En La gran imagen no tiene forma, y a partir del inmenso legado de literatura crítica que la tradición letrada china consagró a la pintura, Francois Jullien ofrece una lúcida prospección sistemáti ca en torno a los modos distintos de sentir, concebir y realizar el arte en China y en Europa. Sin embargo, lejos de concretarse en una simple historia comparada de las ideas estéticas, sin la pretensión de servirse de China como proyección de una exótica (y fatalmente anecdótica) alteridad radical, el proyecto de Jullien se presenta más bien como un esfuerzo por tomar conciencia de lo impensado de nuestras categorías ontológicas, estéticas y culturales con el fin de que, gracias al fértil desvío que representa el pensamiento y el arte de la China clásica, nos sea posible reflexionar acaso más allá, más acá, de esos límites casi siempre inadvertidos.