¿UN “EXPERTO” RECOMENDABLE EN MATERIA DE SATANISMO? Un artículo firmado por Massimo Introvigne, que se titula “Harry Potter no tiene nada de demoníaco”, se publicó en el n° 17/2006 de Famiglia Cristiana. Ostenta un título harto expresivo, pero antes de efectuar comentario alguno sintetizaremos los argumentos que desarrolla en él su autor (al cual, por cierto, nos lo quieren vender por perito en teología, como que se le presenta en el seno de una sección denominada “El teólogo”). A) UN SILOGISMO INCORRECTO Introvigne comienza por realizar un distingo de posiciones, que atribuye al Papa Benedicto XVI (aunque no cita ningún texto de éste), en respuesta a la carta de una lectora que preguntaba, en resumidas cuentas, cómo juzgar la posición de quien considera que algunas obras (libros o películas) “no han de verse ni leerse porque se vinculan al satanismo y conducen a lo diabólico de un modo u otro”: 1) la posición laicista (separación total de la cultura y la fe); 2) la posición fundamentalista (para la cual “es ilegítima y demoníaca toda cultura que no se infiera directamente de la fe”); 3) la posición de la sana laicidad (“que acepta la distinción entre la fe y la cultura, así como la autonomía de las realidades temporales, mas defiende el derecho de la fe a emitir su opinión en todos los campos”). Como veremos, esta distinción inicial es particularmente importante porque constituye, en cierto sentido, la premisa mayor del silogismo aparente que Introvigne se apresta a desarrollar. En efecto, a la vista de la manera en que formula sus premisas el autor, hasta un niño entendería a dónde quiere ir a parar éste: para él la única posición correcta es, obviamente, la de la “sana laicidad”; de ahí que etiquete de entrada como “fundamentalista” a cualquier católico que pretenda juzgar o condenar elementos culturales profanos a la luz de la fe o de principios deducibles de la doctrina católica, con lo que lo descalifica y lo nimba de un aura de indignidad moral. Ahora bien, quien conozca la amplia tradición filosófica consagrada al estudio del silogismo y de sus condiciones de validez –a partir de Aristóteles, que lo descubrió– sabe que, en general, la validez de un silogismo (abstracción hecha aquí de los tecnicismos ligados a la posición del término medio en la premisa mayor y en la menor, etc.) deriva de la de sus premisas: de premisas correctas y verdaderas se siguen proposiciones válidas y concluyentes; de premisas erróneas o inapropiadas dimanan conclusiones absolutamente inválidas y erróneas. En el caso que estamos examinando, el de Introvigne, el error estriba en que éste piensa que sus tres casillas clasificatorias son exhaustivas y que, por tanto, no puede darse ninguna posición al margen de las mismas, con lo que incurre en el imperdonable error de confundir la pertenencia en abstracto a una familia sociológica determinada con la verdad o la falsedad de un juicio referido a cuestiones de hecho. Hablando en plata: Introvigne construye primero sus categorías clasificatorias (más que discutibles, según se verá), y luego infiere de la pertenencia a esta o aquella categoría de la persona que profiere un juicio si dicho juicio es válido o no: si una afirmación la sostiene un “malandrón fundamentalista”, pongamos por caso, nuestro autor considera que su posición casi no merece que se la tome en cuenta. La mente de nuestro sociólogo adolece así de una singular miopía, que podríamos calificar de “profesional”: habituado a clasificar, lo único que cuenta para él no es lo que se dice, sino quién lo dice; no importan los hechos y el juicio objetivo sobre éstos, sino tan sólo quién profiere tal juicio. Así se crea en la mente de nuestro autor (y en la de quienes, seguro que de buena fe, prestan atención a sus numerosos artículos), bajo la apariencia de una cientificidad fría e impersonal, una fantástica realidad paralela, donde quimeras sociológicas cada vez más numerosas y tranquilizadoras suplantan a la realidad, llegando a alterarla o cancelarla por completo, o incluso a darle la vuelta por entero y trocarla en su contrario. ¿Cómo mostrar la increíble debilidad y miopía intelectuales de tamaño enfoque? Probemos a hacerlo valiéndonos de una analogía: si un “fundamentalista” protestante americano escribiera un libro contra el aborto, aduciendo una serie de razones teológicas, jurídicas y morales, a ningún abortista en quien no campee una absoluta mala fe se le ocurriría refutar ese libro poniendo de relieve, ante todo, que se trata de un texto escrito por un fundamentalista, mucho menos haciendo notar, exclusivamente, la pertenencia de su autor a dicha categoría. Es evidente que si el libro se basa en argumentaciones, habré de procurar refutar su validez si soy proabortista; y viceversa, si soy católico, el hecho de que el libro esté escrito por un protestante “fundamentalista” no me impedirá apreciarlo caso de que las argumentaciones