Introducción a la Epistemología

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FACULTAD DE EDUCACIÓN DECANO Dr. Carlos Barriga Hernández DIRECTORA ACADÉMICA Dra. Elsa Barrientos Jiménez DIRECTOR ADMINISTRATIVO Prof. Enrique Pérez Zevallos PROGRAMA DE LICENCIATURA PARA PROFESORES SIN TÍTULO PEDAGÓGICO EN LENGUA EXTRANJERA DIRECTORA Mg. María Emperatriz Escalante López COMITÉ DIRECTIVO Dra. Edith Reyes de Rojas Lic. Walter Gutiérrez Gutiérrez Carlos Barriga Hernández Introducción a la epistemología Serie: Textos para el Programa de Licenciatura para Profesores sin Título Pedagógico en Lengua Extranjera Primera edición Lima, marzo de 2009 ©

Programa de Licenciatura para Profesores sin Título Pedagógico en Lengua Extranjera Facultad de Educación, Universidad Nacional Mayor de San Marcos

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Ilustración de carátula: Diseño, diagramación e impresión: Centro de Producción Editorial e Imprenta de la UNMSM Este libro es propiedad del Programa de Licenciatura para Profesores sin título Pedagógico en Lengua Extranjera de la Facultad de Educación de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Ninguna parte de este libro puede ser reproducida o utilizada por cualquier medio, sea éste electrónico, mecánico o cualquier otro medio inventado, sin permiso por escrito del Programa.


Introducción a la Epistemología

CONTENIDO Introducción

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PRIMERA UNIDAD Concepto y campo de estudio de la epistemología Objetivos

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Concepto y campo de estudio de la epistemología Carlos Barriga Hernández

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Filosofar científicamente y encarar la ciencia filosóficamente Mario Bunge

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Actividades

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SEGUNDA UNIDAD Ciencia y Sociedad Objetivos

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Los orígenes sociales de la ciencia Ely Chinoy

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Factores de divergencia en las concepciones científicas Oskar Lange

47

Actividades

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TERCERA UNIDAD Breve historia de la ciencia Objetivos

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El largo camino que conduce a la ciencia Ezequiel Ander-Egg

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Saber científico y reflexión filosófica Tomás Calvo M. y Juan Manuel Navarro C.

78

Actividades

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CUARTA UNIDAD Análisis del conocimiento científico Objetivos

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La ciencia J. de Echano, E. Martínez, P. Montarelo y L. Valet

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Hacia una clasificación de las ciencias Tomás Calvo M. y Juan Manuel Navarro C.

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Actividades

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QUINTA UNIDAD Corrientes epistemológicas contemporáneas Objetivo

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La epistemología kantiana Rafael Echeverría

128

Comte: La filosofía positiva N. Abbagnano y A. Visalbergui

136

El positivismo lógico del Círculo de Viena Rafael Echeverría

139

Karl Popper Rafael Echeverría

143

La Epistemología Postpopperiana Giovanni Reale y Darío Antiseri

151

La escuela de Frankfurt y la Hermenéutica J. de Echano, E. Martínez, P. Montarelo, I. Navlet

161

Actividades

176

Bibliografía

177

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PRESENTACION

El presente texto es una introducción a la epistemología. Esto significa que predomina en su exposición de ideas el criterio didáctico antes que cualquier pretensión erudita. Los textos seleccionados son de fácil comprensión para el lector. La ciencia ha adquirido un papel predominante en la civilización humana. Sus realizaciones técnicas son impresionantes. La existencia humana depende de lo que pueda lograr la ciencia ahora y en el futuro. Es por ello que el estudio de la ciencia se ha convertido en una necesidad en la formación de todo profesional, en la medida que toda profesión no es sino una aplicación de la ciencia y la tecnología en la producción de bienes y servicios. El enfoque que se ha seguido en el estudio de la ciencia es integral en el sentido de cubrir tanto los temas referidos a los aspectos externos de la ciencia (sociales, históricos, económicos, psicológicos, etc.) como los referidos a los aspectos internos (solidez y estructura lógica de los temas científicos, condiciones de la verificación, naturaleza de las leyes científicas, etc.) Agradezco la colaboración del profesor Ricardo García en el trabajo de organización e impresión del presente texto.

Dr. Carlos Barriga Hernández

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PRIMERA UNIDAD

CONCEPTO Y CAMPO DE ESTUDIO DE LA EPISTEMOLOGÍA

Objetivos a) Determinar la naturaleza y campo de estudio de la Epistemología. b) Distinguir la epistemología de otras disciplinas afines. c) Precisar la problemática subyacente en el modo de conceptuar la epistemología. d) Valorar la epistemología en la formación académica y profesional.


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Concepto y campo de estudio de la epistemología Carlos Barriga Hernández

1. El hecho del conocimiento No cabe duda alguna que realizamos actos mentales que dan lugar a lo que llamamos conocimiento. Por ejemplo, expresan conocimientos los siguientes enunciados: El agua de mar es salada, la tierra gira alrededor del sol, las manzanas verdes hacen daño, Dios creó todo en seis días, 2 + 2 = 4, los genes forman parte del ADN, todo lo real es racional, etc, etc. Los conocimientos hacen referencia a algo, sea este algo de la naturaleza que se quiera. Este algo al cual los conocimientos se refieren, se llaman objetos. Con el fin de no confundir los conocimientos acerca de los objetos de los objetos mismos, distinguiremos dos niveles: el nivel 0 para ubicar a los objetos y el nivel 1 para los conocimientos. 1

Conocimientos

0

Objetos

Figura 1. Objetos y conocimientos

2. Estudios acerca del conocimiento El hombre ha elaborado y continúa elaborando conocimientos. Empero, el hombre no se ha limitado a conocer los objetos del mundo, sino que ha elaborado conocimientos acerca de los conocimientos, es decir, conocimientos que se refieren a otros conocimientos. Por ejemplo, el hombre elabora conocimientos acerca de los conocimientos, cuando afirma enunciados como los siguientes: “sólo es posible conocer lo que es, es imposible conocer lo que no es” (Parménides), el conocimiento sensorial da sólo opinión (doxa), no episteme (ciencia)” (Platón), “el asombro es el origen del filosofar” (Aristóteles), “na hay nada en el intelecto que no haya estado antes en lo sentidos” (John Locke), “la razón contiene ideas innatas organizadoras del conocimiento” (Kant), “no está justificado inferir enunciados universales a partir de enunciados singulares por elevado que sea se número” (Popper). Un examen de estos conocimientos revela que el objeto al cual se refieren no son los objetos del mundo sino los conocimientos acerca de esos objetos, tal como lo vemos en la figura siguiente:

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Nivel 2

Conocimientos

1

Conocimientos

0

Objetos

Figura 2. Objetos, conocimientos acerca de los objetos y conocimientos acerca de los conocimientos.

Los conocimientos acerca de los conocimientos de los objetos del mundo, se ubican en un segundo nivel de acuerdo al gráfico anterior. La disciplina filosófica dedicada al estudio de los conocimientos se llama gnoseología (de gnosis = conocimiento, y logos = estudio) o también teoría del conocimiento. Se puede decir de ella que es una disciplina de 2º nivel o de 2º orden.

3. La Epistemología Los primeros que pensaron sobre los conocimientos fueron los griegos, en la antigüedad. En la Edad Media las reflexiones sobre la naturaleza y características del conocimiento declinan en favor de temas propios de la religión cristiana. En la Edad Moderna, los filósofos empiezan a reflexionar de manera sistemática sobre el conocimiento con pensadores como, John Locke, George Berkeley y David Hume. Mientras los primeros pensadores que hemos mencionado antes se ocuparon del conocimiento en general, los que le siguen ya no, porque se encuentran con un saber nuevo, de un poder explicativo y predictivo no visto antes nunca. En efecto, dentro del gran movimiento de renovación cultural conocido como el Renacimiento (siglos XV y XVI), es que surge la llamada ciencia moderna impulsada por hombres geniales como Copérnico (1473-1543), Brahe (1546-1601), Kepler (1571-1630) y sobre todo con Galileo (15641642). Este esfuerzo encuentra su culminación con Newton. La física de Newton logra la hazaña de explicar y predecir el comportamiento mecánico de los fenómenos terrestres y celestes con exactitud matemática. Por otro lado, la matemática desde Euclides se había desarrollado enormemente, gracias a los aportes de otros grandes matemáticos. La existencia de este nuevo saber llamado ciencia moderna hace que el filósofo alemán Manuel Kant (1724-1804) se pregunte ya no por el conocimiento en términos generales sino específicamente por el conocimiento científico, y especialmente por sus condiciones

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de posibilidad. Se hace tres preguntas fundamentales: ¿Cómo es posible la matemática?, ¿Cómo es posible la física? Y ¿Es posible la metafísica? Pues bien, el estudio de la ciencia lo lleva a cabo una disciplina filosófica llamada Epistemología y que Kant inaugura en la historia de la filosofía. La pregunta que surge ahora es ¿cuál es la diferencia entre la gnoseología o teoría del conocimiento y la epistemología? La diferencia se encuentra en que la gnoseología estudia el conocimiento en general y se pregunta, por ejemplo, ¿Qué es el conocimiento?, ¿cuál es el origen del conocimiento?, ¿qué es un conocimiento?, ¿qué es un conocimiento verdadero?, etc. En cambio, la epistemología estudia específicamente el conocimiento científico y se pregunta, por ejemplo, ¿cuál es la naturaleza de la matemática?, ¿cuál es la validez del método inductivo? ¿cuál es la estructura lógica de una hipótesis científica?, etc. Sin embargo, la epistemología se asemeja a la gnoseología o teoría del conocimiento en que es también una disciplina de segundo orden o nivel, es decir no tiene como objeto de estudio los hechos del mundo sino los conocimientos acerca del conocimiento científico. Nivel 2

Epistemología

1

Ciencia

0 Objetos del mundo Figura 3. La epistemología y la ciencia.

“Epistemología” es una palabra griega que viene de episteme que significa aproximadamente lo que ahora llamamos ciencia, y de logos que significa estudio. Epistemología es pues, el estudio de la ciencia. Decimos que la episteme griega significa aproximadamente lo que ahora llamamos ciencia, porque los grandes pensadores griegos como Platón y Aristóteles conceptualizaron la episteme de un modo tal que no tiene una correspondencia exacta en la ciencia moderna. Platón distingue en todo cuanto hay dos mundos diferentes. Platón considera que sólo es posible episteme, es decir de saber universal y necesariamente verdadero, de lo que

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él llama las Ideas de la matemática ¿qué son las Ideas? Platón formula una extraña teoría, según la cual en todo cuanto hay distingue dos mundos: el mundo de las Ideas y el mundo empírico. Las Ideas son entidades inobservables y perfectas que existen independiente de el sujeto cognoscente. Por ejemplo, existirían la Idea caballo, la Idea belleza, la Idea justicia, etc. en un mundo aparte del mundo empírico en que vivimos y que podemos ver, tocar, oler, etc. En el mundo empírico, nos encontramos con los caballos que vemos, tocamos, tienen determinado tamaño y color. Igualmente vemos cosas bellas o actos justos, pero no vemos la Idea belleza ni la Idea justicia. Pues bien, llegamos a conocer las Ideas vía la razón a través de la noesis, un acto intuitivo que nos permite una captación directa de ellos. Por otro lado en un rango inferior al de las Ideas, están los objetos de la matemática, números y figuras, que al igual que las Ideas son inobservables, pero con existencia independiente del sujeto cognoscente. A los objetos matemáticos se llega también vía la razón, a través de la dianoia, es decir la demostración. Como las Ideas y los objetos matemáticos permanecen siempre los mismos, no sufren cambios ni alteraciones, entonces el conocimiento de ellos no cambia, es por ello universal y necesariamente verdadero. Cuando se llega a ellos su conocimiento es eterno. En cambio, el conocimiento del mundo empírico se da a través de los sentidos, y por ello, es cambiante, depende de cada sujeto y las circunstancias siempre. Sólo nos da doxa, o sea, opinión, nunca episteme. Como del mundo empírico no es posible episteme, Platón se desentiende del estudio de la naturaleza, de lo que ahora constituye la física, la química, la biología. En su Academia sólo se hace matemática. Pero no sólo las disciplinas que se ocupan de las cosas empíricas no dan lugar a la episteme, sino, por cierto, también el saber técnico, es decir, el saber producir artefactos, construir casas, domesticar animales, cultivar cebada, construir barcos, etc. y no dan lugar a episteme no sólo por trabajar con cosas empíricas, sino que implican el uso predominante de las manos y no tanto de la razón. No sólo, esto, sino porque el saber técnico lo tienen y lo practican los esclavos, y por ello su ejercicio deviene en una actividad inferior, impropia del hombre libre. Aristóteles discrepa de su maestro Platón y niega la existencia de las Ideas como entes ideales con existencia independiente del sujeto cognoscente. Para Aristóteles las Ideas no son sino conceptos, es decir construcciones mentales del sujeto cognoscente a partir de las cosas concretas. La Idea belleza es un concepto formamos por abstracción y generalización de las cosas bellas. Por consiguiente, las Ideas no pueden ser objeto de estudio de ninguna disciplina. Aristóteles dice que el saber teórico se ocupa del ser necesario (la sustancia) es decir de lo que no puede ser diverso de lo que es. Las disciplinas teóricas son tres: La filosofía primera (o metafísica), la matemática, la física (de la que forman parte también la biología y

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la psicología). Estas tres disciplinas dan lugar a episteme, es decir de un saber universal, necesariamente verdadero y que se cultiva por el puro afán de saber. A diferencia de Platón Aristóteles cultiva las ciencias naturales, destacando nítidamente en Biología, al punto de ser considerado el padre de esta disciplina. Pero al igual que Platón, Aristóteles excluye el saber técnico del saber epistémico. Siendo un saber muy necesario por su vitalidad, no es un verdadero saber justamente por cultivarse por el útil producido y no por el saber mismo, así mismo por no ocuparse de los primeros principios a partir de los cuales se explica todo lo demás. El saber teórico y la vida consagrada a el es la forma más alta de vivir. Esta concepción de la episteme se mantiene sin cambios significativos durante la Edad Media. En los momentos finales de este periodo de la historia se produce un extraordinario movimiento histórico cultural llamado el Renacimiento Aparecen pensadores nuevos que actúan al margen, aunque no necesariamente en contra, de la Iglesia Católica, cuestionando la cultura medieval dominada por la religión. Se considera que la Edad Media ha sido una edad oscura, donde el hombre ha sido infravalorado y cuya libertad de pensamiento ha sido seriamente limitada. Se produce como consecuencia de esta crítica y cuestionadora, una renovación en todos los órdenes culturales: literatura, el arte, la educación, etc. Dentro de este gran movimiento se produce lo que los historiadores llaman Revolución científica llevada a cabo por gigantes del pensamiento, tales como Copérnico, Ticho Brahe, Johan Kepler, Galileo y que encontrará su punto culminante con Isaac Newton. Esta es la ciencia que se llama moderna y que en nuestros días se encuentra representada en física por la teoría de la Relatividad y la mecánica cuántica. Así como se desarrolló la física se han desarrollado las otras ciencias naturales: química, biología y las disciplinas conexas a ellas. Las ciencias sociales no han alcanzado aún el mismo nivel que las ciencias naturales. Por esta razón los tratadistas en estos temas hablan de las ciencias duras para referirse a las ciencias naturales, y por supuesto, a la matemática y ciencia blandas para referirse a las ciencias sociales. Fue Galileo quien estableció los principios fundamentales de la ciencia Moderna: a) Basada en la observación sistemática de los hechos b) Aplicación del método experimental c) Utilización de la matemática en el estudio de los fenómenos naturales. d) Aplicación del saber teórico en el diseño de las técnicas, dando lugar a la tecnología Esta es la imagen de las ciencias naturales actuales aunque no necesariamente de las ciencias sociales. Es necesario también tener en cuenta que al hablar de ciencia lo hacemos refiriéndonos tanto a la ciencia teórica como a la ciencia aplicada o tecnología. Así mismo, al referirnos

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a la ciencia la entenderemos tanto como un proceso de producción como el producto resultante de dicho proceso.

3.1. Epistemología y otros nombres para el estudio de la ciencia En este texto usamos el nombre de epistemología para el estudio de la ciencia. Pero advertir que en la literatura se usan otros nombres para designar la disciplina que estudia a la ciencia. Algunos filósofos usan la expresión filosofía de la ciencia en vez de epistemología. Otros autores evitan identificar epistemología con filosofía de la ciencia. Consideran que la epistemología debe ser una disciplina rigurosa y proceder metódicamente. Y sucede que la expresión filosófica de la ciencia abre las puertas a la especulación. Existen también quienes le concede a la filosofía de la ciencia el papel de examinar los supuestos gnoseológicos de la ciencia (“la naturaleza es uniforme”, “nada surge de la nada”, “todo tiene una causa”) y las implicancias y significados que la ciencia tiene para el hombre, reservado para la epistemología el examen de la estructura lógica y las condiciones de validez de la ciencia. Para Mario Bunge la filosofía de la ciencia es parte de la Epistemología. Bunge, distingue entre aspectos externos de la ciencia de los aspectos internos de la ciencia. El primero tiene que ver con factores sociales, históricos y psicológicos que inciden en la ciencia. El segundo tiene que ver con cuestiones de validez de las teorías, la estructura lógica de las hipótesis, etc. La epistemología se ocupa de los aspectos internos de la ciencia y comprende la lógica, la metodología y la filosofía de la ciencia. En cambio, el filósofo español Miguel Quintanilla, a la inversa, ubica a la Epistemología como una parte de la filosofía de la ciencia. La epistemología estudiaría, según Quintanilla, los aspectos internos de la ciencia; y, la filosofía de la ciencia sería una disciplina más general, que “abarca todo el conjunto de cuestiones de interés filosófico relacionado con la ciencia, fundamentalmente las cuestiones epistemológicas y metodológicas, pero también las ontológicas, semánticas, lógicas, éticas, sociológicas, históricas, etc.”1 Otro nombre para el estudio de la ciencia que viene usándose últimamente es el de metaciencia. Metaciencia significa “acerca de la ciencia”; pues meta, en este caso, indica “acerca de”, y no “más allá”, como en la expresión “metafísica”. De acuerdo con esto, toda disciplina que trate de la ciencia es calificable de metacientífica. Por tanto, la Epistemología es una metaciencia, como lo son igualmente todas las disciplinas que estudian la ciencia. Con el fin de evitar confusiones, es preciso tener en cuenta que Piaget habla de un tipo de epistemologías que llama metacientíficas, distinta a las epistemologías que el gran 1

Quintanilla, Miguel, Breve diccionario de Filosofía, Ed. Verbo Divino, Navarra, 1991. Pag. 46

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psicólogo llama “paracientíficas” y “científicas”. Las epistemologías metacientíficas son aquellas que parten de una reflexión sobre las ciencias y extraen de ella alguna teoría epistemológica. Como puede verse, el uso que da Piaget a la expresión “metacientífica” es diferente al uso que nosotros estamos dando al término “metaciencia”. Las epistemologías paracientíficas son aquellas que, apoyándose en una crítica de las ciencias, procuran alcanzar un modo de conocimiento distinto del conocimiento científico (en oposición con éste y no ya como prolongación de él). Las epistemologías científicas son aquellas que reflexionan sobre las ciencias, con el objeto de entenderlas y no pretenden, elaborar otros conocimientos diferentes a la ciencia. Piaget advierte que el hecho de llamarlas científicas no significa que las otras epistemologías sean menos válidas, significa sólo que se atiene a la ciencia tal como se presenta y así como se presenta. Epistemología y ciencia Entre la Epistemología y la ciencia existe la misma relación que hay entre una disciplina y su objeto de estudio. La Epistemología es una disciplina que tiene por objeto de estudio a la ciencia. Y la ciencia es el objeto de estudio de la Epistemología. Es importante mantener claras las diferencias y no confundir las cuestiones científicas con las cuestiones epistemológicas. Así son cuestiones científicas preguntas del tipo: ¿Existe alguna galaxia compuesta de antimateria?, ¿la conducta autoritaria del docente influye negativamente en el alumno?, ¿cuál es la composición química de los genes?, etc. Todas ellas aluden a los hechos del mundo. En cambio, son cuestiones epistemológicas preguntas del tipo: ¿Cuáles son las condiciones metodológicas de una pregunta bien formulada? ¿es posible una ciencia libre de valores?, ¿cuál es la estructura lógica de una hipótesis científica? Todas ellas aluden no a hechos del mundo sino a la ciencia. Empero, si bien es cierto que la ciencia y la Epistemología son diferentes y por ende no deben ser confundidas, esto no significa negar las relaciones que ambas disciplinas mantienen entre sí. En primer término, porque existe un núcleo común que emparenta a la ciencia y a la epistemología como formas de conocimiento. La argumentación racional, la vocación por la verdad, el predominio del pensamiento consistente y el imperio de la prueba constituyen algunas que comparten en común ciencia y epistemología. En segundo lugar, porque es frecuente el paso de la ciencia a la Epistemología, situación especialmente notoria en la crisis de las primeras. La historia de la ciencia ilustra casos de cómo una problemática determinada puede conducir a cuestiones de fundamentación y validez del pensamiento científico, temas típicamente epistemológicos. Tal es el caso de la famosa crisis de la matemática a fines del siglo pasado y principios del presente, a raíz del descubrimiento de las geometrías no euclidianas y de las paradojas en el seno de la Teoría de Conjuntos. Los propios matemáticos se abocaron a encontrar soluciones, valiéndose llevados por este camino a plantearse cuestiones acerca de la naturaleza y

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fundamentación de la Matemática, temas típicamente epistemológicos. Es así que Frege y Russell dan nacimiento a la corriente logicista, Zérmelo al axiomatismo, Hilbert al formalismo, Broker y Heyting al intuicionismo. El mismo fenómeno se repite en la Física, cuando el paradigma newtoniano se derrumba y cederá su lugar a la física relativista de Einstein y cuántica de Plank. Este paso de la antigua a la nueva física dio lugar a profundas reflexiones sobre el carácter de las teorías científicas, las condiciones de su desarrollo, las condiciones de validez de las leyes científicas, etc.; todas ellas cuestiones epistemológicas. En tercer lugar, existen importantes corrientes epistemológicas que llevan a cabo su tarea utilizando los métodos y herramientas de la propia ciencia que ellos analizan. Es el caso de los positivistas lógicos o empiristas lógicos que utilizan (o utilizaron, porque para muchos ya no existen) los poderosos instrumentos de la lógica formal. Es también el caso de Piaget, donde el análisis epistemológico es básicamente el método psicogenético experimental. También es la posición de Wewel en el siglo pasado y Thomas Kuhn en la actualidad, los que se vale de estudio crítico de la historia de la ciencia para explicar su naturaleza y condiciones de validez. El análisis filosófico de la ciencia llevado a cabo utilizando los métodos de la ciencia se llama epistemología científica. En cuarto lugar, la profesionalización de la Epistemología ha llevado a que los especialistas es esta rama filosófica sean personas bien formadas en alguna rama de la ciencia. No puede hacerse epistemología en forma profesional sino teniendo como base el dominio de alguna ciencia. Dice Carnap que “a menos que el estudioso de la filosofía de la ciencia comprenda cabalmente una ciencia, no puede siquiera plantear cuestiones importantes acerca de sus conceptos y métodos”2 La epistemología y la filosofía de la naturaleza Del mismo modo que no hay que confundir cuestiones epistemológicas de las cuestiones científicas, tampoco debemos confundir la epistemología con la antigua filosofía de la naturaleza. Algunas veces se confunde la Filosofía de la Naturaleza con la Epistemología. La Filosofía de la Naturaleza es una disciplina que tiene como objeto de estudio a los hechos del mundo y que puede subdividirse en tres grandes campos. a) Cosmología. Si se refieren a la estructura de lo existente, al modo en el que las cosas se encuentran dispuestas en el mundo (por ejemplo: “¿Cómo puede explicarse la diversidad de las cosas, a base de la combinación de diferentes sustancias?”). b) Cosmogonía. Si su temática alude al origen de las cosas, de cómo o por qué existen. Esta disciplina se ocupa de temas referentes al origen de las cosas, de cómo o porqué existen; asimismo, se ocupa de temas referentes al origen de las cosas en función a un principio, fundamento, causa o propósito originador. 2

Carnap Rudolf. Fundamentación lógica de la física, Ed. Sudamericana, 1965, Pág. 249

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c) Ontología. Si lo que se pregunta es qué tipo de sustancia o qué clase de entidades constituyen esta estructura o tienen este origen, es decir, si preguntamos “¿qué existe?” Esta es la temática que abordan los primeros filósofos. Para Thales de Mileto, por ejemplo, “todo precede” o “está compuesto” de agua; en cambio, para Anaximandro, el origen de todas las cosas es una “sustancia ilimitada cualitativamente indeterminada, animada de movimiento propio, de donde emergen los elementos”. Las modernas filosofías de la naturaleza se nutren de los resultados más recientes de la ciencia. De acuerdo a esta descripción, la Filosofía de la Naturaleza es una disciplina que trata de los hechos del mundo, mientras que la Epistemología trata del conocimiento científico. Desde este punto de vista, y de acuerdo al esquema que hemos propuesto, la Filosofía de la Naturaleza es una disciplina de primer nivel; y la epistemología, de segundo nivel. La diferencia se encuentra, entonces, en el diferente objeto de estudio que abordan ambas disciplinas. La Filosofía de la Naturaleza se asemeja a la ciencia, porque abordan el mismo objeto de estudio. Pero la diferencia radica en el diferente método con el que lo estudian. Para una posición clásica, la Filosofía de la Naturaleza es una disciplina que se caracteriza por expresar sus preguntas de tal forma que dan lugar a respuestas basadas en la pura especulación, sin prueba empírica concreta. Una versión más atenuada afirma que los problemas de la Filosofía de la Naturaleza se mantienen en un nivel especulativo, hasta que puedan replantearse en forma científica, de tal modo que sean resolubles mediante procedimientos científicos. Esto ya se ha logrado y la filosofía de la naturaleza ha sido sustituida por las ciencias de la naturaleza. 1

filosofía de la naturaleza

0

objetos del mundo

Figura 4. Filosofía de la naturaleza y los objetos del mundo.

Epistemología y metodología La ciencia puede ser conceptualizada como un cuerpo estructurado de leyes de diferente nivel de generalidad y como un proceso de producción de ese cuerpo de leyes. Hablaremos de investigación científica para referirnos a este proceso de producción. Ahora bien, este proceso de producción sigue ciertas pautas, no está librada al azar. Es un proceso regulado y controlado por el método científico. El método científico es un cuerpo de reglas que orientan la acción del investigador en la búsqueda de nuevos conocimientos probados como verdaderos.

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Se suele emplear, en un uso generalizado, la expresión “metodología” para referirse al cuerpo de métodos utilizados por una ciencia determinada. Pero es preciso tener en cuenta que, etimológicamente, “metodología” viene de las voces griegas método y logos, estudio; es decir, significa: “estudio de los métodos”. No designa pues, a los métodos sino a su estudio. Por ello algunos tratadistas prefieren hablar de metódica para referirse al cuerpo de métodos de una ciencia. La metodología como estudio de los métodos es ciertamente parte de la Epistemología, en la medida en que la epistemología es un estudio de la ciencia y los métodos, a su vez, parte de la ciencia. Es preciso no confundir cuestiones de metódica con cuestiones metodológicas. Cuando, por ejemplo, Galileo crea el método experimental está haciendo metódica. En cambio, cuando Bacon escribe el Novum Organum está haciendo metodología, pues en esta obra se ocupa, como tema de estudio, de los métodos. Es decir hace metodología. Existen trabajos epistemológicos donde predominan la metodología sobre cuestiones de validez del conocimiento científico. Es el caso del ya mencionado Francis Bacon en su Novum Oragnum o de John Stuart Mill (1806-1873) en su Sistema de lógica deductiva e inductiva. En otros casos es más difícil de hacer un distingo entre cuestiones metodológicas de las cuestiones de validez. Es el caso de Kart Popper en su Lógica de la investigación científica.

Epistemología y episteme El filósofo postmoderno Michael Foucault (1926-1984) es muy leído y comentado en ciertos círculos intelectuales, donde tiene una gran aceptación. Una categoría fundamental de su pensamiento es el concepto de episteme. Esto nos obliga, en un afán didáctico, a clarificar el concepto de episteme según Foucault, y su relación con la epistemología. Episteme según Foucault, y su relación con la epistemología. Episteme, hemos dicho antes, es una palabra griega que aproximadamente significa lo que ahora entendemos por ciencia. Dice Miguel Martínez Mígueles que “El término Episteme”, usado por Aristóteles para señalar el conocimiento científico, significa precisamente “sobre-seguro”, “sobre algo firme, estable”; epi, prefijo griego, significa “sobre” como en epicentro, epitafio, y stem es una raíz del viejo sánscrito-madre de muchas lenguas europeas-, que significa “roca”, “piedra”, como todavía lo es en inglés stone, en alemán, stein, y en sueco sten, centenares de palabras nuestras latinas vienen de la misma raíz, como estabilidad, estar, estatua, estado, estatuto, estilo (originariamente, columna de piedra), etc., de que epistemología es el estudio de un saber firme, sólido, seguro, confiable, sobre-roca.”3 Michel Foucault entiende por episteme el fondo histórico de ideas generalmente inconsciente que constituye la condición que hace posible el pensar en una cultura en un 3

Miguel Martínez Miguelez M., La nueva ciencia. México, Ed. Trillas, 1999, tomado de http://prof.esb.re/Miguel M/ la nueva ciencia.html

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momento dado. Explicar por ello lo que puede pensarse y por consiguiente lo impensable. Por ejemplo, en el mundo de hoy es impensable el sin sentido, lo contradictorio. En el mundo griego clásico era impensable el infinito actual. Lo impensable de acuerdo, a este punto de vista, no expresa una limitación de la razón, sino el hecho de que la cultura está instalada en un orden epistémico que impide pensarlo. Las “estructuras epistémicas” de una cultura dada dan un orden común al saber en sus más diversos campos disciplinarios. Dice Foucault: “Cuando hablo de episteme entiendo todas las relaciones que han existido en determinada época entre los diversos campos de la ciencia. Por ejemplo, pienso en el hecho de que en cierto momento la matemática fue utilizada por las investigaciones en el campo de la física, la lingüística, o bien (…) la semiología, la ciencia de los signos, es utilizada por la biología (para los mensajes genéticos), la teoría de la evolución fue utilizada o ha servido de modelo a los historiadores, a los psicólogos y a los sociólogos del siglo XIX. Todos estos fenómenos de relaciones entre las ciencias o entre diversos “discursos” en los distintos sectores científicos son los que constituyen lo que llamo episteme de una época”.

Foucault denomina “arqueología” del saber a la ciencia que estudia estos discursos y estas epistemes. Esta ciencia arqueológica permite comprobar que en la historia no se da progreso alguno y que no existe aquella continuidad de la que se enorgullece todo historicismo, la arqueología del saber muestra una sucesión discontinua de epistemes, la consolidación y el ocaso de epistemes en una historia sin ningún sentido.4 Como puede observarse, episteme, en el caso de Foucault, no significa ciencia, sino supuestos del pensar, característicos de una cultura en un momento histórico dado. La disciplina encargada desvelar estas “estructuras epistémicas” es la que Foucalt llama “arqueología del saber”. La arqueología del saber no es pues una epistemología, pues su tema no es específicamente la ciencia, sino en todo caso, los supuestos que explican el modo de pensar científico, algo más primario y fundamental que la ciencia misma. Como dice el filósofo peruano Víctor Li Carrillo: “La arqueología del saber se define entonces como la historia del sistema implícito del saber. La otra historia, la historia de la ciencia o de la filosofía aparece desde esta perspectiva como una historia de opiniones, como una doxología. La arqueología es entonces la historia fundamental, la historia en su principio y de sus principios. Comprenderemos ahora la razón por la cual se ha dado el nombre de arqueología a una disciplina fundada en estos supuestos. Arqueología, porque, como en la ciencia de las antigüedades, se trata de poner al descubierto el subsuelo de la cultura, el fondo oculto de sus creaciones monumentales. Arqueología, porque, como en la ciencia de los principios proyectada por Husserl, para sustituir a la filosofía, se trata de definir los fundamentos últimos del saber y del conocimiento, la arqueología del saber es por eso una historia impersonal, una historia del sistema latente que se manifiesta en el saber y en la cultura.” 4

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REALE, Giovanni y ANTISERI, Darío. Historia del pensamiento filosófico y científico. Ed. Herder, 1988. p. 831-832


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3.2. Epistemología y disciplinas afines Epistemología y lógica formal Kant consideraba que la lógica de su época era una ciencia acabada que ya no podía dar lugar a nuevos desarrollos. El gran pensador se equivocó completamente. A fines del siglo pasado y principios del presente se produjo un espectacular desarrollo de la lógica por caminos impensados, dando lugar a la nueva lógica, una lógica matemática y donde la lógica aristotélica es sólo un capítulo pequeño. La lógica proporcionó poderosas herramientas al análisis del conocimiento, como lo evidenció magistralmente Bertrand Russell, cuando resolvió las paradojas del tipo del mentiroso: «Epiménides, el cretence dice que todos los cretences mienten». La paradoja se presenta cuando se trata de determinar la verdad de semejante proposición. En efecto, si decimos que es verdadera, entonces, es falsa. Y si decimos que es falsa, entonces es verdadera. Russell resolvió esta paradoja con la creación de la teoría de los tipos. La potencia analítica de la lógica formal impresionó tanto a Wittgenstein, un discípulo y colaborador de Russell, que, al menos en la primera etapa de su pensamiento, redujo la filosofía a una actividad consistente en un análisis lógico del lenguaje en el cual expresamos nuestros conocimientos. Y esta vía lo llevó a descubrir que los problemas filosóficos no son sino pseudoproblemas producto de un mal funcionamiento del lenguaje. Los positivistas lógicos siguieron en este punto y en otros, a Wittgenstein y redujeron la Filosofía a la Epistemología y la Epistemología al análisis lógico de la ciencia. Para los positivistas y empiristas lógicos, pues, existe una estrechísima relación entre la Epistemología y la Lógica, al punto de que no es posible, para ellos, la epistemología sin la lógica como método de análisis. Empero, otras corrientes del pensamiento epistemológico no conceden este papel privilegiado a la lógica. Para Piaget, por ejemplo, el método es psicogenético experimental y sociohistórico. Para Kuhn el método es el historiográfico. Precisamente el estudio de la historia de la ciencia le ha permitido a Kuhn dar un giro completo a la Epistemología. La historia y no la lógica ocupan el lugar central en la historia de la ciencia. Epistemología y ciencia de la ciencia La ciencia puede también ser estudiada por las propias ciencias, con los objetivos y métodos propios de este tipo de disciplina. Puede hacerse un estudio sociológico de la ciencia tomándola como cualquier otro objeto social; tal es el caso del sociólogo Robert Merton5. Puede hacerse un estudio de la historia de la ciencia, como obra humana que se ha desarrollado a lo largo del tiempo. Por ejemplo los trabajos de John Bernal6. Puede hacerse un estudio psicológico de la ciencia examinando los procesos psicológicos que 5 6

MERTON, Robert. Ciencia, tecnología y sociedad en Inglaterra del siglo XVII. Alianza Universidad, 1984. BERNAL, John D. La ciencia en la historia. Edit. Universidad Autónoma de México, 1959.

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se presentan cuando el científico descubre un problema, inventa una hipótesis, genera conceptos, etc. La Epistemología estudia también a la ciencia, pero desde un ángulo diferente a los estudios de la ciencia realizados por la ciencia misma. La Epistemología estudia la ciencia buscando examinar sus fundamentos, su estructura, sus condiciones de validez. Aspectos éstos que, siguiendo a Reichembach, podemos llamar internos frente a los factores externos de la ciencia (aspectos social, histórico, psicológico, etc.), que constituyen temas de la ciencia de la ciencia. El estudio de estos aspectos internos de la ciencia pueden llevarse a cabo usando los métodos considerados propios de la filosofía, tales como el análisis lógico-conceptual, o la crítica racional, o utilizando los métodos propios de la ciencia, tales como el diseño experimental psicogenético o las técnicas historiográficas. En el primer caso, estaremos frente a lo que llamaremos epistemología filosófica. En el segundo caso, frente a lo que se suele llamar epistemología científica. Es preciso no confundir la epistemología científica con la ciencia de la ciencia. La epistemología científica es una disciplina filosófica que centrándose en los aspectos internos de la ciencia los estudia con los métodos científicos. La ciencia de la ciencia estudia los aspectos externos de la ciencia con los métodos propios de la ciencia. Los trabajos de John Bernal y de Thomas Kuhn, ilustran bien la diferencia entre lo que hemos llamado epistemología científica y ciencia de la ciencia. Bernal hace ciencia de la ciencia cuando escribe su famoso tratado La ciencia en la historia. En cambio, Kuhn hace epistemología científica cuando escribe su célebre Estructuras de las revoluciones científicas. Mientras Bernal hace historia para conocer el desarrollo en el tiempo de la ciencia, Kuhn hace historia con el propósito de determinar las condiciones de validez de la ciencia. Es preciso tener presente que Mario Bunge emplea una terminología diferente. Mario Bunge usa la expresión «ciencia de la ciencia» para referirse a todo estudio de la ciencia, ya sea científico o filosófico. Estos estudios los divide en dos: los que estudian los aspectos externos de la ciencia (psicología, sociología, historia), que corresponde a lo que nosotros llamamos ciencia de la ciencia y los aspectos internos de la ciencia (epistemología o metaciencia o teoría del conocimiento).

Epistemología, análisis del lenguaje y semiótica Los conocimientos no se quedan en la mente del sujeto cognoscente sino que se objetivizan en el lenguaje. Si bien es cierto que el lenguaje natural, en razón de su riqueza, flexibilidad y variedad, es un poderoso medio de comunicación, no es menos cierto que muchas veces es fuente de error y confusión. Fue Francis Bacon uno de los primeros en señalar al lenguaje como

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fuente de error y confusión: “…las palabras fuerzan el entendimiento y lo perturban todo, y llevan, por ende a los hombres a mil controversias y fantasías sin contenido alguno”.7 En la filosofía contemporánea el interés por el lenguaje tienen su origen en dos filósofos ingleses: Bertarnd Russell con su Principia mathemática y George Moore con su apelación al “sentido común”. Ambas escuelas filosóficas originan la pasión por los filósofos, especialmente ingleses, por el rigor y claridad de pensamiento y por esta vía han sido llevados a una nueva concepción del papel de la filosofía como un análisis del lenguaje a través del cual nos expresamos. Consideran que es inútil tratar de estudiar los pensamientos en sí, más allá del lenguaje, si éste es oscuro y confuso: también se debe atender al lenguaje en sí. El continuador paradigmático en esta línea de pensamiento ha sido Ludwig Wittgenstein, para quien “el resultado de la filosofía no es una cierta cantidad de “proposiciones filosóficas”, sino hacer que las proposiciones sean claras”. El análisis del lenguaje ha seguido dos vertientes diferentes, pero curiosamente ambas inspiradas en la obra del filósofo austriaco Ludwig Wittgenstein. Así mismo, ambas configuran la llamada filosofía analítica de procedencia fundamentalmente inglesa. La primera de ellas deriva del famoso Tractatus Logicus-philosoficus, publicado en Inglaterra en 1922 y que fue promovida por los positivistas lógicos. Esta versión es conocida como formalista, se considera que el lenguaje común es deficiente o imperfecto, al menos para finalidades filosóficas, y que el éxito filosófico –la clarificación y eliminación de problemas- ha de conseguirse construyendo un lenguaje lógicamente perfecto con el que sustituirlo. Esta línea fue desarrollada especialmente por Rudolf Carnap. En su famoso trabajo La eliminación de la metafísica mediante el análisis lógico del lenguaje admitía que hay convenciones sintácticas en los lenguajes naturales cuya violación produce secuencias contra-sintácticas de palabras. El lenguaje natural admite como gramaticalmente correcta una oración como: “César es un número primo”. En el trabajo antes citado decía: “El hecho de que los lenguajes naturales permitan la formación de secuencias de palabras desprovistas de significado sin violar las reglas de la gramática, indica que la sintaxis gramatical correspondiese exactamente a la sintaxis lógica, no podrían surgir seudomanifestaciones (manifestaciones que tienen una forma gramatical aparentemente aceptable, pero que no comportan ningún significado cognoscitivo). “… De ello se sigue que, si nuestra tesis que las manifestaciones de la metafísica constituyen seudomanifestaciones es justificable, entonces la metafísica nunca podría expresarse en un lenguaje lógicamente construido. Esta es la gran importancia filosófica de la tarea que actualmente ocupa a los lógicos, de construir una sintaxis lógica”8 En su libro The logical syntax of language, desarrolla la construcción de un lenguaje ideal enteramente formulado en términos sintácticos y lo proveyó de las convenciones 7 8

Frances Bacon. Novum organum. Libro Segundo. Madrid, Ed. Sarpe, 1984 CARNAP, Rudolf. La eliminación de la metafísica mediante el análisis lógico del lenguaje. Tomado de Alfred Ayer. El positivismo lógico. México, Fondo de Cultura Económica, 1965, p. 66.

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lingüísticas adecuadas. Fue la matemática desarrollada por Hilbert la que sirvió de modelo para un lenguaje puramente sintáctico. Las dificultades encontradas en esta empresa llevaron a Carnap a reconocer que “el lenguaje no se agota en la sintaxis, y que hay que tener en cuenta los aspectos semánticos y pragmáticos, como lo había visto Charles Morris, en su ciencia de los signos, la Semiótica”.9 La otra versión se deriva en parte de la repudiación de este punto de partida por el propio Wittgenstein en su enseñanza posterior a 1930. Se halla aquí el convencimiento de que «el lenguaje común es correcto» y de que las dificultades filosóficas, que en realidad son de origen lingüístico, no se suscitan porque nuestro lenguaje sea imperfecto, sino porque los filósofos lo describen, y lo construyen mal. Se sigue que el modo de conseguir el éxito filosófico –y esto significa aquí la comprensión y la solución de los problemas– consiste en determinar cómo se usa de hecho nuestro lenguaje y, a partir de ahí, en mostrar dónde y cómo se han equivocado los filósofos. Esta última versión de la concepción lingüística de la filosofía ha sido denominada «filosofía del lenguaje común». Ahora Wittgenstein dice: «... ¡No busquéis el significado! Buscad el uso». El significado de una palabra es su uso dentro de la lengua. La tarea de la filosofía consiste en descubrir los usos que hacemos de las palabras y hacer que surja al conjunto de reglas que rigen los diferentes «juegos lingüísticos». Se puede sintetizar la diferencia entre los formalistas y los filósofos del lenguaje diciendo que aquellos han vivido obsesionados por la noción de significado, los últimos han hecho lo propio con respecto a la de uso. La filosofía del lenguaje común profesada por dos grandes grupos filosóficos, aunque ninguno de los dos constituye una «escuela» organizada. El primero incluye a los filósofos que estuvieron influidos más o menos directamente por el propio Wittgenstein. Sus figuras principales son Wisdom, Malcolm, Waismann, Anscombe, Bouwsma y Lazerowitz. El otro grupo importante de filósofos del lenguaje común es el que se desarrolló en Oxford inmediatamente después de la guerra, bajo la dirección de Ryle y posteriormente de Austin. Sus miembros más eminentes, tras Ryle y Austin, son Strawson, Hart, Hamshire, Hare, Urmson y Warnock, así como otros muchos que, en Oxford o en otros lugares, han seguido esta línea10. La Epistemología está pues íntimamente vinculada con la filosofía del lenguaje como lo ha precisado muy bien Jerrold Katz: «La filosofía del lenguaje es una parte de la filosofía del conocimiento conceptual, es decir, de la Epistemología». La premisa fundamental de la que parte la filosofía del lenguaje es que existe una estrecha relación entre la forma y el contenido del lenguaje, y la forma y el contenido de la conceptualización. Dice Katz «la 9

MORRIS, Charles, Fundamento de la teoría de los signos. Universidad Nacional de México, 1958; y Signos, lenguaje y conducta. Buenos Aires, Edit. Losada, 1962 10 Cfr. CHAPPELL, V. C. El lenguaje común, Madrid, Ed. Tecnos, 1971.

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tarea específica de la filosofía del lenguaje es, por lo tanto, la de explorar esa relación y establecer todas las ilaciones acerca de la estructura del conocimiento conceptual que pueden establecerse sobre la base de cuanto se sabe respecto a la estructura del lenguaje11. Empero, no debe confundirse la filosofía del lenguaje con la filosofía de la lingüística. La filosofía de la lingüística es una rama de la epistemología cuyo objetivo de estudio es la de examinar las teorías, la metodología y la práctica del lingüista descriptivo. Ciertamente ambas disciplinas se interpenetran, pero tienen objetivos distintos, y métodos diferentes. La relación de la Epistemología con la Semiótica es diferente. La Semiótica en tanto ciencia de los signos no es una rama de la Epistemología, es una disciplina independiente pero que sirve como herramienta al epistemólogo para analizar el conocimiento a través del lenguaje. El filósofo norteamericano Charles Morris, su creador, dice: «... si bien la semiótica es una ciencia coordinada con otras ciencias, que estudia cosas o propiedades de cosas en cuanto sirven como signos, es también el instrumento de todas las ciencias, ya que toda ciencia hace uso de signos y expresa sus resultados por medio de ellos. Por consiguiente, la metaciencia (la ciencia de la ciencia) debe usar la semiótica como un órgano»12. Particularmente es importante la tesis de las tres dimensiones del lenguaje: semántico, sintáctico y pragmático. El aspecto semántico se refiere a la relación de los signos con sus designados. Existen dos tipos de reglas semánticas: las reglas de designación mediante las cuales se asigna a cada signo su correspondiente designado. Las reglas de verdad, mediante la cual se establecen las condiciones según las cuales un enunciado será considerado verdadero. El aspecto sintáctico se refiere a la relación de los signos para formar oraciones. Las reglas sintácticas son de dos tipos: Las reglas de formación, que determinan la forma como deben combinarse los signos elementales para obtener expresiones más complejas permisibles en un lenguaje dado. Las reglas de transformación, que nos dicen como podemos derivar nuevas expresiones a partir de otras tomadas como premisas. El aspecto pragmático se refiere a la relación de los signos con los usuarios o intérpretes de los signos. Las tres dimensiones mantienen ciertas relaciones entre sí. Así, la dimensión pragmática supone la semántica y la sintáctica: Un lenguaje, para ser usado por una comunidad de hablantes, debe designar algo y tiene que tener una estructura sintáctica definida. La dimensión semántica supone la sintáctica pero no la pragmática. Si las palabras pretenden referirse a las cosas del mundo, debe articularse entre sí de alguna manera definida. 11 KATZ, Jerrold. Filosofía del lenguaje. Barcelona, Edit. Martínez Roca, 1956. 12 MORRIS, Charles. Ob. Cit. p. 32.

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Pero, un lenguaje, para tener sentido semántico, no requiere ser usado (hablado o escrito) por una comunidad determinada. La dimensión sintáctica no supone ni la semántica ni la pragmática. Es posible elaborar un lenguaje puramente sintáctico sin ningún sentido semántico, sin ninguna referencia a las cosas del mundo. Esto ha tenido una enorme importancia en el campo de la ciencia y la filosofía. En efecto, el hecho de operar sintácticamente con signos sin sentido semántico, ha dado nacimiento a los cálculos formales. Un cálculo formal es un sistema sintáctico de signos sin significación semántica. En suma, la filosofía del lenguaje es parte de la Epistemología; y la Semiótica, una de sus herramientas de análisis.

Epistemología analítica y Epistemología normativa Se suele distinguir dos tipos de epistemología: Las epistemologías analíticas, que se limitan a un análisis de las condiciones de validez del conocimiento científico; y las epistemologías normativas, que son aquellas que en base al análisis de la ciencia pretenden dar a los científicos normas de procedimientos en su quehacer. Cuando Popper, por ejemplo, dice que «existe una asimetría entre verificación y falsación, en el sentido de que no es posible verificar concluyentemente una teoría pero si falsarla», está haciendo epistemología analítica. En cambio, cuando nos dice que «lo que tienen que hacer los científicos, en vez de empeñarse en buscar sólo ejemplos que confirmen sus teorías, es buscar contraejemplos para ver si resisten la refutación», está haciendo epistemología normativa. No todos los científicos aceptan el papel normativo de la epistemología, al considerar que recorta la labor creativa de los científicos; pues éstos, en su labor cotidiana, se ven precisados a romper esquemas y procedimientos metodológicos establecidos. La epistemología es solo una reflexión sobre el trabajo que ellos llevan a cabo al momento de enfrentarse a los problemas y buscarle soluciones. Existen, en cambio, otros científicos que reconocen el papel orientador de la epistemología en su labor científica. Por ejemplo, premios Nobel, como Jaques Monod o Sir John Eccles, han reconocido la influencia de Popper en sus trabajos. Eccles dice en su libro enfrentándose a la realidad: «...mi vida científica debe muchísimo a mi conversión, en 1945, si se me permite llamarla así, a las enseñanzas de Popper sobre el procedimiento de las investigaciones científicas... he tratado de seguir a Popper en la formulación e investigación de los problemas fundamentales de la neurobiología»13. 13 Citado por Bryan Magee. Popper. Barcelona, Edit. Grijalbo, 1972, p. 12.

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Los epistemólogos normativos son como los comentaristas deportivos: No juegan pero hablan de los que juegan. Y algunas veces se permiten recomendar, y hasta pontificar. Los epistemólogos no siempre son jugadores científicos, pero se permiten hacer recomendaciones a los que están en la cancha sobre el modo correcto de jugar. Para evitar estas distorsiones se recomienda a las personas que deseen dedicarse a la epistemología que antes se dediquen al cultivo de alguna disciplina científica.

3.3. Problemática de la definición de epistemología Hemos dicho que la Epistemología es el estudio de la ciencia. Ciertamente esta definición es aún insuficiente. Es necesario precisar en qué consiste ese estudio, cuáles son sus objetivos y tareas de un modo más específico. Creemos que a lo largo de la historia de la epistemología se han desarrollado dos maneras básicas de ver la ciencia. Una de ellas la conceptualiza como un cuerpo de leyes de diferente nivel de generalidad que nos permiten describir, explicar y predecir (o retrodecir) el comportamiento de la realidad, en el caso de las ciencias fácticas, o como un cuerpo de axiomas de los cuales se derivan teoremas, en el caso de las ciencias formales. La otra, la conceptualiza, no sólo como un cuerpo de leyes, sino como el proceso psicológico, sociológico e histórico de producción de esas leyes. Si conceptualizamos a la ciencia como algo acabado que se expresa en un cuerpo estructurado de leyes, como es el caso de los positivistas o empiristas lógicos, entonces la Epistemología tendría como tarea el estudio de la estructura y funcionamiento de las teorías científicas, así como las condiciones de validez de las mismas. Al conceptualizar a la ciencia como un producto acabado expresado en un cuerpo de leyes, limitan la epistemología a un análisis de lenguaje de la ciencia, en tanto que las leyes no son sino enunciados; y las teorías, cuerpos de enunciados. Por esto, la Epistemología es para ellos un análisis lógico-lingüístico de la ciencia. Esta posición la representa claramente Hans Reichenbach (1891-1953), un destacado miembro del movimiento positivista lógico. Reichenbach en su trabajo «Las tres tareas de la epistemología», que forma parte del libro Experience and Prediction14, introduce la célebre distinción entre contexto del descubrimiento y contexto de justificación. El contexto de descubrimiento se refiere a los procesos psicológicos y sociohistóricos que inciden en el descubrimiento de ideas en forma de problemas, hipótesis, etc. El contexto de justificación se refiere a los procesos lógicos y metodológicos, mediante las cuales se validarán las ideas. Dice Reichenbach:

14 REICHENBACH, Hans. “Las tres tareas de epistemología”. En: Experience and Prediction, University of Chicago Press, 1961. Traducción de Luis Piscoya Hermoza, en Tópicos de epistemología, Universidad Inca Gracilazo de la Vega, 2000.

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«(…) la bien conocida diferencia entre el modo como el pensador descubre un teorema y el modo como lo presenta a un auditorio puede ilustrar la diferencia en cuestión. Introduciré los términos contexto del descubrimiento y contexto de la justificación para señalar esta distinción»15.

El contexto de descubrimiento constituye al aspecto externo de la ciencia, y es estudiado por la Psicología, la Sociología y la Historia. El contexto de justificación constituyen al especto interno de la ciencia, y es materia de estudio de la Epistemología. Centrándose en los aspectos internos de la ciencia, la Epistemología, según Reichenbach, tiene tres tareas: a) descriptiva, b) crítica y c) de orientación. En su tarea descriptiva, la epistemología busca llevar a cabo una «reconstrucción lógica» de los procedimientos de validación que siguen los científicos en su labor cotidiana. Dice Reinchenbach «Lo que la epistemología intenta es construir procesos de pensamiento, de tal modo que ellos deberían producirse así si fueran ordenados en un sistema consistente, o construir conjuntos de operaciones justificables que pueden ser intercalados entre el punto de partida y el resultado del proceso de pensamiento, reemplazando los eslabones intermedios reales. La epistemología se considera así un subtítuto lógico del proceso real. Para este subtítuto lógico hemos introducido el término reconstrucción racional, el cual parece apropiado para indicar la tarea de epistemología. Muchas falsas objeciones y malas comprensiones de la moderna epistemología tienen su origen en no haber separado estas dos tareas; en consecuencia, en ningún caso será objeción atendible a una tesis epistemológica que el pensamiento real no se ajuste a ella16.

La tarea crítica o analítica de la epistemología consiste en juzgar acerca de la validez y confiabilidad del conocimiento científico. Los problemas en este campo son, por ejemplo, el asunto de la síntesis a priori; el problema de la justificación de la inducción, el problema de la verificabilidad. La tarea crítica es la que llamamos frecuentemente análisis de la ciencia, y como el término «lógica» no expresa nada más, al menos si lo tomamos acorde con su uso, podemos hablar aquí de lógica de la ciencia. Dentro de esta problemática, Reichenbach le concede un papel especial al asunto referente a la distinción entre cuestiones que tienen que ver con la verdad o falsedad de las cuestiones que tienen que ver con las decisiones. No todo en la ciencia es asunto de verdadero o falso. Un ejemplo clásico al respecto es el de la definición de la simultaneidad de dos sucesos. Luego de una larga discusión, el asunto quedó aclarado cuando Albert Einstein se percató que la simultaneidad no es una cuestión de verdadero o falso, sino de convenir definirla de una u otra manera y atenerse en lo sucesivo a las consecuencias que de ella se deriven. La definición de simultaneidad es convencional, no es, por tanto, ni verdadera ni falsa. Existe también en la ciencia decisiones que no son convencionales sino bifurcantes, en las que optándose por dos o más alternativas no equivalentes conducen al investigador por caminos diferentes. 15 REICHENBACH, Hans, ob. cit. p. 36. 16 REICHENBACH, Hans, ob. cit. p. 22.

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La tercera tarea es la de orientación. Esta tercera tarea de la Epistemología guarda relación con el asunto de las decisiones. Sucede que muchas decisiones no pueden ser detectadas por la ambigüedad y vaguedad terminológica, y hay otros en las que dos, o aún más, decisiones diferentes están en uso, entremezcladas e interfiriéndose dentro del mismo contexto. Ante tal situación, «será tarea de la epistemología sugerir una propuesta en relación con la decisión, y nosotros hablemos, por tanto, de la tarea de orientación de la Epistemología como su tercera tarea»17. Esta es la concepción que básicamente ha sido asumida por el movimiento positivista lógico. En suma, para ellos la Epistemología es un análisis lógico-lingüístico de la estructura, funcionamiento y condiciones de validez de las teorías científicas. Sobre esta base pretenden orientar la investigación científica. Esta es la concepción de la Epistemología que ha predominado desde la década del 20 hasta fines del 60. Sobre ella se elaboró los principales anuales de investigación científica que hemos utilizado por muchos años. En nuestro medio, una definición de Epistemología que expresa claramente esta concepción es la de Luis Piscoya: «...un estudio centrado en el análisis lógico del lenguaje científico (enunciados de observación, hipótesis, leyes, teorías, reglas, etc.) del método científico y de los criterios que se utilizan para decidir la validez o la aceptabilidad de una formulación científica»18.

Este punto de vista, aunque ha sido el dominante, no ha sido el único sobre el papel y sentido de la Epistemología. En efecto, existen, desde antiguo, estudiosos de la ciencia que conceptualizan la ciencia no como un cuerpo ya constituido de leyes, sino como el proceso de constitución y desarrollo de esas leyes. Este es un punto de vista que puede encontrarse en un estudioso de la ciencia como lo fue William Whewell (1794-1866). Whewell se propuso renovar el Novum Organum de Bacon, examinando el desarrollo histórico que había experimentado la ciencia desde sus inicios. Después de dos siglos de desarrollo se imponía la necesidad de sustituir el concepto a priori de la naturaleza de las ciencias inductivas por un concepto sustentado en los procedimientos efectivamente aplicados por los científicos en su trabajo real, y esto es lo que hizo en su obra Philosophy of the inductive sciences, founded upon their history (filosofía de las ciencias inductivas, fundada en su historia) (1839). La misma línea de pensamiento se encuentra en Antoine Augustin Carnot en un trabajo de 1861 titulado Traité de l’ enchainement des idées fondamentales dans les sciences et ans l‘histoire (Tratado del encadenamiento de las ideas fundamentales de la ciencia y de la historia).

17 REICHENBACH, Hans, ob. cit. p. 28. 18 PISCOYA H., Luis. Metapedagogía. Lima, Ed. Episteme, 1993, p. 7.

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El francés Gastón Bachelard (1884-1962) se inscribe en esta misma perspectiva de una manera muy original. Bachelard, basándose en el estudio de la historia de las ciencias, ha desarrollado el importante concepto de las «rupturas epistemológicas», mediante las cuales pretende explicar el cambio y desarrollo de las teorías científicas. Bachelard también ha propuesto el concepto de los «obstáculos epistemológicos». Dice Bachelard: «cuando se investiga las condiciones psicológicas del progreso de la ciencia, se llega muy pronto a la convicción de que hay que plantear el problema del conocimiento científico en términos de obstáculos. No se trata de considerar a los obstáculos externos como la complejidad o la fugacidad de los fenómenos, ni de incriminar a la debilidad de los sentidos o del espíritu humano: es en el acto mismo del conocer, íntimamente, son de aparecer, por una especie de necesidad funcional, los entorpecimientos y las confusiones»19. La superación de estos obstáculos da lugar a un salto, no es un tránsito continuo. El pensamiento comienza a moverse de pronto en otra dimensión, a la cual no se llega por la acumulación de conocimientos precedentes, sino por un cambio de óptica. Dice Bachelard que «no se puede decir correctamente que el mundo newtoniano prefigura en sus grandes líneas el mundo einsteneano (...) No hay tránsito entre el sistema de Newton y el sistema de Einstein. No se va del primero al segundo juntando conocimientos, extremando las precauciones en las medidas, rectificando ligeramente los principios. Es preciso, por el contrario, un esfuerzo de novedad total». La semejanza con las ideas de Kuhn es notable, sólo que lo dijo Bachelard diez años antes20. Por su parte, Jean Piaget (1896-1980) considera que «La epistemología genética intenta explicar el conocimiento y en particular el conocimiento científico sobre la base de su historia, su sociogénesis y especialmente desde los orígenes psicológicos de las nociones y operaciones sobre las cuales está fundamentado»21. Empero, este punto de vista no excluye el análisis lógico para examinar los conocimientos ya establecidos en un momento dado. Dice, «Pero la epistemología genética también toma en consideración, en tanto que es posible, la formalización y en particular, las formalizaciones lógicas aplicadas a estructuras estables de pensamiento, y en ciertos casos a las transformaciones de un nivel a otro en el desarrollo del pensamiento»22. Estas corrientes del pensamiento epistemológico son tan o más antiguas que las que representa el positivismo lógico; sin embargo, no tuvieron incidencia significativa. El movimiento positivista lógico con las poderosas herramientas de la lógica formal ejercieron una especie de «terrorismo lógico» contra todos sus adversarios acusándolos de un hablar sin sentido. 19 BACHELARD, Gaston. La formación del espíritu científico (1ª edición, 1938), traducción de José Babini, Buenos Aires, Ed. Argos, 1948. Tomado de Augusto Salazar, Lecturas filosóficas. Lima, 1965, p. 164. 20 PIAGET, Jean. Genetic epistemology. New York, Columbia University Press, 1970, p. 1. Traducción española de Luis Piscoya H., tomado de Tópicos de epistemología, p. 32 21 PIAGET, Jean, ob. cit., p. 32. 22 PIAGET, Jean, ob. cit., p. 32.

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Uno de los muchos méritos de Karl Popper es el de haber sido el primero en criticar severamente al positivismo en sus tesis centrales. Una de esas críticas se refiere al objeto de estudio de la Epistemología. Para Popper lo importante no es tanto el estudio de la ciencia en su estado final, sino la manera como se desarrolla, como se pasa de una teoría a otra mejor. Popper cree que se trata de un proceso en el que se lanza conjeturas plausibles y se busca refutarlas para ver su fuerza en la explicación y predicción de los hechos. A pesar de que las críticas de Popper fueron hechas casi desde el nacimiento del positivismo en su libro La lógica de investigación científica (1934), pasaron prácticamente desapercibidas; y durante más de treinta años, la epistemología del positivismo lógico fue dominante. Conjuntamente con la filosofía analítica inglesa, fue la filosofía dominante en el mundo anglosajón; y como el mundo anglosajón es el dominante, fue la filosofía dominante. El filósofo norteamericano Putnam (1962) llama «concepción heredada» a estos dos movimientos filosóficos. Pero a partir del 50 comienza a producirse una serie de críticas a varias de las tesis del positivismo lógico y la filosofía analítica. Quine y Putnam atacaron la distinción analítico/ sintética; Chisholm y Goodman abrieron el debate sobre los condicionales contrafácticos y la extensionalidad de las leyes científicas; Rapoport, Kaplan y Achinstein mostraron sus dudas sobre la posibilidad de axiomatizar las teorías de las ciencias empíricas; Putnam, Achinstein y otros muchos discutieron ampliamente sobre el problema clave de la oposición entre lo observacional y lo teórico, y Patrick Suppes analizó en profundidad la noción de reglas de correspondencia. Todas estas dificultades, junto a las que los propios defensores de la concepción heredada habían encontrado, como el dilema del teórico de Hempel, la solución de Ramsey a la cuestión de los términos teóricos, o la evolución de Carnap hacia la lógica probabilitaria, dieron lugar a que en la década de los 60’ hubiera una profunda crisis de confianza en las tesis de la concepción heredada, apareciendo incluso las primeras alternativas a la misma, debidas a Popper, Hanson, Putnam y Toulmin. La traducción al inglés en 1953 de las Investigaciones Filosóficas de Wittgenstein también supuso un duro golpe, porque uno de los inspiradores iniciales del Círculo de Viena modificaba radicalmente las tesis que había mantenido en el Tractatus Logicus-Philosophicus, otra de sus grandes obras. Todo este proceso de debilitamiento de sus postulados culminó con la publicación por Kuhn de La estructura de las revoluciones científicas (1962), en la que se echaba por tierra la mayor parte de las tesis de dicha concepción, fundamentalmente por ser ahistóricas y estar desligadas de la ciencia real23. Dice Kuhn: «si se considera a la historia como algo más que un depósito de anécdotas o cronología, puede producir una transformación decisiva de la imagen que tenemos actualmente de la ciencia»24.

23 Cfr.: ECHEVARRIA, JAVIER. Introducción a la metodología de la ciencia. Ed. Cátedra, 1999 24 KUHN, Thomas. La estructura de las revoluciones científicas. FCE, México, 1994, p. 20.

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Se fue imponiendo de este modo una visión de la ciencia no sólo como un cuerpo estructurado de leyes, sino como un proceso de producción de leyes que cambian a lo largo del tiempo. Lo cual lleva para su estudio a un análisis sociohistórico y psicogenético. Esta visión de la ciencia es clara en Piaget. Dice Piaget: «El conocimiento científico está en perpetua evolución; cambia de un día a otro. De esto resulta que no podemos decir que por un lado existe la historia del conocimiento y por otro su estado actual como si fuera algo definitivo o aun estable. El estado actual del conocimiento es un momento en la historia que cambia tan rápidamente como cualquier estado anterior del conocimiento ha cambiado el pasado y, en muchos casos, muy rápidamente. El pensamiento científico, entonces, no es permanente, no es una instancia estática, es un proceso. Más específicamente, es un proceso de construcción y reorganización continuo. Esto es verdadero en casi todas las ramas de la investigación científica25. Pero no sólo en Piaget, sino en un científico de la talla de Einstein. Dice Einstein: «La ciencia, como algo existente y completo, es la cosa más objetiva que el hombre conoce. Pero, la ciencia en su hechura, como un propósito a cumplir, es tan subjetiva y tan condicionada psicológicamente como cualquier otra rama del esfuerzo humano; tanto así que la pregunta de ‘¿Cuál es el propósito y la significación de la ciencia?’, tiene respuestas enteramente diferentes en diversas épocas y por parte de personas colocadas en distintas situaciones»26. La misma idea la tiene muy clara el historiador de la ciencia John Bernal: «La idea de la definición no se aplica estrictamente a una actividad humana que es sólo un aspecto inseparable del proceso único e irrepetible de la evolución social. En mayor grado que cualquier otra ocupación humana, la ciencia es, por su misma naturaleza, modificable. Además, por ser una de las más recientes conquistas de la humanidad, se transforma con suma rapidez»27 en el análisis lógico-lingüístico. Empero, es preciso mantener un punto de vista más equilibrado. Creemos que la posición de Piaget expresa un punto más integral de la epistemología. Afirma que es indispensable un análisis psicológico y sociohistórico sin desconocer la importancia del análisis lógico­formal, aunque precisando sus limitaciones.

3.4. El campo de estudio de la Epistemología Hemos visto que el campo y tareas de la epistemología es un asunto que depende de la perspectiva que los epistemólogos adopten respecto de la ciencia. También nos hemos percatado de la diversidad terminológica que caracteriza esta temática. No todos utilizan los términos en el mismo sentido, incluso los utilizan en sentido contradictorio unos de los otros. 25 PIAGET, Jean. Ob. cit., p. 33. 26 Citado por John Bernal. La ciencia en la historia. UNAM, México, 1959, p. 29. 27 BERNAL; John. Ob. cit., p. 29

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Frente a este panorama un tanto confuso, vamos a proponer una delimitación de los estudios acerca de la ciencia que cubra integralmente todas sus variantes conceptuales que se han ido presentando a lo largo del tiempo hasta nuestros días. Hablaremos de metaciencia como el estudio acerca de la ciencia. Es conveniente tener presente que esta terminología difiere de aquella usada por Bunge. Mario Bunge llama «ciencia de la ciencia» a los que nosotros denominamos metaciencia. No seguiremos la terminología de Bunge en este punto, porque la «ciencia de la ciencia» no abarcaría, en sentido estricto, a los estudios filosóficos sobre la ciencia; y por consiguiente, no sirve para designar todo estudio sobre la ciencia, sino sólo los estudios científicos. Nos parece del todo inconveniente incluir a la Filosofía dentro de las ciencias. Porque hacerlo equivale a convertir a la Filosofía en nada menos que en una de sus ramas. Estudio acerca de la Metaciencia

Ciencia

Figura 4. Ciencia y metaciencia.

La expresión metaciencia la usamos en un sentido amplio y abarca, por ello, tanto a los estudios científicos como a los filosóficos acerca de la ciencia. Igualmente, la amplitud del término ‘metaciencia’ no nos compromete con tal o cual método de estudio, ya sean éstos lógico-formales, histórico-críticos o psicológicos. Por otro lado, la ciencia tal como la conceptualizamos, comprende tanto su momento teórico (ciencia teórica) como su momento tecnológico (ciencia aplicada o tecnológica). A la metaciencia la dividiremos en dos: la ciencia de la ciencia y la filosofía de la ciencia.

Ciencia de la ciencia

Metaciencia

Filosofía de la ciencia

Figura 5. División de la metaciencia

La ciencia de la ciencia estudia con los métodos propios de la ciencia los aspectos externos de la ciencia. Cuando hablamos de aspectos externos de la ciencia nos referimos a

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los condicionamientos sociales, históricos y psicológicos del conocimiento científico. Así es como tenemos a la sociología de la ciencia, la historia de la ciencia y a la psicología de la ciencia. La filosofía de la ciencia es el estudio filosófico de los aspectos internos de la ciencia y la subdividiremos en: a. Epistemología, que es el estudio de las condiciones de validez de la ciencia. Este estudio puede llevarse a cabo tomando a la ciencia en su estado final, como un producto terminado, o puede hacerse desde la perspectiva de su desarrollo y progreso de un estado inicial a otro considerado final en un momento dado. Los positivistas lógicos o empiristas lógicos han abordado el estudio de la ciencia a través del lenguaje en el cual se formula el conocimiento científico. Otros estudiosos, con el fin de determinar las condiciones de validez de la ciencia, llevan a cabo un estudio histórico y sociogenético de la misma.

Lo que une ambas perspectivas de estudio es el hecho de que el «objetivo final es determinar las condiciones de validez del conocimiento científico. La diferencia se encuentra en que para lograr este objetivo, los empiristas lógicos se atienen a la ciencia como un cuerpo constituido y en esa dimensión realizan un análisis lógico-formal; en cambio, los otros, como Kuhn, Piaget, Bachelard, etc., examinan la ciencia desde su sociogénesis y su desarrollo histórico.

Dentro de esta definición amplia de Epistemología que hemos formulado, las preguntas típicas que se formulan los epistemólogos son: a.1. ¿Cuál es la estructura lógica de una teoría científica?, ¿se pueden axiomatizar todas las teorías científicas?, ¿hay diferencias significativas entre las ciencias formales y las fácticas respecto a su estructura formal?, ¿cuál es la estructura lógica de una explicación, de una predicción y de una aplicación terminológica?, ¿es posible distinguir claramente entre enunciados teóricos y enunciados observacionales?, ¿cuál es la estructura lógica de las tecnologías?, ¿qué diferencia existe entre ley científica y regla tecnológica?, ¿qué relación existe entre las valoraciones y la tecnología?, ¿qué significa probar una hipótesis o ley científica o una teoría científica?, ¿en qué casos decimos que un enunciado científico es objetivo y/o verdadero?, ¿qué relación existe entre verificación y falsación?, etc. a.2. ¿Las ciencias progresan?, ¿cómo se produce el paso de una teoría a otra?, ¿el conocimiento científico se organiza en paradigmas?, ¿cuál es la génesis psicológica de las categorías científicas? ¿Cómo Galileo estableció el método experimental?

b. Metodología, que es el estudio de los métodos y procedimientos que utiliza la ciencia en su búsqueda de la verdad.

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Introducción a la Epistemología

En este campo se plantean preguntas del tipo: ¿Cuál es la naturaleza de los métodos de la ciencia?, ¿existe un único método para todas las ciencias?, ¿los métodos de investigación científica se basan en la lógica formal o la lógica formal en los métodos de investigación?, ¿es el método hipotético-deductivo el «método», por ser de la ciencia?, ¿cuál es el alcance de los métodos científicos?, ¿existen métodos para inventar hipótesis?, etc.

c. Ontología de la ciencia, que se plantea cuestiones del tipo: ¿Los conocimientos científicos se refieren a algo real o son construcciones del sujeto cognoscente?, ¿existen en la realidad leyes científicas o sólo son instrumentos útiles para entender y actuar sobre la realidad?, ¿qué clase de entes son los entes matemáticos?, etc. d. Ética de la ciencia, que trata de cuestiones del tipo: ¿Es éticamente neutra la ciencia?, ¿el científico es un intelectual comprometido con la justicia social?, ¿es admisible mantener en secreto nuevos conocimientos?, ¿se pueden tomar ideas ajenas sin citar la fuente?, ¿existen límites morales para los experimentos científicos?, etc. e. Antropología filosófica de la ciencia, que aborda preguntas del tipo: ¿La racionalidad humana da aporte en la ciencia?, ¿la ciencia debe estar al servicio del hombre?, ¿el hombre se realiza por la técnica?, ¿es la técnica compatible con el humanismo?, ¿es el hombre esencialmente un homo faber o un homo sapiens? f. Estética de la ciencia, que se plantea interrogantes del tipo: ¿Influye la idea de lo bello en la formulación de las teorías?, ¿se puede hablar en matemáticas de la «elegancia de una demostración»?, ¿es la simplicidad lógica un concepto estético?, ¿influye en la opción por una teoría científica los valores estéticos del investigador?

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II. FILOSOFAR CIENTÍFICAMENTE Y ENCARAR LA CIENCIA FILOSÓFICAMENTE* Mario Bunge

2.1. Filosofía y ciencia Cuando decimos «filosofía y ciencia», el signo «y» puede significar la afirmación simultánea de ambos términos, o bien una relación cualquiera entre ellos. Si queremos ser más precisos, debemos recurrir, no ya a una conjunción, sino a las preposiciones, por figurar estas entre los equivalentes lingüísticos de las relaciones lógicas. Juguemos, pues, un rato con las preposiciones, como una de las maneras de averiguar el nombre más correcto para nuestra disciplina. Empecemos por «de». Si decimos «filosofía de la ciencia», damos a entender que se trata del examen filosófico de la ciencia: de sus problemas, métodos, técnicas, estructura lógica, resultados generales, etc. Y así es: de todo esto se ocupa la epistemología; pero también de algo más. Probemos con «en». Por «filosofía en la ciencia» –o, más exactamente, «filosofía de la filosofía en la ciencia»– debiéramos entender, quizá, el estudio de las implicaciones filosóficas de la ciencia, el examen de categorías e hipótesis que intervienen en la investigación científica, o que emergen en la síntesis de sus resultados1. Por ejemplo, las categorías de materia, espacio, tiempo, transformación, conexión, ley y causación; e hipótesis tales como: «La naturaleza es cognoscible», o «Todos los sucesos son legales». De acuerdo: también de esto se ocupa la epistemología; y sin embargo no basta. ¿Qué nos dirá la expresión «filosofía desde la ciencia»? Sugiere que se trata de una filosofía que hace pie en la ciencia, que ha sustituido la especulación sin freno por la investigación guiada por el método científico, exigiendo que todo enunciado tenga sentido y que la mayoría de las aseveraciones sean verificables. Y ¿qué designa «filosofía con la ciencia? Esta expresión sugiere ambiguamente– que se trata de una filosofía que acompaña a la ciencia, que no se queda detrás de ella, que no especula sobre el Ser y el Tiempo, al margen de las ciencias que se ocupan de los distintos tipos de ser y de acaecer: que es, en suma, una disciplina que no emplea conocimientos anacrónicos ni trata de forzar puertas ya abiertas. Examinemos, por último, la expresión «filosofía para la ciencia». Sugiere una filosofía que no se limita a nutrirse de la ciencia, sino que aspira a serle útil; al señalar, por ejemplo, las diferencias que existen entre la definición y el dato, o entre la verdad de hecho y la proposición que es verdadera o falsa, independientemente de los hechos, será ésta una filosofía que no sólo escarbe los fundamentos de la ciencia para poner en descubierto las hipótesis filosóficas que ellas admiten en un momento dado, sino que además aclare la estructura y función de los sistemas científicos, señalando relaciones y posibilidades inexploradas. * 1

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Clase inaugural del curso de Filosofía de la Ciencia en la Fac. de Filosofía y Letras. Buenos Aires, 5 de abril de 1957. Bunge, Mario. Epistemología, Editorial Ariel, Barcelona, 2002.


Introducción a la Epistemología

Todo eso es, en efecto, la Epistemología: filosofía de, en, desde, con y para la ciencia. Para ser equitativos con las cinco preposiciones, convengamos en no emplear ninguna de ellas, eligiendo en cambio un término único que posea todos esos significados. ¿Por qué no Epistemología, que etimológicamente significa teoría de la ciencia? o ¿por qué no Metaciencia, que significa ciencia de la ciencia? Cualquiera de estas denominaciones tiene la ventaja de que no reduce el ámbito de la disciplina en cuestión a un capítulo de la Teoría del Conocimiento, sino que permite abarcar todos los aspectos que pueden presentarse en el examen de la ciencia: el lógico, el gnoseológico, y eventualmente el ontológico. Pero, ¿no podríamos proseguir el juego con otras preposiciones, tales como «contra», «sobre», o «bajo»? Es verdad, éstas sirven para caracterizar otras tantas relaciones posibles entre la filosofía y la ciencia; pero veremos que no son adecuadas. En efecto, «filosofía contra la ciencia» es toda filosofía irracionalista o aquella que, sin serlo del todo, es enemiga del método científico. Aunque escasas y escuetas, hay, sin embargo, filosofías de la ciencia que niegan extensión y valor a la ciencia o la amputan radicalmente y que, además, no encaran los problemas de la ciencia de manera científica o, siquiera, inteligible. Una epistemología que no sea parasitaria, sino que se esfuerce por ser útil a la ciencia, debe empezar por respetarla, aunque no necesariamente con servilismo, ya que la ciencia siempre puede aprender de la crítica filosófica fundada. Quien filosofa contra la ciencia, o aun al margen de ella, imita a los escolásticos que rehusaban mirar por el anteojo astronómico de Galileo. En cuanto a las preposiciones «sobre» y «bajo», al enlazar los términos «filosofía» y «ciencia» sirven para designar concepciones muy estrechas del lugar y de la función de la Epistemología. Si decimos «filosofía sobre la ciencia», significamos una ciencia superior en valor y poder a las ciencias particulares: una scientia rectrix con tales pretensiones de rectoría que los científicos se burlarían de ella; y con razón, pues la investigación científica no tolera ucases. Por su parte, la expresión «filosofía bajo la ciencia» sugiere la posición inversa, de dependencia unilateral de la filosofía respecto de la ciencia: es este un error que los epistemólogos no cometen en los hechos, aunque a veces lo proclaman como la más excelsa de las virtudes epistemológicas. La filosofía de la ciencia no sólo comporta el examen de los supuestos filosóficos de la investigación científica, sino que tiene derecho a una elaboración creadora en un nivel diferente del científico, aunque reposa sobre él: el nivel metacientífico. No hay pensador más entrometido que el epistemólogo: hoy señala una hipótesis filosófica oculta en un sistema teórico, mañana le discutirá al científico el derecho a usar cierta categoría en determinado contexto, y pasado mañana propondrá una teoría sobre determinada clase de conceptos o de operaciones de la ciencia. La Epistemología no está por encima ni por debajo de la ciencia: está a la vez en la raíz, en los frutos y en el propio tronco del árbol de la ciencia. Es necesario distinguir los problemas metacientíficos de los científicos, pero no hay por que inventar un abismo que los separe: acaso no

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exista problema científico que no suscite problemas filosóficos, ni problema filosófico que pueda abordase con esperanza de éxito, si no es adoptando una actitud científica. Algunos filósofos carentes de formación científica son culpables de las filosofías de las ciencias que son anticientíficas o, por lo menos, acientíficas; del mismo modo que los científicos sin formación filosófica suelen ser los creyentes más fervorosos en la existencia de la filosofía de la ciencia, que a menudo es aquella que han aprendido en el libro de la epistemología con que se han cruzado. No existe la filosofía de la ciencia en cuanto teoría única: apenas hay intentos, si bien cada vez más serios, por «cientifizar» la epistemología y, en general, la filosofía. La situación imperante en este dominio recuerda a la reinante en la Física, antes de la síntesis newtoniana, o en la biología, antes de la síntesis darwiniana: hay muchos resultados dispersos que rompen los moldes caducos de las distintas escuelas, resultados que serán preciso ir integrando, cortando para ello las alambradas de púas tendidas entre las escuelas que han hecho contribuciones positivas a la filosofía científica de la ciencia. Quienes emprendan la labor de podar las ramas secas, desarrollar las verdes y coordinarlas en sistemas coherentes –pero transitorios– cumplirán la misión del sinoptikós de Platón. Pero no lo harán ya al margen de la ciencia, no lo harán ignorando el saber moderno, sino que se fundarán sobre él. Toda época ha intentado integrar los conocimientos; nuestra época, la era de la ciencia, intenta integrar conocimientos más o menos verificados, pero no pretende elaborar síntesis cristalizadas.

ACTIVIDADES • Elabore un vocabulario mínimo con los conceptos básicos de los temas estudiados. • Preparar un informe sobre la Epistemología actual. • Analizar las relaciones entre la Epistemología y la Educación.

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SEGUNDA UNIDAD

CIENCIA Y SOCIEDAD

Objetivos a) Determinar las principales etapas en el desarrollo de la ciencia. b) Precisar el papel del capitalismo en el surgimiento y desarrollo de la ciencia y la tecnología. c) Señalar los principales obstáculos sociales y culturales en el desarrollo de la ciencia.


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LOS ORÍGENES SOCIALES DE LA CIENCIA Ely Chinoy1*

1.1. LA CIENCIA EN LA SOCIEDAD PRIMITIVA Aunque la ciencia como institución social y fuerza fundamental en la vida de la sociedad es relativamente moderna y, hasta épocas muy recientes, ha quedado confinada en gran parte al mundo occidental, en todos lados puede hallarse un conocimiento empírico más o menos seguro. La gran importancia que tienen la religión y la magia dentro de la sociedad primitiva hizo que ciertos estudiosos llegaran a la conclusión errónea de que la “mentalidad primitiva” es esencialmente “mística y prelógica”, sumergida en un mar de ilusiones y sueños, e incapaz de tener pensamiento racional.2 Pero todo pueblo primitivo también tiene, además de sus creencias y rituales religiosos y sus prácticas mágicas, un cuerpo de conocimientos que deriva de la experiencia práctica y se funda a menudo en una tosca pero adecuada comprensión del mundo que lo rodea. Los isleños de Trobriand, un pueblo del Océano Pacífico descrito con gran detalle en las monografías de Malinowski, nunca cultivarán un jardín, construirán un bote o se harán a la mar sin antes llevar a cabo los ritos mágicos exigidos; pero ellos también reconocen la importancia del suelo, del tiempo y del trabajo en la jardinería, la necesidad de tener habilidades prácticas y materiales adecuados para fabricar botes, y están familiarizados con los principios de la navegación y la marinería. Si por ciencia –escribe Malinowski– debe entenderse un cuerpo de reglas y concepciones como basado en la experiencia y derivado de ella por una inferencia lógica, cristalizado en realizaciones materiales en una forma fija de tradición, de acuerdo con ciertas formas de organización social, entonces no hay duda de que aún las más salvajes comunidades tienen los principios de la ciencia, por rudimentaria que sea.3

Esta definición de ciencia es quizás demasiado amplia, como reconoce el propio Malinowski, ya que el conocimiento práctico y la ciencia no son lo mismo. El primero depende a menudo de un simple proceso acumulativo de experimentos y pruebas, una verificación pragmática de alternativas, y está meramente incorporado a las habilidades de los trabajadores. La ciencia, en cambio, consiste en generalizaciones lógicamente relacionadas que pueden ser comprobadas de manera sistemática. Pero los comienzos de la ciencia aún en este sentido más restringido, se encuentran también algunas veces en la sociedad primitiva. 1 2 3

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CHINOY, Ely. La sociedad: una introducción a la sociología. F.C.E., México, 1966. LEVY-BRUHL, Lucien, Primitive Mentality, trad. Lilian A. Clare (New York: Macmillan 1923). MALINOWSKI, Bronislaw, Magic, science, and religion, and other essays, Anchor Books; Garden City: Doubleday, 1954, p. 34.


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El nativo constructor de botes no sólo conoce prácticamente de flotación, nivelado, equilibrio, leyes que debe obedecer cuando se encuentra sobre el agua, sino también son principios que debe tener en su mente cuando construye la canoa. Instruye a sus ayudantes en estas cuestiones. Les da a conocer las reglas tradicionales, y de una manera simple y burda, usando sus manos, piezas de madera y un limitado vocabulario técnico, explica algunas leyes generales de la hidrodinámica y el equilibrio. Es un hecho cierto que la ciencia no está separada de la artesanía, la cual es sólo un medio para llegar a un fin, y aunque sea burda, rudimentaria y elemental, es después de todo la matriz de la que han surgido los mayores desarrollos.4

La búsqueda desinteresada de conocimientos tampoco es totalmente ajena a la sociedad primitiva, pues dentro de los límites de una cultura tradicional se encuentran siempre individuos que son “pacientes y cuidadosos en (sus) observaciones, capaces de establecer generalizaciones y relacionar largas cadenas de acontecimientos en la vida de los animales, así como en el mundo marino o en la selva”.5 Sin embargo, en su mayor parte, el conocimiento en las sociedades primitivas ha permanecido limitado a generalizaciones empíricas, sin llegar a constituir un cuerpo de conceptos y teorías generalizadas y sistemáticas. Los tanala de Madagascar sabían que masticando la corteza del árbol chinchona evitan o curaban la malaria, pero los europeos fueron los primeros en aislar la quinina que contiene la corteza (en 1820), identificando sus propiedades químicas y sintetizándolas finalmente en un equivalente químico que cumplía las mismas funciones médicas. Muchos pueblos primitivos han sido sumamente hábiles en el arte de trabajar los metales y la historia humana conoce desde hace mucho tiempo aleaciones de varias clases, pero no fue sino hasta épocas relativamente recientes en que apareció una ciencia de la metalurgia basada en principios generales y en los estudios y pruebas de laboratorio. Ninguna sociedad primitiva ha llegado a tener papeles sociales específicos, destinados exclusivamente a la búsqueda sistemática del conocimiento científico.

1.2. ORÍGENES DE LA CIENCIA Los impresionantes adelantos de la ciencia moderna no deben ocultar la larga historia del conocimiento científico. Aunque los babilonios y los egipcios hayan dado pasos importantes, sobre todo en matemáticas y astronomía, el primer gran período de descubrimiento científico tuvo lugar entre los antiguos griegos. En lógica y matemática, las disciplinas formales que son básicas en la investigación científica, así como en física, medicina, geografía y otros campos empíricos, los griegos hicieron contribuciones decisivas. No sólo fueron los primeros en concebir “la posibilidad 4 5

Ibid; pp. 34-35. Ibid; p. 35.

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de establecer un cierto número de principios y deducir de ellos algunas verdades que son rigurosas consecuencia”6, sino también establecieron una tradición de investigación empírica que permitió importantes resultados científicos. Es poco lo que sabemos hasta ahora acerca de las fuerzas sociales que generaron las extraordinarias realizaciones científicas de la Grecia clásica, o sobre las circunstancias que hicieron declinar a la ciencia en la Antigüedad. Un investigador, Benjamín Farrington, encuentra las causas del éxito y de la decadencia en las condiciones económicas y la estructura de clase.7 Los primeros científicos griegos fueron “hombres prácticos” cuya preocupación por el comercio y la tecnología, como dice Farrington, estimuló un criterio racional, práctico sobre el mundo. Sus ideas específicamente científicas reflejaban la destreza y las técnicas de su época. La declinación de la ciencia griega, dice Farrington, resultó del desarrollo de una economía esclavista que rompió la estrecha relación existente entre la filosofía y la práctica. Como los esclavos hacían casi todo el trabajo, los griegos no se preocuparon ya por las cuestiones concernientes a la técnica de producción. Perdieron entonces interés en los problemas prácticos y se preocuparon más bien de cuestiones no científicas y de ideas meramente abstractas. Para ellos, la ciencia había llegado a ser solamente “un descanso, un adorno, un tema de contemplación. Había dejado de ser un medio para transformar las condiciones de vida”8. El resultado fue que la ciencia dejó de progresar. La validez de esta interpretación ha sido discutida debido a su extremada simplificación de un proceso complejo y a la falta de evidencia. “Nuestro conocimiento real sobre el desarrollo del pensamiento científico (griego) y sobre la posición social de los hombres que eran responsables de él, observa un historiador de la ciencia antigua, es tan fragmentado... que parece completamente imposible verificar cualquier hipótesis (sociológica), por plausible que pueda parecer al hombre moderno”9. Sin embargo, incluso con los datos asequibles que nos han llegado, es evidente la complejidad de las fuerzas que participaron en ello. Por ejemplo, aunque Farrington atribuye generalmente a las ideas religiosas un efecto inhibitorio sobre el progreso científico. Pitágoras, para tomar un ejemplo concreto, fue no sólo uno de los más grandes científicos griegos, sino también un dirigente religioso para el cual las matemáticas eran una forma de reflexión religiosa. La esclavitud, a la que Farrington atribuye la principal responsabilidad en la decadencia de la ciencia griega, estaba ya muy extendida en la época de Platón, lo que no impidió que siguiesen haciéndose importantes descubrimientos durante varios siglos después de su muerte. Es probable que la esclavitud y la ruptura del trabajo manual que ella trajo consigo hayan inhibido distintas áreas de la investigación científica, pero algunos campos, especialmente las matemáticas, la astronomía, la geografía y la medicina, continuaron haciendo sustanciales progresos hasta el siglo tercero después de Cristo. 6

Citado en Benjamín Farrington, Greek Science, Hardmonsworth: Penguin Books, 1949, I,13. Farrington cita a un erudito francés, Arnold Reymond. 7 Op. Cit. 8 Ibid.,II,164. 9 O. Neuegaber, The Exact Sciences in Antiquity; Princeton University Press, 1952, p.145.

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Introducción a la Epistemología

Con la declinación de la cultura helenística y la desintegración del Imperio Romano, el progreso científico se detuvo virtualmente. Fueron pocas las nuevas ideas que aparecieron durante un milenio. Sin embargo, todos esos siglos no fueron estériles por completo, y el renacimiento de la ciencia en los siglos XVI y XVII dependió en parte de los desarrollos tecnológicos que habían ocurrido paulatinamente en Europa-por ejemplo, los molinos de agua y de viento en el siglo XII, los anteojos y el timón en el siglo XIII, la pólvora, el cepillo de carpintero, el abuelo del reloj en el siglo XIV y la imprenta en el XV. (Los principales descubrimientos científicos durante esos años pertenecen a los árabes, que crearon el álgebra, inventaron el cero e hicieron progresos sustanciales en biología y medicina.) No obstante, a pesar de estos adelantos tecnológicos y científicos, “cuando empezó la ciencia moderna en el siglo XVI, escribe Farrington, ello ocurrió a partir del nivel en que la habían dejado los griegos. Copérnico, Vesalio y Galileo son los continuadores de Ptolomeo, Galeno y Arquímedes”.10 El extraordinario desarrollo científico de los siglos XVI y XVII, especialmente el que tuvo lugar en Inglaterra durante el siglo XVII, han sido estudiados de modo más completo, desde un punto de vista sociológico, que el de cualquier otro período, con excepción quizás del nuestro. Los resultados muestran con claridad el grado en que la ciencia de ese período estuvo influida por circunstancias sociales y culturales, así como la complejidad de los factores que participaron en ella. Parece evidente, por ejemplo, que las necesidades económicas estimularon gran parte de la investigación y canalizaron a menudo el interés científico hacia cauces particulares de investigación. Como señala Robert K. Merton, que ha hecho el estudio sociológico más detallado sobre la ciencia y la tecnología en el siglo XVII en Inglaterra, “todo científico inglés de aquel tiempo suficientemente distinguido para merecer ser mencionado en las historias generales de la ciencia, relacionaba en forma explícita, en un momento u otro sus investigaciones científicas con problemas prácticos inmediatos”.11 En un resumen sobre las influencias socio-económicas que afectaron la elección de problemas científicos analizados por miembros de la Sociedad Real en Inglaterra durante los años 1661-62 y 1686-87, Merton encontró que del 30 al 60% de dichos problemas estaba directa o indirectamente ligado a las necesidades militares, a la navegación o a los requerimientos de alguna industria, especialmente la minería.12 Y con vistas a resolver los problemas prácticos, fue necesario a menudo tratar importantes cuestiones teóricas; la investigación se orientó al descubrimiento de métodos para localizar la posición de un barco en el mar, lo que contribuyó también al conocimiento científico sobre el magnetismo, las mareas y los movimientos de las estrellas y planetas.

10 Farrington, op.cit.,II,p.163. 11 Robert K.Merton, Teoría y estructura social, trad. De Florentino M. Torner (México-Buenos Aires: f.C.E.,1964),p.597. 12 Ibid.,pp. 613-4.

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Por supuesto que las motivaciones de los científicos individuales no son las únicas indicaciones que permiten apreciar la influencia de las presiones económicas en la ciencia. Así como los científicos dependen del trabajo de quienes les han precedido, también dependen a menudo-o tienen que seguir sus lineamientos-del trabajo de aquellos que han tratado de resolver problemas prácticos. Además, cosa de la mayor importancia, las ideas científicas, como se sabe bien ahora, tienen con frecuencia aplicaciones prácticas que no llegaron a imaginarse sus creadores. Pero los propios científicos, no importa cuán abstractas sean sus teorías o no tengan aparentemente ninguna relación con problemas inmediatos, dan por sentado que a la larga su trabajo tendrá algún empleo concreto. Los científicos del siglo XVI en Inglaterra, advierte Merton, “confiaban generalmente en que su constante laboriosidad produciría frutos prácticos”.13 Las necesidades económicas y los posibles usos de la investigación científica aportan sólo una parte de la explicación que puede hacerse del notable progreso científico del siglo XVII. Muchos de los problemas prácticos a los que dirigieron su atención los científicos existían ya desde mucho antes de que fueran sometidos a un estudio sistemático. ¿Qué es lo que explica el aumento del propio interés científico? Siguiendo una idea de Max Weber, Merton encuentra parte de la respuesta, al menos en lo que se refiere al siglo XVII en Inglaterra, en la influencia del puritanismo, que destacaba no sólo el racionalismo, como lo hacía la teología católica medieval, sino también estimulaba a los hombres a tratar de dominar el mundo que los rodea. Ellos debían explorar los misterios de la naturaleza no sólo para mejorar la condición del hombre, sino también para ratificar la gloria de Dios mediante la revelación de las maravillas de su obra. Al enfocar la atención sobre el mundo en el que vivían los hombres, el puritanismo reunió así al racionalismo y al empirismo, los dos valores que, conjuntamente, como señalamos en el capítulo I, constituyen la esencia del espíritu científico. Para Merton, la influencia de la creencia y la afiliación religiosas sobre la tarea científica en el siglo XVII no sólo se revela en la aparente coincidencia de los principios del puritanismo y la ciencia, sino también en la fuerte preponderancia de puritanos entre los científicos. Aunque los puritanos constituían sólo una pequeña proporción de la población inglesa, 42 de los 68 miembros originales de la Real Academia sobre los cuáles existen datos, eran puritanos, y algunos de ellos fueron también teólogos eminentes. Esta preponderancia de los protestantes entre los científicos ha sido advertida en otros países y continúa siendo característica aún en nuestra época.14 Por ejemplo, un estudio reciente llevado a cabo en los Estados Unidos concluye que “las estadísticas, junto con otras evidencias, apenas dejan duda de que los científicos han sido reclutados desproporcionadamente entre el sector protestante norteamericano”.15 13 Ibid.,p.598. 14 Para obtener un resumen de estos estudios, ver Ibid.,p.580-5. 15 R.H.Knapp y H.B.Goodrich, Origins of American Scientists, Chicago: The University of Chicago Press, 1952,p.274.

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La influencia de la religión y las necesidades económicas sobre la ciencia del siglo XVII demuestra claramente que ésta es no solamente el trabajo de individuos curiosos y creadores, colocados al margen de las grandes fuerzas sociales que operan en el mundo que los rodea, y que la historia de la ciencia no puede escribirse solamente como una secuencia de descubrimientos aislados de los problemas prácticos y las ideas no científicas. En muchos aspectos, sobre todo en la selección de problemas y en el ritmo del progreso, la ciencia está “determinada” por la sociedad. Sin embargo, como señala Merton, esta conclusión general es sólo el principio de un estudio sociológico de la ciencia. Después de todo, el problema importante no es si esas influencias prácticas sobre el curso del desenvolvimiento científico han tenido lugar alguna vez, o si resultaron siempre ser determinantes. Es, por el contrario, asunto de múltiples preguntas, cada una de las cuales exige largo y paciente estudio y no breves e impacientes respuestas: ¿En qué medida han operado esas influencias en diferentes tiempos y lugares? ¿En qué circunstancias sociológicas resultaron mayores y en cuáles otras menos determinantes?16

Ni los valores e ideas religiosos, ni las necesidades económicas, por supuesto, a pesar de su importancia, pueden explicar completamente el progreso científico de los siglos XVI y XVII, o de cualquier otro periodo. No sólo está la ciencia sujeta a otras fuerzas externas -políticas, ideológicas, relativas a la organización- que pueden afectar a su índice de desarrollo y los problemas en los que ponen atención los científicos, sino que ella misma es en alguna medida un sistema intrínsecamente social y cultural con sus propias teorías, sus valores, instituciones, papeles y organización social, todos los cuales ayudan a canalizar los esfuerzos de aquellos que entran en un mundo de abstracciones, análisis e investigaciones empíricas. Las teorías científicas y los hechos nuevos generan sus propios problemas, y cada generación de científicos busca la respuesta a cuestiones que han dejado sin contestar sus predecesores, dejando a su vez no sólo grandes acumulaciones de datos, sino también nuevos problemas que deben ser explorados por sus sucesores. La cultura y la organización social de la ciencia de los siglos XVI y XVII, estaban en gran parte en un estado embrionario o quizás infantil. A pesar de la larga historia de progresos científicos que empezó bastante antes de la Era cristiana, y las extraordinarias realizaciones del siglo XVII, los valores de la ciencia no fueron aceptados generalmente, como tampoco fue conocida o reconocida su utilidad, y el papel de los científicos apenas se distinguía de otros. Aunque fueron creadas sociedades científicas en varios países durante el siglo XVII y hubo una considerable comunicación entre los científicos de diferentes lugares, la búsqueda de conocimientos científicos era llevada a cabo todavía por experimentadores más o menos aislados o por pequeños grupos de individuos, muchos de los cuales estaban incorporados a menudo a otras actividades profesionales o intelectuales. 16 Merton, op.cit., p. 529.

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En los siglos siguientes, varias circunstancias siguieron estimulando al desarrollo de la ciencia. La ilustración del siglo XVIII, que destacó la razón, la libertad y el humanitarismo, proporcionó una nueva justificación a la investigación científica. La industrialización de la Europa Occidental, que comenzó en la segunda mitad de ese siglo en Inglaterra y se extendió con gran velocidad, ofrecía nuevos estímulos a la investigación dentro de la química, la mecánica, la hidráulica, la termodinámica, la metalurgia y otros campos. Los intereses militares y políticos también contribuyeron a la tarea científica; fueron establecidas nuevas instituciones de educación científica durante y después de la Revolución Francesa y recibieron un decidido apoyo de Napoleón, el cual encontraba útil contar con ingenieros bien entrenados en sus campañas militares. Con la constante acumulación de conocimientos científicos y el reconocimiento creciente de su utilidad, las universidades empezaron a dedicar algo de sus energías a la enseñanza de la ciencia y a la investigación científica, aunque algunas de ellas, particularmente en Inglaterra, lo hicieron sólo de una manera paulatina y reluctante. La ciencia floreció allí donde fue estimulada por las universidades; donde no recibió ese apoyo, se desarrolló con más lentitud. Como ha mostrado recientemente Joseph Ben-David, las diferencias en la “productividad de la ciencia médica entre varias naciones, durante el siglo XIX, estaban estrechamente relacionadas con el grado en que la investigación científica era estimulada y patrocinada por las universidades”17.

17 Joseph Ben-David, “Scientific Productivity Academic Organization in Nineteenth Century Medicine”, American Sociological Review, XXV, diciembre de 1960, pp.828-43.

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factores de divergencia en las concepciones científicas: la dialéctica interna del proceso del conocimiento y las condiciones sociales del desarrollo de la ciencia Oskar Lange18

La existencia de concepciones y orientaciones diferentes en las ciencias es cosa normal. Esto se debe al carácter dialéctico del proceso de conocimiento, a través del cual se forma el pensamiento humano, en la práctica de la acción recíproca entre el hombre y la realidad que le rodea. El conocimiento científico progresa por la confrontación de los resultados de nuevas observaciones y experimentos con las ideas y teorías científicas existentes. Estas ideas y teorías influyen en la orientación de las investigaciones, indican los caminos a seguir por las nuevas observaciones y experimentos; pero, a su vez, los resultados de estas investigaciones implican necesariamente una modificación de las ideas y teorías científicas y su adaptación a los nuevos hechos comprobados. Las concepciones y teorías nuevas indican, a su vez, qué nuevas observaciones y experiencias se han de realizar, lo que de nuevo hace necesaria una adaptación de las ideas y teorías científicas, etc. Sin embargo, este proceso dialéctico no se desarrolla de forma regular. El alcance de los hechos nuevamente descubiertos es variable y no es siempre fácil apreciar la importancia de los mismos. Además, se puede sentir más o menos apego a las antiguas concepciones y teorías. A causa de esto, la ciencia ve aparecer opiniones y orientaciones divergentes en el curso de su desarrollo. Estas divergencias, debidas al carácter dialéctico del proceso del conocimiento científico, generalmente se superan en el propio proceso ulterior de desarrollo. Los resultados se perfilan por medio de posteriores investigaciones y, así, se establece cierta communis opio doctorum que se mantienen todo el tiempo que el descubrimiento de hechos nuevos no hace necesaria su revisión. La revisión provoca frecuentemente nuevas concepciones divergentes que, a su vez, ceden el paso a una nueva communis opinio. Tal es el desarrollo del proceso del conocimiento en aquellas ciencias en las que las divergencias entre las concepciones surgen y son superadas bajo la acción determinante de la dialéctica del conocimiento científico, como ocurre en la mayoría de las ciencias naturales, por ejemplo, en la física, química, anatomía, fisiología, etc. Así fueron resueltas, en física, la cuestión de la caída de los cuerpos, la ley de la conservación de la energía y la teoría de la relatividad; en química, la existencia del llamado “flogisto” y la transformación de unos elementos o cuerpos simples en otros; en fisiología, la cuestión de la circulación de la sangre, la función de las glándulas endócrinas, etc. El hecho de que en economía política, lo mismo que en otras muchas ciencias, especialmente en las ciencias sociales, se mantengan obstinadamente divergencias 18 Oskar Lange, Economía Política, F.C.E., México 1971.

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fundamentales en las concepciones y opiniones, nos induce a suponer que, además de la dialéctica del proceso del conocimiento científico, entran en juego aquí, otros factores. Como veremos, un análisis más preciso confirma esta hipótesis. Toda ciencia, ya trate de la naturaleza o de las realidades sociales, se desarrolla en condiciones históricamente definidas. El resultados de las investigaciones científicas tienen siempre cierta significación práctica, ya se refiera ésta al desarrollo de las fuerzas productivas de la sociedad o a la forma que adquieren las relaciones sociales entre los hombres. A veces, esta significación es mediata y no siempre visible a simple vista; pero sin embargo, siempre existe. En consecuencia, el proceso de la investigación científica y sus resultados no están influidos únicamente por la dialéctica del conocimiento científico, sino también por la significación social de sus resultados. El gran desarrollo de las ciencias de la naturaleza (y el correlativo de las matemáticas) iniciado en el siglo XVI y que tuvo especial florecimiento está estrechamente ligado al desarrollo del comercio capitalista y de la navegación marítima, y después al desarrollo de la producción capitalista. El capital comercial y más tarde la burguesía industrial crearon un interés práctico por los resultados de las ciencias de la naturaleza, e hicieron posible la aplicación de estos resultados en la técnica industrial, la agricultura, los transportes y las comunicaciones. Además, el desarrollo del capitalismo durante este periodo creó un clima intelectual libre de los prejuicios teológicos medievales y de los hábitos escolásticos del pensamiento; un clima en el que conquistaron aceptación general los métodos empíricos de investigación científica, y en el que se decía la verdad de las afirmaciones de la ciencia a través de su confrontación con la experiencia. Estas condiciones han permitido el desarrollo de las ciencias naturales. Además, sobre todo en los siglos XIX y XX, la burguesía equipó los centros de investigación científica –universidades e institutos–, al dotarlos de medios materiales como laboratorios, estaciones experimentales, clínicas, seminarios de trabajo, etc; también fueron creados centros de divulgación científica, como establecimientos de enseñanza, editoriales, etc., sin los cuales el desarrollo de las ciencias naturales habría sido imposible. Simultáneamente, el desarrollo de la industria, de la agricultura, de los transportes y de las comunicaciones, así como las necesidades tecnológicas que todo esto implica, influyeron de forma decisiva en la orientación de las investigaciones científicas. Estas necesidades enfrentan a la ciencia con problemas que exigían solución y directa o indirectamente señalaban “cometidos” a la ciencia. Por tanto, el gran desarrollo de las ciencias naturales, que se produjo especialmente en el curso de los últimos siglos, no fue resultado exclusivo de la dialéctica del conocimiento científico; también tuvo su influencia el desarrollo de las relaciones económicas ligado a la aparición y apogeo del capitalismo. El hecho de que las formaciones sociales precapitalistas no hayan conocido un florecimiento semejante de las ciencias naturales constituye la prueba de que el desarrollo de las relaciones económicas ha desempeñado aquí un papel más importante que la propia dialéctica del

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conocimiento científico. El desarrollo de las relaciones económicas capitalistas despertó el interés por las leyes que gobiernan la naturaleza y suministró los medios necesarios para su estudio; de este modo, creó las condiciones en las que el estudio de las leyes naturales podía desenvolverse plenamente.

2.1. Condiciones sociales para el desarrollo de las ciencias: interés, medios materiales y ausencia de prejuicios La historia de las ciencias naturales muestra que el desarrollo de las ciencias depende de las condiciones históricas y sociales. La dialéctica del conocimiento científico, que consiste en una acción recíproca entre el pensamiento humano y la experiencia nacida de la práctica, para que pueda desarrollarse completamente, requiere que la sociedad o ciertos grupos de la misma se interesen por la investigación de las leyes que rigen la realidad que los rodea; requiere también la existencia de medios materiales necesarios para realizar las investigaciones científicas y diseminar sus resultados; por último, exige que estas investigaciones no se vean estorbadas por supersticiones, prejuicios, tradiciones y hábitos intelectuales heredados del modo de pensar precientífico.19 Interés por estos problemas, medios materiales y espíritu libre de prejuicios son, pues, la base del desarrollo de las ciencias. El grado y la manera en que se cumplen estas condiciones –que constituyen la base social del desarrollo de las ciencias– dependen del medio social dentro del conjunto de las relaciones sociales de la formación social histórica considerada; dependen, especialmente, de la posición histórica de las clases y capas sociales cuyos intereses y necesidades expresa la ciencia. En las formaciones antagónicas, donde existen intereses de clase opuestos y donde ciertas capas tienen interés especial en conservar, y otras en cambiar, el carácter de la superestructura existente, se ve aparecer un conglomerado de condiciones que favorecen y frenan a la vez el desarrollo de la ciencia.

2.2. La lucha de la burguesía y de los intelectuales laicos por el desarrollo de las ciencias naturales Este conglomerado de condiciones se ve claramente en el caso de las ciencias naturales. El capital comercial, y más tarde la burguesía industrial, estaban interesados prácticamente en el progreso de dichas ciencias, que encontraban aplicación en la navegación y en el comercio marítimo, en la producción industrial, el transporte, 19 Engels llama la atención sobre estas supersticiones y concepciones precientíficas definiéndolas como un vestigio de “raíz prehistórica preexistente, que el periodo histórico ha encontrado y ha recogido, y que hoy llamaríamos charlatanería. Estas diversas concepciones falsas de la naturaleza, del hombre, de los espíritus, de las fuerzas mágicas, etc., tienen en su mayor parte sólo una base económica negativa; pero el deficiente desarrollo económico del período prehistórico tiene por complemento y es también en parte condicionado y aún causado por las falsas concepciones de la naturaleza. (...) La historia de la ciencia es la historia de la eliminación gradual de estos disparates o de su reemplazo por nuevos pero ya menos absurdos disparates”. (Carta de Engels a Conrad Shimidt del 27-X-1890, en C Marx y F. Engels, correspondencia, Buenos Aires, Ed. Cartago 1957, pág. 313.)

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las comunicaciones y, posteriormente, en la agricultura. El nuevo grupo social de intelectuales laicos, surgido de la burguesía o ligado a ella de alguna manera, se liberó rápidamente de los viejos prejuicios y modos de pensar. Todo esto, sumado a los medios materiales suministrados por la burguesía creó las condiciones para un rápido desarrollo de las ciencias naturales. Pero la clase de los señores feudales no compartía este interés por el estudio de las leyes de la naturaleza (a excepción de aquellos que empezaron a dedicarse a la navegación, el comercio marítimo y la industria); el grupo que ocupaba la posición clave dentro de la superestructura de la sociedad feudal –el clero– tenía sobre la cuestión una actitud llena de reservas, cuando no de hostilidad. Al principio el desarrollo de las ciencias naturales se realizaba con la feroz oposición de la mayoría del clero, que veía en él una amenaza par sus doctrinas teológicas y para la oposición que ocupaba en la sociedad. Basta recordar a Copérnico, cuya obra fue incluida en el Índice (donde permaneció hasta el año 1835), y el proceso intentado contra Galileo en 1633 por la Inquisición.20 Puede citarse, también, a título de ejemplo, la oposición que encontró, en los medios eclesiásticos, la teoría de Darwin sobre la evolución y el origen de las especies, oposiciones que, por lo que respecta a la Iglesia católica, no ha sido aún totalmente abandonada.21 20 La iglesia tenía fundadas razones para considerar como peligrosas las enseñanzas de Copérnico. Cuando Giordano Bruno extrajo sus conclusiones sobre la pluralidad de los sistemas solares y de los planetas habitados, surgió un serio problema teológico. El matemático y filósofo Herman WEYL lo expuso como sigue: “Tal es la razón por la cual el libro de Copérnico constituyó un viraje decisivo en la concepción del mundo; y G. Bruno, con entusiasmo delirante, extrajo de él consecuencias orientadas en el mismo sentido. La redención, este acto supremo del Hijo de Dios –su crucifixión y su resurrección- había dejado de ser el eje único de la historia del mundo, descendiendo al rango de representación apresurada en una pequeña ciudad dada por una compañía de cómicos ambulantes y que se repite de estrella en estrella: Esta blasfemia pone de relieve, sin duda, de la forma más mordaz, el precario aspecto religioso de la teoría que desplaza a la tierra del centro del mundo. (Bruno tuvo que pagar esto muriendo en la hoguera.)” Cf. Philosophy of Mathematics and Natural Science, Princeton, 1949, p. 98. 21 Cf., por ejemplo, Joseph POHLE, Lehrbuch der Dogmatik, 7a ed., Shoeningh Paderborn, 1929, p. 370 en la que se mantiene en todo su rigor la tesis del origen no evolucionista del hombre. El abad Marc DALBARD (Exposé de la doctrine chrétienne, Fragnières Frères, Fribourg, 1942, pp. 142-143) escribe que, por lo que se refiere al origen evolutivo del hombre, “la cosa no está demostrada científicamente” y no puede ser aceptada sino con reservas. Entre estas reservas, menciona especialmente la siguiente: “Dios ha formado directamente el cuerpo del primer hombre del barro de la tierra, y el cuerpo de la primera mujer de una materia orgánica perteneciente al cuerpo del primer hombre.” Este hecho, según él, constituye la razón por la cual “ San Pedro hace depender de esta formación la subordinación de la mujer al hombre”. Todas estas citas son textuales. Los abades W. KALINOWSKI y J. RYCHLICKI ( Dogmatyka Katolicka –El dogma católico-, Cracovia, 1947, p. 47) afirman que “la inmensa mayoría de las pretendidas pruebas de la evolución no soportan el examen, confrontadas con las concepciones científicas más recientes sobre la naturaleza de la vida”. El Papa Pío XII tomó recientemente una actitud más prudente en su encíclica Humani Generis (12-VIII1950), donde leemos: “Por todas estas razones, el Magisterio de la Iglesia no prohibe el que –según el estado actual de las ciencias y de la teología-, en las investigaciones y disputas entre los hombres más competentes de entrambos campos, sea objeto de estudio la doctrina del evolucionismo en cuanto busca el origen del cuerpo humano en una materia viva preexistente – porque la fe católica manda defender que las almas son creadas inmediatamente por Dios-. Pero todo ello ha de hacerse de modo que las razones de una y otra opinión –es decir, la defensora y la contraria al evolucionismo- sean examinadas y juzgadas seria, moderada y templadamente” /Encíclica Humani Generis, Colección de encíclicas y documentos pontificios, 4ª ed., tr. e índices de Monseñor Pascual Galindo, Acción Católica Española, p. 848, apartado 29). Cf. También la encíclica “Humani Generis”, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Madrid, 1952, donde se reproduce en latín el Acta Apostolicae Sedis, vol. VII, n° 11, 2-IX-1950, pp. 575y 576.

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Otra oposición más sutil contra las ciencias naturales provenía de los medios intelectuales tanto laicos como eclesiásticos que se ocupaban de formar la juventud destinada a servir como funcionarios estatales en la monarquía absoluta y aristócrata. Esta oposición a la enseñanza de las ciencias naturales se ejercía en nombre del valor cultural supuestamente superior de la “educación humanística”, es decir, de la educación basada en la filosofía clásica, la teología y la filosofía idealista.22 Al principio y durante la primera mitad del siglo XIX, se fundaron en Inglaterra nuevos colegios y universidades con el apoyo financiero de la burguesía, para enseñar e investigar las ciencias naturales en Londres y en los grandes centros industriales Manchester y Birmingham. Las viejas universidades tradicionales de Oxford y Cambridge no dejaban que las ciencias naturales penetrasen a través de los muros, considerándolas indignas de interesar a un gentleman. El desarrollo del capitalismo y el interés práctico que la burguesía atribuía al progreso de las ciencias naturales quebraron todas estas resistencias. La historia del capitalismo es la del desarrollo triunfal de las ciencias naturales y de sus aplicaciones prácticas, a despecho de todas las resistencias procedentes de las clases, capas y grupos sociales que ocupaban una posición dominante en la sociedad feudal, durante la primera fase del capitalismo, en el aparato estatal eclesiástico o escolar heredado de la sociedad feudal. Por lo tanto, se puede decir, resumiendo, que la burguesía ha apoyado el desarrollo de las ciencias naturales, mientras que las clases, grupos y capas de origen precapitalistas lo frenaban. Sin embargo este apoyo no fue igual en todas las ramas del saber; fue más considerable en la física y la química, ciencias que influyen directamente en la tecnología de la producción industrial; pero más débil en el dominio de las ciencias biológicas, que no están estrechamente relacionadas con la tecnología industrial. En este campo se mantuvo durante más tiempo la resistencia del clero y otros grupos ligados a las tradiciones de la forma de pensar precientíficas.

22 La lucha de los partidarios de la educación humanística contra la enseñanza de las ciencias naturales comenzó en Inglaterra y Francia en los siglos XVII y XVIII. En Alemania, donde el desarrollo del capitalismo fue más tardío, adquirió su mayor virulencia hacia la mitad del siglo XIX. En Francia, a finales del siglo XVII, surgió la llamada “disputa entre los antiguos y los modernos”, que dio nacimiento a toda una literatura propagadora, bien de los méritos de la educación filológico-humanística, o bien de la enseñanza de las ciencias naturales. En Inglaterra, Jonathan SWIFT, pastor anglicano, atacó a las ciencias naturales por medio de la sátira. Una de estas sátiras es su Battle of the Books, publicada en 1704 y, posteriormente, su descripción de los profesores de ciencias naturales de la Academia de Balnibarbi, en los Viajes de Gulliver (1726). Medio siglo más tarde Adam SMITH escribía: “Es más, la mayor parte de ellas (las universidades), se han mostrado remisas a aplicar estos adelantos aun después de establecidos; y varias de estas instituciones docentes han preferido ser, durante mucho tiempo, santuarios en los que encontraron asilo sistemas ya periclitados y prejuicios obsoletos, desterrados ya de todos los rincones del mundo. En general, las universidades más ricas y mejor dotadas han sido las más lentas en adoptar aquellos adelantos, así como las más reacias a permitir que se altere en lo más leve su plan de educación.” Investigación sobre la naturaleza y causas de la riqueza de las naciones, tr. y estudio preliminar de Gabriel Franco, F.C.E., México, 1958, libro 5°, p. 681.

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2.3. Factores que frenan el desarrollo de las ciencias naturales en la última fase del capitalismo Sin embargo, la necesidad en que se encontraba la burguesía de defender su posición social contra la crítica cada vez más fuerte procedente del movimiento obrero y aún en un mayor grado, las exigencias de la política colonial, junto con el desarrollo del imperialismo a fin del siglo XIX, hicieron surgir en algunos sectores de la burguesía una oposición al desarrollo sin trabas del estudio de las leyes de la naturaleza. Esta oposición revistió, por un lado, el carácter de una rehabilitación, en el seno de la burguesía, de las ideas y corrientes filosóficas que descansaban en los modos de pensar precientíficos, teológicos y escolásticos, las mismas ideas que los intelectuales burgueses laicos habían combatido con tanta pasión en los orígenes del capitalismo. Así, vemos un renacimiento del interés religioso entre la “inteligencia” y un florecimiento de las corrientes filosóficas idealistas, como el neokantismo, el neohegelianismo, el pragmatismo, etc. Los rasgos comunes de estas corrientes consisten en afirmar que la importancia del conocimiento obtenido a través de la ciencia empírica es limitada; en buscar otras fuentes del conocimiento distintas a la experiencia científica y, en adoptar una actitud agnóstica frente a los resultados de la experiencia científica. Esto condujo a la depreciación de los métodos de investigación desarrollados por la ciencias naturales. Por otro lado, la oposición de la burguesía se manifestó también en el intento de utilizar la biología y la antropología con fines particulares para justificar la pretendida “superioridad biológica” de las clases ricas de la sociedad y la supuesta superioridad de las de ciertas razas humanas, especialmente la raza nórdica. De aquí proceden las diversas teorías pseudocientíficas relativas al papel de la herencia y las doctrinas de la eugenecia con ellas relacionadas, así como las que proclaman el papel biológico e histórico de determinadas razas, especialmente la nórdica. La importancia de este tipo de doctrinas aumentaba paralelamente al desarrollo del imperialismo, para llegar a transformarse en la Alemania hitleriana, en doctrina oficial del estado, destinada a justificar la política de conquista y de exterminio de millones de seres humanos, considerados “de escaso valor desde el punto de vista racial”.23 To d a vía hoy, estas doctrinas inspiran oficialmente la política de Estados tales como África del Sur y bajo un aspecto menos abierto, diversas formas de la política colonial. Conviene recordar, igualmente, los intentos de limitar el estudio biológico profundo de los 23 El aristócrata francés Arthur de GOBINEAU, autor de l’Essai sur l’inégalité des races humaines, París, 1853-1855, fue el primero que enunció la teoría de la pretendida superioridad de la raza nórdica. En Alemania esta teoría fue ampliamente propagada por un inglés allí domiciliado, Houston Stewart CHAMBELAIN (el yerno de Ricardo Wagner); su libro, Die Grundlagen des XIX Jahrhunderts, apareció en 1899. Esta teoría gozó de gran consideración en los círculos nacionalistas alemanes, hasta que, en el Reich Hitleriano, llegó a ser doctrina oficial, enseñada en la Universidad y objeto de una abundante literatura. Paralelamente, y en parte bajo la influencia de estos escritos alemanes, se desarrolló en los Estados Unidos una teoría que afirma la supuesta inferioridad de la raza negra. La obra de Melville J. HERSKOVITS, Cultural Anthrology, Nueva York, 1955, pp. 91-93 (tr. De Carlos Silva, Antropología económica. Estudio de economía comparada, editado por el Fondo de Cultura Económica, México-Buenos Aires, 1954) contiene informaciones críticas sobre este particular. El fundador de la eugenesia, Francis Galton (1822-1911), al lado de valioso trabajos de investigación en materia de la herencia, intenta igualmente demostrar la pretendida inferioridad biológica de los negros.

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efectos de las radiaciones provocadas por las explosiones de bombas nucleares; estas tentativas y la oposición a dichas investigaciones, proceden de los medios interesados en la prosecución de las experiencias atómicas. Vemos, pues, que en el capitalismo contemporáneo, al lado de condiciones que favorecen el desarrollo de las ciencias naturales, se manifiestan también otras condiciones que frenan dicho desarrollo.

2.4 . El origen y desarrollo de la economía política están ligados al modo de producción capitalista Lo mismo que las ciencias naturales, la economía política nació y se desarrolló en estrecha ligazón con la aparición y El desarrollo del capitalismo. el pensamiento económico precapitalista tenía un carácter ético y normativo; en la Edad Media, estaba estrechamente ligado a la teología y no se ocupaba del estudio de las leyes que rigen el proceso de la producción y de la distribución. Los primeros síntomas de cierto interés científico se manifiestan en la literatura mercantilista de los siglos XVI y XVII, en relación con los problemas ligados al desarrollo del capital comercial y a las finanzas de la monarquía absoluta, problemas surgidos en un trasfondo histórico de fenómenos que fueron después calificados como acumulación primitiva de capital. Las primeras investigaciones sistemáticas referentes a las leyes económicas del incipiente modo de producción capitalista, fueron emprendidas por William Petty (1627-1687), más tarde por los fisiócratas (siglo XVIII) y por los fundadores de la economía política clásica: Adam Smith (1723-1790) y David Ricardo (1772-1823). Estas investigaciones fueron favorecidas por el clima intelectual creado para el desarrollo de las ciencias naturales, así como por el abandono de las antiguas formas medievales de pensar, remplazadas por una investigación científica basada en el raciocinio y en la observación de la realidad empírica. El desarrollo ulterior de la economía política siguió las formas estudiadas en el capítulo precedente, a saber: economía vulgar, economía política marxista, corriente subjetivista y corriente histórica. La evolución de estas corrientes está ligada a la historia de la formación capitalista. En el seno de esta formación, algunas clases y capas sociales están interesadas en el conocimiento científico de las leyes económicas, en cambio a otras capas y clases les es extraña semejante preocupación o les resulta bien incómodo el conocimiento de las leyes económicas de la producción capitalista; por otra parte, la actitud de algunas de estas clases cambió a través del tiempo. El desarrollo de la economía política estuvo ligado directamente al desarrollo del modo de producción capitalista –como estuvo el desarrollo de las ciencias naturales–, sólo en tanto la oposición de clases no llegó a su plena madurez, o en tanto esta oposición permaneció oculta tras la oposición en bloque de la formación capitalista a la vieja formación feudal. Desde el instante en que los conflictos de clase, peculiares en la formación capitalista, maduraron y se manifestaron en forma de una oposición entre el proletariado y la burguesía, las condiciones sociales del desarrollo de la economía política se modificaron, así como las de todas las demás ciencias sociales.

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Marx ha expuesto como sigue estas nuevas condiciones sociales: “en economía política, la libre investigación científica tiene que luchar con enemigos que otras ciencias no conocen. El carácter especial de la materia investigada levanta contra ella las pasiones más violentas, más mezquinas y más repugnantes que anidan en el pecho humano: las Furias del interés privado. La venerable iglesia anglicana, por ejemplo perdona de mejor grado que se nieguen 38 de sus 39 artículos de fe, que 1/39 de sus ingresos pecuniarios. Hoy día el ateísmo es un pecado venial en comparación con el crimen que supone la pretensión de criticar el régimen de propiedad consagrado por el tiempo”.24 Estas líneas, escritas. en 1867, atestiguan que el desarrollo ulterior de la economía política no interesaba ya a la burguesía. Por último, Carlos Marx (1818-1883) creó un nuevo sistema de economía política, después de haber sometido los resultados de la economía política clásica a una crítica científica y de haberlos integrado en la teoría del desarrollo social basada en la interpretación materialista de la historia. Este sistema sitúa las leyes económicas en el marco del desarrollo histórico y transitorio del modo de producción capitalista. Marx ha previsto que la formación capitalista lo mismo que las formaciones sociales que le han precedido, encontrará el fin de su desarrollo histórico en la creciente contradicción entre las relaciones de producción y el carácter de las fuerzas productivas; el movimiento social de la clase obrera, que aumenta cada día, prepara la caída de esta formación. De este modo, con el eminente concurso científico y propagador de Federico Engels (1820-1895), surgió la corriente marxista en economía política.

ACTIVIDADES • Elaborar un vocabulario mínimo con los conceptos básicos de los temas estudiados. • Elaborar una relación de los principales hechos socio-históricos que han influido en el desarrollo de la ciencia. • Investigar acerca de la relación entre la situación general de la ciencia en el Perú y las políticas de gobierno. Presentar un breve informe.

24 C. MARX, El Capital, prologo a la primera edición alemana, ed. Esp. Cit., libro 1° tomo I, pp. XV y XVI.

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TERCERA UNIDAD

BREVE HISTORIA DE LA CIENCIA

Objetivos a) Determinar las principales etapas en el desarrollo de la ciencia. b) Valorar la importancia de la historia de la ciencia para la epistemología. c) Analizar la relación entre los desarrollos de la ciencia y la filosofía.


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El largo camino que conduce a la ciencia1 Ezequiel Ander-Egg

Los dioses no nos revelan desde el comienzo todas las cosas; pero, en el transcurso del tiempo, a través de la búsqueda, los hombres hallan lo mejor. Pero, en cuanto a la verdad segura, ningún hombre la ha cono­cido. Ni la conocerá; ni sobre los dioses, ni sobre todas las co­sas de las que habla. Y aun si por azar alguien dijera la verdad final, él mismo no lo sabría. Pues todo es una maraña de pre­sunciones. Jenófanes Nadie tiene derecho a no conocer las leyes, dice una frase corriente por ahí. A mediados del siglo XX, nadie lo tiene tam­poco a desconocer la ciencia. Pero, aunque la primera afirma­ción no significa que cada hombre debe ser licenciado en de­recho, y aunque no quepa deducir de la segunda que todo hom­bre debe poseer un título de doctor en ciencias, no por ello deja de ser cierto que la ciencia se ha convertido en el motor que impulsa a nuestra sociedad... Si por una parte amenaza nuestra vida y nuestros medios de existencia, por la otra, aplicada con buen criterio, podría aportamos una vida más rica y llena de sentido. Ritchie Calder Aunque quizá la mayoría de la gente no haya alcanzado plena conciencia de ello, el mundo del siglo XXI —en que, por cier­to, ya estamos viviendo— se va a caracterizar por el inmenso horizonte de posibilidades que los avances científicos ponen al alcance de nuestra mano. José Luis Abellán Para aproximarnos al problema de la ciencia –tema central de los dos primeros capítulos de este libro–, nos parece opor­tuno retroceder en el tiempo,’ buscando algunos hitos principa­les que llevaron a su aparición y desarrollo. Presentado sucin­tamente en un libro sobre investigación social (que no es, obviamente, un libro sobre historia de la ciencia), podría pa­recer un esfuerzo de erudición enciclopédica y superficial. Nuestro propósito, en esta pequeña parte del libro, es invitar a pensar, a partir de una información básica (inevitablemente esquemática), acerca de la génesis de esta aventura humana... Nosotros la vivimos en un momento de esplendor y de crisis, como luego lo veremos: de esplendor porque la ciencia y la tecnología han cambiado la faz de la tierra en menos de 400 años, y de crisis porque la ciencia y la tecnología están sien­do cuestionadas, como culpables del deterioro del medio am­biente, y del poder de destrucción y muerte para la guerra que han posibilitado. 1

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Métodos y técnicas de investigación social II. La ciencia: su método y la expresión del conocimiento científico. Lumen, Buenos Aires, 2003, Pág., 11-42.


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1. ALGUNOS HITOS PRINCIPALES DE ESTA AVENTURA HUMANA: LOS CONOCIMIENTOS PRECURSORES DE LA CIENCIA Después de una amplia ‘revisión bibliográfica sobre historia de la ciencia, soy consciente de que es imposible encerrar —aunque sólo sea de manera esquemática— el largo camino que conduce a la ciencia. García Font, que publicó recientemente una Historia de la ciencia que en casi 400 páginas ofrece una visión de conjunto de esta aventura, co­mienza el libro con estas palabras: “Es cosa difícil conocer los princi­pios de un proceso cuando éste se halla relacionado con las estructuras mismas del conocer. Por ello no es fácil contestar a la pregunta acerca de los orígenes de la ciencia. Hay un lento surgir, una transformación paulatina, imperceptible.”2 Lo que sí podemos afirmar es que el largo camino que conduce a la ciencia, y la ciencia misma, es una historia de preguntas. Es el preguntar, a lo largo de los siglos, por el misterio de la realidad. Al pensar que quienes recurren a un texto sobre métodos y técnicas de investigación social tienen, en mayor o menor medida, la pretensión de “entrar en el mundo de la ciencia” a través de la investigación so­cial, me ha parecido útil ofrecer esta información. De ningún modo es­ta presentación de algunos hitos de esta historia, que como pequeñas luciérnagas nos muestran el largo camino que conduce a la ciencia, dis­pensan al interesado de un estudio más detallado y profundo. De la mitología y la magia, pasando por la filosofía, hasta el nacimiento de la ciencia En verdad, el camino que lleva a la constitución y al desarrollo de la ciencia es un largo camino de siglos que nace, en cierto modo, con la curiosidad por conocer y problematizar algún aspecto de la realidad, con el fin de resolver problemas que afrontaban los seres humanos. Ahora bien, en esta larga marcha podemos señalar dos hitos fundamen­ tales que expresan diferentes momentos de la gestación de la ciencia: la mitología y la magia, y el conocimiento racional autónomo en el mundo helénico, que luego culminaría con la ciencia tal como la en­tendemos hoy. Existen, pues, siglos de preocupaciones y de actividades que pre­tenden dar respuesta a los problemas frente a los cuales el hombre se interroga. Todas ellas bien pueden considerarse como precursoras de la ciencia, en la medida en que ésta es una forma o procedimiento para dar respuestas a preguntas, y para resolver problemas. Las preguntas, por su importancia y pertinencia, son el punto de partida de la ciencia en cuanto constituyen un proceso de búsqueda de respuestas. No vamos a decir, sin más, que la ciencia nace del sentido común y de la experiencia acumulada, pero sí que la necesidad de resolver pro­blemas de la cotidianidad, o de situaciones especiales, tiene que ver con lo que luego sería la ciencia, que —como dice Popper— siempre ha avanzado de “problema en problema. 2

GARCÍA FONT, J., Historia de la ciencia, Barcelona, Mra. ediciones, 2000.

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Con la mitología y la magia —en cuanto intentos de explicación de aquello que se tiene interés por comprender—, comienza el primer es­bozo precursor de la ciencia. Una y otra dan respuesta, en la forma que en esas circunstancias es posible, a los interrogantes que los hombres se formulan en ese momento. La magia, en cuanto conducta destinada a obtener la realización de los deseos, mediante rituales que posibilitan la “coerción” sobre las fuerzas y seres sobrenaturales, y los mitos, en cuanto narraciones con pretensiones explicativas, son las primeras y más elementales formas de respuestas que pretenden explicar algunos aspectos de la realidad. Más tarde (siglo VI a. C.), cuando las colonias griegas de las costas de Asia Menor entraron en contacto con las culturas que poseían cono­cimientos y saberes técnicos (por ejemplo, la astronomía babilónica y la arquitectura egipcia), buena parte de las explicaciones míticas entra­ron en crisis. La mitología ya no sirvió para enfrentarse y responder a los nuevos problemas y realidades que se afrontaban; los griegos desa­fiaron las viejas explicaciones, comenzaron a discutirías y trataron de desvelar la realidad (aletheia, “verdad” en griego, significa literalmen­te “des-velar”). ¿En qué consistió este desvelamiento? Lo esencial fue quitar los velos del mito utilizando la razón o logos. Se trató de respon­ der a los interrogantes, no con explicaciones míticas, sino buscando las respuestas que podría dar la razón. Este asombro y este preguntar, es­ta interrogación frente a lo visto y lo dicho, constituyó el germen de la ciencia en lo que ésta tiene como modo racional de conocer la realidad. Desde los albores mismos de la humanidad, la observación, el aprendizaje por ensayo y error, y el uso del sentido común para resol­ver problemas cotidianos, fueron fuentes de conocimiento y desarrollo de determinadas técnicas y habilidades procedimentales. Algunas más o menos rudimentarias, como las utilizadas inicialmente en la agricul­tura; otras que suponían mayores desarrollos, como la arquitectura; y otra que exigía una reflexión teórica más elevada, como fue la astrono­mía desde sus primeros atisbos. Para algunos, los inicios de lo que hoy llamamos ciencia se dan en las antiguas civilizaciones de Egipto y Mesopotamia. La ciencia egip­cia se remonta a unos 5.000 años a. C. Los primeros conocimientos sis­tematizados, que expresaban una acumulación de saberes a través del -tiempo y transmitidos, oralmente, se dieron en las técnicas que los egip­cios utilizaban en la construcción (en tantos aspectos admirables aún hoy en día) y en la agricultura. Los egipcios tenían un sistema decimal de numeración, conocían las operaciones aritméticas elementales y po­dían calcular áreas de cuadriláteros y ciertos volúmenes. Utilizaban un calendario de 12 meses y 265 días; tenían amplios conocimientos mé­dicos y farmacéuticos. Hubo también algún desarrollo en astronomía, aunque no llegaron al nivel de los babilónicos, que habían logrado un gran desarrollo en el campo de la matemática. Los caldeos tuvieron un sistema de numeración decimal hasta 60 y sexagesimal a partir de 60. 3.600 (el sar) y 216.000 (el gran sar) corresponden al cuadrado y al cu­bo de 60. En astronomía llegaron a trazar las trayectorias de los astros, designaron ciertas constelaciones como la del Zodiaco y fueron los pri­meros en hacer

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una previsión científica, al prever algunos eclipses de luna. Introdujeron la división del círculo en 3600 y la del día en 24 ho­ras, subdividiendo la hora en 60 minutos y el minuto en 60 segundos. Todos estos conocimientos fueron desarrollados por sacerdotes/magos, en quienes lo técnico/racional llevaba la envoltura de lo mítico y lo mágico. Hacemos esta advertencia porque, para algunos autores, el pensamiento mítico es un momento anterior al pensamiento racional. Aunque con muchos prejuicios y con pervivencias míticas, la acumulación de observaciones permitió las primeras formulaciones pre­cursoras de la ciencia: éstas fueron las nociones de geometría, astrono­mía, física y química, formuladas por los antiguos, con anterioridad a los presocráticos; a ello tendríamos que añadir los conocimientos mé­dicos. Las leyes de la palanca, las referentes a las temperaturas de fusión y de la caída de los cuerpos fueron las primeras formulaciones científicas. Se trataba de juicios de la clase si (acontece...) siempre (se da...). Como resultado de todo esto, fue surgiendo una actitud nueva de apertura hacia el conocimiento de las cosas. No se dan explicaciones a partir de un relato no verificable; las cosas y los hechos comienzan a explicarse a partir de su observación. La aparición del conocimiento racional autónomo De este modo, en el siglo V a. C., aparece en el mundo helénico el conocimiento racional autónomo, Su aporte más original fue el echar a andar la razón, a usar la razón que, a través de un esfuerzo especula­tivo, comenzó a buscar la explicación de los primeros principios y cau­sas. Una parte de la humanidad, algunos hombres comienzan a seguir “la vía de la razón” como la única que da acceso a la verdad. Y, en es­te quehacer intelectual, aparece —como forma de conocer por medio de la razón— el proceso de abstracción, mediante el cual se formulan conceptos universales y necesarios que trascienden los hechos particu­lares de las experiencias de la vida cotidiana, obtenidos directamente a través de los sentidos. Si este nuevo modo de pensar se abre paso en Grecia, además de las condiciones económicas que lo hacen posible, y el contacto y la asimi­lación de otras culturas, un factor decisivo fue también la lengua. El griego se prestaba, más que otras lenguas, para expresar pensamientos abstractos. Por otra parte, los griegos consideraron dos dimensiones de la cien­cia: una teórica y otra práctica; pero enfatizaron la primera de ellas, salvo la tradición pitagórica y Arquímedes, que hicieron formulaciones más cercanas a lo que es la ciencia, tal como la entendemos hoy. Con­viene recordar que el pitagorismo sostuvo que el universo posee estruc­tura y ordenación matemáticas. Copérnico conoció la tradición pitagó­rica, y Kepler tenía ante el universo una comprensión y una actitud claramente pitagóricas. Fueron los árabes quienes, apoyados en los co­nocimientos aportados por los griegos, se preocuparon por la “aplica­ción” de la ciencia en su función práctica y en su carácter utilitario.

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La referencia a los griegos y su aporte a la historia de la ciencia vie­ne dada porque en el siglo VI, en sus colonias de Asia Menor, surge el pensamiento racional autónomo; no por ello hay que dejar de mencio­nar otros aportes que se inician con Tales de Mileto (cuyo nombre se asocia al despertar científico), Anaximandro y Pitágoras (a quien se le atribuye el teorema que lleva su nombre). La escuela pitagórica tuvo gran importancia por la atribución de naturaleza real e independiente a los números y que tanta trascendencia posterior tuvo en el desarrollo de las matemáticas. Con Empédocles tenemos una primera cosmología no mítica, explicada por los cuatro elementos (fuego, aire, tierra y agua), que él denominó “raíces de todas las cosas”. Leucipo y Demó­crito fueron precursores de la teoría atómica (todos los cuerpos están formados por pequeños corpúsculos de formas variadas); e Hipócrates fue el padre de la medicina y de la famosa escuela de Cos. Sus escri­tos médicos (llamados Corpus hipocraticum), si bien no tenían una ba­se fisiológica, utilizaban conocimientos que han sido precursores de lo que hoy denominamos “métodos de observación y diagnóstico”, y que constituyeron la base de la medicina tal como la entendemos en nues­tros días. Pero, en la academia fundada por Platón y en el liceo de Aristóte­les, queda configurado el paso de la explicación mítica al mundo de la explicación racional. Ya desde el siglo VI a. C., las colonias griegas ha­bían entrado en contacto con las culturas que poseían conocimientos y saberes técnicos, como eran la astronomía babilónica y la arquitectura egipcia. Frente a estos nuevos saberes, buena parte de las explicacio­nes míticas entraron en crisis. La mitología ya no sirvió para enfrentarse y responder a los nuevos problemas y realidades que se afrontaban. Los griegos desafiaron los mitos y se preguntaron por qué ocurren las cosas; de una visión mítica, pasaron a una visión reflexiva sobre la rea­lidad. Desempeñaron un papel excepcional en el tránsito de la magia y el mito al pensamiento racional autónomo en el estudio de la realidad. Teniendo en cuenta la temática general de este volumen, nos pare­ce oportuno presentar dos ideas o conceptos aristotélicos, por la impor­tancia de su obra y porque su pensamiento tuvo una vigencia casi tota! hasta el siglo XVI: la noción de ciencia y las reglas para el pensar y formas de razonamiento. Para Aristóteles, la ciencia es un cognitio cer­ tum per causam (conocimiento cierto por las causas); éstas pueden ser materiales, eficientes, formales y finales. Aristóteles divide las ciencias en teóricas (buscan el conocer por el conocimiento mismo), prácticas (que tienen el propósito de aplicar los conocimientos a la praxis) y productivas (aplican el conocimiento para producir cosas útiles o be­llas). En cuanto a las reglas para el pensar que conduzcan a la verdad (sólo hay verdadero saber de lo universal), Aristóteles desarrolló lo que él llamó la analítica (que es lo que hoy llamamos lógica), que conside­ró un instrumento (organon) del saber, condición formal de todo cono­cimiento. Durante la Edad Media, no hay aportes significativos en el desarro­llo de la ciencia, aunque algunos —como Butterfield— afirmen que las discusiones escolásticas ocuparon un lugar clave en la preparación de la mente moderna, y Alfred Whitehead considere

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que la concepción es­colástica de un universo ordenado por Dios fue el fundamento de la fí­sica moderna. Es cierto que en el siglo XVI algunos escolásticos —Al­berto Magno y Rogelio Bacon en particular— habían proclamado la necesidad de interpretar los hechos y poner la experiencia como fun­damento del conocimiento, lo que significaba, a su vez, una reforma de la lógica aristotélica que prevalecía en ese entonces. Con Bacon se uti­ liza por primera vez la expresión “ciencia experimental”, que es lo que ofrece garantía en los conocimientos. Pero ésta no era la tónica de la época, en la que la forma de adquirir conocimientos era leer libros y comentar textos, aceptando argumentos de autoridad. También Leonar­do da Vinci proclamó la experiencia como la única y segura guía para el acceso del saber. Se ha de comenzar observando, decía, luego se considerará la experiencia y, por último, se tratará de establecer la cau­sa, formular la regla y someterla a prueba. Éste no era el espíritu y el estilo de conocer durante el Medioevo. Alberto Magno, Rogelio Bacon, Leonardo da Vinci, a los que habría que agregar a Copérnico, Vesale y Gilbert, que mencionamos más ade­lante, fueron los precursores de un nuevo camino en cuanto a las for­mas de conocer, que culmina y adquiere una formulación filosófica y científica con Descartes y Francis Bacon. Durante la Edad Media, no se avanzó en la línea de lo que luego configuraría la ciencia moderna. Fue­ron los árabes quienes hicieron conocer el pensamiento griego y contri­buyeron a suplantar las cifras romanas por la numeración arábiga. El proyecto baconiano de ciencia y la necesidad de una nueva forma de abordar la realidad Quince años antes de que Descartes publicara El discurso del mé­todo, que tuviera tan grande influencia en la configuración del pensa­miento moderno, Francis Bacon en el Prefacio de la Instauratio mag­na Scientiarum, hizo el esbozo y la presentación de lo que sería el método de las ciencias. Intentó liberarla, según él decía, de “dos clases de asaltantes: los que la desvirtúan con frívolas disputas, refutaciones y vana palabrería, y los que la estropean con sus experimentos de cie­gos, con sus tradiciones auriculares y con sus imposturas”. Para Bacon, el conocimiento, el pensar, debe mirar la realidad más que los textos; su método consistió en la “caza de observaciones”, en la “variación de experiencias”. Al mismo tiempo que criticaba duramente el saber cons­tituido y fundamentado en argumentos de autoridad. Francis Bacon, como hombre del Renacimiento, estaba penetrado por la confianza en la capacidad del hombre para conocer y dominar la naturaleza. La ciencia era, para Bacon, el instrumento adecuado, pero ello llevó a la necesidad de un nuevo método de investigación, Opo­niéndose a Aristóteles —cuyo pensamiento había predominado hasta ese entonces—, Bacon sostuvo que la ciencia tiene una dimensión esencialmente práctica y no puramente teorética (contemplación de la verdad), como sostenía el aristotelismo.

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Preocupado por una nueva lógica, escribe el Novum Organum. En esta obra se plantea la necesidad de coleccionar hechos, acumular datos, multiplicar las observaciones y los experimentos, antes de for­mular axiomas, proposiciones y enunciados generales. El Novum Or­ganum se elabora, precisamente, contrapuesto a la lógica formal de Aristóteles, que sus discípulos habían recogido bajo el nombre genéri­co de Organum. El objetivo fundamental del Novum Organum era el de formular una lógica de la inducción, contrapuesta (o complementa­ria, diríamos hoy) con la lógica de la deducción de Aristóteles. Bacon se sacude el yugo de la autoridad, principalmente de Aristó­teles, y sustituye la inducción de simple enumeración por lo que él consideró el verdadero método inductivo, que compara entre sí los fe­nómenos, excluyendo los que no son pertinentes con la causa buscada. Se otorga primacía a la experiencia, que surge de la lectura atenta y metódica de la realidad, mejor aún, el estudio del libro de la naturale­za (Interpretatione naturae libro), que considera el método verdadero, en contraposición con la “anticipatio mentis”, la “anticipación de la mente”, que es el método falso. Bacon, y también Descartes, “instau­raron la observación y la razón como nuevas autoridades, y las instau­raron como tales dentro de cada hombre”. Esto significa un cambio muy profundo: es una ruptura, como lo explica el mismo Popper, con­tra los prejuicios y las creencias tradicionales, abandonando “todas las creencias, excepto aquellas cuya verdad hayamos percibido por noso­tros mismos. Y estos ataques apuntaban, ciertamente, a la autoridad y la tradición. Formaban parte de la guerra contra la autoridad de Aristó­teles y la tradición de las escuelas. Los hombres no necesitaban de ta­les autoridades, si pueden percibir la verdad por sí mismos”.3 Para constituir la ciencia, Bacon considera necesario, destruir los cuatro “ídolos” que bloquean la inteligencia humana y que constituyen un obstáculo para conocer y qué él llamó idola tribus (ídolos de la tri­bu), caracterizados por la pereza y la inercia de la mente: los idola spe­cula (ídolos de la caverna), que son los errores originados por los pre­juicios y el ambiente cultural; los idola fori (ídolos de la plaza), que tienen su origen en el sentido equívoco que tienen las palabras con las que se expresan las ideas, y los idola theatri (ídolos del teatro), que surgen del prestigio de algunas doctrinas o autores. Francis Bacon señalará también la importancia de lo que hoy llama­mos estadística para el progreso de las ciencias, y reivindicara la ex­periencia como única fuente de conocimiento. Los principios genera­les de la ciencia se han de formular a partir de experiencias singulares y aisladas, mediante la utilización del método inductivo. El empiris­mo de Bacon influirá decididamente en las nuevas formas de abordar la realidad: la observación y la experimentación constituirán las prin­cipales fuentes de conocimiento, y todo aquello que no puede ser ob­jeto de experimentación, como es la deducción apriorística, será con­siderado como una afirmación sin validez científica.

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POPPER, Karl, El desarrollo del conocimiento científico, Buenos Aires, Paidós, 1967.


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Con Bacon se inicia una tradición de acumulación de datos, de ob­servaciones y de formulación de hipótesis; ya no se razona discutien­do argumentos de autoridad, se está atento a la lectura de la realidad. Este proceso culmina, a fines del Renacimiento (siglo XVI), con Gali­leo y Newton, y da lugar a la aparición de la ciencia en el sentido mo­derno de la palabra, cuyas notas fundamentales son su carácter racio­nal y empírico. Como criterio de validación del conocimiento, los argumentos de autoridad ceden paso a la verificación empírica. La ob­servación, la recolección de datos, la experimentación, la confronta­ción de enunciados con la realidad a la que hacen referencia, constitu­yen algunos de los ingredientes esenciales de la ciencia experimental. Esto es la culminación de un proceso, como decíamos, pero es, al mismo tiempo, el punto de partida de la ciencia moderna a cuyo asombro­so desarrollo asistimos en nuestra época. Descartes —“el patriarca de la modernidad”, como lo llamara Husserl— quiso dar a la filosofía un punto de partida cierto [el cogito ergo sum]. Recurriendo a la ‘duda metódica’: comienza a dudar de to­do, hasta llegar a una cosa segura acerca de la cual no cabe la duda. Esa realidad indudable es el cogito (yo pienso). Al mismo tiempo que se plantea, por primera vez, la necesidad de un método para los descubri­mientos científicos que, de algún modo habían sido esbozados por Ba­con. El cogito cartesiano representa los lineamientos que trazaron los derroteros del pensamiento científico a partir del Renacimiento. Desde Descartes, se piensan los problemas, se busca la verdad y se razona, sin esperar una iluminación desde el exterior. En cuanto al método para conocer, hace una dura crítica a la lógica formal, que no sirve para el descubrimiento de nuevas verdades y sólo es capaz de demostrar lo que ya se conoce o, en algunos casos, para hablar sin juicio de lo que se ig­nora, en lugar de estudiarlo. Queda esbozado, en la formulación de Descartes, lo que luego se llamó la “racionalidad científica” que con­siste en fundamentar el conocimiento humano en “cimientos” que “fueran” claros, distintos y ciertos. Estos fundamentos son manifiestos para toda mente reflexiva. Por otro lado, las demostraciones racionales son fuente, de certezas fundadas en axiomas universales y ahistóricas. Y, cuando decimos racionalidad, estamos haciendo referencia a una racionalidad diferente de la aristotélico-tomista que había tenido vigencia hasta ese entonces en el ámbito de lo que hoy es Europa. Des­de Aristóteles, la racionalidad estaba basada casi exclusivamente en el raciocinio. Ahora, como criterio de validación del conocimiento, los argumentos de autoridad ceden paso a la verificación empírica; la ex­periencia adquiere primacía sobre la cobertura del discurso lógico. La confrontación de enunciados con la realidad a la que hacen referencia, constituyen algunos de los ingredientes esenciales de la ciencia expe­rimental. Esto es la culminación de un proceso, como decíamos antes, pero es, al mismo tiempo, el punto de partida de la ciencia moderna, a cuyo asombroso desarrollo asistimos en nuestra época. El Renacimiento y el Humanismo crean el clima adecuado para la irrupción y el desarrollo de la ciencia, al superar las tendencias a la especulación abstracta y las explicaciones a través de las revelaciones religiosas. Ya no se trata de hacer especulaciones, sino de

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observar di­rectamente los hechos y reflexionara partir de ellos. La fuente de la ciencia no viene dada por argumentos de autoridad, sino por principios y leyes que se deducen de la realidad, a través de la observación siste­mática, controlada y crítica, de las hipótesis explicativas que se formu­lan y de las consecuencias que se deducen de aquello que se ha podi­do verificar empíricamente. De esta manera, se va franqueando otro umbral en la historia de la humanidad. En él se produce, a lo largo del siglo XVII, lo que podría denominarse “la consagración de la ciencia”. El estudio crítico que la Ilustración hizo de todos los conocimientos y las creencias, sin que ningún terreno se considerase vedado a ese examen, y la puesta a pun­to de un método de trabajo intelectual abierto a las correcciones que la experiencia mostrase como necesaria, jugaron un papel decisivo prepa­rando el espíritu para el mundo de la ciencia y de la tecnología. Kant, que fue un producto acabado del Siglo de las Luces, afirmaba que “la ilustración es la liberación del hombre de su culpable incapacidad. La incapacidad significa la imposibilidad de servirse de la inteligencia sin la guía del otro. Esta incapacidad es culpable porque su causa no resi­de en la falta de inteligencia, sino de decisión y valor para servirse por sí mismo de ella. Sapere aude. Ten el valor de servirte de tu propia ra­zón”. Desde el Renacimiento al Siglo de las Luces, queda claramente configurado el humanismo racionalista que expresa y es la causa del espíritu moderno. De este modo, la ciencia, como “ejercicio regular del entendimiento humano” —según una conocida frase de Renán—, na­ce y se desarrolla como una ideología de emancipación, tanto en el campo científico como en el cultural, el social, el político y el econó­mico. Copérnico, Leonardo da Vinci, Versalius y Tycho Brahe abren nue­vas perspectivas a la reflexión y al conocimiento de la realidad. Se va perfilando una forma de adquirir conocimientos que otorga primacía a la experiencia y la experimentación sobre las formas de razonamiento que, hasta ese entonces, habían estado fundadas en el organo aristoté­lico. Cuatro inventos comienzan a influir para un cambio de vida y for­ma de civilización. La invención de la imprenta y la posibilidad de pu­blicar libros, lo que va a originar una creciente circulación de ideas y una mayor comunicación intelectual, tanto en intensidad como en can­tidad. Por otra parte, la invención de la pólvora no sólo representa un cambio en la importancia y la significación de la caballería; es también una nueva utilización de la fuerza de la naturaleza que no es ni la ener­gía hidráulica ni la eólica, que el hombre había utilizado hasta enton­ces. El reloj llevará a un nuevo modo de organizar la vida, más allá del ritmo de la naturaleza, lo que implica una nueva forma de regular las actividades.4 4

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Decimos que dio “impulso” y no comienzo, porque, como lo hace notar Lewis Munford, “es el reloj y no la máquina de vapor, la máquina-clave de la moderna edad industrial. El reloj ha si­do la máquina principal de la técnica moderna sirvió de modelo para otras muchas especies de mecanismos..., es un medio para la sincronización de las acciones de los hombres..., da a la em­presa humana el latido y el ritmo regulares colectivos de la máquina..., trajo nueva regularidad a la vida del trabajador y del comerciante..., la nueva burguesía fue la primera en descubrir que, como Franklin dijo más tarde. ‘el tiempo es oro’. Ser tan regular ‘como un reloj’ fue el ideal bur­gués. El reloj… ayuda a instaurar la creencia en un mundo independiente de secuencias matemá­ticamente mensurables: el mundo especial de la ciencia”.


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Por último, el uso de la brújula, que permitiría realizar nuevas aventuras en la navegación y descubrir la Tierra como planeta. Desde el siglo XVII en adelante, ciencia y técnica se van ligando en una reciprocidad de funciones cada vez más estrechas: la ciencia va de­jando de ser una actividad puramente intelectual en sí y por sí, un “co­nocer cosas”, para ir adquiriendo, cada vez más, una clara motivación orientada a “hacer cosas”. Las técnicas, o sea, los instrumentos de las actividades prácticas, comienzan a ser utilizados para adelanto de la ciencia. Durante siglos, las técnicas se utilizan y se desarrollan para re­solver problemas prácticos y mejorar el rendimiento del trabajo, pero ciencias y técnicas eran consideradas como conjuntos aparte; a partir del siglo XVII, existen nuevos significados y relaciones entre ellas. Galileo integra ciencia y técnica utilizando el telescopio en las obser­vaciones astronómicas, al mismo tiempo que confirma plenamente la teoría copernicana mediante la verificación de los hechos. Al poner el acento en la importancia de la razón como fuente de co­nocimiento, el hombre fáustico —que aparece en el Renacimiento co­mo nuevo modo de “ser en el mundo”—, con su visión racionalista de la realidad, ha preparado un modo de pensar que permitirá el desarro­llo de la ciencia, especialmente en su función práctica de dominio de la naturaleza, más que su desarrollo como búsqueda de la verdad. Po­co a poco, la diosa razón se transforma en un mito, de manera particu­lar en relación con sus posibilidades para resolver los problemas que afronta la humanidad pero, sobre todo, para hacer al hombre “amo y poseedor de la naturaleza”. De este modo, la ciencia tiene el terreno preparado para un desarro­llo sin precedentes que, ligado a los valores de la burguesía en ascenso, fortalece la “razón instrumental” (el saber hacer cosas), lo que se corresponde con los intereses de las clases dominantes. Es así como, desde el siglo XVIII, la ciencia comienza a influir de manera decisiva en el proceso de producción. Ahora bien, ligadas la ciencia y la tecno­logía en un proceso de retroalimentación, se producirá el espectacular desarrollo científico-tecnológico del que hoy somos testigos. Esto con­ducirá, también, a la configuración de una sociedad con “mentalidad tecnológica” y a una situación de encrucijada para el conjunto de la hu­manidad, como consecuencia de los efectos de un desarrollo económi­co irracional y de una ciencia y una tecnología atrapadas en el férreo de­terminismo de la norma de la rentabilidad y de la utilidad económica.

2. ALGUNAS CONSIDERACIONES ACERCA DE LOS FACTORES QUE EXPLICAN EL DESARROLLO DE LA CIENCIA Hemos hecho referencia, de manera esquemática, a los primeros balbuceos que, a través respuestas míticas y mágicas, mediante la sa­biduría popular del sentido común y bajo la forma filosófica de “admi­ración” frente a las cosas, constituyeron los hitos precursores de lo que luego fuera el espectacular desarrollo científico y tecnológico de estos últimos siglos.

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Ahora, tomando como punto de referencia histórica el siglo XVI, cuando la ciencia, en el sentido moderno de la palabra, ya está consti­tuida, vamos a examinar algunos factores que explican su desarrollo y cuyo conocimiento resulta necesario para comprender en su justa medida la evolución de la humanidad. Ante todo, queremos poner de relieve que la ciencia –y el conoci­miento científico en general– no se desarrolla sólo de acuerdo con po­sibilidad inmanentes de la misma ciencia, es decir, con posibilidades lógicas, procedimentales, de descubrimientos imprevistos o por la na­turaleza misma de las cosas estudiadas. Tampoco es un hecho pura­mente psicológico expresado en las motivaciones, las inquietudes, la tenacidad o el talento de determinados científicos o investigadores. Ni podemos reducirla a un hecho o producto social. Es todo eso, y es al­go más como parte de la aventura humana en el planeta en que vivi­mos. Consecuentemente, los móviles y los motivos que impulsan el de­sarrollo de la ciencia no se reducen a la “razón pensante”. Ni siquiera los temas más sofisticadamente científicos (en el sentido de respuestas originales o complejas a problemas de ciencias “punta”) expresan las inquietudes de una inteligencia descontextualizada de su historia per­sonal, de la historia de la sociedad en que le toca vivir o de la historia de la propia ciencia que cultiva. La ciencia emerge y se desarrolla en un trasfondo sociocultural, mediatizada por la actividad de seres huma­nos que se enfrentan a problemas concretos. Hay que recordar que la ciencia se configura y desarrolla en una so­ciedad en donde aparecen los burgueses, cuyos esfuerzos van dirigidos hacia el trabajo, el dominio de la naturaleza y el desarrollo de la técni­ca. Para lograr esos propósitos, el conocimiento de la naturaleza es una necesidad. Esta necesidad es para los hombres un problema, y este pro­blema es una motivación para encontrar respuestas. Hay, pues, una co­rrelación entre el desarrollo de la ciencia y los cambios económicos, sociales, culturales y políticos. Estos factores interaccionan y retroac­túan unos sobre otros y, en su conjunto, crean las condiciones para el desarrollo de la ciencia. Como afirma Popper, “la ciencia sólo comien­za con problemas”, y progresa “de problemas a problemas de crecien­te profundidad”; y no, como suele afirmarse, como un progreso “de teoría en teoría y que consiste en una sucesión de sistemas deductivos cada vez mayores”.5 La causa o motivación fundamental de todo progreso humano es la necesidad; la necesidad, bajo la forma de problema, se transforma en el motor del desarrollo científico y tecnológico. Ello no niega que la elaboración de nuevos modelos teóricos y su aplicación a hechos ya conocidos signifiquen verdaderos saltos hacia adelante de la ciencia. En efecto, muchas ciencias han trabajado sobre los mismos fundamen­tos durante siglos (la física clásica, la matemática, la biología, etc.), hasta que los investigadores se han puesto a revisar críticamente estas cuestiones básicas o de fundamento de sus respectivas ciencias, agui­joneados por problemas y estados críticos insolubles. La corrección de 5

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Idem.


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estos fundamentos o moldes teóricos, su reemplazo por otros, han traí­do como consecuencia gran fecundidad a la investigación científica y, muchas veces, el cambio de paradigma6 o de estructura formal de una ciencia (la reforma einsteniana, la de Lobachevski, la de la lógica simbólica, etc.) ha producido cambios revolucionarios. Dentro del desarrollo de cada ciencia es posible distinguir –como lo hace Kuhn– dos períodos: los que corresponden con lo que él de­nomina “ciencia normal” y los que caen bajo el calificativo de “cien­cia extraordinaria”. Durante los períodos normales, “el avance de una ciencia se realiza dentro del marco de un paradigma; cuando se deja el viejo paradigma o matriz disciplinaria para sustituirla por otro, esta­mos en los períodos de ciencia extraordinaria. La transición de un pa­radigma en crisis a otro nuevo del que pueda surgir una nueva tradición de ciencia normal, está lejos de ser un proceso de acumulación, al que se llegue por medio de una articulación o una ampliación del antiguo paradigma”.7 La tesis de Kuhn podría resumirse en lo siguiente: la ciencia avan­za acumulativamente en períodos de ciencia normal (que son los más amplios) pero, cuando ese paradigma se vuelve insuficiente, se produ­cen rupturas. Son los breves períodos de ciencia extraordinaria en los que se propone un paradigma de recambio. Estos momentos son ex­cepcionales y están muy lejos de caracterizar la historia de la ciencia en términos globales de tiempo. Ésta tiene un crecimiento periódico, asimétrico y discontinuo, no acumulativamente lineal. Pero la necesidad de nuevos paradigmas o modelos teóricos no sig­nifica que la motivación sea estrictamente profesional o científica. La causa motriz principal que lleva o conduce por nuevos caminos a la ciencia, viene dada por los problemas que se afrontan y a los cuales es necesario encontrar respuesta. La ciencia no es una sistematización de ideas puras nacidas y desarrolladas en el entendimiento humano; la ciencia se configura con las respuestas que se van dando a lo largo de la historia de la humanidad para resolver los problemas que afrontan los seres humanos. Además, todo esto sucede dentro de determinados marcos institucionales, y en situaciones políticas y sociales de cuyas presiones y condicionamientos no siempre es posible escapar. Aquí afrontamos dos tipos de situaciones en lo que a la producción científica se refiere: • Por una parte, las condiciones sociales, políticas, económicas y culturales en las que se lleva a cabo la producción científica. • Por otro lado, los marcos institucionales/políticos/administrati­vos, desde donde se produce el desarrollo de las ciencias, espe­cialmente de las ciencias duras; la universidad no es el principal ámbito de investigación científica, sino también la industria, las multinacionales y, en los países más avanzados tecnológicamen­te, el complejo militar-industrial. 6 7

Paradigma: en sentido amplio significa “modelo”. “ejemplo”. Para Kuhn, determina toda una ciencia en sus problemas, métodos y conocimientos. De manera general, podemos definirlo co­mo “conjunto de postulados, métodos, creencias o dogmas que comparten los investigadores de una determinada comunidad científica” (Matalón). KUHN, Thomas, La estructura de las revoluciones científicas, México, FCE, 1971

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Todo lo anterior son razonamientos y consideraciones sobre el de­sarrollo de la ciencia que llamaría clásica (en el sentido de que es lo que suele hacerse). Sin embargo, existen explicaciones alternativas. Aquí me limito a exponer la de Steven Shapin,8 quien rompe el mito de la ciencia entendida como una consecuencia de la aplicación siste­mática del método científico y la geometrización de la naturaleza. Pa­ra Shapin, no tiene sustentación documental lo de las grandes teorías, los experimentos cruciales, los genios prometeicos, los eurekas arquimedianos y todas las caídas paulinas que poblaban el relato historio-gráfico de la ciencia… La manzana que reveló a Newton la teoría de la gravitación universal fue un invento de Voltaire, y los prismas que mostraron cómo la luz blanca era un agregado multicolor eran tan es­quivos que sólo los adquiridos por Newton producían el arco iris... Shapin no escribe una historia social de la ciencia para explicar las cir­cunstancias que influyen en cada científico en particular, dados el mo­mento y la situación en los que tiene que vivir; lo que este autor hace es describir cómo se lograron los pigmentos, dónde se fabricaron los pinceles, quiénes merodeaban los talleres...

3. LA REVOLUCIÓN CIENTÍFICA: LA CIENCIA MODERNA IRRUMPE EN LA HISTORIA No es que antes no hubiese habido ciencia, pero aun así fue en aquel período cuando se produjo un cambio radical, tanto en procedimientos como en el tipo de problemas que se deseaba resolver, o en las instituciones que se establecieron para favo­recer la práctica científica. José Manuel Sánchez Ron

Existe un acuerdo bastante generalizado en señalar que la ciencia moderna surge entre los siglos XVI y XVII. Decimos “la ciencia mo­derna” porque, como bien se dice en el texto de Sánchez Ron que encabeza este parágrafo, un modo de abordar los problemas semejante a la ciencia ya existía. Es preciso subrayar que si bien la ciencia hace su aparición en el Renacimiento, su preparación es muy antigua y posi­blemente se pueda remontar hasta el saber sacerdotal en Babilonia, pa­sando por el despertar del conocimiento racional en el mundo helénico, hasta su preparación inmediata con aquellas discusiones escolásti­cas tan aborrecidas, pero que –como lo dijimos, citando a Butter­ field– “ocuparon un lugar clave en la preparación de la mente moder­na”. El Renacimiento y el Humanismo crean el clima adecuado para la irrupción y el desarrollo de la ciencia. Y, siglos después, Kant, en la fi­losofía –al poner su acento en la importancia y las posibilidades de la razón–, prepara en espíritu el mundo de la ciencia y de la técnica.

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SHAPIN, Steven, Lo revolución científica. Una interpretación alternativa, Barcelona, Paidós, 2000.


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Un nuevo modo de tratar los problemas de la naturaleza Lo que ocurre en esos siglos es que se produce un cambio radical en el modo de tratar los problemas de la naturaleza. El hombre comienza a indagar los secretos de la naturaleza de una manera más sistemática a través de la observación y de la experimentación. Brahe y Kepler adop­tan un nueva actitud o forma para la observación del firmamento; Ser­vet y Harvey, por su parte, utilizan los métodos experimentales en la in­vestigación médica, en sus estudios sobre la circulación de la sangre. Hay un cambio profundo de perspectivas en el modo de abordar los problemas. Lo ilustraremos con algunos ejemplos. Durante siglos –aunque ahora nos parezca absurdo–, los argumentos de autoridad tenían prioridad (en el sentido de ser más importantes) sobre la obser­vación de los hechos. Un ejemplo pedestre (para tratar luego otros más cercanos al problema de la ciencia) fue la creencia de que las mujeres tenían menos dientes que los hombres. Se aceptaba sin más, no se dis­cutía, ni nadie se atrevía a refutar porque... lo había dicho Aristóteles. ¿Cómo puede ser que a nadie se le ocurriese contar los dientes que te­nían las mujeres y los que tenían los hombres, y comparar...? Apelar a los argumentos de autoridad para reflexionar sobre la rea­lidad retrasó el proceso de desarrollo de la ciencia. “La falsa erudición –advertía Claude Bernard–, al colocar la autoridad del hombre en lu­gar de los hechos, mantuvo a la ciencia durante siglos a la altura de las ideas de Galeno, sin que nadie se atreviese a tocarlas; y esa supersti­ción científica fue tal que Mundino y Vesalio, que fueron los primeros en contradecir a Galeno confrontando sus opiniones con disecaciones de animales, fueron considerados innovadores y revolucionarios.”9 Este modo de razonar, apoyado en argumentos de autoridad, no siempre excluye la verificación empírica, pero casi sin excepción con­duce a violentar la realidad para adaptarla a lo que dice “la autoridad”, o bien para mirar la realidad de manera selectiva. Naturalmente, esta “selectividad” tiene un sistema de preferencias que coincide con lo que dice el maestro (magister dixit) o la doctrina a la que adhiere el indivi­duo con ciega incondicionalidad. En la historia de la ciencia, el caso de Galileo es ejemplificador, y la sentencia de la Inquisición no lo es menos (pero en sentido contra­rio). Bertrand Russell recuerda dos anécdotas de Galileo que vienen muy bien para ilustrar este punto. “Siendo muy joven y profesor de la Universidad de Pisa, los profesores de la misma sostenían que un cuer­po de diez libras de peso tardaría en caer un tiempo diez veces menor al que emplearía otro cuerpo cuyo peso fuera de una libra. Una maña­na subió Galileo a lo alto de la torre inclinada de Pisa, con dos pesas, de una y diez libras respectivamente y, en el momento en que los pro­fesores se dirigían con grave dignidad a sus cátedras, en presencia de sus discípulos, llamó la atención y dejó caer las dos pesas a sus pies desde lo alto de la torre. Ambas pesas llegaron prácticamente al mismo tiempo. Los profesores, sin embargo, 9

BERNARD, Claude, Introduction a l‘étude de la médecine experimentale, París, Flammarion, 1965.

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sostuvieron que sus ojos debían haberles engañado, puesto que era imposible que Aristóteles se equi­vocase... Años después –y ésta es la segunda anécdota–, cuando hi­ zo un telescopio e invitó a los profesores a mirar los satélites de Júpi­ter, éstos rehusaron hacerlo, exponiendo como motivo que Aristóteles no había mencionado dichos satélites y que, por tanto, cualquiera que pensase que los veía tenía que estar equivocado.”10 Hasta aquí las anéc­dotas relatadas por Russell. El proceso de retroalimentación entre ciencia y técnica No sólo se produjo un cambio en el modo de abordar la realidad co­mo uno de los principales factores que explican el desarrollo de la ciencia, también se dio otro hecho muy significativo: se inició un pro­ceso de retroalimentación entre ciencia y tecnología, que se fue acele­rando progresivamente, en los últimos siglos. Desde el siglo XVII en adelante, ciencia y técnica se van ligando en una reciprocidad de funciones cada vez más estrecha: la ciencia va de­jando de ser una actividad puramente intelectual en si y por sí, un “co­nocer cosas”, para ir adquiriendo cada vez más una clara motivación orientada al “hacer cosas”. Las técnicas, o sea, los instrumentos de las actividades prácticas, comienzan a ser utilizadas para el adelanto de la ciencia. En física, Galileo, Pascal y Torricelli avanzan en la línea expe­rimental; Galileo integra ciencia y técnica utilizando el telescopio en las observaciones astronómicas, al mismo tiempo que confirma, me­diante la verificación empírica de los hechos, lo que Copérnico había determinado a priori. Robert Boyle crea las bases de la química moder­na, afirmando la tradición experimental de Bacon, Gilbert y Harvey, mientras que Newton escribe los Principia Mathematica Philosophiae Naturalis (1686), que constituyen la primera gran síntesis científica y representa la culminación de todo un período de tanteos y experimen­taciones... La ciencia está consolidada; las condiciones económicas, sociales, culturales y políticas favorecen su desarrollo. La ciencia se apoya en el desarrollo tecnológico pero, al mismo tiempo, le sirve de estimulo al enriquecerlo con nuevas conquistas del saber científico; se inventa –como dice Whitehead– “el método de inventar”. Ciencia y técnica, en un proceso de integración, fecundiza­ción y realimentación (feed-back) recíproco, van a seguir en su creci­miento una curva exponencial, hasta producir una aceleración que hoy día ha llegado a una “explosión” tecnológica, difícil de registrar y más aún de medir en sus consecuencias. En otras palabras: el tiempo trans­currido entre un descubrimiento o invento científico, y su aplicación práctica y producción industrial, se acorta cada vez más. Bastan algu­ nos ejemplos para comprender esta aceleración, tal como se explica en el Correo de la Unesco, algunos de cuyos datos hemos reajustado en este cuadro.

10 RUSSELL, Bertrand, La perspectiva científica, Barcelona, Ariel, 1969.

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Invento

Año de descubrimiento o invención

Año de aplicación

Tiempo transcurrido

Fuerza expansiva de vapor

1665

1785(*)

120 años

Fotografía

1727

1825

98 años

Motor eléctrico

1821

1886

65 años

Teléfono

1820

1876

56 años

Radio

1867

1902

35 años

Tubo de vacío

1884

1915

31 años

Tubo de rayos catódicos

1895

1913

18 años

Radar

1925

1939

14 años

Televisión

1922

1936

14 Años

Reactor nuclear

1932

1942

10 años

Elementos semiconductores y transistores

1948

1953

5 años

Circuito integrado

1958

1961

3 años

Rayo láser

1959

1960

1 año

(*) Creación de la máquina de vapor

Estos datos apenas reflejan un aspecto de esta aceleración exponen­cial de los adelantos científicos y tecnológicos que, a su vez, constitu­yen el elemento motor del dinamismo de nuestro tiempo. Nunca ha existido un ritmo tan acelerado en la adquisición y la aplicación de co­nocimientos nuevos. Nunca, en tan poco tiempo, se han producido tan­tos inventos y descubrimientos. En la guía publicada por Découverte/ Máspero, L’État des sciences et des techniques, se señala que, entre enero de 1981 y junio de 1983, no transcurrió un solo mes sin que se produjera un descubrimiento o procedimiento nuevo, ya sea en astro­náutica, medicina, genética, agronomía, informática, o en la industria de la energía o la telecomunicación, sin hablar de los avances en la tec­nología militar. Nunca el ritmo de innovaciones ha sido tan rápido y ha producido tantos cambios en tan poco tiempo, penetrando y transfor­mando muy diferentes aspectos de la vida. Algunos hitos fundamentales de la revolución científica La configuración de la ciencia moderna (lo que algunos llaman la revolución científica) tiene algunos hitos fundamentales en cuanto a personas que hicieron nuevos aportes.

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Nos parece útil que los conoz­can quienes se inician en la investigación social, no porque tengan que conocer historia de la ciencia, sino porque es útil tener alguna idea de su génesis. Lo que presentamos no es más que un esquema, con las referencias a los aportes personales que nos parecen más significativos. Nicolás Copérnico (1473-1543) Este polaco, canónigo interesado sobre todo por la astronomía, y poseedor de una gran cultura propia del Renacimiento, es considerado por algunos como el que dio el puntapié inicial en la configuración de la ciencia moderna con su visión heliocéntrica del universo. Esta con­cepción la toma del filósofo griego Aristarco (siglo III a. C.), para quien el Sol es mayor que la Tierra, y ésta gira en tomo de aquél, pero le da una nueva formulación en su libro De revolutionibus orbium caeles­tiutn, obra que constituyó un hito fundamental en el desarrollo de la as­tronomía. Copérnico sostiene que la Tierra y el universo son esféricos y que el movimiento de los astros es circular. La novedad y extrañeza de sus concepciones —como él mismo decía— lo indujo más de una vez a abandonar el trabajo iniciado. Es normal que haya tenido esos sentimientos, pues desmontaba la teoría geocéntrica que, durante trece siglos, se había admitido como una verdad indiscutible. Copérnico hizo una revisión matemática de la teoría geocéntrica, para formular luego su visión heliocéntrica del universo que, al parecer, salió de la impren­ta el mismo día de su muerte. Sus ideas podrían haber sido condenadas, no tanto porque rompían con la concepción geocéntrica de Ptolomeo, sino en cuanto contradecían la idea que la Iglesia católica tenía sobre el tema. Para salvar esa dificultad, dedicó el prólogo al papa Pablo III, afirmando que su teoría era una hipótesis sin significación real, sólo co­mo criterio de cálculo; así logró la bendición pontificia. El sistema copernicano significó una física nueva, distinta de la aristotélica vigente hasta ese entonces, y marcó el fin de un largo pe­ríodo en el que se creyó que la Tierra era el centro del cosmos y el hombre el centro de ese universo hecho a su medida. Johannes Kepler (1571-1630) Nacido en Weil (Alemania) en una familia pobre (el padre soldado, la madre hechicera analfabeta). Kepler es un ejemplo de tenacidad. Co­mo casi todo niño prematuro, era de una constitución física muy frágil. Tuvo que trabajar cuando niño en un mesón y luego en el campo. Es­tudió teología y se dedicó apasionadamente al estudio de la matemáti­ca. Realizó sus principales elaboraciones en Praga, donde trabajó con el matemático Tycho Brahe, al que luego sucedió como matemático y astrónomo en la corte del emperador Rodolfo II. Kepler supuso un avance sobre las formulaciones copernicanas, estableciendo corres­pondencias entre las órbitas de los planetas y los cinco poliedros regu­lares.

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Introducción a la Epistemología

Apoyado en los estudios que había realizado su maestro Brahe, y con las comparaciones que hizo entre las posiciones de los planetas, a partir de deducciones del método teórico por él elaborado y calcula­das en la práctica, demostró que los planetas se mueven en elipses y formuló, en 1609, sus dos primeras leyes del movimiento de los plane­tas alrededor del Sol, que publicó en Astronomía nova y fueron expre­sadas de la siguiente forma: • “Los planetas describen órbitas elípticas en uno de cuyos focos se encuentra el Sol.” • “Las áreas barridas por los radios vectores de cada planeta en tiempos iguales, son iguales.” La tercera ley de Kepler fue formulada en 1619, en su libro Harmo­nius mundi: “Los cuadrados de los períodos de revolución son propor­cionales a los cubos de los semiejes mayores de sus órbitas.” Sus leyes son una refutación de la concepción vigente de que el movimiento cir­cular y uniforme era el movimiento natural y perfecto. Con esta pro­puesta de Kepler, se admite en astronomía un orden basado en un mo­vimiento no regular, en un mundo creado conforme con un modelo de la proporción geométrica. Kepler —que además hizo aportes en el campo de la óptica— inte­resa para este esbozo de los principales hitos de la ciencia, por un he­cho decisivo en la concepción de la ciencia tal como la concebimos en la actualidad: la formulación de las leyes empíricas, habida cuenta de que los razonamientos —según Kepler— debían adaptarse a la reali­ dad de los hechos. En otra parte del libro hablamos de los sectarismos como una acti­tud totalmente incompatible para quien tiene un espíritu científico. Ke­pler sufrió de los sectarismos de su época: los católicos lo atacaban por ser protestante, y los protestantes lo criticaban por vivir entre católicos. Con Kepler, el universo comienza a concebirse como un mecanismo de relojería. Galileo Galilei (1564-1642) Nacido en Pisa, estudia medicina y filosofía (según los deseos de sus padres), y a hurtadillas toma clases de matemáticas. Después de abandonar el estudio de Hipócrates y Galeno, pasa a dedicarse a Eucli­des y Arquímedes. Llega a ser un matemático, físico y astrónomo que imprime un sello definitivo a la ciencia moderna. Es muy difícil resu­mir en pocas líneas los aportes de Galileo que llevaron a la madurez a la ciencia moderna. Se inicia como profesor de matemáticas, pero pronto se centra en la astronomía, en donde comienza a profundizar la tesis de Ptolomeo. Es­te ámbito del conocimiento fue enriquecido y ampliado por la preocu­pación que tenía Galileo de aplicar instrumentos de otros campos del saber, para mejorar la observación en astronomía. Habiendo tenido

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co­nocimiento de que un holandés había ideado un instrumento que, ba­sándose en la refracción de la luz, tenía la propiedad de agrandar los objetos, recurrió a él y a partir de ello construyó un telescopio de re­fracción. Con él inició la observación del espacio. No interesa lo anec­dótico de este hecho, lo que importa es que se inaugura una nueva for­ma de analizar los problemas. Ya no son los textos y los argumentos de autoridad las referencias más importantes, sino la experiencia directa de observación de la naturaleza. Sólo la experiencia puede proporcio­nar datos suficientes para la formulación de hipótesis, que luego hay que verificar, o sea, contrastar con la realidad. Con Galileo comienza también la física moderna. Afirmó que el lenguaje de la ciencia de la naturaleza es la matemática y planteó una metodología para esta disciplina que, de manera simplificada, podría resumirse en lo siguiente: • la puerta principal para introducirse en el riquísimo erario de la filosofía natural es la observación y la experiencia; • a partir del enunciado de principios generales basados en una rá­pida inducción, en una especie de intuición geométrica y formu­lados matemáticamente; • deducir consecuencias por vía matemática; • formular hipótesis, y comprobarlas luego experimentalmente. De este modo, alternaba un esquema hipotético-deductivo con la experiencia; éste, que fue su método investigativo, sirvió de base para toda la física posterior durante más de un siglo. Como es sabido, la tesis de Galileo de que el Sol era el centro del universo, y no la Tierra (que ya habían sostenido Copérnico y Kepler), chocaba con la Iglesia que, basándose en una interpretación literal que en aquel tiempo se daba a la Biblia, sostenía que la Tierra era el centro del universo. Procesado por el Santo Oficio, fue condenado y confina­do tras un juicio que duró 17 años. Además, fue forzado a abjurar de sus “errores”. Fue eximido de la pena de cárcel, debido a su avanzada edad y a sus condiciones precarias de salud. Después de su muerte, el papa impidió que le fuera erigido un mausoleo (a comienzos del siglo XVII). En 1757 fue retirada la prohibición eclesiástica de publicar li­bros que sostuviesen la tesis heliocéntrica. En el siglo XIX se inicia la revisión del proceso contra Galileo; en 1992, luego de haber transcu­rrido 359 años, 4 meses y 9 días de la sentencia de la Inquisición, la Iglesia —a través del papa Juan Pablo II— rehabilita a Galileo, reco­ nociendo que “actuó erróneamente” contra él en 1633. Lo revolución científico-técnica es, de hecho, una revolución cultural en un nuevo sentido, más profundo y más amplio, pues no se limita a tal o cual cambio en el seno de la cultura, sino que modifica radicalmente el lugar de la cultura en la vida de la sociedad... Radovan Richta

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Introducción a la Epistemología

4. UN MUNDO SIGNADO POR LA CIENCIA Y LA TECNOLOGÍA Es indudable el importante papel que desempeña la ciencia en la sociedad contemporánea, no sólo en lo que respecta a sus aplicaciones tecnológicas sino también por el cambio concep­tual que ha inducido en nuestra comprensión del universo y de las comunidades humanas. Gregorio Klimovsky

Vivimos en un mundo signado por la ciencia y la tecnología, cuyo asombroso desarrollo es uno de los sucesos más importantes que están en el punto de partida de nuestra época, condicionando y plasmando la problemática del mundo actual en los aspectos más variados y diversos (políticos, económicos, sociales, culturales y psicológicos). En poco más de dos siglos, el desarrollo científico y tecnológico, efectuado en condicionamiento recíproco con otros aspectos del proce­so histórico (descubrimientos geográficos, aparición y expansión del capitalismo, etc.), ha producido cambios inauditos en la sociedad mo­derna. Y estas transformaciones han sido tan radicales, que puede afir­marse que estamos en un mundo nuevo en donde los seres humanos, mediante extensiones tecnológicas de nuestros sentidos y extensiones artificiales de nuestro cerebro (de manera especial los ordenadores), podemos multiplicar día a día, sus capacidades, proyectándose a dimensiones que sólo eran patrimonio de la imaginación o de la ficción hasta hace unos años. Los contemporáneos tenemos la misma, o quizá menor, capacidad de percepción óptica que el hombre primitivo; sin embargo, aumenta­mos nuestra capacidad de ver con el radar, el telescopio y el microsco­pio. Mediante los telescopios, podemos “ver” y fotografiar galaxias y estrellas que están a millones de años luz, y estudiar algunos detalles de los planetas de nuestro sistema planetario. En los siglos XVII y XVIII, se desarrollaron los microscopios ópticos, que podían aumentar el tamaño de los objetos alrededor de 200 veces. Se necesitaron 300 años de perfeccionamiento de este instrumento para aumentar 10 veces su poder de magnificación, es decir, llevarlo a 2.000 (permitía ver ob­jetos no menores de 0,002 mm). En 1965 se inventa el microscopio electrónico, que ha llevado el poder de magnificación a 2.000.000, lo que permite resolver partículas del tamaño de 0,0000002 mm, es decir, el de la mayoría de las moléculas. Hoy, se ha llegado al poder de mag­nificación de 5.000.000. Se ha multiplicado el poder de observación hasta alcanzar casi las fronteras de los dos infinitos a los que se refiriera Pascal: lo infinita­mente pequeño y lo infinitamente inmenso; y ello simplemente me­diante la invención de instrumentos fruto de la ciencia y de la tecnolo­gía; en última instancia, fruto de la inteligencia humana. La física ha demostrado que la solidez no existe; hasta los cuerpos mas macizos no son otra cosa que partículas subatómicas en perma­nente movimiento. El desarrollo

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de la electrónica —aplicada a la tele­mática— ha permitido un espectacular desarrollo de los medios de comunicación de masas, que son los impulsores principales de la glo­balización de la cultura. A través de la televisión, hemos llegado a una especie de teleparticipación planetaria. Ofrece la posibilidad de parti­cipar en los mismos “eventos globales” y, al mismo tiempo, nos “orga­niza” nuestra percepción de la realidad. Las autopistas electrónicas ha­cen posible conectarse con todo el mundo, sólo se necesita un ordena­dor, un módem y un número de teléfono. La química, en sólo veinte años —entre 1950 y 1970—, duplicó los conocimientos adquiridos a lo largo de todos los tiempos. En el campo de la astrofísica y de la cos­mología, ha ocurrido algo semejante: en este siglo hemos avanzado más que en toda la historia de la humanidad en el conocimiento del universo, mediante la detección e interpretación de los mensajes elec­tromagnéticos. Los rayos cósmicos (partículas y núcleos ionizados), los fotones, los neutrones y las ondas gravitacionales, nos han abierto algunas ventanas para el conocimiento del universo. Pero es en el campo de la biología —especialmente de la biología molecular— en donde está el epicentro de la “explosión científica”. El descubrimiento del ácido desoxirribonucleico (ADN) ha permitido pe­netrar en la misma estructura química del núcleo de la célula viviente y, con el conocimiento que hoy se tiene del genoma humano, podemos decir que estamos en el umbral del secreto mismo de la vida. Es pro­bable que los descubrimientos de la biología molecular tengan mayor importancia y repercusiones que los avances de la física nuclear y los descubrimientos que se hacen en los programas de exploración del es­pacio cósmico. Sea lo que fuere, la biología, la física y la astrofísica/ cosmología han tenido tales avances, que no podemos menos que ex­clamar, con Teilhard de Chardin, “sólo lo fantástico tiene posibilidades de ser cierto”. A comienzos del siglo XXI somos conscientes que el progreso del conocimiento es impredecible. El avance científico, desbordando lo político y los sistemas económicos y tecnológicos, ha producido cambios en los modos de existen­cia social (ideas, hábitos, creencias, jerarquía de valores, modos de vi­da, etc.) que no tienen parangón en la historia de la humanidad. Aun las relaciones que tenemos los seres humanos con el tiempo y el espa­ cio han sido modificadas como consecuencia de las transformaciones que producen la ciencia y la tecnología. Una y otra son protagonistas medulares de nuestro tiempo. No podemos entender el mundo en que vivimos sin tener un mínimo de información acerca de lo que signifi­can la ciencia y la tecnología, y de sus impactos en la sociedad actual. Ellas desempeñan un papel decisivo y creciente en nuestra sociedad; por otra parte, se han convertido en parte de nuestra vida personal pro­fesional y social. El imponente desarrollo científico y tecnológico A poco que analicemos el desarrollo científico y tecnológico de las últimas décadas podemos constatar que existen sobradas razones para caracterizar a nuestra época como “sociedad del conocimiento”.

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Introducción a la Epistemología

“Para tener una idea del imponente desarrollo actual de la ciencia, basta pensar en el número de personas que hoy dedican su vida a la in­vestigación. Se ha calculado que desde hace cincuenta años —esto lo decía Oppenheimer en 1965— nuestros conocimientos se multiplican por dos cada década... Pensemos finalmente —prosigue Oppenhei­mer— en todos los hombres que descubrieron cosas nuevas en el trans­curso de la historia, en el campo de la ciencia y de los inventos. De to­dos ellos vive un 93 por ciento. Esto significa que, para ser consciente y activo en cualquier dominio científico, un hombre maduro de hoy de­be conocer innumerables temas que no existían cuando estudiante.11 Si quisiéramos, por otra parte, ayudarnos a ubicar, en la historia de la Tierra y del hombre, el arranque y la aceleración del progreso cien­tífico y técnico, podríamos comparar con un reloj, en cuya escala 10 años de la historia de la humanidad estarían representados por 1 segun­do. Según los datos más fidedignos de los que hoy disponemos según los cuales la Tierra tendría 4.500 millones de años, este reloj imagina­rio mostraría: Aparición de la Tierra

86.400 h.

00’00”

Aparición de la vida

48.000 h.

00’00”

24 h.

00’00”

Aparición del hombre Comienza la agricultura

16’40”

Comienza la historia

8’20”

Aparición del conocimiento racional

4’ 10”

Aparición de la ciencia

40”

De las 24 horas de este reloj que indica la aparición del hombre, ig­noramos más de 23 h 51’; la historia comienza hace 8’20”; la ciencia aparece hace 40”. ¿Cómo será el mundo –utilizando la escala o me­dición de este hipotético reloj– en el próximo minuto?

11 OPPENHEIMER, “¿Ha comenzado la era científica?”, en revista Planeta, Buenos Aires, 1965.

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SABER CIENTÍFICO Y REFLEXIÓN FILOSÓFICA12 Tomás Calvo M. y Juan Manuel Navarro C.

“La verdad científica se caracteriza por la exactitud y el rigor de sus previsiones. Pero estas admirables calidades son conquistadas por la ciencia experimental a cambio de man­ tenerse en un plano de problemas secundarios, dejando intactas las últimas, las decisivas cues­tiones. De esta renuncia hace su virtud esencial, y no sería necesario recalcar que por ello sólo merece aplausos. Pero la ciencia experimental es sólo una exigua porción de la mente y el organismo humanos. Donde ella se para no se para el hombre. Si el físico detiene la mano con que dibuja los hechos allí donde su método concluye, el hombre que hay detrás de todo físico prolonga, quiera o no, la línea iniciada y la lleva a terminación como, automáticamente, al ver el trozo del arco roto, nuestra mirada completa la área curva manca... Quiero decir con esto que no nos es dado renunciar a la adopción de posiciones ante los temas últimos: queramos o no, de uno u otro rostro, se incorporan en nosotros. La verdad científica es una verdad exacta, pero incomple­ta y penúltima, que se integra en otra especie de verdad, última y completa aunque inexac­ta... Vemos aquí en clara contraposición dos ti­pos de verdad: la científica y la filosófica. Aque­ lla es exacta pero insuficiente, ésta es suficiente pero inexacta. Y resulta que ésta, la inexacta, es una verdad más radical que aquella.” ORTEGA Y GASSETT, ¿Qué es filosofía? En Obras Completas VII. Madrid. Alianza Editorial. 1983. pp. 310-12 y 316.

En el capítulo anterior nos hemos ocupado de la ciencia. En este capítulo nos ocuparemos de la filosofía. El texto de Ortega y Gassett con que abrimos la exposición expresa, de modo brillante, la contraposición tradicional entre ciencia y filosofía, entre “verdad científica” y “verdad filosó­fica”. Esta contraposición gira en torno de una idea central: al hombre se le plantean necesa­riamente, de modo ineludible, ciertos proble­mas últimos, de los cuales no puede ocuparse la ciencia (puesto que tales problemas no pue­den someterse al método científico-experimen­tal) y de los cuales se ocupa la filosofía. A partir de esta idea central, el texto señala que: 1. La ciencia es exacta y rigurosa, pero es incompleta y penúltima. Es “incompleta” pues­ to que excluye de su estudio las cuestiones in­dicadas. Y puesto que estas cuestiones 12 Filosofía: Bachillerato 3, Anaya, Editorial Anaya, Madrid, 1998.

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se refie­ren a los problemas últimos planteados por la realidad y por la experiencia humana, la ciencia es “penúltima”, en expresión de Ortega. 2. La filosofía, por su parte, y puesto que se ocupa de las cuestiones últimas, carece de la exactitud que proporciona el método científico-experimental. Es, sin embargo, completa y últi­ma. Y en tanto que aspira a ser completa y última, la filosofía es radical. En nuestra exposición nos ocuparemos de la filosofía, de su relación con la ciencia y de la contraposición entre la una y la otra. Para ello centraremos nuestra atención su­ cesivamente en: 1) las nociones de ciencia y filosofía, así como las relaciones entre am­ bas, tal como fueron concebidas en su ori­gen, en el pensamiento griego; 2) la poste­rior separación de ciencia y filosofía a partir de la concepción moderna de la ciencia y del método experimental, y 3) el intento, de­rivado de la concepción moderna de la ciencia, de superar y suprimir la filosofía o bien reducirla a mero instrumento de la ciencia. A continuación y frente a los intentos se­ñalados de suprimir la filosofía o reducirla a instrumento de la ciencia, señalaremos que la filosofía es inevitable puesto que 4) la propia ciencia plantea ineludiblemente proble­mas filosóficos y 5) los demás ámbitos de la experiencia humana (experiencia moral y política, estética, religiosa, etc.) plantean igualmente problemas específicamente filo­sóficos. Por último, 6) trataremos de señalar los rasgos que caracterizan a la filosofía.

1. FILOSOFÍA COMO CIENCIA: LA IDEA GRIEGA DEL SABER Suele decirse, y con razón, que ciencia y filo­sofía son creaciones de la cultura griega. Persona­jes ilustres como Tales de Mileto y Pitágoras fueron pioneros en la constitución de la ciencia matemá­tica (¿quién no ha oído hablar de sus respectivos teoremas?), y figuran igualmente entre los creado­res de la filosofía. 1.1. La idea de explicación racional Efectivamente, la ciencia y la filosofía nacieron a una en Grecia y no es extraño que así fuera, ya que constituyen el resultado conjunto de una nue­va actitud ante el universo: la actitud consistente en buscar una explicación racional tanto de los acontecimientos de la naturaleza como de la con­ducta de los hombres. Toda la tarea de los pensa­dores griegos, científicos y filósofos, puede resu­mirse en estas palabras: búsqueda de una explicación racional, distinta y contrapuesta radicalmente a las explicaciones mitológico-religiosas heredadas de generación en generación. El surgimiento del pensamiento occidental se califica a menudo como paso del mito al logos. La palabra griega ‘logos’ significa razón y significa también explicación ra­cional. Se trata, pues, del paso del mito a la razón, a la explicación racional.

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1.1.1. La explicación mítica No es fácil caracterizar en pocas palabras en qué consiste el pensamiento mítico. Los mitos son narraciones con las cuales se pretende explicar el origen ya sea del mundo ya sea de cualquier as­pecto importante de la cultura de un pueblo, narra­ciones cuyos protagonistas son dioses o fuerzas naturales (la noche, el sol, etc.) divinizadas. De acuerdo con esto y de un modo general, podemos decir que en el pensamiento mítico: a) se personifican y divinizan las fuerzas y fe­nómenos naturales (el rayo lo envía Zeus encole­rizado, etc.) haciéndose responsables a los dioses tanto del curso de los acontecimientos naturales como del comportamiento y destino de los hom­bres; b) como consecuencia de lo anterior, se entien­de que el acontecer universal es en gran medida arbitrario, puesto que depende de la voluntad ca­prichosa de los dioses; c) por último, la aceptación de las explicaciones mítico-religiosas no se basa en que sean demostra­bles por medio de argumentaciones racionales. La fuerza del mito se basa en la autoridad de la tra­dición, autoridad que no se cuestiona, y en su asentamiento social. 1.1.2. La explicación racional Frente a la explicación mítica, frente al mito, el logos o explicación racional se caracteriza porque: a) no recurre a divinidades o seres sobrenatura­les sino que interpreta las fuerzas y fenómenos del universo como fenómenos y fuerzas naturales. Podemos decir que el gran descubrimiento del logos idea de naturaleza; b) como consecuencia de lo anterior, el acon­tecer universal deja de interpretarse como algo arbitrario. En la naturaleza las cosas suceden como tienen que suceder. La idea de naturaleza va unida a la idea de necesidad y la idea de necesidad va unida, a su vez, a la idea de ley: los acontecimien­tos naturales suceden conforme a ciertas leyes que necesariamente se cumplen. La palabra griega “lo­gos” significa también ley, de modo que podemos la tarea del logos (de la razón, de la expli­cación nacional) es estudiar y conocer el logos (ley, leyes que rigen en el universo); c) la aceptabilidad de las explicaciones raciona­les no se basa, en fin, en la autoridad de la tradición ni en su vigencia social sino en argumentos y razones. Una explicación será mejor no porque la crea más gente o porque se remonte a un pasado más lejano, sino porque se sustenta en razones más sólidas y mejores.

1.2. EL SABER FRENTE AL OPINAR: LA NOCIÓN GRIEGA DE CIENCIA Partiendo de la idea de que el valor de una explicación depende de las razones que la apoyan, los pensadores griegos concibieron el saber como algo opuesto no solamente

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al mito sino, en general, a las meras opiniones infundadas. Los mitos son, desde luego, opiniones infundadas. Pero, además de los mitos, existen multitud de opiniones y creen­ cias carentes de fundamento sólido. Fue Platón el filósofo que por primera vez con­trapuso de modo radical y definitivo el saber y la mera opinión estableciendo los rasgos siguientes del saber: a) El saber es, de suyo, infalible: el que sabe no puede equivocarse acerca de aquello que sabe (si se equivoca, es que realmente no sabía por más que creyera o dijera que sabía); la opinión, por el contrario, es de suyo falible: el que opina puede, desde luego, acertar, pero puede también equi­vocarse. b) Todo saber es, pues, opinión pero no toda opinión es saber. Por lo pronto, habrá de decirse que el saber es opinión verdadera. c) Pero no toda opinión verdadera alcanza el nivel o categoría del saber. Supongamos que opino que lloverá el primer lunes del mes próximo y supongamos que acierto y llueve tal día: mi opi­nión resultará ser verdadera, pero no puede decir­se que sabía que iba a llover. Para que una opinión verdadera sea auténtico saber ha de estar basada en razones que garanticen su verdad. El saber es, pues, opinión verdadera basada en razones que garanticen su verdad. El saber así definido se denomina en griego episteme. Esta palabra griega fue traducida al latín como ‘scientia’ de donde deriva nuestra palabra ‘ciencia’. Podemos decir que los griegos fueron los creadores de la idea de ciencia o saber.

Pero si traducimos episteme como ciencia (y así se hace usualmente), hemos de señalar que la con­cepción griega de la ciencia difiere de la concep­ción moderna de ésta (de la cual hemos hablado en el capítulo anterior) en ciertos aspectos de im­portancia. Así: 1. En general y como ya señalábamos en el capítulo anterior, la ciencia o saber, para los grie­gos, está desconectada de la técnica: la técnica pertenece al ámbito de los oficios, es asunto de experiencia acumulada; la ciencia o saber, por el contrario, pertenece al ámbito de las razones, es asunto de razonamiento. 2. En consonancia con lo anterior, la idea griega de ciencia no está vinculada necesariamente, como la moderna, a la idea y a la práctica de la experimentación. De ahí que las mayores aporta­ciones científicas de los griegos tuvieran lugar en las matemáticas. 3. Los griegos concebían el saber fundamentalmente como un hábito o capacidad del sabio, como algo que está en la mente del que sabe; lo concebían como la capacidad (hábito) de demos­trar: puesto que el saber es conocimiento que e basa en razones, el que sabe puede exhibir las razones que tiene y puede, por tanto, demostrar.

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Modernamente no se concibe así la ciencia: ésta no se entiende como una capacidad del que sabe, sino como un sistema de proposiciones ob­jetivas encadenadas lógicamente entre sí.

1.3. CIENCIA Y FILOSOFÍA De todas las consideraciones expuestas hasta e1 momento se desprende que el concepto de ciencia (episteme) es un concepto creado por los filósofos para definir su propio conocimiento frente al mito y frente a las opiniones infundadas de la gente. Tenemos, pues, que: 1. la filosofía se concibe a sí misma como cien­cia, como saber; 2. pero a la vez, y puesto que existen otras ciencias (física, astronomía, matemáticas, etc.), La filosofía se concibe a sí misma como ciencia pri­mera. A la filosofía corresponde, en efecto, inves­tigar las razones y causas últimas del universo y del comportamiento humano: ¿Cuál es el verdadero ser de las cosas? ¿Rige en el universo la necesidad ciega o la finalidad? ¿Cuál es la naturaleza del hombre y qué normas se derivan de ella para nues­tra conducta y nuestra felicidad? ¿Existe una enti­dad primera, Dios, y qué relación guarda con e. universo y con el hombre?, etc. Además de ciencia primera (o última) los griegos caracterizaron a la filosofía como ciencia universal: la filosofía se ocupa de principios y causas que, por ser últimos, alcanzan a todos los ámbitos de la realidad; el resto de las ciencias, por el contrario, son particulares puesto que su estudio se limita a un ámbito particular de la realidad, sea el ámbito de los números (matemáticas), el de los seres físicos (física) o cualquier otra parcela de la realidad. Pensamiento mítico: forma de explicación consistente en personificar y divinizar las fuer­zas de la naturaleza, atribuyendo a tales divini­dades el origen y curso de los fenómenos. Explicación racional (logos): forma de expli­cación que se basa en la convicción de que la naturaleza está regida por leyes necesarias, a cuyo conocimiento se encamina el saber, Ciencia (episteme): opinión o afirmación que es verdadera y fundada en razones. Filosofía: ciencia primera. Se caracteriza por su universidad y su utilidad. A ella corresponde el estudio de los principios y causas primeras (o últimas).

2. LA FILOSOFÍA SE ALEJA DE LA CIENCIA: LA MODERNIDAD El modo griego de concebir las relaciones entre las ciencias y la filosofía se vio alterado va al final de la Edad Media y más radicalmente aún en la modernidad, a partir de la

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concepción moderna de la ciencia. Entre los factores que vinieron a perturbar la concepción griega de la relación entre ciencias y filosofía se pueden destacar los dos que exponemos a continuación.

2.1. UNA NUEVA MANERA DE CONCEBIR LA CIENCIA Esta nueva manera de concebir la ciencia no es otra que la expuesta en el capítulo anterior. Entre los rasgos que caracterizan a la ciencia moderna conviene destacar y recordar los siguientes: a) experimentalidad: la ciencia busca la confir­mación de sus hipótesis, cíe sus afirmaciones, en la experimentación, es decir, en el análisis contro­lado de los procesos naturales a través de los experimentos; b) matematización; utilización del lenguaje ma­temático para expresar cuantitativamente las leyes y teorías; c) practicidad: el saber científico se interpreta como un medio para dominar la naturaleza po­niéndola al servicio del hombre. Estas características del saber científico (espe­cialmente las dos primeras) dan lugar a un rigor y a una exactitud superiores a las exigidas, en gene­ral, por el pensamiento griego. Elevan, podríamos decir, el nivel de exigencias que ha de satisfacer un conocimiento para que pueda ser aceptado y reconocido como científico. Y en la medida en que no se acomodan a estas exigencias especialmente las de experimentalidad y matematización), las doctrinas filosóficas no podrán ser consideradas como saber científico en el sentido moderno de la palabra.

2.2. LA MULTIPLICACIÓN DE LAS CIENCIAS PARTICULARES A la separación entre ciencia y filosofía ha con­tribuido también históricamente la multiplicación de las ciencias particulares. Al aplicarse los méto­dos científicos a más y más campos de la realidad y de la conducta humana (biología, psicología, lingüística, etc.), la ciencia parece haber ido adue­ñándose sucesivamente de ámbitos de estudio que antes pertenecían a la filosofía. La multiplicación y el desarrollo de las ciencias parecen, pues, traer como consecuencia el arrinco­namiento de la filosofía. Quienes así piensan sue­len formular preguntas como las siguientes: ¿Qué puede decir un filósofo acerca del universo o de la materia que no lo diga mejor y más rigurosa­mente un físico? ¿Qué puede un filósofo enseñar­nos acerca de la vida que no lo conozca mejor un biólogo? ¿Y qué acerca de la mente o de la con­ ducta humana que no pueda decirlo con mayor autoridad un psicólogo? La “exactitud” de las cien­cias parece, pues, venir a ocupar el lugar de la “inexactitud” de la filosofía.

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3. LA CIENCIA MONOPOLIZA EL SABER: EL POSITIVISMO El desarrollo y el éxito del método científico-ex­perimental nos obliga, ciertamente, a reconocer que la filosofía —la reflexión filosófica— no puede ser considerada científica de acuerdo con la no­ción moderna de ciencia, noción ésta mucho más estrecha que la griega de episteme. Esto, sin em­bargo, no implica de suyo que la reflexión filosófica sea innecesaria o imposible: siempre será posible y necesaria, podemos suponer en principio, una reflexión filosófica racional y rigurosa acerca de las cuestiones últimas sobre el mundo, la sociedad y el hombre, cuestiones que no pueden someterse a las reglas del método científico en sentido estricto. Esta posibilidad ha sido negada por la corriente de pensamiento que se denomina positivismo-cientista o, simplemente, positivismo. Según éste no hay más conocimiento que el conocimiento científico, ya que lo único cognoscible en sentido estricto es aquello que se acomoda a las reglas del método científico. El positivismo sostiene, pues, que la ciencia sustituye y hace innecesaria a la filosofía. Por lo demás, la actitud positivista ha adoptado formas y matices distintos. He aquí algunas formas de positivismo en relación con la filosofía.

3.1. la filosofía como etapa precientífica del conocimiento humano Esta es la posición adoptada ya en el siglo pa­sado por el pensador francés A. Comte (1798-1857). Según éste, la humanidad ha pasado por tres estados o etapas: los estados religioso, metafísico (o filosófico) y positivo (o científico). En el primero de ellos el hombre recurre a divinidades para explicar el universo; en el segundo recurre a entidades abstractas (“naturaleza”, etc.), abstrac­ciones no comprobables empíricamente; en el ter­cero y último, aquél que corresponde a la menta­lidad científica, el pensamiento humano se atiene exclusivamente a los fenómenos y a las leyes con­forme a las cuales suceden y están conectados entre silos fenómenos. Aun sin aceptar esta ley “histórica” de los tres estados, muchos pensadores coinciden en consi­derar a la filosofía como una etapa previa a la ciencia: paso a paso, como decíamos anteriormen­te, la ciencia va desplazando a la filosofía y ocu­pando definitivamente el lugar de ésta. Este es el caso de B. Russell como muestra el texto que re­producimos bajo el título “La ciencia desplaza a la filosofía”. Obsérvese que esta forma de positivismo lleva a una curiosa paradoja, incluso ironía, de la histo­ria: la filosofía comenzó proclamándose así misma como ciencia para distinguirse del mito y de las meras opiniones infundadas; ahora se pretende arrojar a la filosofía del ámbito de la ciencia, rele­gándola al ámbito de los mitos y opiniones in­fundadas.

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3.2. La filosofía como actividad auxiliar de la ciencia La concepción de la filosofía como una activi­dad meramente auxiliar al servicio de la ciencia ha sido desarrollada en nuestro siglo por una corriente positivista que se denomina positivismo lógico o, simplemente, neopositivismo. A continuación ex­ponemos las ideas fundamentales de esta corriente de pensamiento, que ha ejercido una extraordina­ ria influencia durante el segundo tercio del s. XX. 1. El neopositivismo parte de una clasificación de las proposiciones en empíricas y formales o vacías de contenido. Esta clasificación nos es ya conocida, puesto que la hemos utilizado en el capítulo anterior para distinguir las ciencias empí­ricas y las ciencias formales. 2. A esta clasificación el neopositivismo añade una teoría del significado según la cual solamente poseen significado aquellas proposiciones cuyo contenido es verificable empíricamente. Este crite­rio (denominado “principio de verificación”) sirve a los neopositivistas para establecer que la mayoría de las proposiciones utilizadas por los filósofos (aquellas en que aparecen términos como “Dios”, “absoluto”, “esencia”, etc.) carecen de sentido, no enuncian nada, puesto que no son verificables. 3. De lo anterior se desprende que cualquier proposición que pretenda enunciar algo acerca de la realidad o bien es verificable (y por tanto perte­nece al ámbito de la ciencia), o bien carece de sentido, no enuncia nada. No hay, por tanto, un ámbito de conocimiento propio y específico de la filosofía. O ciencia o sinsentido. 4. En estas condiciones, ¿queda algún lugar para algo que pueda ser denominado filosofía? Sí, pien­san los neopositivistas, a condición de que no en­tendamos ya porfilosofía un saber sustantivo (es decir, un saber que recaiga sobre objetos y pro­blemas propios), sino una actividad auxiliar de la ciencia consistente en aclarar y ordenar las propo­siciones científicas. Positivismo: corriente de pensamiento según la cual no hay más saber en sentido estricto que el saber científico. Considera a la filosofía tradicional como una etapa pre-científica o, incluso, como un conjunto de proposiciones sin sentido (neopositivismo). Por su parte, no reconoce más filosofía que una actividad de carácter lógico-lingüístico al servicio de la ciencia.

3.3. Ciencia y sociedad: los programas de «ciencia de la ciencia» El neopositivismo lógico, al igual que otras teorías que se ocupan de la ciencia, ha descuidado el importantísimo papel que la ciencia desempeña en la sociedad actual. Ha considerado la ciencia, en efecto, exclusivamente como un sistema de enun­ciados explicativos acerca de los fenómenos.

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La ciencia desplaza a la filosofía “Si preguntamos a un ma­temático, a un historiador o a cualquier otro hombre de ciencia qué conjunto de ver­dades concretas ha sido esta­blecido por su ciencia, su res­puesta durará tanto tiempo como estemos dispuestos a escuchar. Pero si hacemos la misma pregunta a un filósofo y éste es sincero, tendrá que confesar que su estudio no ha llegado a resultados positivos comparables a los de las otras ciencias. Verdad es que esto se explica, en parte, por el he­cho de que, desde el momen­to en que se hace posible el conocimiento preciso sobre una materia cualquiera, esta materia deja de ser denomi­nada filosofía y se convierte en una ciencia separada. Todo el estudio del cielo que pertenece hoy a la astrono­mía, antiguamente era inclui­do en la filosofía; la gran obra de Newton se denomina Prin­cipios matemáticos de filoso­fía natural. De modo análogo, el estudio del espíritu humano que era, todavía recientemen­te, una parte de la filosofía, se ha separado actualmente de ella y se ha convertido en la ciencia psicológica. Así, la in­certidumbre de la filosofía es, en gran medida, más aparen­te que real: los problemas que son susceptibles de una respuesta precisa se han colo­cado en las ciencias, mientras que los que no la consienten, actualmente, quedan forman­do el residuo que denomina­mos filosofía.” B.Russell, Los problemas de la filosofía. Barcelona, La­bor, 1970, p. 130.

Sabemos, sin embargo, y ya lo hemos indicado en el capítulo anterior, que la ciencia, como hecho social, implica mucho más que un sistema de enunciados: equipos costosísimos de científicos y laboratorios, descubrimientos y patentes, desarro­llo tecnológico e industrial, etc. Esta dimensión socio-económica de la ciencia plantea, sin duda, graves problemas de prioridades y de planifica­ción, de racionalización de la investigación y de la asignación de presupuestos, etc. Pues bien, ¿no cabría reivindicar en este campo un lugar para la reflexión filosófica, de carácter ético y político? La mentalidad positivista ha pretendido, en cier­ta medida, cerrar el paso a la filosofía también en este ámbito de problemas. No es casual que el estudio de estos problemas haya sido englobado en nuestro tiempo bajo el titulo de ‘ciencia de la ciencia», título que expresa la pretensión de que los problemas que suscita la propia ciencia sean estudiados desde una metodología y una perspec­tiva de carácter científico (sociología de la ciencia, economía de la ciencia, psicología de la ciencia, etcétera). Ciertamente, la mayoría de los programas de “ciencia de la ciencia” que han sido propuestos se ven en la necesidad de introducir cuestiones filo­sóficas, especialmente político-morales, además de cuestiones relativas a metodología científica y a lógica. Pero, como hemos sugerido, el rótulo mis­mo “ciencia de la ciencia” responde al ideal posi­tivista de que la reflexión sobre la ciencia sea he­cha por la ciencia misma.

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4. LA REFLEXIÓN FILOSÓFICA A PARTIR DE LA CIENCIA Acabamos de señalar que la ciencia —en cuan­to poderoso factor social que incide sobre la vida y sobre el porvenir de la humanidad— plantea inevitablemente problemas de carácter filosófico, especialmente de tipo moral y político: ¿Hacia dónde orientar la investigación: hacia el desarrollo armamentístico o hacia la nutrición y la sanidad? ¿Qué consecuencias acarrean las manipulaciones genéticas para la libertad y la persona?, etc. Mul­titud de cuestiones de este tipo, tan actuales como acuciantes, nos asaltan al reflexionar sobre la cien­cia y el desarrollo tecnológico. Esta clase de cuestiones, por lo demás, no son cuestiones que se plantean desde dentro de la ciencia misma, a partir del quehacer científico como tal. En efecto, el quehacer científico en cuan­to tal no parece estar afectado por la aplicación que se haga de él: el método y las reglas de la ciencia son las mismas e igualmente válidas tanto si se aplican a mejorar las condiciones de la vida humana como si se aplican a desarrollar fuerzas y técnicas destructivas. No son, pues, cuestiones planteadas a partir de la ciencia, sino cuestiones acerca de la ciencia planteadas a partir de las necesidades y aspiraciones de la humanidad. Cabe, entonces, que nos preguntemos además si la ciencia como tal, en tanto que forma de co­nocimiento que se somete a determinadas reglas y controles, plantea problemas que reclaman inevi­tablemente la reflexión filosófica. Que el saber científico se somete a ciertas reglas y controles es evidente, y lo hemos señalado ya en el capítulo anterior: la ciencia se somete al principio de la búsqueda de la verdad y al principio de veracidad (no falsear ni ocultar pruebas, etc.) y rechaza la contradicción (una teoría que contenga enuncia­dos contradictorios no es aceptada ni aceptable); la ciencia, en fin, se somete al control de la expe­riencia para decidir acerca de la verdad de los enunciados. La cuestión que planteamos ahora es, por tanto, la siguiente: no ya en tanto que factor social de primera magnitud, sino en tanto que for­ma de conocimiento sometido a ciertas reglas. ¿Lle­va por sí misma la ciencia a problemas de carácter filosófico? Pensamos que es así, efectivamente. Nos limi­taremos a indicar dos ámbitos en los cuales la reflexión filosófica surge inevitablemente a partir del saber científico. ¿Cómo se relacionan las teorías con la observación? Acabamos de decir (y ya quedó dicho en el capítulo anterior) que la ciencia se somete al tribu­nal de la experiencia: la verdad de sus enunciados se comprueba, en último término, contrastándolos con la experiencia, comparando lo que dicen con lo que observamos que realmente sucede. Este sometimiento de las teorías científicas a los datos observados ha sido habitualmente interpretado suponiendo que existe una independencia total de la observación respecto de las teorías. A un lado están las teorías y de otro lado está observación: la

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observación es independiente cualquier teoría y, precisamente por serlo, constituye la base segura para decidir y escoger entre teorías rivales. Por supuesto, se escogerá aquella teoría que explique mejor los hechos que la observación, como testigo y juez neutral, pone de manifiesto. Una forma tal de entender las relaciones en teoría y observación parece pecar, sin embargo de cierta ingenuidad. Hay razones para pensar más bien, que ninguna observación es independiente de supuestos teóricos, que siempre se observa desde una teoría determinada. Que no hay observación sin teoría es algo de lo que ya nos hemos encontrado al tratar de percepción en el capítulo primero. Recuerdo cómo subrayábamos entonces que percibir comporta siempre interpretar lo percibido mediante conceptos de que disponemos. Estos conceptos decíamos, constituyen una red sedimentada y formada en el lenguaje. Y esta red de conceptos lleva consigo, sin duda, una visión e interpretación teórica del mundo y de las cosas que lo componen. Esta teoría básica acerca del mundo que anida las distintas lenguas puede calificarse como “teoría del sentido común”. Pero esto no ocurre solamente en la percepción común, sino que parece ocurrir también e igualmente en el caso de la observación científica como ya señaló el filósofo de la ciencia P. Duho (1861-1916). Supongamos que un científico observa que la aguja de un aparato apunta hacia un número determinado de una escala: obviamente esta observación no significa nada para el científico a no ser que se interprete como indicación, por ejemplo, de que la corriente de un circuito tiene tal o cual intensidad. Pero, en tal caso, la observación presupone conocimientos teóricos previos acerca de la electricidad, su naturaleza y propiedades, etc., y estos supuestos teóricos son los que hacen que la visión de una aguja cuente con observación para el científico. ¿Cómo se relacionan, entonces, la teoría y la observación? Esta cuestión, en general, se conoce como la cuestión de la base empírica de la ciencia. Con ella están conectados multitud de problemas filosóficos acerca de la objetividad de la ciencia, la naturaleza de las teorías, la comprobación de éstas, y un sin fin de cuestiones más.

4.2. ¿Qué ocurre con las ciencias humanas y sociales? La constitución de estas ciencias –y su relación con las ciencias de la naturaleza– plantea también cuestiones de carácter específicamente filosófico. 1. Están, en primer lugar, los problemas relacio­nados con el método de las ciencias humanas, problemas a que nos referíamos en el capítulo anterior al contraponer la hermenéutica a la expli­cación empírico-naturalista. Por lo demás, obsér­vese bien que, aun cuando hablemos de ‘méto­dos’, no se trata simplemente de elegir el uno o el otro, como quien elige esta herramienta en vez de aquélla para realizar el mismo

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trabajo manual. En efecto, la cuestión del método remite a otras cuestiones importantes como las siguientes: a) ¿Qué ha de entenderse por experiencia?

Optar por un método u otro implica optar por una u otra manera de entender la experiencia. Ya en el capítulo anterior indicábamos que la opción de la ciencia moderna en favor de la cuantificación matemática determina qué es lo que cuenta como experiencia y qué ha de aceptarse como experimentable: lo que puede ser cuantificado y medido. Por el contrario, la orientación hermenéutica im­plica que ha de contarse con Otro tipo de expe­riencia, la experiencia del sentido en las obras y acciones humanas. Y el sentido de un gesto, de un mito o de una obra de arte no puede ser cuantifi­cado ni medido.

b) ¿Cómo han de concebirse las acciones y obras humanas?

El problema del método y de la noción de ex­periencia nos llevan, a su vez y en definitiva, al problema de cómo entender las obras y acciones humanas. ¿Qué es una acción humana, por con­traposición a un acontecimiento meramente natu­ral? ¿Qué conceptos son necesarios –por ejemplo ‘intencionalidad’, ‘sentido’, etc.– para definir adecuadamente la acción?

2. Las ciencias de la sociedad plantean también otros problemas relacionados igualmente con la cuestión general del método. El investigador social se encuentra en una situación peculiar y bien dis­tinta de aquella en que se encuentra el investigador de las ciencias naturales. En efecto, el investigador naturalista (físico, químico, etc.) se halla, por así decirlo, fuera del objeto que investiga; por el con­trario, el investigador social forma parte del objeto que investiga, está inmerso e interesado en la so­ciedad que pretende estudiar. Como suele decirse, en la ciencia social el científico es a la vez juez y parte. Esta situación plantea el problema, fuerte­mente debatido en nuestro siglo, de si es posible una ciencia social neutral, libre de juicios de valor.

Una ciencia social, diríamos, que no tome partido o no haya tomado partido de antemano.

Problema de la base empírica de la ciencia: Problema del modo en que se relaciona la ob­servación con las teorías científicas. Juicio de valor: aquel que no describe sim­plemente lo que sucede, los hechos (“esto es así”, “sucede tal o cual»), sino que enjuicia los hechos desde el punto de vista de su conve­niencia o aceptabilidad moral, estética, etc. (“esto no debe ser así», “esto es bueno”, etc.).

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5. LA REFLEXIÓN FILOSÓFICA Y LA EXPERIENCIA HUMANA 5.1. La universalidad de la filosofía y la variedad de la experiencia humana En el apartado anterior hemos intentado mostrar cómo la ciencia, en tanto que forma de conoci­miento que se somete a reglas, da lugar a la reflexión filosófica. El conocimiento científico abre, sin duda, un espacio importante para la reflexión filosófica, pero no es ni puede ser el objeto único o el punto de partida único para la filosofía. En efecto, en la medida en que pretende ser universal, la filosofía ha de aplicarse inevitablemente a todos los ámbitos de la experiencia humana. Uno de estos ámbitos es la ciencia. Pero hay otros que reclaman también la reflexión filosófica. A continuación indicaremos algunas dimensio­nes de la experiencia humana especialmente sig­niticativas para la filosofía. 5.1.1. la experiencia de la sociedad Los hombres no vivimos aislados sino insertos en la sociedad. La sociedad constituye el marco que hace posible la vida humana a la vez que la limita: la hace posible porque fuera de la sociedad no podrían desarrollarse las cualidades específica­mente humanas ligadas a la inteligencia y al len­guaje; la limita porque nos condiciona con sus reglas usos y costumbres. Los filósofos se han preguntado siempre por la naturaleza de la sociedad y del estado, así como por las ideas de derecho y de justicia, esencial­mente vinculadas con éste. 5.1.2. La experiencia moral La moral constituye un ámbito fundamental de la experiencia humana. No sólo a través de las normas y prohibiciones externas, que nos impone la sociedad (nuestros padres y educadores al prin­cipio; la sociedad, en general, con sus reglas), sino también a través de la necesidad que experimentamos de decidir acerca de nuestra conducta. Con la experiencia moral se halla vinculada la experiencia de la libertad y también cuestiones como la del deber, la búsqueda de la felicidad y la persona. 5.1.3. Las experiencias estética y religiosa La experiencia estética (de la belleza, del arte en todas sus modalidades) constituye una de las formas más radicales de vivir la existencia humana. Igualmente radical esta experiencia religiosa, tanto desde el punto de vista de los pueblos y las culturas como desde el punto de vista de la existencia individual.

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Aun cuando individualmente pueda uno care­cer de experiencia religiosa personal, la religión como acontecimiento histórico y social constituye un ámbito de reflexión inevitable para la filosofía. 5.1.4. La experiencia general del sentido La religión constituye una de las fuentes en que los hombres, tanto individual como colectivamen­te, han tratado de encontrar el sentido para su existencia. También el arte y la moral constituyen ámbitos de la experiencia relacionados con la cuestión del sentido último de la existencia huma­na. Esta cuestión, a su vez, se halla vinculada a las cuestiones últimas sobre la realidad y la verdad. Dedicaremos la segunda parte de este libro al estudio de algunas cuestiones filosóficas de las indicadas en este apartado. No nos ocuparemos en ella, al menos de forma directa, de problemas filosóficos relacionados con el saber científico, ya que a estos problemas nos hemos referido suficientemente tanto en este capítulo como en el anterior. Continuamos, pues, nuestra introducción a la filosofía ocupándonos de temas como: la moral, la sociedad, justicia y derecho, persona y libertad, el problema religioso y el sentido de la existencia humana.

5.2. La sistematicidad de la filosofía frente a la variedad de la experiencia humana Al referirnos hasta ahora a la filosofía, tanto en su conexión con el saber científico como en su conexión con la múltiple variedad de la experien­cia humana, hemos ido recorriendo distintos ám­bitos que provocan (y han provocado desde siem­pre) la reflexión de los filósofos. El resultado de este recorrido ha sido una enumeración más o menos dispersa de distintos problemas –o núcleos de problemas– filosóficos. Esta enumeración dispersa de cuestiones filosó­ficas puede dar la impresión de que la filosofía constituye una actividad que surge desordenadamente acá y allá, ante éste o aquél problema, de forma fragmentaria y carente de unidad. Una im­presión tal sería, sin embargo, radicalmente erró­nea. En cuanto actividad racional, la filosofía pretende ser sistemática, es decir, pretende ordenar y unificar los distintos ámbitos de la realidad y de la experiencia. Un modelo de sistematización filosófica Respondiendo a este ideal sistematizador de la filosofía, el filósofo E. Kant (1724-1804) señaló que todas las cuestiones filosóficas se condensan y or­denan en estas tres preguntas:

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1) ¿Qué puedo saber? 2) ¿Qué debo hacer? 3) ¿Qué me cabe esperar? En estas tres preguntas se ordenan y condensan todas las cuestiones filosóficas porque, a juicio de Kant, en ellas se concreta todo el interés de la razón, todos los intereses de la humanidad. lnspi­rándose en esta idea kantiana de los intereses de la razón, así como en el pensamiento crítico mar­xista, el filósofo alemán contemporáneo J. Haber­mas (1929) ha ordenado los saberes en tres ámbitos o esferas de interés. a) interés técnico, que corresponde a las cien­cias empírico-naturales, como instrumentos del co­nocimiento y de la dominación de la naturaleza por el hombre; b) interés práctico, que corresponde a las cien­cias histórico-hermenéuticas, como esfera de la comprensión y la comunicación entre los hom­bres; c) interés emancipatorio, que corresponde a las ciencias sociales, como esfera de la crítica de las estructuras sociales y de las falsas ideas acerca de la sociedad. Estas ciencias se orientan hacia la li­beración del ser humano. La tarea sistematizadora de la filosofía no es, ciertamente, sencilla. Pero no por eso deja de ser una aspiración irrenunciable de la filosofía. De he­cho, todos los filósofos han buscado la siste­maticidad. ¿Qué es filosofía? A modo de resumen y de orientación nos pa­rece oportuno cerrar este capítulo enfrentándonos a la pregunta: ¿qué es la filosofía? 1. La filosofía, como hemos señalado anterior­mente, surge en Grecia frente al mito y las opinio­nes infundadas, como búsqueda de una explica­ción racional acerca del mundo y del hombre. Los filósofos griegos –Platón, Aristóteles– concibie­ron la filosofía como ciencia, más aún, como la ciencia primera y le asignaron el doble carácter de ultimidad y universalidad.

A la vista del significado específico que la pala­bra ‘ciencia’ ha adquirido a partir de la moderni­dad, decíamos que tal vez sea mejor no empeñarse en seguir denominando ciencia a la filosofía, si por ciencia entendemos el saber empírico-natural, cu­yas reglas y métodos expusimos en el capítulo anterior. No obstante, a) el hecho de que no consideremos a la filoso­fía como ciencia, en tal sentido, no quiere decir que la filosofía no constituya una empresa racional, comprometida a no admitir ningún supuesto o creencia de los cuales no se dé razón adecuada y pertinente; b) tampoco ha de considerarse a la filosofía como un mero instrumento auxiliar de la ciencia tal como pretendía el neopositivismo lógico. La filosofía posee sustantividad

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y a ella corresponden esencialmente las cuestiones de fundamentación última y de orientación de la actividad humana, tanto en el ámbito del conocimiento teórico como en el ámbito del conocimiento práctico, de la praxis; c) De acuerdo con lo anterior, los rasgos de universalidad y de ultimidad (señalados por los griegos) continúan caracterizando —y caracterizan esencialmente— a la filosofía, que es: • universal, en la medida en que no le es ajeno ningún ámbito de la realidad y de la experiencia humana, y • radical o última, en la medida en que se ocupa de los problemas últimos de orientación y fundamentación, poniendo al descubierto y anali­zando críticamente todos los supuestos en que se basa nuestra actividad (sea la actividad científica, o la política, o la moral, etc.). 2. A la filosofía, en cuanto actividad racional (sustantiva, universal y radical o última) le corres­ponden las funciones siguientes: a) función clarificadora, tanto de nuestras ideas y conceptos (a menudo confusos y contradicto­rios), como de la experiencia a que tales conceptos se refieren; b) función crítica respecto de los supuestos en que descansa nuestra cultura, especialmente en los ámbitos social, moral y político.

De acuerdo con esta función, la filosofía puede entenderse como la conciencia que una época una sociedad tienen de sí mismas. Bien entendido que a la filosofía corresponde no meramente «complacerse» con la propia situación sociocultural, sino someterla a análisis crítico anticipando nuevas formas de sociedad, de convivencia y de cultura. La función crítica es inseparable de la fun­ción utópica a la cual nos referíamos en el capítulo primero al ocuparnos de la imaginación;

c) función sistemática, ordenadora de la expe­riencia humana, función de que nos hemos ocu­pado en el apartado anterior.

A la reflexión filosófica corresponde: clarifi­can nuestras ideas y nuestra experiencia, some­ter a crítica los supuestos en que descansa nues­tra cultura y sistematizar la experiencia hu­mana.

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Universalidad y sistematicidad de la filosofía «Hay seis palabras que, to­madas conjuntamente, aco­tan los intereses principales de los filósofos, tal y como es entendida la filosofía en la tra­dición griega y occidental. Son las palabras ‘conocer’, ‘verdadero’, ‘existir’, ‘mismo’, ‘causa’ y ‘bueno’. Ningún fi­lósofo constructivo ha deja­do de tener algo que decir sobre todas, o casi todas, es­tas nociones. Son las nociones organizativas más genera­les, comunes a todo tipo de discurso; y así, no son asunto que concierna a las ciencias positivas específicas sino, por ser en máximo grado genera­les, a la filosofía. Y una teoría de una cualquiera de estas nociones –una teoría del co­nocimiento, de la verdad, etc.– tiende a implicar o contener una teoría de todas las otras, o de la mayoría de ellas. Que la filosofía tiende a ser sistemática no es, por tan­to, un capricho o un deseo. Si uno trata de dar una explica­ción de la naturaleza del co­nocimiento, se encuentra dando también una explica­ción de la verdad y de la existencia.» S. HAMPSHIRE, “Un juicio sobre la filosofía”, en La le­chuza de Minerva. Madrid, Cátedra, 1979, p. 101.

ACTIVIDADES • Elaborar un vocabulario mínimo con los conceptos básicos de los temas estudiados. • Elaborar una relación de los principales gestores de la Revolución Científica y sus respectivas contribuciones. • Realizar un cuadro comparativo de las semejanzas y diferencias entre la filosofía y la ciencia.

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CUARTA UNIDAD

ANÁLISIS DEL CONOCIMIENTO CIENTÍFICO

Objetivos a) Conceptuar a la ciencia como un saber racional. b) Distinguir los diferentes tipos de explicaciones utilizados en las ciencias. c) Distinguir los diferentes tipos de ciencias.


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LA CIENCIA1 J. de Echano, E. Martínez, P. Montarelo y I. Navlet

Por ciencia solemos entender el «conocimiento cierto de cosas». En esta misma línea solemos identificarla con «el saber». Sin embargo, habría que buscar una definición más precisa que indicase lo que hay que entender efectivamente por ciencia. En su obra Introducción a la filosofía de la ciencia, Wartofsky afirma que la ciencia es una actividad humana que da lugar a «un cuerpo sistemático y organizado de conocimientos que hace uso de leyes o principios generales». Dos características fundamentales hay que reseñar de esta definición: por un lado, que constituye un cuerpo de conocimientos, que es su contenido y, por otro, que esa organización se hace conforme a leyes o principios generales. La ciencia abarca todo el ámbito de la experiencia humana. No se limita a estudiar los fenómenos físicos, químicos o biológicos, sino también los históricos, psicológicos, etc.; en definitiva, todo aquello que inquieta al hombre. 4. La ciencia es un conocimiento de naturaleza especial: trata primariamente, aunque no exclusivamente, de acontecimientos inobservables e insospechados por el lego no educado; tales son, por ejemplo, la evolución de las estrellas y la multiplicación de los cromosomas; la ciencia inventa y arriesga conjeturas que van más allá del conocimiento común, tales como las leyes de la mecánica cuántica o de los reflejos condicionados; y somete esos supuestos a contrastación con la experiencia con ayuda de técnicas especiales como la espectroscopia o el control del jugo gástrico, técnicas que a su vez, requieren teorías especiales. M. Bunge. La investigación científica. p. 20 5. Las opiniones científicas son racionales y objetivas como las del sano sentido común: pero mucho más que ellas. ¿Y qué es entonces –si algo hay– lo que da a la ciencia su superioridad sobre el conocimiento común? No, ciertamente, la sustancia o tema, puesto que un mismo objeto puede ser considerado de modo científico, o hasta anticientífico (...) La peculiaridad de la ciencia tiene que consistir en el modo como opera para alcanzar algún objetivo determinado, o sea, el método científico y en la finalidad para la cual se aplica dicho método. M. Bunge. Op.cit. p. 22

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Episteme. Barcelona, Editorial Vives, 1959.


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Frente a la aceptación ingenua de las explicaciones, frente a un realismo ingenuo que cree saber lo que son las cosas, la ciencia va más allá del sentido común ingenuo, de acuerdo con un método de investigación, el método científico, adecuado a aquello que pretende investigar, que puede ser aplicado por una comunidad de personas. Para hablar de la ciencia, hay que tener en cuenta el método como característica propia de un determinado modo de conocer. El método articula los conocimientos y permite ampliar su campo y alcanzar aspectos insospechados para la experiencia humana inmediata, para el conocimiento común. Los distintos ámbitos de investigación imponen unas condiciones que determinan, a su vez, el método que se ha de aplicar. Esto ha dado lugar a la existencia de diversos tipos de ciencias particulares de acuerdo con los métodos y los temas estudiados. Se distinguen así tres tipos de ciencias: las formales, las empíricas y las humanas.

3. CIENCIAS FORMALES, EMPÍRICAS Y HUMANAS Tradicionalmente se ha considerado que debían estudiarse de forma distinta los objetos observables y los que no lo son. Estas dos formas de entender la aplicabilidad de la ciencia da como resultado la existencia de dos tipos de ciencias: las empíricas y las formales. En el primer caso, la ciencia debía basarse en los datos obtenidos por la observación; en el segundo, debía respetar las leyes del razonamiento. Dentro de las ciencias empíricas se considera la existencia de un tipo especial de ciencias en las que el hombre está directamente implicado: las ciencias humanas.

3.1. Las ciencias formales Las ciencias formales se definen como aquellas cuyos enunciados no dicen nada sobre hechos observables y, por lo tanto, la verdad de sus conclusiones dependen únicamente de la corrección en el uso de la deducción. Están formadas por cadenas de enunciados que se enlazan mediante un sistema deductivo. Por ello, se afirma que sólo «contienen fórmulas analíticas». Actualmente, se considera que únicamente hay dos ciencias formales: Lógica y Matemática. En ambas ciencias, el punto de partida son los axiomas o proposiciones básicas (de ahí que se llamen sistemas axiomáticos). Además de las proposiciones básicas o axiomas, son necesarios los símbolos y reglas que deben estar definidas para poder operar dentro del sistema. Aplicando las reglas a los axiomas, se deducen teoremas. Estos elementos forman así un conjunto delimitado dentro del cual cobran sentido los conocimientos y constituyen un sistema autónomo cerrado sobre sí mismo.

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3.2. Las ciencias empíricas La característica fundamental de las ciencias empíricas está en que sus afirmaciones se refieren a hechos que acaecen en el mundo, son observables. Según Bunge, «contienen, además de fórmulas analíticas, fórmulas sintéticas, o sea, fórmulas que no puedan ser convalidadas por la nuda razón»; es decir, necesitan de algo externo, la observación, para determinar su verdad o falsedad. Fórmulas analíticas y sintéticas Se entiende por fórmula analítica todo enunciado en el que el predicado esté contenido en el sujeto, y es verdadera en virtud del significado de sus términos: «El cuadrilátero es un polígono de cuatro lados». Tal género de formulaciones, pues, no refleja ‘hechos de observación’, sino un análisis del significado admitido de sus términos o expresiones componentes, significado que puede haberse fijado por estipulación, por definición o por uso universal. Por fórmula sintética se entiende aquella fórmula o enunciado en el que el predicado añade algo al sujeto: «diodo: dispositivo electrónico que únicamente deja pasar la corriente en un sentido, mientras que en sentido contrario presenta gran resistencia». Así pues, en el predicado hay algo más que lo que se halla contenido en el significado del término sujeto (...) Las fórmulas sintéticas, suponen una ampliación de nuestro conocimiento. Para esta ampliación es necesario el recurso a la observación y a la experiencia, a único modo de adquirir nuevos datos sobre los hechos. M. W. Martofsky. Introducción a la filosofía de la ciencia. pp.141-142

Las ciencias empíricas tratan de explicar los hechos y de establecer leyes y teorías que permitan predecir lo que ocurrirá en determinadas circunstancias. Necesariamente han de partir de la observación y es precisamente esto lo que determina su campo de acción: se pueden aplicar a todo lo observable. Por un lado observamos fenómenos naturales y por otro el resultado de acciones humanas. Son distintos tipos de hechos que se han considerado irreductibles, pues se supone que, mientras que en la naturaleza impera la causalidad, en los hechos en los que interviene el hombre existe la intencionalidad. Hoy día, sin embargo, con la aplicación de las leyes estadísticas, esta distinción no es tan clara. A pesar de esto, se sigue hablando de Ciencias Naturales y de Ciencias Humanas.

3.3. La explicación científica de la realidad La ciencia ha tratado de diseñar una forma de investigación, de trabajo, un «caminó», un método –en una palabra– que conduzca con seguridad a alcanzar el conocimiento

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verdadero. Su importancia es tal que se puede afirmar que donde no hay método no hay ciencia. 6. El método científico es un rasgo característico de la ciencia, tanto de la pura como de la aplicada: donde no hay método científico, no hay ciencia. Pero no es infalible ni autosuficiente. El método científico es falible: puede perfeccionarse mediante la estimación de los resultados a los que lleva, y mediante el análisis directo. Tampoco es autosuficiente: no puede operar en un vacío de conocimiento, sino que requiere algún conocimiento previo que pueda luego reajustarse y elaborarse; y tiene que complementarse mediante métodos especiales adaptados a las peculiaridades de cada tema. Bunge O . C., pp. 29-30

Se trata de evitar que admitamos como verdadero algo que responda únicamente a una apreciación subjetiva del individuo que conoce. En última instancia se pretende separar la opinión, tomada como verdadera y cierta, de la verdad. En este sentido, conviene distinguir lo que es la certeza de la verdad. Tenemos certeza cuando afirmamos algo como verdadero a partir de nuestras propias convicciones individuales o colectivas y, por ello, la certeza es algo subjetivo, aun cuando el sujeto sea una colectividad. Frente a ella, la verdad tiene como carácter distintivo la objetividad, es decir, lo afirmado como verdadero no depende de las convicciones del sujeto, sino de la forma misma de las cosas. Pues bien, la ciencia lo que pretende es precisamente diseñar un camino para llegar a conocimientos que no dependan de los sujetos, sino que sean objetivos que reflejen la realidad, lo que hay o sucede. Cada tipo de ciencia, de acuerdo con su estructura, ha entendido de una forma distinta la verdad. Las ciencias formales consideran que toda verdad es una verdad formal, lo que significa que una afirmación; para ser verdadera, debe estar de acuerdo con el resto de las afirmaciones del sistema, tiene que ser coherente con el sistema, y demostrable por procedimientos deductivos. Las ciencias empíricas se basan en la verdad empírica, aquella verdad que es mostrable. Lo que se afirma está de acuerdo con los hechos, se puede mostrar por medio de la experiencia, es observable. Un caso particular de este tipo de ciencias son las llamadas ciencias humanas, en las que más que hablar de verdad habría que hablarse de interpretación correcta o de comprensión del sentido de lo observado. En todos los casos, sin embargo, se pretende el mismo objetivo: alcanzar la verdad. Pero, al mismo tiempo, se tiene conciencia de que la verdad no es alcanzable totalmente, sino el resultado de un proceso de acercamiento. De aquí que la ciencia no considere que ha alcanzado la verdad, sino que defiende que lo afirmado en un momento dado es

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más verdadero que lo que afirmaba anteriormente y, en este sentido, sostiene que es capaz de descubrir sus deficiencias y autocorregirse. La provisionalidad es una virtud del propio método científico: producir conocimientos parciales, aproximaciones, que debe constantemente reanalizar. El conjunto de estos conocimientos pertenecen a la historia de la ciencia pero ninguno es la ciencia. Ésta es más el esfuerzo por interpretar la realidad que un modo concreto de explicada. Este esfuerzo queda reflejado en los cambios que observamos para ajustar el significado de los conceptos científicos, en la evolución de los instrumentos utilizados e, incluso, en los métodos que aplica. Todo esto forma parte de la ciencia. Ésta utiliza conceptos, hipótesis, leyes y teorías, por medio de las cuales construye y expone su forma de entender el mundo. Entre los métodos científicos más utilizados sobresalen el axiomático, el inductivo y el hipotético­ deductivo

4. CONCEPTOS, HIPÓTESIS, LEYES Y TEORÍAS 4.1. Conceptos Cuando la ciencia trata de explicar la realidad, tiene que recurrir a ciertos términos que reciben el nombre de conceptos. Los conceptos son, pues, términos que forman parte del vocabulario de la ciencia. En cuanto que los conceptos son palabras, no se diferencian de los términos utilizados en el lenguaje ordinario. De hecho, muchos de los conceptos científicos tienen su origen en el lenguaje común. Lo característico de los conceptos científicos es el haber sido definidos de tal forma que tienen un uso específico en cada ciencia. Así, si utilizamos la palabra «ácido», podemos distinguir su uso común, que se refiere a una sensación determinada, y el uso científico en química, para referirse al comportamiento de determinados compuestos que producen un intercambio de protones al relacionarse con otros. 7. Las disciplinas científicas se caracterizan, entre otras cosas, por el uso de un vocabulario específico, de ciertas palabras y expresiones que no son del acervo común de los lenguajes comúnmente hablados, sino que son introducidas especialmente en un contexto científico. El sentido de tales términos no puede ser apresado plenamente si no se tienen un conocimiento mínimo de la disciplina en la que aparecen. No nos referimos aquí a expresiones procedentes del lenguaje matemático puro (expresiones aritméticas, geométricas o algebraicas, por ejemplo), sino a términos que tienen, o pretenden tener, una referencia en la realidad empírica, pero cuyo manejo adecuado es muy difícil, cuando no imposible, para personas que no estén suficientemente entrenadas en la disciplina en la que aparecen. Ejemplos de tales términos o expresiones, característicos de distintas disciplinas

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científicas, son: ‘foton’, ‘spin’, ‘campo electromagnético’, ‘entropía’, ‘momento angular’, ‘ion’, ‘placa tectónica’, ‘gen’, ‘reflejo condicionado’, ‘plusvalía’, ‘luego de suma cero’. Algunos de ellos han hecho ya su entrada en el lenguaje común no científico, como es el caso de ‘entropía’, ‘reflejo condicionado’ o ‘plusvalía’, pero, incluso en esos casos, su uso por parte de los hablantes no especializados suele ser metafórico, inseguro; en definitiva, el hablante normal es consciente de no ser capaz de usarlos con la misma soltura y propiedad con las que usa los términos usuales de su vida cotidiana, como ‘agua’, ‘árbol’, ‘montaña’. ‘casa’, etc. C. Ulises Moulines. «Conceptos teóricos y teorías científicas». En La ciencia y su desarrollo. p. 147.

Por medio de los conceptos, cada ciencia define su propio lenguaje y el medio de expresión de sus explicaciones. De esta forma, los conceptos adquieren sentido dentro de un determinado contexto y permiten dar coherencia a su visión de la realidad. Sin embargo, esta forma de entender los conceptos, como términos con un significado determinado, solamente corresponde a una situación ideal. Como afirma K. Popper (1902-1994), buscar precisión en los conceptos es como buscar un mirlo blanco. Los conceptos, al ser definidos, dependen del sentido de los términos en virtud de los cuales se definen. Si definimos «triángulo» como «polígono de tres lados», su sentido depende de los términos «polígono», «tres» y «lados» como términos primitivos. Si la definición se realiza a partir de una teoría, entonces su significado depende de la teoría misma a la que pertenece. Así, el sentido del concepto «selección natural» cobra su significado y se define en el marco de la teoría de la evolución. La falta de precisión aquí apuntada es uno de los factores que permite entender la evolución permanente de la ciencia, la utilización de términos similares en contextos distintos, y el desuso y olvido en el que entran algunos, por pérdida de su significado. Términos como éter, por ejemplo, han dejado de ser aplicados en astronomía, en donde significó un fluido sutil, invisible, que llenaba todo ello, para utilizarse en química. Sin embargo, y a pesar de estas dificultades para definir los conceptos, su uso es necesario para organizar la experiencia y poder comunicar los conocimientos. Son imprescindibles también para formular hipótesis, leyes y teorías. 4.2. Hipótesis La formulación de hipótesis es una de las piezas clave de todo el proceso de investigación científica. Cuando se quiere dar respuesta a un problema, es necesario sugerir alguna solución. Las soluciones sugeridas parten siempre de los datos conocidos sobre ese tipo de problemas. Si estas sugerencias son formuladas en forma de proposiciones, entonces se considera que se está estableciendo una hipótesis.

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Una hipótesis es, por lo tanto, una respuesta provisional a un determinado problema. Por ello, la hipótesis tiene como papel fundamental: el dirigir la investigación. Esta tarea debe partir del contexto determinando qué hechos son significativos para la solución del problema. Es, pues, necesario tener algún conocimiento previo para poder realizar hipótesis y solucionar problemas o, dicho de otro modo, nadie que no tenga un conocimiento previo puede establecer hipótesis significativas. Toda hipótesis debe reunir cuatro características desde el punto de vista formal: • Debe ser posible que se deriven de ella consecuencias que permitan decidir si explica o no el problema. Si se cumplen las consecuencias que se deducen de la hipótesis, ésta será válida y el problema quedará explicado. • Debe dar una respuesta al problema. • Debe permitir hacer previsiones o predecir comportamientos del mismo ámbito todavía no observados. • Debe ser siempre lo más simple posible desde un punto de vista sistemático para explicar el mayor número de casos posibles que se han de investigar. 4.3. Leyes Una hipótesis, sin embargo, aunque cumpla todas estas condiciones, no es en sí una solución al problema. La solución sólo existe si se comprueba que es verdadera, y esta tarea es precisamente la que debe llevar a cabo la investigación científica. La comprobación de la verdad hace que deje de ser hipótesis para ser un enunciado por medio del cual se explica algún fenómeno o se pone orden en las observaciones, con lo cual se alcanza el primer escalón de la explicación científica. De acuerdo con lo dicho, leyes son hipótesis demostradas. Tienen un carácter general de aplicación sobre un tipo de fenómenos y dolmen la forma de actuar los objetos observables. Pueden predecir comportamientos futuros y, junto con otras leyes, forman teorías cuyo alcance explicativo se refiere a un campo cada vez más amplio de fenómenos en busca de una explicación que afecte a toda la realidad. 8. Una ley científica es una hipótesis de una determinada clase, a saber: una hipótesis confirmada de la que se supone que refleja un esquema objetivo. La posición central de las leyes en la ciencia se conoce al decir que el objetivo capital de la investigación ciéntífica es el descubrimiento de esquemas estructuras. Las leyes condensan nuestro conocimiento de lo actual y lo posible: si son profundas, llegarán cerca de las esencias. En todo caso, las teorías unifican leyes, y por medio de las teorías –que son tejidos de leyes– entendemos y prevemos los acontecimientos. Bunge O. C., p. 3

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Aunque la meta final de las leyes sea agruparse formando teorías, las leyes, en cuanto que son explicaciones que afectan y predicen el comportamiento de un tipo de objetos, pueden clasificarse como leyes históricas, físicas, químicas, económicas, etc., ya que se podrían atribuir a cada grupo de fenómenos estudiados sus propias leyes. Clases de leyes De todas las posibles clasificaciones sobre las leyes científicas cabe destacar tres tipos de leyes: las deterministas, las estadísticas y las técnicas. Leyes deterministas Anuncian lo que sucederá y, por lo tanto, hacen previsiones de futuro. Según ellas, la realidad se guía por procesos causales, es decir, en la realidad se dan procesos de necesidad según los cuales a determinadas acciones corresponde inexorablemente un determinado tipo de reacciones. Se utilizaban, sobre todo en la macrofísica, o física clásica, la establecida por Newton (1642-1727). Leyes estocásticas o estadísticas Enuncian lo que probablemente sucederá, pero no pueden predecir lo que pasará en un caso concreto. En su concepción del mundo, el azar está presente. El incumplimiento puntual de las predicciones no indica que el enunciado sea falso, sino que no conocemos todas las circunstancias que rodean un determinado fenómeno, y habría que ampliar la experiencia, el campo de lo observado, para poder conocerla todas. Con la aparición de la microfísica, a finales del s. XIX y principios del XX, la aceptación del Principio de Incertidumbre de Heisenberg, según el cual el observador modifica lo observado, se considera a las leyes deterministas como un caso especial de esas leyes, aquel caso en que la probabilidad de cumplimiento es uno. Leyes técnicas Son consideradas como la versión o traducción operativa de las deterministas o estadísticas. Hacen posible el uso práctico de la ciencia. Influyen en el desarrollo de esta, ya que generan aplicaciones que posibilitan nuevas hipótesis, ampliaciones en el campo de lo observado en el manejo de los datos necesarios para las construcciones teóricas. Pueden ser entendidas como el punto de lo que se conoce como ciencia teórica y ciencia aplicada, y siempre son admitidas por todos como leyes.

4.4. Teorías La importancia de las leyes radica en que forman entramados que unifican la experiencia. Este conjunto de leyes integrado constituye una teoría.

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Una teoría es un marco desde el que se interpreta la realidad. Debe estar formado por un conjunto de conocimientos coherente sobre un determinado tipo de objetos o experiencias. Se reúnen en ellas explicaciones respecto a un tipo de problemas y posibilitan la creación de nuevas hipótesis y leyes. En toda teoría se utilizan conceptos y se dan, pues, hipótesis y leyes, considerándose de alguna forma que la teoría es el marco en el que se justifican y explican las leyes, mientras que éstas tienen su justificación en la experiencia. (Doc. 9) 9. Para poder analizar la naturaleza del universo, y poder discutir cuestiones tales como si ha habido un principio o si habrá un final, es necesario tener claro lo que es una teoría científica. Consideraremos aquí un punto de vista ingenuo, en el que una teoría es simplemente un modelo del universo, o de una parte de él, y un conjunto de reglas que relacionan las magnitudes del modelo con las observaciones que realizamos. Esto sólo existe en nuestras mentes, y no tiene ninguna otra realidad (...) Una teoría es una buena teoría siempre que satisfaga dos requisitos: debe describir con precisión un amplio conjunto de observaciones sobre la base de un modelo que contenga sólo unos pocos parámetros arbitrarios, y debe ser capaz de predecir positivamente los resultados de observaciones futuras. S. Hawking. Historia del tiempo, pp. 27-28

Las relaciones entre las leyes se establecen a partir de teorías, pero en ellas hay leyes demostradas y contenidos teóricos no demostrados, que son necesarios para la correcta comprensión de las relaciones entre las distintas leyes y entre éstas y los fenómenos. Constituyen modelos de explicación, a partir de los cuales se orienta toda la investigación científica. Las teorías, según lo explicado, pueden ser consideradas hipótesis a gran escala, cuya confirmación definitiva no es posible en un momento dado. Además, las teorías se relacionan entre ellas de forma que constituyen unidades cada vez más amplias con la pretensión de llegar a una teoría unificada de la ciencia», que explique todos los fenómenos. Este intento ha sido vano hasta el presente y permanece como el objetivo inalcanzable de la ciencia. Ha servido, sin embargo, para entender metafóricamente a las teorías como la «red» que lanza el científico para «pescar» la realidad. (Doc. 10) 10. Una teoría científica puede compararse, por tanto, a una red espacial compleja: sus términos vienen representados por los nodos, mientras que los hilos que los conectan corresponden, en parte, a las definiciones y, en; parte, a la hipótesis fundamental y derivadas incluidas en la teoría.

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El sistema en su conjunto flota, por así decir, por encima del plano de la observación y está anclado en él por las reglas de interpretación (= reglas de correspondencia). Éstas pueden concebirse como cuerda que no son parte de la red, pero que vinculan ciertas partes de la misma con lugares específicos en el plano de la observación. Hempel, 1952

5. LA EXPLICACIÓN AXIOMÁTICA La concepción axiomática de la ciencia consiste en sostener que toda explicación debe partir de unos principios indemostrables por evidentes, axiomas, universalmente admitidos, a partir de los cuales se pueden deducir todos los conocimientos. Según esto, todo conocimiento es consecuencia lógica de los axiomas admitidos. Este modo de explicación cuenta con una larga tradición. Puede decirse que fue el primer modelo explicativo de la ciencia. El hecho de considerar que los axiomas eran principios evidentes de una determinada ciencia y que de ellos se derivaban consecuencias lógicamente ciertas ha dado a este modelo un prestigio que sigue presente en la ciencia actual como ideal del conocimiento. Ya Aristóteles consideraba que, para construir un conocimiento científico verdadero, cada ciencia debe partir de principios, comunes a toda ciencia o propios, que no requieren demostración. Descubiertos los principios, la tarea investigadora consiste en definir y deducir. Se construyen así los teoremas, equivalentes a las hipótesis confirmadas, demostrados por deducción. Un sistema axiomático puede ser consistente o inconsistente. Es inconsistente si de sus axiomas se pueden deducir una conclusión y también su contraria. Es consistente, por el contrario, si solamente se puede deducir una conclusión. Dado que las teorías inconsistentes pueden llevar a conclusiones contrarias, los teóricos de la axiomatización han trabajado por construir teorías consistentes, que no necesiten recurrir a ningún elemento ajeno al sistema para dar por válidos los axiomas, formando teorías axiomáticas consistentes e independientes. Este modelo de ciencia fue seguido por Euclides en el campo matemático quedó como modelo de rigor demostrativo hasta el siglo XIX. Su influencia se extiende a lo largo de toda la evolución de la ciencia y, especialmente en la revolución científica del siglo XVII. Descartes, Espinosa o Pascal, filósofos y matemáticos, así como Galileo o Newton, utilizan este método. Sin embargo, hay que señalar que los axiomas no son ya entendidos como verdades evidentes por sí mismas. En este caso exigen que lo demostrado concuerde con la experiencia. (Doc.11)

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El modelo de explicación axiomática ha tenido especial relevancia en el campo de las Matemáticas y la Lógica. Así, con Lobachevsky (1792-1856) y Hilbert (1862-1943) se enuncian nuevos axiomas y se construyen las geometrías no euclidianas. 11. El método axiomático ha prestado servicios en las disciplinas matemáticas, en la medida en que ellas se interesan por la determinación precisa de los conceptos abstractos ya ideados y la investigación de sus implicaciones, sin atender a su realización correcta. Es menos útil en las ciencias empíricas, cuya tarea primordial consiste justamente en inventar conceptos que unifiquen, deslinden y hagan inteligible a cada familia de fenómenos. Sin embargo, también en estas ciencias, el método axiomático sirve para establecer exactamente las consecuencias de un concepto propuesto para entender ciertos fenómenos, ayudando hasta juzgar la idoneidad del mismo mediante la contrastación de dichas consecuencias con la experiencia. Como es obvio, el método axiomático debe evitarse en aquellos campos de estudio en el que la precisión conceptual es imposible o contraproducente. R. Torretti. «El método axiomático». En: La ciencia: estructura y desarrollo. p. 89.

Además, el desarrollo del método axiomático influyó en la creación de los lenguajes artificiales, la formalización de la matemática y los lenguajes lógicos llevados a cabo, entre otros, por Frege (1848­1925), Peano (1852-1932), Whithead (1861-1947) y Russell (1872-1970), que trabajaron en la fundamentación de las Matemáticas e influyeron profundamente en la aparición del Positivismo Lógico. En las ciencias empíricas, de acuerdo con la necesidad de comprobación de las deducciones con la experiencia, la importancia de la axiomatización ha sido menor. Sin embargo, está presente en la física teórica, aun cuando se la considere como un instrumento y se realice con posterioridad a la investigación empírica. En este sentido se entiende la axiomatización más como una reconstrucción de la investigación física, que como instrumento de avance e investigación. El uso de la axiomatización en otras ciencias empíricas, y sobre todo en las humanas, es aún menor. A pesar de que en estas ciencias se exija también el rigor demostrativo del modelo axiomático, y se haya propuesto axiomatizarlas –como en la biología matemática o en economía e historia–, quizá sea necesario definir antes más exactamente los conceptos utilizados en estas ciencias para poder proceder, posteriormente, a su axiomatización. 6. LA EXPLICACIÓN INDUCTIVA Al igual que la explicación axiomática, la utilización de la inducción como método tiene una larga tradición en la historia del pensamiento, y gozó de tal prestigio en la ciencia,

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que era considerado el método científico por antonomasia. Este prestigio entró en crisis con los análisis de D. Hume (1711-1776) sobre la causalidad y, sobre todo, por la labor llevada a cabo por K. Popper (1902-1994). Para los pensadores medievales, el proceso inductivo se fundamenta en la observación de determinado número de casos singulares que permiten acceder a lo universal. El proceso inductivo sirve así para pasar de lo sensible a lo inteligible. Desde esta perspectiva y, sobre todo en Oxford, se investiga sobre la naturaleza dando forma al proceso inductivo. Así, Roger Bacon, Duns Scoto o G. Okham, en los siglos XIII-XlV, formularán de diversas formas la inducción. Francis Bacon (1561-1626), en su intento de establecer un «nuevo órgano» de investigación, da la forma moderna a la inducción a través de sus tablas de presencia, ausencia y grados como Modo de determinar cuándo y bajo qué condiciones es suficiente la observación» para establecer una conclusión universal. La necesidad de tener en cuenta el número de observaciones para dar por válida la inducción será reforzada por los descubrimientos de las frecuencias de J. Bernoulli (1655-1705), con quien se inicia la estadística, para unir la inducción con la probabilidad, cambiando el concepto de inducción, y entenderla como inferencia probable. Este nuevo modelo fue el que se mantuvo en la ciencia y se utilizó por los científicos hasta el presente siglo. Sin embargo, el acuerdo sobre la validez de este método fue puesto en duda en el siglo XVIII por D. Hume. Para este filósofo, la inducción desde el punto de vista lógico es una inferencia ilegítima. Se pretende con ella ampliar nuestro conocimiento pero éste sólo puede versar sobre aquello de lo que tenemos experiencia actual. Todas las afirmaciones sobre hechos de experiencia que no están presentes se deben simplemente a una inclinación que nos lleva a afirmar que en el futuro ocurrirá aquello que hemos visto en el pasado. Pero esta suposición no tiene la certeza que es necesaria para la ciencia, a lo más posee una certeza moral o psicológica, por lo que no se puede admitir la inducción como fundamento de la ciencia. (Doc.12) 12. La necesidad de generalización es tan grande que a menudo nos impacientamos con quienes señalan la insuficiencia lógica de los elementos de juicio ordinarios sobre los cuales basamos nuestras generalizaciones. Si nos aventuramos más allá de lo que ya sabemos, ¿cómo podremos aprender la experiencia? Esto es absolutamente cierto. Sin embargo, los hombres caen también en generalizaciones apresuradas; un ejemplo notorio son los prejuicios raciales. Sea como fuere, el procedimiento científico exige que aun las generalizaciones que no pueden ser probadas de modo concluyente tengan el mayor grado posible de probabilidad. ¿Cómo asegurarnos de ello? Obviamente, esto depende de nuestro conocimiento del campo en el cual se hace la generalización.

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La Lógica sólo puede darnos un precepto negativo. Debemos eliminar la falacia de selección, esto es, el error de suponer que aquellos que caracterizan a los casos observados de una clase (como la de los hombres pelirrojos) es necesariamente verdadero para todos los miembros posibles de esa clase. E. Nagel y M. Cohen. Introducción a la lógica y al método científico. p. 10

K. Popper analiza la validez de la inducción como fundamento del conocimiento científico. Para este autor, la inducción no es sostenible ni desde el punto de vista lógico ni psicológico, por lo que no se pueden justificar las teorías científicas basadas en ella ni como verdaderas ni como probables. En todo caso podríamos afirmar que una teoría es preferible a otra en un momento dado de la investigación. Con este planteamiento, Popper desterró definitivamente la inducción como método de investigación para alcanzar la verdad. De aquí su defensa de que la ciencia avanza por medio de conjeturas y refutaciones. Con estos términos quiere significar que la ciencia se desarrolla proponiendo explicaciones, haciendo conjeturas, que son admitidas como válidas en tanto no se demuestre su falsedad y, consiguientemente, sean refutadas. 7. LA EXPLICACIÓN HIPOTÉTICO-DEDUCTIVA La explicación hipotético-deductiva constituye hoy día el método de explicación e investigación más utilizado por la ciencia. Como hemos visto, el modelo axiomático dejó de ser el modelo de explicación propio de las ciencias empíricas. Así mismo, la explicación inductiva tampoco tiene actualmente el prestigio que tuvo en el pasado. * Experimento Operación consistente en provocar cierto fenómeno para estudiarlo o estudiar sus efectos. Mediante el experimento se realizan observaciones con unos supuestos determinados por la hipótesis.

Dicho método consiste en establecer hipótesis a partir de lo observado, deducir consecuencias demostrables y comprobarlas con nuevas observaciones o por medio de experimentos. Sus orígenes se remontan a los comienzos del estudio de las llamadas ciencias de la naturaleza, cuyo estudio está en íntima relación con la experiencia. Su desarrollo tuvo lugar a partir del nacimiento de la ciencia moderna, en el Renacimiento, sobre todo con Galileo (1564-1632), pero ha sido elevado a su más alto puesto gracias a los planteamientos de K. Popper. (Doc.13)

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El punto de partida es la observación. Ésta consiste en analizar los fenómenos para ver los factores que intervienen en su aparición. Este análisis exige una postura crítica, lo que recibe el nombre de realismo crítico, que impide la admisión inmediata e ingenua de lo visto. Toda observación se realiza siempre desde una teoría relacionada con el problema planteado. Debe ser pública, es decir, que no sea privativa de un solo observador, sino que pueda ser realizada por cualquiera. La observación lleva a la formulación de interrogantes e hipótesis. Con ello se intenta dar una explicación provisional a lo observado que se formula como hipótesis. En la terminología de K. Popper, como hemos visto, recibe el nombre de «conjetura», es decir, una afirmación que debe ser sometida a prueba, «falsación», y que puede considerarse verdadera en tanto no haya sido refutada, mostrada su falsedad. 13. El hipótetico-deductivismo es una de las más –si no la más– influyentes filosofías de la ciencia de nuestros tiempos. No sólo fue aceptado como un fértil punto de vista por una comunidad filosófica que produjo bajo su influencia innúmeros escritos, y lo expuso desde distintas perspectivas en congresos y reuniones, sino que devino, asimismo, el método estándar, habitual de la ciencia; la manera canónica, aceptada y sancionada de presentar, tanto los proyectos de investigación como los informes una vez concluidos. Alcanzó esa posición merced a la resolución de una manera a la vez audaz y rigurosa de los problemas más hondamente sentidos por científicos y filósofos interesados en la ciencia. C. Lorenzano. «Hipótetico-deductivismo». En: La ciencia, estructura y desarrollo. p. 31

El tercer paso consiste en expresar de forma matemática las hipótesis, y deducir consecuencias. Las hipótesis deben ser traducidas al lenguaje matemático como instrumento de análisis y para establecer consecuencias. Los resultados así obtenidos, aunque sean el resultado de una deducción correcta, son simplemente hipótesis teóricamente establecidas. Este paso ha cobrado cada vez más importancia en la ciencia, de forma que hoy día, en muchos casos, la investigación se inicia por la construcción de un algoritmo, o modelo matemático, que luego se experimenta. Por último, es necesaria la experimentación. Ésta es el paso característico de este modo de explicación. El experimento es el artificio capaz de mostrar que las hipótesis y sus consecuencias se cumplen; mediante él, éstas son observadas por otros investigadores y pueden repetirse. Si el experimento arroja un resultado negativo, hay que abandonar esas hipótesis y es necesario formular otras distintas. El resultado positivo confirma la hipótesis haciendo que ésta adquiera la categoría de ley. Según Popper, sin embargo, el resultado positivo del experimento solamente muestra que lo establecido como hipótesis

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no es falso, no que sea verdadero. La suposición de la verdad de las hipótesis la tenemos como punto de partida al establecerla, por lo que el experimento va encaminado a demostrar su falsedad. La explicación hipotético-deductiva implica, según Popper, que la investigación científica, por necesitar del refrendo de la observación, formula leyes y teorías que sólo son verdaderas mientras no se demuestre su falsedad. La meta final de este método es establecer leyes y teorías que expliquen el funcionamiento de la naturaleza. Además, la experimentación muestra el camino para la reproducción de los fenómenos y permite la intervención del hambre en la naturaleza. De esta forma, la ciencia ya no es sólo construcción teórica, sino también conocimiento práctico, lo que hace posible la aparición de la técnica.

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HACIA UNA CLASIFICACIÓN DE LAS CIENCIAS2 Tomás Calvo M. y Juan Manuel Navarro C. Léanse atentamente los siguientes enunciados: 1. Cuando un rayo de luz se refleja en un espejo plano, su ángulo de incidencia es igual a su ángulo de reflexión. 2. La masa de sustancia depositada en un elec­trodo es proporcional al número de electrones transferidos (electrolisis). 3. En su funcionamiento, las neuronas se com­portan de acuerdo con la ley de «todo o nada». 4. La cohesión de los miembros de un grupo social aumenta ante la amenaza de una agresión exterior. 5. Las personas con gran necesidad de rendi­miento escogen tareas de dificultad intermedia. 6. La ambición de los demagogos propició la radicalización de la democracia ateniense y la derrota final de Atenas frente a Esparta. 7. (a - b)2 = a2 - 2ab + b2 Algo tienen, sin duda, en común estos siete enunciados: que todos ellos son verdaderos. Sin embargo, y a pesar de compartir esta propiedad de ser verdaderos, existen notables diferencias en­tre unos y otros en relación con su contenido, en relación con aquello que dicen y aquello de lo que hablan. Estas diferencias nos llevan a establecer ciertas distinciones que propondremos a continuación.

1.1 . Ciencias empíricas y ciencias formales Una primera inspección de los enunciados pro­puestos nos invita a separar el último de ellos con­traponiéndolo a los seis primeros tomados con­juntamente. En efecto, los seis primeros enunciados compar­ten una característica común: dicen algo acerca del modo en que se comportan cuerpos, organis­mos o personas, nos informan acerca de algo que pasa en el mundo. Podemos decir que se refieren a hechos. Por el contrario, el último de los enun­ciados no se refiere a hechos, no dice nada acerca de lo que ocurre en el mundo. Podríamos decir –y usualmente se dice– que carece de contenido factual. Los seis primeros enunciados pertenecen a ciencias empíricas (física, química, biología, socio­logía, psicología e historia, respectivamente). El último pertenece a las matemáticas, que es una cien­cia formal. 2

Filosofía, Ed. Anaya, Madrid, 1994.

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Ciencias empíricas: aquellas cuyos enuncia­dos se refieren a hechos, afirman o niegan algo acerca de lo que sucede en el mundo. Ciencias formales: aquellas cuyos enuncia­dos no se refieren a hechos, no afirman o niegan acerca de lo que sucede en el mundo. Las matemáticas y la lógica son ciencias formales.

1.1.1. ¿De qué se ocupa la lógica? La definición que acabamos de ofrecer de las ciencias formales es meramente negativa: decimos que no se ocupan de hechos. ¿De qué se ocupan entonces? Puesto que, por lo general, estamos más fami­liarizados con las matemáticas ya desde niños, co­menzaremos con un problema sencillo de ecua­ciones. Supongamos que un amigo nos plantea el si­guiente problema: «Entre mi vecino y yo tenemos seis perros, y yo tengo dos perros más que mi vecino. ¿Cuántos perros tenemos cada uno?» El problema es fácil y lo resolvemos inmediata­mente mediante un elemental sistema de ecuaciones: x + y = 6; x – y = 2... luego x=4, y=2. Nuestro amigo, concluimos, tiene cuatro perros y su vecino tiene dos. Pero supongamos que tras ofrecerle este resul­tado nuestro amigo replica: «Te equivocas. En rea­lidad, ni mi vecino ni yo tenemos perro alguno.» ¿Qué pensaríamos de esta salida de nuestro amigo? Pensaríamos, sin duda, que se trata de una bro­ma o de un disparate, que manifiesta una evidente ignorancia de lo que son las matemáticas. Nuestro razonamiento, diríamos, es correcto y no cabe la menor duda de que si entre los dos tienen seis perros y uno tiene dos más que el otro, entonces uno ha de tener necesariamente cuatro y el otro dos solamente. El hecho de que tengan o no ten­gan realmente perros, como cualquier hecho del mundo, no interesa a las matemáticas. Las mate­máticas, recordemos, no son factuales. * Los lenguajes formales Sigamos adelante reflexionando sobre el ejemplo utilizado. ¿Qué procedimiento hemos emplea­do para resolver el problema? Por lo pronto, he­mos recurrido a ciertos símbolos vacios de signifi­cado (x, y, etc.; una vez formulado el sistema de ecuaciones, x e y no se refieren ya a perros ni a ninguna otra cosa real o posible en particular); a continuación, hemos realizado ciertas operaciones (+, -, es decir, sumas, restas, etc.), y hemos ope­ rado de acuerdo con ciertas reglas (por ejemplo, la regla según la cual la expresión 2y=4 equivale a esta otra: y=4/2).

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Símbolos, reglas y operaciones se dan en todo tipo de lenguaje, incluidos los lenguajes naturales, es decir, las lenguas que habitualmente utilizan los miembros de una comunidad. También los lengua­jes naturales, (sea éste el castellano o el catalán o el gallego o el euskera o cualquier otra lengua) poseen símbolos (vocabulario) y reglas para mane­jar tales símbolos (sintaxis), y permiten realizar ope­raciones (concatenación y transformación de ora­ciones). Frente a los lenguajes o lenguas naturales, lo que caracteriza a un lenguaje formal es que sus símbolos carecen de significado (mientras que «oveja» significa un animal de ciertas característi­cas, x no significa nada), y lo único que cuenta es que las operaciones realizadas con los símbolos se acomoden a las reglas establecidas. Lenguaje formal: es un lenguaje artificial­mente construido estableciendo arbitrariamente símbolos y reglas; y puesto que los símbolos carecen de significado, lo único que cuenta es que la utilización de los símbolos, las fórmulas y las operaciones se conformen con las reglas acordadas para ello. Las matemáticas y la lógica son lenguajes formales. Por el contrario, la física y cualquier otra ciencia empírica no son lenguajes formales aun­ que utilicen fórmulas. En efecto, los símbolos que utilizan poseen significado: se refieren a fenómenos o sustancias o propiedades o rela­ciones en el mundo.

* La lógica y el razonamiento correcto Hemos señalado que la lógica es un lenguaje formal. Vayamos ahora a la pregunta que encabeza este apartado: ¿de qué se ocupa la lógica? Razonar, en general, es extraer conclusiones a partir de ciertos datos con los que contamos pre­viamente. Puesto que los datos, o información de que partimos, se expresan en forma de enuncia­dos, y las conclusiones también, podemos decir que razonar es extraer o inferir ciertos enunciados (conclusiones) a partir de otros enunciados (pre­misas). Los hombres razonamos de modo espontáneo y natural. Razonar es una actividad propia y carac­terística del pensamiento como señalábamos en el capítulo segundo. (Recuérdese que para resolver el problema que entonces propusimos, el de los cuatro amigos deportistas, había que razonar hasta concluir, a partir de la información proporcionada por los enunciados propuestos, cuál de ellos prac­ticaba los deportes más difíciles.) Los hombres, pues, razonamos. Pero no siem­pre razonamos correctamente, es decir, no siem­pre las conclusiones a que llegamos se deducen necesariamente de los enunciados o premisas de que partimos. Compárense los siguientes razo­namientos:

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a) Los insectos tienen tres pares de patas. Las moscas ‘son insectos.

premisas

Luego las moscas tienen tres pares de patas.---------------------------------- conclusión

b) Los gatos son mamíferos. Los elefantes son mamíferos

} }

premisas

Luego los elefantes son gatos. ------------------- conclusión

El primero de estos razonamientos es correcto: si es verdad que los insectos tienen tres pares de patas y si es verdad que las moscas son insectos, entonces es necesariamente verdadero que las moscas tienen tres pares de patas. Esta conclusión se deduce necesariamente de las premisas. El segundo de estos razonamientos es incorrec­to. Sospechamos inmediatamente de él al observar que sus premisas son verdaderas y. sin embargo, la conclusión extraída de ellas es falsa. Algo falla, efectivamente, en este razonamiento. La conclu­sión no se deduce necesariamente de las premisas de que se parte. ¿Cuándo un razonamiento es correcto y cuándo no lo es? Este es el asunto de la lógica. Añadamos dos consideraciones relacionadas con cuanto venimos diciendo: 1. Obviamente, para analizar de modo adecuado la corrección o no de los razonamientos propuestos (y de cualquier razonamiento) es oportuno traducirlos a símbolos y fórmulas vacías de contenido. Lo mismo ocurre con las matemáticas: ya hemos visto que la solución del problema de los perros de nuestro amigo y de su vecino nos llevó a recurrir a símbolos y fórmulas desprovistas de contenido. 2. La lógica por su carácter formal, no sirve para decidir si el contenido de un enunciado es verda­dero o no. Este es también el caso de las matemá­ticas. La lógica no sabe si los insectos tienen realmente tres pares de patas o no. Sí que sabe, sin embargo, que si es verdadero que los insectos tienen tres pares de patas y si es verdadero también que las moscas son insectos, entonces es necesar­iamente verdadero que las moscas tienen tres par­es de patas. Al final del libro se incluyen dos apéndices de­dicados, respectivamente, a lógica de enunciados y a lógica de clases.

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La lógica y la validez de las deducciones «A la lógica concierne la corrección de las argumenta­ciones, no la verdad o la fal­sedad de las premisas y con­clusiones. Las argumentacio­nes deductivas correctas se llaman válidas. La validez de una argumentación deductiva depende exclusivamente de la relación entre las premisas y la conclusión. Decir que una argumentación es «váli­da» significa que las premisas se relacionan con la conclu­sión de tal modo que la con­clusión tiene que ser verdade­ra si las premisas son verda­deras. La validez es una pro­piedad de las argumentacio­nes que son grupos de enun­ciados y no una propiedad de los enunciados individuales. La verdad, por su parte, es una propiedad de los enun­ciados aislados, no de las ar­gumentaciones. Carece de sentido llamar «verdadera» a una argumentación y carece de sentido llamar «válido» a un enunciado singular. Las ar­gumentaciones que preten­ den ser deducciones válidas, pero son lógicamente in­correctas o falaces, se deno­minan «inválidas». Una pre­sunta argumentación deducti­va es inválida (= no válida) si hay alguna posibilidad de que las premisas puedan ser ver­daderas y la conclusión pue­da ser falsa.» W. C. SALMON, Logic, (Ló­gica). Prentice-Hall Inc., En­glewood Cliffs, New Jersey, 1973, pp. 18-19.

1.1.2. ¿De qué depende la verdad de los enunciados? Para contestar a esta pregunta hemos de volver a la distinción entre ciencias empíricas y ciencias formales. Puesto que las ciencias empíricas hablan acerca de lo que sucede en el mundo, la verdad de sus enunciados dependerá, en último término, de que en el mundo suceda efectivamente aquello que los enunciados dicen que sucede. Por tanto, el criterio último de que disponemos para saber si un enun­ciado empírico es verdadero consiste en comparar lo que éste dice con lo que sucede. El criterio consiste, pues, en contrastar de algún modo los enunciados con la experiencia. El caso de los enunciados pertenecientes a cien­cias formales es distinto. Puesto que no se refieren a hechos, ningún hecho puede confirmarlos o re­chazarlos. Su verdad dependerá de su coherencia con el resto de los enunciados del sistema del que forma parte. Verdad empírica: el enunciado es verdadero cuando hay acuerdo o correspondencia entre lo que dice que sucede y lo que comprobamos por medio de la experiencia que sucede. Verdad formal: el enunciado es verdadero cuando hay coherencia (es decir, no hay con­ tradicción) entre él y el resto de los enunciados del sistema a que pertenece.

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1.2. Ciencias naturales y ciencias sociales o humanas De los siete enunciados que proponíamos, los seis primeros tienen en común, como hemos visto, el pertenecer a ciencias empíricas: física, química, biología, sociología, psicología e historia. Entre ellos cabe, a su vez, establecer ciertas diferencias. En efecto, los tres primeros se refieren a hechos o fenómenos de la naturaleza, mientras que los tres siguientes se refieren al modo de comportarse los hombres. Esto obliga a subdividir las ciencias em­píricas en ciencias de la naturaleza y ciencias hu­manas o sociales.

CIENCIAS

La clasificación general de las ciencias corres­ponde, pues, al siguiente cuadro: lógica formales matemáticas naturales empíricas

física química (bioquímica) biología, etc.

humanas o sociales

economía sociología psicología historia, etc.

2. LOS MÉTODOS EN LAS CIENCIAS 2.1. Inducción y deducción Inducción y deducción constituyen dos formas o modos generales de razonamiento. Como tales, los utilizamos continuamente en nuestro pensar común y cotidiano con más o menos rigor y acier­to. Utilizados rigurosamente, constituyen instru­mentos indispensables en el quehacer científico. Veamos en qué consisten estas formas generales de razonamiento. 2.1.1. La inducción La ciencia se caracteriza por establecer enun­ciados de carácter general, es decir, enunciados que pretenden ser verdaderos respecto de todos los individuos pertenecientes a una clase: así, «(to­dos) los insectos tienen tres pares de patas» afirma que todos (=cada uno de) los individuos pertene­cientes a la clase de los insectos tienen tres pares de patas, etc.

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Nadie, sin embargo, ha observado todos los insectos habidos y por haber. Es imposible obser­var todos los hechos o individuos pertenecientes a las clases acerca de las cuales los científicos esta­blecen enunciados de carácter general. Se obser­van solamente algunos casos, no todos, y se for­mula una ley general válida para todos ellos. Este proceder se denomina inducción. lnducción: razonamiento en que se parte de una afirmación sobre algunos hechos observa­dos pertenecientes a cierta clase y se concluye generalizando tal afirmación, convirtiéndola en una afirmación sobre todos los hechos o indivi­duos pertenecientes a tal clase. La inducción constituye un proceder funda­mental en el ámbito de las ciencias empíricas.

El razonamiento inductivo plantea un interesan­te problema de carácter lógico: en él se parte de una premisa particular («algunos insectos –a sa­ber, los observados– poseen tres pares de patas») y se concluye en una afirmación general que, por tanto, va más allá de la información contenida en la premisa («todos los insectos –los observados y los no observados– poseen tres pares de patas»). ¿Con qué derecho se concluye que todos los indi­viduos de una clase poseen cierta propiedad a partir del hecho observado de que la poseen algunos? Este problema se ha debatido ampliamente y continúa debatiéndose en la actualidad. Algunos han propuesto que el razonamiento inductivo se justifica en cuanto que en él se recurre a una pre­misa implícita generalizadora del tipo de: «todos los individuos pertenecientes a una clase natural se comportan del mismo modo» o bien la naturaleza se comporta de modo uniforme». Esta premisa im­plícita suele denominarse principio de uniformidad de la naturaleza. Pero el problema de la justificación ¿no se traslada entonces al principio mismo? ¿Cómo demostrar que la naturaleza se comporta de modo uniforme? ¿Tal vez porque en algunos casos hemos observado que se comporta uniformemente? ¿No caemos, entonces, en un círculo vicioso, al justificar la inducción recurriendo a este principio, y al justificar este principio recurriendo a la inducción? No quedan, pues, sino dos posibilidades de tipo general (aunque cada una de ellas admite matiza­ciones distintas): o bien se renuncia a justificar lógicamente la inducción, o bien se pretende jus­tificar el principio de uniformidad de la naturaleza (o algún otro semejante) por otros procedimientos que no impliquen el recurso a la inducción.

2.1.2. La deducción La deducción constituye una forma de razonamiento distinta de la inducción. Cuando deduci­mos, la meta del proceso es un enunciado (con­clusión) que se deriva de modo necesario de las premisas iniciales. Nada cuenta aquí la observa­ción, nada importa de

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dónde han sido extraídas las premisas. Lo que cuenta es la relación lógica entre los enunciados. Deducción: razonamiento en el cual la con­clusión se deriva de las premisas de modo ne­cesario, en virtud de las relaciones lógicas exis­tentes entre ellas.

La deducción es el proceder característico, aun­que no exclusivo, de las ciencias formales. La apli­cación rigurosa y exclusiva de la deducción tiene lugar en los sistemas axiomáticos. Un sistema axiomático consta fundamental­mente de dos tipos de enunciados; axiomas y teo­remas. Los axiomas son enunciados primitivos de los cuales se parte y que, por tanto, no se demues­tran, simplemente se establecen. Los teoremas, por el contrario, son enunciados derivados lógicamen­te, que se demuestran deduciéndolos, bien direc­ tamente de los axiomas, bien de otros teoremas ya deducidos a partir de los axiomas. La construcción de un sistema axiomático exige el establecimiento de todo un aparato de símbolos, operadores y reglas que, como ya hemos señalado anteriormente, constituyen los elementos de todo lenguaje formal.

2.2. La ciencia natural y el método hipotético-deductivo La inducción, decíamos, es un modo de proce­der fundamental en el ámbito de las ciencias em­píricas. La deducción, decíamos también, es un proceder característico de las ciencias formales, aunque no es exclusivo de ellas. En efecto, la de­ducción constituye también una parte esencial en el método de las ciencias naturales. La combina­ción de ambos elementos –recurso a la experien­cia, deducción– tiene lugar en el método hipoté­ tico-deductivo, característico de la ciencia natural. 2.2.1. El método hipotético-deductivo y sus pasos 1. La observación

El punto de partida de toda investigación cien­tífico-natural se halla en la observación de algún hecho o fenómeno cuya explicación desconoce­mos. Se observa que una piedra cae hacia el suelo y uno se pregunta: ¿por qué? Se observa que un proyectil lanzado horizontalmente no cae en ver­tical, o bien, recurriendo a un ejemplo conocido y trivial, se observa que un trozo de madera de forma cilíndrica flota en un estanque: ¿por qué?

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2. Formulación de una hipótesis

El paso siguiente, con el cual comienza real­mente la explicación científica, consiste en formu­lar una hipótesis capaz de explicar el hecho o fenómeno observado. Ya en el capítulo segundo, al tratar de la solución de problemas, definíamos qué es una hipótesis: posible solución que se acep­ta provisionalmente, a fin de comprobar las con­secuencias que se derivarían de ella. Ahora añadi­remos solamente tres indicaciones al respecto: a) No cualquier hipótesis es aceptable en prin­cipio. Se requiere, cuando menos, que la hipótesis sirva para explicar el hecho, que sea contrastable por medio de la experiencia y que esté bien for­mulada, es decir, que no incluya contradicciones o ambiguedades. b) A menudo las hipótesis están basadas en conocimientos previamente adquiridos. (Recuérdese que, al tratar de la inteligencia, ya indicamos, aunque de modo general, la importancia que para la solución de los problemas tiene el recurso a los conocimientos previamente adquiridos.) No obstante, a veces la hipótesis es contraria a los conocimientos aceptados en ese momento por los científicos: en tal caso, el resultado final puede ser una transformación fundamental de la ciencia correspondiente, lo que actualmente se denomina una revolución científica.

Imaginación e invención en la ciencia «La transición de los datos a la teoría requiere imagina­ción creativa. Las hipótesis y teorías científicas no se deri­van de los hechos observa­dos, sino que se inventan para dar cuenta de ellos. Son conjeturas relativas a las co­nexiones que se pueden esta­blecer entre los fenómenos que se están estudiando, a las uniformidades y regularida­des que subyacen a éstos. “Las conjeturas felices” de este tipo requieren gran inventiva, especialmente si suponen una desviación radical de los mo­dos corrientes del pensamien­to científico, como era el caso de la teoría de la relatividad o de la teoría cuántica. ...los procesos mediante los que se llega a estas conje­turas científicas fructíferas no se parecen a los procesos de inferencia sistemática. El quí­mico, Kekulé, por ejemplo, nos cuenta que durante mucho tiempo intentó sin éxito hallar una fórmula de la es­tructura de la molécula de benceno hasta que, una tarde de 1965, encontró una solu­ción a sus problemas mientras dormitaba frente a la chime­nea. Contemplando las lla­mas, le pareció ver átomos que danzaban serpenteando. De repente, una de las ser­pientes se asió la cola y formó un anillo, y luego giró burlo­namente ante él. Kekulé se despertó de golpe: se le había ocurrido la idea —ahora fa­mosa y familiar— de repre­sentar la estructura molecular del benceno mediante un ani­llo hexagonal. El resto de la no­che lo pasó extrayendo las consecuencias de esta hipó­tesis.

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Esta última observación contiene una advertencia im­portante respecto de la obje­tividad de la ciencia. En su intento de encontrar una solución a su problema, el cien­tífico debe dar rienda suelta a su imaginación, y el curso de su pensamiento creativo pue­de estar influido incluso por nociones científicamente dis­cutibles... Sin embargo, la ob­jetividad científica queda sal­vaguardada por el principio de que, en la ciencia, si bien las hipótesis y teorías pueden ser libremente inventadas y propuestas, sólo pueden ser aceptadas e incorporadas al corpus del conocimiento científico si resisten la revisión crítica que comprende, en particular, la comprobación, mediante cuidadosa observa­ción y experimentación, de las apropiadas implicaciones contrastadoras.» C. G. HEMPEL, Filosofía de la ciencia natural. Madrid, Alianza Editorial, 1976, páginas 33-34.

c) En la formulación de hipótesis es especial­mente importante el genio imaginativo. Recuérde­se también que en el capitulo primero señalába­mos la importancia de la imaginación creadora, no sólo en el arte, sino también en la actividad científica. 3. Deducción de consecuencias a partir de la hipótesis

Una vez establecida provisionalmente la hipó­tesis, el paso siguiente consiste en deducir conse­cuencias de la misma. Se trata, pues, de un mo­mento específicamente deductivo. Supongamos que al ver flotar el objeto cilíndrico de madera formulamos la siguiente hipótesis: «flota porque tiene forma cilíndrica». De esta hipótesis cabe de­ducir una consecuencia: si lo que hace flotar al tronco es su forma cilíndrica, cualquier objeto ci­líndrico (una piedra, por ejemplo) habrá de flotar también.

4. Comprobación de las consecuencias: el ex­perimento

El paso siguiente consiste en la comprobación experimental de las consecuencias derivadas de la hipótesis. En el ejemplo que venimos utilizando, la consecuencia a comprobar experimentalmente era que «cualquier objeto cilíndrico habrá de flotar en el agua».

La comprobación de las consecuencias de la hipótesis se realiza por medio de experimentos, es decir, de pruebas diseñadas específicamente para el caso. No se trata ya meramente de observar, sino de intervenir activamente creando las circuns­tancias convenientes, variándolas según se consi­dere oportuno y controlando el proceso entero de producción del fenómeno.

Naturalmente, el experimento a realizar en nuestro ejemplo no es complicado: bastará con procurarse una piedra de forma cilíndrica y arrojarla al estanque.

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Cuando en el experimento no se cumplen las consecuencias de la hipótesis, ésta queda rechazada y habrá de formularse otra. Si, por el contrario, sus consecuencias se cumplen en el experimento, la hipótesis resulta confirmada y se seguirá contando con ella y trabajando a partir d ella.

El objetivo final es la formulación de leyes y la integración de éstas en teorías.

2.1.2. Ley y teoría Aunque a menudo, incluso por parte de los científicos, se utilizan estos términos con alguna vaguedad (nosotros hemos utilizado el término teoría en capítulos precedentes con alguna laxitud), suelen establecerse ciertas distinciones entre ley y teoría: 1. En general, las leyes se expresan en enuncia­dos aislados mientras que las teorías se expresan en conjuntos de enunciados. Las teorías son más generales y de mayor alcan­ce que las leyes. Las leyes, por su parte, se integran en teorías a partir de las cuales pueden deducirse: así, las leyes del movimiento de los planetas de Kepler son un caso particular de la teoría de la gravitación universal de Newton y a partir de ésta pueden deducirse aquéllas. Se han propuesto otros rasgos para distinguir las leyes de las teorías. Por ejemplo, los dos siguientes: 2. Las leyes contienen solamente términos que se refieren a algo observable o definible operacio­nalmente (es decir, señalando las operaciones a realizar) mientras que las teorías contienen térmi­nos teóricos (al menos uno), es decir, términos que no se refieren a algo observable o definible ope­racionalmente (por ejemplo, términos como elec­trón, curvatura del espacio, etc.). 3. Dado su carácter directamente experimental, las leyes son verdaderas independientemente de la explicación teórica a que se recurra, independient­emente de la teoría en que se integren: así, la ley según la cual «a temperatura constante el producto de la presión por el volumen de un gas es cons­tante» es verdadera, independientenlente de cómo se expliquen teóricamente los gases (sea como flui­dos constantes, sea como partículas en movimien­to, sea de cualquier otro modo). 2.2.3. Matemáticas e instrumentos La explicación que acabamos de ofrecer del método experimental, del método hipotéticode­ductivo, es ciertamente muy elemental. En ella no han aparecido expresamente los dos elementos fundamentales que destacábamos al presentar el capítulo, siguiendo el texto con que abríamos éste: el recurso al lenguaje matemático y la utilización de instrumentos.

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La utilización del lenguaje matemático es fun­damental, ya desde la formulación de las hipótesis, con el fin de que éstas resulten rigurosas y precisas. Y es igualmente fundamental en la experimenta­ción y la consiguiente formulación de leyes y cons­trucción de teorías. También es fundamental la utilización de instrumentos de observación, medi­ción y cálculo, instrumentos que cada vez son más potentes y precisos (telescopios y microscopios. contadores, computadoras, etc.).

3. COMPRENDER FRENTE A EXPLICAR: LA HERMENÉUTICA 3.1. La naturalización de las ciencias humanas Es en las ciencias de la naturaleza (física, quími­ca, etc.) donde se cumple de modo plenamente satisfactorio el ideal de la ciencia experimental. De ahí que en las ciencias sociales o humanas se ob­serve un esfuerzo por seguir el modelo de las cien­cias de la naturaleza: tal es, por ejemplo, la ten­dencia que manifiestan la economía, la sociología y la propia psicología. Podemos decir que la barre­ra entre ambos tipos de ciencias tiende a derri­barse. ¿Qué es lo que está en juego en esta tendencia a romper las barreras que separan ambos tipos de ciencias? Está en juego, desde luego, la utilización del método experimental en las ciencias humanas. Pero como condición para que el método experi­mental pueda aplicarse a las ciencias humanas está en juego además –y fundamentalmente– la apli­ cación a las ciencias humanas del modo de expli­cación propio de las ciencias naturales. Este modo de explicación consiste, en general, en establecer relaciones constantes entre fenóme­nos observables. Tales relaciones constantes (fre­cuentemente de tipo causal: el fenómeno A causa o produce el fenómeno B) se expresan por medio de leyes. Y las leyes explican los fenómenos parti­culares que caen bajo ellas.

3.2. El sentido de las acciones humanas y la comprensión La cuestión decisiva es, pues, la siguiente: este tipo de explicación, que se adapta perfectamente a los fenómenos naturales, ¿es igualmente adecua­da para el comportamiento humano? • El santón de Marrackesh

En un precioso relato cuenta E. Canetti haber observado durante días a un santón ciego mendi­gando, inmóvil y con faz serena, en una esquina de Marrackesh. Cada vez que alguien le entregaba una moneda, el santón la metía en la boca dándole continuamente vueltas en ella y chupándola du­rante un largo tiempo. Después volvía a su plácida inmovilidad hasta que algún otro transeúnte le en­ tregaba otra moneda.El comportamiento de este santón nos resulta sorprenden-

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te, incluso fascinante. ¿Por qué ese prolongado dar vueltas en la boca a la moneda con un gesto serio y sereno?

Tenemos, desde luego, a la mano una explica­ción que podemos considerar de inspiración cien­tífico-natural: lo hace porque (o siempre que) al­guien le da una moneda. Esta explicación nos pro­porciona algo así como una ley (no exactamente una ley, pues le falta generalidad suficiente), que establece una conexión permanente entre dos fe­nómenos: a la recepción de una moneda (fenómeno A) sigue invariablemente el meterla en la boca, chupándola y dándole innumerables vueltas en ella (fenómeno B).

Pero nos damos cuenta de que con esta especie de explicación no nos basta. Queremos compren­der por qué el santón actúa de este modo. ¿Se trata de un truco o de un ritual? ¿Lo hace, acaso, para reconocer el valor de la moneda? ¿Lo hace, tal vez, como agradecimiento al donante, o quizás para aumentar el mérito de éste, porque cree que su saliva tiene el valor de una bendición? ¿Qué sen­tido tiene su acción?

• Comprensión y hermenéutica

Este ejemplo del mendigo santón y las preguntas que acabamos de formular subrayan la distinción entre explicar, de una parte, y entender o com­prender, de otra parte. Ya en el siglo pasado el filósofo alemán W. Dilthey (1833-1911) afirmaba: «explicamos la naturaleza, comprendemos el espí­ritu». (Las ciencias humanas solían denominarse »ciencias del espíritu».) La diferencia estriba, en último término, en que para comprender el com­portamiento humano es necesario tener en cuenta las intenciones y creencias en que se basa. El com­portamiento humano es intencional, tiene sentido.

Esta distinción —y sus consecuencias— conti­núa siendo debatida ampliamente en la actualidad. Puesto que no podemos adentramos con más de­tenimiento en la polémica, nos limitamos a ofrecer unas consideraciones de carácter general. 1. Algunos autores sostienen que esta distinción no es suficiente para reclamar un método distinto para las ciencias del comportamiento humano. No hay, sostienen, más que un método científico y una forma de explicación: establecer leyes generales que conecten entre sí fenómenos observables y aplicar tales leyes a los casos particulares. 2. Otros autores exigen una dualidad de méto­dos. La comprensión exige procedimientos que son ajenos al proceder científico-natural. El méto­do propio de la comprensión se denomina herme­néutica o método hermenéutico. 3. Los pensadores de orientación hermenéutica han subrayado que la comprensión se lleva a cabo siempre desde un determinado horizonte: hemos de comprender otras culturas desde nuestra propia tradición cultural, hemos de comprender

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aconte­cimientos, textos, instituciones, etc., del pasado desde nuestra cultura presente.

Esta situación se denomina círculo hermenéuti­co: la comprensión (plena) se lleva a cabo desde una cierta pre-comprensión (comprensión previa) que viene dada por nuestro propio horizonte cul­tural. Por ello la comprensión se basa siempre en la interpretación. Explicación: modo de dar razón de los fenó­menos naturales recurriendo a leyes que esta­blecen conexiones constantes entre los mismos. Comprensión: modo de dar razón de las ins­tituciones y acciones humanas a partir de las creencias e intenciones que les confieren sen­tido. Hermenéutica: procedimiento encaminado a conseguir la comprensión en el ámbito de las ciencias humanas. Su cometido es facilitar la interpretación de acciones, instituciones, docu­mentos, etc., que nos lleve a la comprensión de éstos.

4. CIENCIA Y TECNOLOGÍA El desarrollo del método experimental (a cuya explicación hemos dedicado el apartado segundo) se halla estrechamente unido al desarrollo de la tecnología hasta el punto de que a menudo se afirma que vivimos en la era tecnológica. El estudio de la relación entre ciencia y tecnología –y sus implicaciones– es apasionante. A modo de intro­ducción a este tema ofrecemos las siguientes indi­caciones y reflexiones.

4.1. La unión de ciencia y técnica La unión entre la ciencia y la técnica constituye un fenómeno histórico relativamente reciente que tuvo lugar, más o menos, a partir del Renacimiento. Antes de este período —y fundamentalmente desde la cultura griega— la ciencia y la técnica marchaban separadas. La ciencia se concebía, por lo general, como un conocimiento exclusivamente especulativo, es decir, un conocimiento sin ninguna función práctica («El saber por el saber» podría haber sido su lema), y sin ninguna relación con la fabricación de útiles o instrumentos. La técnica por su parte, se interpretaba como un hacer exclusivamente práctico y ajeno al saber teórico. Fue a partir del Renacimiento cuando los científicos comenzaron a recurrir a instrumentos producidos por la técnica (el ejemplo más sobresaliente es la utilización del telescopio por Galileo) y a aplicar el análisis científico a la solución de problemas prácticos de carácter técnico (por ejemplo, los problemas de trayectorias planteados por la utilización del cañón). Desde entonces, la unión de teoría y práctica, de ciencia y de técnica, es un rasgo esencial de la ciencia experimental hasta nuestros días.

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4.2. El desarrollo de la ciencia y la tecnología Si bien es cierto que los descubrimientos cien­tíficos promueven el progreso tecnológico, tal vez sea un error considerar que la tecnología se de­sarrolla exclusivamente a partir de la ciencia. Ha de tenerse en cuenta que la tecnología se desarro­lla en gran medida a partir de la tecnología ante­rior. Y ha de tenerse en cuenta, además, que el desarrollo de la tecnología contribuye, a su vez, al desarrollo de la ciencia: como ya hemos indicado, la investigación científica depende de la existencia de medios técnicos, de instrumentos y aparatos cada vez más potentes para la observación, la in­formatización y el cálculo, la medición y la ex­perimentación. Entre ciencia y tecnología existe, pues, una pro­moción recíproca. Si la tecnología contribuye al desarrollo científico aportando medios ala inves­tigación científica, los descubrimientos científicos llevan, a corto o largo plazo, a aplicaciones prác­ticas, a la implantación de técnicas nuevas en los campos más diversos (medicina, alimentación, transportes, energía, armamento, etc.). Este fenómeno comporta implicaciones sociales de todo tipo (económicas, políticas, institucionales, etcétera) que deben llevarnos a reflexionar sobre el importantísimo papel que en nuestra sociedad desempeña la ciencia. Desde el punto de vista de la propia institución científica es importante señalar la distinción actual entre investigación básica e in­vestigación aplicada: de aquélla se ocupan por lo general las universidades; de ésta, las empresas. Investigación básica: investigación no ligada a exigencias directas e inmediatas de la práctica. Sus aplicaciones prácticas tienen lugar a largo plazo. Investigación aplicada: investigación orienta­da de modo directo e inmediato al desarrollo de alguna técnica o producto.

4.3. Saber para poder. La opción por lo cuantificable En la base de esta conexión actual entre ciencia y tecnología parece hallarse una concepción del saber bien distinta de la que anteriormente seña­lábamos como característica de la herencia griega: no se trata de «saber por saber» sino de «saber para poder», para dominar la naturaleza. Pero si es importante que la ciencia con sus resultados nos proporciona los medios para actuar sobre la naturaleza, tal vez sea más importante aún que la propia ciencia actúa sobre la naturaleza en el proceso de la investigación: como ya hemos señalado, en el experimento se manipulan y se provocan los fenómenos según pautas decididas previamente por el experimentador.

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Esta actuación sobre la naturaleza, este control que la ciencia ejerce sobre ella, se ve facilitado esencialmente por el lenguaje matemático. En efecto, optar por las matemáticas es optar por lo cuantificable, es decir, por aquellos aspectos de la realidad que pueden ser contados y medidos, que pueden ser expresados matemáticamente. Y esta opción por lo que puede ser contado y medido no solamente facilita los experimentos y la formula­ción de hipótesis, leyes y teorías, sino que condi­ciona ya desde el principio las propias observacio­nes de que se parte: en efecto, si en el experimento ha de calcularse y medirse, solamente merecerán ser observados aquellos aspectos de la realidad que pueden ser calculados y medidos. Se consuma así el matrimonio perfecto entre las matemáticas y los instrumentos. El hijo robusto de este matrimonio es el dominio técnico de la na­turaleza.

Técnica y poder «La técnica moderna ha lado al hombre un sentido de poder que está modificando rápidamente toda su mentali­dad. Hasta tiempos recientes, el medio ambiente físico era algo que tenía que ser acep­tado para sacar de él el mayor partido posible. Si las lluvias eran insuficientes para soste­ner la vida, la única alternati­va era la muerte o la emigración. Los que eran fuertes adoptaban este último partido y los que eran débiles, el primero. Para el hombre moder­no su medio ambiente es sim­plemente una materia prima, una oportunidad para mani­pular ...A la mente típica moder­na nada le interesa por sí, sino por lo que puede hacerse con el objeto en cuestión. Las ca­racterísticas importantes de las cosas, desde este punto de vista, no son sus cualidades intrínsecas sino sus usos. Todo es un instrumento. Si se pregunta lo que es un instru­mento, la respuesta será que es un instrumento para la fa­bricación de instrumentos que, a su vez, harán instru­mentos aún más poderosos y así sucesivamente hasta el in­finito. Dicho psicológicamen­te, esto significa que el amor al poder ha desplazado a to­dos los demás impulsos que plenificaban la vida humana.» B. RUSSELL. La perspectiva científica. Barcelona, Ariel, 1971, pp. 124-25.

ACTIVIDADES • Elaborar un vocabulario mínimo con los conceptos básicos de los temas estudiados. • Establecer una comparación entre la explicación axiomática y la inductiva. • Elaborar un cuadro comparativo de semejanzas y diferencias entre las ciencias naturales y las humanas.

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QUINTA UNIDAD

CORRIENTES EPISTEMOLÓGICAS CONTEMPORÁNEAS

Objetivos a) Contar una visión panorámica del desarrollo histórico de la epistemología. b) Precisar las tesis fundamentales de las diferentes escuelas y corrientes epistemológicas. c) Evaluar criticamente las ideas de los movimientos epistemológicos estudiados.


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LA EPISTEMOLOGÍA KANTIANA1 Rafael Echeverría2 Las dos vertientes del, pensamiento filosófico moderno, abiertas a partir del dualismo filosófico inaugurado por Descartes, habían llegado a callejones sin salida. Por un lado, el racionalismo seguía la huella del propio Descartes que, buscando desarrollar una sólida base filosófica para el desenvolvimiento de la física, había tomado como referente o ideal de conocimiento a las matemáticas. Su objetivo era la certeza que este conocimiento era capaz de proporcionar. El conocimiento matemático fundado en relaciones mutuamente implicadas, no era capaz, por sí mismo, de contribuir al conocimiento sobre cuestiones de hecho. Este último requería abrirse al aporte de los sentidos y la experiencia, camino que los racionalistas habían clausurado. Ellos se orientaban, por el contrario, a la elaboración de sistemas especulativos que, por su naturaleza, eludían cualquier posibilidad de verificación de sus conclusiones a través de los mecanismos de confrontación experimental desarrollados por la ciencia. Por otro lado, el empirismo había seguido el camino opuesto, generando registros de relaciones de coexistencia y sucesión entre las ideas, a la vez que demostraba ser incapaz de ofrecer fundamentos filosóficos a las leyes científicas. Mientras tanto, sin embargo, la propia ciencia eludía los más diversos obstáculos y exhibía un desarrollo sólido y sostenido. Ello creaba importantes desafíos a la reflexión filosófica. Es en este contexto que es necesario situar el pensamiento de Inmanuel Kant (17241804). Nacido en Konigsberg, ciudad en la que vivirá durante toda su larga vida, Kant se había formado en el estudio de los clásicos, la teología, la física y la filosofía. Su principal obra, la Crítica de la razón pura, será publicada originalmente en 1781. En lo fundamental, esta obra puede considerarse como un intento por hacerse cargo y resolver el problema legado por Hume, a quien Kant atribuye haberle interrumpido su adormecimiento dogmático. Sin embargo, el pensamiento filosófico de Kant se plantea problemas y objetivos que fueron por completo ajenos a Hume, llevando la reflexión filosófica a dominios que anteriormente le eran desconocidos. No se puede afirmar, por consiguiente, que la contribución filosófica de Kant se circunscriba como una respuesta a Hume. Pero ello tampoco debe impedir desconocer que el punto de arranque y fundamento de su filosofía remite a los problemas epistemológicos levantados por el empirismo humano. Este es un punto que consideramos particularmente importante en la medida en que confirma nuestra perspectiva de análisis en el sentido de considerar la filosofía como dominio particular de interlocución entre las diferentes 1 2

El título original es La síntesis kantiana. El búho de Minerva. Dolmen Ediciones, Santiago de Chile, 1997, pp. 79-90.

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posiciones que en él participan. Este espacio de interlocución genera diversos tipos de relaciones, de influencia y confrontación, las que proporcionan, junto con diversas formas de condicionamiento que se sitúan fuera del dominio de la reflexión filosófica, el sentido que manifiesta el desarrollo del pensamiento filosófico. Kant comparte con el empirismo la crítica que éste había dirigido contra el pensamiento cartesiano en el sentido de que la comprensión del real carácter del método científico obliga a reconocer la importancia de lo empírico. Es más, acepta con el empirismo que todo conocimiento nace de la experiencia. Sin embargo, Kant se opondrá a la idea de que lo empírico representa el único fundamento del conocimiento científico. Al concebirlo así, se llega obligatoriamente al impase al que el propio empirismo había conducido al pensamiento filosófico. Si se desea dar cuenta del carácter del conocimiento generado por la ciencia resulta indispensable, según Kant, reconocer que éste se sustenta tanto en un factor empírico como en un factor racional. La ciencia, desde la perspectiva planteada por Kant, representa una actividad en la que colaboran tanto lo empírico como la racional y donde resulta fundamental distinguir con claridad lo que corresponde a cada uno. El error del empirismo es haber equivocado también su comprensión sobre el método científico pues, al destacar el papel de la experiencia, supone que ésta va dando forma a una conciencia que registra pasivamente sus efectos. Recordemos al respecto la imagen de la «tabula rasa» proporcionada por Locke. Kant sostiene que al examinarse el camino inaugurado por Galileo, debe reconocerse que éste se caracteriza por sustentarse en un examen de la naturaleza de acuerdo a un plan racionalmente establecido o, lo que es lo mismo, de acuerdo a un método. El conocimiento científico no es el resultado de una observación accidental. Por el contrario, la observación accidental según Kant es estéril, no general conocimiento. Lo que la ciencia pone en evidencia, por lo tanto, es el carácter activo de la conciencia. La ciencia es expresión de la acción de la conciencia. El empirismo consideraba que nuestro conocimiento debía corresponder, adecuarse y conformarse con los objetos. Pero al suponerlo así, todo esfuerzo por fundar un conocimiento sobre tales objetos que trascienda nuestra experiencia ha terminado en el fracaso. Frente a esta disyuntiva, plantea Kant, cabe preguntarse si invirtiendo el problema –suponiendo que el conocimiento implica que son los objetos los que se conforman con la mente–, no se obtiene un mejor resultado. Esta alternativa, insiste kant, está más de acuerdo con aquello que la propia ciencia pretende: alcanzar un conocimiento de los objetos a priori, vale decir, determinando algo en relación a ellos que sea previo al que ellos sean dados y, por consiguiente, que permita trascender el carácter particular que ellos poseen como objetos estrictos de la experiencia.

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Este procedimiento, esta inversión del problema, es equivalente a lo que efectuará Copérnico para explicar el movimiento de los cuerpos celestes. El giro copernicano consistía, precisamente, en invertir los supuestos de la explicación al reconocerse que en su posición originaria se generan dificultades crecientes para resolver los problemas planteados. De aceptarse la alternativa sugerida por Kant es posible resolver el problema de la inducción, con que se enfrentará Hume. ¿Qué supone el giro copernicano de Kant? Que el entendimiento posee leyes que son previas a los objetos que se le presentan; leyes, por lo tanto, que determinan su capacidad de entendimiento. Para entender lo que somos capaces de conocer es necesario, en consecuencia, determinar las precondiciones del entendimiento, previas a la experiencia. Planteado el problema en estos términos, es pertinente preguntarse, como lo hace Kant, por los límites del entendimiento y, por consiguiente, por las fronteras del entendimiento posible. Por otro lado, Kant acepta que si la verdad es la correspondencia de la mente con un objeto de la experiencia, sólo podemos conocer verdades particulares y no es posible alcanzar proposiciones universales. Desde la perspectiva de su nueva hipótesis epistemológica la situación se modifica. Surge la posibilidad de un conocimiento a priori, que es independiente de la experiencia. Pero ello significa que el conocimiento a priori de las cosas se sustenta en lo que la mente coloca en ellas. La fuerza que sobre nosotros ejerce el supuesto de que la mente debe adecuarse a los objetos reside en que nos hemos acostumbrado a una tradición de pensamiento que planteaba el problema en estos términos. Pero al examinarse el quehacer científico se revela que esta concepción convencional es inadecuada. Cuando se lleva a cabo un experimento, sostiene Kant, se hacen preguntas y sólo en la medida en que se hagan preguntas sobre la naturaleza, es posible obtener respuestas. De allí que Kant afirme que la razón sólo percibe lo que ella produce de acuerdo a su propio diseño, siéndole necesario proceder de acuerdo a leyes invariantes y exigir a la naturaleza a responder a sus preguntas. Al reconocerse el carácter activo de la mente, se descubre la forma como la conciencia y los objetos contribuyen en la tarea del conocimiento. La conciencia contribuye con las relaciones, la experiencia con los objetos relacionados. La conciencia representa, para Kant, el foco desde el cual la experiencia se organiza, se estructura, alcanza unidad, síntesis. La conciencia ordena la experiencia. Desde esta perspectiva, cabe aceptar que aquellas conexiones necesarias que suponen las leyes naturales y que establecen relaciones universales de causalidad no son, como lo reconocía Hume, inferencias efectuadas desde la experiencia, sino formas a través de las cuales la conciencia organiza dicha experiencia. Hume no encontraba fundamento para tales conexiones necesarias porque buscaba dicho fundamento en el lugar equivocado.

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Todo el planteamiento anterior permite ser formulado en términos de un análisis de los juicios. Desde una primera perspectiva, podemos distinguir entre juicios a posteriori, que son aquellos fundados en la experiencia, y juicios a priori, que son independientes de la experiencia y su fundamento es racional. Los primeros son juicios obligadamente particulares, los segundos son universales y necesarios. Desde el punto de vista de su contribución al conocimiento, es posible distinguir entre juicios analíticos, que son aquellos cuyo predicado está contenido en el sujeto y por lo tanto no aportan conocimiento adicional, y juicios sintéticos, que por el hecho de que el predicado no está contenido en el sujeto, el predicado aporta conocimiento adicional. Esta doble distinción replantea, desde el punto de vista de los juicios, el problema del fundamento empírico o racional de los mismos (juicios a posteriori y a priori) a la vez que plantea al problema del conocimiento adicional (juicios analíticos y sintéticos). Es interesante observar que el problema del conocimiento se formula al interior de la matriz predicativa de los juicios y, por consiguiente, en la relación que mantiene el sujeto y el predicado. Al combinar esta doble distinción, se obtienen cuatro tipos diferentes de juicios posibles. Primero, los juicios analíticos a posteriori que por definición no existen, por cuanto o están fundados en la experiencia (a posteriori), en cuyo caso aportan conocimiento adicional; o bien, el predicado está contenido en el sujeto, en cuyo caso, no están fundados en la experiencia. Se trata, por lo tanto, de una opción vacía. Segundo, tenemos los juicios analíticos a priori, que son perfectamente identificables y cuya validez se rige por el Principio de contradicción de la Lógica. En la medida en que se trata de juicios analíticos, que suponen que el predicado está contenido en el sujeto, en la medida en que las inferencias lógicas sean válidas, será válido lo que ellos afirmen. Pero tal validez no aporta más conocimiento que aquél contenido originalmente en el sujeto. Su fundamento es racional y se trata de juicios universales y necesarios. Tercero, está la posibilidad de los juicios sintéticos a posteriori, que, como los anteriores, existen; pero a diferencia de ellos aportan conocimiento adicional, son juicios particulares y su validez está garantizada por la experiencia. Hasta este momento Kant no se ha alejado en nada de la posición de Hume. Ambos comparten las mismas posiciones. El problema con Hume se plantea precisamente en relación a la cuarta posibilidad: los juicios sintéticos a priori. De acuerdo a las distinciones originales, se trata de juicios que sin estar fundados en la experiencia, aportan conocimiento adicional, estableciendo relaciones universales y necesarias. Como sabemos, Hume excluye que ello sea posible. Kant discrepa con él y acepta la existencia de tales juicios. Su fundamento es el principio organizativo de la conciencia.

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JUICIOS

JUICIOS

Analíticos (C)

Sintéticos (D)

A posteriori (A)

A priori (B)

NO EXISTEN

Principio de contradicción

Experiencia

Principio organizativo de la conciencia

A) Son aquellos juicios que se fundan en la experiencia. En ellos se representa el empirismo. B) Son juicios cuyo fundamento es independiente de la experiencia. En ellos se representa la opción racionalista. Son universales y necesarios. C) Son juicios en cuyo predicado está contenido el sujeto y, por lo tanto, no aportan conocimiento adicional. Son universales y necesarios. D) Son juicios cuyo predicado no está contenido en el sujeto y, por consiguiente, aportan conocimiento adicional. Es conveniente hacer algunas observaciones en relación a la forma como Kant se plantea el problema. En primer lugar, cabe destacar que la pregunta por los juicios sintéticos a priori representa el replanteamiento del problema que había llevado a Descartes a afirmar la existencia de ideas innatas (afirmación de un conocimiento independiente de la experiencia). En segundo lugar, es importante registrar que el tratamiento que Kant hace de los juicios, independientemente de cómo los distinga, descansa en la aceptación del supuesto de la lógica tradicional de que todas las proposiciones poseen una estructura predicativa (supuesto de la universalidad de las proposiciones predicativas, que se examinará más adelante). Por último, se debe reconocer que hasta el momento de plantearse la pregunta por los juicios sintéticos a priori, Kant demuestra que ha suscrito lo central del planteamiento de Hume. Para Kant, el problema general de la razón pura es precisamente la pregunta por los juicios sintéticos a priori. Desde su posición, la ciencia no es concebible sin ellos. Es así como para Kant las matemáticas, que para Hume representaban un conocimiento analítico, son un tipo de conocimiento sintético, a través del cual el contenido original de sus supuestos y definiciones de base es aumentado, sin apoyo en la experiencia, generando leyes universales.

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En las ciencias naturales, si bien la mayoría de los juicios son a posteriori, se requiere de juicios sintéticos a priori del tipo «todo evento tiene una causa». Tal como fuera planteado previamente, su fundamento reside en la capacidad organizativa de la conciencia. Resulta necesario, por lo tanto, examinar las condiciones estructurales de la conciencia, a través de las cuales el conocimiento hace intervenir, además del factor empírico, un factor racional. La estructura de la conciencia está constituida por dos tipos de elementos a priori. Primero, lo que Kant llama las formas puras de la intuición o de la sensibilidad: el tiempo y el espacio. Ambos son formas de organización de la experiencia y no atributos de los objetos de la experiencia. Al extraer el espacio del dominio de lo empírico, Kant podía afirmar que lo que los geómetras investigan no son las propiedades de los objetos exteriores, sino los modos de nuestra facultad de intuición. De esta manera, el problema del espacio se invierte en la medida en que, si los objetos no son una condición de nuestra experiencia del espacio, éste pasa a ser una condición de nuestra experiencia de los objetos. Diferenciándose del espacio, el tiempo para Kant no es sino la forma del sentir interior, de nuestra conciencia de nosotros mismos y de nuestro propio estado interior. En segundo lugar, la estructura de la conciencia está formada por conceptos a priori que representan tipos diferentes de relaciones (o juicios) a partir de los cuales damos cuenta de la experiencia. Ellos no provienen de la experiencia en la medida en que no podemos hacer este tipo de juicios, a menos que sepamos el tipo de relación involucrada. Se trata, por lo tanto, de relaciones genéricas no particulares y, en consecuencia, de formas diferentes de organización de la experiencia. Estos conceptos que Kant llama categorías corresponden a la clasificación general de los juicios, proporcionada por la lógica aristotélica. Se trata de doce categorías agrupadas según el caso en categorías de cantidad, calidad, relación y modalidad. Dentro de las categorías de relación, por ejemplo, se incluye aquella de causalidad y dependencia. A diferencia de lo sostenido por Hume, para Kant la causalidad no debe justificar su fundamento en los objetos de la experiencia, sino que corresponde a una de las formas como la conciencia los organiza. Desde esta perspectiva, toda experiencia humana involucra una relación entre un sujeto y un objeto de la experiencia. Pero tanto sujeto como objeto son expresión de una operación de unidad y, por consiguiente, de la síntesis de una amplia multiplicidad de diversidades. Tanto el sujeto como el objeto son constituidos en la experiencia por las categorías. De esta forma, se comprende que todo objeto es un objeto para un sujeto. Sujeto y objeto no son dos sustancias diferentes que se confrontan en una relación de mutua independencia. Se trata, más bien, de dos aspectos al interior de una situación compleja, de conceptos correlativos. Por un lado, la experiencia se muestra como un sujeto que conoce un mundo de objetos; por otro lado, se trata de un mundo de objetos

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conocidos por un sujeto. La experiencia resulta posible por esta capacidad de acometer esta unidad sintética, este orden, en el cual la relación sujeto­objeto se forma. Es importante distinguir entre los objetos de la experiencia y las cosas tal cual ellas son, las cosas-en-sí. Al respecto, Kant establece una distinción entre lo que las cosas son al interior del contexto de la experiencia humana, los fenómenos, y las cosas-en-sí, los noumenos. Los primeros son los únicos que pueden ser realmente conocidos y son las cosas tal como ellas se manifiestan en la experiencia, las cosas en su apariencia para la conciencia. La aprehensión de las cosas-en-sí escapa a las posibilidades del conocimiento humano y se encuentra, por lo tanto, fuera de los límites de la razón. Si para conocer, los hombres requieren introducir orden y organización en los materiales que le proporcionan los sentidos, debemos aceptar que lo que por naturaleza queda fuera de la acción estructuradora de la conciencia no puede sino quedar fuera de los límites del conocimiento. Así como las cosas-en-sí, los momentos quedan fuera del conocimiento posible, lo mismo sucede, según Kant, con la posibilidad de alcanzar un conocimiento racional de Dios, de un sujeto trascendente. Desde el punto de vista de la filosofía kantiana no existe una racionalidad teológica, la racionalidad es siempre secular. Kant se erige en un pilar importante en el sustento de las tendencias seculares que acompañan a la modernidad. Todo intento de probar racionalmente la existencia de Dios se encuentra inevitablemente condenado al fracaso, pues se propone algo que se encuentra fuera de los límites de lo que la razón es capaz de acometer. De allí que Kant se detenga a demostrar que ninguna prueba racional de la existencia de Dios ha logrado lo que se propone. Dios se encuentra, según Kant, fuera del dominio de lo que puede ser conocido racionalmente. ¿Implica ello acaso que hay que prescindir de la afirmación de la existencia de Dios? Kant no lo considera así. Pues si bien Dios queda fuera de los límites de la experiencia posible, desde el punto de vista del comportamiento humano, de la racionalidad de la acción, de los hombres y, consecuentemente, de la razón no teórica, sino práctica, Dios resulta necesario. Kant acepta, por lo tanto, que la afirmación de Dios cumple una función regulativa desde el punto de vista de acción humana. No es nuestro propósito examinar este aspecto de la filosofía kantiana. Sin embargo, así como Kant acepta que la afirmación de la existencia de Dios pueda cumplir una función regulativa en el comportamiento humano, también acepta que el mismo concepto de Dios, como otros conceptos que al igual trascienden el dominio de la experiencia posible (al concepto general de ser, de totalidad, etc.) puede cumplir una función regulativa en el dominio del conocimiento, de la razón. Ideas trascendentales (que Kant distingue de trascendentes) no sólo contribuyen, sino que permiten la tarea del entendimiento y, en tal sentido, les cabe una función regulativa en la capacidad de la conciencia para organizar la experiencia. Estos conceptos trascendentales pueden hacer de referentes o de elementos límites desde fuera del dominio de la experiencia posible.

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Kant se propuso efectuar en el campo de la filosofía una contribución equivalente a la realizada por Newton en la física. Su propósito fue resolver todos los problemas de la metafísica y, a la vez, establecer los límites de lo que ella es capaz de acometer. Kant pretende haber completado la investigación metafísica, así como entiende que Aristóteles completó, en su oportunidad, la Lógica. A la vez, Kant pretende haber resuelto la disyuntiva entre el dogmatismo, en el que tendía a caer el racionalismo, y el escepticismo, que solía acompasar al empirismo. La metafísica caía en el dogmatismo, pues se proponía tareas que excedían sus límites. La propuesta kantiana es el racionalismo crítico, entendiendo por ello un racionalismo fundado previamente en un análisis crítico sobre los poderes y límites de la razón. En gran medida, la filosofía de Kant representa a la vez un importante esfuerzo por superar y conciliar tanto el dualismo filosófico, como las dos corrientes de pensamiento a que ello daba lugar. Al hacerlo, sin embargo, transfiere al interior de su concepción los propios términos de la oposición que pretende superar. Kant sustituye el dualismo cartesiano de la sustancia en un dualismo de tipos de experiencias: la experiencia del conocimiento, de la teoría, ligada a la razón pura, y la experiencia del comportamiento humano, de la moral y de la fe, ligada a la razón práctica. Teoría y práctica, conocimiento y acción, serán los términos de un dualismo corregido, pero aún no superado.

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COMTE: LA FILOSOFÍA POSITIVA3 N. Abbagnano y A. Visalbergui La filosofía de Saint-Simon sirve de punto de partida al verdadero fundador del positivismo, Auguste Comte. Nacido en Montpellier el 19 de enero de 1798, Comte estudió en la Escuela Politécnica de París y fue profesor de matemática. Amigo y colaborador de Saint­Simon, surgió como pensador independiente en 1822 con la obra Plano de los trabajos científicos necesarios para organizar a la sociedad. Su obra fundamental, el Curso de filosofía positiva, apareció en 1830-1842. Su amor por Clotilde de Vaux y, más tarde, la muerte de esta mujer, con la cual convivió varios años en perfecta armonía, acentuaron las tendencias místicas de su espíritu que se expresan en la obra Sistema de política positiva o tratado de sociología, que instituye la religión de la humanidad (1851-1854). Esta obra, al igual que las que la siguieron, pretende fundar una religión de la humanidad que habría de completar y llevar a su término la «revolución occidental», esto es, el desarrollo positivo de la civilización de Occidente. Comte preparó un catecismo de esta religión (Catecismo positivista, 1852) de la que se consideró el pontífice máximo. Falleció en París el 5 de septiembre de 1857. Para Comte, su descubrimiento fundamental y el verdadero punto de partida de su filosofía, es la ley de los tres estados, según la cual todas las ramas del conocimiento humano pasan por tres estados diferentes: el estado teológico o ficticio, el estado metafísico o abstracto y el estado científico o positivo. Estos tres estados representan tres métodos diversos de realizar la indagación humana y tres sistemas de concepción general. En el estado teológico, se indaga la naturaleza íntima de los seres y de las causas finales y se explican los hechos por la intervención directa y continua de agentes sobrenaturales, es decir, de un número más o menos grande de divinidades. También la autoridad política tiene su origen en la divinidad, de modo que a este estado le corresponde como forma de gobierno la monarquía. En el estado metafísico, la divinidad es sustituida por fuerzas abstractas, concebidas como capaces de generar los fenómenos observados, los cuales, por consiguiente, se explican asignando a cada uno de ellos la fuerza correspondiente (una fuerza química, vital, etc.). Este estado surge de la disolución del precedente, pero no crea ningún tipo nuevo de organización social. Es la época del individualismo y del egoísmo que, según Comte, se expresan en política mediante el principio de la soberanía popular. En el tercer estado, el positivo, el espíritu humano renuncia a buscar el origen y el destino del universo y las causas íntimas de los fenómenos y se limita a descubrir las leyes de los fenómenos mismos, es decir, de sus relaciones invariables de sucesión y semejanza. Por consiguiente, la ciencia positiva se limita a observar los hechos y a formular leyes, o 3

Historia de la pedagogía, México, Fondo de Cultura Económica. 1964

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sea, relaciones constantes entre los hechos mismos. Para Comte, el ejemplo más admirable de explicación positivista es la teoría de la gravitación de Newton, gracias a la cual ha sido posible abordar la inmensa variedad de los hechos astronómicos como un hecho solo, y unificar todos los fenómenos físicos. De estos tres estados o edades, la edad teológica corresponde a la infancia de la humanidad, la edad metafísica a la adolescencia y la edad positiva a la madurez. Esta evolución se observa no sólo en la historia de la humanidad, sino también en la de cada una de las ciencias, e incluso en los individuos: «¿Quién, al contemplar su propia historia no recuerda que, en lo que respecta a las nociones más importantes, ha sido sucesivamente teólogo en su infancia, metafísico en su juventud y físico en la edad viril?». Ahora bien, aunque varias ramas del conocimiento humano han llegado al estado positivo, no todas lo han hecho ni lo han hecho al mismo tiempo. Esto ha producido una situación de anarquía intelectual que constituye la crisis política y moral de la sociedad contemporánea. Las tres filosofías posibles, la teológica, la metafísica y la positiva siguen coexistiendo y provocando una situación incompatible con una organización social efectiva. El triunfo completo de la filosofía positiva, la única que puede resolver la crisis y dar principio a una organización social unificada, presupone que se haya determinado la tarea de cada ciencia y la jerarquía completa de todas ellas. Esto es, supone una enciclopedia de las ciencias que Comte bosqueja ordenando las ciencias conforme a una escala decreciente de sencillez y generalidad que, por otra parte, es también el orden histórico, merced al cual han entrado en el estado positivo. Por consiguiente, la enciclopedia de las ciencias está constituida por cinco ciencias fundamentales: Astronomía, Física, Química, Biología y Sociología (o Física Social). En la enciclopedia de las ciencias no figuran ni la Matemática ni la Psicología, si bien por razones opuestas: la Matemática es la base de todas las ciencias y por ello no tiene un lugar aparte; la Psicología no es una ciencia, porque se basa en una pretendida «observación interior» que es imposible, pues el individuo pensante no puede dividirse en dos, uno de los cuales razona mientras el otro lo observa razonar. Por lo tanto, objeto de esta pretendida ciencia no puede ser otra cosa que las funciones orgánicas, que son materia de la biología, o productos espirituales (lenguaje, arte, ciencia, moral, etc.), que son materia de la sociología. La Sociología es la criatura predilecta de Comte, la ciencia que a su inicio ha completado la enciclopedia de las ciencias. Comte la considera como Física Social, esto es, como aplicación a los hechos humanos del método empleado por las ciencias naturales. Comte la divide en Estática y Dinámica Social. La primera se basa en la idea de orden; la segunda, en la idea de progreso, es decir, del perfeccionamiento incesante de la humanidad a través de su historia. Este perfeccionamiento lo concibe Comte de la misma manera que Hegel, es decir, como racionalmente necesario.

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Comte: La doctrina de la ciencia La doctrina de la ciencia es la parte de la obra comteana que ha tenido la mayor resonancia en la filosofía, y la mayor eficacia, por lo que hace al desarrollo mismo de la ciencia. Al igual que Bacon y Descartes (a los cuales se declara ligado), Comte concibe la ciencia como enderezada esencialmente a establecer el dominio del hombre sobre a naturaleza. En general, el estudio de la naturaleza tiene por objeto servir como base racional a la acción del hombre sobre la naturaleza, pues «sólo el conocimiento de las leves y los fenómenos, cuyo resultado constante es consentir que podamos preverlos, puede conducimos evidentemente, en la vida activa, a modificarlos en sentido favorable para nosotros». El objetivo de la ciencia es formular leyes porque las leyes hacen posible la previsión y orientan la acción del hombre sobre la naturaleza: ciencia, esto es previsión; previsión, esto es, acción dice Comte. La observación de los hechos y la formulación de las leyes agotan la tarea de la ciencia. Pero la doctrina de Comte es más un racionalismo que un empirismo y hace más hincapié en la ley que en la observación de los hechos. La finalidad de esta última es posibilitar la formulación de las leyes. Las leyes permiten la previsión porque, una vez comprobada la condición que provoca la verificación de un hecho determinado, se puede prever la verificación del hecho mismo. Y la previsión le permite al hombre servirse de los hechos, aprovechados y ampliar su poderío sobre ellos. Tal debe ser el fin de la ciencia positiva, que es positiva en todos los sentidos posibles de la palabra: en cuanto le concierne la realidad, es decir, los hechos y, por consiguiente, lo que se sustrae a la duda y es en sí indudable; en cuanto que es útil a la vida individual y social del hombre y, por lo mismo, se halla en condiciones de organizar esta vida y sacada de la condición negativa de desorden en que la precipitó el estado precedente. La obra comteana está dirigida explícitamente a favorecer el advenimiento de una sociedad nueva que Comte llamó sociocracia, análoga y correspondiente a la teocracia fundada en la teología.

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EL POSITIVISMO LÓGICO DEL CÍRCULO DE VIENA Rafael Echeverría4 A comienzos de los años 20, un grupo de intelectuales vieneses se empieza a reunir semanalmente bajo el liderazgo de Moritz Schlick (1892-1936), recientemente nombrado profesor de filosofía de las ciencias inductivas en la Universidad de Viena. Entre ellos se incluían matemáticos, físicos, sociólogos, economistas, etc. El grupo, que desarrolló un fuerte sentido de misión e identidad, se autodenomino el Círculo de Viena. Su influencia se extendió luego por Europa y Estados Unidos, y sus concepciones fueron también conocidas bajo los nombres de empirismo lógico, empirismo científico y positivismo lógico. Sus miembros no eran ni escépticos, ni relativistas. Por el contrario se caracterizaban por una postura de confiada afirmación de la ciencia, desde la cual asumían una posición fuertemente antimetafísica y una tajante oposición contra todo lo que invocaba dimensiones sobrenaturales. Otro de sus rasgos era su profunda fe en el progreso. Sus miembros acusaban el impacto de los recientes desarrollos registrados en torno a la Teoría de la Relatividad, por Einstein y en relación al problema del éter, por Michelson y Morley. De allí que, cuando invocaban la ciencia, la Física era considerada como su expresión paradigmática. 1. El núcleo de la posición asumida por los positivistas lógicos era la común aceptación del llamado Principio de verificación. Este sostenía que el «significado de una proposición es su modo de verificación». Se entiende por modo de verificación la manera como se demuestra que ella es verdadera. Las proposiciones que no se apoyan en un modo efectivo de verificación, carecen de sentido. Ellas requieren ser verdaderas o falsas. Una proposición que carece de condiciones de verificación, no puede ser ni lo uno ni lo otro. Sólo las proposiciones empíricas son por lo tanto, auténticas proposiciones: sólo ellas pueden ser verificadas. Para los positivistas lógicos, las proposiciones matemáticas o lógicas son tautologías. Ellas pueden ser probadas (por referencia a otras proposiciones), no verificadas. Si son probadas, demuestran ser válidas. Las proposiciones filosóficas, en cambio, no son ni empíricas ni tautológicas: simplemente carecen de significado no pueden ser ni probadas, ni verificadas. Si pudieran ser probadas, no serían materia de discusión. La disputa sobre ellas se resolvería de una vez. Si pudieran ser verificadas, no serían filosofía, serían ciencia. 2. Un rasgo no menos importante del Círculo de Viena es su apoyo en el análisis lógico. Las discusiones que sus miembros emprenden se caracterizarán por su rigor lógico, por el propósito de eludir toda ambigüedad. Siguiendo la tradición inaugurada por la filosofía analítica, excluida del universo de las proposiciones significativas todas las 4

Rafael Echevarria, ob. cit. p. 185-191.

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proposiciones de existencia. Todo enunciado debía reducirse a sus unidades lógicas más simples, como exigencia de claridad. Para estos mismos efectos, recurrían también al cálculo preposicional. 3. Dentro del ideario sustentado por el positivismo lógico, hay que mencionar también la afirmación del supuesto de la unidad de la ciencia. La ciencia es una sola y tal unidad estaba garantizada por la validez para todo quehacer científico del método científico. La unidad de la ciencia se asegura por la unidad de su método, que es común a todas sus disciplinas particulares. Sin embargo, dentro de estas disciplinas particulares, a la Física se le asigna un papel especial, pues ella proporciona el lenguaje universal de la ciencia. La distinción entre disciplinas diferentes, pudiendo ser útil por motivos prácticos, no se justifica desde el punto de vista de diferenciaciones inherentes del conocimiento. En un sentido riguroso, no existiría diversos dominios y objetos científicos. A partir de las posiciones asumidas por los positivitas lógicos, se comprende el gran entusiasmo que muchos de ellos profesaron ante la publicación del Tractatus LogicusPhilosophicus de Wittgenstein. Esta obra parecía confirmar, desde una perspectiva sistemática, el principio de verificación que ellos proclamaban. Recordemos que Wittgenstein sostenía que las proposiciones elementales debían resolver empíricamente su valor de verdad. Ello evidentemente remitía a los modos de verificación. Les atraía, también, en Wittgenstein su rigor lógico su perspectiva analítica, su cálculo preposicional y la afirmación de que el lenguaje correctamente analizado es isomórfico con el mundo (supuesto de la similitud estructural del lenguaje con el mundo). En 1921, de hecho, se habían invitado a Wittgenstein, cuyas ideas comenzaban a conocerse, a varias reuniones del Círculo de Viena. Estas reuniones no dejaran satisfecho a Wittgenstein, quien reconocerá que los positivistas lógicos poseen temperamentos y estilos muy diferentes de los suyos. Wittgenstein quedaba con la sensación de que, en la apropiación que se hacía de su concepción, esta era simplificada en aspectos muy importantes. No, había entre los positivistas lógicos una mínima acogida a los problemas éticos que preocupaban a Wittgenstein y una vez que ellos aceptaban que tales problemas quedaban fuera de los límites de lo decible, afirmaban que lo indecible simplemente debía ignorarse. Para Wittgenstein, en cambio, lo inexpresable podía ser sentido e incluso comprendido. Su posición al respecto era vulnerable y el rechazo que sobre ella manifestaban los positivistas lógicos, no estaba exento de justificación. La influencia del Círculo de Viena será importante. Posteriormente, con el advenimiento del nazismo y, más adelante, con la II Guerra Mundial, muchos de sus miembros se verán obligados u optarán por emigrar y serán acogidos por diversas universidades norteamericanas o británicas. La influencia ya no se acogerá desde Viena, pero el positivismo lógico llegará a nuevos círculos. Entre sus figuras más destacadas pueden mencionarse a Otto Neurath (1882-1945) y Rudolf Carnap (1891-1970).

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Es importante mencionar, sin embargo, que el principio de verificación comienza, con el tiempo, a exhibir y acumular problemas. El reconocimiento de tales problemas resultará importante para reorientar la discusión sobre el conocimiento hacia nuevas direcciones. Uno de los problemas que se perciben apunta al hecho que si las proposiciones remiten a sus componentes elementales (que son siempre particulares concretos), pues en ellos reside su valor de verdad, se tiende a excluir a las leyes de la naturaleza. El fantasma del problema de la inducción planteado por Hume vuelve a hacerse presente. Ello implicaba que las leyes universales se transforman en frases que informan situaciones particulares, con lo que dejan de ser universales, o se las considera en su plena universalidad, con lo que se problematiza su relación con el mundo empírico. Esto último se traducía en transformar las leyes universales sólo en «direcciones para la construcción de proposiciones» (en un horizonte para la ciencia). A partir de estos primeros problemas, los positivistas lógicos, introducen un principio correctivo, un principio de tolerancia. A través de él afirman: «no corresponde establecer prohibiciones, sino alcanzar convenciones». De la misma manera, pronto se reconoce que, para las ciencias, no existe un lenguaje básico. Ello abre la posibilidad de diversos lenguajes que pueden ser, según el caso, más menos «expeditos». La ciencia, por lo tanto, no solo está sometida a convenciones, sino también a exigencias de conveniencia. Ello no implica dejar de exigir que cada uno de los lenguajes científicos deba estar lógicamente fundado. El lenguaje de la ciencia no es el lenguaje ordinario. Ello abre una importante reorientación en las posiciones de los positivistas lógicos, que comienzan a preocuparse de manera especial por las reglas de las sintaxis, insistiéndose en que el lenguaje está formado por palabras, no por objetos. De esta manera, adoptando una posición nominalista, no hay que suponer la existencia de universales. Se trata, por lo tanto, de transferir el énfasis del modo de lenguaje material al formal. Así, se define que hay palabras objetos, palabras, números, palabras-propiedades, etc. Desde esta perspectiva, se vuelve al principio de verificación. Se descubre que toda verificación se realiza siempre por referencia a otras proposiciones que, a su vez, exigen de otras y éstas de otras, y así sucesivamente. Si, por otro lado, se acepta que es el significado de la proposición lo que requiere ser verificado, se debe concluir que significado y modo de verificación no pueden ser lo mismo. Por ultimo, cabe mencionar que, al preguntarse por el status del Principio de verificación, se generan nuevos problemas que comprometen su validez. Según el planteamiento de los positivistas lógicos, las proposiciones pueden ser tautologías o hipótesis empíricas. Cabe entonces preguntarse, a cuál de ellas pertenece el principio de verificación. Ninguna de las respuestas posibles satisface a los positivistas lógicos. Si se responde que se trata de una tautología, se debe concluir en que el principio no dice nada acerca del mundo y resulta irrelevante como exigencia para determinar el significado. Si se responde que se trata de una hipótesis empírica, significa que el

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principio de verificación requiere de su propia verificación, lo que evidentemente resulta problemático. En efecto, ¿cómo podemos determinar que el Principio de verificación es verdadero? y ¿cuál es su modo de verificación? Todos estos problemas terminan socavando los cimientos del positivismo lógico.

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KARL POPPER Rafael Echeverría5 Karl. Popper, nacido a comienzos de siglo, en 1902, es el más influyente filósofo de la ciencia del siglo XX. Fundador de una importante escuela del pensamiento, sus concepciones se impondrán de manera preponderante en la forma cómo los científicos darán cuenta de su quehacer específico. A partir de Popper, una parte importante de la comunidad científica entenderá que hacer ciencia consiste en lo que Popper entiende por actividad científica. La importancia de Popper reside también en el hecho de que gran parte de sus concepciones alternativas sobre la teoría de la ciencia arrancan los problemas planteados por él o suscitados por sus posiciones. Popper nace en Viena. Ello le permitió tener contacto con las actividades y los miembros del Círculo de Viena, al punto que su primer libro, La lógica de la investigación científica (1934), apareció (en la serie de publicaciones del Círculo. Aunque Popper se verá atraído por la actitud «científica» de los positivistas lógicos, va a diferir fuertemente de ellos en cuestiones fundamentales. Popper se opondrá al criterio de verificación defendido por los positivistas lógicos como, asimismo, a la condición establecida por éstos entre verificación y significado. En 1935, y como consecuencia del clima de hostilidades antisemitas que se desarrolla en Austria antes de la guerra, Popper emigra a Inglaterra y luego, en 1937, a Nueva Zelandia, donde ejerce actividades universitarias hasta 1945. Regresa a Inglaterra, y desde 1949 enseña en el London School of Economics de la Universidad de Londres. Cabe destacar la fuerte amistad y la gran afinidad de ideas que, en múltiples planos, Popper mantiene con el eminente economista austriaco Friedrich A. Von Hayek (18891992). Formado en la tradición de la Escuela económica austriaca, Hayek había emigrado a Inglaterra en 1931, donde asume, hasta 1950, una cátedra en el London School of Economics. Es gracias a las gestiones de Hayek que Popper logra abandonar Austria. Fuente significativa de inspiración de las posiciones de Popper será la contribución de Einstein y el nuevo escenario que se configura al interior de las ciencias físicas. Pero no sólo tendrá una importante influencia en Popper la contribución sustantiva de Einstein, sino también la posición adoptada por éste en relación al carácter del quehacer científico y la escasa importancia que le confiere a la forma como la ciencia deba iniciarse y, por tanto, a su punto de partida. Entre las obras principales de Popper cabe destacar La lógica de la investigación científica (1959), La Sociedad abierta y sus enemigos (1945), La miseria del historicismo (1944-45), El desarrollo del conocimiento científico: Conjeturas y refutaciones (*1962) y Conocimiento objetivo: un enfoque evolucionista (1972). 5

Rafael Echevarría, ob. cit., p. 193-203

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1. El método científico A partir de la contribución científica de Einstein, Popper vuelve a plantearse el viejo problema de la inducción presentado por Hume. Es más, una de las reivindicaciones importantes de Popper es el haberle resuelto en forma clara y definitiva. Recordemos que el problema de la inducción consistía en afirmar la imposibilidad de fundar leyes generales y universales a partir de la acumulación de observaciones y, por lo tanto, mediante el procedimiento de la inducción. Ningún número de observaciones particulares permiten, según Hume, obtener como conclusión una proposición universal. Aunque constatemos que el Sol se levanta todos los días, no podemos concluir que el Sol se levantará necesariamente al día siguiente de nuestra última observación. Nada impide que una observación futura contradiga lo que han constatado todas las observaciones paralelas. Según Hume, la conclusión universal es el resultado de una expectativa psicológica, avalada por la conveniencia práctica de hacerla. Pero no podemos afirmar que tal conclusión universal sea verdadera. Popper concuerda con Hume. Está de acuerdo en que no hay nada que nos permita eludir el hecho de que la experiencia no es capaz de asegurarnos la verdad; nada, por lo tanto, que nos permita funcionar empíricamente la verdad. Popper estima, sin embargo, que no todo está perdido y que lo empírico puede proporcionamos una determinada e importante certeza. Su argumento descansa en el reconocimiento de lo que llama una «asimetría lógica» entre verificación y falsabilidad. Popper señala: que si bien ningún número de observaciones nos permite alcanzar una proposición universal y, por lo tanto, ellas no nos permiten verificar proposición, basta con una observación que señale lo contrario para concluir (no que la realidad es dialéctica sino) que tal proposición es falsa. Lo falso es lo único que puede aspirar a la verdad. Con este argumento, Popper se distancia definitivamente de los positivistas lógicos y declara, con Hume, la imposibilidad del principio de verificación empírica. Pero, a la vez, Popper acomete una importante inversión en relación con el problema de la inducción. Éste surge por cuanto colocamos a lo empírico como punto de partida de nuestro conocimiento; porque pretendemos que lo que la ciencia afirma se encuentra empíricamente fundado. Ello, según Popper, evidentemente no es posible. Las proposiciones universales de la ciencia, y que la ciencia sin duda las hace, no se fundan en lo empírico, ni pueden fundarse en ello. Popper sostiene que la ciencia parte de proposiciones universales, sin que haya que cuestionarse de donde provienen tales proposiciones. Eso no interesa. Da exactamente lo mismo cual es su origen. No se trata de, ni pueden ser, proposiciones fundadas. El

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que una proposición pueda haber surgido de un sueño, por ejemplo, en una proposición científica. Recordemos, por lo demás, que Kekulé resuelve el problema de la estructura de la molécula del benceno como resultado de un sueño luego de una noche de borrachera. Lo que sí importa, en cambio, es el papel de la observación en relación a una proposición de este tipo. Lo que interesa es el hecho de que tal proposición universal sea o no falsada por la observación empírica. Con respecto a la falsabilidad, Popper distingue entre dos situaciones diferentes: una que involucra un aspecto lógico y otra que compromete un aspecto metodológico. Desde un punto de vista lógico, una ley científica puede ser falsada, pero no puede ser verificada. Desde un punto de vista metodológico, una proposición siempre puede ser puesta en duda, como también puede dudarse de las implicancias metodológicas de una determinada observación. Así, por ejemplo, pueden existir errores en la observación. De la argumentación ofrecida por Popper, resulta, por lo tanto, que la idea generalizada de que las ciencias son cuerpos de hechos demostrados, establecidos o verdaderos, es falsa. Nada en la ciencia es permanente e inalterable. Es más, la ciencia cambia todo el tiempo, pero no lo hace mediante la acumulación de certidumbres. La ciencia representa, según Popper, « lo mejor de nuestro conocimiento» y para los efectos prácticos puede asumirse provisionalmente como verdadera por cuanto ella representa la posición menos insegura. Pero no puede perderse de vista el hecho de que, en cualquier momento, la experiencia puede demostrarla falsa. Para Popper, en consecuencia, la verdad no se alcanza jamás, aunque tengamos elementos para afirmar que estamos más cerca de ella. El quehacer científico, por lo tanto no consiste en probar la verdad de algo. Por el contrario, consiste en tratar incesantemente de probar que ese algo es falso, o que no logramos probar que ello sea falso. Las afirmaciones científicas están respaldadas por las observaciones hasta entonces conducidas y exhiben una mayor capacidad predictiva que cualquier alternativa conocida. No obstante, ello no impide que puedan ser sustituidas por una teoría mejor. Si la teoría de Newton no es un cuerpo de verdades sobre el mundo, derivadas inductivamente de la realidad por el hombre, ¿de dónde proviene? De Newton, responde Popper. Se trata de un conjunto de hipótesis construidas por Newton, que se adecuaban a «todos los hechos conocidos en esa época. De ellas, los científicos procedieron a deducir consecuencias, hasta que alcanzaron dificultades insuperables. La creación científica representa, según Popper, uno de los logros más sorprendentes de la mente humana. Pero ella no es libre, de la manera como puede serlo la creación artística. Tiene que sobrevivir una confrontación permanente con la experiencia. A Popper no le interesa la psicología de los practicantes de la ciencia. No le interesa qué hechos pudieron conducir a Newton a levantar sus hipótesis. Lo que le importa, en cambio, es la lógica y la historia de la ciencia como cuerpos impersonales de conocimiento.

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Cuando un científico publica una teoría, lo que interesa a la ciencia no son los problemas relacionados con su subjetividad, sino con la objetividad de tal teoría. Al respecto es posible hacer tres afirmaciones: Primero, la forma como el científico llegó a esa teoría no tiene ningún interés para su status lógico o científico. Segundo, las observaciones y experimentos no son los que generan la teoría, sino que son, por el contrario, derivados de ella. Están diseñados para testearla, para probarla (no para comprobarla). Tercero, la inducción queda fuera del quehacer científico. El problema de la inducción de Hume. no es problema: no hay inducción. No la hay, en el sentido de que nuestras proposiciones generales y universales no requieren de la inducción para ser afirmadas. La idea general de que pensamos desde los hechos para llegar a las ideas (de la observación a la teoría) es equivocada y requiere ser reemplazada. La inducción es un concepto del cual se debe prescindir: no existe. La teoría es inventada. Es más, la observación no es previa a la teoría, en la medida en que se presupone la teoría en cualquier observación. No entender lo anterior representa para Popper el principal defecto de la tradición empirista.

2. El criterio de demarcación de la ciencia Es importante dentro de lo que se propone Popper, poder establecer con claridad lo que distingue la ciencia de la no ciencia. Este problema es el que Popper denomina el criterio de demarcación de la ciencia. De acuerdo a lo señalado, es evidente que ya no sirve el criterio tradicional, que apuntaba a la inducción como aquello específico de la ciencia. Según el punto de vista tradicional, se considera también que lo que los científicos buscan son proposiciones sobre el mundo que tengan el máximo grado de probabilidad, dada la evidencia disponible. Popper también se opondrá a ello. Considérese la proposición «lloverá». Su probabilidad de que ocurra, alguna vez, es máxima porque su contenido informativo es mínimo. Las tautologías según Popper, son proposiciones de contenido informativo mínimo (O) y de probabilidad máxima (1). Las proposiciones que interesan a la ciencia son aquellas con un alto contenido informativo. A mayor contenido informativo, mayor es la probabilidad de que ella pueda ser falsa. Lo que interesa son proposiciones de alto contenido informativo y baja probabilidad porque en la medida que son altamente falsables, son altamente contrastables (tested) Un contenido informativo que está en proporción inversa a su probabilidad, está en proporción directa a su contrastabilidad (testability). La baja probabilidad que tales proposiciones poseen apunta al «hecho, aceptado por Popper, de que la ciencia penetra las apariencias, las cuestiona, y revela un orden no directamente perceptible un mundo de entidades no observadas y de fuerzas invisibles; ello es lo que ha acontecido, por ejemplo, con las teorías que no hablan de las células, de las ondas, de partículas, átomos, etc. Este mismo reconocimiento llevaba a Hegel y a Marx a un planteamiento radicalmente diferente.

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Las hipótesis científicas, por lo tanto, se presentan tendiendo a ser más bien falsas que verdaderas. La creencia equivocada de que la ciencia conduce a la certidumbre de una explicación definitiva, conlleva e implica que es un delito científico grave el publicar alguna hipótesis que sea falsada. Ello ha traído consigo, según Popper, el que los científicos se resistan a admitir la falsabilidad de sus hipótesis y se desgasten muchas veces en defender lo indefendible. Para Popper, en cambio, la falsabilidad es el destino anticipado e ineludible de todas las hipótesis. Todas las hipótesis terminan siendo sustituidas por nuevas hipótesis de mayor capacidad explicativa. Una teoría, según Popper, debe: 1) proporcionar una solución a un problema de interés, 2) ser compatible con las observaciones registradas, y 3) contener las teorías anteriores como primeras aproximaciones, contradiciéndolas en sus puntos de fracaso y dando cuenta de tales fracasos. Si en una determinada situación-problema se ofrecen diferentes teorías que cumplen con estas condiciones, es necesario poder decidir entre ellas. El procedimiento que debe utilizarse es el de deducir de cada una de ellas aquellas proposiciones contrastables que las diferencian. Si las proposiciones deducidas son contrastadas con éxito (sin que logremos probarlas falsas), deberíamos inclinamos por aquella teoría con mayor contenido informativo. Ello nos hace decidir por la teoría con un mayor grado de corroboración. Para Popper, es condición de la ciencia que la formulación de sus teorías sea lo más directa posible, de tal manera de poder exponerlas con la menor ambigüedad a la refutación. En su nivel metodológico, no se debe evadir sistemáticamente la refutación a través de la reformulación constante de la teoría o del examen de las evidencias, procurando evitar la refutación de la teoría. Este ha sido, según Popper, el recurso permanente tanto del marxismo como del psicoanálisis. En ambos casos, se elude sistemáticamente la exigencia de la refutación, a través de una permanente readecuación de la teoría. Ellas sustituyen el dogmatismo por la ciencia, a la vez que siguen proclamándose como científicas. Una teoría científica no es la que explica todo lo que es posible que pase. Por el contrario, ella excluye gran parte del campo de lo posible y, por lo tanto, ella queda excluida si lo que se excluye sucede. Esto permite concluir que una teoría genuinamente científica se coloca a sí misma permanentemente en peligro, se expone a una situación de alto riesgo de ser probada falsa. La falsabilidad es, para Popper, el criterio de demarcación entre la ciencia y la no ciencia. Si todas las situaciones posibles tienen cabida en una determinada teoría, entonces ninguna situación posible puede ser invocada para respaldarla, para ser considerada como evidencia en un favor. En tal caso, no hay diferencia observable entre el hecho

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de que ella pueda ser invocada como válida o falsa. Por lo tanto, tal teoría no entrega información científica. Sólo si existe la posibilidad de que alguna observación la refute, ella es contrastable (testable), y sólo si es contrastable, ella es científica. Popper se impresionó fuertemente por la forma como la Teoría de la Relatividad se exponía a la refutación, prediciendo eventos observables que nadie se hubiese imaginado que podían ocurrir. Recordemos el episodio de las predicciones sobre la posición de las estrellas efectuadas por Einstein y corroboradas por las observaciones de Eddington en 1919. Esta situación contrastaba, por ejemplo, con las teorías de Freud para las cuales, según Popper, ninguna observación podía contradecirlas. Una vez que ellas se encontraban con una observación que ponía en duda lo afirmado por la teoría, se desarrollaba una nueva variante explicativa para asimilar cualquier observación amenazante. Esta capacidad de explicarlo todo, que para muchos representa el factor que hace más atractivas estas teorías, era precisamente lo que tenían de más débil y ponían de manifiesto el hecho de que algo funcionaba mal en relación a su cualidad de teorías científicas. El caso del marxismo era algo diferente. De él podían desprenderse varias predicciones falsables. El problema residía en que un número considerable de tales predicciones habían demostrado ser falsas, no obstante lo cual, los marxistas, según Popper, se negaban una y otra vez a aceptar las consecuencias y procedían a una reformulación constante de la teoría (en el mejor de los casos) a manera de eludir cualquier posible refutación. El atractivo psicológico de estas teorías reside en su habilidad para explicarlo todo. Ello concede a quienes las aceptan, la falsa idea de dominio intelectual y un considerable sentido emocional de orientación segura en el mundo. No importa lo que pase, todo lo confirma. Según Popper, un marxista no logra abrir el diario sin sentir que cada página confirma su interpretación de la historia. Ya sea debido a lo que el diario dice, por la particular forma como lo dice, por lo que no dice, etc. Lo anterior no significa que necesariamente todo lo que estas teorías sostienen sea inútil o que no tenga sentido. La demarcación propuesta por Popper no es entre el sentido y el sinsentido, sino entre la ciencia y la no ciencia. En este último campo, Popper sitúa a la metafísica. Sin embargo, ello no significa que se pueda prescindir de la metafísica. Popper cree, por ejemplo, en las regularidades de la naturaleza y tal afirmación no puede ser refutada.

3. La estructura del quehacer científico La concepción tradicional, sostiene Popper, considera que la actividad científica pasa, de manera sucesiva, por las siguientes fases:

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l. Observación y experimento. 2. Generalización inductiva. 3. Construcción de hipótesis. 4. Intento de verificación de las hipótesis. 5. Prueba o rechazo. 6. Conocimiento. Para Popper, la estructura efectiva es la siguiente: 1. Problemas. 2. Solución propuesta: nueva teoría. 3. Deducción de proposiciones contrastables (testable) de la nueva teoría. 4. Tests: intentos de refutación a través de la observación y el experimento, entre otros. 5. Preferencia entre teorías que compiten entre sí. Esta misma estructura puede simplificarse, de manera que el desarrollo científico se revela apegado al siguiente patrón: Donde: P:

Problema inicial

SE:

Solución por ensayo

EE:

Eliminación por error

P:

Nuevos problemas

Las instancias básicas del quehacer científico son la existencia de problemas, el ensayo y el error. En último término, lo que la ciencia realiza no es sino la aplicación de manera sistemática del antiguo método de ensayo y error. Ello, sobre el trasfondo de problemas que requieren ser resueltos. La humanidad tiende a la solución de problemas y el primero de todos ellos es el de la sobrevivencia. Popper insiste en la importancia de reconocer la existencia de los problemas. Siempre las teorías remiten a problemas. De allí que toda teoría, o incluso toda filosofía, debe procurar ser entendida a la luz de los problemas que pretende resolver. Ello se contrapone a aquellos intentos que procuran saber qué se dice, sin preocuparse por saber por qué se lo dice. Ninguna teoría, sostiene Popper, parte de cero. Siempre heredamos un campo de problemas y soluciones. En relación con esta posición, cabe notar que Popper se acercará, como se apreciará más adelante a algunas de las afirmaciones centrales de la filosofía heideggeriana.

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Para Popper, el conocimiento científico es objetivo y forma parte de lo que llama un Mundo 3. Es diferente del mundo externo de las cosas (Mundo 1) y es también distinto del mundo subjetivo y privado de la mente (Mundo 2). El conocimiento científico es de dominio público. Es evidente que la concepción de Popper sobre el quehacer científico le genera algunos problemas con el dualismo. La ciencia, según su opinión, no encuentra una caracterización adecuada ni en uno ni en otro de los términos del dualismo. La solución planteada por Popper consiste, sin embargo, en inventarle a la ciencia su propio mundo: un mundo tercero. Ello no involucra, sin embargo, una superación efectiva de la matriz dual. La solución de Popper sólo la elude. La filosofía popperiana no se limita a los problemas relacionados con el quehacer científico. A partir de ellos, Popper desarrollará también una concepción sobre la sociedad, la historia y el carácter de los cambios sociales. Popper será un apasionado defensor de una concepción liberal a partir de la cual aboga por lo que llama una «sociedad abierta, fundada en la libertad, la tolerancia y la democracia. De la misma manera, será un fuerte detractor de las concepciones «historicistas», que afirman la posibilidad de la predicción histórica, del detectar leyes, patrones o tendencias del desarrollo histórico y, por lo tanto, conciben la posibilidad de develar el «sentido» de la historia. Popper rechaza tales pretensiones. Popper es un declarado indeterminista. Cree que el cambio en la historia es el resultado de nuestros múltiples intentos por resolver nuestros problemas, los que involucran la imaginación, nuestra capacidad de escoger, la suerte, etc. El futuro estará determinado por lo que serán nuestros nuevos descubrimientos y conocimientos. Pues bien, señala Popper, no podemos predecir nuestros conocimientos futuros. Si pudiéramos hacerlo, ya dispondríamos de ellos en el presente y no serían conocimientos o descubrimientos futuros.

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LA EPISTEMOLOGÍA POSTPOPPERIANA6 Giovanni Reale y Dario Antiseri

1. Thomas S. Kuhn y la Estructura de las Revoluciones Científicas 1.1. Paradigmas, ciencia normal y anomalías Junto con Imre Lakatos, Paul K. Feyerabend y Larry Laudan; Thomas S. Kuhn forma parte de aquel grupo de conocidos epistemólogos postpopperianos que han desarrollado sus teorías epistemológicas en un contacto cada vez más estrecho con la historia de la ciencia. En 1963, Kuhn publicó el libro La estructura de las revoluciones científicas, donde afirma que la «comunidad científica se construye a través de la aceptación de teorías», que Kuhn denomina «paradigmas». Escribe: «Con este término quiero indicar conquistas científicas universalmente aceptadas, que durante un tiempo determinado brindan un modelo de problemas y soluciones aceptables a aquellos que trabajan en un campo de investigaciones». Kuhn, en realidad, utiliza el término «paradigma» en más de un sentido. Sin embargo, él mismo se encarga de especificar que la función del paradigma –que hoy asumen los manuales científicos, por medio de los cuales se inicia al joven estudiante en la comunidad científica– en el pasado era asumida por los clásicos de la ciencia. Por ejemplo, la Física de Aristóteles, el Almagesto de Ptolomeo, los Principia y la Óptica de Newton, la Electricidad de Franklin, la Química de Lavoisier o la Geología de Lyell. Por eso, la astronomía ptolomeica (o la copernicana), la dinámica aristotélica (o la newtoniana) constituyen paradigmas, al igual que el fijismo de Linneo, la teoría de la evaluación de Darwin o la teoría de la relatividad de Einstein. Una comunidad religiosa se reconoce a través de los dogmas específicos en los que cree, y un partido político reúne sus miembros en torno a finalidades y valores específicos. Del mismo modo una teoría paradigmática es la que instituye una determinad comunidad científica que, en virtud de los supuestos paradigmáticos, y en su interior, llevará a cabo lo que Kuhn denomina «ciencia normal». Ésta representa «un laborioso y dedicado intento de obligar a que la naturaleza entre dentro de las casillas conceptuales suministradas por la educación profesional». la ciencia normal significa «una investigación fundamentada de manera estable sobre uno o más resultados alcanzados por la ciencia del pasado, a los cuales, durante determinado período de tiempo, una comunidad científica en particular reconoce la capacidad de constituir el fundamento de su praxis ulterior». Esta praxis ulterior –la ciencia normal– consiste en tratar de llevar a cabo las promesas del paradigma determinando, cuáles son los hechos relevantes (para el paradigma), confrontando, por ejemplo, a través de mediciones cada vez más exactas los hechos con la teoría, articulando los conceptos de éstas y extendiendo sus campos de aplicación. Hacer ciencia normal quiere decir resolver rompecabezas (puzzles), es decir, problemas definidos por el paradigma, que surgen y regresan a él. 6

Historia del pensamiento filosófico y científico, Ed. Herder, Barcelona, 1983.

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Por eso, el fracaso en la solución de un rompecabezas no se considera como un fracaso del paradigma, sino, más bien, como un fracaso del investigador que no ha sabido resolver una cuestión para la cual el paradigma afirma (y promete) que hay una solución. Es una situación análoga a la del jugador de ajedrez: cuando éste no sabe resolver un problema y pierde la partida, la causa es que no ha jugado bien y no que las reglas del ajedrez no funcionan. Por lo tanto, la ciencia normal es acumulativa (se construyen instrumentos más potentes, se efectúan mediciones más exactas, se amplía la teoría a otros terrenos, etc.) y el científico normal no busca la novedad. Sin embargo la novedad tendrá que aparecer necesariamente. El motivo es que la articulación teórica y empírica del paradigma aumenta el contenido informativo de la teoría y, por lo tanto, la expone al riesgo de verse desmentida (cuanto más se diga, mas riesgo hay de equivocarse: quien no dice nada, nunca se equivoca; si se dice poco, hay poco riesgo de cometer errores). Todo esto explica aquellas anomalías que, en un momento determinado, debe afrontar la comunidad científica y que, resistiéndose a los asaltos reiterados de las suposiciones paradigmáticas, provocan la crisis del paradigma. Junto con ésta, da comienzo un periodo de ciencia extraordinaria: el paradigma queda sometido a un proceso de desenfoque, se ponen en tela de juicio los dogmas y, por consiguiente, pierden rigor las reglas que gobiernan la investigación normal. En resumen, ante las anomalías, los científicos pierden la confianza en aquella teoría que antes habían abrazado. La perdida de un sólido punto de partida se pone de manifiesto en el recurso a la discusión filosófica sobre los fundamentos y sobre la metodología. Estos son los síntomas de la crisis, que deja de existir cuando del crisol representado por aquel periodo desenfrenado de búsqueda, que es la ciencia (extraordinaria), logra surgir un nuevo paradigma sobre el cual volverá «a articularse la ciencia normal, la cual a su vez y después de un período de tiempo que quizás resulte bastante largo, llevará a nuevas anomalías, y así sucesivamente».

1.2. Las revoluciones científicas Kuhn describe el pasaje a un nuevo paradigma (desde la astronomía ptolemaica a la copernicana, por ejemplo) como una reorientación «gestálica»: al abrazar un nuevo paradigma, la comunidad científica maneja la misma cantidad de datos que antes, pero los coloca en una relación diferente a la anterior. Además, según Kuhn, el pasaje de uno a otro paradigma es lo que caracteriza a una revolución científica. Sin embargo, uno de los problemas mas acuciantes planteados por Kuhn es el siguiente: ¿Se produce por motivos racionales, o no? Kuhn sostiene que «paradigmas sucesivos nos dicen cosas diferentes sobre los objetos que pueblan el universo y sobre el comportamiento de tales objetos». Justamente porque se trata de un pasaje entre factores inconmensurables, el pasaje de un paradigma a otro opuesto no puede efectuarse paso a paso ni ser impuesto por la lógica o por una

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experiencia neutral. Al igual que la reorientación «gestálica», debe realizarse de una sola vez (aunque no en un instante) o no se realizará en absoluto». Quizás tenga razón Max Planck, que en su Autobiografía observa con tristeza que «una nueva verdad científica no triunfa convenciendo a sus opositores y haciéndoles ver la luz, sino más bien porque sus opositores acaban por morir, y crece una nueva generación habituada a aquella». En realidad, Kuhn afirma que «el traspaso de una confianza de un paradigma a otro es una experiencia de conversión que no puede ser impuesta por la fuerza». ¿Por qué tiene lugar esta experiencia de conversión y sobre qué fundamentos? «los científicos individuales aceptan un nuevo paradigma por toda clase de razones y con frecuencia por muchas razones al mismo tiempo. Alguna de estas razones –por ejemplo, el culto al sol que contribuyó a convertir a Kepler al copernicanismo– se hallan fuera, por completo, de la esfera de la ciencia. Otras razones pueden depender de idiosincrasias autobiográficas y personales. Incluso la nacionalidad o la reputación previa del innovador y de sus maestros puede a veces desempeñar una importante función. Probablemente la pretensión más importante que formulan los defensores de un nuevo paradigma es la de que puede resolver aquellos problemas que han puesto en crisis el viejo paradigma. Tal pretensión, cuando pueden formularse de modo legítimo, a menudo constituye el más eficaz de los argumentos a su favor. Además hay que tener en cuenta que, a veces, la aceptación de un nuevo paradigma no se debe al hecho de que resuelva los problemas que el viejo paradigma no logra solucionar, sino a promesas que se realizan en otros campos. Puede haber incluso razones estéticas que induzcan a que un científico o un grupo de científicos acepten un paradigma. Sin embargo, afirma Kuhn: «en los debates sobre los paradigmas no se discuten en realidad las capacidades relativas para solucionar los problemas, aunque hayan buenas razones para emplear, por lo general, términos que se refieren a ellas. En cambio, el punto que se discute consiste en decidir cual es el paradigma que debe guiar la investigación en el futuro, acerca de problemas, muchos de los cuales ninguno de los dos competidores puede aspirar a solucionar por completo. Es preciso decidirse entre formas alternativas de llevar a cabo la actividad científica y en tales circunstancias, una decisión de este tipo debe basarse más en las promesas de futuro que en las conquistas pasadas. Quien abraza un nuevo paradigma desde el comienzo, a menudo lo hace dejando a un lado las pruebas proporcionadas por la solución de problemas. Debe confiar en que el nuevo paradigma logrará resolver en el futuro los muchos y vastos problemas que se le planteen, sabiendo únicamente que el viejo paradigma no ha logrado solucionar algunos. Una decisión de este género puede tomarse con base en la fe». Por eso, para que un paradigma pueda triunfar, debe conquistar, primero, (a veces gracias a consideraciones personales o consideraciones estéticas tácitas) «a algunos defensores que lo desarrollen hasta que llegue a un punto en el que llegue a producirse y multiplicarse numerosas y sólidas argumentaciones. Pero incluso éstas, cuando existen, no son individualmente decisivas. Puesto que los científicos son hombres razonables, una u otra argumentación acabará por persuadir a muchos. Pero no existe argumentación alguna que, por su cuenta, pueda o deba persuadirlos a todos.

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Lo que ocurre no es una única conversión en grupo, sino un desplazamiento progresivo en la distribución de la confianza de los especialistas».

1.3. El desarrollo teleológico de la ciencia Ahora bien, ¿el pasaje de un paradigma a otro, implica un progreso?... El problema es complejo. De todas maneras, «es únicamente durante los períodos de ciencia ‘normal’ cuando el progreso parece evidente y seguro». En cambio «durante los períodos de revolución, cuando las doctrinas fundamentales de un ámbito se hallan todavía en discusión con frecuencia se exponen dudas sobre la posibilidad de que continúe el progreso si se adopta uno u otro de los paradigmas que se enfrentan». Sin duda, una vez que se haya afirmado un paradigma sus defensores lo consideran como un progreso. Kuhn, empero, se pregunta: ¿progreso hacia qué? Según él, el proceso que tiene lugar al evolucionar la ciencia es un proceso de evaluación a partir de estadios primitivos, pero esto no significa que dicho proceso lleve la búsqueda cada vez más cerca de la verdad, o al menos, hacia algún sitio. ¿Es necesario, se pregunta Kuhn, que exista tal objetivo? ¿No será posible acaso dar cuenta de la existencia de la ciencia y de su éxito en términos de evolución a partir de un estado de los conocimientos poseídos por la comunidad en cada período determinado tiempo? ¿Sirve realmente de ayuda el imaginar que existe una completa, objetiva y verdadera explicación de la naturaleza y que la medida adecuada de la conquista científica es la medida en que ésta se aproxima a aquel objetivo final? Si aprendemos a subsistir, la evolución hacia aquello que queremos conocer por evolución, a partir de lo que ya conocemos en el transcurso de dicho proceso, pueden desaparecer gran número de problemas inquietantes. Al igual que en la evolución biológica, en la evolución de la ciencia nos hallamos ante un proceso que se desarrolla de manera constante a partir de estadios primitivos, pero que no tiende hacia ningún objetivo.

2. Imre Lakatos y la Metodología de los Programas de Investigación Científica 2.1. Tres tipos de falsacionismo Las ideas de Kuhn sobre el desarrollo de la ciencia han sido objeto de numerosas críticas. Popper, por ejemplo, en el escrito La ciencia normal y sus peligros (1966) ha puesto de relieve que la ciencia normal, en el sentido de Kuhn, existe realmente; pero «es la actividad del profesional no revolucionario o, con más precisión, no demasiado crítico, del cultivador de disciplinas científicas que acepta el dogma predominante en su época, no quiere ponerlo en discusión y acepta una nueva teoría revolucionaria sólo si casi todos los demás se hallan dispuestos a admitirla, es decir, si se convierte el modelo por una especie de arrebatador consenso universal». Debido a ello, en opinión de Popper, el científico normal está mal educado; ha sido educado en un espíritu dogmático, es

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víctima del adoctrinamiento; es una persona a la que habría que compadecer. Además, según Popper, la tesis de la imposibilidad de comparar entre los paradigmas es un mito que en nuestro tiempo constituye el baluarte del irracionalismo. Popper, ante la tesis de la Incomparabilidad de Kuhn, afirma que ésta exagera una dificultad, transformándola en una imposibilidad. Por último, siempre a criterio de Popper, el esquema propuesto por Kuhn puede servir para desarrollar la astronomía, pero no se ajusta a la evolución de la teoría de la materia o de la ciencia biológica, por ejemplo, a partir Darwin y de Pasteur. En relación con el problema de la materia, más en particular, ha estado en competencia desde la antigüedad: teorías de continuidad, la atomista y las que trataban de conciliar ambas tendencias. Otra crítica a las ideas de Kuhn es la que formula el epistemólogo John Watkins, sucesor de Popper en la London School of Economics and Polítical Science, quien reprocha a Kuhn que conciba la comunidad de los científicos como una secta religiosa y no como una vivaz, aunque ordenada (por las reglas del método) república de hombres de ciencia. También Imre Lakatos se declara en contra de la idea de un paradigma que domine de manera casi teológica la comunidad científica y en contra de la idea de que el desarrollo de la ciencia debería avanzar mediante sucesivas catástrofes. La noción fundamental en la imagen de la ciencia que propone Lakatos es que la ciencia es, ha sido y tiene que ser una competencia entre programas rivales de investigación. Según Lakatos, esta idea caracteriza el falsacionismo metodológico sofisticado, concepción que Lakatos desarrolla siguiendo las huellas de Popper. El falsacionismo dogmático consiste en la idea según la cual la ciencia se desarrolla a través de conjeturas audaces y de falsaciones infalibles. Sin embargo, señala Lakatos, tal idea de Popper está equivocada. Equivocada, porque la base empírica de la ciencia (es decir, los protocolos, las proposiciones de observación) no es algo cierto, que permita falsaciones infalibles o incontrovertibles: nuestras falsaciones también pueden estar equivocadas. Esto lo atestiguan tanto la lógica como la historia de la ciencia. Por su parte, el falsacionismo metodológico ingenuo corrige el error de los falsacionista dogmáticos y sostiene (como Popper ya había puesto de manifiesto en La lógica del descubrimiento científico) que la base empírica de la ciencia no es infalible y que tampoco son incontrovertibles aquellas hipótesis auxiliares que sirven para controlar la hipótesis que hayamos propuesto como intento de solución del problema que deseamos resolver. Sin embargo, dice Lakatos, a pesar de su valor, también el falsacionismo metodológico ingenuo es insatisfactorio. Y lo es porque concibe el desarrollo de la ciencia como una serie de duelos sucesivos entre una teoría y los hechos. Para Lakatos, en cambio, las cosas no funcionan así, puesto que la lucha entre lo teórico y lo fáctico siempre ocurre entre tres: entre las dos teorías en competencia y los hechos. Todo esto explica que se descarte una teoría no cuando un hecho lo contradice, sino únicamente cuando la comunidad científica tiene a su disposición una teoría mejor que la anterior. Así, por ejemplo, la mecánica de Newton fue rechazada después de haber entrado en posesión de la teoría de Einstein.

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2.2. Los programas científicos de investigación Hasta ahora nos hemos referido a las teorías en competencia recíproca. Lakatos, en realidad habla de programas científicos. Para comprender qué es un programa científico es suficiente con recordar el mecanicismo de Descartes o de Newton, la teoría de la evolución de Darwin o, antes que esta teoría, el copernicanismo. Un programa de investigación es una sucesión de teorías, T1, T2, T3, T4, que se desarrollan desde un núcleo central que, por decisión metodológica se mantiene infalsable. De este modo, un programa puede mostrar su valor, su fecundidad y su carácter progresivo, en comparación con otro programa. No es ilícito provocar la muerte de una teoría durante su infancia. Una buena teoría necesita tiempo para desarrollarse. La historia de la ciencia es y debería ser una historia de programas investigadores en competencia. Tal es el núcleo de la concepción de ciencia y de historia de la ciencia que defiende Lakatos, concepción que por lo demás acentúa la interrelación entre las diversas epistemologías y la historia de la ciencia, en el sentido de que esta última puede actuar retrospectivamente como arma crítica aplicada a las diversas nociones de ciencia o epistemologías. El núcleo central de la reflexión epistemológica de Lakatos, centrada sobre el evolucionar de las ciencias naturales, está constituido por la noción de programa científico de investigación. Esta noción es la que distingue su pensamiento con respecto a las posturas de Kuhn y de Popper: se arriesga a efectuar observaciones sobre la falsabilidad de las principales teorías científicas, cae en garrafales errores lógicos o distorsiona la historia para que se adapte a su teoría de la racionabilidad. Por otro lado, escribe Lakatos en La falsación y la metodología de los programas científicos de investigación (1970), de acuerdo con la concepción de Kuhn, la revolución científica es irracional es un material adecuado para una psicología de masas. En opinión de Kuhn, escribe Lakatos, el cambio científico de un paradigma a otro es una conversión mística que no está, ni puede estar, gobernada por reglas racionales y que entra totalmente en el ámbito de la psicología (social) del descubrimiento. El cambio científico es una especie de conversión religiosa. Lakatos, por su parte, se mueve dentro de la problemática y de la atmósfera del falsacionismo de Popper, y además se encuentra influido también por Kuhn (por ejemplo, por la idea de la función del dogma en la investigación científica o del progreso mediante las revoluciones). Sin embargo, desarrolla sus argumentos sin dejarse encapsular por uno u otro pensador, y actúa con agilidad y carencia de prejuicios.

2.3. Como avanza la ciencia Para Lakatos, es una sucesión de teorías y no una única teoría lo que hay que evaluar como científica o como pseudocientífica. Una serie de teorías es progresiva teóricamente (o constituyen un deslizamiento de problema progresivo teóricamente) si cada nueva teoría posee un contenido empírico mayor que el de las teorías que la preceden, es

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decir, si predice algún hecho nuevo, inesperado hasta aquel momento. Además, hay que decir que una serie de teorías que sea progresiva teóricamente también es progresiva empíricamente (o que constituye un «deslizamiento de problema» progresivo empíricamente) si parte de este contenido empírico excedente se halla también corroborado en cierta medida, es decir, si cada teoría nueva conduce al descubrimiento real de algún hecho nuevo. Ahora bien, esta serie de teorías, esta continuidad, se desarrolla desde un auténtico programa de investigación bosquejado al principio. Este programa consiste en reglas metodológicas: algunas indican qué caminos hay que evitar (heurística negativa) y otras, qué caminos hay que seguir (heurística positiva). Un programa de investigación parte desde decisiones metodológicas como no falsables hacia algunas hipótesis, justamente con base en un decreto metodológico. Las hipótesis no falsables constituyen el núcleo (hardcore) del programa, y todos los programas científicos de investigación pueden caracterizarse mediante su núcleo. La heurística negativa del programa nos impide aplicar el modus tollendo tollens contra este núcleo. En cambio, hemos de utilizar nuestro ingenio para formular o incluso inventar hipótesis auxiliares que formen cinturón de protección alrededor del núcleo, y debemos dirigir el modus tollendo tollens contra este último objetivo. Este cinturón protector de hipótesis auxiliares debe resistir el ataque de los controles, adaptarse y readaptarse, o incluso ser substituido por completo, para defender el núcleo así consolidado. Un programa de investigación tiene éxito si todo esto conduce a un deslizamiento regresivo del problema. Por ello, un programa de investigación (piénsese en el de Newton) puede desarrollarse en un mar de anomalías (lo cual ocurre en el programa de Prout) o, como en el caso de Bohr avanzar sobre fundamentos incoherentes. Cuando las sucesivas modificaciones del cinturón de protección ya no logran predecir nuevos hechos, entonces el programa se muestra regresivo. Todo esto nos sugiere que no hay que descartar un programa de investigación en el momento en que surge únicamente porque todavía no haya logrado superar un poderoso programa rival. No habría que abandonarlo si, en el supuesto de que no tenga rivales poderosos, constituye un deslizamiento de problema progresivo. Hasta que un programa de investigación en estado naciente pueda ser reconstruido racionalmente en calidad de deslizamiento de problema progresivo, tendría que estar protegido durante un cierto tiempo con respecto a un rival poderoso que ya esté estabilizado. Por lo tanto, en opinión de Lakatos, la ciencia es un campo de batalla para programas de investigación, más bien que para teorías aisladas. Y la ciencia madura consiste en programas de investigación en los que no sólo se anticipan hechos nuevos, sino en un sentido importante, también nuevas teorías auxiliares; la ciencia madura a diferencia del burdo esquema mediante «ensayo y error» tiene poder heurístico. En este sentido se comprueba, para Lakatos, la debilidad de programas como el marxismo o la teoría freudiana, que inevitablemente modelan sus teorías auxiliares reales siguiendo las huellas de algunos hechos, sin que al mismo tiempo anticipen otros (¿qué nuevo hecho ha predicho el marxismo, a partir de 1917?, por ejemplo).

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3. La Epistemología Anárquica de Paul K. Feyerabend 3.1. La anarquía epistemológica en función del progreso El libro de Feyerabend Contra el método ha sido escrito con la convicción de que el anarquismo quizás no sea la filosofía política más atrayente; resulta, sin duda, una excelente medicina para la Epistemología y para la filosofía de la ciencia. En esencia, según Feyerabend, hay que abandonar la quimera según la cual las reglas ingenuas y simplistas, propuestas por los epistemólogos, pueden dar razón de aquel laberinto de interacciones que nos muestra la historia real: la historia real, y en particular la historia de las revoluciones, es siempre más rica de contenido, más variada, más pluridimensional, más viva y más astuta de lo que puedan llegar a imaginar el mejor historiador y el mejor metodólogo. Por consiguiente el anarquismo epistemológico de Feyerabend consiste en la tesis según la cual la noción de un método que contenga principios firmes, inmutables y absolutamente vinculantes, en calidad de guía de la actividad científica, choca con dificultades notables cuando se enfrenta con los resultados de la investigación histórica. En efecto, nos encontramos con que no existe una sola norma, por plausible que sea y por sólidamente arraigada que se encuentre en la epistemología, que no haya sido violada en alguna circunstancia. Se hace evidente, también, que tales violaciones no son acontecimientos accidentales, y tampoco son el resultado de un saber insuficiente o de faltas de atención que hayan podido evitarse. Al contrario, vemos que dichas violaciones son necesarias para el avance científico. En efecto, uno de los rasgos que más llama la atención en las recientes discusiones sobre historia y sobre filosofía de la ciencia es el tema de conciencia del hecho de que acontecimientos y avances como la creación del atomismo en la antigüedad, la revolución copernicana, la aparición de la teoría anatómica moderna (teoría cibernética; teoría de la dispersión; estereoquímica; teoría de los cuantos) o el gradual surgimiento de la teoría ondulatoria de la luz, sólo se llevaron a cabo porque algunos pensadores decidieron no dejarse atar por determinadas normas metodológicas obvias, o porque involuntariamente las violaron. Una libertad de acción de esta clase no es, en opinión de Feyerabend, un mero hecho en la historia de la ciencia. Es algo razonable y absolutamente necesario para el crecimiento del saber. Más específicamente, se puede demostrar lo siguiente: dada una norma cualquiera por fundamental o necesaria que resulte para la ciencia, siempre existen circunstancias en las cuales es oportuno no sólo ignorar la norma, sino también adoptar su contrario. Por ejemplo, hay circunstancias en las cuales es aconsejable introducir, elaborar y defender hipótesis ad hoc, hipótesis que contradigan resultados experimentales bien establecidos y universalmente aceptados, o hipótesis cuyo contenido sea menor con respecto al de las hipótesis alternativas existentes y empíricamente adecuadas o incluso hipótesis autocontrarias, etc. Asimismo, hay circunstancias, que se producen con

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bastante frecuencia, en las cuales el razonamiento pierde su aspecto de orientación hacia el futuro, convirtiéndose en un bloqueo al progreso.

3.2. El anarquismo epistemológico y la historia de la ciencia Feyerabend aduce un caso histórico en apoyo de su metodología anarquista. El desarrollo del punto de vista copernicano, desde Galileo hasta el siglo XX, es un ejemplo perfecto de la situación que me propongo describir. El punto de partida está constituido por un fuerte convencimiento, que contrasta con la razón y la experiencia contemporánea. El convencimiento se propaga y encuentra apoyo en otras convicciones, que son tan poco razonables como aquel, o incluso menos (p.ej. la ley de la inercia, el telescopio). Ahora la investigación se desvía en otras direcciones, se construyen nuevos instrumentos, los datos de la observación y de la experiencia entran en conexión con las teorías de un modo nuevo, hasta que surge una ideología lo bastante rica como para proporcionar argumentaciones independientes para cada dato individual; y lo bastante ágil como para hallar argumentaciones de la misma clase cada vez que parezcan necesitarse. Hoy podemos decir que Galileo se hallaba en la senda adecuada, porque su tenaz investigación sobre lo que en un tiempo pareció una cosmología extravagante, ha creado en la actualidad los materiales necesarios para defenderla contra todos aquellos que sólo estén dispuestos a aceptar una opinión cuando se expresa de un modo determinado, y que le dan fe sólo si contiene ciertas frases mágicas, que se designan como protocolos o informes de observación. Esto no constituye una excepción, sino el caso normal: las teorías se convierten en claras y razonables únicamente después de que partes incoherentes de ellas hayan sido utilizadas durante mucho tiempo. Una anticipación de esta clase, parcial, no razonable, absurda, que viole todos los métodos; resulta un supuesto previo inevitable para la claridad y el éxito empírico. En suma, Feyerabend propone la tesis según la cual las violaciones de las normas del método no sólo son un dato de hecho, «sino que resultan necesarias para el progreso científico»; trata de avalar su tesis mediante el caso histórico del copernicanismo que se desarrolla desde Galileo hasta el siglo XX, que expone en su libro con mucha amplitud. Como conclusión, afirma que «se hace evidente que la noción de un método fijo o de una teoría fija de la racionalidad, se apoya en una visión demasiado ingenua del hombre y de su ambiente social. Para aquellos que no quieren ignorar el rico material que proporciona la historia, y que no pretende empobrecerlo para complacer sus instintos más bajos, su ansia de seguridad intelectual en forma de claridad, de precisión, de objetividad, de verdad, estará muy claro que hay un solo principio que puede defenderse en todas las circunstancias y en todas las fases del desarrollo humano. Se trata del principio siguiente: «cualquier cosa puede servir».

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3.3. La provocación «contra el método» El libro de Feyerabend se propone ser deliberadamente provocador, con respecto a los esfuerzos de Lakatos y sobre todo de Popper, para construir un aparato ordenado de reglas que permita guiar los procedimientos y las decisiones del científico militante. Sin embargo, no estaría fuera de lugar señalar que Feyerabend critica a un Lakatos y, en especial, a un Popper, construidos con frecuencia a la medida de sus necesidades polémicas. Por ejemplo, Feyerabend dice que si queremos que la ciencia progrese es preciso a veces no cumplir o incluso ir contra la propia regla por la cual «no hay que introducir la hipótesis ad hoc. Sin embargo, Popper no es tan ingenuo como piensa Feyerabend, porque se muestra muy claro acerca del hecho de que aquellas hipótesis que sean hoy ad hoc pueden convertirse en controlables (y por lo tanto, no ad hoc) mañana, como sucedió con la hipótesis del neutrino de Pauli, hasta el punto de que –escribe Popper– no debemos «pronunciar un juicio excesivamente severo contra las hipótesis ad hoc». Feyerabend sostiene que «hay circunstancias en las cuales resulta aconsejable introducir, elaborar y defender [...] hipótesis que contradigan resultados experimentales perfectamente establecidos y universales aceptados». Esta contrarregla de Feyerabend se dirige contra la regla popperiana, según la cual una teoría tendría que considerarse refutada si existen datos experimentales perfectamente establecidos que la contradigan. Pero ha sido el mismo Popper quien puso el acento sobre el hecho de que no se debe confundir la refutación de una teoría con su rechazo, «con la necesidad que experimenten las personas de abandonar la teoría y, más en particular, de dejar de trabajar con ella. En efecto, la primera –la refutación–, debido a la aceptación de un estado refutante, es una cuestión lógica, mientras que el rechazo es una cuestión metodológica, y depende, entre otras cosas, de cuáles son las teorías alternativas disponibles. (A menudo ha subrayado la urgencia de trabajar con más de una hipótesis, ya sea en relación con la falsación –hipótesis falsadoras– o con el crecimiento de la ciencia en general)». Además, Feyerabend ha defendido la no comparabilidad (y por lo tanto, la no aplicabilidad de la teoría de la verosimilitud de Popper) entre teorías o enfoques cosmológicos muy generales, de modo que, por ejemplo, la mecánica de Newton y la teoría de la relatividad de Einstein no podrán compararse entre sí; ya que en la mecánica newtoniana, las formas, las masas, los volúmenes y los intervalos de tiempo serían propiedades fundamentales de los objetos físicos, mientras que para la teoría de la relatividad «formas, masas, volúmenes e intervalos de tiempo son relaciones entre objetos físicos y sistemas de coordenadas que pueden cambiar, sin ninguna interferencia física, cuando substituimos un sistema de coordenadas por otro». A este propósito, Popper ha hecho notar que, si bien es imposible comparar entre sí dos visiones religiosas o filosóficas del mundo, en cambio dos teorías que traten de resolver la misma familia de problemas sí pueden compararse, como sucede en el caso de las teorías de Newton y de Einstein.

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LA ESCUELA DE FRANKFURT Y LA HERMÉNEUTICA7 J. de Echano, E. Martínez, P. Montarelo, I. Navlet Cuando algo no se entiende, se pregunta. En contextos científicos, la respuesta apropiada es una explicación. No cualquier explicación es adecuada; sin embargo, aparte de consideraciones de rigor y publicidad, de manera general, una buena explicación debe situar aquello que se desea entender (explanandum) en una perspectiva de consideraciones relevantes (explanans), que puede involucrar elementos de muchas modalidades (verdades previas, intenciones, intereses humanos, unificaciones conceptuales, relaciones causales, entre otras). Ahora bien, dejando de lado los gustos personales... ¿existe alguna base para determinar la calidad de una explicación en términos de la inteligibilidad que confiere? A. Cordero. Racionalidad epistémica.

La perplejidad producida por los acontecimientos con los que se inicia el siglo XX: Revolución Rusa, Guerra Mundial, genocidio nazi, la crisis de los modelos científicos, el cambio de los sistemas de valores etc., que se reflejaba ya en varios movimientos filosóficos, impulsó la reflexión sobre la trayectoria de la propia sociedad y la forma de interpretar correctamente los contenidos culturales y valores sociales vigentes. Dos movimientos de carácter filosófico, la Escuela de Frankfurt y la Hermenéutica, han tenido relevancia. No se puede afirmar que constituyan propiamente sistemas filosóficos, pues en ningún caso tratan de dar una explicación sistemática de las cuestiones que afectan a los hombres. Se preocupan, sobre todo, de entender el camino emprendido por la sociedad occidental a partir del siglo XVIII, es decir, desde la constitución de la sociedad moderna para corregir sus posibles errores, y fundamentar las bases para una correcta interpretación que permita el entendimiento entre los hombres, alejado de cualquier forma de relativismo. En una sociedad como la nuestra, a las puertas del nuevo milenio, en la que destacan la globalización de la economía, la sobre información y el cruce constante de mensajes, en la que el diálogo de sordos es una de las formas habituales en la política, en la que la barbarie y el genocidio vuelven a asomar, y en la que muchas veces se confunden medios y fines, se reclama la necesidad de nuevos valores y alguna forma de rearme moral. En este contexto se enmarcan las propuestas de estos autores que tratan de recuperar ideales de entendimiento y reorganización social que permitan a los seres humanos alcanzar la meta del ideal democrático. 7

Episteme, Barcelona, Ed. Vives, 1999.

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Ambiente sociocultural Aunque la cercanía a los eventos que han marcado el siglo XX nos reste perspectiva, podemos, sin embargo, señalar algunos hechos que han tenido influencia en aquellas formas de pensamiento preocupadas por responder a problemas de raigambre social.

Aspectos políticos La consolidación de los imperialismos y el desarrollo imparable del capitalismo industrial fueron acompañados de un creciente malestar social y político que desembocó en la «Gran Guerra» de 1914 a 1918. Los años posteriores, los llamados felices años veinte, no fueron sino una válvula de escape, un interludio, que terminó con el «Crack» del 29 ó «Gran Depresión» que sumió al mundo en el desconcierto económico. La Revolución Rusa de 1917 convulsionó a todas las naciones. Sin embargo, representó una esperanza para millones de proletarios cuyas condiciones de vida rayaban en la miseria. Contemporáneas de este hecho fueron la consolidación y la llegada al poder de los movimientos de carácter totalitario, ya fueran fascistas, que recibieron apoyo de las fuerzas conservadoras, las cuales veían peligrar sus intereses: Mussolini en Italia (1925), Hitler en Alemania (1933) y Franco en España (1939); o comunistas, Stalin en Rusia (1929). La quiebra de los procesos democráticos abre la puerta a la II Guerra Mundial, tras la Guerra Civil Española. Las bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki, que ponen fin, con una hecatombe, a la II Guerra Mundial en 1945, abren la puerta a una reorganización política del mundo en dos bloques antagónicos. Comienza la Guerra fría, que determina el proceso de independencia de las últimas colonias e inicia las dependencias ideológicas y económicas en función de los intereses estratégicos. El equilibrio resultante de la llamada Guerra fría era más producto del poder militar y del miedo a una posible destrucción total que fruto de la racionalidad y de la libre discusión de las necesidades e intereses de los pueblos. Como contrapartida a esta situación, en la Conferencia de Bandung (1955) se generó un movimiento de países africanos y asiáticos, pertenecientes al llamado Tercer Mundo, que intentó marcar diferencias con el mundo capitalista y con el comunista, condenando el colonialismo, la discriminación racial y el armamento nuclear. Estos países pretendían, además, llevar acabo una política independiente o neutral y buscar nuevas opciones de desarrollo que permitieran la erradicación de la miseria. A pesar de estos intentos, continuaron las guerras, controladas y limitadas por el miedo a su generalización. Se trata de guerras relacionadas con los deseos de independencia

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y por razones geoestratégicas. Un rosario de conflictos como los de Vietnam, la Guerra árabe-israelí, Angola o Mozambique, por citar algunos, han salpicado el siglo. Los movimientos guerrilleros y terroristas han sido un fenómeno frecuente a partir de la segunda mitad del siglo XX. Será en esta segunda mitad, a partir de 1968, cuando los acontecimientos parecen señalar una nueva dirección. Los movimientos estudiantiles, las propuestas «hippies», el movimiento feminista o el «gay» parecen exigir un cambio que apunta hacia una forma utópica de vida que marca la evolución de la sociedad con una mayor intervención de los jóvenes. A ellos se deben los movimientos pacifistas y antimilitaristas, como reflejo de un mundo que, aunque se encuentra en paz, no es pacífico. Tras la caída del Muro de Berlín (1989), que da fin a una época de división, se abrieron esperanzas de una nueva reorganización social y política. Pero la continuidad de los conflictos anteriores (Afganistán, Irán, Guerra del Golfo, y los que siguieron a la profunda crisis en que se sumió la Unión Soviética y los países de ella dependientes, como el actual conflicto de los Balcanes) nos mantiene a la espera de encontrar un camino más constructivo.

Aspectos culturales y científicos Este siglo ha sido uno de los que han conocido un mayor avance científico y de más rápida aplicación a la vida humana. Descubrimientos sobre el átomo y la radiactividad, la genética, las nuevas síntesis químicas, como la penicilina, las técnicas quirúrgicas, los sistemas de transporte y de comunicación, o la radio y la televisión, han supuesto nuevas expectativas al desarrollo humano. Los medios de comunicación han tenido un doble uso. Por un lado, han servido para informar y, también, como instrumento de propaganda y manipulación de masas. Por otro lado, constituyen un instrumento eficaz para la circulación de ideas y la uniformidad cultural, al poner al alcance de todos modos de vida propios de países más desarrollados, que son objeto de imitación. El resultado de todo este proceso científico ha sido la imagen de un mundo abarcable por el hombre, cuya conquista definitiva sólo es cuestión de tiempo. Un mundo en el que la interrelación es permanente por la globalización de la economía y en la que los resultados de las acciones humanas tienen repercusión en todos los lugares del planeta. De ahí la importancia que cobran los movimientos como la ecología, el desarrollo sostenible, etc., que favorecen la conciencia de globalidad y necesario mantenimiento de una herencia recibida que pertenece a la comunidad. Sin embargo, a pesar del desarrollo tecnológico y la creciente capacidad de producción, permanecen los problemas que los pensadores ya detectaron, y se mantiene el conflicto entre desarrollo humano y tecnológico.

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1. Ahí están todas las fuerzas materiales que es posible aplicar a la realización de una sociedad libre. El que no se apliquen a ello ha de atribuirse exclusivamente a la movilización total de la sociedad existente contra su propia posibilidad de liberación (...) Apenas hay hoy, ni en la misma economía burguesa, un científico o investigador, digno de ser tomado en serio que se atreva a negar que con las fuerzas productivas técnicamente disponibles ya hoy es posible la eliminación material e intelectual del hambre y la miseria, y que lo que hoy ocurre ha de atribuirse a la organización sociopolítica de la Tierra. H. Marcuse. El final de la utopía, pp. 10-11.

La Escuela de Frankfurt: Crítica de la razón El movimiento filosófico denominado Escuela de Frankfurt se origina con la creación, como fundación, del Instituto para la Investigación Social, a propuesta de K. A. Gerlach (1922). Con naturales diferencias en cuanto a preocupaciones, y a sus orígenes filosóficos, los frankfurtianos, tenían como interés fundamental establecer una nueva teoría social, que no fuese especulación teórica, pero que tampoco se quedase en una mera recolección de datos empíricos. Es común a todos los autores de esta escuela la crítica de la razón instrumental y la defensa de la llamada teoría crítica frente a la teoría tradicional.

La crítica de la teoría tradicional El núcleo del pensamiento de la Escuela de Frankfurt arranca del análisis del papel jugado por la ciencia como forma de entender el mundo. Consideran que la ciencia ha proyectado un modo ideológico de interpretar la realidad social y la naturaleza, como se descubre al analizar sus presupuestos. Esta forma de consideración científica constituye la llamada teoría tradicional. Aunque, en principio, una teoría se refiere a un campo limitado de trabajo, su ideal es alcanzar una explicación total de los hechos en la que no existan ya diferencias entre las distintas ciencias, sean «humanas o empíricas, pudiéndose utilizar los mismos conceptos y métodos en la naturaleza viva o inerte. Éste era el ideal que, arrancando ya en Descartes, continúa con el Positivismo y cristaliza en la teoría unificada de la ciencia del Neopositivismo. La herencia racionalista y positivista había legado a la ciencia una manera de presentarse como saber independiente y neutral que, a través de teorías e hipótesis, refleja con exactitud los hechos que analiza. Esta aspiración de saber objetivo y universal había sido recogida sobre todo por la filosofía idealista alemana con su pretensión de edificar un sistema universal de la ciencia.

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En consecuencia, con esta concepción tradicional de la ciencia, el científico se convierte en un ser independiente, ajeno al proceso social, llevado en cierta forma por la verdad que le impone tomar opciones cuyo marco es la propia investigación, el interés mismo de la búsqueda de la verdad y la explicación total del universo. Los frankfurtianos reaccionan en contra de esta visión tradicional de la ciencia. Niegan la posibilidad de una ciencia imparcial y objetiva, y rompen tanto con la tradición racionalista como con la positivista. Sostienen que con esa manera de entender la ciencia se pierde de vista su función real en la sociedad, su dependencia de las condiciones sociales, de la división del trabajo, y se convierte en una estructura ideológica que trata de conservar y reproducir lo ya establecido. Ni el científico ni la «ciencia son instancias independientes, sino modos de reproducción social. No se debe, pues, contemplar el objeto de estudio como una realidad externa sino como resultado de la acción histórica, y social. El olvido de la dependencia entre realidad social y teoría hace que se pierda la relación entre la praxis y el ejercicio de la razón. En la teoría tradicional, la acción del hombre, su praxis, debe seguir los dictados de lo consagrado y establecido como verdadero. El colmo de esta pretensión se manifiesta en el sistema hegeliano, en el que todo se convierte en expresión de la razón.

La teoría crítica Frente a esta concepción, la teoría crítica pretende restablecer tanto el concepto de razón como el de praxis. La teoría crítica se desmarca del cientifismo y del conformismo con lo existente, con el modo de realización de la sociedad, y propone una nueva perspectiva que descubra los supuestos, el secreto de lo existente. El abandono del cientificismo permite la verdadera independencia del investigador: constituirse en una instancia crítica, y poder, así, realizar una propuesta cuya meta sea la transformación total de la realidad social. De este modo, el mérito de esta teoría nace de su propuesta de reforma. Su meta es una sociedad más justa, pues en sí misma es una instancia para la supresión de la injusticia social, convencida de que el futuro de la humanidad está unido al pensamiento crítico. Muestra así su profunda carga de utopía. La teoría crítica, sin embargo, no se empeña en presentar una propuesta concreta de sociedad. Su mayor interés es comprender la realidad social en tensión con la sociedad existente. Es necesario recuperar la unidad de teoría y praxis como medio de actuación social, lo que solamente es posible con la búsqueda de una nueva forma de racionalidad.

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2. La idea tradicional de teoría es abstraída del cultivo de la ciencia tal como se cumple dentro de la división del trabajo en una etapa dada. Corresponde a la actividad del científico tal como se lleva a cabo en la sociedad junto con todas las otras actividades sin que se perciba directamente la relación entre las actividades aisladas. De ahí que en esa idea no aparezca la función social real de la ciencia, ni lo que significa la teoría en la existencia humana, sino sólo lo que ella es en esa esfera, separada, dentro de la cual se la produce en ciertas condiciones históricas. Pero, en realidad, la vida de la sociedad resulta del trabajo conjunto de las distintas ramas de la producción, y si la división del trabajo en el modo de producción capitalista funciona mal, sus ramas, incluida la ciencia, no deben ser vistas como autónomas o independientes. Son aspectos particulares del modo como la sociedad se enfrenta con la naturaleza y se mantiene en su forma dada. Son momentos del proceso social de producción, aun cuando ellas mismas sean poco o nada productivas en el verdadero sentido. M. Horkheimer. Teoría crítica, p. 231. Usos de la razón: De objetiva a instrumental

En Frankfurt analizan la evolución de la razón desde la constitución de la racionalidad moderna y critican la razón objetiva porque propone modelos cerrados de análisis.

1. La razón objetiva La pretensión de la razón objetiva es representar la estructura objetiva de la realidad. Es considerada la instancia suprema que permite definir y delimitar los comportamientos humanos desde una abstracta objetividad. En esta concepción, la razón humana es únicamente una expresión limitada de la razón objetiva. Lo que sea verdad, conocimiento, bien, felicidad, etc., depende del sometimiento y aceptación, por parte del hombre, de lo establecido por esa racionalidad: Según la teoría crítica, esta forma de razón olvida la realidad histórica, absolutiza las ideas y oculta los intereses de las formas de poder presentes en la sociedad.

2. La razón subjetiva El fundamento de la razón subjetiva es la capacidad de los hombres para organizar racionalmente su vida. Resulta ser la capacidad de calcular probabilidades y de adecuar así los medios correctos a un fin dado. Representa una concepción operativa que permite al hombre dirigir desde sí mismo su propia vida. Es a partir de la Época Moderna cuando se ha dado el máximo valor a la razón como capacidad subjetiva. Desplazada la responsabilidad de la acción al sujeto, la razón se

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convierte en la única responsable de las tareas humanas. Toda opinión puede ser aceptada como verdadera si se respetan las reglas formales del pensamiento. La razón subjetiva se vuelve un instrumento cuya finalidad es resolver los problemas para alcanzar determinados fines.

3. La razón instrumental La característica fundamental de la razón instrumental es su carácter pragmático y operativo. No atiende a una gradación de fines, sino a la discusión de los medios necesarios para alcanzar determinadas metas. Las metas quedan definidas por la operatividad y la eficacia sin consideraciones morales. Este uso de la razón cobra sentido con la aparición de la sociedad burguesa y la forma de productividad de la sociedad industrial, cuya meta consiste en obtener productos y beneficios por encima de cualquier consideración humana. Consecuencia de este planteamiento es la identificación de la razón con la utilidad: los medios quedan subordinados a los fines. Es una razón pragmática, en la que ya no se cuestiona la verdad respecto a un modelo, sino aquella en la que la verdad es sustituida por la utilidad o, en el mejor de los casos, por lo adecuado: sólo la eficacia la dirige y sólo lo que sirve es verdadero. Pierden así su valor todos los conceptos considerados metas de los seres humanos. La racionalidad instrumental no puede comprobar la eficacia de valores como la justicia o la libertad. Si el objetivo es el resultado, puede ser más eficaz la injusticia que la justicia, la esclavitud que la libertad, que permiten una explotación más eficiente. Es el modo de producción, la organización industrial, el que determina la verdad de los valores. Las expresiones puramente humanas que conocemos bajo el nombre de cultura, pierden su sentido propio (ser medios de placer estético o intelectual), para pasar a valer de acuerdo con su rendimiento económico. Se instaura una nueva forma de cultura, la cultura de masas, en la que el tiempo de ocio está definido desde fuera del individuo de acuerdo con el proceso de producción. Es éste el que debe ajustar sus gustos a la cultura establecida. Se instaura un proceso de cosificación por el que todos los productos se transforman en mera mercancía como resultado de una nueva objetividad oculta bajo el anonimato del mercado o de la economía. El individuo queda sometido aun absoluto en el que él mismo se ha convertido en un medio, en un elemento de la naturaleza, en la que el dominio está en manos de una sociedad anónima en la que todo es racional excepto la razón. De esta forma, el hombre se vuelve un ser dependiente, manipulable, pues cuanto más pierde su fuerza el concepto de razón, tanto más fácilmente queda a merced de manejos ideológicos y de la difusión de las mentiras más descaradas. Llegados a este punto, a juicio de Horkheimer y Adorno, no queda otra cosa que la barbarie o el comienzo de la historia.

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La sociedad industrial en la que predomina la razón instrumental vuelve a ser el contexto inhóspito para la vida. Es necesario reivindicar la razón teórica a fin de retornar a una razón reconstruida que evite la disolución y desintegración del individuo. 3. Los sistemas filosóficos de la razón objetiva implicaban la convicción de que es posible descubrir una estructura del ser fundamental o universal y deducir de ella una concepción del designio humano. Entendían que la ciencia, si era digna de ese nombre, hacia de esa reflexión o especulación su tarea. Se oponían a toda teoría epistemológica que redujera la base objetiva de nuestra comprensión a un caos de datos descoordinados y que convirtiese el trabajo científico en mera organización, clasificación o cálculo de tales datos. Según los sistemas clásicos, esas tareas –en las que la razón subjetiva tiende a ver la función principal de la ciencia– se subordinan a la razón objetiva de la especulación. La razón objetiva aspira a sustituir la religión tradicional por el pensar filosófico metódico y por la comprensión y a convertirse así en fuente de la tradición. M. Horkheimer. Crítica de la razón instrumental, p. 23. 4. La razón occidental, que surge de la necesidad del hombre, de distanciarse primero de la naturaleza, y de dominarla después, en servicio propio, se ha convertido en un órgano autosuficiente de dominación universal, del que, en tanto que forma parte de la naturaleza, no escapa a la postre el hombre mismo. La razón subjetivista se ha convertido en un sistema de objetivación universal que no entiende sino lo que puede ser integrado funcionalmente en un aparato total que sólo persigue el infinito incremento de su eficacia. Ese aparato es la sociedad industrial avanzada. J. Hernández-Pacheco. Corrientes actuales de la filosofía, p. 112.

La crítica frankfurtiana a Marx Si el dictamen de la Escuela de Frankfurt, tal y como sale de manos de Horkheimer y Adorno, plantea la necesidad de la liberación, de un nuevo comienzo de la historia, parecería lógico que, al menos, se hubiese producido un intento de revolución. La experiencia nos muestra, por el contrario, que no ha existido ningún intento serio de modificar el status de la sociedad o que todos los intentos habidos han sido asimilados. Con ello se han quebrado todas las predicciones hechas por Marx, según las cuales el aumento de explotación conduciría necesariamente a la revolución o a la quiebra del Capitalismo. Tal como lo expresa el propio Horkheimer:

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«Marx afirmó que la revolución sería un resultado de las crisis económicas, cada vez más agudas, unidas a la progresiva miseria de la clase trabajadora en todos los países capitalistas. Empezamos a darnos cuenta de que esta teoría era falsa porque a la clase trabajadora le va ahora mucho mejor que en tiempos de Marx».

El fracaso de las predicciones de Marx impulsó a los teóricos de Frankfurt a buscar otros caminos y otras formas de explicación. Mientras que, según el marxismo clásico, se produciría una proletarización creciente de los trabajadores y un aumento de la miseria, la realidad muestra que se ha producido una disminución de las clases obreras y un aumento de las clases medias, una mayor regulación de los procesos económicos que permiten controlar las crisis del sistema.

La posibilidad de liberación

El absoluto dominio que ejerce la sociedad industrial sobre el individuo es el tema de los análisis de Marcuse. Su preocupación es poder explicar cómo la llamada sociedad industrial avanzada ha conseguido un control tan férreo sobre el individuo. Preguntarse desde esta situación por la emancipación, por la reconstrucción del sujeto, supone abrir la puerta a un planteamiento utópico. Exige recuperar alguna forma de razón objetiva que presente valores universales a partir de la misma situación creada por el desarrollo industrial y la globalización económica. Para Marcuse, la razón, a pesar de haber llegado a convertirse en instrumental, es siempre una instancia crítica y capaz de cuestionar un orden dado: es necesariamente revolucionaria. Si el desarrollo de la racionalidad ha conducido a la unidimensionalidad de la razón, es decir, a la aceptación de lo presente como única realidad, se debe a la pérdida de una de sus dos dimensiones: su capacidad crítica. La razón, como capacidad de pensar, no lo hace solamente sobre lo que es, sino también sobre lo que tiene que ser: es bidimensional. Esta forma propia de ser del pensamiento es la que hay que recuperar. Acercándose a Marx, cree que el exceso de alienación e integración producido por la sociedad industrial genera las condiciones necesarias para la liberación. El aumento de la productividad, aplicado ya a lo innecesario, y la mecanización de la producción, por ser más rentables, hacen ampliar el tiempo libre, aunque aparezca bajo la forma de paro y subvenciones, que, por definición, es inútil en la sociedad industrial. Su aumento permite al hombre no estar sometido a los procesos de represión basados en la productividad y, por lo tanto, salir del proceso de unidimensionalidad y retornar al uso crítico de la razón mediante el análisis de lo que tiene que ser. A pesar del convencimiento marcusiano de que hoy día sería posible dar respuesta a las necesidades de la humanidad, el problema de la liberación humana sigue en pie.

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Habermas: acción comunicativa Jürgen Habermas, discípulo de Horkheim y Adorno, recoge el testimonio de la Escuela Frankfurt, al estudiar las relaciones sociales y la organización política del Capitalismo tardío. Sus propuestas pretenden superar la visión meramente negativa de los teóricos de la Escuela. Su reconstrucción de la racionalidad se enmarca en el análisis de las relaciones interpersonales y en la acción comunicativa, que debe llevar a una racionalidad capaz de dirigir la acción social por un acuerdo sobre valores. De aquí que analice, también, los interés que dirigen las acciones humanas y las relaciones entre la ciencia y la sociedad. Si en relación es uno de los núcleos de la teoría crítica, en Habermas es una forma de descubrir los supuestos ideológicos presentes en la racionalización que produce la ciencia o, ampliamente, la actividad teórica. Trata descubrir, así, el sentido oculto que dirige racionalidad al uso, haciendo una propuesta hermenéutica.

La hermenéutica: Búsqueda del sentido La necesidad de encontrar sentido al desarrollo social y a las acciones humanas, pasadas o presentes, hace que cobre especial importancia el llamado arte de comprender o hermenéutica. En cuanto método, es un instrumento fundamental para explicar las acciones humanas, puesto que supone que éstas, a diferencia de lo que ocurre en el mundo natural, tienen como componente la intencionalidad de quien hace la obra y de quien la interpreta. Descubrir, pues, esas intenciones es tarea propia de la interpretación. Utilizado ya en el Renacimiento y la Ilustración, el método hermenéutico se convierte, a partir del Romanticismo, en un instrumento de análisis especialmente para la historia y las ciencias del espíritu o ciencias humanas. Hoy día enlaza, además, con el análisis de la validez de las teorías científicas.

Constitución de la hermeneútica actual Durante el Romanticismo, a partir del siglo XIX, y relacionado con el interés suscitado por la historia, la hermenéutica adquiere su verdadera importancia. Friedrich D. E. Schleiermacher (1768-1834) partiendo de intereses teológicos, orienta esta disciplina en la línea actual, al tratar de crear una hermenéutica metódica. Para este autor, la hermenéutica es un método para reconstruir el pensamiento y las intenciones presentes en las obras escritas. El intérprete debe tratar de seguir el proceso de creación seguido por el autor de forma que se puedan captar las intenciones, lo que el autor ha querido expresar. Las ideas de Schleiermacher fueron recogidas por Wilhelm Dilthey (1833-1911), que consagró la hermenéutica como método propio de las ciencias humanas. La distinción

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entre ciencias naturales y ciencias del espíritu se establece tanto por el objeto de estudio como por el método. Mientras que en las primeras existe explicación en las últimas sólo es posible la comprensión. A Dilthey le preocupa la búsqueda de la verdad en la historia. Este objetivo pasa por la comprensión del pasado humano, la cual se realiza desde un determinado horizonte, el horizonte actual, que se abre a un tiempo pasado. Es en la experiencia de la vida, expresión del horizonte concreto de cada uno, donde nace la comprensión. Este horizonte en el que coinciden la vida propia y la ajena se objetiva en las obras de los hombres. La interpretación debe tratar de acceder al contexto originario de lo que se trata de comprender. La comprensión nace, pues, de la capacidad del sujeto para entrar en contacto con el pasado. Hay que admitir una cierta identificación entre mundo humano e historia, dado que ésta representa formas objetivas del espíritu, en la línea del idealismo hegeliano.

Origen y sentido de la hermenéutica El término hermenéutica deriva del nombre del dios griego Hermes, el mensajero de los dioses que comunicaba sus designios a los hombres. Desde sus orígenes, es un término que se refiere tanto al mensaje en sí como a su interpretación, y tiene especial incidencia en el mundo religioso. El uso filosófico se inicia en Platón, en el sentido de expresión. En Aristóteles, da nombre a una de sus obras de lógica, Peri hermeneias, en la que se analizan los juicios y las proposiciones. Es, sin embargo, a partir de la época helenística cuando comienza a adquirir importancia como una forma de interpretación alegórica de las obras escritas, de los mitos y de las representaciones artísticas. Se inicia, así, una tradición que va imponiendo un método de trabajo intelectual aplicado a cada uno de los saberes: literatura, historia, derecho y filosofía, que pretende descubrir lo que los autores quisieron decir con sus obras. Como interpretación de los mensajes y doctrinas religiosas, sobre todo de las Sagradas Escrituras, ya se usa en el mundo hebreo y en la Patrística, como en S. Agustín. En el Renacimiento se utiliza como instrumento para dirimir la verdadera interpretación de las Escrituras. La discusión gira en torno dos modelos de hermenéutica: La literal, que pretende mostrar la verdad del texto escrito; y la doctrinal, donde prima la interpretación dada al texto por la autoridad eclesiástica. A partir del siglo XVIII, en el contexto de la Ilustración, vuelve a cobrar fuerza como técnica de interpretación que permite superar los prejuicios del conocimiento provenientes de la tradición y la autoridad que podían limitar el uso de la propia razón, adquiriendo un matiz liberador del pensamiento.

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Formas actuales de la hermenéutica Con Dilthey, se abre la puerta a las formas actuales de hermenéutica. Su principal pretensión es constituirse como sistema objetivo de interpretación y organizarse como disciplina científica universal, cuya raíz está en la forma misma del ser humano y no tanto en el objeto que se va a estudiar. El entender es una forma esencial al ser humano, no sólo relacionada con el conocimiento sino también con la antropología. 1. Heidegger: El círculo hermenéutico Martin heidegger parte de la temporalidad, característica específica del ser humano, que posee significado ontológico, que le constituye en cuanto tal y le otorga sus posibilidades, a la vez que lo limita. Desde esta perspectiva, la hermenéutica se propone descubrir el sentido del ser, preguntarse por el fundamento de toda ontología como forma de comprender la tradición filosófica. La temporalidad del ser lleva a descubrir que el sujeto es, también, un ser histórico, por lo que toda comprensión la realiza desde una precomprensión formada por un horizonte de significados fijados por el lenguaje, conjunto de referencias que le hacen ser y desde donde da sentido, interpreta y conoce. De aquí que en toda comprensión se impliquen mutuamente subjetividad y objetividad: se comprende desde una precomprensión que integra lo comprendido y se constituye una nueva precomprensión. Tenemos, así, el círculo hermenéutico, en el que se mueve el conocimiento. 2. Gadamer: el peso de la tradición La tradición es el punto de partida de la hermenéutica de Hans Georg Gadamer (1900). Para él, la tradición, en cuanto que constituye un depósito de conocimientos, es el ámbito dentro del cual se realiza toda comunicación y, en cuanto tal, el lugar en el que debe actuar la hermenéutica. En efecto, la tradición se ha constituido por la acumulación de textos y hechos que se han vuelto opacos y por ello es necesaria su interpretación. La tradición es para Gadamer el lugar de toda discusión racional, porque sólo en ella se nos transmite una comunidad de sentido que y esto se muestra en el lenguaje funciona como condición de posibilidad de todo discurso racional. Es una pretensión desmesurada con respecto a la esencia del hombre convertir su pensamiento en punto cero de la historia, pretendiendo juzgar ésta desde fuera de ella misma. Gadamer considera que el conocimiento histórico posee como característica específica la distancia. Se trata siempre de un objeto que está alejado del sujeto, un objeto que hay que ir a buscar. En esa búsqueda, la tradición se convierte en el instrumento mediador que da la continuidad de sentido entre objeto y sujeto.

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Entramos en un local de una facultad universitaria y contemplamos la siguiente escena: Un señor que se supone que sabe mucho de una materia hace preguntas a otro que se supone que sabe menos o que incluso, en determinados casos, no sabe nada de ella; y las preguntas se refieren a la materia en cuestión. Si nos limitásemos a describir en directo el espectáculo que allí se nos ofrece, la conclusión correcta sería: este edificio es un manicomio. En vez de ello decimos: nos encontramos en la universidad, y esto es un examen oral. La situación descrita no nos parece absurda, sino que la entendemos perfectamente, ya que nos referimos a ella como aun examen. Ahora bien, esta referencia es solamente posible, porque en su acto propio nuestra existencia pasa por encima del objeto en cuestión y se sitúa, más allá de él, en un contexto u horizonte más amplio, como es el del funcionamiento propio de una institución que llamamos universidad. La finitud del conocimiento Reaparece aquí el círculo hermenéutico en el que la comprensión es un proceso que procede por anticipaciones que, a medida que aumenta su acercamiento a los objetos de la tradición, aumenta su comprensión hasta llegar a construir la totalidad del sentido. La interpretación aparece así con un carácter abierto, que indica la historicidad de toda comprensión, sólo es posible por la mediación entre presente y pasado, que es la esencia de la historia: puro acontecer. El hombre, por su carácter temporal, pertenece a la tradición, está inmerso en ella y no puede salir de ella. De aquí que toda interpretación se encuentra limitada en sus posibilidades, sólo permite un conocimiento finito y una verdad que es anticipación del sentido. Se trata de un proceso de acercamiento a la verdad, intrínsecamente histórico pero que apunta a lo transhistórico. La tradición se convierte en un absoluto que se transmite así misma por medio de los sujetos. No se cierra el círculo hermenéutico. Los sentidos van variando, favoreciendo nuevas interpretaciones y creando nueva tradición como contexto de la interpretación. Otra postura exigiría el fin de la historia. 3. Ricoeur: Hermenéutica y conciencia Según Paul Ricoeur (1913), tras los planteamientos sobre la conciencia que aparecen con la llamada filosofía de la sospecha, la hermenéutica debe tener en cuenta la conciencia pero no como era entendida en la época moderna, por Descartes y el Idealismo, sino tal y como es entendida a partir de Marx, Nietzsche y Freud. Para estos autores, la conciencia se constituye en un proceso histórico que da lugar a la aparición de la llamada falsa conciencia. Una conciencia que es falsa porque crea ideologías engañosas (Marx), genera falsos valores (Nietzsche), o bien esconde impulsos inconscientes (Freud).

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De aquí que sea necesario tratar de comprender al hombre en medio de la cultura histórica en la que se mueve. Depender de una cultura hace que la conciencia la refleje y que sea así conciencia falsa. Hay que descubrir las intenciones que se ocultan en la cultura y en la conciencia que las expresa. La hermenéutica se convierte en filosofía del lenguaje. Gracias al lenguaje comprendemos lo que es el hombre. Éste no es otra cosa que el resultado de los productos de la humanidad: la cultura. Para entender al hombre es necesario interpretar todas las construcciones humanas puesto que los símbolos nos remiten a lo que simbolizan. La realidad posee, pues, un doble sentido que es lo que debe descubrir la hermenéutica. En primer lugar, lo directo e inmediato que vemos; en segundo lugar, lo oculto o alegórico unido al primero y sin el cual no podemos conocer. Sólo si enlazamos estos dos sentidos podemos comprender y comprendemos. Ésta es la tarea de la hermenéutica. La teoría crítica La opción epistemológica subyacente a ese esfuerzo de reelaboración crítica fue presentada de forma articulada en el famoso artículo de Horkheimer, aparecido en 1937, sobre «Teoría tradicional y teoría crítica». Bajo la primera se entendía toda la producción teórica, ya filosófica, ya científica, elaborada desde presupuestos positivistas, y que pretendía un acceso a una verdad incontaminada por intereses, tal como debía corresponder a una teoría pura, a la que parece desplazarse como ideal la antigua concepción de la episteme como saber contemplativo. Frente a esa teoría, pretendida desde el cartesiano Discurso del Método hasta la filosofía de la ciencia contemporánea de signo positivista, y que no hace sino alimentar el encubrimiento ideológico por su falta de conciencia respecto a las condiciones sociales desde las que tiene lugar su propia producción, la teoría crítica retorna el enfoque crítico de las ideologías para promover un nuevo tipo de saber filosófico y científico que, conservando la herencia marxiana, aliente un pensamiento crítico, opuesto al positivismo ya la legitimación de las condiciones existentes que propicia, y portador de virtualidades transformadoras por su capacidad para incidir en la realidad social. J. A. Pérez Tapias. Filosofía y crítica de la cultura, pp. 88-89. La satisfacción en el trabajo Para una vasta mayoría de la población, la magnitud y la forma y satisfacción está determinada por su propio trabajo; pero su trabajo está al servicio de un aparato que ellos no controlan, que opera como un poder independiente al que los individuos deben someterse si quieren vivir. Y este poder se hace más ajeno conforme la división del trabajo llega a ser más especializada. Los hombres no viven sus propias vidas, sino que realizan funciones preestablecidas. Mientras trabajan no satisfacen sus propias necesidades y facultades,

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sino que trabajan enajenados... Ahora el trabajo ha llegado a ser general y, por tanto, tiene las restricciones impuestas sobre la líbido: el tiempo de trabajo, que ocupa la mayor parte del tiempo de vida individual, es un tiempo doloroso, porque el trabajo enajenado es la ausencia de la gratificación, la negación del principio del placer. La líbido es desviada para que actúe de una manera socialmente útil, dentro de la cual el individuo trabaja para sí mismo, sólo en tanto que trabaja para el aparato, y está comprometido en actividades que, por lo general, no coinciden con sus propias facultades y deseos. H. Marcuse. Eros y civilización, p. 54. La teoría hermenéutica Se entiende por «hermenéutica» (de hermenéutica, relato que trae noticias) la técnica y el arte de la comprensión e interpretación. Hoy entendemos por «hermenéutica» una «teoría generalizada de la interpretación»: una teoría y praxis de la «interpretación crítica» que constituye el método del «entender» y «comprender». La interpretación aparece como modo fundamental del humano entender, que, en cuanto «entendimiento interpretador», es, en su última intención, «comprensión», comprensión antropológica de la realidad. Esta teoría y praxis de la interpretación crítica intenta una comprensión de la realidad en y por el «Lenguaje». La teoría «generalizada de la interpretación» trata de abrir un texto o contexto a su «sentido» y significado, pues toda interpretación es interpretación del sentido. La hermenéutica es el entenderse sobre la cosa a través del «medium» que es el lenguaje («Linguisticturn», que en la Hermenéutica viene a constituir, una categoría fundamental). El ser es lenguaje y lenguaje es acontecer: somos historia y diálogo. N. Ursúa. Filosofía de la ciencia y metodología crítica, pp. 242-243. La necesidad de la hermenéutica El problema de la comprensión, del entender, del «enterarse», y en definitiva el de la actividad social y humana que designan otros similares verbos y substantivos, es efectivamente un problema y no precisamente uno de los que se hayan podido inventar los filósofos. Todos tenemos experiencia de lo molesto que puede ser un malentendido, de las dificultades que puede producir el no haberse explicado bien en un momento determinado. Así, sentirse incomprendido es el principio de toda soledad, precisamente allí donde uno tiene que desarrollar su vida en compañía de otras personas. Por otra parte, ser incapaz de expresarse bien produce una considerable angustia. En definitiva, está aquí en juego todo ese ámbito de la comunicación o intersubjetividad, que asume un papel esencial en la constitución de lo que en cada uno es su humanidad. Todo lo que tiene que ver con el verbo «entender», afecta no totalmente a la teoría de conocimiento, sino también, muy específicamente, a la antropología. Hernández-Pacheco. Corrientes actuales de la filosofía, p. 228.

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ACTIVIDADES • Elaborar un vocabulario mínimo con los conceptos básicos de los temas estudiados. • Realizar un estudio comparativo entre las ideas epistemológicas de Karl Popper y Thomas Kuhn. • Extraer algunas ideas epistemológicas que podrían ayudar en el proceso de enseñanza-aprendizaje

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Bibliografía

Abbagnano, y Visalbergui, A.: Historia de la Pedagogía, Fondo de Cultura Económica, México, 1964. Ayer, Alfred: El positivismo lógico, Fondo de Cultura Económica, México, 1983. Bunge. Mario: La ciencia, su método y su filosofía, Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 1997. Bunge, Mario: La investigación científica. Su estrategia y su filosofía. México: Siglo XXI Editores, México, 2000. De Echano, J., Martínez, E., Montarelo, P., Navlet, I.: Episteme, Editorial Vives, 1999. Echeverría, Rafael: El buho de Minerva, Dolmen Ediciones, Santiago de Chile, 1997. Feyerabend, Paul K.: Contra el método, Editorial Ariel, Barcelona, 1989. Kuhn, Thomas: La estructura de las revoluciones científicas, Fondo de Cultura Económica, México, 1978. Lakatos, Imre: La metodología de los Programas de investigación científica, Alianza Editorial, Madrid. 1993. Popper, Karl: Conjeturas y refutaciones, Ediciones Paidos Ibérica, Madrid, 1994. Reale, Giovanni y Antiseri, Darío: Historia del pensamiento filosófico y científico. Ed. Herder, Barcelona, 1983.

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