Visión histórica del Perú

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FACULTAD DE EDUCACIÓN DECANO Dr. Carlos Barriga Hernández DIRECTORA ACADÉMICA Dra. Elsa Barrientos Jiménez DIRECTOR ADMINISTRATIVO Prof. Enrique Pérez Zevallos PROGRAMA DE LICENCIATURA PARA PROFESORES SIN TÍTULO PEDAGÓGICO EN LENGUA EXTRANJERA DIRECTORA Mg. María Emperatriz Escalante López COMITÉ DIRECTIVO Dra. Edith Reyes de Rojas Lic. Walter Gutiérrez Gutiérrez

Alfredo Rodríguez Torres Visión Histórica del Perú Serie: Textos para el Programa de Licenciatura para Profesores sin Título Pedagógico en Lengua Extranjera Segunda Edición Lima, abril de 2009 ©

Programa de Licenciatura para Profesores sin Título Pedagógico en Lengua Extranjera, Facultad de Educación, Universidad Nacional Mayor de San Marcos Av. Germán Amézaga s/n. Lima 1, Ciudad Universitaria UNMSM - Pabellón Administrativo de la Facultad de Educación - 2.º piso, oficina 203 Teléfono: 619-7000 anexos 3021, 3022 / E-mail: prog_idiomas_edu@unmsm.edu.pe Website: www.unmsm.edu.pe/educacion/licenciatura/index.htm

Diseño, diagramación e impresión: Centro de Producción Editorial e Imprenta de la UNMSM Este libro es propiedad del Programa de Licenciatura para Profesores sin Título Pedagógico en Lengua Extranjera de la Facultad de Educación de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Ninguna parte de este libro puede ser reproducida o utilizada por cualquier medio, sea éste electrónico, mecánico o cualquier otro medio inventado, sin permiso por escrito del Programa.


ÍNDICE Introducción

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UNIDAD I LA ETAPA DE DESARROLLO AUTÓNOMO DE LAS CIVILIZACIONES ANDINA Y AMAZÓNICA: DEL DESCUBRIMIENTO DE AMÉRICA AL ESTADO INCA CAPÍTULO I:

La historia de la humanidad: una y diversa

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CAPÍTULO II:

La humanización del mundo y de nuestro territorio: Las grandes etapas de la historia del Perú

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CAPÍTULO III: El Hombre Primitivo en el Perú: El llamado Lítico Andino

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CAPÍTULO IV: La Revolución Agropecuaria en los Andes Centrales y la Amazonía Peruana

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CAPÍTULO V:

El estado pristino en los Andes Centrales

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CAPÍTULO VI: Estados Regionales y Panandinos en los Andes Centrales

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CAPÍTULO VII: El Tawantinsuyo: Síntesis y desarrollo del Estado en los Andes Centrales

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ACTIVIDADES

84 UNIDAD II DE LA INVASIÓN EUROPEA DE AMÉRICA A LAS REVOLUCIONES BURGUESAS

CAPÍTULO VIII: La invasión europea de nuestros territorios

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CAPÍTULO IX: La Sociedad colonial en el Perú

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CAPÍTULO X:

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ACTIVIDADES

La primera Independencia del Perú

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UNIDAD III DE LA INDEPENDENCIA CRIOLLA AL ESTADO OLIGÁRQUICO CAPÍTULO XI:

Las Revoluciones Burguesas en Europa, la Crisis de la Sociedad Colonial Peruana y la lucha por la Independencia 120

CAPÍTULO XII:

La Independencia Criolla: Del estado colonial al estado criollo de la primera mitad del siglo XIX

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CAPÍTULO XIII: La Burguesía Guanera y los primeros intentos de organización del Estado Peruano

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CAPÍTULO XIV: La guerra del salitre: El Perú como promesa y posibilidad

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CAPÍTULO XV:

El segundo militarismo y la República Aristocrática: La propuesta criolla limeña de construcción de un estado centralista y monocultural

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CAPÍTULO XVI: Leguía: los primeros intentos de modernización del estado y el surgimiento de un nuevo actor político, el movimiento popular 166 CAPÍTULO XVII: La gran crisis capitalista y la formación de los partidos populares: el Partido Socialista y el Apra. De la crisis del 30 al frente democrático 167 CAPÍTULO XVIII: El estado oligárquico y el tercer militarismo: De Sánchez C erro a Pérez Godoy

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ACTIVIDADES

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UNIDAD IV DE LA MODERNIZACIÓN ARMADA AL NEOLIBERALISMO CAPÍTULO XIX: La Modernización Armada: Las reformas y contrareformas del gobierno revolucionario de las Fuerzas Armadas

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CAPÍTULO XX: El Neoliberalismo: de la lucha por la hegemonía en los 80 a la hegemonía absoluta en los 90

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CAPÍTULO XXI: Las nuevas fuerzas sociales y políticas del siglo XXI: El movimiento regionalista, los pueblos indígenas, el nacionalismo, los movimiento evangélicos

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ACTIVIDADES

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BIBLIOGRAFÍA

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Competencias generales del curso 1. Analiza y valora los aportes de nuestra civilización, desde la aparición del hombre y la mujer en nuestros territorios, como base de nuestra identidad para la construcción de una visión compartida de futuro. 2. Reconoce, analizando los procesos histórico – sociales, el valor de la diversidad cultural en nuestra sociedad y la necesidad de construir un Estado pluricultural.



Visión histórica del Perú

INTRODUCCIÓN Esta segunda edición del libro “Visión Histórica del Perú”, diseñado para servir de material de trabajo para los propósitos de la formación general de los docentes de lenguas extranjeras, se hace a sólo un año de la primera edición, de tal manera que reiteramos nuestros objetivos: a) proponer una visión alternativa a la historia oficial fomentada por el Estado criollo monocultural a través de la escuela; b) actualizar el debate sobre los temas controversiales de la historiografía moderna; y, c) Promover el dialogo intercultural necesario para la construcci6n de un Estado Nacional Pluricultural en el Perú del siglo XXI. Nuestra intención no es agotar la temática de la historiografía peruana sino proponer una hoja de ruta que oriente a los docentes que deseen profundizar en el conocimiento y comprensión de nuestro pasado, engarzado a nuestro presente y construyendo el porvenir de nuestra patria. El libro esta pensado como un soporte para los docentes que trabajaran durante los periodos presenciales. Cada Unidad de Aprendizaje tiene señalados sus objetivos generales y específicos, que se deben traducir como aprendizajes esperados. Los contenidos están ordenados por capítulos que se organizan de acuerdos a coyunturas históricas creadas para un mejor trabajo didáctico. Los capítulos están organizados por un resumen del autor y acompañado de lecturas seleccionadas en relación a cada capitulo. Finalmente, las actividades complementarias que deben ser útiles para consolidar los aprendizajes. Agradezco nuevamente la confianza de la Dirección del Programa de Licenciatura para Profesores de Lenguas Extranjeras por la nueva edición de este trabajo que ha tenido el apoyo de mis colegas y ex alumnas de la Facultad: María del Pilar Mendoza Yañez, Cynthia Cárdenas Palacios y Rosa Luz Silva León y del arte de Raúl Rodríguez Rodríguez. EL AUTOR

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PRIMERA UNIDAD LA ETAPA DE DESARROLLO AUTÓNOMO DE LAS CIVILIZACIONES ANDINA Y AMAZÓNICA: DEL DESCUBRIMIENTO DE AMÉRICA AL ESTADO INCA

Objetivos Generales 1. Ubica, analiza y explica los procesos de cambio producidos por los hombres y mujeres desde su aparición en nuestros territorios hasta la construcción de la Civilización Andina y Amazónica. 2. Valora la importancia de los aportes del hombre y la mujer andinos y amazónicos de este período, para las civilizaciones del presente. Objetivos Específicos •

Asume una posición crítica frente a las diversas concepciones modernas sobre nuestros orígenes y el desarrollo de nuestra civilización.

Describe, analiza y toma posición crítica frente a las tesis sobre la periodificación de la Historia Peruana.

Analiza, utilizando las herramientas básicas de las ciencias sociales, las etapas y periodos de nuestra historia pre hispánica.

Valora y explica las principales características y aportes de los Estados Regionales y Estados panandinos en los Andes Centrales pre hispánicos.

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CAPÍTULO I LA HISTORIA DE LA HUMANIDAD: UNA Y DIVERSA Las últimas generaciones de peruanos hemos recibido mensajes ideológicos oficiales bajo la forma de “cursos” de Historia. Estos mensajes han estado orientados a crear las condiciones subjetivas que justifican los procesos históricos y su resultado final: La situación social actual de la sociedad peruana. En los años 60, se nos enseñó la Historia como dos “disciplinas” diferentes denominadas “Historia del Perú” e “Historia Universal”, como si se tratara de dos procesos diferentes sin puntos de conexión entre ellas. El fundamento “científico” de esta separación estaba expresado en la idea de la existencia de “razas humanas”, “razas históricas” y “subrazas”. A las primeras se les asignaban características psicológicas y culturales propias de la “civilización”, mientras que a las otras se les asignaban características de la barbarie. Sobre este supuesto básico se construyó el discurso colonial europeo, desde el siglo XV; sobre esta ideología se justificaron las invasiones de África, América y el resto del mundo entonces conocido. Los fundamentos “raciales” acompañaron la colonización europea de nuestros territorios con la consigna de “evangelizar” a los “infieles”, y cuya tarea costaba a los indígenas ingentes cantidades de oro, plata y recursos económicos pedidos a los “encomendados”, que luego se tradujo en diezmos y tributos que materializaron la explotación de nuestros antepasados. La idea de la “Raza Blanca” como superior y expresión única de la “civilización” humana se mantuvo durante toda la colonia y durante toda la “República Criolla”: En los siglos XIX y XX de manera explícita, y en el siglo XXI, de manera implícita. Debemos recordar que a inicios del siglo XX, con la llamada “República Aristocrática”, los gobiernos peruanos promovieron la colonización de la amazonía por poblaciones europeas con la finalidad de “mejorar la raza”. Las políticas educativas del Ministerio de Instrucción y Culto, desde los inicios del siglo XX hasta parte de la segunda mitad de dicho siglo, señalaban que el objetivo principal de la educación peruana era “civilizar a los indios”. La palabra “civilización” reemplazó a la palabra “raza”; pero el fondo seguía siendo el mismo: para ser “civilizados” debíamos ser y actuar como los europeos, como los blancos. Después de la II Guerra Mundial y como parte de la llamada “Guerra Fría”, el autodenominado “mundo occidental” inventó otra palabra: “Desarrollo”. Un norteamericano llamado Rostow propuso la “tesis” según la cual el mundo estaba dividido en “países desarrollados” (ellos, los norteamericanos y los europeos) y “países subdesarrollados”

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(nosotros, los americanos del sur, los africanos y otros). Los primeros habían logrado el “desarrollo” a través de la industrialización y la ampliación del mercado; y, los segundos debían seguir el mismo camino, haciendo lo mismo que hicieron en el siglo XVIII y XIX los primeros. Así, con el tiempo, el “subdesarrollo” se convertiría en “desarrollo”, bajo la orientación de quienes llegaron primero a este estadío socioeconómico. Finalmente, cuando las investigaciones científicas relacionadas con la destrucción del medio ambiente por el modelo de “desarrollo” occidental lograron poner alerta sobre el asunto, se inventó la nueva palabra: “globalización”; para decir que todos estamos en el mismo barco y que debemos aceptar la situación histórica producida; porque abriendo los mercados y entregando los recursos naturales a las grandes empresas, éstas traerían el bienestar que tanto necesitan los países “emergentes” y “en vías de desarrollo”; eufemismos para el mismo viejo problema. La historia de nuestros pueblos ha sido, pues, la historia de 6 palabras: “RAZAS SUPERIORES”, “EVANGELIZACIÓN”, “CIVILIZACIÓN”, “DESARROLLO” Y “GLOBALIZACIÓN”. Seguiremos esperando la nueva palabra mágica que permita mantener la “gobernabilidad” que tanto necesita el sistema. Toda esta parafernalia ideológica, sin embargo, ha caído por su base: la ciencia ha demostrado que los seres humanos procedemos de una sola raíz y de un solo tronco, originado en África. El descubrimiento del ADN y el develamiento de los secretos del mapa genético humano han llevado a la ciencia a reconocer que todos: negros, blancos, amarillos, cobrizos, procedemos de los mismos ancestros; que todos pertenecemos a una misma RAZA, la humana, la del Homo Sapiens Sapiens. Al reconocer esta relación, las ideologías racistas y etnocentristas pierden su base de sustentación. Los humanos tenemos el mismo origen genético; pero somos, al mismo tiempo, diversos; porque durante los últimos 60 000 años, nos hemos dispersado y hemos adquiridos diversidad de formas de vida y de cultura que nos hacen diferentes. Por esta razón, la tesis central de nuestra reflexión: la humanidad, una y diversa, debe hacer un esfuerzo por reconstruir sus relaciones en el marco del respeto a la diversidad. No hay hombres o mujeres superiores ni inferiores; no hay culturas superiores ni inferiores; no hay lenguas superiores ni inferiores; solamente diferentes. Durante miles de años la humanidad ha ido ocupando todos los espacios posibles (y los imposibles) del planeta y creando culturas diferentes en la medida en que se han ido relacionando con su medio ambiente. Cada grupo humano, según el espacio que iba ocupando, producía una simbiosis con su geografía hasta convertirla en una aliada de su desenvolvimiento como sociedad. Durante estos miles de años muchos pueblos y culturas vecinos intercambiaron conocimientos, de manera pacífica o violenta, hasta construir civilizaciones que ocuparon grandes espacios geográficos. Todo este proceso se desarrolló siempre en espacios regionales limitados: Eurasia, África, América; así como espacios aislados, como Australia, Melanesia, Polinesia.

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En el siglo XV de nuestra era, se inició un proceso muy diferente a los anteriores. La civilización europea había desarrollado una forma de construir su economía, basada en el comercio, para lo cual requería cada vez con mayor urgencia de metales preciosos por que éstos facilitaban el intercambio de productos. La Europa mercantil del siglo XV inició una carrera por ubicar estos recursos tan valiosos para el comercio como eran el oro y la plata. Los grandes imperios europeos, principalmente el imperio español y el imperio portugués, desplegaron todos sus esfuerzos en la búsqueda de oro y plata. Los grandes comerciantes europeos, apoyados por los estados imperiales iniciaron la carrera por “descubrir” nuevas rutas y nuevos espacios donde encontrar metales preciosos. Invadida otros territorios, sin embargo, requería de una misión menos egoísta que justifique esta tarea; los europeos encontraron en la religión católica y en la ideología racista esta justificación. Después de cinco siglos de colonización europea, el desarrollo del capitalismo mercantil en capitalismo industrial creó las sociedades modernas en el mundo, las cuales dieron origen a los “Estados Nacionales”, que se vieron en la necesidad de construir sus propios discursos historiográficos. En este periodo de los últimos dos siglos, la Iglesia encontró un nuevo aliado para la justificación: la escuela; y dentro de ella, a la materia de Historia, que fue utilizada como herramienta fundamental para la creación de las “naciones”, sobre la base de una construcción mental del pasado que justificaba todo el presente. Como dice el célebre historiador francés Marc Ferro: “No nos engañemos: la imagen que tenemos de otros pueblos, y hasta de nosotros mismos, está asociada a la Historia tal como se nos contó cuando éramos niños. Ella deja su huella en nosotros para toda la existencia”1. Si bien es cierto que éste es el origen de las “historias nacionales”, contada por los vencedores, nuestra misión de maestros implica no aceptar acríticamente la historia oficial, la historia contada por los grupos de poder que dominan los estados; sino que debemos hacer un esfuerzo para que nuestros estudiantes se reconozcan en ese pasado, a través de una historia con menos sesgos dominantes y menos justificaciones políticas, como hasta ahora

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FERRO, Marc. (1990) Cómo se cuenta la historia en el mundo entero. Ed. FCE, México D.F.


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CAPÍTULO II LA HUMANIZACIÓN DEL MUNDO Y DE NUESTRO TERRITORIO: LAS GRANDES ETAPAS DE LA HISTORIA DEL PERÚ La humanidad moderna, nosotros, nacemos en África, cuando todo el planeta se encontraba viviendo el periodo geológico conocido como el Pleistoceno. Su proceso de hominización ha sido largamente estudiado y se remonta a más de 5 millones de años, desde los primeros homínidos. El proceso de humanización del mundo se inicia con los primeros grupos que emigran de nuestra original África, hace aproximadamente 70 000 años, en busca de mejores condiciones para su supervivencia. El llamado “Mapa Genográfico” (ver figura) nos muestra las diferentes rutas tomadas por los pequeños grupos humanos en busca del sustento diario. Miles de años han sido necesarios para que el planeta se humanice; es decir, para que algún grupo humano empiece a interactuar con los ecosistemas prístinos. Algunos de esos grupos que salieron originariamente de África, iniciaron el descubrimiento de nuestro continente, que los occidentales llaman “América” y los indígenas conocen como “Abya Yala”. Las evidencias arqueológicas nos muestran que los humanos que descubrieron Abya Ayala, nuestro continente, llegaron hace 40 000 ó 30 000 años, aproximadamente. La ocupación de este espacio se hizo de norte a sur, de la misma azarosa manera como salieron del continente matriz. El mapa genográfico, una investigación que desarrollan los científicos del mundo, vienen “rastreando” el movimiento migratorio de nuestros primeros ancestros, a través del estudio de nuestra información genética. La nominación de “Adan” y “Eva” para nuestros primeros padres hace alusión a la mitología judeo cristiana de los primeros seres humanos creados por Dios.

PROCESO DE HOMINIZACIÓN

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Ruta de llegada a Abya Ayala Nuestros primeros ancestros llegaron a este territorio que ahora llamamos Perú y a toda esta zona geográfica que podríamos llamar mejor “los Andes centrales”, hace 10 000 años, aproximadamente. Algunos arqueólogos atribuyen una antigüedad mayor a la presencia humana en nuestros territorios2, sin que se hayan definido completamente estos fechados. FAUNA PLEISTOCÉNICA

Hippidium

Paleolama

Mastodonte Stegomastodon

Tigre dientes de sable Smilodon 2

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Las investigaciones de Mc Neish y sus tesis sobre los restos encontrados en Pacaicasa a los que se atribuye la antigüedad de 20 000 años, sin haber sido aceptado por la comunidad científica.


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En lo que sí están de acuerdo todos los investigadores, es en el estadío de desarrollo humano en que llegaron estos primeros descubridores de Abya Yala o América: cazadores, pescadores y recolectores; es decir, depredadores. Los investigadores que asumen las tesis de mayor antigüedad de nuestros ancestros, consideran que ellos estuvieron vinculados a la fauna pleistocénica, mientras que los investigadores que asumen la tesis de menor antigüedad consideran que estuvieron vinculados a la fauna holocénica. FAUNA HOLOCÉNICA

Alpaca

Vicuña

Llama

Guanaco

ETAPAS Y PERIODOS DE LA HISTORIA EN EL PERÚ Aceptando, entonces, que los primeros seres humanos llegaron a nuestros territorios hace 10 000 años, se puede considerar que es esta antigüedad la que corresponde a los inicios de la historia en el Perú. Para estudiar estos 10 000 años de historia, los especialistas han dividido de diversas maneras el proceso histórico social. En el presente texto, vamos a utilizar la propuesta básica de Pablo Macera, para señalar las grandes etapas de nuestra historia. Le agregaremos algunas opiniones personales y usaremos, al interior de las etapas históricas señaladas algunas periodizaciones de arqueólogos e historiadores reconocidos.

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Macera propone una gran división en etapas, de la historia del Perú: I. Etapa de Desarrollo Autónomo (desde la llegada de los primeros pobladores a nuestros territorios hasta la invasión colonial española) II. Etapa de la Dependencia (desde la invasión colonial española hasta nuestros días). Macera no define con claridad la diferencia entre el proceso colonial español en el Perú y el proceso “Republicano”, puesto que considera que la dependencia de nuestra patria no desaparece con la independencia, sino que cambia su forma. Nosotros consideramos que en la Etapa de Dependencia podríamos hablar de dos grandes periodos: el periodo de la dependencia colonial (desde el siglo XVI hasta la formación del Estado “Republicano”) y el periodo de dependencia semi colonial (desde la formación de la “República” hasta nuestros dias).

ETAPAS Y PERIODOS DE LA HISTORIA DEL PERÚ Etapa de la Dependencia

Etapa de Desarrollo Autónomo

Periodo de la Dependencia Colonial

Llegada de los primeros Pobladores (10 000 años a.C.)

Invasión colonial española (Siglo XVI)

Periodo de la Dependencia Semicolonial

Formación del Estado “Republicano” (Siglo XIX)

Nuestros días (Siglo XXI)

La razón por la que colocamos el concepto “República” entre comillas es porque en el Perú nunca se ha logrado constituir una base republicana, que es la ciudadanía o la igualdad de todos los ciudadanos ante la ley. No es posible llamar República, por ejemplo, a un sistema político que se basa en derechos de una minoría (los criollos) y de una mayoría sin derechos políticos. Debemos recordar que durante los primeros 30 años de “República”, la mayoría de los “peruanos” (los indígenas) continuaban pagando tributo al Estado; y que, durante más de 150 años de “República” los analfabetos (léase nuevamente más del 80% de los peruanos, los indígenas) no tenían derecho al voto. Y, actualmente, los poderes del Estado siguen desconociendo los derechos de los pueblos indígenas y de las mayorías mestizas indígenas del Perú. Nosotros siempre llamaremos a este sistema político nacional la “República Criolla”, donde sólo los criollos y los “acriollados” tienen derechos plenos y los indígenas y mestizos indígenas carecen de ellos.

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LECTURA ADN MITOCONDRIAL Y MIGRACIONES Los genes del ADN mitocondrial se heredan sólo de la madre por medio de las mitocondrias del óvulo (la mitocondria del espermatozoide no penetra). En razón de ello pueden reconstruirse las migraciones humanas. A medida que el Homo sapiens se trasladó de un continente, a otro su ADN mitocondrial fue acumulando mutaciones no patogénicas y este “registro” quedó en las mitocondrias de sus mujeres, las secuencias de pares de bases se fueron haciendo distintivas de las secuencias en otros continentes. Al agrupar las secuencias relacionadas de un continente y compararlas con las agrupadas de los diversos continentes, se puede determinar el grado de parentesco de las mujeres de distintos lugares. También puede deducirse de estos estudios los continentes que se colonizaron primero, la mayor frecuencia de variación del ADN mitocondrial en un continente indica una mayor antigüedad en el mismo. Las poblaciones africanas son más antiguas, porque poseen el mayor grado de variación mitocondrial, los asiáticos, europeos y los aborígenes de América, muestran progresivamente una variación menor. El momento exacto en que se colonizó cada continente puede estimarse solamente de una manera aproximada. Los datos dependen del ritmo con el que la molécula de ADN mitocondrial fue acumulando mutaciones. La tasa de mutaciones es bastante constante (cada 2000 a 3000 años), aunque se desconoce la precisión exacta de este “reloj molecular”. Las fechas estimadas, generalmente, suponen que el ritmo de mutaciones está en la media de estos márgenes. De acuerdo a los datos elaborados en el laboratorio de Douglas C. Wallace (Titular de la Cátedra de Genética molecular, Universidad de Emory), el Homo sapiens apareció en Africa hace unos 130 000 años. Migró hace unos 70 000 años a Asia y, desde Medio Oriente habría colonizado Europa hace unos 50 000 años. Desde Asia habría pasado a América en diversas oleadas migratorias. Durante la primera, hace unos 34 000 años, se desplazaron por Siberia y Alaska y luego por América del Norte, Centroamérica y América del Sur (constituyen antepasados de los paleoíndios modernos como los pimas de Arizona, los mayas de México y los yanomamis de Venezuela). La segunda oleada, hace unos 15 000 años, procedente de Asia, habrían rodeado Siberia, posiblemente buscando la costa, hasta llegar a Alaska y dispersarse por toda América. Se mezclaron allí con la población existente para dar lugar a los paleoíndios actuales de habla amerindia.

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La tercera oleada parte de Siberia hace unos 9 500 años constituyéndose en los fundadores del grupo lingüístico Nadéné (las tribus atabascas del noroeste de Canadá y Alaska, como los dogrib y los apaches y navajos del sudeste de los Estados Unidos). Se considera que los esquimales y aleutianos se originaron de una cuarta migración más reciente que los llevó de Siberia a Norteamérica. ADN mitocondrial y el orígen del Homo sapiens El análisis de ADN mitocondrial sugiere, además, que los primeros individuos de la especie Homo sapiens reemplazaron en sus asentamientos a las especies humanas más primitivas (como el Neanderthal). Esta hipótesis es rechazada por muchos antropólogos que sostienen que los predecesores de Homo sapiens aparecieron hace un millón de años en África y se dispersaron por el Viejo Mundo evolucionando en distintas razas de Homo sapiens. Extracto seleccionado por el autor http://fai.unne.edu.ar/biologia/evolucion/migra.htm

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CAPÍTULO III EL HOMBRE PRIMITIVO EN EL PERÚ: EL LLAMADO “LÍTICO ANDINO” Como lo hemos señalado en capítulos anteriores, nuestros primeros ancestros llegaron a nuestro continente como depredadores; es decir, como cazadores, pescadores y recolectores. Las oleadas migratorias de estos padres y madres africanos fueron varias y

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con algunos miles de años de diferencia y por diferentes rutas. Cuando llegan a nuestros actuales territorios, los hombres y mujeres africanos encuentran ya un clima óptimo, producto del cambio geológico. La flora y la fauna pleistocénica habían desaparecido y en su lugar se desarrollaban nuevas formas de vida animal y vegetal. Los primeros vestigios humanos encontrados por los arqueólogos en nuestro país se conocen con los nombres de la zona donde se hallaron o de los equipos y personas que los descubrieron. Los grupos (“Bandas” les llaman en el lenguaje técnico) humanos de este primer periodo de nuestra historia se caracterizan por ser muy pequeños (entre 30 y 50 individuos); con una vida trashumante, son endogámicos y portan sus más avanzadas tecnologías de caza y pesca: lanzas con puntas de piedra, piedras afiladas para despellejar animales cazados, agujas y anzuelos de hueso, con las que elaboran sus primitivas ropas y sus abrigos temporales. Todos los individuos trabajan; es decir, participan de la caza, la pesca y la recolección, porque el trabajo y el consumo son un mismo proceso. Ocupan cuevas como abrigos naturales para las noches y para permanecer algunos días en zonas bien provistas de recursos. Estos pequeños grupos viven en permanente conflicto con otros grupos de depredadores por las zonas de caza, pesca o recolección. Los enfrentamientos son permanentes y por ello deben recurrir a los miembros más fuertes o más hábiles, para dirigir estas actividades bélicas. La división social del trabajo no es muy definida, aunque las mujeres por sus etapas de embarazo y crianza inicial se ocupan de tareas diferentes a las de los varones.

ACTIVIDADES DE LAS BANDAS LÍTICAS

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CAPÍTULO IV LA REVOLUCIÓN AGROPECUARIA EN LOS ANDES CENTRALES Y LA AMAZONÍA PERUANA La revolución agropecuaria es la primera gran revolución de la humanidad. Es el tránsito de la actividad depredadora a la actividad productora de las sociedades humanas. En la historia europea, se conoce a este proceso como la “Revolución Neolítica” y algunos científicos califican a este proceso en el Perú como el “neolítico andino”. Nosotros preferimos calificar este periodo como “Revolución Agropecuaria” por que refleja mejor el significado del fenómeno social producido: la invención de la agricultura y la ganadería o la domesticación de plantas y animales. La invención de la agricultura y la ganadería ha sido uno de los procesos de investigación más largo de los hombres y mujeres de hace 10 000 años. No ha sido, como suele decirse en algunos textos un “descubrimiento”, producto de la simple observación del proceso natural de la reproducción de plantas y animales. Las investigaciones etnobotánicas demuestran las grandes innovaciones que tuvo que hacer el hombre y la mujer de las sociedades primitivas, para dulcificar algunos productos silvestres venenosos y para incorporar nuevas características a algunas plantas y animales mediante los injertos o cruces de especies. Todo un proceso de investigación genética, precursor de lo que ahora conocemos como “Ingeniería Genética”. En el mundo antiguo se desarrollaron 4 grandes focos de domesticación de plantas y animales: Asia (mayor y menor), África y América del Sur y México. Como se puede apreciar, los pueblos inventores, creadores de todos los alimentos que conocemos ahora, son los pueblos que pasan hambre y miseria en el siglo XXI. La domesticación de plantas ha sido una muy larga investigación colectiva de los pueblos recolectores, quienes fueron capaces de convertirse, en primer lugar, en recolectores especializados y posteriormente en cultivadores y enriquecedores de materiales genéticos de los principales alimentos. Lo mismo sucedió con los pueblos cazadores, quienes estudiaron minuciosamente a las especies silvestres, las criaron y luego las mejoraron mediante procedimientos innovadores. Así, el caballo, un animal muy pequeño, que inicialmente sólo sirvió para tirar carros de guerra, mediante el mejoramiento genético, se convierte en un animal de monta. El maíz, que en su estado silvestre carece de pancas protectoras termina siendo un fruto altamente protegido por mejoramiento genético. La papa silvestre, naturalmente amarga y venenosa pasa a ser el principal alimento de los hombres de los andes centrales, quienes logran desarrollar más de 4000 variedades de este tubérculo.

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Estos procesos investigativos no han cesado en los pueblos indígenas de la costa, la sierra y la amazonía. Cuando compartimos experiencias con hombres y mujeres indígenas nos informamos que sus chacras son centros de investigación permanente; que los cultivadores indígenas son personas con mucha capacidad de observación en relación a sus productos. En el caso amazónico, los agricultores especializados establecen diálogos con sus plantas y semillas. LOS PRINCIPALES CULTÍGENOS Y PRINCIPALES ANIMALES DOMÉSTICOS EN LOS ANDES Algodón

Mate

Ají

Camote

Tutumo

Papa

Pacay

Maíz

Cuy

Maní

Llama

En este proceso revolucionario de nuestros antepasados se van construyendo dos grandes civilizaciones en nuestros territorios: la civilización andina y la civilización amazónica. La civilización andina se desarrolló en los espacios que nosotros conocemos como la Costa y la Sierra del Perú, con contactos y comunicaciones permanentes entre ellos; mientras que la civilización amazónica se desarrolló en lo que conocemos como la Amazonía peruana, desde la vertiente oriental de los andes hasta la llanura amazónica. Los contactos esporádicos entre estas dos grandes civilizaciones permitieron la transferencia de algunos conocimientos y tecnologías, pero se mantuvieron siempre a una distancia suficiente como para crear escenarios culturas muy diferentes. Como veremos más adelante, la revolución agropecuaria que se desarrolla de manera diversa en estas dos grandes civilizaciones, sienta las bases de las conquistas tecnológicas posteriores.

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Indígena Andino seleccionando semillas de papa

Indígena Yine en chacra experimental de noni

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LECTURA PERÚ, HOMBRE E HISTORIA DE LOS ORÍGENES AL SIGLO XV Duccio Bonavia De la caza a la agricultura Se ha visto ya cómo el hombre –desde épocas muy tempranas– comienza a hacer uso de plantas cultivadas. Pero, para evitar confusiones, nos parece necesario aclarar algunos conceptos. Evidentemente, para cualquier cultivo se podría utilizar la palabra agricultura. Sin embargo, este término, como lo define el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, designa “el arte de cultivar la tierra”, de modo que implica una serie de conocimientos relacionados con el crecimiento de las plantas, las propiedades de los suelos, la distribución del agua, el almacenamiento de semillas, el abono de la tierra y muchas cosas más. Y todo esto el hombre no lo aprendió, ni lo inventó de una sola vez y en poco tiempo. Como todo descubrimiento humano, llevó milenios de tanteo, de experiencias, que en muchos casos fueron coronados del éxito, pero en muchos otros, de grandes fracasos. Lo que sucede es que, generalmente, la historia inmortaliza los triunfos y trata de olvidar o disminuir los fracasos. El hombre ha sido siempre ególatra y egoísta. Los especialistas prefieren por ello diferenciar dos grandes etapas de este proceso: el primero, de los intentos y tanteos, que se ha definido como horticultura; y el siguiente, cuando ya se conoce bien la tarea, esto es, la agricultura propiamente dicha. Durante la época hortícola, se hacen los primeros ensayos; pero el hombre depende de la naturaleza. No está aún en condiciones de controlar el agua o labrar la tierra. Probablemente se limpian los campos de las principales malezas utilizando aquellas tierras que están al borde de los ríos o zonas húmedas. Se aprovecha de la salida de madre de las aguas, que generalmente dejan una capa de limo aluvial muy fértil. Pero si no hay agua no hay cultivo y aún no existen los recursos para distribuir el líquido elemento. Las cosechas dependen de los fenómenos naturales. El aprovechamiento de las tierras potencialmente cultivable es mínimo. La horticultura es todavía el único sustento del hombre que continúa con sus actividades de caza y recolección. Pero no podemos seguir hablando de cultivo, si no establecemos claramente cuál es la diferencia entre una planta silvestre y una planta cultivada. Harlan dijo alguna vez que planta cultivada es aquella que se planta deliberadamente en espera de una recogida posterior. Habría que añadir que dentro de este proceso de cultivo va implícito el concepto humano de domesticación. Si bien este normalmente se asocia al fenómeno animal, es perfectamente aplicable al de los vegetales, ya que en el fondo se trata de lo mismo.

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En este sentido para los especialistas las plantas domesticadas son consideradas como artefactos, puesto que el hombre ha influido en su evolución natural, modificándola hasta el extremo de lograr productos que, desde el punto de vista biológico puro, no sólo son antinaturales, sino que podrían ser definidos como un fracaso. En efecto, el hombre ha jugado con la plasticidad genética de las plantas y a través de los mecanismos de selección e hibridación los ha alterado. Es así que tenemos en la actualidad algunas que han perdido la capacidad de producir semillas (como la oca y el olluco); otras, que han perdido la capacidad de producir semillas viables (como el añu, la achira, y el pepino), y otras aún, que no tienen la capacidad de dispersar sus semillas (como el maíz). Muchas plantas se han convertido en cultígenos y son todas aquellas cuyos ancestros y silvestres ignoramos. El hombre es el único y directo responsable de este proceso y algunas plantas dependen total y exclusivamente de él; pues sin su ayuda, no podrían reproducirse. Si desaparece el hombre, estas plantas se perderán con él. El maíz es el mejor ejemplo. En la base de este proceso está la necesidad que tuvo el hombre para su sustento de algunas plantas más que de otras y, por ende, la urgencia de liberarse, hasta donde le fue posible, de la inestabilidad que en este sentido significa depender de la naturaleza. Por ello Pernés utiliza el concepto de “síndrome de la domesticación” para referirse a un conjunto de caracteres biológicos, que no son otra cosa sino una serie de adaptaciones útiles al agricultor. En efecto, si se compara una planta silvestre con otra cultivada, se podrá notar una diferencia fundamental. En las plantas silvestres se dan una serie de caracteres que aseguran la dispersión de sus semillas. Por el contrario, en las cultivadas, la característica más saltante es la no dispersión, Ya que está sujeta al arbitrio del hombre. En el caso de los cereales, en las plantas silvestres, la germinación de las semillas es escalonada, de modo que se permite la búsqueda de condiciones favorables para la reproducción; en los cereales cultivados se han creado dispositivos que retardan e igualan la germinación, de modo que el hombre puede recoger todos los granos en un mismo momento. De esto se deduce que la diferencia fundamental entre la planta silvestre y la planta cultivada radica exclusivamente, en aquellos genes afectados por “el síndrome de domesticación”. Los otros genes son, básicamente, idénticos. Calcula Pernés que sólo un pequeño número de genes –una docena, aproximadamente, en el caso de los cereales– ha estado sometida a una selección, determinada por el proceso de domesticación. Ha intrigado durante mucho tiempo a los estudiosos y preocupa al público, en general, cómo ha podido el hombre lograr un conocimiento práctico de los mecanismos genéticos de las plantas, cuando a nivel científico sólo han podido ser explicados a fines XIX y principios del XX. En realidad, las investigaciones de los últimos años han venido a demostrar que este proceso no es tan complejo como se creía y que la domesticación ha sido posible sólo porque algunas plantas tenían determinadas particularidades genéticas preexistentes, que pudieron ser aprovechadas por el hombre y que se limitaban, exclusivamente, a ciertas estructuras. De modo que se logró explotar estas particularidades cuando en la historia del hombre se dieron ciertas situaciones que tendían hacia la necesidad de fijarse mayormente en aquellos caracteres que tendían hacia la acumulación y la conservación de alimentos. Esto explica la posibilidad de que este proceso se haya dado en diferentes momentos y en

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distintos lugares de la tierra. La gran cantidad de variedades de plantas que conocemos, son solamente adaptaciones a diversos medios con mezclas de formas silvestres. De modo que todo este proceso, que no tiene nada de excepcional, es muy lento y, como se verá más adelante, ha tomado mucho más tiempo de lo que se había supuesto. Si se observa la notable variedad de plantas que nos rodea, se verá que sólo algunas de ellas han sido sometidas al proceso de domesticación y entre ellas predominan las gramíneas y las leguminosas. Además, este proceso no se dio más que algunas áreas geográficas del mundo. Según estudios recientes, realizados por un grupo de especialistas, entre los que figuran Pernés, Nguyen, Benigna y Belliard, parece que la domesticación de los cereales se ha llevado en aquellas plantas que presentaban particularidades genéticas tales como el agrupamiento de genes favorables en un mismo cromosoma o particularidades reproductivas como la autofecundación. En este proceso, parece que el rol de las malezas ha sido muy importante. Si para el agricultor moderno éstas presentan un problema en sus campos de cultivo y se han desarrollado complicadas técnicas para eliminarlas, desde un punto de vista evolutivo no son negativas, porque existe una relación ecológica entre las plantas silvestres y plantas cultivadas que, al mezclarse, permiten y ayudan la variabilidad, indispensable para la mejora genética. Y, en algunos casos, esta variabilidad se ha exacerbado tanto que se han producido tales diferencias entre plantas silvestres y plantas cultivadas, que los botánicos han atribuido diferente denominación latina a la misma planta. Desde hace mucho tiempo los especialistas han tratado de reconstruir las etapas teóricas del proceso de domesticación. Así, Vavilov hablaba de los cultivos primarios y secundarios. Los primeros serían aquellos en los que la domesticación se da directamente de plantas silvestres, mientras que en los secundarios hay una mezcla de plantas cultivadas con hierbajos. Para Hawkes, por otro lado, se trata de tres pasos. El primero seria el de la recolección y colonización. En este momento una serie de plantas preadaptadas y con tendencia a hierbajo, con la ayuda del hombre comenzarían a colonizar el área ocupada por éste, de manera que se dará una simbiosis entre los requerimientos ecológicos de las plantas y las necesidades alimenticias del hombre. El paso siguiente sería la cosecha en la que intervienen un proceso de selección al que, finalmente, le sigue la siembra. Narr, a su vez propone dos etapas; una inicial en la que plantas y animales domésticos se quedan dentro del bioma y el hábitat de sus ancestros; y, un segundo momento, en el que el hombre saca a ambos fuera del bioma y del hábitat de sus antepasados. Según este autor, el segundo paso puede tener dos alternativas. O el transplante se hace a un nuevo medio, al que las plantas tienen que acostumbrarse creándose una serie de cambios, o el transplante se hace a un medio preparado artificialmente. Pero lo que ha creado mayores polémicas es el análisis de las causas que han llevado al hombre hacia este proceso y las razones por las cuales éste se ha dado exclusivamente en algunas áreas del mundo, y finalmente, la definición de éstas. No se le ha podido dar, sin embargo, una explicación definitiva totalmente válida.

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Muchos han intervenido en el debate y se sigue trabajando sobre el tema. Así, Childe planteó lo que se ha definido como “la teoría de la cercanía”; en el fondo, una posición determinista. La explicación se basa en la relación que se dio entre dos fenómenos al final de la gran época glacial. Por un lado, el camino climático; y por el otro, la disminución del espacio vital primigenio con los que se tuvieron que enfrentar los cazadores. Este desbalance llevaría a lo que Childe definió la “revolución neolítica”. Por su lado Braidwood favorece más bien la idea de la existencia de una serie de zonas nucleares en las que, debido a condiciones favorables, el hombre, que está técnicamente preparado, puede producir el cambio que lo conduciría a la domesticación de plantas y animales. Saber, en la década de los 50, interpretó el origen de la domesticación como un cambio en la adaptación del hombre al medio, en el que la cultura y el medio interactuaron. Propuso que el mayor centro de domesticación fue el sureste asiático, y que de allí se difundiría la idea a otras áreas. Insistía en la importancia de la adaptación y de los cambios que se producen durante ella. Fue, en realidad, un precursor del análisis ecológico. Mientras que los esposos Binford se han inclinado más hacia la problemática de una crisis ecológica que se había presentado a finales del pleistoceno, por un desequilibrio entre recursos naturales y población humana, lo que habría producido un “stress” demográfico que empujó al hombre a producir alimentos. Finalmente, Flannery tiene una hipótesis para explicar los mecanismos de transición hacia la agricultura. Arguye que ésta fue naciendo gradualmente. Analizando el caso mesoamericano, sostiene que los grupos preagrícolas (luego agricultores) no se adaptaron a un ambiente dado, sino a varios géneros de plantas que crecían en diferentes medios. De este modo que los hombres para obtener alimentos debían estar en los ambientes y estaciones en que ellos fructificaban. En otras palabras, el tiempo dependía de las plantas, no del hombre. Así, pues, el sistema para conseguir alimentos tuvo tiempos fijos. Las plantas más importantes comenzaron a ocupar el mayor tiempo de estas poblaciones; se fueron produciendo cambios genéticos y nació la domesticación. Al analizar el problema en el Medio Oriente, Flannery observó que no era importante el plantar las semillas, sino el hecho de que las poblaciones salían de aquellos ambientes en los que éstas no se podían adaptar y con ello modificaban la presiones de selección natural, lo que permitía una mayor variación de las plantas y, naturalmente, una selección de aquellas características de éstas que, en condiciones naturales, no eran beneficiosas. La utilización estacional de diferentes medios habría sido una característica común en Mesoamérica o en el Oriente Medio. Como se decía, en los términos actuales es muy difícil aceptar plenamente cualquiera de tales hipótesis y una posición ecléctica es quizá la más equitativa, porque es aún demasiado poco lo hecho en este campo y existen grandes áreas geográficas no hurgadas por los arqueólogos, y que son muy importantes para el conocimiento del proceso de domesticación. Es el caso de las zonas de altura media de los Andes, de las que no sabemos prácticamente nada desde el punto de vista de la etnobotánica.

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Desde la época en que Vavilov hiciera sus trabajos pioneros estableciendo la existencia de ocho centros de origen de las principales especies de plantas cultivadas en función de la diversificación, mucho se ha adelantado y hoy sabemos que ésta se debe a otras causas genéticas e históricas. En este sentido, Harlan ha propuesto una hipótesis interesante, aunque siempre discutible. En términos generales, la repartición geográfica de las variedades de una especie es suficientemente coherente y nos muestra una pequeña cantidad de zonas nucleares muy homogéneas y delimitables, que pueden ser calificadas como centros de origen de la agricultura. A estos centros hay que añadir grandes zonas en las que se encuentran numerosas especies domesticadas, pero sin una concentración clara de actividades. Éstos serían los que Harlan ha denominado los “no-centros”. Podemos definir, con evidencias concretas, tres centros independientes de domesticación de plantas: el cercano oriente con su no-centro en África. China con su no-centro que sería el Asía del sureste; y América Central con su no-centro en América del Sur. Harlan piensa, que en cada caso pudo haber interacciones entre centro y no-centro, y que en cada uno las plantas en términos generales son diferentes, pero las ideas y las técnicas de domesticación pudieron ser transmitidas entre centros y no-centros. Si bien el planteamiento nos agrada creemos que en el caso de América deben considerarse como centro el Área Mesoamericana y la Andina Central con su no-centro en la periferia. Es un hecho innegable que el hombre, desde su aparición, ha ido modificando la faz de la tierra, y esta modificación ha ido cambiando de grado a lo largo del tiempo y en función del desarrollo de la cultura. Con el sedentarismo y el nacimiento del fenómeno urbano, el problema se acentuó tremendamente, hasta llegar a los problemas con los que se enfrenta actualmente la civilización, que, como decía Toynbee, hoy está puesta a prueba. Ha sido, sin duda, una necesidad metodológica la que ha llevado a los estudiosos del pasado a crear esquemas y modelos de desarrollo de la cultura a través de su historia sobre el planeta. Pero, muy a menudo, nos hemos olvidado que estos esquemas y modelos no son sino instrumentos de trabajo para un mejor manejo de las fuentes y para poder lograr un entendimiento entre los estudiosos. Y hemos pretendido encasillar la historia del hombre en esquemas rígidos, atribuyéndole a cada una de las “etapas” del desarrollo cultural, que casi siempre se puede definir en su punto culminante mas no en sus orígenes o en su fin, que se van diluyendo en facetas y matices variados y difundidos hasta lo imperceptible. Hoy sabemos que la asociación de agricultura con una serie de fenómenos culturales específicos (tales como sedentarismo, etc.) y en un determinado momento de la historia humana, debe ser desterrada. El hombre desde su época de cazador-recolector, sin quererlo, comenzó a manipular los ecosistemas naturales mucho antes de aparecer las técnicas agrícolas que pueden ser reconocidas por los arqueólogos. Muchos especialistas piensan que existió una larga fase de cultivo inicial, que se pierden en los albores de la humanidad, de la que será difícil encontrar huellas a nivel arqueológico y sin la cual no podríamos explicar la aparición de plantas domesticadas. Está demostrado, y se ve aún claramente en las áreas rurales, en que muchas plantas muestran una marcada predilección por el hábitat disturbado por el hombre. Y éste, a lo largo de su historia, ha ido moviéndose continuamente, adaptándose hasta donde le fue

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posible a diferentes nichos ecológicos. La fauna que perseguía él ha jugado un rol principalísimo en este proceso y ha sido, en gran parte, la responsable del continuo movimiento. Pero no debemos olvidar que el hombre recolectaba también plantas, y muchas de ellas las llevó consigo a lo largo de su deambular. Probablemente, al principio, estas plantas no fueron muchas, ni sabemos cuales fueron las preferencias que impulsaron al hombre a la selección, ni tampoco tenemos la posibilidad, ni siquiera la esperanza, de encontrar sus huellas. Pero de hecho, ellas son las progenitoras de la domesticación posterior. Hoy, que sabemos que la genética de la domesticación no es tan compleja, podemos entender mejor este proceso, pues la agricultura no fue un evento, sino un proceso, aunque debemos aceptar que al principio el hombre debió actuar inconscientemente y que quizá, como sugiere Pernés, en muchos casos el motor principal fue ritual más que la necesidad utilitaria. En este sentido, debemos rendirle homenaje, una vez más, a Oakes Ames como precursor de estas ideas, allá por la década del 30. Volviendo un poco a lo que decíamos antes, no hay ningún modelo de aplicación universal ni una sucesión de etapas aplicable a todas las plantas. En ese sentido tiene mucha razón Harlan cuando dice que la difusión por osmosis debió jugar un papel importante, sin que se tenga que pensar en emigraciones o en portadores de cambio. Para entender este fenómeno, es importante tener conciencia que el proceso es muy lento y no puede darse de un momento al otro. Esto es algo que muchos arqueólogos no han entendido, pues se han olvidado que la evolución biológica y la evolución cultural tienen ritmos muy diferentes y escalas de tiempo diversas. El arqueólogo, por la deformación propia de su profesión, piensa muy a menudo en cambios muy rápidos que, generalmente, en la naturaleza no se dan. Hoy en día las investigaciones parecen sugerir que se necesitan, por lo menos, tres o cuatro mil años de propagación selectiva para que una planta silvestre, viable sin intervención del hombre pero ineficiente como producto alimenticio, pueda adquirir una forma que ya no es viable sin la constante intervención humana, pero que sea altamente eficiente como productora de alimentos. Entre las fechas más tempranas con las que contamos hasta el momento para la domesticación de algunas de las plantas económicamente importantes para el hombre, tenemos el trigo en Mesopotamia con 8000 años a.C.; el arroz y el mijo en China, con una antigüedad de 6500 y 4000 años a.C., respectivamente; el maíz en México y Perú, con fechados que varían entre 4000 y 6000 a.C.; una variedad de frejol en el Perú, con 7000 a.C.; y el sorgo en África, con 6000 años a.C. Las fechas deben hacernos meditar, pues se trata de plantas ya domésticas. Insistimos en esto, lo que significa que ellas son producto de ese largo proceso mencionado anteriormente. Pues bien, si a esas fechas tentativamente sumamos los 4000 años, que se estima se han necesitado para llegar a este punto, obtenemos cifras que adquieren una notable antigüedad y que pueden llegar hasta los 12 000 años a.C. Hemos visto que la edad glacial termina, aproximadamente, en el año 10 000 a.C., lo que significa que los 12 000 años caen dentro del fin de la última gran glaciación; es, al mismo tiempo, el ocaso de la edad de piedra, que corresponde, en términos culturales, a la época de los cazadores superiores. El

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gran cambio de clima comienza alrededor del año 10 000 y da inicio a la época holocénica o post-glacial, en la que aún estamos viviendo. En términos tradicionales, los cazadores del paleolítico superior vivieron a base de una economía sustentada en la caza y la recolección. Vemos, sin embargo, que las fechas señaladas en el párrafo anterior hacen retroceder los inicios de la domesticación de plantas a esta época. Por eso decíamos que es un error tratar de enmarcar en esquemas rígidos la historia humana. Ni los cazadores fueron cazadores puros, ni este proceso quiere decir que los cazadores fueron horticultores. Lo que simplemente se quiere explicar es que los cazadores durante su vida nómade recolectaban plantas y, sin darse cuenta, iniciaron un proceso de selección y posiblemente de hibridación. Al mismo tiempo, en el ambiente humano, las plantas encontraron ciertas ventajas (tales como suelos limpios de maleza, basura que enriquecía la tierra, etc.) que permitieron un crecimiento y un desarrollo diferente al natural. Y es así que poco a poco, a base de fracasos y éxitos, fueron echándose las bases de lo que más tarde será una de los más grandes pasos en la historia del hombre: el dominio parcial sobre la naturaleza y la posibilidad de controlar la producción de alimentos. De dependiente de la naturaleza, el hombre estaba por convertirse en productor. Entre los especialistas se discute si apareció primero el cultivo de raíces y tubérculos o el de semillas. La ventaja de cultivo de maíz es que se le puede abandonar de temporada a temporada y no hace falta un cuidado especial, mientras que el cultivo de semillas exige el sedentarismo, ya que hay que sembrar y cosechar en épocas definidas del año. Si la semilla se deja más tiempo, la cosecha se pierde. A pesar que para los fines de este libro en la última instancia esta discusión no es tan importante, hoy todos los indicios señalan que el proceso fue simultáneo. Lo que sí es evidente, como indicó Harlan, es que el hombre utilizó primero ciertas plantas que consideró más útiles (primarias) y luego otras menos importantes (secundarias), a las que se fueron sumando otras que jugaron roles adicionales. En este largo proceso se conjugaron muchos factores, tales como hibridaciones, mutaciones y selección que no dejan huellas y que hacen que desconozcamos su origen. Posiblemente nunca conoceremos todos los detalles y muchos aspectos quedarán en el campo de la hipótesis. América no es ajena a todo esto y representa uno de los centros más importantes en este proceso. Ya en 1855, De Candolle lo había sabiamente señalado, y Vavilov lo indicó a principios de este siglo como el octavo de sus centros más importantes de variabilidad de plantas. En este caso concreto no nos ocupáremos de toda América, sino solamente del Área Andina Central que es el foco de nuestro interés. La importancia del Área Andina, desde el punto de vista etnobotánico no ha sido aún aquilatada en toda su magnitud y muy a menudo, se ignora su contribución en este campo. Ello tiene una explicación. Si bien la arqueología científica se empieza a practicar desde principios de siglo con los clásicos trabajos de Max Uhle; y si desde fines del siglo pasado varios estudiosos habían llamado la atención sobre los restos botánicos hallados en los entierros del antiguo Perú (de Mortillet, 1876; Pickering, 1879; Rochebrune, 1879; Wittmack,

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1890; Bonnet, 1897; Harshberger, 1898) haciendo hincapié en su importancia; en realidad, sólo en la década del 40, unos pocos especialistas comienzan a cultivar la etnobotánica. Y esto lo debemos a Junios Bird, uno de los más grandes americanistas, con sus famosas excavaciones en Huaca Prieta, en la Costa Norte del Perú No sólo llamó la atención sobre la gran cantidad de restos botánicos que existen en los estratos arqueológicos, sino sobre todo hizo ver la excepcional conservación de aquellos, que permite a los especialistas un análisis detallado. Las condiciones excepcionales se dan probablemente en muy pocas áreas del mundo, como en el caso de Egipto. Y no es que los restos se conserven sólo por falta de lluvia, como generalmente se afirma. Pues si bien es cierto que en la costa peruana prácticamente no llueve, la humedad ambiental es muy alta y gran parte del año está a nivel de saturación. Lo que permite la conservación es la arena en la que los restos están enterrados y que favorece la existencia de un medio con condiciones muy particulares. Eso explica los detallados análisis botánicos que se han publicado en los últimos años y que para otras áreas del mundo son sencillamente inconcebibles. En las tierras altas del Perú sí llueve mucho y allí sólo es posible recuperar material botánico en buen estado si se tiene la suerte de ubicar una cueva seca. Pero la tarea es muy lenta. Los analistas no pueden hacerse sin colecciones de base. Se necesita tener conocimientos muy firmes de taxonomía, ya que no se trabaja con órganos con los que los botánicos están acostumbrados a hacer sus clasificaciones. Difícilmente se encuentra en los yacimientos flores y las hojas están, generalmente, en mal estado. Se conservan mayormente las semillas y los troncos. En fin, se necesita infraestructura y especialización larga y costosa. A pesar de ello, en los últimos años, la arqueología peruana ha hecho aportes significativos en este campo. Por las razones expuestas de conservación, conocemos mejor el proceso y sus detalles en el área costera, y en menor medida en las tierras altas; casi nada en la zona selvática, en que las condiciones de humedad se exacerban al máximo. Sobre el origen de la agricultura americana, se han planteado, básicamente, tres hipótesis: Una que sostenía que este proceso se desarrolló en Mesoamérica y que las ideas fundamentales, e inclusive muchas plantas llegaron de allí a los Andes. Hoy, frente a las evidencias, ésta es una posición insostenible y si bien cabe discutir la posibilidad de que algunas plantas domesticadas allá pudieron haber llegado por contactos indirectos hasta Sudamérica, todo indica que estamos frente a dos centros independientes de domesticación en el continente. Además, hay indicios de que este intercambio fue más bien tardío, cuando ya las plantas estaban bien domesticadas; y que no se produjo sólo de norte a sur, sino también en sentido contrario. La segunda hipótesis de Carl Sauer, revivida hoy por Donald Lathrap, considera que el gran centro de domesticación de plantas estuvo en las tierras bajas amazónicas. Aunque es innegable que muchas de las plantas fundamentales de la Civilización Andina son de origen amazónico, hay muchas otras que no lo son. Y, finalmente, la tercera posición sostiene que el gran centro donde se produjo este fenómeno fueron las cuencas interandinas de altura media.

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Coincidimos con Thomas Lynch en el sentido que nos acercamos mucho a la verdad si se conjugan las dos últimas posiciones, aunque ello no puede ser tomado como una regla absoluta, ya que dentro de la multiplicidad ecológica que ofrece el Área Andina pueden haberse dado fenómenos que desconocemos. La costa parece haber sido la gran receptora y si existió algún proceso de domesticación, como podría ser el caso del algodón, se trata evidentemente de fenómenos aislados. Pero las montañas con sus valles ofrecen condiciones especiales que favorecen este proceso. Ya Vavilov había señalado las condiciones óptimas de este medio para lograr diferenciación racial y mayor cantidad de variedades. Además, allí se da una mejor conservación en los diferentes ecotipos y mejores manifestaciones de diversidad de variedades. Las montañas son excelentes aisladores y ofrecen una amplia gama de condiciones diferentes, sea para las plantas domésticas o para las silvestres. Como apunta Hawkes, estos conceptos son válidos para todas las plantas, con excepción de las raíces tropicales y los tubérculos. En el caso peruano, hay un factor adicional: el de los movimientos humanos, que se puede conjugar con el rol de las montañas. Esta ha sido una práctica ejercida en los Andes desde tiempo inmemorial, aprovechando de la cadena de facetas ecológicas temporalmente complementarias que se ofrece en estas regiones. El hombre de los Andes se mueve mucho. Y este movimiento ha favorecido el transporte de las plantas de una ecología a otra y ha provocado adaptaciones y mezclas. En otras palabras, ha influido en el proceso de domesticación. El mejor ejemplo, en este sentido, es el maíz, planta andina por excelencia. Hemos dicho ya que el Perú, en sus 24 departamentos, reúne las condiciones geográficas más variadas y extremas. Sin embargo, no hay uno solo de estos departamentos que no tenga cultivo de maíz. No pretendemos aplicar ningún modelo para explicar el proceso de domesticación de plantas en el Área Andina, ni tampoco crear uno nuevo. Preferimos contemplar esta realidad desde un punto de vista natural que sigue una lógica que encuentra una explicación en los datos de la arqueología. Hemos visto cómo los grupos de cazadores-recolectores, en relativamente poco tiempo después de su llegada, se esparcieron por el territorio andino manejando una tecnología muy eficiente. En los Andes encontraron un número reducido de variedades de animales, entre los que predominaba el camélido con costumbres muy particulares. La fauna pleistocénica estaba casi extinta y es probable que en aquellos escasos lugares donde se enfrentaron con ella, prácticamente aceleraron su extinción. Todos estos factores influyeron para que el hombre se volviera muy rápidamente sedentario y ello le permitió poner en práctica sus conocimientos sobre las plantas que había acumulado a lo largo de los años. Ya hemos visto también que las evidencias del proceso de domesticación de plantas en el área andina son muy tempranas, y no se puede negar que fueron los cazadores-recolectores quienes inicialmente manejaron este proceso. Cuando más tarde el hombre diezmó los cérvidos, empujó a los camélidos salvajes a sus zonas de refugio y domesticó a otros, ya el proceso de domesticación de plantas se había producido y los productos vegetales le ofrecían el complemento dietético necesario para

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la supervivencia. Como escribió Dollfus, al principio se cultivó con el bastón de cavar, sin desbrozar el bosque, rozando o no los campos según los casos, pero sin utilización racional del agua ni arreglo de la pendiente. Se debió de cultivar en la capa superficial, cubierta de vegetación, en los pisos más cálidos y secos que están debajo de la puna o en los lugares húmedos cerca del agua que son los más apropiados. Hay que admitir que todo esto, que debió de suceder en las tierras altas, es aún hipotético ya que no hay aún suficiente información arqueológica. Pero en la costa el proceso es más conocido. La misma horticultura fue obligando al hombre a concentrarse en los valles, pues sólo allí podía cultivar y además a lo largo de miles de años sin duda la fauna debió disminuir en cantidades apreciables. La sobreviviente se refugió probablemente en las lomas o en las pequeñas quebradas de los contrafuertes andinos de difícil acceso, donde aún hoy se asilan algunos animales. Los productos marinos debieron suplir esta falta pero con mayores dificultades y sobre todo con cierta inseguridad. Sin embargo en los fértiles llanos aluviales, después de cada época de avenida, el hombre encontró un lugar ideal para poner en práctica sus conocimientos hortícolas y de esta manera pudo balancear la dieta y, sobre todo, obtener cierta seguridad que el mar no podía ofrecer. Cuando hacia el año 2000 a.C., como se verá más adelante, se inventaron los primeros depósitos, y con ello pudieron almacenarse las cosechas, se eliminó definitivamente el miedo del hambre. Y hoy estamos seguros que no se guardaban solamente los productos vegetales, sino también algunos marinos. Así las bases de la civilización andina estaban echadas. Pero esto que hemos bosquejado fue sólo el inicio de un proceso que aún no había terminado cuando llegaron los europeos. En efecto podemos comprobar que en aquellos tiempos iniciales las variedades de cada planta son restringidas, los frutos son aún pequeños y las cosechas debieron ser reducidas. Poco a poco todas estas dificultades fueron superadas y el habitante de los Andes se convirtió en uno de los agricultores más hábiles del orbe. Fue una tarea lenta y difícil, y al igual que el hombre y los animales, las plantas también tuvieron que adaptarse a la gran diversidad climática y altitudinal del mundo andino. Y como lo señaló hace mucho tiempo Carl Troll, una de las grandes conquistas de la agricultura andina es haber sabido capitalizar estas marcadas diferencias, explotando al máximo las cualidades adaptativas de las varias plantas a los diferentes pisos altitudinales por medio de la selección e hibridación. Trataremos de ver ahora, aunque sucintamente, cuáles son las plantas más importantes del área andina y cuáles las evidencias de la arqueología sobre su domesticación. El orden de aparición es el siguiente. Alrededor de los 8000 años a.C., en las tierras altas, tenemos la presencia de una planta de la familia de la Oca (Oxalis spp.), ají (Capsicum cf. Chinense) y, probablemente, olluco (Ullucus tuberosus). Además, pacay (Inga sp.), lúcumo (Pouteria cf. Lucuma) y frejol (Phaseolus vulgaris) entre los 8000 y 6000 años a.C. se encuentra el pallar (Phaseolus lunatus) y el zapallo (cucúrbita sp.). El maíz (Zea mays), si se acepta la posición de Lynch, tiene una antigüedad de 6000 años a.C.; y si se prefiere la de Smith, 4000 años a.C.; y entre los 2500 y 1800 / 1500 años a.C. hay achira (Canna sp.)

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En la costa, entre los 6000 y 4200 años a.C., se ha identificado mate (Lagenaria sinceraria) y entre los 4200 y 2500 a.C. maíz (Zea mays), palto (Persea americana), maní (Arachis hypogaea), pacay (Inga Feuillei), yuca (Manihot esculenta), guayabo (Psidium guajaba), ají (Capsicum sp.), dos especies de zapallo (Cucurbita ficifolia y C. moschata), lúcumo (Pouteria lucuma), algodón (Gossypium barbadense) y achira (Canna edulis). Y, finalmente, entre los 2500 y 1800/ 1500 a.C., hay chirimoya (Annona cherimolia), una leguminosa de fruto parecido al frejol (Canavalia sp.), jíquima (Pachyrrhizus tuberosus), pallar (Phaseolus lunatus), frejol (Phaseolus vulgaris), dos especies de ají (Capsicum baccatum y C. chinense), camote (Ipomoea batatas), olluco (Ucullus tuberosus), OCA (Oxalis tuberosa) y papa (que no se sabe si es Solanun tuberosum o S. stenotomum). Como se podrá apreciar, se trata de un complejo muy importante de plantas, entre las que predominan las alimenticias. Por la misma lista, el lector se podrá dar cuenta que ella deberá, necesariamente, aumentar con futuras investigaciones y posiblemente se obtendrán fechas más antiguas. Se ha excavado mucho más en la costa que en las tierras altas y no cabe duda que sobre algunas plantas nos falta la investigación básica. Tal es el caso de la papa, que aparece hacia fines del precerámico en la costa, pero que es una planta de tierras altas, aunque no ha sido encontrada hasta ahora en los estratos arqueológicos serranos. Sería largo y tedioso discutir las características de cada planta y éste no es el lugar para hacerlo. Para eso está la bibliografía especializada. Merece la pena, sin embargo, señalar las características más saltantes de algunas de ellas y que consideramos las más importantes. La achira es poco conocida en el Perú, ya que su uso se ha perdido, a pesar que puede vérsela como planta decorativa en los jardines limeños. Es silvícola, pero no conocemos su historia. De raíz parecida a la papa, fue muy importante para el hombre antes de la introducción de la yuca y el maíz. Se come sólo la raíz, que se prepara asada a las brasas. La palta es muy importante por su alto contenido de grasas y su uso es por demás conocido, ya que se ha difundido en las costumbres culinarias de muchos países. Lo mismo se puede decir del maní, que tiene un alto valor nutritivo. Se le come casi siempre tostado, pero en los andes se le utiliza para hacer una variedad de chicha. Si bien su antigüedad en la costa peruana es notable, pues tiene un prestigio de más de 3000 años a.C., su origen es selvícola y su antigüedad debe ser mayor. El género Phaseolus es de singular importancia. De él se conocen 160 especies, de las cuales 80 son nativas del Nuevo Mundo, el resto es asiático y africano. El frejol crece desde el nivel del mar hasta los 200 m. de altitud desde México hasta Argentina, y es una de las plantas que ha tenido domesticación múltiple. Mientras que el pallar, que se conoce bien por sus especímenes silvestres y los domésticos hallados en los estratos arqueológicos, también parece tener domesticación independiente ya que deriva de sub-especies separadas, esparcidas geográficamente en Sudamérica y Centro América. El frejol aparece tardíamente en la costa a fines del precerámico final, pero en el Callejón de Huaylas, tenemos especímenes domésticos de 8500 años a.C.; mientras que el pallar, en la misma zona serrana, tiene una antigüedad de 7000 años a.C; y en la costa corresponde a fines del precerámico. Decíamos que el frejol es una planta muy importante, sobre todo porque si se

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le asocia al maíz y a la calabaza, ofrecen condiciones nutritivas excepcionales que hacen necesaria la utilización de proteínas animales. Otra planta de fundamental importancia es la yuca, uno de los cultivos más eficientes que ha desarrollado el hombre. Ella también proviene de la selva tropical y aparece en la costa peruana entre los 2000 y 3000 años a.C., lo que significa que su historia bajo cultivo, es mucho más larga. En términos de calorías, la igualan sólo el arroz y el plátano, ambos introducidos en América por los europeos. Presta, sin embargo, una desventaja: Si se come sola no ofrece una dieta balanceada. De la yuca se conocen dos variedades, la dulce y la amarga; pero ellas provienen de un mismo ancestro silvestre. Se han diferenciado por propagación selectiva y en función de diferentes usos culinarios. En los tejidos de ambas hay un glucósido que al entrar en contacto con el aire produce ácido cianhídrico, dañino para el hombre. En la yuca dulce se encuentra en la corteza y la epidermis, mientras que en la yuca amarga está en la misma raíz. Se ha especulado pensando que la yuca dulce representaba la variedad domesticada, mientras que la amarga sería la silvestre. Hoy sabemos que esto no es cierto y que en realidad la variedad amarga es una mejora obtenida a partir de la yuca dulce. Y es que la yuca amarga, que se usa después de haber eliminado por un procedimiento especial el ácido cianhídrico, tiene la cualidad que se puede conservar mejor y por más tiempo que la dulce. El caso del camote es interesante, en cuanto hasta hace muy poco no se lo conocía en los estratos arqueológicos tempranos. Pero recientemente ha sido identificado en contexto precerámico de la costa norcentral peruana. Sus ancestros deben estar en la selva y su historia debe aún ser esclarecida. Pero el problema que se plantea con esta planta es de otra naturaleza. Es su dispersión: en efecto se le encuentra en Asia, en las islas del Pacífico y en América y todas las variedades de estos lugares tienen una cantidad taxonómica. Cómo se produjo la difusión no está aún claro, pero América, como centro de ella, es, hasta ahora, la evidencia más fuerte. El caso del ají-solanácea de uso muy arraigado en las poblaciones, por lo menos desde hace 8000-6000 años a.C., y además a través de varias especies es un buen ejemplo del valor cultural que puede adquirir un alimento. Para un peruano ningún alimento tiene sabor si no se le añade una buena dosis de ají. Ésta es una de las plantas que tiene más alto contenido de vitamina C. Pero una de las plantas de mayor valor para el hombre andino es sin duda la papa. De ella, según Hawkes, se conocen en el Área Andina 7 especies domésticas con, aproximadamente, 5000 variedades y más de 200 especies silvestres. Es interesante notar que en resto del mundo se conocen sólo alrededor de 750 variedades. Sería ocioso recalcar su importancia alimenticia, difundida a nivel universal, y que en un determinado momento salvó a Europa de la hambruna. A pesar que es una de las plantas más estudiadas, su historia nos es aún desconocida. No hace mucho que se han encontrado por primera vez restos de ella en estratos precerámicos tardíos de la costa, pero es un hecho que sus antecedentes hay que buscarlos en épocas más tempranas y en yacimientos altoandinos, donde está su hábitat primigenio. Cabe recordar que en los Andes se descubrió la deshidratación de los

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alimentos en tiempo inmemorial y uno de los productos de más uso entre los indígenas es la papa deshidratada, esto es, el chuño. El zapallo aparece en las tierras altas hace más de 6000 años a.C., mientras que en la costa lo hace, aproximadamente, hace 4000 a.C. Esta es una planta fundamental para el hombre, porque su uso alimenticio abarca no sólo los frutos, sino también las flores. Pero sobre todo porque los frutos pueden ser utilizados como recipientes. No sólo fueron usados en época precerámica, sino también después y lo siguen siendo en la actualidad. El algodón es una de las plantas de valor industrial que se encuentra desde la Época Precerámica en los yacimientos arqueológicos. Su fibra permitió el desarrollo de una fuerte y difundida tradición textil, uno de los fenómenos más importantes del antiguo Perú. También en el Viejo Mundo, el algodón tiene una notable antigüedad, y se conocen más de veinte especies. Sin embargo, los especialistas aceptan hoy que la dispersión pudo producirse sin intervención humana ya que las semillas pueden sobrevivir a un prolongado remojo en agua salada sin perder viabilidad, de modo que pudo haberse propagado flotando en el mar y siendo llevado por las corrientes. Todo el algodón encontrado en el Perú es Gossypium barbadense y es una de las plantas que mejor se conocen a nivel arqueológico. Allí se ve claramente la transición desde un estadio silvestre a otro doméstico. En efecto, las primeras evidencias muestran un estadío experimental, pero parece que hubo una fuerte demanda y por eso la planta pudo quedar sujeta a una selección cultural considerable. Se nota un aumento importante y progresivo de tamaño y los especímenes del Precerámico final se parecen al algodón cultivado actual. El mate es otra planta que tuvo solamente uso industrial y cuyo origen planteó problemas, ya que es endémica del África tropical. Sin embargo, de ella se sabe también que sus semillas pueden flotar en el agua salada por mucho tiempo sin perder viabilidad, de modo que su llegada al continente americano no está necesariamente condicionada al hombre. Es muy antigua en el Perú, pues tiene, por lo menos, 5000 años a.C.; es de fácil propagación y basta una sola planta para la reproducción, ya que tiene tanto flores postiladas como estaminadas que se fertilizan a sí mismas. No ha sido comida y su uso ha sido básicamente utilitario. Se le ha encontrado, por ejemplo, cumpliendo la función de flotador en las redes de la época precerámica. Se ha escrito que la coca comienza a encontrarse en los estratos precerámicos de la costa; pero, en realidad, no hay evidencias concluyentes. Otro problema es el tabaco que los europeos han encontrado en uso en América y del que, sin embargo, no se ha encontrado nunca una prueba arqueológica directa. Lo mismo pasa con el tomate que, según los especialistas, ha sido domesticado en el Perú y que luego pasa hacia el norte. Tanto así que el termino español (tomate) ha sido tomado de los códices mexicanos donde aparece tomatl. Sin embargo de esta planta no tenemos ninguna evidencia arqueológica. Intencionalmente, hemos dejado para el final el maíz, ya que ha sido y es de fundamental importancia en el mundo andino. No sólo como alimento, sino también dentro del sistema de creencias. BONAVIA, Duccio- “Perú: hombre e historia. I: De los orígenes al siglo XV”, Fundación del Banco Continental para el fomento de la educación y la cultura. EDUBANCO, 1991 – Extracto seleccionado por el autor.

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CAPÍTULO V EL ESTADO PRISTINO EN LOS ANDES CENTRALES Existe un amplio debate entre los especialistas sobre los orígenes de la “civilización” en nuestro territorio, entendiendo como “civilización” a toda sociedad compleja que ha generado por procesos de desarrollo internos, diferenciaciones sociales entre sus miembros, especializaciones y donde ha surgido un sector social (clase o casta, según los casos) que ordena la sociedad y acumula los excedentes producidos por los miembros de ésta.

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En estas sociedades complejas, los excedentes centralizados por las castas sacerdotales y/o militares se fueron transformando en construcciones monumentales, ocio productivo de especialistas (observadores del firmamento), artistas y artesanos (tejidos, redes, anzuelos, canastas, instrumentos musicales, vasos ceremoniales, etc.). De esta manera, se crearon los sistemas políticos iniciales, a los que se denominaron “Estados Prístinos”. Las evidencias arqueológicas y las interpretaciones sobre las mismas han llevado a la formulación de dos tesis centrales sobre los orígenes del Estado en los andes centrales: quienes sostienen que este proceso se origina en la amazonía, alcanza la sierra y llega a la costa (Julio C. Tello, Guillermo Lumbreras, Daniel Morales); y otros que sostienen que el proceso ha sido inverso: que se inicia en la costa, pasa a la sierra y se proyecta a la amazonía (Ruth Shady). Las tesis de Tello se sustentan en las iconografías amazónicas de los complejos arqueológicos de Sechin y Chavín, considerados hasta hace algunos años como los más antiguos de los Andes centrales, al igual que Lumbreras; mientras que Morales encuentra

Mapa de Ubicación de Caral

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evidencias arqueológicas de claras influencias amazónicas en las tecnologías alfareras de Chavín, Pacopampa y otros sitios del llamado formativo inicial y medio. La tesis de Shady se fundamenta en sus recientes hallazgos arqueológicos en Caral, que muestran una antigüedad mayor a todas las evidencias serranas y amazónicas sobre sociedades complejas iniciales o estados prístinos. Las dataciones para Caral están alrededor de los 3000 años AC, que significan 5000 años de antigüedad, que colocaría a estas evidencias de civilización 2000 años antes que las dataciones que existen para Chavín. Sin duda, estas tesis sobre los orígenes de la civilización y el Estado en nuestros territorios se irán aclarando con el apoyo de los avances tecnológicos relacionados con las investigaciones genéticas. En resumen, podemos afirmar que la civilización andina, y por ende los Estados andinos y amazónicos en los andes centrales, puede fijar sus inicios alrededor de 5000 años, o lo que es igual, 3000 años a.C. El proceso de desarrollo autónomo de la civilización andina y amazónica se caracterizó por dos modelos que se sucedieron uno a otro: el modelo de hegemonía de un Estado sobre otros; y el modelo de autonomía de los estados regionales, sin hegemonía de ninguno de ellos. Algunos historiadores como Jhon Rowe han clasificado este proceso con la denominación de HORIZONTES e INTERMEDIOS. Los “horizontes” vendrían a ser los periodos en los que un estilo o una forma de producir tejidos, cerámicas, construcciones, se impone a otros. Son los periodos en que las iconografías de una cultura, de un Estado, inundan a las otras. Los “intermedios” vendrían a ser los periodos durante los cuales los estilos, la iconografía, las tecnologías se desarrollan en las regiones sin que ninguna de ellas hegemonice al conjunto de las demás; es el florecimiento de la diversidad3 en el mundo andino. CRONOLOGÍA SEGÚN ROWE CRONOLOGÍA 1400 d.C. – 1532 d.C. 900 d.C. – 1400 d.C. 500 d.C. – 900 d.C. 200 a.C. – 500 d.C 1200 a. C. – 200 a.C. 2000 a. C. – 1200 a.C. – 2000 a. C. 3

PERIODOS Horizonte Tardío (Inka) Período Intermedio Tardío Horizonte Medio (Wari) Período Intermedio Temprano Horizonte Temprano (Chavinoide) Período Cerámico Inicial Período Precerámico

Esta periodización es de los años 60, por lo que carece de informaciones recientes sobre arqueología andina. Su importancia está en la metodología y el ordenamiento del proceso de desarrollo de la civilización andina.

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Esta propuesta de periodización de la historia andina ha sido utilizada durante mucho tiempo por historiadores y por la historia oficial en la escuela secundaria de nuestro sistema educativo. Guiándonos por este esquema de Rowe, podemos afirmar que el fenómeno político llamado Estado en el Perú, surge en la costa (si aceptamos las tesis de Shady) o en la sierra oriental (si aceptamos las tesis de Tello, Lumbreras y Morales); pero lo que no se discute es la originalidad de este proceso (como lo sugería Max Ulhe a comienzos del siglo XX). Las sociedades complejas, la civilización andina y amazónica se han desarrollado de manera autónoma en relación a otros fenómenos similares del mundo y de América. Caral o Chavín significaron fenómenos muy especiales, debido a que no fueron Estados basados en la violencia o la dominación militar; se trató más de una hegemonía cultural, político - religiosa donde los dioses y los sacerdotes jugaron un rol fundamental en los procesos de incorporación de otros espacios a la dominación del poder del Estado.

ICONOGRAFÍA CHAVÍN

Estela encontrada en el templo Chavín de Huantar

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El Lanzón

La Estela de Raimondi CARAL

Flautas elaboradas con huesos

Estatuilla de arcilla

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Si aceptamos que Caral es el fenómeno inicial del Estado en el Perú, también tenemos que aceptar que este fenómeno tuvo un relativo desarrollo en cuanto a la expansión de su influencia; a diferencia del fenómeno Chavín, cuya influencia alcanzó casi todos los andes centrales, tanto a nivel de la costa como de la sierra y parte de la amazonía, constituyendo, sin duda, un modelo de influencia social panandino. Chavín no solamente es iconografías de dioses poderosos y aterradores; es sobre todo tecnología hidráulica, alfarería refinada, mejoramiento de suelos y dominio de los fenómenos astronómicos. La influencia Chavín abarca en los andes centrales durante casi un milenio y continua siendo la base del desarrollo autónomo de toda la civilización andina. La civilización amazónica parece tener, por estos años, una ruta convergente hacia el formativo andino. Las investigaciones de Lathrap y Rowe, continuadas en la actualidad por Daniel Morales, señalan la importancia de la cultura Tutishkainio y sobre todo la cultura Chambira (2500 a.C. – 1000 a.C.), cuyos componentes culturales, principalmente la iconografía felínica y la tecnología alfarera de cerámicas de botellas de doble pico y asa puente, vinculan a esta cultura con la tradición Valdivia ecuatoriana y las tradiciones andinas posteriores. Los aportes de Morales al debate sobre los orígenes de la civilización y el Estado en los andes centrales se basa en un conjunto de hipótesis en cuyo centro está la tesis de una amazonía geográficamente diferente a la que hemos conocido; integrada también por sabanas áridas reflejadas en las formas y las tecnologías de elaboración de sus ceramios.

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LECTURA I SAN MARCOS Y LAS INVESTIGACIONES ARQUEOLÓGICAS EN LA AMAZONÍA PERUANA Daniel Mortales Chocano I. Introducción Curiosamente la Amazonía peruana es y ha sido de poco interés para los arqueólogos peruanos. Fue Julio C. Tello quien propuso la hipótesis sobre los orígenes amazónicos de la Cultura Chavín, teniendo como base sus investigaciones sobre los mitos del jaguar amazónico en la zona del Caribe, y de gran importancia del jaguar en la religión en Chavín. Asimismo, la insistente presencia de cabezas trofeo en la iconografía Chavín, como una costumbre de los pueblos amazónicos. También Tello sustentó el origen amazónico de la agricultura de raíces como la yuca, achira, maní y camote. Estas ideas tuvieron algunos seguidores norteamericanos, como Donald Lathrap y John Rowe, quienes vieron en la iconografía Chavín jaguares, anacondas, águilas arpías devoradoras de monos, plantas como la yuca, achira y maní, muy oriundas de la amazonía. Este auge de influencia amazónica en la cultura andina declinó a partir de los años 70 con la presencia de nuevas generaciones de arqueólogos peruanos y norteamericanos que le dieron mayor importancia y antigüedad a las culturas costeñas, apoyando la idea de los orígenes costeños en la cultura Chavín, planteada por Rafael Larco. El problema es que mientras en el área andina se incrementaron tremendamente las investigaciones arqueológicas, en la Amazonía no ocurrió esto, salvo raras excepciones como son las investigaciones de Donald Lathrap y sus alumnos; pero estas investigaciones no trascendieron pese a sus importantes aportes en la cuenca del Ucayali central. Por otro lado, los Andes amazónicos, o lo que yo llamo la Amazonía andina, son bastante conocidos desde principio de siglo; pero muy poco estudiados por los arqueólogos, salvo excepciones como es el caso de la Cultura Chachapoyas, con sus excepciones, con sus expresiones más espectaculares en Kuelap y Pajaten, estudiados por Kauffman, Ruis, Cornejo, Narváez y otros. Indudablemente; de lo poco que sabemos, es innegable la gran interacción entre las culturas andinas y amazónicas, lo cual se plasma en una serie de evidencias materiales de origen amazónico encontradas en el área andina; es decir, la exuberante vegetación del bosque amazónico, no fue, como se piensa, una barrera infranqueable para el mundo andino ni ésta para la Amazonía; por ejemplo, la crónica de Garcilaso (1609) menciona que Inca Yupanqui habría realizado la más grande expedición a la Amazonía o tierra de los Omaguas; este inca navegó con innumerables balsas y soldados para someter a todos los pueblos de las riveras de los ríos y convertirlos en tributarios de productos exóticos de la

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Amazonía. Estos desplazamientos e interacción entre andinos y amazónicos no sólo se dio en periodos tardíos del desarrollo cultural andino, sino también entre los años 2000 a.C. con la Cultura Tutishkainio del Ucayali central, que según D. Lathrap (1970), para esta época existió el famoso circuito de intercambio a largas distancias, como es en los casos del Strombus (pututo) y Spondilus (mullo) la cual empezaba en el sur del Ecuador y seguía hasta la costa y sierra peruana para luego ingresar a la cuenca del Marañón, Huallaga y Ucayali. Este comercio también tiene otros ejemplos como es el caso de las muñecas articuladas de chonta, encontradas en Ancón, las que tienen sus parecidos a las de MesoAmérica; también, según Lathrap, el mate burilado de Huaca Prieta tiene la materia prima y el estilo de las culturas del bosque tropical. Todas estas sugerentes informaciones y nuestras investigaciones en el centro ceremonial de Pacopampa, ubicada en la vertiente oriental de la provincia de Chota, muy cerca al río Marañón, donde encontramos conexiones estilísticas con el área septentrional andina y el área amazónica, nos llevaron a postular la hipótesis de que la cerámica del área septentrional andina se introdujo a los Andes centrales vía cuenca amazónica; y, además, con ella, una recargada ideología amazónica plasmada en íconos de las culturas formativas de los Andes centrales. Todo ello nos conducía a bajar de los Andes al llano amazónico, territorio en el cual iniciamos nuestras investigaciones desde 1984, por temporadas cortas y largas interrupciones las que han continuado hasta ahora. A esta hipótesis se une mi particular interés por los postulados de Tello, en referencia al origen amazónico de la cultura Chavín; así como también nuestro interés por evaluar el nivel del desarrollo cultural en la Amazonía frente a la predominante opinión determinista ambiental que no reconoce un alto nivel de desarrollo cultural en esta región. II. Una evaluación sobre las poblaciones prehistóricas amazónicas Basándonos en la revisión de las fuentes etnográficas, etnohistóricas y arqueológicas, pudimos observar que el desarrollo cultural prehistórico en la Amazonía está fuertemente influenciado por el determinismo ambiental donde el ambiente pareciera ser muy contundente, poniendo límites al desarrollo cultural; esto acompañado de la información etnográfica que desde principios de siglo da cuenta de la existencia de pequeñas y muy dispersas poblaciones nativas, de desarrollo precario; pareciera confirmarla; sin embargo, estas dos fuentes, junto a los datos etnohistóricos de Fray Gaspar de Carvajal, que junto con Orellana descubrieron el río Amazonas, escribieron en 1542 sobre la existencia de grandes y continuadas poblaciones, muy desarrolladas a lo largo de la rivera de los ríos más grandes, a los cuales le llamaron Omaguas. Esto es presentado como una invención exagerada de los españoles que fantaseaban su participación para justificar la conquista de la Amazonía. Frente a lo anterior, el papel de la arqueología resulta siendo importante para probar tales referencias; sin embargo, la arqueología se enfrenta aquí a graves problemas de conservación de los restos culturales, los cuales no han perdurado por el clima tropical lluviosos y con alta humedad; a ello debe agregarse que tampoco existen huellas arquitectónicas de los asentamientos porque las construcciones al igual que ahora fueron de madera, por la falta de piedras en el llano amazónico.

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Éstas y otras desventajas enfrentan los arqueólogos que trabajan en la Amazonía, teniendo que implementar técnicas sofisticadas de prospección arqueológica para encontrar los sitios arqueológicos y luego evaluar bajo métodos de excavación y cuidadoso registro de las pocas evidencias que pueden encontrar. En muchos casos, el arqueólogo sólo encuentra cerámica que, a no dudarlo, es el material más sensible al cambio cultural, el cual con un cuidadoso tratamiento y análisis nos puede reportar algo más que un ordenamiento cronológico y reconocimiento de estilos culturales, pudiendo inferirse otros aspectos de las poblaciones prehistóricas. Entre los antecedentes, desde la perspectiva etnográfica de Lewis y Stiward (1945), las culturas de bosque tropical fueron definidas como sociedades con agricultura de raíces, uso de la cerámica e importancia de la navegación, lo cual era de aparente homogeneidad en todo el territorio Amazónico. Posteriormente, Betty Megers, en 1968, y Donal Lathrap, en 1970, reconocieron la existencia de diferencias en los grupos amazónicos en base a los ecosistemas en los cuales vivían, planteando culturas más desarrolladas en la zona de varzea o de tierras inundables a lo largo de las riveras de los ríos y culturas menos desarrolladas en el ecosistema de tierra firme; modelo que en base a la información histórica de Fray Gaspar de Carvajal (1542), en donde se menciona grandes poblaciones y bien desarrolladas, provocó discrepancias entre ambos. Hace falta, pues, la investigación arqueológica para confirmar o descalificar estas afirmaciones; ésta también fue una de las razones del porqué venimos trabajando en la Amazonía desde 1984 hasta 1987; en la cuenca del río Chambira, desde 1997 hasta 1999; en la cuenca del río Tigre, y desde el 2000 a la fecha en la Reserva Nacional Pacaya Samiria. Si bien es cierto que una evaluación del actual medio ambiente de la Amazonía nos permite observar la existencia de dos ecosistemas con notables diferencias en recursos de caza, pesca y recolecta y dos formas de agricultura, una en tierras inundables y otra de tala y quema de bosques, creemos que la idea más cuestionable es suponer que la agricultura es o fue el motor del cambio social. Si hacemos una revisión sobre cómo surgieron las civilizaciones en el mundo veremos que no siempre fue en base a la agricultura, sino en base a recursos de recolecta marina por ejemplo o por abundancia de recursos de caza, pesca y recolecta como podría haber ocurrido en la zona de varzea de la Amazonía. Otro asunto es que la Amazonía no es un territorio apto para el desarrollo de la agricultura y la insistencia de convertirla en zona agrícola siempre ha fracasado; también, cuando se habla de culturas muy antiguas, es necesario tener en cuenta que el ecosistema amazónico no siempre fue igual, un caso muy importante es la Cultura Chambira (Morales, 1998), que se desarrolló entre los años 2500 a.C. a 1000 a.C., vivió en un ambiente de sabana árida con refugios de bosques, situación que cambiaría la evaluación del desarrollo cultural y tamaño de las poblaciones. Estos y otros asuntos deben también ser considerados en una evaluación cultural en la amazonía. III. Nuestras investigaciones Nuestras investigaciones arqueológicas en la Amazonía peruana tienen el objetivo de aportar nuevos conocimientos sobre las culturas prehistóricas desconocidas en este vasto territorio que es poco investigado por los arqueólogos.

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El proyecto concentró sus esfuerzos en el estudio de culturas de alfareros tempranos, los que existieron entre los 2500 a 1000 a.C. y sobre las culturas tardías; es decir, antes del contacto con lo europeos, esto es, entre los años 1300 a 1500 d.C. Nuestro interés en el estudio de alfareros tempranos es buscar las formas de adaptación en el medio amazónico, los aportes culturales de la Amazonía al Formativo Andino y otros aspectos como son sus patrones de asentamiento. En el segundo caso, nuestro interés es buscar los antecedentes prehistóricos de los actuales grupos nativos, específicamente en la Reserva Nacional de Pacaya-Samiria, averiguar mediante métodos arqueológicos los antecedentes de los Cocama de lengua Tupiwuarani y supuestamente aparentados con los Omaguas preeuropeos y de los Shipibo-Conibo del Ucayali de lengua Pano, y supuestamente vinculados con la tradición arqueológica Cumancaya. Asimismo, para esta época del precontacto, nuestro interés es evaluar el nivel de desarrollo cultural en base al tamaño de los asentamientos, las evidencias materiales de sus actividades económicas y sociales, grado de especialización y cosmovisión. Nuestra hipótesis sobre la presencia de alfareros tempranos en la Amazonía es que en la cuenca del río Chambira existieron, para esta época, culturas adaptadas a un ambiente de sabanas áridas con refugios de bosque; asimismo, planteamos que la Amazonía peruana es un territorio donde se generó una serie de rasgos culturales, los que luego están presentes en el Formativo Andino. Para el caso de las culturas preeuropeas, se plantea que antes del contacto las culturas amazónicas tuvieron un alto nivel de desarrollo cultural y que existieron grandes asentamientos; asimismo, que las culturas del río Ucayali y Samiria intercambiaron mutuamente provocando un intercambio cultural muy dinámico sin perder su independencia. Finalmente, el proyecto desarrolla especial esfuerzo por la protección y conservación de los restos culturales encontrados. Para conseguir estos propósitos estamos usando los métodos arqueológicos de prospección y excavación en diferentes sitios dentro de una perspectiva de cuenca y las excavaciones bajo dos modalidades: en cuadrículas pequeñas y en áreas, cada una de ellas para conseguir los objetivos propuestos. En este apretado resumen de nuestras investigaciones en la Amazonía sólo trataremos esta vez la Cultura Chambira, como una evidencia cultural temprana en la cuenca Amazónica del río Chambira, Loreto-Perú, cultura que estaba adaptada a un ambiente distinto al actual, con artefactos que no corresponden a culturas de bosque tropical. IV. Culturas de sabana árida en la amazonía En 1992, después de varias temporadas de investigación en la cuenca del río Chambira, dimos a conocer la existencia de una cultura de alfareros tempranos, la que existió entre los 2500 a 1000 a.C. Esta cultura ocupó toda la cuenca y sus siete ríos tributarios tenían asentamientos dispersos a lo largo del río, los cuales se distribuían de 3 a 5 sitios pequeños, entre los cuales uno era más grande y de ocupación más estable; éste fue interpretado como estación base y sedentaria, junto a pequeños estacionamientos temporales, tal vez dedicados a la caza, pesca y recolecta.

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Lámina N.º 1

Lámina N.º 2

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Estos pueblos, que tenían vinculaciones estilísticas con el área septentrional andina, entre ellos las culturas Valdivia y Upano en el Ecuador, y Barrancoide en el Orinoco. Permanecieron por largo tiempo y luego desaparecieron, y muy tardíamente otros grupos que utilizaban cerámica policroma vinieron a ocupar esta cuenca. Posteriormente planteamos que Chambira, como cultura, tiene un estilo de cerámica muy particular, donde existe una gran cantidad de fragmentos pertenecientes a botella de doble pico y asas puente (ver lámina N. º 2), las cuales no eran funcionalmente propias de una cultura amazónica, ya que este tipo de formas son muy comunes en ambientes áridos y desérticos. Estos hallazgos nos obligaron a informarnos sobre las investigaciones de paleoambiente y volver a analizar los materiales culturales encontrados. Haciendo los cuidadosos análisis de las pastas y de las formas de la alfarería, descubrimos otros detalles importantes: la pasta de la cerámica usaba un desgrasante de arena muy fina, la cual no es común en la Amazonía, y las formas de botellas alcanzaban porcentajes por encima del 10% en toda la muestra analizada; es decir, la cerámica respondía a otro tipo de adaptación diferente al actual, nuestra gran pregunta era: ¿Cambió el ambiente de la Amazonía en el pasado? ¿Era esta zona una sabana árida donde el agua era escasa? Las respuestas las encontramos en una abundante información de geomorfología, biología y geología. Estos biogeográficos y análisis de polen estratificados en los fondos de lagos están planteando para la Amazonía modificaciones bastantes drásticas de su paisaje hasta, por lo menos, dos periodos, cuando el hombre ya poblaba Sudamérica.

Lámina N.º 3

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Los estudios de los biogeográfos, como Haffer (1974), Vanzolini (1973), entre otros, al intentar explicar cómo se dio el fenómeno de diversidad de las especies de animales y plantas en un territorio de llanura y tan homogéneo y sin barreras naturales, como es el caso de la Amazonía, postulan que el fenómeno de especiación sólo fue posible durante el cuaternario y por varias veces la selva amazónica se redujo a sabanas áridas con refugios de bosque. Esto permitió el aislamiento de las poblaciones faústicas y vegetacionales durante el suficiente tiempo como para diferenciarse en razas, subespecies y especies completas dando lugar, de esta manera, a la gran heterogeneidad y diversidad de plantas y animales en la Amazonía. Los mencionados biólogos, basándose en estudios de especialización de aves, lagartos, mamíferos, mariposas, y plantas leñosas, han tratado de reconstruir mapas de amazonía, indicando la ubicación de los refugios de bosques o lo que ellos llaman centros de dispersión ocurridos durante el pleistoceno final (ver mapa Meggers, 1986- lámina N.º 3). También en la Amazonía peruana, similares trabajos, pero en base a estudio de mariposas transparentes de la familia Nymphalidas, fue realizado por Lamas (1973), planteando la existencia de 8 refugios de bosque para la Amazonía peruana durante el pleistoceno final (Morales, 1973). Estudios de geología y palinología como los de Vanzoli (1973), Haffer (1974) y Van Der Hammen (1972), han señalado la presencia de capas lateríticas o paleo pavimentos en diferentes sectores de la Amazonía, los que serían el resultado de las etapas de mayor sequía en el territorio amazónico, la cual está correlacionada a las glaciaciones ocurridas a nivel mundial. Para el caso peruano, Cardich (1980) correlaciona estos fenómenos de sequía amazónica con las glaciaciones Magapata y Antaraga, ocurridas entre los años CUADRO PALEOAMBIENTAL DE LA AMAZONÍA AÑOS AP

EPISODIOS CLIMÁTOLOGICOS EN LA AMAZONIA

2 500

Selva similar a la actual con deterioro cultural

GLACIACIONES Y CLIMA EN LOS ANDES Quechua

EVIDENCIAS PARA LA AMAZONIA Problemas de sedentarización en la “Amazonía Andina” Perfil Poliándrico Sedimentación oceánica Especialización de plantas y animales

Sabana árida con refugios de bosques

Neoglacial

10 000

Selva más densa que la actual y por encima del nivel altitudinal actual.

“Optimun climatium” Máximo retroceso glacial “YUNGA”

Perfil de polen con gran incremento de bosque, robledales en la cordillera oriental de Colombia

21 000

Sabana árida con refugios de bosques

Glaciación Magapata y Antaraga – clima Janka 3 y Jalka

Horizonte Geomorfología Cambios en el nivel del mar.

4 500

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del 21 000 a 10 000 A.P.; de igual modo, sostiene que la fase de recalentamiento de la corteza terrestre ocurrida a partir de los 7500 A.P., que él llama Yunga, fue una etapa de máxima expansión de la Amazonía, muy por encima del nivel actual, y que luego observa la presencia del neoglacial Patarcocha, el cual habría ocurrido entre los años 4500 a 2000 A.P. ocasionando una nueva etapa de frío en los Andes con la consecuente aridez en la Amazonía, causando la fragmentación del bosque (ver cuadro Paloambiental); este último fenómeno ocurrió cuando en la Amazonía ya estaban las culturas de alfareros tempranos, las que de acuerdo a nuestro análisis, una de ellas sería la cultura Chambira. Los análisis de polen estratificados en los fondos lacustres de Guayanas, Surinam, Llanos de Colombia y Rondonia, revelan según Van Derramen, que la sabana árida prevaleció durante uno o más periodos, señalando que los intervalos entre los 21 000 a 13 000 A.P., fueron más drásticos que los ocurridos entre los años 7500 a 3600 A.P. Finalmente, podemos decir que modernos estudios basados en fotografías de satélite e imágenes de radar, complementados con estudios de campo realizados por Tricrt (197475), determinaron la existencia de dunas fósiles compuestas de arena fina que se formó durante las épocas de aridez en el área central de la Amazonía; el paisaje bajo el bosque presentaba un patrón altamente fragmentado, lo cual era característica de un área de escasa vegetación. Son todos estos argumentos los que complementan nuestra hipótesis de que la cultura Chambira fue una cultura de sabana árida pues las evidencias arqueológicas estudiadas no hacen otra cosa que confirmar lo planteado desde otra perspectiva por los biólogos, geólogos y palinólogos. Chambira, pues, coincide con la segunda etapa de sequía o aridización del bosque tropical, ocurrida entre los 3500 a 2000 A.P. porque ésas son también las fechas en las cuales se encuentra la antigüedad de esta cultura. IV. Aportes culturales de la Amazonía al área andina Como se ha mencionado al principio, la tesis de Julio C. Tello sobre los orígenes amazónicos de la cultura Chavín no fue investigada por los arqueólogos y quedó en el olvido por la predominante tesis costeñistas de los orígenes de Chavín. Chavín fue cuestionada como la cultura matriz de la civilización andina (Burguer 1984), a pesar de que en la sierra, antes de Chavín, se gestó una tradición religiosa llamada Kotosh; se asumía que esta tradición no tuvo mayor trascendencia para la discusión del Formativo Chavín, quedando el papel de la sierra anulada por la poderosa influencia costeña. Yo he planteado que la tesis costeñista es una visión incompleta del Formativo, pues ésta no ha tenido en cuenta varios factores, siendo uno de ellos el replanteamiento de las fronteras del Formativo en el nororiente peruano hacia el lado amazónico, donde existe un gran número de sitios, tan importantes como Pacopampa, Pan dache, con evidencias de estilos alfareros bastante tempranos; una red de caminos de interacción a la Amazonía y a los Andes Septentrionales, donde el río Marañón juega un papel muy importante, conectando otros sitios como Bagua, Chinchipe, Cerezal y otros. Este espacio geográfico, que muy pocos arqueólogos conocen y que está íntimamente vinculado con la Amazonía, plantearía

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de alguna manera una revisión de los postulados que se están manejando sobre el Formativo de los Andes Centrales. La tesis amazónica de aportes al Formativo andino plantea que la cultura Chambira tiene en sus restos culturales, especialmente cerámica, dos elementos culturales, las botellas de doble pico y asa puente (ver lámina N.º 2) y un buen número de figurinas de arcilla cosida de cráneos deformado de manera tabular erecta y también bilocadas (ver láminas N.º 4 y 5), con una antigüedad superior a Chavín. Estas muestras no sindicarían que estas costumbres son muy propias y antiguas en la Amazonía y que desde allí llegaron como aportes culturales a las culturas formativas de los Andes centrales.

Lámina N.º 4. Cráneos deformados culturalmente de forma: Tubular erecta, bilobada o aplanada; serían los aportes culturales al formativo andino.

En otros artículos (1993 - 2000), planteamos que la cerámica se difundió en los Andes septentrionales vía cuencas hidrográficas y fluviales de la Amazonía, teniendo como vía la cuenca del río Marañón; estas vías son tan evidentes que dos estilos tempranos, Pandache y Tutishkainio, tienen estrecha relación con los Andes centrales y los Andes septentrionales. La pregunta sobre ¿cuando ocurrió? está relacionada con los cambios paleo-ambientales ocurridos en la Amazonía, los cuales habrían provocado movimientos migratorios hacia las cabeceras andinas, siguiendo las cuencas de los ríos amazónicos. Otro de los aportes amazónicos al Formativo andino es que los centros ceremoniales de este periodo evocan una organización social similar al de los pueblos amazónicos. Una síntesis del surgimiento de la arquitectura ceremonial en los Andes centrales nos ha demostrado que a partir del precerámico tardío, surgen dos tradiciones diferentes: la tradición serrana y la tradición costeña que en su conjunto resulta siendo de mayor envergadura y compleja; se diferencia hasta en tres subtradiciones: a) las plataformas con plaza circular hundida en la Costa norte, como son los casos del Alto Salaverry y Salinas del Chao; b) una mezcla de plataforma o pirámide con plaza circular hundida con la tradición serrana de cuartos y fogones, como es el caso de Caral en Supe; y c) el patrón de centros ceremoniales en forma de “U” en la Costa central, como es el caso de Paraíso en el Valle del Chillón. Lámina N.º 5

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En el Formativo Inicial, 1200 años a. C., en la Sierra norte, en Pacopampa y los valles de Cajamarca se genera otro patrón de centros ceremoniales alargado sobre plataformas aterrazadas en las colinas de los cerros, éstas tienen plazas cuadrangulares hundidas. En la Costa norcentral, especialmente en el Valle de Casma, se mantienen los elementos de la tradición serrana costeña; mientras que en la Costa central se observa claramente la presencia del patrón en “U”. En el Formativo Medio (900 a.C.), la tendencia eran los centros ceremoniales en forma de “U”; y en la Sierra norte los templos tipo Pacopampa persistieron. Estos dos patrones se encuentran en los Andes centrales. En los Andes septentrionales, también muy antiguo, existe otro patrón, el cual está conformado por dos montículos frente a frente encerrando una gran plaza, como el caso del Centro Ceremonial de Real Alto el cual tiene similitudes con los Mayas. Nosotros asumimos la hipótesis de que sería muy probable que los tres patrones de centros ceremoniales tuvieran un mismo origen y una misma forma de organización de espacio, la cual se expresan en el modo dual y tripartita que es una forma de organización de los pueblos amazónicos, como es el caso de los Bororo estudiado por Levi Straus el cual también fue demostrado para el caso del Centro Ceremonial de Pacopampa (Morales, 1995). Finalmente, planteamos, también, que esta estructura dual y tripartita de los centros ceremoniales tiene una base en la organización social y religiosa de estas sociedades. En Pacopampa los tres espacios que forman las tres plataformas de la pirámide truncada tienen íconos respectivos, serpiente, felino y aves en oposición dual; de todas ellas destaca el jaguar como ser supremo, por una serie de atributos vinculados al chamanismo amazónico, donde el chamán se convierte en jaguar y adquiere poderes sobrenaturales. Extractos seleccionados por el autor. http://sisbib.unmsm.edu.pe/BibVirtualData/publicaciones/consejo/boletin51/enPDF/a04.pdf Cerámica Pacopampa y Mitología del Dios Felino

Lámina N.º 6

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LECTURA II LA CIUDAD SAGRADA DE CARAL-SUPE EN LOS ALBORES DE LA CIVILIZACIÓN EN EL PERÚ Shady Solís, Ruth Martha La ubicación de Caral La primigenia ciudad de Caral se encuentra en la margen izquierda del río Supe, en la costa norcentral del Perú, cerca del poblado actual de Caral. Desde la ciudad de Lima, se llega al sitio siguiendo la carretera Panamericana hasta el kilómetro 182, donde se encuentra el desvío que conduce al pueblo de Ambar. Otros establecimientos contemporáneos a Caral El avance de las investigaciones en los últimos años dio a conocer importantes sitios arqueológicos pertenecientes al Arcaico Tardío, ubicados en el área norcentral del Perú, como: Áspero, en el litoral del valle de Supe (Feldman; 1980, 1985); La Galgada, en la cuenca del Chuquicara, un tributario del río Santa (Grieder y Bueno; 1981, 1985); Piruro, en Tantamayo, Huánuco (Bonnier, 1987; Bonnier y Rozenberg, 1988); Kotosh, en Huánuco (lzumi y Terada, 1972); Huaricoto, en el Callejón de Huaylas (Burger y Salazar, 1985); y el Paraíso, en el valle bajo del río Chillón (Quilter, 1985; Quilter, Wing y Ojeda, 1991). Cabe destacar que estos sitios se encuentran en diferentes regiones: costa, sierra y selva alta; zonas ecológicas distintivas con recursos singulares, pero todos se hallan en el área norcentral del Perú. Área en que se habría desenvuelto una intensa interacción cultural durante el Arcaico Tardío, que impulsó el desarrollado social. Estos sitios revelaron una complejidad arquitectónica, mucho mayor que la inicialmente supuesta para el período Arcaico Tardío. En la actualidad, se está evaluando la hipótesis referente a extender un milenio atrás la etapa Formativa para incluir las manifestaciones del Arcaico Tardío, dando así una nueva interpretación al proceso cultural peruano. Caral forma parte de ese conjunto, siendo uno de los más destacados por su extensión y monumentalidad. La ciudad sagrada de Caral «La Ciudad de las Pirámides», como también la han denominado algunos visitantes, por los 6 grandes volúmenes piramidales que se observan desde el fondo del valle, se encuentra sobre una terraza aluvial, en un paisaje grisáseo y árido, rodeada por las vistosas cumbres rocosas de las estribaciones costeñas de la cordillera de los Andes. Es un medio desértico, con dunas que contrastan con el colorido verdoso del valle, del cual se separa por una serie de terrazas aluviales, formadas sucesivamente a través de tiempos geológicos.

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El ambiente natural del área contribuyó a darle a Caral el carácter sagrado que tuvo; así, la ciudad quedó aislada, elevada sobre el valle y alejada de la vida de éste, en una planicie, entre el cielo y los cerros. La ciudad sagrada, que cubre un área aproximada de 50 ha, está conformada por más de 32 conjuntos arquitectónicos de diversa magnitud y función, de los cuales, hasta el presente, se han podido identificar seis edificaciones piramidales y una serie de construcciones medianas y pequeñas, entre templos, sectores residenciales, plazas públicas, anfiteatro, almacenes, altares, calles, etc. La mayoría se halla todavía cubierta con los escombros de las paredes, derribadas por el paso del tiempo, y los materiales del enterramiento ritual de las edificaciones, que hacían periódicamente los habitantes de la ciudad de Caral. Las estructuras arquitectónicas fueron erigidas siguiendo un ordenamiento espacial, en torno a grandes plazas o a espacios abiertos. En el centro de uno de éstos se yergue un gran bloque de piedra parada o «huanca», de 2.15 m de alto por 80 cm de ancho, en armonioso diseño con unos volúmenes piramidales, entre los que destacan dos, por su forma cuadrangular. Es frecuente el hallazgo de Ros de taila tosca, de diferente tamaño, hincados verticalmente en algunos de los ambientes de la ciudad. Sacrificios humanos En el sector residencial cercano a la «Pirámide C», se halló el entierro de un infante menor de un año, depositado como ofrenda antes de la construcción de una pared con grandes bloques líticos. La “Pirámide C” es una de las más elevadas (21.56 m). Al este de ésta, pero en directa asociación, se encuentra el sector residencial, con un cerco en el lado norte, compuesto de grandes bloques de piedra cortada. Excavamos en este sector tres cortes de prueba, uno de los cuales permitió identificar el entierro humano, que a continuación describimos. El cadáver fue depositado en una fosa excavada en el terreno estéril. Posteriormente sellada por un piso morado. La fosa, de forma ovoide, tiene 68 x 28 cm en la boca y una profundidad de 1.42 m. El paquete funerario mide en la base 89 x 28 cm. Esta fosa se halla debajo del muro de piedra, lo que hizo muy difícil la excavación. Sobre el piso morado había un relleno muy similar al material de la capa estéril, el cual servía de base al piso gris, que está asociado al muro de grandes bloques de piedra. El relleno que cubría al entierro presentaba una secuencia de capas compuesta por carboncillos, de cantos rodados, y arena. El infante se encontraba en dirección E-W, decúbito dorsal y con la cabeza al este, mirando a la pirámide. Fue envuelto en una estera de fibra de junco y tenía, hacia los pies, una cesta de fibra entrelazada de 10 cm. de diámetro; una redecilla de algodón con similar técnica se hallaba adherida a la cabeza y sobre ella otra cesta similar a la anterior. El cuerpo estaba cubierto con un textil de algodón, en el lado norte de la cabeza había una valva de

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Choromytilus chorus, otro choro a la altura del hombro derecho. En el lado izquierdo del hombro, se recuperó una aguja de hueso y a la altura del estómago, un cordel de algodón. En el cernido de los residuos del entierro, aparecieron semillas de algodón, un fragmento de cuarzo transparente, una cuenta de hueso y una cuenta de piedra. En otros sectores de la ciudad se han ubicado algunos entierros humanos, asociados con estructuras arquitectónicas, todavía pendientes de excavación. La sociedad de Caral - Supe: Inferencias preliminares sobre la antigüedad En base a la información recuperada, se puede asignar la ciudad sagrada de Caral al período Arcaico Tardío (3000 - 1500 años a.C.). La ocupación de Caral habría empezado hacia el tercer milenio antes de Cristo (unos cinco mil años al presente) y continuó durante varios siglos, como puede inferirse de la estratigrafía y de las construcciones superpuestas. Se ha observado cambios a través del tiempo en el diseño y concepción de la ciudad, asimismo en la tecnología constructiva y en el volumen de mano de obra invertida. Al parecer, en esa época, la población que habitaba Supe estaba distribuida en la zona del litoral y en el valle bajo y medio, conformando comunidades sedentarías, autosuficientes y con cierta autonomía en su organización, pero participaba de una entidad mayor, como se infiere de los numerosos rasgos culturales compartidos y de las dimensiones monumentales de algunos sitios, que implican una inversión de mano de obra mayor que la proveniente de su ámbito directo, con la correspondiente organización, supracomunitaria. Si bien en el litoral se edificó un sitio monumental, como Aspero, y en el valle bajo destacó el complejo de Piedra Parada, el sector medio del valle tuvo la mayor concentración de establecimientos, además de la más grande extensión y volumen, entre los que resalta Caral. Al lado de esta ciudad se edificaron los extensos complejos, denominados Chupacigarro Este, Chupacigarro Centro, y Chupacigarro Oeste; y frente a ellos, en la otra margen del valle, Pueblo Nuevo y Alipacoto. Son, asimismo, notables los complejos de Huacache y Peñico. Puede considerarse a la población supana de entonces entre las primeras sociedades que alcanzaron un temprano y complejo desarrollo, y que organizaron sus actividades económicas, sociales y político-religiosas dentro del marco de los asentamientos urbanos. La sacralidad de la ciudad La religión tuvo un rol predominante en la vida de los pobladores y en su organización social, los templos destacaron en los centros urbanos y en torno a ellos se desenvolvieron las actividades cotidianas de diverso orden. Cada asentamiento tuvo así un carácter sagrado y los templos fueron el foco de la dinámica socioeconómica y política. Estos templos sirvieron como fundamento de la cohesión social y recibieron una periódica remodelación, posiblemente en relación con observaciones astronómicas, una de las actividades efectuadas por los gestores de estas ciudades, encargados de la medición del

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tiempo y de la elaboración del calendario agrícola. Las varias piedras paradas o «huancas», identificadas en las plazas y atrios, habrían servido para esta función. El trabajo permanente de construcción-destrucción y reconstrucción de las estructuras en medio de rituales, ofrendas e incineraciones, era también un modo de mantener las obligaciones de la población con la religión y de utilizar a ésta como medio de cohesión. Los gestores o conductores de la ciudad de Caral reforzaron su poder con estas prácticas ceremoniales y rituales, Todas las actividades efectuadas en la ciudad estuvieron teñidas de religiosidad, cada ambiente tuvo su fogón central donde se incineraban alimentos y otras ofrendas. Antes de la remodelación de un ambiente se quemaban bienes y se esparcían los carbones y las cenizas por el piso del recinto, que luego era enterrado. En algunos casos, se colocaba en hoyos, tapados por alimentos quemados y cenizas, una especie de «tamales», alimentos preparados, envueltos en hojas. En un período tardío se puso unas canastas llenas de piedras y alimentos quemados en medio del relleno de la habitación que estaba siendo enterrada. Aspectos de la economía La sociedad que edificó el centro urbano de Caral se sustentaba de una economía mixta, basada en actividades agrícolas complementadas con la pesca en el mar y el río, con la recolecta de moluscos y con el aprovechamiento de los recursos vegetales y animales del abundante monte ribereño y de las lomas. Los feligreses de Caral se desplazaban por el valle, cultivaban en las estrechas márgenes del río Supe, de tierras muy fértiles, irrigables con facilidad mediante cortos canales que tomaban agua del río o de los abundantes «puquiales», por donde afloraba la mapa freática. Este medio debió nutrir a una abundante flora y fauna. De la misma forma, se aprovechó de los recursos del mar, ya sea por el valle de Supe o, más directamente, por una vía natural entre los cerros, que sale al valle de Huaura, a la altura del actual pueblo de pescadores de Végueta. Extrajeron, de preferencia, anchovetas, choros, mesodesmas y algas. Aparte de sus propios recursos naturales, el sector medio del valle, donde se encuentra Caral, posee las mejores rutas de comunicación con los valles vecinos, cuya población habría estado bajo el control ideológico de los conductores de los templos de Caral. Así parece sugerirlo la amplia distribución que alcanzó en el área el patrón arquitectónico de plataforma, plaza circular hundida, peculiar de los asentamientos de Supe. Los feligreses de Caral Los constructores de Caral tuvieron conocimientos de arquitectura, geometría y astronomía. Supieron combinar formas y planos, ordenar los edificios en el espacio, de acuerdo a un plan preconcebido, en un contexto artístico de intenso carácter religioso.

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El ordenamiento espacial previo, la extensión del espacio construido y la diversidad de estructuras sugieren un patrón definidamente urbano. Si comparamos la arquitectura de Caral con la del sitio de Aspero, ubicado en el litoral de Supe, observamos una fuerte identidad en el patrón constructivo, en la tecnología, en los materiales utilizados y en los procedimientos; esto hace pensar en la existencia de un grupo de especialistas que prestó servicios en ambos sitios o de una intensa comunicación entre las autoridades de estos centros urbanos, del litoral y del valle medio. Es también similar la forma como se ha expresado el patrón cultural de permanente construcción-destrucción, enterramiento y reconstrucción de los edificios. A diferencia de los centros ceremoniales del período siguiente, «Formativo», Caral muestra una gran extensión y, sobre todo, una mayor diversidad constructiva, que se espera de un lugar habitado por una población permanente. Por otro lado, la mayoría de los ambientes religiosos en las áreas excavadas son pequeños e íntimos, especiales para un número reducido de participantes, que quizás agrupaba a los representantes de las familias. Se hace evidente que la sociedad tuvo una organización jerarquizada, con estamentos sociales bien definidos: campesinos, pescadores y los especialistas, que eran autoridades religiosas o gestores. En algunos casos, los edificios estuvieron cercados por murallas que separaban al personal que los ocupaban del resto de la comunidad, Asimismo, en los complejos excavados existen ambientes que contienen estructuras escalonadas, que recuerdan al «usnu» incaico, símbolo del poder o importancia de la autoridad social. Los trabajadores, además de realizar las actividades económicas de subsistencia, agricultura, pesca, recolecta de mariscos y de aprovechar de los recursos naturales del monte ribereño, de los pantanos y de las lomas, estaban obligados a prestar servicios permanentes en las obras públicas: explotación de canteras, traslado de los bloques de piedra, algunos de grandes dimensiones, para la construcción y remodelación permanente de las edificaciones. Ellos también tuvieron a su cargo el acarreo de piedras y tierra en grandes volúmenes, para el enterramiento ritual de las construcciones, actividad realizada periódicamente. El número de centros urbanos (17) identificado en el valle de Supe, y su magnitud, requirieron de una gran cantidad de mano de obra y de los excedentes, para su edificación, mantenimiento, remodelación y enterramiento. Si consideramos exclusivamente la capacidad productiva de este pequeño valle, esa inversión no habría podido ser realizada sin la participación de las comunidades de los valles vecinos. Por motivos que todavía desconocemos, la ideología de los pobladores de Supe alcanzó prestigio regional en la época, convirtiéndolo en un valle sagrado. Las comunidades ubicadas en las rutas de comunicación, como Caral, atrajeron la atención de sus vecinos, lograron captar la fuerza de trabajo y los excedentes producidos por los pobladores de los valles costeños de Huaura, Pativilca y Fortaleza, con los cuales se comunicaba Supe a través de varias quebradas laterales, especialmente desde el valle medio. Nos preguntamos si el mismo nombre que ha quedado en el valle, Supe (de Supay, demonio, diablo), podría ser el recuerdo nominal del temor y respeto que las sociedades de

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aquella época le tuvieron al lugar donde residían los dioses y estaba el poder de los gestores y conductores de su vida económica, social y religiosa. Relación de otras poblaciones coetáneas Asimismo, cabe señalar las amplias redes de comunicación que se tendieron en el Arcaico Tardío, entre los 3000 y 1500 años a.C., en el área norcentral del Perú, espacio que estuvo articulado en el eje de norte-sur, entre los valles de El Chillón y Chao, y en el eje oeste-este, a lo largo de los varios pisos ecológicos de la cordillera, desde el mar hasta el Huallaga y el Marañón. Esta fue el área que tuvo el mayor avance sociocultural del Perú durante el Arcaico Tardío. Las poblaciones vecinas del área norte y sur presentaban un menor nivel de integración social. Se ha denominado «tradición cultural religiosa Kotosh» al patrón religioso observado en los varios centros monumentales estudiados en el área norcentral. La sociedad de Caral compartió una serie de rasgos culturales de esta tradición con otros centros de la época, ubicados en el valle de Chuquicara (La Galgada), en el Callejón de Huaylas (Huaricoto), el valle del Huallaga (Kotosh) y el Marañón (Piruro). Entre los rasgos más comunes se encuentran: construcciones arquitectónicas con recintos pequeños, fogones centrales, ofrendas incineradas, nichos, banquetas y un contexto material precerámico. En el área se generó una importante esfera de interacción, que impulsó el desarrollo cultural. Esta situación explica mejor el posterior desenvolvimiento y el nivel monumental de los centros ceremoniales del Formativo Temprano en la costa, en Casma, Rímac o Turín; y la edificación de Chavín de Huantar, un milenio y medio después que se iniciara la construcción de los establecimientos del Arcaico Tardío. SIGNIFICACIÓN DE CARAL EN EL PROCESO CULTURAL PERUANO Y EN EL CONTEXTO INTERNACIONAL Los numerosos centros urbanos que contiene el valle de Supe, de gran complejidad y de temprana datación, realidad arqueológica no informada en otro lugar del territorio nacional, convierten a este valle en una zona privilegiada para las investigaciones sobre el proceso civilizatorio en el país, situación que justifica el calificativo que le estamos dando: «Supe, El Valle Sagrado en los albores de la civilización en el Perú». En base a la información disponible, se puede afirmar que Caral es uno de los centros urbanos más extensos y complejos del Arcaico Tardío. Su complejidad arquitectónica, su ordenamiento espacial y de extensión, y los testimonios de su cultura material permiten inferir, a falta de nuestro conocimiento sobre su escritura, la existencia de especialistas que lograron desarrollar ciencias aplicadas como la geometría, aritmética y astronomía, dentro del contexto religioso que se extendió en todas las actividades. Estos conocimientos fueron plasmados en la construcción de la ciudad y, posible-

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mente, en la confección del calendario. El instrumento ideológico les permitió el manejo de la población y de sus excedentes de producción. En cuanto al continente americano, el Perú se presenta como el foco civilizatorio más antiguo, con arquitectura monumental y organizaciones sociales complejas, que anteceden en, por lo menos, mil años a las sociedades de similar nivel en Mesoamérica. El Perú ha sido considerado como uno de los seis focos civilizatorios a nivel mundial, al lado de Egipto, Mesopotamia, China, India y Mesoamérica (Service, 1968). Sin embargo, las investigaciones arqueológicas, en el caso peruano, no son todavía suficientes para conocer las características, condiciones y factores que intervinieron para configurar ese alto nivel de desarrollo. En el plano mundial, podemos señalar que, cuando se construía en Egipto las pirámides de Keops y florecían las ciudades sumerias de Mesopotamia, hacia los 2550 años a.C., en Supe, Perú, se edificaba el centro urbano monumental de Caral. También podríamos decir que, si los filósofos presocráticos de Grecia discutían sobre el origen de la vida hacia los 600 años antes de Cristo, en el centro urbano de Caral por lo menos 2000 años antes, anónimos filósofos explicaban a su pueblo diversos aspectos relacionados con la existencia de los hombres, los recursos naturales, el origen de la vida y de las cosas. El abandono de la ciudad sagrada Finalmente, después de varios siglos de ocupación, los habitantes de la ciudad sagrada decidieron abandonarla, no sin antes enterrar todas las construcciones con densas capas de guijarros, piedras cortadas y cantos rodados, cumpliendo con determinadas ofrendas a la usanza tradicional. Nada se dejó al descubierto. El clima, a través de los cuatro milenios siguientes, se encargó de acumular arena y contribuir en esta obra de enterramiento cultural. En los tres primeros siglos de nuestra era, algunos grupos enterraron a sus muertos en ciertos sectores de la antigua ciudad, sin conocer ya su historia. Sólo las excavaciones arqueológicas irán desenterrando las calles y barrios de este primigenio centro urbano y se podrá mostrar al mundo las obras realizadas por esta sociedad que logró el mayor esplendor de toda la historia del poblamiento del valle de Supe. No hubo allí otra época de similar importancia. Caral nunca volvió a ser habitada y eso ha permitido que lleguen hasta nosotros, sin alteraciones, los testimonios culturales de un pueblo en los albores de la civilización. Conclusiones

1. El valle de Supe fue uno de los asientos más importantes donde se configuró la civilización peruana.

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2. La ciudad de Caral, perteneciente al período Arcaico Tardío (5000 - 3500 años antes del presente), es uno de los exponentes más destacados para el conocimiento del proceso civilizatorio del desarrollo urbano y de la formación del estado en el Perú. 3. Los feligreses de Caral que habitaban el territorio en forma nucleada y sedentaria, basaron su economía en la producción agrícola, complementada con la extracción de peces, moluscos marinos y los recursos del monte ribereño, de los pantanos y las lomas. 4. El bajo desarrollo tecnológico fue reemplazado por un alto nivel de organización social, que utilizó a la religión como instrumento para el manejo de la fuerza de trabajo humana. 5. Los habitantes de la ciudad tuvieron un nivel de organización social complejo, con diferencias jerárquicas, donde la clase conductora estaba sustentada por la función social que desempeñaba. 6. La ciudad fue construida, destruida, reconstruida y remodelada permanentemente, en un contexto ritual. Cambió de diseño arquitectónico y de técnicas constructivas a través del tiempo. 7. La construcción, mantenimiento y remodelación de este centro urbano dependió de la productividad de un área mayor que la del valle de Supe. Aquí apreciamos un aumento en la inversión de fuerza de trabajo, a través del tiempo, los volúmenes de piedra y tierra son mayores. 8. La élite de Caral participó en la esfera de interacción formada en el área norcentral, que integró a las regiones de costa, sierra y oriente, cuyas sociedades compartieron una serie de patrones culturales. 9. El valle de Supe fue la sede de una sociedad que alcanzó gran prestigio en el Perú durante el Arcaico Tardío. Extracto seleccionado por el autor http://sisbib.unmsm.edu.pe/Bibvirtual/Libros/Arqueologia/ciudad_sagrada/indice.htm

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CAPÍTULO VI ESTADOS REGIONALES Y PANANDINOS EN LOS ANDES CENTRALES Hace, aproximadamente, 2200 años, el fenómeno Chavín inicia un proceso de declive. La crisis del Estado Chavín se desconoce pero la principal hipótesis está relacionada con fenómenos naturales incontrolables que debilitaron las estructuras políticas y culturales construidas por los hombres de Chavín. Se inicia, entonces, un periodo llamado “Intermedio Temprano” o también llamado de los “Reinos Regionales de la primera regionalización”. Se trata de un proceso de desarrollos diversos, con fenómenos serranos y costeños de identidades propias. En la sierra se desarrollan los reinos Tiahuanaco y Pucara, como los más representativos del periodo, mientras que en la costa sur se desarrollan los estados Paracas y Nasca y en la costa norte el estado Moche. Estos fenómenos sociopolíticos se caracterizaron por un gran desarrollo de las economías regionales; una alta productividad de sus sistemas económicos y una gran sofisticación de sus conocimientos y tecnologías. Los moche, por ejemplo, desarrollaron más de mil años antes que los europeos el uso del guano de las islas para el abono de las tierras de cultivo, así como del pescado podrido; inventaron la pesca de arrastre, mediante redes extendidas desde caballitos de totora (tecnología que sigue siendo utilizada por los pescadores artesanales de las caletas norteñas). En el trabajo con los metales y la cerámica no existieron secretos para los alfareros moches. AI APAEC DIOS MOCHE

PALLARES MOCHE

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Programa de licenciatura para profesores de lenguas extranjeras CERÁMICA MOCHE

LÍNEAS DE NASCA

CERÁMICA NASCA OJO DE AGUA (NASCA)

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Visión histórica del Perú FARDO FUNERARIO PARACAS

TEJIDO PARACAS CAVERNAS

TREPANACIÓN CRANEANA

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Los estados de la costa sur: Paracas y luego Nasca, sin copiar conocimientos y tecnologías de otros lugares, se convirtieron en eximios agricultores y mejores artesanos. Las tecnologías del tejido de los paracas sigue siendo la admiración de todas las civilizaciones; y, los conocimientos astronómicos de los hombres y mujeres de Nasca son la admiración de propios y extraños4. Las tecnologías hidráulicas de estos dos pueblos fueron tan creativas y eficientes que hasta hoy continúan funcionando los acueductos subterráneos y los sistemas de riego antiguo. Los reinos serranos de la primera regionalización no han quedado a la saga de la creatividad para alcanzar el desarrollo de sus fuerzas productivas y humanas. Fueron los hombres del altiplano andino quienes inventaron la deshidratación de los tubérculos y de la carne, mediante tecnologías sofisticadas que hasta hoy siguen siendo utilizadas. El charqui es un invento genial que permitió a estos pueblos conservar las carnes, deshidratando las carnes frescas mediante el uso del sol del día y el frío intenso de la noche. El Chuño es otro de los grandes inventos que les debemos a estos pueblos. Los tubérculos, a través del mismo principio de combinación del calor del día y el frío de la noche, quedaban en condiciones de guardarse por mucho tiempo y transportarse de la mejor manera, debido a la deshidratación. Estos pueblos del altiplano fueron los primeros en desarrollar la estrategia de ocupación de la mayor cantidad de pisos ecológicos5. Durante el siglo X de nuestra era, se desarrolla un fenómeno completamente diferente a los anteriores; los procesos de comunicación e intercambios entre la sierra y la costa sur alcanzan un nivel muy alto de desarrollo en una zona intermedia, que hoy se localiza en la Región Ayacucho. Un pequeño reino local (Huarpa), centro del comercio interregional del sur y beneficiario de los conocimientos y tecnologías tanto de la costa como de la sierra, fusiona la ideología religiosa Tiahuanaco y las tecnologías alfareras de los Nazca, para generar una nueva y pujante identidad que se ha conocido como el fenómeno Wari o Huari. KERO TIAUHANACO

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CERÁMICA PUCARA

REICHE, Maria (1976). Secreto de la pampa. Ed. CRDI, Stuttgart. MURRA, John (1975) Las formaciones económicas y políticas del mundo andino. Ed IEP, Lima


Visión histórica del Perú MAPA DE EXPANSIÓN TIAHUANACO Y HUARI

Wari es considerado un segundo “horizonte” en la nomenclatura de Rowe y se acerca a la consideración de un fenómeno imperial, debido a que su proceso de expansión tuvo como eje el comercio, apoyado por una sociedad militarizada. Wari es la expresión de una segunda “fusión” panandina que llevó sus propuestas económicas, culturales y políticas a casi todos los andes centrales. Una característica singular del fenómeno Wari son las ciudades, las grandes ciudades, organizadas y conectadas por grandes caminos, en

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Programa de licenciatura para profesores de lenguas extranjeras SITIOS ARQUEOLÓGICOS WARI

función de las actividades económicas y políticas de este poderoso estado. Una de las más importantes fue sin duda Pachacamac, que mantuvo su prestigio durante todos los siglos siguientes y pervivió hasta el momento de la invasión colonial española. A la desaparición del fenómeno Wari, le sucede otro periodo “intermedio” denominado “intermedio tardío”, que está marcado nuevamente por los mismos procesos: florecimiento de estados regionales, tanto en la costa como en la sierra de los andes centrales. En la sierra se desarrollaron los reinos Chanca, Cusco, Huancas; mientras que en la costa florecían dos grandes estados: Chincha6 y Chimú o Chimor. La lucha por la hegemonía entre reinos serranos y costeños continúa en esta etapa que se desarrolla entre los siglos XIII y XV de nuestra era. La costa prehispánica, como bien lo señalan los estudios de María Rostworowski7 y Waldemar Espinoza8, constituía 6 7 8

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ROSTWOROWSKI, María. (1977) Etnia y sociedad. Ed. IEP, Lima. ROSTWOROWSKI, María. (1977) La costa prehispanica. Ed. IEP, Lima. ESPINOZA, Waldemar. (1986) Artesanos, transacciones, monedas y formas de pago en el mundo andino del siglo XV y XVI. Ed. BCR, Lima (2 tomos).


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el proceso más avanzado de desarrollo económico social. Las ventajas ecológicas que ofrecía el mar peruano a los estados costeños permitieron que chinchas y chimúes se convirtieran en los reinos de mayores riquezas, que se reflejaba en el boato y los estilos de vida de las clases dominantes de cada uno de estos reinos. Los chinchas llegaron a dominar el comercio del mullu y del cobre en toda la costa del pacífico andino; mientras que los chimúes mantenían su hegemonía y construían un imperio costeño a costa de los reinos vecinos, especialmente los lambayeque, quienes habían logrado la proeza de ingeniería hidráulica de unir cinco cuencas hidrográficas en un solo sistema de riego. Los chinchas, igualmente, lograron organizar su sistema económico mediante una ciudad planificada por barrios especializados, donde destacaban los barrios de los comerciantes y artesanos. La derrota de estos reinos como consecuencia de la expansión Inca, ocultó durante mucho tiempo la importancia de la costa para el desarrollo de los Andes centrales.

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Programa de licenciatura para profesores de lenguas extranjeras ICONOGRAFÍA DE CHAN CHAN

MAPA DE LA EXPANSIÓN CHIMU

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FIGURA TALLADA CHIMÚ


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CAPÍTULO VII EL TAWANTINSUYO: SÍNTESIS Y DESARROLLO DEL ESTADO EN LOS ANDES CENTRALES La conversión del pequeño reino Cusco en el gran imperio Inca es un fenómeno que no deja de admirar a especialistas y legos. Los especialistas siguen reflexionando sobre las condiciones tan excepcionales que se dieron para que estos reinos serranos, con mucho menos recursos que los reinos costeños, hayan impuesto su hegemonía en los andes centrales. Sobre la historia del Imperio Inca o el Tawantinsuyo se ha escrito mucho y desde los inicios de la colonia. Los cronistas españoles, mestizos e indios fueron los primeros que nos legaron la historia oficial y la no oficial de este periodo de nuestra historia. Quienes mayor impacto han tenido en esta tarea han sido sin duda el cronista Garcilaso Inca de la Vega, fuente principal de nuestra historia oficial desde la Colonia. El papel que jugó Garcilaso en la historiografía peruana ha sido reconocido por todos los historiadores. Raúl Porras reconoce incluso a cronistas tributarios de las crónicas del mestizo cusqueño. La razón del éxito de Garcilaso se debió a que fue uno de los primeros mestizos reales; es decir hijo de un conquistador de la soldadesca de Pizarro y una de las hijas de Huayna Capac; había crecido entre su familia materna en su primera infancia y terminó de desarrollarse entre los españoles, tanto en el Cusco como en España, a donde viaja para reclamar sus derechos como heredero de su padre. La historiografía moderna de los incas es, también, abundante y polémica; pero las investigaciones que más éxito han tenido por su amplia difusión y su incorporación en los currículos de la escuela básica han sido las investigaciones de María Rostworowski9, Franklin Pease10 y Waldemar Espinoza11; y los textos escolares de Pablo Macera12. Sin embargo, los libros e investigaciones sobre la sociedad andina prehispánica tiene numerosos estudiosos, siendo los más significativos John Murra13, Nathan Wachtel14. Lo cierto es que hacia 1438, aproximadamente, uno de los dirigentes incas mejor recordados por la memoria oral cusqueña, Pachacutec Inca Yupanqui, inició el proceso de expansión más grande de toda la historia de los andes centrales, incorporando y sojuzgando por la guerra o la negociación a los grandes estados costeños de los Chimú y los Chincha; a los reinos serranos de los Chancas, Lupacas y Collas. Los incas que suce9 ROSTWOROWSKI, María. (1988) Ed. IEP, Lima. 10 PEASE, Franklin. (2001) Del Tawantinsuyo a la Historia del Perú. 3.a ed. Lima. PUCP. 11 ESPINOZA, Waldemar. (1987) Los Incas: economía, sociedad y estado en la era del Tahuantinsuyo. Ed. Amaru, Lima. 12 MACERA, Pablo. (1982) Historia del Perú. Pre Incas e Incas. Ed. Wiraquipu, Lima. 13 MURRA, John. (1983) La organización económica del Estado Inca. Ed Siglo XXI, México D.F. 14 WACHTEL, Nathan. (1973) Sociedad e Ideología: Ensayos de historia y antropología andinas. IEP, Lima.

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Programa de licenciatura para profesores de lenguas extranjeras MAPA DE LA EXPANSIÓN INCA, DESDE PACHACUTEC HASTA HUAYNA CAPAC

dieron a Pachacutec continuaron la política de expansión del imperio. Tupac Yupanqui y Huayna Capac culminaron la tarea del primer conquistador, llegando a dominar casi todo los territorios de los andes centrales, en la costa y en la sierra; y manteniendo relaciones comerciales y ceremoniales con los reinos amazónicos más cercanos a los andes.

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Los incas aportaron muy poco al universo de conocimientos y tecnologías andinas. Ellos disfrutaron de todas las conquistas tecnológicas que se acumularon en la memoria de este estado andino. Lo novedoso y significativo que aportaron los incas fue el modelo de gestión, la administración y la gestión política de tan vasto imperio. El sistema estaba basado en principios muy antiguos de las sociedades andinas: la RECIPROCIDAD; conocida como una norma de convivencia ancestral que se mantiene con ciertas variantes en todas las organizaciones indígenas de la civilización andina y amazónica. Los economistas indígenas conocen este sistema en las comunidades modernas como la “redistribución ritual de excedentes”15. Este sistema de convivencia social y política tenía en el Tawantinsuyo dos formas o dos modelos: el modelo de RECIPROCIDAD SIMÉTRICA, desarrollado entre los propios runas o comuneros, al interior de los ayllus; y la RECIPROCIDAD ASIMÉTRICA, desarrollada entre los ayllus y pequeñas parcialidades con el Sapainca, con el Estado. La primera de ellas significaba un intercambio entre iguales y de iguales o parecidas proporciones; este proceso no generaba excedentes en ninguno de los participantes. La segunda, sin embargo tenía un rol completamente diferente, puesto que la relación no se daba entre iguales sino entre desiguales: el Estado y los ayllus y parcialidades; en este caso, la reciprocidad se convertía en una herramienta de explotación del Estado debido a la profunda desigualdad entre el valor del obsequio que daba el Inca y el trabajo realizado por el runa. El Inca estaba obligado a ofrecer, en primer lugar, una ofrenda al curaca y a los runas que participaban en la mita16, para luego, en reciprocidad, disfrutar del trabajo gratuito en las “Tierras del Sol”, en las “Tierras del Inca”, en la construcción de puentes y caminos e incluso en los ejércitos imperiales del Cusco. La organización Inca también reservó un lugar especial a la mano de obra femenina, consistente en el trabajo especializado de jóvenes mujeres (Acllas) en los Acllahuasi, dirigidas por una especialista llamada Mamacona. En estos recintos se producían los más finos tejidos, las más finas bebidas y comidas de las que disfrutaba el Inca y su panaca. Finalmente, la otra fuente de riqueza acumulada por el Estado Inca lo constituyó el trabajo de los Yanas, bajo la modalidad de servidumbre especializada. Todos estos excedentes producidos a lo largo y ancho del imperio eran registrados meticulosamente por los Quipucamayoc, utilizando las técnicas sofisticadas de los Quipus y la Yupana; y se almacenaban en los Tambos Reales de manera ordenada los tejidos finos (Cumbi), maíces de diversas variedades, incluida la variedad “militar”, chuño, charqui, chicha, ropa elaborada en los acllahuasis, desde las rústicas mantas de fibra de llama hasta los sofisticados tocados elaborados con oro, pelos de muciélago, lana de vicuña y plumas de aves amazónicas. 15 MALDONADO, Luis . (2004) Desarrollo con identidad. Ed. Fondo Indígena, La Paz. 16 La mita incaica fue reproducida de manera perversa en la Colonia, razón por la cual se debe diferenciar bien la mita incaica de la mita colonial.

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Todos estos excedentes productivos estaban a disposición del Estado, quien los administraba en función de sus intereses. De estos tambos reales, el Inca disponía para obsequiar a sus aliados, para cumplir con la reciprocidad y para atender las necesidades de sus ejércitos. Los acllahuasis también eran una fuente de jóvenes mujeres de las que disponía el Inca para ofrecerlas en matrimonio a alguno de sus jefes militares o a algún curaca cuya colaboración requería. Con esta mano de obra gratuita, con estos grandes excedentes producto de la reciprocidad asimétrica, el Estado Inca organizó una sociedad que aparecía como un modelo de justicia y bienestar. En este modelo societal se inspiraron en el siglo XVI y XVII las llamadas utopías en la Europa moderna; las ideologías milenaristas del movimiento indígena del siglo XVIII; el indigenismo peruano del siglo XX y el nacionalismo radical de nuestros días. El movimiento indígena peruano, americano y mundial tiene en la sociedad Inca uno de los referentes ideológicos más significativos; incluso para levantar íconos cuya historicidad es cuestionada.

Movimiento Indígena

Movimiento utópico Tomás Moro

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Mitin de Ollanta Humala


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La organización social Inca se basó en instituciones sociales tradicionales, en particular el AYLLU. La propia PANACA del Inca era un Ayllu. El ayllu fue una unidad de parentesco de familias nucleares simples y familias nucleares compuestas. Los Runas (miembros de un ayllu común) se casaban dentro de su ayllu pero fuera de su familia nuclear, mientras que los miembros de las panacas incas podían casarse dentro de su propia familia nuclear. Los Runas estaban obligados a organizarse en familias monogámicas mientras que la nobleza cusqueña gozaba de la poligamia. La aristocracia cusqueña estaba organizada en dos mitades: ANAN y HURIN y al interior de estas parcialidades se desarrollaba la vida social de las panacas. La división social de las mitades tenía relación también con la dualidad del poder político, donde el Inca pertenecía a una de las parcialidades y el sumo sacerdote (WILLAC UMU) a la otra. En el seno de las familias cusqueñas la filiación de los hijos era paralela: los hijos pertenecían al linaje de los padres y las hijas al linaje de las madres. En la sociedad Inca podía darse casos de movilidad social, particularmente a través de hazañas guerreras de los jefes militares llamados SINCHIS. El poder político, como en todo Estado teocrático, estaba férreamente centralizado. El Sapa Inca iniciaba su gobierno acompañado de sus hermanos y familiares más cercanos. Según algunos historiadores el sistema político Inca incluía una modalidad de cogobierno entre el Inca y su hijo con mejores condiciones para la sucesión. Esta tesis se fundamenta en lo sucedido a Huayna Capac y a su hijo Ninan Cuyoshi, que murieron juntos en Tumebamba como consecuencia de una enfermedad europea. La gobernabilidad del estado Inca estaba basada en la capacidad de negociación y las habilidades políticas para lograr alianzas. Ese fue el caso de la dominación política sobre el reino Chincha, cuyo Señor fue asesinado por las huestes de Pizarro en Cajamarca, al ser confundido con el mismo Inca, debido a los signos exteriores de poder observados en sus andas. La organización política altamente centralizada descansaba en autoridades regionales y locales designadas por el propio Inca y que se superponían o mantenían relaciones con los curacas locales. El equilibrio de poderes tanto en el centro como en la periferia del imperio no era siempre estable, como lo prueban las acciones de los Cañaris, Huancas y curacas limeños al momento de la invasión colonial española. El régimen teocrático Inca significó también una fuente de conflictos en el plano religioso. En más de una oportunidad se han mostrado cambios en el culto oficial de los principales dioses: WIRACOCHA, INTI y todos los dioses menores de la ideología cusqueña. La dominación política no significaba la imposición religiosa; muchos cultos mayores como el de Pachacamac, por ejemplo, se mantuvieron aún después de la dominación Inca en el territorio de estas ciudades sagradas.

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Programa de licenciatura para profesores de lenguas extranjeras ORGANIZACIÓN DEL ESTADO INCA

ORGANIZACIÓN SOCIAL INCA

SISTEMA DE CÁLCULO INCA

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Visión histórica del Perú COSMOVISIÓN INCA

DIOSES INCAS

INTI

ILLAPA

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LECTURA HISTORIA DEL TAHUANTINSUYO María Rostworowski de Diez Canseco Los modelos económicos Cuando hablamos de modelos económicos en el Perú prehispánico, es necesario tomar en consideración que se trata de economías que desconocieron el uso del dinero y que además no estaban organizadas por la institución del mercado. El modelo económico inca se ha calificado de redistributivo debido a las funciones que cumplía el propio gobierno. Esto significa que gran parte de la producción del país era acaparada por el Estado, el cual a su vez la distribuía según sus intereses. Valensi (1974) da una definición del principio de la redistribución que presupone un modelo de centralismo institucional. Las sociedades dominadas por la redistribución, la producción y la repartición de bienes se organizan en función de un centro –se trate de un jefe, un señor, un templo o un déspota–, el mismo que reúne los productos, los acumula y los redistribuye para retribuir a sus agentes, asegurarse el mantenimiento y la defensa de los servicios comunes y para conservar el orden social y político, como por ejemplo durante las celebraciones de fiestas públicas. Este principio es favorecido por el modelo institucional de la simetría en la organización social. La reciprocidad interviene en la producción, las prestaciones de servicios, la distribución periódica de las tierras, así como en la repartición de los productos, en la práctica de los dones y contradones, y otras. Polanyi admite que la redistribución puede jugar un papel en sociedades muy diversas, en las homogéneas y en las estratificadas. Reciprocidad y redistribución pueden combinarse en la misma sociedad; la primera corresponde, entonces, a la forma horizontal del intercambio a escala; la segunda, a la forma vertical entre unidades locales y la autoridad central. Con la formación del estado inca se produce un desarrollo de las fuerzas productivas y un crecimiento económico dinamizado. Por muchos años se alabó y consideró la organización inca como la materialización de una utopía admirada por los europeos. Se creía que el almacenamiento de productos de toda índole tenía por objetivo fines humanitarios, como socorrer a la población en caso de desastres naturales. Esta apreciación sólo demuestra una incomprensión de los mecanismos económicos de ese estado. Gran parte de la redistribución era consumida por el sistema de la reciprocidad, por el cual el estado se veía obligado constantemente a renovar grandes “donativos” a los diversos señores étnicos, a los jefes militares, a las huacas, etc. Para cumplir tales necesidades se creó, como se vio en el capítulo anterior, un gran número de depósitos estatales porque el gobierno tenía que disponer de cuantiosos bienes acumulados pues los objetos almacenados representaban poder en el Tahuantinsuyu.

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El modelo económico serrano: La sierra sur La economía sureña del Tahuantinsuyu ha sido estudiada especialmente por John Murra (1964, 1967 y 1972), seguido por numerosos investigadores. Para obtener productos de diversas ecologías los naturales se valían del sistema de enclaves, llamados por Murra “archipiélagos verticales”, cuyo núcleo serrano controlaba, por medio de colonias multiétnicas, zonas diferentes situadas en microclimas distantes unos de otros. Subrayamos la palabra distante para indicar que los varios microclimas se hallaban a más de un día de camino. Los enclaves del altiplano son a la fecha los modelos andinos clásicos como forma de conseguir productos diferentes a los existentes en el núcleo de origen. Estos enclaves se hallaban en la costa y en la región selvática a varias semanas de marcha, y este punto es importante, ya que marca las diferencias entre los dos modelos, el de la sierra sur y el de la región central. Murra ha investigado con sumo detalle la macroetnia de los lupacas, y se ha comprobado que lo mismo sucedía con los otros señoríos de la meseta del Collao, como los pacajes, los hatun collas, los azángaros, que también gozaban de enclaves en zonas diferentes a las de su propio hábitat. Un problema surge en torno al inicio de los enclaves; es decir, si se originaron con una conquista. Existe información valiosa en un documento del Archivo Arzobispal de Lima que describe cómo el grupo serrano de los yauyos echó a los yunga de Calango, de unas tierras que poseían en Callaguaya, e instalaron miembros de varios ayllus serranos. Faltan aún mayores investigaciones sobre los grupos costeños de la zona sur, y saber cómo fueron dominados por los serranos del altiplano. Es posible que en el litoral no haya existido una hegemonía de poder yunga que hubiese podido defenderse del avance serrano. La región comprendida entre Camaná hasta Tarapacá se llamó el Colesuyu, un suyu diferente a los cuatro suyu clásicos del Estado inca y cuya población costeña estaba compuesta por agricultores y por pescadores. Los habitantes de esta región se dividían en gran número de curacazgos, y el suyu debió ser una definición del espacio más que una demarcación política. Si bien la Visita de Garci Diez de San Miguel de 1567 (1964) junta con la Visita de Ortiz de Zúñiga a Huánuco de 1567 (1967 y 1970) son ejemplos clásicos de los enclaves serranos. En ambos documentos aparecen los “rescates” de ganado, lana y ropa. Estas repetidas manifestaciones indican que en alguna época del año se efectuaban ciertos intercambios. La sierra central Una situación muy diferente a la del altiplano y a la de la sierra en general existía en la Cordillera Marítima de la región central del antiguo Perú. Las condiciones geográficas especiales hicieron que los naturales adoptaran un modelo propio, adaptado a las condiciones topográficas imperantes en la región. Es un hecho importante demostrar cómo un determinado modelo podía variar si las condiciones cambiaban.

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Esta distinta aplicación del patrón de la “verticalidad” demuestra que no era un sistema rígido, sino que se transformaba según las circunstancias. Tal información surge de las Visitas realizadas a Canta en 1549 y en 1553; ambos testimonios tempranos, anteriores a las reformas toledanas, dan una visión de situaciones especiales para la zona. La región de Canta tiene un terreno abrupto que a relativa corta distancia goza de climas diferentes lo cual le permite producir recursos variados. Explicaremos en pocas palabras su organización económica bastante original y que ofrece un aspecto nuevo al problema: El Señorío de Canta comprendía ocho ayllus, y para atender cultivos situados a diversos niveles ecológicos, distantes unos de otros por un día o dos de camino, idearon un trabajo comunal de los ocho ayllus, rotativo y de temporada. Cuando cumplían faenas comunales se mudaban de un lugar a otro con el objeto de realizar determinadas faenas agrícolas. Esta trashumancia limitada los llevó a poseer, además de sus pueblos permanentes, unas aldeas comunes habitadas temporalmente mientras cumplían sus labores en la zona, por ejemplo cuando se dirigían a la puna a sembrar y cosechar una planta de gran altura llamada maca (Lepidium meyenil), o a realizar la esquila de sus rebaños de camélidos. En otra época del año bajaban a la región cálida del chaupi yunga a las plantaciones de cocales o de maíz. No sólo en sus chacras, sino también para la confección de objetos o de productos necesarios para la comunidad emplearon el sistema rotativo, por ejemplo los tejidos, la elaboración de cerámica, la fabricación de ojotas (calzado andino) o la preparación del charqui. A causa de las cortas distancias entre los varios climas y recursos, los naturales de Canta no precisaron de enclaves multiétnicos que recién fueron introducidos con el dominio inca y la aparición de los mitmaq. El modelo económico costeño: La especialización laboral Dado que la organización de la economía serrana guardaba una necesaria relación con el medio ambiente, propio de las quebradas andinas y de la meseta del altiplano es comprensible que la diferente geografía de la costa propiciase un modelo económico también distinto. Es importante notar que la región yunga a pesar de sus dilatados desiertos, era una región rica en recursos naturales renovables. Su mayor fuente de bienestar provenía del mar, un mar que era extraordinariamente abundante en su fauna ictiológica. A diferencia de otros lugares del mundo, en los inicios de la civilización del antiguo Perú no hubo necesidad de la agricultura para la formación de poblaciones numerosas ni para la creación de centros ceremoniales destacados. Estas primeras manifestaciones culturales se desarrollaron gracias a la explotación de los recursos del mar, marcando así el posterior desenvolvimiento costeño. Desde tiempos tempranos se estableció en la costa dos actividades diferentes, la pesca y la agricultura. Se formaron grupos separados con jefes propios y se estableció entre ellos un

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intercambio de productos. Sin embargo, los pescadores, limitados a sus playas y caletas, permanecieron subordinados a los señores de las macroetnias de agricultores yungas. La primera información sobre la presencia en un curacazgo de estas divisiones nos la dio la Relación de Chincha, nombrada por nosotros como “Aviso”. En efecto, una población de treinta mil “tributarios” se dividía en diez mil pescadores, doce mil cultivadores y seis mil “mercaderes”. Estas cifras indican una división laboral entre sus habitantes, distinta a lo que hasta entonces se conocía en el mundo andino. La importancia del trabajo artesanal se vio confirmada en las mismas Ordenanzas, pues prohibían a los curacas a obligar a los artífices a cumplir la mita campesina o a servir en la casa de sus encomenderos. De acuerdo con el sistema de la especialización muchos trabajos que no se consideran como artesanales figuraban como tales, y se prohibía el ejercicio de cualquier otra labor aparte de la indicada. Un ejemplo muy ilustrativo de las costumbres yungas era la de los chicheros o fabricantes de bebidas, especialidad reservada a los hombres. En la sierra, las mujeres preparaban en sus hogares la bebida para la familia. Cuando se necesitaban grandes cantidades para el culto o para las ceremonias del Inca, las mamaconas eran las encargadas de prepararlas. En cambio, en la costa se trataba de un oficio masculino a dedicación exclusiva. El intercambio costeño En las sociedades arcaicas predominaba, según Polanyi (1957), el modelo redistributivo a pesar de existir en algunos lugares el hábito del intercambio. Este fue el proceso seguido en los curacazgos costeños y marcó su diferencia con los señoríos serranos. La reciprocidad como una integración tuvo mayor poder en la costa al emplearse tanto la redistribución como el trueque, que se basaba en equivalencias establecidas y compensaba la falta de algún tipo de producto local. Un estudio empírico de la economía llamada primitiva comprende en sus principales cuadros la reciprocidad, la redistribución y el trueque. Para entender el intercambio en las sociedades costeñas del antiguo Perú tenemos que aclarar que se realizaba a dos niveles muy distintos. El primero se efectuaba entre la gente del común para conseguir lo necesario para la vida diaria y posiblemente las equivalencias eran establecidas y aceptadas por todos. El segundo se llevaba a cabo entre las clases altas de la sociedad. Tenemos noticias de dos lugares distintos y separados que nos ofrecen una visión de la situación imperante en las tierras yungas: En Chincha, como ya lo mencionamos, el intercambio se realizaba a larga distancia, siendo efectuado por “mercaderes” reconocidos como tales. En el norte sólo tenemos pocas noticias de señores en cuyas manos se desarrollaba el trueque, tanto suntuario como de recursos alimenticios. A continuación veremos más ampliamente estas dos situaciones.

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El trueque local La especialización del trabajo en la costa obligó al establecimiento de un trueque local entre sus habitantes para obtener las subsistencias y los objetos que cada cual no producía. En páginas anteriores mencionamos la dedicación exclusiva del trabajo, que traía como consecuencia un intercambio constante, un ejemplo de esta situación lo hallamos en la Visita realizada por Juan de Hoces en 1574 a la región de Trujillo. El visitador se vio en la necesidad de reglamentar las equivalencias entre el maíz remitido por los cultivadores y los fabricantes de chicha que preparaban las bebidas, además señaló los montos de chaquira, lana y otros objetos que otras personas pudiesen trocar. Los oficiales chicheros quedaban liberados de cualquier otro trabajo y no podían ser obligados a acudir a la mita del encomendero, del cacique o de los principales. Sólo debían prestar ayuda en la reparación de la acequia principal del repartimiento, hecho que demuestra a su vez la importancia que tenía en la costa toda obra de emergencia relacionada con el sistema hidráulico del valle. Aunque las medidas adoptadas por el visitador fueron dadas en tiempos coloniales, ellas son un reflejo de los hábitos yungas. En las sociedades arcaicas existía un rechazo a los beneficios en las transacciones que involucraban a los alimentos: se limitaban a mantener las equivalencias. El trueque a nivel local en un valle costeño no era materia de ganancia, sino de un acomodo necesario al sistema de trabajo especializado imperante en la sociedad. Intercambio a larga distancia de los “mercaderes” chinchanos Si bien en páginas anteriores, al tratar de las clases sociales y de las jerarquías en el Tahuantinsuyu se habló de los “mercaderes”, aún falta mencionar sus viajes y lo que representaban en el contexto andino. Los chinchanos se dirigían al norte en balsas, cuyo número es mencionado por el propio Atahualpa en un diálogo con Pizarro cuando éste le preguntó sobre el motivo de la presencia del señor de Chincha, único curaca llevado en andas en el séquito del Inca en aquel aciago encuentro de Cajamarca. Era un hecho resaltante el honor de usar litera, cuando tantos otros nobles participaban a pie en la jornada. Atahualpa respondió que el señor chinchano era su amigo, y señor mayor de los llanos, además de poseer “cien mil balsas en la mar”. Naturalmente, esto no significa que ese número correspondiese con la realidad, y es probable que algunas de dichas balsas fueran de troncos de árboles, y otras de grandes mazos de totora unidos entre sí a las que se les daba dirección con las guare-tablas de madera colocadas entre los troncos, que hundían o levantaban a voluntad para formar timón y quilla. La importancia del sistema hidráulico El acceso al agua, y por ende al riego, fue tan importante en el ámbito andino como el acceso a la tierra. Los mitos y leyendas narran episodios sobre el inicio de los canales hidráulicos en un tiempo mágico, cuando los animales hablaban. Las fuentes o puquio surgieron

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por rivalidades entre célebres huacas que se retaron para medir sus poderes, y orinaron en varios lugares dando lugar a que brotasen manantiales. El mar, los lagos, las fuentes fueron venerados por pacarina o lugares de origen de numerosos grupos étnicos. Las lagunas eran consideradas como manifestaciones del mar y origen del agua en general. Para la realización de una agricultura intensiva, conocida y practicada en los Andes, era preciso tener conocimientos hidráulicos y proceder a irrigar las tierras para aumentar los cultivos. En las tierras de secano se sembraban tubérculos, pero el maíz necesitaba de riego y quizá su introducción en el agro fomentó y dio lugar al desarrollo de los sistemas hidráulicos. No sólo se practicaron en las diversas etapas del desarrollo andino complejas y sofisticadas redes hidráulicas para conducir el agua y mejorar la producción agraria, sino que los santuarios, como Pachacamac, gozaban de canales que traían agua a los templos desde lugares alejados. En el Cuzco, los dos pequeños ríos, el Tulumayo y el Huatanay discurrían por sus lechos encauzados y empedrados. La arqueología ha reconocido los sistemas y modelos empleados en la hidráulica andina, sobre todo en la costa, donde el riego fue siempre una necesidad ineludible. El análisis de la situación hídrica de cada valle costeño ofrece interesante información acerca del desarrollo de los centros de poder, que podían fluctuar a través del tiempo en sus interrelaciones costa-sierra. Las diversas circunstancias en las cuales se desenvolvieron los modelos hidráulicos en cada valle yunga son expresión de su pasado y de sus relaciones con sus inmediatos vecinos de las tierras altas. La información que se obtenga para una determinada cuenca fluvial no permite aplicarla a otros valles, a menos que las fuentes documentales lo confirmen. De hecho, la experiencia demuestra la existencia de distintas situaciones, fluctuaciones y cambios en las relaciones costa-sierra en el tiempo, no sólo entre diversos lugares geográficos, sino en un mismo valle. Para ilustrar nuestro decir, basta señalar y comparar el fuerte control ejercido por los serranos del altiplano sobre la costa sur durante el Intermedio Tardío con lo que sucedía en el Chimor en la misma época. Extractos seleccionados por el autor Rostworowski de Diez Canseco, María. Historia del Tahuantinsuyu. Lima, IEP, 1992.

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Actividades 1. Dibuje 2 mapas: uno del mundo, donde localizará y señalará las principales rutas que siguieron las oleadas migratorias hasta llegar a América del Sur. Y otro del Perú, donde marcará con una “x” los lugares en donde se encontraron los primeros restos fósiles; y con color rojo, ubique el lugar de origen de las principales culturas de la civilización andina. 2. Elabore un mapa conceptual o un cuadro sinóptico sobre el origen de la historia en el Perú, sus etapas; las principales características del origen del estado en los Andes, y de las culturas más importantes de los horizontes e intermedios. 3. Investigue y escriba un cuento, mito o leyenda explicando el origen de la agricultura, ganadería en su región de nacimiento; y las consecuencias que trajo para su cultura, estos descubrimientos.

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SEGUNDA UNIDAD DE LA INVASIÓN EUROPEA DE AMÉRICA A LAS REVOLUCIONES BURGUESAS

Objetivo General 1. Ubica, analiza y explica los procesos histórico sociales desarrollados en nuestros territorios, durante el periodo colonial, asumiendo una posición crítica frente a la historiografía oficial. Objetivos Específicos •

Localiza en el tiempo y ubica en el espacio los procesos históricos sociales del periodo colonial en el Perú.

Analiza, utilizando las herramientas metodológicas de las ciencias sociales, los procesos históricos sociales de la sociedad colonial en el Perú.

Explica, desde una posición crítica y comprometida con sus raíces históricas, la importancia del proceso histórico colonial peruano en la formación de nuestra identidad como nación.

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CAPÍTULO VIII LA INVASIÓN EUROPEA DE NUESTROS TERRITORIOS

El Imperio Otomano

El siglo XV europeo es una etapa de cambios acelerados en la base económica de las sociedades. Se ha pasado de la hegemonía del feudalismo, basado en el sistema de trabajo servil y agrícola a un sistema de trabajo de hombres libres, sometidos a la explotación de los productores semi industriales de tejidos, armas, herramientas, pieles, cerámicas. El capitalismo mercantil de los siglos anteriores, basado esencialmente en el comercio, había logrado promover en los puertos y ciudades italianas (Florencia, Génova, Venecia, Milan, Pisa) de la Hansa, a orillas de los ríos Rin, Mosa, Weser, Oder (Lübeck, Hamburgo, Nuremberg, Brujas, Gante); y en los reinos de Inglaterra, Francia, Portugal, Castilla, Aragón, Hungría y Polonia, grandes conglomerados artesanales. El comercio del siglo XV, a diferencia de los siglos anteriores ya estaba dominado por los grandes poseedores de metales preciosos, a quienes se les llamaba “banqueros” y quienes emitían letras de alto valor de cambio en el sistema comercial. Los ejes económicos se concentraron en las ciudades y éstas pasaron a jugar un papel fundamental en la reglamentación del comercio tanto interno como externo. Se había llegado a controlar la reacuñación de moneda, tan común en los siglos anteriores y que generaba desconfian-

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za entre los productores y consumidores. La trilogía mar–comercio–industria fue el motor de la nueva economía europea del siglo XV. A pesar del dinamismo de la economía capitalista en las ciudades y puertos, la mayoría de la población europea seguía bajo el dominio de las relaciones feudales y muchos de estos señores eran aliados de los grandes comerciantes y banqueros. La fuerte erosión del sistema feudal tuvo como palanca el desarrollo de pequeños mercados locales, donde no se consumían las sedas chinas ni las pieles nórdicas, sino tejidos corrientes, vino, aceites y productos derivados de la ganadería (principalmente lácteos). La sociedad europea estaba pasando por una transición demográfica profunda: de Calle de una Ciudad Medieval una población rural dominante se había iniciado el proceso de urbanización. Las ciudades habían dejado de ser pequeñas aldeas de villanos para convertirse en grandes urbes de burgueses y artesanos. Las ciudades estaban dando la pauta del futuro. Las clases sociales pasaron a tener mayores diferenciaciones; ya no solamente el Señor y sus siervos sino también artesanos, comerciantes, villanos, tripulantes de barcos, etc. En el marco de este proceso social, se desarrolló un proceso político mucho más interesante: la aparición de la “República”, entendida como una forma de gobierno donde la soberanía reside en la ciudadanía y ésta, a su vez, está conformada por hombres libres. En las puertas de una de las primeras ciudades alemanas se leía un gran cartel que decía “El aire de la ciudad te hace libre”. El mundo europeo, del mediterráneo al báltico, sin embargo, no era la única realidad sociopolítica existente en la región. Durante el siglo XV se desarrolló igualmente, frente a esta Europa capitalista inicial, el poderoso Imperio Otomano, el más extenso del mundo conocido. Los dominios de Soliman I abarcaban desde Irak, Siria, Crimea, el oriente europeo (Yugoslavia, Bulgaria, Hungría, Bosnia, Rumanía, Moldavia, Transilvania, Grecia), el norte de África (Egipto, Trípoli, Túnez, Argelia); pero, sobre todo, era el imperio cuya capital Constantinopla (Estambul), con sus 400 000 habitantes, era la ciudad más poblada del mundo euroasiático.

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En este escenario económico, social y político, se desarrolló la gran revolución cultural llamada el “Renacimiento” y el “Humanismo histórico”; corrientes filosóficas, científicas y estéticas revolucionarias. Es la confrontación del paradigma medieval, basado en la contemplación y la espiritualidad absoluta, que reniega de la naturaleza y de la “carne” atribuyéndole perversiones ajenas a la voluntad de Dios; el humanismo renacentista pretende hacer volver a nacer los paradigmas del humanismo griego, donde el hombre y la naturaleza son el centro de la atención filosófica; donde la luz de los grandes jardines y no la oscuridad de las celdas monacales expresan la belleza y la trascendencia.

Arquitectura Renacentista – Palacio de Versalles ARTE RENACENTISTA

La Pieta Michelangelo Buonarroti

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Madona della sedia Rafael Sanzio

La Gioconda Leonardo Da Vinci


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No es casualidad, sin embargo, que la cuna de este movimiento ideológico y cultural nazca en el seno de las grandes ciudades italianas, de la mano de los grandes comerciantes y banqueros florentinos. No es casualidad que la modernidad sea una manera integral de ver el mundo y la vida. El rescate de la razón (racionalismo) como eje de aproximación del hombre al mundo, y la belleza del cuerpo humano como esencia estética, son los aportes que el humanismo renacentista da a la cultura universal. La Europa del siglo XV pugnaba por el desarrollo del capitalismo. Los grandes banqueros europeos habían sido seriamente afectados en sus intereses económicos con el cierre de la ruta por Constantinopla (1453); la crisis de la producción de metales preciosos se había profundizado con el cierre de las minas conocidas. Tenía que buscarse una solución a través de la búsqueda de nuevas rutas para el oro y la plata del oriente. El reto fue asumido por los reinos más vinculados al “mar océano”, con el apoyo económico de los grandes intereses económicos mercantiles. El siglo XV, España, estado que emprende la gran tarea de la invasión de nuestro continente, está inmerso en este universo de cambios, con sus respectivas particularidades. España, dividida aún en reinos que se disputan la hegemonía política y económica, ha sufrido en el siglo XV tres grandes fenómenos sociopolíticos: la finalización de la guerra contra los árabes; la expulsión de los judíos y la consolidación de la “unidad” en torno a la guerra y la publicación del primer diccionario oficial de la lengua española (Nebrija). Estos tres acontecimientos van a tener repercusiones muy grandes en los siguientes procesos históricos, en particular la invasión de nuestro continente. Las experiencias de lucha contra los infieles en la península, van a ser trasladadas a nuestra realidad (encomiendas, prohibición de actividades a judíos) y el castellano “formalizado” será la lengua franca del Perú colonial. Portugueses y españoles emprendieron estas tareas preparando empresas de alto riesgo económico: la navegación por lugares desconocidos y la incorporación de estos territorios al mercado europeo. Cristóbal Colón fue uno de estos emprendedores, de los muchos que surgieron a fines del siglo XV. Sobre este ilustre navegante existen más leyendas que historia, a pesar de haber escrito, de puño y letra muchas cartas, cuadernos y bitácoras; o quizá por eso mismo. Los orígenes de Cristóbal Colón resultan los más oscuros de su vida. Las investigaciones no termi-

Colón

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nan sobre este episodio, por que en realidad está relacionado con los procesos políticos sociales de su tiempo. Algunos biógrafos de Colón lo hacen nacer en Italia (Génova), otros en Portugal y otros en la misma España. La oscuridad de su origen se debe a la condición de su familia, supuestamente perteneciente a uno de los grupos de judíos conversos, llamados “marranos” en el argot de la época. Uno de los últimos libros sobre el navegante europeo señala su pertenencia a un grupo de judíos sefardíes1 expulsados de España durante esos años aciagos de fines del siglo XV. Los argumentos demostrativos del origen judío de Colón lo encuentran los biógrafos en su nombre (Cristoforo), en su relación con los judíos portugueses, particularmente la intelectualidad vinculada a la investigación geográfica, en su dominio de varias lenguas, el cuestionamiento de El Vaticano a su canonización, su obsesión por la recuperación de Jerusalén y la búsqueda de una de las 12 tribus perdidas de Israel en el Atlántico, la gran cantidad de judíos conversos en la tripulación de su primer viaje, empezando por los hermanos Pinzón, el apoyo financiero hecho por Luis de Santángel, duque de Medina Sidonia, conocido judío converso y la utilización de mapas elaborados por judíos2. Recordemos que las empresas de exploración y las de conquista de nuestro continente fueron empresas de naturaleza fundamentalmente económica, como señalaremos más adelante. Cristóbal Colón emprendió una ruta, aparentemente desconocida, cruzó el Atlántico y llegó a Las Antillas. Jueves 11 de octubre “Navegó al guesudueste. Tuvieron mucha mar, mas que en todo el viaje avian tenido. Vieron pardelas y un junco verde junto a la nao. Vieron los de la carabela Pinta una caña y un palo, tomaron otro palillo labrado lo que parecía con hierro y un pedaco de caña y otra yerba que nace en tierra y un palillo cargado d’escaramojos. Con estas señales respiraron y alegráronse todos…”3 La noche del jueves 11 de octubre, la tripulación de Colón había llegado a nuestra Abya Yala, rebautizada después como América, en honor al célebre cartógrafo italiano Américo Vespuccio, quien publica los primeros mapas del continente y que en Europa se les conoce como los “mapas de Américo”. La invasión europea de América empezó por el Caribe y tuvo, después de algunos años como centros de expansión las islas de Cuba y Santo Domingo. Desde estas islas salieron las empresas conquistadoras hacia México, primero; luego hacia “Tierra Firme” y, finalmente, hasta nuestra región de los Andes centrales, gobernada en casi toda su extensión por el Tawantinsuyo. 1 2 3

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CAMPUZANO, Luis Felipe. (2005) Réquiem por un marrano. Ed. Almuzara. MANZANO, Juan (1982) Colón y su secreto. Ed. Cultura Hispánica, Madrid. COLÓN, Cristóbal. (2002) Diario de a bordo. Alianza Editorial, Madrid.


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En los inicios de la invasión, los “descubridores” trataron de controlar el desplazamiento de europeos hacia este continente pero resultó imposible. Las noticias llevadas por Colón y luego por Hernán Cortez sobre la riqueza de estos territorios resultó un incentivo suficiente para soldados, clérigos y sobre todo comerciantes, entre ellos muchos judíos. Acompañando a estos europeos llegaron también los primeros africanos como esclavos.

El caribe con Cuba y Santo Domingo como ejes de la colonización

La reacción de los caribeños fue inicialmente de sorpresa, luego de miedo y, finalmente, de odio. Los caciques caribeños, al poco tiempo de conocer a los invasores, iniciaron sus propias guerras de liberación. Emblemática es la lucha de ANACAONA, princesa caribeña rebelde HATUEY y entre los Mexica, el histórico MOCTEZUMA. Después de algunos años de exploraciones del istmo de Panamá se fueron asentando los más avezados exploradores y los más ambiciosos comerciantes. La mayoría de ellos procedentes de las islas de Cuba y Santo Domingo, donde ya se había iniciado el ciclo de la caña de azúcar y se había explotado al máximo los recursos minerales de esa zona. Tierra Firme (la actual Venezuela, Colombia y Panamá) fue el siguiente lugar de asentamiento, donde se empezó a explotar las perlas y las piedras preciosas4. Numerosos aventureros y comerciantes se asentaron en aquellas tierras inhóspitas, cubiertas de ciénagas y de malos pasos. 4

GALLEGO, Jose Andrés et al. (1981) Historia general de España y América. Ed. Rialp, Madrid.

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Programa de licenciatura para profesores de lenguas extranjeras LOS TRES SOCIOS

Diego de Almagro

Hernando de Luque

Francisco Pizarro

En este lugar, por el año 1524, se conformó una empresa de conquista encabezada por Francisco Pizarro, Diego de Almagro y el judío Gaspar de Espinoza, quien tuvo que colocar como testaferro al cura Hernando de Luque, por estar impedido legalmente de participar en negocios dentro de territorios españoles. Francisco Pizarro asumió el liderazgo de esta empresa, en razón de ser un viejo soldado del Rey, experimentado luchador contra los moros y miembro de la expedición de Vasco Nuñez de Balboa, que llegara hasta el Océano Pacífico, más conocido entonces como el Mar del Sur. En los primeros intentos Pizarro tuvo más fracasos que éxitos, sólo un indicio recogió esta expedición en uno de sus intentos: la balsa de comerciantes tumbesinos cuyos productos impresionaron no solamente a los socios de Pizarro, sino a las mismas autoridades del Estado español, de quienes obtuvo el permiso y los cargos estatales que lo facultaban para ordenar las siguientes expediciones. Los productos que llevaba la balsa de comerciantes tumbesinos (tal vez chinchanos) son conocidos por la relación que hicieron las autoridades de los mismos y por el impacto que causaron en España los camélidos, las artesanías y el oro y la plata finamente trabajados. Además, Pizarro llevó consigo varios indígenas tomados prisioneros en la balsa, a quienes les enseñó la lengua española y se convirtieron en los primeros intérpretes de la invasión española. Firmada la Capitulación de Toledo, donde Pizarro obtiene el control de la empresa y los cargos más importantes de la nueva gobernación, el conquistador emprende su último viaje directamente a los territorios del Tawantinsuyo. Llega a Tumbes, desembarca con sus tropas y negocia con los curacas locales y las autoridades imperiales presentes. Demanda la entrega de todos los objetos de valor y recoge información valiosa de la situación política creada por la muerte de Huayna Capac y Ninan Cuyochi, su virtual sucesor. Huayna Capac y su hijo mueren afectados por la viruela o por la peste bubónica, enfermedades desconocidas por los médicos indígenas cuyos microbios habían “viajado” a través de la selva más rápido que sus portadores europeos.

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Mientras Pizarro y sus huestes esperaban los refuerzos de Panamá y saqueaban los asentamientos incas en las islas de La Puná y en los pequeños pueblos de Tumbes, en el centro de los andes se desarrollaba la guerra entre los Hurin y los Hanan cusco, encabezados por los hermanos Huascar y Atahualpa. Ambos bandos de la guerra cusqueña enviaron mensajeros a los invasores; así como otros curacas locales, como los Huancas. Las noticias viajaban raudas por todos los tambos y ciudades del Imperio. Las expectativas eran enormes, particularmente en la lectura que hacían los adivinos sobre estos extranjeros venidos del mar como Viracochas5. Luego de su amplia estadía en la zona de Tumbes e informado de la situación de la guerra fratricida entre Huascar y Atahualpa, Pizarro y sus huestes emprendieron la marcha hacia Cajamarca, lugar donde se encontraba el Inca Atahualpa participando de rituales religiosos propios de una victoria militar. Los espías incas informaban diariamente al Sapa Inca de todos los movimientos del ejercito de Pizarro, al extremo de tener información detallada de todo lo que había sido cogido de los tambos reales sin su consentimiento y que fuera materia de su reclamo ante Hernando Pizarro cuando lo visitara en su campamento real (baños de Cajamarca) para invitarlo por encargo de su hermano. Los españoles no se cansaban de admirar el orden y la abundancia de estos reinos. Las construcciones de los caminos por donde podían caminar hasta 4 caballos holgadamente y que se asemejaban a las grandes vías romanas6, como las describió el Príncipe de los cronistas pocos años después de este transito de la soldadesca de Pizarro. Llegado a Cajamarca e informado de todos los pormenores de la situación política del Tawantinsuyo, Francisco Pizarro envió a Hernando de Soto a invitar al Inca a una reunión para el día siguiente. Según algunos cronistas, Atahualpa no recibió a Hernando de Soto por considerarlo una persona de bajo rango, motivo por el cual debió ir el propio hermano del conquistador, Hernando Pizarro, a solicitar la citada audiencia. El asalto a la comitiva pacífica de Atahualpa, acompañado de su aliado más importante, el Señor de Chincha, es muy conocida y suele ser narrada no como un asalto, sino como una epopeya de 180 españoles frente a miles de “guerreros” incas; sin señalar que quienes acompañaban al Inca eran su Corte real y su servidumbre, por que los ejércitos incas se quedaron en sus campamentos a petición del propio Atahualpa, quien no evaluó adecuadamente la situación. Asesinado el Señor de Chincha, confundido con el Inca y capturado el Sapa Inca; el estado, en su conjunto, inició un proceso de colapso. Las ofertas de rescate ante un grupo de mercenarios ambiciosos no hicieron sino perder valioso tiempo a los generales incas que desde un inicio pensaron en la confrontación con los invasores. Particularmente los generales Chalcuchimac y Quizquiz. El asesinato del Inca Atahualpa sólo se demoró con el engaño del “rescate”; una vez conseguido el oro y la plata se conformó un “tribunal” ad hoc que lo “condenó” a la horca. 5 6

VEGA, Juan José. (1969) La guerra de los Viracochas. Ed. EUNE, Lima. CIEZA DE LEON, Pedro. (1984) La Crónica del Perú. Ed. Manuel Ballesteros, Madrid.

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La ejecución fue hecha inmediatamente pero al día siguiente desapareció el cadáver… que al igual que todos los seres divinos se conservará en la memoria de sus pueblos. Asesinado el Inca y repartido el botín entre la soldadesca, se inició la marcha al Cusco, hacia donde habían ido ya tres emisarios que al regresar encendieron la ambición por la descripción de tan fabulosa ciudad. Hernando Pizarro emprendió el viaje a España transportando el oro y la plata correspondiente al quinto real; pero al llegar fue enjuiciado por las cortes españolas responsabilizándolo de la muerte del Inca, por lo que tuvo que pasar muchos años en prisión, donde se casaría con su sobrina Francisca7. El asesinato de Atahualpa generó dos grandes reacciones entre las panacas cusqueñas: las aliadas de Huascar inca saludaron la acción de los viracochas y pidieron al conquistador la designación de Tupac Huallpa como heredero de la mascaipacha; y las panacas leales a Atahualpa se prepararon para enfrentar militarmente al invasor. La lucha interna en el Tawantinsuyo se agudizó, entre quienes se convirtieron en aliados de los invasores y quienes pasaron a la resistencia y a la guerra abierta contra las huestes españolas8. ¿Cuáles fueron las causas que provocaron el derrumbe de este poderoso imperio en tan poco tiempo y por tan pocos enemigos? Las respuestas de la historia oficial se han orientado a demostrar la “superioridad” de las armas y de las tecnologías de guerra de los europeos, mientras que otros historiadores analizan factores internos del sistema político incaico. En su loca carrera por alcanzar el Cusco y las riquezas allí existentes, Pizarro y Almagro (quien no tuvo participación directa en el reparto del botín de Cajamarca) tuvieron que enfrentar a las huestes incas de los generales atahualpistas, dirigidas por Quizquiz9 y hasta de las intrigas internas que terminaron con la vida de Tupac Huallpa. A la llegada al Cusco, Pizarro era esperado por las panacas huascaristas que le pidieron reconocer como Inca al hermano menor de Huascar: Manco Inca, joven mozo que luego de un tiempo de engaño terminó levantando a todo el resto de los ejércitos incas contra los invasores, sitiando la reciente fundada ciudad de Lima por los ejércitos de Quizu Yupanqui. Luego de muchas batallas contra el invasor, parte de la nobleza cusqueña salió de la capital imperial con Manco Inca para asentarse en la nueva capital del Tawantinsuyo: Vilcabamba. La nueva sede del Estado se mantuvo durante muchos años, acosando permanentemente a los invasores y generando inestabilidad en ellos. Por su parte, las huestes españolas se enfrascaban en una lucha interna por el botín y las prebendas de la invasión. Almagro es asesinado por los pizarristas y Pizarro por los almagristas, dejando acéfalas las gobernaciones de Nueva Castilla y Nueva Toledo. Al caos político generado por los conquistadores, se pretendió resolver con las llamadas “Nuevas leyes”, producidas por el Estado español para controlar mejor los beneficios 7 8 9

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ROSTWOROWSKI, María. (2007) Doña Francisca Pizarro. Una ilustre mestiza. Ed IEP, Lima. ESPINOZA, Waldemar. (1990) La destrucción del imperio de los Incas. Ed. Mantaro, Lima. GUILLEN, Edmundo. (1979) Visión peruana de la conquista. Ed. Milla Batres, Lima.


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de la colonización. Se cancelan las gobernaciones y se crea el Virreinato; se designa al primer Virrey quien es muerto por las huestes de Gonzalo Pizarro, produciéndose el nombramiento de La Gasca como pacificador, quien se enfrenta a los “encomenderos”, los derrota y restablece el orden colonial bajo la hegemonía del estado español.

Manco Inca

Asesinato de Manco Inca a manos de soldados almagristas 1544

Muerte de Túpac Amaru I

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LECTURA LA DESESTRUCTURACIÓN DEL MUNDO ANDINO Nathan Wachtel En el Imperio de los Incas, los principios de reciprocidad y de redistribución eran los que normaban el funcionamiento de la economía. Después de la Conquista, la comunidad subsiste y propone nuevamente el modelo de la reciprocidad. En cambio, la redistribución estatal se arruina con la muerte del Inca, se reemplaza a la antigua casta dirigente y se funda una economía basada en la explotación de los indios. La economía colonial En efecto, la dominación española determina los rasgos característicos de la economía colonial. Naturalmente, los nuevos señores saben aprovechar (como lo veremos más adelante) las instituciones preexistentes; pero su sola presencia, aparte de las nuevas actividades que introducen, trastorna la organización tradicional. La ruina del antiguo sistema de redistribución provoca, en primer lugar, una reorientación fundamental del espacio económico. Se recuerda que en la época del Imperio, el Cuzco era punto de convergencia y divergencia de las riquezas. En adelante, el espacio se encuentra descentrado: la capital se establece en Lima, y las minas de Potosí pronto se convierten en la otra zona de atracción del país. En medio de esos dos polos, el Cuzco, antiguo centro del mundo, no es sino una etapa en el camino. Si se tiene en cuenta que el sistema económico del Imperio Incaico tenía alcances religiosos y cosmológicos, que a su vez le daban sentido, se puede concebir la profundidad de la ruptura colonial. La desorientación del espacio se manifiesta, igualmente, en la escala regional y aun en la local. La complementación vertical de la economía andina, que asociaba las culturas escalonadas desde el nivel del mar hasta una altura de más de 4000 m, sufre también graves alteraciones. Algunas veces son los propios españoles quienes, por desconocer el sistema indígena, lo atacan directamente, repartiéndose encomiendas y separando “colonias” (pobladas en gran parte por “mitimaes”) de su centro de origen. Tal es el caso del valle de Sama en la costa, productor de maíz y de algodón y ligado tradicionalmente a la provincia de Chucuito, que carecía de esos productos. Fue separado de esta última para ser atribuido a Juan de San Juan, hasta el momento en que, bajo el Virrey de Cañete, los funcionarios reales toman conciencia del error cometido y deciden relacionarlo nuevamente con la provincia de Chucuito, que dependía de la Corona. A menudo, los mismos “mitimaes”, con los disturbios de la Conquista, abandonaron espontáneamente las zonas donde habían sido trasplantados para retornar a sus regiones natales. O simplemente desaparecieron en la catástrofe demográfica que siguió a la llegada de los españoles. La baja constante de población provoca efectivamente, en lo que concierne a la producción agrícola, el abandono de las tierras menos fértiles o de las más marginales. En lo que se

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refiere a este fenómeno, disponemos solamente de documentos de orden cualitativo, pero que son esclarecedores. Escuchemos, por ejemplo, al curaca Cumiqui de Yucay (cerca del Cuzco) en 1552: “Como hay ahora pocos indios en el valle y las tierras abundan, van buscando las que les parecen mejores y dejan de cultivar las que trabajaban antes”. En otros casos, se trata de plantaciones alejadas, sobre todo de coca: tales como la de Manchaos, cerca de Huánuco. Entonces se plantea otra interrogante: ¿es preciso admitir también una baja en el rendimiento de las tierras cultivadas? Es lo que dice, también en Yucay, el curaca principal del valle, Francisco Chilche: “Se podría cultivar en estas tierras, cultivándolas como se hace, 500 fanegas de maíz, porque en el tiempo del Inca se les cultivaba mejor y se recogía mucho más”. En realidad, el mantenimiento de andenes en las pendientes, o de canales de irrigación en la costa, exigía una abundante mano de obra y una disciplina rigurosa: no es pues de sorprender que los trastornos de la Conquista trajeran consigo una baja en la producción indígena, tanto por la reducción del espacio cultivado, como por la disminución del rendimiento. Al punto que los funcionarios reales recomiendan expresamente mantener ciertas instituciones indígenas: es el caso de Garci Diez, visitador de Chucuito, que, cuando pasa a Moquegua en la costa, no deja de instar a que se mantenga “el orden del tiempo de los Incas en la repartición del agua”, olvidado por los españoles instalados en el valle. Los españoles se apoderan tanto del agua como de la tierra: la dominación colonial significa para los indios ser desposeídos de los medios esenciales de producción. El proceso se ve favorecido tanto por la caída demográfica como por el aumento de tierras eriazas. Pero como también los españoles buscan las mejores tierras, en definitiva su toma de posesión se traduce siempre en el despojo de los indios. Es así como, en la región de Huánuco, en 1562, el curaca Cristóbal Xulca Cóndor se lamenta porque las tierras de que disponen sus súbditos “no son ahora tan buenas como las que ellos estaban acostumbrados a cultivar en otras épocas, porque los españoles se apropiaron de las mejores cuando fundaron esta ciudad”. En efecto, para los españoles uno de los primeros medios de adquisición consiste en hacer que la Municipalidad, de la que son “vecinos”, les atribuya en forma oficial la propiedad de las tierras. Pero generalmente se trata de extensiones cercanas a la ciudad en cuestión, y este procedimiento regular pronto resulta insuficiente: la población blanca aumentaba rápidamente y la posesión de vastos dominios suscitaba un interés cada vez mayor, a medida que crecía el mercado para los productos agrícolas con el desarrollo de la red urbana y de la economía minera. En la mayoría de los casos, los españoles se apropiaron de la tierra ocupándola de hecho, por medio de la violencia. Los encomenderos fueron los que estuvieron mejor situados para practicar este tipo de usurpación. Se sabe que la encomienda concede a su beneficiario la percepción de un tributo, pero no el derecho de propiedad sobre la tierra de los indios que le son confiados. Sin embargo, al encomendero le es fácil maniobrar el sistema del tributo para así despojar a los indios. Se impone una primera constatación: la condición de los indios parece mucho más favorable bajo la administración real (Chucuito, Yucay), que bajo el régimen de encomienda (Huánuco, Huaura). Es cierto que en Chucuito, a partir de 1559, el tributo se torna cada

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día más pesado, situación que resulta del desarrollo de la producción minera en Potosí, la región desempeñaba así el rol de un depósito de mano de obra; hasta entonces, el tributo había sido relativamente moderado en esa zona. Por el contrario, aunque el valle de Yucay, en 1558, sea nuevamente entregado a un encomendero ahí las obligaciones siguen siendo muy ligeras hasta 1572, situación que resulta de una circunstancia particular, a saber la minoría de la princesa Beatriz. Generalmente, el encomendero piensa sobre todo en sacar provecho de los indios que le son confiados, mientras que la Corona debe velar, teóricamente, por la suerte de todos sus súbditos. Cronológicamente, se manifiesta una evolución en las diferentes formas de tributo (aunque de manera confusa e irregular): 1. De 1532 a 1548 (hasta el final de las guerras civiles): no hay tasa oficial que fije las obligaciones de los indios; como lo afirman los testigos de Yucay, continúa el sistema anterior, simplemente los españoles sustituyen al Inca. Pero esta continuidad no comporta por eso menos elementos de ruptura: el encomendero impone el despotismo, no se contenta con el beneficio del trabajo de los indios y exige además productos en especies, ya sea agrícolas (no sólo maíz, sino también trigo), o artesanales (no solamente tejidos, sino además artículos hechos con fibras de agave, arneses, etc.). 2. De 1549 a 1570, aproximadamente: bajo la presidencia de La Gasca, hacia 1550, se oficializan las primeras tasas oficiales; generalmente éstas comportan además de la leva de “mitayos” numerosas obligaciones diversas: maíz, trigo, papas, carneros, cerdos, aves de corral, huevos, pescado, frutas, coca, sal, tejidos y objetos artesanales diversos, etc.; a menudo los indios no producen tal o cual artículo y tienen que procurárselo por trueque. A partir de este período, aparecen algunas veces obligaciones en plata, pero su monto es todavía muy limitado con respecto al resto del tributo. Sin embargo, las tasas evolucionan poco a poco en el sentido de una simplificación de los pagos (desaparición de los artículos de interés secundario, tales como aves de corral, huevos, pescado, etc.), con el aumento del tributo en plata (que siempre es la menor parte del tributo). 3. Década de 1570: el virrey Toledo sigue una política de uniformización del tributo y aplica nuevas tasas después de la visita general que ordena para todo el Perú. Aunque todavía incluye trigo, maíz o tejidos, así como la entrega de “mitayos”, el tributo en plata se hace predominante. Aquí surge una pregunta fundamental: ¿Qué representa el tributo español con respecto al tributo incaico? Cuantitativamente se nos escapan las medidas exactas. Sin embargo, hemos encontrado en Huánuco, Chucuito o Huaura un hecho lleno de consecuencias: los españoles se apropiaron de las tierras del Inca y del Sol, reservadas en otros tiempos para el tributo: el resultado es que el peso de éste se encuentra transferido a las tierras comunitarias de los indios. A menudo, las tasas mismas, tanto bajo La Gasca como bajo Toledo, confirman explícitamente que los contribuyentes deben cosechar sus obligaciones de maíz o trigo en sus propias tierras. Es cierto que luego de la caída demográfica, los indios son menos numerosos y que, generalmente (a pesar del ejemplo de Huaura), no les faltan tier-

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ras (aunque hayan perdido las mejores); pero, por el hecho de ser menos numerosos tienen más trabajo. Por eso no sorprende que el tributo español parezca mucho más pesado que el tributo incaico: las indicaciones de que disponemos respecto al tiempo consagrado al pago de obligaciones al encomendero (en Huánuco o en Huaura) son testimonio de la explotación intensiva sufrida por los indios. Por otra parte, sería ingenuo creer que los beneficiarios de las tasas las respetaban al pie de la letra: innumerables documentos ilustran los abusos, los cobros ilícitos, la violencia que ejercían. Sabemos que en Huaura reinaba un déspota inescrupuloso. Citemos nuevamente, volviendo a la región de Huánuco, el caso de Sebastián Núñez del Prado, que durante nueve años exigió trescientas canastas de coca al año, en vez de las ochenta prescritas y que, para cobrar el tributo textil, hizo encerrar a cierto número de indios en un corral donde trabajaban sin tregua. En cuanto a su vecino, García Ortiz de Espinoza fue condenado a restituir mil pesos a sus contribuyentes e incluso fue enviado a la cárcel por sus malos tratos. Pero rara vez se castigaba los abusos de los encomenderos. Es sobre todo cualitativamente que se ve arruinada la ideología que justificaba el sistema incaico: en el mundo dominado por los españoles no tienen sentido las nociones de reciprocidad y de redistribución o, para ser más exactos: el sistema español utiliza aspectos del antiguo sistema. La reciprocidad desempeña todavía un papel en las relaciones entre el ayllu y los curaca, y éstos aseguran la relación con los nuevos amos; mientras que la reciprocidad daba lugar a una rotación de riquezas (ficticia o desigual) entre el ayllu, el curaca y el Inca, la dominación española provoca una transferencia de los bienes en sentido único, de los indios a los españoles sin contraparte. Recordemos algunos hechos significativos: En Huaura, los contribuyentes no reciben ni alimentación ni herramientas para el trabajo; en Huánuco, los chupachos se quejan unánimemente por ser obligados a proporcionar el algodón del tributo textil; en Chucuito, mientras que el curaca todavía les da a los indios la lana para que le tejan sus vestidos, el rey no da nada a cambio de las mil piezas de ropa que percibe; y los 18 000 pesos que se pagan a Su Majestad en modo alguno se redistribuye entre los indios. El español ha tomado el lugar del Inca, ha heredado su función centralizadora sin mantener la redistribución de las riquezas en beneficio de todos. En definitiva, mientras que el tributo inca funcionaba según una estructura equilibrada y circular, el tributo español se caracterizaba por su estructura desequilibrada y unilateral. La moneda La Conquista introduce la moneda en un país donde ésta no existía en absoluto. Es cierto que durante el siglo XVI la economía del Perú no se basa totalmente en intercambios monetarios; por el contrario, la actividad indígena sigue orientada hacia la autosubsistencia y los mismos españoles a menudo recurren al trueque. Pero los indígenas se ven frente a un sistema que les era desconocido, y pronto soportan todo el peso de la producción de las minas de plata. Por eso nos vemos obligados a plantear dos cuestiones: 1. ¿Qué representa la moneda en la mentalidad indígena? 2. ¿Qué consecuencias acarrea el pago del tributo en dinero?

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En tiempos del Inca, el oro y la plata eran, sin duda, objetos preciosos. Entraban en el sistema de dones y contradones; por ejemplo, el curaca le ofrecía joyas al Inca y recibía de éste vestidos con incrustaciones de oro, así como mujeres, yana o tierras. Pero tengamos en cuenta el significado del don en el sistema de reciprocidad: es resultado de la generosidad del donante, pero quien lo recibe se ve obligado a corresponder con un don igual o superior. El don aparece así como libre y obligatorio. Entran en juego nociones tales como el prestigio, el poder, la generosidad, la ley social; las relaciones económicas se impregnan de connotaciones morales y religiosas. Pero el metal precioso no desempeña, como en la economía monetaria europea, el papel abstracto y específico de equivalente universal; no sirve para medir el valor de los productos, simplemente es una riqueza más. Esta representación mental determina, después de la Conquista, la incomprensión de los indios ante el sistema español. Garci Diez nos da sobre esto un ejemplo sorprendente: se trata de las ventas al crédito a los indios. Los comerciantes españoles recorren la provincia: ofrecen a los indígenas diversas mercancías, tales como vino, coca o herramientas de origen europeo. El precio de estas mercancías es mucho más alto que su valor real, pero los comerciantes no exigen nada al contado. Los indios aceptan todo lo que les ofrecen, aunque no lo necesiten, como si se tratara de regalos generosos. Concluidas estas “ventas”, los comerciantes esperan el vencimiento de la deuda y entonces apelan a la justicia española para obligarlos a pagar. En la mayoría de los casos, éstos están imposibilitados de hacerlo: entonces se les confisca sus pertenencias y se les encarcela si es que no huyen. En cuanto a los intercambios entre indios, casi siempre revisten la forma de trueque. Como en tiempos del Inca, los productos de la sierra los cambian por los de los valles cálidos. En Chucuito, ciertos indios confían a sus vecinos la confección de sus vestidos: por una “manta” le dan al trabajador, aparte de la materia prima (la lana ya hilada), dos vellones de lana, coca y productos comestibles. Sin embargo, hay un hecho significativo: Garci Diez precisa que en las ventas a crédito de que son víctimas los indios, éstos adquieren productos españoles y no mercaderías locales. Existe pues una especie de dicotomía. A nivel de las representaciones mentales, debemos distinguir dos sectores diferentes en la economía peruana del siglo XVI; uno de productos indígenas, donde los intercambios se hacen directamente por trueque; y el otro de productos españoles, en que los intercambios pasan por el intermediario abstracto de una evaluación monetaria (esté o no presente la moneda). Ahora bien, la difusión del tributo en plata obliga a los indios a salir del sector que les es familiar. Esta difusión tiene lugar en la década de 1560 y sobre todo en la de 1570, bajo el gobierno de Toledo. Todavía en 1562, los chupachos de Huánuco no le entregan a su encomendero sino contribuciones en especies. Pero el ejemplo de Chucuito demostró una clara evolución, a partir de 1559, en el sentido de una agravación constante del tributo en plata. Las “Relaciones Geográficas” nos permiten elaborar un cuadro de las obligaciones hacia los años 1582-1586: en esta fecha constatamos que si el tributo comporta, según las regiones, trigo, maíz, papas o ropa, menciona también el dinero. ¿Cómo hacen los indios para conseguirlo?

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En Chucuito, en el sur del país, hemos visto que los aymaras van a ganarlo a las minas de Potosí y que a este salario añaden el de los transportes; pero el dinero no permanece en sus manos, no les sirve para empresas comerciales: es absorbido por el curaca y por los españoles. Las sumas acumuladas en el sector indígena no permiten el nacimiento de un capital: se trata, al contrario, de una “proletarización” de los indios. Las “Relaciones Geográficas” describen una situación análoga en las otras provincias. Así en la región de Jauja, en el centro del Perú, para pagar su tributo, los indios se ven obligados a trabajar en las minas de mercurio de Huancavelica. Al norte, en la región de Cuenca, los indios se alquilan al servicio de los españoles (para trabajos domésticos, rurales o para tareas de transporte) y también van a trabajar en las minas (las de oro de Zamora). El tributo en dinero obliga a los indios a adoptar actividades nuevas, en detrimento de las tradicionales, puesto que quienes van a las minas o a lugares lejanos abandonan el cultivo de sus tierras y a menudo no regresan. La difusión del tributo en plata agrava la desestructuración del mundo indígena. Según Santillán, se trata de la carga más penosa. La preocupación por conseguir dinero se hace general en el sector indígena, pero se trata de una necesidad impuesta desde el exterior, no de una adopción espontánea. Se busca la plata como objeto precioso exigido por los españoles, y no como un instrumento de cambio. La introducción de la moneda no transforma la economía indígena en economía monetaria: desempeña solamente un papel destructor y negativo. Extractos seleccionados por el autor WACHTEL, Nathan. (1973) Sociedad e ideología: ensayos de historia y antropología andinas. Lima. IEP.

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CAPÍTULO IX LA SOCIEDAD COLONIAL EN EL PERÚ El virrey Francisco de Toledo, quien llega al Perú en el año 1569, es considerado por la historiografía peruana como el gran organizador del estado colonial español en nuestros territorios. Enfrenta la resistencia del estado neoinca de Vilcabamba, derrotándolo finalmente y reprimiendo fuertemente a la nobleza cusqueña. Luego dedica todo su esfuerzo colonizador a la organización económica social y política del Virreynato. Concentra a la población indígena en “Reducciones” para facilitar el cobro del tributo y disponer con mayor rapidez de la mano de obra para la minería, los obrajes y todos los servicios a los que se obligaba a la población indígena. Toledo puso el máximo empeño en el conocimiento del extenso territorio de su virreynato. Realizó varias visitas a diversos lugares del país y se hizo acompañar por ilustres estudiosos y meticulosos contadores. Toledo y los sucesivos virreyes tuvieron que enfrentar el grave problema de la crisis demográfica. Los cálculos más pesimistas señalan que entre 1520 y 1620 la población del tawantinsuyo pasó de 10 millones de habitantes a 600,000 habitantes. La crisis demográfica se debió sin duda a la violencia del choque entre estas dos civilizaciones; a las guerras, a los trabajos forzados, a la obligación de “reducirse” en pequeños espacios; y, sobre todo a las nuevas enfermedades traídas por los colonizadores, y para las cuales no tenían nuestros ancestros posibilidades inmunológicas (gripe, tifoidea, paludismo, viruela, etc.).

Mita Minera

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La sociedad colonial se organizó, en una primera etapa, sobre la base de la ENCOMIENDA, institución copiada de la estrategia española en la guerra contra los “moros”. Consistía en asignar a un colonizador, a manera de reconocimiento por sus esfuerzos, una


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cantidad de indios tributarios para ser catequizados (encomendados), a cambio de lo cual, los indios deberían entregar a su encomendero un tributo, inicialmente en especies y posteriormente en metales preciosos10. Las primeras encomiendas fueron entregadas a los conquistadores y al Rey, de manera indefinida (Chincha, por ejemplo fue una “encomienda real”), puesto que los indios de esas parcialidades tributaban directamente al soberano español. Posteriormente, y como consecuencia de las “Nuevas Leyes”, se suprimió la institución de la encomienda y sólo se mantuvieron por 1, 2 ó 3 vidas las encomiendas reconocidas por La Gasca en la guerra contra los encomenderos. En un segundo momento, la sociedad colonial basó su organización económica y social en LA MITA, institución copiada de la sociedad andina pero pervertida en sus objetivos y en sus plazos. LA MITA COLONIAL era la obligación que tenían los indígenas de trabajar gratuita o casi gratuitamente en las empresas de los colonizadores. El Estado colonial señalaba la cuota que le correspondía a cada comunidad o a cada pueblo de indios para las diferentes actividades productivas: minera, obrajera, de plaza, caminera, etc. La mita minera era la más temida, puesto que muy pocos hombres que iban a ella regresaban a sus comunidades, por que morían en las minas de las diversas enfermedades y de los trabajos forzados a los que eran sometidos. La mita obrajera era la obligación de los indios de trabajar en los obrajes y chorrillos para producir textiles de diversas calidades, básicamente para el mercado interno. Las otras mitas eran menos dañinas para la salud de los indios pero, igualmente, significaron niveles de explotación ignominiosa de nuestros antepasados.

Indios urdiendo la tela. Acuarela del Obispo Martínez Compañón. Siglo XVIII.

Corregidor de minas castigando a indios

10 TRELLES, Efraín. (1982). Lucas Martinez Vegazo: funcionamiento de una encomienda peruana inicial. Ed. PUC. Lima.

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Desde que se descubrió la mina de plata más rica del mundo, a mediados del siglo XVI, en el Alto Perú (Potosí), la economía colonial cambió sustancialmente11. El polo de desarrollo capitalista en el sur andino generó una atracción de todo el resto de la producción de los andes centrales hacia ella; desde los criadores de mulas de Tucumán hasta los productores de maíz de la sierra en su conjunto; desde el acarreo de las maderas duras de la amazonía y el Chaco hasta los productores de cueros de chivo en el norte del país. Más adelante, cuando se empieza a utilizar la tecnología del mercurio (azogue), el tránsito de los arrieros se intensificó entre Potosí y Huancavelica.

El descenso poblacional indígena produjo un colapso productivo en el agro andino. Miles de hectáreas de cultivos dejaron de ser cultivadas; miles de kilómetros de acequias de regadío dejaron de ser limpiadas; cientos de cultivos dejaron de reproducirse. En los siglos XVI y XVII, este fenómeno generó un excedente de tierras (tierras vacas) que impulsó a la administración colonial a “rematarlas” mediante el sistema denominado “composición de tierras”, que dieron origen a las grandes haciendas coloniales12. La economía colonial se completaba con un sistema de comercio denominado el “monopolio comercial”, desarrollado desde la Casa de Contratación de Sevilla y posteriormente desplazado a Cadiz. Consistía esta política colonial en la prohibición de comerciar con 11

SEMPAT ASSADOURIAN, Carlos. (1982) El sistema de la economía colonial. Ed. IEP, Lima.

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otros países, salvo a través de los comerciantes sevillanos y en América con los comerciantes limeños. Este sistema generó una casta criolla muy rica en Lima, organizada en el “Tribunal del Consulado”, que jugó un rol muy importante en la economía colonial. Del puerto español salían las “flotas” con destino a México y los “galeones” con destino a Panamá, una vez al año; ambos férreamente resguardados por barcos armados debido a las riquezas que llevaban y sobre todo traían de las colonias españolas.

Galeones Españoles del siglo XVI XVII

El Perú colonial estuvo organizado socialmente por un “régimen de castas”; y, políticamente, por un sistema que dividía a los “blancos” y a los “indios” en dos “Repúblicas”. La mezcla de las “razas” estaban en sus orígenes. Así, el hijo de una india con un blanco se denominaba “Mestizo Real”; el hijo de un indio con una negra se llamaba “Chino” y el hijo de un blanco con una negra se conocía como “mulato”. A partir de estas castas, cada nueva generación recibía una denominación según las proporciones de cada una de las razas en las que se producía la “mezcla”13.12. En la amazonía, la colonización tuvo otras características; la dispersión poblacional, las difíciles condiciones geográficas y otras características de la civilización amazónica, sólo atrajo la atención inicial de los aventureros y clérigos. La penetración española en la amazonía en busca de oro, piedras preciosas y luego pieles, carnes y maderas duras, fue episódica. La organización social de los pueblos amazónicos, basados en pequeñas familias dispersas dificultó la creación de “reducciones” y cuando las hubo no duraron 12 BURGA, Manuel (1975) “De la encomienda a la hacienda capitalista”. Ed. IEP, Lima. 13 ESPINOZA, Waldemar. (197…) “La sociedad colonial”. En: Historia del Perú. Ed. Mejia Baca, Lima.

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Programa de licenciatura para profesores de lenguas extranjeras LAS CASTAS EN LA COLONIA

Español e india producen mestiza

Negra y español producen mulato

Mestizo e india producen cholo

India y mulato producen chino

Negro e india producen zambo de indio Fuente: Los cuadros de mestizaje del Virrey Amat. La representación etnográfica en el Perú colonial. Museo de Arte de Lima, 2000.

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mucho. El espíritu libertario de hombres y mujeres dificultó la sedentarización en grandes aldeas y la beligerancia de los mismos mantuvo encendida la confrontación entre curas y soldados contra guerreros indígenas. LA AMAZONÍA COLONIAL

Adoctrinamiento de los indígenas por las ordenes españolas

La política colonial estuvo organizada desde la metrópoli por una monarquía absoluta. El Rey, asesorado por el Consejo Supremo de Indias, dictaba las disposiciones que convenían al Estado. El Rey nombraba a su representante en cada territorio colonial con denominación de Virrey, quien llegaba a los llamados “territorios de ultramar” investido con todos los poderes del soberano. El Virrey, a su vez, tenía una corte de Consejeros y designaba a sus representantes políticos en las provincias, llamados Corregidores (gobernantes en cada Corregimiento). Paralelo a este poder y ocupado en las cuestiones legales se designaba a los “Oidores” de la Real Audiencia. La Iglesia Católica tenía un estatus especial dentro del poder político del estado colonial; en algunos casos, se convertía en un poder paralelo al del Virrey debido a la fuerza que tenía en una sociedad donde ejercia un rol protagónico. La intermediación política entre el poder colonial y las masas indígenas lo hicieron los curacas, hasta fines del siglo XVIII en que perdieron sus privilegios como consecuencia de la Revolución de Tupac Amaru II.

Las Leyes de Indias

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LECTURA PACIFICACIÓN DE LOS COCAMAS. MUERTE DEL PADRE FIGUEROA Waldemar Espinoza Ya en 1663, la ciudad de Borja comenzó a sufrir a causa de los ataques que sus moradores recibían de las etnias de sus contornos, si bien la ciudad misma no fue invadida. Los cocamas, pacificados muchos años antes, de pronto de negaron a servir y a ayudar a los misioneros. Su doctrinero, el padre Tomás Majano, se vio obligado a salir al pueblo de La Concepción de Jeberos. Justo en 1663, los borjeños, siempre listos para defenderse, con gusto enviaron una expedición al río Ucayali, presidida por el teniente gobernador, para pacificar a los cocamas. Llevaron cien maynas amigos y unos pocos soldados españoles, acompañados por el padre Lucas de La Cueva. Arribaron al pueblo de Cocama que el padre Majano había abandonado. Desembarcaron frente a una multitud de cocamas, que hablaban de paz dándoles una gran bienvenida. No cabe duda de que los cocamas los estaban esperando, y prueba de ello es que les tenían preparada una gran comilona con abundante bebida. El ataque se transformo en una celebración de gran amistad, por lo menos hasta ese momento, puesto que los españoles descubrieron casualmente que la festividad era una emboscada: los cocamas tenían sus armas escondidas debajo de la arena de las playas del Ucayali. El teniente de Borja los hizo apresar, sancionando ejemplarmente a cuantos pudo. Diez de los cabecillas del complot, seis cocamas y cuatro chepeos, fueron llevados a Borja, mientras que a los restantes hizo azotar con crueldad. Los conducidos a Borja fueron ahorcados allí, excepto los seis cocamas y cuatro chepeos, que fueron condenados a servir en las encomiendas. Sin embargo, de nada sirvió aquel castigo, ya que los orgullosos y atrevidos cocamas, años más tarde, demostraron que no los habían amilanado la represión de los borjeños. En la segunda mitad del siglo XVII, la administración política de Maynas fue entregada práctica y realmente a la Compañía de Jesús mediante la Real Cédula del 15 de junio de 1663. Ésta los autorizó legalmente para que los soldados y oficiales enviados por la Audiencia estuviesen solamente a las órdenes del superior de las misiones. La trascendental medida se explica porque a algunos representantes de la Corona, la mayoría de ellos soldados, no les agradaba vivir en el aislamiento de la selva, y se retiraban desalentados por la ausencia de oro, que es lo único que habría podido retenerlos. No cabían dubitaciones, y hacia 1663 las misiones jesuíticas de Maynas habían llegado a un florecimiento grande. De acuerdo a los escritos de los padres Cabero y Francisco de Figueroa, se calcula en más de 56 000 el número de cristianos en 16 pueblos fundados, llegando poco después a 33; en tanto que los pobladores, contando a los catecúmenos (per-

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sonas en plena educación en la doctrina), ascendían a unos 100 000. En la misma fecha, los misioneros, todos notables, llegaban a 32, entre los que sobresalía el padre Lucero, de Pasto, eximio trabajador en estas misiones con buena virtud y ciencia y gran encanto de los propios indígenas. También destacaron, el padre Vieira, que sus contemporáneos solían comparar con Francisco Javier, por lo que le decían el Sol del Occidente; el padre Francisco de Figueroa, de Popayán, que ejerció como misionero 24 años, y murió como protomártir de las misiones; y el malogrado padre Santa Cruz, experto en exploraciones. En 1664, el jesuita Lucas de la Cueva surcó el Marañón y el Napo para penetrar hasta el Curaray “primera entrada a las naciones bárbaras de este río”. Pero también fue el año en el que se produjo la rebelión de los cocamas, que motivó la desaparición de entre 10 mil y 11 mil indígenas. En 1665, se llevó a efecto una entrada por la boca del Curaray, afluente del Napo, 12 días arriba desde su boca. El padre Lucero, que dirigía la expedición, remontó el referido Curaray, logrando la amistad de la “numerosa nación” abijira, y por igual la de aushiri o agovi. El territorio de estas etnias estaba en el río Napo, colindante con el paraje de los encabellados. Se extendía desde la boca del Aguarico hasta el Curaray, donde antiguamente estuvo el habitat de los omaguas-aymaras, ya desaparecidos. Pero en 1665 los abijiras ya no moraban en las riberas del Napo; se habían internado por los pequeños afluentes del Curaray, a menudo, muy lejos, aguas arriba, en todo caso muy distantes del citado Napo. Lamentablemente, el padre Lucero sólo tuvo una permanencia de dos años, hasta 1667, en que los abijiras mataron a su misionero y se retiraron. En el mismo año 1665 los oas fueron reagrupados en unos pueblos fundados especialmente para ellos. La primera reducción estuvo en Nashiño, punto del cual fue pronto desplazada a las márgenes mismas del Napo. Igualmente, por la misma fecha, rebrotó el mito fabuloso del imperio Enín, creado por el aventurero andaluz Pedo Bohórquez. Éste descendió por el Huallaga y vivió en una etnia a la que llamó los pelados (sin cabellos). Ubicó al aludido “imperio” en un punto intermedio del río Ucayali. Ya al año siguiente, el padre Francisco de Figueroa, cura de Borja y superior de las misiones, salió del pueblo de la Concepción de Jeberos para visitar el de Santa María del Huallaga, dejando como cuidador de la misión a Diego de Salas. El 15 de marzo de 1666 llegó a la confluencia de Apena (Aypena) con el mencionado Huallaga, en la que encontró una armadilla de cocamas, venidos desde su hábitat en el Ucayali. Rodearon a los españoles para victimarlos, y mataron al padre Figueroa y casi a todos los jeberos que le hacían compañía. Le dieron una muerte horrenda: lo ataron a un árbol para cortarle y le sacaron los huesos por las coyunturas, uno por uno, mientras él cantaba y predicaba, hasta que ya no pudo más y se le fue la vida. Los cocamas asaron su cuerpo deshuesado para comérselo. Su cabeza fue llevada como trofeo. Hay otra fuente con variaciones respecto de esta muerte espectacular, la cual indica que le descargaron muchos macanazos en el cráneo, pero como no caía le fracturaron las piernas con más golpes de macana. Sea lo uno o lo otro, lo seguro es que murió como mártir y el suceso tuvo lugar en la boca del Apena, más abajo del Huallaga, muy lejos de la tierra de los cocamas. Su asesinato tuvo lugar el 15 de marzo de 1666, junto a los bogas de su canoa. Lo que ocurrió dejó temblando

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a no pocos españoles de Borja, a donde llegó la novedad llevada por los jeberos huidos, porque el pueblo de La Concepción de Jeberos también fue invadido por los cocamas con un saldo de 45 muertos, uno de ellos el español Diego de Salas, que cuidaba la misión en ausencia del padre. De haber avanzado los cocamas más arriba del Marañón, probablemente habrían causado la desaparición de Borja; pero como decidieron volver a sus tierras, los borjeños se tranquilizaron. Después el padre Lucero, desde Borja mismo, fue con cinco soldados al lugar del trágico incidente, en el que halló la patena del ornamento, los anteojos, un libro y algunos papeles del padre Figueroa. Los jesuitas llegaron a la conclusión de la necesidad perentoria de conquistar y dominar a los cocamas por el peligro que representaban para la ciudad de Borja y pueblos o reducciones ya fundados. En marzo de 1667, al año de su correría anterior, los cocamas salieron otra vez para victimar a los españoles. Llegaron hasta la desembocadura del Morona, próximos a Borja. Allí dieron muerte a tres indígenas, pero no se atrevieron a invadir Borja porque uno de sus chamanes soñó que iban a tener mal resultado. Pero los cocamas no eran los únicos opositores activos de las misiones. En el bajo Napo y en el río Curaray, área de la etnia abijira, donde los jesuitas tenían otra próspera misión a cargo del joven sacerdote Pedro Suárez, reemplazante del enfermo padre Caicedo, se produjo otro levantamiento. Como no llegaban noticias de ella por varios meses, el padre Francisco Guels fue al lugar. Pero lo que descubrió el 6 de setiembre de 1667 fue un pueblo quemado y sin gente. Los abijiras habían dado muerte al padre hacía ya seis meses. No fue posible castigarlos sino en 1676, represión en la cual perdieron la vida unos tres mil abijiras. En el año 1667, en el espacio de las misiones franciscanas, aún permanecía entre los panos y shipibos del Ucayali el padre Biedma. En la citada fecha fue sustituido por fray Rodrigo Bazabil con dos sacerdotes y cinco hermanos legos, que murieron martirizados al poco tiempo. Apenas quedó vivo el padre Bazabil, que prefirió retirarse. La misión de los shipibos quedó abandonada. En el ámbito jesuítico la primera reducción záparo fue hecha en 1669, año en el que el padre Pedro Cedeño estableció el pueblo de San Javier de Gayes en las riberas del Bobonaza. (En 1671 el padre Hurtado lo trasladó hacia un lugar localizado a cuatro días de la boca del referido Bobonaza, aguas arriba de un afluente suyo) Hurtado hizo venir a esta reducción a un contingente de roamaynas, a fin de que éstos diesen a los gaes el ejemplo de una vida ordenada, tal como lo entendían los jesuitas. La reducción perduró hasta el año 1677, en que llegaron dos mestizos que desorganizaron todo y sembraron la discordia, que terminó en el asesinato del padre Hurtado. Pero la etnia gae no huyó; de ahí que el otro doctrinero, padre Fernández, al arribar en 1679 continúo en la misión con anuencia de los gaes. Fue una misión que adquirió gran apogeo, no obstante el rigor implantado para el funcionamiento de la doctrina. La verdadera conquista de los cocamas, por su lado, recién fue planificada en 1669. En el mes de agosto salió una armadilla para castigarlos y someterlos (realmente para vengar la

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muerte del misionero Figueroa). El que dirigió la expedición fue el gobernador Juan Mauricio Vaca de Eban, que llevó como capellán al padre Lorenzo Lucero. En total, navegaron casi 200 jeberos y 20 españoles de Borja. Los cocamas salieron enarbolando la calavera del padre Figueroa como trofeo y talismán de gran valor. Se suscitó una feroz batalla en la que murieron cerca de 200 cocamas, en tanto que otros muchos parecieron ahorcados, pero también fueron conducidos a Borja junto con el cráneo del padre Figueroa para conservarlo como reliquia. Desde entonces los cocamas no volvieron a invadir otros territorios, y la gobernación de maynas quedó sosegada por varias décadas. A partir de entonces (1669), se encona el litigio entre los jesuitas y dominicos a propósito del monopolio misional de la etnia gae (diferendo que acabó en 1683 a favor de la Compañía de Jesús). Después de la derrota de los cocamas, el gobernador Juan Mauricio Vaca de Eban dejó Borja y renunció al cargo a favor de su sobrino Jerónimo Vaca de Vega, hijo de Pedro Vaca de la Cadena y nieto del fundador de San Francisco de Borja. En 1670 Juan Mauricio fue a vivir a Loja, mientras el joven Jerónimo asumía el puesto. Fue el año en que sucedió otro acontecimiento importante en lo que atañe a la jurisdicción territorial de Borja. Por real cédula del 21 de abril, el pueblito de Archidona, en las cabeceras del Napo, fue reconocido como curato y entregado a las misiones jesuíticas de Maynas jefaturadas por el padre Lucas de la Cueva, a quien, asimismo, nombraron cura de dicha parroquia. Como ya se dijo, en 1644, los jesuitas Cujía y Pérez, surcando o subiendo las aguas del Huallaga, fueron los primeros en entrar a la etnia cocama, que habitaba cerca de una laguna, a poquísima distancia de la orilla derecha del citado río. Más tarde, en 1670 el padre Lorenzo Lucero exploró el bajo Ucayali, el Marañón y el Amazonas. Y por fin logró reunir a los cocamas para fundar el pueblo de Santiago de la Laguna. Tenía por entonces muchísimos habitantes pertenecientes a las etnias cocama, cocamilla, aguano, pano, chamicuro. También en 1670 acaeció otro hecho que iba a marcar el estancamiento de la ciudad de Borja. Fue el traslado efectivo de la sede central de las misiones de Maynas al nuevo pueblo de Santiago de la Laguna, recién fundado por el padre Lorenzo lucero en el Bajo Huallaga, no muy lejos de su desembocadura en el Marañón. Claro que el poder político, militar y judicial (teniente, gobernador y cabildo) y los españoles residentes en Maynas se quedaron en Borja, al igual que un jesuita para administrar los sacramentos. Pero el superior de los misioneros, hombre de gran poder, con más poder que el teniente gobernador, pasó a Santiago de la Laguna. Es que éste pueblo, por su ubicación, resultaba más atractivo para el control de las misiones. Cuando fue planificada esta reducción, su fundador la llamó Nueva Cartagena, y con este nombre figura en el atlas del padre Carrés (N.º 33). Santiago de la Laguna resultó, entonces, la capital de hecho de la provincia de Maynas. Gozó de esta preeminencia hasta 1767, fecha de la expulsión de la orden jesuítica del territorio peruano. En el siglo XVIII también le llamaron Laguna del Gran Cocama. Cuando se viajaba de sur a norte se entraba por un estrecho canal que servía de canal de desagüe al

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pequeño lago inmediato a la población. En el terreno elevado, contiguo al pequeño lago, se alzaba el pueblo de Santiago de la Laguna trazado en 1670, posiblemente el 24 de julio. En este mismo año algunos andoas se unieron a la reducción de las etnias gaey záparo del pueblo de San Javier de los Gayes, que estaban en plena formación. Simultáneamente, la Cédula Real del 21 de abril de 1670 confirmó el nombramiento hecho por el presidente de la Audiencia de Quito entregando a la Compañía de Jesús la doctrina de Archidona, por ser frontera y puerta para las misiones. Una segunda Cédula Real de la misma fecha dispuso que las Cajas de la Real Hacienda de Quito acudiesen con el estipendio de dicha doctrina, y también del curato de Borja. De manera concomitante, los franciscanos Aaujo y Gutiérrez salieron de Lima para fundar las afamadas conversiones de Cajamarquilla, al este de Trujillo. Bautizaron y predicaron en las etnias hivitos y cholón, del Huallaga central, al mismo tiempo que una epidemia de viruela atormentaba a las poblaciones de las montañas del Perené y Ucayali. Extractos seleccionados por el autor ESPINOZA, Waldemar (2005). Amazonía del Perú: historia de la Gobernación y Comandancia General de Maynas [hoy Regiones de Loreto, San Martín, Ucayali y Provincia de Condorcanqui] del siglo XV a la primera mitad del siglo XIX. Lima. Fondo Editorial del Congreso del Perú: Banco Central de Reserva del Perú.

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CAPÍTULO X LA PRIMERA INDEPENDENCIA EN EL PERÚ En el mes de mayo de 1742 se apareció en un lugar denominado Quisopango, en el corazón del Gran Pajonal, un indígena quechua de unos 30 años, vistiendo una cushma colorada, en busca de un viejo guerrero Ashaninka llamado Santabagori. Lo acompañaMAPAS DE LA SELVA CENTRAL

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ba un indígena Piro (denominación antigua del pueblo Yine) llamado Bisabequí. Desde esta estratégica comarca, el indio quechua JUAN SANTOS ATAHUALPA Apu Inca, hace un llamado a los pueblos Ashaninka, Yine, Yanesha, Machigüenga, Nomatsigüenga, Shipibo, Conibo, y otros ya desaparecidos, a expulsar de estos territorios a todos los blancos y negros venidos con los curas doctrineros. Primero expulsa pacíficamente a estos “extranjeros” y luego declara abiertamente la guerra. “Por casi un siglo la reconquista de los campa ashaninka, piro, amuesha, mochobo y parte de los cunibo será una empresa prácticamente imposible”1413 Durante los casi cien años la zona del Gran Pajonal, el Cerro de la Sal y los valles del Ene y del Pangoa, hasta el río Tambo y el Alto Ucayali, fueron territorios libres de españoles. Durante esos cien años, esta región del Perú logró su independencia del virreinato, sin que se reconozca en la historia oficial como un gran movimiento liberador de nuestra patria. Sólo los indígenas de estas zonas mantienen vivo el recuerdo de esta epopeya y ha sido la base del espíritu libertario con el que se enfrentó a la violencia política desatada por Sendero Luminoso y el MRTA; con las mismas armas y con el mismo espíritu del siglo XVIII. Los indígenas de la selva central siguen transmitiendo mediante la historia oral, que Juan Santos no murió, “desapareció su cuerpo echando humo…”15.14“Juan Santos desapareció pero conocemos donde está enterrado”16. Recién a inicios de la república se reanudarán los ingresos de no indígenas a la Región Ashaninka cuya puerta natural fue y sigue siendo la zona de Chanchamayo (La Merced). El centro de resistencia indígena debe ser parte de nuestra historia como la primera independencia lograda en una parte significativa de nuestro territorio. Escultura de Juan Santos Atahualpa ubicada en la Plaza de Atalaya- Ucayali 14 VARESE, Stefano. (2006) La sal de los cerros. Resistencia y utopía en la amazonia peruana. Ed. Fondo Editorial del Congreso del Perú. Lima, pp. 112. 15 VARESE, Stefano. Ibid pp.124. 16 Versión oral del líder ashaninka Miqueas Mishari.

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LECTURA LA REBELIÓN DE JUAN SANTOS ATAHUALPA Waldemar Espinoza En 1742, en las montañas de Chanchamayo y río Perené, según los informes de los franciscanos, las misiones florecían. No sólo había pueblos en las márgenes de los ríos, sino también prosperaban grandes haciendas, cuyos productos, sobre todo aguardiente, también cacao, café y cocoa, daban vida a un activo comercio. El mismo lugar de Chanchamayo conformaba una hacienda de caña dulce y de cocales pertenecientes al colegio mercedario de Santo Tomás de Lima. A la izquierda de Chanchamayo se desarrollaba, plena de vida, la hacienda de Dezabamba, propiedad de Pedro Suárez; e igualmente, otra hacienda tabacalera de don Juan de Boas y Trujillo. Cerca de Chanchamayo tenían establecido los franciscanos, el pueblo de Sauyria, cuyos habitantes gozaban de chacras muy fértiles. En el inmediato curato de Víctor bullía tanta gente que fue necesario promoverlo a curato independiente, dándole como anexos los pueblos de Sivis, Pucará y Collac. En dicha comarca también estaban las haciendas de Chontabamba, La Colpa, Santa Catalina, San Fernando y la de Nuestra Señora del Carmen, todas de dueños criollos. Siguiendo las orillas del Chanchamayo se contemplaban otros notables fundos. Así, en el pueblo de Quimiri, a tres leguas de confluencia del Chanchamayo con el Tulumayo, los misioneros poseían algunos grandes cañaverales. En el pueblo de Nijandaris, un poco más debajo de Quimiri, prosperaba una bella hacienda de cacao, café, coca, achiote de don Agustín Salcedo. Más allá, en el mismo Cerro de la Sal había otra hacienda con idénticos cultivos, de Baltasar Cortijo, casado con una viuda campa del lugar. En fin, las orillas estaban pobladas, y lo mismo la ruta hacia el norte, hasta Huancabamba, por donde existía una hermosa hacienda del Conde de las Lagunas. La vaquería de Zumaque permanecía en la parte elevada. Eran, pues, bosques rozados de gran actividad. Comerciaban con las propias etnias del área, las cuales intercambiaban sus producciones con víveres y objetos de la artesanía e industria limeña y serrana. Les abastecían de carne salada, quesos, ají, aguardiente, herramientas, etc. Los tarmeños eran quienes más mantenían un activo trueque con la selva, a donde se internaban sin peligro. Pero, frente al apogeo de los españoles, criollos y mestizos, las etnias, por el contrario, se sentían acosadas por los misioneros que les imponían otros patrones de cultura, diametralmente opuestos a los suyos. Para defenderse estaban dispuestos a protagonizar violentas rebeliones, como la que iba a ocurrir justamente en el año 1742. Cuando todo parecía ascenso y adelanto para los franciscanos, se vieron conmovidos por un movimiento nativista y mesiánico comandado por Juan Santos Atahualpa Apu Inca, que elaboró un proyecto para independizar el Perú. Se presentó como el verdadero descendiente del Inca Atahualpa. Apareció de repente entre los campas, donde alcanzó gran ascen-

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dencia y control en la selva central. Muchas etnias dispersas acudieron a su convocatoria para expulsar a los españoles. Se alió con el curaca de Quisopango, quien lo condujo a su pueblo localizado en el Gran Pajonal. Juan Santos Atahualpa Apu Inca sublevó a las etnias de Chanchamayo, Perené, Pangoa, Gran Pajonal, Pachitea, Palcazo y Alto Ucayali. Las etnias del mencionado ámbito se precipitaron velozmente a obedecerle, por considerarlo su libertador. Tenía tanto prestigio que hasta las etnias ya cristianizadas del Perené le admiraban y seguían; ejemplo que fue imitado por los campas y amueshas de Eneno, Metrato, San Tadeo, Pichana, Nijandaris y Cerro de la Sal. Todos lo miraban como a un Inca. Sólo el pueblo de Santa Cruz de Sonomoro no quiso aceptarlo, pero los franciscanos del Gran Pajonal, ante la fuerza de la rebelión, optaron por abandonar las misiones. El virrey ordenó que los gobernadores de Tarma y Jauja prepararan la represión con ayuda de los indígenas cristianos y los franciscanos de Quimiri. Sin embargo, esta primera partida de gente armada fue atacada con flechas por los sublevados, que mataron a dos misioneros e hirieron a la mayor parte de los indígenas de Quimiri. A partir de entonces la victoria de Juan Santos se acrecentaba. Murieron varios misioneros y se perdieron las misiones, excepto la de Panatagua. De los pueblos campas, shipibos y de otras “naciones” apenas quedaron los nombres cristianos de su gente, porque de sus conciencias se esfumó la religiosidad católica. En fin, el resultado de la sublevación de Juan Santos significó la desaparición de 38 pueblos o reducciones –15 de ellos en el Gran Pajonal– y también de muchas rancherías. Su triunfo fue total, quedó como único caudillo de la selva central, con dominio pleno en el Gran Pajonal y márgenes del Perené, y desde el Cerro de la Sal abajo. Derrotó a otra guarnición ida de Lima; atacó Huancabamba y destruyó el fuerte de Quimiri. La estremecedora y más grande rebelión acaecida en la Amazonía Peruana de 1742 fue tan intensa y significativa, que ahora la historia crítica la juzga como el primer movimiento precursor de una independencia netamente indígena-mestiza, que antecede a la de Túpac Amaru. La guerra duró más de una década, a lo largo de la cual los rebeldes derrotaron a los españoles empleando táctica de guerrillas. No puedieron capturarlo pese a los esfuerzos desplegados por los gobernadores Benito Troncoso de Lira y Llamas. Es que la intrincada selva era su mejor aliada. No pudieron acorralarlo; atacaba por sorpresa y se retiraba en el momento preciso. Con todo, la verdad es que más allá de los montes no podía guerrear, por lo cual se quedó metido en los bosques.

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Actividades 1. Elabore una línea de tiempo, y ubique cronológicamente los siguientes sucesos; después de ubicarlos, escriba debajo de cada fecha tres características de cada proceso: - La expedición de Colón. - Primera Independencia del Perú. - Revolución Francesa. - Firma de la Capitulación de Toledo. - Revoluciones burguesas de la primera mitad del siglo XIX. - Segunda Independencia del Perú. - Caída del Imperio del Tahuantinsuyo. - Rebelión de Túpac Amaru II. - Surgimiento del Renacentismo. - Asesinato del Inca Atahualpa. - Establecimiento de las encomiendas y de la MITA. - Humanismo. - Invasión del territorio incaico. 2. Elabore un mapa conceptual sobre las principales características sociales, políticas y económicas de la sociedad colonial, los movimientos independistas de la época y la influencia de las revoluciones burguesas. 3. Dibuje el mapa del Perú, luego localice y pinte el territorio que comprendió la rebelión de Juan Santos Atahualpa.

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TERCERA UNIDAD DE LA INDEPENDENCIA CRIOLLA AL ESTADO OLIGÁRQUICO

Objetivo General 1. Localiza, analiza y explica los procesos históricos sociales del Perú republicano del siglo XIX y primera mitad del siglo XX, asumiendo una posición crítica frente a los procesos desarrollados. Objetivos Específicos •

Localiza en el tiempo y ubica en el espacio los procesos históricos sociales del periodo republicano en sus primeros periodos.

Analiza, utilizando las herramientas metodológicas de las ciencias sociales, los procesos históricos sociales del Perú republicano en sus primeros periodos.

Explica, desde una posición crítica y comprometida con sus valores éticos y sociales, el rol de los diferentes actores sociales y políticos de nuestro pasado reciente.

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CAPÍTULO XI LAS REVOLUCIONES BURGUESAS EN EUROPA, LA CRISIS DE LA SOCIEDAD COLONIAL PERUANA Y LAS LUCHAS POR LA INDEPENDENCIA El mundo del siglo XIX era ya un mundo globalizado. Las relaciones económicas, sociales, políticas y culturales entre los pueblos y los estados estaban muy interrelacionadas. La principal diferencia entre la globalización del siglo XXI y la del XIX está relacionada fundamentalmente a las tecnologías de la información y la comunicación. En el siglo XIX, las noticias de Europa llegaban a nuestro continente en un tiempo muy amplio. Los principales medios de comunicación eran la imprenta y los barcos. Los viajeros jugaban un gran papel en la comunicación y en la transmisión de información sobre lo que ocurría en cada uno de los espacios geográficos del mundo. La información tardaba pero llegaba. De ahí que la dinámica social y cultural local, regional y de los estados del siglo XIX estaban estrechamente vinculadas. Y es por esta razón que los acontecimientos económicos, político-sociales y culturales de cada uno de los espacios geográficos repercutía en los otros. Las revoluciones burguesas estallan en Europa a fines del siglo XVIII (casi al mismo tiempo sucede este proceso en América del norte). Se trata de un movimiento político que desencadena movimientos económicos, sociales y culturales. El proceso paradigmático de la revolución burguesa es, sin duda, la Revolución Francesa (1789), que desencadena una serie de procesos revolucionarios que en Europa tendrán un contenido esencialmente liberal y en América esencialmente anticolonial. Estos procesos abarcan periodos intermitentes que se inician a comienzos del siglo XIX y se prolongan hasta la gran revolución de 1848. Los historiadores señalan tres grandes oleadas revolucionarias de las burguesías, que coinciden con las oleadas anticoloniales en América Latina: 1820 - 1824; 1829 - 1832; y 1848. Luego de la Revolución Francesa y el periodo napoleónico, la llamada “Restauración” del antiguo régimen, negociada por las fuerzas feudales en el Congreso de Viena, pretendió anular las grandes reformas políticas e ideológicas de la revolución: libertad, igualdad, fraternidad. Las fuerzas reaccionarias de toda Europa pretendieron negar el desarrollo de la historia, basadas en la ilustración, la revolución industrial y la reforma protestante. La primera oleada revolucionaria desató fuerzas democráticas y nacionalistas en Italia y Grecia; la segunda en Francia y la última en casi toda Europa. La revolución de 1848 fue bautizada por los historiadores como “la primavera de los pueblos”. Las fuerzas sociales y políticas emergentes estaban convencidas de la ideología del progreso y de la

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razón, mientras que las fuerzas conservadoras pretendían el retorno a las viejas formas de opresión económica y social. La crisis económica capitalista del 1848 agudizó los problemas y generó la consolidación de la burguesía como fuerza hegemónica en el mundo, durante el siglo XIX. Es importante recordar que durante la revolución de 1848 apareció el Manifiesto Comunista y la Liga de los Comunistas, sin que esta ideología se haya constituido en fuerza significativa para orientar las luchas de las clases productoras, como era su voluntad. En las colonias americanas el proceso revolucionario burgués había avanzado desde fines del siglo XVIII, cuando en España se instaura la dinastía borbónica, quienes procesan reformas en la gestión de sus colonias, pretendiendo modernizar los sistemas administrativos coloniales. Pero estas reformas no provenían de una visión renovada de la sociedad colonial, sino del impacto que causaron las rebeliones indígenas locales y la gran revolución de Tupac Amaru II. En el caso peruano, como señala Alberto Flores Galindo, la independencia fue en primer lugar una revolución popular indígena, en 17801; y, después, un acontecimiento político criollo, 1821 - 1824. Este proceso de ruptura con protagonismos distintos en cada uno de estos momentos, marcan un periodo histórico en el imaginario de quienes hemos sido educados como peruanos. El proyecto independentista indígena tiene su origen ideológico en lo que Jhon Rowe llama “el Nacionalismo Inca”, desarrollado entre la elite indígena, principalmente cusqueña, por la lectura del Inca Garcilaso de la Vega y la educación privilegiada que tenía este sector social en los conventos y universidades de la época. Esta identidad ideológica de la elite se engarza con la grave situación económica de las masas campesinas indígenas como consecuencia del incremento de los tributos y los abusos de los Corregidores por los “Repartos”2. Esta revolución indígena fue el corolario de cientos de rebeliones y protestas indígenas en diversos lugares del Perú3. El movimiento revolucionario de José Gabriel Condorcanqui, Curaca de Tungasuca, Pampamarca y Surimana, no solamente fue una reacción contra el poder colonial español, sino, al mismo tiempo, una propuesta de nueva sociedad, expresada en lo que podría reconocerse como su “Programa” político: “Tupac Amaru esbozó un programa que podría resumirse en tres puntos centrales: a) la expulsión de los españoles o de los chapetones, como acostumbraba decir despectivamente: no bastaba con suprimir los corregimientos y los repartos, debería abolirse la Audiencia, el virrey e incluso romper cualquier relación dependiente con el monarca español. b) la restitución del imperio incaico: fiel a su lectura del Inca Garcilaso, pensaba que podía restaurarse la monarquía incaica, teniendo a la cabeza a los descendientes de la aristocracia cusqueña. c) la introducción de cambios 1 2 3

FLORES GALINDO, Alberto. (1987) Independencia y revolución. 1780 – 1840. Ed. INC, Lima. Tomo 1. GOLTE, Jürgen. (1980) Repartos y rebeliones. Ed. IEP, Lima. O PHELAN, Scarlette. (1995) “La gran rebelión en los Andes: de Túpac Amaru a Túpac Catari”. En: Centro Bartolomé de las Casas. CBC – Petroperú, Cusco.

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sustantivos en la estructura económica: supresión de la mita, eliminación de grandes haciendas, abolición de aduanas y alcabalas, libertad de comercio”4. El movimiento indígena revolucionario se expandió por casi toda la sierra del actual Perú y gran parte de la actual Bolivia y norte argentino. Miles de indígenas se incorporaron a la revolución, algunos mestizos y criollos se acercaron a la acción tupacamarista. Lamentablemente la espontaneidad del movimiento, el divorcio entre el movimiento real y la conducción política; el aislamiento étnico, entre otros, llevaron al fracaso y a la represión indiscriminada de las elites indígenas.

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FLORES GALINDO, Alberto. Ob cit., pp.133.

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LECTURA LAS REVOLUCIONES BURGUESAS DEL SIGLO XIX: 1815-1848 Félix Briones, Cristián Leal, Mauricio Rojas Y Juan Carlos Medel RESUMEN Tres principales olas revolucionarias se produjeron en el mundo occidental entre 1815 y 1848: 1820-1824; 1829-1834; y 1848, la más trascendental de todas. Estas revoluciones, al igual que la Revolución Francesa, fueron burguesas; es más, todas las revoluciones del siglo XIX, a pesar de sus diferencias, son hijas de la Revolución Francesa. La primera ola revolucionaria posterior al intento de Restauración tuvo lugar entre 1820 y 1824. En Europa se limitó principalmente al Mediterráneo, con España en 1820, Nápoles en el mismo año y Grecia en 1821 como epicentros. Excepto el griego, todos aquellos alzamientos fueron sofocados. La segunda ola revolucionaria se produjo entre 1829 y 1834, y afectó a toda la Europa al oeste de Rusia y al continente norteamericano. En Europa, la caída de los Borbones en Francia estimuló diferentes alzamientos: Bélgica, en 1830, se independizó de Holanda; Polonia, entre 1830 y 1831, fue reprimida sólo después de considerables operaciones militares; varias partes de Italia y Alemania sufrieron convulsiones; el liberalismo triunfó en Suiza; y en España y Portugal se abrió un periodo de guerras civiles entre liberales y clericales. Por último, Inglaterra se vio afectada por la independencia de Irlanda en 1829. La tercera y mayor de las olas revolucionarias, la de 1848, fue producto de aquellos años de crisis. Se fue gestando un malestar social, se buscaba que el pueblo tratara de llegar a las decisiones de Estado. Casi simultáneamente, la revolución estalló y triunfó, de momento, en Francia, en casi toda Italia, en los estados alemanes, en gran parte del imperio de los Habsburgo y en Suiza (1847). En forma menos aguda, el desasosiego afectó también a Irlanda, Grecia e Inglaterra. Creemos que estas revoluciones consolidaron el poder de la burguesía en la sociedad europea del siglo XIX. INTRODUCCIÓN Rara vez la incapacidad de los gobiernos para detener el curso de la historia se ha demostrado de modo más terminante que en los de la generación posterior a 1815. Tres principales olas revolucionarias hubo en el mundo occidental entre 1815 y 1848: 18201824; 1829-1834; y 1848, la más trascendental de todas. Estas revoluciones, al igual que

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la Revolución Francesa, fueron burguesas. Es más, todas las revoluciones del siglo XIX, a pesar de sus diferencias, son hijas de la Revolución Francesa. Sin embargo, existen claras diferencias, como las que señala Hobsbawm (1998): A diferencia de las revoluciones de finales del siglo XVIII, las del periodo postnapoleónico fueron estudiadas y planeadas. Hubo varios modelos, aunque todos procedían de la experiencia francesa entre 1789 y 1797.

Luego de la caída de Napoleón y su posterior exilio en la isla de Santa Elena, los monarcas y los ministros a cargo de la dirección de las principales potencias europeas trataron de volver a la situación anterior a 1789; trataron de negar la historia, pero no se pueden detener los procesos sociales, ni por medio de las leyes, ni por la fuerza. La Restauración fue un proceso ahistórico, que inevitablemente iba a fracasar. Después del Congreso de Viena, las fronteras de Francia retrocedieron a lo que habían sido en 1790 –casi perdió también Alsacia y Lorena– y se redistribuyeron desordenadamente las fronteras de los antiguos estados europeos para obtener algo que en general se asemejaba al trazado del Antiguo Régimen. Rudé (2004) señala: “Las potencias victoriosas parecían decididas a restablecer el antiguo orden y a reprimir, si era necesario mediante la violencia, las fuerzas políticas liberadas en Europa por la Revolución”.

Entre los filósofos de la Restauración, habían algunos que miraban con añoranza una época anterior a la Revolución Francesa, a la Revolución Industrial, a la Ilustración, e incluso a la Reforma Protestante. Hacían hincapié en la necesidad de recuperar un orden social orgánico, basado en los deberes y no en los derechos; en una ideología y una moral únicas, y no en la diversidad de opiniones o conductas, en la fe religiosa y no en la marcha del intelecto. No todos los que se oponían a aceptar la restauración de Europa pensaban y actuaban de la misma forma. Según Briggs y Clavin (2004): “… había revolucionarios y liberales en la mayoría de los países de Europa. Ambos grupos creían que la labor emprendida en 1789 debía continuar. Los primeros solían ser profesionales en sus opiniones y desinhibidos en sus métodos, mientras que los segundos intentaban conservar las conquistas positivas para la libertad humana resultantes de 1789, evitando al mismo tiempo los excesos revolucionarios. No confiaban en las conspiraciones, sino en el constitucionalismo”.

La antigua sociedad aristocrática estaba desorganizada o transformada sin posibilidades de retorno, pero, sin duda, la aristocracia no había desaparecido. En Holanda y parte de Alemania la sociedad patricia y aristocrática se había debilitado más o menos del mismo modo que en el norte de Italia. La destrucción de las supervivencias feudales, la eliminación de los obstáculos opuestos al comercio y la industria y la revocación de los derechos señoriales, los peajes y la jurisdicción que pesaban sobre el suelo por supuesto contribuyeron a promover y estimular el crecimiento de la sociedad burguesa. Para Hobsbawm (1998): “… durante el periodo de la Restauración (1815 - 1830) el manto de la reacción cubría por igual a todos los disidentes y bajo su sombra las diferencias entre bonapartistas y republicanos

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moderados y radicales apenas eran perceptibles. Todos ellos tendían a adoptar el mismo tipo de organización revolucionaria o incluso la misma organización: la hermandad insurreccional secreta”.

La más conocida era la de los Carbonarios. Tomó forma en la Italia meridional de 1806. La época carbonaria alcanzó su apogeo en 1820 - 1821, pero muchas de sus hermandades fueron virtualmente destruidas en 1823. Filipo Buonarroti, viejo camarada de Babeuf, fue su más diestro e infatigable conspirador, aunque sus doctrinas fueron mucho más izquierdistas que las de sus “primos”. Otro resultado del arreglo de 1815 fue la aproximación del nacionalismo y el liberalismo. Aunque ambos provenían en medida considerable de los años de revolución. A pesar de esto, el nacionalismo se acentuó notablemente en Europa después de 1815, llegando a su apogeo en 1848. Austria continuó siendo el blanco de las animosidades liberales y patriotas hasta 1848. Al respecto, Rudé (2004), señala: “La democracia, otro producto de la revolución, sobrevivió y arraigó firmemente: no en los países que habían estado en la órbita política de Francia, sino en Inglaterra, donde el radicalismo, después de una proscripción de quince años durante las guerras con Francia, revivió alrededor de 1807 y comenzó a aportar ideas democráticas a los movimientos reformistas que se manifestaron en la Europa de principios del siglo XIX”.

La tercera y mayor de las olas revolucionarias, la de 1848, fue el producto de aquellos años de crisis. Se fue gestando un malestar social, se buscaba que el pueblo tratara de llegar a las decisiones de estado. Casi simultáneamente, la revolución estalló y triunfó, de momento, en Francia, en casi toda Italia, en los estados alemanes, en gran parte del imperio de los Habsburgo y en Suiza (1847). En forma menos aguda, el desasosiego afectó también a Irlanda, Grecia e Inglaterra. Lo que en 1789 fue el alzamiento de una sola nación era ahora, al parecer, “la primavera de los pueblos” de todo un continente. A juicio de Hobsbawm (1998): “La inspiración de este movimiento era la revolución del año II y los alzamientos post termidorianos, sobre todo la conspiración de los iguales de Babeuf, ese significativo alzamiento de los extremistas jacobinos y los primitivos comunistas que marca el nacimiento de la tradición comunista moderna en política. El comunismo fue el hijo del “Sans - cullottismo”, compuesto por los socialistas, el trabajador pobre o nueva clase social de obreros industriales”.

La extrema izquierda concebía la lucha revolucionaria como una lucha de las masas simultáneamente contra los gobiernos extranjeros y los explotadores domésticos. Dudaban de la capacidad de la nobleza y de la débil clase media, con sus intereses frecuentemente ligados a los del Gobierno, para guiar a la nueva nación hacia su independencia y modernización. Su programa estaba fuertemente influido por el naciente socialismo occidental. De acuerdo a Hobsbawm (1998): “Las organizaciones blanquistas entre 1830 y 1848 se decía que estaban constituidas casi exclusivamente por hombres de la clase más baja. Este era un caso excepcional. El grueso de los conspiradores seguía formado, como antes, por hombres de las clases profesionales o de la pequeña burguesía, estudiantes y escolares, periodistas, etc.”

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La extrema izquierda de 1848 estaba decididamente a favor del principio jacobino de centralización y de un fuerte poder ejecutivo, frente a los principios girondinos del federalismo, descentralización y división de poderes. Un factor occidental que reforzaría el internacionalismo de 1830-1848 fue el exilio. En los centros de refugio los emigrados se organizaban, discutían, disputaban, se trataban y se denunciaban unos a otros, y planeaban la liberación de sus países o la de otros pueblos. Según Hobsbawm (1998): “El comunismo, que trataba de explicar y hallar soluciones a la crisis social del mundo, atraía a los militantes y a los intelectuales meramente curiosos a su capital, París. En aquellos refugios los emigrados formaban esa provisional –pero con frecuencia permanente– comunidad del exilio, mientras planeaban la liberación de la humanidad. No siempre les gustaba o aprobaban lo que hacían los demás, pero los conocían y sabían que su destino era el mismo. Juntos preparaban la revolución europea, que se produciría y fracasaría en 1848”.

La búsqueda de las reivindicaciones de los obreros llevó, como había sido el caso poco antes en Inglaterra, a la aparición en Francia de un movimiento nacional de los trabajadores: primero en Lyon, y más tarde en París y otros lugares. Este fenómeno originó a su vez una nueva ideología de protesta popular, uno de cuyos aspectos centrales fue la reclamación de una “república social y democrática”, es decir, una entidad que ya no estaba formada a imagen de la burguesía liberal (como en 1789 y 1830), sino que coincidía más estrechamente con las nuevas necesidades de los productores esenciales. A juicio de Rudé (2004): “Se manifestó por primera vez esta fórmula en las calles y los clubes de París durante la primavera de 1848, pero se repitió en otras revoluciones, por ejemplo en Hungría, Grecia y Rumania más avanzado el mismo año. Por lo tanto, 1848 fue una culminación, en cuanto llevó a su término o completó algunos de los desarrollos del proceso ‘revolucionador’ que se originó en Francia a partir del directorio. Pero en otros aspectos fue una derrota, y se convirtió en un movimiento de cambio de carácter muy distinto”. Incluso en Francia, donde la revolución de febrero pareció tan prometedora, las esperanzas de una “república social y democrática” duraron poco, y se esfumaron en el marco de la sangrienta derrota de junio. En Italia, la revolución de 1848, aunque fue el trampolín de la posterior unificación nacional, no promovió cambios sociales; y en Alemania –a pesar de que, como en Austria, se abolió la servidumbre o quedó debilitada– la revolución fue un fracaso mucho más que un éxito, pues los liberales, que habían realizado su revolución bajo una bandera nacional pangermana y habían convocado a un parlamento nacional para señalar su victoria, se rindieron cuando comenzó a oírse la voz de las masas, y disolvieron su parlamento y devolvieron el poder a Austria y a los príncipes, según lo determinaba el Sistema de Congresos. Más aún, en ambos países los liberales y los nacionalistas viraron bruscamente hacia la derecha y, para unir a sus países, se situaron detrás de las medidas conservadoras o casi conservadoras de Bismarck y Cavour. De modo que, según Rudé (2004): “No es del todo impropio afirmar que también en el caso de París, 1848 marcó un momento de cambio. Después de haber sido durante sesenta años como el trampolín casi indispensable de la Revolución, ahora comenzaba a ocupar un lugar de segunda fila”.

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El año de 1848 fue el del Manifiesto del partido comunista redactado por Marx y Engels. A partir de datos e ideas derivados del filósofo dialéctico alemán Hegel, de las historias francesas de la “lucha de clases” y de la economía política británica, sobre todo la teoría de la plusvalía del especialista inglés en política económica David Ricardo, Marx y Engels crearon una nueva síntesis. En la misma Francia, donde el progreso de la industrialización fue relativamente lento después de 1815, abundaban las ideas socialistas, muchas de ellas propagadas por intelectuales que conocían mejor el interior de las bibliotecas que el de las fábricas. Y, de hecho, la palabra “socialismo” en su acepción contemporánea fue inventada en Francia. Decidir el momento adecuado era, en opinión del joven Marx, posiblemente la más importante de las decisiones que debían tomar los revolucionarios. Y al parecer muchos pensaron que el momento era la primavera de 1848. Al respecto, Briggs y Clavin (1997) manifiestan: “Antes de que estallara la revolución de Febrero, la guerra civil de Suiza había acabado con la victoria de los liberales sobre los cantones católicos, y Suiza se había convertido en un estado liberal”.

En Inglaterra se produjo una impresionante manifestación cartista en Londres el 10 de abril de 1848, en la que por primera vez se unieron a los cartistas los partidarios de la Joven Irlanda, un grupo nacionalista irlandés que había alcanzado cierta notoriedad tras la muerte de O‘Connell. Tanto aquí como en todas partes lo principal era la juventud. Según Briggs y Clavin (1997): “Para que el liberalismo y el nacionalismo triunfasen en Italia o en Alemania era tan esencial que se produjera una revolución en ese ente plurinacional que era el Imperio austriaco, y que Metternich desapareciera del panorama europeo, como lo era que se produjese una revolución en Francia; sin embargo, no fue en Viena, sino en Budapest, donde empezó la cadena de acontecimientos que acabaría provocando la caída de Metternich”.

Los componentes de los disturbios que se produjeron a continuación en el heterogéneo imperio de los Habsburgo fueron muchos y contradictorios (liberalismo, nacionalismo, movimientos de campesinos, sin olvidar el antisemitismo); y pronto las grandes ciudades de Praga, Budapest, Milán y Venecia sucumbieron a la fiebre revolucionaria. Nada de lo sucedido en Alemania hubiera sido posible de no haber cambiado los tiempos en Viena y París. En esa misma primavera de 1848, el 22 de mayo, cuatro días después de la apertura del Parlamento de Frankfurt, a la que asistió un solo campesino, y ningún obrero industrial, la asamblea nacional de Prusia, cuya composición social era más variada, pues incluía algunos campesinos, se reunió en Berlín, una ciudad todavía muy alterada, que la guardia civil no consiguió dominar. Era, pues, poco probable que las primeras conquistas de la excitante “primavera de la libertad” llegaran a consolidarse. Para Briggs y Clavin (1997): “Las revoluciones de 1848 habían sido más rurales que urbanas, y las habían dirigido intelectuales con poca experiencia política, cuyos objetivos eran muy distintos entre sí, y los trabajadores que habían participado en ellas no eran en su mayoría obreros industriales, sino jornaleros, artesanos y maestros artesanos de poca monta, una mano de obra muy diferente del proletariado industrial al que se dirigían Marx y Engels en el manifiesto comunista”.

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Para los revolucionarios fue un signo particularmente ominoso que a lo largo de la primavera de 1848, Rusia, donde se produjeron numerosos disturbios en el campo, pero ninguno en las ciudades, se mantuviese a la expectativa. Nicolás I había movilizado inmediatamente un gran ejército para apoyar a las posibles víctimas de agresiones francesas en febrero de 1848. Y aunque la situación europea cambió por completo tras la caída de Metternich y la revolución de Berlín, el gran ejército ruso –como sabían los liberales y nacionalistas de todas partes– seguía alerta. Las revoluciones de 1848, la “primavera de los pueblos”, no fueron más que eso; una primavera. Una primavera que cuando se marchó, todo, o casi todo, volvió a la normalidad. Las revoluciones del 48 comenzaron y fracasaron ese mismo año. Los sueños y esperanzas de campesinos y obreros tendrían que seguir esperando mucho tiempo más. Cada situación revolucionaria tenía su propia historia, en la que convergían elementos diversos, posiciones confusas y personalidades enfrentadas, pero había algunos rasgos comunes a todas, entre ellos el desencanto final. CONCLUSIÓN Las revoluciones del siglo XIX consolidaron el poder de la burguesía europea. Estas revoluciones llevaron al poder a esta clase social en desmedro de la nobleza europea y, junto con ella, el sistema capitalista terminó por implantarse en toda Europa y, posteriormente, en casi todo el mundo. Estas olas revolucionarias (1820-1824; 1829-1832; y 1848) fueron planeadas y ejecutadas por burgueses. En ellas participaron proletarios y campesinos, sin embargo estos grupos fueron utilizados por la burguesía industrial para lograr sus objetivos. Si bien es cierto, en las revoluciones de 1848 hubo participación socialista, no se les puede tildar de revoluciones comunistas. A pesar de que el 48 es el año de la publicación del “Manifiesto del Partido Comunista” redactado por Karl Marx y Friedrich Engels, los comunistas recién comenzaban a figurar como una amenaza real al sistema capitalista en Europa. Ya Marx lo preveía en el mismo año 48 y vaticinaba que los movimientos sociales que se estaban llevando a cabo en toda Europa sólo servirían para consolidar el poder burgués en la Europa decimonónica. El movimiento comunista era débil aún, sin embargo, su fantasma ya recorría Europa. El obrero industrial participó en estos movimientos, reclamó sus derechos como lo hicieron los Cartistas ingleses, no obstante, fueron manejados desde arriba por funcionarios, abogados, médicos y comerciantes que no luchaban por las reivindicaciones obreras. La democracia, reivindicada políticamente por la revolución francesa, cimentó su poder en toda Europa a través de las revoluciones, y si beneficiaron directamente a una clase social, fue a la burguesía, que se sirvió de ella como medio para llegar al poder político. El nacionalismo fue un factor crucial a la hora de incentivar a las masas revolucionarias, su presencia en los corazones del pueblo fue clave para la explosión revolucionaria de 1848. La “primavera de los pueblos” fue un movimiento nacionalista simultáneo a través de toda

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Europa. Este nacionalismo de la mano del capitalismo burgués desembocaría en el proceso colonialista e imperialista –la etapa superior del capitalismo, según Lenin–, llevado a cabo por las potencias europeas a finales del siglo XIX con consecuencias trascendentales para la historia del siglo XX. BRIONES, Félix; LEAL, Cristián; Medel, Juan Carlos; Rojas, Mauricio Fernando. Las revoluciones burguesas del siglo XIX: 1815-1848. Author: Journal: Theoria Year: 2005 Vol: 14 Issue: 2 Pages/ record No.: 17-23.

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LECTURA II INDEPENDENCIA Y CLASES SOCIALES Alberto Flores Galindo La frustración, el desánimo, la ausencia de esperanza son sentimientos frecuentes en los escritos peruanos. Luis Alberto Sánchez define al Perú, paradójicamente, como un país que no ha encontrado aún su clave. Desde otra generación y en una trinchera opuesta, Luis Pásara arriesga la definición de un “país en derrota” y añade que ha penetrado profundamente en nosotros los peruanos, una extendida sensación de derrota, proveniente de percibir la conformación sísmica del país que periódicamente derrumba, sin que quede huella, lo que se creyó haber construido. El país desarma a su gente” No se trata de una simple postura intelectual, ni de un sentimiento pasajero consecuencia de la crisis que estamos viviendo. Se podrían buscar las filiaciones de este desanimo mediante la lectura de Riva Agüero, los García Calderón, Gonzáles Prada… No han faltado quienes –admitiendo que el sentimiento corresponda a una realidad– se han preguntado obsesivamente por el origen de esta frustración colectiva, por el momento en que, según la gráfica expresión de Zavalita, personaje de Vargas Llosa en Conversación en La Catedral, “se jodió el Perú”. Dejando a un lado la prolija enumeración de proyectos abortados y desengaños colectivos, tres fechas vendrían de inmediato al recuerdo: la conquista, la independencia y la guerra del Pacífico. Los años en los que transcurre la independencia, entre 1780 y 1821, han terminado arremolinando el interés casi inevitable de la mayoría de historiadores. Inicialmente, en las páginas de Paz Soldán o Mendiburu, se trató simplemente de la narración de acontecimientos, pero luego se fue entretejiendo una imagen que alcanzaría a ser la versión oficial de la independencia: una aventura del espíritu ante todo, en la que peruanos de diversos grupos sociales y distintas opciones políticas fueron descubriendo la existencia de su país como nación y la necesidad inevitable de romper con España. José Agustín de la Puente y César Pacheco Vélez, desarrollando estos planteamientos, revelarían el papel de los intelectuales criollos, rescatando el concepto de “precursores” e insistiendo en afirmar la vocación unitaria del Perú por encima de las diferencias de clase o etnia. Esta imagen convencional consiguió propalarse no sólo en las monografías eruditas; su mayor éxito fue llegar a los textos escolares y confundirse con la retórica patriota. Pero de manera quizá subterránea, persistía una imagen opuesta que puede rastrearse en las desengañadas memorias de Pruvonena (seudónimo del primer presidente de la República) o en las reflexiones que un descendiente de éste, el historiador José de la Riva Agüero, haría en el campo de batalla de Ayacucho: ese paisaje le recuerda el destino errático del país que atribuye a la carencia de una “clase directiva” dispuesta a infundir entusiasmos colectivos: “ ¡Pobre aristocracia colonial, pobre boba nobleza limeña, incapaz

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de toda idea y de todo esfuerzo!”. Estas intuiciones serían articuladas, años después, en los ensayos de José Carlos Mariátegui: recurriendo a la comparación con la unificación italiana, define a la independencia como una revolución frustrada; ahora podríamos decir como una “revolución política”, un cambio en las alturas, nada proclive a la intervención de las masas y destinado a que las cosas cambien para que, en definitiva, sigan igual. La independencia hubiera sido una “revolución social”, si a la presencia de una “burguesía consciente” se añadía un “estado de ánimo revolucionario en la clase campesina”, pero ninguna de estas dos premisas existían en el Perú de 1821, de manera que la independencia triunfó por la acción de los ejércitos de Caracas y Buenos Aires, ayudados por la coyuntura mundial favorable a Inglaterra y perjudicial a España. Es así como frente a la independencia resultado de un proceso natural, ansiada por todos los peruanos, expresión de la existencia de una nación, existía un pensamiento crítico, renuente a ser arrastrado por la mitificación del pasado. En esta encrucijada se ubica el libro de Heraclio Bonilla y karen Spalding: La independencia del Perú. Quizá con una excesiva crudeza, en sus páginas se retomaban viejos argumentos para concluir que la independencia no había sido ganada, sino concedida y para negar la existencia de una solidaridad nacional. Diez años después, teniendo en las manos la segunda edición del texto, es inevitable recordar la intensa polémica que se desató alrededor de éstas ideas. Evidentemente no todo fue diatriba como reprocha Bonilla, sino que también se hizo el planteamiento de construir una visión alternativa de la independencia (en una crítica de Pablo Macera) y el intento paralelo de delinearla en un libro de Jorge Basadre, El azar en la historia. No bastaba con votar en contra y criticar lo que no había sido la independencia; era necesario proporcionar al peruano común y corriente, al simple lector de libros de historia, una imagen distinta de y coherente de 1821. La constatación era insuficiente: había que buscar explicaciones, intentar razonar la historia. El problema central, en definitiva, consiste en saber si frente a la sociedad colonial fue posible, al terminar el siglo XVIII, una opción diferente: si existían las bases históricas para que se elaborara una alternativa. Esto significa indagar por las ideas y la cultura de esos años, por las críticas, planteamientos y programas, pero también inquirir por el sustento social que podrían tener estos proyectos, es decir, las clases llamadas a remplazar el viejo orden. Pero, cuestión previa, ¿la sociedad colonial puede ser pensada como una sociedad de clases? Durante el siglo XVIII, siguiendo el ritmo de entradas y salidas de barcos del puerto del Callao, se reestructura la clase dominante colonial: el núcleo fundamental estará compuesto por grandes comerciantes, establecidos en la ciudad de Lima, vinculados a la burocracia y que incluso consiguen ingresar a las órdenes nobiliarias. No todos los ricos pertenecían a alguna orden, pero todos los aristócratas debían ser ricos: junto a la hidalguía, el otro requisito indispensable era la holgura económica, especialmente para pertenecer a la nueva orden de Carlos II. Entre 1761 y 1810 se otorgaron 349 títulos de nobleza en Lima. El gran comercio limeño se sustentaba en los intercambios con la península y en el control sobre dos espacios coloniales vecinos: Quito y Valparaíso. La mayor flota mercante del Pacífico, compuesta todavía en 1818 por 81 fragatas, 76 bergantines, 13 goletas y 34 em-

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barcaciones menores, permitía el ejercicio del monopolio de parte de unos comerciantes que además eran navieros y propietarios de bodegas en el puerto del Callao. A los beneficios que obtenían en el mercado externo, se añadía la expansión en el interior recurriendo a los mercaderes itinerantes, el comercio compulsivo de los corregidores y la edificación de una red de intercambio mediante un sistema de deudas y adelantos. El Tribunal del Consulado –el gremio empresarial de la época– los reunía y les permitía actuar con coherencia, por encima de las discrepancias que podían suscitarse entre grandes y medianos comerciantes. Las tensiones entre españoles y criollos ocupaban un lugar secundario. La mayoría eran peninsulares o de lo contrario, siendo hijos de migrantes, se sentían como tales, de manera tal que consideraban la denominación de criollo como ofensiva y peyorativa: ni siquiera José de la Riva Agüero –uno de los llamados precursores de la independencia- podía admitir un término que se había originado en el Caribe para definir a la oprobiosa mezcla, según su entender, entre blancos y negros. El racismo y el sentimiento de una supuesta superioridad al considerarse europeos, definían con rasgos marcados el perfil de estos hombres. La aristocracia mercantil compartía con algunos grandes mineros y terratenientes y con la iglesia, una concepción estamental de la sociedad, según la cual esta era similar al cuerpo humano: cada órgano sólo podía desempeñar una función. Así como la cabeza estaba destinada para pensar y los pies para caminar, y no era posible trastocarlos, los campesinos o los esclavos no podían aspirar a ser señores. A parte del título nobiliario, el cargo público o la categoría de español, la educación era otro privilegio que establecía los linderos entre aristocracia y plebe, si queremos emplear dos términos de la época. La aristocracia limeña terminó cohesionándose al asumir la defensa del orden colonial. En sus orígenes se había beneficiado con el monopolio comercial y el rol hegemónico asignado a Lima. Desde entonces, sus miembros comprendieron que su futuro como clase dependía de persistir en el pacto colonial. Esta convicción se mantuvo a pesar de que las reformas borbónicas, con la creación del virreinato del Río de la Plata o el libre comercio, perjudicaron directamente sus intereses. Pero estos trastornos eran sobrellevables, frente a lo que podría ocurrir ante una eventual victoria frente a los patriotas. El inicio de las guerras de independencia terminó aproximando a un más el destino de la aristocracia con España. Un informe del Tribunal del Consulado sostenía –alrededor de 1810– que “las Américas son una parte integrante y muy principal de la monarquía española. Unidas íntimamente a ella y conspirando siempre a su mayor lustre, prosperidad, es muy difícil que ningún poder extraño consiga trastornarla en ningún evento […]. Sea pues una misma cosa las Américas con España pues son una parte constitutiva, y tan principal de ella”. No se podía negar la consecuencia con estos postulados, testimoniada incluso en el terreno más reticente para un comerciante: los gastos y donativos para mantener a los ejércitos. Recurramos a una sucinta enumeración de algunos: en 1780, el Tribunal del Consulado se compromete a mantener 1000 hombres armados y otros 1000 con uniforme para enfrentar a la “gran rebelión” tupacamarista; en 1810 se otorga un donativo de 1000 ps.; al año siguiente 21 600 ps. Para el regimiento Concordia; en 1812 un total de 496 000 ps. Para sostener a las tropas del Alto Perú; siguen luego 45, 285 ps. De donativos y otros 100 000

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ps. Para “recuperar” Quito; en 1814 la ayuda asciende a 1 000 000 ps., sin considerar un préstamo de 40 000 ps.; al año siguiente otorgan un préstamo de medio millón; y todavía, en 1821, un donativo de 100 000 pesos. Todo esto sin contar las erogaciones particulares. El Tribunal del Consulado, cuando faltaban pocos meses para el ingreso de San Martín a Lima, seguía ofreciendo recompensas a todos aquéllos que desertasen del ejército rebelde. En ningún momento, los comerciantes pusieron en duda su vocación realista, el alineamiento al lado de España y la fidelidad al monarca, pero esta terquedad terminaría por ser una de las causas de su ruina como clase social, no sólo por la victoria patriota, sino también por las consecuencias inmediatas de los enfrentamientos militares: pérdida de mercados como Chile y Quito, destrucción de la flota mercantil limeña y saqueo de las haciendas. Si el Perú fue uno de los focos de resistencia realista, esto no se debió exclusivamente a la personalidad del virrey Fernando de Abascal, como insiste en reiterarlo la historiografía tradicional, sino a la presencia en Lima, de la aristocracia colonial más numerosa de toda América Hispánica. A pesar de que el último tercio del siglo XVIII, no ofreció una coyuntura favorable para sus negocios, el poderío económico fue suficiente para respaldar las campañas contra todos los esfuerzos subversivos. Toda la revolución social tiene como primer acto la división de la clase dominante: expresión de su descomposición de su incapacidad para mantenerse al frente de una sociedad. Esto no ocurrió en el Perú ni en 1780, ni en 1810, ni en 1821. La aristocracia colonial –sin negar las diferencias internas que se manifestaban, por ejemplo, al momento de elegir a los priores del Tribunal del Consulado– fue un edificio liso, sin resquebrajaduras importantes, a pesar de todas las convulsiones sociales de esos años. Por eso, como los edificios poco flexibles ante los movimientos sísmicos, terminó al final en un derrumbe catastrófico. Este panorama sólo podría ser matizado con algunos casos particulares como el conde de la Vega del Rhen, conspirador sin éxito desde los tiempos de Abascal. Cuando llegue 1821 serán pocos los aristócratas dispuestos a colaborar con San Martín. Algunos habían emigrado a España, como el marqués Valle - Umbroso, otros partieron apresuradamente a refugiarse en los conventos de Lima o siguieron el camino que llevaba a los castillos del Callao, para huir así de los patriotas y de un eventual levantamiento de la plebe limeña. Entre los que colaboraron con el nuevo orden, no faltaron aquéllos que como Torre Tagle terminarían pronto arrepentidos. La campaña antiespañola emprendida por Bernardo de Monteagudo los espantó: para ellos era la reproducción del terror o la emergencia del jacobinismo en plena Lima. De esta manera la guerra de la independencia, quizá a pesar de algunos de sus dirigentes, acabó produciendo un cambio de envergadura en el paisaje social peruano: el colapso como clase de la aristocracia colonial. Este hecho que ahora ignoran algunos historiadores, no pasó inadvertido para observadores contemporáneos tan perspicaces como Córdova y Urrutia: “La guerra de la independencia –decía al terminar la década de 1830– ha hecho desaparecer los capitalistas americanos, de modo que el caudal de éstos ha quedado reducido a la propiedad que tienen, a los fondos rústicos y urbanos cuya utilidad sostiene a sus familias”. Las quejas de Doña Grimanesa de la Puente, obligada a sostener una extensa

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familia después que perdió un navío y las tropas saquearon su hacienda de Chuquitanta, ilustra el destino de una clase social extraña al país e incapaz de advertir un derrotero casi inevitable de acontecimientos políticos en el continente. En la última instancia el problema no es que la aristocracia fuera obsecuentemente realista, sino esa impotencia para proponer una alternativa, para buscar ensayar un camino diferente que en concordancia con sus intereses, no aplicara su derrumbe económico y social. El destino de la revolución, más que en las alturas de la clase dominante, se decide en el interior de las clases populares. El bandolerismo que asola los valles y caminos de la costa, los frecuentes motines rurales en la sierra, la persistencia de la rebelión de Juan Santos Atahualpa, son signos no sólo de un malestar social, sino de un profundo descontento, de una falta de resignación que se propala en espacios muy diferentes y que recorre todo el siglo XVIII. Pero lo que nos interesa es saber si esta violencia popular fue capaz de producir alguna alternativa frente al colonialismo y la aristocracia limeña. La independencia comienza en 1780. El levantamiento tupacamarista sorprende a cualquier estudioso de los movimientos campesinos, por el dilatado escenario de lucha, desde el Cusco hasta el altiplano, con una irradiación que llegará hasta Huarochirí, en la sierra de Lima y Salta. Jujuy y Tarapacá por el sur. Mientras, por ejemplo, las “guerras campesinas” (1525) de Alemania duraron unos seis meses, los acontecimientos en el Cusco comenzarán en noviembre de 1780, pero no terminan en abril del año siguiente con el ajusticiamiento de Túpac Amaru, sino que duran hasta 1782 después del asedio de La Paz por Catari. En definitiva, todo el espacio quechua y aymará hablante fue convulsionado. Hay una evidente correspondencia ente los territorios directamente involucrados en la rebelión y el espacio ocupado por las comunidades campesinas. Estamos ante un acontecimiento rural. No tuvo apoyo suficiente en la ciudad del Cusco (que no sería tomada por Túpac Amaru), menos en Arequipa y de ninguna manera en la capital del virreinato. El apoyo fue también escaso en las zonas altas del actual departamento del Cusco (ubicadas por encima de los 3800 msnm), donde predominaban los latifundios ganaderos, lo mismo que ocurrió en los valles profundos como Abancay cuya geografía estaba definida por las plantaciones azucareras, o en Lares donde era próspera la agricultura de la coca alentada por la gran propiedad. En cambio, en los lugares intermedios –ni tan altos como Lauramarca, ni tan bajos como Lares– , en los valles y quebradas angostos, de fuerte descenso ecológico, adecuados para las pequeñas parcelas campesinas y capaces de sustentar la autosuficiencia y la verticalidad de los cultivos, en paisajes como Acomayo o Tinta, donde las comunidades habían conseguido resistir exitosamente a la expansión terrateniente española, el movimiento tupamarista encontró acogida y fue secundado. Pero junto con los comuneros, no puede menospreciarse la intervención de esa población indígena y mestiza, sujeta a empleos eventuales, que recorría los campos del sur: la fragilidad económica a la que estaban condenados esos marginados, los colocaba como las primeras víctimas de cualquier coyuntura desfavorable. Quizá la complejidad del movimiento tupacamarista radique en que no fue sólo un movimiento campesino, como que tampoco fue un estallido espontáneo e imprevisto. Contó desde un inició con una organización, un conjunto definido de dirigentes y un programa

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por el que luchar. En este, sentido los elementos concientes, la voluntad histórica, desempeñaron un papel decisivo. Frente al colonialismo y la aristocracia limeña, Túpac Amaru esbozó un programa que podría resumirse en tres puntos centrales: a) La expulsión de los españoles o de los chapetones, como acostumbraba decir despectivamente: no bastaba con suprimir los corregimientos y los repartos, debería abolirse la Audiencia, el virrey, e incluso romper cualquier relación dependiente con el monarca español. b) La restitución del imperio incaico: fiel a su lectura del Inca Garcilaso, pensaba que podía restaurarse la monarquía incaica, teniendo a la cabeza a los descendientes de la aristocracia cusqueña, y c) La introducción de cambios sustantivos en la estructura económica: supresión de la mita, eliminación de grandes haciendas, abolición de aduanas y alcabalas, libertad de comercio. El programa reclamaba liderazgo de los curacas y los nobles incas. Este sector social había logrado persistir en la colonia e incluso era admitido por los españoles. De iniciales servidores del sistema, parecía que durante el siglo XVIII habían pasado por una toma de conciencia –ese proceso que John Rowe llamó el nacionalismo inca–. Peor, para poder vencer, necesitaba no sólo del apoyo campesino, sino, también, del concurso de otros actores sociales, en especial los criollos. Túpac Amaru pensaba en términos de un nuevo “cuerpo político” donde convivieran armónicamente criollos, mestizos, negros e indios, rompiendo con la distinción de castas y generando solidaridades internas entre todos aquellos que no fueran españoles. El programa tenía evidentes rasgos de lo que podríamos llamar un movimiento nacional. Entonces, Túpac Amaru no se limitó a pedir supresión de la mita; reclamaba –contra lo que piensa Heraclio Bonilla– todo un conjunto de cambios y proponía una alternativa frente al orden colonial. Por eso no se trató sólo de un levantamiento: fue una revolución popular, no en el modelo de las revoluciones burguesas de Francia o Inglaterra, sino similar a esos grandes alzamientos populares como el de Pugachev en Rusia o, durante el siglo anterior, los sucesos de Nápoles y Cataluña. Es así como la independencia comenzó en el Perú antes que en otros territorios del imperio español. Fue en cierta manera un acontecimiento prematuro. Sin embargo, como sabemos, el movimiento no triunfó. Entre los múltiples argumentos a los que se han recurrido para explicar el desenlace hay uno que fue oportunamente señalado por Emilio Choy y ahora parece recoger Bonilla: la escisión entre los dirigentes y las masas del movimiento. En efecto, hay bastantes evidencias que nos permiten señalar que poco tiempo después de iniciada la revolución de las masas campesinas desbordan los objetivos inicialmente propuestos y, a la par que proclamaban a Túpac Amaru como Inca, proceden a destruir, con una violencia inédita, las propiedades españolas y todos los símbolos de dominación. No distinguen entre peninsulares y criollos e incluso se enfrentan con curacas adinerados. Para esos campesinos el contenido de la revolución debía ser exclusivamente indígena: piensan en volver al Tawantinsuyo, pero recreándolo como una sociedad igualitaria, especie de comunismo primitivo, al que una esperanza mesiánica parece anunciar. Las parroquias del Cusco son saqueadas: los curas las abandonan y los feligreses dejan de asistir. Ningún obraje queda en pie en los territorios asolados por los rebeldes. En Cailloma, la población y la caja real fueron destruidas. Desde luego que estas acciones terminan por desalentar a los criollos y vuelve renuente el apoyo de los mestizos.

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Generan temor en las ciudades y no sólo entre los grandes comerciantes: el campo parece levantarse contra los rasgos modernos de la sociedad colonial; en definitiva, todo lo occidental queda amenazado por ese propósito de retornar a un pasado mítico. Quizá lo anterior permita entender el rol ambivalente de los curacas y nobles cusqueños. No obstante el papel que el programa tupamarista reclamaba para ellos, a la postre termina optando, como Pumacahua, por la fidelidad al rey de España y la conservación de un sistema que, aunque perjudicial, reunía la seguridad que Túpac Amaru no podía garantizarle, una vez sobrepasado por sus seguidores. Esta defección, junto con la de los criollos, hizo que el movimiento a la postre terminara careciendo de un grupo dirigente capaz de convencer a los participantes de la viabilidad de su programa. La imprescindible asociación que requiere el hecho revolucionario entre las ideas tradicionales y los planteamientos innovadores de los intelectuales apenas quedó esbozada y no pudo proseguir en los meses que siguieron a noviembre de 1780. El destino de la revolución quedó únicamente en las manos de los campesinos. El mundo campesino e indígena colonial, eso que ahora se da en llamar la cultura andina, era una unidad más aparente que real, como los mismos acontecimientos acabaron mostrándolo. En efecto, pareciera como si la revolución hubiera abierto la “caja de Pandora” de las fracturas y escisiones que corroían a las clases populares de la colonia. Frente a los indios de comunidades, la administración colonial improvisa un ejército con la ayuda de corregidores y hacendados, donde el elemento masivo estará compuesto por los colonos de haciendas: un amplio sector de campesinos asimilados al sistema colonial, renuentes a cualquier rebeldía, y por el contrario dispuestos a colaborar en sofocarla. Pero surgieron también contraposiciones entre quechuas y aymarás, sin olvidar los enfrentamientos entre muchos curacas fieles y las masas indígenas. Estos pronto sabrían que sus esfuerzos no serían recompensados por la corona: desde 1782 se suprimen los títulos de nobleza incaica, se busca suprimir cualquier recuerdo de los Incas y los nobles cusqueños terminan política y económicamente extirpados. Fueron los verdaderos derrotados en 1780. Desapareciendo del escenario histórico peruano como una fuerza social, indio y campesino serían sinónimos. La esperanza mesiánica indígena, en cambio, como ocurre con los sentimientos populares, persistió aunque de manera subterránea. Martínez de Compañón había recogido en sus acuarelas, inspiradas en temas de la sierra norte peruana fechables entre 1782 y 1788, la imagen de un Inca ataviado lujosamente y rodeado de sus súbditos, junto con la representación de otro Inca degollado por varios españoles a caballo, portando una bandera y una cruz. A pesar de la labor de etnocidio desatada por los españoles, imágenes similares se conservan en algunas pinturas cusqueñas, y en las paredes de Acomayo. Durante las rebeliones de Huanuco y el Cusco resurgirá el recuerdo del Inca degollado, la esperanza de su vuelta y nuevamente la lucha anticolonial, como en el tiempo de Túpac Amaru, derivará en una feroz guerra de castas. El episodio narrado por Rufino Echenique al inicio de sus Memorias, cuando nos transmite el recuerdo traumático de un niño criollo providencialmente salvado de una en una de las muchas masacres protagonizadas por los campesinos de Puno, es un ejemplo en la reiteración de esa violencia vivida desde 1780, que nunca sería olvidada por los intelectuales criollos: desde entonces ellos tuvieron que admitir su

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condición minoritaria y su desarticulación social. Personajes como Hipólito Unanue, Manuel Lorenzo de Vidaurre, José de la Riva Agüero, tenían la capacidad suficiente y el contacto necesario con el pensamiento ilustrado como para criticar al régimen colonial y la rígida división estamental de la sociedad, pero eran igualmente concientes de que esas críticas podían desatar un proceso luego incontrolable. La incertidumbre, la duda, la inseguridad definirán a esta élite intelectual, a medio camino entre la aristocracia y las clases populares. Contagiados del miedo que sentía la clase dominante, los intelectuales no excedieron de un tímido reformismo. Sólo en la hora final ingresarían a las filas de los patriotas. En los andes, la revolución campesina antecedió al levantamiento urbano, al revés de lo que sucedería en Francia, donde el proceso fue de la ciudad hacia el campo. La ciudad colonial se ubicó a la defensiva. Las bases sociales internas para cualquier radicalización política desaparecieron: el Perú no podría figurar en ningún recuento del jacobinismo latinoamericano. Cuando Monteagudo intente ganar el fervor de Lima con sus procedimientos antiespañoles, sólo conseguirá la derrota política y años después lo aguardará misteriosamente la muerte en un callejón limeño. La revolución Tupacamarista fue imaginada a escala de todo el virreinato. No debía ser –casi por definición– un movimiento regional. La nueva capital del Perú independiente sería el Cusco y la sierra se impondría sobre otros espacios, pero la revolución sólo culminaría con la toma de Lima. Es por esto que Túpac Amaru quiso contar con el concurso de los esclavos, sobre cuyo trabajo reposaba la agricultura de exportación costeña. Aunque no eran más de 40 000 en todo el Perú, la gran mayoría vivía en la costa central y de ellos, más de 10 000 en la ciudad de Lima: 16% de la población urbana. Aparentemente, los esclavos reunían con nitidez los rasgos propios de una clase social, pero ocurre que en el transcurso del siglo XVIII, a medida que la población esclava disminuía en términos relativos como consecuencia del incremento del mestizaje (mulatos y otras castas), los negros se integraban a la cultura urbana, olvidando sus lenguas y cultos africanos. Una multiplicidad de ocupaciones terminaba por fragmentar a los esclavos, a la par que se confundían en las plazas y callejones de la ciudad con esos marginados, gente sin oficio definido, que pululaban en Lima. En estas condiciones, una forma tradicional de protesta social, el palenque, sería olvidada y remplazada por el bandolerismo. El palenque representó durante el siglo anterior el desesperado intento por reproducir, áreas apartadas de los valles costeños, las costumbres africanas e incluso las jerarquías políticas. Pero, a partir de 1760, los palenques serían sólo refugio eventual de los cimarrones que para subsistir devendrán en el bandolerismo. Este es un fenómeno endémico, en el que la violencia estará a medio camino entre la criminalidad y la protesta social, pero que en ningún momento implica un cuestionamiento real del sistema. Violencia estéril. No existirá un movimiento de “liberación negra” equivalente del indígena. El bandolerismo trasunta otro hecho: la tensión entre indios y negros. En efecto, mientras es frecuente encontrar en las bandas a esclavos junto con criollos, mestizos e incluso españoles pobres, están ausentes los campesinos indígenas que, por el contrario, son también víctimas, como los viajeros y comerciantes itinerantes, de los bandidos. Por eso los yanaco-

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nas y comuneros de Huacho, Chancay o Chilca no dejan de colaborar con las autoridades españolas, denunciando los refugios de los asaltantes, informando sobre sus acciones y a veces apresándolos. A su vez, los bandidos, con la misma crueldad que arremeten contra los españoles, proceden contra los indios. El 5 de julio de 1821, antes del ingreso de las tropas patriotas a Lima, la ciudad quedó desguarnecida y se desencadenó el pánico general transmitido por la aristocracia a otras capas de la población. No era el miedo a los desmanes de las tropas, cuanto el temor a que las circunstancias propiciaran una gran sublevación de los esclavos en Lima, una especie de reedición tardía del levantamiento de Haití y Santo Domingo. El viajero escocés Basil Hall, testigo directo, no compartió esa alarma: “En cuanto a mí, no puedo creer que esto fuere posible; pues los esclavos nunca tuvieron tiempo para tomar tal medida; y sus hábitos no eran de unión y empresa, siendo todos sirvientes y diseminados en una basta ciudad, con rarísimas ocasiones de trato confidencial”. Es en la fragmentación social y en la contraposición de intereses donde el orden colonial encontraba la mejor garantía para su estabilidad. Esa disgregación social obedecía a fuentes diversas: orígenes culturales tan distintos como los de intelectuales europeístas frente a campesinos andinos, diferencias étnicas como las de negros e indios, multiplicidad de ocupaciones, roles enfrentados como los de comuneros y colonos o curacas y simples campesinos. A la disgregación habitual de las clases populares en una sociedad precapitalista se sumaban, en el caso peruano, las distorsiones propias de una sociedad colonizada y la heterogeneidad como consecuencia de esa especie de encrucijada demográfica que era el Perú, lugar donde confluían migraciones africanas y europeas, sin olvidar las diferencias entre las comunidades étnicas prehispánicas que todavía subsistían, por ejemplo entre quechuas y aymarás. Intentar una revolución como la que quiso hacer Túpac Amaru, significaba luchar contra todos estos aspectos que, sin ser evidentes a simple vista, eran de una indudable eficacia como mecanismos de control social. Todo sistema colonial reposa en la divisa de “dividir para reinar”. Las relaciones entre esclavos y campesinos fueron preocupaciones frecuentes en las cartas y memoriales redactados por las autoridades españolas. El censo que se ejecutó en el virreinato peruano después de la revolución tupamarista, no tenía como única función saber qué población había en el territorio virreinal; era quizá más apremiante indagar por las proposiciones numéricas entre los diversos grupos étnicos para garantizar así el equilibrio social. Todo lo que hasta aquí hemos expuesto nos permite sugerir algunas conclusiones. Al terminar el siglo XVIII la estructura social peruana esta en recomposición. Mientras en las alturas se forma una clase dominante amparada en el aparato colonial y la expansión mercantil, en el interior de los sectores populares, la fragmentación social –espontánea unas veces y otras, concientemente fomentada– impide la formación de una estructura de clases. El caso extremo podría ser el de los esclavos y la plebe de Lima. Sólo donde fue posible intentar remontar esta situación como en el Cusco, por la densidad campesina y la persistencia de una aristocracia incaica, pudo ensayarse una alternativa diferente al colonialismo. Pero el porvenir de esa opción pendió de las frágiles relaciones entre la élite indígena y la masa campesina. A la postre la revolución tupacamarista quedó librada a las posibili-

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dades que tenían los campesinos para transformar esa sociedad. Entonces se descubrió que los hombres andinos, al margen de la común condición de “colonizados”, mantenían todavía significativas diferencias. Paradójicamente, la derrota de 1780 no significará el fin del milenarismo indígena: persiste en el periodo de la independencia y se prolonga, como sabemos, en etapas posteriores; pero en cambio, las guerras de independencia acarrearon primero el eclipse de la aristocracia incaica y después, de manera irreversible, el colapso de la clase dominante colonial. Son evidentes los cambios que experimentó la sociedad peruana en los cincuenta años comprendidos entre 1780 y 1830, pero también es cierto que fueron todavía mayores las expectativas que se abrieron para los sectores populares. Los campesinos y la plebe urbana no pensaban que una revolución podía limitarse a un cambio político o al desalojo de la aristocracia; la revolución, para ellos, consciente o instintivamente, era el cambio substancial de un ordenamiento, la inversión completa de la realidad. Al comenzar el siglo XIX varios murales limeños –uno de ellos atribuido al pintor Pancho Fierro–retrataban la imagen de “el mundo al revés”: El reo aparecía aguardando al juez, el usurero ejerciendo la caridad, los toros arremetiendo a los lidiadores. Si experimentamos a la independencia como una frustración es porque, como pensaron muchos protagonistas de los levantamientos y batallas, abrió la posibilidad de pensar en un desenlace diferente. La presencia obsesiva del tema en nuestra historiografía se explica si consideramos que persiste, hurtando una frase de Jorge Basadre, como una promesa incumplida. GALINDO FLORES, Alberto. (1982) “Independencia y clases sociales”. En: “Debates en sociología”. Lima, 7.

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CAPÍTULO XII LA INDEPENDENCIA CRIOLLA: DEL ESTADO COLONIAL AL ESTADO CRIOLLO DE LA PRIMERA MITAD DEL SIGLO XIX Todos los historiadores modernos coinciden en señalar el importante papel de la historia en la formación de las naciones. Basadre llega a decir que la nación es producto de la historia y Marc Ferro ha escrito un libro para demostrar cómo los estados utilizan la enseñanza de la historia para ideologizar a sus futuros ciudadanos5. De ahí la importancia que tiene la “interpretación”, es decir la lectura ideológica de los grandes momentos del pasado “nacional”. En el caso peruano la historia oficial trata de tener el mayor de los cuidados en el tratamiento de ciertos episodios claves de su historia, por que el Perú, sigue siendo una posibilidad, como decía Basadre, o una nación en formación, como decía José Carlos Mariátegui. Uno de ellos es, sin duda, la captura y el asesinato del Inca Atahualpa en Cajamarca; y, otro es la “emancipación” o “independencia” de nuestros territorios. Y esta preocupación es la que lleva al ilustre novelista peruano Vargas Llosa a poner en boca de uno de los personajes de una de sus novelas la famosa pregunta: “¿en qué momento se jodió el Perú?”. Tan importante es este periodo de la independencia que el gobierno militar de Juan Velasco Alvarado casi expatria al historiador Heraclio Bonilla, por haber escrito un libro con la historiadora norteamericana Karen Spalding, sosteniendo la tesis que la independencia del Perú fue obra de fuerzas políticas y militares externas, sin mayor participación de los peruanos; en otras palabras, que los propios peruanos no habrían luchado por su independencia, sino que ésta habría sido concedida por políticos y ejércitos extranjeros (San Martín y Bolívar)6. Esta irreverencia de un historiador peruano resultaba inconcebible particularmente en momentos en que se celebraba el sesquicentenario de nuestra independencia. Sin duda, los autores de este libro no calcularon las reacciones del establishment de este periodo, particularmente en un periodo de dictadura militar cuyas banderas se consideraban “nacionalistas”. Sin embargo, las agresiones verbales y las incendiarias diatribas que recibieron estos intelectuales no impidieron que el libro se leyera ampliamente, sobre todo en el seno de los profesores de Historia de la escuela secundaria. Es por estas épocas también que aparece otro libro polémico titulado “Nueva Historia General del Perú”7, que agrupaba a la nueva generación de arqueólogos, sociólogos, historiadores, que acuñaron este título de su libro como una frase de combate contra la llamada “historia tradicional”. Así, se formalizaba una revisión del pasado; así comenzaban a hablar las 5 6 7

FERRO, Marc. (1995) Cómo se cuenta la historia a los niños en el mundo entero. Ed. FCE. México D.F. BONILLA, Heraclio y SPALDING, Karen (1972). La independencia en el Perú. Ed. IEP, Lima. MILLA BATRES EDITORES. (1974) Nueva historia general del Perú. Ed. Milla Batres, Lima.

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huacas, los pueblos, los vencidos. Así formalmente se confrontaba la nueva generación de intelectuales cuyos orígenes sociales eran básicamente provincianos y económicamente pobres1. ¿Fue la independencia peruana una concesión de fuerzas extranjeras? ¿Fueron los peruanos de comienzos del siglo XIX militantes de la causa realista? ¿Lo fueron todos? Las respuestas a estas preguntas nos ubican sin duda en uno u otro sector ideológico y político de los peruanos. Afirmar que la “emancipación” fue obra heroica de todas las clases sociales y las castas de fines del siglo XVIII y comienzos del XIX, como consecuencia de la maduración de un sentido de pertenencia y de adultez como sociedad, nos ubica en el discurso de los criollos “republicanos” de comienzos del siglo XIX y de las clases sociales dominantes actuales, cuya misión fundamental es el mantenimiento de la “gobernabilidad” de un Estado cuya legitimidad es cuestionada. Afirmar lo contrario nos coloca en el campo de quienes no reconocen legitimidad a las clases dominantes peruanas para gobernar; de quienes afirman la inexistencia de una clase dirigente en la conducción de nuestro Estado; de quienes han vuelto la vista a las viejas civilizaciones andina y amazónica como base de nuestra peruanidad. Las respuestas a estas preguntas siguen manteniendo los dos Perú de la colonia: la República de los blancos y la República de los Indios; sólo que ahora identificados con íconos electorales o culturales que luchan por la hegemonía. El proceso de la independencia en el Perú (no la emancipación, por que es un concepto precisamente que rescatan los criollos como el resumen de sus argumentos en pro de la autonomía de una sociedad adulta que pide a sus padres, en este caso la llamada “Madre Patria” española, se les conceda) no significó una gran revolución social como en Francia de 1789; se acerca más a la imagen de “cambiar todo para que nada cambie”. Los peruanos que consideramos que nuestras raíces están en los pueblos indígenas de la costa, sierra y selva, identificamos la lucha por la independencia con la actitud altiva de Atahualpa frente a los desarrapados españoles; con las luchas de Chalcuchimac, Quizquiz, Quizu Yupanqui, al momento de la invasión del Tawantinsuyo; con la guerra de resistencia a la colonización de Manco inca, Sayri Tupac, Titu Cusi Yupanqui, Túpac Amaru I en Vilcabamba; con la resistencia del movimiento del Taqui Onqoy; con las rebeliones antifiscales del siglo XVII y XVIII; con la primera independencia de los territorios peruanos en la Selva central por Juan Santos Atahualpa Apu Inca; con la Revolución de Túpac Amaru II en la sierra; con la rebelión de Pumacahua; con los guerrilleros indígenas organizados por Miller para contribuir con los ejércitos de San Martín; con sus jefes Ninavilca, el Padre Bruno Terreros, entre otros con Andrés Avelino Cáceres y sus indígenas breñeros en la guerra con Chile, y esta secuencia histórica, curiosamente, no está en la mente de los peruanos escolarizados, sino en la mente de los indígenas de la sierra y la selva que guardan en su memoria estas epopeyas y de una manera vívida. 1

López, Sinesio (2009). La reinvención de la historia desde abajo. En libros y artes de la Biblioteca Nacional.

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Los resultados de las luchas indígenas y mestizas por la libertad; sin embargo, fueron utilizados sagazmente por las elites criollas en el momento de la organización del nuevo estado, quedando relegadas de su control y sometidas a las leyes mucho más crueles que las de la colonia. Porque, si bien es cierto que podemos hablar de una población criolla identificada como los hijos de españoles nacidos en América, no todos ellos se ubicaban en una sola clase social; existe un sector criollo enriquecido por el monopolio comercial, agrupado en el “Tribunal del Consulado” y que constituye la pieza fundamental del apoyo realista con el que cuenta el Virrey Abascal en su lucha contra las Juntas de Gobierno. Al mismo tiempo existieron grupos de criollos en la clase media que ejercían las profesiones liberales (abogados, curas principalmente); también los había en los gremios artesanales y en muchos casos pequeños propietarios agrarios. En otras palabras, el mundo criollo no era, en el siglo XIX un mundo homogéneo ni cien por ciento realista. La gran resistencia a la prédica separatista en Lima no solamente se debió a la gran influencia de los criollos ricos y políticamente poderosos, sino también a que en Lima vivía la mayor población española de ultramar. Existen cálculos demográficos que consideran que el 55% de la población blanca de Lima estaba constituida por españoles. Sin duda alguna, esta población se alineaba mayoritariamente en el fidelísimo colonial. Las luchas por la independencia del Perú tuvieron en la población indígena a sus principales contingentes; de uno y otro lado. Los ejércitos realistas y los independentistas constituían sus tropas con hombres (y mujeres) indígenas reclutados forzosamente por cada uno de los ejércitos. Sólo una parte de la oficialidad estaba constituida por personas entrenadas en la guerra y para la guerra. Finalmente, las luchas por la independencia en el Perú no deben ser analizadas de manera aislada de todas las luchas separatistas de Hispanoamérica y de las revoluciones burguesas que se desarrollaron en Europa. Las influencias de las ideas de la ilustración, de la Revolución americana y francesa; de las luchas de liberación y sobre todo de las Cortes españolas, fueron recogidas por las fuerzas separatistas, minoritarias en Lima pero crecientes en las provincias del virreinato.

José de San Martín

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Con los antecedentes de las luchas por la hegemonía, en las Juntas de Gobierno que mayormente tuvo eco en las provincias alejadas de Lima (Huánuco, Tacna y sobre todo en el Cusco), el sector criollo separatista, organizado en su elite en las logias masónicas, promueve la participación de ejércitos vecinos para enfrentar al podero-


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so ejército realista. La idea de los criollos del Atlántico (Río de la Plata y Nueva Granada) era clara: sólo derrotando a los ejércitos realistas en el Perú sería posible garantizar la independencia de las otras colonias hispanas. Buenos Aires buscó penetrar en el Perú a través del Alto Perú y no pudo hacerlo. Las expediciones militares fracasaron con esa ruta. José de San Martín, un ex oficial del Rey, hijo de un militar español, nacido en Río de la Plata, preparó la expedición criolla que atacó al poder colonial del Pacífico comenzando por Chile; zona poco defendida por las tropas españolas, concentradas en el centro del Perú. Luego de algunas batallas derrotó a las fuerzas españolas, contrató los servicios del experimentado marino inglés Cochrane, quien organizó el traslado del ejército de argentinos, chilenos y altoperuanos hasta las playas de Pisco. Cochrane dejó a las tropas en Pisco y bloqueó inmediatamente el puerto del Callao, causando la zozobra de la población limeña. Las acciones militares de San Martín fueron muy limitadas, porque dedicó gran parte de sus esfuerzos en las negociaciones con el Virrey Pezuela, en Punchauca y Miraflores. Sus pequeñas tropas se dedicaron especial-

LAS CORRIENTES LIBERTADORAS

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mente a pequeñas escaramuzas acompañados siempre por los guerrilleros o montoneros indígenas organizados por el Curaca Ninavilca y el cura Bruno Terreros. San Martín consideró inadecuada su permanencia en Pisco y trasladó sus ejércitos a Huaura desde donde fue convocado por el Cabildo de Lima para la proclamación de la independencia. El ingreso de San Martín a Lima contuvo el clima de tensión de la “plebe” y obligó a españoles y criollos realistas a abandonar la capital. El gobierno de San Martín denominado del “Protectorado” fue de muy corto tiempo. Sus ideas monárquicas fueron combatidas por los criollos liberales, quienes lograron aprobar una Constitución formalmente republicana en Simón Bolívar el Congreso Constituyente de 1823. Los criollos liberales mostraron su incapacidad en la gestión del Estado promoviendo primero las Juntas de Gobierno, que fracasaron y posteriormente la elección de José de La Riva Agüero, quien luego de perder la confianza del Congreso se enfrenta al presidente electo, Bernardo de Tagle. Todo este caos político favoreció la concurrencia de Simón Bolívar, quien luego de la liberación de la Gran Colombia imaginó un Estado poderoso, similar a los EE. UU. de Norteamérica en esta parte del continente. Los liberales peruanos tuvieron que tapar sus narices para votar a favor de la “dictadura” de Bolívar. Con todos los poderes en sus manos, el grancolombiano inició los preparativos militares de las batallas de Junín y Ayacucho, con las que se consolida el poder del movimiento criollo separatista. En la historia del Perú se conoce a estos periodos como: el periodo sanmartiniano, el periodo peruano y el periodo bolivariano de la independencia. Las batallas de Junín y Ayacucho acabaron con el dominio colonial español pero también acabaron con los sueños de Bolívar. Las luchas intestinas entre liberales peruanos y bolivarianos grancolombianos se agudizaron al extremo de provocar el regreso de Bolívar a la Gran Colombia, donde lo esperaba otra crisis política que sepultó definitivamente la idea de un estado poderoso en el sur de América. La República Peruana era, en 1825, una realidad que no abarcaba el concepto. El estado carecía de recursos para su mínima existencia; las clases anteriormente dominantes de españoles y criollos habían sido destruidos económica y políticamente por las guerras de la independencia sin que aparezca un grupo social hegemónico. El debilitamiento del

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tejido social colonial y los años de guerras internas engendraron a un sector social que llenó ese vacío dejado por las clases hegemónicas anteriores: los militares victoriosos que Basadre los identifica como los “condottieris” de la Italia de los siglos XII y XIII8. A este periodo de nuestra historia Basadre lo llama “El Primer Militarismo”9. Cotler dice sobre ellos: “los jefes militares y su corte de paniaguados emergieron al primer plano de la vida política, pues bastaba contar con algún dinero, generalmente proporcionado por algún propietario, para sufragar los gastos de armar a un número indeterminado de hombres y titularse coronel de los ejércitos”10. En ausencia de una clase dominante hegemónica y el fraccionamiento total de las clases dominadas, trajo como consecuencia que fueran las instituciones militar y eclesiástica las que asumieran la conducción del estado embrionario de estos años. En esta etapa de nuestra vida como “República”, el estado vivía del tributo indígena y las rentas de aduanas, particularmente del Callao, las cuales significaban muy poco para atender la institucionalidad de un nuevo “Estado Nacional”. Durante los primeros 25 años de vida “republicana”, el Perú fue gobernado por caudillos militares, asesorados por intelectuales criollos cuyas ideologías pretendían imitar las tendencias europeas. Así nacieron los “liberales” y los “conservadores”, especies de clubes más que de partidos políticos, dedicados a organizar el escaso discurso que sobre el país se tenía.

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BASADRE, Jorge. (1981) Sultanismo, corrupción y dependencia en la historia del Perú. Editorial Milla Batres, Lima. BASADRE, Jorge. (1966) Historia de la República. Ed. San Marcos, Lima. COTLER, Julio. (1987) Clases, Estado y Nación en el Perú. Ed. IEP, Lima.

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LECTURA VIDA INTELECTUAL DEL VIRREINATO DEL PERÚ Felipe Barreda Laos Efectos de la vida colonial, sobre la vida republicana del Perú. Influencia del régimen colonial sobre el pueblo. Influencia del régimen colonial sobre las clases superiores. Los dos grandes objetivos de la educación colonial fueron: conseguir la sumisión política a la Monarquía y la sumisión religiosa a la Iglesia. En la cultura dominó la dirección teológica y el desprecio por la ciencia: y las reacciones contra estas tendencias, alcanzaron éxitos efímeros. En cuanto a la administración colonial, primó la conveniencia utilitaria de la Metrópoli en las relaciones entre el gobierno y los subordinados. Para comprender la importancia inmensa que para nosotros tiene esa época histórica, analizaremos los efectos del régimen colonial en el pueblo, y en las clases dirigentes. La servidumbre con sus cargas abrumadoras, la mita, la encomienda; el abuso desmedido que el vencedor hacía, confiado en la obligada resignación del vencido; el exterminio producido por el deseo insaciable de riqueza; la explotación del indígena con pretexto de hacer triunfar en América la fe católica; el abatimiento producido por el desprecio de los dominadores, y por cierta especie de marca de infamia que el conquistador imprimió sobre el indio, produjeron el agotamiento de la raza. Si la dominación incaica motivó en el indio el debilitamiento de la voluntad, la sumisión colonial agravó el mal haciendo perder a la raza toda energía. La imaginación paralizó su desarrollo; la inteligencia se sumió en la más completa inercia. Cuando el alma de la raza, bruscamente desadaptada de la civilización propia, debía realizar una labor muy penosa de adaptación paulatina a la nueva civilización, los encargados de convertirla, no supieron tener éxito: y la rudeza con que procedieron, las amenazas y los castigos con que quisieron imponerse, fomentaron desconfianzas y angustias. Resentimientos imborrables, y odios disimulados, crearon separaciones profundas entre conquistadores y conquistados. Desde ese momento, la raza indígena vivió alejada de la de la civilización intrusa, sin esperar felicidades del porvenir. Vivió del pasado, mirando siempre atrás, sintiendo la melancolía de la irremediable separación, cada vez mayor, del tiempo feliz que para siempre huyó. La influencia del régimen colonial sobre los demás elementos populares no fue menos perjudicial. Los virreyes se empeñaron en separar las castas, creando entre ellas rivalidades y ociosidades, por temor a posibles levantamientos. Con tal sistema era imposible la existencia de sentimiento alguno de solidaridad. Las castas vivían en el Perú en la condición indigna de clases inferiores despreciadas: en tal situación, mal podían sentir afecto por la

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patria, en la que tanto se les humillaba. El régimen colonial, fue opuesto a la formación del sentimiento nacional. En cuanto a las clases sociales superiores, la influencia de la vida colonial es de inmensa transcendencia. El escolasticismo que dominó durante tres siglos desarrolló entre nuestros intelectuales exagerado amor a la teoría, al principio dogmático. El desprecio que porfiadamente se tuvo por las ciencias, ocasionó la falta de espíritu de observación y del sentido de la realidad. Estos defectos de espíritu en las clases sociales superiores, aparecen notoriamente desde los primeros días de nuestra vida republicana. Creyendo incompatible la forma monárquica con los derechos del hombre, y repitiendo con Montesquieu que la república libre era la forma de gobierno más perfecta de los pueblos civilizados, pasamos rápidamente de la sumisión colonial al abuso de todas las libertades. Se argumentaba en favor del gobierno republicano, diciendo que el pueblo lo quería; y en los periódicos de la época se leen frases como éstas: «somos hombres espontáneamente unidos en sociedad, y sólo sujetos a los pactos que en ejercicio de nuestro albedrío hemos formado». Se declamaba contra los gobiernos personales; contra la dictadura, “esa dignidad espantosa de una espada cortante que amenaza al inocente y al culpable, al patriota y al traidor». Se reúne el Congreso de 1823 para dar al país una Constitución liberal y, aunque nuestros legisladores profesaban los principios que hemos enunciado, sufrió el Congreso una imposición militar y, a fines de ese año, aunque los demagogos repetían con Benjamín Constant que un gobierno constitucional cesa de derecho de existir, inmediatamente «que la Constitución no existe», el Congreso concedía a Bolívar facultades extraordinarias, y erigía por su propia mano la dictadura. Sin admitir transacciones de ningún género, la realidad se imponía destruyendo violentamente la construcción de los utopistas enamorados de la teoría. Atendiendo a la incultura del pueblo, este Congreso dispuso que la condición de saber leer y escribir para ejercer el derecho de ciudadanía no se exigiera sino desde 1840. Sin embargo, del convencimiento que había del atraso lamentable de la generalidad de los nacionales, la Constitución del 23, por imitación impertinente, o exagerado amor a la doctrina, dispuso en su artículo 107º el establecimiento de jurados para las causas criminales. La utopía quería sobreponerse a la realidad; pero fue vencida nuevamente por ésta. Enmendando el error, los legisladores del 28 encomendaron a los jueces de primera instancia del fuero común, el juzgamiento de las causas criminales. Sin estudio profundo del medio en que iban a aplicarse las leyes, los legisladores del 28, atendiendo sólo al principio de que el pueblo debe gobernarse a sí mismo con toda libertad, intentaron un régimen de descentralización administrativa; creando un país donde la ineptitud para el gobierno era general, las Juntas Departamentales, que tenían entre sus atribuciones la de velar sobre la renta nacional, y la de proponer prefectos y gobernadores.

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Sucedió lo que tenía que suceder: las Juntas Departamentales turbaban el orden con sus abusos, e invadían atribuciones del gobierno. Se vieron en ellas a personas incapaces; y dieron tan repetidos escándalos que la de Lima fue disuelta por la fuerza en 1831; y el Congreso de 1834 tuvo que abolir las Juntas Departamentales. El excesivo amor a la doctrina, sin base de aplicación real, determinó también la discusión ruidosa de cuestiones religiosas en el congreso de 1856, lo que trajo como consecuencia la exaltación del fanatismo popular y la revolución de Arequipa. Podríamos hacer la historia de nuestras constituciones con más detalles; se llegaría a la conclusión de que ellas representan la lucha incesante entre principios teóricos inaplicables, y la realidad intransigente. Otros muchos efectos ha producido la educación colonial en nuestras clases sociales superiores. El antiguo sectarismo de escuela ha originado la intransigencia de pensamiento, y la dificultad de comprender el credo ajeno, que rechazamos siempre con manifiesta intolerancia, cuando se opone al nuestro. Hay cierto fanatismo en nuestras luchas de opiniones; cuando discutimos, acostumbramos hacer de la razón un privilegio personal en nuestro favor. El principio de autoridad, tan rescatado de la Escolástica, y la opresión intelectual de tres siglos, han originado la necesidad que siente nuestro espíritu de esclavizar el pensamiento; la incapacidad para la creación original. Debido a esas causas es que en el Perú no ha existido ni Filosofía, ni Arte, ni Ciencia original, desde la época de la Conquista. Hemos vivido de la imitación extranjera, que ha concluido por ahogar la personalidad. La educación superior en nuestra vida independiente se ha inspirado en el mismo carácter imitativo, y no ha hecho esfuerzos por alcanzar la emancipación de nuestro espíritu. No menos funesto ha sido ese temor al poder de la autoridad civil y religiosa que prevaleció en la Colonia. El miedo favoreció el desarrollo del servilismo, vicio detestable contra el que todavía no hemos reaccionado lo bastante. La sujeción absoluta al maestro, otro carácter de la educación colonial, tenía que impedir el desarrollo de la iniciativa individual, y ocasionar incapacidad para el gobierno de sí mismo. El intelectualismo teológico predominante en la Colonia, que agotaba las energías de la juventud en discusiones estériles y polémicas ruidosas, impidió la buena educación de la voluntad. Los maestros coloniales no se preocuparon de ella, en la vida independiente hemos seguido dando preferencia al intelectualismo; hoy mismo sentimos, desgraciadamente, que la voluntad es el elemento más débil de nuestro espíritu. Llegamos así a la vida republicana, sin clase dirigente que mereciera el nombre de tal. Sin aptitud para el gobierno en los directores del país, ¿qué podía esperarse y qué podíamos ser? La historia del Perú, demuestra, irrefutablemente, que no puede existir un país libre sin clase dirigente. Los pueblos no son lo que sus muchedumbres inconscientes quieren ser; sino lo que sus hombres dirigentes quisieron que fueran. Las muchedumbres, con sus movimientos contradictorios y sus ciegos impulsos no hacen sino reflejar esa luz violácea que sobre las cumbres prendieron los hombres pensadores. Son éstos los que canalizan,

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los que estudian, los que vislumbran el porvenir, y los que imprimen el rumbo definitivo al movimiento nacional. Pero esa élite; esa clase dirigente que hace falta, sólo adquiere sus cualidades directoras con una educación sólida y bien orientada de la cual carecimos. Hemos vivido imitando: a España durante la Colonia; a Inglaterra, Francia y Alemania durante la vida azarosa de la República. En la Colonia, la unión aparente de todos los habitantes del Perú se debió a la imposición, a la fuerza; no se formó entonces el sentimiento nacional; no existió entre los espíritus solidaridad verdadera. En la vida independiente, antes que un ideal colectivo nos uniera; antes que un sentimiento nacional sincero y profundo limitara las expansiones del egoísmo individual, comenzaron los horrores de la guerra civil; en la anarquía, se ahondaron las divisiones; nos acostumbramos a creer que el interés colectivo y el bien nacional nada valían, comparados con la satisfacción egoísta de gobernar. Nada detuvo el egoísmo en su obra disociadora, porque faltaba un ideal colectivo que lo contuviera; y no existía el sentimiento nacional profundo que lo neutralizara. Que este ensayo histórico crítico; este breve análisis que proyecta la luz del pasado virreinal sobre el prisma de nuestra conciencia nacional, contribuya a percibir el ideal superior que el Perú debe realizar, venciendo todos los obstáculos e imprudencias. Ideal que debe ser la fuerza informante, funcional, unificadora, de la nacionalidad en marcha: Plenitud espiritual, económica y política. Felicidad y Grandeza. BARREDA LAOS, Felipe. (1937) Vida intelectual del Virreinato del Perú. Lima, UNMSM.

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CAPÍTULO XIII LA BURGUESÍA GUANERA Y LOS PRIMEROS INTENTOS DE ORGANIZACIÓN DEL ESTADO PERUANO A inicios de nuestra vida republicana el sabio alemán Alexander Von Humbolt pasó por nuestras costas dirigiendo una misión científica, observó el uso del excremento de las aves marinas en la recuperación de nutrientes de los suelos agrícolas. Observó igualmente el proceso de recolección de este producto en las islas cercanas al litoral, actividad que los indígenas costeños desarrollaban desde los primeros siglos de nuestra Era. Von Humboldt recogió las muestras, las llevó a los laboratorios alemanes y luego se encendió la demanda de este prodigioso producto que sólo podía recolectarse en las costas secas del Perú. Así, a partir de los años 40 del siglo XIX se inició la masiva comercialización del guano peruano a través de un sistema que tenía como eje a los llamados “Consignatarios” autorizados por el estado, único propietario legal de las islas. Los ingresos fiscales se incrementaron violentamente. A partir de 1845, el Estado Peruano tuvo las condiciones económicas para organizar su funcionamiento. Sin embargo, el volumen de recursos monetarios fue tan grande que dio origen a un amplio debate entre los políticos para decidir el destino de este dinero. El Presidente Castilla dispuso mediante una ley la llamada “consolidación de la deuda interna y externa” del Perú, operación consistente en “pagar” las deudas del Perú con todos aquellos que había contribuido con dinero o especies con la causa de la independencia. Demás está decir que este proceso significó uno de los actos más grandes de corrupción en la naciente Republica Peruana. Otro de los mecanismos utilizados por los gobiernos de la época para derivar el dinero del estado hacia la burguesía limeña fue la Ley de Manumisión de los esclavos; operación que consistió en la compra por parte del estado de los esclavos negros a quienes eran sus propietarios. Los beneficiarios de esta operación fueron los hacendados costeños y en particular los jesuitas, orden religiosa poseedora de grandes haciendas y por supuesto de esclavos. Los grandes beneficiarios de la ley de consolidación interna y externa y de la manumisión de los esclavos fueron los parientes y allegados de la burguesía criolla limeña. Los ingentes recursos recibidos por la burguesía criolla se invirtieron en la modernización de las haciendas algodoneras y cañeras y se convirtieron en una de las clases dominantes más ostentosa de América en el siglo XIX. La conversión del estado en una fuente de grandes ingresos agudizó la lucha política por el control del gobierno. Los diversos sectores del movimiento criollo iniciaron las pugnas por el control del gobierno nacional. Así, el grupo de los “hijos del país” (como

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se autodenominaron los consignatarios del guano) vieron aparecer en la escena política a grupos criollos provincianos encabezados por José Balta y Nicolás de Piérola que al carecer de relaciones directas con los consignatarios promovieron el cambio del modelo comercial del guano, firmando un contrato de monopolio comercial con la firma francesa Dreyfus. La pérdida de este negocio obligó a la aristocracia criolla limeña a constituirse formalmente en partido político mediante la fundación del Partido Civilista, bajo la jefatura de Manuel Pardo. El contrato Dreyfus incrementó los ingresos fiscales, orientándose estos recursos a la famosa política ferrocarrilera, pretendiendo imitar el modelo de desarrollo de los EEUU de Norte América. La venta “a futuro” de los recursos del guano aceleró la crisis que tendrá su culminación en la “Guerra del Salitre”

Ferrocarriles

La pregunta que siempre se hace es ¿qué se hizo con tanta riqueza? Algunas respuestas se ensayan, pero no parece que aprendemos. Como dice Alva: “Durante la era del guano fluyó una gran riqueza, tanto en manos del Estado como de la elite empresarial. Sin embargo, esto no redundó en desarrollo. Los problemas estructurales del siglo XXI son los mismos del siglo XIX: un reducido mercado interno, pocos eslabonamientos de la economía y una reducida demanda de mano de obra nacional que requiere el sector primario exportador basado en recursos naturales, el cual era y es el principal componente de nuestras exportaciones”11.

11 ALVA, Nikolai. (2007) El auge guanero 1840 - 1883, una historia más de oportunidades desperdiciadas. En: www. puntodeequilibrio.com.pe

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ExplotaciĂłn del Guano

Chino culĂ­

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CAPÍTULO XIV LA GUERRA DEL SALITRE: EL PERÚ COMO PROMESA Y POSIBILIDAD En la década de los 70 del siglo XIX la economía del guano había colapsado. La crisis se producía en medio de una coyuntura especialmente negativa para la región, puesto que el capitalismo inglés había ingresado con mucha fuerza en Chile, asociado a la burguesía chilena y orientada a la explotación del salitre dentro de territorios bolivianos. La coalición británico – chilena desarmó la supuesta alianza peruano – boliviana – argentina y, de un momento a otro, el Perú se encontró en la necesidad de enfrentar una guerra que no había previsto. El ejército chileno, provisto de las armas más sofisticadas para su tiempo y entrenados por especialistas alemanes altamente calificados, se enfrentó a un ejército improvisado, sin recursos y con un gobierno debilitado por la crisis económica del fin de la era del guano. Las campañas naval y terrestre en el sur y en Lima significaron triunfos militares del ejército chileno. La ocupación de Lima y la expedición punitiva del general Lynch significó no solamente una derrota militar sino una humillación para los peruanos. El izamiento de banderas europeas en las grandes casas de la aristocracia limeña no dejaron duda sobre la identidad nacional de la aristocracia criolla limeña. Derrotados los ejércitos boliviano y peruano, ocupada la costa y saqueadas las haciendas costeñas por la expedición Lynch, tres fueron las posiciones de los sectores sociales dominantes: una, representada por el Dr. García Calderón, en representación de los “notables” de Lima, quienes consideraban que la guerra estaba perdida y que la única actitud posible era la negociación; la segunda, representada por Piérola, que consideraba igualmente perdida la guerra pero que consideraba que se podía hacer esfuerzos para construir un gobierno menos débil para la negociación; y, la tercera, representada por Cáceres, quien consideraba que la guerra no había terminado y que el enemigo debería ser llevado a la sierra peruana y derrotarlo en ese escenario12. Estas tres posiciones frente a la situación política y militar dieron origen a tres políticas frente al invasor: los primeros conformaron un “gobierno” con el apoyo del ejército chileno en Lima, disponiéndose a negociar inmediatamente; el segundo convocó a un Congreso Constituyente en Ayacucho; y, el tercero inició los preparativos militares para organizar la resistencia en la sierra, conocida más tarde como la “Campaña de la Breña”. El desenlace de la guerra se produjo como consecuencia de una nueva alianza construida por el ejército chileno y los terratenientes serranos, temerosos del desarrollo de las luchas campesinas promovidas por Cáceres. La alternativa de la aristocracia criolla lime12

MANRIQUE, Nelson. (1981) Los guerrilleros indígenas en la guerra con Chile. Ed. CIC, Lima.

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LÍMITES PERÚ-BOLIVIA-CHILE ANTES DE LA GUERRA DE 1879

El Repase

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ña fue desechada debido a que la propuesta chilena de cercenar las provincias salitreras afectaba directamente sus intereses expresados en las propuestas de “nacionalización” del salitre. Por ello, fue el terrateniente Iglesias, propietario de la hacienda Montan, quien conforma la alternativa entreguista que aliada con el ejercito chileno logra derrotar a los ejércitos de Cáceres. El trauma de la guerra ha teñido gran parte de nuestros sentimientos de identidad, particularmente en las regiones del país donde se vivió la invasión chilena: Tacna, Lima y alrededores, la sierra central y norte y la costa norte. En cada pueblo todavía celebran los actos heroicos de hombres y mujeres que enfrentaron al invasor chileno sólo con su coraje.

Destrucción de Chorrillos

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CAPÍTULO XV EL SEGUNDO MILITARISMO Y LA REPÚBLICA ARISTOCRÁTICA: LA PROPUESTA CRIOLLA LIMEÑA DE CONSTRUCCIÓN DE UN ESTADO CENTRALISTA Y MONOCULTURAL El Perú de la post guerra con Chile es una sociedad mucho más compleja que la sociedad anterior a la guerra. La búsqueda de “responsables” de la derrota tiene todos los tonos; desde Ricardo Palma acusando a los indígenas por falta de “patriotismo” hasta las diatribas de Gonzáles Prada contra la aristocracia criolla limeña. Pensamiento de Ricardo Palma • “En mi concepto la causa principal del gran desastre del 13 está en que la mayoría del Perú la forma una raza abyecta y degradada que usted quiso dignificar y ennoblecer. El indio no tiene sentimiento de la patria; es enemigo nato del blanco y del hombre de la costa y, señor por señor, tanto le da el ser chileno como turco. Así me explico que batallones enteros hubieran arrojado sus armas en San Juan sin quemar una cápsula. Educar al indio, inspirarle patriotismo, será obra no de las instituciones, sino de los tiempos. Por otra parte, los antecedentes históricos nos dicen con sobrada elocuencia que es orgánicamente cobarde.” (Cartas a Piérola, p. 20)

Pensamiento de Manuel Gonzáles Prada • “En esta obra de reconstitución y venganza, no contemos con los hombres del pasado: los troncos añosos y carcomidos, produjeron ya sus flores de aroma deletéreo y sus frutos de sabor amargo. Que vengan árboles nuevos, a dar flores nuevas, frutas nuevas. ¡Los viejos a la tumba, los jóvenes a la obra!” • “El Perú, es un organismo enfermo; donde se aplica el dedo, brota la pus.”

Pero son nuevamente los militares los que asumirán la conducción del Estado en lo que Basadre llama “El Segundo Militarismo” o militarismo de la derrota, representado principalmente por Iglesias y Cáceres. La recomposición de la clase política criolla se hace en oposición del militarismo. Son los líderes del Partido Civilista y el Partido Republicano de Piérola quienes pactarán una alianza que derrota a Cáceres, no solamente en el plano político, sino, incluso, con las armas. Las montoneras dirigidas por Piérola derrotan al héroe de la Breña. La coalición civilista encabezada por Piérola derrota al caudillo de La Breña e instaura la “República Aristocrática”, que gobernará durante 20 años los destinos del país.

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La tesis central de estos gobiernos se basó en la premisa que las fuerzas que retardan el desarrollo del país son los indígenas y asumiendo las tesis racistas más conservadoras convierten en política de Estado la promoción de la colonización de territorios indígenas por grupos de hombres y mujeres blancos13 para “mejorar la raza”. Las políticas educativas estaban orientadas a “civilizar” a los indios a través de la escolaridad civilizatoria. En otras palabras, para ser peruano había que convertirse en “criollo, urbano, limeño, occidental”. Estas políticas educativas monoculturales, monolingües y enemigas de la diversidad, dirigieron la escuela pública de todo el siglo XX y continúan dirigiéndola. La economía peruana de este periodo se caracteriza por la aparición de un nuevo boom extractivista: el caucho. Esta actividad generó un cambio sustancial en las sociedades amazónicas como no la tuvo en la invasión colonial y otros periodos de explotaciones esporádicas. Los patrones caucheros eran hombres blancos o mestizos que se desplazaban en la selva peruana con un pequeño ejército de mercenarios armados que organizaban las “correrías” en los pueblos indígenas para capturar mano de obra para la saca de shiringa. Hombres y mujeres eran secuestrados en sus territorios y desplazados hacia territorios lejanos para que trabajen como esclavos. La memoria de los pueblos indígenas no olvida esta nefasta época de “desarrollo” del Perú, alentada por los gobernantes criollos. MAPA DE LOS CIRCUITOS ECONÓMICOS

13 MANRIQUE, Nelson (2003). La mayoría invisible: Los Indios y la suestión Nacional. Lima. En el despacho de la Primera Dama.

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“La Protesta” primer periódico obrero

Obreros 1919

La economía peruana inicia procesos de cambios en la hegemonía del capital extranjero. Se produce un desplazamiento de la hegemonía del capital inglés por el capital norteamericano, particularmente en la minería. Es el tiempo de la llegada de la empresa Cooper Corporation a Cerro de Pasco. Además del caucho y los minerales, durante este periodo se desarrolla la agricultura costeña14, principalmente de la caña de azúcar y el algodón; y la explotación lanera en la sierra sur. Así se configuran los tres grandes circuitos económicos del occidente peruano (lana, minerales, azúcar y algodón) y el gran circuito oriental del caucho. Los inicios de la modernización económica marcan igualmente la aparición de nuevos actores sociales y políticos: el proletariado urbano y rural, la clase media urbana y el desarrollo de los conflictos con otras características15. Los inicios del siglo XX nos ofrece un panorama demográfico completamente disfuncional a las necesidades de la economía capitalista en pleno auge. La mayoría de la población vivía dispersa en las áreas rurales de la costa, la sierra y la selva, mientras las inversiones se concentraban en lugares específicos (minas, haciendas, fábricas). Es la época en que las grandes empresas agrícolas de la costa se organizaron en la Sociedad Nacional Agraria (SNA) y promovieron un concurso para buscar una solución a la falta de mano de obra en sus haciendas16. 14 KLAREN, Peter. 1978 Las haciendas azucareras y los orígenes del APRA. Ed. IEP, Lima. 15 PAREJA, Piedad. Anarquismo y sindicalismo en el Perú (1904-1929). Ediciones Richkay Perú, Lima. SULMONT, Denis. (…) Historia del sindicalismo en el Perú. LEVANO, César. La verdadera historia de la jornada por las 8 horas. 16 BURGA, Manuel y FLORES GALINDO, Alberto. (1984) Apogeo y crisis de la República Aristocrática. Ed. Ricchay, Lima.

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LECTURA ÉPOCA DEL CAUCHO Y BARBARIE Alberto Chirif -

Debían ser como tres mil- murmuró. ¿Qué? Los muertos –aclaró él-. Debían ser todos los que estaban en la estación.

La mujer lo midió con una mirada de lástima. “Aquí no ha habido muertos”, dijo. “Desde los tiempos de tu tío, el coronel, no ha pasado nada en Macondo”. Como muchas de las historias que han conmovido al mundo, la del caucho, la de las atrocidades cometidas durante esa época contra la población indígena ha sido luego negada por sus actores o por quienes han asumido su defensa, al igual que la historia figurada, pero no por ello menos verdadera, de la masacre perpetrada por la bananera en Macondo. Precisamente por los años en que leía esa novela, un alemán que bordeaba los cincuenta años y que, como todos los de su generación, había integrado las brigadas juveniles nazis, me afirmaba, en Pucallpa, que aquello del exterminio del pueblo judío por el ejército alemán no era más que una invención de las películas estadounidenses y que, a lo mucho, como estaban en guerra y los recursos eran escasos, uno que otro viejito había muerto abandonado por falta de atención y medicamentos, ya que éstos debían ser destinados a los combatientes. …Hablar de la época del caucho, desde la perspectiva que concierne al carácter del presente libro, es hablar de maltratos, torturas y asesinatos de indígenas, y también de corrupción, abuso de poder e hipocresía. Sin embargo, la humillación y comercio de seres humanos y los asesinatos de indígenas no son exclusividad de esa época, ya que existían desde antes y continuaron hasta después de la caída del interés económico en la extracción de las gomas. Visiones y acciones sobre y contra los indígenas Ayuda a comprender la situación de los indígenas durante la época del caucho, las visiones que se manejaban sobre ellos en los años posteriores a la declaración de la Independencia, así como el trato efectivo que se les daba. A pesar de las arbitrariedades cometidas contra los indígenas durante la Colonia, en esa etapa se dieron una serie de normas y medidas que intentaban paliar los abusos contra ellos. Los misioneros habían presionado por la vigencia de un estilo de conquista que diese prioridad a argumentos de tipo religioso antes que al uso de las armas, aunque esto no implicó que dejasen de ejercer medidas punitivas contra quienes se rebelaban a su autoridad. La expulsión de los jesuitas y, en general, el

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decaimiento de las misiones durante las primeras épocas de la república, hizo más vulnerables a los indígenas. La historia demuestra que ningún poderoso esgrime el poder como razón en sí para imponerse. Ninguno dice te domino porque sí; lo hago porque soy más fuerte, y porque lo soy, no tengo necesidad de explicarte nada. Para explicar un comportamiento prepotente ante los demás y uno mismo, hay que darle a éste, como antes mencioné, una dimensión moral. Ejemplos cercanos en el tiempo ilustran esta actitud, ya sea que se trate, unas veces, de defender la pureza de la raza, otras, al mundo occidental contra armas de destrucción masiva y así, sucesivamente: la revolución, la libertad, la fe o el bienestar general. El derecho de conquista ejercido después de la llegada europea a América no escapó de esta lógica, ni en ese entonces ni en los siglos sucesivos. No obstante, a través de éstos las visiones que lo justificaban fueron cambiando, de manera de acomodarlas a los intereses de los tiempos y también a los límites que éstos imponían. Si bien en los albores de la invasión a América, los conquistadores pudieron argumentar que la imposición de la fuerza se basaba en el carácter no-humano de sus pobladores y en el deber de ellos de elevarlos de condición, el argumento no podía durar indefinidamente, porque implicaba demasiada violencia y contradecía los postulados más básicos de la fe cristiana. Y en efecto, terminó con la bula del Papa Paulo III, en 1531, que declaró que los indígenas eran seres humanos y no bestias. El nuevo argumento fue considerarlos humanos pero ateos, lo que justificaba que occidente asumiera su rol de salvarlos de las tinieblas. Entonces se impusieron las reducciones misionales, que es un concepto que tiene al menos tres significados complementarios: 1. concentración de indígenas en lugares determinados, 2. limitación de su espacio territorial y de su acceso a recursos naturales, y 3. descenso vertiginoso de su demografía, a causa de las muertes originadas por nuevas enfermedades y dramáticos cuadros de hambre producidos no sólo por las restricciones para la apropiación de su hábitat, sino también por el menor tiempo que podían disponer para obtener alimentos, ya que encomenderos y misioneros los habían cargado con nuevas tareas.

El Cónsul Británico Mitchel destacado en Iquitos a mediados del decenio de 1910, de visita en una comunidad de Witoto.

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Así llegó el siglo XIX con el desarrollo del positivismo y la definitiva secularización del conocimiento y, en general, de la sociedad. El traslado al campo social de la teoría de la evolución de las especies le dio peso científico a los argumentos sobre la inferioridad de los indígenas, a quienes colocaron en el extremo opuesto de la sociedad civilizada que la había fabricado. En ese momento el salvaje era humano y no importaba ya que fuese ateo, pero sí que no fuese civilizado. El papel de occidente era civilizarlo, ya no a través de la religión dada su creciente laicidad, sino del trabajo, del orden y del provecho. Se acuñaban así los gérmenes del fascismo que cristalizaría más tarde: correrías, matanzas, torturas, rifas de muchachas y hasta asesinatos por diversión, como relatan los escritos sobre la época del caucho e incluso algunos mucho más recientes, de hace tan sólo 20 años, y esto sin apostar que no existan aún hoy situaciones similares. Las tres imágenes históricas elaboradas por los occidentales para justificar su dominio frente a los indígenas (no-humanos, ateos y salvajes), en realidad no son sucesivas sino acumulativas. Como es fácil deducir de la lectura de los documentos de la época que expondré más adelante, los atributos dados al salvaje durante el XIX e incluso el XX, incluye su condición de animalidad y ateísmo, además de otros, como falta de sensibilidad e inteligencia. En este sentido, lo que mejor define al indígena desde esta perspectiva es su total carencia de atributos positivos. Por otro lado, también es interesante señalar que si bien la Iglesia se opuso a la teoría del evolucionismo biológico construida por Darwin, los escritos de misioneros en estos siglos reproducen los planteamientos del evolucionismo social sin cuestionamiento alguno. Éstos tampoco parecen haber reparado que los grandes teóricos y difusores de esta última hayan sido dos de los mayores ateos de ese siglo: Engels y Marx. El evolucionismo social no intenta sólo una explicación fría y objetiva de la historia de la humanidad, sino que implica también una toma de posición subjetiva frente a ella, según la cual los viajeros y sus congéneres occidentales ocupaban el lugar privilegiado de la escala. Las opiniones de Darwin antes citadas sobre las abyectas posturas de los fueguinos y sus repugnantes cataduras son ilustrativas. Sorprende que una persona de su rigor intelectual, cuando se trata de exponer relaciones de causa-efecto entre los fenómenos naturales, demuestre tanta subjetividad en sus juicios sociales: Basta mirarle el rostro a unos y otros para convencerse de que los neozelandeses son salvajes y los tahitianos gente civilizada. (Ibíd.: II: 235). Civilizar al indio se convirtió en la nueva consigna que irá a definir las características de la aproximación entre gobiernos y empresarios civilizados e indígenas salvajes. Y así como desde el XVII la evangelización de indios ateos, apartados de la gracia de la religión y de futuros paraísos, había justificado el dominio de misioneros, corregidores y encomenderos, quienes asumían, con palabras de la época, la sacrificada labor de hacerlos partícipes de los beneficios de la razón y de la fe; a partir de entonces, las políticas de apropiación de recursos y seres humanos se basarían en el declarado deber de los gobiernos de civilizar a los indígenas.

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…El viajero del siglo XIX está imbuido de las ideas civilizatorias y ve la realidad con los ojos de un occidental ubicado en una posición de superioridad. Eduard Poeppig, quien recorrió la selva peruana alrededor de 1830, ha dejado una interesante obra en la que expresa lo que ve y piensa. Él representa el caso de alguien fervientemente convencido de sus ideas acerca de la superioridad europea respecto a los indígenas, aunque, a veces, como expondré más adelante, es lo suficientemente honesto para darse cuenta que los atropellos que se cometen contra éstos no tiene nada que ver con la idea de civilizarlos. Refiriéndose a los indígenas señala: Si hubiera razones que pudieran explicar su poca capacidad de asimilar la civilización y la inferioridad de toda su raza, una de importancia decisiva sería la observación de que no es el amor a la vida libre en medio de la naturaleza lo que le hace buscar la selva, sino el vago sentimiento de que su destino lo sitúa cerca del animal, y en la mayoría de los casos sólo la cultura europea, ya por artificio, ya por fuerza, puede vencer este instinto a costa de la existencia de generaciones enteras que, negadas para la civilización y como bajo los efectos de cuerpos extraños, están condenadas a sucumbir (Poeppig 2004: 331). Su entusiasmo lo lleva incluso a decir que el europeo sólo podrá contar con la estima del indio cuando ...haya logrado superioridad terminante, combinando la inteligencia mucho mayor del blanco con las vigorosas propiedades físicas y la experiencia del hijo de la naturaleza (Ibíd.: 315). Él quiere así que la superioridad del europeo no sólo sea a través de la inteligencia, sino también de la fuerza. Sin embargo, como mencioné, él es muy claro para cuestionar la actitud de autoridades, curas poblanos (defiende en cambio a los jesuitas, y se lamenta de su expulsión y de las consecuencias negativas que ésta ha tenido para los indígenas) y cazadores de esclavos. Da cuenta de la caída demográfica de la población y de la fusión de etnias disminuidas, como estrategia de sobrevivencia. Critica el desorden que ha traído la revolución de la Independencia y, en una apreciación que suena muy actual, acota: El nombramiento de los funcionarios se efectúa en el Perú en virtud de consideraciones políticas y jamás decide la capacidad de la persona (Ibíd.: 339.) Fustiga a las autoridades cuando señala que el

Estación cauchera de El Retiro en el primer decenio del siglo. En 1903, año de fundación de la Casa Arana, había ya cerca de medio centenar de centros de acopio como éste, en los ríos Igara, Paranáy, Cara, Paraná, dependientes de la compañía.

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subprefecto de una provincia ejerce un poder absoluto como un déspota oriental, pese a lo mandado por la Constitución, que por lo demás es letra muerta; y en las zonas donde la población indígena es mayoritaria, la arbitrariedad y los abusos no tienen límite. Al hablar del subprefecto de Maynas, dice que impone tributos a pesar de tratarse de una zona liberada por ser de misiones. Señala que al de Moyobamba le temen hasta los habitantes blancos. Como los empleados subalternos no reciben paga, explotan a los nativos para resarcirse, cosa que se tolera tácitamente (Ibíd.: 339). Cuenta que anteriormente un forastero podía disponer de un mitayo a cambio de una modesta remuneración, quien sin embargo debía prestar servicio gratis a los funcionarios. En el momento de su viaje, observa una situación aun peor, debido a que la gran mayoría de la población está ocupada en realizar incesantemente trabajos forzados para las autoridades. A causa de esto, los indios hacen todo lo posible para sustraerse a futuros abusos cortando árboles de cacao y extirpando la zarzaparrilla (Ibíd.: 343). El indio, sigue Poeppig, gime bajo el yugo insoportable de la explotación tolerada por las autoridades civiles (Ibíd.: 345), ya que en la actualidad, raros son los días de los que se le deja disponer libremente y utilizar en su propio provecho (Ibíd.: 309). Señala que muchos indios de Yurimaguas, Balsapuerto, Muniches y Lagunas han preferido internarse en la selva, pues aunque tengan que sufrir en sus nuevos asentamientos algunas privaciones no habituales, su situación será de todos modos mejor que en los pueblos, donde los inacabables trabajos forzosos no les permiten hacer algo en su propio provecho, al punto que ni siquiera les queda a veces tiempo para cultivar su chacra. Remarca el tema de la exoneración de tributos de la población indígena de Maynas, disposición de la cual las autoridades no hacen caso, ya que obligan a la población a recolectar productos regionales, como resinas, plantas medicinales, bálsamos, zarzaparrilla, cacao, etc., con el fin de negociarlos por cuenta propia. Pero los abusos van más allá, y los gobernadores llegar a persuadir (sic) a los nativos para que compren artículos que no les sirven para nada, o bien cobrándoles precios mucho más altos que en Tabatinga (Ibíd.: 311). Opina que las injusticias no son menores que las que se cometían en el siglo XVI. Los curas (que han reemplazado a los jesuitas) disponen de ocho mitayos que deben cazar para él durante toda la semana. Si acaso regresaban con las manos vacías, eran castigados severamente. Un número menor prestaba servicio al teniente gobernador, y, si era necesario, ninguno de estos hombres podía realizar trabajos en su propio provecho (Ibíd.: 312). Esos curas querían mantener buenas relaciones con el poder, por lo que no les cuestionaban sus arbitrariedades, que por cierto ellos también cometían. Además, los indios eran sometidos a castigos corporales. Como remate de su descripción, Poeppig relata un hecho sucedido alrededor de 1828. En esa época, el gobierno central había ordenado seleccionar jóvenes de los distritos apartados con el objetivo de enviarlos, en calidad de estudiantes becados, a las capitales de provincia para que terminaran sus estudios. El fin era que luego pudiesen desempeñarse en sus pueblos como gobernadores y alcaldes. El subprefecto de Maynas, cuya capital por entonces era Moyobamba, ordenó que le enviaran los muchachos, a pesar que esa ciudad carecía de colegios. Como indígenas yurimaguas y cocamas opusieron tenaz resistencia,

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hizo asaltar [sic] asentamientos chamicuros y los forzó a entregar 30 muchachos que luego repartió entre sus amigos como sirvientes, y como en la costa se consideraba distinguido tener entre la servidumbre un ‘cholito’ de la selva, los pobres muchachos fueron llevados a Trujillo (Ibíd.: 314). Estudiosos contemporáneos, como Santos y Barclay (2002), presentan los mecanismos de captación de mano de obra utilizados por los caucheros de Maynas, basándose en información obtenida de documentos escritos principalmente por autores nacionales. Aunque en 1825 el gobierno había prohibido toda forma de trabajo personal coercitivo y, de manera especial, que las autoridades forzasen a los indígenas a laborar para terceros, en la práctica, como queda claro del relato de Poeppig, las cosas sucedían de otra manera.

Así, ellos señalan que los indígenas catequizados siguieron proporcionando la mayor parte de la mano de obra de la región. Por esta razón, al comienzo del auge gomero fueron los primeros en ser reclutados por los extractores y comerciantes (Ibíd.: 65). Cuando el auge creció, también aumentó la demanda de mano de obra, tanto de mestizos como de indígenas catequizados. Por esto se despoblaron tanto Moyobamba como los caseríos indígenas del Huallaga. Entre otros, ellos citan los casos de Jeberos y Lagunas, que entre 1859 y 1903 pasaron de 3000 a 300 habitantes, y de 1000 a 130, respectivamente. Esos autores citan un documento del subprefecto de la provincia de Alto Amazonas, en el cual éste señalaba que la mayoría de hombres eran arrebatados de sus hogares para destinarlos al trabajo de las gomas. El reclutamiento era principalmente a través del sistema de habilitación y enganche, que consistía en ofrecer bienes sobrevaluados, que la gente tenía que pagar con productos naturales subvaluados que, por lo general, no llegaban a cubrir la deuda contraída. Por esta razón tenían que volver a habilitarse, y así se establecía una situación de enganche que los indígenas no podían romper. Los intentos de fuga eran castigados mediante flagelaciones. Los indígenas que estaban en esta situación podían ser transferidos como mercancías. Las deudas estaban sujetas a compra y venta; en el primer caso implicaban una pérdida de alrededor del 20%. También podían ser ofrecidas como garantías para préstamos (Ibíd.: 65 y 85). El traspaso se formalizaba mediante un documento firmado ante alguna autoridad local, y un mismo peón podía ser transferido varias veces a lo largo de su vida. En caso de muerte, los hijos heredaban la deuda y debían continuar trabajando para el patrón a fin de pagarla (Ibíd.: 65-68). La demanda de mano de obra continuó creciendo hasta el punto de no ser suficientes los mestizos y los indígenas catequizados, razón por la cual los extractores de gomas volcaron su mirada hacia los indígenas tribales, es decir, aquellos que aún se mantenían independientes, rechazaban la idea de recibir órdenes y la noción de trabajar de manera independiente en una sola tarea (Ibíd.: 69). En este contexto es que los caucheros optaron por las correrías como forma de incrementar su disponibilidad de mano de obra. Sin embargo, en la práctica, como señalan Santos y Barclay citando autores de la época, como el ex prefecto de Loreto Hildebrando Fuentes, el alférez de fragata Germán Stiglich o el ingeniero Jorge von Hassel, que formó parte de la Comisión Hidrográfica del Amazonas, estas

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capturas producían sobre todo concubinas para las zonas caucheras y niños sirvientes que, luego de ser civilizados, representaban un capital a futuro. Precisamente, ese ingeniero expone en uno de los informes de exploración, con total naturalidad, el espléndido negocio que significan los asaltos a los pueblos indígenas, pues los salvajes jóvenes –de 8 a 14 años– alcanzan un valor que fluctúa entre 200 y 400 soles de plata. Fuentes, por su parte, indica que la mayor parte de la servidumbre en Iquitos está compuesta por indios capturados en correrías; y Stiglich afirma que de ese modo ellos crecen en un medio civilizado y comienzan a hacerse útiles (Ibíd.: 71). En cambio, en las correrías se mataba a los varones adultos, ya éstos siempre intentaban fugarse, por lo que constituían más un problema que la solución a la escasez de mano de obra. Esas incursiones, como se desprende de la lectura del libro de Valcárcel, eran también un método para castigar a indígenas que se hubiesen rebelado o huido. Otro narrador impertérrito de los atropellos contra los indígenas durante el auge cauchero es el franciscano Gabriel Sala, quien escribe un diario en 1897 en el que relata los hechos más saltantes de un viaje que realiza, acompañado en parte por Carlos Fermín Fitzcarrald, por los ríos Pichis, Pachitea y alto Ucayali (en Izaguirre 1922-1929: 470-71). En ese documento, el misionero contrasta, con el entusiasmo propio de un cronista social, los lujos, el buen orden del servicio y lo variado y exquisito de los manjares y licores de la atención que se le brindan en el vapor Bermúdez, con lo que sucedía afuera de éste, donde los colonos se rifaban una muchacha india o pagaban sus deudas con otra de buenas formas, mientras los marineros y gente de tercera, como una peste de langostas, rebuscaban las casas de los indígenas llevándose lo que encontraban, sin cuidarse del dueño de la chacra que los estaba viendo (Ibíd.: 475). En una síntesis perfecta del pensamiento civilizatorio que guía por esos años la conquista de la Amazonía y de sus pobladores, el padre Sala dice: “Que el padre misionero no debe meterse entre ellos sino bien escoltado de soldados o gente de armas. Estos pueden y deben obligar a dichos antropófagos, en nombre de la humanidad, a que dejen sus feroces costumbres y vivan como gente racional; de lo contrario prenderlos y castigarlos. Mediante el terror y el castigo moderado, se verán obligados a recurrir a la piedad del padre misionero; y éste, entonces, podrá con gran caridad y prudencia ejercer su divino ministerio sobre aquellas infelices criaturas, haciendo las veces de padre, de maestro, de médico, de amigo y medianero ante Dios y ante los hombres. Este medio ciertamente político, es el que se usó en la primera conquista del Perú; y creo que no nos queda otro más eficaz para proseguir con pronto y feliz éxito la misma obra. Ni debe de servirnos de modelo ni obstáculo lo que pasa en la China y el Japón, que es convencer primero el entendimiento para que después se rinda la voluntad. En nuestros indios, tanto serranos como los de la montaña, hay que hacer todo lo contrario; esto es: hacer inclinar la voluntad, aunque sea a garrotazos, a fin de que tarde o temprano se ilustre y abra el entendimiento” (Ibíd.: 559). CHIRIF, Alberto. Época del caucho y barbarie. En: http://www.runa.org.pe/dcultural/informes/archivos/caucho_y_barbarie.pdf

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CAPÍTULO XVI LEGUÍA: LOS PRIMEROS INTENTOS DE MODERNIZACIÓN DEL ESTADO Y EL SURGIMIENTO DE UN NUEVO ACTOR POLÍTICO, EL MOVIMIENTO POPULAR El desarrollo del capitalismo dependiente en América Latina fue impulsado desde las metrópolis capitalistas a través de mecanismos financieros. Las inversiones del capital extranjero señalaban los derroteros del “desarrollo” y las orientaciones de los factores productivos. El capitalismo norteamericano, ya hegemónico en la economía peruana en los primeros 20 años del siglo XX, orientó sus inversiones hacia las actividades extractivistas mineras y en la agricultura costeña moderna. Pero, al mismo tiempo, algunos sectores de las burguesías nativas realizaban sus negocios sobre la base del consumo interno, razón por la cual cuestionaban las trabas que tenía el mercado interior, principalmente debido a las formas precapitalistas utilizadas por los gamonales serranos y costeños (mitayos, aparceros, arrendires). La subsistencia de formas y relaciones de producción precapitalistas (con ausencia de moneda) se convirtió en una traba real para el desarrollo de ese capitalismo dependiente. Sin embargo, la fuerza política de este sector en el sistema oligárquico17 impedía una solución bajo las normas del sistema y la costumbre. Esta es la base del transfugismo leguista, su renuncia al civilismo y la conformación de nuevas alianzas políticas, particularmente con las fuerzas sociales afectadas por el poder gamonal. El golpe de Estado de Leguía le permitió construir un sistema político sui géneris que con el apoyo financiero norteamericano se convirtió en un régimen populista y constructor. Leguía gestiona préstamos y dirige las inversiones hacia la modernización de las ciudades y los caminos, particularmente en Lima. Se celebra el Centenario de la independencia (1921) con actos e inauguraciones fastuosas para la época. Se inaugura el Parque de la Exposición, las grandes avenidas que conectan la ciudad con la periferia industrial; se construyen cientos de kilómetros de carreteras. Durante el gobierno de Leguía se busca una alianza entre el Estado y los pueblos indígenas, particularmente de la sierra. La Constitución de 1920 restablece los derechos de las comunidades indígenas a la propiedad colectiva de sus tierras; se crea el Ministerio de Trabajo y Asuntos Indígenas, y se designa al indigenista Hildebrando Castro Pozo como responsable de la defensa de los derechos indígenas. Leguía termina haciéndose coronar “Inca” y balbucear algunas palabras en quechua. Su acercamiento al indigenismo estaba orientado a presionar a la sobrerepresentación pre capitalista en el estado. La llamada “Patria Nueva” de Leguía es el primer intento serio de modernización del estado y de intentos de inclusión de las grandes masas campesinas a la dinámica social nacional. Estos intentos, sin embargo, fracasaron por las mismas causas que lo originaron: el sistema capitalista mundial. 17 BOURRICAU, Francois. (1969) La oligarquía en el Perú: 3 ensayos y una polémica. Perú Problema. Ed. IEP, Lima.

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CAPÍTULO XVII LA GRAN CRISIS CAPITALISTA Y LA FORMACIÓN DE LOS PARTIDOS POPULARES: EL PARTIDO SOCIALISTA Y EL APRA. DE LA CRISIS DEL 30 AL FRENTE DEMOCRÁTICO En el año 1929, en el corazón del sistema capitalista mundial estalló una crisis violenta e incontrolable. El sistema financiero internacional se había roto como consecuencia de una sobreproducción industrial que rebasó los límites del consumo. Quebraron los principales bancos, las fábricas cerraron, las minas se detuvieron y el algodón, azúcar y lanas se amontonaron en los depósitos. En el Perú no se hizo esperar las repercusiones de la crisis: las poblaciones urbanas de los centros de producción industrial se quedaron sin salarios y sin perspectivas de laborar. Las masas desocupadas aparecieron en las plazas y calles exigiendo al Estado medios para soportar el hambre. El gobierno de Leguía fue avasallado por una población urbana y agrícola costeña que poco antes lo aplaudía como instaurador de la “Patria Nueva”. El ejército, nuevamente, se convirtió en muro de contención de las masas enardecidas. Esta vez ya no es militarismo victorioso de las guerras de la independencia ni el militarismo de la derrota de la guerra con Chile; es el militarismo funcional, el que conduce el Estado en momentos de crisis; es el llamado “Tercer Militarismo”. El principal líder de este golpe de estado, sin embargo, es legitimado en las elecciones de 1931, siendo elegido en un proceso electoral donde se confronta con el novísimo partido popular, filial del movimiento continental APRA. Por primera vez en la historia política peruana participa un candidato en representación de los sectores sociales mar-

Víctor Raúl Haya de la Torre

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Manuel Seoane

José Carlos Mariátegui

ginados y con un discurso revolucionario. La crisis económica social y la crisis política generó conatos de revoluciones en varios lugares del país, siendo el más significativo la insurrección de Trujillo, organizada por los jóvenes apristas. La represión no se hizo esperar y tampoco la reacción popular que termina con el asesinato del Presidente Sánchez Cerro, por un militante aprista. Los noveles congresistas apristas son desaforados y los partidos “internacionales” (APRA y Partido Comunista) son declarados ilegales, aprobándose la nueva Constitución en el año 1933 excluyendo a todos aquellos que participen de las ideologías “extranjeras”.

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CAPÍTULO XVIII EL ESTADO OLIGÁRQUICO Y EL TERCER MILITARISMO: DE SÁNCHEZ CERRO A PÉREZ GODOY El asesinato de Sánchez Cerro generó un clima de crisis que sólo se aplacó cuando se encargó la presidencia al General Oscar R. Benavides, para que complete el periodo electoral del presidente asesinado. Benavides cumple el papel del tercer militarismo, es decir, enfrentar la crisis y evitar acciones revolucionarias de las clases populares. Este militar al cumplir el periodo de Sánchez Cerro convocó a elecciones, que fueron anuladas por la sospecha que un candidato habría recibido votos de los “apro comunistas”. Así continuó la dictadura de Benavides hasta 1939 en que un representante genuino de la aristocracia criolla limeña es elegido: Manuel Prado Ugarteche (1939 - 1945); quien recibe los “beneficios” políticos y económicos de la II Guerra Mundial y la reactivación de la economía mundial. El Estado oligárquico había iniciado su crisis definitiva; su cancelación histórica era un problema de tiempo. En las elecciones de 1945, impedidos el APRA y el Partido Comunista de participar en procesos electorales por la Constitución de 1933, deciden apoyar indirectamente a una coalición democrática encabezada por José Luis Bustamante y Rivero, quien gana las elecciones y conforma un gobierno con ministros apristas. Las crisis permanentes de esta coalición impiden la realización de las reformas que se había propuesto y generan las condiciones para un nuevo golpe de estado, esta vez de un caudillo clásico: Manuel A. Odría. El Perú de la postguerra mundial disfruta de los beneficios de la hegemonía norteamericana sobre la economía mundial y del incremento de los precios de los metales motivado por la guerra de Corea. El populismo de este caudillo militar se expresó en un fuerte impulso de la educación pública y el mejoramiento de la infraestructura escolar creando las unidades escolares y las unidades vecinales para los trabajadores. La oligarquía tradicional tuvo un respiro durante el ochenio, que se amplió con el segundo gobierno de Manuel Prado. Las décadas de los 50 y 60 marcaron el inicio de un proceso tardío de industrialización en el Perú, como producto del conflicto generado por el desarrollo desigual de la economía capitalista y la preeminencia numérica del gamonalismo serrano en el sistema político del Estado oligárquico. En otras palabras, la expansión de la producción industrial sólo podía ser viable si el mercado interno se ampliaba. Ampliar el mercado interno significaba generalizar las relaciones salariales; generalizar las relaciones salariales significaba acabar con la servidumbre y todas las formas pre-capitalistas a las que estaban sometidos los indígenas y mestizos indígenas de la sierra. La lucha política posterior a

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la segunda guerra mundial estuvo enmarcada en este proceso que se resumió en una consigna revolucionaria: Reforma Agraria. Incorporar al mercado a los miles de campesinos pasaba necesariamente por dotarlos del recurso principal: la tierra. Las viejas consignas “apro-comunistas” pasaron, en las décadas de los 50 - 60 a ser enarboladas por los sectores “progresistas” y por los propios industriales y militares preocupados por la “seguridad nacional”. El capital extranjero hizo su parte en este proceso derivando parte de sus capitales a la industria y apoyando la solución del entrampamiento histórico de la política peruana. La configuración demográfica del Perú cambió sustantivamente: la población nacional pasó a ser mayoritariamente urbana. El desplazamiento rápido de estas poblaciones rurales hacia la costa y a las ciudades presionó sobre la demanda de servicios, principalmente de educación, salud y vivienda. Es el periodo donde se configuran las “barriadas”, “pueblos jóvenes” que van configurando la imagen actual de las ciudades.

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Actividades 1. Elabore un cuadro comparativo sobre las 3 tesis acerca de la independencia del Perú. 2. Dibuje el mapa de Sudamérica y ubique las reservas más importantes de guano y salitre de la época. 3. Elabore un mapa conceptual sobre la supervivencia del régimen de castas colonial en la República. 4. Elabore una línea de tiempo comparativa, colocando cronológicamente los principales acontecimientos que se dieron a nivel mundial y peruano durante la primera mitad del siglo XX.

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CUARTA UNIDAD DE LA MODERNIZACIÓN ARMADA AL NEOLIBERALISMO

Objetivos Generales 1. Localiza, analiza y explica los procesos históricos sociales del Perú republicano del siglo XIX y primera mitad del siglo XX, asumiendo una posición crítica frente a los procesos desarrollados. 2. Reconoce y valora la importancia de los procesos histórico sociales estudiados en la construcción de su identidad y la de sus compatriotas Objetivos Específicos •

Localiza en el tiempo y ubica en el espacio los procesos históricos sociales de nuestro pasado reciente.

Analiza, utilizando las herramientas metodológicas de las ciencias sociales y su propia experiencia, los procesos histórico sociales del Perú de los últimos años.

Explica, desde una posición crítica y comprometida, la coyuntura presente del Perú.

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CAPÍTULO XIX LA MODERNIZACIÓN ARMADA: LAS REFORMAS Y CONTRARREFORMAS DEL GOBIERNO REVOLUCIONARIO DE LAS FUERZAS ARMADAS El entrampamiento generado por la sobre representación política del gamonalismo serrano y el conservadurismo criollo de los barones del azúcar en el estado oligárquico trató de ser resuelto por las vías formales de la democracia representativa. La elección traumática de Fernando Belaúnde (1962 - 1968), previo golpe de estado institucional de las fuerzas armadas fue la última ocasión perdida de esta posibilidad. Sin embargo, la alianza política anti reformista que constituyeron el APRA y el odriísmo como mayoría parlamentaria dificultó el proceso. El APRA y la UNO constituyeron un serio obstáculo para la aprobación de la Ley de Reforma Agraria, bandera de la alianza AP-DC en el proceso electoral. El proceso de derechización del gobierno de Belaúnde en los últimos años de su primer gobierno, el abandono de la Democracia Cristiana (DC) de la alianza gobernante y la formación de lo que se llamó la “superconvivencia” entre el ala carlista de AP, el APRA y la UNO, configuraron el escenario de un imposible proceso modernizador a través de las formas “democráticas”. Esta crisis de gobernabilidad generó las condiciones para la aplicación, por la vía militar, de las llamadas “reformas estructurales” que el Perú necesitaba para evitar poner en peligro la “seguridad nacional”. En la elaboración de este proceso militar modernizador jugó un papel importante la institución castrense denominada Centro de Altos Estudios Militares (CAEM)1, hoy día rebautizado como Centro de Altos Estudios Nacionales (CAEN). Es este centro académico de las fuerzas armadas donde el General José del Carmen Marín establece un centro de investigación dedicado a los problemas que hoy se denominarían “gobernabilidad”. En el CAEM desarrollan cursos sobre Sociología, Antropología, Política, Historia, Derecho, los principales intelectuales universitarios peruanos y latinoamericanos. La inquietud de un grupo selecto de altos oficiales los lleva a elaborar un Plan de Gobierno teniendo en cuenta las propuestas reformistas debatidas. Así nace el Plan Inca, que se pone en ejecución luego del 3 de octubre de 1968. El discurso modernizador (desarrollo del capitalismo) sin modernidad (promesas políticas de la ilustración y la revolución francesa) polarizó a la sociedad peruana a favor y en contra de esta dictadura, a la que se motejó de “dictablanda”. Para la derecha criolla y el APRA, se trataba de un proyecto “comunista” engendrado en Moscú y apoyado por 1

VILLANUEVA, Víctor. (1972) El CAEM y la revolución de la fuerza armada. Ed. IEP, Lima.

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Cuba, mientras que para un sector de la izquierda se trataba de un movimiento revolucionario, y para otros no era sino una nueva forma del fascismo. Entre estos extremos se movieron los primeros 6 años y se analizaron las medidas tomadas por el gobierno. Las principales propuestas del gobierno militar estaban orientadas a construir una nueva alianza política que asegure la gobernabilidad y le quite espacio a los movimientos sociales que durante toda la década de los 60 habían conmovido el sistema político. La primera medida efectista fue la llamada “nacionalización de la Brea y Pariñas”, símbolo de una larga lucha de las fuerzas progresistas del país (recordemos que en los años 60 se formó el Frente de Defensa del Petróleo, encabezado por un General en retiro, un cura y el principal periódico nacional). Con esta medida se inició la política de desarrollo de un capitalismo de Estado para convertir a éste en el dueño del sistema productivo y motor de la economía. La otra medida de singular importancia y que hasta la fecha es materia de discusiones políticas y académicas: la Reforma Agraria. Esta medida tan anhelada por el campesinado pobre y sin duda del empresariado moderno se convirtió en el eje de las políticas reformistas del gobierno. El objetivo principal de esta medida fue siempre político: controlar el movimiento campesino y generar un sistema de redistribución de recursos que amplíe el mercado interno; para lo cual el gobierno crea un aparato político denominado Sistema Nacional de Movilización Social (SINAMOS), convertido luego en el partido político del gobierno. Este sistema se encargó de la organización corporativa de los trabajadores constituyendo sindicatos y federaciones desde el Estado (CTRP, CNA, SERP, etc). Al SINAMOS se debe igualmente las campañas publicitarias de la Reforma Agraria con la imagen de Túpac Amaru II y la famosa frase: “Campesino, el patrón no comerá más de tu pobreza”. La otra reforma de hondo significado ideológico y político fue sin duda la Reforma de la Educación. El gobierno militar compromete, a través de un intelectual muy respetado como Carlos Delgado, a un conjunto de especialistas de primera línea para diseñar una nueva política educativa pública. Fueron convocados los educadores Augusto Salazar Bondy, Walter Peñaloza Ramella, Emilio Barrantes Revoredo, Carlos Castillo Ríos; así como jóvenes educadores de dos grandes centros de formación magisterial: la Facultad de Educación de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos y la Universidad de Educación Enrique Guzmán y Valle (La Cantuta). Junto a ellos, algunos científicos y especialistas de las Ciencias Sociales, como Jorge Bravo Bresani, Carlos Delgado y de las ciencias fácticas como Víctor La Torre y un grupo de militares retirados entre generales y coroneles. Este equipo de profesionales, después de casi un año de discusiones produjo el llamado “Informe Preliminar” de la Comisión de Reforma de la Educación (CRE). La publicación de este informe generó tal convulsión en los sectores conservadores (en particular la Iglesia Católica) que obligaron al gobierno a “incorporar” un nuevo contingente de miembros a la CRE, donde ocuparon un lugar privilegiado los sacerdotes y personajes vinculados a la derecha peruana. La principal crítica que se desarrolló al Informe

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Preliminar fue la “ausencia” de la dimensión religiosa católica y las críticas demasiado severas al sistema escolar tradicional. Hasta ese momento ya se había cambiado el nombre del Ministerio de Educación Pública por el de Ministerio de Educación a secas, señalando con claridad que la educación privada también era espacio del Estado. La nueva CRE aprueba el Informe General de la Reforma y se aboca a la tarea de ingresar al terreno de la acción pedagógica directa. Nuestros reformadores y sus equipos de “Entrenadores” capacitados e ideologizados en las corrientes modernas del pensamiento pedagógico, principalmente latinoamericano, donde destacaba claramente el pensamiento de Paulo Freire. Tan pronto se inician acciones reformistas en el sistema aparecen los primeros obstáculos puestos por la burocracia y por la Iglesia Católica. La propuesta de nuclearización (NEC) recibió la descarga de los colegios privados, en particular de los católicos, quienes se negaban en todos los tonos a compartir sus espacios con los niños y niñas de escuelas pobres de su entorno; la propuesta de elección democrática de los directores de NEC se frustró después de las primeras experiencias; los materiales educativos eran supervisados por ciertos funcionarios ocultos que fueron capaces de amputar una página a un libro de lectura de primaria para impedir que los niños del Perú lean la obra de Arguedas El sueño del Pongo. La reforma de la educación fue reconocida por la UNESCO como una de las reformas más avanzadas del mundo (en teoría sin duda)2 y en el Perú como una utopía más o una nueva ocasión perdida. El gobierno militar reformista llegó tarde a la historia del Perú. Tal vez en los años 20 de ese siglo un proyecto nacionalista e industrializador hubiera sido viable; sin embargo, en los años 70 de la crisis petrolera mundial, del Perú con un 63% de población urbana; con una economía primario-exportadora de escasa absorción de mano de obra y una PEA esencialmente de servicios y escasa productividad. En este marco, el proyecto “nacionalista”, “ni capitalista ni comunista”, fue un fracaso. La crisis vino desde la misma fuerza armada. Como toda institución en una sociedad clasista, alberga diversas corrientes, con diverso grado de desarrollo. En los años siguientes del auge reformador se había constituido ya un sector conservador y reaccionario que maduró hasta provocar el golpe dentro del golpe encabezado por el primer ministro de Economía de Velasco: Francisco Morales Bermúdez. Desde entonces, el péndulo inicia su regreso al viejo orden liberal en los tiempos y la velocidad que las luchas populares le van otorgando. Las reformas “velasquistas”, más que militares, sin embargo, dejaron huella en la sociedad peruana. El movimiento social popular había recibido un fuerte impulso desde el estado y ahora le resultaba difícil revertirlo. La histórica CGTP fundada por Mariátegui y los primeros obreros clasistas, había recibido un apoyo oficial importante, hasta convertirse en la primera central sindical del Perú; asimismo, la Confederación Nacional Agraria tenía ya su propia dinámica en el campo. Fuera del control del gobierno, el movimiento sindical y popular creció y se fortaleció: la Confederación Campesina del Perú (CCP), 2

FAURE, Edgar. (1973). Aprender a ser. Ed. UNESCO, Madrid.

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el Sindicato Único de Trabajadores de la Educación Peruana (SUTEP); la Federación Minera; la Federación de Metalúrgicos; las organizaciones barriales, particularmente la organización autónoma de Villa El Salvador. Cuando se produce el golpe de estado derechista de Morales Bermudez, el movimiento social popular estaba en condiciones de enfrentar las políticas del nuevo poder hegemónico. La confrontación entre el nuevo gobierno y el movimiento popular estaba en la agenda desde 1975, pero sólo se produce el 19 de julio de 1977, con el histórico “Paro Nacional” que derrotó al militarismo que se vio obligado a presentar un plan para su retirada. Este plan comprendía la elección de una Asamblea Constituyente sin poder alguno sobre el gobierno y las elecciones generales en el marco de esta nueva Constitución. Esta propuesta política fue recibida con alborozo por el APRA (tal vez había sido conversada con el Jefe máximo de este partido, acostumbrado a los arreglos con la derecha peruana), con dudas por una parte de la izquierda y con un rechazo rotundo por la izquierda radical y el partido Acción Popular (AP) de Fernando Belaunde Terry. La Asamblea Constituyente reflejó en parte la nueva geografía política del Perú: un tercio aprista, un tercio la izquierda marxista dividida y un tercio de la derecha más conservadora, representada por la escisión de la Democracia Cristiana dirigida por Bedoya Reyes (Partido Popular Cristiano, PPC). Las calles y el movimiento social constituían un monopolio de la izquierda en todos sus matices. Así, entre los años 1978 y 1979 se van a producir las más importantes huelgas magisteriales de la historia, por su duración e impacto social. En todas ellas, el APRA jugó el papel de siempre: agitación verbal y traición real. Los cuadros del APRA, en ambos movimientos, jugaron el papel de rompehuelgas.

Asamblea Constituyente 1979

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LECTURA DISCURSO DE LA REFORMA AGRARIA Juan Velasco Alvarado Compatriotas: Este es un día histórico. Y bien vale que todos seamos plenamente conscientes de su significado más profundo. Hoy día, el Gobierno Revolucionario ha promulgado la Ley de la Reforma Agraria, y al hacerlo ha entregado al país el más vital instrumento de su transformación y desarrollo. La historia marcará este 24 de junio como el comienzo de un proceso irreversible que sentará las bases de una grandeza nacional auténtica, es decir, de una grandeza cimentada en la justicia social y en la participación real del pueblo en la riqueza y en el destino de la patria. Hoy, en el Día del Indio, día del campesino, el Gobierno Revolucionario le rinde el mejor de todos los tributos al entregar a la nación entera una ley que pondrá fin para siempre a un injusto ordenamiento social que ha mantenido en la pobreza y en la iniquidad a los que labran una tierra siempre ajena y siempre negada a millones de campesinos. Lejos de las palabras de vanos homenajes, el Gobierno Revolucionario concreta en un instrumento de inapelable acción jurídica, ese anhelo nacional de justicia por el que tanto se ha luchado en nuestra Patria. De hoy en adelante, el campesino del Perú no será más el paria ni el desheredado que vivió en la pobreza, de la cuna a la tumba, y que miró impotente un porvenir igualmente sombrío para sus hijos. A partir de este venturoso 24 de junio, el campesino del Perú será en verdad un ciudadano libre a quien la patria, al fin, le reconoce el derecho a los frutos de la tierra que trabaja, y un lugar de justicia dentro de una sociedad de la cual ya nunca más será, como hasta hoy, ciudadano disminuido, hombre para ser explotado por otro hombre. Al asumir el gobierno del país, la Fuerza Armada asumió también el solemne compromiso de realizar una vasta tarea de reconstrucción nacional. Nosotros siempre fuimos conscientes de la inmensa responsabilidad que contrajimos con la patria. Este no podía ser un gobierno más en el Perú. Insurgió con la vocación irrenunciable de ser el gobierno de la Revolución Nacional. Más aún, nosotros declaramos que realizar la transformación de este país, constituye la justificación histórica del Gobierno de la Fuerza Armada. Vale decir, para la Fuerza Armada del Perú, la tarea de gobernar no fue entendida nunca como banal ejercicio del poder, sin rumbo ni propósito; ni tampoco fue entendida jamás bajo este régimen como acción continuista encaminada a mantener un ordenamiento social básicamente injusto, dentro del cual la mayoría de nuestro pueblo siempre fue mayoría explotada, mayoría en miseria, mayoría desposeída. Nosotros no asumimos el poder político para hacer de él botín y negociado, ni instrumento perpetuador de la injusticia.

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Todo lo contrario. Nosotros asumimos el poder político para hacer de él herramienta fecunda de la transformación de nuestra patria. No nos movió otro propósito. Quisimos darle al Perú un gobierno capaz de emprender con resolución y con coraje la tarea salvadora de su auténtico desarrollo nacional. Fuimos desde el primer momento conscientes de que una empresa así demandaría de todos los peruanos sacrificios y esfuerzo; porque sabíamos que en un país como el Perú, caracterizado por abismales desequilibrios sociales y económicos, la tarea del desarrollo tenía necesariamente que ser una tarea de transformación. Superar el subdesarrollo nacional significa, por eso, lograr un reordenamiento de la sociedad peruana por tanto, alterar las estructuras de poder, económico, político y social en nuestro país. Por comprenderlo así, insurgimos como Gobierno Revolucionario; es decir, como régimen fundamentalmente orientado al logro de la transformación integral de nuestra patria. Sólo así el Perú podrá superar su estancamiento y su retraso, que son ambos responsabilidad histórica de quienes hasta hace diez meses detentaron el poder político en nuestro país. Fue por su inepcia y su complicidad que nuestro pueblo no pudo en el pasado encontrar el camino de su justicia, ni el estado pudo emprender una acción vigorosa destinada a elevar al país del subdesarrollo en que lo sumieron sus malos gobernantes, sus políticos fariseos, sus grandes claudicantes. Hoy todo eso ha quedado atrás para siempre. Hoy el Perú tiene un gobierno decidido a conquistar el desarrollo del país, mediante la cancelación definitiva de viejas estructuras económicas y sociales que no pueden ya tener validez en nuestra época. Las reformas profundas por las que tantos compatriotas han luchado, están ya en marcha. Y dentro de ellas, la más alta prioridad corresponde, sin duda alguna, a la reforma de las estructuras agrarias. Por eso, fiel a la razón misma de su existencia, fiel a los compromisos asumidos ante el país y ante la historia, fiel a los postulados explícitos de la revolución, el Gobierno de la Fuerza Armada le entrega hoy a la nación peruana una avanzada Ley de Reforma Agraria que marcará el comienzo de la verdadera liberación del campesinado nacional. En favor de la reforma agraria se han pronunciado prácticamente todos los organismos técnicos nacionales e internacionales desde hace muchos años. Esta idea recibió el respaldo de los presidentes americanos en la reunión de Punta del Este, y desde entonces las oficinas especializadas de las Naciones Unidas han hecho hincapié en la necesidad de modificar radicalmente las estructuras agrarias de los países latinoamericanos. Y aquí en el Perú todos también han hablado de la necesidad de emprender una auténtica reforma agraria. Este fue el señuelo con el cual se lograron adhesiones y votos. Pero nada realmente profundo se hizo jamás para implantar una reforma que de veras atacara la raíz del problema y que de veras diera la tierra a quien la trabaja. Esto hace la nueva Ley. Y por venir de un Gobierno Revolucionario, es en todo sentido un instrumento de desarrollo, una herramienta de transformación; vale decir, una ley auténticamente revolucionaria. Y como en el caso de la política nacionalista del petróleo ahora también la fuente final de nuestra inspiración, ha sido el pueblo; este pueblo al que nos debemos por entero; este pueblo tantas veces engañado; este pueblo que tanto ha sufrido y ha luchado en espera de una justicia que sus gobernantes nunca supieron darle; este pueblo que ahora recibe, no como

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una dádiva, sino como un derecho, una Ley de Reforma Agraria que abre y garantiza, al fin, el camino de la justicia social en el Perú. En consecuencia, la ley se orienta a la cancelación de los sistemas de latifundio y minifundio en el agro peruano, planteando su sustitución un régimen justo de tenencia de la tierra que haga posible la difusión de la pequeña y mediana propiedad en todo el país. De otro lado, por ser una ley nacional que contempla todos los problemas del agro y que tiende a servir a quien trabaja la tierra, la Ley de Reforma Agraria se aplicará en todo el territorio del país, sin reconocer privilegios ni casos de excepción que favorezcan a determinados grupos o intereses. La ley, por tanto, comprende a todo el sistema agrario en su conjunto porque sólo de esta manera, será posible desarrollar una política agraria coherente y puesta al servicio del desarrollo nacional. Al plantear la sustitución del minifundio y del latifundio y al estimular la difusión de la pequeña y mediana propiedad, la ley establece medidas que aseguran la no fragmentación de la gran propiedad como unidad de producción. Es el régimen de tenencia lo que la ley afecta, mas no el concepto de unidad de producción agrícola o pecuaria. Por eso, para el caso de las empresas agro-industriales, la ley contempla la cooperativización en favor de sus servidores, pero garantiza el funcionamiento de la nueva empresa como una sola unidad. En este sentido, la ley considera a la tierra y a las instalaciones como un todo indivisible de producción sujeto a la reforma agraria. La planta industrial de procesamiento primario de productos del campo está indisolublemente ligada a la tierra. Por tanto, es imposible afectar a ésta y dejar intocada a aquélla. Y así como en el caso del problema del petróleo el estado expropió la totalidad del complejo, afectando los pozos y la refinería con todas sus instalaciones y servicios, así también en el caso de la gran propiedad agroindustrial, la Ley de Reforma Agraria tiene que afectar necesariamente la totalidad de la negociación. Esto no quiere decir que la gran propiedad será dividida y fragmentada, porque ello se traduciría en un perjudicial descenso de los rendimientos de la tierra. Por eso, la ley contempla el mantenimiento de la unidad de producción bajo un distinto y justo régimen de propiedad. Y dentro de la nueva empresa la ley garantiza la estabilidad de trabajo, los niveles de remuneración y todos los derechos sociales de la planta de dirección técnica y administrativa y de todos los actuales servidores, abriendo para ellos, además, el acceso a los beneficios y utilidades de la cooperativa que será la nueva propietaria del gran complejo agroindustrial que la reforma agraria afecte. La inspiración social de la nueva ley es, pues, enteramente compatible con la necesidad de garantizar la continuidad de los altos niveles de rendimiento que la tecnología agraria ha hecho posible. Es por eso inexacto el cargo de que la reforma agraria entraña una merma de la producción del campo. Por el contrario, al racionalizar el uso y la propiedad de la tierra y al crear los incentivos derivados del más amplio acceso a esa propiedad, la reforma agraria tiende a formar más y mejores propietarios del agro, es decir, a impulsar una más pujante producción agropecuaria que beneficie, no a unos pocos, sino a la sociedad en su conjunto Un sector campesino cada vez más próspero, organizado y coherente, es la mejor garantía del desarrollo armónico y acelerado de la actividad agropecuaria del país, dentro de la totalidad del proceso nacional de desarrollo.

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Otra tendencia central de la ley, íntimamente vinculada a la naturaleza de las mayores necesidades del país en su conjunto, es el énfasis que ella pone en la reorientación de los recursos del capital hacia la industria, como parte del esfuerzo nacional destinado a colocar al Perú en condiciones ventajosas frente al reto que plantea el esfuerzo de industrialización dentro del sistema de la integración económica latinoamericana. Las nuevas responsabilidades que al Perú plantea la política de integración regional y subregional, demandan de nuestro país un vigoroso esfuerzo industrial y un decidido respaldo del estado a una dinámica y garantizada política de industrialización, centralmente basada en el sector interno de nuestra economía. Por eso, esta ley es también una ley de impulso a la industria peruana, cuyo futuro depende decisivamente de la creación de un cada vez mayor mercado interno de alto consumo diversificado y también, del apoyo constructivo del estado, consciente del inevitable destino industrial de nuestra patria. Desde este punto de vista, es muy importante que el capital nacional comprenda cabalmente la significación de la Ley de Reforma Agraria, como instrumento estimulador del proceso de industrialización en nuestro país. La ley, en efecto, abre muy grandes perspectivas a la inversión industrial a través del incentivo que significan nuevas empresas forjadoras de riqueza y creadoras de trabajo. Estas nuevas y amplias perspectivas de desarrollo económico, plantean un reto a la capacidad empresarial y al dinamismo de la joven industria peruana, cuyo futuro será, en gran parte, el resultado del esfuerzo tesonero de quienes a ella dediquen toda su energía y su talento. La industrialización es un aspecto central del proceso de desarrollo económico de nuestro país, y el esfuerzo industrial puede formar parte de la tarea de transformación de las estructuras tradicionales del Perú, Luchar por la industrialización es, por eso, luchar por el porvenir de la nación. Y por ello, el impulso a la industria constituye uno de los principales objetivos de la política de transformación del Gobierno Revolucionario. A este fin coadyuva la Ley de Reforma Agraria, al estimular el dinamismo del sector industrial mediante la reorientación de los recursos hacia fines de promoción de la industria nacional. No se trata, pues, de destruir, sino de racionalizar el empleo de los recursos nacionales en función de las necesidades principales de toda la sociedad peruana. El Gobierno hace una invocación para que, al margen de posibles temores infundados, se aprecie con claridad las enormes posibilidades que la ley abre al desarrollo económico del Perú. Los empresarios nacionales deben tener la certeza de que el Gobierno Revolucionario no tiene otro propósito que el de afianzar una política industrial que no puede tener éxito sin la ampliación de un mercado interno de consumo, como el que creará la aplicación de la reforma agraria. La convertibilidad de los bonos de la deuda agraria en acciones de empresas industriales necesarias para el desarrollo del país, representa un enorme paso en el proceso de industrialización al cual el Gobierno Revolucionario brindará todas las garantías que él requiera. La nueva Ley de Reforma Agraria, por otra parte, limita el derecho a la propiedad de la tierra para garantizar que ésta cumpla su función social dentro de un ordenamiento de justicia. En este sentido, la ley contempla límites de inafectabilidad que salvaguardan el principio normativo de que la tierra debe ser para quien la trabaja, y no para quien derive de ella renta sin labrarla. La tierra debe ser para el campesino, para el pequeño y mediano propietario; para el

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hombre que hunde en ella sus manos y crea riqueza para todos; para el hombre, en fin, que lucha y enraíza su propio destino en los surcos fecundos, forjadores de vida. Por eso, en un país de limitados recursos como el nuestro, la propiedad también tiene que tener un límite. Es esencialmente injusto un sistema en el cual la inmensa mayoría de la tierra –y de la tierra mejor– esté en muy pocas manos, como ha ocurrido hasta ayer mismo en nuestro país. Esta desequilibrada e injusta situación toca a su fin con la Ley de Reforma Agraria que el Gobierno Revolucionario acaba de promulgar. La propiedad está garantizada, pero dentro de los límites que la hagan compatible con la irrenunciable función social que ella debe cumplir. Esta no es, por tanto, una ley de despojo, sino una ley de justicia. Y sí por cierto, habrá quienes se sientan afectados en sus intereses, éstos, por respetables que sean, no pueden prevalecer ante los intereses y las necesidades de millones de peruanos quienes, al fin, van a tener un pedazo de tierra para ellos y sus hijos en el suelo que los vio nacer. Es necesario indicar a la ciudadanía que es por completo inexacta la versión según la cual en la preparación de la ley no se han recibido los puntos de vista de instituciones y personas cuyas actividades se vinculan al agro. El Ministerio de Agricultura recibió los puntos de vista de la Sociedad Nacional Agraria y de numerosas personas calificadas. Sin embargo, huelga decir que los aspectos técnicos del problema agrario de nuestro país son suficientemente conocidos, y la legislación comparada en materia de reforma agraria es, ciertamente, voluminosa. Por eso, los aspectos debatibles del problema se refieren a las opciones de carácter político implícitas en los diversos enfoques dados en todas partes del problema agrario. Y es, precisamente, donde surgen explicables diferencias de perspectiva. Por tanto, tomar un camino en vez de otro, no quiere decir de ningún modo que no se hayan escuchado distintas opiniones, significa, simplemente, que las decisiones tomadas responden a distintas concepciones generales de lo que debe ser la parte medular de una auténtica reforma agraria. Los que vean reducida su propiedad por la aplicación de la ley recibirán compensación justipreciada por parte del Estado. Pero en conciencia, habrán de reconocer que la reforma agraria es para nuestro país un inaplazable imperativo de justicia. Y, si bien es cierto que éste es un gobierno para todos los peruanos, no es menos cierto que él debe y tiene que ser, por encima de todo, un gobierno para los más y también para los más necesitados. El Gobierno Revolucionario confía en que quienes se sientan adversamente afectados por la Ley de Reforma Agraria comprendan, por encima de sus, acaso explicables egoísmos, la profunda justicia que reinvidica y hace realidad. Nosotros actuaremos con equidad al aplicar la ley, y seremos respetuosos de los derechos legítimos de aquellos a quienes la ley se aplique. Pero seremos también inflexibles en exigir la absoluta aplicación de la reforma agraria, parte esencial de la política transformadora del gobierno de la revolución y aspecto fundamental de una responsabilidad que hemos jurado cumplir, sin desviaciones ni temores, por el bien sagrado de la patria. Por eso, por responder al clamor de justicia y al derecho de los más necesitados, es que la Ley de Reforma Agraria ha dado su respaldo a esa gran masa de campesinos que forman las comunidades indígenas que, a partir de hoy –abandonando un calificativo de resabios

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racistas y de prejuicio inaceptable– se llamarán Comunidades Campesinas. Los cientos de miles de hombres del campo que las forman, tendrán desde ahora el respaldo efectivo del estado para lograr los créditos la ayuda técnica que indispensablemente se requiere a fin de convertirlas en dinámicas unidades de producción cooperativa. Creemos cumplir así un verdadero deber de reparación para todos aquellos campesinos olvidados del Perú, hombres que centenariamente han sufrido el castigo de todas expoliaciones y de todas las injusticias. Con esta ley se inicia el camino de su verdadera redención social. Ya nunca más serán las víctimas indefensas del flagelo gamonalista. A partir de hoy, con el respaldo del estado, serán partícipes en la responsabilidad de su propio desarrollo. Así, verdaderamente al cabo de los siglos, las comunidades campesinas, el ayllu antiguo, símbolo de un milenario ideal de justicia que nunca fue totalmente abatido, verán renacidos su fuerza y su vigor para ser, otra vez, dinámicos elementos de progreso como fueron antaño en la antigua y grandiosa civilización de nuestros antepasados. Estas son las características centrales de la Ley de Reforma Agraria que pronto todos conocerán a lo largo y ancho del territorio de nuestra patria. Los hombres del gobierno tenemos lúcida conciencia de que con ella comienza la verdadera revolución social y económica del Perú. Como en todo proceso de veras trascendente, habrá vicisitudes y habrá tropiezos. También de ello somos conscientes. No nos arredran las inevitables dificultades del proceso revolucionario que hoy comienza en nuestro país. Con el apoyo del pueblo sabremos sortear todos los peligros y todos los escollos. Más nos pesaría no tener la decisión de cumplir un compromiso que sabemos salvador para la patria. El Gobierno tiene fe en nuestra patria, confianza en nuestro pueblo. La lucha nos hermanará a todos los peruanos que, por encima de distingos secundarios, hemos unido nuestra suerte en la defensa común de un ideal revolucionario que sólo persigue la grandeza de la nación. Hoy como en otros momentos de trascendentales decisiones, el Gobierno Revolucionario apela al pueblo en demanda de solidaridad para emprender una dura pero inevitable empresa salvadora. Aquí, donde tantas promesas quedaron incumplidas, donde se abandonaron tantos ideales, nosotros hemos querido retomar el sentido profundo de un esfuerzo trunco hasta hoy: el de reivindicar al humilde campesino de nuestra Patria, respondiendo a una demanda cuya raíz honda se afinca en nuestra historia y cuya imagen de justicia surge de nuestro propio e inmemorial pasado de pueblo americano. Sabemos muy bien que la Ley de Reforma Agraria tendrá adversarios y detractores. Ellos vendrán de los grupos privilegiados que hicieron del monopolio económico y del poder político la verdadera razón de su existencia. Esa es la oligarquía tradicional que verá en peligro su antipatriótica posición de dominio en el Perú. No le tememos. A esa oligarquía le decimos que estamos decididos a usar toda la energía necesaria para aplastar cualquier sabotaje a la nueva ley y cualquier intento de subvertir el orden público. Ya se advierten indicios de una política de rumores con la que se trata de engañar y sorprender a los propios campesinos que serán los beneficiarios directos e inmediatos de la reforma agraria, porque ella les dará tierra.

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El Gobierno no tolerará la política de quienes traten de entorpecer la reforma agraria en perjuicio de los intereses del campesinado y de la sociedad. En esto seremos inflexibles y bien vale que todos lo entiendan claramente. La prepotencia de los intereses y de los privilegios tiene ya un límite en el Perú. Pero la Ley de Reforma Agraria también tendrá sus defensores y sus amigos. Ellos serán los que comprendan patrióticamente la decisiva importancia que esta ley tiene para el desarrollo nacional: serán los hombres del pueblo, los campesinos, los obreros, los estudiantes, es decir, todos los que siempre han luchado por hacer prevalecer la justicia social en el Perú. Ellos comprenderán que, al fin, empiezan a realizarse sus ideales. Nada importa que unos seamos militares y otros civiles. La patria es una sola y es de todos. Lo que importa es que se cumpla la transformación social y económica de nuestro país para hacer de él una nación libre, justa y soberana. Desde este punto de vista, se debe recordar la posición de los hombres de la Iglesia. En una reciente declaración de los Sacerdotes de ONIS, se señala la imperativa urgencia de una genuina reforma agraria en el Perú y se sostiene que “en una concepción cristiana del hombre y del mundo, los bienes de la tierra se ordenan a todos los hombres, para permitirles la realización de su vocación y destino”. No estamos solos. En la obra de la reforma agraria tendremos a nuestro lado a los campesinos, a los obreros, a los estudiantes, a la inmensa mayoría de los intelectuales, sacerdotes, industriales y profesionales del Perú. Y esto es lo que cuenta, porque ellos son el pueblo auténtico de nuestra patria, al lado del cual está la Fuerza Armada que surge de ese pueblo, y que a su causa brinda el respaldo de su decisión inquebrantable. Quiero, por eso, hacer una sincera invocación a la juventud del Perú para la que queremos forjar una patria mejor. Quienes vivimos hoy los años de la adultez, recibimos un mundo lleno de imperfecciones y de injusticias. Para quienes vengan después de nosotros queremos el legado de una sociedad libre y justa, la herencia de una nación donde no tengan cabida las clamorosas desigualdades y el oprobio del mundo que nos tocó vivir. Este es nuestro más grande anhelo: Labrar para nuestro pueblo y para su juventud un ordenamiento social donde el hombre viva con dignidad, sabiendo que vive en una tierra que es suya y en una nación que es dueña de su destino. Así, mediante una política revolucionaria de inspiración verdaderamente peruana, profundamente nacionalista y, por tanto, exenta de influencias foráneas de cualquier índole, el gobierno del pueblo y de la Fuerza Armada pone hoy en movimiento un vigoroso e irreversible proceso de transformación nacional, evitando el caótico surgimiento de violencia social y dando autónoma solución a los seculares problemas del Perú. Esta es la mejor garantía de una verdadera y justa paz social en el futuro de nuestra Patria. Compatriotas: Este es, repito, un día histórico cuya trascendencia se acrecentará con el paso de los años. Hoy el Gobierno Revolucionario siente la emoción profunda de una misión y de un deber cumplidos. Hoy, en el Día del Campesino, miramos a la ciudadanía con fe, orgullo y esperanza; y le decimos al Perú entero que a su pueblo debemos la inspiración de nuestros actos y que a él hoy le entregamos una ley forjadora de grandeza y justicia en su destino.

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Al hombre de la tierra ahora le podemos decir en la voz inmortal y libertaria de Túpac Amaru: “¡Campesino, el patrón ya no comerá más de tu pobreza!” “Mensaje a la Nación con motivo de la promulgación de la Ley de Reforma Agraria. 24 de junio de 1969”. En: Velasco. “La voz de la revolución”. Lima, Editorial Ausonia.

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CAPÍTULO XX EL NEOLIBERALISMO: DE LA LUCHA POR LA HEGEMONÍA EN LOS 80 A LA HEGEMONÍA ABSOLUTA EN LOS 90 Los años 80 significaron la aceleración de las contrarreformas iniciadas por Silva Ruete, Ministro de Economía del régimen de Morales Bermudez, desde 1975. El gobierno de Acción Popular (AP) desmontó las oficinas del Instituto Nacional de Planificación (INP), símbolo del modelo anterior, pero no pudo hacerlo con la Reforma Agraria ni con las empresas estatales y sus respectivas “Comunidades”. Sí lo hizo con los rezagos de la reforma educativa, modificando drásticamente los currículos escolares y restableciendo la libertad en la producción de textos escolares. Belaunde y su gobierno no hicieron sino administrar la crisis e impulsar la desactivación del modelo de economía estatista de Velasco, defendido en ciertos aspectos por el movimiento social, aún fuerte pero en proceso de dispersión. El gobierno de AP enfrenta, por primera vez, al fenómeno de la violencia política desatada por el Partido Comunista del Perú “Sendero Luminoso” y por el Movimiento Revolucionario Tupac Amaru (MRTA). El siguiente gobierno estuvo dirigido por un supuesto partido Social Demócrata, encabezado por un joven dirigente vinculado personalmente al caudillo histórico, quien sagazmente utilizó la lucha de facciones entre los segundones de la vieja generación aprista (Villanueva – Townsend) para erigirse como el tercero en discordia. El novato candidato, orador formado en el viejo estilo aprista de la oratoria rimbombante, ganó las elecciones con una cierta complicidad del candidato de la “izquierda desunida”, Alfonso Barrantes Lingan, quien se retira antes de enfrentar la votación en la segunda vuelta electoral. Inauguró una gestión orientada a la promoción abierta del neoliberalismo, con los lenguajes propios del populismo aprista. Se rodeó de los llamados “12 apóstoles”, los principales empresarios peruanos, a quienes otorgó todas las ventajas para su desarrollo. Se estableció el llamado “Dólar MUC” o dólar a cambio diferenciado, privilegiando a los grandes capitales. Al final de su gobierno, cuando pretendía atender ciertas demandas de otros sectores sociales, provocó la inflación más grande de la historia del Perú y posiblemente una de las más altas de la historia del mundo. El fenómeno de la violencia y el terrorismo se agudizó. El Estado respondió a la violencia con la violencia; al terrorismo de Sendero y MRTA con terrorismo de Estado, convirtiendo a las instituciones en simples cajas de resonancia del poder. La llamada “nacionalización de la banca” resultó no solamente una maniobra política, sino un traspié frente a sus

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antiguos aliados. El neoliberalismo necesitaba más seguridades para instaurarse en nuestra economía y el APRA no logró dársela. Así culminó el peor de los gobiernos del siglo XX, dejando una grave duda sobre las condiciones de nuestra memoria histórica como pueblo. Las elecciones de 1990 resultaron paradigmáticas para las Ciencias Sociales en relación a los comportamientos electorales de nuestra ciudadanía. El candidato “natural” de la derecha peruana, Vargas Llosa, desarrolló con franqueza la propuesta neoliberal con todos sus componentes, incluido el pensamiento liberal y la defensa irrestricta de la democracia; el APRA se presenta sólo para negociar sus votos, en condiciones sumamente desventajosas; y como parte de las modas políticas, un Abimael Guzmán outsider aparece acumulando intenciones de votos populares, sin que se sepa hasta ahora los mecanismos del imaginario colectivo nacional. Las fuerzas formalmente enemigas del neoliberalismo convierten al candidato INDEPENDIENTE en su candidato, empujando a sus electores a escoger al “mal menor”. La prédica fujimorista, aprendida del APRA, ofrece un “programa” anti neoliberal (“el no shock”) pero termina implementando el programa de Vargas Llosa y recogiendo a todos los tránsfugas del movimiento generado por los entusiastas liberales.

Familiares de las víctimas del caso La Cantuta. El 18 de julio de 1992

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La correlación de fuerzas del fujimorismo resultaba impredecible: había recibido votos de todos lados y había generado expectativas en todos los sectores sociales, especialmente populares y provincianos. Una vez elegido y rodeado de la cúpula militar del ejército, Fujimori escogió el camino y sus aliados. El “shock” lo presentó su Premier Hurtado Miller sin el menor atisbo de explicación al electorado que votó por él por su promesa exactamente contraria. Dos años después, ante la imposibilidad de desenredar el ovillo en el que estaba enredado y bajo la influencia de su asesor Montesinos y la cúpula militar, decide el cierre del Congreso y la instauración de una dictadura cívico militar que emprendió lo que se ha llamado el “primer piso” del proyecto neoliberal en el Perú. Los 10 años de dictadura significaron un nuevo cambio en la geografía política del Perú. El terrorismo senderista fue combatido por el terrorismo de Estado. La paz social y la desactivación de todas las leyes protectoras de los trabajadores; la reducción del empleo y la ampliación de la brecha entre ricos y pobres; la venta masiva de las empresas del Estado a precios viles y finalmente la corrupción generalizada, cuyas consecuencias estamos viviendo en estos momentos. Como toda lucha gansteril, el delincuente mayor cae por errores menores. La propalación de un video registrado en el local del Servicio de Inteligencia Nacional (SIN) comprando la voluntad de un congresista de la “oposición” fue el equivalente de los problemas de impuestos de Al Capone. La lucha por la huída terminó siendo una película policial y la renuncia por fax una escena patética. Por primera vez, en la historia, los grandes jefes militares mostraban sus desnudeces morales al encontrárseles sus cuentas secretas de la corrupción. El gobierno de Transición elegido en el año 2001 fue un aliento fresco de democracia, que terminó con la elección de un ciudadano con cara de indígena y espíritu norteamericano, quien prometió y construyó el “segundo piso” del modelo neoliberal. La tarea de la dictadura fujimorista no se frustró, sólo sufrió un pequeño paréntesis en el gobierno de transición. El gobierno de este improvisado político (otro outsider de la política) no pasará a la historia sino como el promotor apresurado de la “regionalización” al momento de dejar el gobierno.

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LECTURA CAMPESINADO ANDINO Y VIOLENCIA BALANCE DE UNA DECADA DE ESTUDIOS Carlos Iván Degregori Movimientos campesinos y violencia «Tierra o muerte» fue el grito que entre 1958 y 1964 sirvió de fondo sonoro al movimiento campesino más importante por esos años en América del Sur. Cientos de miles de campesinos y trabajadores agrícolas se organizaron y movilizaron a lo largo del país, rescataron cientos de miles de hectáreas en manos de latifundios e hirieron de muerte al gamonalismo. Sin embargo, en todos esos años fallecieron sólo 166 personas, menos que en los primeros diez días de agosto de 1991. A través de todo el libro de García Sayán (Tomas de tierras en el Perú. Desco, Lima 1982) se percibe una voluntad explícita de evitar o minimizar la violencia por parte del campesinado, especialmente de sus dirigentes. Pero la cautela es compartida por el Estado y las fuerzas represivas. Flores Galindo (1987:314) advierte esa prudencia ya desde las tomas de tierras de los años 60, a pesar de que entonces la intensidad de las movilizaciones había sido mayor. En esos años: «policías e ‘invasores’ ocupan sus lugares y no ocurre nada más, para desesperación de los propietarios». En las últimas páginas de su libro, García Sayán pregunta: “¿Qué se viene?”. Acierta en señalar varias tendencias que se acentuaron en los años siguientes, pero termina afirmando que: “... las contradicciones ya existentes –y que se profundizarán– con el gran capital y el problema de la democracia, siempre presente, parecerían ser los ejes sobre los que en el futuro mediato girarán las acciones del campesinado y trabajadores del agro en general” (1982:217). Ni una palabra sobre la violencia política. Eso fue en 1982. Varios años después, en su libro Lucha por la tierra, reformas agrarias y capitalismo en el Perú del siglo XX, terminado en 1986 y publicado en 1989, Rodrigo Montoya pone más énfasis en la lucha contra el capital que por la democracia. En el capítulo “¿A dónde va el campo andino?”, afirma: “la escena política de la lucha de clases en el campo muestra nuevos enemigos: el mercado capitalista y su expresión política en la clase comercial y el Estado como eje articulador del capital” (1989:227). Pero a pesar de que Sendero Luminoso ya se encontraba por entonces en su fase de “conquistar bases”, casi nada dice sobre la violencia campesina, ni sobre la guerra senderista.

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1980. Violencia en los Andes: ¿pachacuti o chawqa? “Sin percatarse de la revolución” (Missing the revolution) es el título de un artículo punzante y controvertido de Orin Starn (1991a), todavía inédito en castellano, en el cual critica a los antropólogos norteamericanos por no haber advertido el incubamiento de la guerra senderista en el campo ayacuchano durante los años 70. No es éste el lugar para hacer un balance de los aciertos y límites de la antropología culturalista. Lo que nos interesa es recalcar que el estallido de un nuevo tipo de violencia en el campo pasó por las narices no sólo de los antropólogos norteamericanos, sino de los científicos sociales peruanos en general. Como si apagones y petardos nos hubieran cegado y ensordecido, impidiéndonos analizar el fenómeno más importante de la década en el campo. Tanto que los primeros análisis estuvieron a cargo de extranjeros (McClintock 1983, 1984; Palmer, <1983>1986; Taylor, 1983; Anderson, 1983; Favre, 1984), mientras los peruanos nos limitábamos a artículos periodísticos La primera incursión de científicos sociales nacionales en el escenario de la guerra fue poco afortunada. Se produjo a raíz de la masacre de ocho periodistas en la comunidad de Uchuraccay (Ayacucho) en enero de 1983 y el nombramiento por parte del gobierno de una comisión investigadora de los asesinatos, presidida por Mario Vargas Llosa. Para la elaboración de su informe, el escritor buscó la asesoría de varios profesionales, entre ellos los antropólogos Juan Ossio, Fernando Fuenzalida y Luis Millones. El trabajo de Ossio y Fuenzalida (1983) sobre Uchuraccay, buscó compensar lo sumario de la investigación en la comunidad con el vasto conocimiento general de los autores sobre el mundo andino. El resultado final fue una visión erudita, pero que hacía de Uchuraccay un compendio coherente y paradigmático, ilustrativo de lo que los antropólogos entendemos como “sociedad andina”, subestimando las relaciones de los comuneros con la sociedad nacional y su conocimiento de la coyuntura de guerra que se vivía en la región. Este sesgo se agudiza en el informe final de la Comisión Vargas Llosa. Allí, a partir de Uchuraccay, se generaliza y se afirma que: “los hombres que los mataron <a los periodistas> no son una comunidad anómala en la sierra peruana, son parte de esa ‘nación cercada’, como la llamó José María Arguedas, compuesta por cientos de miles –acaso millones– de compatriotas, que ... han conseguido preservar una cultura –acaso arcaica, pero rica y profunda y que entronca con todo nuestro pasado prehispánico– que el Perú oficial ha desdeñado» (Vargas Llosa y otros 1983:21) Sí bien Uchuraccay no era “anómala”, tampoco era representativa de la evolución de la inmensa mayoría de comunidades andinas, inclusive ayacuchanas, que en las últimas décadas avanzaron hacia una mayor articulación económica, política y cultural a nivel nacional. Detrás y más allá de las viejas tesis culturalistas y la visión del Perú como sociedad dual, que Rodrigo Montoya (1984) criticó duramente al analizar el Informe Uchuraccay, éste revela la vieja esencialización de la sociedad andina, la aproximación exotista hacia el “otro”, lo que Said (1979) denominó “orientalismo”.

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Uchuraccay, y el tipo de guerra que comenzaba a desarrollar SL, proporcionaban material prácticamente insuperable para el reavivamiento de interpretaciones de esta naturaleza. Entre ellas destaca una suerte de fascinación con el milenarismo, que la eclosión senderista hizo aflorar tanto en extranjeros como en nacionales, tanto en conservadores como en radicales. Esta fascinación tuvo su apogeo en los primeros años de la década pasada, afectando incluso a autores que nada tenían que ver con la tradición culturalista antropológica. Salvo el trabajo de Ansión sobre la simbología senderista, el resto eran ensayos o incluso afirmaciones aisladas en medio de artículos. Su amplia difusión se explica entonces, al menos en parte, por los ojos con los cuales muchos intelectuales miramos todavía el mundo andino. Es que otorgarle un carácter milenarista al movimiento armado va asociado, con frecuencia, a suponer su carácter indígena o una participación indígena importante en él. Y si al referirse a la esencialización de “lo árabe”, Said acuñó el término “orientalismo”, Starn (1991a) habla de “andinismo” para referirse al mismo fenómeno en relación a los indios y/o “lo andino”. Consideramos que es más preciso hablar de “fundamentalismo racionalista” (Poole y Rénique, 1991) al referirnos a la dirección de SL y a un posible campesinismo en sus bases. SL no invierte el mundo, destapa un avispero. No es el pachacuti, término que por lo demás los campesinos nunca utilizan, es el chaqwa: voz quechua que significa caos o confusión extremos en los que ya no es posible saber con certidumbre quién es quién (Ossio y Fuenzalida, 1983:77), pérdida de identidad y ubicación, desmantelamiento literal del orden de las cosas (Kirk 1991:9). Investigaciones sociales y violencia Asediando al nuevo Leviatán A partir de 1984 aparecen los primeros trabajos que comienzan a responder tres interrogantes centrales: qué condiciones históricas y estructurales hacen posible el surgimiento de Sendero Luminoso; cuál es el perfil sociocultural de los cuadros senderistas; cómo logran construir una base social en el campo. Por un lado, aparece el folleto “Violencia y campesinado” con artículos de Alberto Flores Galindo y Nelson Manrique, cuyo énfasis principal está en la denuncia de la “guerra sucia” que se desata en Ayacucho desde 1983. Pero al tratar las causas y secuelas de ese tipo de guerra, abren varias pistas que serán luego intensamente transitadas. Entre las causas, Manrique pone énfasis en la violencia estructural. Tanto él como Flores destacan el autoritarismo político, los desgarramientos étnicos y el racismo, que afloró con fuerza a raíz de la matanza de Uchuraccay. Entre las secuelas, ambos señalan las migraciones forzosas. Era el inicio de los desplazados de guerra, que entonces sumaban 10 000 y hoy sobrepasan los 200 000. Finalmente, Flores señala que al terminar 1984, la guerra se ha convertido “en una arremetida del lado occidental del Perú contra su vertiente andina” (1985:31), idea que desarrolló con fuerza en los años posteriores.

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Por la misma época, otros dos trabajos entran de lleno a analizar el contexto histórico y sociocultural de la violencia. Se trata del artículo de Henri Favre: “Sendero Luminoso, horizontes oscuros”, traducido del francés en Quehacer (31.10.84) y de mi trabajo: Sendero Luminoso: los hondos y mortales desencuentros (IEP 1985). Ambos incorporan el análisis de los problemas étnicos, pero a contracorriente de las explicaciones culturalistas y/o indigenistas prevalecientes en los primeros tiempos, que tendían a ubicar a SL en el polo indígena de la estratificación étnica. Según Favre, el contexto de deterioro de la sociedad andina y del país en general habría llevado a una nueva fractura, mucho más fundamental que la oposición tradicional de clases, entre integrados y no integrados. Esta trombosis que lleva a la obturación de los canales de ascenso social es fuente de profundas frustraciones y alimenta la violencia senderista (Ibíd.: 34). Pero, precisa Favre, la principal base social potencial de SL en el campo la constituye la población rural descampesinizada y desindianizada, mientras que las poblaciones más indias y más campesinas serían las menos propensas a la influencia senderista (1984:32). Para sustentarlo, Favre reintroduce en la discusión la importancia de las seculares contradicciones entre poblaciones de valle y de puna. Alude a los sangrientos sucesos de 1983 en Uchuraccay y Lucanamarca, como ejemplos de comunidades de puna, más campesinas y más indias, rebelándose contra SL, asentado más en los valles quechuas, entre semicampesinos que son, al mismo tiempo, mineros, ambulantes o trabajadores de construcción civil. Degregori, por su parte, presenta el contexto regional ayacuchano en el que surge SL, enfatizando, junto a la pobreza y el atraso, el papel de la educación y en especial de la reapertura de la Universidad de San Cristóbal de Huamanga en la configuración de SL. Para él, SL es producto del encuentro de una elite intelectual provinciana mestiza con una base social juvenil también provinciana y mestiza, que sufría un doloroso proceso de desarraigo, producto de lo que Favre llama «descampesinización y desindianización». A ellos, SL les ofrece una nueva identidad basada en el marxismo-leninismo-maoísmo. El artículo argumenta que la expansión de este núcleo urbano hacia el campo ayacuchano durante los años 80-82 se ve favorecida por los aspectos autoritarios de la tradición andina. A partir de ‘ajusticiamientos’ a abigeos y ladrones, azotes o cortes de pelo a adúlteros o bebedores, ganan la simpatía de buena parte de la población. La estrategia les da rédito a corto plazo; pero en el mediano, abre una sangrienta caja de Pandora, cuando SL comienza a enfilar contra pequeños explotadores que no aparecen como externos al campesinado, sino que son parte del tejido comunal. Reviven entonces las rivalidades y conflictos intra e intercomunales. Los problemas se agudizan cuando SL ordena el cierre de varias ferias regionales. Favre introduce una variante muy sugerente en este punto. El cierre de las ferias no afectaría tanto, como podría pensarse, a los campesinos más mercantiles de los valles, que pueden agenciarse productos de otras formas, sino a los que viven en las punas. Ellos, al cerrarse las ferias, vuelven a depender para sus intercambios de los odiados habitantes de la quechua, que los miran despectivamente y contra los cuales han luchado durante décadas para independizarse a través de la creación de distritos... o de las propias ferias (Favre 1984:30).

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Degregori asocia el éxito de SL, entre otras causas, a la poca tradición de organización de las comunidades ayacuchanas en instituciones gremiales tipo CCP o CNA y deduce que en zonas de mayor densidad organizativa, SL encontraría mayores dificultades de asentamiento. Tanto Favre como Degregori niegan el carácter indio, milenarista y/o indigenista de SL. Pero en ambos artículos, el análisis de la participación campesina en la guerra es sumario. Este tema, así como el de las estructuras de clases y los actores sociales presentes en la escena rural, van a ser desarrollados en un conjunto de estudios de caso que aparecen en los años siguientes. A partir de ellos, se pueden analizar además las diferencias locales y regionales, tanto en el accionar senderista como en las respuestas campesinas. El análisis de la economía y la sociedad campesina en perspectiva histórica ha sido indispensable para una explicación cabal de los movimientos campesinos y la violencia rural o revolucionaria. SL llega a la zona cuando la contradicción comunidades-haciendas, que había movilizado al campesinado de la provincia en los años 70, había sido reemplazada por los conflictos del campesinado contra las cooperativas surgidas de la reforma agraria y contra los comerciantes, en un contexto de deterioro de la economía comunera. SL aprovecha ciertos conflictos de la sociedad campesina de Andahuaylas, incluyendo una oposición histórica a los comerciantes y al Estado. En esos años, el resentimiento contra el Estado era grande, por haberlos privado de su derecho a la tierra al crear cooperativas que sólo beneficiaban a un sector minoritario y se hallaban plagadas de problemas administrativos. SL explota también el resentimiento contra los comerciantes (el número de tiendas en Pacucha había pasado de cuatro en 1970 a treinta en 1981). Los más importantes eran acusados de acaparar tierras y de no cumplir con la tradicional reciprocidad andina, de “comportarse como mistis” (Berg 1986:188). A partir de ello, SL es capaz de suscitar simpatías entre el campesinado. Berg distingue entre simpatía, apoyo pasivo y apoyo activo. Los campesinos fluctúan mayoritariamente entre la simpatía y el apoyo pasivo. La simpatía tiene mucho de revancha contra los ‘ricos’, que rompen las normas de la reciprocidad andina; pero sus objetivos son distintos a los de la “revolución” senderista. Pronto, esas diferencias saltan a la luz. Especialmente, los conflictivos resultan los “ajusticiamientos”, que hacen decir a algunos: “no tengo nada en contra de que maten a los ricos, pero no me gusta cuando matan campesinos” (Berg 1986:186). Sin embargo, la represión de las fuerzas armadas y policiales mantiene viva la simpatía por SL, sin que ésta llegue a convertirse en apoyo activo masivo. En 1989, aparecen dos nuevos análisis regionales: uno de Nelson Manrique, que si bien ofrece una visión nacional de la violencia política, se concentra especialmente en el análisis de la sierra central; y otro de José Luis Rénique sobre la batalla por Puno. En ambos lugares, los campesinos se encuentran enfrentados a las formas asociativas surgidas de la reforma agraria, específicamente las SAIS. Pero mientras en Puno un «bloque comunero» encabezado por la Federación Departamental de Campesinos afiliada a la CCP, logra encabezar la lucha contra las empresas con una propuesta de «reestructuración democrática», en las alturas de Junín esa misma propuesta es bloqueada por la acción de SL que impone por la fuerza su criterio de destrucción de las SAIS. Pero luego del reparto de enseres y ganado de las empresas asociativas, SL tiene poco que ofrecer a nivel económico. Se con-

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vierte entonces, como en Ayacucho, en “guardián de la moral pública”: ajusticia abigeos, controla a maestros, castiga las conductas desviantes. “Así tiene que ser –explica un comunero–, porque los peruanos somos llevados por el mal”. En sus declaraciones vemos cómo, ante el “paternalismo vertical y violentamente autoritario” de SL, “afloran viejos reflejos de fatalismo y pasividad, largamente interiorizados desde la Colonia” (Manrique, 1989:157). SL satisface, entonces, otras reivindicaciones no-económicas, centralmente la necesidad de orden. El análisis de Manrique arroja luces sobre varios aspectos de la violencia senderista. Por un lado, al igual que Rénique en Puno, señala una diferencia entre la columna guerrillera central y las milicias locales. Estas últimas se muestran más flexibles y menos violentas, mientras que los cuadros de la columna central aparecen más violentos. Esta mayor violencia tiene que ver, según Manrique, con una mayor fidelidad al dogma y con su condición más externa a la realidad local, característica esta última que Rénique anota también para el caso puneño. Por otro lado, Manrique pone énfasis en la subsistencia de lo que podríamos llamar un gamonalismo sin terratenientes, a partir de la persistencia en el campo de un “capital comercial precapitalista”, generador histórico de violencia (1989:165). Por último, Manrique retoma su preocupación por las dimensiones étnicas de la violencia senderista. Según él, lo étnico es ‘el factor negado’ por SL, que nunca hace mención a esos aspectos en sus documentos. Pero su silencio no elimina la presencia de lo étnico en su práctica, en la cual: “retorna con una fuerza aniquiladora, que no puede satisfacerse en la sola eliminación del otro” (1989:168) y adquiere rasgos de crueldad, de terror, de “violencia ejemplarizadora... destinada a paralizar, disgregar y liquidar toda voluntad de resistencia”. Además, debe: “reforzar la pasividad y el fatalismo que históricamente se han alimentado de la convicción de que cualquier intento de rebelarse es, por definición, inútil”. Manrique analiza en estos términos «la violencia desplegada por SL, pero no queda claro en su artículo, cuál es la dirección principal de esa violencia. En un momento, afirma que: “es común a las guerras con una participación campesina dominante la presencia de una crueldad desbordada”, con lo cual parecería identificar la violencia senderista con una violencia campesina/india. Pero casi inmediatamente después, al referirse a la violencia étnica con toda su vesania como “violencia ejemplarizadora”, pone como ejemplo la represión de la revolución de Túpac Amaru. Con lo cual, estaría identificando la violencia senderista con aquella ejercida por mistis o criollos contra el campesinado indígena. El propio ejemplo contemporáneo que ofrece Manrique, corroboraría esta última interpretación. Él se refiere a la masacre de 80 campesinos en Lucanamarca por parte de SL. Como señala Favre al relatar ese hecho acaecido en 1983, los senderistas con base en Huancasancos y Sacsamarca, comunidades más bajas y más mestizas, atacaron Lucanamarca, comunidad de altura, que pocos años antes se había independizado de Huancasancos y que se rebeló contra SL. El castigo ejemplarizador se ejercería entonces contra los indios, pero también, de manera indirecta, contra el estado criollo y sus representantes. Porque en el balance que hace Abimael Guzmán de dicha acción, revela que ella fue ejecutada no

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sólo para paralizar a los campesinos, sino también para atemorizar al ejército, que acababa de entrar en la región: “para sofrenarlos, para hacerles comprender que la cosa no era tan fácil, que éramos un hueso duro de roer, y que estábamos dispuestos a todo, a todo” (Guzmán, 1988). Por mi parte, en otro trabajo (Degregori, 1989:28) me referí al tema, afirmando que el tipo de relación que SL establece entre partido y masas sería semejante a la antigua relación entre mistis e indios. Afirmaba que si la “dominación total” (Portocarrero, 1984) o el “triángulo sin base” (Cotler, 1969) definen la relación tradicional entre mistis e indios, entonces, por su práctica, SL constituye una nueva forma de ser misti por su desconocimiento de las organizaciones sociales, de todo lazo horizontal que escape al control absoluto del vértice en el cual se ubica exclusivamente el partido. Pero volviendo a los análisis regionales, resulta interesante contrastar la sierra central con el caso puneño, donde por lo menos hasta 1989 el “bloque comunero había logrado ganar la adhesión significativa del campesinado en su lucha contra las SAIS, y contener el avance senderista. ¿Dónde está la diferencia? En Puno encontramos una organización campesina más fuerte, con un apoyo más extendido de la iglesia y de ONGs, y la presencia más fuerte de la izquierda, específicamente de un partido, el PUM. Todos ellos, en alianza con sectores medios urbanos, constituyen un frente procomunero, que propone una vía comunera de reestructuración democrática, en oposición tanto a los gerentes de las empresas, empecinados en mantener la gran propiedad, como a la reestructuración burocrática propuesta por el gobierno aprista y la destrucción y reparto impulsado por SL. El frente procomunero tiene incluso una propuesta regional. De la lectura del artículo de Rénique se deduce que el factor decisivo del bloque lo constituye el factor político: el PUM. Tanto es así que cuando dicho partido se bloquea, arrastra en su crisis al conjunto del frente. Hasta entonces la mayoría de análisis, no sólo académicos, sino políticos y periodísticos, incluyendo a quien esto escribe, habían sobreestimado la capacidad de las organizaciones campesinas per se para frenar el avance senderista (véase, por ejemplo: Degregori, 1985). La Federación Departamental de Campesinos de Puno y las rondas campesinas de Cajamarca y Piura aparecían sustentando esta afirmación. En el caso de analistas vinculados a la izquierda, este optimismo tenía que ver con el énfasis en el denominado “protagonismo popular” y con una identificación excesiva entre movimiento popular y democracia. Por otro lado, subestimamos la capacidad política de SL para expandirse en un contexto de crisis general y desgaste de las organizaciones sociales, que incrementaba la necesidad de orden y seguridad, que SL ofrecía por la vía autoritaria; y la capacidad de ese grupo para compensar la falta de apoyo popular por medio de un terror exacerbado, asesinando dirigentes sociales para así paralizar por el miedo a las organizaciones. Completa esta línea de análisis de realidades regionales un trabajo de Degregori (1991b) sobre jóvenes y campesinos ante la violencia política en Ayacucho. El trabajo enfatiza la brecha generacional existente en el campo, provocada por la educación y la migración; y presenta a SL como posible canal de movilidad social dentro del ‘nuevo estado’, que se abre precisamente cuando se obturan los canales de movilidad social existentes a través

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del mercado, la migración, la educación. En el nuevo contexto de crisis, la opción senderista puede resultar atractiva para mujeres y jóvenes. Mientras que en los casos presentados por Manrique y Rénique, la columna guerrillera senderista aparecía más violenta que los cuadros locales, Degregori presenta ejemplos opuestos: mientras los cuadros permanecen en el pueblo, todo va bien; una vez que salen y dejan instalados los ‘comités populares’ a cargo de lugareños, comienzan los problemas. Es que las nuevas autoridades nombradas por SL no están tan ideologizadas en el dogma senderista y se encuentran, por el contrario, inmersas en la red de reciprocidades, amistades y odios locales. En nombre del partido se comienzan a procesar muchas veces viejas rivalidades personales o familiares. Esto no invalida las realidades presentadas por Rénique y Manrique, pero muestra la heterogeneidad, no sólo del campesinado, sino del propio Sendero Luminoso. Así como existen diferencias en el comportamiento de columnas y milicias, Degregori advierte cómo conforme se baja del vértice a la base de la pirámide senderista, más campesina, cambian las motivaciones de los que participan en la guerra y la ideología senderista se “contamina” con las tradiciones andinas, no necesariamente milenaristas, sino más bien de una suerte de utopía campesinista. El término “adaptación-en-resistencia”, acuñado por Stern (1990), le sirve a Degregori para explicar las divergencias señaladas ya desde Berg, entre el accionar y las motivaciones senderistas y campesinas. La muerte, o más bien el tipo de muerte que impone SL a través de sus ‘ajusticiamientos’, sería una de las brechas que lo separa del campesinado: “Son razones muy pragmáticas de una sociedad de bases económicas muy precarias, que establece intrincadas redes de parentesco y estrategias muy complejas de reproducción, y que tiene que cuidar en grado sumo su fuerza de trabajo. Matar, eliminar un nudo de esas redes, tiene repercusiones más allá de la familia nuclear ... Cuando SL castiga a un rico malo –abigeo, abusivo– o a un inmoral –esposo infiel, bebedor– puede ganar aceptación pues los ‘corrige’, es decir, los vuelve nuevamente funcionales a la comunidad. Cuando los mata desgarra un tejido social muy delicado y abre una caja de Pandora que no es capaz de controlar” (Degregori 1991b:404). Interrogantes, debates y futuros estudios A partir de esta revisión bibliográfica vemos cómo se ha ido construyendo, un corpus de conocimiento sobre la violencia política en el campo, y sobre el fenómeno senderista. Si bien los estudios siguen siendo escasos y los vacíos abundan, se han despejado varias confusiones iniciales, se ha alcanzado consensos alrededor de aspectos importantes y existen polémicas planteadas en otros. Habiendo avanzado hasta donde lo permiten los estudios existentes, podemos regresar entonces, con mayores elementos de juicio, a la pregunta inicial de este trabajo: ¿Por qué las Ciencias Sociales no advierten ese salto cualitativo en la violencia rural? Pero antes, a la luz de lo discutido en páginas anteriores, resulta imprescindible preguntarse: ¿Por qué

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se produce dicho salto en el Perú de los 80? Antes aún: ¿Se trata, realmente, de un salto cualitativo? Comencemos discutiendo esta última pregunta, por las repercusiones que su respuesta tiene para la autoimagen nacional, más allá de los estudios rurales y de las Ciencias Sociales. En efecto, la eclosión de violencia en la década pasada hizo (re)surgir una visión según la cual el Perú sería un país esencial y especialmente violento. Entre quienes propugnan interpretaciones de este tipo el más destacado y brillante es Pablo Macera, quien lanza sondas históricas que a través de milenios enhebran las feroces vaginas dentadas de las esculturas Chavín, con Mama Huaco, la esposa guerrera de Ayar Manco; Micaela Bastidas, compañera de Túpac Amaru II; y con la lideresa senderista Edith Lagos (Macera, 1984). Ante una tradición tan pesante, poco podemos hacer: El futuro pertenecería indefectiblemente a SL y las fuerzas armadas. Con variaciones y matices, esta imagen esencializada del Perú trasciende los marcos académicos y, alimentada por la crisis y las promesas incumplidas de la democracia política, fomenta una suerte de “fatalismo de las estructuras”, favorece la parálisis y nos monta sobre los rieles que conducen hacia la profecía autocumplida. Sin embargo, los trabajos empíricos nos muestran un mundo andino heterogéneo, contradictorio y cambiante. Diferencias ecológicas y regionales. Variaciones en el comportamiento de los actores de acuerdo a la doble estratificación, étnica y clasista. Modificaciones en el comportamiento de un mismo actor a través del tiempo. Habría que comenzar por preguntarse entonces quiénes son violentos, dónde y cuándo. Ello no anula cierto nivel de generalizaciones. Un alto grado de violencia existió siempre en el campo peruano, marcado por la violencia estructural, pobreza, injusticia, explotación, opresión, desprecio étnico, racismo, humillación. Los abusos de la policía y las autoridades eran también cotidianos. Frente a esa situación, el campesinado respondía a veces con violencia: “Ha sido siempre en situaciones límites de grandes abusos y dominaciones excesivas que ha surgido una violencia campesina indiscutible. Los campesinos han matado a algunos gamonales, ciertas autoridades y a muchos abigeos, luego de haberlos denunciado muchas veces ante el poder judicial sin haber conseguido ningún castigo legal. Luego, la acción de justicia por sus propias manos fue solidariamente compartida con el argumento conocido de Fuenteovejuna. En esta violencia campesina no han intervenido los partidos y los gremios pues han sido arreglos de cuentas puntuales y locales” (Montoya, 1989:249). Cuando el campesinado se organiza en sindicatos y federaciones y comienzan las oleadas de tomas de tierras en las décadas 50-70, la represión policial es muchas veces brutal y abusiva. No hay que olvidar que existían también conflictos intracampesinos e intercomunales, para no hablar de la violencia dentro de la familia, o en el imaginario andino. Pero todas esas violencias resultan un juego de niños comparadas con la que se desata a partir de 1980. Las palabras de Valderrama y Escalante, que en los años 70 vivieron entre los abigeos de Cotabambas (Apurímac), en una de las zonas rurales reconocidas tradicionalmente como las más violentas de los Andes, reflejan este cambio cualitativo:

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“En años recientes (1987) la zona cambió a raíz de la incursión de las columnas de Sendero Luminoso en varios poblados de Cotabambas... Mataron a gringos, gamonales y abigeos, declarando así su guerra. Inmediatamente después patrullas del ejército peruano se hicieron presentes en la zona provocando el fenómeno de ‘militarización’, que va despoblando de comunidades nuestro país. Estas comunidades de abigeos, laqas o suwas, que en esencia son campesinos arraigados a su tierra, a su ganado, que tienen a su familia con ellos, se vieron entre el fuego cruzado de bandas móviles de hombres armados, profesionales en una guerra que produce bajas en ambos bandos, pero que diezma principalmente a la población de la zona. Grupos íntegros de abigeos han sucumbido en manos de Sendero Luminoso y otros tantos han desaparecido en las bases militares de Qoyllurki, Mara y Huaquira” (1990:332). Podríamos afirmar que hasta la década de 1970, en un contexto económicamente expansivo y con una estructura social porosa en la cual se encontraban canales de movilidad ascendente, la violencia campesina era modulada o canalizada constructivamente a través de organizaciones que perseguían objetivos específicos: tierra, escuela, acceso al mercado, entre otros. Así, como vimos, en la época de las grandes invasiones de latifundios, los campesinos no querían exacerbar la violencia y los antiguos gamonales no podían hacerlo, pues habían perdido correlación en el estado. A partir de 1980, lo que vivimos no es un desborde de esa violencia campesina, ni de las viejas pulsiones milenaristas. Es la violencia de un partido estalinista que, al menos inicialmente, aparecía fundamentalmente externo a la subjetividad de amplios sectores campesinos. Por eso, cuando comentando la masacre de campesinos de Lucanamarca por parte de columnas senderistas, Nelson Manrique se pregunta: “si en el caso de Lucanamarca se trató de una acción decidida y organizada por la máxima dirección senderista, es de suponer a qué extremos pueden llegar las columnas dirigidas por cuadros con menor formación política” (1989:69). La respuesta sería que probablemente no llegarían a tales extremos. Después de leer el capítulo “La cuota” (Gorriti, 1990) y ver la conducta de SL frente a campesinos y dirigentes urbanopopulares en los últimos años es muy difícil imaginar un actor dispuesto a desatar un grado mayor de violencia. Ello no implica negar continuidades entre SL y las tradiciones andinas, especialmente en lo que a la imposición autoritaria de una moral tradicional se refiere. Los castigos corporales, las latigueras, los cortes de pelo, por ejemplo, son continuidad de la vieja tradición andina señorial y el viejo poder misti (véase: Millones y Pratt 1988). Tampoco sería correcto idealizar al campesinado o negar la posibilidad de que entre en la guerra y cometa excesos. Pero si bien desde Uchuraccay y Lucanamarca tenemos registro de tales acciones, han tenido que pasar ocho o nueve años de crueldades y vesanias por parte de Sendero Luminoso y las fuerzas armadas, para que sectores campesinos importantes asimilen finalmente los métodos de ambos contendientes y se incorporen a uno u otro bando. Me refiero a la masificación de los “comités de defensa civil” en la sierra central y en el norte de Ayacucho. Sin embargo, aún hoy, los “excesos” en el país corren a cargo fundamentalmente de SL y las FF.AA.

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La violencia de SL se ubica así en el cruce de varios vectores. Por un lado la tradición estalinista, o más específicamente marxista-leninista-maoísta. Por otro, una tradición señorial andina en crisis por el avance de la modernidad. Los sectores entre los que se incuba SL ven cómo las burguesías y clases medias urbanas de la costa se alejan de ellos y los miran con desprecio, y son testigos al mismo tiempo de lo que Nun llamó “Ia rebelión del coro”, los sectores campesinos tradicionalmente subordinados se les escapan de las manos para seguir sus propios y múltiples caminos. Un tercer vector, citando otra vez a Favre, es la existencia en el campo y la ciudad de sectores “descampesinizados y desindianizados” que crecen en medio de una crisis general que bloquea los canales de movilidad social y se vuelven receptivos al mensaje senderista. Y ya estamos de lleno en la siguiente pregunta: por qué tiene éxito este tipo de violencia en el Perú de los 80. Es consenso que el contexto de crisis general, que agudiza la pobreza y bloquea los procesos de modernización y democratización, sienta las bases para la violencia. A ello se suma una reforma agraria que revierte la tendencia a la parcelación de latifundios y al avance de la economía campesina. Luego del fin de la experiencia velasquista, las empresas asociativas quedan como desperdigadas guarniciones semiabandonadas y desmoralizadas, en medio del vacío de poder que deja el repliegue del Estado en el campo. Diversos actores se lanzan a cubrir ese relativo vacío: burguesías agrarias en algunos valles de la costa o partes de Arequipa; nuevos poderes locales: comerciantes, abogados, policías; organizaciones campesinas: rondas, federaciones; ONGs; iglesias; partidos de izquierda; narcotraficantes; Sendero Luminoso. De la forma en que estos distintos actores existan, se enfrenten o coaliguen, dependerá el perfil de los nuevos poderes y también en buena medida el grado y el carácter de la violencia. En el fondo, lo que está en disputa es la construcción de un nuevo orden: o sobre bases autoritarias o sobre bases democráticas. La expansión de SL puede ser vista entonces como la construcción violenta de un orden totalitario entre los escombros del viejo orden oligárquico, en competencia con un Estado que, luego de la transición democrática de 1978-80, se muestra incapaz de barrer esos escombros y edificar un sistema democrático y moderno. Y en competencia también con los desordenados intentos de organizaciones sociales y partidos políticos por construir órdenes más democráticos en ámbitos locales y/o regionales. Hemos visto el caso de Puno. Merecen también mención las rondas campesinas surgidas a finales de la década de 1970 en Cajamarca. Su objetivo era luchar contra una “cuatringa” de abigeos, comerciantes, jueces y policías que, luego del fracaso de la reforma agraria, pretendía reemplazar al viejo poder terrateniente. Si bien en su conformación se advierten influencias de la iglesia y de partidos de izquierda, en las rondas existe amplio espacio para la espontaneidad y la iniciativa campesina. De otra forma sería imposible entender su rápida masificación. Hacia inicios de la década de 1980 se extienden a la sierra de Piura. En la actualidad se calcula que existen alrededor de 3500 rondas en la sierra norte (Starn, 1991b:15), que agrupan alrededor de 280 000 ronderos (La República, 6.12.91:10). En poco tiempo las rondas lograron desterrar el abigeato. Incursionaron luego en la administración de justicia y ahora comienzan a asumir tareas que de alguna manera las asemejan

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a las comunidades campesinas, anteriormente casi inexistentes en la región (véase: Gitlitz y Rojas, 1985; Rojas, 1989; Huber y Apel, 1990; Starn, 1991.b, 1991c). Uno de los rasgos que convierte a las rondas o a federaciones como la puneña, en continuadoras de los movimientos campesinos de décadas previas es la voluntad explícita de evitar o minimizar la violencia. Por eso a raíz de un movimiento como las rondas, que dura ya más de una década y que ha dotado de identidad a centenas de miles de campesinos, se han producido apenas alrededor de 10 muertos. Los campesinos aparecen entonces como actores que no sólo reaccionan ante iniciativas ajenas (véase: Stern, 1990). Esto es importante para analizar no sólo las rondas norteñas, sino los “comités de defensa civil” surgidos en las zonas de emergencia de Ayacucho, sierra central y selva central. Pensando en futuros estudios, digamos que si consideramos a los campesinos como actores, es decir, como sujetos activos, y si tenemos en cuenta su heterogeneidad, entonces analizar los diferentes alineamientos campesinos en el escenario de la guerra requiere tener en cuenta múltiples diferencias: ricos pobres, indios-mestizos, puna-valle, más educados-menos educados. No todas ellas aparecen simultáneamente en todos los casos. Pero es necesario tomar, además, en cuenta las acciones y objetivos de los dos contendientes centrales: SL y las FF.AA., especialmente el primero de ellos, que en términos militares tiene la iniciativa táctica y, por consiguiente, mayor libertad de acción. Si estamos hablando de estudios futuros, quiere decir que hemos llegado a la interrogante inicial/final. ¿Por qué las ciencias sociales demoraron en entrar al tema y hasta hoy no logran analizarlo a cabalidad? En general, estuvimos demasiado inmersos en lo que podemos llamar paradigma expansivo de las décadas previas que tenía como ejes, sucesivamente: la consolidación de una estructura de clases, el problema nacional, el cambio revolucionario, el protagonismo popular, los nuevos movimientos sociales, la modernidad, la democracia. Quienes trataron de salir de esa temática demasiado optimista, cayeron en el otro extremo: el recurso a la historia y a la sicología, pero con ribetes esencialistas presentes en la utopía andina; y con un fatalismo estructural que nos deja atrapados entre pesadillas y fantasmas coloniales. En realidad, los estudios sobre violencia y campesinado en el Perú están todavía en sus inicios, y ello dice mucho sobre la situación del país. Falta llenar innumerables vacíos. Así por ejemplo, nada se dice sobre el MRTA en este balance, porque nada existe escrito, salvo algunos artículos de Raúl González en Quehacer (1988a, 1988b, 1991) y un acápite sobre el MRTA en la sierra central, en el mencionado artículo de Nelson Manrique (1989). Tal vez porque su presencia entre el campesinado es menor, y su accionar más previsible. En todo caso, la única vez que el MRTA dio una ‘sorpresa’ asesinando a un jefe asháninka, apareció un artículo de Margarita Benavides (1990), que provocó, incluso, una breve polémica. Tampoco existen trabajos desde las Ciencias Sociales sobre las etnias amazónicas frente a la violencia. Aparte del mencionado artículo de Benavides, sólo existen informes periodísticos. Más sorprendente aún, tampoco existe casi bibliografía sobre la violencia política en las zonas cocaleras. Nuevamente, la excepción la constituyen los artículos de Raúl González (1987, 1988b, 1991, entre otros) y uno de José Gonzales (1989:207-222). La casi totalidad de estudios se refiere a aspectos económicos y jurídicos del problema. Por

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último, excepto en los informes de grupos de derechos humanos, tampoco se ha estudiado la participación de los militares en los escenarios rurales a partir de 1983. Referencias mínimas se encuentran en los trabajos de Mauceri (1989), Granados (1987) y Obando (1991). Incluso los estudios sobre las rondas de Cajamarca y Piura son muy escasos. Alabadas y a veces sobreestimadas como ejemplo de organización democrática campesina y barrera contra SL, reconocidas finalmente por el estado, las rondas han dado lugar apenas al puñado de estudios ya mencionados, la mayoría a cargo de autores extranjeros. En cuanto a temas, hacen falta más estudios regionales y locales que permitan afinar comparaciones. En esa misma línea, falta ubicar la experiencia peruana en perspectiva comparada: andina, latinoamericana y mundial. Un conjunto de problemas permanecen casi inexplorados: mujeres y violencia política; etnicidad y violencia; economía de la violencia; el impacto de la violencia en las organizaciones campesinas, los gobiernos locales y las instituciones rurales en general; campesinado, FF.AA. y comités de defensa civil, entre otros. Finalmente, nos hallamos todavía lejos de haber elaborado una teoría que sea relevante para comprender el fenómeno e incidir en el rumbo de la guerra, contribuyendo a diseñar una estrategia democrática de pacificación. DEGREGORI, Carlos Iván. Campesinado Andino y Violencia. Balance de una década de estudios. http://www.sepia.org.pe/apcaa/img_upload/f79f2f33b9de89dd8d046ab46d37f0f0/Degregori__sepia_4_.pdf

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LECTURA II LIBERALISMO Y AUTORITARISMO: EL “FUJIMORISMO” Julio Cotler Como se ha visto, durante la década de los ochenta, el Perú ha sufrido varias quiebras que han trizado su débil entramado institucional. No sería extraño que surgieran y se difundieran versiones “pesimistas” sobre la viabilidad del país, contribuyendo a un estado de ánimo de “sálvese quien pueda”. En este cuadro, el liberalismo insurgió como la única tabla de salvación frente a la amenaza del holocausto polpotiano de SL y el descalabro populista. Desde mediados de los ochenta, Hernando de Soto (1984) inició una eficaz crítica liberal del orden patrimonial que cobró una inusitada vigencia a partir de la debacle producida por García. Ella se fundaba en que la irresponsabilidad política de los gobernantes, “dictadores electos por cinco años”, permitía al estado, vía los partidos, otorgar prebendas de tipo “mercantilista” que frenaban el desarrollo de las iniciativas, individuales, especialmente de los más pobres, bloqueando el desarrollo del mercado y fomentando la corrupción. Esto sería motivo para que se generalizaran las conductas “informales”, caracterizadas por su distanciamiento y oposición a las normas y procedimientos legales, causando el “desborde popular y la crisis del Estado” (Matos Mar, 1984). Esta situación debía ser remediada por la implantación de mecanismos “transparentes” que limitaran las atribuciones de los gobernantes y funcionarios públicos, como condición para solventar la desregulación estatal y el irrestricto desarrollo del mercado. En la medida en que estallaba la crisis de gobernabilidad durante el gobierno de García y la bancarrota del socialismo “real” se hacía evidente, las concepciones y propuestas de H. de Soto –reconocidas contribuciones al repertorio del liberalismo thatcheriano y reaganiano– ganaron una audiencia significativa en variados ámbitos sociales, incluso en los de filiación de izquierda. Estas consideraciones liberales fueron asumidas por Vargas Llosa en la campaña contra García y, luego, en las elecciones generales de 1990. Pero si aquél recibió el fervoroso respaldo de dos organizaciones políticas, de los organismos empresariales y de los sectores profesionales de las clases medias, no se debió tanto a su desbordante crítica al “mercantilismo” que éstos practicaban y su apelación al mercado, sino a los virulentos y eficaces ataques a los planteamientos populistas-izquierdistas. El descrédito de los partidos, reforzado por la campaña de Vargas Llosa, se hizo patente en las elecciones municipales de 1989, cuando haciendo gala de independencia política, surgieron nuevas figuras que se alineaban con sus ideas, obteniendo el respaldo popular en las principales ciudades del país. Sin embargo, la alianza de Vargas Llosa con dos partidos tradicionales, que tanto había criticado y desprestigiado, su afiliación con los “blancos y ricos” y sus tajantes propuestas

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tecnocráticas para ejecutar un duro ajuste estructural inclinaron las preferencias de la mayoría en favor de un desconocido candidato independiente. Fujimori se propuso sacar al país del atolladero mediante la aplicación de vagas medidas asociadas con la heterodoxia, la concertación política y la apelación a profundos anhelos populares de “honestidad, trabajo y tecnología”. La profunda segmentación social se puso de manifiesto en las urnas. A pesar del apoyo de la Iglesia y la costosa campaña publicitaria sustentada por los banqueros, Vargas Llosa sólo recibió los votos de los sectores de ingresos altos y medios; en cambio, Fujimori, sin esos recursos y en sólo un mes de campaña, obtuvo un masivo respaldo del vasto conglomerado popular y de los evangelistas, al que se sumaron los contingentes apristas e izquierdistas que, votando contra Vargas Llosa, decidieron los resultados en la segunda vuelta electoral (Degregori y Grompone, 1991; Rospigliosi, 1991). La sorpresa por la derrota del laureado escritor dio pábulo a que se expresaran las contenidas actitudes racistas de algunos seguidores de Vargas Llosa, manifestándose contra las masas tildadas de ignorantes por haber preferido un desconocido hijo de inmigrantes japoneses al insigne representante de la cultura occidental y moderna. Estas reacciones y el que Fujimori no contara con el respaldo de una mayoría parlamentaria debido a la dispersión política, ni tuviera plan de gobierno ni equipo de reconocida competencia, presagiaban situaciones de profunda inestabilidad política. Sin embargo, el flamante Presidente, con la habilidad propia de un tradicional y experimentado político, fue creando lazos de apoyo y neutralizando oposiciones, sin comprometerse en alianzas que pudieran limitarlo; mientras tanto, apelaba al “pueblo” contra la ineficiencia y corrupción políticas, que convirtió en temas centrales de su repertorio y que le otorgarían valiosos dividendos. Esta estrategia le dio un sorprendente margen de autonomía, dado el descrédito de las organizaciones políticas y la desintegración de las organizaciones sociales. Al igual que a otros gobernantes sudamericanos, le permitió hacer exactamente lo contrario a lo prometido y asumir comportamientos tecnocráticos y autoritarios destinados a dominar personalmente los aparatos estatales y la agenda política. La asesoría de un secreto cenáculo de familiares y amigos personales –entre los que se destaca un militar retirado y al que se le adjudican tenebrosas responsabilidades– favoreció la articulación del Presidente con las Fuerzas Armadas, en base a su coincidencia en el rechazo al orden fundado en los partidos y en las tradicionales figuras políticas. Esta relación dio lugar a que Fujimori “tomara el mando” político de la guerra asumiendo los planteamientos militares. Simultáneamente, hizo profesión de fe católica, dejando ver su distanciamiento con los evangelistas al disolver la organización que le había servido de trampolín al poder, despejando los temores de la autoridad católica. De esta manera se ganó el respaldo de las instituciones tutelares que, en el cuadro de desorganización general, mantenían en la opinión pública altos índices de confiabilidad.

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Frente a las dramáticas restricciones económicas legadas por García, las presiones, recomendaciones y propuestas internacionales llevaron a que Fujimori decretara una drástica política de ajuste y estabilización ortodoxa, más dura aún que la propuesta por Vargas Llosa. Para lo cual Fujimori recibió la delegación de poderes del Parlamento, gracias a que reclutó adeptos de diversas agrupaciones políticas, incluso de las izquierdas moderadas, para formar el gabinete y del que se deshizo a la primera oportunidad para reemplazarlo por otro compuesto por tecnócratas e incondicionales suyos. La decisión de “reinsertar” al Perú en la economía internacional ha tenido dramáticos efectos recesivos, en una situación de profunda postración económica de la que hasta hoy el país no logra recuperarse. Sin embargo, el “shock” mereció el eufórico aplauso de los empresarios, de los tecnócratas y de los medios de comunicación, despejándose los temores de que el Presidente fuera una comparsa de García. Pero, de otro lado, Fujimori supo acallar la irritación de la población burlada alegando que no había alternativa realista al estado de catástrofe nacional del que eran responsables los gobiernos anteriores por su manifiesta ineficiencia y corrupción, y el sistema institucional dominado por la “partidocracia”; así, Fujimori se apropió de las tesis de Vargas Llosa por partida doble. Tal como el general Velasco durante su gobierno (1968-75) asumió como suyas las tesis de Michels, también Fujimori acusó a los partidos de estar dominados por oligarquías irresponsables que habían disipado las posibilidades del país durante los últimos 30 años, coincidiendo con las críticas a estas organizaciones que se hacían en otros países. Estas argumentaciones fueron convalidadas por las disensiones partidarias y las acusaciones parlamentarias contra el ex-Presidente García, algunos de sus ministros y amigos por apropiación ilícita de recursos públicos y privados. Las enérgicas expresiones de Fujimori y su decisión de eliminar dichos vicios concitó el aplauso público, como reiteradamente se vería en los resultados de las encuestas de opinión pública, que pasaron a constituir la expresión válida de los intereses y aspiraciones sociales, en vista de la desarticulación y desprestigio de las organizaciones de la sociedad. Estos testimonios contribuyeron a que el “shock” fuera acatado por la población como un sacrificio necesario, aunque provisional, que enrumbaría definitivamente al país por el camino del orden y la prosperidad, gracias a la indispensable colaboración externa. En estas circunstancias, los acendrados proyectos nacionalistas se desvanecieron después que durante seis décadas habían sido los puntales de las movilizaciones políticas; mientras, los valores de eficacia y honestidad pasaron a ser los dominantes, identificados personalmente con Fujimori, permitiéndole arrogarse la representación personal de las frustraciones y esperanzas del “pueblo” desorganizado. De este modo, la tan mentada “crisis de la clase política” y “el divorcio entre sociedad y Estado”, a los que intelectuales y periodistas hacían constante alusión, se arraigó en la conciencia pública e incluso entre los desconcertados políticos “tradicionales” planteándose, finalmente, el problema de la estructura y funcionamiento antidemocráticos de los partidos y la necesidad de recuperar su perdida conexión con la sociedad.

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Pero si el Legislativo le otorgó a Fujimori amplios poderes de emergencia para avanzar en la reestructuración liberal, también asumió una desconocida conducta fiscalizadora que el Ejecutivo resistió considerándola una intromisión a sus atribuciones. Mientras tanto García, que había sido un secreto cómplice en el triunfo de Fujimori, ahora buscaba orquestar la oposición, con la clara intención de recuperar su perdida popularidad y, eventualmente, retomar el poder en 1995. El temor a esta posibilidad sustentó el apoyo a la reiterada oposición de Fujimori a las propuestas de coordinación que diversos parlamentarios le alcanzaron, produciéndose constantes fricciones entre ambos poderes que Fujimori no cesaría de azuzar, estableciendo un curso de colisión con la seguridad de que el desprestigio del Parlamento y de los partidos lo favorecerían. Entre noviembre de 1991 y marzo de 1992 las tensiones entre ambos poderes se extremaron. La oposición parlamentaria a otorgar facultades irrestrictas a las Fuerzas Armadas para combatir la subversión se conjugó con el rechazo del Ejecutivo a las propuestas parlamentarias relativas al gasto social. Entonces, las repetidas proclamas autoritarias de Fujimori fueron interpretadas por algunos observadores como claras advertencias sobre sus intenciones golpistas. La insólita acusación de corrupción formulada por la esposa del Presidente contra los familiares de éste, que cuentan con una influencia política decisiva, determinó el desenlace. La formación de una comisión de investigación parlamentaria que pondría en peligro su creciente autonomía, decidió que Fujimori llevara a cabo el plan que, al decir de distintos observadores, habría sido preparado y desarrollado por el servicio de inteligencia militar. El 5 de abril de 1992, Fujimori “suspendió” la Constitución y formó un “gobierno de emergencia y reconstrucción nacional” con la colaboración de la Fuerza Armada, aduciendo que el Parlamento y, en general, la institucionalidad le impedía reestructurar el país para refundar la república, reemplazando la democracia “formal” por otra “real”. Acto seguido, la emprendió contra periodistas, sindicalistas y políticos, obligando al ex-Presidente García a asilarse en Colombia. El respaldo masivo de la población a esta decisión y la participación de la fuerza armada incapacitó a los maltrechos partidos y sindicatos para desplegar una acción efectiva, facilitándole al gobierno la tarea de depurar la administración pública y colocar a un personal incondicional en los tribunales y los comandos militares, supuestamente para moralizarlos y darles una mayor eficacia operativa. Asimismo, esta acción también le permitió decretar una racha de reformas liberales acordadas con los organismos internacionales que, paradójicamente, los denostados partidos avalaron. La necesidad de legitimar su decisión lo llevó a convocar a un frustrado “Diálogo Nacional”, en donde se expondrían las aspiraciones sociales que serían incorporadas en una nueva constitución redactada por un grupo de notables y que el “pueblo” ratificaría en un plebiscito. Mediante este socorrido procedimiento autoritario Fujimori pretendió establecer una “nueva democracia”, en donde sin intermediación política, el “pueblo” expresaría sus prefer-

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encias, incentivando a incautos intelectuales y políticos a proponer formas de “democracia directa”, sin medir sus consecuencias políticas. De esta manera parecía diseñarse un régimen populista en lo político y liberal en lo económico; pero debido a su inherente contradicción, las relaciones de Fujimori con las masas no irían más allá de los gestos populistas, pero serían suficientes para mantener en alto su popularidad. Pero si los partidos, sindicatos y los pocos medios de comunicación contrarios a la decisión de Fujimori no pudieron ejercer una oposición eficaz, las presiones internacionales y la interrupción de la indispensable ayuda económica sí lo consiguieron. En el marco del “consenso de Washington” los mismos organismos y gobiernos que aplauden las transformaciones económicas se opusieron a los propósitos dictatoriales de Fujimori y condicionaron su colaboración económica al respeto a las formas democráticas. Por esto se vería precisado a anular algunas de las más flagrantes disposiciones y prácticas que atentan contra los derechos humanos y se comprometió a convocar elecciones para el “Congreso Constituyente Democrático”. Es así como la reinserción económica del Perú en la comunidad internacional, en condiciones de extrema vulnerabilidad, se completó con la “interiorización” de los agentes políticos “extranjeros”, dejando traslucir la redefinición de la soberanía nacional. La extrema subordinación del país a los condicionamientos externos ha despertado el encono “nacionalista” de los que apoyan a Fujimori, pero sólo en lo concerniente a la intervención destinada a concederle al país una cierta configuración democrática; mientras que los débiles grupos de oposición y los que aún sustentan posiciones antiimperialistas reconocen que dichas presiones constituyen elementos indispensables para su existencia y la eventual recuperación de la democracia. Después de marchas y contramarchas con respecto a la fecha y las normas que regirían las elecciones, destinadas a confundir a los dirigentes políticos “tradicionales”, ellas se realizaron en noviembre de 1992 con el indiscutible triunfo de la lista oficialista. A ello contribuyó el endose personal de Fujimori cuando estaba en el punto más alto de su popularidad y al respaldo general de los medios televisivos; pero también al apoyo que los tecnócratas, los empresarios y los organismos internacionales de crédito le dieron a las medidas económicas. Estos soportes propiciaron que la lista oficialista se constituyera en sinónimo de estabilidad y seguridad, que se acrecentaron con la captura de Guzmán y otros dirigentes de SL y del MRTA, reforzando la imagen de eficacia política de Fujimori. Del otro lado, también contribuyó a este triunfo el incesante descrédito de los partidos, por sus divisiones con respecto a dicha convocatoria y su abstención en las elecciones, supuestamente para no legitimar el régimen pero que la opinión pública interpretó como una manera de disfrazar su aislamiento. Además, días antes de las elecciones, un abortado golpe militar –supuestamente destinado a la reinstauración democrática– motivó la intervención en los maltrechos mandos militares y que Fujimori acentuara la persecución a los dirigentes políticos, desbaratando los débiles focos de oposición que restaban.

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A raíz de la instalación del Congreso Constituyente, no es extraño que la mayoría oficial persiga erigir un régimen fuertemente presidencialista y –probablemente– permitir la reelección de Fujimori en 1995, además de aprobar institutos plebiscitarios. De esta manera, tal como lo dejan entender sus propagandistas, se aseguraría la continuidad política necesaria para derrotar la subversión y “reinsertar” definitivamente el país en la economía mundial. Esto ha motivado la polarización entre la disminuida oposición y el gobierno, y que las críticas de Vargas Llosa hayan desembocado en una ácida polémica con los seguidores de Fujimori, contribuyendo a la división de la coalición liberal que formó alrededor suyo. Con motivo de las elecciones municipales en enero de 1993, el gobierno modificó la legislación electoral, favoreciendo la presentación de 15 000 listas “independientes”, a las que se sumaron los partidos políticos en el supuesto de que, en esta oportunidad, podrían demostrar su capacidad de convocatoria. Si bien el candidato oficial para ocupar la Alcaldía de Lima tuvo que retirarse de la contienda electoral, visto que el endose de Fujimori no bastaba para asegurar su triunfo, los candidatos de los partidos acabaron sumergidos por los votos obtenidos por las nuevas figuras “independientes”, reconfirmando su agotamiento y el realineamiento político en marcha. Esta situación ha provocado agudas críticas y divisiones en los partidos, observándose la emergencia de una nueva generación que propone su reorganización y replanteamiento doctrinario y organizativo, lo que podría ser un signo del proceso de renovación política. Simultáneamente, la constitución de grupos de diversa composición social y política que buscan afirmar los valores y los procedimientos democráticos también es indicativa de la posible revitalización de la sociedad civil. Algunas reflexiones finales El desenlace autoritario del país ha llevado a debatir, y no sólo en el Perú, sobre la necesidad o inevitabilidad de la interrupción constitucional como condición para instaurar la autoridad estatal y asegurar la necesaria continuidad de las reformas económicas de manera de confirmar la estabilidad política y económica. A este respecto, existen posiciones encontradas; unos consideran que la solución autoritaria es la única factible para avanzar en el proceso de “modernización” y el desarrollo del país, poniendo como ejemplo a Pinochet; mientras otros desestiman esta supuesta fatalidad, en tanto consideran que se podría haber logrado ese objetivo en el marco institucional, si no hubiera sido porque las condiciones del país permitieron que Fujimori realizara sus ambiciones personales y las Fuerzas Armadas pudieran actuar fuera de la luz pública. De todas maneras, el saneamiento económico de acuerdo a las fórmulas liberales ha reducido a niveles inconcebibles las funciones estatales destinadas a proteger los niveles de bienestar social y los derechos humanos, que contrastan con el fortalecimiento de las funciones de control atribuidas a las fuerzas militares. Hasta hoy, contrariamente a lo que podría esperarse, esto no ha mellado la legitimidad del régimen; al contrario, como se ha dicho, le confiere un significativo sustento.

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Pero el estilo neopatrimonial de Fujimori es el talón de Aquiles del gobierno. Su extremo voluntarismo y rechazo a las mediaciones institucionales impiden atender los intereses y demandas sociales que pueden desembocar en situaciones conflictivas. En este sentido, sectores empresariales y algunos grupos populares han reaccionado contra el programa económico, puesto que no tiene visos de corregir la continua recesión ni el rebrote inflacionario, orillándose situaciones de ruptura del consenso logrado por Fujimori. De proseguir esas dificultades y a instancias de las presiones de algunos de los “independientes” con aspiraciones a reemplazarlo, no sería de extrañar que Fujimori buscara repetir un audaz “salto hacia delante”, que podría ser al vacío. De otro lado, el carácter tecnocrático de las decisiones –y, en esa medida, aislado y ajeno al debate público– y su intervención arbitraria en diferentes instancias gubernamentales se suman para crear situaciones de incertidumbre y conflicto. Su participación en las designaciones, promociones y remociones de jueces, fiscales y diplomáticos pretextando su inmoralidad e ineficiencia, pero que no por ello ha logrado corregidas, ha contribuido a crear un estado de desasosiego y de tensiones que dificultan la marcha fluida del gobierno. Este hecho es particularmente grave en las Fuerzas Armadas, donde junto a injustificados desplazamientos y retiros de oficiales, el servicio de inteligencia que controla su asesor, se ha constituido en un temido organismo de carácter policial. A su vez, la descarada dependencia de los tribunales militares al Ejecutivo ha creado dudas sobre la validez de sus dictámenes en los juicios a los acusados por subversión y a los oficiales comprometidos en la violación de los derechos humanos y los acusados de rebelión. Todo ello dificulta la recuperación de la credibilidad de Fujimori en el exterior, lo que tendrá ineludibles repercusiones internacionales de todo tipo. En suma, los inevitables baches que sufrirá el gobierno y las ineficiencias de la administración pública serán percibidos como de exclusiva responsabilidad del Presidente; entonces el autoritarismo del que se ufana Fujimori puede ser motivo de su perdición. En estas circunstancias, si las presiones internacionales persisten y la renovación política avanza lo suficiente como para eliminar las viejas prácticas y estilos patrimoniales, existen motivos para imaginar el establecimiento democrático. De lo contrario, las perspectivas para el Perú no son nada promisoras. Instituto de Estudios Peruanos. El fujimorismo. Lima, 2000.

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CAPÍTULO XXI LAS NUEVAS FUERZAS SOCIALES Y POLÍTICAS DEL SIGLO XXI: EL MOVIMIENTO REGIONALISTA, LOS PUEBLOS INDÍGENAS, EL NACIONALISMO, LOS MOVIMIENTO EVANGÉLICOS Las elecciones nacionales y regionales del año 2006 nos han mostrado una nueva geografía política y nuevas fuerzas sociales emergentes. En las elecciones nacionales se confrontaron la derecha tradicional representada por la candidata de Unidad Nacional (UN), Lourdes Flores; el candidato nacionalista, en torno de quien se agruparon los sobrevivientes de la izquierda; y un variopinto grupo de “outsiders” impredecibles; y el candidato del APRA, con discurso electoral social demócrata en la primera vuelta y con un discurso neoliberal (“cambio responsable”) en la segunda. El triunfo de Alan García significa para el Perú la construcción del “tercer piso” del edificio neoliberal iniciado por Fujimori. Las leyes sólo favorecen al gran capital, principalmente extranjero, se están rematando todos los recursos naturales existentes, incluida la amazonía y se ha recibido el TLC con EE.UU. de NA como la salvación nacional. La imagen electoral del Perú, sugerida en el proceso electoral nacional, ha resultado mucho más clara en los procesos regionales: no existen partidos políticos “nacionales” (a excepción del APRA formalmente); los peruanos de las regiones desconfían profundamente del centralismo limeño y de sus partidos; los pueblos indígenas de la sierra y la amazonía se van convirtiendo en un referente cada vez más claro de la “utopía”3 en torno a la cual se van forjando ideologías “nacionales” y regionales; las iglesias evangélicas han optado por la militancia política para garantizar su desarrollo y su lucha por la hegemonía eclesiástica. Las ideologías “verdes” relacionadas con la defensa del medio ambiente frente a las actividades extractivistas que dañan los ecosistemas naturales. ¿Hacía dónde vamos? Es la pregunta que cada uno de nosotros debe responder, asimilando la memoria colectiva que como sociedad hemos vivido y a la que siempre debemos recurrir para no seguir tropezándonos con las mismas piedras con las que nos hemos tropezando desde la colonia.

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FLORES GALINDO, Alberto. (1986) Buscando un Inca. La Habana, Casa de las Américas.

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LECTURA “EL MUNDO NECESITA RECUPERAR LOS VALORES DE LA ILUSTRACIÓN PARA AFRONTAR EL FUTURO” Eric Hobsbawm Texto de Josep María Soria El historiador británico Eric Hobsbawm es una referencia tanto para los estudiosos del siglo XX como para los analistas del presente. Sus tesis marxistas no dejan a nadie indiferente y consiguen el efecto de una tormenta de ideas. En esta entrevista, analiza las grandes cuestiones contemporáneas, desde el futuro de Europa a las grandes migraciones pasando por la persistencia del modelo dialéctico entre izquierdas y derechas. Eric J. Hobsbawm, nacido en Alejandría, en 1917, es el historiador vivo más leído del mundo. A sus 90 años, sus libros siguen despertando un interés masivo entre un público interesado por el siglo XX y por el presente. Recientemente estuvo en Barcelona, donde de la mano de la editorial Crítica, pronunció una conferencia (12 de noviembre, en el CCCB) y el amplísimo sótano de la institución se quedó pequeño por la gran afluencia de personas, que superó, de largo, los siete centenares. Esta capacidad de convocatoria de Hobsbawm se explica porque, además de ser miembro del grupo de historiadores marxistas británicos, es un analista muy influyente entre la izquierda en el mundo. El autor de las eras históricas contemporáneas, que concreta en la de la revolución (17891848), la del capital (1848-1875), la del imperio (1875-1914) y la de los contrastes, convertida ésta en una canónica Historia del siglo XX, es un referente intelectual por su claridad teórica, capacidad generalizadora y perspicacia por los detalles. Sus argumentos, basados en el saber crítico y en documentados razonamientos, convierten su lectura en una sugestiva tormenta de ideas sobre el presente y las perspectivas de futuro. Todo ello al margen de que se esté o no de acuerdo, por ejemplo, con respecto a su posición euroescéptica, por citar una de las cuestiones. Aprovechando su estancia entre nosotros, hemos recabado su opinión acerca de ocho grandes temas del presente: la hegemonía mundial, la guerra del siglo XXI, la dualidad entre derecha e izquierda, el futuro de Europa, la tendencia fundamentalista en las grandes religiones, las grandes migraciones, la complejidad del presente y la receta para entender el mundo actual. ¿Qué sustituirá al viejo sistema de hegemonías que regía el mundo? Estamos en un momento de declive de la hegemonía mundial. Estados Unidos sigue siendo el país más potente y hegemónico, pero a raíz de lo acontecido en la guerra de Iraq, no está en condiciones de desempeñar el papel que ha tenido hasta ahora y el que pretendía el presidente George W. Bush seguir desempeñando. Nos encontramos, pues, al final de un periodo de la historia occidental que se ha distinguido por un gran crecimiento económico

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y tecnológico que ha traído como consecuencia una gran acumulación de riqueza. Sin embargo, y a pesar de este declive, la hegemonía occidental está en disposición de proyectar su enorme influencia por el gran capital acumulado en la educación y en las instituciones científicas. Por otra parte, China está adquiriendo fuerza para convertirse en una primera potencia mundial, aunque los dirigentes chinos no han demostrado hasta el momento tener las aspiraciones hegemónicas que en el pasado tuvieron Gran Bretaña y, más tarde, Estados Unidos. Por tanto, la cuestión es, en la actualidad, la caída de poderes hegemónicos y la emergencia de otros países, fundamentalmente China. ¿Vamos, pues, hacia un nuevo equilibrio mundial? Según mi opinión, el principal cambio que se está produciendo es de orden político y tiene dos vertientes. Por una parte, el mundo se encuentra en un proceso de balcanización, de emergencia de pequeños poderes. Piensese en Europa, por ejemplo. En 1913 había apenas 20 países. Todavía no ha transcurrido un siglo y ya son el doble. Paralelamente a este proceso, los países grandes se vuelven más poderosos, y no sólo las grandes potencias industriales tradicionales, sino los países con economías emergentes, como son la citada China, India, Brasil y otros. Esto obliga a los primeros a negociar con los segundos en condiciones de igualdad en plataformas como la Organización Mundial del Comercio o instancias similares. Por tanto, el nuevo equilibrio tendrá que producirse entre las antiguas potencias y las emergentes. Hay quien piensa que el nuevo equilibrio se dará entre Estados Unidos y la Unión Europea. No es seguro, entre otras razones porque las políticas europeas han estado alineadas con las estadounidenses. Si ha habido un cierto enfrentamiento, ha sido únicamente en el aspecto económico. Por otra parte, hay problemas de equilibrio que no son globales, sino regionales. Y la mayoría de estos problemas surgen en Oriente Medio y en el Sudeste Asiático. Allí es donde aparece hoy el principal peligro para el equilibrio mundial, porque, junto con África, son las áreas donde surgen las grandes guerras y las catástrofes sociales. ¿Cómo será la guerra del siglo XXI? Grandes guerras como las de la primera mitad del siglo XX, que conforman el siglo más sangriento de la historia, son posibles pero no probables. Las grandes guerras entre países creo que están prácticamente excluidas. De hecho, ya han estado ausentes en el siglo XX en las américas (con la salvedad de la guerra del Chaco, entre 1932 y 1935, entre Bolivia y Paraguay) y es muy difícil imaginarlas, ahora, en la Europa occidental y central. En Asia sigue siendo una posibilidad, pero creo que el equilibrio entre China, India y Pakistán la hacen menos probable. En cambio, lo que es más corriente en la actualidad son los conflictos bélicos dentro de un estado con la intervención militar desde otros estados, desde fuera. Ésta es la situación en Oriente Medio y en Afganistán. Y la característica principal de estos conflictos es que la actividad militar es relativamente pequeña, pero sus efectos sobre la población civil es

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desproporcionadamente grande. En la actualidad, la proporción de víctimas civiles de cualquier guerra se sitúa entre el 80 y el 90%, cuando en la Primera Guerra Mundial la cifra sólo fue del 5%. En cambio, el personal militar y el número de soldados que interviene en los conflictos es relativamente pequeño. “La Unión Europea ha fracasado en el terreno legislativo y en el ejecutivo y sólo ha logrado cierto éxito en el judicial”. (En Guerra y paz en el siglo XXI, Eric Hobsbawm esboza la siguiente previsión: “En el siglo XXI, la guerra no será tan sangrienta como lo fue en el siglo XX, pero la violencia armada, que dará lugar a un grado de sufrimiento y a unas pérdidas desproporcionadas, continuará omnipresente y será un mal endémico, y epidémico por momentos, en gran parte del mundo. Queda lejos la idea de un siglo de paz”). ¿Está vigente la dualidad derecha-izquierda? Sí. Aunque ha cambiado su naturaleza, tanto que apenas es reconocible. Esto se debe, en gran parte, al declive de las ideologías de progreso que arrancan de los procesos revolucionarios de Francia y de Estados Unidos, en el XVIII, en los que sustentó la izquierda. Uno de los hitos de ese cambio es la revolución iraní de 1979. Una revolución social en toda regla, pero no realizada según la ideología tradicional. Es en gran parte uno de los grandes problemas del presente y es que las revoluciones que antes eran consecuencia del descontento social, ahora se mueven por otras ideologías, por otros problemas. Sin embargo, la dualidad derecha-izquierda sigue presente en los países ricos de Occidente porque está profundamente arraigada. En otras partes del mundo, cuando se produce un movimiento revolucionario, la bandera que se levanta es todavía una reminiscencia de aquella ideología liberadora, especialmente en algunos movimientos populares de América Latina, donde sigue existiendo una izquierda histórica. Hay otros ejemplos, donde se observan diversos elementos en mezcla. Por ejemplo, en la India ha aparecido un movimiento emergente de clase media, religiosa y de derechas, al mismo tiempo que está en declive el movimiento nacionalista, el del Partido del Congreso, que lideró la independencia, todo ello conviviendo con la presencia de un partido comunista muy potente. En general, por tanto, mientras existan ricos y pobres habrá diferencias ideológicas en forma de derechas e izquierdas. Incluso, aunque los pobres no sean muy pobres, los ricos son cada vez más ricos, de forma que la dualidad por la que me pregunta seguirá existiendo. ¿Existe una regresión fundamentalista en las grandes religiones? Sí, en la mayoría. Incluso en el budismo. Pero no son regresivos. Se trata, en muchos casos, de fenómenos nuevos que nada tienen que ver con la tradición. Por ejemplo, me remito de nuevo a la revolución iraní de 1979. La propuesta del ayatolá Jomeini no tiene nada que ver con el islam tradicional. De hecho, lo que propone es un estado moderno, con una base territorial. Otro ejemplo es el fundamentalismo judío, que en el pasado estuvo claramente enfrentado con el estado sionista y que, desde 1967,

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no sólo es sionista, sino que es imperialista. Otro ejemplo es el fundamentalismo protestante norteamericano, que se ha vuelto profundamente republicano, y no siempre fue así. Otro caso es el del fundamentalismo evangelista en Brasil, que no está alineado con la extrema derecha sino que apoya al Partido de los Trabajadores de Lula. Por tanto, es preciso analizar estos movimientos fundamentalistas a fondo para saber hasta qué punto son o no regresivos. ¿Es el futuro de Europa más Europa? La situación de la Unión Europea se ha complicado a partir de la ampliación hacia el este. Y se complica en la medida en que Europa se ha convertido en parte de la política local, un factor que se ha comprobado en los referendos sobre la Constitución. La conclusión es que si democratizas las decisiones sobre Europa, los europeos pueden votar en contra y eso genera muchas dudas. El tratado de Lisboa se aprobará con el referendo de los votantes de un solo país, Irlanda. En los demás países serán los parlamentos los que lo ratificarán. La idea original del tratado de Roma de crear una federación o un bloque, ya no es realista. Es imposible crear una política exterior y una fuerza militar única. De hecho se viene a dar la razón a la vieja idea del general De Gaulle de la Europa de las patrias, con una excepción, junto con la creación de un Tribunal Supremo, que es la económica mediante la implantación del euro y no en todos los países de la Unión. Según mi opinión, la Unión Europea ha fracasado en el ámbito legislativo, en el ejecutivo y sólo ha logrado cierto éxito en el judicial. El origen de ese fracaso, según mi opinión, es que la Unión Europea se basa en una reacción pasajera a las grandes guerras de la primera mitad del siglo XX y es su pluralidad la que la identifica, una pluralidad que viene desde el imperio romano. La conciencia de Europa como entidad geográfica es muy moderna. De hecho, nace de una pequeña comunidad elitista en Francia, Gran Bretaña y Rusia, que se relaciona a través de las fronteras a finales del XVII, y que les une, además de una lengua que es el francés, las ideas de racionalidad, progreso y mejora de la condición humana. Por tanto, la idea de que la identidad de Europa tiene una base cristiana tampoco es válida. Estas élites acabarán conformando las naciones estado, en movimientos contradictorios entre la unión y la división. A medida que se pierde el miedo a la guerra, aparece la balcanización, que es el proceso en el que nos encontramos, y movimientos xenófobos por un sentimiento de diferencia. Y con culturas locales, globalizadas. Por tanto, la tendencia histórica va contra la Unión Europea “El mundo es hoy más complejo por la mezcla de lo viejo y lo nuevo. Y esto es especialmente cierto en los países desarrollados y en las viejas instituciones, como la Iglesia”. ¿Cuál será el impacto de las migraciones en los países desarrollados? Creo que se puede afirmar que el principal impacto es desproporcionado con respecto al número de personas que emigran, que es relativamente pequeño. Este impacto en los países que reciben inmigrantes es que crea problemas sociales y políticos. Especialmente, políticos. La fuerza de este factor se puede ver reflejada en el siguiente hecho. La mayoría de los gobiernos, bajo una fuerte influencia del neoliberalismo, han asumido las consecuen-

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cias de los movimientos de capitales y de los factores de producción. Pero ni uno solo de ellos ha logrado hacerlo con el movimiento de las fuerzas de trabajo. En Europa, era relativamente sencillo controlar estos movimientos migratorios cuando eran pequeños, pero ahora se complica porque cuando uno ha entrado en Europa, se puede mover libremente dentro de ella. Por otra parte, es difícil imaginar cómo debe crecer Europa sin renovar su fuerza de trabajo. ¿El futuro europeo es un melting pot como ocurre, por ejemplo, en Brasil? El futuro no es tanto Brasil como el modelo estadounidense, porque no es tanto un problema de color de la piel como la existencia de grandes núcleos urbanos de integración relativamente fácil, como ocurre en Londres y en Barcelona y Madrid, donde hay pocos problemas de fricción. En cambio, el problema es cultural. Volviendo al caso de Londres, hay población procedente de India, Pakistán o Bangladesh, con unas diferencias culturales y religiosas que causan problemas; especialmente a partir de las segundas generaciones, porque insiste en mantenerse diferenciada y separada culturalmente. Una de las cosas que me deja perplejo es que este problema no haya surgido en Latinoamérica. Ha habido, sí, grandes movimientos migratorios entre países sin que haya habido problemas de fricción, ni provocado reacciones nacionalistas. ¿Es ahora el mundo más complejo o nos lo parece? Claro que es más complejo. En casi todo, por la mezcla de lo viejo y lo nuevo, que coexisten. Esto nos hace vivir en la incertidumbre de no saber hacia dónde vamos. Las reglas antiguas ya no funcionan o se están debilitando. Mientras que no están claras las nuevas, hay un vacío en el que intentamos ubicarnos. Y esto es, especialmente, verdad en los países desarrollados y en las viejas instituciones. Se ve en la debilidad de la Iglesia católica en países como Irlanda o España. Sí, definitivamente, el mundo es más complejo. Ante este horror vacui, ¿cuál es la receta? En mi opinión, el mundo necesita recuperar los valores de la ilustración, para afrontar el futuro. Aquellos que creen en el progreso humano, de toda la humanidad, a través de la razón, la educación y la acción colectiva. HOBSBAW, Eric. “El mundo necesita recuperar los valores de la Ilustración para afrontar el futuro”. Texto de JOSEP MARÍA SORIA. “La Vanguardia”. Magazine. 2.12.07 http://www.iceta.org/eh021207.pdf

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Actividades 1. Redacte un ensayo no mayor de 3 páginas sobre el Gobierno Revolucionario de las Fuerzas Armadas y los gobiernos neoliberales de este período. 2. Elabore una línea de tiempo ubicando cronológicamente el surgimiento de los movimientos sindicales y populares y sus principales luchas.

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CEPREDIM

SE TERMINÓ DE IMPRIMIR 2009

EN EL MES DE ABRIL DE

EN LOS TALLERES GRÁFICOS DEL

CENTRO DE PRODUCCIÓN EDITORIAL E IMPRENTA DE LA UNIVERSIDAD NACIONAL MAYOR DE SAN MARCOS JR. PARURO 119. LIMA 1. TELÉFONO: 619-7000 ANEXOS: 6011, 6015 / FAX: 6009 E-MAIL: VENTAS.CEPREDIM@UNMSM.EDU.PE TIRAJE: 1000 EJEMPLARES


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