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Su lucha por las artes
esas pautas del no, y fue tan importante para mí el no escuchar la palabra “no” en mi infancia. Después, con el tiempo, ya a los ocho años empecé a diario a jugar con plastilina, y hacía figura humana, desde chiquita yo hacía figura humana, hacía figuras de parejas, tenía libros del nacimiento de los niños y se veía ahí cómo daban a luz las mujeres, y entonces yo desde niña hacía estas representaciones y luego le ponía una barriguita a la mujer y le hacía dar a luz, y eso hace que mi obra sea tan cercana a la infancia (García, 2018a).
Otro elemento que influye en su inclinación por el arte es la danza clásica, disciplina que empieza a practicar a los nueve años a través de unos cursos de danza impartidos por una bailarina chilena y promovidos por su padre, como gestor cultural,17 con el auspicio del Municipio de Ibarra. Esta experiencia se convierte en un aprendizaje fundamental para Helena García, porque a través de esta, declara, aprende a cultivar el cuerpo, a hacerse responsable y organizada (García, 2018a).
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Estos inicios en la danza la llevan más tarde —de los catorce a los diecisiete años—, a integrar el grupo de danza Ñucanchi Llacta, colectivo con el que tiene la oportunidad de recorrer buena parte del Ecuador e incluso viajar fuera del país. Cuando la artista ingresa al mundo de la plástica, la actividad dancística practicada durante su infancia y adolescencia es sustituida por la escultura, disciplina en la que proyecta el espacio del movimiento de la danza al espacio tridimensional de la escultura.
Con catorce años y terminada la formación básica, Helena García decide orientar sus estudios hacia las artes, idea que no gusta a sus padres, especialmente a su madre, para quien la seguridad y estabilidad económica es muy importante. Las bellas artes en aquel entonces no estaban consideradas como una profesión seria, con réditos económicos y un futuro estable; el arte era percibido por muchos como un oficio y no como una profesión. Ante este panorama sus padres deciden inscribirla en contabilidad, a pesar de haber sido ellos quienes inculcaran a la niña el amor por las artes.
17 “Mi padre siempre ha hecho lo mismo, ha trabajado manejando a las personas en recursos humanos, tiene una experiencia de años en eso, en gestionar la cultura, en trabajar con la gente directamente y poner a funcionar programas culturales y educativos que puedan generar sus propios recursos (…). Es una persona muy comunicativa, ahora él está trabajando fuertemente en Ibarra desde la fundación Pedro Moncayo —de la que es presidente— para el rescate del casco histórico de Ibarra, que se está cayendo por el mal estado de las casas; yo le he ayudado en todo lo que he podido, también desde mis posibilidades desde aquí, Alemania, con contactos, con cartas en inglés a las instituciones cercanas y a otras instituciones internacionales para que se pueda concretar esto del rescate del centro histórico de Ibarra” (García, 2018a).