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Juan Valladares

callejón de los sones Juan

Valladares

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- CANTOR DE POESÍAS -

Juan Villagrán / Colaborador R ecuerdo aquellas sevillanas de Juan Valladares, aquellas con las que se daba a conocer al mundo sevillanil y festero. También recuerdo cómo las decía y como las lanzaba a los aires para reliarlo en soniquetes de armonía. También recuerdo aquello que decía con su forma magistral, lo de tener un caballo que vale un imperio, colino y castaño, careto y ligero. Luego de cantar esto, se hacía dueño de ese terreno sevillanero y colorista para seguir diciendo “tan ligero es mi caballo, que hasta bebe los vientos ¡cómo será mi caballo que hasta de amores entiende!. Siempre se para en tu puerta aunque tú no quieras verme”. Eso era lo que cantaba por aquel entonces el cantor de poesías, mi querido y siempre admirado amigo, Juan Valladares. El del sentimiento que al cantar embadurna la claridad del día. El, que es de Pilas, tierra grande y noble, del Aljarafe sevillano, hoy también puede presumir y llenarse de colores en esa otra tierra magistral de Palomares del Río, pueblo cercano al suyo, donde se pasea en tardes celestes por caminos de sueños y amapolas encendidas.

Siempre con un estilo y una exquisitez única, vistiendo el cante de sevillanas, rumbas y boleros con festividad, crédito y elegancia. Aquellos siete sueños, se lanzaron a lo grande, para dejar con ello constancia de lo bien que se podían hacer y cantar las sevillanas cuando el paladar se envuelve en sentimiento grande.

Juan Valladares, ese que canta la rumba, esa de enamoramiento y sinfonía, la rumba de empaque y soberanía. Un artista que siempre ha cantado a la feria, al Rocío, al amor y al desamor… A esas cosas de profundidad, a cosas de poetas, que solo saben oír muy pocos y de lo que entienden muy pocos. A cosas de su tierra, blanca y verde, cosas sencillas que suben y penetran en el alma de su Andalucía caliente y morena. Siempre supo cabalgar sin estruendo alguno en caballos elegantes llevando bien su equipaje. Siempre vestido de farolillería y poderío. Por esas muchas cosas, por todas y sus circunstancias, nunca supo de qué color ha vestido, eso otro, que algunos

llaman envidia, siempre se ha presentado a este gran patio sevillanero vistiendo de ropa blanca y piropos encendidos. Lo más grande para su rincón sureño. Lo que siente él para decirlo, sencillez y una mente lúcida y limpia para saber lidiar todo lo que venga.

Un hombre, un artista, un cantor y un enamorado de cosas sencillas de una Andalucía requeteenamorada de asuntos así. Juan Valladares que sabe decir eso de “mi sitio está delante del Simpecao, compartiendo silencio, con el de al lao”. Por eso no hay distancia en él. Pero también sabe echar la vista atrás, entre mujeres que vienen, cambiando penas por huellas, que duelen pero no duelen.

Juan Valladares, que dice que de vez en cuando, si te empujan los bueyes, hay que aguantarlos. Que los perfiles de arena, se ven entre los pinares y que los cuentan los vientos al compás de sus andares. El artista, el hombre, el amigo; sabe llevar ese donaire volviendo a marcar el sendero. Para él no hay distancia que no pueda romper, ni guitarra con su viejo, ni esa peazo Sevilla sin olores a azahar. Le gustaría decir “que entre plegaria y desvelo, haya esa noche bendita por caminos y senderos. Y se hace luna, sol, lucero sobre un río Guadalquivir que lleva luces de fuego para

llegar a un camino de esperanza”. Y canta el artista: “el aire de la mañana, golpetea en mis cristales, para llevarse los besos de ese amor que nadie sabe. Y nadie debe saber nada de ese amor prohibido, de unos besos, de unos pasos, de ese sueño, de ese sabor amargo también, de ese nada tan furtivo… Aunque la luz de sus ojos negros, rompan los silencios míos”. Y después se adeuda la ternura, de las palabras de aliento y los abrazos, el compartir con ellos la factura, que nos presenta la vida paso a paso. Por eso, solamente por eso y por esas cosas, cosas que sabe cantar y decir mi buen amigo Juan Valladares, se pone preñado un buen día de primavera. El que sabe ser rociero y peregrino, que sabe seguir la senda, sabe mirar al cielo y la marisma entera, se enreda de pasión redondeada, pudiendo presumir de caudal. Anda que no. Con estas cosas sencillas, pá que te vas enrear, es para oír la mañana que cuando despierta huele a Triana, y a seguidilla, a lubricán, huele a romero y Sevilla, a esencia de abriles dorados en feriales de majestad. Él sabe cantar, él sabe decir, él sabe encender los espacios nobles del entendimiento, por eso sigue en esos caudales de la esperanza aunque el calvario se haga silencio por

los acordes que deja la cosa: cosa que el cielo anticipa de largas horas de ensueño, y un panorama incierto en caminos de esperanza. Y ese “ojalá que mi amor no te duela y te olvides de mí para siempre, que se llenen de sangre tus venas y que la vida te colme de suerte…”

“Cuantas cosas quedaron prendidas, más adentro del fondo de mi alma…cuantas luces dejaste encendidas, yo no sé cómo voy a apagarlas”.

Y digo yo, así no puede dormir el poeta, ni el amigo, ni el artista, ni el cantor, ni las mismas niñas cortijeras. Se hace noble un clarín en la Maestranza. Sabiduría y relente bajo luceros. Voz que enciende los gustos y regusto sin permiso alguno. Elevación de pileños pasando la noche en vilo. “¡Ay! torito de los años, que de muerte lo has jerio, hay silencio por los campos y en mi alma escalofrío, de pena, dolor y llanto. Pero por encima de todo, te busco, me dominas, por ti muero… Intento caminar entre tus sueños, soñando con que a ti te pasa igual, te quiero…”

Juan Valladares el cantor de sevillanas que galopa entre lunas corniveletas.

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