Tras los pasos de Mario Benedetti en Montevideo

Domingo 20 de octubre de 2013 N° 2.444

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Tras los pasos de Mario Benedetti en

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El Montevideo personal de

Mario Benedetti

GOURMET. El Mercado del Puerto, polo gastronómico de Montevideo, hoy tiene 14 locales especializados en carnes, vinos y quesos.

La Rambla, la Peatonal Sarandí, las calles 18 de Julio, 25 de Mayo y Zelmar Michelini: cada uno de estos lugares es escenario en la extensa literatura (y también en la vida) de Mario Benedetti. Una guía creada por la Fundación Benedetti es el punto de partida para redescubrir esta ciudad a través de los ojos del escritor uruguayo, pero también para ver más allá de sus libros. texto y fotos:

–Y

vos, ¿ya tenés elegido lo que vas a leer?

Es octubre, es sábado, la tarde cae sobre Montevideo. Los uruguayos celebran el primero de los dos días dedicados al patrimonio nacional, y en cada esquina de las calles céntricas –18 de Julio, Peatonal Sarandí– hay una pequeña fiesta: un hombre que canta Cambalache en la explanada de la Plaza de Cagancha, siete parejas que bailan tango, un público que tararea que el mundo fue y será una porquería ya lo sé, en el 506 y en el 2000 también.

En el entrepiso de la Intendencia de Montevideo, en la esquina de 18 de julio con Ejido, acaba de comenzar la maratón de lectura en homenaje al escritor uruguayo Mario Benedetti, convocada por la fundación que lleva su nombre.

El único requisito para entrar aquí 12 Domingo

HITO. La Plaza de la Independencia, en el centro, es el punto que marca la división entre la Ciudad Vieja y el resto de la capital.

Magdalena Andrade N., DESDE URUGUAY.

es escoger un trozo de su obra y leerlo ante la audiencia.

–Y vos, ¿ya tenés elegido lo que vas a leer? –pregunta una mujer al mismo tiempo que me entrega un papel: un cuadrado amarillo del tamaño de medio dedo índice con un número –“14”– y debajo de él, una palabra –“gracias”–.

No puedo contestarle: no he escogido ningún texto. Tengo dos libros de Benedetti que acabo de comprar en el camino: Gracias por el fuego y Montevideanos. Abro Gracias por el fuego en una página cualquiera.

En la 185 aparece Ramón Budiño, el protagonista, hablando de sus ganas de ir a dar un paseo por la Rambla de Montevideo, mientras recuerda un poema que alguna vez escribió un conocido y que ahora le hace pensar en Dolores, la mujer de su hermano. Porque te tengo y no/ porque te pienso/porque la noche está de ojos abiertos, comienza. Se llama

Corazón coraza.

Dentro del Salón Dorado se suceden las lecturas. En el público hay hombres y mujeres, niños y ancianos, un metalero y un grupo de liceanas con pancartas dedicadas a Benedetti que parecen sacadas de un recital juvenil. Por videoconferencia leen el cantautor uruguayo Daniel Viglietti y mujeres desde Colombia y Costa Rica. La gente aplaude. Comienza el turno de los que tenemos números, azules y amarillos. Un hombre de acento extranjero lee el poema Quiero creer que estoy volviendo. Una mujer se para frente al micrófono con las manos temblando y dice: “Me da vértigo leer”. Un niño de unos siete años se concentra para pronunciar la palabra “heterónimo” sin equivocarse.

En cada uno de los textos escogidos aparecen nombrados lugares de Montevideo: la famosa Rambla

que bordea la ciudad, la peatonal Sarandí, el barrio de Carrasco, el estadio Centenario, la misma 18 de Julio donde estamos ahora escuchando estos extractos. Todos, lugares que sirvieron de inspiración para el escritor y poeta. Todos, escenarios vivos de sus obras, y también testigos de sus días: incluso en los doce años que pasó en el exilio –repartidos entre Argentina, Perú, Cuba y España (donde siguió viviendo intermitentemente hasta 2006)–, el escritor mantuvo toda su vida un vínculo indestructible con la ciudad.

Todos estos eran lugares que, de una u otra forma, ya había conocido durante mis días anteriores en Montevideo, y que ahora me parecían familiares, cotidianos, entrañables, ya que los había conocido con los ojos de Mario Benedetti.

Durante dos días, había estado recorriendo la ciudad guiada por la

autor. En el café Big Mamma hay un espacio que homenajea la obra de Benedetti en fotos como ésta.

gardel. Este año los Días del Patrimonio de Uruguay rindieron un homenaje al tango, desde 2009 considerado como Patrimonio Cultural de la Humanidad.

xxxxORIA. La Rojxxxxxxx

vecino. El autor murió en 2009 en Montevideo, donde vivió casi siempre.

paseo. La Peatonal Sarandí fue construida en 1992, y está en camino de convertirse en un polo comercial principal de la ciudad.

CIUDAD CULTURAL. Montevideo acaba de ser elegida Capital Iberoamericana de la Cultura, lo que potenció la nutrida oferta de actividades y espectáculos.

Domingo

13

café. En el hoy café Big Mamma –antes Café Sorocabana– Mario Benedetti escribió en 1959 gran parte de La Tregua.

extensa. La famosa Rambla de Montevideo da acceso a varias playas, como Ramírez, Pocitos o Buceo.

Guía Benedetti, financiada y difundida por la Fundación Mario Benedetti: seis rutas armadas por el escritor Alfredo Fonticelli y la profesora Helena Corbellini sobre la base de los lugares emblemáticos de Montevideo de los que Benedetti hablaba en sus obras, además de los sitios más importantes de su biografía.

–Yo elegí leer A la izquierda del roble porque habla del Jardín Botánico, en el barrio del Prado, que me encanta –dice de repente una mujer rubia de ojos grandes y expresivos. Tiene el número 17 azul, e igual que yo está esperando a que la llamen. Se llama Silvia Prida.

Más tarde sabré que es una mujer conocida en su país. Por ahora sólo es mi vecina de asiento y está apurada: a las cinco tiene que irse y quiere alcanzar a leer.

Montevideo tiene algo del espíritu que tienen las ciudades con mar, aunque lo que se ve desde la Rambla técnicamente no lo sea: es el río de la Plata, que está muy cerca de la desembocadura con el Atlántico.A los montevideanos, sin embargo, les gusta decirle “mar” y les gusta, también, andar a paso lento: sentarse en la Plaza de la Independencia a tomar el mate de mediodía, fumar frente a la casa de Gobierno, el Palacio Estévez, o sentarse en alguna de las bancas a ver pasar a la gente.

A la Plaza de la Independencia no llegué por casualidad, aunque podría haberlo hecho: después de la Rambla, la plaza es el hito por excelencia desde donde parten los buses turísticos que prometen conocer todo en un par de horas, y donde están las calles de los puestos artesanales que venden mates, bombillas, camisetas de la 14 Domingo

selección uruguaya y piedras como ágatas, amatistas y cuarzos. Llegué aquí porque la Plaza también es el punto de partida de uno de los seis recorridos de la Guía Benedetti, el del centro, que recorre el Palacio Estévez y el Salvo,“casi una representación del carácter nacional: guarango, soso, recargado, simpático”, como lo describe el escritor en el que es su libro más famoso, La Tregua.

La ruta sigue por la calle 18 de Julio hasta llegar al Cementerio Central, pasando por la Plaza Cagancha, la calle Zelmar Michelini –donde el escritor vivió sus últimos años hasta su muerte, en 2009– y el bar San Rafael, donde Benedetti solía almorzar.

Lo bueno de las guías es que están hechas para seguirlas, pero también para desarmarlas. En vez de seguir este recorrido, desde la Plaza de la Independencia caminé en dirección contraria, hacia la peatonal Sarandí, donde comienza otro recorrido, el de la CiudadVieja. Esta ruta pasa por el gran Teatro Solís, el Espacio de los Soles –algo así como un paseo de la fama, donde hay placas que rinden homenaje a Benedetti y otros personajes uruguayos como la actriz China Zorrilla (la notable Elvira en la película Esperando la Carroza) y

la escritora Idea Vilariño– y sigue por la calle 25 de Mayo, donde están dos cafés esenciales de la vida literaria de Benedetti: el Big Mamma –donde Benedetti escribió La Tregua– y el Misiones –donde se reunían los protagonistas del libro, Laura Avellaneda y Martín Santomé.

La calle 25 de Mayo es como las del centro viejo de Santiago: una arteria sombría por las construcciones altas y antiguas que hacen sombra en las veredas grises y estrechas. Es calle de embajadas –está la de Chile y la de México– y en el número 485, casi en la esquina con la calle Treinta y Tres, está el café Big Mamma, que alguna vez se llamó Sorocabana, y donde Mario Benedetti se sentó en 1959 durante largas jornadas a escribir su obra más conocida.

A las 2 y media de la tarde, el Big Mamma lucía más como un McDonald's que como un lugar donde alguien pudiera sentarse a escribir una novela: un restaurante de dos plantas, con oficinistas solos comiendo el menú del día junto a una copa de vino y turistas descansando antes de seguir su recorrido. Apenas encontré una mesa para uno. Pedí el menú e intenté

leer, pero no pude: a través del ruido viajé una y otra vez a un centenar de conversaciones ajenas.

Caminé entonces por el local para imaginar dónde podría haber mirado Benedetti para encontrar su inspiración (¿a los ventanales? ¿al techo?), cuando una de las mujeres de la barra me sugirió que subiera al segundo piso. Estaba casi vacío y en él había una pared entera dedicada a Benedetti: retratos del escritor en todas sus edades y una pequeña repisa con sus libros (días después, la dueña del Big Mamma, Sandra Babat, me contará que hizo todo este homenaje con material que le entregó la Fundación Benedetti, y que incluso está la mesa y la silla donde Benedetti se sentaba a escribir. Pero el local siempre está tan lleno que no hay tiempo de decirles a los turistas que suban al segundo piso a mirar el homenaje).

Sólo dos personas estaban ocupando una mesa. A una de ellas la reconocí: era el maestro de cocina que un rato antes había llevado mi comida a la mesa. Ahora estaba comiendo una milanesa con queso, jamón y algo verde que parecía espinaca. Se llamaba Víctor Quiroga.

Mientras tomaba fotos del lugar, conversamos de Uruguay y de los temas que hoy se hablaban de ese país en el mundo: la legalización del matrimonio homosexual, la esperada despenalización de la marihuana y el Plan Ceibal, un ambicioso programa educativo que entrega un computador a cada niño de las escuelas públicas del país, y ahora va a entregar tablets a los que están en kínder.

–Y sí, es bonito todo esto.

El resto del planeta hoy mira a Uruguay –dijo Víctor–. Pero vivir aquí está difícil. El salario del obrero no está acorde con el costo de la vida del país –se lamentó, como si nada (ni la tecnología ni la liberalización) sirvieran si hoy una bolsa de yerba mate cuesta

favorito. En el Bar San Rafael, un poema de Benedetti marca la mesa donde habitualmente se sentaba a comer el escritor.

un tercio más de lo que costaba el año pasado.

Cuando bajé, y antes de cruzar la puerta, escuché nuevamente la voz de la mujer que me había invitado a subir al segundo piso: –¿Y mañana vas a ir a la maratón de lectura de Benedetti?

A la mañana siguiente, antes de ir a la maratón de lectura de Benedetti que se realizaría en la Intendencia durante la tarde, decidí terminar el circuito por la Ciudad Vieja: ir al mercado del puerto –quizás el único mercado de puerto en el mundo compuesto mayoritariamente por locales de parrilla–, donde Benedetti decía que se podían comer “churrascos exquisitos” y también ver las auténticas costumbres uruguayas; pasar por el restaurante Nueva Bolsa, en la calle Piedras, nombrado en la novela Gracias por el fuego; volver caminando por la peatonal Sarandí, hoy encendida por la celebración del Patrimonio con funcionarios públicos vestidos como bailarines de tango, artesanos trabajando en vivo y en directo en medio de los transeúntes y casas patrimoniales abiertas al público. Esta vez quise seguir caminando por 18 de Julio hacia Zelmar Michelini, la calle donde Mario Orlando Hardy Hamlet Brenno Benedetti Farrugia vivió los últimos años de su vida.

A estas alturas, la calle 18 de Julio, que antes era imán de hoteles y restaurantes, ahora se volvía una calle totalmente comercial: zapaterías, galerías, farmacias y supermercados eran parte de su paisaje. Al doblar en 16 Domingo

Zelmar Michelini y seguir una cuadra hacia abajo, en la esquina con San José, estaba el bar San Rafael, uno de los refugios de los intelectuales montevideanos, donde a Benedetti le gustaba venir a almorzar todos los días.

Cuando llegué, el San Rafael hervía de gente. Había apenas dos mesas vacías: una en el centro y otra al lado del ventanal. Era la mesa donde el escritor se sentaba todos los días, marcada con una foto suya y el poema Pasatiempo: Cuando éramos niños/los viejos tenían como treinta/un charco era un océano/la muerte lisa y llana/no existía, leí.

Sabía que aquí uno de los platos favoritos del escritor era el bife con papas fritas.

–Y a veces también comía milanesa –dijo el mozo que me atendió–. Era un hombre muy querible, muy amable.

También sabía que, más allá del poema puesto en el vidrio, a la gente del San Rafael no le gustaba mucho hacer alarde de la relación que llegaron a desarrollar con el escritor, a quien incluso en sus últimos años cada noche le fueron a dejar la cena a su casa cuando ya no podía caminar en la oscuridad.

–Él venía acá porque nosotros no le dábamos mucho color. La gente acá abusa mucho de esas cosas para favorecer el comercio.

Acá es al revés. Ese poema que usted vio ahí lo puso el Ministerio de Cultura. Nosotros no queríamos porque él, estando vivo, no quería resaltarse, ¿vio? La gente lo miraba, pero los mozos no dejaban que se le acercara mucho –dijo Andrés Majul, administrador del San Rafael. También me contó que a Benedetti le gustaba mucho la ensalada de frutas y la torta del local, y acompañar su comida con un buen vino. Que era un cliente muy bueno, pero no por ser Benedetti, sino porque venía todos los días, y siempre acom-

pañado de un hermano o cinco o seis amigos.

–Se sentaba a las 12 y se iba a las cuatro, cinco de la tarde. Pero nosotros no hacemos propaganda de eso. Hacemos propaganda de que aquí se come bien.

Son las cinco de la tarde, y Silvia Prida todavía espera su turno para leer en la maratón de lectura de Benedetti. Los números han avanzado lento, por todas las “solicitudes especiales de lectura” que ha convocado el encuentro: un grupo de niños de la escuela 124 de Montevideo; una anciana de 92 años que lee el cuento Niño que piensa y dice: “Esto lo leía cuando era joven y ahora lo leo en el geriátrico. Y me sigue gustando igual que el primer día”; la participación de Hortensia Campanella, la biógrafa de Benedetti. Cuando quedan diez minutos para que llegue la hora programada de término –las seis de la tarde–, la organización pide disculpas: ya nadie podrá leer más.

Ni yo, que tenía el número 14, ni menos Silvia, que tenía el 17.

–Me quedé frustrada –dice Silvia. Cuenta que ella, como

PARA DESCUBRIR La guía Benedetti se puede revisar online en el sitio web de la Fundación Mario Benedetti (www.fundacionmariobenedetti.org). Además de los recorridos por el Centro y la Ciudad Vieja, tiene otros cuatro que abarcan los barrios de Capurro y Prado, Parque Rodó y Punta Carretas, La Aguada y Cordón.

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escritora, había sido directamente convocada por la fundación para leer, ocasión que aprovecharía para repartir invitaciones para su libro de poemas que publicará la semana siguiente.

–Me gusta Benedetti. Me gusta su poesía. Además de ser escritora, escribo manuales para escuelas secundarias, y Benedetti, hasta hace algunos años, no estaba en los programas escolares –dice Silvia–. Ya sabes: nadie es profeta en su tierra.

Benedetti es querido por los uruguayos, y se nota. Ya lo había podido comprobar en mis días anteriores en Montevideo recorriendo los lugares que él frecuentaba y que convertía en escenario de sus obras. Sin embargo, Silvia reconoce que su obra no se conoce mucho en Uruguay.

–Hace poco dieron La Tregua, la película argentina, por televisión.

Y cuando murió se le hizo un homenaje impresionante. Pero yo te diría que sus obras recién empezaron a popularizarse más después de 2004, cuando llegó el Frente Amplio al poder. Benedetti es mucho más conocido en España que en Uruguay –dice.

Bien lo sabe Silvia, quien hace tres años escribió una obra de teatro llamada Estigma, informe sobre una verdad y una mentira, un texto que habla sobre la discapacidad y con la que alcanzó el reconocimiento en su país y en España, a donde viajó a mostrar la obra.

–Pero mucho más conocida que yo es mi hija, la actriz Natalia Lambach, protagonista de la obra –me dice Silvia antes de despedirnos–. Búscala en Google.

Le hago caso. Por la noche busco en internet “Natalia Lambach”: una actriz uruguaya de 26 años con síndrome de Down, famosa por protagonizar varios exitosos monólogos del teatro en su país.

Al día siguiente, vuelvo a caminar por la Peatonal Sarandí, donde está el Espacio de los Soles.

Pienso en Natalia. Quizás algún día merezca una placa. Quizás al lado de China Zorrilla, de Idea Vilariño. O quizás al lado de Mario Benedetti.