la eternidad. Y es precisamente en el amor hacia su Hijo donde el Padre ha requerido colocar, insertar su amor hacia los hombres.
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Él que no era otra cosa que un Padre en intimidad con su Hijo, ha querido también, con respecto a nosotros, ser esencialmente Padre. Ha querido que su amor hacia nosotros no fuese más que el único amor eterno que dedica a su Hijo. El texto a los efesios nos dice que con esa mirada particular “nos eligió”. Su amor se dirigía a cada uno de nosotros personalmente, de este modo, el Padre tiene en cuenta a cada uno con sus características personales y quiere a cada uno con un amor especial, distinto del amor que profesa a los otros. ¿No es maravilloso pensar que el Padre, al mirarnos, quiera ver en nosotros a su Hijo y que sea de esa misma manera como nos sigue mirando desde el principio, mucho antes de nuestra existencia, y que será así como nos seguirá contemplando siempre?
Ésta es la razón por la cual la elección inicial y definitiva se traduce en una abundancia de bienes, esa abundancia cuya inmensidad quiere expresar el autor de la carta a los efesios, con una acumulación de expresiones cada vez más ricas. Desde el instante en que el Padre quiso vernos en su Hijo, y elegirnos en Él, se dispuso a otorgarnos todo lo que había entregado a su Hijo: de forma que su benevolencia no podía ya tener límites. Y toda esta riqueza se reducía, en definitiva, a una sola cosa, que resumía y sobrepasaba todas las demás bondades: la riqueza de poseer al Padre, convertido ya en “Padre nuestro”. Es el mayor don que hemos recibido y que podremos recibir jamás: la persona misma del Padre con todo su amor. Su corazón paternal no nos será jamás arrebatado; ésta es nuestra primera y suprema posesión.
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Trabajo de Grupo DIALOGUEMOS
DIDÁCTICA
Volvamos a leer el texto de Efesios 1,3-10 y compartamos lo que hoy entendemos de esta Palabra divina. Según lo reflexionado ¿qué diferencias encontramos entre los seres humanos que llegan a ser padres y nuestro Dios como Padre?
Por parejas leamos tres textos bíblicos de la columna izquierda y en la columna derecha coloquemos según lo leído, cómo se manifiesta el amor de Dios Padre para nosotros en nuestra vida actual. (Quien coordina el encuentro distribuye a cada pareja los tres textos que leerá).
Realmente ¿hemos experimentado la grandeza de ser hijos de Dios?
Miren las aves de cielo: no siembran, ni cosechan, ni recogen en graneros; y su Padre celestial las alimenta. ¿No valen ustedes más que ellas? (Mt. 6,26) “Como el Padre resucita a los muertos y les da la vida, así también el Hijo da la vida a los que quiere” (Jn. 5,21) “Jesús decía: Padre perdónales porque no saben lo que hacen” (Lc. 23, 34)
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“No temas, pequeño rebaño, porque a tu Padre le ha parecido bien darles a ustedes el Reino” (Lc. 12,32) Miren los lirios del campo, cómo crecen; no se fatigan, ni hilan… pues si a la hierba del campo, que hoy es y mañana se echa al horno, Dios así la viste, ¿no lo hará mucho más con ustedes” (Mt. 6,28-29) “Abbá, Padre; todo es posible para ti; aparta de mí esta copa; pero no sea lo que yo quiero, sino lo que quieras tú” (Mc. 14,36) “Tu Padre sabe lo que necesitas antes de pedírselo” (Mt. 6,8) “Pidan y se les dará; busquen y hallarán; llamen y se les abrirá. Porque todo el que pide, recibe; el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá” (Lc. 11,9-11) “¿Qué padre hay entre ustedes que, si su hijo le pide un pez, en lugar de un pez le da una culebra; o, si pide un huevo, le da un escorpión? Si, pues, ustedes, siendo malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, ¡cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan!” (Lc. 11,12-13) “Tampoco yo te condeno. Vete, y en adelante no peques más” (Jn. 8,11)
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“Hija, tu fe te ha salvado; vete en paz y queda curada de tu enfermedad” (Mc. 5,34) “Sean compasivos, como su Padre es compasivo” (Lc. 6,36) “Padre santo, cuida en tu nombre a los que me has dado para que sean uno como nosotros” (Jn. 17,11) “No es voluntad del Padre celestial que se pierda ni uno solo de estos pequeños” (Mt. 18,14) “El Padre mismo los quiere, porque me quieren a mí y creen que salí de Dios” (Jn. 16,27) “Como el Padre me amó, yo también los he amado a ustedes; permanezcan en mi amor” (Jn. 15,9) “Si dos de ustedes se ponen de acuerdo en la tierra para pedir algo, sea lo que fuere lo conseguirán de mi Padre que está en los cielo” (Mt. 18,19) “Si alguno me ama guardará mi Palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada en él” (Jn. 14,23) “No es voluntad del Padre celestial que se pierda ni uno solo de estos pequeños” (Mt. 18,14)
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PARA RECORDAR Jesús ha revelado que Dios es "Padre" en un sentido nuevo: no lo es sólo en cuanto Creador, es eternamente Padre en relación a su Hijo Único, que recíprocamente sólo es Hijo en relación a su Padre: "Nadie conoce al Hijo sino el Padre, ni al Padre le conoce nadie sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar" (Mt 11,27). (CIC. 240).
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Oremos como Iglesia
Se pide a los miembros que participan de la escuela, leer cada uno de los párrafos en forma ordenada. Todos unidos siguiendo el texto, después de cada párrafo responden o cantan: Gracias Padre por amarnos tanto.
EN TU AMOR DE PADRE En tu corazón de Padre pongo mi vida sin temor, en tu amor he puesto toda mi seguridad; de tu amor yo vengo, en tu amor estoy, y el destino de mi vida será tu amor. Gracias Padre por amarnos tanto.
Mi vida está guardada en tu corazón y toda mi esperanza yo la he puesto en tu amor, tu mano me sostiene, mis pasos cuidará, tu amor fiel de Padre siempre me acompañará. Gracias Padre por amarnos tanto.
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Me llegas hasta el fondo, conoces mi interior, y nada se te esconde de cuanto hago y cuanto soy, entiendes mis deseos, escuchas mi corazón, te son transparentes mi ilusión y mi dolor. Gracias Padre por amarnos tanto. Conoces palmo a palmo mi vida, mi caminar, tu abrazo me mantiene siempre a salvo, siempre en paz: me libras del ansioso afán de saber lo que el mañana traerá: mi ayer, mi hoy, mi siempre En tu amor de Padre está. Gracias Padre por amarnos tanto. Padre, con sólo pronunciar tu nombre me comienzo a sentir en paz y la vida completa me queda empapada de confianza. Gracias Padre por amarnos tanto. Tu nombre de Padre me llena de gozo, ternura y cariño, con sólo llamarte "Padre" se me pone el corazón feliz y confiado en tus brazos me quedo sintiéndome tu
hijo. Gracias Padre por amarnos tanto. Pensar que eres mi Padre es libertad, creer que eres mi Padre me llena de vida: la experiencia de sentirte Padre me da valentía, paz, seguridad, ya puedo vivir con confianza, tu fuerza me basta para caminar. Gracias Padre por amarnos tanto. Te busco en mi angustia y soledad, lo mismo en el gozo que en el sufrimiento, en el ánimo y el desaliento, en todo momento te invoco confiado, en luchas, en paz, en sosiego, tu amor, Padre tengo, no pido ya más. Gracias Padre por amarnos tanto. No hay nada en mi vivir donde no estés, en horas de tristeza eres alegría, en la soledad, compañía, consuelo en las penas, perdón en las faltas; en el desaliento, esperanza, la luz que me guía en la oscuridad. Gracias Padre por amarnos tanto.
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Lecturas Complementarias
Lectura 1
EL ROSTRO DE DIOS PADRE, ANHELO DEL HOMBRE Catequesis de S.S. Juan Pablo II durante la audiencia general del Miércores13 de enero de 1999
1. «Nos hiciste, Señor, para ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti» (San Agustín, Confesiones, I,1,1). Esta célebre afirmación, con la que comienzan las Confesiones de san Agustín, expresa eficazmente la necesidad insuprimible que impulsa al hombre a buscar el rostro de Dios.
Es una experiencia atestiguada por las diversas tradiciones r e l i g i o s a s . « Ya d e s d e l a antigüedad -dijo el Concilio- y hasta el momento actual, se encuentra en los diferentes pueblos una cierta percepción de aquella fuerza misteriosa que está presente en la marcha de las cosas y en los acontecimientos de
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la vida humana, y a veces también el reconocimiento de la suma divinidad e incluso del Padre». (NE. 2). En realidad, muchas plegarias de la literatura religiosa universal manifiestan la convicción de que el Ser supremo puede ser percibido e invocado como un padre, al que se llega a través de la experiencia de la solicitud amorosa del padre terreno. Precisamente esta relación ha suscitado en algunas corrientes del ateísmo contemporáneo, la sospecha de que la idea misma de Dios es la proyección de la imagen paterna. Esa sospecha, en realidad, es infundada.
Sin embargo, es verdad que, partiendo de su experiencia, el hombre siente la tentación de imaginar a la divinidad con rasgos antropomórficos que reflejan demasiado el mundo humano. Así, la búsqueda de Dios se realiza «a tientas», como dijo san Pablo en el discurso a los atenienses (cf. Hch. 17, 27). Por consiguiente, es preciso tener presente este claroscuro de la experiencia religiosa, conscientes de que sólo la revelación plena, en la que Dios mismo se manifiesta, puede disipar las sombras y los equívocos y hacer que resplandezca la luz.
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2. A ejemplo de san Pablo, que precisamente en el discurso a los atenienses cita un verso del poeta Arato sobre el origen divino del hombre (cf. Hch. 17, 28), la Iglesia mira con respeto los intentos que las diferentes religiones realizan para percibir el rostro de Dios, distinguiendo en sus creencias lo que es aceptable de lo que es incompatible con la revelación cristiana. En esta línea se debe considerar como intuición religiosa positiva la percepción de Dios como Padre universal del mundo y de los hombres. En cambio, no puede aceptarse la idea de una divinidad dominada por el arbitrio y el capricho. Los antiguos griegos, por ejemplo, llamaban también padre al Bien, como ser sumo y divino, pero el dios Zeus manifestaba su paternidad tanto con la
benevolencia como con la ira y la maldad. En la Odisea se lee: «Padre Zeus, nadie es más funesto que tú entre los dioses. No tienes piedad de los hombres, después de haberlos engendrado y lanzado a la desventura y a grandes dolores» (XX, 201-203). Sin embargo, la exigencia de un Dios superior al arbitrio caprichoso está presente también entre los griegos antiguos, como lo atestigua, por ejemplo, el «Himno a Zeus», del poeta Cleante. En las sociedades antiguas, la idea de un padre divino, dispuesto al don generoso de la vida y próvido para proporcionar los bienes necesarios para la existencia, pero también severo y castigador, y no siempre por una razón evidente, se vincula a la institución del patriarcado y transfiere su concepción más habitual al plano religioso.
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3. En Israel el reconocimiento de la paternidad de Dios es progresivo y está continuamente amenazado por la tentación de la idolatría que los profetas denuncian con energía: «Dicen a un trozo de madera: "Mi padre eres tú", y a una piedra: "Tú me diste a luz"» (Jr. 2 27). En realidad para la experiencia religiosa bíblica, la percepción de Dios como Padre está unida, más que a su acción creadora, a su intervención histórico-salvífica, a través de la cual entabla con Israel una especial relación de
alianza. A menudo Dios se queja de que su amor paterno no ha encontrado correspondencia adecuada: «Dice el Señor: Hijos crié y saqué adelante, y ellos se rebelaron contra mí» (Is. 1, 2). Para Israel la paternidad de Dios es más firme que la humana: «Mi padre y mi madre me han abandonado, pero el Señor me ha recogido» (Sal. 27, 10). El salmista que vivió esta dolorosa experiencia de abandono y encontró en Dios un padre más solícito que el de la tierra nos
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indica el camino que recorrió para llegar a esa meta: «Oigo en mi corazón: "Buscad mi rostro". Tu rostro buscaré Señor» (Sal. 27, 8). Buscar el rostro de Dios es un camino necesario, que se debe recorrer con sinceridad de corazón y esfuerzo constante. Sólo el corazón del justo puede alegrarse al buscar el rostro del Señor (cf. Sal. 105, 3 ss) y, por tanto sobre él puede resplandecer el rostro paterno de Dios (cf. Sal. 119, 135), también (31, 17 67, 2; 80, 4. 8. 20). Cumpliendo la ley divina se goza también plenamente de la protección del Dios de la alianza. La bendición que Dios otorga a su pueblo, por la mediación sacerdotal de Aarón, insiste precisamente en esta manifestación luminosa del rostro de Dios: «El Señor ilumine su rostro sobre ti y te sea propicio. El Señor te muestre su rostro y te conceda la paz» (Nm. 6, 25-26).
4. Desde que Jesús vino al mundo, la búsqueda del rostro de Dios Padre ha asumido una dimensión aún más significativa. En su enseñanza, Jesús, fundándose en su propia experiencia de Hijo, confirmó la concepción de Dios como padre, ya esbozada en el Antiguo Testamento; más aún, la destacó constantemente, viviéndola de modo íntimo e inefable y proponiéndola como programa de vida para quien quiera obtener la salvación. Sobre todo Jesús se sitúa de un modo absolutamente único en relación con la paternidad divina, manifestándose como «hijo» y ofreciéndose como el único camino para llegar al Padre. A Felipe, que le pide: «Muéstranos al Padre y esto nos basta» (Jn. 14, 8), le responde que conocerlo a él significa conocer al Padre, porque el Padre obra por él (cf. Jn. 14, 8-11). Así pues, quien quiere encontrar al Padre necesita creer
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en el Hijo: mediante él Dios no se limita a asegurarnos una próvida asistencia paterna, sino que comunica su misma vida, haciéndonos «hijos en el Hijo». Es lo que subraya con emoción y gratitud el apóstol san Juan: «Mirad qué amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios, y ¡lo somos!» (1Jn. 3, 1).
Lectura 2
EL DIOS PADRE Por José María Castillo SJ. en www.supercable.es
El nombre propio de Dios, para los cristianos, es Padre. Y es fundamental destacar, desde el primer momento, que no se trata simplemente de una metáfora o una simple comparación, sino de una realidad sorprendente y estremecedora. Dios es creador
porque da la vida en general. Pero es Padre porque da su propia vida, es decir, establece una comunión de vida y de intimidad entre él y aquellos a los que llama sus hijos. ¿Qué significa esto para la experiencia religiosa del hombre?
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En la experiencia general de los hombres, el fenómeno religioso de Dios se muestra como un misterio tremendo y fascinante. Es fascinante porque es atractivo. Pero es tremendo porque la grandeza y el poder de Dios infunden no sólo respeto, sino sobre todo miedo, ya que ese misterio representa una amenaza para el hombre. De ahí que en casi todas las religiones se representa a Dios como un ser misterioso y tremendo, que infunde miedo y a veces pavor. Por desgracia, muchos cristianos no llegan a superar este tipo de experiencia religiosa, de tal manera que su religión es la religión del miedo y del temor constante. Tales cristianos no conocen al Dios que nos ha revelado Jesucristo. En el Antiguo Testamento se designa a Dios, algunas veces, con el apelativo de Padre. Pero hay que tener en cuenta que esta
denominación de Dios como Padre está referida, en el Antiguo Testamento, exclusivamente al pueblo de Israel en general (Dt. 32,6; Is. 63,16; 64,7; Jr. 31,9; Mal. 1,6; 2,10; ver Jr. 3,4.19) o al rey de Israel (2Sm. 7,14; 1Cr. 17,13; 22,10; 28,6; Sal. 89,27), de tal manera que nunca se habla de Dios como Padre de un individuo particular. Por otra parte, la idea del "padre" en la tradición de Israel no evocaba el sentimiento de intimidad y cercanía, sino la autoridad y el respeto, una autoridad a la que hay que obedecer en cualquier circunstancia (Ex. 20,12; 21,15.17; Prv. 23,22). Pues bien, frente a tales ideas acerca de Dios, la revelación del Nuevo Testamento sobre este asunto se nos muestra como una novedad inaudita. Primero por la frecuencia con que se utiliza el apelativo Padre para referirse a
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8,15; Gál. 4,6; ver Mc. 14,36), que está tomada del lenguaje balbuciente de los niños pequeños y que expresa cariño, intimidad y ternura, de tal manera que su traducción más exacta sería el término "papá". Dios: hasta 245 veces en todo el Nuevo Testamento. Segundo, porque aquí el hijo no es el pueblo en general, sino cada creyente en particular (Mt. 5,44-48; Lc. 6,36; Rm. 8,15; Gál. 4,6). Tercero, porque, a juicio del evangelio de Juan, todo concepto de Dios que no corresponda al de Padre es falso (Jn. 17,3; 20,17). Finalmente -y sobre todo-, porque el cristiano puede y debe dirigirse a Dios, no sólo con la expresión genérica de Padre, sino además con la palabra Abbá (Rm.
A ningún israelita se le hubiera podido ocurrir llamar a Dios Baba. Porque eso hubiera sido una falta de respeto inconcebible. En contraste con eso, el cristiano puede y deber dirigirse a Dios con la más absoluta confianza, con la intimidad y cercanía con que un niño pequeño se encuentra en brazos de su padre. He ahí la novedad inaudita que nos aportó Jesús con su revelación de Dios, como Padre cercano, cariñoso e íntimo. De tal manera que todo concepto de Dios que no corresponda a éste es falso.
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En consecuencia con lo que se acaba de decir, la imagen de Dios que presenta Jesús es una imagen llena de bondad, cercanía y hasta ternura para con sus hijos. Dios se muestra como Padre de los discípulos en su misericordia (Lc. 3,36), bondad (Mt. 5,45), amor perdonador (Mc. 11,25) y providencia (Mt. 6,8.32; Lc. 12,30); concede a sus hijos lo que necesitan (Mt. 7,11) y les prepara la salvación definitiva (Lc. 12,32). Es más, cuando un hijo se aleja de la casa del Padre y llega a cometer los pecados más indignos, el Padre le sale al encuentro, le perdona, se olvida de todo y hasta se alegra indeciblemente del retorno de su hijo (Lc. 15,11-32). Por eso la actitud básica del discípulo ante Dios tiene que ser de absoluta seguridad y confianza. El que permanece en Cristo en la fe, el que no se siente condenado por su propia conciencia (1Jn. 3,21), tendrá siempre la confianza de los que se acercan a él (1Jn. 5,14) y
no se sienten fracasados lejos de él el día de su venida (1Jn. 2,28). Esta confianza, por lo tanto, incluye la certeza de la salvación, la superación de la conciencia culpable, la esperanza en el futuro. Ése es el ambiente en el que se deben desenvolver y vivir los hijos de Dios. Pero la relación con Dios, como Padre, incluye algo más. Se trata de la imitación del Padre del cielo. Porque los hijos tienen que parecerse al padre. Por eso dice Jesús: "Amen a sus enemigos y recen por los que los persiguen, para ser hijos del Padre del cielo, que hace salir su sol sobre malos y buenos y manda la lluvia sobre justos e injustos... Por consiguiente, sean buenos del todo, como es bueno el Padre del cielo" (Mt. 5,44-48). Porque Dios "es bondadoso con los malos y despreciados" (Lc. 6,35). De ahí que sus hijos deben "ser generosos como el Padre es generoso" (Lc. 6,36).
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¿Qué quiere decir Jesús con estas palabras? No se trata de que Dios ama a todos por igual. Se trata más bien de lo siguiente: nadie piensa que su actitud para con Dios va a influir al día siguiente para que a su casa no le dé el sol o para que le caigan rayos de punta; porque Dios no reacciona así ante los comportamientos humanos. Pues de la misma manera, el hijo de Dios se tiene que comportar de tal forma que a nadie se le ocurra
pensar en una posible revancha, en un desquite, en una mala respuesta del que se reconoce como hijo del Padre del cielo. En definitiva, se trata de comprender que la bondad desconcertante del Padre del cielo tiene que traducirse en una bondad semejante en sus hijos de la tierra. Y así es como serán hijos de tal Padre (Mt. 5,44-45). Es decir, los que no tienden a comportarse como el Padre del cielo, en realidad no son hijos suyos. Porque los hijos se parecen al Padre. Por último, se trata de responder a una pregunta elemental: ¿Por qué somos hijos de Dios? La respuesta a esta pregunta se encuentra, admirablemente formulada, en los escritos del apóstol Pablo. En la carta a los Romanos, dice el apóstol: "Hijos de Dios son todos y sólo aquellos que se dejan llevar por el Espíritu de Dios. Miren, no recibieron
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ustedes un espíritu que los haga esclavos y los vuelva al temor; recibieron un Espíritu que los hace hijos y que les permite gritar: ¡Abbá! ¡Padre! Ese mismo Espíritu le asegura a nuestro espíritu que somos hijos de Dios; ahora, si somos hijos, somos también herederos: herederos de Dios, coherederos con el Mesías" (Rm. 8,14-16). Y en la carta a los Gálatas se repite el mismo pensamiento: "Cuando se cumplió el plazo envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, sometido a la ley, para rescatar a los que estaban sometidos a la ley, para que recibiéramos la condición de hijos. Y la prueba de que ustedes son hijos es que Dios
envió a ustedes el Espíritu de su Hijo, que grita: ¡Abbá! ¡Padre! De modo que ya no eres esclavo, sino hijo, y si eres hijo eres también heredero, por obra de Dios" (Gál. 4,4-7). Somos hijos de Dios porque el mismo Dios nos ha dado su Espíritu. Es decir, nos ha dado su misma vida; y con su vida nos ha dado su amor (Rm. 5,5). Por consiguiente, se trata de que la vida misma de Dios ha sido dada al hombre (Jn. 6,57; 1Jn. 4,9; 5,11; ver Rm. 6,23). Existe, pues, una comunión de vida, como entre un hijo y su padre. Somos, por tanto, de la misma familia de Dios.
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Abreviaturas de la Sagrada Escritura
Gn. Ex. Dt. Nm. 1Sm. 2Sm. 1Cr. Jb. Sal. Prv. Is. Jr. Jon. Ml. Mt. Mc. Lc. Jn. Hch. Rm. 2Cor. Col. 1Tim. Ef. Hb. 1Jn.
Libro del Génesis Libro del Éxodo Libro del Deuteronomio Libro de los Números Primer libro de Samuel Segundo libro de Samuel Primer libro de las Crónicas Libro de Job Libro de los Salmos Libro de los Proverbios. Libro del Profeta Isaías Libro del Profeta Jeremías Libro del Jonás Libro del Profeta Malaquías Evangelio de San Mateo Evangelio de San Marcos Evangelio de San Lucas Evangelio de San Juan Libro de los Hechos de los Apóstoles Carta de San Pablo a los Romanos Segunda Carta de San Pablo a los Corintios Carta de San Pablo a los Colosenses Primera Carta de San Pablo a Timoteo Carta a los Efesios Carta a los Hebreos Primera Carta de San Juan
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Abreviaturas del Magisterio
GS.
Gaudium et Spes - Gozos y Esperanzas. Constitución sobre la Iglesia en el mundo de hoy del Concilio Vaticano II. Promulgada el 7 de diciembre de 1965 por el Papa Pablo VI.
NE.
Nostra Aetate - En Nuestra Época. Declaración sobre las relaciones de la Iglesia con las religiones no cristianas del Concilio Vaticano II. Promulgada el 28 de octubre de 1965 por el Papa Pablo VI.
CIC.
Catecismo de la Iglesia Católica. Promulgado el 11 de octubre de 1992 por el Papa Juan Pablo II.
CC.
Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica. Promulgado el 28 de Junio del año 2005 por el Papa Benedicto XVI.
NMI. Novo Millenio Ineunte - Al Comienzo del Nuevo Milenio. Carta Apostólica promulgada el 6 de enero de 2001 por el Papa Juan Pablo II. DCE. Deus Caritas Est - Dios es Amor. Carta Encíclica promulgada el 25 de diciembre de 2005 por el Papa Benedicto XVI.
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Contenido INTRODUCCIÓN
......................................................
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Primer encuentro EL DESEO DE DIOS EN EL HOMBRE Motivación inicial .............................................................. La Palabra de Dios alimenta al discípulo........................... Reflexión doctrinal 1 Nuestra sed de felicidad ................................. 2 La búsqueda de Dios para saciar nuestra sed 3 Contar a otros a quien hemos encontrado .... Trabajo de grupo ................................................................ Oremos como Iglesia ......................................................... Lecturas complementarias Variadas dimensiones de la vida de Cristo ........................ Queremos ver a Jesús ........................................................
7 8 9 11 14 15 17 18 20
Segundo encuentro EL DIOS EN EL QUE CREEMOS Motivación inicial ................................................................ Recordando el encuentro anterior ........................................ La Palabra de Dios alimenta al discípulo.............................. Oremos como Iglesia ............................................................ Reflexión doctrinal 1 Jesús es el Cristo, el enviado del Padre ............ 2 Las obras de Jesús testimonian que viene del Padre 3 Jesús el buen pastor que las ovejas escuchan 4 Jesucristo verdadero Dios y verdadero hombre Trabajo de grupo ................................................................... Lecturas complementarias Discípulos y misioneros ........................................................ El misterio de Cristo .............................................................
28 29 30 31 32 35 36 38 39 41 46
Contenido Tercer encuentro EL DIOS CRISTIANO ES EL PADRE DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO Motivación inicial ..................................................................... Recordando el encuentro anterior ............................................. La Palabra de Dios alimenta al discípulo................................... Reflexión doctrinal 1 Nuestro Padre Dios es un ser cercano ................... 2 Abbá .......................................................................... 3 El “misterio” del amor paterno .............................. Oremos como Iglesia ................................................................. Trabajo de grupo ........................................................................ Lecturas complementarias El rostro de Dios Padre, anhelo del hombre .............................. El Dios Padre ............................................................................. Abreviaturas de la Sagrada Escritura ........................................... Abreviaturas del Magisterio .........................................................
50 51 52 53 55 57 64 60 66 71 77 78