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María del Rosario Aguím Chávez

Fuente: https://www.google.com/search?q=libros+y+luna&tbm=isch&ve d=2ahUKEwjtvJvU_ZjyAhVqMrkGHcy-AzMQ2- Consultado Cbba., 4/agos/2021

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MARÍA DEL ROSARIO AQUÍM CHÁVEZ (Bolivia)

Nació en Riberalta, Beni, Bolivia el 7 de septiembre de 1954. Comunicadora social, poeta, ensayista, y docente universitaria. Licenciada en Ciencias de la Comunicación (Universidad Católica Boliviana). Magíster en Filosofía y Ciencia Política (CIDES-UMSA). Magíster en Desarrollo Rural (CIDES-UMSA). Doctorado en Estudios Multidisciplinario en Ciencias del Desarrollo (CIDES-UMSA-UNAM). Posdoctorado en Filosofía, Ciencia y Tecnología en el CEPIES-UMSA-Universidad de BREMEN Alemania. Gerente General de Abya Yala Televisión, brazo operativo de la Fundación Abya Yala Bolivia. Docente de la UMSA. Actual Coordinadora General de Enlace, Consultores en Desarrollo. Experta en temas de poder, violencia, trata y tráfico; descolonización y despatriarcalización; feminismos y movimientos TLGB (Trans, Lesbianas, Gays y Bisexuales) y queer (“anormalidad” en general). Fue fundadora y presidenta de la Red Boliviana de Monitoreo y Evaluación de Bolivia (REDMEBOL). Sobre cuyos temas realizó múltiples consultorías tanto para la cooperación internacional como para instituciones del estado. Es autora de los libros. Ensayo: Moxitania (2017), Misceláneas (2017). Diversidades sexo/género/sexualidad (2015), Patriarcado y género (2014), Comunicación (2014). Poesía: Detrás del cristal (1997), Memorias de la piel (2001), Ojos del cuerpo (2004), Atropos (2017), Afridita Bizarra (2014).

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REMINISCENCIAS María del Rosario Aquím Chávez

- ¿Recuerdas Esperanza, cuando éramos niñas, y corríamos juntas bajo la lluvia, por las calles rojas, olorosas a tierra mojada? ¿Cuándo comíamos manga verde con sal, trepadas en el árbol y mami nos bajaba con un chuchio, enojada? ¿Cuándo fletábamos bicicletas sin frenos, donde el vecino del frente, para bajar la cuesta más empinada del pueblo, frenando con los dedos de los pies, hasta dejarlos pelados? ¿Cuándo jugábamos a la guerra en el paúro, con los muchachos del barrio y llegábamos a la casa sucias y hambrientas en busca de comida? ¿Cuándo nos escondíamos bajo las sábanas, y rezábamos el ángel de la Guarda, para que nos proteja de la “viudita”, del carretón de la otra vida” y del “perro encadenao”? ¡Tantos recuerdos…Me parece que fue ayer!

Y después en el colegio, las dos juntitas en el primer asiento, atendiendo a la profesora, contemplábamos su rostro como si fuese una diosa. ¿Era hermosa nuestra profesora de literatura, ¿verdad? ¡Y cómo nos quería! Se llamaba Sonia, ¿recuerdas? Era tarijeña, estaba casada con el riberalteño ese, borrachín y pegador, que lo metieron preso disque por “pichicatero”. Pero no aguantó tanto maltrato la pobre profesora y se volvió a su pueblo.

Se fue, justo aquel día en que se descubrió, que el marido de doña Aurora, la dueña de la farmacia, don Pipicho, había abusado de su hija de 12 años. Ese día se fue la profe a Tarija. Lo recuerdo bien, porque en el aeropuerto se decía, que don Pipicho, no sólo había abusado a esa niña, sino que su hermana mayor ya tenía dos hijos para él y que la segunda, tenía otro de dos añitos. Y que todo,

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era de conocimiento de la madre, que les había prohibido a las hijas, decir nada de nada a nadie.

Yo lloré cuando se fue la profesora Sonia, no sé si por su partida; o por lo que sucedía en el pueblo. A los tres días, lo colgaron al tipo, en la plaza, y, por si fuera poco, dicen que lo caparon. Yo no sé dónde estabas tú; pero yo lo vi todo, escondida, desde el campanario de la iglesia, fue muy mala idea, porque hasta ahora tengo esas imágenes en mi mente, que a veces aparecen como en una película de terror. Pero sirvió de escarmiento. Porque después de ese día, no se volvió a saber de ningún caso de ese tipo en el pueblo. ¡Cuánta vida, Esperanza cuánta vida!

Afuera, la tarde acababa de desplegar su abanico de colores intensos: rojos, amarillos, naranjas y azulados iban coloreando el horizonte. El rio, se escurría lento entre la arboleda, y entre tanta y tanta espesura de vez en cuando, un ramillete de palmeras, dejaban al viento, la sombra negra de su cabellera despeinada. Estaba anocheciendo. Ya empezaban los grillos su orquesta estridente, y a lo lejos, anunciando su presencia, se escuchaba débilmente, el triste canto de un solitario guajojooooo.

Sobre el promontorio más alto, de las pequeñas colinas que juguetonas corrían sobre la orilla del río, se levantaba imponente, la vieja casona de la barraca. Desde el pueblo hasta allí, sólo se llegaba por río. La lancha más famosa se llamaba La Francia, y la Barraca Gomera era, conocida con el nombre de Fortaleza. Para llegar hasta la barraca, se demoraba cuatro días y cuatro noches en la lancha y luego desde la orilla, 12 horas en carretón o a caballo. Y una vez allí, ya no salías más.

- ¿Cómo llegamos hasta aquí, Esperanza, ¿cómo llegamos? Yo no lo recuerdo.

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Era la voz de una mujer, alta, delgada, de ojos claros y mirada entristecida…Se había levantado de la silla, en la que, acababa de estar sentada; se dirigió hacia la ventana que miraba hacia el río, y se quedó quieta contemplando los celajes de la tarde, que se zambullían en el torrente cansado de las aguas…

—¿Dónde están los peones, Esperanza, ¿dónde están? ¿Dónde está Asensio, Teófilo, Dumas, que me acompañaron por más de 20 años, en este infierno verde?

Escucho el pitido de la lancha llamando a embarque…Tenía 20 años, Esperanza, acababa de casarme, y mi marido era el nuevo capataz de esta barraca. Y luego, no recuerdo…tuve cinco hijos, aborté a tres y sólo dos están vivos… ¿Dónde están? Esperanza, por qué te quedas muda…ayúdame a recordar… ¿Y el cepo, los grilletes, las cadenas y el gran látigo trenzado de varios chorros, hecho de cuero de res? ¿Y los peones mojeños, movimas, cayubabas y canichanas, acaso se los tragó la siringa, Esperanza, ya no los veo, yo no los escucho…

Sólo escucho el pitido de la lancha, Esperanza, ¿serán los enganchados que han sido atrapados por los cazadores de indios y han sido vendidos a la barraca para que trabajen en la siringa? Escucho el sonido de sus cadenas, enganchandolos unos a otros por los tobillos o por el cuello para evitar que escapen. Son ellos, Esperanza, son ellos, son sus fantasmas que se acercan desde el barranco…

Un grito ensordecedor, rompió el silencio de la tarde que agonizaba. Una mujer morrena, de rasgos avejentados, que llegó corriendo, abrió de pronto la puerta del pequeño cuarto en

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penumbras. Con ternura, levantó a la mujer que llorosa y abatida yacía en el suelo, la recostó en la pequeña cama y la abrazó.

—¿Norah, otra vez, hablando con Esperanza?!!! Descansa, mi niña, descansa.

Desde su pequeña mecedora, los ojos azules de Esperanza, contemplaban la escena. Desde la profundidad de su corazón de porcelana, la muñeca se preguntaba, sobre la finitud de la muerte y la eternidad de la vida…de los seres infames.

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