8 minute read
ESPECIALISTA EN LORCA
Fátima Coca Ramírez, doctora en Filología Hispánica por mika soLeR astoRga
Lorca, que te quiero Lorca
Advertisement
Lorca, que te quiero Lorca. Verde que te quiero verde… azul o granate. El color de sus versos ha llenado e inspirado a muchas personas. Lorca ha sido, es y será un arquitecto inverosímil que ha creado torres de versos y escenarios de sangre y lunas gitanas. Para rendirle nuestro particular homenaje, hemos hablado con Fátima Coca Ramírez, acerca de uno de nuestros poetas andaluces más universales: Federico García Lorca.
Doctorada en Filología Hispánica, Fátima Coca Ramírez, desarrolla su labor docente e investigadora en la Universidad de Cádiz, en el Área de Teoría de la Literatura y Literatura Comparada. Entre sus trabajos de investigación destacan sus estudios a la teoría y crítica dramática del siglo XIX y XX –buena parte del estudio se dedica al teatro escrito por mujeres en el siglo XIX–. También ha desarrollado trabajos vinculados al estudio de la retórica cultural y la relación música-poesía. En el marco de proyectos de innovación docente, ha realizado diversas publicaciones en congresos nacionales e internacionales. De la mano de esta extraordinaria docente e investigadora nos adentramos en el universo lorquiano. Lorca es quizá el poeta más internacional de la generación del 27. ¿Qué es lo que le hace tan especial? Considero que fue un poeta que estuvo siempre por encima de modas y tendencias estéticas. Conocedor sin duda de las técnicas vanguardistas en poesía, Federico García Lorca decidía qué línea estética seguir en función del modo que más se adecuara a sus necesidades expresivas. Así sucedió con su Romancero gitano, que fue todo un éxito y llegó a encumbrarlo como poeta. La veta popular y tradicional se deja sentir en sus versos, tanto en línea temática especialmente como en la técnico-expresiva –sin dejar de asomar en ellos voces o imágenes que tienen mucho que ver con el surrealismo–.
Esto, como sabemos, le originó desavenencias con amigos como Salvador Dalí o Luis Buñuel, para quienes el romancero no era lo apropiado en esos momentos, un poemario de corte tradicional que se alejaba del moderno surrealismo… Pero su autor, Federico, no lo reconocía como libro popular, aunque algunos de sus temas lo fueran y también algunos versos, pues para él siendo arte depurado –que no arte puro–, contenía una visión y una técnica que de por sí lo alejaban de la espontaneidad de lo popular («Su definición de su propio arte», La Nación, 14 de octubre de 1933). Ciertamente Lorca actualizó versos que pertenecían al romancero tradicional y habitaban en la poesía popular. Pero el resultado, sus poemas, ya no pueden calificarse como tal. Lorca conoce la poesía tradicional, es amante de la poesía popular, no desconoce el arte de las nuevas técnicas de vanguardia, pero el resultado en sus poemas es siempre un lenguaje propio, un estilo propio, que el crítico bien puede estudiar atendiendo a todos los componentes estéticos y literarios de los que se nutre.
Fátima Coca Ramírez, en la casa de Lorca de la Huerta de San Vicente.
¿Qué vigencia tiene hoy la poesía de Lorca? ¿Las nuevas generaciones se pueden sentir identificadas? Hoy sigue muy presente y muy viva tanto su poesía como su persona. Y es así en buena parte porque su figura se ha convertido en un mito, forjado por haber intentado dar muerte tanto a su persona como a su poesía desde el 36 en adelante. Es un poeta leído, entendiendo que los lectores de poesía hoy no somos mayoría. Los jóvenes estudiantes de letras lo siguen teniendo en sus programas de estudios… eso es bueno. Las nuevas generaciones podrían sentirse identificadas con buena parte de su obra. Quizá no toda ella es para lectores muy jóvenes. La temática y complejidad de Poeta en Nueva York encontraría corazones más allanados en etapas más maduras. Su Romancero gitano, Sonetos del amor oscuro, obras como La casa de Bernarda Alba, Yerma o Bodas de sangre, sí que pueden muy bien conquistar corazones adolescentes. Toda su obra nos habla del amor y la muerte, siendo la muerte la forma de hablar de un amor imposible, un amor que nunca podrá llegar a existir. Y, ¿de qué van las historias que gustan tanto a nuestros jóvenes? ¿Acaso no gustan de dramatizar la frustración de un amor no correspondido? Se dice que la generación del 27 se caracteriza por la búsqueda de la belleza y el arte por el arte. Sin embargo, la poesía de Lorca se centra en los sentimientos y es crítica con la deshumanización de la sociedad, la exclusión de las minorías, etc. ¿Qué nos puedes decir sobre esto?
A Lorca nunca le interesó la búsqueda de la belleza pura ni el arte por el arte. Las etiquetas nunca sirvieron para conocer a los poetas. Para Lorca la poesía había de estar comprometida con la realidad. Hablar de la realidad desnuda, sin edulcorantes, sin ocultar lo que no nos gusta ver o reconocer. Por ello el impacto que le produjo la gran ciudad de los rascacielos, con la crisis del 29, le llevó a escribir ese poemario en el que nos habla de esa deshu-
manización de la sociedad y de la exclusión de minorías. No llegó a decidirse a editarlos precisamente por el giro que había tomado su poesía cobrando una tonalidad triste y oscura. También El público y Así que pasen cinco años fueron engendradas en Nueva York. Es su compromiso con el ser humano, con la vida, lo que le lleva a la necesidad de expresar de forma crítica lo que pasa, lo que somos y lo que sentimos. ¿Puedes hablarnos de la labor educativa de Lorca con el teatro, en qué contexto surge y cómo la desarrolla? Indudablemente tenemos que hablar de La Barraca, «una verdad de cante grande». A su vuelta de Nueva York, acomete esta empresa que le permitió hacer realidad un sueño: que la poesía, el teatro, pudiera llegar a todos. Gracias a la subvención del Gobierno de la Segunda República, el proyecto de representar obras de nuestros clásicos del Siglo de Oro y llevarlas a quienes no tenían acceso a los teatros –por lejanía y por falta de recursos económicos– se hizo realidad. La Segunda República, desde el Ministerio de Instrucción Pública con Fernando de los Ríos, abrió la puerta a la renovación del teatro subvencionando La Barraca con cien mil pesetas –una cantidad importante dado el presupuesto del Estado español entonces. Quienes apoyaron esta idea creían en la cultura como motor para lograr el acercamiento humano y superar los desniveles existentes entre las clases sociales. Con La Barraca, Lorca quiso llevar al pueblo lo que al pueblo le correspondía: «Se representarán obras de Calderón, de Lope, de Cervantes, etc., pero también obras de noveles que valgan la pena. Se llamará La Barraca y será montable y desmontable, irá por villas y lugares, sobre todos los caminos del mundo, porque el público está en cualquier camino, al final de cualquier jornada de camino. Y si es verdad que se hace camino al andar, nosotros vamos a hacer al público en el camino; el tablado se montará incluso en los pueblos más humildes y mantendrá, en cierta medida, la tradición de los viejos comediantes ambulantes». No se trataba de instrumentalizar el teatro, nada de política decía siempre Lorca, ni de convertirlo en algo puramente pedagógico, «teatro, y nada más que teatro». Así se defendía nuestro poeta ante «las imputaciones canallescas de los que han querido ver en nuestro teatro un propósito político» (Entrevista a Lorca sobre La Barraca, de Enrique Moreno Báez, 1933). No podemos olvidar que, tanto este teatro ambulante como el de Misiones Pedagógi-
cas –el llamado Teatro del Pueblo, dirigido por Alejandro Casona, con una función más pedagógica que artística–, fueron frutos últimos de la Institución Libre de Enseñanza. Casi todos los que formaban La Barraca procedían del Instituto-Escuela o de la Residencia de Estudiantes. De forma altruista todos ayudaban, montaban y desmontaban en cualquier rincón de España, a donde siempre acudía, de forma gratuita, sin exigencias, un público enteramente entregado. La Barraca logró conquistar a su público. Fuenteovejuna, junto con los Entremeses, fue quizá la pieza más representada: campesinos, obreros y estudiantes, intelectuales y profesionales diversos aplaudieron incansablemente la versión de Federico y Ugarte. Que el campesino no lograra percibir todo el simbolismo de una pieza como la de Calderón no importaba, pues podía intuir la calidad mágica de sus versos –así lo reconocía el mismo Lorca–. Para Lorca la poesía había de estar comprometida con la La Barraca, con todos sus logros maravillosos, tuvo una vida corta. Los recortes realidad. Hablar de la realidad desnuda, sin edulcorantes, sin presupuestarios del Gobierno de la CEDA1, que ganó las elecciones en noviembre ocultar lo que no nos gusta ver o reconocer de 1933, fue el comienzo del fin de este grupo y de este proyecto. Desde la prensa derechista se vertieron numerosos ataques contras los barracos. Entre el otoño de 1935 y la primavera de 1936 se deshace el grupo. Con el estallido de la guerra civil, la mayoría logra exiliarse. No fue el caso de Lorca, como sabemos. Para Lorca, la Barraca fue tan importante o más que su obra, pues le ilusionaba más que su propia obra literaria. El mismo poeta confesaba que había dejado de escribir un verso o de concluir una pieza, entre ellas Yerma, para lanzarse con el grupo universitario a hacer teatro por las tierras de España («Teatro para el pueblo»). 1 La Confederación Española de Derechas Autónomas (CEDA) fue una coalición española de partidos católicos y de derechas durante la etapa de la Segunda República.