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La mirada interior de las místicas medievales

En una época de fuertes reivindicaciones feministas, las mujeres necesitan construir nuevos modelos y referentes, ya que, hasta ahora, la mayoría de los modelos son masculinos o adaptados a las necesidades masculinas.

En realidad, las mujeres necesitamos recuperar y conocer nuestra historia, no solo la de las mujeres excepcionales que rompieron moldes en su época, sino nuestra historia profunda y colectiva, la que surge de nuestras cualidades y de nuestra propia mirada.

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Un movimiento de mujeres poco conocido y que, sin embargo, tuvo una influencia significativa en la mística posterior fue el movimiento beguino. Las beguinas eran laicas que vivían en comunidades dedicadas a la contemplación y al cuidado de enfermos y pobres. Surgieron en Europa, especialmente en Países Bajos y Alemania, en los siglos XIII al XV. En un contexto de reforma religiosa y de las cruzadas en Oriente Medio.

Las mujeres, en esta época, tenían dos opciones: el matrimonio o el convento. Dada la alta mortalidad de los hombres en las cruzadas y el difícil acceso a los conventos surge una tercera vía. De manera que se fueron organizando comunidades de mujeres, cerca de iglesias y hospitales. Otras eran peregrinas mendicantes y podían vivir solas. No seguían ninguna regla monástica específica y podían dejar el beguinato cuando quisieran, aunque se comprometían a hacer votos de pobreza, oración y castidad y estaban lideradas por mujeres elegidas por consenso.

Muchas beguinas enseñaban en escuelas y dirigían talleres de escritura, donde producían manuscritos y obras de arte. Su presencia y sus ideas contribuyeron a la reforma religiosa y a la cultura del Renacimiento, así como a la lucha contra la corrupción en la Iglesia católica.

En sus inicios tuvieron protectores, pero más adelante el movimiento fue denostado, perseguido y obligado a reubicarse en órdenes religiosas. Aunque no desapareció: en 2013 murió la última beguina, Marcella Pattyn, a los 92 años.

En sus escritos intentan traducir la experiencia trascendente, no es una filosofía o un pensamiento, es una mística, una experiencia personal sobre «lo inefable», lo espiritual, que reivindica la mirada hacia la propia interioridad. El fin último es la unión con Dios sin intermediarios. Además, escriben en lengua vulgar y no en latín, haciendo sus escritos más accesibles a todo el mundo. Todo esto llevaría al rechazo de las autoridades eclesiásticas. Demasiada libertad…

Algunas beguinas notables incluyen a Margarita Porete, quien escribió un tratado místico titulado El espejo de las almas simples y fue condenada por la Inquisición y ejecutada en 1310 por herejía; Juliana de Norwich, quien vivió en Inglaterra en el siglo XIV y escribió el primer libro en inglés escrito por una mujer, Revelaciones del amor divino; y Matilde de Magdeburgo escribió La luz resplandeciente de la divinidad, donde detalló sus «visiones» en prosa y verso, con un lenguaje erótico que describe el amor entre el alma y Dios, además de hacer crítica de la Iglesia y su corrupción.

Estas mujeres tenían en común la «búsqueda de una religiosidad personal, libre y cotidiana» (explica Marta Elina Falchi, humanista, en su monografía Matilde de Magdeburgo). Varias de ellas hablaban de sus «visiones» y de la necesidad de escribir sobre sus experiencias. En general, escogieron una forma de vida dedicada a la oración, el trabajo y la ayuda a otros, viviendo con relativa libertad, siendo precursoras de una nueva espiritualidad y una mirada más personal sobre la misma.

Olga Pardo Ayuso

olga.pardoayuso (Madrid, España)

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