Modelos arrabaleros en el jardín de las infecciones

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Modelos arrabaleros en el jardĂ­n de las infecciones 1


1 Modelos arrabaleros en el jardín de las infecciones Nadie sabe mejor Dejó el coche en doble fila al otro lado de la calle y salió para cruzarse de brazos y observar la oficina del abogado. Dio unos pasos adelante con aspecto de estar meditando y volvió sobre ellos para sentarse sobre el capó. No estaba contento y dentro lo esperaba Lorraine, que empezaba a impacientarse. Algunos de los que hacían cola frente a la oficina sólo querían su dinero por cese de actividad de sus empresas, pero otros buscaban su dinero de una manera fácil, inventando algún agravio, error, olvido o accidente: “a perro flaco todo son pulgas”, dijo entre dientes Perry Croma. Recordó en ese momento que ya había tenido que pagar algún dinero para indemnizaciones de sus tiendas de limpiadores industriales situadas en el extrarradio, y parecía que Carbert Miller se había tomado aquello como un asunto personal. Se remangó la camisa mientras recapacitaba acerca de lo que lo estaba llevando a la ruina, no podía ser que Harry se ofreciese para llevar los casos de envenenamiento por productos de limpieza, de algunos de aquellos desarrapados, de una forma totalmente gratuita, animándolos contra él. Otros se conformaban con reclamar la indemnización por despido. --Yo no soy uno de esos tipos con los que se pueda jugar impunemente, necesito un poco de respeto –dijo a través de la ventanilla abierta-. No me gusta parecer un matón, ¿sabes? Pero todo tiene un precio. Me gustaría tomar distancia y encargar a otros los temas más delicados, pero tampoco soy de ese tipo de cobardes. --Lo comprendo, pero no te cosques tanto sin necesidad, te torturas –dijo ella-. Hace mucho que os conocéis pero está bien visto. Tiene la ley de su parte. Los abogados siempre la tienen. En realidad, el siempre va a respetar lo que diga la ley y le va a quitar algún partido. Ocurría con frecuencia que al intentar un cambio de actividad, todo se complicaba en la maraña legal, y la posibilidad de entrar en batallas y juicios dejando otra parte en más abogados no era lo que se esperaba de él. Ocurría frecuentemente, que algunos de sus amigos, viéndose en situaciones parecidas, le prendían fuego a la empresa, cobraban el seguro y se deshacían de todas las responsabilidades con los trabajadores, pero eso tampoco lo iba a hacer. Después de conducir durante una hora, deciden ir a tomar alguna cosa a la cafetería de Nathan, lo que no parecía la mejor idea. Era cuestión de volver al punto de partida y seguir un par de calles más allá. Tampoco era de esperar un enfrentamiento especialmente brusco, pero de todos era sabido que Nathan era buen amigo del abogado. Perry Croma no se sentía tranquilo, algo dentro de él lo carcomía y no lo podía disimular. Estaba dispuesto a llevar a cabo sus juramentos, le sucedía como a esos animales tercos a los que no es conveniente llevarle la contraria porque todo se empeora. 2


Tenía la cabeza llena de viejos fantasmas y preocupaciones económicas, porque no era la primera vez que se sentía desafiado. Más fuerte que nunca antes sentía la necesidad de una satisfacción. Ahora, a diferencia de otros tiempos, parecía tener la excusa perfecta para él, aunque a nadie más se lo pareciera. De la librería de enfrente se asomó la cara curiosa y calva del librero para verlos pasar, los conocía bien y sabía que nada bueno los traía por allí. El hijo de Nathan estaba sirviendo una mesas y los saludo al pasar, era un adolescente y su padre le dijo que se ocupara de las tareas en la cocina. --No esperaba veros hoy por aquí –dijo Nathan-. Estáis un poco lejos del polígono, y dicen que últimamente no salís de allí. ¿Os pongo algo? --No hemos venido a beber, pero tomaremos café –respondió Perry-. Me gustaría comprar unos puros cubanos de los que guardas y un par de botellas de vino de Oporto. --No tengo la menor intención de llevarte la contraria, hace mucho que nos conocemos, pero sabes que me cuesta vender así. Se pusieron cómodos, se sacaron los impermeables y se sentaron en una mesa justo delante de Nathan. Aquel lugar llevaba allí desde que recordaba y se habría sentado en aquella misma silla un millón de veces. --¿Qué tal tu amigo Nathan? ¿Sigue tan idiota como siempre? --Escucha Perry, tiene tanto derecho a venir aquí como tú, no hace mal a nadie. --¿A nadie? --Aquí no se mete con nadie. No quiero entrar en vuestros asuntos. Te he visto darle una paliza a alguno por menos de una mala mirada, y no supongo que esto va a acabar de mala manera. Eso no va a ser bueno para nadie. Entraron en aquel espacio tranquilamente, sin prisa, como si no hubiesen escapado de una lluvia fina que se había puesto justo antes de salir del coche. El centro comercial tenía algunos años y estaba lleno de tiendas, boutiques, restaurantes y cafeterías, todo lo necesario para sobrevivir, si tenemos en cuenta que de forma reciente habían añadido una tienda de camas y colchones. Como en el otro lado había una cafetería más moderna y llena de gente, Lorraine buscó la silla que miraba hacia la puerta de entrada para así poder curiosear sobre lo que pasaba allí. Quería saber porque la gente prefería aquel lugar de luces brillantes y camareros uniformados, si el café de Nathan era mucho mejor; tal vez tenía que ver con mostrarse más de acuerdo con el tiempo que les había tocado vivir. También quería ver quién entraba, por si alguien se sentaba a seguir su conversación esperando no ser descubierto. Pero Perry tenía un sexto sentido, como un ojo en la nuca que lo hubiese permitido sentir si alguien entraba por la puerta, aunque estuviese de espaldas. Lo que menos deseaban en aquella nueva situación, era una inútil discusión, una exposición de puntos de vista que no llevara a ninguna parte, y además, aquello a Perry siempre le había cansado mucho. Si algo no iba por donde él creía que debía ir, entonces, estaba convencido de ello, intentar llegar a un acuerdo hablando no iba a solucionar los problemas. Desde luego, esa forma de pensar, iba contra todos los consejos que le daban, pero la prudencia no era su fuerte y todo lo que tenía lo había conseguido sin ser amable con nadie. No se trataba de una ausencia de educación para el civismo y las nuevas conductas sociales, se trataba de que la vida no se lo había puesto nunca fácil. Agotada de seguir a su jefe de una sitio para otro sin destino preconcebido, Lorraine no supo disimular su cara de sorpresa al ver llegar a Nittae, la hija de Carbert, el abogado. Apenas tenía diecinueve años, pero parecía edad suficiente para andar enredando con hombres mayores como Perry al que intentaba doblegar sin conseguirlo del todo. Era amiga del hijo de Nathan, que seguía en la cocina lavando platos. Nittae pasó para decirle que había llegado y preguntarle, “qué hacían aquellos allí”. Ella odiaba a su padre tanto como Perry, pero no quería que lo mataran de una paliza y lo tiraran por un barranco, como él le había dicho una vez que haría. Arlton la había llamado para decirle que estaba a punto de acabar su tarea y podían salir y buscar alguna diversión par aquella tarde, pero aprovechó para decirle que Perry estaba allí y ella se plantó en el bar en un minuto. Todos sus intentos por hacer entrar en razón a Perry, habían sido un fracaso y las cosas entre él y su 3


padre habían ido a peor. A Perry no le importó que se sentara con ellos, pero Lorraine, en cuanto acabó su café, dijo que iba a comprar unas cervezas para más tarde y desapareció. --Has vuelto con tus manías –dijo Nittae mientras le daba un trago a la cerveza que Nathan le acababa de servir--; a pesar de todas nuestras representaciones de pasión y celos, de todo lo que hemos hablado, vuelves con tus ideas de que todos te quieren perjudicar, y harás que él pague por el resto. --¿Eso qué significa? Habla claro. ¿Qué quieres decir? No hace tanto no lo veías así. --Es mi padre, después de todo. ¿Qué esperabas, que por ser una adolescente y me sedujeras iba a aceptar ese extremo? Te comportas con una crueldad que no conocía de ti. Puedes desahogarte, ¿y luego qué? Todos parecían empeñados en advertirle, en convencerlo de que estaba equivocado. Había pedido un crédito al banco para poder pagar algunas indemnizaciones y si aquello continuaba tendría que desaparecer, lo que no haría sin antes poner algunas cosas en claro. Tanto Carbert como todo su entorno, sabían a lo que se arriesgaban pero no estaban dispuestos a ceder, conocían la posibilidad de una respuesta violenta y se habían preparado para ello. Nathan sabía que podía llegar en cualquier momento, porque le gustaba comer algo allí mismo antes de volver a casa y porque a mediodía llegaban los de el turno de mañana y le gustaba hablar con ellos, por eso deseaba que Perry se fuera lo antes posible, pero no parecía tener prisa. Ocurría a veces, que sabiendo lo que podía ocurrir, y a pesar de poner todo de su parte para evitar algún encuentro, no era capaz de animar a los interesados a abandonar el local sin despertar suspicacias, y, en eso, Perry era un experto. Así las cosas, se ahorró lo de decirle que había un espectáculo nuevo en el teatro de variedades, o que podía ver las fotos de las chicas en los carteles. Era una idea tonta, porque no se levantaría de la mesa por eso. Después de un rato, la conversación estaba tan llena de silencios que apenas se podía coordinar y Nittae no conseguía su propósito de hacerlo renunciar a su actitud violenta. Tampoco sucedió nada en los minutos siguientes, ni siquiera entraban clientes, era como si la presencia de Perry los mantuviera distanciados. La actitud de Nittae era entendible, no quería a su padre como los hijos habitualmente lo hacen, pero tampoco deseaba que le pasara nada malo. Tal vez por eso, aquella desgana y ausencia total de inquietud, lo que, por otra parte, no era tan extraño en ella. Una vez más, Perry dejó claro que aunque el mundo se acabara aquella tarde, su convicción era plena y que no tenía la menor intención de cambiar de planes; Carbert, según él, había sobrepasado todos los límites y aquel asunto se había convertido en una cuestión personal. A mediodía, Carbert entró tranquilamente en el café, Lorraine había vuelto y tomaba cerveza ane la barra. En la mesa, Perry y Nittae seguían sentados. Nathan le sirvió una ensalada y un vaso de vino, lo que comía habitualmente, no saludó a nadie e hizo como si leyera la prensa. Mientras Nittae empezaba una nueva cerveza a sorbos, tuvo la impresión de que las diferencias entre aquellos dos hombres estaban arraigadas de forma tan profunda que no mostraban su rabia, tan sólo gesto de desagrado. ¿Se podía decidir de una un enfrentamiento así de una forma tan fría? Para acabar de poner las cosas claras, Carbert interpeló a Perry que sonó a desafío. “Estoy esperando que pagues a esa gente Perry, algunos necesitan el dinero para vivir y tú lo deberías saber mejor que nadie”. Nathan detrás de la barra, creyó que la chispa podía encenderse allí mismo en cualquier momento, pero Perry tenía sus propios tiempos. --Lo que tenga que pasar, pasará. No tengas tanta prisa –le respondió sin levantar la vista. Perry no era un hombre nervioso o especialmente activo. Llorraine se había dado la vuelta y daba la espalda a Nathan apoyando los codos sobre la barra--. Llevo tanto tiempo aquí sentado que tengo la vejiga a punto de explotar. Ahora voy a mear, cada cosa tiene su momento. No parecía casual aquella aspereza blanda e intangible que se apoderaba del aire. Conocía bien aquel escenario amarillento, dos urinarios para mear de pie y un retrete con la puerta desvencijada. Casi inmediatamente detrás de él entró Nittae. Nadie dijo nada al ver que se levantaba para seguirlo al servicio, pero todos la miraron mientras lo hacía, después siguieron a lo suyo como si nada. 4


Volvió la cabeza y la miró mientras terminaba, era consciente de que apenas a un par de metros se encontraba aquella mujer que no le era ajena, joven, deseable, llena de vida, pero no le dio importancia. Siguió a los suyo, recogió y se lavó las manos, ella permanecía en silencio, apoyada en la pared. Recordaba claramente la primera vez que ella había subida a su habitación, se habían apretado en la escalera para seguir abrazándose hasta que se iba la luz y volvían a presionar el interruptor. No había prisa, podían haberse besado toda la noche y haberse apoyado en él mientras lo hacían. Unos atribulados viajeros habían bajado las escaleras tropezando con sus maletas, nadie los podía haber esperado a aquella hora. Esa fue una de las pocas veces que Nittae lo había visto reír. Entonces ella era muy inexperta y aquella aventura le resultó mágica; algunas cosas habían cambiado desde entonces. Él se dio la vuelta y se le quedó mirando, durante un instante creyó que él tiempo no pasaba tan de prisa como siempre había creído. Sin embargo, ninguno de los dos eran los mismos, la gente cambiaba, se volvía rencorosa, resignada o aceptaba su futuro y se enfrentaba a él. --No lo hagas. Él no cambiará nada con amenazas. Esto pasará, podrás asumir nuevos retos. Siempre has sido creativo –se acercó--. Él no puede renunciar a sus compromisos. Lo nuestro no tiene nada que ver, sabe que ya no estamos juntos. Siempre lo asumió, no se trata de una venganza. ¿No lo entiendes? --Lo siento. Las cosas no son buenas para ti. No tienes la culpa. --No lo sientas. Cambia tu destino, el mío, el de todos. No eres un matón, lo sé. Nunca fuiste cruel, ayudarías a cualquiera que lo necesitara. ¿A qué viene esto? --Él no me es nada. No me importa nada. Si me pisan, reacciono. ¿Qué otra cosa puedo hacer? Es lo normal entre hombres. --¿Es que los hombres necesitáis probar a cada momento que lo sois? ¿Te llamaban “nenaza” en el colegio? ¡Qué frágil pareces ahora! Lo nuestro… Ya no me soportas ¿necesitas pasar pagina y desmontar tu vida? ¿Es eso? --¿Qué? Estas desvariando. Estaban tan cerca que él pudo oler la cerveza en su aliento y deseó besarla, pero no lo hizo. Ella lo rozaba con sus pechos y dejaba caer los brazos a ambos lados del cuerpo. Buscaba un abrazo y temía ser rechazada. Un palmo separaba sus labios y sus ojos se miraban como si no existiera nada más. Él sostenía la toalla de secarse las manos en una de sus manos, y rodeó su cintura levemente mientras ella apoyaba su cabeza en su pecho. --Lo siento. Así son las cosas. Tú no puedes hacer nada por evitarlo. ¿Qué vas a decir? ¿Qué el mundo se desmorona y yo sólo pienso en mi venganza? Siempre fuiste muy intelectual, pero eso no te lo reprocho –Soltó su cintura y tensó todos sus músculo, permaneció sin moverse como un témpano de hielo. Ella también lo soltó y se lo quedó mirando como si fuera un extraño. --Todo el mundo lo aconseja. ¿Crees que no lo hacen? Le piden que se ocupe de otros trabajadores, si ha de seguir ayudándolos, que sean asuntos que no tengan que ver contigo. Pero él no te teme. No le importa lo que le pueda pasar. No es del tipo de hombre que cambia su proceder por sentirse amenazado. No luchará, pero se pondrá delante para lo que pueda suceder. Asumirá lo tenga que ser, sé como es. Salió metiendo la camisa por dentro del pantalón y la dejó atrás.

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2 El módulo de los desmayados En aquellos tiempos de hundimiento, Perry ya no alcanzaba a mantener la vitalidad necesaria en sus empresas y se limitaba a dejarlas que se fueran muriendo por si solas para poder cerrar todas sus actividades. Se dejaba ver de vez en cuando por las factorías, y sus limpiadores no eran malos, pero, en los tiempos que corrían, la competencia era despiadada. Estaba cansado de luchar por una forma de hacer las cosas, además, aún no sabía de donde iba a sacar el dinero para las deudas más recientes. Como empresario implicado en su propia producción durante años, él también había sido afectado por la inhalación de gases perniciosos para la salud, sin embargo, no podía compartir la idea generalizada de que todos sus empleados, y él mismo, se morirían antes de los sesenta por esa causa. Su padre se había dedicado a fabricar y vender limpiadores, sin tanta protección como la que se había ido incorporando al sector, y había vivido hasta los ochenta, ¿Por qué se empeñaban todos en hacer creer a la gente que las cosas eran de manera diferente? Ya ni siquiera podía enfrentarse a la idea de que Carbert acudiera a la prensa para acabar de hundirlo. La gente se moría, eso era parte de la normalidad, y decir que un fumador empedernido, o un bebedor compulsivo, se había muerto por el ambiente en el trabajo, eso era mucho decir. Ese era su punto de visto, y para él, lo descargaba de toda responsabilidad con los problemas de salud de sus empleados. Mientras se frotaba las manos para intentar deshacerse de la humedad, contemplaba la nueva escena en el café, tres jóvenes se habían sentado en su mesa con Lorraine, y se estaban terminando su último café. Habían echado la persiana y ni Carbert ni Nathan se atrevían a pestañear. La juventud va siempre envuelta en un halo de prestigio que tiene más que ver con su insistencia para mantener su reputación, a pesar de de su fuerza minúscula tienen la energía de un animal en celo, y son capaces de las locuras más inesperadas. Se estaba preguntado si Lorraine con su habitual indiferencia no estaba siendo demasiado paciente. Aunque gradualmente, empezaba a mover su pierna derecha, lo que denunciaba su intranquilidad, y cuando eso sucedía, cualquier cosa podía pasar, ni siquiera ella estaba segura de su reacción aunque conociera a aquellos dos delincuentes. Pero decidió que no era el momento de hacer saltar la mesa por el aire, porque si algo tenía de grande Lorraine, además del estómago ancho y desparramado, eran sus brazos rollizos a base de conducir furgonetas durante años. Aquella sensación de desequilibrio de hacía tan solo unos minutos, la indiferencia de Carbert frente Perry y el nuevo desafío que eso suponía, se venía abajo frente a la presencia de aquellos tres provocadores. --¿Qué pasa aquí? --soltó Perry sorprendido. --Siéntate por ahí viejo, y no molestes. Después voy a hablar contigo. Perry dio un paso al frente y uno de los muchachos se levantó como movido por un resorte y lo empujó sobre una silla. Quedó involuntariamente sentado. Cuando se quiso dar cuenta, tenía un cuchillo en el cuello y no se movió. --Tienen un arma de fuego Perry, mejor no moverse. No pasa nada –dijo Nathan intentando tranquilizarlos a todos. --No pasa nada, pero puede pasar viejo –dijo el que parecía el jefe. Nada más entrar, habían puesto sus condiciones, nadie hablaba, nadie se movía y a esperar. Tal vez porque había luna llena, o porque era sábado y muchos arrastraban noches de insomnio o resaca, lo cierto es que desde primera hora, Lorraine había notado que había mucha gente nerviosa en la calle. De camino para el bar, había notado que la gente conducía de forma atrevida, ¿o sería ella? Casi se había estampado contra un coche pequeño, y todo el mundo se empeñaba en meterle prisa tocando el claxon. No le cabía duda, había algo en la atmósfera que hacía que todos estuvieran 6


nerviosos esa mañana. Los sábados, Lorraine acompañaba a Perry por puro placer, no porque estuviera en su contrato, era como llamar a un amigo, quedar con él, y dar vueltas buscando un poco de emoción, y esta vez la habían encontrado de verás. Al volver del servicio, Nittae entró distraído, pero no pareció sorprenderse. Se quedó mirando, y uno de los muchachos, el que tenía el cuchillo, dijo: “¡Vaya, mira lo que tenemos aquí, una menor!” El bar parecía lleno de sorpresas, así que Tinot, el jefe, mandó al del cuchillo a mirar la parte de atrás, los almacenes, el WC, y la cocina; lo revolvió todo y oyó un ruido dentro de una alacena. Por supuesto, Nittae no era menor, aunque tenía los rasgos infantiles. Tal vez lo había sido el año de su romance con Perry, al menos rondaba los dieciocho, o eso le había dicho, pero en el momento que les estaba tocando vivir, ya no importaba eso. Si a Perry le hubiesen preguntado si creía que aquellos chicos eran capaces de matar, hubiese dicho que sí, no tenía dudas al respecto, y la situación era bastante complicada. Parecía que huían de algo, y si iban a permanecer allí escondidos, aquello podía durar mucho. Los tres chicos parecían conocerse bien y llevar mucho tiempo juntos en sus desventuras, no rehuían las provocaciones y actuaban como una manada. Ni siquiera Tinot, era uno de esos solitarios cabreado con el mundo, o aquel al que llamaban Renoir, que tenía pinta de ser tímido con las mujeres y de pocas palabras, había sido nunca un solitario. Al tercero, el que llevaba el cuchillo y al que todo hacía una gracia sarcástica, hasta el punto de reírse de las cosas más insignificantes, a ese ya lo conocemos, se llama Sathur y era capaz de encontrar una relación cómica, digamos que con sus propios patrones de lo cómico, a un peinado, unos zapatos, la forma de expresarse de algunas personas o el miedo que pudieran mostrar mientras miraban su enorme cuchillo. El elemento indispensable en cualquier fiesta. --Esto os divierte. ¿Estáis disfrutando? --preguntó Carbert con inesperada insolencia. --¡Cállate! Nadie te dijo que pudieras hablar –ordenó Tinot, que se levantó y se puso a un palmo de su cara--. No tientes a la suerte. No tengo un buen día. Se oyeron voces en la cocina y la de Sathur vanagloriándose de haber encontrado un ratoncito. Se trataba de Arlton, que aún no se había enterado de los movimientos en el bar. Nadie podía decir que Sathur no fuera un bromista, o que una y otra vez no intentara ser gracioso sin demasiado éxito. Al parecer le bastaba reír solo, no necesitaba que otros lo acompañaran para dar por buenas sus gracietas. Todavía no había aprendido que el objeto final de un cómico era congraciarse con el mundo, empatizar con su público para obtener su complicidad. Nada de eso, estaba de momento a su alcance, peo mientras empujaba a Arlton para que se sentar al lado de su padre, se reía como si lo hubiese pescado comiendo a escondidas. Aquellos tres chicos creían tener el día perfecto, el mejor día en los últimos años; se habían escapado del correccional. El más introvertido, Renoir, sabía e lugar donde su padre escondía una pistola, y habían ido directamente a buscarla, allí habían encontrado algo de dinero y se habían puesto asta arriba de bocadillos y cerveza antes de se hiciera de día. Renoir quería ver a su madre, y Tinot le había prometido que lo harían, pero primero tenían que dejar que las cosas se tranquilizaran. A las seis de la mañana, la hora en que se levantaban los chicos del correccional, los guardias los habrían echado en falta y habrían avisado a la policía. Todos podríamos imaginar que tendría que haber otra forma más racional de hacer las cosas, que no resultaba muy práctico dejar semejante rastro, pero cuando se vieron enredados en medio de un control justo delante del centro comercial, no se les ocurrió otra cosa que entrar en el café y echar el cierre. En todo caso, nada de lo anteriormente relatado sobre ese día, de lo que debía llevarlos a la libertad, a la policía le parecía que podía salir bien y, sin embargo, a ellos sí. La noche anterior no les habían dado de cenar nada más que sopa y leche caliente, y tal vez habían tomado malas decisiones por su hambre de carne y alcohol. Claro que posiblemente fue por su inclinación a romper todas las reglas y porque encontraron una forma fácil de burlar la vigilancia. Además, lo fácil que había resultado llevar a cabo su plan, les había llevado a pensar que nada les podía salir mal, el éxito de la fuga había contribuido a mantenerlos en un estado de excitación y moral alta, que no las noticias de la 7


televisión, ofreciendo la imagen de sus caras, podría desanimarlos. Tal vez, fueran detenidos y enviados de vuelta al correccional, pero nunca aprenderían la lección. A menos que cometieran un error y sus manos, de pronto se vieran manchadas de la sangre de algún inocente, entonces, todo cambiaría. Tinot estaba convencido de que lo conseguirían si llegaban a la frontera, que tampoco estaba tan lejos, lo único que tenían que hacer era desaparecer durante un tiempo, y justo antes de intentarlo. Por supuesto que aquellos tres muchachos nunca habían matado a nadie, pero lo harían si los forzaban, si los presionaban o les hacían perder los papeles, al menos, eso pensaba Perry que seguia sentado con cara de aburrido y sin mover ni un pelo. Nunca antes había pasado por una situación parecida, siempre había sido él quien buscara las pendencias y nunca, sobre todo, había sido dominado y retenido de tal manera. Tampoco había nunca matado a nadie, conocía sus límites, de tal modo, como cabe imaginar, le gustaría poner a aquellos mocosos en su sitio, pero sin incurrir en males mayores. Hacer conjeturas acerca de hasta donde llegarían con su arrojo los pequeños gamberros, no era lo mejor teniendo una pistola en sus manos, eso establecía una diferencia sustancia. Un cuchillo era otra cosa, pero un arma de fuego… Vivamente ofendido por sus propios límites, no aceptaría de ninguna de las maneras, ser llamado cobarde por plegarse a la voluntad de tres chiquillos. Se mantenía en lo que consideraba más conveniente para todos y además, le permitían seguir bebiendo, todo hay que decirlo. Con los años, había adquirido una imagen de descontento nervioso y violento, que no le importaba tanto como a los jóvenes delincuentes su mal ganada reputación, pero eso también estaba en juego. Al principio, todos miraban a los chicos sin entender lo que sucedía, pero ellos mismos les dijeron que huían de la policía y que se irían a última hora de la tarde sin hacerles daño si todo iba bien. No se trataba de una promesa, pero al menos los tranquilizaba. Quisieron beber algo más fuerte y los veían mientras los tres chicos se mondaban de risa entre copa y copa, e intentaban bailar con Lorraine y con Nittae, que les seguían el juego sin ánimo. Se limitaron a obedecer, todos menos Carbert que se mostraba inquieto. Nadie quería ser el primero, pero a todos les gustaría decirle cuatro cosas a los niñatos que los amedrentaban con sus amenazas. Hubo momentos, en que uno u otro, hubiesen necesitado levantarse y enfrentar a ellos, pero se contenían. La verdad es que no habían tenido el arrojo necesario, se conocían bien y no valía la pena enfrentarse para ser sometidos a una nueva humillación. Tal vez formaba parte de la mezquindad de la clase trabajadora, y sobre todo de la clase media, o la policía les solucionaba los problemas o no se movían, aunque elq ue menos se parecía a eso fuera Perry y sus motivos fueran diferentes. A fin de apaciguar un poco los ánimos, Nittae bailó con Tinot. Fue una situación inesperada porqu ella misma lo cogió de la mano y lo levantó de su silla, el la abrazó y dio unos pasos con ella, sin dejar de empuñar el arma. Unos minutos después, él se tambaleaba e intentó besarla, pero ella lo rechazaba escondiendo la cara en el hombro, aquello parecía que iba a destrozar los equilibrios a los que habían llegado hasta aquel momento. Los chicos debían llevar ya tres horas en el bar. --¡Déjala ya! ¡No ves que le estas haciendo daño! --dijo Carbert, a pesar de que no quería descubrir que era su hija--. La estas apretando mucho hombre. Le haces daño –repitió levantándose y cogiéndolo por el brazo que exhibía libre a un lado del cuerpo. La reacción fue muy violenta. Empujó a Carbert tirándolo al suelo. Perry iba a levantarse pero lo apuntó con su arma. Los otros chicos, aprovecharon que Carbert estaba en el suelo para patearlo, y cuando se levantó siguieron golpeándolo hasta que lo dejaron sangrando por la boca sobre una de las mesas. --¿Alguien más me quiere decir com debo coger a la chica? --dijo Tinot orgulloso del poder que acababa de mostrar. Apagaron la radio y pusieron las noticias de la televisión. Tinot queria saber si se hablaba de ellos. Al cesar la música dejaron de bailar, pero seguían bebeiendo. --No hagáis locuras –siguió Tinot--. No quiero daros un discursito, pero esto es lo que hay, no estamos para bromas. 8


En una situación como aquella, cualquier cosa que pudiera decir, sonaba muy real. Si los pusiera a todos en el suelo boca a bajo, nadie protestaría. No podían facilitarle más las cosas, y Nittae acababa de demostrar que cualquier cosa que se hiciera, aún intentando rebajar la tensión, iba a ser mal interpretada. Para colmo de males, después de golpear Carbert, Sathur interceptó a Perry intentando levantarse para ayudar a Carber, movió su cuchillo con velocidad y le cortó en un brazo. Perry dio un grito y volvió a sentarse cogiéndose el brazo. Nittar hizo unas vendas con un paño de cocina y se las ató al brazo para que dejara de sangrar. La reacción de Perry fue instintiva, ya no se trataba de su odio por Carbert, estaban juntos en aquello. Con pensamientos inconexos e imprecisos, Nittae intentaba darle forma a aquella situación. Sin duda, si se dejara llevar por la rabia, haría falta una gran fuerza para controlarla y no habría posibilidad de hacerla volver a la realidad, más que a golpes. Es lo que pasa con las reacciones histéricas o con la pérdida de nervios, un bofetón a tiempo es lo mejor. A pesar de darle mil vueltas a todo, y desear explotar como una olla a presión, no era una chica a la que le gustara la violencia, se trataba sólo de aquel momento y el deseo que engendraba en ella. Les deseaba todo el mal posible a aquellos tres chicos, eso no lo podía evitar, le daban vuelta en su cabeza, todo tipo de escenas terribles en las que al fin los tres muchachos estaban tirados en el suelo, envueltos en un gran charco de sangre. Le ponía las vendas con extrema delicadeza a Perry, y se recordaba a si misma, en otro tiempo, tratándolo con un afecto parecido que no dispensaba ni a su propio padre, pero eso para ella había sido hacía un millón de años. Entonces relacionó lo que acaba de pasar consigo misma y como a pesar de menospreciar a su padre en cada ocasión, no aceptaba injerencias, lo detestaba, pero sólo ella podía hacerlo porque era su hija. Eso era lo que creía que le acababa de pasar a Perry, deseaba darle una paliza a Carbert, lo despreciaba, lo odiaba, pero se creía con el derecho a todo eso, se consideraba perjudicado y justificado, y no aceptaba que nadie más lo hiciera, porque se trataba de su víctima, y de nadie más. --Perdona por lo que voy a hacer –le susurró a Perry después de atar la última venda. Después de la escena que acababan de vivir, era difícil volver a la situación de unos minutos antes. Nittae puso la radio musical y apagó la tele, todos la miraron con incredulidad. Estaba como ida, borracha tal vez. Empezó a moverse en un baile sensual, tal vez oriental o algo parecido, tal vez era tan sólo el movimiento de las chicas de desnudo de la calle del placer. En cierto modo se ofrecía para llevar aquella reunión a un plano superior, y los chicos no la cortaron, no dijeron nada, se quedaron mirando y sonriendo como si eso fuera lo mínimo que se merecían. Aceptaban encantados aquel baile que terminaba de exacerbar su ya maltrecha imaginación. Por entonces, ya todos sabían que debían obedecer y que todo era parte de una representación de la imitación de alguna película mala que aquellos tres jóvenes habían visto en su infancia. Imitar la realidad, a sus héroes de celuloide, a los personajes malvados que solían terminar tiroteados por la policía, era una forma de darle sentido a sus vidas. Tinot, más experimentado que sus compañero, posiblemente, se frotaba con desvergüenza, se levantó y bailó con ella un momento, cuando ella se le acercó y lo cogió de una mano para que lo hiciera. Después lo sentó y fue el turno de Renoir, que obviamente, no había bailado en su vida, y después, el de Sathur que se puso el cuchillo bajo el cinturón y bailó pegándose a Nittae como si deseara penetrarla allí mismo; Sathur era obviamente el más excitado de los tres. --Creo que sería mejor que parara esto –dijo Perry sin conseguir que nadie le escuchara. No sabía lo que estaba haciendo Nittae, pero en la mente de los espectadores, las especulaciones iban desde que quería pasar el rato, hasta que deseaba desquiciar a sus invitados en el baile de las delicias. Lo próximo que iba a suceder no estaba claro, pero ella seguía con sus proposiciones como si deseara algo más, y todo fue a ún más confuso cuando empezó a besarse con uno y con otro como si nada le importara. Perry empezaba a sentirse desquiciado. Tanto si Nittae se daba cuenta de su error y paraba aún a tiempo, como si seguía con el juego y desquiciaba a todos, aquello iba a acabar mal, y así sucedió. Los chicos empezaron a discutir por sus favores, por quien se la llevaba primero a la parte de atrás y cosas parecidas, ella sonreía 9


haciéndose la borracha. No habría paz hasta que se hubiesen calmado los ánimos y eso estaba muy lejos de suceder. Tampoco, la intención de intervenir de Perry o Carbert dejaba de estar en juego, pero ya, mucho más derrotada de antemano. El que parecía más tranquilo era Renoir, que se sentó a mirar como sus compañeros discutían, sin dejar de poner aquella sonrisa de obtuso, de esos que se rçien todo el tiempo a medio gas sin saber por qué. Cuando Sathur cayó al suelo sintió que estaba mucho más frío de lo que había pensado, la pistola se disparó de forma fortuita, pero sus efectos fueron igual de moledores que si Tinot hubiese deseado matarlo. Tenía cara de asustado, arrojó a Nittae a un lado y se deshizo de su abrazo de serpiente mientras empezaba a comprender lo que acababa de suceder. Ella los había engañado. Ella había provocado que aquello sucediera, lo había premeditado, sabia que discutirían, y no dejaba de mirarla mientras Sathur e moría. Abrió persiana a toda prisa, gritándole a todos que no se movieran y salió corriendo. Un segundo después, Renoir comprendió que si no hacía lo mismo, todos se abalanzarían sobre él, y hizo lo mismo, salir corriendo como alma que lleava el diablo. Los dos chicos fueron detenidos aquel mismo día. Perry trataba de pensar mientras el equipo médico de una ambulancia los atendía y se llevaba el cuerpo muerto de Sathur. La pesadilla había acabado. Perry ya no quería pensar en darle una paliza a Carbert, ¿qué sentido tendría? Después de lo vivido ya no le parecía tan buena idea, la violencia, una vez más dejaba un rastro de dolor y la enseñanza de que no conduce a nada. Tendría que intentar sobrevivir a pesar de sus problemas financieros, tal vez tendría que hacer esperar al banco o meterse en una relación de juicios interminable. Todo había acabado malamente.

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Otro dĂ­a de pasiĂłn en el baile de las sinrazones

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1 Otro día de pasión en el baile de las sinrazones

Desde hacía algunos años, el nivel empresarial de Otho Feisbank había alcanzado un momento incuestionable y había sido aceptado como miembro de pleno derecho en los grandes foros de decisión de la ciudad. Sólo otros seis hombres de empresa, había sido reconocidos con este derecho, y si alguno desaparecía, por vejez, enfermedad o muerte, otro era elegido entre los que se habían hecho a si mismos; no se trataba de un carga hereditaria, por expresarlo de esta manera, y por explicarlo un poco más, se otorgaba la distinción al hombre que había lo creado todo, y no a la empresa, que podía cambiar de dueños, directores o gerentes. Era un honor que se le daba al creador. Les había prometido a todos la verdad de lo que él pensaba y de como lo pensaba. Gobernaba su empresa con maestría pero también con dureza. Había algunas cosas en sus métodos que no iba a confesar, pero que a algunos les gustaría descubrir a cualquier precio, tal vez, para poder establecer un sistema similar en sus propios negocios. Si hubiera sido tan inteligente como otros decían que era, es posible, que hubiera cambiado a tiempo y habría albergado para su vida otras esperanzas más humanas, pero estaba convencido de que no debía perder el tiempo con cosas tan humanas, y se dedicaba en cuerpo y alma a dirigir su empresa de construcción. No podía limitarse a cada nuevo desafío, siempre tenía nuevos proyectos en la cabeza que esperaba poner en marcha en uno u otro momento. Se liberaba de todo lo que le suponía un estorbo y asumía las mejores ideas de su entorno, como propias. Su mujer era culta y leía libros de poesía, había sido profesora en otro tiempo, estaba acostumbrada a sus ideas acerca de todo, a su propio pensamiento, pero sobre todo, a no discutir gratuitamente con Feisbank sobre aquello en lo que nunca se pondrían de acuerdo. Sin embargo, por algún motivo que nadie llegaba a entender, cuando a ella se le metía alguna cosa en la cabeza, por muy extravagante que fuera, y por muy en desacuerdo que él estuviera, al final de un proceso de tensiones y silencios, terminaba por tener lo que deseaba, o porque sus motivos fueran aceptados. Había elaborado un complejo sistema en sus relaciones, de tal modo, que él terminaba por considerar que le daría muchos menos dolores de cabeza, consentir, que llevarle la contraria. De cualquier modo, no siempre fue tan fácil, y la diferencia más complicada que se interpuso entre los dos, fue aquella ocasión en que alguien dejó un bebé en su puerta, y a pesar de tener ya una hija, conseguir que su marido, el señor Feisbank, aceptara adoptarlo. Nunca antes habían pasado por una crisis semejante, pero como siempre, después de un tiempo de tensiones innecesarias, él acabó aceptando, aunque siempre lo vio como un capricho. Feisbank no deseaba saber demasiado al respecto, dio por buenos los pasos que seguía su mujer para criar al niño como si fuera propio, y no hacía demasiadas preguntas. Al contrario de lo que suele suceder en estos casos, Mirna Cove quiso saber de donde procedía su hijo adoptado, sobre todo por evitar sorpresas posteriores. La idea de que, la madre herida y arrepentida, pudiera parecer algún día para estropearlo todo, era una idea muy real, así que contrató un detective del que no obtuvo ninguna satisfacción. Aquel hombre se dedicó a investigar los 12


posibles embarazos y nacimientos de aquel año, a las jóvenes en edad de ser madres primerizas – sobre todo porque alimentaba la idea de que pudiera tratarse de alguna joven, posiblemente una niña, que intentaba ocultar un desliz--. Lo cierto es que cuando le dio el resultado de sus pesquisas para decirle que no había sacado nada en limpio, Mirna se acaba de levantar de una siesta de una hora y apenas podía entenderle, pero ya le había sido comunicado por teléfono que era imposible tener datos fiables de la naturaleza y el origen de Cósimo (tal había sido el nombre que ella misma había escogido para él). Se había sentido animada ante la idea de conocer a la madre del bebe y poder ayudarla a cambio de que se desentendiera de él para siempre, la expectación le había durado poco, porque finalmente habría deseado que no apareciera, y cuando el detective apareció para decirle que su trabajo había sido nulo, se alegró, pero estaba tan agotada que hubiese necesitado toda su energía para decirle que lo siguiera intentando, le pagó y le dijo que no quería verlo más. La hermana de Cósimo estaba a punto de cumplir cinco años en aquel momento, y parecía entender algunas de las cosas que estaban sucediendo. Se asomaba a la cuna para verlo y su curiosidad parecía infinita, pero a pesar de las indicaciones de su madre, rehusaba tocarlo o darle un beso como ella le pedía. La empresa de Feisbank era joven entonces, no tenía los problemas de incontinencia verbal que desarrollaban algunos trabajadores veteranos y que se manifestarían más tarde --las empresas con gente mayor que no tienen nada que perder, o que ya no alimentan sus ambiciones en la jerarquía, terminan por ser realistas con decisiones que consideran injustas, y terminan por decir lo que les parece, como si eso fuera una virtud que sólo a ellos les está reservada--. Algunos responsables, con una aparente cabeza de chorlito, solían meter la pata a fondo, pero como la empresa era joven, terminaban por pasar desapercibidos y nadie incidía demasiado en sus errores. Por lo que sus trabajadores hacían por ellos, deberían ser un poco más complacientes y generosos, pero eso no estaba bien visto, y todo funcionaba a una velocidad en la que creían poder hacer que esos errores se desvanecieran en poco tiempo. Feisbank, tampoco le daba demasiada importancia si eran errores que no suponían una merma económica grave, y defendía a “sus chicos”, tal y como él los llamaba. Nunca le daría la razón a una reclamación que le llegase desde lo más bajo de su jerarquía, porque eso trataría de vulnerar el principio de autoridad, que tal y como él lo veía, merecía ser defendido frente a las protestas. El sabía que algunos accidentes se producían porque no deseaba reconocer que se obligaba a los trabajadores a hacer trabajos poco seguros, pero así eran las cosas y al que no le interesara lo que debía hacer era abandonar la empresa. Además, un empresario que está disfrutando claramente de su éxito, no puede detenerse ante minucias, dicho sea con el cinismo del que soy capaz. Nadie iba a sentirse responsable de las malas prácticas de los trabajadores, sobre todo porque se iba a olvidar que eran conducidos a ellas por una organización podrida en lo más profundo de sus razones. Era algo más que un burgués al uso, su fortuna había sobrepasado ese nivel y no necesitaba, por lo tanto, se tan pretencioso. En cierto modo, sus preocupaciones eran menos estéticas y el nivel práctico de sus decisiones no se dejaba influir por modas. La educación que la madre exigió para Cósimo, a pesar de parecerle poco útil al empresario de la construcción, tenía que ver con el refinamiento de las artes, del humanismo y de la literatura, en los colegios privados más caros. Él hubiese preferido que estudiase arquitectura, eso entraría dentro de los cánones de lógica más aceptable, pero ¿qué necesidad había si su futuro estaba resulto desde el momento que entró en aquella casa? Quizá, las razones para esa orientación tan lejos de toda necesidad, se debía precisamente a eso. Además, nadie podía estar seguro de cuales serían sus propias decisiones cuando aquel niño pudiese tomarlas, entonces, tal vez deseara dejar los estudios antes de lo que nadie pudiera haber imaginado. Y posiblemente, movida por la inquietud le producía esa posibilidad, cuando e niño cumplió quince años, Mirna Cove, apareció por las oficinas de las empresa sin previo aviso, lo llevaba cogido de la mano y pidió que le enseñaran como funcionaba todo aquello. Después de eso, se dirigieron a una de las obras que estaba en una avanzada construccion, y poniéndose los cascos de rigor y de colores sobre la cabeza, hicieron lo mismo que el resto de operarios para su protección. Cuando Feisbank se enteró se enfado mucho, sobre todo 13


por que su mujer no le hubiese dicho lo que tenía en mente, pero aquel día vendía algunos pisos y por la noche llegó a casa de buen humor; ni siquiera hizo un comentario al respecto, pero habló del futuro y sus hijos. --¿En qué estas pensando querida? Te veo ausente –le dijo a su mujer después hablar largo rato de su empresa y sus beneficios--. ¿Hay algo que te preocupa? Me pilló de sorpresa que fueras hoy a la empresa, nada más. --Voy a tener otro hijo –le respondió mirándolo fijamente. Tal vez, para las mujeres es importante saber lo que sientes los hombres cuando reciben una noticia así, pero él apenas se movió. Aunque sonrió. --Eso es estupendo, hace tiempo que deseaba tener otro hijo, pero nunca te lo dije por no poner más presión en nuestras relaciones. --¿Aún te parezco joven? ¿Aún me deseas? --Pues claro. ¿Qué pregunta es esa? Tus piernas siempre han sido las mejores de la ciudad. Quitan el hipo. Los hombres se dan la vuelta para mirarlas y lo sabes. No me gusta que lo hagan, pero me siento orgulloso de ellas. --Puedes sentirte así, me preocupo mucho por gustarte cada día. Pero se discreto –Y señaló a Cósimo que estaba sentado muy cerca y hacía que veía la televisión ero no se le escapaba nada de la conversación de sus padres--. Eres un galante, no has perdido tus mañas. Los niños empiezan a conocerte, pero eso tampoco les importa. Les pasa como a mi, lo que más aprecian es la seguridad que nos proporcionas, y te lo agradecemos lo mejor que podemos. Pero me gustaría saber lo que piensas, sobre todo en un momento así. Acostumbras a callártelo todo, y con los de casa no está bien. --Estaba pensando en que tendremos que hacer algunos cambios. De hecho, estaba cambiando en cómo nos cambiar la vida, pero será para bien, un motivo más de alegría. Los hijos siempre lo son – se levantó y la beso, le dio un gracias al oído como si algunas cosas no las compartiera con nadie más, y se volvió a sentar. --Yo también estoy ilusionada. Estamos en un buen momento y deseo que dure. Que nada cambie debe ser nuestro objetivo. Hubo una escena por aquellos días que iba a quedarse grabada en la memoria de Cósimo para siempre y que ocurrió cuando su madre fue al ginecólogo y le pidió a Feisbank que pasara el día con sus hijos. No se le ocurrió otra cosa que llevarlos al parque, a un lugar que conocçia y que tenía un kiosko que frecuentaban algunos de sus amigos. Se sentó con ellos mientras sus hijos iban y venían por el parque. Pasó una chica de unos dieciocho años, vestida como una actriz de cine y cargada de bolsas. La vieron pasar por delante con un movimiento extraño, dejándose ver. La hermana de Cósimo, tenía unos años menos que aquella chica pero no demasiados, y le dijo que era una prostituta, y se echó a reír. Reitia era así con él, le decía las cosas que pudieran herirle, buscaba sus reacciones y sus emociones, pero al menos ya no se negaba a tocarlo y darle un beso, de vez en cuando. Lo quería, eso estaba claro. --Lávate marrana –sonó la voz estentórea de Feisbank que parecía molesto porque aquella muchacha se luciera pasando apenas a un par de metros de su mesa en la terraza del parque. No parecía satisfecho de como le había ido aquel día. A veces, cuando estaba con otros hombres, con sus amigos o empleados, necesitaba poner las cosas en su sitio. Era en esos momentos, en los que lo invadía una enorme sensación de soledad, al contrario de lo que otros pensaban, que suponían que los peores momentos eran cuando paseaba por su empresa y todos se apartaban de él como de la peste. O lo que era peor, los que pensaban que no lo querían ni en su casa, y allí se aislaba porque no se soportaba ni a si mismo. Todo eran exageraciones de los más sometidos a su ira, y su mirada furibunda. Los que le acompañaban en la mesa del parque, eran tipos educados, señores de familias que a veces se acompañaban de sus nietos, incluso, algunos de ellos se consideraban más refinados que él, lo que no era tan difícil; pero nunca lo dirían o intentarían demostrarlo. Por extraño que parezca, la alta sociedad es muy recelosa de lo que piensan otros de su 14


mismo nivel. Feisbank y sus amigos no eran alta sociedad, eran gente de pueblo que había hecho dinero y sus modales eran bastante toscos, la mayoría de las veces rudos, pero efectivos en su mundo de órdenes y normas. Tal y como iban las cosas, no parecía que haber salido aquella mañana para un paseo con el gran señor, hubiese sido, después de todo, tan mala idea. Los amigos de Feisbank se portaron bien con ellos, les compraron helados y les dieron dinero, y no dejaban de decir lo bien que se portaban. La muchacha a la que habían increpado se alejaba con la cabeza encogida entre los hombros. Cósimo, dejándose influir por el pensamiento general, calculó que tenía manchas en las piernas, y que por eso, aquella minifalda no la favorecía. Alguien podía pensar que tenía que tener n padre y una madre en alguna parte, y que ponérselo difícil era una forma de convencerla de que debía volver con ellos. Cósimo le dio otra vuelta a su pensamiento, y se dijo que si sus padres hubiesen visto aquella escena, se hubiesen puesto muy tristes, y que nadie tenía derecho a humillar a nadie de aquella manera. Sus sensaciones eran contradictorias al volver a casa. Tal vez no estaba del todo satisfecho de como había ido todo, pero en general no podría quejarse, así que cuando Mirna le preguntó, le dijo que bien, pero no le comentó nada de la chica con las piernas sucias, aunque hubiese necesitado que le aclarasen las ideas. Reitia, besó a su madre, y le puso la mano en el vientre distraídamente, aunque Mirna comprendió que era una forma de saludar a su hermano que estaba de camino y abultaba haciéndose notar. A veces, cuando estaba con su madre y con su hermana, tenía una sensación de desamparo, como si se olvidaran de él, pero no era así. Aparte de eso, ¿qué era lo que lo hacía ver el mundo como si nada le perteneciera? ¿Era su condición de niño adoptado lo que influía en él hasta perder toda estimación por los compromisos? La camaradería que de él se esperaba por parte de sus compañeros del colegio, se veía también afectada. No necesitaba ni quería tanta estima, pero no era frío, y eso lo salvaba del aislamiento. La estructura central de las empresas de Feisbank, vivían un momento tranquilo. Nada hacía presagiar los problemas que habrían de llegar en el futuro. Los trabajadores no parecían felices con sus salarios, y el esfuerzo que se les pedía a cambio de esa falta de generosidad, era demasiado alto. A los dieciocho años Cósimo decidió dar la vuelta al mundo. Su madre tenía mucho trabajo con Ferránd, su nuevo hijo, pero se sintió muy orgullosa de él por aquella decisión que entraba dentro de los ritos de independencia y madurez. Salió con un amigo, Bernie, al que fue a buscar en taxi para dirigirse al aeropuerto. Llamó al telefonillo de la escalera, y Bernie no contestaba. Lo telefoneó y no contestaba. Después telefoneó a su madre y a sus amigos para ver si sabían algo de él, lo que teóricamente tendría que dar algún resultado, pero no, todo fue infructuoso. Finalmente se coló en el portal aprovechando que entraba una vecina cargada de bolsas, y subió a su piso. Se había ido la luz, y aporreó la puerta con los puños. No sonaba el timbre, no había sonado el despertador y las persianas estaban echadas manteniendo el apartamento en absoluta oscuridad. Bernie se había quedado dormido muy tarde, y abrió somnoliento. ¡Si al menos, el taxista aún estuviera esperando cuando se vistiera y se decidiera a bajar! Lo esperó en el taxi que no dejaba de mover los números del contador. Le explicó la situación al taxista, y le dijo, “¿Se imagina? Me voy con él a dar la vuelta al mundo sin nada más que una mochila?”. No había nada tan alentador como la libertad juvenil, como salir con lo puesto y no saber lo que le iba a ser o lo que podía pasar el día siguiente. Pero no había nada tan poco prometedor como salir de viaje con un amigo que lo estropeaba todo, que se metía en líos, que no soportaba la autoridad ni las normas, pero que era su mejor amigo. Y lo que era aún peor, darse cuenta de que estaba aprendiendo de él. Todo lo que sucedió aquel año, no fue bueno, ni arriesgado, ni divertido, y sólo en una pequeña parte, los dos amigos podrían decir que había sido provechoso, pero esa pequeña parte les había llenado tanto los ojos de imágenes y culturas nuevas, y su espíritu se había engrandecido tanto durmiendo en estaciones de tren, que había valido la pena. Algunas escenas familiares a su vuelta, resultaron excesivas. Su madre lo abrazó hasta estrujarlo y Feisbank le dio un beso en la mejilla, algo que no había hecho nunca. Reitia estaba despampanante, y había unos cuantos chicos que la 15


cortejaban y con los que jugaba haciéndoles creer que algún día podrían conseguir sus favores. Por ese tiempo, Ferrand acompañaba a su padre con frecuencia, había cumplido los catorce años y le gustaba estar en la empresa y entretenerse hablando con los trabajadores mientras su padre pasaba tiempo en la oficina. Tal vez, algunos trabajadores eran excesivamente amistosos, y eso no le gustaba, pero tenía que ir acostumbrándose a algunas cosas. Había llegado el momento, todo marchaba conforme a lo esperado, y Feisbank habló con su mujer acerca del futuro de Cósimo. Había cosas que no se podían evitar, y Mirna no podría evitar que algunas cosas sucedieran, aunque le habría gustado que Cósimo disfrutara de su juventud un tiempo más. Cabría pensar que Cósimo entrara en la empresa con un halo de impermeabilidad frente a los conflictos con sus compañeros, con un mando determinado, o dispuesto a chivarse a su padre de todo lo que viera, pero nada de eso iba a suceder, y Feisbank decidió que debía empezar desde abajo y para que ese periodo no se le hiciera demasiado duro, también contrato a Bernie, y lo puso a su lado. Mientras Cósimo se desenvolvía entre los trabajadores con un forro de trabajo lleno de manchones de aceite y cemento, Ferrand visitaba a su padre y se acercaba a hablar con él mirándolo con extrañeza, como si no entendiera aquel cambio. En casa empezaron a distanciarse, y si alguna vez había sentido aprecio por las lecciones que hermano le había dado, dejó de verlo como un héroe. Para colmo de males, por esa época, Feisbank empezó a frecuentar un lugar de señoritas, y cuando Mirna se enteró dejó de hablarle por un tiempo y todo el equilibrio familiar se resintió sin que Feisbank fuera capaz de arreglarlo esa vez. En poco tiempo empezaron a dormir en habitaciones separadas, y lo que era peor, ella parecía cómoda en esa situación. Nadie puede acostumbrarse a lo inesperado, por mucho que las situaciones se repitan y se parezcan. Cósimo no estaba cómodo en su nueva vida, pero aguardaría el tiempo necesario si de construir su vida se trataba. La chica que visitaba las obras cargada con planos era la ayudante del arquitecto, y descubrió poco después que era su prima. Eso hizo esa etapa más llevadera. La conoció e intimó con ella. Era la hija de u primo de su madre y cuando empezaron a salir, Mirna habló con él, “pásalo bien, disfrutar de la vida y del amor, pero no necesitas una familia, no te dejes seducir”, esas fueron sus palabras. Tal vez, la objeción de Mirna se debía a su interés por tener a Cósimo entre sus faldas para siempre, pero también a que conocía a Mathilde y sabía que había tenido en el pasado demasiados problemas con los hombres. Él no estaba enamorado, pero si llegaba a suceder tal cosa, ¿quién podría evitar lo que viniera? No podrían estar por siempre evitando su deseo. Ninguno de los dos parecía capaz de hacerlo. Durante mucho tiempo había deseado tener un cómplice, alguien a quien contar sus más íntimas inquietudes, y tal vez no fuera ella, pero lo ayudaría a despegarse de sus miedos. Por supuesto, Mirna había ocupado ese lugar en su infancia, pero ya no se veía capaz de seguir alimentando aquella indestructible exclusiva confianza. Y entonces, en aquel año de cambios y madurez, después de llevar un tiempo trabajando y cobrando un salario, creyó que ya era lo bastante maduro para abrirse al amor, aunque tanto Cósimo como la prima Mathilde, lo llevaron con tanta discreción que nadie se dio cuenta hasta mucho después, cuando sus relaciones estaban completamente consolidadas y viciadas. Todo parecía muy conveniente, si no fuera porque Mathilde alimentaba la idea de un matrimonio conveniente con un arquitecto. Había otra chica que le gustaba a Cósimo, con la que también se veía ocasionalmente. El decía que sólo era su amiga, pero había algo más. Era la hija de un sindicalista y Bernie, que también la conocía, le aconsejó que no se acercara a ella, pero Cósimo, en esa etapa de su vida, parecía dispuesto a aprender como meterse en líos. Una tarde habló del tema con su amigo, que empezaba a sentir la fatiga de aquel trabajo y estaba pensando en dejarlo. --Podíamos haber seguido de viaje una temporada. Esto que hacemos ahora es muy duro -le dijo Bernie en aquella ocasión. --No creas que no recuerdo aquellos atardeceres en centroeuropa, cuando deseabas a aquellas jóvenes que te reían. Podíamos seguir sentados a la vera de aquellos ríos llenos de piraguas y

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remeros apurando las últimas horas del día –contestó él-. Estabas obsesionado con las mujeres, por eso me extraña que me ahora me des conejos. --¿En serio? ¿Tanto se me notaba? Si una de aquellas chicas hubiese tenido la paciencia necesaria para seducirme, nunca hubiese vuelto de aquel lugar, me gustaba como vivían –Bernie parecía poco dispuesto a hablar del tema, y se volvía superficial. --No me puedo quejar de eso, nunca te hubiese forzado a volver si no querías hacerlo –la conversación parecía no llevar a ningún lado, pero Cósimo quería que él respondiera a algunas cosas-. ¿Por qué crees que no debo ver a Lorraine? ¿Por que su padre es comunista? --Bueno, Feisbank no lo vería bien. Además los trabajadores apenas llegan a fin de mes, y cada día se les exige más. Si sus líderes lo desearan podrían llevarlos a una huelga, poniendo como excusa los últimos despidos. --¡Vamos Bernie! Tu sabes también como yo, que esos líderes se van de copas con mi padre y los tiene controlados. --Uno de esos es Trevor, tú lo conoces. Le gusta Lorraine, y te puede traer problemas, es falso y violento. Por algún motivo que se le escapaba, Lorraine lo invitó a su casa. Su madre estaba cocinando y sus hermanos pequeños en el salón haciendo la cama en la que dormían. La madre de Lorraina fue amable, pero no dejaba de moverse de un lado a otro y no tenía demasiado tiempo para él. Agitaba los brazos para deshacerse de los elementos sobrantes de los huevos y de las patatas que acababa de pelar, llevaba una bata de un color indefinido y movía los pies arrastrando las zapatillas. Se ponía un poco tenso si permanecía a su lado, así que se movieron al salón donde los niños se peleaban y saltaban encima de su cama. Lorraine recogió la ropa y plegó la cama que quedó de pie dentro de una cómoda, como un mueble más. Cósimo pensó, que las clases trabajadoras tenían una fuerza desconocida, una energía contenida que nadie podía calcular sensatamente. Poco a poco se fue relajando, se sentó en una silla, y Lorraine le acercó un licor que se tomó casi de un trago, era dulce y de buen sabor, le pareció bien. La madre de Lorraine los miraba desde la cocina, bajando la cabeza como si llevara puestas unas gafas imaginarias e intentara mirar por encima de ellas. Lorraine creía conocer a Cósimo, y no le importaba que fuera el hijo del dueño de la constructora, después de todo, sabía acompañarla en los ambientes que ella frecuentaba, en los que no parecía sentirse incómodo, y eso quería decir algo. No lo veía como una prueba de falsa humildad o modestia, era sólo que no renegaba de las clases populares, posiblemente porque intuía que él también procedía de ahí. Tampoco le importaba el compromiso sindical o político de sus amigos, ni que Lorraine escribiera en el periódico de izquierda de referencia en aquel momento, si bien, hacía tiempo que aquella publicación, que se regalaba en la entrada de las empresas, no suponía un desafío para los poderosos. Tal vez, Feisbank estaba harto y enfrentado, no sólo con la izquierda, sino con la política en general, no le dejaban hacer lo que él quería, y eso le molestaba. “Son una pandilla de perezosos”, comentaba con sus amigos cuando hablaba de los políticos, sólo porque se levantaba temprano y dedicaba doce horas al día a visitar sus empresas. Ese pensamiento estaba animado por la sensación de sentirse poderoso y adulado en su terreno, pero si tuviera que trabajar físicamente y levantarse de la cama por aquel tipo de trabajo mal pagado, lo cierto es que él no lo haría. Confesaba en voz alta, hablando para sí, lo que pensaba de la política, los sindicatos y todos los que pudieran llevarle la contraria, lo hacía como un lamento, pero todos podían escucharle, y Lorraine lo había hecho alguna vez, pero no le importaba nada su forma de pensar, no esperaba comprensión de su parte. Por supuesto, Cósimo había supuesto que se encontraría con el padre de Lorraine en su propia casa, y eso no le preocupaba demasiado, aunque espera una reacción del estilo de: “¡qué haces aquí, no quiero problemas, es mejor que te vayas, tu padre no lo aprobaría!”. Pero nada de eso sucedió. Muchos de sus compañeros en el trabajo pensaban que era un chivato, que había sido puesto allí para contar todo lo que veía y que no se podía confiar en él; incluso, en algunos casos ponían en entredicho su aparente piedad, y calificaban sus comentarios acerca de la mala situación de los 17


trabajadores, como puro cinismo. Con toda seguridad hablaría de él a sus espaldas y criticarían cada uno de sus movimientos y su falta de espíritu. Y también, por aquel tiempo, si quedaran para tomar alguna cosa en un bar, no contarían con él. Por fortuna, él lo sabía bien, no todos entraban en ese juego de apartes y vacíos. Después de que Walter volviera y abriera una cerveza, a Cósimo le entró la prisa por saber, cuánto tiempo tardaría en sentarse con ellos en la sala y soltar lo que tenía en mente, pero el padre de Lorraine se tomó su tiempo. Sabía que había un trabajador despedido y que intentaba negociar con Feisbank una salida pactada, lo que no mejoraba las cosas para aquel momento. --No esperaba encontrarte aquí, pero ya sabía que te veías con mi hija. No puedo decir nada al respecto, las mujeres son dueñas de su vida, ese es el código de los trabajadores –ese fue su saludo y se sentó frente a Cósimo como si se sintiera a gusto--. Lo que hay es lo que ves. Este es un hogar de gente humilde. --Lo aprecio y lo respeto –respondió. Los niños se sintieron intimidados ente la presencia del padre, y se retiraron a una habitación. Se dejó de oír el alboroto de sus juegos, y todos se relajaron. --¿Sabes que tengo una buena opinión de ti? Ya sé que lo estás pasando mal, pero yo no opino como otros. Tu eres de los nuestros, en cierto modo. Nunca podrás saber del todo de tu vida, o si tus parientes están entre los obreros que pasan necesidades. Permite que sea tan sincero: Cuando desahucian a alguien, o cuando hacen cola en le comedor social, algunos no lo sienten como propio, otros ni se enteran de que eso sucede cada día, yo sé que tú no eres así. Pero no quiero que pienses que critico a tu padre o intento ponerte en su contra, Feisbank tiene sus problemas también. --No me gusta que nadie sienta lástima de mi, tengo mi orgullo, como todo el mundo. Mucho menos por ser adoptado. Alguna gente cree que eso me afecta emocionalmente, pero cada uno tiene sus propios problemas, y no compito con los míos para ver si son menores que los de los demás --Lo sé, no quería incomodarte. Estas en un momento de tu vida en el que se toman muchas decisiones, todos hemos pasado por eso. No quiero que pienses que te fuerzo a entender el mundo obrero --Walter parecía sincero--. Estoy seguro que este año que llevas trabajando con nosotros te ha servido de mucho. --Mi padre siempre está en su mundo, subido a su nube de luchas sociales –dijo Lorraine--. Ya estuvo más obsesionado en otro tiempo, las fuerzas decaen con la edad. --Tal vez, pero no la fuerza de la ideología que nos hace ser solidarios con los que sufren, sin tener en cuenta los motivos que nos sirvan egoístamente para juzgarlos y abandonarlos. Nunca seré uno de esos –le replicó su padre. --No quiero que piensen que soy un inconsciente y superficial hijo de la burguesía. No pretendo ocultar mi condición, vivo entre algodones –confesó Cósimo que empezaba a aburrirse--. Ese es el motivo por el que nunca entenderé del todo lo que pasa a mi alrededor, pero asumo todas las lecciones como buenas. No creo que pueda intentar vivir ajeno a las lecciones que me dé la vida, y algunas van a ser dolorosas, eso también lo entiendo. Walter puso la televisión y se aisló en un canal de noticias mientras ellos se iban levantando para despedirse de la madre de Lorraine, que no les había quitado ojo. --Walter, a veces es un pesado, no le hagas caso –lo soltó antes de irse. Al llegar a casa pensó en lo que habían hablado. Le irritaba la persona en la que se estaba convirtiendo pero nadie escoge todo, podría cambiar algunas cosas, pero su vida era la que era, y en algún sentido también debía estar agradecido por haber salido del arroyo alq ue había sido condenado en su abandono infantil. Mirna no se sintió demasiado sorprendida por el cambio que operó su marido durante un tiempo, fue mientras estuvo visitando a aquella chica que lo estaba convirtiendo en un muñeco, pero también fue debido a su necesidad de aparentar ser otra persona para encajar en el Foro de Notables al que el alcalde lo invitaba para que diera su opinión sobre algunos cambios que quería realizar. Era como un consejero en un puesto que necesitaba una imagen nueva, y aquella chica lo vestía 18


como un muñeco. Él le pidió que lo ayudara con eso, y ella le compraba ropa como si estuviera vistiendo al novio de la Barbie, sólo que él ya era mayor, sus ojos y su estómago estaban hinchados y empezaba a andar con dificultad. Más adelante, cuando empezaron a dormir en habitaciones separadas, Feisbank salía de madrugada sin decir a donde iba, pero Mirna adivinaba que iba a terinar la noche al apartamento de soltera de su amiguita, y eso tampoco la sorprendió. Es cierto que apenas tenía tiempo para pensar en él y sus entretenimientos sexuales, pero se lo tenía en cuenta y no eran buenos tiempos para nadie, los hijos sabían lo que sucedía y la tensión era permanente. Fuera como fuese aquella chica, tal vez no tan importante en su vida como parecía, a Mirna le tenía que molestar la idea de su mera presencia en la otra punta de la ciudad, pero lo sabía disimular. Por su parte, Cósimo, en ese tiempo empezó a discutir con Feisbank que deseaba que no se relacionara con los trabajadores y lo acusaba de haber facilitado que se llevaran material de obra, un robo que nunca se había producido y que Trevor se había inventado para despedir a alguno de sus rivales. Era posible que pudiera intentar engañarlo por un tiempo siendo más discreto, pero él no era así, y se enfrentó abiertamente a sus deseos, aquella maniobra le pareció que iba contra su naturaleza. Lo de aquel cambio significativo en la vida del empresario, y como consecuencia en la de toda su familia, era una realidad. En el peor enfrentamiento con su hijastro, se dijeron cosas terribles, Reitia estaba delante, y no observó ni el más mínimo titubeo en cuanto su hermanastro tuvo que decir, y al centrar sus reproches en como el empresario trataba a sus trabajadores y los despidos realizados el ultimo año por motivos poco claros, comprendió que algo se había roto en la confianza de ambos, para siempre. Cósimo sabía que todos sus esfuerzos por hacerlo cambiar, no servirían de nada. Había terminado de ponerse su chaqueta cuando terminó de decirle todo lo que pensaba y recogió sus llaves de encima de la mesa. Intentaba poner las cosas claras en su mente, sobre todo para hacer sus próximos movimientos sin equivocarse. Todos pensaron que volvería a sentarse; el salón de la casa de Fesibank era grande y podrían permanecer en silencio sin mirarse a los ojos, podrían pasar horas ignorándose, si lo desearan, y podrían vivir en una relación distante como Mirna había decido hacer en su momento, pero eso no iba a suceder. Su discurso lo dejó fuera de lugar por unos segundos y su padrastro apenas pudo ver como salía por la puerta de la calle sin volverse. Entonces, Feisbank se sentó y Reitia no dijo nada, ni siquiera se acercó a él, dio media vuelta y fue hasta la ventana para ver como su hermano, al que había querido tanto, se alejaba. Fue en ese momento en el que Feisbank, el hombre que nunca se equivocaba, se dio cuenta de que nunca debería de haberle permitido tener contacto con las clases populares, y que debería haber seguido estudiando en colegios de niños ricos, porque ese debía ser su entorno natural. A veces, le pasaba, sólo podía confiarse a sí mismo ese tipo de pensamientos; las cosas no iban bien, no era infalible como quería hacer creer a todos.

2 Luces en la boca Ni siquiera se despidió personalmente de Mirna o de su hermano pequeño. Lo deprimía su situación, pero las cosas habían llegado a un punto en el que empezaba a considerarse a si mismo, como un desheredado; después de todo, siempre lo había sido. En cierto modo, nunca había tenido derecho a hacer exigencias, no era nadie para pedir aún más de lo que se le había dado por nacimiento. Unos años antes, en su viaje al extranjero con Bernie, se sentía orgulloso de ser quien era, y no tener que dar explicaciones a nadie de su origen o a dónde dirigía su vida. Sin embargo, 19


tras la discusión con Feisbank creía haber perdido su identidad, y por segunda vez en su vida. Y de la misma manera que nunca se haría pasar por otra persona que no era, o intentara imitar a otros, a pesar de esa pérdida, su personalidad lo mantenía con fuerza sobre sus piernas y sus decisiones. Al menos para sí mismo, y según creía, para cualquiera que lo viera en aquel momento en el que sus facultades físicas y mentales eran su más preciado tesoro. En lugar de darse un tiempo para volver a pensar en todo lo que le había sucedido y le rodaba la cabeza en los últimos días, Cósimo cometió el error de dirigirse directamente a la estación de tren y sacar un billete para una ciudad en el extranjero, alguna de aquellas ciudades que había conocido en el pasado le valdría, no tenía preferencia por ninguna. Prefirió lo desconocido, enfrentarse desnudo, por así decirlo, al mundo más cruel, llevar consigo su carga más pesada a seguir soportando la autoridad de Feisbank, que se manifestaba ante sus ojos como un perfecto desconocido. Allí, en un país extranjero, con una lengua que apenas conocía y con los pocos ahorros que guardaba en una cartilla de un banco, intentó empezar una nueva vida sin ayuda de nadie, y aquellos principios fueron tan duros y difíciles, como dolorosos. Sin embargo, su energía y sus ideas, lo mantuvieron en pie, y cuando finalmente encontró un trabajo en el terreno que mejor conocía, la construcción de grandes edificios, todo se fue normalizando. Nunca nadie supo, lo que escondía su pasado. Durante todo ese tiempo le escribía cartas a Mirna, e ideó un sistema para recibir las suyas en un apartado postal a nombre de una compañera de trabajo con la que intimó, se trataba de Ariana. Era cierto que a Mirna, todo aquello la había cogido por sorpresa, y que no había podido hacer nada por evitarlo, pero el rencor que le tuvo desde entonces a su marido no desaparecería nunca. Tampoco tenía demasiada información acerca de las diferencias, en este caso, de los dos rivales, y Cósimo nunca llegó a aclarárselo cuando ella le preguntó por carta, así que las especulaciones a las que se vio sometida fueron múltiples. Pasaba el tiempo y a Cósimo le fatigaba la inanidad del recuerdo, lo vacío de la discusión que no lleva a ninguna parte, sin embargo, el hecho de la mano férrea que había reducido la imaginación y la vida personal de los trabajadores, estaba muy presente en él. Una mezcla de rencor y ansia de justicia, regían la nueva vida de Cósimo al lado de Ariana, con la que tuvo un hijo y formalizó su pareja. Para entonces su control del idioma extranjero en el que se movía era bueno y nada hacía sospechar que algún día deseara volver a su país. Llevaba algunos años militando en sindicatos socialistas, y asistía a charlas y conferencias donde se analizaba la presencia del movimiento obrero en las sociedades futuras. Los telediarios daban noticias de los movimientos de los chalecos amarillos en Francia, y una Unión Europea diseñada para favorecer al capital, y que no convencía a nadie. Algún tiempo después de las manifestaciones que hacían creer en la posibilidad de un cambio, Cósimo se encontraba preparado para aceptar una vida orientada al derecho laboral, y se puso a estudiar todo lo que tuviera que ver con la defensa de las clases trabajadoras. Ya casi ninguno de sus compañeros sabía que decir o contestarle cuando argumentaba acerca del sistema que los quería convertir en robots. Se iba de la conversación convencional y empleaba términos e ideas que no eran fáciles de seguir, así que esas conversaciones duraban poco. Hizo amistad con algunos dirigentes nacionales del sindicato, y lo propusieron para un cargo de organización que rechazó. No se sorprendieron de que tuviera las ideas tan claras aunque a nadie le contara sus planes para el futuro, o que demostrara que tenía completamente controlados sus sueños, no iba dando tumbos sin sentido, parecía residir en él la seriedad del que valora cada extremo de su vida personal. Pidió al sindicato que se olvidaran de él para puestos de responsabilidad y que le dejaran trabajar con las bases, pero alguien tenía la convicción de que sería un buen representante de las nuevas corrientes de opinión e insistieron. A pesar de la brusca reacción de Cósimo al entregar su carnet del sindicato, no se dieron por vencidos, y terminaron consiguiendo que se presentara para las elecciones al secretariado de su sector en la gran ciudad que habitaba. Así empezó su carrera política. Todos los que lo apoyaban se referían una y otra vez a sus convicciones, porque las anteponía a todo lo demás, como si a su preparación le hiciese falta alguna muleta ideológica en la que apoyarse. Había una expresión en su rostro que revelaba que no había 20


prisa, que lo que tenía que llegar llegaría porque los trabajadores estaban pasando por fase de toma de conciencia, la misma que él pasara, y esos tiempos mejores se veían en el horizonte. Ese atisbo de triunfo también era compartido por sus seguidores y los que escuchaban sus argumentos; las grandes multinacionales estaban eliminando el tejido social, después se dotarían de robots y el apro aumentaría. No era un discurso complicado, parecía coherente, y muchos se preguntaban porque no lo habían visto. También tenía el apoyo de Ariana en todo ese proceso, y se convirtió en una pieza importante de un proceso que sucedía del mismo modo con otros líderes y trabajadores, en todos los puntos de la Europa capitalista. Echó un vistazo a la última carta que recibió de Ariana sentado en un sillón, en el salón de su casa, todo estaba en silencio. En esa carta, su madrastra le daba la noticia del fallecimiento de Feisbank, y de una herencia a la que tenía derecho pero de la que no quiso saber nada. En esa carta reconoció lo insensible que ella se había vuelto hacia su marido, al que calificaba de infiel y hombre del que nadie nunca debería haberse fiado, ¿qué otra cosa se podía esperar después de haber seguido compartiendo su vida con él hasta el final, a pesar de lo mucho que la había hecho sufrir? También le dijo que sus hermanos se acordaban mucho de él, y que su prima Mathilde se había casado y también había preguntado si algún día volvería. Que su madre le hablase de la gente que lo quería y le preguntaban por él, era un intento claro de hacerlo volver, y le preguntaba abiertamente si algún día podría verlo de nuevo. Los motivos de aquella mujer para escribir todas aquellas cartas durante años, mantenerlo al tanto de la situación familia y los cambios operados en sus hermanos y la gente lo quería, se debía fundamentalmente a que nunca lo consideró de forma diferente que un hijo natural, lo que resultaba muy diferente de la forma en la que lo había visto Fesibank, que desde su separación no quiso volver a oír hablar de Cósimo, tachándolo de innoble y desagradecido por lo mucho que se había hecho por él. Después de los últimos acontecimientos, las cartas de Mirna empezaron a ver la posibilidad de un reencuentro y le pedía en cada una de ellas, que volviera a casa. Mirna deseaba volver a verlo, pero también conocer a su nieto. Ariana no ponía objeciones y comprendía que, aunque su marido no lo exteriorizara, también deseaba ver a su familia, Reitia, Ferrand y Mirna, seguían en sus pensamientos, eso era algo que no podría evitar aunque quisiera. El piso en el que vivía no era grande, pero suficiente para una familia de tres. Cósimo no estaba seguro de lo que pensaba Ariana al respecto, pero creía que, como él, no deseaba cambiarse para otro más grande. Había estado atento a ella y creía que estaba en paz con el mundo, que no echaba de menos nada, que no apreciaba lo suficiente nada que le pudiera faltar , ninguno de los productos que les metían por los ojos en la publicidad, y que ellos no tuvieran, parecía inquietarla, y eso también lo tranquilizaba a él. Sería suficiente aceptar la generosidad de Mirna para que sus vidas cambiaran de forma ostensible, y no sabía si lo deseaba tanto. Se hubiese sentido un poco mejor en una situación más desahogada, pero no echaba de menos los enormes espacios de la casa de Feisbank en la que había crecido. Había estado acostumbrado a una vida llena de grandes vacíos, que no tenía nada que ver con todo lo que su vida presente exigía de él, y no echaba de menos aquel exceso de todo. Pudo recordar, en ese tiempo, algunas de sus posesiones infantiles que Mirna aún guardaba en su cuarto, y que no había permitido tocar a nadie. Hizo un viaje con la memoria y la imaginación e intentó entrar en aquella habitación infantil, no había juguetes por el suelo como solía, todo estaba tan ordenado y se había vuelto tan frío que relacionó con ese pensamiento la influencia de Feisbank, y huyó de esos pensamientos volviendo al presente que era mucho más cálido y acogedor. Ariana lo felicitó por su última conferencia en el teatro social de un amplio barrio del cinturon industrial de la ciudad. Lo miró a través de la puerta mientras se acercaba, de modo que él pudiera saber que quería hablarle. --He estado viendo las críticas de los periódicos, dicen que eres la nueva esperanza de la izquierda. --Exageran, como siempre. 21


Él ofreció una respuesta corta y contundente porque estaba encendiendo un cigarrillo y no quería detener esa acción. Inspiró profundamente y exhaló el humo casi inmediatamente viendo a su mujer a través de él. --Nunca eres imprudente, eso nos beneficia como clase social --lo dijo, como dejando entrever que ella también lo consideraba necesario en el contexto social en el que se movían. Un hombre como él, tenía la libertad de poder decir siempre lo que pensaba y eso se echaba de menos en el panorama político, y era una de las cosas que a ella la había seducido. --No podemos permitirnos los errores de los capitalistas, ellos creen que sus errores son oportunidades para corregir, pero cada vez que se equivocan hacen sufrir a los trabajadores. --Me gusta mucho como planteas tus razones. Pareces dispuesto a admitir que a pesar de creer en ellas, estás dándole una nueva vuelta cada vez y terminar de comprender lo que piensas o adónde te llevan tus pensamientos –le comentó Ariana con un afecto que no esperaba en aquel momento. Al parecer, era de ese tipo de mujeres que sabe equilibrar la moral de sus amigos y familiares, cuando nota que les rondan las preocupaciones, o que tienen la moral baja o están pasando por un mal momento. El olor al gel de baño de Ariana, le hizo pensar que se había dado una ducha, pero no se había mojado el pelo. Aquel olor, al sentarse sobre su regazo lo hizo besarla hasta que ella abrió su albornoz para que lo hiciera en cuello, se relajara y le cayeran las zapatillas. Él se echó a reír. La atracción que sentía por ella también tenía que ver con aquella forma de actuar, lo adulaba y lo convencía de que nunca estaría mejor nadie, ni volvería a ser tan feliz, como lo era en aquellos pequeños momento. Cósimo estaba convencido de que aquellos buenos momentos se debían a que los dos apreciaban lo que tenían, apreciaban su vida tal y como sucedía, y no echaban de menos otras vidas más amplias y económicamente más fuertes, pero también más vacías. Ella había preparado la habitación, la cama estaba abierta, había puesto música y había bajado la luz. El pequeño Melvin estaba en el colegio, y a pesar de ser esa hora de la tarde en que los vendedores de enciclopedias o el delgado de venta por correo, tocaban a la puerta, se dejaron llevar por el efecto apasionado de un vino espumoso que ella tenía preparado. Ese mes se repitió una situación parecida varias veces, y fue por ese tiempo que Ariana quedó embarazada por segunda vez. En la opinión de Cósimo, y como repetiría en el futuro cada vez que recordara aquel momento, en cenas familiares o de amigos, riendo y haciendo un feliz recuerdo de cada detalle en aquella habitación con olor a rosas, Ariana lo manipuló para conseguir lo que quería sin revelar en ningún momento que deseaba tener otro hijo. Sólo había que ver como bajaba los ojos y guardaba silencio cuando él lo contaba para comprender que había sido cierto; pero él concluía, “y eso fue una de las mejores cosas que me pasó en mi vida, en un momento en el que necesitaba que ella llegara y me dijera, no mucho tiempo después, que estaba embarazada. Fue maravilloso dejar que me utilizara así”.

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La estrella chirriante

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1 La estrella chirriante Al estallar la bomba en el banco de Aguirre, Larry Villiers se despertó de un sobresalto y se asomó a la ventana. Pero primero fue al cuarto de baño y orinó con gana contenida. Llevaba las zapatillas a medio poner, tropezó con la alfombra y no se fue al suelo porque se apoyó en el marco dela puerta. Al volver a la habitación notó que la luz del incendio al otro lado de la calle hacía reflejos en el techo. Ae quedó mirando el espectáculo mientras otros vecinos bajaban con cubos de agua y los bomberos les pedían que se apartaran para que no les estorbaran. No hubo víctimas, pero aquel grupo llevaba actuando demasiado tiempo sin que las fuerzas del orden fuesen capaces de echarles el guante. En opinión de Larry, el gobierno estaba dando demasiadas excusas y de seguir así tendría que convocar elecciones. Era suficiente observar el tartamudeo del secretario de comunicación y los silencios, que parecían lapsus, cada vez que intentaba eludir una pregunta, para comprender que nada iba tan bien como decían. Incluso sus intentos por mostrar seguridad, los llevaba a enseñar los esquemas del jefe de policía y los planos de controles destinados a interceptar al grupo antes de que saliera de la ciudad. De pronto, decidió comer algo, la escena le había abierto el apetito. “Putos terroristas fanáticos”, dijo mientras sacaba el queso de la nevera. Lo miró con extrañeza por que se le había puesto una pátina verde que retiró cortando la superficie con un cuchillo. Tal vez llevaba demasiado tiempo allí, pero no recordaba la última vez que había salido a comprar. Era un trozo de queso con personalidad propia, y le costaba hincar el diente a algo tan desagradable, pero, ¿qué otra cosa podía hacer frente al agujero que sentía en el estómago? Lo aproximó a la boca y lo mordió despacio, no tenía mal sabor. Posiblemente no muriese envenenado por comer algo así tampoco esta vez. Además de la luz de la nevera, la penumbra de la cocina sólo la turbaba el reflejo de la habitación y eso ayudaba, se lo metió en la boca sin pensarlo más, lo masticó y lo tragó. Sería suficiente hasta mediodía si encontraba donde tomar un café antes de entrar a trabajar aquella mañana. Dadas las circunstancias, eso sería estupendo, y no parecía tan difícil. Estaba totalmente desvelado, le había jodido el sueño y pensó que aquellos hijos de putas podían ponerse sus petardos en el culo a ver que tal. No era y nunca había sido uno de esos amantes del orden, al contrario, Larry había pasado un tiempo moviéndose en partidos marginales de izquierda con sede en el barrio, sobre todo porque tenían futbolín, nunca había sido de los fanáticos religiosos que odian a todos menos a los que son como ellos y son el azote de la izquierda obrera, pero aquello era pasarse. Ya no era ningún niño, tenía su opinión acerca de lo que estaba pasando, y podía decir con firmeza que el terrorismo y los terroristas tenían justificación en dictaduras, pero ya no. Sin embargo, Oi no pensaba igual, o al menos eso parecía. Su amigo era de la forma de pensar de los que rechazan una democracia al servicio de los poderosos que te dejan votar con un voto pervertido. Según él, te daban la ocasión de hacer cola delante del colegio electoral, hacerte la ilusión de que tu papeleta vale algo, llevarla en la mano como un billete de los grandes, y meterla en la urna convencido de que aquel sistema es el menos malo, pero, según Oi, saliera el partido que saliera, nada más llegar al gobierno recibiría la llamada de los jefes de grandes lobbys económicos para felicitarlo y decirle por donde debían ir las políticas. “La democracia es una ilusión, nada ha cambiado tanto”, se empeñaba e repetir. Larry no tenía muy en cuenta el desencanto de Oi, pero reconocía que llevaba algo de razón y Oi, en su más íntimo y frustrado deseo, dejaba vivir una revolución proletaria en la que todos el mundo tuviera 24


cubiertas sus necesidades vitales y pudieran dejar su trabajo si notaban que intentaban aprovecharse de su buena fe, según él, eso era también luchar contra nuevas formas de esclavitud. Pero… ¿quién iba a dejar su trabajo si al día siguiente tuviera que dormir en la calle? Todo el mundo aceptaba los trabajos más duros y sucios, los trabajos peor pagados, porque era una cuestión de supervivencia, no por gusto, y aún así, Larry de ninguna manera podía justificar que aquellos revoltosos llevasen meses poniendo bombas en bancos y compañías de seguros. Tal vez Oi no había sido su mejor amigo en la adolescencia, pero no podía dejar de tener en cuenta aquello que una vez había argumentado y que a él le había servido para darle vueltas aquel momento de desvelo. Aquella noche ya no iba a ser capaz de reconciliarse con sus sueños, así que se puso un pantalón y un abrigo y salió a dar un paseo, le quedaban una horas muertas antes del trabajo, y andar lo relajaba. El hecho de que su cabeza se hubiese ido a su adolescencia, posiblemente debido al atentado de aquello noche, justo enfrente de su ventana, era una señal de que su cabeza se dejaba llevar por aquello que le pasaba por delante, y no le gustaba que fuera así. Sentía una confusión poco gratificante que se colaba entre ideas diferentes que se cruzaban unas con otras en su cabeza como en un carrusel. Haber decidido levantarse, vestirse a toda prisa para evitar el frío de la noche, y salir a pasear era una prueba de ello, y aún hubiese sido peor. Y si al pasar delante del grupo de personas contemplando el incendio les hubiese gritado, “¡hay que matar a los terroristas, hay que llevarlos a la silla eléctrica”!, sólo porque lo habían despertado, eso ya hubiese sido un signo inequívoco de su desequilibrio, pero no lo hizo. Eso era lo que más le importaba en aquel momento, no hubiera víctimas, se quemaba un banco, la gente ayudaba con los calderos de agua, todo era caótico, había una sensación de hastío en el ambiente, y todo podía entenderlo, pero a él le habían jodido el sueño, ¿es que nadie se daba cuenta de eso? Al ministro Loeve, lo consoló tener noticias del jefe de policía que le aseguró haber localizado a un grupito de exaltados que podían estar relacionados con los atentados. Antes de volver a la cama con su mujer, dijo algo al teléfono que decidió los pasos de la policía aquella misma noche, “necesito resultados para poder decirle a la gente que tenemos detenidos y que pueden estar tranquilos, y eso es una orden”. El ministro del interior era un hombre muy religioso, y antes de besar a su mujer a su mujer y meterse en la cama hasta el fondo para seguir durmiendo, se santiguó y exclamó, “¡dame fuerzas Diós mío!”. El ministro dormía boca arriba, y cayó en un profundo sueño casi inmediatamente, en cuanto empezó a roncar su mujer se levantó y se fue a la cocina a terminar un pastel enorme de chocolate que guardaba en la nevera. Hacía frío, pero la previsión del tiempo anunciaba que no llovería en unos días, por eso Larry se aventuró a caminar en dirección a la oficina de correos en la que prestaba su servicio; dejó la cama bien hecha y tiró la basura antes de iniciar su marcha. El día anterior, su compañera en el mostrador le había dicho que si seguía con sus hábitos para salir a fumar con frecuencia, ella haría lo mismo, pero como no fumaba, tomaría bombones. ¿Bombones? La bella Auroria se estaba desequilibrando definitivamente. Al estar sus relaciones tirantes, se propuso llegar un poco antes y ordenar los ficheros –también los de ella, que los tenía muy atrasados--, y así intentar congraciarse con aquella mujer con la que, al fin y al cabo, llevaba años al pie del cañón. Tenía intención de decirle que sabía que era un desastre en algunos aspectos que compartían, que no era ajeno a sus propias ausencias y retardos, que su vida era el caos del soltero, y que su piso parecía la tienda de campaña de un estudiante en el extranjero, pero que intentaría mejorar. Desde luego, en lo que se refería a su piso y su forma de vida, a ella no le interesaría lo más mínimo, pero se lo diría igualmente. Pensar en Auroria le ayudó a caminar más rápido, ya no era una mujer joven, de hecho, le doblaba la edad, era severa en su gesto, y la nariz ganchuda no ayudaba, por eso pensar en ella le hacía creer que alguien lo iba siguiendo. Era cierto que sus reuniones periódicas con su superior, el señor Ketter, las realizaban conjuntamente, y que ella no se había chivateado nunca de sus defectos y problemas con los horarios, pero temía que en cualquier momento estallara y su competencia se volviera feroz: no estaba preparado para enfrentarse con la mujer perfecta, por eso intentaría aquella mañana, ordenar su fichero, tal vez comprendiera que era una prueba de buenas intenciones. Pero, también era cierto 25


que ella casi nunca lo entendía, y no lo haría mientras sus indices de productividad, que también compartían, siguieran siendo tan bajos como el señor Ketter señalaba. Por lo visto, sus resultados estaban en lo más bajo de las medias de asistencia a reuniones de trabajo, envíos y almacenamiento, lo que traducido, los convertía en los trabajadores menos valorados de todas las oficinas de su distrito postal. En realidad, tal y como Larry Villiers lo veía, los más destacados tenían que hacer más inclinaciones de cabeza, y eso les podía suponer un problema de salud en el futuro, dicho con el mismo sarcasmo que él intentaba exhibir sin éxito. Del mismo modo que la mayoría de los empleados de correos, Larry intentaba mantener el tipo, dar una imagen de plena actividad, de esfuerzo y compromiso, pero lo cierto es que los años en aquel puesto empezaban a pesarle como si ese esfuerzo pudiera medirse y pesarse por todo aquel desánimo acumulado en tanto tiempo, que como los otros, deseaba disimular. Se hacía de día cuando llegó a la calle que buscaba, un ruido de sirenas llegaba desde el otro lado, un ruido alarmante como el que acababa de escuchar delante de su ventana, era un coche de bomberos. Dio la vuelta a la esquina y pudo ver la escena con toda claridad, la oficina de correos había saltado por los aires, un perro yacía muerto boca arriba muy cerca de la puerta, se había acercado demasiado a husmear y probablemente ese instinto canino le costó la vida. Le informaron de que no hubiera más muertes que la del perro, porque se había producido a una hora en la que nadie paseaba por allí debido al frío del invierno. Eso no iba con él, porque él si paseaba frente al frío sin dejarse intimidar. Si hubiese pasado delante de la puerta de la oficina en el momento de la explosión, estaría reventado en el suelo al lado del perro, de eso estaba seguro. Jamás comprendería a aquellos tipos, ¿qué perseguían? Dejaban allí un paquete explosivo y salían corriendo. Cualquiera podía morir, era como repartir drogas adulteradas, no importaba quien fuera la víctima. Mientras se movía entre los bomberos, intentaba ver los papeles mojados que rodaban por el suelo, cartas, documentos, impresos, solicitudes… Ya nadie los iba a clasificar, no importaba, todo iría a la basura antes de que alguien fuera capaz de decidir si tenían algún valor. --A ver, señor, no moleste. Así no se puede trabajar. Manténgase más allá del camión –le dijo un bombero enojado, La policía estaba ocupada en sus propias cosas, y nadie reparó en una joven de unos veinte años, que se había acercado a la oficina a primera hora para recoger la respuesta certificada a unos documentos e impresos sellados en su país de origen, de para acceder a la nacionalización. Hablaba castellano pero tenía un idioma extranjero, se paró al lado de Larry y fue la primera en hablar. --¿Terrible no cree? --dijo con una voz fuerte, que respondía a un carácter igual. --Sí, desde luego. Parece que esta noche ha sido elegida por “esos” para hacer de las suyas. A Larry no le importó que la chica hubiese salido de casa en zapatillas y con un impermeable de propaganda de los juegos olímpicos, tenía el pelo enmarañado y aún no se había lavado la cara. Era obvio que era una vecina del lugar. Cuando ella le dijo que iba a recoger unos documentos que le hacían falta, él le respondió que era un trabajador de la oficina y que los dos se habían quedado sin servicio esa noche. Su cara tenía rasgos delicados, nariz pequeña y labios finos. Eso a Larry le gustó. La policía le pidió la documentación y explicó que trabajaba allí, en ese momento llegó el señor Ketter y lo saludó; antes de que Larry pudiera darse cuenta, la chica había desaparecido, y ni siquiera sabía su nombre. --¡Qué bueno que está usted aquí! Esto nos permitirá hacer algunas cosas, con el permiso de la policía y cuando lo bomberos se hayan ido –dijo Ketter como si lo acabara de coger por las pelotas, y añadió-. Que triste que pasen estas cosas. --Pues sí, es terrible. Dieron una vuelta y el jefe le fue señalando algunas cosas que habían salido del perímetro de seguridad. Después habló con el policía que le dijo que no podían recoger nada hasta que dieran la conformidad sus jefes. Eso tranquilizó a Larry que ya esperaba con ansia la llegada de Auroria. Ketter miró el reloj frunciendo el ceño. Le preocupaba que en un día como ese, su mejor empleada

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en esa oficina pudiera llegar tarde. Después pensó que con el lío que tenían encima y el trabajo que le esperaba esa mañana, no era como para tenerlo en cuenta. Los vecinos no se iban, parecían dudar de que se estuvieran haciendo las cosas bien. Preguntaban si había riesgo de nuevas explosiones, e instaban a la policía y a los bomberos a entrar y revisarlo todo. --Veamos, si no tardamos mucho en recoger lo que está en la calle, nos dará tiempo a ir a comer a casa y seguir por la tarde –Ketter anunciaba un cambio de horarios que a Larry no le gustaba nada-. Llamaré a unos carpinteros para que precinten la entrada. Creo que debo hacer las cosas bien, mis superiores estarán muy pendientes de todo esto. Es un desastre, creo que este año ya no debo contar con los extras de desarrollo. --Probablemente, deberíamos conformarnos con salir bien de todo este embrollo. Y que no nos trasladen. --¿Considera que nos pueden trasladar? Eso sería terrible. Cuento con usted Larry, necesito dar buena imagen. Todo se nos ha ido de las manos. ¿Sabe qué? Es una lástima que sea usted tan poco inclinado a realizar un trabajo más comprometido. Todos podemos hacerlo mejor, ya lo sabe. Algunos vecinos les ayudaron aquella mañana a recoger. En realidad buscaban sus propias misivas en medio del barro, pero de pasa iban retirando lo que encontraban a unas bolsas negras que Auroria, siempre tan ordenada, había dispuesto para ello. A la policía parecía no importarle lo que pasaba fuera de su perímetro de seguridad, el lugar donde ya trabajaban los de la brigada científica buscando algo que definiera la identidad de los asaltantes. Uno de aquellos policías tuvo un mal encontronazo con Larry y le dijo que debía ponerse más atrás, que estaba demasiado cerca de la zona restringida. Sus formas fueron muy chulescas y Larry le dijo que él también estaba trabajando y que lo dejara en paz. El policía entonces lo empujó y ahí empezaron una serie de improperios y desafíos, que aquel hombre no estaba dispuesto a consentir. --Vamos ver, venga usted para aquí –le dijo con voz firme--. No sé si está trabajando o es un pesado, pero arrímese a esa pared y no se mueva. Vaya sacando su documentación. Esto no es un broma, pudo morir ucha gente hoy. Como Larry o colaboraba lo empujó hasta ponerlo de espaldas con las manos en la pared del edificio colindante con la oficina de correos. Entonces empezó a preocuparle la sincera determinación de aquel hombre, y temió que terminara en una multa o algo peor, que le hicieran pasar todo el día en comisaria. --Escuche, Larry Villiers, si usted nos complica la vida, nosotros podemos complicársela a usted. ¿No sé si me entiende? --le decía mientras le separaba las piernas de una patada, y lo cacheaba de arriba abajo. Después sacó un cortaplumas y preguntó--. ¿Qué es esto? --Es para hacer e bocadillo. Podría decir que lo utilizo para defenderme, pero es tan pequeño que no me serviría de nada. --Esta bien. Si póngase donde no lo vea. Si vuelve a acercarse al perímetro, lo llevaré a la comisaria. Usted decide. Tenga su cortaplumas y no se atragante con el bocadillo. Uno de aquellos policías reconoció a Larry como el hijo de un militar alta graduación, pero como veía muy poco a su padre, y su relación nunca había sido muy fluida, no podría pedirle ayuda si era detenido. Desde muy joven, Larry se lo había pasado metiéndose en líos, y su padre lo había intentado todo, hasta ponerse violento, pero nada había conseguido. Había algo que Larry no recordara a Ketter y que parecía aliviarlo ligeramente de aquella situación, aquella misma tarde llegarían sus vacaciones y ni siquiera se le ocurría pensar, ni deseaba preguntar, ¿cúal sería su destino a la vuelta? Era mejor ir dejando que todo pasara, y ya vería más adelante qué hacer con todo aquel embrollo que lo tocaba tan directamente. --¿Qué ha pasado? --preguntó Auroria --Nada, un tipo idiota de los que le gusta ir de superhéroe. Tiene los modales de un becerro. Sólo en ese momento, Larry cayó en la cuenta de que Auroria se preocupaba por él más de lo que aparentaba. Pero siguió pensando que vivía muy confundida en su mundo del firme cumplimiento 27


del deber y eso la hacía menospreciar el mundo que la rodeaba. Eso empañaba todo el resto, Larry desconfiaba y a veces sucedía que se había encontrado con buena gente que se preocupaba por él, pero en los que no podía confiar. Después de todo, cada uno iba a lo suyo, no era tan difícil de entender. Las personas estaban llenos de intereses, y la mayoría eran decepcionantes e intentarían pasarle por encima como una trituradora, sin mirar ni conocer. Por fortuna su padre estaba jubilado y tenía mucho tiempo libre. Lo visitaría al mediodía y comería en el club de jubilados del ejército con él. Pasaría unos días en su casa porque le había dicho que no se encontraba muy bien y vivía solo, pero ya le había dicho otras veces que estaba delicado y lo cierto era que tenía una salud de hierro. --Hoy empiezo unos días de vacaciones. Iré a ver a mi padre –ella lo miró con resentimiento--. En las actuales circunstancias te queda un mal trabajo, pero te pondrán ayuda. No me mires así, ¿acaso tú no coges tus vacaciones cuando te llega el momento tan esperado? A veces eres muy difícil. --No me hables así. Sé que soy muy exigente, entre otras cosas, conozco mis egoísmos, pero siendo como soy yo, se sufre mucho. --Pues siempre pensé que la gente muy exigente, lo es, porque esconden algo. --No empieces con eso, mi lesbianismo no tiene nada que ver con esto. Nadie oculta nada, no oculto regalos ni dinero en una cuenta opaca, no llego a tanto –respondió con el mismo resentimiento que había mostrado un minuto antes. Lo que más le sorprendió al preguntar por su padre al portero del club, era que no lo conocía. Había un cambio de personal y lo retuvo en la puerta un rato mientras mandaba a alguien para comprobar que el señor Lawry se encontraba allí. Después sacó un libro de registros y apuntó su nombre. Todo eran novedades, después de señalar que las visitas no podían permanecer más de dos horas, le dejó pasar. --No necesitaré tanto tiempo –replicó Larry suspirando con resignación. El aspecto desganado de su padre resultó una novedad. Apenas lo miró cuando se sentó a su mesa. Podía estar ocultando algún tipo de noticia desagradable sobre su salud, aquella misma semana había ido a hacer una revisión al hospital, pero no se trataba de nada de eso. La única referencia al respecto era el bastón que arrastraba a todas parte porque la espalda le producía un dolor continuado que le agriaba el carácter. Hablaron de como había ido el día, de los atentados y de la lluvia, que había desaparecido una semana antes y no amenazaba en volver, de momento. Después Lawry se puso trascendente. --¿Por qué te has revelado contra mi? --Larry puso cara de no entender nada--. Desde muy joven hiciste lo que te vino en gana. Nunca seguiste mis consejos, ni quisiste darme el gusto de estudiar arquitectura. Me llevaste la contraria en todo, y no sé si lo hacías por fastidiarme. --Tú tienes tu vida, e hiciste con ella lo que quisiste. --Desde luego no eres un ejemplo. Te metías en todos los líos. Cuando venía la policía a casa, me avergonzabas. Y la vida que llevas ahora no tiene sentido. ¿No esperas nada de ella? NO quisiste formar una familia, creo que porque sabías que tener un nieto me haría feliz. --Estas desvariando. Deja decir cosas sin sentido. Mi vida no es mejor ni peor que la tuya. Tenemos la vida que nos ha tocado. ¿Has pensado que a lo peor, la vida que me ha tocado no es la que yo esperaba? Lo que respondió Larry entrañaba una gran verdad, si bien no iba a contentar a su padre con esa exposición. El viejo tenía una idea lo bastante grande su vida como para no poder encajar cierto tipo de razonamientos. Lo peor de todo, era que bajo el punto de vista, que Larry no compartiría con él, mucha culpa de su desgana se debía a lo estricto que había sido el viejo con él. No quería imaginar tener un nieto, para que el abuelo lo tuviera firmes como un soldado y se pasare el día corrigiéndolo. Aquella misma noche, Lawry Villiers se la pasó yendo y viniendo del servicio a su habitación, y dejando un rastro líquido marrón por el pasillo, inconfundible por su mal olor. Larry pensó que la comida del club a no era tan buena como en otro tiempo, y que algo le había sentado mal. Tal vez 28


no fuera nada y después de un té todo fuera a mejor, pero no esperó y intentó llamar una ambulancia, le dijeron que irían en cuanto pudieran pero que no parecía nada grave. Como no podía estar seguro de lo que significaba aquello, lo dejó que se desahogara e intentó limpiar lo mejor que pudo, sin poder evitar pisar donde no debía y llevar consigo aquel olor bajo sus zapatillas. En cualquier caso, había que estar seguros y Lawry decía que no le dolía más que otras veces. Lo ayudó a lavarse, le cambió la cama y lo ayudó a tumbarse. No se tomó todo el té pero dijo que estaba mejor. De vuelta a su habitación, Larry tropezó con un mueble y maldijo en voz alta. Ya había llamado a la ambulancia otras veces por motivos similares, y esa vez, tampoco fue nada. Además, el viejo militar era testarudo y quería morir en casa. Lo vieron, y dijeron que si él no quería ir, no había mucho que hacer, pero que si tenía dolores o lo pedía, que los volvieran a llamar. NI siquiera había pasado por casa para coger ropa, y había sido desafortunado en llegar el día de una de sus crisis, o eso pensó Lawry, porque deseaba dar una buena imagen y no preocuparlo. El conductor de la ambulancia parecía el tipo más rudo y experimentado, y cuando la doctora salió se le acercó y le dijo, no va a ser nada, no se preocupe, cuando llegue el momento lo sabrán o no les dará tiempo, a veces es lo mejor, ya sabe, por lo de evitar el sufrimiento. No pudo dormir y se puso a ver el resumen del día en la televisión. Los periodistas le parecieron inquietos en un debate sobre el terrorismo. Al parecer habían detenido a dos de los autores de los últimos atentados, incluido el de la oficina de correos. Habían estado todo el día repitiendo la noticia y poniendo la foto de los individuos para que todo el mundo pudiese verlos y él no se había enterado. Las pusieron de nuevo, aquello era demoledor, sus dos amigos de travesuras de la adolescencia estaban en ella. Los chicos con los que iba de manifestación, con los que se escondía de la policía en los portales de la ciudad vieja, estaban allí. No era posible, tenía que ser un error, los conocía, ellos no sabían ni querrían poner bombas. Algo no funcionaba con aquella noticia, era falsa, sin duda. Uno de los periodistas deslizó una noticia de última hora sobre la mesa, se buscaba a un tercer hombre del que no conocían la identidad en ese momento. La periodista levantó la hoja de papel dándole gran trascendencia a lo que iba a leer, pero Larry sospecho que era puro teatro y que ella conocía lo que iba a leer de antes de entrar en el plató, esas cosas solían suceder así. Nadie tenía tanta suerte de recibir una noticia de última hora en el momento en que su programa estaba en antena, al menos, no en esas horas de la madrugada. Un de los chicos era Oi, el otro Bernard, la noticia era imposible, no podía dejar de repetírselo, imposible. Habían cogido a los terroristas, decían, una buena noticia para un día triste, la noticia más esperada, un éxito de la administración del estado, ¿una medalla par el ministro? Aquel era el motivo que eclipsaba los llantos de los vecinos asustados, algunos que se habían ido a vivir de hotel mientras revisaban la seguridad de sus casas, a otros se les cayera un muro y todas sus pertenencias quedan a la vista de los curiosos, incluidas cisternas retretes y bañeras, colgadas de una pared, en un cuarto baño son ventanas. Nada eso iba a añadir más presión a los servicios sociales, el comunicado lo ocupaba todo. En cuanto a sus amigos lo debían estar pasando fatal, pero no podía hacer nada, sus familiares los acompañaban en aquellos momentos, y hacía muchos años que no se veían, había perdido el contacto, pero le molestaba que los hubiesen detenido, ¿cómo iba a ser de otra manera? Se quedó medio dormido, cerró los ojos y se puso a pensar en lo que había dicho Lawry en la comida, él era una de esos hombre que hace sus observaciones buscando una compensación posterior, pero en aquel caso, ser demasiado directo no ofrecía esa ventaja. Solía decir las cosas después de pensarlas mucho, pero sin restar dureza a lo que fuera, o tuviera que ser. ¿Qué sabía él de sus sueños y sus planes? No era que no le gustaran las mujeres, era sólo que no encontraba la mujer que deseaba, y no se conformaba con menos. Eso quería decir, que se quedaría solo para siempre, probablemente así sería, pero mantenía la esperanza, el juego seguía abierto, ¿por qué no? A la mañana siguiente Lawry seguía durmiendo a las diez, y sonó el teléfono más o menos a esa hora. La voz confusa de Ketter sonó al otro lado, parecía falsa pero lo escuchó. Pensó que aquella conversación no iba a ser de mucha ayuda, pero no podía colgar sin más. El planteamiento resultó frustrante porque Ketter dijo haber obtenido aquel número gracias a Auroria, pero que llevaba una 29


hora llamando a otros teléfonos que nadie descolgaba. Larry sugirió que lo apuntara para otra ocasión, pero que era la casa de su padre y que iba a pasar unos días con él. --Eso era precisamente de lo que quería hablarle. Necesitaría que suspendiera sus vacaciones y me echara una mano con los papeles encontrados. Ya están recogidos, sería cuestión de ayudar a Auroria a clasificarlos, si lo desea a media jornada. Por supuesto, al terminar podrá coger sus vacaciones íntegras –la proposición sonó llena de un vacío inmenso, de una tonalidad de rescate en el extremo del mundo o algo parecido-. No es un mal trato. --Está metido en un lío, ¿no es verdad? --Sí, así es. Lo tomaría como un favor personal. Sé que es usted un gran profesional que siempre cumple con su deber. --Todos los elogios que me dedique en un momento así no ayudan –dijo Larry. Ketter era un tipo capaz de convencer a cualquiera de que su propio castigo era una oportunidad para el mañana. Desde luego, no había llegado a ser el jefe de los controladores de área, sin dejar de exhibir aquella labia tan convincente, y, por otra parte, tan poco creíble, a menos que fueras estúpido y creyeras que merecías un ascenso. A Larry le hubiese gustado convencerlo de que no era una buena idea, pero insistió de tal forma, que parecía plantear que una respuesta negativa, después de arrastrarse tanto sería un insulto. --Tal y como yo lo veo, esta petición echa a perder nuestra relación de equilibrio entre jefazo y empleado mediocre, lisonjas aparte. Pero lo haré si no queda más remedio. Oyó gritos al otro lado. Ketter le gritaba a alguien para que recogiera lo que se le había caído Obviamente estaba muy nervioso. Había sido tan brusco que nadie a su alrededor podía pensar que el incidente terrorista había acabado con sus viejos modos autoritarios. 2 El vuelo del albatros lo imita el cocodrilo La vuelta al trabajo no fue fácil, tuvo que explicarle a Lawry que tardaría en volver a verlo y que había tenido que suspender sus vacaciones y el tiempo que iba a pasar con él. No hizo mucho caso a los colaboradores que mandaron de otras zonas para ayudarle, perecían controlarse y no ponían demasiado interés. Así que sus avances eran limitados. No vio a Ketter por allí, pero habían limpiado la oficina y los trabajadores se afanaban en retinar escombro y reponer las ventanas. De pronto comprendió en no se trataba de una broma y se pasó la mañana empleándose a fondo para que Auroria pudiera acabar de separar sus documentos, clasificados con la letra A, y los de La Larry, clasificados con la letra L, desechando en ambos caso, aquellos que perdieran la dirección a la que debían enviarse, pero, por fortuna no eran demasiados. La única observación acerca de su cansancio fue la de un joven al que no conocía que se empeñaba en seguir buscando documentos en el exterior y llevarlos sobre su mesa, le dijo que tenía la cara y los ojos de una persona que no había dormido en muchos días pero que no era raro después de las explosiones. No se encontraba en condiciones de explicar que se había pasado la noche patinando sobre la caca líquida del pasillo de la casa de su padre, y respondió con un gruñido. En un momento le pareció ver a la chica que buscaba sus informes para pedir su nacionalidad, pero pasaba tanta gente por la calle que no estaba seguro de cuando su imaginación le gastaba una broma, o si se trataba del cansancio y los ojos que se le llenaban de un líquido parecido a la lágrimas. Aquel escozor de ojos, por otra parte, no era tan extraño en él, y se pronunciaba cuando no dormía lo suficiente, pero el botiquín de la oficina había desaparecido y nadie tenía el aspecto llevar colirio en el bolsillo, aunque cosas más raras había visto entre los becarios, en una ocasión uno sacó 30


una enorme navaja para hacerse un bocadillo y todos pensaron que era un tipo peligroso, porque abrió el pan con maestría de un corte rápido de abajo arriba. Nadie se sentía seguro en aquellos tiempos, pero lo de llevar un cortaplumas para hacerse bocadillos era tendencia, pero lo de aquel tipo le pareció demasiado. Se trataba de un día raro, en un tiempo continuadamente extraño y el significado de las cosas era cambiante. Se planteó visitar a la familia de Oi, aquel mismo día, a la hora del almuerzo. Conocía a su madre de mucho tiempo antes y no deseaba ayudarla si lo necesitaba, porque la versión oficial no era muy creíble. Oi no era un terrorista, de eso estaba seguro. El apartamento de la señora Berguer estaba en medio de un barrio deprimido, no tenía ascensor y Larry llegó sin resuello a la cuarta planta. La puerta estaba cubierta de arañazos, como si tuvieran un perro que pudiera ponerse de pie y llegar hasta la mirilla con sus patas. Cuando la vio, enseguida comprendió que había tomado calmantes y la lengua resbalaba entre sus muelas dificultando a la formación de las palabras con fuerza y claridad. Fue encantador, tal y como se había propuesto. Por supuesto, ella mantuvo desde el primer momento que su hijo vivía con ella pero no estaba metido en los líos de que lo acusaban, lo conocía bien. Se acordaba de Larry, y eso fue un alivio porque facilitó la conversación. Evitaba su mirada y contestaba con frases cortas, así que aquella entrevista podía alargarse indefinidamente, pero al menos existía aquella predisposición positiva hacia él. No hacía falta tener una inteligencia especial para comprender que a ella le daba un poco igual que siguiera allí o que decidiera marcharse, lo que estaba dispuesto a hacer en cualquier momento. A pesar de todo, le ofreció un café y siguieron hablando. --Me gusta el café en su tono justo. Apenas una nube de leche, pero es casi negro, lo sé –le puso la taza delante de los ojos. Él la cogió u la mantuvo entre los dedos. Una mujer así no era un inconveniente después de todo-. Un exceso de leche lo estropea todo. Mejor póngala a su gusto. Se sintió desconcertado cuando ella se tomó el café de un trago largo, hasta el fondo. Si aquello no la despejaba, nada lo podría hacer. Aquello no era el tipo de visitas que solía hacer, intentaba mostrarle su apoyo, pero no era fácil. --No tengo mucho tiempo, pero aprecio a Oi, y he querido venir a decirle que yo tampoco puedo creer lo que dice la televisión, lo manipulan todo y las noticias son panfletos baratos de derecha. --¿Eres comunista? No me gustaría que vinieras con tu canción aprendida de memoria en un momento así. --No nada de eso. Es sólo que la televisión… Da igual. Que aprecio a Oi, eso era. --No sé si sabes donde te estas metiendo con esos comentarios. Entender de política te puede complicar la vida. Ya ves mi hijo… El pobre no tenía… Es bueno –en ese momento la señora sacó un pañuelo y se secó una lágrima que se precipitaba por el lado exterior de su cara. --No quiero causarle molestia alguna, mucho menos ponerla triste –le dio un sorbo al café y lo dejó sobre la mesa. Ella parecía buscar una justificación para todo aquello. Pero permaneció en silencio hasta que de pronto levantó la cabeza. --Esa chica. Ya le dije que no era buena para él. Pero no me hizo caso. Una fresca. Oi tenía un hermano pero en el momento de la visita estaba trabajando y nadie los molestó. --Lo comprendo. No voy a quedarme mucho, debo volver a mi trabajo, pero he venido porque Oi era un buen amigo, y sobre todo, porque quiero apoyarla en esto, me parece que alguien se ha pasado de la raya. Los que están arriba se creen intocables y manipulan el dolor de la gente como si fuéramos sus cobayas. La madre de Oi le ofreció más café y dijo que no con la cabeza, pero ella aún estaba dándole el último sorbo al segundo cuando él se levantó. Sabía que no era un tipo que impresionara, más bien resultaba indiferente en sus movimientos por causa de su insignificante figura. Solía fingir que no le importaba, pero no era cierto, así que lo compensaba con una voz profunda y grave, y una mente decidida y un carácter fuerte. A veces, añadía a este conjunto, argumentos imaginativos buscando reacciones positivas a su presencia, pero en este caso seguía sin conseguirlo; después de ponerse de 31


pie, la señora Berguer, seguía mirando el fondo de la taza ajena a tan radical movimiento, un movimiento que posiblemente anunciaba que se había acabado la visita. --En estos tiempos, la vida no es fácil para nadie, pero la mía es especialmente complicada. Llego a fin de mes de milagro, y porque mis hijos me ayudan. Pero no me quejo por eso, no crea, es sólo que parece que alguien a quien no le importa, desde las más altas oficinas, está empeñado en ponérnoslo todo aún más difícil –y a continuación le soltó una advertencia-. No te metas en líos, están deseando una excusa para acabar con esta generación. --Me ha gustado verla. Debo volver al trabajo si quiero terminar hoy mi tarea. Tampoco es fácil trabajar por las migajas, “ellos” no lo harían. Y también, en el trabajo, siempre hay alguien por encima empeñado en hacer que pensemos cada día que nuestra vida es una putada. Larry salió a una calle ruidosa en la que unas mujeres celebraban el reciente compromiso de una de ellas como si todas se fueran a casar algún día. No le pareció mal, la familia era una institución que solucionaba muchos problemas, y daba felicidad y seguridad a los hijos, pero como decía la señora Berguer, parecía que alguien en alguna parte, deseaba acabar con la vida y los afectos, tal y como habían sido durante siglos. Sin embrago, no creía que llegaran a conseguirlo. La realidad se mostraba obstinada. De vuelta al trabajo, todo seguía igual, unos jóvenes a los que no conocía se afanaban en amontonar documentos sobre su mesa, y como ya no había espacio empezaban a hacerlo en el suelo, alrededor de la silla en la que debía sentarse para su clasificación. --¿Ya está de vuelta? – Ketter había llegado un par de horas antes que él y se mostraba inquieto. Un poco más inquieto que la última vez o eso le pareció. Se esforzaba por escucharlo. Ketten movía los labios con rapidez y él hacía un gesto, cerrando ligeramente los ojos y mirándolo a la boca para descifrar las frases que le llegaban incompletas. La ineficacia de su discurso contrastaba con la pasión que ponía en convencer a Larry de que había que terminar el trabajo cuanto antes. --Me ha llamado el supervisor. Quiere que tengamos la oficina funcionando en dos días. ¡Dos días! ¡Puede creerlo? En este trabajo no te puedes fiar de nadie. Todo el mundo parece dispuesto a buscarme la ruina. --Esa forma de meter presión es muy propia de los altos cargos de la oficina postal. --Sea usted más amable Larry. Al fin y al cabo este trabajo es parte de nuestra vida y le debemos un respeto –Ketter empezaba a mostrarse más razonable y cambiaba de pronto su discurso crítico con otro más conciliador, como si otros no se dieran cuenta de que eso no no era propio de un hombre que ofreciera las ideas claras para que el resto pudieran interpretar que grado de confianza le podían ofrecer. --Perdón, usted ya me entiende. --No, no le entiendo Larry. De hecho, su ausencia nos ha costado un tiempo precioso. --Pero tenía que salir a comer… No se preocupe, el trabajo está muy adelantado –le dijo, sólo por tranquilizarlo. Auroria los miraba intentando descifrar el significado de aquella reunión. ¿Estaría el cabrón de Larry intentando quitarle su ascenso? Nadie jugaba limpio cuando se trataba de ganarse las simpatías de los superiores, pero, después de todo, los regalos que le llegaban a ella por la puerta de atrás, no le llegaban a Larry, de eso estaba segura. Uno de los documentos le llegó sin sobre, e iba a ser imposible entregarlo porque no constaba la dirección ni remitente en el exterior: Había una dirección, pero era de un país extranjero y no era reciente. En esas circunstancias, lo que Larry hacía era poner esos documentos en una grupo aparte, eso posibilitaría que si alguien acudía pidiéndolos, al menos pudiese rebuscar en ese montón y, con un poco de suerte, satisfacer al denunciante previo cumplimento de impreso y satisfacción de sellado. Aquel documento llevaba una fotografía de una niña y se parecía tanto a la muchacha que le había hablado en la calle, que le encontró un claro parecido. Leyó el documento y se trataba de una solicitud de nacionalidad. Miró a los lados, comprobó que todos estaban sumidos en su tarea y se lo 32


metió en el bolsillo. Aquella noche al volver a casa lo encontró todo revuelto. Alguien había estado allí. Alguien había forzado la puerta y había vaciado los cajones dejando su ropa interior y sus camisas de franela tiradas por el suelo. Alguien lo estaba buscando y no era para nada bueno, no había signos de robo, no faltaba nada, pero, ¿qué iban a robar en el apartamento de un oficinista de correos de segunda? En aquel momento no se le ocurrió pensar que aquel hecho podía estar relacionado con los atentados, y que la policía podía estar buscándolo por su relación con Oi; después de todo, su pasado era turbio, juntos asistieran a manifestaciones anticapitalistas, y visitaban con frecuencia las sedes de partidos radicales de izquierda buscando un poco de emoción para sus vidas adolescentes. ¿Su perfil era el de un peligroso radical? Tuvo reflejos, fue rápido en sus decisiones, y cogió lo que le haría falta para los próximos días, sin dudar un momento que debía salir de allí lo antes posible, porque si alguna certeza había en su vida en aquel momento, era que los que habían entrado en su apartamento, volverían nuevamente a buscarlo. Salió a la calle para dirigirse a la casa de su padre, no tenía una solución mejor, nadie lo buscaría en la casa de un héroe de las colonias, un oficial retirado, un honor para la patria, aunque se cagara sin control en noches aciagas. Como había sospechado, un coche de policía estaba aparcado muy cerca de allí. Dio la vuelta para evitarlos. Sintió alivio al comprobar que no lo habían visto y que no lo seguían. Podían ser tan sólo una unidad ajena a los propósitos políticos del ministro. No se trataba de un coche de la policía del ministerio, sin duda aquellos no llevaban marcas ni escudos que los delataran, pero del mismo modo, si sus instrucciones eran detenerlo, nadie lo podría impedir llegado el caso. Aquel pensamiento lo devolvió a la incertidumbre, su estado de ánimo era como un carrusel. Si conseguía llegar a casa de su padre, nadie lo encontraría, tenía un cobertizo con doble puerta a la calle, pero además, ¿quién se atrevería a firmar una orden de registro para su casa? Se trataba de un templo sagrado de amor por la legalidad y el orden, ¿en qué se convertiría en mundo si se ponían en duda sus principios? Nadie es inocente del todo, ni siquiera el ministro Loeve perfectamente trajeado y perfumado, lo era. No se trataba de un mal plan, al menos hasta el día siguiente en el que las noticias le darían una idea de la situación y de si habían incluido su foto en el anuncio de los terroristas más buscados. Había hablado con Lawry para decirle que se le habían acabado las vacaciones debido a un imprevisto, así que su llegada iba a ser un imprevisto, y ni siquiera sabía si lo encontraría en casa o si debería buscarlo en algún bar en los que solía tomar ginebra hasta el amanecer. Aún con todo siguió dando pasos en dirección a la casa de su padre. Las calles estaban desiertas, esa no noche no había atentados, hacía frío pero no llovía, todo parecía ayudar. La falta de continuidad en la relación con su padre, no era un problema. Sabía que siempre lo recibía con la emoción del que desea que se quede unos días. De vez en cuando, se presentaba sin avisar y bromeaba haciéndose pasar por un correo militar que solicitaba su firma para recibir paquetas, cartas y revistas que le enviaban a los pensionistas, y casi siempre bajaba a toda prisa para no hacerlo esperar. Se enfadaba por sus bromas, por su división y alejamiento, pero agradecía cada visita, porque era toda la familia que le quedaba y echaba de menos otros tiempos más bulliciosos. La noche anterior, él pensaba que podría pasar sus vacaciones haciendo su vida más soportable, pero todo se había complicado, y ahora buscaba su ayuda. Aún en el caso de que se hubiese comportado con más humildad y le hubiese expuesto sus motivos para ir y venir sin pensar en sus verdaderas necesidades, en plan “cuéntame lo que piensas y lo que necesitas”, al final habría tenido que volver a la vida real y aceptar sus intermitencias. Era algo que el viejo parecía haber asumido, y no podía hacer nada por evitarlo. A ambos lados de la calle han construido pequeños chalets, mientras la casa de Lawry se desmorona, era cuestión de tiempo que los edificios más viejos fueran desapareciendo, como las personas que los habitaban. La mayoría de sus vecinos eran militares retirados, políticos, jueces y periodistas de la televisión estatal, todos acogidos al plan de vivienda del ministerio. No habían escatimado en gastos en esa ocasión, la calle de palmeras y alumbrado reciente, tenía un estilo colonial que sólo desmerecían las viejas casas, como las de su padre, que estaban allí desde antes de la intervención política.

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Abrió con su propia llave y se asomó a la habitación, el viejo estaba durmiendo. Se puso un pijama y se metió en la cama. Entonces recordó el documento de nacionalización de aquella chica y se levantó para sacarlo de su chaqueta. Cuando le pasaban esas cosas era un engorro, estaba perdiendo memoria y se acordaba de lo que tenía que hacer en los momentos menos indicados. Volvió a la cama, apoyó la espalda en el cabezal y leyó. Andsala Parry, nieta de Rowenta, solicitaba la nacionalidad de su abuela. Andsala, era un nombre bonito, poco corriente. La recordó cruzando la plaza, frente a la oficina de correos, donde los chicos jugaban al fútbol pisando documentos oficiales. En cierta ocasión, seducido por la imagen angelical de otra chica que viera fugazmente a través de la ventanilla del autobús, se había puesto en pie y le había pedido al conductor que parara, estaba excitado y todos lo consideraron una urgencia; del frenazo caso sale disparado contra el suelo. El conductor lo había visto y condujera el autobús a la parada que estaba a cincuenta metros, él seguía gritando, suplicando, desesperado. La muchacha entró en una cafetería y el fue hacia allí a toda prisa, era carnaval y muchos jóvenes iban disfrazados, ellos llevaba jeans y una chaqueta ceñida en la cintura. Después de observar a través del escaparate, se había dirigido a la puerta y la observara sola en la barra pidiendo un refresco. Ella saliera en dirección al baño y no dejó de imaginarla ni un momento, desfilando en un pase de modelos o en un casting para un programa de televisión. Era tan bonita que sólo mirar su espalda en dirección al servicio, le había producido un efecto extraño. Ninguna mujer le había vuelto a producir esa sensación hasta que había visto a Andsala en aquella escena posterior al atentado, rebuscando entre los papeles del suelo y los que habían salido volando entre las cornisas de los edificios. A pesar de no creerse atractivo, se había visto con posibilidades, había notado al cruzar cuatro frases con ella, sin conocerla de nada, que tenía posibilidades, ¿posibilidades de qué? Se preguntaba, si ni siquiera sabía si estaba casada o si tenía cinco hijos esperándola en casa. No sabía nada de su vida, de sus sueños y aspiraciones, de su familia, o si había dejado un romance a medias en algún país lejano. Y, a pesar de todo, mientras conciliaba el sueño, veía aquella solicitud de nacionalidad y su foto anticuada, casi un borrón con una reverencia insana. Por la noche pasaban en televisión noticias del atentado, fotos e imágenes de archivo y el gran éxito del ministro y la policía que había hecho aquellas detenciones. En algunos pasajes hacían referencia a la existencia de un tercer terrorista al que buscaban, pero no parecían poner demasiado interés en ello, como si no estuvieran seguros después de registrar su domicilio y después de interrogar a sus amigos, de que estuvieran haciendo lo correcto. En ese momento estaba en el límite de la legalidad, y pensó que había tenido mucha suerte porque a sus amigos los estarían torturando, les faltarían dientes o tendrían algún hueso roto. Pese a todo se quedó un rato viendo la televisión, se había levantado a mear y no había sido capaz de conciliar el sueño, así que cualquier cosa le parecía mejor que pasar las horas mirando al techo en estado de ansiedad. Si Andsala estuviera al tanto de los problemas en los que Larry se había metido, no querría escuchar escusas ni componendas, no querría saber la verdad, ni dejaría que se explicase. Y a él le gustaría explicarse, y conocerla, pero no parecía que aquel fuera el momento más adecuado. En realidad, todo aquel embrollo, debería servirle a Larry para superarse, en otro tiempo habría sido así. Se habría llenado de resolución contra sus enemigos, hubiese ido a la prensa, hubiese denunciado públicamente al ministerio, si eso fuera menester. Se sentía fatigado, los últimos años en un trabajo de ocho horas diarias en el servicio postal, casi lo habían domado, y ese casi, esa pequeña rebeldía que aún palpitaba en su interior, podría hacer la diferencia. Por la mañana su padre lo encontró desayunando en la cocina. --¿Estas aquí? Te oí llegar anoche, pero no quise levantarme, estaba muy cansado –le dijo Lawry relajadamente- ¿cómo va todo? ¿Vuelves a tener vacaciones? --Estoy pensando en dejar el trabajo. No sé si es lo que me conviene, mi moral se ve afectada. --¿Tu moral? ¿Te refieres a tus principios? Siempre pensé que no tenías. La Patria necesita gente con principios.

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--No me refiero a eso papá. Bueno, así son las cosas –dijo entristecido por todo lo que estaba pasando-. Creí que podría acostumbrarme a llevar una vida más o menos normal, con las mezquindades, envidias, críticas y desidias de la gente normal, con sus ambiciones, competencias y mediocridades, pero no. --Huele este café –le pidió Lawry ofreciendo un frasco abierto en el que lo gusradaba, y él lo hizo-. Es un café superior. No hace falta trabajar en la oficina postal para apreciar lo buena y saber donde encontrarlo. La mayoría de la gente que conozco se conforma. Eso es lo que tienes que decidir. No se trata de aspirar a más, puedes vivir una vida normal, creo que las vidas sin grandes estridencias son las mejores, pero no te conformes. Nunca digas, he sido diseñado para esto y es lo que hay. --No sé, no es tan fácil. Yo no me siento como todos. --Exacto. Y lo único normal en tu vida es que no aceptas que te lo den todo masticado, auqnue te has pasado la noche viendo la tele. Si notas que no te cuentan la verdad, sientes la necesidad de rebelarte, por eso es tan necesaria la disciplina. Si quieres entrar en el ejército, aún tengo algunos contactos. Este mundo funciona por favores. Deberías saberlo. Larry volvió a pensar que su padre estaba mal de la cabeza. ¿El ejército? El lugar de la gente con cabeza de ladrillo. Amaba demasiado la libertad de sus pensamientos para eso. ¿Cómo podía él pensar…? Estaba claro que su padre no lo conocía en absoluto y que las diferencias de su juventud se mantenía, pero no quiso polemizar al respecto. --No me gusta mucho el ejército, ya lo hemos hablado otras veces. Hoy en día en que las guerras se hacen por ordenador, ya nadie lo considera tan importante. Esa es la diferencia social con otros tiempos, todo funciona apretando botones, dicen que van a inventar una cosa que se llama, email, y que eso acabará con el servicio postal y con las misivas escritas a mano. No sé. Ahí es donde nace el descontento. Nadie se siente tranquilo, pero no sólo por los terroristas, sino porque nadie se identifica con los sistemas de control que justifica el gobierno. Todos queremos a los terroristas en la cárcel, representan a la muerte y a nadie más, pero también justifican la falta de libertad que tanto le conviene a estos gobiernos con el sistema de inteligencia militarizado. El ejército ya no es lo que era, pero antes tampoco me gustaba. Siento decirte esto papá. --Eres un idiota. Te ofrezco un puesto importante a través de mis amistades, y me saltas con eso de la libertad. --Nada depende ya de la importancia de un puesto, de aspirar a ser importante. ¿Importante? ¿Quién lo es? ¿El ministro? ¿Todos los altos cargos que están en la cárcel por corruptos? ¿Y los que no han sido pillados? Ellos se hinchan y pavonean por los despachos, pero para nosotros los importantes son los que nos solucionan los problemas, no los que os la complican. --Esta claro, que entre tú y yo, hay un mundo de diferencias y que nunca conseguiré entenderte. Entonces la televisión soltó la noticia aquella y lo dijo una locutora que por el tono empleado odiaba a los presuntos “terroristas” más que a nada en el mundo, Con despreció soltó lo de la muerte de Bernard como si mereciera algo peor. --Uno de los terroristas detenidos ayer, Bernard Cruisse, ha muerto al intentar huir lanzándose por una ventana de un cuarto piso de la central de seguridad. La jefatura de la planta, afirma que no pudieron hacer nada por evitarlo. Su cadáver será devuelto a su familia para que pueda enterrarlo. Según la central de información en cuanto detengan al tercer sospechoso, la situación quedará controlada, porque se trata de un equipo espontáneo, sin ramificaciones y contactos con otros grupos. Es decir, según palabras del ministro, “con una carga ideológica muy pequeña”. Al parecer se trata de una pandilla de barrios bajos, que responden al resentimiento por haber nacido pobres y sin posibilidad de salir de la pobreza, según afirma el psicólogo que los ha visitado. El ministro afirma que es un caso a estudiar para evitar que vuelva a suceder en el futuro. Sin embargo, la defensa jurídica de los muchachos afirma que como firma en los lugares en los que se ponían bombas siempre dejaban una daga de procedencia extranjera e imposible de obtener en nuestro país, que esas dagas no se han encontrado entre sus posesiones y que por lo tanto es difícil de probar su 35


autoría --Así las cosas, sólo nos queda rezar por evitar que salgan libres. Añadió la locutora cuando creyó que el micrófono había sido desconectado y que ya nadie podía oír-. Con el nombre de la chica y la relación del lugar en la que la había visto y al oficina a la que mandaban sus paquetes, no era difícil encontrar su dirección. Todavía hubiese sido más fácil si hubiese accedido a los archivos de la oficina, pero al sentirse perseguido prefirió no volver por allí. Aunque sus pesquisas eran la reacción al deseo de un puro aficionado, incluso podríamos decir, la debilidad ante un rostro bonito de un hombre al que le costaba llevar una vida estable y alejada de tales emociones, y Larry no podía impedir que se le notara, tampoco esa vez intentó disimular su flaqueza, pero gracias al estímulo que le producía, se sentía vivo y con ganas de mover el mundo que lo rodeaba. Acudió a la dirección que consiguió de una guía telefónica, se posicionó delante de la puerta de un tercer piso sin ascensor, dos calles más abajo de la oficina en la que él había trabajado durante años. Si sus compañeros lo hubiesen visto de paseo mientras ellos trabajaban, hubiese sido el blanco de todas las críticas cáusticas del momento. Los mismos que el día anterior lo habían alabado por su generosidad al reincorporarse a su puesto y suspender sus vacaciones, ahora lo crucificarían sin conocer los motivos que lo llevaban a abandonar su trabajo. No había duda de que para hacer lo que hacía tenia que haber un motivo muy poderoso, él nunca se había comportado de forma caprichosa durante años, pero lo que no podrían nunca imaginar era que lo buscaba la policía, al menos hasta las noticias del mediodía en las que pusieron su foto y se corrió la voz entre los trabajadores como gasolina ardiendo. Se oía música de radio al otro lado de la puerta y tuvo que esperar un rato y repetir la llamada en dos ocasiones porque creyó que no lo oían. Andsala se estaba duchando, no esperaba a nadie a esas horas y apenas le dio tiempo a secarse y ponerse un albornoz. El cabello húmedo le caía por la cara, y no lo reconoció al abrir la puerta, iba descalza y Larry no podía dejar de mirar sus pies mientras hablaba. --No sé si se acuerda de mi. Hablé con usted hacer un par de días delante de la oficina de correos. Él día de la bomba. No sé si me puedes dedicar cinco minutos –le dijo sin dejar de poner cara de sorpresa frente aquella piel blanca y venosa que se adivinaba en sus piernas. Andsala, que empezó a relacionar su cara con aquel día y la necesidad de recuperar sus documentos, se cogía el albornoz para cerrarlo con la mano, pero se relajó y su eficacia en esa acción, perdió fuerza, así que Larry no pudo evitar observar que tenia unos pezones enormes. Era más baja de lo que recordaba, tal vez al ir descalza eso se pronunciaba. No era fingida, pero en una situación así se hizo un poco la tonta. Lo izo pasar y le dijo que se sentara en la sala mientras se vestía. Se dio una crema por todo el cuerpo más propia de una actriz de cine que de una cajera de supermercado, que era a lo que se dedicaba, y el olor le llegó a Larry, confundiéndolo aún un poco más si cabe. --Me pillaste en la ducha, creo que ya voy tarde para el trabajo. ¿Tienes hora? --Larry le dio la hora y ella se aceleró un poco más, definitivamente llegaba tarde-. Pues si que me voy a ganar una bronca. --No te quiero molestar, pero es un tema importante. Creo que he encontrado tus documentos de nacionalización. Salieron volando con el resto, y estuvieron en la calle unas horas, pero he podido rescatar la parte más importante. Ella se presentó en el salón de un salto, y sin terminar de abrochar el pantalón del uniforme de la tienda. --¿Supongo que no estarás de broma? --dijo con aquel acento tan gracioso. --Pues, no. La niña de la foto que se adjunta pareces tú. La verdad que lo relacioné contigo. --Pero nuestro encuentro fue tan breve. Déjame mirar –terminó de abrocharse el pantalón y se sentó a su lado. Lo miró todo con desmedido interés, como si su vida dependiera de aquellos papeles--. No sé como agradecértelo, me dejas sin palabras. Normalmente no encuentro gente tan atenta. Me siento confundida. --Supongo que me caíste bien, por eso no ha sido una molestia para mi, al contrario. 36


--¿Atracción? --Creo que sí. No me suele pasar. No quiero que creas que voy por ahí haciendo estas cosas. Sabía que vivías cerca de la oficina, y con el nombre no fue difícil encontrarte. Pero no quiero molestarte, por supuesto. --No me molestas. Siento curiosidad –respondió entrecortadamente, como si pensara cada una de sus palabras--. ¿Nos vemos hoy? Ahora tengo que ir a trabajar. Había fotos familiares en el salón, pero en ninguna aparecía acaramelada con ningún tipo, por lo que pensó que, después de su ofrecimiento, no tenía ningún “amigo especial”, y eso lo hacía pensar que estaba de suerte, y que el paso que había dado tenía posibilidades. En una de aquellas fotos antiguas, estaba una mujer tendida en una cama sosteniendo a un bebe en sus brazos, supuso que aquel bebé era Adnsala, pero no preguntó. No le extrañó que sintiera aquella necesidad de venerar sus recuerdos viviendo lejos de su país, y posiblemente de su familia. Un hombre alto, aparecía en aquellas fotografías en blanco y negro, vestía en ropa de deporte, cubierto de barro hasta las rodillas y con una de esas pelotas alargadas de rugby en sus manos, tenía un claro parecido, sobre todo su nariz alargada y delgada, y pensó que se trataba de su padre. La idea que se había hecho de Andsala era diferente, tal vez más viajera y despegada de viejos recuerdos o cualquier otra cosa que la atara, pero estaba claro que no era así, estaba muy pegada a sus tradiciones. Todo aquel mueble estaba cubierto de recuerdos tradicionales de su país, cerámicas con forma de ceniceros y elefantes, encajes con dibujos que nunca antes viera, un instrumento de cuerda con base triangulas colgando de la pared, y por supuesto todas aquellas fotos de hermosas ciudades lejanas. Estaba claro que estaba apegada a su pasado y a sus raíces. En una de aquellas fotos estaba ella en una piscina con un traje de baño entero que comprimía su cuerpo adolescente, hacía una especie de postura de ballet levantando una de sus piernas desnudas y manteniendo un pie precioso en ángulo recto, en la cabeza llevaba un gorro de baño encajado hasta las celas, hacía una mueca abriendo la boca, estirando los brazos como si quisiera decir algo. Se levantaron para salir y la siguió hasta la puerta mientras acordaban quedar allí mismo a una hora de la tarde. 3 Apasionante deseo inmóvil Al menos había dado el primer paso, se decía con esperanza. Ya no podía decir que tan sólo se tratara de sus sueños. A juzgar por la entrevista que acababan de tener y la impresión que había sacado de ella, no podía decir que no la encontrara equilibrada. Al menos no llegaba a comerse el mundo como otras chicas que buscan en un país extranjero lo que el suyo no les puede ofrecer, pero como ese pensamiento se le antojó racista, desde ese momento interiorizó que debía tener cuidado para subestimarla, hacerla de menos o algo parecido. Parecía bastante claro que el lugar en el que vivía no era el que se esperaba de una economía saneada, y si bajara aquella escalera corriendo posiblemente se rompería algún peldaño y caería dando vueltas hasta llegar al siguiente rellano. La interesada finalidad de ese pensamiento era que deseaba presentarse como una solución a sus problemas, tal vez porque no confiaba demasiado en su encanto personal. Para él, intentar encontrarle un significado útil, más allá del amor, representaba una seguridad que no esperaba de sus propias habilidades. Era un ser inseguro hasta el extremo, pero encontraba tal amparo en la soledad, que esa inseguridad casi desaparecía por completo cuando no mostraba interés por nada, ni siquiera por el romanticismo. Era por eso que esa situación lo hacía tener pensamientos tan críticos. De nuevo la inseguridad, sí, ya lo había sentido antes. No lo había cogido por sorpresa, pero al menos su sueño empezaba a tener tintes más sólidos, formas más definidas, texturas más atrayentes 37


y formas más humanas. ¿Qué diría su padre a eso? Casi había olvidado por completo que su cara se estaba exhibiendo en televisión y que podía ser reconocido por la calle y detenido en cualquier momento. Todo sucedía en el peor momento, y no tenía suficiente confianza con Andsala para contarle lo que sucedía, el error cometido por las fuerzas de seguridad, la amenaza que lo acechaba, y, por otra parte, si no lo hacía, corría el riesgo de que ella viera la noticia en televisión y llamara a la policía. De hecho, aquella misma tarde, cuando fuera a recogerla, podría avisar a la policía y esperarlo en su piso para detenerlo por sorpresa. Que difícil y confuso se volvía todo. Ni siquiera la forma en la que le había hablado, o el interés mostrado en medio de aquella caótica declaración de intereses, podría detenerla si descubría que su admirador estaba siendo buscado por algo tan horrible como poner bombas. Intentar entender como había sucedido todo, era imposible. Y entonces se detuvo para verla correr al final de la calle y entrar en el supermercado en el que trabajaba de cajera, pensó en correr también y detenerla para contarle sus peores problemas de aquellos días, pero estaba mareado, a punto de desmoronarse, era demasiado tarde para poner un poco de cordura en el primer paso, tan acobardado e indeciso como acababa de ocurrir. Ketter lo vio en la distancia en el momento que se llevaba la mano a la frente recordando a Bernard Cruisse, tal vez debido a aquel gesto que casi le tapaba la cara dudó, pero por su forma de andar supo que era él y salió disparado a su encuentro. A Ketter lo iban a ascender, había pedido mucho a Dios para que aquello sucediera y sólo la desaparición de Larry podía enturbiar aquel momento. Intentaba no correr porque no era propio de él y si Larry lo hubiese intentado lo habría perdido pronto de vista, pero no lo hizo. El de Ketter era una especia de andar apurado, separando mucho la zancada y los brazos, “¡espere ahí hombre, espere ahí!” le decía sin dejar de moverse. Ketter consideraba que debía de ser entendido sin necesidad de esforzarse, y que si lo veían intentando ser atendido por uno de sus empleados pordía ser considerado una falta de autoridad, pero todo eso estaba en su cabeza, lo que sus trabajadores pensaban de él era que vivía en un mundo irreal del que no querían saber nada. Según él, la única manera de llegar a ser un hombre importante que mereciera la confianza de sus superiores era no mezclar el trabajo con las emociones, y lo había conseguido, le resultaba indiferente a todos y ni se acordaban de él si no lo tenían delante. --Parece que hoy todo el mundo se ha levantado con el pie izquierdo, ¿a dónde va hombre? --preguntó su jefe--. En esta ciudad, si uno se distrae todo el mundo sale volando, es como si se les metiera la extraña idea en la cabeza, de que alguien los persigue. --No es por usted Ketter, tengo otros problemas de los que prefiero no hablar, cosas personales. En aquella calle que conducía a su oficina, las casas eran tan viejas que el ladrillo estaba teñido de negro, manchurrones que caían del alfeizar de las ventanas debido a la contaminación y el agua de la lluvia que la arrastraba. --¡A ver hombre! No piense sólo en si mismo. Todos tenemos problemas –le soltó cuando presintió que podía estar siendo influido por el pensamiento de otros-. Para mi siempre ha sido un ejemplo de profesionalidad, aunque no se lo haya dicho antes. --¿En serio? Ni lo habría imaginado –Larry pensaba que aquel hombre siempre decía lo que más le convenía en cada momento-. Mire Ketten, tendré que dejar el trabajo por una temporada. Tal vez para siempre. --¿No se siente a gusto? ¿Es algo que yo pueda solucionar? Usted nunca ha sido un hombre conformista Larry- Siempre ha intentado que nadie supiera lo que esperar de su próximo movimiento. Para algunos eso no era bueno, pero ahora, de verdad que me tiene desconcertado. --Todo lo que me pasa es terrible. La cabeza me da mil vueltas. No son cosas que tengan que ver con el trabajo, en serio –no era verdad. Lo de la muerte de Bernard y la detención de Oi habían sido determinantes, pero no le satisfacía la perspectiva de pasarse la vida obedeciendo órdenes y normas, tan nimias como en el colegio, cosas acerca de donde se podía fumar y donde no, el control de horarios, los chivateos entre compañeros, por aquí no se puede pasar, eso no se puede dejar ahí, debe llevar bien puesta su identificación, y cosas parecidas, cada día una nueva norma-. Además de

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los problemas personales de los que prefiero no hablar, está mi equilibrio, me siento muy descentrado. Espero que lo comprenda. --Si claro. Tendremos que salir adelante sin usted. Lleva mucho tiempo con nosotros y no será fácil. A Ketter le gustaría preguntarle algunas cosas, pero allí en medio de la calle, aquello empezaba a ser absurdo. Intentó convencerlo de que lo acompañara a una cafetería para poder hablar tranquilamente, pero no lo consiguió. Para Ketter no existía una negativa, procuraba dejarlo todo en el aire, como si no se hubiera enterado de la mitad de las cosas que Larry le acababa de decir. Siguió su camino y necesitó tomar café. Se sentó en una cafetería, con la espalda completamente recostada hacia atrás y las piernas estiradas. Había caminado toda la mañana y se sentía fatigado. Estuvo allí mucho tiempo, no sabía que hora era. Hacia mediodía dieron la noticia en la tele que tenía justo enfrente, una nueva bomba estalló en una refinería de petróleo; eso lo cambiaba todo. El ministro hizo unas declaraciones con corbata oscura. De nuevo, nadie estaba a salvo. Se había cometido un error al detener a aquellos chicos, uno había muerto y lo sentía mucho, iba a abrir una investigación que lo liberara de toda responsabilidad, el otro sería puesto en libertad. Larry se incorporó, flexionó sus rodilla y puso los pies sobre sus suelas y sus tacones, los brazos sobre la mesa y las manos cruzadas como si supiera rezar. Ya podía regresar a su casa y dormir si lo deseaba, podía hacerse algo de comer y ordenar el piso, podía llamar a la policía y pedir información sobre lo sucedido, ya nadie lo buscaba, volvía a ser un individuo más perdido en la masa mediocre que lo hacía tan feliz. Había estado a punto de perder los nervios y de entregarse para que el aparato antiterrorista lo torturara. Aquellas últimas horas, un sentimiento de culpabilidad que no sabía de donde le había llegado, le había hecho olvidar por completo su último sueño, Andsala. --¿Desde cuando llevan dando esta noticia? --le preguntó al camarero. --Desde primera hora de la mañana. El atentado ha sido por la noche, como es habitual en esos. El ministerio anda más perdido que un pulpo en un garaje. Les han dejado una daga oriental en una caja envuelta en papel de regalo. Los chicos no tenían nada que ver. El ministro intentó solucionar sus problemas culpando a unos inocentes. --Y uno murió… --Sí, pero a nadie le importa. Los poderosos saben culpar a otros de sus errores. Siempre hay alguien que paga, pero no ellos. Los ojos de Larry estaban muy abiertos, el razonamiento del camarero era preciso, no resultaba tan fácil engañar a la gente con falsas soluciones. No podía alimentarse sólo con café, pero no le entraba nada en el estómago. No quería comer, estaba en un estado de excitación desde que encontrara su casa levantada, que vomitaría cualquier cosa que echara al estómago. El ministro le hablaba a la gente como si fueran niños, como si hubiera cosas que necesitaban entender y no estuviera a su alcance. No había ni rastro de humanidad, tolerancia o piedad en sus ojos, en sus palabras o en el tono de su voz. Todo era calculado. Unos ancianos cantaban viejas canciones de un motín, de una rebelión por lod derechos humanos y la libertad. Era un canto encerrado en un recuerdo que habría muy pronto de morir. No estaba desequilibrado, sólo se dejaba hechizar por la idea anciana que se iba perdiendo sin remedio. No era lo que le faltaba al discurso de los políticos, era lo que le sobraba en su intento por dominar a las minorías sociales que discrepaban. Habría deseado ser feliz, emocionarse al lado de sus sueño extranjero. Le habría gustado soltarle un discurso de libertad a Andsala, o a Ketter, el señor tetera. ¿Por qué no? Hay discursos que valen por lo que expresan. Todo lo que no consiguiera siendo quien era, no valía la pena. No se trataba de quién contruía el discurso, ni siquiera de cómo lo construia, se trataba de la inocencia de las palabras y la verdad que la inocencia esconde. Hasta le pareció que era una idea brillante, propia de un pensamiento más inteligente que el suyo. Le dolía que fuera así, y poder entenderlo. Recordó que no había sido buen estudiante, y ya no se acordaba de nada de lo que había estudiado, sería incaaz de formular una ecuación, de memorizar una dinastía, ni siquiera podía recordar los motivos de algún escritor famoso para dedicarse a la literatura. Su formacion 39


como ciudadano era deficiente, y la educación parental no había impedido que viviera de una forma caótica, era un ser antisocial, por eso necesitaba a Andsala, por eso la buscaba y creía en un equilibrio que manaba de las relaciones humanas. Del otro lado estaban los que se inmolaban, los suicidas y los que se autodestruían con el alcohol o las drogas. Intentaba entender la vida a pesar de sus limitaciones en todos los órdenes. Se empeñaba en su tarea. Pasó varios días en su apartamento sin salir, sin ver a nadie, sin apenas comer. Tal vez pensó en Andsala más de una vez, y por qué no había acudido a su cita de media tarde, tampoco lo sabía. La verdad era que no conocía los motivos de su derrumbe. Tal vez la tensión a la que había sido sometido los últimos días. Ya no sentía miedo, podía pensar libremente, nadie lo impediría ni intentaría alejarlo de esa idea que desarrollaba el resto, sino que al contrario, cada contradicción lo animaba en su depresiva búsqueda de realidades. Su rebeldía ya no intentaba compadecer a los violentos. Al contrario, si morían en su fuego, era porque ellos se lo habían buscado. Procuró dejar a un lado la condescendencia esta vez.

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