Se atragantó la paloma

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Se atragantรณ la paloma

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1 Se atragantó la paloma y le cortaron las alas. Por mucho ahínco que pongamos en realizar una buena obra, para conseguir algo a cambio, no siempre un acto es consecuencia de otro, y el karma no siempre aparece. Tarkoff casi nunca se arrepentía de sus actos, ni siquiera cuando lo llevaban a una situación poco conveniente y de la que le fuera difícil salir. No era un esclavo en el más amplio concepto de la palabra, pero, en ocasiones, sentía que pertenecía a Bonetti, tenía un compromiso con él que no podía eludir y del que sólo podría liberarse, el día que Bonetti dejara de apostar por él y de ganar dinero con aquel “juego”. Al fin y al cabo, tal y como le recordaba siempre que podía, él lo había llevado hasta allí, había ganado más peleas que nadie y justo era que ganase algún dinero con sus combates. Lo que le importaba era su carrera, y como sucede con todos los deportistas de alta competición, eso es una forma de esclavitud, o al menos, una versión no tan amplia de una palabra tan grande. Pero, ¿cómo llamar a una vida en la que nada estaba permitido porque todo podía apartar de sus sueños? Ese concepto de sí mismo, en más de una ocasión lo había llegado a preguntarse si valía la pena tanto sometimiento esfuerzo, y lo que, a la vez, lo decidía a seguir entrenándose y partiéndose la cara con todo el que estuviera dispuesto a subirse a un ring con él. Se convencía a sí mismo que, como cristiano, la violencia que desataba ese deporte, y todo lo que le rodeaba, no era lo mejor para él, pero no sabía hacer otra cosa, y era la única posibilidad que tenía de salir del barrio y disipar la imagen en la que aparecía en sueños, tirado en un callejón con la tripa en las manos de un tiro, y pidiendo perdón por haber muerto antes de cumplir los dieciocho. Al menos, ya tenía veinte años, se había convertido en un hombre con una cuenta corriente saneada, y había superado aquel maleficio que se había llevado por delante a algunos de sus mejores amigos. ¿Acaso no eran esclavos los que iban cada día a la descarga por un sueldo miserable? Y las limpiadoras del METRO, ¿no era esclavitud pasarse la vida limpiando jeringuillas, escupitajos sangrantes, y vómitos del fin de semana? Y como él era un buen chico, al que su abuela le había enseñado a ser obediente y a la que le había prometido no meterse en líos. Justo antes de que se la llevara una fiebre pulmonar, había puesto todo de su parte para superar aquellas ideas absurdas que le hacían dudar de que su esfuerzo merecía cada golpe que llevaba y congraciarse con ella en sus últimos momentos. Dejaba constancia de su buen corazón cuando ayudaba a algunas familias del barrio que lo estaban pasando mal. Algunos lo miraban como si aceptar su ayuda fuera mancharse de la corrupción que lo cubría todo, pero él se decía que aquellos que creían que sus amistades eran lo peor del hampa, alguna vez tendrían que acudir a ellos para pedirles ayuda, así que tanta pureza no los hacía mejores. Cuando alguien de su familia intentaba hablar con él al respecto -eso sucedía porque ya no estaba su abuela para hacerlo-, era porque conocían perfectamente el origen de su riqueza y como había vendido el alma al diablo para conseguirla, y cuando eso sucedía, y se trataba de personas que lo 2


conocían con tanta profundidad, lo más probable era que los dejara con la palabra en la boca, se diera media vuelta y se inventara algún compromiso que requería que los abandonase sin demora. No había nadie mejor, ni exento de un día caer en su misma devoción por salir de aquellos barrios conflictivos, hoy eran honrados trabajadores que no pedían préstamos, pero el día de mañana se presentaba dando lecciones muy duras para ellos y hacían lo que fuera por sobrevivir. Un tipo bajito, muy pálido y con cicatrices en la cara, se presentó una mañana en el gimnasio a la hora de más actividad, casi todos lo conocían, era uno de los matones a sueldo de Bonetti. No pretendía llamar la atención pero los chicos no le quitaban ojo, se acercó a uno de los entrenadores y habló con él un rato. Deberían haber imaginado que si estaba allí no era para nada bueno, y que si buscaba chicos fornidos capaces de darle una paliza a un indigente sin sentir culpa alguna, eso tampoco iba a ser gratis. Precisamente en aquel momento, Tarkoff empezaba a ser reconocido por su destreza con los puños, y el día anterior le había partido la nariz a un principiante que se había expuesto demasiado. -¿Crees en Dios? Los rusos sois muy creyentes me han dicho -preguntó Bandolino. -No soy Ruso, nací en los Estados Unidos, mi padre es Polaco. Mi familia se trajo un crucifijo de madera del bosque de Gryfino en Europa -Tarkoff no se sentía intimidado, y Bandolino no quería que lo estuviera. -Es para un trabajo de fin de semana. No habrá armas, pero tal vez tengas que dar una paliza a un tipo que me debe algún dinero. Te pagaré bien. Sin preguntas y sin excusas. Si te piden que les rompas las piernas, tendrás que hacerlo. El día que Tarkoff recibió la visita de Bandolino sabía que cualquier otro podía hacer aquel trabajo, pero querían que lo hiciera él, porque había llamado la atención y no querían que estuviera en las calles sin saber que existía un orden que tenía que ser respetado. Aceptó el trabajo, ¿qué otra cosa podía hacer? Con aquel dinero le compró una televisión a su madre y su abuela ya no estaba para hacer preguntas incómodas. Si le decían que saltara, él saltaba, no era la primera vez que algo así pasaba y sabía que los que se negaban a seguir por el camino marcado, aparecían arrimados a los contenedores de basura con un tiro en la frente. Así las gastaba aquella gente. Al cabo de unos meses, empezaron a llamarlo al gimnasio por teléfono, una o dos veces por semana, alguien se acercaba a la parte en la que estuviera entrenando y le decía, es para ti; aquello no era premeditado, pero empezó a ser considerado como una propiedad de la organización, y las propiedades de la organización debían ser respetadas. Algunos le daban flojito y a otros tenía que espabilarlos para que reaccionaran y le dieran batalla, “vamos hombre, que no soy de porcelana”, les decía mientras les ofrecía la cara a sus rivales. Emma Shanon tenía los hombros estrechos y los ojos pequeños, eso la hacía aparentar menos años de los que tenía, de hecho la hacía parecer una adolescente. La vio pro primera vez en una fiesta por el cumpleaños de Bonetti, tres chicas siempre lo acompañaban en los grandes acontecimientos pero él tenía otras preferencia, así que Tarkoff pensó que nadie podría disputársela. No parecía que una persona tan menuda, que acusaba una premeditada indecisión al andar y al expresarse, pudiera traer a los hombres tan de cabeza, pero lo cierto es que gustaba bastante. Tal vez pudiera parecer que a los hombres rudos les gustaban las mujeres dulces y delicadas, pero no era así, de forma general le gustaban de carácter y las discusiones de los matones con sus chicas eran muy notables y algunas habían acabado bastante mal. Por supuesto, si Tarkoff hubiese sabido de antemano que aquella muchacha casi había matado a un hombre sólo porque la abofeteó en público y que le había clavado una lima de uñas en el cuello, tal vez se lo hubiese pensado antes de iniciar una conversación con el fin de conocerla. Lo cierto era que el tipo con el que había sucedido aquello, era un proxeneta que no soportaba que no le llevaran la contraria, y por fortuna, en aquella ocasión, Bonetti la había tomado bajo su protección y tal vez eso le salvó la vida. Tarkoff estuvo toda la noche bailando con ella y se fueron caminando hasta su casa, así que cuando lo invitó a subir, no se lo pensó dos veces. El motivo de que Emma tuviera aquella 3


deferencia con él, era que lo conocía más de lo que podía adivinar, porque había oído hablar a lo chicos y decían que sería el próximo campeón del mundo y porque le había gustado su forma de expresarse. No quería que él lo supiera y creyera que era una interesada. Sólo quería estar un rato con él, sin demasiados arrumacos, tal vez, pasar la noche juntos, y si te he visto no me acuerdo. Pero los planes que, desde el principio, albergó Tarkoff iban por otro lado. -¿Le dijiste a Bandolino que querías conocerme? -preguntó Emma-. ¿Te habías fijado en mi especialmente? -Me había fijado en ti. Eres una chica que llama la atención, pero no le dije nada a Bandolino. Quería conocerte, pero confiaba en mi propio ingenio. ¿Crees que él preparó el encuentro por su cuenta? -No lo sé- Tal vez alguien se lo pidió porque prefieren tenerte controlado y con una chica a la que conocen y les es accesible. ¿Imaginas que desastre si salieras con una chica que te calentara la cabeza en su contra y no la pudieran controlar? -Si sus intereses fueran importantes la matarían. De eso estoy seguro, no se andan con bromas. -Eso me parece -dijo ella exhibiendo una sonrisa capaz de derretir la Antártida. Tarkoff no solía hablar mucho, pero se sentía cómodo. Se acostó a su lado y la abrazó. Se quedó tan pronto dormido que apenas le dio tiempo a besarla. Al despertar había salido el sol, y había unos árboles que llegaban a la ventana, estaban clavados en la acera y albergaban todo tipo de pájaros de ciudad. La mañana tenía ruidos agradables, y Emma había empezado a cocinar, había puesto el café y lo acompañaba con tostadas y huevos. En aquel momento sintió las ganas de tenerla y hacerla completamente suya. Durante las horas previas a ese nuevo día no había sentido aquella urgencia emergente, y tenía el pene tan hinchado que apenas le cabía en el calzoncillo, así que se levantó para orinar y ya no volvió a la cama. Debía darse prisa o llegaría tarde al gimnasio, Bandolino le había puesto un entrenador profesional, de los que cobraban más de lo que él podía pagar, y no quería que pareciera que desaprovechaba la oportunidad o que no valoraba lo que hacían por él. Pero en aquel momento sólo había una cosa que se enfrentaba a esos pensamientos, y era el deseo de dejarse llevar, de desayunar plácidamente, sentado al lado de Emma y haciéndole algunas preguntas sobre ella y su vida al lado de Bandolino y solapada con las fiestas del sindicato. Pensó que no debía ser tan diferente de otras chicas que había conocido, pero entonces se lo parecía. Emma no sabía si lo volvería a ver, pero él se comportaba como un caballero y la volvió a llamar, una y otra vez, hasta que entendió que tendría que dejar de ver a otros hombres que la pretendían. Bonetti tenía un hermano que llevaba los negocios de la familia más al norte, se trataba de lo mismo, apuestas, préstamos y locales de ambiente. También le gustaba el boxeo y Bonetti le había estado hablando de su nuevo descubrimiento, un joven con aptitudes para disputar el campeonato del mundo, y lo decía como si realmente lo creyera. Hablar de Boxeo, era una tradición familiar que los dos hermanos ya había practicado de niños con su padre. Conocían todo lo necesario sobre aquel mundo, sobre las peculiaridades de la pelea y sus organizadores, admiraban a los grandes campeones de tiempos pasados aunque Bonetti era más de Mickey Walker, y su hermano Giovani creía que el mejor boxeador de todos los tiempos era Jimmy Wilde. Cuando la afición por un deporte se instala en la tradición familiar, no es extraño que en tiempos de bonanza, se entrelacen los mejores momentos de esa afición con algún pequeño negocio que termine por convertir su delirio en dinero fácil. En su juventud habían practicado un poco, pero sólo habían conseguido engordar más de la cuanta y romperse la nariz, pero habían seguido las instrucciones de sus mayores. Nadie esperaba que fueran adiestrados para grandes combates, pero el tiempo que pasaron practicando aquella actividad de hombres recios, habían endurecido su carácter lo suficiente para afrontar los negocios que habrían de llegar. Y desde luego, cuando ellos eran unos adolescentes, nadie se atrevía a cuestionar la autoridad paterna. Bonetti organizó un combate sólo para divertir a su hermano, sabía de antemano que Tarkof se 4


quitaría de encima a su oponente sin demasiados problemas. Llenó la ciudad de carteles y alquiló la cancha de basket del equipo más fuerte del barrio. Disfrutaron como nunca viendo las evoluciones de Tarkoff, que para entonces había firmado con ellos un contrato meramente deportivo, y no se involucraba en otros asuntos. Es posible que él considerase que había alcanzado la categoría necesaria para no andar por ahí de matón, como hacían otros. Tarkoff no se había sentido más reconocido y atendido, desde las celebraciones de cumpleaños de su niñez. Hasta aquel día tenía dudas de que todo fuera a salir como él esperaba, pero la cancha se llenó y Bonetti ganó mucho dinero. Estuvo todo el tiempo en primera fila y ya disfrutaba haciendo cifras del dinero que iba a ganar mientras gritaba, ¡mátalo, mátalo! Tarkoff se dejaba querer, pero no iba a matar a su contrincante, un pobre muchacho que no estaba preparado para aquella paliza, así que, en tal ocasión, una victoria en el quinto asalto fue suficiente. Su superioridad quedó demostrada, y todos disfrutaron de una pelea limpia por tiempo suficiente. -¿Has contado los golpes? -le preguntó Bonetti que bajó al vestuario acompañado de su hermano al terminar el combate. Le gustaba hacer ver que se interesaba por aquellos que lo servían bien, y Tarkoff representa una oportunidad de negocio que no podía dejar pasar. Constataba que su mercancía estaba en buen estado, aunque también había recibido algunos golpes. -Pues me conformo con saber que son más de los que pudo encajar -replicó. Bonetti no dejó de sonreír un momento mientras duró la visita. -Has ido directamente a por él. Eso me gusta, sin demasiados estudios ni estrategias. ¿Has visto Giovani? Tenemos un campeón -se dirigió a su hermano. -Sí, es bueno, Un campeón. -Aún no, pero lo será. Yo me encargo -y diciendo eso, se despidieron y Bonetti hizo algo que casi nunca hacía con nadie, y mucho menos con sus empleados, le puso la mano en el hombro, y le dio una palmada como muestra de gratitud. Durante la pelea, Tarkoff no pudo ver a Emma, pero si que lo vio. Entre el público siguió cada uno de sus movimientos y cada vez que recibía un golpe se tapaba la cara con las manos como si el golpe lo recibiera ella. ¡Es un campeón! Se repetía como si eso justificara aquel oficio de autodestrucción. No sabía muy bien de lo que se trataba pero observó que si seguía llevando aquellos golpes durante los años que suele durar la cerrera de un boxeador, si no lo mataban antes de un mal golpe, llegaría a los cuarenta años con el cerebro dañado, expresándose con un deficiente físico y sin ganas de vivir. Y mientras todo se disponía para convertir a Tarkoff en una estrella, ella asumía ese tipo de pensamientos, sin saber si realmente los dos iban a quererse lo suficiente para estar tanto tiempo juntos. La euforia del ganador tenía algo triste en los ojos de Tarkoff, pero sólo ella se dio cuenta. Se emocionó al comprender que aquello iba a ser siempre así, y lo sintió por él. No se trataba de la visión del ganador, del hombre elegido para el experimento, para ser convertido en un héroe, se trataba de que no podía hacer nada por evitar la desdicha que aquello le iba a causar. Así que desapareció sin despedirse de nadie y no lo quiso ver aquella noche. 2 Vino aquí, a llorar y a reír. Lo que Emma no pareció entender en un principio, fue que Tarkoff deseaba aquel reconocimiento, aunque detestara a sus socios -en realidad “socios” era la palabra menos acertada, pero a él le gustaba llamarlos así-, y la forma en que lo trataban. El interés que mostraba por recibir su parte de 5


gloria, después de cada combate, era lo que ella menos entendía entre otras contradicciones. Por supuesto, nadie sabía cual sería el siguiente paso que lo acercarían un poco más al campeonato. Compró una casa en el campo que aún tardarían en construir y pidió que le montaran un gimnasio en la planta baja, pero aquello iba a tardar en llegar. Empezaba a pedir a lo grande, y esa novedad no cogió, sin embargo, por sorpresa a Bonetti. -Supongo que él te adora. Es su personalidad -dijo Bonetti a Emma en una ocasión en que se encontraron tomando martinis. -Supongo que es de ese tipo de hombres -sugirió ella. -Nadie debe enamorarse de ti. Puedes casarte, incluso tener una familia, pero nadie puede enamorarse de ti. Los dos lo sabemos, tu no podrías corresponderle. Todos pueden tocarte, pero no sería bueno para ti que soñaran contigo. -No sé a que te refieres -respondió poniendo cara de sorpresa poco creíble. -Creo que se te está yendo la cabeza con todo ésto. Tu sabes que yo prefiero la compañía de los chicos, pero mi hermano se va mañana y quiero que pueda celebrar haber venido a visitarme. Esta es la dirección del su hotel, no llegues demasiado temprano o lo pillarás cenando. -¿Eso forma parte de mi empleo? -Desde el principio. No es la primera vez. Ahora forma parte de la confianza que necesito tener. La forma en la que se lo había pedido dejaba claro que no esperaba la más mínima duda. Bonetti no podría seguir confiando en ella si se enamoraba de Tarkoff, si eso aún no había sucedido. Los vestidos de Emma ya no tenían la inconsciente alegría de otro tiempo, ella tampoco era la misma, pero guardaba algunos de aquellos vestidos, los más caros y atrevidos, para las ocasiones. Algunas noches visitaba a Taroff y le gustaba ponerse aquel con más transparencia, el que daba relieve a sus pechos y en el que se adivinaba casi todo el resto; en esos casos no solía ponerse nada debajo. Incluso en aquellos días, cuando todos daban por hecho que había algo más que una estrecha amistad entre ellos, intentaban guardar la distancia, por lo tanto nadie podía decir que existiera una relación mientras no lo anunciaran formalmente. Cualquier falsa impresión que alguien quisiera formarse al respecto, iba a tener una parte de confusión que ellos alimentaban. Emma podía percibir ese interés por parte de Bandolino, que una y otra vez le preguntaba si había algo entre ellos, y ella, una y otra vez, le contestaba con evasivas. Como Emma no acudió a su cita con Giovani tuvo que dar algunas explicaciones a Bandolino, que la buscó muy enfadado porque el encargo que le habían encomendado no le gustaba. Desde luego, entró en su apartamento de una patada y la encontró durmiendo bajo los efectos de los somníferos, lo que lo hizo todo más difícil. La metió en la ducha a empujones, y la abofeteó en varias ocasiones, pero ella apenas reaccionaba. En el momento en que las apuestas por los combates de Tarkoff iban mejor, tenía ella que comprometerse más de la cuenta. Según sus propios cálculos, ella tenía que ser una vía de escape, una distracción para el deportista, para eso se lo había presentado, no para que se lo tomara en serio. ¿Cómo era que la gente no supiera divertirse sin complicarlo todo? La noche anterior, Emma había estado viendo un documental sobre los peligros de la mafia en los barrios más pobres. A veces, la televisión pública tenía esas cosas. Lo había seguido con atención y no se había identificado en él, ni siquiera a Bonetti le había puesto la cara parecida a la de uno de aquellos actores, nada se parecía a la realidad, que al fin y al cabo, no era otra cosa que un negocio familiar, o al menos ella así lo había visto hasta aquel momento. Mientras ella intentaba no resbalar en la ducha, Bandolino sacó una navaja y se la puso en un ojo, “como vuelvas a hacernos una jugada parecida te quedarás ciega”. Ella repetía que se había encontrado mal y que se había pasado vomitando toda la noche, pero a nadie le pareció muy creíble, y cuando Bandolino le dijo a Bonetti que la excusa era muy floja, Bonetti prometió hacerla escupir bilis si volvía a suceder. Emma desapareció durante un tiempo, se confinó en casa de una amiga, ni siquiera Tarkoff sabía donde se encontraba. Apenas unos minutos después de su encuentro con Bandolina, Emma sintió un terror incapaz de controlar, sintió que no podía espirar y que si se levantaba de su silla sentiría que 6


sus piernas se habían paralizado y caería al suelo, pero no fue así. Consiguió reunir el valor necesario para hacer una maleta y salir a todo meter, sin mirar atrás. Ese era el día más difícil en su vida de los últimos años, y sabía que corría peligro. Pero no podía decírselo a Tarkoff, no quería crear más problemas. Mientras intentaba recobrar la calma paró un taxi, se subió a él y desapareció; un mes después todos la buscaban. Aquellos días, Bonetti empezó a sentirse demasiado afectado por la muerte, aparentemente accidental de uno de los hombres que tenía en nómina, si bien todo señalaba a un ajuste de cuentas con McRae su peor enemigo. No comió y por la tarde pidió un enorme bistec de buey que apenas probó. Tampoco pudo terminarse el postre y el café le supo demasiado amargo. Durante el tiempo que pasó en el restaurante, reparó en que nadie quería hablar del asunto, así que llamó a Bandolino que se sentó a su lado y pidió ginebra. En las noticias daban la noticia como un accidente laboral y, por fortuna, no relacionaban al muerto con ninguna actividad delictiva. Los que deseaban verlo humillados estuvieron muy decepcionados por la forma en la que se había llevado el asunto; un poco más de sangre y vísceras lo hubiera cambiado todo. Las observaciones que Bonetti hizo al respecto, estaban llenas de rabia, aunque intentaba que no se le notara. -Ese cabrón de McRae nos está jodiendo. Tendremos que hacer algo. Si no sobrevive a lo que viene me sentiré mejor -dijo Bonetti con una voz gargantosa y profunda, como si no se pudiera tomar a la ligera nada de lo dicho en aquel momento de ira-. Creo que no podemos dejarlo pasar. Intenta comprenderme, quiero algo, y pronto. Bandolino olvidó por un momento sus otras preocupaciones y dejó de buscar a Emma, una semana después había otros muertos sobre la mesa y McRae y Bonetti intentaban llegar a un acuerdo que impidiera un enfrentamiento total. Transcurrió un tiempo y pareció volver la calma, y fue entonces cuando Tarkoff, movido por sentimientos encontrados, le comunicó a Bandolino que no quería seguir siendo su “niño bonito”, que podía entrenar por su cuenta y que algún combate la saldría, y añadió con sarcasmo, que no era tan malo boxeando. El jefe de Bandolino intentó tomárselo con calma y no hizo nada en unos días, no hubo respuesta y eso tranquilizó a Tarkoff que había esperado intimidaciones y amenazas. No intentaron nada en su contra, no hubo destrozos en su casa o en su coche, no le plantaron fuego al gimnasio del barrio al que volvió, ni nada que se le pareciera, pero todo eso estuvo durante un segundo en la mente de Bonetti. Con la ayuda de sus viejos amigos del barrio, se va recuperando de su ruptura, pero, y nadie sabía esto, en aquel proceso no dejó de creer ni un momento que a Emma la habían matado y la habían tirado al mar para que se la comieran los peces. Algunos le pedían que los entrenara, o simplemente que pudieran servirle de saco para que descargaran sus golpes; eran los chicos del barrio que querían llegar tan alto como él. Unos días después, una bomba destruyó por completo las oficinas de McRae, no hubo muertos directos, pero eso desencadenó otra ola de asesinatos entre bandas. Ya no había una oportunidad para el encuentro. Cuando estaba solo, en su enorme casa, y la señora que lo apoyaba y cuidaba de todo, se había ido a su casa con su familia, Tarkoff se quedaba sentado en una silla de la cocina mirando al jardín, pensaba en Emma, se entristecía sin poder evitarlo, y eso lo llenaba de coraje para rechazar cada invitación de una entrevista con Bonetti. En la televisión del gimnasio aún ponían imágenes de cristales rotos, camiones incendiados y restaurantes italianos con las ventanas cubiertas de tablas. No hacía tanto que todo había sucedido cuando Bonetti, al fin, tomó una decisión sobre “su” boxeador. Fue necesario un sólo combate -que dicho sea de paso, Tarkoff ganó en el quinto asalto como era usual en él- para que Bonetti se decidiera a mandarle a sus chicos. Todos quedaron absortos al ver a aquella panda de matones entrar en el gimnasio y dirigirse directamente a Tarkoff, aunque hubiese sido mejor para todos que aquello no hubiese sucedido. El entrenador intentó interceder y dos de aquellos hombres lo interceptaron u lo inmovilizaron contra la pared. Había pasado el tiempo necesario para que Tarkoff hubiese 7


recobrado su popularidad, y los chicos dejaron de entrenar y fueron rodeando a los matones de Bonetti, que, a su vez, rodeaban a Tarkoff. Bandolino estaba tan cerca de él que podía sentir su respiración y el calor de un cuerpo después de una hora de ejercicios físicos. Tarkoff no necesitó ponerse a la defensiva, ni evitar la crisis. La pelea se produjo sin ,ediar palabra, volaron sillas, bolsas de deportes, zapatos y el teléfono de la pared, que alguien arrancó y se lo estampó en la cara a uno de los matones de Bandolino. Aquello hombres llevaban palos, y eso irritó a Tarkoff que gritaba, “darles donde más les duela, sin compasión”, y golpeó a Bandolino en el estómago diciendo, “esto es por Emma”, y lo hizo vomitar y caer al suelo sobre su propio vómito. Resultó que no eran tan duros como había parecido, y se llevaron una buena paliza. Los italianos los arrojaron a la calle y se fueron cojeando y sangrando por los oídos y los pómulos. Todos creyeron que se había tratado de una batalla épica que recordarían siempre, y que eso sería el principio para echarlos definitivamente del barrio. Le había costado tanto llegar hasta allí, que no podía creer que todo hubiese salido tan mal. Tenía las cualidades, podía ser campeón, se había entrenado y había puesto todo de su parte para salir de allí. Era de los pocos que lo podían conseguir, y lo había echado todo a perder. Sabía que al desafiar a Bonetti todo había acabado. Ya no sería campeón del mundo de boxeo. Tarkoff supo desde el principio que salir de aquel campo de influencia que tanto le había ayudado no iba a ser fácil, pero no había sido capaz de prevenir todas las consecuencias, ni siquiera de adivinar la parte más pequeña. Tal vez, la parte más dura de todo lo que había sucedido el ultimo año, tenía que ver con la desaparición de Emma. Ella intentaba protegerlo al no ponerse en contacto con él, y él, lleno de rabia, había cometido los peores errores. La noticia que llegó hasta su casa después de la pelea en el gimnasio, fue que la chica había reaparecido, que Bonetti la tenía encerrada en uno de sus clubs y que los hombres que se habían peleado con Tarkof, podían tenerla cada vez que lo deseaban. Nada había cambiado tanto en las relaciones de los proxenetas con sus chicas, si consiguiera escapar de aquella habitación con rejas en las ventanas, la matarían sin dudarlo, sin compasión, con el odio implacable ejerciendo la autoridad de los asesinos. Nada que nadie pudiera decir sería capaz de cambiar eso, sino que, al contrario, cualquier movimiento en ese sentido podría empeorar las cosas para Emma. De vez en cuando, Tarkoff se levantaba de noche y frecuentaba los clubs en busca de información. Llevaba a alguna chica a un hotel, y con la excusa de gozar de sus servicios, después de dejarlas exhaustas, empezaba a hacerles preguntas sobre Emma. Ellas se limitaban a decir lo que todo el mundo sabía, estaba retenida por Bonetti y era su esclava sexual. -Yo no diría en ningún caso que en el siglo veinte no existen los esclavos, lo somos al nacer si nacemos pobres y sin una oportunidad -decía Tarkoff a las chicas que no lo entendían-. Pero supongo que todos esos burgueses disfrutando de sus vidas acomodadas, dirán que nadie obliga a la pobreza, que hay que trabajar, y que los que buscan una vida fácil terminan mal. No era fácil de entender todo lo que pasaba por la cabeza del boxeador. La idea de que podía haber ganado algún dinero con los combates, o pidiéndole a otros que apostaran por él con su propio dinero, no dejaba de estar supeditada a la obediencia debida, dinero a cambio de sumisión. Era posible que hubiera despertado, y pasado de considerar a Bonetti su socio y pasar a considerarlo su amo, lo que era bastante más realista. Durante un tiempo creyó que todo iba a ir bien y que finalmente conseguiría estar libre de obligaciones en un mundo que le proporcionaba un estatus. En un momento, después de algunas malas experiencias, empezó a pensar que cuando ya no les sirviera lo arrojarían por un barranco, pero eso no lo deprimió, encendió en él aquella idea de libertad y siguió luchando. Y también estaba Emma y, sobre todo, considerar que había sido tratado sin ningún respeto por Bandolino, él era un hombre, no necesitaba las reverencias de un marqués, exigía el respeto que se merece un hombre. Lo cierto fue que a Bonetti lo tomó por sorpresa, no se esperaba aquella reacción, y ni siquiera se llevaban mal. “Cuando a la gente se le meten ideas de libertad en la cabeza no ay nada que hacer”, le había dicho a Bandolino, “no sé que mosca le ha picado”, y 8


entonces Bndolino ya sabía que tendría que hace, lo que tendría que hacer. Y cuando eso sucedía, Bandolino se mostraba como un dechado de costumbres sin piedad. 3 La cabeza de un perro, arde en la luna. Que Bonetti encerrara a las chicas que tenían deudas con él, no era una novedad, pero Emma nunca había sido una de ellas, de hecho, ni siquiera se había considerado “una de sus chicas”, ¿pero si las cosas se ponían tan tensas, quién iba a evitar que aquel hombre actuara como lo hacía? Y si las cosas llegaban a esos extremos, nada podía salvarla. Obedeció en todo, y cuando el hermano de Bonetti se la quiso llevar como si le hubieran hecho un regalo, ella procuró no poner demasiados problemas porque sabía que llevaba un puñal en la espalda en cada paso que daba. Incluso después de conocer lo desagradable que le resultaba estar con él, y de someterse a sus deseos de una forma tan violenta, se desesperaba porque no podía hacer otra cosa. Algunos de aquellos hombres en el club, la insultaron y se burlaron de ella cuando salió de su habitación, porque la consideraban la culpable de las traiciones de Tarkoff y estaban deseando perjudicarlo todo lo que pudieran. -Llévatela de aquí. No quiero verla o acabaré matándola -le dijo Bonetti a su hermano sacándose el sudor de la frente-. -Es maravilloso lo que haces por mi, me gusta mucho más que cualquier otra chica que halla conocido, pero Tarkoff se va a encender cuando se entere -Observó Giovani con inteligencia. Bonetti intentaba salir de sus líos, pero con Tarkoff ya había tomado una decisión y era cuestión de elegir el momento. En cierto modo, él se lo había buscado, no le había dejado otra elección. Emma no era tan mala chica como podía llegar a imaginar, pero estaba envuelta en aquel asunto hasta las cejas, así que la solución no era tan mala, ¡ojala fuera capaz de apreciarlo! -¿Qué clase de hermano crees que soy? ¡La mejor chica es para ti. Tarkoff que se joda! -Es una especie de desconfianza. No estaré tranquilo mientras él esté cerca. Ella entrará en razón cuando lo olvide. Es extraño, creo que me estoy encaprichando con una mujer por primera vez. Ya no me voy a enamorar, no es eso, pero me gusta. -¿Te estas pillando? -Eso parece, pero no sé. Si me da muchos problemas te la mando de vuelta -dijo mirando a su hermano, y los dos se echaron a reír. No resultaba menos sorprendente para todos en aquel enredo, que a pesar de golpearla, Giovani la vestía como una princesa, le regaló unos vestidos y joyas, y cuando bajaron del avión y llegaron a su ciudad, la presentó como su prometida. A ella no le cabía en la cabeza como podía haber un hombre tan extraño en el mundo. Tarkoff se sintió muy feliz cuando recibó la carta que Emma le envió. No podía creer que estuviera viva, y mucho menos todo lo que le contaba en ella sobre su sufrimiento y el lugar donde se encontraba. Ya no estaba encerrada en una habitación con rejas, ahora podía disfrutar de la gran casa de Giovani, de la piscina y hacer libremente lo que quisiera allí dentro, usar el gimnasio, cocinar distraerse con los aparatos de música y televisión, pero un hombre la vigilaba todo el día. Nadie supo nunca como se las arregló para hacer salir aquella carta de allí, aunque posiblemente algún repartidor de comida a domicilio se la llevó y la puso al correo como la cosa más normal del mundo. En la carta le expresaba su deseo de volver a su lado, pero lo difícil que sería huir sin esperar a que le dieran un poco de confianza. Esto significaba que no se verían en mucho tiempo, y que él no debía dar un paso en falso que complicara las cosas, o supusiera mñas sufrimientos para ella. Deseaba estar con ella lo 9


antes posible, saltarse todas las leyes, matar si era preciso para liberarla, mientras esperaba el inquietante resultado de las deliberaciones de Bonetti, porque también sabía perfectamente, que nada bueno podía esperar de él. “En realidad no hemos tenido mucha suerte. Nadie que nace en nuestros barrios, la tiene. Tú y yo, somos un ejemplo de que en la vida la suerte llega de lo bien relacionados que estén tus padres para colocarte lo mejor posible, el resto son elucubraciones que no llevan a ninguna parte. Nadie hace dinero honradamente. Nadie ahorra lo suficiente como el fruto de un trabajo honrado, y nosotros nos juntamos con lo peor. Tal vez no debimos hacerlo, pero fue la vida que nos tocó.” En estos términos, Emma terminaba su carta, un alegato a la libertad de aquellos que nacen predestinados a ser carne de cañón, los pobres. Todo se iba sucediendo como era de esperar de una historia que abocaba a sus protagonistas a un final convencional, porque en la vida real lo inesperado sucede en raras ocasiones. Se sucedían los movimientos de la policía alrededor de la gran casa de Bonetti, y Tarkoff fue interrogado varias veces sobre el altercado en el gimnasio, pero no dijo nada, no podía; ni siquiera relacionó a Bonetti con aquel hecho, pero la policía ya parecía saber más de la cuenta. Todos actuaban de manera natural y calculaban las fuerzas de sus rivales. Era como si todos hubiesen recibido la orden de no moverse demasiado, y Tarkoff se volvió más precavido, pero seguía haciendo su vida normal, seguía sus rutinas de entrenamiento y salir a la tarde a tomar una cerveza al bar de un amigo. Por supuesto, para los que eran capaces de analizar la situación con frialdad y distancia, aquello estaba muy lejos de haber terminado. La mera idea de que había vuelto la calma, de que McRae ya no deseaba seguir con su guerra por la hegemonía y que las venganzas habían terminado, era una idea peregrina, de paso, sin cimientos. En la televisión intentaban dar un sensación de normalidad para calmar a los ciudadanos, se trataba de una orden política que pretendía un poco de calma frente a las elecciones que se avecinaban. Un médico había sido secuestrado para que atendiera a algunos hombres heridos con arma de fuego, cuando volvió a su casa estaba tan asustado que dijo a la policía haber sido abducido por unos extraterrestres y que no deseaba hablar con la prensa. Lo que ya nadie esperaba de las noticias era que pretendieran hacer simpatizar a los ciudadanos con aquellos maleantes, a los que en otro tiempo habían llamado empresarios o emprendedores. Tarkoff estaba de acuerdo con Emma, la cultura del esfuerzo los llevaba a entregarse en cuerpo y alma a sus amos, por un salario insuficiente, tal vez eso también había jugado un papel importante, a la hora de tomar sus decisiones. Los chicos del barrio competían unos con otros, esperando un trabajo, competían para poder matarse a trabajar, competir hasta morir, y después, aspirar a tener la tumba más grande del cementerio. No se trataba del mejor de los sueños, pero ni siquiera a Bonetti, durmiendo sobre su imperio, babeando billetes de los grandes, las cosas parecían irle bien. -Tantas prisa no llevan a nada bueno. Yo nunca fui así. ¡Maldita sea! -le dijo a su hermano mientras Giovani miraba por la ventana a Emma que hacía top-less en la piscina. Aunque su vida hubiese sido otra, Giovani hubiese encontrado la forma de atraer la atención de Emma. Estaba tan concentrado en hacerla sentirse cómoda que apenas podía recordar que escaparía en cuanto tuviese una ocasión. Y aunque no existía una forma definitiva para cambiar su mente, lo cierto era que necesitaba ese cambio si quería conservarla. Salía con ella a fiestas para las que se preparaba como una de aquellas señoras de la alta sociedad, le regalaba joyas y procuraba que todo lo que deseaba lo encontrara sin problemas. Mandó construir un tejado entre los árboles del jardín sonde ella dormía la siesta apaciblemente acostada sobre las hamacas de bambú. Cenaban en restaurantes caros y los fines de semana iban a pasear en un yate alquilado. Todo hacía parecer que Giovani se la tomaba realmente en serio, y eso no era algo que se pudiera disimular después de todo. Las actitudes violentas desaparecieron del todo, pero lo cierto era que ella no daba motivos para que se sintiera contrariado. Obedecía sin hacer preguntas y sin cuestionar las decisiones de aquel hombre que se comportaba como si fuese su marido. Todo era muy extraño, pero un día, ella empezó a comportarse como si estuviera olvidando su pasado y como si sólo le importara aquella vida regalada. Era dulce en el amor y olvidó aquella manera mecánica de comportarse, que, por otra 10


parte, a él no parecía importarle demasiado, porque después tomarla, no solía quedarse a hacerle demasiados arrumacos. Cuando al cabo de unos meses, él pensaba que tenía su “relación” reconducida y controlada, ella aprovechó un descuido y desapareció. Sencillamente se esfumó como la última vez, como si tuviera la capacidad de hacerlo sin dejar rastro. Y ese fue el tiempo que necesitó Bonetti para que todo se tranquilizara. En la prensa ya no hablaban de la guerra de bandas, y la televisión había dejado de repetir las imágenes de coches reventados por bombas de autoría desconocida. Y sin embargo, Tarkoff sabía que estaba en la mente de Bonetti, que formaba parte de sus planes y que un día lo volvería a ver. Pasaba las horas pensando en como lo podía recibir, y a qué se debía aquella fijación, al principio llegó a pensar que o se trataba de un capricho o no tenía explicación, sin embargo, después darle algunas vueltas, comprendió que aquella gente no dejaba hilos sueltos, y lo que era peor, se trataba de un mal ejemplo. Tras leer la carta de Emma, todo era más duro. Del mismo modo que intentar nuevos retos con los que poder seguir con su vida esperando momentos mejores. Creía que, como pasa con los marineros que gustan de la vela, era cuestión de esperar un nuevo viento clarificador y dejarse empujar, otros lo consideraban una cuestión de serte. Había algo que tenía en cuenta desde el principio de sus problemas, y eso era, que todo iría mejor si a Bonetti se lo llevara la policía y lo tuviera entre rejas una buena temporada, al menos podría respirar un poco. Nada estaba dentro del ámbito de lo imposible, pero la gente importante tiene sus contactos al más alto nivel, y por entonces ya le había hecho algunos regalitos a sus amigos de la policía y de la judicatura, y como parecía que favor por favor, todo entraba dentro del plano de la amistad, eso le hacía tener más en cuenta como funcionaba el mundo a esos niveles, que como cerrar una pelea entre bandas a tiro limpio. En realidad ellos se movían por un sistema patriótico de favores, por lo tanto todo era política, y también en ese nivel tenía amistades. Tarkoff se esforzaba por olvidar a Emma, se sentía muy excitado desde que había vuelto a pensar en ella a diario y si no lo hacía se volvería loco. Pero, de nuevo, llegaron hasta él noticiás sobre la chica, se había escapado de su cárcel de oro y Bonetti lo jugaba todo a que intentaría encontrarse con Tarkoff. No solo se adivinaba en aquellos movimientos que los dos tortolitos seguían muy enamorados, sino que aquel ansia de libertad, aquella forma de actuar con el desprecio por sus vidas, era más de lo que el italiano estaba dispuesto a aceptar. Había en todo aquello unas expectativas de felicidad que resultaban dolorosas a cualquiera que hubiese conocido su historia, y si el amor había de triunfar por encima de los negocios, al menos que fueran discretos, pensaban muchos de sus amigos del barrio en donde se comentaba acerca del asunto como si se tratara del día después de una partido fútbol de fin de semana. Por encima de su sueño de conseguir salir de la esfera asfixiante del barrio, estaba otro aún más difícil y tortuoso, conseguir el amor. Eso que inspiraba a todo el mundo, eso que llevaba a la gente a formar una familia aunque tuviera que sacrificarlo todo a cambio. ¿Podría dejarlo todo, y huir con Emma a un país lejano? Se preguntaba el boxeador. Mientras pensaba en ella, empezó a considerar aquella idea loca de huir. Tenía dinero suficiente para hacerse con otra identidad, comprar una casa en un lugar perdido de centroamérica, y empezar de nuevo. Comprendía perfectamente que todos los puentes habían saltado por los aires el día que se había enfrentado a su mentor, pero no sólo eso, sino que sus esperanzas de que por algún motivo legal o por sus actividades peligrosas, algún día, desapareciera, era tanto como encomendar su futuro a un santo milagrero a los que era tan aficionada su abuela. El entrenador del gimnasio, después de la pelea contra los hombres de Bandolino, le había advertido que no todo acababa allí, que volverían con más hombres y más fuerza; posiblemente con armas de fuego. Se esperaba una reacción que nadie podía calcular, la calma duraba demasiado y como se suele decir, “después de la calma llega la tormenta”, así que todos vivían con miedo y esperando ese momento. Una noche sin luna alguien le prendió fuego al gimnasio. Lo hicieron a conciencia y se quemó 11


hasta los cimientos. La intervención de los bomberos sólo impidió que se quemaran los pisos superiores, donde dormían apaciblemente, familias de trabajadores con ancianos y niños apretados en literas. Esa vez, el momento había llegado. Emma entró en su casa usando sus propias llaves, as que guardaba en su bolso y él le había dado hacía algún tiempo. Ni siquiera le dio tiempo a dejar su maleta, el la vio y se abalanzó sobre ella besándola. Aunque parecía totalmente improbable los dos seguían amándose igual que el primer día, no habían cedido ni un milímetro a su separación. Al día siguiente, muy temprano, justo antes de que empezaran a moverse los repartidores, Bonetti, acompañado de Bandolino, y cuatro hombres de los más duro que tenia en nómina se presentaron en aquella misma casa. No sólo no esperaron para subir al dormitorio, la pareja dormía profundamente. Fue el mismo Bonetti el que descargó su pistola sobre los amantes. La sábana se tiñó de sangre como si le hubiesen arrojado un cubo de pintura. Salieron con la misma impunidad con la que entraron. Un vecino oyó los disparos y salió en pijama, pero cuando lo encañonaron, volvió a entrar en su casa con tanta prisa que tropezó con la puerta del garage. A Giovani no le agradó la noticia de la muerte de Emma. Una horas después llamó a su hermano y le dijo que le habría gustado recuperarla a pesar de todo, pero que como eso ya no tenía remedio, no tenía nada que objetar al respecto. Se examinó las uñas de la mano izquierda mientras hablaba, y al momento de colgar, ordenó recoger todas las cosas de Emma, incluso los vestidos que nunca se había puesto, y que lo quemaran todo.

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Recuerdo en parada

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1 Recuerdo en parada Cuando Kimi le describió a su madre el abrigo que quería, la miró como si estuviera a punto de echarse a llorar. Al cabo de unos minutos, las dos se habían arreglado y estaban camino del centro de la ciudad para comprar aquella pieza de ropa que parecía tan extraordinaria, y que, tal vez, a sus ojos, sí lo fuera. A pesar de lo que su hermana le había dicho acerca del inconveniente de los abrigos y lo preferible de los impermeables en un clima tan lluvioso como el suyo, se encerró en su idea y nadie pudo sacarle de la cabeza aquella imagen idílica de sí misma, paseándose con él, recién salida de la peluquería, por el centro comercial. Además, conocía muy bien los “susurros inconvenientes” de su hermana cuando descubría que algo le gustaba, y eso venía sucediendo desde niña. Por fortuna ya no vivían juntas, y aquella oposición se veía muy velada por la mala calidad del sonido de su teléfono. Ese último año había sido para ella más duro de lo normal, había roto con su novio después de cinco años de estrecha relación sentimental desde que acabaran sus estudios en el instituto de secundaria Miguel de Cervantes. De aquel novio podría decir que le había enseñado todo lo que sabía del amor y sus consecuencias, y que había creído firmemente que se casarían y tendrían sus propio apartamento en cuanto él encontrara trabajo, lo que nunca sucediera. El golpe había sido tan duro, que a los primeros días de incesante llanto, le siguió una depresión de un mes que la hizo perder cinco kilos, en un cuerpo ya menudo de por sí. Con veinticinco años, ya acusaba la diferencia entre sus sueño y la realidad, y era capaz de adivinar que tendría que ser mucho más perspicaz para sacar de los chicos lo que deseara sin verse demasiado implicada o comprometida y desde entonces saltaba de una relación a otra sin tomarse demasiado en serio sus sentimientos. Para su hermana Adelaída todo había sido mucho más fácil, su marido era conductor de autobús, y aunque tenía problemas de espalda y estaba con frecuencia reposando sin ir a trabajar, tenía un sueldo suficiente, al menos para los dos y llevaban una vida sin demasiadas complicaciones (si tenemos en cuenta que eso les obligaba a renunciar a algunas merecidas aspiraciones), o eso le parecía. Kimi estaba empezando a comprender que las cosas casi nunca salen como uno las planea y que la vida pone sus propias condiciones. Encontrar a su hermana delante de la tienda que iban a visitar no se trató de algo accidental, su madre, Regina Vandeross, Había llamado por teléfono previamente a Adelaida para que se reuniera con ellas y le pidiera Thermes, el conductor de autobús, que le hiciera compañía a Luther, el padre de Adelaida. Un minuto más tarde de saludarse y entrar en la tienda, Kimi comprendió que se había tratado de una encerrona. Iba a dar lo mismo, porque por mucho que las dos la bombardearan con críticas, estaba decidida a hacer aquella compra. Pero no se trataba sólo de eso, Regina las había convocado porque hacía mucho que no veía los veía a todos juntos y quería realizar una cena familiar el sábado siguiente. También era una forma de celebrar el cumpleaños de su marido, pero eso era lo de menos, y el cumpleaños de Luther no sería hasta después de otra semana en adelante. Decidieron tomar algo en la cafetería vegetariana de enfrente, muy de moda en aquellos días, y a pesar de tener que poner leche de soja al café, todo fue bien. Kimi estaba animada con su abrigo sobre su regazo, y Adelida descubrió que también echaba de menos ver a su familia. La enloquecida vida de la gente les hacía pasar corriendo para el trabajo después de haber comido un sandwich o cualquier otra cosa rápida, y sobre todo los padres, salían disparados tirando de los niños más 2


pequeños antes de dejarlos en el colegio para volver a su tarea. Así las cosas, el día que les quedaba libre tenían el tiempo justo para adelantar la colada y limpiar la casa, y no había tiempo para visitas. Adelaida no tenía hijos, pero su tiempo tampoco era parte de la vida solvente que deseaba. Después de casarse con Thermes, su vida se llenó de obligaciones vecinales, y ayudar en al guardería popular cuidando niños ajenos, y otras responsabilidades que no sabía ni que existían, se encontró realizando tareas que no le resultaban fáciles ni con las que estuviera familiarizada, como pintar la casa, recortar cortinas, limpiar, cocinar, hacer la colada, y a última hora de la tarde asistir con un grupo de terapia psicológica que le costaba una pasta, lo que la llevó a posponer algunos de sus sueños, como hacer un viaje a Budapest o a Francia en verano, o empezar a escribir un libro de cuentos para niños. Sin duda, también eso formaba parte del compromiso con la vida, con crecer y madurar. Se había conformado con sacar adelante todo lo que tenía que ver con su matrimonio en los momentos iniciales, en los que sin duda todo sería más difícil, sin embargo, no todo estaba rodando como esperaba. La insistencia de Regina en aquel encuentro tenía algo que se parecía al remordimiento y que no estaba en concordancia con su imagen habitual de equilibrio y sobriedad. Tenía la impresión de que hacía aquello porque el control sobre su vida se le estaba yendo de las manos y que tal cosa, era debida a que no había hecho las cosas como se habría esperado de ella. No se trataba tan sólo de una nueva reunión familiar, o del cumpleaños de Luther, por lo que se había sentido tan agitada aquellos días. Tampoco se trataba de interceder en el distanciamiento, cada vez más evidente, entre sus hijas. Ni era algo que tuviera que ver con lo asustada que se sentía por la inminencia de la vejez y lo enfermo y sin fuerzas que estaba su marido. Era la necesidad de confirmar que si ella llamaba a sus hijas, lo que en otras familias llamaban “reunión familiar de urgencia”, y las convocaba para hablar de algún asunto grave que necesitaba ser tratado por todos, ellas no pondrían alguna excusa y se someterían a su... aún aceptada y respetada autoridad. Todo se iba a parecer bastante a la última fiesta de cumpleaños de Luther. Rescató de un cajón la receta de carne al horno con vino blanco y compró la misma tarta de fresas con nata en la misma pastelería. Como olvidó comprar una botella de vino, tuvo que salir a todo correr, con todo en marcha y el horno encendido, y saltarse la cola de la tienda para comprar una botella de Albariño para los comensales, y una de vino Fino seco para echar a la comida, que no era lo mejor, pero se parecía bastante a lo que siempre solía ponerle. Todo era igual, a no ser porque el homenajeado se había hecho unos análisis y nada parecía indicar que sus fuerzas fueran a mejorar y que cualquiera de sus enfermedades no avanzaran más de lo esperado en poco tiempo. Regina no podía imaginar que nadie durante la cena pudiese tocar el tema, que alguien dijera, “sí, por favor, hablemos de las enfermedades de Luther”, o que alguien le respondiera, “Sí, me encanta ese tema, queremos saber más sobre ese tema”. Como no quería sorpresas puso a sus dos hijas sobreaviso, Luther estaba muy impresionable y todos debían decir que lo veían con muy buen aspecto. Sobresaltó ligeramente a sus hijas al decirles eso, sobre todo porque notaron la seriedad en su semblante, pero no era un secreto para nadie a esas alturas, que lo de Luhter no tenía arreglo y que el día menos pensado iba a suceder lo que todos ya suponían desde hacía tiempo. Thermes se vistió como si se tratara de una boda, cuando todos lo miraban como algo más informal, pero Adelaida no le dijo nada porque era la única ocasión que tendría en muchos meses de sentirse un burgués afortunado, si era capaz de meter su estómago -las malas digestiones conduciendo en el autobús y su afición a la cerveza lo habían hecho crecer como el neumático de un monovolumen de los más grandes-, aquel pedazo de carne que se movía como gelatina, en la medida de un pantalón que se había comprado dos años antes y que no se había vuelto a poner desde entonces. A pesar de sus intentos por convencer a Luther de que se duchara antes de la cena, Regina no consiguió levantarlo del sillón, y cuando se quedó dormido no quiso molestarlo hasta que la cena ya estuvo preparada y todos listos para sentarse a cenar, pueden imaginar el tipo de cara de despiste que 3


se le quedó cuando los vio a todos bromeando sobre la bella durmiendo y esperando por él. Unos días antes se había hecho un reconocimiento rutinario que nada tenía que ver con otras enfermedades. Lo hacía como algo rutinario desde que contratara su nuevo seguro. Aunque fingía encontrarse perfectamente, el enfermero que le extraía la sangre y le mandaba soplar en el espirómetro, no parecía demasiado animado a darle conversación, si es que eso tenía algo que ver con la idea que podía hacerse por su aspecto de su verdadero estado de salud. Si aquel aparato para soplar pudiera medir cuanto le quedaba de vida, eso sería el resultado de su fuerza pulmonar, y de cuantos suspiros le quedaran aún por mostrar. Espirar, como representación del último suspiro, no era nada más que el final de una cuenta atrás, agotamiento de del número cero, la parada definitiva de la memoria y la caída de la tensión pulmonar. Él mismo retiró el tubo mojado del aparato y lo arrojó a la basura. El resto fue como esperaba, la interpretación cardíaca no pareció sorprender a la doctora y la auscultación tampoco fue tan fría y distante como recordaba. Se vistió y se fue todo orgullo al encuentro de Regina que lo esperaba en la sala contigua, ella lo miró y pensó que con sus problemas de memoria, la necesidad de aquellos análisis eran de todo punto cuestionables. Aunque fingía que no era así, le gustaba verlo alegre por someterse a aquellas pruebas y seguir en la creencia de que, después de todo, era un hombre fuerte en lo físico. Nadie parecía capaz de establecer una diferencia entre lo que era tener un cuerpo físicamente envidiable, y las sombras de la salud que podían cernirse sobre él. En el pasado, Regina no hubiese podido imaginar que su marido se iba a ir antes que ella, pero todo parecía indicar que iba a ser así, tal vez pasaran años pero todo indicaba que los médicos no mentían cuando decían que se iría apagando como una vela. Cuando él le preguntaba que le pasaba, ella le respondía que estaba muy viejo y que “el riego” le jugaba malas pasadas. Él había empezado a darse cuenta de que su deterioro no era normal, que no podía seguir algunas conversaciones por fáciles que le parecieran y que no podía hacer nada por resistirse a ese envejecimiento acelerado al intentar interpretar, ver, entender o expresarse. A las chicas se les permitía casi todo. Regina las dejaba deambular por el piso desde muy temprano pero no le gustaba que la desplazaran en la cocina, en ocasiones, ni siquiera que le facilitaran la labor ofreciéndole lo que le hacía falta, o simplemente picando ingredientes. Los buenos pinches de cocina, para ella no existían, mucho menos en cocinas tan pequeñas. Para levantar a Thermes del sillón, Adelaida le metía en las manos los cubiertos y servilletas, y lo instaba a poner un mantel sobre la mesa del salón. No solía pillar la indirecta, pero lo hacía. Podía haber salido a tomar una cerveza para hacer tiempo, conocía el barrio y lo había hecho otras veces, pero prefirió hacerle compañía a Luther y permanecer a su lado, los dos en silencio viendo los saltos de esquí sin demasiado interés. Thermes no era del tipo de persona que interpreta las relaciones con la familia política sin dificultades, para él, un vacío era un vacía viniera de quien viniera, y nunca había pretendido caerle bien a todo él mundo. Sabía que nunca sería suficiente para Regina, es decir, ningún hombre sería nunca suficiente para sus hijas, pero hasta ahí podía llegar. Cuando se les hacía tarde, y empezaba a ponerse cómodo, Adelaida le hacía señales con los ojos para que se levantara, ya le había pasado otras veces y no acababa de entender porque en aquellas ocasiones necesitaba estar siempre alerta. Se levantó y Luther lo miró sonriendo, empezó por retirar el florero y las fotos de familia. Las puso sobre un mueble. A Regina no le gustó el sitio, tal vez porque no lo consideró seguro y acudió para rescatarlas. Adelaida no quería dar la sensación de actuar, ni de comportarse con la artificialidad de otro momento, justamente cuando había llevado a Thermes por primera vez a su casa para presentárselo a sus padres. Estaba tan orgullosa, no sólo de su novio, sino de lo conseguido y la seguridad que tenía en el desarrollo de su noviazgo hacia algo más serio y muy inalcanzable con los tiempos que corrían, el matrimonio. Por el contrario, intentaba ayudar, ser práctica, dejar a un lado lo accesorio para que todo saliera bien; era muy consciente de que en los últimos tiempos todo se había complicado bastante para su madre. Era como si la vida le hubiese dado el lugar de hermana mayor y tuviera que asumir responsabilidades que desconocía por ello. Era su lugar y no otro, y la reunión tenía que 4


servir para que empezara a ser consciente de la situación en que quedarían si Luther desaparecía. No era una mujer asustadiza, ni esquivaba su responsabilidad. De todas formas, si eso era lo que parecía, todos se equivocaban, estaba intentando ser útil y entender lo que pasaba. Después de entrar, besar a sus padres con especial interés y dejar sus abrigos en un perchero, Adelaida tuvo la necesidad de sentarse un momento. Se detuvo, dejó de pensar, hubiese dejado de respirar si eso fuera posible sin problemas, se hubiese apagado durante unos minutos -ya lo había deseado otras veces. Tener la posibilidad de desconectarse a su antojo hubiese sido una gran ventaja en su vida, y lo había deseado desde muy niña-. Su madre se reunió con ella mientras los otros de concentraban en la televisión o en las revistas que había sobre la mesita. Se aproximó en silencio, como solía hacer, capaz de amortiguar cualquier arrastre de las zapatillas. Estaba tan cerca que la podía sentir respirar y le puso la mano sobre el hombro. Creyó que se balanceaba, pero no, sólo había recogidos los brazos sobre su estómago porque no había tenido un día sin más motivación que salir a esa hora de la tarde de casa para su reunión. -Estas cansada. ¿Algo va mal? Regina no había tenido ocasión de hablar con ella en mucho tiempo, no al menos sin un teléfono por medio. Le resultaba complicado tener que esperar un momento así para hacer una pregunta como esa, un tipo de pregunta que sólo surge si puedes ver la cara de tu interlocutor, su aspecto o sus ojos fatigados. Adelaida soltó un soplido. No esperaba que se le acercara tan pronto y se sentara a su lado. Tenía ganas de hablar y aún no había encendido el horno. -Hay días que nada sale como se espera. Thermes quiso hacer sus ejercicios a primera hora de la mañana. Ya saber, se estira como un gato sobre la alfombra, y después lo tengo que ayudar porque no es capaz de levantarse del suelo. En un momento se hizo daño, y se levantó con dolor de espalda. No quiso ir a urgencias, le dí una pomada y dice que está mejor. Por un momento pensé que no podríamos venir hoy. Estoy segura de que esos ejercicios no son buena idea. Él está convencido de lo contrario. Me gustaría que estuviera mejor, de cualquier manera, con médicos o con un entrenador personal, pero su lesión es crónica. Así que lo llevamos como podemos. Thermes la miraba desde su sillón, intentando insinuar con un gesto de sorpresa que no estaba de acuerdo con ella. -Debió de ser uno de esos días, sí. Llegan sin avisar. Hay algo que te quería preguntar desde hace un tiempo y estaba esperando un momento como este, y cogerte desprevenida -Regina se rió como si hubiese dicho su peor maldad en mucho tiempo. -Pues espero que no sea nada tan vergonzoso como parece. -Quiero tener un nieto mientras aún pueda disfrutar de él. ¿Cuándo? -Una cosa está clara, no ahora. No es el momento. No nos sentimos con fuerzas, y si viene no quiero que le falte de nada. De todas formas, tú lo sabes, nunca tuve eso en mente, ni siquiera cuando me casé. No puedo estar segura de entender lo que significa formar un familia y todo lo que eso conlleva. Necesito tiempo, pero entiendo que me lo preguntes. Para Adelaida, los niños siempre había sido una molestia, casi rivales en su relación con otras personas. No podía estar hablando con sus amigas y no sentirse molesta si sus hijos las interrumpían reclamando toda su atención. Esa era la verdad, nunca le habían gustado los niños. Después de su matrimonio necesitó apartarse de sus amigas, de la vida de diversión y la búsqueda de su pasión por la vida, tan apagada en otro tiempo. Su nueva situación buscaba un equilibrio que le hiciese entender que nada de lo que había estado haciendo hasta entonces, era tan importante. Hacía todo lo posible porque no se le notara, pero no le gustaban los niños, por eso se había dedicado a divertirse sin sentir el apremio de una vida tan tradicional. Es posible que hubiera otras cuestiones que intervinieran en esa forma de plantear su juventud, pero no tener prisa, fue determinante. -A ella no le gustan los niños -dijo Thermes desde su sillón-, todos lo sabemos. Se lo he pedido, pero no quiere -thermes sonaba con cierto resentimiento, como si se hubiese obligado a intervenir, 5


pero se cayó y no volvió a abrir la boca. Adelaida lo miró con recelo, pero no el contestó-. -¿Aún no está del todo bien? -Ni un poco. Es como si un perro lo tuviera mordido en al espalda. Debe ser horrible. Era agradable el olor del café recién hecho, pero sólo Regina quiso tomar. Además, habían puesto la calefacción y todo resultaba tan pausado como siempre sucedía, como si la madre fuera especialista en crear aquel ambiente tan cómodo para todo, hasta para Kimi que era la más independiente en tales situaciones. En una ocasión en que Adelaida le había confiado que había discutido con Thermes y que estaba muy molesta con él, Kimi le había respondido que la casa estaba llena y que no había sitio para nadie más y que por lo tanto ya podía reconciliarse lo antes posible, ésto daba una idea de lo directa, celosa de su espacio, y lo cruel que podía ser con su hermana mayor. A veces creía que la suya era una familia de resentidos y que lo ocultaban hasta que la presión los superaba, pero cuando se tranquilizaba se le pasaba. Ni Kimi ni Adelaida, habían sido educadas para tener una vidas fuera de lo convencional. La boda de Adelaida, sin embargo, había sido por el juzgado y a la carrera, apenas diez personas de su entorno más escogido estaban en ella. En aquel momento, Luther ya empezaba a ser consciente de que algo no funcionaba bien en su cabeza, se había vuelto serio y preocupado, pero con el tiempo se le pasaría y dejaría de preocuparse por su enfermedad, sobre todo porque la olvidaba. Tampoco fue, en ningún momento, consciente de lo que significaba y a donde lo llevaba, y los pormenores y condiciones que imponía en su vida, también desaparecían de un día para otro. Ese aspecto tan negativo para otros de su delicada situación, a él le confería la habilidad de enfrentarse a cada nuevo día sin las preocupaciones del principio. Si las fotos en las que había tomado parte en la boda de su hija, aparecía tan serio que parecía enfadado, con el paso del tiempo, parecía haberse instalado en una indiferencia que daba paso a pequeñas sonrisas si le eran solicitadas. No había precedentes de una enfermedad así en la familia, todos se morían de viejos o por por muertes repentinas debido a dolencias coronarias no diagnosticadas, pero ni Regina de sus hijas, parecían asustadas ante la perspectiva de tener que cuidar y llenar de atenciones a un enfermo en una enfermedad larga de las que te van dejando sin fuerzas hasta que te mueres, y ese parecía que iba a ser el caso de Luther a la vuelta de unos años. -Por favor Adelaida, ven a la cocina y me ayudas a cortar la carne. -Claro, sólo déjame un minuto, que respire -respondió a punto de decir, “estabas esperando para cazarme con las ayuditas”, pero no lo hizo, y en su lugar, añadió-: No te preocupes, en un momento estoy allí. La miró como se alejaba mientras se apoyaba en la mesa, más llena de resignación que de otra cosa, sin comprender en lo mucho que Regina deseaba hablar con ella y, por supuesto, insistir en la idea de su fertilidad desaprovechada. 2 Nadie puede frenar el deseo, nacidos para llegar tarde. A Kimi no le gustaban ese tipo de reuniones, pero no podía perdérselas. Por algún motivo que no llegaba a comprender, había cosas de las que se enteraba en ellas, que nadie le contaba. La hacían sentirse decaída e inocente desde unos días antes. Era algo entre el sentimiento de culpabilidad porque ella no ponía lo suficiente de su parte, pero también de lamento porque nadie contaba con ella lo suficiente. No dejaba de compararse con su hermana y se preguntaba si su madre era 6


consciente de la descarada preferencia que tenía por Adelaida. Por supuesto, siempre lo había negado y había afirmado categóricamente que para ella sus dos hijas eran iguales, pero Kimi sabía que no. Le habría gustado quitar el tema en una de esas ocasiones, ya lo había pensado antes, pero se mantenía firme en su idea de que la falta de aprecio se paga mejor con el silencio. Cuando era niña, tímida y cerrada en sí misma, le ofrecían dulces y los rechazaba, entonces Regina retiraba su mano complaciente y decía, “para quien no quiere, tengo yo mucho”. Kimi sabía que aquellos dulces desaparecerían para siempre, tal vez se lo daba a una vecina, o a un niño en plena calle, pero nunca se los volvería a ofrecer o los dejaría a mano para jugar con sus tentaciones. Sencillamente, desaparecían. No estaba demasiado orgullosa de aquella educación entre lo victoriano y lo espartano, aunque en muchos aspectos había moldeado en ella un carácter inquebrantable, ¿acaso no era eso lo que la había hecho sufrir tanto en tantas dulces ocasiones rechazadas? Miraba a su familia con cierta distancia, como si estuviera en un laboratorio mirando bacterias desenvolverse por impulsos, como si hubiera algo que entender que se escapaba al ojo frío del investigador. Fatiga, eso era lo que sentía por encima de todo lo demás, y sin embargo, no lo reconocería. La jovialidad que desplegaba no era real, pero a nadie parecía importarle, estaban empatados también en eso. La televisión había empezado a dar el informativo, muchas noticias no sólo eran repetidas del día anterior, o del parte del mediodía, sino que parecían tomadas del año anterior. Puesto que se había propuesto no hablar más de la cuenta y dejar que Regina lo organizara todo a su manera, Thermes se limitaba a mirar a su alrededor para controlar los movimiento y señales de Adelaida; no se trataba de que le pudiera pasar nada inesperado, o que la siguiera con la vista como se sigue a los niños para que no se metan en líos, lo hacía porque a ella le gustaba expresarse en silencio, hacerse entender con gestos y expresarse con el rostro o con la posición corporal. Sin hablar, Thermes podía saber si se encontraba incomoda, si deseaba irse, o por el contrario, si lo estaba pasando bien o si aceptaba su intromisión en conversaciones que, al fin, nada tenían que ver con los hombres. Los dos habían planeado un viaje por Francia que les llevaría al menos una semana, era algo muy deseado pero aún no se lo habían dicho a nadie. Eso sucedería al cabo de unos días y Thermes debía empezar a trabajar para coger sus vacaciones y poder hacerlo, todo parecía bastante bien organizado. Tenían un mapa con los lugares que querían visitar, y habían revisado el coche a conciencia. Posiblemente a Adelaida le hacía una ilusión especial aquel viaje, sobre todo porque había estado dándole vueltas a la idea de que su matrimonio no estaba funcionando, y que sería una buena ocasión para comprobar si realmente era así, o tan sólo se trataba de imaginaciones suyas. Kimi se sentó a su lado procurando no moverse demasiado, de forma casi imperceptible, y sin apenas levantar la voz más que en un susurro le preguntó a Thermes si él y Adelaida no iban a tener hijos. Era la continuación de la conversación que había oído que tenía su hermana con su madre, y sintió tanta curiosidad que empezó a meterse en ese jardín sin ninguna necesidad. -¿Hay algún impedimento físico? -preguntó haciendo gala de su habitual descaro, pero haciéndolo sonar como si creyera que había entre los dos una confianza que en realidad no parecía real. Después de haber permanecido en silencio durante más de media hora escuchando la respiración ruinosa de Luther, la pregunta de Kimi, tal vez pretendía molestarle pero le sonó como una bendición. La miró adormilado y le sonrió. La atención de la hermana pequeña, aunque tuviera una motivación aviesa, hacía que haberse vestido para la ocasión ya valiera la pena. -No, querida, no hay ningún impedimento físico. Los dos estamos en plena forma. Le pareció que Kimi se excedía en su confianza con demasiada frecuencia y ya todos sabemos lo que se dice de la confianza. Era sorprendente observar con que facilidad elucubraba maldades, como si no hubiese crecido y se mantuviera en las suposiciones maliciosas de los quince años. Tenía apenas unos minutos antes de que Adelaida se diera cuenta de la maniobra y acudiera en su ayuda, pero si en otro tiempo aquel proceder le había servido a Kimi para hacer salir espantados a los novios de su hermana, con Thermes ya no resultaba. Cuando el compromiso estaba formalizado, los envites de Kimi no pasaban de gracietas, y además, si al principio le cogieran por sorpresa, con el paso del 7


tiempo ya había aprendido a conocerla y sabía lo que se podía esperar de ella. Tampoco era la primera vez que intentaba intimidarlo, y antes de sentarse, la había observado intentando descubrir de qué humor se encontraba, pero eso no era tan importante para nadie más. No tendría que haberse sorprendido por aquella primera aproximación, ni siquiera por el entusiasmo infantil que Kimi ponía en sus preguntas. Sin embargo, que un conductor de autobús, embrutecido por horarios que terminaba por extenuar hasta a los físicamente más preparados, limitado inteluctalmente y deprimido por su lesión en las espalda, ni siempre era capaz de encajar las ironías de una joven universitaria sin nada que perder. No siempre resultaba fácil, pero no deseaba aislarse sólo por eso. En esta ocasión, no fue el resultado de la impertinencia de su cuñada, pero la casa era de planta baja y tenía un patio trasero, así que se levantó y se fue a fumar sin apenas hacer ruido. Eran más de las siete de la tarde y ya era de noche, eso ayudaba para no ver las cosas que a los vecinos le caían de las ventanas y permanecían meses en aquel lugar, Por fortuna había un pequeño tejado encima de la puerta y Luther se apoyó en la pared. Cuando sus ojos se acostumbraron a la oscuridad pudi ver un triciclo robo destrozado, ¿era posible que alguien hubiese tirado un triciclo desde una ventana y se hubiera estampado contra el suelo de la terraza? La última vez que habían estado allí. Adelaida había comentado que tendría que ayudar a su madre con aquello o se les iría de las manos. Mientras le daba una calada a su cigarro, Thermes calculó que los objetos que los vecinos no reclamaban por no serles de utilidad se habían doblado desde la última vez y que alguien los había amontonado como si estuviera dispuesto a hacer una hoguera con ellos. -Thermes -exclamó Adelaida al tiempo que tropezaba con el marco de la puerta de aluminio que también se prolongaba por el suelo-, te escurres como una anguila, ¿te encuentras bien? Eres un especialista en escapismo, nunca me acostumbraré. Estuve a punto de ir al bar. -Conocí una vez a na chica que se parecía a tu hermana, cada vez que abría la boca era intentando molestar -le respondió-. Era muy mediocre. -Tal vez tenía otros méritos. -Tenía el pecho grande y la nariz ganchuda. En aquel momento a mi me pareció atractiva, pero era insoportable. La estrategia formaba parte de la paciencia (o al revés) cuando sabía que no se sentía cómodo. Era una forma de controlarlo, como si se tratara de un cachorro hambriento e insoportable de una fiereza irreductible por los métodos habituales. Digo fiereza, porque algo ardía en su interior que no siempre exteriorizaba, no siempre dejaba salir ni exponía a la vista de todos, pero existía. En otras ocasiones, aún en desacuerdo, ella era más templada, tranquilizadora, a veces. Pero no era uno de esos momentos cotidianos que se pueden aplazar y darles forma, era otra cosa la que al daba vueltas en la cabeza aquel día, no podía resistirse a las estúpidas comparaciones y soltar también lo que ella pensaba. Podía tratarse de una forma de agotamiento, no era necesario analizarlo todo, estaba resuelta a no ser demasiado condescendiente en aquel momento. -La conocí, era una chica de mirada lánguida, pero tú sólo te fijaste en sus pechos y su nariz -le dijo-. Sabes que fumar tanto no te hace bien, por la mañana empezarás con tu sonata de toses y ronquidos. Te haría falta tu público en un momento así, como los que aplauden tus chistes en el autobús -era un comentario que parecía destinado a o reducir la importancia de sus diferencias. -Éramos muy jóvenes entonces, estuve un tiempo con ella y me obsesionaban sus pechos. Yo no tengo la culpa que no tengas un pecho desbordante como os gusta a las mujeres tener, pero ¿la habría rechazado si no me gustaran tus pechos diminutos? No debes reprocharme algo tan tonto. No es por eso que fumo como si me fuera la vida en ello, lo necesito, me calma. Es como si pensara que ya que no puedo hacer nada por que el mundo sea un lugar mejor, al menos puedo terminar de matarme con este veneno. Y no me hago el gracioso con los pasajeros, de hecho, apenas hablo con ellos; normas de la empresa. -Es que, a veces tengo la impresión de que te está volviendo un amargado y no sé por qué. -Me enamoré de ti y te deseé desde el principio. Te miraba y me llenaba de deseo, no me digas que 8


no lo notabas. Cuando empecé a subir a tu casa, buscaba cualquier momento libre para subir o buscarte por los sitios que frecuentabas. No pasaba desapercibido para nadie que estaba obsesionado. A veces no e paraba nada más que con los que te conocían, les preguntaba si te habían visto y me miraban como si estuviera tarado. -No sabía que hubiese sido así. Yo sólo lo veía como un amor normal. Dos personas se gustan, se acercan y se enamoran. -Hice todo lo posible por que no te dieras cuenta de a dónde llegaba mi gana por tenerte, si lo hubieras notado es posible que hubieses salido corriendo. -No creo. -Por eso empecé a fumar, por el miedo a perderte, y desde entonces no he podido dejarlo. El tabaco me tranquiliza y me permite vernos como una pareja de igual a igual. Así pues, empecé a moverme por todos los lugares en los que podía comprar, tabaco y empece a fumar pitis, mentolados y cualquier cosa que me pareciera una novedad. Yo no era consciente de que pudiera llegar a engancharme psicológicamente como lo he hecho, como un adolescente que necesitara fumar a escondidas -y continuó-. Jamás pensé que fuera a tomar esta dimensión y que tuvieras que soportar una vida al lado de un hombre como yo, si no te gusta el tabaco, ni su olor ni lo que representa. Debo darte asco. Lo veo claro ahora. Adelaida soltó una risa nerviosa. -No digas tonterías. Ser tan negativo no soluciona nada. Durante años habían compartido sus deseos, sus sueños, hasta sus más íntimos pensamientos, pero era como llenar una caja de juguetes sin ningún progreso, como si se hubiesen acostumbrado a respirar con la nariz fuera del agua cuando las pequeñas decepciones les iban llegando al cuello. Ellos no parecían darse cuenta, pero los años de convivencia no querían decir nada, su relación aún estaba empezando y, en ocasiones, se miraban como si no se conocieran lo suficiente. Por fortuna, los dos eran capaces de guardar las formas, y a pesar de la excitación en algunos momentos, sus voces no eran dadas a subir el tono más de lo preciso, y no parecía necesario, porque eran capaces de expresar su acritud en toda su dimensión si llegar a eso. En cambio, Adelaida era capaz de golpearlo con sus ironías, con su risa punzante y el desprecio de sus argumentos. Era capaz de dejarlo con la palabra en la boca, e incluso, de repetir delante de extraños, alguna frase que le pareciera ridícula y con la que deseaba castigarlo. “Yo no tengo necesidad de pelearme con mis compañeros por los trayectos mejor pagados”, incidía ella como si él se creyera un millonario, como si pretender que les sobraba el dinero fuera una grave afrenta, y poniendo aquella voz de pato Lucas que a él tanto le molestaba. Si alguien no los conocía y los viera en una de sus actuaciones, podría pensar que se tenían una manía insuperable y brutal que no serían capaces de superar, pero lo cierto es que estaban empezando a acostumbrarse él uno al otro, y, después de todo, las parejas que no se separan no es porque no tengan diferencia sino porque son capaces de acostumbrarse a ellas y sobrellevarlas como una incomodidad, un precio a pagar por la vida que habían elegido y que se vería compensada de otra forma en el futuro. -No es cuestión de como me siento yo, es cuestión de que necesito verte más tranquilo -continuó ella. La gente expone sus problemas en público, lo he visto un millón de veces. La mayoría deciden separarse como la gran derrota de sus vidas, algunos con hijos y con más veinte años de convivencia familiar. No quiero que eso nos pase. Pero a nosotros no nos debe importar lo que hacen otros. Hemos pasado por peores momentos, o al menos, parecidos a éste, habíamos previsto que no fracasaríamos cuando los momentos difíciles llegaran, por eso me duele verte tan superado. Ella parecía capaz de sacarlo todo en el momento más comprometido, cuando en casa, los dos en silencio, no se habían atrevido a abrir la boca en todo el día. Era como si estar en casa de sus madre le diera una nueva dimensión a sus certezas. Ni siquiera pensó en como debería estar disfrutando Kimi si estuviera escuchando detrás de la puerta. Aquel comportamiento no era lo que se esperaba de ellos, pero la idea de que Adelaida no deseaba tener hijos hasta que su situación económica no 9


estuviera más consolidada, empezaba a rondar el inconsciente de Thermes. Intentar averiguar lo que les pasaba, sacar a la luz la raíz de su desencuentro, formaba parte de la teoría rabiosa de algunas discusiones. Alguna gente no soporta discutir, nunca lo hace menos que haya una afrenta o un desencuentro mayor por medio, éstos son los ñunicos incapaces de entender que alguna gente discute porque se importa, aunque Adelaida hubiera empezado a pensar que eso ya no era tan probable como al principio. Matar unos cuantos sueños a traición era aceptar que habían empezado a fracasar, pero, al mismo tiempo era intentar conservar lo mejor de su relación. “Tal vez nos hemos pasado con nuestras expectativas”, le dijo Thermes en una ocasión, porque, al fin, era él que estaba dispuesto a ceder más. Fue en ese momento cuando ella empezó a preocuparse por su relación. No tenían mucho dinero ahorrado y se lo iban a gastar en un viaje por Francia, la tierra del amor y las cigüeñas, y ni siquiera estaba segura de que eso fuera lo más conveniente. Por su parte, Thermes había empezado a pensar que no había resultado tan buen partido como creía que era, y tener tan buena opinión de sí mismo, tal vez había confundido a otros, pero si Adelaida consideraba que merecía una vida mejor -lo que no sería extraño, porque los sueldos de la compañía de autobuses no eran nada especialmente denso-, contra eso no iba a poder luchar. -Recordaremos este tiempo por estas peleas... silo superamos -dijo él después de un largo silencio-. Pasamos de un reproche a otro olvidando que es lo que en realidad mueve nuestras discusiones, o al menos, lo que las inicia. Mi acritud hacia tu hermana está más que justificada, es una inmadura, ya lo hemos hablado otras veces y no pretendo ponerme en un plano superior al decir esto. -Nunca muestras todas tus cartas, ¿o es así? -Entre tú y ella, en cada nueva reunión, hacéis que me sienta cuestionado, no es un secreto que no vengo de buena gana. Aseguras que me quieres, pero me siento tan presionado, y no sé en que momento empezó ésto. -¿Tu quieres saber cuándo empezó ésto? ¿Y acaso yo no quiero saberlo? Todo gira a tu alrededor, ¿y que hay de mi? No tengo miedo a montar una escenita para que todos nos oigan, no sólo mis padres, también los vecinos. Que todos sepan que clase de relación congelada nos une. No me valen tus excusas de que te duele la espalda y que eso te frena la libido, o que fumas para retraer el dolor. El dolor de espalda no crea actitudes tan arrogantes. Echo de menos algunas emociones, ¿eres capaz de entender, en qué momento empezó eso? En ese momento, Thermes la miraba como si fuese una mascota que se vuelve loca y peligrosa, y a la que no podría calmar sin exponerse. Si pretendía cambiar el tono, seguramente ella explotaría del todo, pero eso no frenaba su idea de que ella estaba deseando ser abrazada. Nada había sucedido de la forma más conveniente, y se arrepentía de haberse quejado del cinismo de Kimi, quizás todo se hubiese contenido si no fuera por eso. La hermana pequeña se había salido con la suya, en cierto modo. Se estaban distanciando, eso era obvio para todos, aunque tal vez no les importara. En algún momento, cuando se encontrara mejor, tendría que reconciliarse consigo mismo antes de hacerlo con los demás. La discusión siguió hasta que los dos estuvieron convencidos de que no iba a suceder nada, ni nada iba a ser dicho que pusiera un principio de cordura en el deseo apagado de amarse como en otro tiempo. Pero Thermes siguió allí inmóvil, apoyado en la puerta, mirándola incrédulo. En otras vidas imaginadas alguna vez, todo había sido de color de rosa, no había lugar para tantos reproches contenidos. -Pues yo también tengo mis dolores, que lo sepas -continuaba Adelaida-. Acaso crees que me agrada que te llame esa chica de la oficina de personal. Con esa voz de enterada que en nada ayuda, buscándole tres pies al gato. La vi una vez presumiendo de estatus, con sus vestidos caros, su figura impecable y su piel de cremas de trescientos euros. Entonces, Thermes la miró como si se hubiese vuelto loca. Comparándose con una mujer que tenia una casa con piscina y un marido arquitecto que la llevaba al trabajo en un coche descapotable. Le pareció que en su voz había un todo de franca envidia. -Esos andares de señora, y esos aires de superioridad. He puesto mucho en nuestro matrimonio, y 10


me encuentro como deseando encontrar una salida a este laberinto. No quiero llegar a vieja sola y borracha. Me aterra esa idea. Ahora ya lo sabes. Si no le prestaba atención la provocaría, pero si iniciaba un movimiento de aproximación, ella lo rechazaría. Así que continuaba allí parado sin moverse, congelado, si atreverse a decir ni una palabra. Cuando Adelaida volvió a la cocina su madre la miró fijamente a los ojos, reprochándole por lo que acababa de suceder. -Os he oído discutir. No deber tratarlo así, de hecho, no debes hablarle en ese tono a nadie. ¿Quieres un pastel? Los guardaba para el postre, pero te vendrá bien echarle un poco de azúcar al organismo. -Nada pasteles mamá -rechazó alargando las palabras con resignación. -¡Pues sí que estamos bien! Yo deseando compartir con alguien mis problemas y tú te has adelantado. -Supongo que debo parecer patética. -En absoluto. Cuando nos sentimos mal y no existen razonamientos capaces de someter ese malestar, no debemos tragarlo todo. Adelaida la miró con agradecimiento por sus palabras. -Por supuesto que él tiene sus frustraciones -se justificaba la hija-, pero no quiero ni oírlo, yo también me siento mal. No hablemos de eso, él puede oírnos. -Querida -dijo Regina y se detuvo como si le costara encontrar las palabras para lo que quería decir-, lo mejor que tienes ahora es tu matrimonio, no dejes que se estropee. Nunca legué a entender del todo a Thermes, ni creo que lo conozca muy en profundidad, después de todo no nos vemos tanto, pero me acostumbré a él, creo que es un buen chico. Y es todo lo que voy a decir al respecto. Cuando en el pasado, había tenido alguna pequeña discusión con Thermes, nadie había salido en su defensa, y aquello la cogió por sorpresa. Su madre,de la que siempre había esperado que se preocupara por su felicidad, ahora le decía que esa felicidad dependía de aferrarse a lo que en aquel preciso momento la estaba haciendo infeliz. O tal vez le quería hacer ver que no era él, sino como se había complicado todo. ¿Sería eso, o era que no sabría explicarle a su madre que él se había convertido en un témpano de hielo y ella se sentía abandonada? Una media hora después, Luther se había quedado dormido y Kimi le limpiaba la baba que le caía por la comisura de los labios, cuando sonó el timbre, Ella se levantó de un salto y se dispuso a abrir. Había estado toda la tarde esperando aquella visita, pero no se lo había dicho a nadie. Era su nuevo novio, el cuarto en la lista de los presentados a la familia, si las cuentas no le fallaban. Él no le había asurado que iría, pero al final lo había hecho, aunque llegaba una hora más tarde de la que habían quedado. Se besaron en la puerta tan largamente que a Adelaida le tiempo a ver lo que sucedía y hacerse una primera impresión acerca del chico, que casi le quitaba una cabeza a Kimi y se encorvaba para recibir aquella efusiva y sensual muestra de agradecimiento por su esfuerzo. Los besos apasionados y largos como aquel, en momentos tan señalados establecen los mombres del compromiso, al menos por parte de Kimi, que le mandaba un mensaje claro, había que dar pasos firmes hacia un compromiso para que todo siguiera funcionan y, lo que parecía evidente, para que aquella llama de travesuras no tuviera final. Para Kimi significaba mucho, no podía seguir acumulando fracasos indefinidamente sin terminar de comprender, qué era lo que hacía mal. Al menos estaba de nuevo en marcha, y le pareció que Parsifae podría acostumbrarse rápido a dormir a su lado y echarla de menos al dejar de hacerlo, y eso ya era mucho más de lo que se podía esperar de un hombre en esos tiempos. Podría adaptarse a ella y a todo lo que representaba, porque sabía por experiencia que otros chicos no lo hacían y cuando ella les habían faltado, ni siquiera la habían echado de menos, es decir, si estaba les parecía bien, pero si no estaba, eso les daba tiempo a ocuparse de sus aficiones. Y recordaba, cuando pensaba en esto, sobre todo, a aquel músico que parecía más inclinado a salir de gira que a quedarse con ella, a ir a ensayar que a esperarla para un paseo romántico, o a salir con los amigos de pubs y cervezas, antes que dedicarle a ella ese tiempo 11


libre. No, nada había sido fácil para ella en sus pasadas relaciones, ¿habría sido la causa, el exceso de libertad e independencia que se daban sus parejas? Ella había leído en alguna parte, que las parejas que funcionaban se daban mucho espacio; todo era un lío, pero al menos disponía de un par de horas para demostrarle a Parsifae que podía encajar perfectamente en un caos familiar similar a otros, aún más endiabladamente numerosos, con niños corriendo y gritando, y abuelos pidiendo sus pastillas o que los acompañaran al baño a orinar. Cuando separaron sus labios y ella abrió sus ojos, a Adelaida le había dado tiempo a dejar una plato de entremeses en al mesa del salón y seguir mirándolos al volver. Cuando eso sucedió, Parsifae seguía apretando a Kimi contra sí para que sintiera que aquel beso le había provocado una erección, lo que no era extraño en él que se excitaba con facilidad. La voz de su madre resonó desde la cocina, ¿quién es?, y Adelaida le contestó convencida, “Creo que kimi tiene otro novio”, y se echó a reír, porque su respuesta había sido una maldad destinada a cuestionar la solemnidad que su hermana quería darle a aquel momento. Todos siguieron el guión de las formalidades y las presentaciones se hicieron sin demoras, Parsifae era de buena familia y Thermes lo vio llegar y aparcar con su enorme y caro coche deportivo. Se movieron a la sala y allí le hicieron algunas preguntas de cortesía, como iba a quedarse a cenar le hicieron un sitio a un plato más en la mesa y consideraron que si Kimi quería pasar toda la noche abrazada a él, no debían hacer ningún comentario jocoso, aunque era posible que lo mereciera. Thermes volvió a sentarse en el sillón al lado de Luther que miraba lo que sucedía con incredulidad, sin moverse del sillón durante todo el proceso de recepción, pero a ratos, le sonreía a Parsifae como si lo conociera de antes. Todo estaba muy adelantado y Kimi y Parsifae terminaron de poner la mesa sin separarse un instante. -Es de buena familia -le dijo Regina a Adelaida mientras se lavaba las manos en el grifo del fregadero y se las secaba con un trapo de cocina-. Conozco a su padre, es abogado, y se nota por sus manos tan delicadas, que no es el tipo de chico que va a hacer trabajos que puedan estropear su manicura. A Adelaida le había dado hambre, y se metió en la boca un trozo de pan intentando no tener que responder. La casa había cogido se había calentado y aquel ambiente le hizo a Thermes quitarse la chaqueta, mientras que Luther seguía sin moverse pero acalorado, se había puesto rojo como un tomate; nadie se percató de ese detalle. Sólo necesitaría un poco más de tiempo para empezar a echar humo, si Kimi no se hubiera quejado del calor y no hubiese abierto ligeramente una ventana, lo que hizo que Thermes resoplara y tuviera que ponerse la chaqueta de nuevo. Al final, fue Adelaida la que entornó un poco la ventana para que no pasaran del extremo del calor sofocante, a la corriente de aire que pudiera hacerlos enfermar; eso sería lo peor, que Thermes pudiera añadir una enfermedad más a su ya deprimente cuadro vital, o que Luther tuviera que ir a urgencias por una gripe o algo peor, una bronquitis o una neumonía. Y lo cierto es que debió de encontrar un punto de confort intermedio porque Thermes le dio las gracias, lo que a ella le pareció un poco forzado, habida cuenta de que no parecía inclinado a pasar por alto su última discusión. Después de tomar otra cerveza, Thermes no mostró reparos de que lo sentaran al lado de Luther mientras cenaba, “es para que no se sienta sólo”, dijo Regina. Pero lo cierto es que le inquietaba que pudiera atragantarse si ella no estaba a su lado y tenía que acabar de preparar los platos en la cocina. Después de todo, Luther, no sólo había demostrado una disposición comprensiva a ayudar en todo lo que pudiera a su suegro enfermo, también se había mostrado muy entristecido por cómo se habían desarrollado los acontecimientos después de su enfermedad y por convencerse en ese extremo, una vez más, de que la vida era siempre terminaba injustamente. Le pusieron una vela con un setenta y nueve, encima de la tarta de fresas. Luther la sopló y le aplaudieron, No quiso comer tarta, lo levantaron con cuidado y lo ayudaron a ponerse el pijama para meterlo en cama. A ultima hora del día, pasar de sus rutinas por cualquier causa ajena a su enfermedad, le resultaba una tremenda paliza. Cuando se vio en al cama y le apagaron la luz, 12


agradeció que lo dejaran descansar y en menos de cinco minutos se quedó profundamente dormido.

3 La piedra negra Quizá porque Kimi parecía haberse cubierto de un halo de bondad, pero también porque contempló la posibilidad de que mientras su novio estuviera delante, actuaría como una señorita dulce e inocente, Thermes empezó a acariciar la confortable idea de pasar el resto de la noche sin que la “niña guapita” lo molestase con sus indirectas. Cuando volvió de la habitación de acostar a su suegro, se sentó delante de la televisión exactamente en el mismo sitio que había ocupado desde que llegara -que era el que acostumbraba, bien en visitas inesperadas de fin de semana, o en grandes reuniones familiares como era el caso-, como si pensara que sentarse allí le otorgara algún grado de invisibilidad, y porque al fin, estar al lado Luther le proporcionaba una cierta tranquilidad y esperase su regreso del mundo de los sueños, en cualquier momento. En esa situación de estrecha camaradería con un anciano del que no sabía si comprendía aquel aprecio que sentía por él y lo posicionado que estaba en contra de su enfermedad, Kimi lo veía como un estorbo y él se llenaba de paciencia para no darle una mala contestación. En un momento, algún tiempo después de que la ausencia de Luther provocara un vacío en el costado de Thermes y cuando ya la cena estaba lista y Regina había apagado el horno, el marido de Adelaida oyó un gemido parecido al llanto de un cachorro de mastín que luchaba por buscar un poco de leche en la teta de su madre. Su mujer se había encerrado en el baño y él creyó que se lamentaba por su discusión, pero no podía entender que la había llevado de la furia al llanto. Estaba con las piernas separadas intentado una postura cómoda para la espalda cuando se alarmó tanto por lo que oía que se levanto de un golpe y llamó a la puerta del cuarto de baño y le preguntó si estaba bien y que ocurría. Ella abrio y lo dejó entrar cerrando de nuevo a su espalda, “el médico le ha dicho a mi madre que a Luther le quedan unos meses de vida”. Su llanto se desbocó en ese punto y el la abrazó intentando calmarla pero sin saber que decir. Tal vez se trataba del hecho de no poder tenerlo más tiempo, de no haber podido pasar más tiempo a su lado, de que el reloj se le parara a Luther porque la vida se acababa, y ser consciente de que la vida tenía fin, también confundía aquella tristeza más real que ninguna otra. También sentía vergüenza por haberse permitido vivir tan ajena a que el final fuera tan inminente, por haber creído en sus inocentes ilusiones inmediatas, que su padre iba a vivir aun muchos años. Y, sobre todo, por no haber podido deshacerse del deseo de tenerlo allí, sentado en aquel sillón aunque no hablara, aunque no demostrara entender lo que se decía, porque su presencia lo hacía todo más templado y humano. Para Kimi, recibir la noticia fue un inconveniente porque no había escogido el mejor día para la presentación en familia de su pareja, y como su madre no quisiera romper los planes, pues soltó la noticia de todas forma. Tampoco se lo tomó de forma tan trágica como su hermana, porque en su caso, venía conviviendo con la enfermedad mucho tiempo y le parecía que todos lo venían esperando de antes, aunque no fuera así. Se quedó sentada en el sofá cogiendo las manos de Parsifae mientras le decía, “no es nada, no te preocupes”. En ese caso prefirió no moverse, pero bajó un poco el volumen de la tele, tal vez por respeto o porque ya no se oían los gemidos de su hermana, y eso fue algo tan insólito en ella que no pasó desapercibido para su madre que le dio la gracias y añadió que aquella voz monótona del locutor que daba las noticias la estaba volviendo loca. Lo más probable era que a Adelaida se le pasara pronto, pero hasta que no la vio salir del baño con la cabeza alta, e 13


incapaz de disimular las señales de haberse lavado la cara, no supo si todos estaban de acuerdo en sentarse a cenar. La primera en hacerlo fue Adelaida, y todos la siguieron intentando quitarle drama al asunto, y Regina apuntó que la carne le había salido muy bien y que no recordaba que tomara aquel color dorado y aquella textura, desde hacía mucho tiempo. Lo primero que hizo Thermes fue abrir el vino, y a continuación apagó la televisión porque ya a nadie le interesaba si se avecinaba un vendaval que pudiera hacer caer todas las macetas de las ventanas de la ciudad, o si había subido la gasolina. Un momento después de sentarse, Adelaida se levantó de nuevo, para coger pan y un cuchillo que se les había quedado atrás, pero no habló. Frente a su actitud poco comunicativa, el resto parecían dispuestos a forzar conversaciones que nadie seguía más que comentarios ocasionales. Era de noche y Thermes estaba deseando salir a fumar, pero se contuvo. Apenas hubo algún comentario acerca del tema que les había reunido, hasta que Regina hizo oficial lo que le había dicho el médico, intentando no ponerse demasiado solemne: “Creo que todos esperábamos y sabíamos que este momento iba a llegar”. -¿Por qué tiene que ser todo así? -empezó Kimi-, ya sabíamos que la vida nos va quitando las fuerzas, pero en su caso es como si le hubiese quitado el alma. Intenté ser cariñosa estos últimos meses, pero me pareció que no le importaba. -Nos ha invadido la tristeza, esta casa la tiene en cada uno de sus rincones. Es como una manta de tristeza que lo cubre todo -Regina intento ponerse poética sin conseguirlo-. Algunas noches permanezco abrazada a él como quien abraza un muñeco. A veces, el me ye sollozar y no lo entiendo, se me queda mirando como si sus ojos miraran el infinito. -También me preocupas tú madre -dijo Adelaida-. Si él fuera consciente de muchas cosas, querría estar contigo en todo momento, sin perderse un minuto de lo que le quede por vivir. Es veneración lo que siempre a sentido por ti. -No digas eso. No podía estar sin sus hijas. ¿Se te ha ocurrido pensar, cuántas veces me ha preguntado por vosotras en las ocasiones en que estábamos los dos solos? Estos últimos años, ha pensado mucho en sus dos niñas. -Sí que he pensado en eso -replicó Adelaida a su madre-. Claro que lo he pensado. En eso también ha tenido suerte, nos tiene a todos a su alrededor. Intentamos lo mejor, pero a veces no es tan fácil conseguirlo. Me consuela pensar que nos hemos preocupado tanto por él, cuando en realidad lo que podíamos hacer era muy limitado. En aquel momento, apareció Luther como un fantasma que se incorporaba al salón desde la oscuridad de la habitación contigua, Tenía el pijama mojado y los miraba sonriendo, pero no sonreía, era como una mueca que incorporaba a sus ojos de mirada vacía. Adelaida estaba demasiada intranquila, incapaz de respirar con normalidad como para acertar a hacer algún comentario. El primero en levantarse fue Luther, y con ayuda de Regina llevaron al enfermo al baño, lo lavaron, le cambiaron el pijama y lo devolvieron a la cama. “Cuando intentá orinar por sí mismo, se moja”, dijo Regina mientras acariciaba la cabeza de su marido. Se detuvo en la cocina y cambió algunos platos; todos siguieron cenando intentando normalizar una nueva manifestación de la enfermedad. Regina no parecía demasiado animada a sentarse de nuevo, y rebuscaba entre las especias. Dijo que tenía por allí algo de bicarbonato, que le iba a hacer falta más tarde porque la carne le había salido muy picante y especiada. Esa noche, Adelaida no iba a tener la ocasión de hablar pausadamente con su madre, pero se levantó y le ayudó a recoger la cocina. Ella protestó y le pidió que siguiera cenando, que ya recogerían después, pero Adelaida no le hizo ningún caso, y se puso a lavar cacerolas. Sólo había un tema en la cabeza de todos, la enfermedad de Luther. Cuando terminaron de cenar, Parsifae se inventó un compromiso y dijo que debía irse. Su visita fue tan corta como intensa. Kimi lo acompañó hasta el coche, se puso su abrigo nuevo para sentirse como una princesa afortunada y se demoró besándolo para que no se llevara un mal recuerdo de aquella noche. Regina le había pedido, justo antes de salir, que esperara al café porque estaba la cafetera en el fuego, pero no consiguió retenerlo. En este tipo de reuniones, nadie se iba antes del 14


café, era una norma de buena educación, pero Parsifae además de ser de una buena familia y tener un coche que costaba lo que Luther ganaba en dos años, no estaba acostumbrado a ese tipo de reuniones, de hecho, dos horas antes no había contemplado la posibilidad de quedarse a cenar, y sólo había pasado para saludar y “salir pitando”. Cuando Parsifae dio gas a su coche y se perdió en la noche, Adelaida esperaba a Kimi en la puerta para hablar con ella. -Este no es el mejor momento para pensar sólo en nosotras mismas, pero parece un buen chico -le dijo Adelaida cuando aún no estaba tan cerca como para poder mirarla a los ojos-. Todo se está complicando ¿no? -Las cosas van de mal en peor. Mamá lo lleva con paciencia, pero ya no es la misma. Todos intentamos que no nos supere, pero la vida, en este caso, no ofrece ni una oportunidad. Estoy intentando no salir mucho, aunque los chicos ya saben como son, quieren todo el tiempo para ellos. Al pasar más tiempo en casa, se que le ofrezco una estabilidad, pero ella no habla, y no sé si es lo que quiere. Parece que esta reunión era sólo porque deseaba hablar contigo, así que no hablemos de lo que es mejor para cada uno. Esta claro que no lo vimos venir. -No te reprocho nada. Yo, sí, he pensado demasiado en mi misma y eso no me dejaba ver. En estos últimos meses tuve que ocuparme de mis cosas, cosas que no podía aplazar. Nuestro matrimonio está pasando una crisis. -Sí, se nota. -No creo que se pueda decir que somos malas hijas. Después de todo estamos aquí. Tendremos que manejar la situación lo mejor que podamos y ponernos de acuerdo para ocuparnos también de Regina. -Pues si estás dispuesta a tanto, puedes venir a vivir aquí, hay una cama vacía en mi habitación. -¿Por que me dices eso? ¿Acaso no he estado siempre que ha hecho falta? -Muy bien, si quieres que te lo diga claro. Estoy decepcionada contigo. Te has montado tu vida de señora respetable como si lo demás ocupara un lugar secundario. -Es posible, pero si tú salieras menos, y te dedicaras menos a marear a tus pretendientes, tal vez también pudieras tener posibilidades de vivir en pareja. No es tan difícil. Al día siguiente, Adelaida hizo todo lo que solía hacer en su rutina, arregló la casa y se fue al gimnasio, pero ese día nada le salía como esperaba, tropezaba con los muebles y se encontraba demasiado fatigada para acabar sus ejercicios. Lo de Thermes era diferente porque debido a su lesión no podía dejar de ejercitarse ni un sólo día, así que ella no esperó por él y le dijo que lo vería a mediodía para comer en casa. Se llenó de valor para llamar por teléfono a su madre y preguntarle como iba todo. Intentaba hacerse un plano mental de la situaciones, las necesidades y aquello en lo que ella podía ayudar para que a todos les fuera más llevadero. Acabaron hablando de Luther y aquel hombre que se pasaba el día durmiendo y que se parecía a él, pero que no terminaban de reconocer. Adelaida no podía olvidar que había sido un gran deportista, y que no era un hombre grande, pero siempre había gozado de buena salud hasta llegado aquel momento irreparable unos años antes. Regina hablaba sin sin parar, se desahogaba exponiendo sus recuerdos a través de un teléfono que le ofrecía un poco de comprensión. Tal vez, aquella escena se había repetido mucho los últimos años, quizá más de lo deseado. Se les derrumbaba la vida sobre el recuerdo de aquel hombre capaz de ganar una maratón en otro tiempo e incapaz de ir sólo al baño mientras ellas hablaban por teléfono. De cualquier modo, a Regina no le gustaba recrearse en los malos momentos, en la tristeza que vivía a diario o en la incertidumbre del momento fatal que esperaban. Aquella mañana, Adelaida había pasado a ultimar los detalles de su viaje por Francia a la agencia, contrató su estancia en los hoteles que estarían en su ruta, las comidas y las cenas, pero llevarían su propio coche. Tenía en mente la lesión de espalda de Thermes, y aunque parecía que le aliviaba poner una faja que había adquirido los últimos días, lo cierto era que un viaje largo en coche no era lo mejor para él. En cualquier caso estaba decidido a pedir el alta laboral y empezar las vacaciones que se había perdido por su enfermedad. Sus compañeros le habían llamado por teléfono para interesarse 15


por él, porque había corrido el rumor en la empresa de que se iba a reincorporar y necesitaban hacer los nuevos horarios. Entre los calmantes, el gimnasio y la faja ortopédica, intentaba convencerse de que sus dolores disminuirían poco a poco hasta desaparecer. Los conflictos laborales de la empresa eran de grado menor, cuestiones salariales y de horarios, y por lo que le contaron no había cambios de plantilla que le pudieran afectar, así que podría ir de vacaciones con cierta tranquilidad en ese sentido. Empezó a tener la sensación de que aquel viaje era lo correcto para recuperar la concordia de pareja, y sólo la inoportuna recaída de Luther y su enfermedad parecía condicionar su marcha. De cualquier forma, no sería más que un mes y cuando volvieran podrían visitarlo con frecuencia y ayudar a Regina a organizarse. Adelaida también estaba preocupada por eso y lo miraba profundamente intentando volcar el peso de la decisión de la partida sobre sus hombros, eso a él no le gustaba, pero o invalidaba el hecho de que ella, finalmente, también tendría que estar conforme y ser parte de aquellas tan esperadas vacaciones o se oponía sin posibilidades de éxito. En aquellas horas en las que se sintió tan decidida a todo, Adelaida visitó a la hermana de Thermes, que apenas era una adolescente y que lo estaba pasando mal por que no parecía encajar en ninguna parte. Thermes lo había sugerido, y ella, como si cogiera la idea al vuelo se dejó caer por su casa para proponérselo. Carliña estuvo de acuerdo, ese debía ser un punto de inflexión, el momento de recapacitar y repensar que hacer de su vida y empezar a remontar a su vuelta. Adelaida sabía ser muy persuasiva y empleó todos los argumentos a su alcance para convencerla de que aquel viaje a Francia sería estupendo y sólo tuvo que telefonear a la agencia de viaje para añadirla en el paquete final. En medio de su conversación, Carliña quiso saber por qué hacían aquel viaje y si tenía algo que ver con la imagen que habían dado en los últimos tiempos, aquella imagen de pareja en crisis y bronca continuada, y Adelaida no le quedó otro remedio que decirle que esperaba que su relación fuera a mejor después de todo, y que así planteado, un viaje podía perseguir el mismo efecto curativo de cualquier medicamento que bajara el estrés y las malas tensiones. Tenían que planteárselo como un fenómeno casi místico, y buscar la paz interior como hacían los peregrinos en la edad media, sólo que ellos lo harían en coche y sin el esfuerzo añadido de caminar miles de kilómetros soportando yagas y ampollas en los pies. Esa era la idea romántica que Adelaida exponía del viaje, si bien, Thermes no quería contrariarla pero sabía que los viajes de curación milagrosa ya no existían o se había dejado de creer en ellos. Cuando aquella noche, le dijo que ese había sido el argumento exhibido para convencer a su hermana, él sonrió complacido pero incrédulo a la vez. Tras su última visita al médico, a Thermes le quedó claro que su problema en la espalda no era de fácil solución, pero como había conseguido reducir sus dolores en origen, es decir, con pomadas y fajas presionando el lugar indicado, y ayudado por calmantes, se atrevió a pedir el alta. Ya otros compañeros en la empresa habían tenido problemas similares de salud y algunos habían dejado de trabajar después de una operación que no ofrecía ninguna garantía. El médico había avanzado en esa idea al decirle “hay sitios donde es mejor no tocar”, pero aquello no era más que una postura que tampoco solucionaba nada y que se vería ignorada si él se decidía a dar el paso hacia la cirugía. Además, si después de volver al trabajo y pasado un tiempo de intentar llevarlo a cabo controlando sus dolores, no lo conseguía tendría que volver a planteárselo todo de nuevo. No era fácil enfrentarse a aquella situación, pero no quería adelantar acontecimientos, y lo que tenia que hacer llegado aquel omento era disfrutar de las vacaciones que tenía delante; ya habría tiempo para lo que tuviera que venir. Un viaje en coche no era la mejor respuesta a su enfermedad, pero concluyó en que sería una buena prueba si hacían etapas cortas. Programó llegar a los hoteles, después de mediodía, es decir que rodarían por las carreteras francesas sólo durante la mañana, y no todos los días. Si descansaban lo suficiente y hacían las paradas necesarias, cada trayecto no tenía que convertirse en una paliza como las que se pegaba en el trabajo, o como los viajes de juventud que recordaba tan vibrantes. Ni siquiera iba a intentar forzar las situaciones, y eso significaba que si no se encontraba bien podrían permanecer en un mismo hotel por tiempo indefinido y renunciando a otras reservas; así lo habían 16


acordado con la agencia. El día antes de la partida, los tres viajeros comieron juntos, y resultó inequívoca la pasión que demostraron y el ansia que los hacía desear que aquellas horas pasaran lo más rápido posible para ponerse en marcha y empezar su aventura. De pronto, Thermes se veía compartiendo un viaje largo con su hermana, algo impensable unos meses antes, tal vez porque ella era muy celosa de su propia vida e independencia. No quería que siguiera metida en su concha de ostra o que se enredara con malas amistades de las que la llevarían a salir y beber a menudo, al fin y al cabo, eso era lo que hacía la juventud en los últimos tiempos. No iba a oponerse a que pusiera sus condiciones para embarcarse con ellos, pero lo que no esperaba era que pretendiera llevar tres maletas, y eso hubo que negociarla hasta que se quedó en una maleta y una bolsa de viaje. Ella no se dejaba intimidar a pesar de su juventud, de hecho, ese tipo de chicas no le gustaban y no tenía amigas conformistas generalmente hablando. Sus padres la consentían demasiado, y en algún momento tuvieron que comprender que no podía ser de otro manera. Cada uno de ellos parecía tener una idea diferente de lo que el viaje les deparaba y no lo compartían con los otros. Para Carliña, los viajes eran una clara y natural inclinación vital que había sentido desde siempre, por eso, convencerla resulta más fácil de lo que Adelaida podía haber esperado. Thermes quiso ayudar, cuando le dijo a Adelaida que si quería congeniar con ella había que respetar sus opiniones, porque le molestaba que dieran por hecho que estaba de acuerdo con las decisiones ajenas si le afectaban de alguna manera. El viaje comenzaba y ya estaban pensando en contrariedades, “intentemos ser positivos, nos llevaremos bien”, le respondió Adelaida, “me parece que es mucho más cabal de lo tú le concedes, Es sólo que no renuncia a su libertad, eso es todo”. En su primera parada en Francia, en un pequeño pueblo al otro lado de la frontera, no sólo se encontraron desorientados por la humedad que se colaba hasta en las sábanas, sino que el lugar estaba casi vacío. Probablemente ese año la primavera llegaría con retraso, pero además eran de los pocos viajeros que decidían salir a la carretera en época de lluvias. Había, eso sí, una familia de ganaderos que procedía de las montañas y que, frente al crudo y nevado invierno de allí, aquel lugar les parecía templado. La primera noche que pasaron allí, Thermes compró unos bocadillos y se los comieron en la habitación de Carliña, mientras hablaban de las costumbres migratorias de las aves europeas, cuestionándose a ellos mismo por hacer lo contrario y salir en busca de un tiempo menos apacible que el que conocían. Por la mañana, Thermes se levantó temprano y salió de la habitación intentando no hacer ruido. No desayunó en el hotel y vio amanecer dirigiéndose al mercado del pueblo, que no era un gran mercado pero conservaba la actividad vital de los agricultores montando sus cajas de frutas y hortalizas, y los transportistas moviéndose en pequeñas furgonetas entre las calles habilitadas para ese servicio. No era muy probable que estuviera pensando en hacer una gran compra para comer, porque tenían contratada la comida en el hotel, pero se interesó por la fruta y compró naranjas, sin dejar de preguntarse ¿cómo harían para tener tanta variedad fuera de temporada?, eso no era una novedad para él que acostumbraba a visitar el mercado en su actividad cotidiana mientras estaba sin trabajar y sus paseos diarios casi siempre lo llevaban a visitar tiendas. Parecía un turista salido de las páginas del libro “muerte en Venecia”, paseando lánguidamente por las calles del pueblo y mirando a las jóvenes, que a aquella hora para corrían hacia el colegio de monjas que se elevaba dignamente construido en piedra muy cerca del ayuntamiento. Conocía aquella sensación, ya le había pasado antes estando de vacaciones en algún lugar que no conocía. La emoción de ver como todo funcionaba, los jardineros regando, los camareros desplegando sillas, los taxistas escuchando la radio en espera de algún cliente, los colegios aceptando ríos de niños que lo enredaban todo, caballeros muy estirados haciendo cola en el estanco para comprar tabaco y los vendedores ambulantes ofreciendo relojes que funcionaban perfectamente a mitad de precio que en las tiendas. Se sabía capaz de asumir dentro de aquel sentimiento todo lo que pasaba ante sus ojos y se sentó en una terraza, justo enfrente del colegio. Durante muchos años había aceptado la idea de que sentirse turbado por la belleza de algunas de aquellas muchachas que aún no llegaban a los diecisiete era algo poco edificante, pero entonces creyó que él ya nunca tendría hijos y 17


que sentirse implicado en aquel momento sólo podría hacerlo como lo hace un extraño. Pidió un café y se sintió capacitado para aceptar las horas tan largas como las proponía aquel día sin planes ni programas. No era ajeno ni incapaz de no sentirse implicado por la felicidad de otros, y aquellos gritos y risas no le eran ajenos. El aire estaba impregnado de una felicidad inconsciente, de las ganas de vivir y la excitación de todos aquellos juegos. Fue entonces cuando un hombre menudo al que le faltaban dos dientes ocupó la mesa contigua a la suya en la terraza y lo miró un minuto antes de decidirse a hablar. -Es usted español, lo he notado por su acento al hablar con el camarero -Thermes hablaba algo de francés, lo suficiente, pero su acento debía de ser grotesco, pero aquel hombre hablaba español con corrección-. Soy profesor de toda esa jauría, perdóneme la franqueza. No se preocupe, entrarán en unos minutos y todo quedará más tranquilo. La estúpida corrección lo invadía todo. ¿Por qué tenía que presuponer que se sentía molesto por el ruido? A Thermes le gustaba el ruido, la música alta, los coches, los motores de las máquinas de las fábricas, la aspiradora de la vecina a media tarde o las puertas cerradas sin control. La gente, de forma general, se dejaba llevar por un orden que los esclavizaba con severidad, hasta el punto de no poder moverse sin saber si estaban haciendo algo incorrecto, algunos se quedaban congelados frente a una mirada de censura y otros apenas se animaban a frecuentar lugares ocupados por la burguesía silenciosa, sólo por no molestar, porque creían que no encajaban o por no recibir un comentario desagradable sobre su forma de vestir o de comer. Ese atrevimiento que en otro tiempo había significado una forma de agresión a las buenas costumbres, empezaba a echarse de menos. Thermes no pudo contener su sorpresa cuando el profesor Roland le dijo que era español, que había huido de la guerra y que ya nunca había vuelto a la España fascista, así lo dijo, con un resentimiento y una náusea que sólo los fascistas podrán entender. Thermes se sintió muy capacitado para comprender lo que Roland le contaba de su éxodo a través de campos y carreteras hasta llegar a Francia donde fueron confinados en barracones durante años. El mundo está lleno de gente que vive la vida que se les conoce, la que los lleva a moverse cada día de su casa al trabajo y del trabajo a su casa mecánicamente, pero también otra interior que los hace ver aquella actividad superviviente a la que están sometidos como algo menos importante de lo que piensan y eso es porque a un drama presente entre sus recuerdos que los hace sentirse así. Es como convivir con una enfermedad crónica, algo que los aterroriza frente a la posibilidad de la muerte súbita y que vuelve una y otra vez sin avisar. Thermes le ofreció su mano y se presentaron. -Estoy de viaje, de vacaciones. Francia es el país de la libertad, para muchos españoles representa todo lo que nosotros no pudimos tener. -Durante el tiempo que llevo viviendo aquí he pensado lo mismo. Los españoles no saben lo que es la libertad. Pero echo de menos España, es un sentimiento parecido al que se siente cuando se está lejos de la familia, aunque sepas que tu familia no es lo que deseabas. Aquel hombre tenía una tristeza que apenas disimulaba. Desde luego, podía entrar en una conversación melancólica de las que tanto le gustan a los exiliados, pero sólo cuando el hombre se levantó para ir a dar sus clases, empezó a comprender lo que significaba. Era un símbolo del derrumbe de la convivencia, dictador por medio, y lo que significaba tenerlo ahí, dando clases a los jóvenes que lo escuchaban e interpretaban toda aquella tristeza. Era posible que estuviera afiliado al partido socialista o que fuera uno de esos anarquistas tan despreciados por los banqueros y los ultraliberales, o que se tratara de uno de esos sindicalistas militantes en todas las causas, pero no hablaron de política, sólo se definió como exiliado nada más. Se unió a un grupo de profesores que esperaban en la puerta cuando una monja abrió y les dejó entrar, a continuación abrió el portalón que daba al patio de recreo y algunas alumnas se precipitaron para entrar las primeras, en realidad, no tan diferente de como sucedía en otras partes. La obediencia ciega al Estado, o a la clase política heredera de la dictadura, no iba a ayudar a construir una sociedad más libre, pero al menos podía salir de vacaciones alguna vez, e impregnarse de aquel aire tan atrevido. Se consideraba muy 18


afortunado por poder vivir como lo hacía y debía empezar a reconciliarse con el mundo a pesar de estar destinado a trabajar con aquella carga de dolores para el resto de su vida. Debía lograr deshacerse de sus dudas y confiar en que todo mejoraría y que valía la pena luchar por la vida tal y como la había imaginado, y sobre todo, por el amor tal y como quería que estuviera en sus planes. Al despedirse, Roland le dijo que la dictadura había atrasado a España no sólo económicamente, sino que la había entregado a los curas y sus colegios de corte fascista y que eso había sido tanto como volver a la edad media, pero que Franco había conseguido el apoyo de los conservadores en los Estados Unidos en el momento en que otros dictadores como él eran también aliados en América del Sur. Según Roland, los yankees habían condenado a los españoles a sufrir la dictadura con su apoyo instalando sus bases militares. Es posible que Roland no estuviese afiliado a ningún partido político, tal y como afirmaba, pero su odio a todo lo fascista era más que evidente. Posiblemente se había casado con una mujer francesa y tenía hijos franceses sanos y guapos, como parecían todos los franceses aburguesados, tenía cara de buena persona, paciente y comprensivo, y las comisuras de los labios amarilleaban del café al que parecía muy aficionado. Todo esto lo hacía mantener esa imagen que tienen los profesores mayores que les acerca a la forma culta de una vida sedentaria que se acerca a los años definitivos. Era posible que en su conversación, mientras lo veía con aquellos ojos pausados, estuviera pensando que era un conformista, o tal vez otro español creyente en la superficialidad de los dogmas religiosos. Pero, al menos, si había pensado eso de él, no lo dijo, y cuando lo vio echar a andar para reunirse con sus compañeros en la puerta del colegio, se extrañó de que un hombre que trabajaba en un colegio de monjas, manifestara tan abiertamente su incredulidad, no sólo con las historias religiosas, sino también, con las conexiones políticas que la religión auspiciaba. En mitad de aquel día, sobre las tres de la tarde, si es que el mediodía puede ser la hora en la que el sol está en lo alto y no las doce en punto, como pueda parecer, sólo unas horas antes de que decidieran que al día siguiente partirían y seguirían su viaje, Thermes volvió al hotel como solía hacer cuando trabajaba y volvía a casa sin avisar, y entonces se encontró con que las chicas ya habían comido y charlaban en el salón del hotel. Ni a su propia mujer parecía importarle, porque ella estaba disfrutando de aquel viaje, pero llegaba tarde. Nadie lo esperaba expresamente y tal vez lo merecía por haber salido sin avisar. Ya estaban recogiendo el comedor, y a su lado se sentó una mujer madura, totalmente vestida de blanco. Se apreciaba que había pasado de los cincuenta pero guardaba un fuerte atractivo. También parecía estar de viaje de placer, pero no viajaba sola, su marido la acompañaba, aunque realizaban actividades por separado y llegó tarde para sentarse con ella. Tenían una forma de hablar pausada, con total compromiso en sus confidencias, sin alzar la voz ni dar la posibilidad de que nadie pudiera seguir su conversación, que por otra parte era entrecortada y poco interesante por lo que se desprendía de la cara que ambos ponían al mirarse. En cierto modo, mirarlos con insistencia pero intentando que no lo notaran, era una distracción. No había nada de especial en ellos, además de que el escote de la mujer se quedaba pequeño debido a su pecho prominente. Apenas podía darle importancia en tales circunstancias a eso, aunque le parecía atrayente la poca importancia que ella le daba a la imagen exuberante que desplegaba, tal vez, de forma inconsciente. Y justo después de una de sus miradas, ella volvió la cabeza y lo miró fijamente mientras se limpiaba los labios con una servilleta. Por un momento temió que se levantara y se dirigiera a él para decirle algo, pero no sucedió. Thermes y Adelaida llevaban mucho tiempo sin tener relaciones íntimas, y no sólo por su dolor de espalda, es posible que otras causas que él entonces desconocía estuvieran condicionando para que aquella aproximación no se produjera. Y tal vez, eso le hacía sentirse más sensible con respecto a visiones y olores a su alrededor, pero no era nada que no pudiera controlar. No podemos saber todo lo que pasa a nuestro alrededor, ni siquiera controlar nuestro círculo más íntimo de amistades y familiares, y, en ocasiones, nos enteramos años después de cosas que sucedieron y tuvieron que ver con nuestras vidas de forma directa sin que nadie nos lo desvelara. Thermes creía haberse portado siempre con honestidad en su relación, incluso en los 19


primeros momentos, cuando aún mantenía contactos con otras chicas a las que fue aparcando como si se trataran de autos poco competitivos. No se sentía orgulloso de eso, pero ¿qué otra cosa hubiese podido hacer? Adelaida nunca supo de la existencia de otras mujeres, y eso había sido lo mejor, pero sus reacciones de los últimos meses lo hacían dudar acerca de los motivos de su mal humor, y aceptaba cualquier hipótesis por extraña que pudiera parecer, ¿sería posible que ella sintiera celos de rivales de otro tiempo? Y lo que aún era más difícil, ¿era posible que alguien el hubiese contado algo indebido o vergonzoso de su actitud de entonces? Le daba un alto grado de fiabilidad a sus deliberaciones, y sabía que confiar ciegamente en sí mismo no le ayudaba, su imaginación lo traicionaba hasta convertirse en su peor enemigo. Por fortuna no iba a desenterrar viejos fantasmas preguntándole a Adelaida al respecto. 4 La estrella contorsionista o el desgaste del lagarto

En los días siguientes del viaje, Adelaida estuvo nerviosa. Era aficionada a hacer listas de todo tipo, necesidades ambientales, la compra, canales de radio o, con relación a Thermes, una serie de reproches que ni ella misma tenía claro de donde habían salido. Supuestamente, en su pasado, aquellas listas habían sido la causa por la que había abandonado a algunos de sus novios de juventud, lo que da una idea de lo cruel y ausente de toda piedad que había sido cuando aún se creía una princesa intocable; por fortuna ya nada era tan radical. Sin embargo, los reproches hacia Thermes, eran menores, cosas como que se había acomodado, que se olvidaba de bajar la basura, o de que se dormía mientras ella estaba contándole algún aspecto asombroso de su vida diaria. A él ni se le pasaba por la cabeza que aquella lista existía y que podía ser una de las causas de sus desencuentros. Lo cierto es que a tipo determinado de mujeres, les gusta que sus maridos representen la respetabilidad que desean para ellas, y casarse con un conductor de autobús que se pasaba el día en el gimnasio por su dolor de espalda, no era lo que había esperado de la vida. Sería necesario darle muchas vueltas a aquellas faltas para convertirlas en problemas de peso en el caso de que pretendiera justificar así una forzada separación, pero si ella estaba decidida a que ese momento llegara, nada podría detenerla. Lo que nunca llegaría a saber Thermes, era el papel que su hermana jugó en su defensa. Su creciente amistad con Adelaida, la llevó a defenderlo en cada uno de sus reproches. Por aquel tiempo, Carliña ya comprendía lo suficiente de la vida adulta y las parejas formalmente establecida, para jugar ese papel. A su modo de ver, de una forma o de otra, Adelaida nunca tendría descanso, nunca estaría tranquila o satisfecha, estuviera Thermes en su vida o no. Pensaba que si exponía esta idea tan cruda abiertamente perdería la influencia que aún tenía sobre ella y por eso daba algunos rodeos antes de poner en valor los mejores momentos de su hermano, y los motivos por los que ella misma lo apreciaba tanto. Incluso en los paseos y las comidas que hacían las dos solas, aprovechaba para hacer comentarios acerca de actitudes mezquinas que observaban en otros hombres, y decir, “eso mi hermano no lo haría”; todo muy obvio pero efectivo, lo que causaba alguna risa en Adelaida- La amistad entre las dos chicas avanzaba y él seguía con sus paseos, sin contar demasiado de sus descubrimientos y las apreciaciones que hacía de la forma de comportarse de la gente francesa. Durante los días siguientes, con paradas en pequeños hoteles de montaña e interminables trayectos 20


en coche, Adelaida no dejó de hablar de lo mucho que habían planeado aquel viaje y cómo lo estaba disfrutando, sin llegar a convencer a los dos hermanos de que sus argumentos fueron sinceros. Prácticamente no tenía más que decir que todo le resultaba perfecto y que tendrían que volver en cuanto pudieran. En un viaje anterior que hiciera al terminar en el instituto, las alumnas habían sido llevadas y dirigidas por una profesora que no se separaba de ellas. Las visitas a museos y parques eran tan organizadas que apenas había tenido ocasión de ver nada más, y mientras la profesora se distraía hablando en francés con le portero del hotel, ellas se escapaban al baño para fumar a escondidas. En aquella ocasión no había visto Francia del mismo modo, e intentaba ponerlo de relieve con comentarios sorprendentes sobre el paisaje, la comida o sus gentes. Thermes sabía que, detrás de aquella supuesta felicidad, había una animadversión hacia él que podría confundirse con la decepción, o el sentido de derrota que experimentaba. Nunca había conocido a nadie capaz de actuar de aquella manera, que cubriera una depresión con una sonrisa plastificada, o que se enfrentara a su destino, con más fuerza que ella. Se tiranizaba a sí misma, hasta que terminaba por desencadenar su tormenta de reproches, todos lo sabían, ya había sucedido antes. Imaginarla sin un mundo interior tan complicado ya no cabía en la mente de Thermes. Para él, durante aquellos primeros días de viaje, aquella forma de actuar iba directamente en contra del plan que habían establecido, un viaje en el que poder rebajar la tensión, obviar sus diferencias y buscar la reconciliación. Lo que aquella forma de actuar desprendía, aquella felicidad inestable y más aparente que real, era parte el mismo amor-odio del que venían huyendo. Al menos, parecía que las dos chicas podían pasar horas juntas haciéndose compañía sin cansarse la una de la otra, lo que a veces sucede en los viajes largos en coche, y eso ya resultaba una gran adelanto. Todo el resto ya lo conocían de antes, en otras ocasiones, las dos se habían pasado horas hablando de los temas más triviales. Apenas había un resquicio de beligerancia, es más, cuando Thermes tardaba en volver porque saliera a hacer un paseo nocturno, Adelaida se iba a la habitación de Carliña para continuar con las conversaciones que siempre consideraba que se habían quedado a medias, comían dulces y bebían Martini. Él no parecía tener prisa por volver, y se entretenía en el bar jugando a la máquina “tragaperras” y bebiendo zumos de piña, era en ocasiones como esa en las que más de una vez las había encontrado dormidas en la misma cama, vestidas y con la luz encendida, como si hubiesen sido abatidas por el cansancio. Carliña los oyó discutir una tarde que volvía de hacer algunas compras en una tienda de ropa barata para turistas. Sus habitaciones eran contiguas y en el pasillo, pasaba por la de ellos antes de acceder a la puerta de la suya. Cualquiera que hubiese pasado por allí los abría escuchado, era una discusión bastante fuerte. Se detuvo un momento haciendo que buscaba sus llaves en el bolso para escuchar, y le sorprendió que se comportaran así precisamente ahora que los dos parecían desear solucionar sus problemas. Debería haber supuesto que ese momento iba a llegar y que la iba a pillar en medio. En realidad no tenia tanto que ver, eran familiares y sentía que estuvieran en una crisis de semejante calado pero ni podá solucionarlo, ni había hecho ni dicho nada que pudiera echar más leña al fuego. Estaban cansados, era normal, llevaban unos quince días de viaje y habían conocido seis hoteles baratos, ni uno de aquellos malditos hoteles tenía un buen servicio de habitaciones y la comida francesa era fría y poco cocinada; todos estaban del queso y el paté un poco hartos. Y aún les quedaban quince días más y seguir dando tumbos por carreteras secundarias en busca de la pócima de amor que curara sus heridas. Aquella tarde de discusión, la pareja entró en aquella habitación pensando en echarse la siesta y salieron de ella por separado y pensando que ya nunca lo volverían a hacer, así estaban las cosas. Fuera como fuera, todo iba saliendo a la superficie, iban teniendo una idea clara de por donde iban sus problemas, sobre Thermes, para el que una parte de la acritud de su mujer no tenia mucho sentido. Se les acababa la paciencia. Era como si una chispa hubiese prendido un gran fuego, y ese estado metafórico de las cosas le recordaba a Thermes que había dejado de fumar sólo porque le parecía que podía ser una de las cosas que los separaba, y eso era la parte menos de sus problemas, ahora se daba cuenta. El elevado tono de su enfrentamiento no pasaba 21


desapercibido para nadie, habían subido un nuevo peldaño en sus diferencias y lo habían acompañado de una tensión que los llevó a viajar cien kilómetros en silencio en su siguiente etapa hasta la costa de Bretagna, sin sabe r si tendrían fuerzas para llegar a Normandía. Tenían en ese momento, además de toda su bronca acumulada durante meses y aireada finalmente en el viaje, que aprender a tratar con su decepción. Llegaron a un hotelito en la costa que no estaba mal, el mejor con diferencia de los hasta ese momento conocidos en el viaje. Decidieron darse un descanso y estar unos días en aquel lugar, que en verano en un centro turístico relevante, pero en invierno se convertía un enclave solitario con el pueblo más cercano, al menos a unos 50 kilómetros. Había un español solitario que bajaba a desayunar a la misma hora que ellos, con el que Thermes hizo buenas migas. Además había una pareja que se cruzaban y a los que se veía poco, que parecían en luna de miel porque pasaban el día besándose y haciéndose caricias. Por último, también coincidían con frecuencia en el comedor con un matrimonio que estaba de viaje con sus dos hijos mayores, unos muchachotes con aspecto deportivo que rondaban los veinte años y que se pasaban la tarde jugando a hacer rebotar una pelota de fútbol en la cancha de tenis del hotel. A veces, Thermes invitaba a su nueva a mistad, Berí Morales, a un paseo por los alrededores. Se trataba de un empleado de un teatro de pueblo que se encargaba de hacer las cosas más útiles para su buen funcionamiento, desde contratar al servicio de limpieza, hasta expender el mismo las entradas en la taquilla. Se había separado hacía poco y se había tomado aquellas vacaciones para rebajar el estrés, lo que lo hacía parecer un hombre solitario pero en realidad era muy hablador. Conocía el lugar porque ya había estado allí otros años en una ocasión llevó a Thermes hasta una ruina normanda de la edad media, cuyas piedras habían ido desapareciendo a lo largo de los siglos porque los vecinos las habían utilizado para construir sus propias casas. Era por eso que en aquel páramo apenas quedaran una piedras, un campanario y algunas paredes malamente derruidas. Berí solía hacer aquel paseo solo, lo conocía bien y estaba en forma, lo que hacía que Thermes le siguiera el ritmo con cierta dificultad. En su actividad diaria, había conocido a algunos actores populares españoles, y tenia muchas anécdotas que contar sobre ellos y sus manías. Pero el teatro no iba bien y era posible que cerrara en un tiempo por eso el momento que había escogido para sus vacaciones no era el más apropiado a esa situación, pero como él mismo dijo, su situación mental no daba para más. Un año después de su separación seguía encontrando que se había desprendido en exceso de su vida personal por intentar que su relación de pareja funcionara, que se había entregado demasiado, y que seguía buscando una forma amable de estar en el mundo, lo que ya no concebía más que en sus paseos, en sus viajes y en la soledad de sus lecturas. En uno de aquellos paseos, Berí se torció un tobillo al pisar una piedra que resbaló debajo de su pie, y Thermes tuvo que ayudarlo a volver al hotel permitiendo que le pusiera un brazo sobre los hombros y haciendo fuerza para soportar la mayor parte de su peso y que pudiera dar un paso con el pie malo, Y así, saltito a saltito cubrieron un kilómetro y Berí no dejaba de lamentarse, agradeciendo la ayuda y exclamando que no sabía cómo hubiera hecho de haber salido aquella mañana en la soledad que acostumbraba. Debería haber esperado que algo así terminaría por suceder, y desde luego la suerte de haber sido acompañado por Thermes no tenía precio, pero, a su vez, Thermes no valoró el daño que aquel esfuerzo iba a causar en su lesión de espalda, ya muy maltrecha por la enorme paliza de un viaje en coche conduciendo tantos kilómetros sin apenas descansar. Si Berní era un atrevido solitario, Thermes era un inconsciente. Ni siquiera valoró dejarlo solo e ir a pedir ayuda, se lo echó al hombro y se rompió la espalda, así que cuando el médico llegó al hotel tuvo que atenderlos a los dos, que pasaron a la convalecencia sin remedio. Pero toda aquella historia que parecía tan desgraciada, tuvo algo bueno, Adelaida se enterneció, y el buscado acercamiento durante meses, al fin se produjo. Al fía siguiente amaneció dormida en una cama que el hotel se había servido a montar al lado de la de Thermes, estaban cogidos de la mano y ella había llorado aterrada ante la idea de que le podría haber pasado algo peor, incluso un accidente mortal, y que se habría quedado sola y viuda en el mundo sin saber como enfrentarse a eso. La idea 22


era muy exagerada, pero la imaginación de Adelaida no tenía medida. Fuera cual fuese el motivo que la asusto tanto y la llevó a la reconciliación, ni siquiera sopesó la idea de que Thermes se quedara inválido para siempre, porque para ella, incluso eso hubiera sido mejor que una separación o la soledad definitiva, en ese momento lo tuvo claro. Una ternura inesperada afloraba en ella y estaba dispuesta a soportar todos sus pequeños vicios de por vida, incluso que volviera a fumar, pero no era necesario, Thermes se limitaba a dejarse curar, y recibir todas sus atenciones. La brutalidad de sus discusiones, ahora era consciente de ello, no habían ayudado en nada, la vida era lo que era, y ella no había cumplido sus sueños, pero era el momento de ser realista y la vida no era fácil ara nadie. Las tensiones de los días pasados habían pasado a la historia, y Carliña los veía con afecto, sin entender nada, y también con cierta envidia, a pesar de que en sus pensamientos más radicales y juveniles, pensaba que el amor era una falacia capitalista destinado a crear necesidades en la personas que los tuvieran atados a sus trabajos y a sus hábitos consumistas. Al menos en eso, la hermana de Thermes era coherente con su idea de vivir esforzándose lo menos posible. Sólo unos días antes, Adelaida le había confesado que quería separarse de su hermano, y eso no se correspondía con su reacción tan atenta, amorosa y dedicada con Thermes. -Aquí estamos, los tres seres más desarraigados de la tierra -le había dicho Adelaida a su joven amiga-. Mil veces hemos hablado de esto, y unas cuantas también contigo. Nos hemos perdido en el camino y no sabemos encontrar la salida. Es la desilusión. -De eso es de lo que están hechas las relaciones largas. Se ponen a prueba en cada momento con nuevas desilusiones. -Mira, tu hermano es tío estupendo y lo quiero. Nos hemos tomado en serio nuestra relación desde el principio, pero hay algo que no termina de funcionar y no sé lo que es. Tal vez temo que me abandone y por eso creo que debemos seoararnos antes de que ese momento llegue -intentaba explicarse sin conseguirlo. -Esto en un dilema, se trata de un problema sin solución, así planteado -dijo Carliña-. Un problema de los grandes, que no hay por donde cogerlo ni como afrontarlo. Es un problema con alas, cuando lo intentas pillar sale volando. Perdona, no intento ser graciosa. -Las personas somos diferentes, nuestros presentimientos y nuestros instintos nos llevan a hacer cosas que a otros les parecen extrañas, pero que están en sintonía con nuestra forma más íntima de ser. -Sí, lo sé. No te preocupes, no voy a meterme en vuestras cosas. De hecho creo que es mejor no seguir hablando de ello -Carliña remató la conversación y no volvieron a tocar el tema, las dos sabian que seguirían siendo amigas, pasara lo que pasara. Y como se suele decir que las desgracias nunca vienen solas, Adelaida llamó a su madre y así supo que su padre acababa de morir. Lloró mucho aquellos días, por la maldita idea de las vacaciones, por lo injusta que era la vida que nunca acababa bien para nadie, y por lo mucho que quería a Thermes, fumara o no. “Ya no se entierra a nadie. Los incineran hoy. Deberían decir que el viento te sea leve y no que la tierra te sea leve. Mucha gente esparce las cenizas de sus muertos sobre el mar, o en algún lugar solitario del campo con un sentido simbólico especial para alguien”, Miaba a Thermes mientras le contaba que había fallecido de repente, dormido en el sillón en el que veía la televisión, sin hacer ni un ruido. Cuando estuvo a solas, Adelaida lloró y dio un grito de impotencia, como si estuviera a punto de golpear las paredes. Si alguien se siente tan solo como cuando Adelaida se sintió al perder a su padre, encuentra que es una situación a que la que se vuelve sin remedio y por la que todos tendremos que pasar si sobrevivimos a nuestros progenitores. Es una sensación de desamparo. Todos pasarían por aquello, sólo que a ella y a su hermana les había tocado antes que a otros, lo cual acentuaba su tragedia si eso era posible: o bien empezaba a comprender que la vida iba de eso, o bien se amargaban en espera del envejecimiento prematuro. Sus padres la habían tenido muy mayores, lo que la hacía una huérfana prematura porque no se esperaba tan pronto, pero además tan joven que parecía imposible que ya le 23


hubiese pasado. Tan sĂłlo habĂ­a empezado a saber que todo iba a doler y que el resto eran fuegos de artificio. Esa idea empezaba a moverse por su mente y a liberarla de todos sus sueĂąos fracasados, pero a la vez, tenĂ­a un aspecto positivo, empezaba a sentir la necesidad de la estabilidad para poder enfrentase al resto, a lo que quedaba por llegar, con la entereza necesaria.

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No hay papel en el mรกs allรก, gravedad incendiada. 1


1 No hay papel en el más allá, gravedad incendiada. A pesar de que Johnny no era un gran actor, ni obtenía, ni de lejos, los beneficios de una incipiente estrella de teatro, y aunque ponía todo el entusiasmo y toda la dedicación posible en intentar mejorar, lo cierto era que en su compañía empezaban a desconfiar que aquello siempre iba a ser tal y como era, y que estaban condenados a no destacar en nada y arrastrarse por los escenario de segunda de las ciudades de todo el país de por vida. En ocasiones, Stiller, el manager y productor, por lo tanto el que tenía más que perder con todo aquello porque solía poner dinero para que pudieran seguir comiendo, le preguntaba si iban a tardar mucho en dar el paso a la popularidad y empezar a ganar dinero, y Johnny Sirine lo invitaba a un largo paseo en el que podía hablar sobre sus posibilidades y compararse con algunas estrellas del momento que a él le parecían muy mediocres, y, de esta forma, intentar hacerle comprender, que la fama y el éxito, era una cuestión que nada tenía que ver con su trabajo. Aquello desorientaba al manager, que consideraba que trabajaban para obtener un fruto en forma de reconocimiento en algún momento, y aquella postura no le gustaba a Johnny pero se guardaba su malestar y evitaba confrontar con él. Por supuesto, si Stiller hubiese sabido de antemano que Johnny era un conformista, jamas se habría embarcado en aquella aventura, pero ya que estaba, al menos se reservaba el derecho a intentar hacerlo cambiar de opinión pidiéndole que hiciera algo fácil, unas varietés o un entremés facilón, que les diera un respiro. Los motivos por los que Johnny, en ningún momento aclaró este extremo a Stiller se debía a su personalidad histriónica y egocéntrica, es decir, sólo deseaba compartir su experiencia con aquellos que estuvieran a gusto a su lado, y los que desearan cambiar de aires, siempre tenían la puerta abierta. Tal vez Stiller consideraba que su amigo había retrasado el momento de aclararle algunas cosas porque, en realidad, no sabía a donde iba, o, dicho de otro modo, no sabía a donde los conducía, y también, porque mientras seguir con aquella aventura le pareciera divertido, no encontraba motivo alguno para desear salir de su precariedad. Disfrutaba de los locales con menos de la mitad del aforo, declamando a media voz con aquel sonido a ultratumba que se le ponía a la voz cuando el eco de un espacio vacío les hacía representarse en un nuevo fracaso para ocho almas sin voz que los seguían a todas partes y que hacían de todo, desde montadores, electricistas, tramoyistas, apuntadores, porteros y, por supuesto, actores. ¿Sería posible que gran parte de su placer sobre el escenario se debiera a actuar para aforos tan reducidos? Al fin y al cabo, ese fracaso de su poder de convocatoria era una extensión del fracaso total que los perseguía, pero seguían viajando, quemando gasolina y enfrentándose a cada nueva experiencia sin demasiado interés, y lo peor de todo a los ojos de Stiller, era que no sabía cuanto tiempo podían seguir a su líder sin poner demasiadas objeciones. Anunciaron su llegada a El Mariner para mediados de agosto, lo que era un atrevimiento en un pueblo tan pequeño asediado por las moscas en verano. Sin embargo, allí tenían una conexión especial con el público, ya habían estado otras veces, y se desplazaban algunos amigos de los 2


alrededores sólo por verlos, y para ellos eso era muy especial. El día que llegaron intentaron eludir el puesto de control de la policía, que también les esperaba porque la última vez que estuvieran allí, los chicos se habían excitado un poco y hubiera algunos desórdenes con rotura de mobiliario urbano, y un hospitalizado, porque en el último momento se empeñó en que era capaz de tirarse al río desde el puente, y lo hizo, eso sí con un resultado más que cuestionable. Unas cuantas veces al año, en las Verbenas populares, fiestas navideñas y en las fiestas patronales del verano, había orquestas y bandas que se acercaban para amenizar la vida tediosa y cansada del campo, y en medio de ese jolgorio extremo, estaban aparecían ellos con su obrita clásica con su doble lectura política. De todos, eran ellos lo más rechazados por el alcalde que los esperaba para recibirlos y los había declarado una mala influencia para los jóvenes. A pesar de no gustarle demasiado las recepciones en los ayuntamientos, y de que no se consideraban merecedores de tanta lisonja, en ocasiones aceptaban tratar con las autoridades de los lugares a los que se desplazaban, a los que se enfrentaban con toda la seriedad de la que eran capaces, cambiándose incluso la ropa interior y lavándose el pelo. Por su puesto, si en aquella ocasión hubiesen tan siquiera adivinado, que la reunión a la que habían sido invitados tenia como motivo establecer normas de conducta y exponer la disciplina a la que estaban sometidos según las leyes vigentes, ni se hubieran acercado por allí. Tal vez, aquellos seres estirados que los esperaban en una sala de grandes homenajes, disfrutaban con aquel momento en el que ponían de relieve su importancia y el sometimiento que les debían, y sin duda, su forma de estar en la vida y los movimientos que en ella hacían, se debía al placer que les proporcionaba sentirse poderosos. -A estos si les pones un gorro hecho de papel de periódico y una espada de madera, se creen Napoleón. Están para que los encierren -Dijo Johnny a su actor secundario, el joven Eustaquio Mailer. Les habían puesto unas sillas de madera muy cerca de la puerta, y había unos cuatro metros entre ellos y la mesa de los oradores, lo que intentaba dejar a las claras, la distancia que los separaba en todos los órdenes, y lo que permitía verse de cuerpo entero a pesar de la gran mesa del siglo XIX que los separaba. El cura, que era hombre taimado y detallista, había sugerido que se hiciera así, porque según él, la gente de orden no debía establecer una distancia con los feriantes, y el alcalde estuvo de acuerdo. El señor Hersmit, el alcalde, en el puesto durante dos décadas, habría creído suficiente que los esperaran delante de la mesa y reducir aquel espacio, pero el cura de ninguna manera hubiese consentido que se relajaran las costumbres hasta aquellos extremos. Expuso el religioso con nítida precisión, llegado el momento, que del mismo modo que los símbolos eran necesarios en una iglesia para que la gente se reconociera en ellos, aquella mesa debía dejar claro que los mundos en los que vivían eran muy diferentes de los de los comunistas obligados con el poder soviético. Ninguno de ellos entendía de qué hablaba. -La identidad nos permite conocer el camino por el que hemos llegado hasta aquí, a este momento de la historia, y el que debemos escoger para seguir adelante. Debemos saber quienes somos para acertar -Dijo frotándose las manos con avaricia espiritual. La iglesia se mostraba impaciente en lo que tenía que ver con su posición en la nueva España. Después de la dictadura, su influencia caía hasta límites que nadie había podido sospechar, y en Europa, muchos países eran protestantes y laicos, y el alcalde era también una reminiscencia de otro tiempo y orden. Tal vez los ciudadanos soportaban aquella situación como un mal menor, porque la propaganda y la televisión les habían avisado contra la izquierda comunista que lo quería desmontar todo, es decir, separar la iglesia del Estado y negar la ancestral influencia que cada milagro había obrado en su pueblo. No siempre se esperaba lo peor de la llegada de actores anarquistas, o lo que era peor, con influencias extranjeras de libertad, ni siquiera, a aquellas fuerzas institucionales a la antigua, les suponía ya una sorpresa o los cogía desprevenidos, lo que venía a demostrar que durante años, habían tenido la ocasión de comprobar por medio de aquellas fiestas, películas, libros y obras de teatro, que otros mundos se estaban fraguando fuera de sus muros, y algunos muchachos, unos hijos 3


de rústicos campesinos, otros atendiendo el pastoreo o explotaciones ganaderas, sabían más de las influencia de músicas extranjeras que del pasodoble patrio. Esos chicos coleccionaban vinilos, fotos de actores de hollywood y libros prohibidos durante la dictadura, paseaban solitarios por la montañas con sus camisetas de los Sex Pistols, bebían bourbon y fumaban hierba, como máxima expresión de los nuevos desafíos. La política no cambiaba mucho, eso era cierto, pero el mundo se movía bajo sus pies, y eso no podían impedirlo. La permisión de las nuevas influencias y corrientes culturales, la nueva diversión que los jóvenes encontraban en cuestionar sus propios rasgos culturales y aceptar otros más generales, todo lo que fuera dejarlos para ver hasta donde podían llegar, también tenía que ver con evitar conflictos generacionales que cuestionaran aquella especie de democracia que no había cambiado en lo fundamental, y a pesar de que todo el mundo votaba cuando le tocaba, las instituciones, el funcionariado, desde jueces, hasta mandos de el ejército y la policía, seguían siendo los mismos que ya lo fueran durante la dictadura. En este contexto, no fue extraño que advirtieran a los comediantes que las fiestas debían desarrollarse dentro de un orden, y que guardaban una denuncia detallada de rotura de mobiliario urbano por una cifra astronómica que deberían pagar, si aquel año se repetían los incidentes del año anterior, y sobre todo, si encontraban rasgos de rebelión política en alguna frase de su obra. Johnny supuso que el jefe de policía y algún brillante empresario, esperaban en la habitación contigua, y no quiso tensar la situación. Se limitó a contestar que sería lo que Dios dispusiera en último lugar, pero que lo iban a intentar, lo que pareció contener, de momento, la desconfiada furia del religioso, que estaba a punto de despellejarse las manos por la fuerza con la que se las estrujaba. Entonces, cuando salían, Johnny vio a una muchacha que no debía tener más de diecisiete años, escondida detrás de una pesada cortina que se le acercó y le pidió un autógrafo. Era la hija de Hersmit, el alcalde, y le preguntó a Polski, un actor que solía hacer de galán por su buen porte y nariz perfectamente cincelada, si lo vería más tarde. Después le hizo una broma con eso de que los actores tenían un amor en cada puerto, y él replicó que eso eran los marineros, y quedaron para verse. A johnny nada de aquello lo inquietó, en absoluto. Para él no era más que una chica conociendo a un chico de su edad, y lo que pudiera ocurrir a partir de ahí era lo que solía ocurrir cuando dos chicos se gustan, pero si el padre de Magret supiera que había hablado con ellos, todo podría complicarse aún un poco más. En una conversación que tuvo más tarde con Venturra Mais, un hombre con bastante edad para hacer todos los papeles femeninos de mujeres mayores, Johnny aseguró, con un respeto icónico por aquel actor veterano, que nada de lo que pudieran decir las fuerzas dirigentes de aquel pueblo le iba a hacer cambiar ni una sola línea de sus diálogos. Pero como había sucedido otras veces, era de esperar que el jefe de policía estuviera esperando una señal, para entrar a caballo en el teatro y subir al escenario con intención de suspender la obra. Lo que mostraba claramente que nada había cambiado tanto, pero como no era del todo seguro que eso les volviera a suceder, Venturra Mais aseguró que ese tipo de cosas era lo que hacía grande a una compañía, si no eran capaces de incomodar al poder, tal vez sólo eran sus siervos. Podría haber sido cualquier otro, pero la chica vio primero a Polski y tal vez, se sintió esperanzada, dispuesta para un amor puro, como es el amor a esa edad, y que pudiera ayudarla a escapar de sus problemas. Sabía perfectamente que aparte de la confusión que iba y venía como un carrusel mareando su cabeza, cada vez que interpretaba la realidad se equivocaba sin remedio. Y también, que por mucho que lo intentara, seguiría siendo hija de quien era, y eso la llevaba a analizar cada cambio como había aprendido a hacerlo, de una forma casi exacta a como lo hacía su padre. Se decía que si su padre cojeara, ella hubiese aprendido a cojear sin remedio. Hablar de sus problemas más íntimos con un muchacho que acababa de conocer, dejándose llevar tan sólo por su intuición, no dejaba de ser un atrevimiento “peligroso”, no por que Polski fuera violento o irresponsable, sino porque podía asustarse y romperle el corazón al salir corriendo como un conejo que, en alguna parte, presentía una escopeta apuntándolo a los ojos. Ni en las peores familias, los padres permitirían que sus hijas se 4


relacionaran con un cómico, ella lo sabía bien, y por eso fue discreta desde el primer momento. También debemos tener en cuenta la edad de Magret, y si creemos que romperle el corazón era demasiado decir de una relación personal tan incipiente. Para una niña de diecisiete años que consuma sus relaciones inmediatamente, que abre su corazón contando sus problemas, que desea ser salvada de todos ellos y que no encuentra otro modo de salir de su pueblo, un bombón como Polski, era algo peor que peligroso, era la posibilidad de una decepción dolorosa. En la habitación del hotel se besaron, se desnudaron y pasaron la tarde dando vueltas sobre la cama. -¿Qué haces con la gomina que hay en el baño? -preguntó ella-. No usas gomina en el pelo. -Tengo una escena con grandes bigotes victorianos, los llevo en la maleta. Necesitan ser elevados cada vez que los pongo. Si mi repuesta ha de ser menos concentrada, debo decir que en realidad la paga la compañía y la comparto con otros actores que la utilizan en sus caracterizaciones. Es un bien valioso para un actor -dijo adentrándose en aquel mundo que a él lo había atrapado tiempo atrás y al observar los ojos que Magret ponía y la cautivaba-. Pero si quieres saber algo más -añadió movido por aquella plena atención que le demostraba-, porque al fin y al cabo la vida actor tiene estas cosas, podemos usar gasa animal si en alguna ocasión en que se nos cabe inesperadamente, y no encontramos alguna tienda abierta. Creo que es somos muy sacrificados en nuestro oficio. Hay cosas que la gente desconoce y que no son nada cómodas. Entonces, cuando el empezaba a notar que le volvía su energía y la miraba con renovado deseo, ella empezó a llorar. -La vida no es fácil para nadie y no te quiero engañar. -¿Por qué me ibas a engañar? -Me gustas mucho y quiero irme contigo. Podría haber sucedido con cualquier otro, pero le sucedía a él, Polski el galante sin corazón. Cada frase que ella pronunciara le resultaba tan poco real como las declamadas por un mal actor. Eran tal para cual, porque en su caso, del mismo modo, todo era pura pantalla y ella parecía saberlo. Hablar hasta la extenuación sin comprometerse en nada con lo dicho, era lo que hacía mejor. Para él, era una tradición entrar en los secretos de la gente para después intentar imitar como creía que se sentían. Pero hacía algún tiempo que no tenía una oportunidad tan real. Hasta aquella tarde, allí retozando sobre una cama de hotel, o había tenido tanto tiempo para pensar en como se sentían otras personas, su única ocupación del último mes, había sido esforzarse, cargar material, ensayar y memorizar, y eso unido a los viajes lo había tenido bastante ofendido consigo mismo por haber escogido aquella profesión, ninguna distracción había roto su falta de ánimo en aquel tiempo, hasta que apareció Magret, con sus ojos increíbles y sus piernas largas y bronceadas. Los dos eran habladores y siguieron sus confidencias hasta que Magret desembocó, con absoluta locuacidad, en el motivo principal que la tenía en vilo, la hacía tan infeliz y la provocaba para que se diera rapidez en sus movimientos. Confesó en un momento de lucidez, que estaba embarazada de su novio al que ya no quería, y que su padre la mataría si llegaba a descubrirlo. En aquel instante lo único que quería era seguir desahogándose, contarle su vida a aquel chico al que apenas conocía y con el que acababa de copular. Su intuición iba a tener que funcionar como nunca, si después de aquella confesión, él aceptaba sus condiciones. En algún momento al verlo, ella había decidido que era el muchacho que sucumbiría a su amor de tal modo, que cualquier cosa que le contara o deseara, sería un mero trámite si se interponía entre ellos. Magret escondía la cara entre sus manos, porque sabía que debía avergonzarse de su situación y de como actuaba, pero no sentía nada, nada en absoluto, sólo esperaba las reacciones de Polski. Pensar que ella pudiera abandonar a su familia, tener su niño lejos de ellos, elegir a los chicos como quien tira una moneda al aire, y no temer que un día muy lejano él la abandonara y la dejara tirada, era algo que paralizaba al actor. No existía una fuerza mayor que la del porte convencional de un actor, capaz de seducir, convencer y falsear la realidad, sin que nadie se diera cuenta, pero aquella situación lo superaba y no quería presentarse 5


ante el mundo como un ser monstruoso. Una cosa eran sus amores de verano, los que siempre había tenido, y otra muy diferente el lío en el que se estaba metiendo. Se dejó llevar por la conversación un rato más, hasta que afirmó con unos ojos fríos como el hielo, que no se encontraba preparado para enfrentarse a aquella proposición.

2 Cuchillos en el desierto. No eran tiempos fáciles para la libertad de expresión, pero eso a Stiller no le preocupaba demasiado. En el colegio cuando castigaban a un compañero por hablar a destiempo, solía decir que lo tenía merecido por charlatán, y al fin, el oficio de actor que en cierto modo compartía, era también un oficio de charlatanes y feriantes. Pero lo que le gustaba de su trabajo, no era tanto el teatro como todo lo que lo rodeaba, la prensa, el interés que despertaba, las críticas aunque fueran malas, los viajes, y, sobre todo, tratar con las autoridades cuando querían conocerlos. Era por eso que la reunión de aquella mañana lo había deslumbrado, y no había entendido nada, porque en algún momento había creído que se trataba de una recepción o un homenaje a su trabajo, y había tranquilizado al alcalde al decirle que tendrían en cuanta su exposición y condiciones. En aquel momento vivía en un mundo ideal, una fantasía de relaciones con lo más florido de la burguesía local. Era el momento de los agradecimientos y reconocimientos, y a pesar de su fuerza de voluntad, no pudo menos que aceptar cuando lo invitaron a comer con algunos amigos empresarios -como él mismo era, aunque no tuviera campos o construyera edificios-, un banquero, un marqués que tenía un latifundio y el jefe de policía, que, esta vez, no había sido relegado como en otras ocasiones y sustituía al párroco. No era de extrañar en aquellas circunstancias, que Stiller se pusiera su mejor traje, y que saliera al supermercado para comprar algún tipo de perfume, lo que sería muy conveniente por muy barato que fuera. Estaba convencido de que aquellos que parecían controlar el pueblo por medio de la política y el orden militar y religioso, en realidad funcionaban como una gran familia, y estaría muy a gusto entre ellos. La decisión de quedarse en el pueblo de forma permanente y abrir su propia sala para interpretar una obra con cierta frecuencia, o permitir que otros grupos llegaran para actuar en ella, no fue casual. Les resultaba barato vivir allí, y la gente los quería. La decisión también respondía al deseo humano del resto de la compañía para llevar una vida menos viajera y sacrificada, pero fue Johnny el que los animó. Su sueño era que las mejores obras se interpretaran allí. Stiller intentó convencer a las autoridades de que era una buena idea, pero ya habían expuesto su obra y no la habían censurado, así que nadie iba a ayudarles. Johnny miró una sala sin ventanas con un buen aislamiento sonoro, sólo habría que dotarla de un escenario y butacas, pero debían ir paso a paso, si todo iba como esperaba, podrían añadir una cafetería y máquinas de snaks. Había sido el local de ensayo de un grupo de rock, y antes el garaje del supermercado, y Magret que conocía al dueño y se lo presentó a Johnny, había jugado allí en más de una ocasión. El supermercado estaba en el otro lado de la calle y los sábados se llenaba de gente que vería su cartel anunciando cada nuevo estreno. Venturra Mais era un buen dibujante y capaz de hacer un cartel con cada idea que le propusieran. Johnny nunca olvidaría aquella entrevista con el dueño de la sala, un tipo rudo que bebía una cerveza mientras pintaba la fachada de su casa. Formaba parte de lo más profundo del pueblo y no estaba a favor de las novedades, pero si podía alquilar no iba a dejarlo pasar. 6


-¿Ha visto el local? -Nunca he visto nada mejor, pero no podemos pagar mucho. -Bueno, son 300, seguro que de donde viene los alquileres cuestan tres veces más. -No lo sé, nunca intenté alquilar allí. -Si hay protestas, tendrán que irse. Para mi es más importante llevarme bien con los vecinos que el dinero. ¿Lo entiende? Johnny sonrió, pero Stiller que lo acompañaba estaba muy serio. La gente de pueblo no se andaba con rodeos y eso le gustaba. Intentaba ser amable e inteligente, pero era muy posible que estas aptitudes no fueran tenidas en cuenta por su interlocutor que no dejaba de mover una barra con un rodillo en el extremo y empapado en pintura blanca. Se hizo el contrato pulcramente redactado, sencillo, corto y con claridad, y firmado unos días después. De lo que no hablaron fue de un viejo coche inservible que tuvieron que desmontar y utilizaron como parte de la decoración. Limpiaron y la sala fue tomando forma. Magret, en todo este proceso, se fue integrando como una de ellos y sus padres para entonces ya habían aceptado que aquella enorme barriga no era de comer pan de leña. Hasta aquel momento, Polski había actuado como si tan sólo fuera un amigo especial de Magret, pero cada noche esperaba algo más de ella, y en ocasiones, ella se quedaba a dormir en su habitación. Por muy bien construido que fuera su cuerpo y delicadas las facciones de su cara, había empezado a decepcionar a la chica, tal y como su anterior novio hiciera antes. Era u chico joven y guapo, pero eso no iba a ser suficiente cuando naciera el niño. Su amor era lo único que tenían, y eso les parecía indispensable, pero ya no era suficiente, y aunque durante un tiempo ella esperaba que, mostrándose comprensiva pudiera cambiarlo, lo cierto es que él ya no quería formar parte de la compañía y estaba pensando en abandonar y seguir su viaje en solitario. Cuando Magret se enteró de sus planes, no quiso verlo más, y eso terminó de animarlo en su idea y desapareció. Estuvo durante un tiempo evitando discusiones, se propuso que si tenían que separarse lo hicieran como amigos, pero se daba cuenta, que, en su situación, todos se la quitaban de encima como si fuera una carga. Empezó a vestir de forma más convencional y con vestidos cómodos, atrás quedaban los jeans y las camisetas en las que se podía adivinar el tamaño de sus pezones, a pesar de su metro sesenta y con el pelo más corto, empezaba a parecer mucho mayor. Por una parte, la idea de su embarazo llenaba su mente. Johnny solía decir, y también se lo dijo a ella, que esperar no era desesperar, era la vida misma, y que mientras se esperaba, la gente no se metía en líos. La recompensa iba a ser tan grande, que Magret no necesitaba demasiado y seguía visitándolos cada día. Pasó algún tiempo de la desaparición de Polski y Johnny se mostraba amable y protector con Magret, por muy lacónica que ella se estuviera volviendo. El actor parecía revivir cuando la muchacha estaba cerca, y a pesar de que le doblaba la edad se permitió encariñarse con ella, pero intentando por todos los medios que no se le notara, lo que no conseguía. Encargó a Venturra Mais que la vigilara para que no hiciera esfuerzos y que la ayudara en lo que pudiera. En otro tiempo Johnny había tenido un moderado éxito en una compañía grande y eso le había reportado popularidad, llegando a ser mostrado por la crítica como el actor más prometedor del año. Escapó de todo aquello porque las obras eran de entretenimiento y no era lo que él quería hace, pasaron diez años, y el actor tan prometedor, se había escondido en un pueblo en el que nadie lo reconocía. Johnny debería haber informado a las autoridades de que algunas de sus obras de teatro no eran políticamente correctas, pero como no lo hizo, el canal de diálogo que una vez tuviera desapareció, y ya sólo se comunicaban con él para mandarle amenazas y advertencias por escrito. Al menos deberían haberle puesto menos problemas administrativos para abrir la sala de teatro, porque al final, la justicia le dio la razón y todo quedó en papel mojado. Eso habría ayudado a la comunicación, aunque no habría influido en el ansia de libertad que tenía aquella industria incipiente. No parecía buena idea enfrentarse al padre de Magret y al mismo tiempo empezar a sentir algo por una chica embarazada que acababa de cumplir los dieciocho, sino que debería haber actuado con la cabeza fría y haber pensado que si quería hacer que sus sueños se hicieran realidad, era mucho mejor no poner el 7


corazón y dejar que el amor enredara por el medio. La situación exigía de él una contención que no tenía, pero su fuerza de voluntad era incorregible, y eso lo ayudaba. En un momento, el alcalde se acercó con toda humildad y le rogó que le prohibiera a Magret visitarlos, y aunque la chica volvía cada noche a dormir a casa de sus padres, su relación ellos era cada vez más difícil. Johnny le respondió que no podía hacer nada, que ella era mayor de edad y que formaba parte del equipo. En verdad, nadie entendería que le diese el gusto al alcalde en eso, pero la situación le resultó muy violenta, sobre todo porque Hersmit desconocía lo que Johnny sentía por la muchacha. De la misma manera que el alcalde se ponía a su altura para pedirle algo que necesitaba y no podía conseguir con todo su poder, Johnny aceptaba su ayuda para acabar de montar la sala, pero sin ceder en sus pretensiones. Hubo dos trabajadores que llegaron para hacer trabajos complicados de montaje, mecánica y carpintería, pero siempre sospecharon que que aquellos dos intrusos tenían como finalizar observar todo lo que sucedía a su alrededor para, más tarde, trasladárselo a Hersmit, que al fin, era el que les pagaba. Magret estaba convencida de que si huía por su cuenta a una gran ciudad, terminaría dando a luz en un callejón oscuro sin más ayuda que la de algún borracho que no se atreviera ni a llamar una ambulancia. Se trataba de dominar las absurdas dotes de una imaginación desatada o terminaría equivocándose del todo. Para ella, todas sus esperanzas y sueños color de rosa, tenían la justificación del que cree merecerlo, pero a lo que todos se opondrían por considerar que vivía en un mundo fantástico en el que finalmente chocaría con la realidad. Por primera vez empezó a vestirse como una mujer, con vestidos de una pieza y zapatos de tacón, cuando notó que Johnny la miraba, y él lo hacía con insistencia haciéndole ver que existía un interés que necesitaba ser correspondido en aquella relación, hasta el momento, de amistad. La sala se había convertido en un lugar caótico que nadie entendía, la premura de terminar las obras lo antes posible, se mezclaron con los ensayos en cuanto el problema del escenario estuvo resuelto. Los obreros solucionaban algunos inconvenientes de encaje a martillazos, y los actores declamaban en voz alta, como si les fuese la vida en ello. Pasaron dos meses y Magret y Johnny iban juntos a todas partes. Ella se mudó a su apartamento y sus padres esperaban en vano que se le pasara su enfado y volviera casa. Con la ayuda de sus amigos Hersmit empezó a concebir la idea de hacer la vida imposible a los comediantes para que tuvieran que marcharse del pueblo. El que parecía más animado a la acción era el marqués de Pivedí, un refinado aldeano que amaba los caballos pero que había ido una vez invitado al palacio real para la boda de una princesa, y hermana del príncipe heredero. La monarquía era tan fuerte que llegaba hasta el más pequeño rincón del país, desde el despacho del jefe de redacción de periódico, hasta la sala de teatro de un pueblo olvidado por todos, en cualquier lugar en donde se cuestionara su papel en el nuevo orden democrático, había un monárquico o un cura dispuesto a chivarse al jefe de policía. Cada mañana, después de desayunar, el alcalde sale para su paseo, antes de ir al ayuntamiento. No se da prisa, no quiere que aquel momento dure menos de lo necesario. La risa de su hija resuena en sus oídos con la felicidad de otro tiempo, y se desespera pensando en como pudo salir todo tan mal. Una mañana de domingo, sin previo aviso, los actores representan una pequeña obra de veinte minutos e la plaza del pueblo, son las fiestas patronales y les servirá como enlace con aquellos que aún no han pasado nunca por la sala para asistir a una de sus obras más largas. La policía pasaba con frecuencia por el domicilio de Johnny, que era también el de Magret, para pedirle los permisos necesarios de apertura y de exhibición, y cada vez que empezaba una nueva obra, los permisos de obra. Era como si no existiera otra cosa más importante en el pueblo que hacer que controlarlos. Pero de pronto, cuando llegaron las elecciones generales, se detuvieron. Johnny alquiló el local para los mitines de partidos republicanos y de izquierda, y la presión cedió. Era como si temieran un escándalo, y mientras Magret daba a luz un niño de pelo oscuro y ojos grandes, Johnny lo dejaba todo en manos de Venturra Mais y Stiller y se tomaba unas vacaciones para pasar aquellos días al lado de Magret y su hijo, que, en cierto modo lo era de los dos. 8


En una reunión organizada por el jefe de policía, el marqués de Pívodi afirmó que todo tenía solución y que debían aclarar sus diferencias por el bien de todos. Directamente quiso hablar con Johnny, porque, según afirmó, Hersmit estaba fuera de todo control y se dedicaba a hacer idioteces que nadie entendía. Comprendía muy bien el señor marqués, que el pueblo necesitara diversiones, y al fin y al cabo, el teatro era la cuna de la cultura en cortes europeas desde el siglo dieciséis. Le habría gustado no llevar aquella carga, pero le había sucedido a él vivir en los márgenes de producción agraria del pueblo, y también defendía su negocio, y como suele pasar en estos casos, se refirió a tantas familias de trabajadores que dependían del salario que él les daba. Si hubiera podido correr sus tierras un poco al norte y evitar aquella entrevista lo hubiera hecho, pero desde las instancias más altas le habían pedido que hablara con Johnny, y no podía renunciar a ser quien era, ni a formar parte de aquella identidad patriótica que se revolvía contra cualquier cambio. Pero, a pesar de mostrarse conciliador y amable, sabía que no conseguiría demasiadas concesiones, y como Johnny no quiso ir a su palacio, él mismo llamó a la puerta de Johnny y hablaron en la cocina, mientras Magret le daba el pecho a su hijo, encerrada en la habitación. -Te agradezco que me escuches, lo que tengo que decir es importante para mi, y espero que a ti también te lo resulte -dijo el marqué con gesto grave-. La incomprensión entre clases está en el origen de muchos problemas. No te pido que cambies eso, sólo que, cada uno dentro de sus posiciones intentemos solucionar los más pequeños malentendidos. -¿Cuales son? -Por nuestra parte, no deseamos que renuncies a tu sala de teatro, es todo lo que tienes y sabemos que eso te llevaría a defenderlo de forma irracional. -Parece que sabe muchas cosas desde su esa altura consagrada que tiene la sangre real. -El teatro está a salvo, y ahora con las elecciones has hecho un movimiento que ha puesto la violencia de Hersmit fuera de juego. Él siempre se inclinó por la acción, yo no. -Sabemos que tenemos vigilancia, no es nada nuevo. -No os consideramos una posesión. ¡Maldita sea! Pon un poco de tu parte. Nadie entendería que me haya rebajado tanto viniendo hasta aquí. Saldría en todos los periódicos si pudieran sacarme una fotografía. Al menos, le había permitido entrar en su casa, lo que era mucho más de lo que, en un principio, estaba dispuesto a hacer. En realidad, aquella entrevista esta motivada por la curiosidad, no había intención de llegar a algún acuerdo. Por supuesto, si algo se había escapado a su control era buena saberlo, el poder siempre se especializa en “buscarle tres pies al gato”. No resultaba ninguna novedad que se tenían un rencor visceral, a pesar, por las dos partes, de intentar disimularlo. Pívodi era el más interesado en encontrar una solución, y hablaba sin parar buscando punto de conexión, si a Johnny le hubiesen gustado las serpientes, en aquel momento decisivo, él se hubiese convertido de improviso, en el mayor defensor de este tpo de animales, a pesar del rechazo que mostraba casi todo el mundo por ellas. Nada de lo que dijera parecía interesar o sorprender a Johnny, hasta el momento en que le mostró un sobre que llevaba en el bolsillo de su chaqueta. -No se trata de un intercambio, es una aportación para tu teatro. Desde siempre, la cultura ha tenido benefactores que coincidían con su enfoque. -¿Qué enfoque? -Nos gustaría financiar un plan cultural y ponernos de acuerdo en el programa de obras para un año. Si vemos que funciona y todos estamos de acuerdo, entonces podemos renovarlo por otro año. Nosotros (al decir nosotros, el marqués de Pívodi, dudó y se detuvo un momento, entonces siguió) no deseamos imponer las obras que nos gustan, se trataría de ponernos de acuerdo. -El teatro no se vende, ¿lo entiende? Tiene que ser un bien puro al servicio del pueblo humillado que pide justicia. Ya sé que le sonará muy comunista y republicano. Su dinero ha dejado de ser decisivo en la relación que intenta establecer de equidad. Le gustaría ponerse en un plano superior, pero usted sabe que a esos los sacamos de nuestras vidas, y sólo estamos a gusto con los que nos 9


sentimos iguales, de nuestra misma clase clase. Y no somos iguales, pero lo seríamos si aceptara su dinero. La corrupción a roto esa diferencia en muchos que se decían de izquierda. No acepto el acuerdo, y prefiero no ofenderme por su oferta, pero lo haré si lo vuelve a intentar. -Usted con su pureza es incapaz de dar un paso adelante, sea inteligente. Los nazis también se creían puros y ya ve como acabó aquello. Aquel ser despreciable no lo amenazó hasta que se sintió rechazado, entonces dijo, “esto le costará muy caro”, recogió su dinero y salió airado, como si, de hecho y a pesar de haberlo negado, creyera que el pueblo llano estaba a su servicio, fueran parte de sus posesiones y estuvieran obligados a aceptar sus propuestas con una sonrisa falsa en los labios, pero demostrando el miedo que se esperaba de ellos. Magret salió de la habitación con su hijo en los brazos y preguntó, ¿quién era? -Nadie, no era nadie. Ya no es nadie.

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1 Sin motivos, sin excusas Otro perro ladró en la calle, al oírlo, se levantó renunciando al sueño y se sentó para dejar que su mente divagara sin sentido. Aquella tarde había llegado a la conclusión, una vez más, de que la competitividad estaba volviendo idiotas a sus amigos de la peña de fútbol. De seguir eso así, el domingo siguiente se ahorraría bajar al bar sólo por acabar discutiendo obviedades, penaltis o manos dentro del área. Tendría que pensar acerca de eso; los cambios le costaban, eran un sacrificio para él, pero llegaba el momento de tomar algunas decisiones. Sus nervios no era de acero. Tenía sus propias ideas acerca de la marcha de la liga de fútbol y no influía demasiado en su vida, pero sí en su salud. Estaba disfrutando del punto de haberse jubilado y su corazón estaba delicado, eso era un hecho, así que el fútbol no era lo que más le convenía. Su hija se acababa de divorciar, estaba deprimida y le gustaría tener un poco más de tiempo para ella. En unos días serían la cena conmemorativa de su grupo de bachillerato, y le gustaba ir a esa cena, saber como lo iba a todos y comprobar que, al final, iban quedando un grupo muy compacto y, a la vez, diverso, se viera por donde se viera. A pesar de que su cabeza se llenara de ilusiones inmediatas, tan sencillas y superficiales, como las que acabo de contar, una sensación de estar perdiendo momentos preciosos al lado de Miona, le hacía buscar su compañía siempre que podía. Se sentó a su lado en el salón y la miró profundamente esperando que ella le hablara, pero no lo hizo, parecía concentrada en una revista y no levantó la cabeza. -¿Te acuerdas de Francis? Jugabais juntos de niños, se ha casado tres veces y se ha vuelto a divorciar -dijo Ellimore sonriendo a su hija-. Es todo un personaje. Nunca se da por vencido. -Sí, lo recuerdo. El divorcio es como un deporte para algunos. Para mi no ha sido algo agradable. -Sí, lo sé. Por eso te lo comento. No es para tanto. Tienes que aprender a quitarle importancia a tus dramas. Eso estaría muy bien, a menos que sus dramas no fueran tan desafiantes. No se encontraba capacitada para nuevas aventuras, al menos de momento. Era una persona juiciosa, templada y sin urgencias, y sabía que si ella sufría hacía sufrir a su entorno, y como eso era así, la última cosa que deseaba hacer en aquel momento, era retomar su vida. Dejaba que el tiempo pasara de forma anodina, y se lamía las heridas, nada nuevo en su situación. Sólo pedía un poco de tiempo para poner su cabeza en sus sitio. -Ese Francis es un tipo curioso. Una vez nos fuimos de pesca con su padre. Él sólo era un adolescente y nos acompañó. En el río había unas chicas holandesas, o suecas, no sé. Estaban tomando el sol en bikini. Nos quedamos un poco chafados porque se pusieron justo en el mejor sitio para la pesca, era el sitio en el que solíamos quedar después de una larga caminata, hacían ruido, fumaban y se divertían, así que tendríamos que buscar otro lugar rio arriba en el que estuviéramos un poco más tranquilos. Yo no era muy bromista ni malicioso al respecto, pero salieron las bromas y el padre de Francis, Aflec, un buen amigo, creo que no lo conoces, no dejaba pasar una oportunidad para hacer chiste de todo, y dijo que las mujeres europeas se enamoraban con facilidad de los 2


hombres del sur porque creían que éramos más apasionados. Y, a partir de ahí, alguien hizo algunos comentarios poco galantes, acerca de lo desmedido de los pechos y los traseros de aquellas damas. Ya sabes como somos los hombres cuando nos ponemos burros. -¿Lo sé? -preguntó Miona que sonrió por primera vez, aunque forzadamente-. Está bien, no hace falta más. -Recuerdo aquel día con vergüenza, debes creerme. Lo creímos divertido, ahora sé que no fuimos nada elegantes. Encuentro momentos de mi pasado de los que no me siento orgulloso, quiero que lo entiendas. Posiblemente tendrás algún recuerdo por el que puedas censurarme. -¿A qué viene esto? -Me gustaría visitar a Francis y su padre y que me acompañaras. Dentro de unos días se celebrará allí la cena de conmemoración de antiguos alumnos. Viven a cinco horas en coche y prefiero que conduzcas tú, mis reflejos ya no son lo que eran. -Podría haber sido peor. ¿Sólo cinco horas? -señaló con ironía-. Tendremos que quedarnos a dormir. ¿Has hablado con él? Incluso en el mejor de los supuestos debes llamarle, no quiero conducir cinco horas y que ya no viva allí, o haya salido de vacaciones. Al mencionar lo importante de avisar antes de salir, Ellimore puso cara de estar un poco despistado, suponía que podría encontrar su teléfono si lo buscaba en algún cajón de la habitación, tal vez en la libreta de teléfonos de su mujer, fallecida algunos años antes. Pero aunque ella estuviera con vida en aquel momento, y pudiera ponerle el número de teléfono de su amigo en la mano, hubiese igualmente necesitado un tiempo para buscarlo y prepararlo todo, así que decidieron que dedicarían el resto del día a eso y no saldrían hasta el día siguiente muy temprano. Tal y como se sucedió la escena, Ellimore prefirió no terminar su historia, pero lo cierto es que aquel día, mientras los mayores se habían ido de pesca, Francis se había quedado con las chicas y cuando regresaron ya no estaban allí. Se había ido con ellas y no había llegado a su casa hasta unos días después. Aquello había sido causa bromas durante años, la fama de conquistador del adolescente le había acompañado toda su vida, y al haberse casado y divorciado tres veces, su fama acababa por completarse sin remedio. Aunque Francis sostenía siempre que podía, que no había sucedido nada, todos se empeñaban en hacer creer a quien estuviera dispuesto a escuchar la historia, que se había encerrado en la posada del pueblo en una habitación, aquellos tres días y que en ese tiempo, no habían salido ni a comer. A pesar de la obvia exageración de una historia semejante, una sensación de desamparo acudía a los ojos de Francis cuando algunos de los pescadores de aquel día, años después, se empeñaba en contar la historia. A pesar del afecto y la confianza que despertaba, la persistente idea de extender su fama entre todos los conocidos, a él le había creado algunos quebraderos de cabeza, y eso no hacía que pudiera apreciarlos más, cuando su amistad había pasado por momentos delicados. -¿No has dormido bien? No tienes buena cara, parece como si te hubiese pateado una manada de caballos. Y esas ojeras... No era difícil percatarse si Miona no dormía bien, sucedía con frecuencia y se le hinchaban los ojos y la cara. Tardaba en cambiarse el pijama y pasaba horas en el sillón tomando café, esperando las fuerzas necesarias para ponerse en marcha. Generalmente de mal humor. Tan sólo su silencio y su capacidad para hacer como que leía revistas, la hacía pasar desapercibida en otras ocasiones parecidas. -No me tires del genio. Ya sé que no estoy bien, no hace falta que me lo recuerdes. -Es cierto que mi franqueza suele crearme problemas. Pero dejame decirte una cosa. Los jóvenes creéis que la fata de sueño, o un sueño inquieto os lo produce un futuro incierto y poco halagüeño. Cuando se pasa de una edad y ya no hay tanto por perder, los malos sueños tienen que ver con imágenes del pasado que se nos han pegado sin remedio, y algunas no son tan importantes, pero nos preocupa haber hecho las cosas mal. Así que procura no meter mucho la pata. -Si quieres ir a esa reunión te llevaré, pero no hace falta que me des discursos. De mala gana, pero 3


lo haré, pero no me quedará tantos días. Te dejaré allí y me llamarás cuando quieras que pase a buscarte. Creo que estoy siendo bastante condescendiente para tratarse de una reunión de antiguos alumnos. -En realidad, ya he llamado a Aflec, me quedaré unos días en su casa. No hay problema con eso. -¿Dabas por sentado que te llevaría? ¿Que no me podía negar? Eres un poco cabrón, ¿lo sabes? -Te veo tan aburrida. Así podrás distraerte, y volver a ver a Francis. -¿Tres mujeres? ¿O es insoportable, o no soporta a las mujeres? -No creo que sea eso. Yo soy de otra generación, Francis es de la tuya. Es posible que tu lo entiendas mejor. Antes, sólo las estrella de Hollywood hacían esas cosas. No siempre las cosas sucedieran con tanta facilidad. No siempre la situación económica había sido tan sólida para Ellimore, Y eso, ella lo recordaba con dolor. Aquel tiempo en que Ellimore perdiera su primer empleo no era un error de su memoria, había sucedido y le había reportado un buen montón de imágenes de ella misma adolescente, siendo la niña pobre, la necesitada, aquella por la que sus amigas sentían lástima. Sólo Miona tenía un padre en el paro, y sólo ella ayudaba en casa para que su madre pudiera salir a trabajar, en aquel tiempo en que las adolescentes se lo pasaban en casa tiradas en su habitación pintándose las uñas de los pies y escuchando, “Video Killed the radio star”. Ella también escuchaba aquella canción mientras fregaba platos, sacaba la basura o hacía camas. Miles de niñas habían escuchado aquella canción todo el año mientras la bailaban en la playa con las puertas del coche de sus novios abiertas y con el radio-cassette a todo volumen. La relación con sus amigos se volvió exánime con el paso del tiempo, se fue apagando hasta desaparecer, no había sueños en común, ellas ya no la llamaban y ella hizo lo mismo. Habían dado por finalizada una relación que no se sostenía y por su parte, llegó a tenerle tanta manía a aquella canción, que si la volvía a oír en algún aparato que no supiera apagar, podría tirarlo por la ventana si eso era necesario para silenciarlo. -No deberías decir eso, como si yo me hubiera divorciado por ser de otra generación. Hay quien piensa que los hombres ya no confían en las mujeres que se divorcian, y me parece muy cruel. Parecía inspirada y todo lo que decía iba cargado de un doble sentido, el que descubría al viejo, lleno de prejuicios, insensible y creyéndose lleno de una razón insondable, ancestral y transparente. Tan sólo su capacidad para escuchar antes de rechazar cada no de sus pensamientos, lo hacía menos odioso. -Procuro creer que es así. Eres mi hija y sé que eres generosa y sensible, así que no quiero saber tus motivos. Era cierto que tenía una opinión muy elevada de Miona, pero por improbable que pareciera se sentía obligado a cuestionar todo lo que ella daba por hecho y que le había traído tanta infelicidad. -Bueno, después de todo, era de esperar. Una discusión más en este momento demuestra, al menos, que no nos ocultamos lo que pensamos. Y llegas a parecer odioso cuando adoptas esa postura, me haces pensar que te pones de su parte. -En serio, ¿crees eso? -Ahora mismo me tienes muy confusa, y enfadada. Como suele suceder en este tipo de discusiones, era un enfrentamiento entre dos fuerzas irreductibles. Estaba por determinar, si como había sucedido en el pasado, al menos, la voz del padre quedaría un tiempo resonando en su cabeza con la ambivalencia de su rechazo, pero también, con la enseñanza propia de los malos discursos, que son los mejores. Entre los dos, entregaban al mundo el desafío de cada una de sus discusiones como la mejor forma de enfrentarse a los problemas, incansables, tal vez en un conflicto exasperado de sus creencias y las creencias familiares. Lo nuevo y lo viejo nunca terminó tan mal que no pudiera recomponerse alguna idea rota, algún planteamiento quebrado y enterrado, o algunos sueños suspendidos para siempre de una soga. Ya no servía los castigos infantiles, el padre que riñe a la niña que se porta mal o no sigue sus indicaciones, en el mundo de los adultos la autoridad debe desaparecer, así lo entendía Ellimore. Podían discutir, pero 4


ella tendría la última palabra, eso era. A pesar de todos los malos sueños, Ellimore no tenía tanto problema con las contradicciones y contrasentidos del pasado. No permitía que eso le amargara, a su avanzada edad no sería muy práctico, así que si alguna cosa no había quedado del todo clara en su momento, y de forma recurrente volvía para que se hiciera algunas preguntas al respecto, procuraba no meterse demasiado en ello. Creía sin lugar a dudas, que darle demasiadas vueltas a cosas que ya habían pasado y no tenían ninguna repercusión sobre el presente, no demasiado saludable. -¿De dónde viene vuestra amistad? Tú y Aflec. -Fuimos juntos al colegio desde niños y pasamos parte de nuestra juventud compartiendo sueños y aventuras. Lo propio a aquella edad. Esa amistad continuó después de casarnos, pero entonces ya nos vimos muy poco. Una vez al año nos reunimos, eso mantuvo nuestro contacto -le respondió a us hija, como si hablar de aquellas cosas lo pusiera en situación de traer otras a la mente que ya creía olvidadas-. Te voy a decir algo, que muy poca gente sabe. Aflec fue novio de tu madre antes que yo. Él la vio primero, y estuvieron un tiempo saliendo, pero desde el principio, yo notaba que ella me miraba a mi. -¿En serio? -que calladito te lo tenías... En ese momento, Miona empezó a suponer que su padre era una cajita de sorpresas, pero no iba a sacar nada de él sino estaba dispuesta a escuchar, y tal vez, llevada por la inercia de la vida y de los tiempos, la gente cada día escuchaba menos. Posiblemente tendría mucho que contar que tenía que ver con ella, directa o indirectamente, no obstante, si le hacía demasiadas preguntas directas se le pasaría lo mejor, cuando empezara a volar su imaginación debería contentarse con los matices. -Yo no era de tener muchas novias. En eso me diferenciaba de Aflec, y como se dejaba llevar por el deseo y porque parecía que para él era muy importante la conquista, pues dejaba pasar delante de sus ojos las mejores oportunidades de compartir momentos con chicas que hablaban, lo que entonces era todo un triunfo. Siempre valoré en una mujer, la capacidad de conversar con los hombres en las mismas circunstancias que lo hacen con otras mujeres. Estaba por decidir, cuánto tiempo de quedaría Miona viviendo con él, acompañando su vejez, y, por lo tanto, renunciando a su propia vida. Era una inquietud que lo tenía en vilo, y que no quería exponer mientras ella estuviera cómoda y no diera señales de desear tener su propio piso, o compartirlo con algún hombre más joven que ella, pero cariñoso y comprensivo con sus necesidades. Ellimore tenía la audacia de la discreción y eso le había ayudado mucho en el pasado, sobre todo con las chicas, pero también en los conflictos sindicales y laborales que había vivido y en una pelea de tráfico en la que el tipo se pusiera nervioso y casi le hace perder un ojo con una barra. Cuando llegó la policía no le dio mucha importancia y todo se arregló sin juicios, grandes declaraciones, multas o papeles. En aquella ocasión, había sido capaz de reconducir un simple accidente de tráfico, que en un minuto se había convertido en una desafía al orden público. Cualquier conflicto, por simple que pareciera, era sensible de ser tratado sin mayores trastornos, y a su edad, él ya podía decir que parecía haber conseguido ese equilibrio. Su vida no había sido un campo de batalla, eso también lo había superado, cuando pedía mejoras en el trabajo y llegaba el jefe y decía, “bien, Ellimore, ya me han dicho que has estado protestando”, y el tenía que precisar que constaba un hecho que necesitaba ser corregido, pero que no había ni pizca de protesta en decir, de aquella manera, desde su voz en la más solitaria individualidad, algo que creía que debía ser dicho. Había trucos semejantes que el abogado de la empresa empleaba para asegurarse la obediencia, y casi siempre tenían que ver con situaciones normales como discusiones, compañeros que se excitaban por el exceso de trabajo, o subidas de tono en momentos puntuales, que él intentaba convertir en grandes problemas que se solucionarían con sanciones o despidos. Ese era el truco, tener amenazados a unos cuantos y de vez en cuando dar ejemplo castigando a alguno, para que el resto vivieran en el miedo. En aquel momento no existía el ambiente sindical necesario en las empresas para que estas conductas empresariales no se dieran, y todos habían empezado a decir que los sindicatos estaban 5


domesticados; ese había sido el momento en que Ellimore y su audacia por la discreción abandonó el sindicato. 2 Todas las veces que algo sucede, alguien lo recuerda.

-Nicole fue una bendición para mi. Sólo siento que me dejara tan pronto. Después de una vida hay cosas que se pueden contar, pero no se cuentan. Me gustaba amarla como no había amado a otra mujer, colmaba todos mis deseos; no te quiero escandalizar. La nostalgia suele traicionarnos, nos hace creer que las cosas sucedieron de una determinada manera, y casi nunca fue como la nostalgia propone. Éramos muy parecidos, teníamos mucho en común y nos inspiraban las mismas locuras. Tal vez también esto en un error en eso, pero creo que ella siempre esperó que yo le fallara, y por eso, cuando naciste tú, empezó a sentirse tan agradecida, tal vez no conmigo, pero con el mundo, por como había llegado hasta allí. Era una persona como yo no había conocido otra. Los jóvenes lo llenamos todo de un misticismo que nos desata, es como si la idea trascendental de que todo lo que hacemos tendrá algo que ver en nuestra vida después de muchos años, nos anima y liberaba toda aquella energía. No hacíamos otra cosa que crecer, madurar y dejarnos llevar. Era lo que correspondía, con aquella delicada perla que ella mecía en sus brazos. -Me gustaría haberla conocido siendo adulta, que me hubiese durado un poco más. ¿Estás preocupado por algo? -Estos días se me da por pensar en ella. Debe que se que te pareces tanto, que no lo puedo evitar. -Aún eres muy joven. Te conservas bien. Eres un hombre sano. Mayor, pero sano. No sé que te preocupa. -A mi edad nunca se está tan sano. No te fíes del bronceado, estoy mucho al aire libre, pero la vejez es en si misma una enfermedad. La reunión con sus antiguos amigos era el momento en que se contaban sus achaques, y donde le decían como había cambiado todo, allí donde él no llegaba, ¿recuerdas a aquel chico que al que siempre castigaban?, entonces lo definían para que él pudiera situarlo, y cuando se había hecho con una imagen de aquel joven que una vez fuera su amigo, y en ese momento concluían, pues se ha muerto. Aquellas reuniones, eran, después de tantos años, una fuente inagotable de malas noticias, algunas sórdidas, otras inesperadas, otras por como iba reaccionando la gente al cabo del tiempo, decepcionantes, pero siempre como un certero obituario del año que acababa de pasar. Tenía también sus cosas buenas, claro está, siempre se alegraba de ver a algunos de aquellos viejos cabrones sin corazón, especialmente a dos o tres de los afines entre los que se situaba Aflec. Aún lleno de dudas sobre la reunión que se avecinaba, aquella tarde salió al parque acompañado de Miona. Estirar las piernas, formaba parte de la preparación del largo viaje en coche que le esperaba al día siguiente. Hacía sol, y la temperatura era buena a las sombra de unos árboles. Algunos chicos corrían en monopatín o fumaban, otros bebían cerveza. Las señoras mayores del piso de arriba estaban charloteando animadamente. Las llamaba las señoras mayores, pero eran más jóvenes que él. Alice y Tammara eran dos chicas que iban siempre juntas y que solían hablar con Ellimore, así que se pararon y él aprovechó para presentarle a su hija. En esa ocasión iban acompañadas de Karl, un chaval muy delgado que bebía los vientos por Alice, que era la más habladora, pero que no 6


demostraba el más mínimo interés por los chicos. -¿Sois ya novios? -preguntó Ellimore con su usual insolencia-. Creo que debo preguntar porque a mi Alice también me gusta -añadió bromeando. -Procuro mantenerlo a raya -respondió Alice-. Él sabe que mi corazón está ocupado por un hombre mayor -le siguió la broma. -En otro tiempo, cuando una chica te gustaba, tenías que pelearte por ella. Ahora es todo más civilizado, pero menos entregado. ¿No crees Miona? -Que me lo digan a mi que me acabo de divorciar -dijo como si no importara, pero informando a los jóvenes de su situación. -¡Oh! Ya veo -dijo Alice-. Es cierto que el amor ya no dura como antes. La gente era más de aguantar. -En fin -añadió Ellimore-. Creo que puedo decir algo al respecto después de tantos años de pensar en ello. En aquellos tiempos te enamorabas de una idea, de una imagen o de un rayo de luna. Idealizabas a la persona escogida. Creo que era por eso. -¿Tú crees? -lo miró Miona. -Totalmente. Esa idealización nos llevaba a creer en que nuestro amor era el complemento perfecto para nuestra vida y no tenía defectos. Aunque eso probablemente no existe, casi seguro. -Yo tuve tres novios, y con quien estoy más a gusto es con mis amigas. Los tíos son unos ansiosos -dijo Alice-. Tres novios, y ninguno era bueno. Además, besaban muy mal. Las señoras mayores del piso de arriba comenzaron una discusión con unos jóvenes, que escupían muy cerca de donde ellas se encontraban. En un momento atrajeron la atención de todos, la discusión todavía discurría por su momento más agrio. Intentaron acercarse para ayudarlas, pero para entonces ya los chicos iban en retirada, recogiendo sus cosas, soltando maldiciones entre dientes. Tanya y Kroissen, las dos mujeres con acento extranjero empezaron entonces a discutir entre ellas, una recriminaba a la otra por haber echado a los chicos de allí, y la otra intentaba decirle que escupir en el suelo era algo muy feo. Ellimore había estado escuchándolas durante unos minutos justo antes del incidente y parecían tener un mal día. Sólo después de la tensión de aquella escena tan llena de vida, se dieron cuenta de su presencia y para entonces, ya estaban tan cerca que parecían los miembros de un mismo grupo, uno de tantos que se reunían por allí para charlas un rato. Al fin, la discusión empezaba a tomar la distancia necesaria para que se saludaran y Alice excusara la actitud de los chicos, que no se habían portado con educación pero no le parecían tan malos después de todo; Kroissen la miró con desconfianza y Tanya, miraba a Ellimore que, a su vez, deseaba presentarles a su hija. Tal vez, si no fuera por aquella pequeña discusión, el acercamiento no se hubiera realizado, se las hubiesen cruzado en la escalera y nunca hubiesen preguntado si Miona era su hija o una secretaria que lo ayudaba con la casa; esas las dudas lógicas de dos señoras mayores y solteras que apenas salían del barrio. La conversación se iniciaba con prudencia, o algo que se le parecía, pues, incluso en el caso de que los chicos revoltosos volvieran, parecía que todo estaba más o menos controlado. -Tanya siempre está en tensión, no es capaz de disfrutar de este momento en el parque -dijo Kroissen muy seria-. Siento que hayan tenido que presenciar esta escena. -No pasa con frecuencia -replicó Kroissen-. Ella sabe como decir las cosas para quedar siempre bien. -No hubo para tanto. Ustedes están bien, pudo ser peor -dijo Alice porque quería que fueran conscientes de que los chicos del parque, a veces, se ponían violentos. -Estamos en plena forma, las dos hacemos ejercicio. Ellimore no se las imaginaba en clases de boxeo, o de alguna disciplina oriental de defensa personal, y por eso sonrió. -En realidad, acabamos de empezar -añadió Tanya-. Hemos ido a nuestra primera clase, y por eso ella se siente tan valiente. Nunca estoy muy segura de lo que pasa por su cabeza, no es del tipo de 7


personas que dice abiertamente lo que piensa y eso me tiene muy “cocida”. Parecía que la relación entre las dos mujeres se basaba en la tensión. Intentaban hacer lo correcto, pero en esa corrección terminaban por tener desavenencias. Se adaptaban a su situación pero sin acabar de entenderse, es decir, una era la activa, la que buscaba los conflictos, la otra la que se enojaba con aquellas reacciones, y sin llegar a la rabieta, terminaba por cuestionar durante horas aquella forma de proceder. Posiblemente cuando llegaran a casa, y después de ponerse cómodas, volvería a sacar el tema para terminar de discutir a gusto. Dada la impresión generada, Tanya tenía el carácter difícil, y sin embargo, con ellos no era tan esquiva. Si aceptaba su presencia, tal vez sólo era porque habían acudido en su apoyo, no porque deseara confraternizar. Miona pensaba que las dos señoras vivían en un mundo imaginario que se habían creado a su gusto, y en el que esperaban que nada variara, y del que no podía escaparse si algo fallaba, como compartir la sombra de uno de aquellos árboles, con unos chicos que escupían tan cerca y tenían conversaciones soeces. Para Tanya, el presente tenía que ser perfecto porque aún se podía hacer algo por él, mientras que por el pasado, si no había sido ni resultado como deseaba, ya sólo cabía lamentarse. Alice y sus amigos se despidieron, se habían percatado de que se les estaban pasando los mejores momentos del día por darle palique a unos viejos que no tomaban en cuenta sus comentarios, además, ¿qué tenían que decir sobre aquellas conversaciones? No sabían mucho de qué era lo correcto o lo incorrecto, y cuando empezaron a hablar de que dormían mal, entendieron que era el momento de seguir con su paseo. Según todo lo que tenían que decirse, conversar no tenía nada de malo y era un recurso para mantener en cuerpo en activo a una edad, en la que hacer otras cosas resulta muy cansado. Según esa forma de pensar, es por eso que la gente mayor cuando también deja de hablar y se encierra en sí misma, es porque está ya en la fase final de su vida. Mientras aceptan los retos de una buena conversación, se mantienen con vida, y eso sucede por que demuestran interés por lo que les rodea. Las señoras se levantaron para llegar hasta unas mesas de un kiosko en el parque en el que servían café y refresco, y Ellimore y Miona las acompañaron. Un poco más tarde mientras el camarero les ponía su pedido, les dijeron que tenían que aprovechar aquellos días porque cuando hiciera mucho calor ya no sería de su agrado salir. Lo dijeron de una forma tan sentida que parecía que estuvieran aquejadas de terribles enfermedades y no era así. Antes de que se distrajeran tanto que olvidaran que la razón principal de salir a estirar las piernas, tenía que ver con su viaje al día siguiente, dieron por finalizada su reunión y se despidieron de las dos vecinas, a las que no les permitieron levantarse para despedirse y salieron en dirección al camino de vuelta. Si en aquel breve encuentro, Ellimore había considerado que en unos minutos había conseguido hablar con las señoras más que en los últimos años, y que aquella vieja sensación de desarraigo cada vez que se cruzaba con alguien en la escalera empezaba a remitir, lo cierto era que en ocasiones era su tendencia a estar distraído lo que lo hacía cruzarse con gente conocida sin ni siquiera levantar la cabeza. No era una reacción planificada en absoluto, la cabeza se le iba a mundos de los que le costaba volver hasta que abría la puerta de casa y se sentaba un rato a descansar. ¿Estaría tan viejo como sospechaba? Ellimore se sentía satisfecho, no podía ser objetivo en cuanto a la felicidad se trataba. Le gustaba tener a su hija a su lado y que lo acompañara a sus visitas y conociera sus costumbres. Ya no era el viejo cascarrabias de hacía unos meses, el solitario gruñón con el que muchos rehusaban a hablar porque nunca sabían como andaba de ánimo. Los últimos días habían sido una completa satisfacción para el espíritu, y además, Miona había hecho comida casera, ¿qué más se podía esperar? Aunque la mayoría de la gente estaba imposibilitada para entender el valor que un anciano le da a esta cosas, Miona se sentía aliviada porque, al menos, su divorcio había servido para que su padre no estuviera tan sólo y desatendido por un tiempo. Era digno de elogio que ella pensara así, y Ellimore la veía como el ángel que había sido en su infancia, tal vez desconociendo que su cabeza había estado, durante un tiempo, llena de ambiciones a las que nunca llegaría. Ni lo iba a mencionar, pero no se 8


sentía en paz consigo misma, se conformaba con ayudarlo. En casa de Aflec, delante de el portal, ella quería seguir sin apagar el coche, le dijo que bajara que se volvía y cuando acabara sus vacaciones que la llamara que lo iría a recoger. Ellimore se enfadó tanto que no le quedó más remedio que aparcar el coche y entrar a saludar. “Eso no son formas”, le dijo argumentando a continuación, que sin educación y convenciones sociales, sin los costumbres culturales del pueblo llano, el mundo sería un conjunto de estímulos animales que no valdría la pena de tener en cuenta. De haber sabido que tendría que someterse a aquellas normas tan estrictas le hubiese dicho que cogiera un taxi, aunque al final lo hubiese llevado, tres horas en coche no eran una broma. -Seguramente estoy tan viejo que no me recuerdas, es normal -dijo Aflec dirigiéndose a Miona-. La última vez que te vi, tenías once años. En la habitación había otra persona, estaba mirando por la ventana, y cuando entraron se acercó para saludarlos, era Francis. Tenía una sonrisa abierta, no le costaba mostrarse feliz, pero a Miona le preció que no debía confundir las buenas relaciones con ninguna otra cosa. Estaba recién afeitado y con el pelo húmedo, lo que le hizo pensar que se acababa de levantar de cama y se había dado una ducha a toda velocidad para recibirlos. Tenía dos hijos, uno de quince con su primera mujer, y una niña de siete de la última. Miona no quería entrar en el laberinto de los nombres de sus exmujeres y sus exnovias, lo de Francis era toda una historia y le llevaría todo el día conocerla si seguían por ahí. La conversación inicial fue de las que promueven que unos se preocupen y se interesen de los otros, que se cuenten los últimos cambios cambios en sus vidas, y dejen un poco de tiempo para alguna anécdota en el recuerdo. Ellimore no lo decía pero envidiaba a Aflec por una única cosa, y eso eran sus nietos. -Miona parece que no tiene prisa por darme nietos, Eres un hombre con suerte -dijo, dirigiéndose a su amigo-. Un hombre sin nietos y ateo como yo no tiene a qué agarrarse después de una edad. -¿No crees en Dios? Pero yo recuerdo que llevabas una medalla de una virgen. ¿Eso era también una costumbre cultural del pueblo llano? -Miona hacía referencia a la conversación que habían tenido hacía un rato, y no esperaba que sus amigos lo entendieran. -La fe se va perdiendo con los golpes de la vida. Nadie cree merecer se maltratado si ha ofrecido ser parte del montaje católico, supongo que fue por eso. Para mi, en los términos actuales, nada existe con la lógica de trascender. El ejemplo más claro es el arte, todo el mundo cree que debe protegerlo y amarlo, casi le dan la categoría de una persona. Cuando quemas un cuadro no queda nada más que cenizas. Con las personas pasa lo mismo. Si me dicen, ¿Dios o la nada? Debo contestar con sinceridad que cuando me muera, ya sólo espero la nada y que eso me sirva para descansar de tantos sinsabores, dolores, decepciones y cansancio. -Bien dicho -añadió Aflec a las palabras de su amigo. No obstante, a pesar de que Ellimore hablaba abiertamente sobre sus cosas más íntimas, seguía siendo un misterio para su hija, tenía que estar dispuesta a reconocer que no se había interesado lo suficiente por él, no le había hecho algunas preguntas necesarias con el fin de conocerlo mejor. Claro que era su padre, y eso le daba una idea clara de como reaccionaba ante la vida, porque había estado a su lado desde niña, pero en temas concretos, en lo que respecta a la forma más personal de pensar sobre temas como el que acababan de tocar, en eso, debía reconocerlo, no había estado nunca demasiado ocupada. No lo había eliminado de sus inquietudes al casarse y hacerlo ocupar un lugar lejano en sus pensamientos. Por supuesto que la vida con su trajín ya nos ocupa bastante y se había centrado en intentar sacar adelante su relación, pero, en aquel momento le preocupó desconocer el pensamiento del hombre real que había detrás de la figura protectora del padre. -Bueno, no tienes nietos pero me tienes a mi. Y aún puedes tenerlos, No es que yo tenga mucha prisa, pero no estoy cerrada a tenerlos. Miona intentaba ser especialmente cariñosa, no quería que se sintiera menospreciado por no haber alcanzado aquella categoría a la que se había referido sin reparos; Ellimore echaba de menos ser 9


abuelo. Ella aún conservaba la espontaneidad y la belleza de su más temprana juventud, el cabello castaño enredado en su frente, la carne blanca, sometida por dos pequeños lunares en el cuello y los ojos verdes brillantes bajo un sombreado maquillaje. Francis la miraba embobado. Debido a su carácter reservado, Ellimore analizaba la situación esperando que Francis y Miona, pudieran llegar a ser de nuevo buenos amigos; nada le hacía más falta a Miona en aquel momento, que un amigo con el que poder distraerse. La imagen de la muchacha no tardaría en seducir a Francis, o al menos eso pensaba él, pero tenía la certeza que no intimarían hasta esos extremos, después de todo a ella le gustaban los hombres que le ofrecían una amplia seguridad, y Francis no lo parecía. Cada vez que los recordaba a los dos jugando de niños, un amplio remordimiento pasaba por su cabeza. -¿Crees que hemos hecho lo suficiente por asegurar su futuro? -preguntó dirigiéndose a Aflec, -¿A qué te refieres? -¿Si te parecen libres? Si nos hemos esforzado, si hemos luchado por la libertad. Los pequeños tiranos están por todas partes. Tú lo sabes, estuviste en el sindicato. Proliferan los que juegan con el miedo para tener a la sociedad controlada, y eso es lo peor que no puede pasar. Miedo a pensar, a rebelarse, a decir lo que se piensa, miedo a ver el mundo desde nuestro lado. Siguieron hablando, pero no llegaron a una conclusión al respecto. Al parecer hacían falta líderes a los que no se les exigiera que ofrecieran su vida como un sacrificio para probar su honestidad. Ellimore se sentía viejo, y eso no había sido siempre así, aún en los años de más achaques después de los sesenta. Poco antes de que Miona partiera, escuchó que Francis le prometía que la visitaría y que podrían salir una tarde de compras, si eso era lo que ella quería, porque, al parecer, le había manifestado su deseo de renovar algunas camisas y pantalones cortos para el verano. Eso animó al anciano que deseaba que su hija se sintiera cómoda e intentara que no todo fuera tan provisional como parecía. Había algo que los hacía desear que el fracaso ajeno, a todos ellos, a los trabajadores y a los dueños de las empresas, a los que se quedaban e el paro cuando las empresas quebraban, y a los que se retiraban a descansar a su chalet de millones de euros. Se arrojaban los malos deseos entre los más esclavos y desgraciados como si eso fuera normal, hasta el ultimo instante, con la tapa de pino cerrándose sobre la superficie de la caja, se habían dedicado los trabajadores a competir de la peor manera. Tal como él lo había vivido en todos aquellos años de trabajo, la codicia era interpretada como una forma de estar en el puesto de trabajo; los peores eran los que no lo reconocían y actuaban como si no les importara difundiendo todo lo peor y lo más ridículo, siempre buscando el descrédito de sus compañeros y, sin embargo, rivales. Poco antes había estado pensando en su mujer, de nuevo aquella imagen conciliadora que no veía el mundo como una guerra entre iguales. No había en ella nada tan sagaz y astuto, tan inesperado ni falso, tan vendido ni chivato, como él había conocido en el mundo. ¿Era aquello normal? Los recuerdos de Ellimore se iban convirtiendo en una telaraña de arrepentimientos. Tal vez no había hecho lo suficiente para que el mundo fuera menos esquivo, no había puesto de su parte, eso hubiese sido suficiente, que cada uno fuese menos interesado. Había conocido gente que si quería ser su amiga era sólo por un plan interesado. Todo el mundo especulaba, y o sólo con su dinero, especulaban con la amistad, con los compañeros de trabajo, especulaban con el descrédito, con el esfuerzo, con la familia y hasta su apariencia era una forma de especular. La tiranía de sus aspiraciones estaba en dejar tirados a aquellos con los que se relacionaban; no había hecho todo lo posible, pero el esfuerzo de vivir había sido descomunal. No quería haber sido otra persona, ni siquiera haber ganado más dinero, pero si le habría gustado haber vivido en un mundo más civilizado, menos lleno de intereses y especulación. Nadie se hacía rico trabajando, ni falta que hacía. Los ricos no eran ahorradores, tal y como el gobierno les queria hacer creer. Los ricos eran especuladores, que llevaban a especular a los trabajadores haciéndoles creer que si se esforzaban más que los otros, les darían un caramelo. Así iba la mentira, lo había vivido con naturalidad, pero sufriéndolo como se sufren las enfermedades crónicas, o la vejez. 10


¿Cómo se le podía explicar algo así aquellos brillantes universitarios que creían saberlo todo y no estar preparados para nada? No habían hecho lo suficiente, lo abrumaba pensar que no lo habían hablado como hubiese sido necesario, muchos aún no lo habían entendido y seguían con sus ridículas aspiraciones. Hubiese sido necesaria una conciencia superior para que todos comprendieran que si se repartiera todo el dinero escondido en los paraísos fiscales, no habría pobres en el mundo y nadie trabajaría. Tanto dinero en el mundo era un problema para los ricos. Los dueños de las empresas siempre habían necesitado trabajadores en la cola del paro, en estado de necesidad, de miseria a poder ser, dispuestos a aceptar cualquier trabajo por malo o peligroso que fuera, por cualquier salario poco que pareciera. Siempre habían necesitado mano de obra barata, esclava o mal pagada, becarios trabajando gratis o parados recibiendo el subsidio que no pudieran negarse a hacer algún tipo de contraprestación. No habían hecho lo suficiente, los ancianos sabían que no habían luchado con la suficiente determinación contra el neoliberalismo, poder de multinacionales, holdings o fascismo, las diferentes formas de las que muchos los llamaban, la gente sospechaba que estaba siendo engañada, pero seguían compitiendo y desacreditándose como si en eso les fuese la vida, no pensaban en que estaban siendo inducidos a eso. 3 Fuerza a fuerza con el remordimiento. El hechizo del momento estaba a punto de terminar, parecía que Miona estaba rabiando por emprender el viaje de vuelta, y no aceptó la invitación de quedarse a comer. Se despidió de Francis dándole su teléfono para que la llamara, le dio la mano a Aflec y un beso a su padre, y no se detuvo hasta llegar al coche, como si una fuerza que la ayudara a levitar la acompañara, y no es que Ellimore creyera en espíritus o casas parecidas, pero le parecían tan serias como cualquier otra. No hacía mucho, mientras la miraba en silencio, había visto a su madre, eran tan parecidas que en aquel momento, fruto de un reflejo de inspiración, le pareció tan real que se quedó sin respiración. Pero lo que lo llevaba a pensar en su mujer unos minutos después de que Miona hubiese partido, no era tanto aquella imagen, como su voz y sus reproches que volvía nítida para dignificarla. -He estado pensando mucho en Nicole. No sé por qué, se me ha dado por ahí estas últimas semanas. -Puede ser por la presencia de tu hija. Se parece mucho a ella. -¿Sabes? Ella te tuvo en su cabeza mucho tiempo. Me costó mucho sacarte de allí -indicó Ellimore que no sabía hasta donde llegaban los recuerdos de su amigo-. En aquel tiempo no era fácil para mi que la gente te apreciara tanto. Yo no entendía a qué venían que tuvieras aquel carácter tan cautivador, porque a mi no me lo parecía. No te ofendas por eso. -Tal vez era tan encantador porque no quería que nadie supiera que me sentía incapaz de pensar en mi futuro de una forma ordenada, no quería una vida convencional, y no quería que por eso me marginaran. Sé que suena raro, pero entonces pensaba así. No podía esperar que nadie lo entendiera, huía de lo convencional, aún sabiendo que siempre termina por atraparte. Pero me alegra que me digas que te costó hacer que me olvidara, menos mal, de lo contrario sería terrible, un tipo insulso. -Pues me gusta que seas tan sincero. Parece que sin quererlo nos estamos sincerando, como si en nuestra vejez todo se volviera más pequeño, menos importantes los errores pasados. No le pasa a todo el mundo, ¿sabes? Participaban del buen humor, el uno del otro. En un momento, Ellimore se quedó pensativo, tal vez debido a aquella inseparable presencia de Nicole. Ella siempre lo animaba a cambiar el mundo, a 11


intentar hacerlo mejor y no importaba si eso lo llevaba a no pensar tanto en sí mismo, pero lo hacía de una forma indirecta, casi como si no hubiese sucedido, pero el sabía que sí, que ella lo conducía. Con la enfermedad, aquello se acentuó. Quería que le contara como veía a los militares, a los pequeños dictadores que no creían en la democracia, y en la iglesia y los empresarios que los acompañaban. Entonces ella no veía la televisión ni escuchaba la radio, así que como no la quería cansar le decía que todo iba bien, que la gente empezaba a tener conciencia de que la libertad estaba estrechamente ligada a su dignidad. Y ella le había contestado, “Eso es una gran verdad Elli, como en mi enfermedad, cuando se pierde la libertad, nos volvemos indignos de una forma añadida, si no seguimos luchando”. Tal vez porque en Ellimore se manifestó contrario a la monarquía poco antes de la muerte de Nicole, muchos de sus amigos y familiares habían dejado de visitarlo, la situación había empeorado en la empresa y, en cierto modo, se había convertido en un apestado en un apestado para sus superiores. -Yo no era lo que Nicole había esperado de mi. Pensaba demasiado en nuestra situación, en proteger la familia y tener una situación económica solvente. Ella nunca lo entendió, había esperado de mi que fuera uno de esos tipos que se inmolan por el bien común. -Creo que lo bueno era mejor. No debes preocuparte por eso. Ella lo sabía -Aflec no podía entender el alcance del comentario de su amigo -No, no puede ser tan fácil. Nuestro último encuentro apenas encontró el afecto. Estaba decepcionada. Y Miona lo sabe. -Imaginaciones. Para Miona -añadió Aflec-, no ha sido fácil crecer siendo la hija de convencido antimonárquico. Creo que le hubiese gustado que todo fuera más normal en su niñez. Te metiste en demasiados conflictos religiosos y raciales, justo lo que no se espera de un viudo, sindicalista en su empresa y con una hija que sacar adelante. Al menos no fuiste un referente más allá de tu pueblo, eso lo hubiese complicado todo. -Mis remordimientos no van por ahí. En ese sentido hice lo que debía. Ella lo sabe. Nadie se arrepiente de haber hecho lo que debía aunque le hubiese causado algunos problemas, y no fue para tanto, no seas exagerado. Es sólo que temo haberle fallado a Nicole, antes de su muerte, yo no estaba tan convencido de que luchar toda la vida diera sus frutos. -¿Ahora lo estás? -De nada estoy más seguro. Ser tu mismo, mantener tus posiciones, es lo que sirve, eso es lo que ayuda y hace funcionar el orgullo de clase. -Nadie piensa en eso. ¿Cómo saber lo que tenía en la cabeza? Yo creo que estaba orgullosa, pero lo pasó mal al final y nosotros ahora sólo somos unos viejos asustados. ¿Te ha dicho algo Miona al respecto? -No hablamos de eso. Son mis fantasmas. No es un tema recurrente, ni nada parecido. Lo hablo contigo por esta jodida confianza que tenemos en que somos como una caja fuerte y nunca saldrá una palabra de lo que hablamos. -No sé, se me ocurrió. -Lo entiendo, es normal que lo pensaras. Pero mi relación con Miona en este momento se reduce a qué hacer para distraerla, y evitar las conversaciones acerca de su separación, su carrera a medio terminar, su falta de oportunidades o cualquier otra cosa obsesiva. -Es aún una niña en muchos sentidos. También tienes que tenerlo en cuenta. -Los temas importantes deberían ser abordados, pero no quiero inmiscuirme sin su permiso. Lo último que había dejado escrito Nicole, no eran interpretaciones políticas de la economía al servicio social, su tema preferido. Se trataba de cuaderno que había tenido escondido durante un tiempo porque el médico le había dicho que no se fatigara, y si hubiese seguido su consejo hubiese fallecido mucho antes de pura inacción. Ellimore creía que aquel cuaderno la había mantenido con vida, mucho más de lo que cualquiera hubiese esperado en aquella situación. Podía haber resultado 12


algo más concentrado, pero cualquier tema era susceptible de ser tocado en aquella páginas en las que dejaba plasmado su punto de vista con extendida acritud. Minuciosamente analizaba los problemas y los registraba relacionándolos con su entorno más personal. Cuando Ellimore tenía con ella alguna conversación y le contaba como le había ido el día, y si la empresa seguía comportándose de una forma violenta con los trabajadores, con descuentos, castigos y reproches, ella lo empleaba para escribir y pensar en ello como si lo hubiese vivido en primera persona. No era algo premeditado, el tema surgía en cualquier momento, ella escuchaba y recordaba, o interpretaba algún artículo de prensa, y entonces pasaba la tarde sintiendo que, después de todo, estar atada a su cama o tenía porque ser tan improductivo. “Para el proletariado trabajo gratis y a gusto”, solía decir sin que nadie la entendiera, pero Ellimore le dio sentido a sus palabras al encontrar aquel cuaderno debajo del colchón, algún tiempo después de su muerte, cuando se decidieron a airear la habitación. Le interesó especialmente la parte en la que hablaba de él, pero no era nada de especial relevancia; no había resentimiento, no censuraba su comportamiento, no se rebelaba contra sus manías, ni decía haber esperado de él más de lo que le había sido dado. En resumen, a pesar de su búsqueda, encontró que sólo se refería a él como lo hubiese hecho de cualquier otro miembro de la familia, contando anécdotas, o haciéndose eco de alguna cosa que él hubiese dicho y a ella le hubiese llamado la atención. Eran frases que empezaban, “Ellimore dice...” o “A Ellimore la ha pasado hoy algo que me extraña...”, se trataba cosas cotidianas que le podían pasar a cualquiera y comentaba sin darle importancia, como si esperara que él lo leyese un día y no se sintiera juzgado. Pero Ellimore, no era tan superficial, sabía que cuando hablaba de él en aquellas páginas, intentaba no ser cruel, y se guardaba sus verdaderos pensamientos. Los pensamientos de culpabilidad de aquellos que acompañan a un moribundo, siempre está. A pesar de hacer una labor que nadie más quiere hacer, se preguntan si se ha hecho lo suficiente, si le dieron lo que necesitaba y, en el caso de Ellimore, si no hubiesen sido tal y como ellos eran de desprendidos, si no hubiese podido darle un poco más de afecto antes de su partida. -Tal vez no supe ser todo lo dulce y cariñoso que debiera, pero si fue así, ella nunca lo esperó. Nicole era una mujer a la que se convencía con los hechos, con los cuidados, no con palabras bonitas; eso era lo que ella consideraba amor. -Por supuesto, no te tortures más. ¿A qué viene esto ahora? Ella murió hace tanto... La expectativa de la reunión de antiguos alumnos no mejoraba nada. Ya no lo excitaba ni lo ilusionaba ver a sus viejos compañeros. -¡Mierda! ¿No lo entiendes? Te lo cuento atí a tí porque la conociste. También la amaste, tienes que saber a lo que me refiero. No se trata de que esté chocheando -dijo Ellimore arrepintiéndose de su tono-. Es por eso que te lo cuento ati y no a otro cualquiera, te aprecio, ¿sabes? Hago todo lo que puedo por no olvidarla, por no dejar que el tiempo pase por ella, e intento superar todos mis defectos de memoria. Tan sólo si supieras el bien que me hace... Intento recordar cada movimiento de su cara, su sonrisa desairada cuando no hacía todo lo que me pedía, sus brazos caídos sobre la cama esperando que alguien le cogiera una mano, la forma de arreglarse el pelo. -Ella ya no está. Tu decides ahora. ¿Quién te va a convencer de que no te sigas reprochando? No le fallaste, convencete, las cosas fueron como tenían que ser. A veces pasa también a edades tempranas. -No, ella ya no puede. Tal vez tengas razón. Ella se pondría de tu parte también en esto. -Pues sí... En cierto modo, fui su primer novio y algún interés tendría mi opinión para ella. Creo que me veía como a un padre. No pareces creer que te quisiera sólo a ti. ¿Se trata de eso? Por mucho empeño que Ellimore pusiera en intentar aclarar sus ideas, no lo conseguía, y la presencia de Aflec tampoco era de mucha ayuda. En aquel lugar, lejos de su residencia habitual, parecía que esos pensamientos se volvían un poco más sosegados, pero no era por la presencia de su amigo, o al menos así lo entendía. Una vez sentados a la mesa, cuando aguardaban para ser servidos por una señora que ayudaba a Aflec con las cosas de la casa, lo vio venir, quería hablar de cualquier cosa menos de Nicole. Aflec iba a llevar el peso de la conversación, no le iba a dar tiempo a volver a 13


poner sobre la mesa su tema favorito. Ya le resultaba cansino tanto arrepentimiento, por cruel que pudiera parecer. Por evitar que pusiera a funcionar su imaginación fuera de su órbita, le habló de la comida, de Francis y sus problemas, de lo que esperaba de la reunión y de que había terminado de pagar la hipoteca, lo que suponía que tendrían que celebrarlo en algún momento. Y para librarse definitivamente de aquel obsesivo arrepentimiento, Aflec volvió a hablar de lo difícil que le estaba resultando aceptar como se estaba dirigiendo el mundo y que todos deberían ir juntos contra el movimiento neoliberal. Y que la muerte reciente de George Floyd era una síntoma más de la tragedia de tener racistas y esclavistas en el poder mundial. Algunas pancartas decían “si no hay justicia no habrá paz”, y Aflec añadía que la justicia social haría de ese eslogan una protesta aún mucho más duradera. Una nueva energía encendió los ojos de Ellimore, como si de repente, algo volviese a importar. Al dejar de compadecerse de sí mismo, la resistencia establecida para no pensar, cedía ante la rabia inacabada, las luchas de siempre, la historia de la humanidad, la revolución permanente que hacía de todas las revoluciones de la historia, una misma revolución. El mundo no se detenía, ellos tampoco podían hacerlo. -Los saqueos deben parar, no somos ladrones, somos revolucionarios. Los ladrones son los que evaden sus impuestos y su responsabilidad social, los que llenan los paraísos fiscales de dinero negro y aceptan al mismo tiempo las subvenciones para sus empresas, los que piden mano de obra barata y hacen trabajar gratis a los becarios, o piden que los que cobran el subsidio de desempleo trabajen en sus empresas. Esos si están robando, y esa forma tramposa los convierte en delincuentes. -Ser mayores no nos excusa para no seguir. Antes me preguntaste si habíamos hecho lo suficiente por los que vienen detrás. Te digo que no, y que si pueden se cargarán el sistema de pensiones. -Hay un aspecto de inmoralidad en la forma de conducirse de los neoliberales que nos permite llamarlos abiertamente ladrones, y eso nos llevará a una y otra vez, a estar enfrente. La prueba más grande ha sido Díaz Ferrán, el que fue presidente de los empresarios, condenado y en la cárcel. Patriotas de pulserita con bandera, llenándose los bolsillos con el dinero que hace falta para proteger al pueblo de sus desmanes. -Tu y yo lo sabemos porque ya somos unos viejos y lo hemos vivido, se alimentan de la hez, aquellos en los que todos coincidíamos que eran unos trepas dispuestos a lo que fuera, esos eran los que se ponían a su servicio Dispuestos a lo que fuera, por alcanzar una posición de poder. Y nos dicen que no empleemos el término fascista a la ligera, pero el sistema es el mismo, el que lleva a la sociedad a estar al servicio del poder de los más crueles y dispuestos a los que sea, sin piedad. -Están ardiendo edificios por la muerte de Floyd. La protesta es total, y eso no me preocupa, siempre que no se vea como una oportunidad para el saqueo, somos mejores que los neoliberales, de eso no me cabe ninguna duda y la gente volverá a salir cada vez que sea necesario, los chalecos amarillos también están, y las manifestaciones en Australia y Europa han sido enormes. Si no hay justicia no habrá paz. Había resurgido en los dos jubilados la fuerza de poner a cada uno en su sitio, y no había fuerza más grande capaz de hacerlos sentirse jóvenes como entonces. Al no preocuparse por sus remordimientos y poner su esperanza en un mundo mejor, todo era más fácil. No sólo no creían que podía hacerse, que la conciencia social podía extenderse como un gran fuego de amor por todo el mundo, sino que esa fuerza que los estimulaba les hacía creer que los pasos hacia la libertad encontraban de nuevo su camino. Habían encontrado, otra vez, motivos para sentirse útiles y vivos para lo sociedad. La reunión de antiguos alumnos se celebró sin grandes incidencia, algunos faltaron por gripes y dolores de espalda, pero lo importante fue, que los que allí estuvieron, debatieron sobre los últimos acontecimientos y la necesidad de empezar a llamar a las cosas por su nombre. No cabían ambigüedades, o estabas con el pueblo llano, o eras de los otros. -Había un jefe en aquel tiempo que decía que si nos pagaban nos tenían que exigir. Lo cierto es que no pagaban por ocho horas diarias de trabajo, pero al llegar a casa, muchos de esos día, los pasabas tirado en un sillón intentando recuperarte de un dolor de espalda para poder volver el día siguiente. 14


Había días que el mal humor te hacía discutir con tu familia, o, por lo que yo puedo recordar, cuando había campañas, se te ponía un dolor de cabeza encima del ojo derecho con el que pasabas todo el día y dormías toda la noche, al día siguiente, muy temprano, te levantabas como si te hubiese pateado una manada de jabalíes, y entonces te tomaban un calmante y volvías a la fábrica. Así funcionaba, si te pagaban te exigían, en jornadas interminables, llegando a casa con los pies destrozados y la moral afectada porque sabías que eso iba seguir siendo así durante años. ¿Hemos hecho lo suficiente? Siles pagamos, les tenemos que exigir, decía aquel hombre, pero ¿quién te paga el tiempo que pasate tirado en casa intentado recuperarte, sin una vida ni ganas de construirla? -Tendremos que quedar para ir a la manifestación en defensa de las pensiones. -Claro, ahora no lo podemos dejar -dijo Ellimore al entrar en el coche diciendo adiós con la mano a Francis, que no se separaba de ellos un momento cuando no estaba hablando por teléfono con su ex que le pedía que cumpliera con su parte del acuerdo de divorcio. Miona había pasado aquellos días arreglándose y cocinando. Tenía buen aspecto y parecía relajada. Su padre debería haber reconocido aquella forma de conducirse inmediatamente, parecía feliz, sin preocupaciones, como si en aquel tiempo de soledad no hubiese recordado ni una sola vez el drama de su separación. Llevaba mucho tiempo esperando que aquel momento llegara, que empezara a olvidar para que pudiera verla sonreír de nuevo, y precisamente en el coche de vuelta a casa, aquella mañana, estaba ocurriendo. -Sé que lo digo mucho querida hija, pero no sé si he hecho lo suficiente. Quiero que seas feliz. No sé si he hecho lo suficiente para que entiendas que quiero que te quedes todo el tiempo que desees. No puedo impedir que rehagas tu vida, ni se me ocurriría. Encontrarás otro chico y harás planes. Mientras tanto, puedes hacerme un poco de compañía. -No hace falta que lo digas. Ya sé que tienes tu vida muy ordenada, intentaré no causarte demasiados trastornos. Los padres simpre sintiéndose responsables. ¿Para ti siempre tendré seis años? Pero ya no volveré a ser aquella muñeca que bailaba sobre la barra del bar para que presumieras de hija con todos tus amigos, ¿te acuerdas? -Si una persona como yo parece antisocial, no es una postura política y mucho menos filosófica, es porque la gente nos cansa. Sin embargo, tu eres mi hija, tu me llenas de energía. Los hijos hacen que los padres quieran vivir muchos años, si hay armonía en sus relaciones, lo que con los tiempos que corren de competencia hace que todo sea diferente a como yo lo conocí. Hasta por encima de los padres quieren pasar, son como robots. -Estás hablando como un viejo resentido. -Nos está costando más de lo que esperábamos, cambiar el mundo. ¿Cómo vas a meter en la cabeza de un hombre como Trump, que es un pobre idiota y que se mueve por el egoísmo? Pues hay demasiados como él. Ellimore no estaba impaciente, todo en su vida había ocurrido con cierta distancia. Los grandes sucesos no se habían atropellado, le había dado tiempo a asimilar cada nuevo drama y cada nueva satisfacción, eso había ayudado. Todo había sucedido según lo esperado de una vida normal, de trabajador sin grandes aspiraciones. No parecía inquieto o impaciente por llegar, disfrutaba del viaje hasta los últimos kilómetros, reconociendo el paisaje, disfrutando de la repetición, de las visiones compartidas, de situaciones vividas otras veces. Todo estaba en orden. La vida seguía su curso.

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A favor de la luna

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1 A favor de la luna Nadie debería haberlos interpretado mal por quedarse hasta la madrugada escuchando música, bailando y bebiendo, pero los vecinos, hoy, no suelen entender estas cosas, y entonces tampoco. Todos vivimos en un estado de confusión cuando anteponemos nuestras costumbres, a intentar comprender las circunstancias de otras personas que se comportan de forma extraña. No se trataba de provocar un altercado cada vez que subían a protestar. Al contrario, se mostraban comprensivos y bajaban un poco la música, pero la fiesta continuaba de una u otra forma. A la pérdida de energía natural después de una edad, a Ethan su última separación lo había dejado deprimido. Hubiese necesitado mucho más que imaginación y sentirse muy fuera de su mundo, para no aceptar que el tiempo pasaba por él con la agresividad una máquina trituradora. Esa era la diferencia sustancial entre él y el resto de su nueva familia, que al fin, era la de siempre. Lejos de toda incomprensión, no le hizo falta dar demasiadas explicaciones a sus dos hijas, al fin y al cabo no era tan extraño que hubiese puesto tanto interés en rehacer su vida después de que su mujer fuera internada. Jordis era el marido de su hija mayor, Jolene, y le había dicho, intentado animarlo, que aquella chica no sabía lo que se perdía y que era demasiado joven para él. Jolene había aceptado, primero que su hermana viviera con ella, y ahora, de forma transitoria, ayudaba a su padre durante su separación, no quería dejarlo solo en un momento así. Desde siempre, ellos habían entendido que era normal que después de un divorcio las parejas siguieran con sus cosas, el problema era que su padre no se había divorciado y cuando iban a visitar a su madre ni siquiera los reconocía. El mundo cambiaba y la forma de ver estas cosas era mucho más abierta, pero en su caso, todo resultaba mucho más complicado. Ya no era cuestión de aceptar nuevas costumbres, las chicas no podían hacer planes a largo plazo con Ethan, porque para él Milenia seguía siendo su mujer, aunque ya hubiese fallecido. Todo está permitido si no se vulnera la ley, le decía Jolene a su marido. Jordis la miraba con incredulidad. -Debiste estar en el entierro de mamá -dijo Jolene-Era lo más parecido a un viaje de novios. El primer viaje en pareja, llevábamos mucho tiempo aplazándolo, y estábamos tan lejos que no me hubiese dado tiempo a llegar de vuelta. Además, se me hacía muy cuesta arriba ver a sus padres, o que ellos me miraran con reproche -le respondió su padre. Jolene siempre lo había admirado, no se lo tenía en cuenta, aunque lo notaba cambiado. Siempre había sido alegre y les había contagiado esa alegría a ella y su hermana, pues durante mucho tiempo, cuando las cosas se pusieron difíciles, tener una persona así cerca, había sido más de lo que podrían haber esperado. O bien, la vida terminaba por volverlos a todos tristes y cansados, o finalmente, lo que parecía también creíble, las desilusiones habían terminado por vencerlo. Era su padre, estaban atadas a él de por vida, pasara lo que pasara, hiciera lo hiciera, siempre estarían ahí cuando a él le 2


hiciera falta, y viceversa. Era algo más que un compromiso, más que un juramento, eran lazos de sangre. Cada familia del bloque sindical tenía sus propios problemas, sobre todo las familias sin estructura fija, es decir en las que los padres cambiaban sin motivo aparente, y luego estaban aquellas en las que los hijos adolescentes daban problemas con la policía, esos si que eran ruidosos. Así las cosas, no podían acusarlos precisamente a ellos, de ser los vecinos más molestos. Si bien, era cierto que los vecinos del piso de abajo eran seres religiosos, contemplativos y trabajadores, y no querían importunarlos gratuitamente. En una ocasión habían simulado un ataque de ansiedad de una señora mayor, una abuela que no podía dormir, para llamar a la policía sin que de aquel movimiento inesperado pudiera desprenderse que ellos estuvieran poniendo la música tan alta, aunque ese fue el motivo que alegaron para hacer llegar hasta allí a aquellos señores de uniforme. Ellos se limitaban a bajar la música, oírlos protestar en la escalera y permanecer a la espera, haciendo creer a todos que no se enteraban de nada. La policía subía a preguntar, hablaba con ellos pidiendo un poco de concordia, pero no podía tampoco argumentar que fueran unos escandalosos o que se dedicaran a provocar sin sentido. La hermana pequeña de Jolene era Helinda, nunca había sido la preferida de sus padres, y realmente era difícil luchar contra la disposición y el carácter práctico de su hermana mayor, eso gustaba mucho a los adultos cuando las iban juntas a primaria. Siempre era Jolene la que se ocupaba de ella y le recordaba que debía llevar sus libros o la considerarían una rebelde, aquella situación de dependencia derivó con el tiempo en una afición desmedida por el alcohol, y eso era lo único que hacía que no le importara el mundo tan responsable, en el que se movía Jolene. La diferencia entre las dos no se empezó a ver pronto, es decir, que hacían las mismas cosas, andaban con chicos, bailaban, bebían y se reían, pero Jolene sabía parar a tiempo. Eran inseparables hasta que Jolene conoció a Jordis, entonces, durante un tiempo dejaron de verse, y eso acentuó la afición por el alcohol de la hermana pequeña. En el tiempo que Ethan se acopló en la habitación que quedaba libre, Helinda tenía veintidós años y su hermana, dos años mayor que ella, ya no podía decirle lo que tenía o no tenía que hacer con su vida, aunque le doliera que la estuviera echando a perder de aquella manera. Las dos hermanas habían discutido en el pasado alguna vez, por fortuna la dos eran de poca estatura y masa corporal débil, y en ningún momento se golpearon aunque estuvieron tentadas de hacerlo. La sala de estar era grande, podían sentarse separados, una mesa en el centro y sitio suficiente para bailar. La primera noche, a Ethan le costó reducir su timidez y entrar en aquel lugar, pero las noches siguientes ponía bocadillos y cervezas sobre la mesa, mientras Helinda ponía un disco de Pink Floyd. Bajaban las persianas y ponían la luz tenue de una lampara de pie. Bailar a Pink Floyd, o algunas cosas psicodélicas parecidas era lo que más le gustaba a Helinda, y a veces Jordis y Jolene se sumaban a ella y movían los brazos como si hubiesen tomado algo más fuerte que la cerveza, o el ron que Helinda guardaba en su habitación. Desde el edificio de enfrente hubiesen imaginado algo más excitante de lo que en realidad sucedía, si hubiesen visto las sombras de las chicas bailando a través de las cortinas, pero al cerrar las persianas aún les resultaba todo mucho más misterioso y prohibido. -¿Esto os divierte? -le preguntó Ethan a Jordis que tampoco parecía especialmente animado. -Fue idea de Jolene. Helinda salía todas las noches. Le dijo que era lo mejor mientras le duraban las vacaciones. En vez de salir, la convenció para hacer la fiesta en casa. Creo que terminarán aburriéndose, o cambiando la música por la tele. El vínculo que unía a aquella cuatro personas tenía que ver con no tener más familia, y eso los llevaba a ser capaces de reunirse, porque, parecía que Helinda y Ethan eran dos solitarios aunque estuviesen luchando contra eso. Helinda, sobre todo, no era capaz de conservar sus novios, se aburría de ellos rápidamente, y Ethan, escogía a mujeres jóvenes que terminaban dándose cuenta de que vivían en una relación sin futuro. Después de bailar “psidélicamente” (si esa forma de bailar existe), Helinda volvía a su habitación medio borracha y lloraba profusamente ahogando el sollozo 3


en la almohada. Una noche, la hermana pequeña, le dijo a sus familiares que iba a hacer una performance artísticodeportiva. Como, en otro tiempo, había realizado ejercicios gimnástico con diferente resultado, era posible que hubiese conservado alguna de esas habilidades y todos prestaron atención con curiosidad. Ella misma lo preparó todo en un momento, moviendo muebles y generando espacio al pedirles que se cambiaran de sitio. Sus movimiento no eran refinados pero la intención de la pirueta era reconocible. Todos adivinaron que aquello iba a ser arriesgado y se pusieron aún un poco más lejos de lo que ella les pidió. Aparte los cuadros de la pared, no existía ninguna otra cosa que pudiera molestarla o que fuera un riesgo, si algo no funcionaba como se esperaba, ni siquiera el aparato de música que se encontraba en la otra esquina de la habitación. No existió en esos primeros instantes ninguna inquietud al respecto, al menos hasta que Jolene se dio cuenta de que a su hermana el aliento le olía a ron. Al igual que su padre, a Helinda le gustaba hacer las cosas bien, y puso todo de su parte para seguir el proceso que ya le era conocido de otro tiempo, al seguir la música de Rachmaninoff: piano concerto no. 2 op.18, con cierta gracia. No resultaba impecable, pero sus movimientos eran graciosos. Eso también lo había heredado de su padre, que había sido un notable bailarín en su juventud. No hizo una larga presentación, se limitó a decir que se trataba de un trabajo de ejercicios que realizaba durante sus años de atleta y que esperaba no tenerlos muy oxidados; todos supusieron que se refería a la memoria, pero también al estado de sus músculos y huesos. Lo más importante de su exposición era no intentar impresionar, sólo se trataba de mostrar una de sus habilidades, tal vez, porque necesitaba un poco de reconocimiento, una palabra de ánimo o sentir un poco de afecto. Según lo que Jordis había oído acerca del tema, en su tiempo, Helinda había sido bastante buena haciendo ejercicios gimnásticos, Y pudo comprobarlo apenas ella pasó de su baile artístico a ponerse cabeza abajo sobre sus brazos, primero apoyando los pies en la pared, y luego separándose hasta quedar en equilibrio. El equilibrio no era lo que tenía más dominado en aquel momento, así que volvió a apoyarse en la pared. Hacia la mitad del ejercicio, se había sentado en el suelo y había abierto las piernas totalmente estiradas a ambos lados del cuerpo, entonces se inclinó y apoyó su cabeza sobre una de sus rodillas. Hizo otros movimientos que demostraron que conservaba la elasticidad de su cuerpo, y al acabar todos aplaudieron y ella salió corriendo hacia su habitación totalmente turbada. -Y bueno, aquí se acaba la velada -dijo Ethan mientras se levantaba para retirarse. -Pues si que lo hace bien -añadió Jordis mientras se levantaba. -Llevaba más o menos cinco años sin ejercitarse. Es increíble que conserve esas capacidadesJolene no intentaba ser amable, estaba realmente sorprendida. Encendió un pitillo y se acomodó en el sillón. Entre todas las mujeres que había conocido, Jordís tenía que reconocer que Jolene era la más sensible y difícil de entender. Por eso cuando vio que no lo acompañaba a la habitación, se puso el pijama y volvió a buscarla, porque sabía que algo le pasaba. Posiblemente había algo dando vueltas en su cabeza que a él le quedaba muy lejos en aquel momento. Podría ser una gran madre pero no quería tener hijos, y él imaginaba que eso se debía a que quería evitarles el dolor de existir, sin considerar que la vida misma era o no, la compensación. No era precisamente un pensamiento alegre pero eso era lo que pensaba que se desprendía de su forma de actuar. A pesar de no ser una experta bebedora como su hermana, se había servido un poco del vino que sobrara de la cena y apuraba su pitillo como si disfruta de un placer nuevo en cada calada. Había puesto el disco de Stand by me, tan bajito que apenas podía oírse en la habitación contigua y, sin embargo, los vecinos le volverían a decir a la mañana siguiente que ellos sí lo habían oído. A esa hora, todo el día pesaba sobre sus hombros, aunque no hubiese ninguna actividad especialmente física. Se recostaba sobre el sillón de una forma que cualquiera pensaría que su fatiga era una enfermedad. -¿Te encuentras bien? -preguntó Jordis. 4


-Si, estoy bien. Es sólo que los días pasan demasiado rápido. -Pareces deprimida. Cuéntame lo que te pasa -insistió preocupado intentando provocar una reacción en ella al sentarse a su lado y dejar que apoyara la cabeza sobre su hombro-. Tus pensamientos se han ido muy lejos... Ella estaba convencida de que podía contarle lo que fuera que él lo encajaría con cierta elegancia, por muy grave que fuera, podría encontrarle un sentido, interpretarlo para ayudarla. Pero no era nada tan grave. -Es que no quiero que nada cambie. Me asustan los cambios, necesito tiempo para asimilar todo lo que me pasa y sé que Ethan se marchará, y tal vez Helinda, también lo haga un día, pero me necesita tanto... -La vida nunca permanece igual. Tendrás que acostumbrarte a eso. Lamento de verás que sea así, pero no se puede luchar contra el destino de cada uno. Hay cosas que van a suceder, da igual si nos oponemos a ello. Siempre ha sido así, ¿no? -insistió en una idea antigua de la que ya habían hablado en otras ocasiones. -Además está la noche. Al llegar esta hora, justo antes de dormir, me siento inquieta. Supongo que le pasa a mucha gente. El miedo a que todo se pare, a los fantasmas de los errores del pasado y del presente. A lo que estamos haciendo mal sin darnos cuenta. Antes de dormir, a veces, siento miedo y te necesito más que nunca. Normalmente, a aquella hora de la noche, Jolene debería caer dormida en pocos minutos en cuanto se metiera en cama, pero no siempre. Había noches que se le negaba el sueño, pasaban los minutos sin encontrar el momento de descansar. Una hora después se levantó a orinar, Jordis estaba dormido, la casa en silencio y no quería volver a la cama. Era un momento que la invadía sin planearlo y del que deseaba escapar, por eso se puso ropa de deporte y zapatillas para salir a correr. A veces solía salir con Jordis a correr de noche, no era tan extraño, pero esa noche, por primera vez lo iba a hacer sola. Cuando estuvo preparada, comprobó que todo seguía en absoluto silencio y quietud. Por una inercia salvaje, algo que llevaba en su forma de ser, vació los ceniceros y recogió los platos del salón para dejarlo en el fregadero, después abrió la puerta de la calle y salió. No cogió el ascensor, bajó las escaleras corriendo y nadie la vio. Ni siquiera el vecino que sacaba al perro por la noche estaba en la calle. Luego observó a un lado y a otro, y se dio cuenta de que no llevaba música, lo que creyó que sería lo mejor para no distraerse. Sus pasos no eran seguros en los primeros minutos de la carrera, le temblaban las rodillas de manera desacostumbrada. Llevaba consigo un sentimiento de culpa del que no se podía liberar, aunque correr la ayudaba. En otras ocasiones se había sentido eufórica y emocionada al poder salir por la noche a correr y creer que era la solución a su insomnio, parcialmente comprobaba que al llegar de vuelta a casa podía dormir, pero ya no siempre daba resultado, y cuando eso pasaba, la solución se convertía en un martirio el resto del día. No se trataba de que la visión nocturna no fuera atrayente, de que no se dejara cubrir por las luces de la avenida o de que la vuelta a la manzana no fuese suficiente para una carrera que la hiciera sudar y quedar sin aire al estar de vuelta, todo se reducía a si, en esa media hora, era capaz de reducir la agresividad de su inconsciente. A Jolene la inquietaban sus peores recuerdos, pequeños errores convertidos en remordimientos, cosas a las que otras chicas no le daban importancia. Chicos con los que se había divertido indebidamente y no había vuelto a ver, amigas a las que no había ayudado como se esperaba de ella, la prisa por empezar cosas que no había acabado, no haber pasado más tiempo con su madre antes de su enfermedad; ese tipo de cosas iban y venían por su cabeza como un torbellino. Reconoció la figura de su padre en la puerta de su casa cuando aún faltaba un buen trecho para llegar. Decidió mostrar su mejor imagen, nada de preocupaciones. Pero no podía sacarse de la cabeza todos sus miedos, su hipocondría y aquella sensación de estar muriendo cada vez que se metía en cama. Y no, no iba a habar de eso con él, ni siquiera cuando la miró y le preguntó, ¿tú tampoco puedes dormir?. -Somos seres nocturnos, a veces me gusta quedarme a ver películas por la noche. Jordis es 5


diferente. Además, él tiene que trabajar, se le acabarán las vacaciones muy pronto; en unos días. -No parece haber haber disfrutado mucho de sus vacaciones -dijo Ethan, intentando que no sonara como una pregunta. -No, no mucho. Pero se entretiene con cualquier cosa. -Espero que no haya sido por mi culpa. He llegado en el peor momento. No esperaba que todo sucediera tan rápido. Ella cogió sus maletas y salió corriendo. -Te gustan muy jóvenes. Te lo he dicho otras veces. -Tal vez, porque no me hago planteamientos a largo plazo. -No es que seas un hombre inseguro. Helinda y yo, nunca te vimos así. Pero a tus parejas no les ofreces tanta seguridad como a nosotras. -Debe ser eso -respondió mirándola como si no lo hubiese pensado así con anterioridad. Ethan recordó a su mujer, como había celebrado cada paso en su relación que significaba un nuevo compromiso. La decisión de tener hijos, de comprar un apartamento y de que Ethan se quedara cada día en al oficina a hacer horas para poder pagar todo lo que ellas necesitaban. Retenía en la memoria cada vez que la había visto feliz, antes de la enfermedad. Pero no quería pensar en eso, la gente moría cada día por diferentes motivos, la vida tenía que seguir ofreciendo momentos para celebrar, que hicieran que mereciera la pena seguir teniendo sueños. Mientras Jolene se duchaba, se fue a su habitación y se tumbó vestido sobre la cama. Ella ya no intentaría dormir, se vestiría y en cuanto se hiciera de día saldría a comprar. Ethan se quedó dormido sobre las mantas, sin descalzarse ni sacarse la chaqueta, sin darle tiempo al sueño. 2 La marquesa calva Ningún hombre que pasa de los cincuenta, que se separa, divorciado o viudo, es decir, de nuevo intentando plantearse su vida, lo tiene fácil para ser apreciado por algún mérito personal, además de su cuenta corriente. Ni siquiera los escritores, los artistas más populares o los que presumen de sus títulos nobiliarios, pueden evitar ser vistos con la lástima con la que se ve a los ancianos, si en esas circunstancia de la arruga, intentan parecer más jóvenes de lo que son. Tal vez por eso, a Jordis la presencia inesperada de Ethan le pareció algo patética. Lo que intentaba, era que, al menos, no se le notara. No lo conocía lo suficiente e intentaba hablar con él para conocer como pensaba, pero sabía como se había conducido en los últimos años y cuanto lo habían necesito sus hijas, sin que él estuviera, pero lo había excusado pensando que no siempre se puede hacer lo que se espera de nosotros. Al contrario de lo que él había pensado, aquella forma de conducirse no respondía a la necesidad de seguir viviendo, a pesar de todo lo que se nos puede venir en contra; al fin y al cabo, eso le podía pasar a cualquiera. Más bien le parecía, después de un tiempo viviendo en la misma casa, que era un hombre a la deriva, que se dejaba llevar y que no tenía ningún plan ni necesidad de organizar su futuro de una forma concreta. -¿Te vas a quedar mucho tiempo? -preguntó Jordis- Ellas quieren que te quedes. -No puedo, lo saben. Debo seguir con mi vida. No quiero depender de nadie, a pesar de la soledad. En mi situación soy muy vulnerable, y es tentador, pero no sería práctico. Se refería a su necesidad de tener su propia casa, con cierta urgencia. No tenía ni la menor idea de si eso iba a ser cerca o lejos de sus hijas, ni siquiera era capaz de adivinar, en aquel momento, si iba a seguir en aquella ciudad. Pero ellas tampoco lo sabían y como ya había sucedido otras veces, no le iban a preguntar. Nunca había rehuido sus responsabilidades, aunque a Jordis se lo pareciera, y él se 6


lo notaba. Lo sentían como un reproche en cada comentario inocente, era demasiado sensible a esas cosas y no le ayudaba a devolverle la confianza. Los rasgos de su cara se habían vuelto duros, tal vez porque ya no podía esperar tanto de la vida como unos años antes, y porque cada día se convencía más de haber perdido las mejores oportunidades de ser lo que quería. -Esa chica te ha dejado muy tocado -dijo Jordis refiriéndose al desamor-. Tenía que ser muy hermosa. -No soy el tipo de hombre que se deja seducir por una jovencita. Hubo otras antes que ella, pero sí, esta, por algún motivo relacionado con mi edad y mi desbocada melancolía, me pareció especial. Quise que os conociera, pero ella presentía que lo nuestro no iba a durar y no quiso complicarlo más. -No me das pena. No me gusta que te creas un mártir. No lo digo con acritud. -Te entiendo. Tú y yo tampoco nos conocemos tanto. -Hay otra cosa que te quería decir. Deberías prestarle más atención a Helinda, ella no está muy bien. -Hay cosas que no hago porque no creo que deba. No me siento con la fuerza necesaria para decirles a mis hijas lo que tienen que hacer, si lo hiciera, me lo reprocharían. Sólo puedo esperar que me pidan ayuda. Y tú no deberías tampoco, si no estás seguro de que a Jolene le parece adecuado, no le gusta que nadie interfiera. Después de aquella conversación, a Jordis, nada le había sonado convincente. No había sido una conversación cómoda, de hecho, aún sin haberlo mencionado, se había tratado de un reproche. Estuvo a punto de decirle algo más y de como había llegado a aquella situación en la que no podía ayudar a nadie, ni nadie deseaba que le ayudara. Algo así tiene que ser horrible. Sólo podía desaparecer y seguir con su vida, y algunos meses después mandar una postal con las vistas de una cala en algún pueblo marinero francés, o algo parecido. Jolene era el vivo retrato de su madre y Ethan podría pasarse horas mirándola en silencio. A veces le asustaba aquel parecido, porque deseaba seguir viviendo cerca de ella indefinidamente, y de pronto volvía a la realidad, y empezaba a hacer planes para alejarse de sus hijas lo antes posible. La vida se había convertido en una tragedia en poco tiempo, pero, ¿a quién no? ¿quién podía decir que no le hubiese pasado lo mismo con el paso de los peores años? Pero no iría al médico mientras no se encontrara mal, a pesar de los consejos de todos. No iba a desmayarse ni a montar ningún numerito, si podía evitarlo. Tal vez el día que tuviera que ver a un médico porque le doliera algo, ese día, iba a ser demasiado tarde. De hecho, ya le parecía que después de los sesenta era demasiado tarde. Se sentía como un anciano porque en cierto modo, ya pensaba como ellos. No había tiempo para nuevos sueños, para planes o estrategias, la botella estaba casi vacía. Él era el resultado de la vida que había llevado, y no estaba enfadado con Jordis, pero no le había gustado aquella conversación, ¿sería tan insensible? Era como si la hubiese llevado preparada. Como si supiese lo que le tenia que decir y estuviese deseando soltárselo. No, no había sido muy elegante por su parte portarse así con un invitado. Si Jolene le hubiera pedido a su hermana su opinión sobre Jordis, posiblemente se hubiera llevado una sorpresa al no poder quitarle una palabra al respecto; era tan discreta como buena bebedora. No le gustaba mezclarse en asuntos ajenos, y nunca juzgaba, y en cuanto a lo de buena bebedora, no sólo me refiero a que le gustaba beber en abundancia, sino que sabía como hacerlo sin ser inoportuna, esperando en momento en que no pudiera molestar a nadie, o si lo hacía a media tarde, moderando lo suficiente para que no se le notara más de la cuenta. Pero hubiesen existido razones de peso para que Jolene le hubiese hecho aquella pregunta, y eso era debido a que ya no se sentía tan enamorada de él como al principio, lo que, si hemos de decirlo todo, siempre le había pasado con sus parejas cuando llegaba a conocerlas lo suficiente. Antes de que hubieran pasado dos años de relación, empezaba a tener dudas acerca de sus buenas intenciones y si era mezquinos en su trato con los demás, no soportaba a esos que se pasaban de listos. Posiblemente no fuera más que una expresión de sus propias manías, pero le bastaba notar aquella falta de generosidad al hablar mal de 7


otros, de sus exparejas o de antiguos amigos y conocidos, para que necesitara perderlos de vista. A Jordis le bastó verla volver de la compra y que Helinda y Ethan hubiesen salido, para ponerse cariñoso; justo lo que ella no necesitaba en aquel momento. Esperaba que la ayudara un poco con la comida, después de todo, él no cocinaba mal, pero en aquella situación la fue llevando a la habitación y a fue desnudando beso a beso, sin que ella apenas pudiera evitarlo. Ella recordó que cuando conociera a Jordis, esa forma de encenderse imparable, ese deseo desmedido y ciego, había sido una de las cosas que más le gustara de él, y con el paso del tiempo todo había cambiado hasta el punto de sentir lo contrario. No quería hacerlo en aquel momento, no le apetecía y lamentaba que él no lo entendiera. Se resistió todo lo que pudo, pero al final, el terminó jadeando y ella muy enfadada por lo que acababa de ocurrir. -¡Maldita ses Jordis! ¡Es que no eres capaz de controlarte? En otro tiempo hubiese sido un halago que él sintiese aquella pasión, aquel desenfreno primario, por ella. En otro tiempo era una señal sincera de cuánto la deseaba y todo lo que estaba dispuesto a ceder por tenerla, pero ya no. -Tu padre me ha dicho que se irá pronto. Es un tipo cojonudo -mentía a sabiendas, intentando ocultar que aquella situación no le agradaba. No le gustaba Ethan, aunque en lo de si se iría o no, todo apuntaba a que era lo más probable. No era el mejor momento para ponerse a hablar, pero Jolene empezaba a pensar que ese día nadie tenía intención de comer, así que el que llegara primero que empezara a desempaquetar la compra. Si preguntaba a Jordis acerca de aquella situación familiar y de lo que los había llevado hasta allí, no era tanto por saber lo que pensaba, sino como se sentía. El intentaba no diferir mucho en una versión sobre otra y ella lo miraba con precisión porque no le creía siempre. Las contradicciones se sucedían y ella, en eso, era implacable, no se le escapaba una. -Pero si hace un momento has dicho que te caía bien... -Bueno sí, pero estoy un poco cansado y me gustaría que las vacaciones fueran otra cosa. Empezaba a pensar que había perdido demasiado tiempo con él, y que no era como había pensado. Intentaba no apartarse demasiado de sus sentimientos cuando dormía poco, así que lo emplazó para que hiciera la comida y dejara la cama vacía porque quería dormir. Él hizo todo lo que le pidió sin rechistar. Lo que más le hacía sentirse tan odiosamente obediente era la forma en que ella proponía las tareas, lo hacía sentirse culpable. A los pocos días de la llegada de Ethan comprendió que todo se podía complicar aún más, y el necesitaba simplificar su relación. No era un deseo muy inteligente, dejarse llevar por el deseo casi nunca lo es. Se trataba de que se sentiría más dueño de sí, lo que sucedería cuando los dos pudieran estar al fin solos, en una relación estrictamente de pareja. No se consideraba anticuado por eso, era una cuestión de orden sentimental; si nada distraía a Jolene, pensaría más en él y volvería el amor tal y como lo habían conocido en el principio. En aquella situación, todo lo hacían con prisa a escondidas, las conversaciones se cortaban de pronto, las iniciativas duraban poco, los planes se truncaban. No había ocasión para la intimidad, para poder comprender abiertamente lo que pensaba el otro, y una vez mas, Jolene le decía que eso era demasiado pedir para una pareja que procedía de la clase trabajadora, pero él no la creía. Empezaba a llover justo cuando sonó el timbre, Jolene llevaba una hora durmiendo, aproximadamente. Jordis apagó el fuego de la cocina y se dispuso a abrir. Se trataba de la inesperada visita de la vecina de abajo, la misma que solía quejarse del ruido, pero en esta ocasión no se trataba de eso. No resultó muy fiable su discurso, pero en resumen había discutido con Helinda en el aparcamiento del centro comercial. Siguiendo los consejos de su hermana, Helinda había dejado de frecuentar a los chicos de los soportales que la invitaban a cerveza, pero ahora se dedicaba a ayudar aparcar en los estrechos márgenes de aquel aparcamiento, sólo pedía a cambio un poco de comprensión y una propina. Jordis no tardó en cerrarle la puerta y le dijo que hablarían con ella y que ellos eran los más interesados en que dejara de hacer aquello. Helinda no había entendido muy bien 8


su parte del compromiso de convivencia, si deseaba vivir con ellos, tendría que intentar hacer cosas menos radicales. También en eso Jordis parecía un poco desorientado. Helinda, una vez más, hizo caso omiso de las advertencias de su hermana. Esa noche llegó con unos discos de The Cramps, a los que acababa de escuchar en la radio. y que le habían vendido baratos de segunda mano. Todos la miraban extrañados, como si sintieran que no le importaba nada lo que pensaran. -¿Qué? Se quita un dinero aparcando coches, ¿Qué creíais? En un instante, pasaba de ser la pequeña desafortunada que todos querían mimar, a la impertinente capaz de golpearlos sin importarle el daño que podía causar. No se trataba de un desafío, para ella no era tan raro intentar sacar un poco de dinero de forma fácil, y le daba igual lo que pensaran los vecinos. Puso la música y se sentaron a cenar. Se sentó al lado de Ethan, estaba feliz de tenerlo cerca aunque fuera por unos días. Le puso la cabeza en el hombro dejando atrás los recientes reproches. Una bandeja de ensaladilla rusa y un plato de albóndigas y carne empanada, era cuanto los separaba de Jolene y Jordis, sentados enfrente. Ethan alargó el brazo y sirvió a Helinda, después se sirvió él y le pasó la fuente de ensaladilla a Jolene. Delante de los ojos de Jordis había una botella de vino tinto y se dispuso a abrirla, la tomó con seguridad y pulcritud, esa era una señal más de su obsesivo estatus, del convencimiento de que había dejado de ser un joven que vivía el momento, y se había convertido en un trabajador responsable, tal vez cabeza de familia, y sólo tal vez, porque a él le gustaba pensar que así era, pero la situación se volvía tan complicada que prefería no mostrarse como tal. Flotando sobre las paredes, había unos reflejos y brillos, de una mantilla que en otra ocasión también comprara Helinda, y que colocada estratégicamente sobre la lámpara, se movía con la corriente de aire al abrir la ventana, haciendo aquel efecto sobre las paredes. -Quiero excusarme contigo Helinda. No debería haberte reprendido por aparcar coches, ya no eres una niña. Necesitas tu dinero, lo sé -dijo Jolene mientras sostenía el tenedor en el aire-. Me he portado como una idiota. -No digas eso. Eres la hermana mayor. Toda la vida te has comportado como una madre, lo entiendo. -Nunca podré sustituirla. Por todo lo que hizo por nosotras nunca pudimos compensarla. -Vuestra madre fue muy valiente. Por lo que a mi respecta, sabéis que nunca podrá olvidarla -intervino Ethan-. Lamento que por intentar seguir con mi vida, a veces, pueda parecer otra cosa. -Sé que podéis estar pensando en hacer vuestras vidas lejos de mi. Y no quiero que eso suceda, tanto tú, Helinda, como Tú Ethan, deseo que me acompañéis, porque hay un motivo que debo anunciar. Se trata de algo que tiene que ver directamente con Jordis, y que no he hablado aún con él. Querido, creo que debemos separarnos -dijo dirigiéndose a Jordis-. He preferido decírtelo así, porque creo que es la única forma de que entiendas que es una decisión muy meditada, y que estoy decidida a ello. Además. Tú y yo, lo hablaremos más tarde con más pausa, pero quería que ellos lo supieran por si estaban planeando abandonarme cuando más los voy a necesitar. -Me parece que me he quedado fuera de juego. Es una putada, una solemne putada, ¿qué que esperabas que dijera? ¿Amén? Jolene se mostraba compungida, pero tal vez Helinda reía por dentro, o Jordis sólo lo imaginaba. Se consideraba motivo de mofa por como se acababa de desarrollar aquella escena. Intentaban seguir comiendo, pero estaban a la expectativa. Ethan cayó e la cuenta de que Jordis apenas había probado bocado y ya no lo haría, no dormiría o si lo hacía con el estómago vacío se pondría malo. -No es eso Jordis. Es un paso que debimos dar hace tiempo. Me gustaría que lo entendieras y me apoyaras. -¿Cómo puedes decir eso? Yo no creo en las parejas que se separan y dicen que siguen siendo amigas, eso sólo puede pasar si no hubo amor. Si amas a alguien y te deja tirado, es una traición de las más grandes. -Tienes que entender que para mí también es doloroso. Pero si ya no te quiero será por algo. 9


-No me juzgues. He dado todo de mi. -Éramos muy jóvenes. Nos dejamos llevar. Ahora nos conocemos mejor. Era una relación de juventud, sin futuro. -Tienes razón. Tú tampoco eres tan especial. Nunca serás tan refinada como pretendes. -¿Cómo puedes decir eso? Al menos a partir de ahora no tendré que besarte con náuseas. Ya no necesitaré la ginebra al acabar para sacar de la boca el regusto amargo de tu lengua. -Creo que e voy a tomar el aire. No puedo seguir aquí. Este aire es fétido. No voy a pretender que todo es muy normal como tu deseas. No voy a darte ese gusto. Creo que ha quedado bastante claro. Jordis no volvió aquella noche. Ni aquella ni ninguna, ni ella lo deseaba, pero estuvo preocupada por si le había pasado algo. Unos días después le dijeron que estaba viviendo con un amigo. Durante toda la noche se dedicó a dar vueltas sin poder quitarse de la cabeza lo que acababa de ocurrir. Pese al mal tiempo, había dejado de llover y no hacía tanto fría como las semanas anteriores. Funcionaban los salones de juegos a esas horas, y estuvo echando unas monedas en las máquinas frutas. Le salió un premio moderado, como si alguien en alguna parte pretendiera animarlo. Conocía un lugar cerca en el que podría beber cerveza, no le apetecía ninguna otra cosa esa noche. Podía ir a una pensión e intentar dormir, pero se dio cuenta inmediatamente, de que sería un error encerrarse entre cuatro paredes para seguir dándole vueltas a lo mismo. Si cualquier persona, en un momento así, le hubiese pedido un poco de buena voluntad y comprensión con la situación vivida, se hubiese dado media vuelta y la hubiese dejado con la palabra en la boca. Para Jordis se había tratado de una mezcla de sus malas decisiones y de algo de mala suerte. Y así iba a seguir siendo su vida en el futuro si seguía dejándose llevar por su instinto al elegir una pareja, y no hacer lo que parecía que hacía todo el mundo, buscar una relación estable y segura y dejar lo de enamorarse para otros. Es posible que intervinieran otras razones en su forma de conducirse, pero antes de que pudiese darse cuenta ya estaba complicándose en historias sin futuro; siempre había sido así. Debería sentirse ridículo, lo sabía, habían pasado los años y la adolescencia había quedado atrás, no podía seguir comportándose indefinidamente como si lo fuera. Al día siguiente decidió llamar a casa de su padre al que no veía hacía mucho. Sus padres estaban divorciados y Redcom, el padre, había demostrado ser el más equilibrado y había rehecho su vida al lado de una viuda con un hijo mayor. Nunca hasta ese momento había necesitado pedirle nada, y sólo quería pasar con él una temporada, instalarse en su casa de forma temporal, y aunque ya pasaba de los treinta, nadie podía reprocharle el hecho de que le pidiera ayuda a su padre. Llegaba como un perdedor, lo sabía. Y con los perdedores ya se sabe que pasa siempre lo mismo, da igual que se trate de una relación de pareja, o de volver lisiado de una guerra, inspiran una gran lástima en todo el mundo. Cada persona con la que se cruzan cree que deben portarse bien con ellos, aunque se trate de la hipocresía burguesa que los hace justificar que a otros les vaya peor que a ellos. Para Jordis era un experiencia vergonzosa, y nunca se sintió tan turbado como cuando Lavinia Lucinda lo acogió como a un hijo y le enseñó su habitación. No podía pensar en nada más que en como se había venido abajo su mundo en tan poco tiempo. En pocos días se acabarían sus vacaciones y necesitaba un cierto equilibrio antes de volver al trabajo. A favor de la luna tenía que decir que, a pesar que ni en sueños habría esperado una traición semejante, la había querido con todas sus fuerzas. El que parecía menos cómodo con su presencia era Rodi, el hijo de la mujer de su padre, un chico deportista que pasaba de los veinte. Los hijos únicos no saben compartir, nunca han necesitado hacerlo, la soledad les obliga. Por supuesto, con los hijos únicos pasa lo mismo que con el resto, no quieren competencia, y en su caso ese sentimiento es mucho más exacerbado. Hablaba poco, y no quería tener demasiado que ver con Jordis, desde el minuto cero, había pensado y deseado el momento de que desapareciera. Pero como el momento era tan especial e inesperado, Jordis no podía tener en cuenta lo que aquel muchacho quisiera, no podía pensar en otra cosa que no fuera salir adelante y tener algo de tiempo mientras se organizaba. No era momento para sentirse 10


abrumado por las atenciones de su padre, ni por el contrario, de deprimirse por la falta de tacto de un joven egoísta. 3 Encarnada en un matadero, la redención espera. A medida que el tiempo pasaba y iba conociendo al hijo de Lucinda, se iba sintiendo cada vez más sorprendido por aquella aparente estabilidad, por la decisión de sus respuestas y la categórica firmeza de sus pensamiento, todo aquello que escondía una personalidad inmadura. Era mal pensado y malicioso con las decisiones ajenas, pero impresionaba ver como intentaba darle categoría de ley a alguna de las ideas superficiales que se le ocurrían. Jordis esperaba que con el tiempo fuera capaz de demostrar un poco de sentido común, descubrir en él algún rasgo de bondad que pusiera de manifiesto que, en el futuro, tendría alguna oportunidad de cambiar. Pero no parecía que eso pudiera pasar, y entonces, Jordis recordaba que él también había sido así en algún momento, y que se había equivocado muchas veces. Era predecible y siempre había una aspecto negativo en sus conclusiones, lo que debía provocar un cierto rechazo entre sus amigos y compañeros de estudios, pero. Sin duda, aún no se había dado cuenta y se expresaba con libertad, sin complejos, con elocuente mal humor y sin calcular que a nadie le interesaba su punto de vista. En lugar de responderle, Jordis encajaba sus reproches, y se había tomada como un mantra que le preguntara con frecuencia la fecha de sus partida. En varias ocasiones había intervenido Lucinda para excusar a su hijo, “no se lo tengas en cuenta, creo que lo he mimado demasiado”, le decía dulcemente. Pensó que nunca llegarían a ser amigos si Rodi seguía con aquella actitud tan beligerante. Era un chico afortunado después de todo, no sólo por tener un techo en el que se sentía como un príncipe, sino también, por tener una madre capaz de excusar todos sus desafíos. El tiempo había ayudado a Jordis, había jugado a su favor y le había enseñado. Le habían pasado algunas cosas tristes últimamente, pero podía con ellas. La vida tenía esas interrupciones, pero aún no había llegado el momento en que esas interrupciones fueran insoportables. Así iba descubriendo que podía resistir mucho más de lo que una vez imaginara, mucho más de lo que había creído que alguna vez iba a necesitar. Un día, mientras desayunaba, en el momento menos esperado, Redcom le dijo que quería hablar con él y que salieran a dar un paseo. Procuró no parecer preocupado, si es que lo estaba, y fue haciéndole algunas preguntas acerca de cómo le había ido la vida, esperando el momento de abordar el tema al que quería llegar. Así descubrió que su hijo no lo había pasado bien en los últimos tiempos y que lo habían hecho sentirse como si no fuera capaz de poder ofrecer lo suficiente para tener el aprecio de todos, sin embargo, ya no le importaba demasiado y eso era bueno porque le permitía mirar al futuro con cierto optimismo. A efectos prácticos, en algún momento de su niñez se le había olvidado decirle que nadie se lo iba a poner fácil, esa y otras enseñanzas se le habían quedado en el tintero. Las dificultades para un oficinista, hijo de un oficinista, no eran tanto de no saber interpretar cómo debían actuar frente al sistema laboral que los reducía, como el salario insuficiente y todo lo que de eso se derivaba, y debido a eso, también él tenía que reconocer que en todas las parejas siempre hay una carga. Hay mujeres que le dan más importancia al dinero que al equilibrio, y llevar una vida equilibrada no siempre tiene que ver con el dinero. Apenas se encuentran ya personas dispuestas a sacrificarse por formar una familia, tal y como antes se hacía. Apenas existe ese objetivo, a costa de cualquier cosa, en la mente de los jóvenes. Eso favorecía las separaciones y 11


divorcios, y dificultaba aquellas vidas equilibradas de las que Redcom hablaba como si se tratara de una virtud de otro tiempo. -Yo vengo de un tiempo en el que los padres se mataban a trabajar por sacar sus familias adelante, Lo consideraban lo más importante. Esa era medida de su éxito o su fracaso. Se rompían la espalda. Nadie sale de pobre trabajando, pero hay cosas que lo complican todo aún más, ese es el nuevo credo de la juventud. No consideran que valga la pena luchar para enriquecer a otro y seguir en la necesidad toda la vida -Redcom tenía ganas de hablar, eso era evidente y miró a Jordis con tristeza. -Todos chupan de la clase obrera. Eso lo sé. -No vivimos en el peor lugar del mundo, pero tenemos que andar espabilados. El gobierno va a hacer una ley para ayudar a los jóvenes a pagar sus alquileres. Al menos, eso se dice -Redcom construía su discurso-. Nadie me ayudó cuando me casé. Fue un gran esfuerzo. Pero dejemos eso. ¿La novia de Rodi se ha quedado embarazada? -Eso lo cambia todo. ¿Te ha pedido Lucinda que hables conmigo? -Eso sería atroz. De ninguna manera. Ella te quiere como a un hijo. Así te considera. Todo el mundo tiene problemas de vivienda hoy en día. Todo el mundo se muda con frecuencia buscando algo un poco más barato y las familias se hacinan en espacios pequeños. Las estadísticas son terribles sobre eso. -¿Qué quieres? -Los padres de la chica se desentienden de todo. Ella vendrá a vivir con nosotros. No te pido que te vayas, podemos intentar compartir el espacio. Sólo quería que lo supieras. -La vida me está demostrando lo importante de tener una vivienda que no esté sometida a sorpresas. No puedo contar con nadie para eso, ni siquiera con el gobierno, lo deja todo en manos del mercado y del mercadeo. Una vez que consiga estabilizarme en ese sentido, podré elegir como estar en el mundo. Veo a muchos que tienen preocupaciones parecidas, pero cualquier elección de como estar en el mundo, será un error si no es con dignidad. Y eso lo aprendí de ti. -Pues gracias si es así. Suena bien. -Eres un buen padre. No el mejor padre del mundo, pero a mi ya me vale -seguía Jordis intentando ayudarlo, porque sabía que que quería darle soluciones y no las encontraba-. En el pasado, tu eras el mejor referente, la seguridad de la que partía todo. Ahora tus fuerzas están un poco mermadas. No lo tomes como un reproche, ni te ofendas, ni siquiera te sientas obligado a demostrar lo contrario. Es ley de vida. Todos iremos perdiendo fuerza. Jordis tenía claro que debía buscar un alquiler barato y hacer su maleta lo antes posible. No muy lejos de la casa de su padre, había visto que se alquilaba un pequeño apartamento. La zona era buena, había pizzerías, bares, una librería y unas ruinas de antes de la guerra, en un parque al cruzar la calle. Todo lo demás era lo normal que te puedes encontrar en u barrio céntrico, un centro de salud, una parada de taxis y un colegio. Aquel lugar estaba vivo, y le recordaba su primera vivienda, de la que no se movió durante su niñez. Aquello había llenado su cabeza de buenos recuerdos. Pasaron por allí, se detuvieron en el escaparate de un bazar, miraban las radios y los tocadiscos, todo muy antiguo. En la puerta había una estantería con libros y cómics de segunda mano, o el lugar era tranquilo o, si alguien robaba, no le gustaba leer. Redcom hizo un comentario al respecto y los dos rieron. Se pararon y echaron un vistazo, después siguieron hasta un bar y tomaron unas cervezas. Después de todo, se lo merecían, los dos habían pasado por momentos difíciles, pero seguían sabiendo que podían contar el uno con el otro. No todos los chicos que conocía podían decir eso, y Jordis se sintió orgulloso de que las cosas pudieran ser así. Redcom intentaba hacerle ver que la vida era una cuestión de resistencia, y que eso era debido a que las sorpresas a veces tardaban en llegar, pero algunas de ellas, si no eran lo esperado, podían hacerle mucho daño. En la complicada tarea de aleccionar a un hijo sin sentir que se rebelaba contra el mundo, Redcom tenia un poco de experiencia en eso, pero ya no temía, como una vez hiciera a los dieciséis años, que cogiera su petate y se dedicara a dar vueltas sin rumbo fijo durante meses. 12


-No todos los jóvenes se van de casa a tan temprana edad. Tú en eso, fuiste muy imprudente, pero ahora puedo entender que te metía demasiada presión. Lamento que eso halla sido así. -A los chicos de aquel momento no nos parecía tan raro. Otros lo hicieron, no creas que fui el único. Eran como una vacaciones. Algunos de iban a la playa en autostop. Dormíamos donde podíamos y comíamos lo que había, era una aventura. A juzgar por todo lo que Jordis decía, estaba claro que Redcom se había perdido algunas cosas que, aún unos años después, desconocía por completo. Cuando la vivienda es una problema, desde las altas instancias políticas piden comprensión, pero no hacen nada que solucione el problema. Tal vez, sencillamente, no desean cambiar las cosas. Prefieren no tocar ahí, no provocar a los especuladores. Tanta comprensión no podía ser buena. Esta forma de pensar no se debía sólo a sus necesidades más íntimas, sino a su intento de posicionarse, la necesidad de hacerlo, algo parecido a lo que llevara al quijote a partir en busca de nuevos desafíos; lo que dicho así sueña a que a Jordis se le iban las ganas muy lejos de la normalidad. El menosprecio que sentía por pertenecer a la clase trabajadora y que pasaran los días sin poder sumar en su favor, en poder adherirse a un pensamiento común capaz de poner las cosas en su sitio, aquel sentimiento de impotencia empezaba a encender el germen de una rebelión interna que lo devolvía a los días de adolescencia en los que había sido más rebelde e inconformista. No hay revolución sin necesidad, y el estaba en esa revolución. El dos de mayo volvió al trabajo. Sentado en su mesa de la oficina recordó que debía pasar por el banco para pagar la señal del alquiler de su apartamento. Recordó que aún tenía algunas cajas que llevar de su mudanza y que desembalar y poner cada cosa en su sitio le llevaría toda la tarde. Tendría que solucionar aquellas pequeñas incomodidades lo antes posible, a fin de poder descansar un poco y enfrentarse con claridad al trabajo atrasado que muy inteligentemente, algún jefe había pospuesto para cuando se incorporara. No solía pensar casi nunca, cuando volvía de sus vacaciones, en lo que se encontraría a su vuelta, diciéndose que sin duda las preocupaciones debían quedarse atrás y aprovechar hasta el último día. No todo el mundo es capaz de desconectar de esa manera, pero él sí. En la lucha contra la simpleza intentamos ponernos en un plano superior y eso nos hace idiotas. Entonces, muchos luchan contra su pretendida superioridad, pero lo consigan o no, siempre han sido el mismo, nacido en la misma cama, de los mismos padres, con las mismas capacidades y lecturas limitadas, con la misma mediana inteligencia de siempre. Al menos, en su caso, nadie podría decir que había sido un tipo tan orgulloso y arrogante. Sería sórdido intentar parecer lo que no se es y perder sus sueños por eso. No es bueno vivir con el ceño fruncido, siempre a la defensiva o buscando que otros sirvan a tus propósitos. Miraba en la oficina a su alrededor y algunos parecían acercarse con esa actitud superior que tanto detestaba. No los esquivaba, permanecía firme, en espera, con los dos pies bien anclados al suelo, se detenía. O cambiaban de registro o chocarían con él. No se enfrentaba abiertamente, sino que lo hacía esperando sus reacciones, como respuesta a la primera agresión, al primer desprecio, a los exabruptos triunfadores de los que nada esperaban de él. Era como si en la vuelta al trabajo, necesitara poner de nuevo las cosas claras, no se iba a dejar arrinconar por los triunfalistas. No era un malentendido, se trataba de que intentarían ponerlo al final, como los chicos en el colegio que nadie quería en su equipo. No se trataba de un a ilusión o un espejismo, todo sucedía de verdad, puesto que lo habían llamado porque siempre llegaban la quejas, y los ojos con los que lo veían desde arriba eran los mismos. El alquiler se llevaba la mayor parte de su sueldo, vivía con estrecheces mientras no encontrara con quien compartir el piso, pero si perdía el trabajo todo se complicaría aún más. A sus compañeros, aún cubiertos de aquella burbuja de superioridad, les pasaba lo mismo, vivían sumidos en un miedo atroz a fracasar, o al menos, a no poder mantenerse. Y, no obstante, mantenía sus posiciones, los zapatos firmes en el suelo, los veía venir con sus urgencia y se detenía; algunos tropezaban y le llamaban inútil, a esos de buena gana les habría pateado el culo. Redcom lo ayudó con todo lo necesario hasta que estuvo instalado, y no lo volvió a ver hasta un 13


año después. Quedaron por teléfono y se acercó a ver a su hijo en su nueva casa. Todo seguía tan desordenado como el primer día, y eso a pesar de los esfuerzos. Había algo en su forma de expresarse, cuyo fin era demostrar cuánto lo apreciaba y que indicaba que nunca se enfrentaría a él, que estaba a dispuesto a perder en todas las diferencias, que por muy difícil que fuera su carácter, estaban en aquello juntos y así tendría que ser hasta el final de sus días. -He estado bastante ocupado, no he tenido mucho tiempo para poner esto un poco más habitable. Por suerte para mi, el trabajo no me falta, aunque siempre pretenden que les debes algo. -¿Cómo es eso? -No me parece bien que crean y lo digan abiertamente, que por cobrar puntualmente todo está arreglado. Nosotros trabajamos, ellos te pagan, a más, eso no justifica que te traten como a un paria, aunque sepamos que lo somos. -Te comprendo. Bueno, creo que sabes perfectamente que debes luchar. Nadie regala nada, nadie te lo va a poner fácil. Ellos no sólo te cobrarán por tu tiempo de trabajo, creen que tienen derecho a reventarte para que no tengas una vida. Eso pasó siempre, es una forma de tener el tiempo en que no estás en la empresa, y se lo dedicas intentando recuperarte. No dejaba ni un momento, de ser comprensivo. Eso hacía que aquel encuentro valiera la pena, ofrecer ayuda frente a las crueldades, después de todo, de eso trataba lo de tener hijos. Sobrevivir en la obstinación de la clase obrera, a sabiendas de que los favoritismos iban estar de parte de los otros. Eso siempre había sido así. Para ellos siempre había comprensión y un sillón que ofrecerles para que pudieran sentarse. Jordis empezó a suponer en ese momento, que las etapas que iba quemando le enseñaban más de lo que había esperado, tal vez, más de lo necesario, y que si conocía una chica en aquellos días iba a ser una señal de la fortuna, más que probablemente una obligación con el destino. La había conocido no hacía tanto en el café donde solía comer a mitad de semana. Habían hablado y quedado para salir, no obstante, pasar a una fase más comprometida, no entraba de momento en sus planes. -Prefiero no hacer planes de momento -dijo él en aquella primera cita-, las cosas en la vida nunca salen como esperas. Hay demasiada gente frustrada y enfadada porque las cosas no le salieron como esperaba. No es que sea cicatero o mezquino, es sólo por eso, prefiero no ser generoso con los planes a futuro. Lo entendería si no te vuelvo a ver. No era casualidad en él hacer mención a los planes, parecía haberlo estudiado, o al menos, haber pensado más de una vez al respecto. Era joven, pero no quería más sorpresas. Y aunque la hubiera deseado más que ninguna otra cosa, habría eludido una segunda cita si hubiese notado un excesivo celo en ella por establecer los cimientos de algo mucho más pesado para el futuro. Su ansia por tener una compañera, estaba firmemente reñida con la sospecha de que ella tuviera su propia idea de una relación en los cánones de una vida organizada, establecida y competitiva. No estaba preparado para eso. La creencia de que no lo conseguirían era una constante en todo lo que podía percibir a simple vista. Otro día fueron a la playa, ella se quedó en bikini y él lució un bañador amarillo muy ceñido. Se sentaron en una rocas, era tarde y como la hora los apremiaba, no perdieron un minuto en ponerse demasiado cómodos para no perderse la puesta sol. -El mundo quiere hacernos creer en nuestra felicidad, y yo lo acepto después de ese bombardeo televisivo de increíbles marcas de cremas, comida y colchones para dormir cómodamente. Pero entonces me pregunto si tendremos tiempo para probar todas esas cosas, y creo que no. -El colmo de la felicidad consiste en ser joven, estar sano y hacer un poco de deporte al aire libre. Mis abuelos murieron, muy viejos, enfermos y anclados a un sillón -respondió ella sonriendo-. Tenemos que aprovechar el tiempo mientras somos jóvenes. No estaba preparado para reconocer lecciones tan simples, y posiblemente, ella tenía razón, pero su vida transcurría por los lindes del trabajo, las obligaciones con hacienda y las labores de la casa. Sin mucho tiempo para lo que proponía. -No es tan fácil -replicó. 14


Al mencionas los planes de futuro, Jordis se volvía cáustico, incapaz de entender y con respuestas destructoras. No le interesaba seguir por ahí. No había nada que no estuviera dispuesto a intentar para que la vida no cambiara, para que no hubiera riesgos, ni tentaciones, para respetar el día a día en los términos en los que se iba construyendo. Dispuesto a pequeños cambios si eso era necesario para conservar el resto. No podía tener con él a la gente que quería, incluso a la que una vez había querido, ni siquiera movería un dedo por tenerlos cerca. “Lo que hay es lo que hay”, decía como si eso fuera un triunfo. Ir aprendiendo de todo y de todos, era satisfactorio. Lo que más le había costado había sido aprender a conocer a la gente, y que siempre iban a poner por delante su libertad, a su fidelidad, por eso la puerta estaba siempre abierta, sin planes ni proyectos. Al hablar de ello, aquella chica lo miró extrañada, como si lo único que importara y tirara del mundo hacia arriba eran los sueños y ilusiones, cuanto más locas mejor. Y al mencionar que ya no había tiempo para creerse las patrañas capitalistas de que todos podrían alcanzar sus sueños, y los que lo creían, eran gente sin piedad, ella lo miró como si no lo conociera o estuviera desequilibrado, lo que no era del todo incierto. No la culpaba por mirarlo así, se había hecho una falsa imagen de la persona que tenía enfrente y acababa de descubrir que no encajaba en su idea de la vida.

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Los minutos de la chatarrita

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1 Los minutos de la chatarrita Sentirse viuda tan joven no era nada agradable, pero no era peor de como se sentían otras mujeres atrapadas en un matrimonio sin sentido; tenía algunas amigas así. Era sólo que en su caso, además de eso, la forma en que había terminado todo la había dejado sin argumentos. La educación, el refinamiento, el gusto que se le supone a la gente culta, no le servía de nada; demasiado poco para superar su confusión en un momento tan duro. Los dos últimos años habían estado en crisis, se había producido un desprendimiento en sus afectos que la había llevado a dudar de todo, también de sí misma. Y sin embargo, lo había amado mucho, hasta el último segundo. Por diferentes razones un hombre busca otras mujeres fuera de su matrimonio, algunas de estas razones son muy sórdidas. Debra se había encerrado en su distancia, no había sexo entre ellos, y eso había sido en su caso lo que lo había llevado a buscar el amparo en mujeres rápidas, tan sólo por el dulce desahogo de una noche. Mas para ella, que no tener sexo parecía más fácil, cuando se entregó al mejor amigo de Boerman, fue como un experimento, casi por curiosidad; y eso, a pesar de haberle dicho claramente a su marido que no le gustaba que los visitara con tanta frecuencia, y que le parecía un hombre confuso y esquivo. Si todo seguía así, si los días pasaban sin sentido, si él seguía sin entender que necesitaban separase a pesar del amor que se profesaban, entonces acabaría sucumbiendo frente a cualquier hombre que pretendiera sus favores, y ese fue Ferrys. Por todo lo expuesto, y algunas razones más que me callo, Debra había sido una presa fácil para las intenciones del falso amigo. Tal vez se había tratado de una neurosis compartida, y eso los había hecho seguir juntos cuando lo que hubiese parecido más lógico a los ojos de cualquiera, era separarse. Pero, ¿quién puede buscar la lógica en los asuntos del amor? Ella, al menos, en aquel tiempo de traiciones, ya estaba preparada para empezar una nueva vida intentando olvidarlo todo, pero ese momento no llegaba. Aquellas visitas habían empezado un año antes: -Ferrys es un hombre tan atractivo que asusta -le dijo ella a Boerman una tarde. -¿Eso es lo que te preocupa de sus visitas? Pues sí, no es ningún niño inocente. Dicen de él que es bisexual. Pero tiene una conversación entretenida y, al fin y al cabo somos amigos desde hace mucho tiempo -respondió. -Entonces lo es aún más de lo que había imaginado -replico ella que parecía desconcertada-. ¿Hay algo más? Ponía todo su empeño en sonsacar a su marido todo lo que pudiera sobre aquel hombre, para poder entender por qué los visitaba con tanta frecuencia, pero si Boerman no lo veía como ella, si no era capaz de entender aquella inquietud, lo cierto era que tampoco importaba demasiado. Él la miró con malicia. En aquella mirada había toda la intolerable inestabilidad del deseo. Imaginaba lo que pasaba por su cabeza, como otras personas eran capaces de adivinar si llovería o no sólo ver el cielo. -Estuve un tiempo sin saber nada de él, así que ahora no puedo decir que no se haya convertido un uno de esos viciosos que frecuentan los clubs de carretera cada vez que tienen algo de dinero 2


-respondió-. Tiene su propia visión del mundo, y, en realidad, le sobra el dinero para eso y para mucho más. En mi opinión, la dignidad se entrega cuando uno no ve colmadas sus necesidades. -¿Eso te pasa a ti? -A veces. Durante aquellas visitas, mientras escuchaba a Ferrys imaginar lo bueno que sería hacer un viaje los tres a través de Rusia -¿por qué Rusia? Sólo él lo sabía, pero insistía acerca de eso como si se tratara de un destino exótico y desconocido para todos- mientras seguía hablando y soltando ideas poco realistas, ella no parecía elevarse lo suficiente para comprender por qué aquel hombre parecía tan lleno de ilusiones como un adolescente. No podía entender por qué, de súbito, hacía rozar sus manos cuando ella intentaba simplemente pasarla una taza de café, o por qué ponía su mano sobre su hombro con una confianza que le causaba extrañeza, simplemente para enfatizar alguna frase en la que ponía de relevancia lo mucho que admiraba a Boerman y su buen gusto. Hay amistades que se desvanecen sin remedio y se pierde el recuerdo como si nunca hubiesen existido, desparecen totalmente las caras, los recorridos e incluso los buenos momentos. No es que se trate de una luz intensa y por eso fugaz como la de una estrella, en ese caso no funciona así. No podremos asirla si, ala vez, decidimos que podemos dejarla atrás, ni por mucho que nos haya cegado en algún momento. Las amistadas, al contrario de las estrellas, duran más cuanto más brillan, a menos, y eso es lo que Debra deseaba interpretar, que el olvido sea una decisión voluntaria. Pero, por muchas vueltas que le diera, estaba claro que no había sido así en el caso de Ferrys, que volvía una y otra vez sin terminar de asociar su presencia con la turbación que ella sentía. No fueron a Rusia pero estuvieron un verano en un hotel con campo de golf y piscina a doscientos kilómetros, y para ese pequeño viaje fue suficiente desplazarse en coche. Ferrys también era un tipo deportista, del estilo de los que salen a correr a primera hora y lucen un cuerpo delgado y bronceado sin demasiado esfuerzo. Sus pómulos eran pronunciados y sus ojos tenían las pestañas más largas que Debra había visto, los brazos y las piernas eran largos, y su aspecto general era saludable, pero fumaba. Era capaz de pasar la tarde en la piscina tomando el sol, sin más entretenimiento que los Martinis y el la cajetilla de Lucky sobre una mesita al lado de su tumbona. Aunque nunca parecía tener ocupaciones demasiado “serias”, podía presentarse a media tarde vestido con un traje blanco que ella sólo viera en algunas películas sobre fiestas burguesas, americanas o italianas, e incluso, en aquel hotel donde parecía existir un relajo acerca de las costumbres ajenas y sus hábitos de comportamiento, podía pasearse de tal guisa por el comedor y la cafetería sin pasar desapercibido. Una mañana, Boerman dijo tener que volver para atender algunos asuntos en la oficina, le habían llamado por un trabajo que tenía a medio hacer y que necesitaban acabar para darle satisfacción a un cliente. Sería cosa de un par de días y aquella misma tarde abandonó el hotel después de que Debra le asegurara que estarían bien. Por todas las razones objetivas que se deducían de aquella situación, Debra se había convertido en la más probable presa de un adulterio. Se trataba de establecer una estragía fácil para que ella se dejara convencer, y cuando, aquella noche, Ferrys apareció en su habitación con una botella whisky y una cola de dos litros del supermercado del hotel, ella lo dejó entrar sin más motivo que el de celebrar la llegada del hombre a la luna con unos cuantos años de distancia. Él se sentó en la cama e hizo unos combinados con rapidez dejando las botellas sobre la mesita de noche, le ofreció su vaso con vehemencia y los dos tomaron un primer trago largo que los dejó sin aliento. Fluyeron las palabras y los chistes fáciles, las risas y las insinuaciones. No había el menor rastro de arrepentimiento ni mala conciencia por lo que sabían que estaban a punto de hacer. Era precisamente lo que se había esperado de ellos desde que Ferrys empezó con sus insistentes visitas, y Boerman con sus ausencias. Después de aquellas vacaciones no volvieron a ver a Ferrys, fue como si se lo hubiese comido la tierra. Por su parte Boerman recobró su pasión y se empeñaba en repetirle que no podía vivir sin ella, lo que a Debra le empezaba a parecer difícil de asumir. Toda aquella estima que le demostraba se 3


traducía además en pasión erótica y empezaron a desarrollarla en los sitios más inesperados, como parques y cafés. Se tocaban por debajo de las mesas y se besaban como enamorados que se tocaban en público, era como lo habían hecho de adolescentes y Debra no comprendía como había revivido todo aquel fuego. Aquellos días, al menos por parte de Boerman, se plantearon como un asalto, como si se trataba de lo ultimo que quería hacer antes de morirse, y fue como una premonición. Ella empezó a sopesar si todo aquello no significaba que debían darle una nueva oportunidad a su amor, lo pensó muy seriamente, y, al final, llegaba a la conclusión de que era demasiado tarde. Ninguna pareja que ella conociera, ni siquiera sus vecinos, o muchos con los que se cruzaba a diario en la calle, seguiría alimentando un matrimonio tan poco convencional como el suyo, y con tan pocas posibilidades de prosperar. El proceso de la enfermedad de Boerman fue corto, sin embargo ella lo vivió con una intensidad y un compromiso que no apenas se permitía salir de la habitación y dejarlo solo más que para comer algo o lavarse. No quería que abriera los ojos y creyera que ya no estaba allí, o que se estaba muriendo sin más compañía que aquellas cuatro paredes. En ocasiones, actitudes como la suya frente a la muerte, responden al miedo, es casi un acto reflejo que se lleva a cabo por respeto, pero en su caso seguía siendo amor. Y en aquel momento, tuvo fuerzas para arrepentirse de no haber sabido amarse mejor. En ocasiones, cuando se quedaba dormida en el sillón, a su lado, sentía una punzada de horror que precipitaba sus lágrimas, pero sin que él pudiera oírla, sin hacer un sólo ruido. Nada podía turbar el pitido constante de la respiración enferma de su sueño. Se comportaba con la dedicación de una madre y con la resignación de un corredor vencido por su propia sombra, no había solución, el médico había sido claro en aquello, era cuestión de días. ¿Cómo podía comportarse de otro modo sin detestarse a sí misma para el resto de sus días? El amor renace a veces, dejando atrás todo los reproches cuando ya no tienen sentido. En aquel momento trágico llegó a la conclusión de que la vida siempre acaba mal para todos. Su historia, la de los dos, había sido una carta muy larga, de las que se escriben contando todas las novedades para que alguien entienda como reaccionas frente a ellas, una carta que se presenta sin prudencia, estimándolo todo, hasta lo más incoherente y difícil de entender, y con la esperanza de o recibir un consejo de vuelta. Casi siempre, esa forma de vivir tan franca, termina por ponernos frente a nosotros mismos; la vida entonces es un espejo que actúa como un golpe en un costado. En ocasiones esa imagen nos dobla, y pensamos que tal vez no nos hayamos comportado todo lo bien que otros merecían, y Debra, en aquellas horas interminables velando, lo que ya era un muerto que aún respiraba, escuchaba aquel reproche y por más que lo intentara no conseguiría detestar cualquier cosa que hubiera hecho mal. Para bien o para mal, cada uno tiene la vida que le toca. Desde el primer momento le inquietó que el doctor Mulligan la animase a llamar a un especialista que tendría que llegar de otro país y no estar ocupado para poder atenderla, y lo hizo, pero no llegó a tiempo. Mulligan no se prodigaba en sus visitas, pero hizo todo lo que pudo y siempre llegaba para mirar al enfermo cuando estaba programado, aunque los dos supieran que no había ninguna solución a lo que tenía. La llamada al especialista era como aceptar que los milagros podían suceder, y eso era más de lo que estaba dispuesta a creer. La trastornaba que fuera tan positivo e intentara animarla, pero se lo agradecía con la misma seriedad que él le demostraba. Y no lo hacía por ser condescendiente con el único apoyo que tenía -porque eran extranjeros y sus familias estaban lejos, aunque eso sería otra historia al margen-, ni siquiera por amabilidad. En momentos así sobra todo lo artificial o añadido, y se trataba de no distraerse, así que agradecía que el doctor buscara una salida a sus desconsuelo intentando entretenerla con una nueva posibilidad en cada visita, o contándole de casos similares en otra parte del mundo que habían tenido un giro esperanzador cuando ya nadie lo esperaba, y lo cierto es que lo médicos no suelen hacer ésto. No desean confundir a la gente con vanas esperanzas, y los suelen ir acostumbrando y preparando para el peor desenlace, porque ellos mismos también lo necesitan. No había necesidad de tanto, y por eso se sentía afortunada de haber tenido la suerte de que aquel hombre, al menos una vez a la semana, acudiera para llenarlo todo con 4


el aire del que no se deja vencer por al enfermedad. Boerman estaba a merced de la fiebre y ella lo sabía, por eso intentaba mantener la habitación a una temperatura constante y le frotaba la frente con alcohol. Nada podía aportarle la seguridad de que no moriría cada noche, y se enfrentaba a aquel momento de oscuridad cambiándole la almohada o haciéndose un ovillo para quedarse dormida en el sillón pegado a su cama. Se exigía la disciplina de estar sólo para el enfermo, de no hacer otra cosa que pensar en él, que cubrirle los labios con un trapo húmedo o intentar que bebiera. En aquellas condiciones, aunque pudiera hacer todo lo que hacía por él, ya no le pertenecía. La cama en la que murió Boerman era la cama de matrimonio, una cama grande, para dos personas. El cabecero era de madera de castaño con un dibujo de hojas y pétalos en relieve y las patas de la base del somier eran también de madera. Sobre el cabecero una pintura de un campo verde y solitario con una casa que echaba humo por la chimenea. Era una imagen desalentadora, que daba miedo y frío al imaginar que alguien pudiera vivir en medio de la nada y seguir intentando mantener aquel fuego. En la habitación había otros muebles, una cajonera alta y una cómoda con espejo llena de cajas con pendientes y gargantillas y el reloj de Boerman parado en la hora y el día que ella se lo quitó de la muñeca y lo dejó allí. Era como si el tiempo se hubiese parado con aquellos relojes, al menos para él, porque la hora que marcaban en el inicio de su enfermedad, era la hora en la que había empezado a morir. En sus últimas visitas, el médico se fue volviendo cada vez más formal y educado, como si temiera que ella se le derrumbara en un llanto inconsolable, nunca terminaría de acostumbrarse del todo a que se le murieran los pacientes, pero tampoco al dolor de sus familiares, la impotencia y el fracaso desolador de la ciencia. En ese momento, Debra comprendió que el doctor Mulligan era mejor persona de lo que esperaba, porque la vida aún era un misterio para él y la inocencia no había muerto del todo frente a sus ojos incrédulos. Que sobrellevaba aquel trabajo con resignación, pero que tenía que aprender a convivir con la fuerza arrolladora de los finales dramáticos, los que terminaban con la audacia del joven estudiante de medicina y lo devolvían a la mediocridad inservible de todos los medicamentos y todas las cirugías del mundo. El aspecto de Boerman se iba haciendo más y más deprimente, sus huesos empezaban a asomar en los sitios más inesperados, se alimentaba de papillas y la única bebida que no rechazaba era el agua. No es fácil describir a un moribundo cuando le quedan fuerzas para demostrar el descontento por todo aquello que le ofreces y rechaza. A pesar de arrugarse como la fruta en descomposición, unos días antes de morir quiso hablar con Debra, lo que fue una novedad, no porque sus fuerzas se lo hubiesen impedido con anterioridad, sino porque, hasta ese momento, sólo deseaba dormir o hacer que dormía cada minuto del día y de la noche. En un momento así, si él deseaba hablar, ella no podía negarse, ¿quién le niega conversación a un moribundo? Ni siquiera le parecía honesto no decirle la verdad, a menos que eso no ayudara en nada. -Mis días aquí han terminado, lo sé -le dijo mirándola fijamente y sin ambigüedades, intentando poner las bases pare desarrollar un momento que no era premeditado, pero que a ella se lo pareció-. Pero si he de abandonarte, quiero que sepas que cualquier cosa que los dos hallamos hecho y que nos parezca vergonzosa, no lo parece en este trance por el que estoy pasando. El amor que te tengo, está por encima de todo. En aquel momento ella supo que Boerman sabía lo de Ferrys pero que no había contado con su beneplácito. No lo había consentido, ni había sido una forma cruel de pagar por sus propias infidelidades. En un momento, Debra recordó a Ferrys, la pasión desbordante que le hizo sentir, y lo abandonada que sintió el día después de decirle que no podían continuar engañando a su mejor amigo. Supuso entonces que Ferrys eran de ese tipo de hombres que no creen que ser el mejor amigo tenga valor si no se puede ser perdonado por una traición tan humillante. Pero a ella, entonces, simplemente le pareció un hijo de puta egoísta, que se había dejado llevar sin importarle nada más. No podía evitarlo. Lo juzgaba sin ponerse a su altura, creía firmemente que se había aprovechado de 5


ella en un momento de debilidad. Le daba mil vueltas a todo aquel asunto retorciéndolo, intentando convencerse que ella era la menos culpable de los tres. Boerman quería hablar de ello y a ella sólo le producía una tremenda incomodidad, y no lo iba a martirizar. -Querido, tú has sido lo más importante y lo sigues siendo -respondió cogiendo su mano y moviendo sus dedos sobre su piel con una ternura que nunca le había demostrado antes-. Hablemos de lo que quieras, pero sé que no he sido una mujer perfecta, no quiero saber si merezco tanto como tu me das. Desde el principio supieron que aquellas pocas palabras no podían torcerse, aquella conversación era el resultado de haberlo superado todo y no haberse tenido nada en cuenta, era una forma de amar superior, para la que no estaban preparados la mayoría de sus amigos y conocidos, nadie amaba así. La fuerza de una situación tan definitiva volvía inequívoca cada frase e busca de ternura y compresión. Eso era tanto como decir, nos amamos ahora, seguimos amándonos, el resto no importa. Y así fue, la noche en que Boerman se fue, ella seguía sentada a su lado. Nada podía consolarla y sus lágrimas parecían piedras de hielo, no eran abundantes y su rostro estaba duro, tal vez por el frío de la mañana, se quedó como ausente, como si nada de lo que pudiera pasar a su alrededor le importara o le pudiera hacer daño ya.

2 El dedo sigue dentro de la yaga Desde el principio, la relación establecida entre Byrne y Debra, fue de dependencia, o incluso más, de dependencia para la subsistencia. Muchas clientas de Byrne se sentían mortificadas por el trato desigual del tendero, con los precios cambiantes y los abusos de relación entre las que eran de su preferencia y las que no. Había en él el orgullo incipiente del nuevo rico, del exceso y la desconfianza a la vez; era, lo que se dice, una personalidad difícil. Desde el principio, Debra entendió que podía tratarse de una solución a su falta de apoyos en una ciudad que no le era totalmente extraña, pero en la que no tenia familiares o grandes amigos, y desde luego, Ferrys ni se digno a pasar por el entierro del que decía que era su amigo. Sola y sin recursos en un país extranjero, esa era la realidad. Los silencios del tendero le producía una cierta desazón, tal vez porque notaba un rechazo a pesar de que podía echar mano de sus últimos ahorros y pagarle algunas cosas que compraba; otras le pedía que se las apuntara para más adelante, sin terminar de reconocer que en cualquier momento tendría que empezar a vender algunas cosas. Le parecía que su presencia era contraria al optimismo que necesitaba para tratar aquella situación, pero también empezaba a convencerse de que la tristeza inmensa que la invadía iba a quedarse para siempre. No había conversación entre ellos en aquel momento, y aunque él sabía que su marido acababa de morir, no le preguntó por él, ni intentó ser amable innecesariamente por su situación. Sin embargo, ella lo observaba y en sus conversaciones con otras mujeres parecía hablar pidiendo atención, sus ojos se fijaban en su interlocutor y no cedían hasta que terminaba de hablar. Era una forma muy atrayente de comportarse, poniendo su carácter y el tono de su voz en juego. Se llenaba de paciencia y ocupaba su lugar en la cola curioseando en las palabras, las preguntas y las respuestas, por superficiales que parecieran. Por algún motivo, intentaba comparar aquella forma de expresarse con la que conocía mejor, la de Boerman, siempre tan correcto y a media voz. Empezó a formar parte de la vida del barrio en esas visitas a la tienda, y una 6


vez más, como en otras ocasiones en las que las dificultades habían amenazado con paralizarla,creció dentro de sí la disputa por lo que realmente importaba y todo lo que necesitaba poner de su parte para formar parte de esa realidad. Desconocía la parte más agria de aquel hombre, porque todo en el parecía distancia y media voz, incluso cuando los niños recién salidos del colegio irrumpían deseando ser los primeros en ser atendidos, el controlaba esa turbulencia con gestos y miradas, sin necesidad de alzar la voz. Tal vez no fuera que no le gustaban los niños, o si los tenía alguien se ocupaba de ellos por él que se demoraba en la tienda todo lo que podía. Eso era, probablemente, lo que más la atraída de él, aquella forma de decir con su presencia, con sus ojos, sin abrir la boca. La cautivó hasta las vísceras, mucho antes de que ella supiera que eso era así. Se lucía extendiendo una barra de pan sobre sus cabezas y se apoderaba de la atención de todos simplemente por su forma maestra de cortar el pescado y vaciar lo. Sólo que en el caso de Debra todo iba un poco más allá y no se dejaba deslumbrar con facilidad, por lo que debemos concluir que si había sido capaz de impresionarla a ella, que no lo hacía fácilmente, entonces era que algo más estaba sucediendo. Cada día volvía a casa con una pequeña bolsa de plástico con lo indispensable para la alimentación y el aseo. Se sacaba su pequeña bolsa de un bolsillo del pantalón y le decía lo que necesitaba extendiendo los brazos para sujetar las bolsa abierta y que Byrne fuera poniendo lo que le pedía, lo que muy pocas veces pasaba de tres o cuatro cosas poco pesadas y una barra de pan. Cuando abría la bolsa con aquella dedicación era como si se entregara, como si su vida hubiese sido una preparación destinada a alcanzar la perfección en aquel momento. Los hombres como Byrne son rudos y delicados a un tiempo, eso tan difícil de encontrar, y si en un principio fue reacio a seguir dándole crédito, cada día dejaba caer aquellas cuatro cosas dentro de la bolsa con tanta delicadeza que a Debra se le erizaban los bellos del antebrazo. No lo hacía con desgana, sin interés o mirando para otro lado, ponía todo su saber y atención en colocar cada cosa en su sitio, y finalmente, la barra de pan bien erguida e intentando que en el momento posterior, de camino a su casa, nada la aplastara con el vaivén. Cuando acabas de pasar por un trauma como el que Debra aún tenía en mente, con el dolor del luto presente entre sus telas, y con el solitario declinar de los días, encontrar un hombre así, que no lo decía, que apenas hablaba, pero en el que notaba que estaba dispuesto a cuidarla, esos es capaz de derrumbar a cualquier mujer que aún desea enamorarse. Pero, él también era un don juan, todo el mundo lo sabía, estaba casado, y tenía una amante, si bien sus amores eran una simple conveniencia, y Debra deseaba amarlo entregándose en rendición, y lo peor de todo, era que se le empezaba a notar. Una mujer, en una situación así, desconoce el terremoto que se puede estar produciendo en lo más íntimo de un tipo de hombre así, y eso es debido a que esos hombres, son incapaces de expresar una sola emoción o rasgo definitivo de su más inmediato pensamiento. Son de un carácter diferente a todo lo conocido, y están justo donde se sienten más cómodos, exhibiendo los rasgos de su cara sin un movimiento, como si fueran de piedra, como experimentados jugadores de poker, son así pero es lo que más conviene al mundo oculto que representan. Para él, tener una mujer entrada en años con la que le gusta hacerlo más que con ninguna, una amante que lo visita a escondidas y con la que desaparece por días como si se tratara de su mujer de vacaciones, dejarse llevar de por su pasión con desconocidas en los sitios más insospechados, y fijarse en la vecina viuda como si se tratara de un reto ser capaz de seducirla antes de que tuviera tiempo de olvidar a su amado marido, eran un cúmulo de razones que no podían influir en aquella imagen de tendero que no deseaba tomar parte en las inquietudes y lealtades más habituales de sus vecinos. Así era, con toda probabilidad, como Debra lo miraba, sin llegar a saber si ese tipo de imagen podía ser, a la vez, tan real y poderosa. Se dejaba influir por su imaginación, y volvía una y otra vez con su bolsa de plástico abierta y extendida hacia él, hacia el veredicto final del rostro que nunca había visto reír, o suspirar, o congraciarse con el mundo demostrando que se encontraba a gusto o feliz, al mover un sólo músculo alrededor de su cara. Se dejaba subyugar por sus propias ideas, y era posible que se estuvieran convirtiendo en sus enemigas. Si en él todo parecía autocontrolado, en ella verlo así, imaginarlo de 7


una manera tan sofocante, no era premeditado; intentaba sobrevivir, era algo tan simple como eso. Retenida en una situación tan precaria, por las condiciones que le había puesto la vida, no parece probable imaginar que ni ella, ni ninguna otra mujer, pudieran salir de ese problema sin un poco de ayuda ajena, pero lo cierto es que, aunque ella también lo pensara, un mes después del fallecimiento de su marido seguía sin tener una idea concreta de lo que iba a hacer para salir de un mar de deudas que crecía a pesar de sus esfuerzos por contenerlo. Empezó a repartir entre los vecinos algunas piezas de valor que habían formado parte de las posesiones personales de Boerman, un anillo, un traje, unos zapatos... Intentaba que los conocieran, que se familiarizaran con su indudable calidad, que pensaran que echarían de menos aquellos objetos so tenían que prescindir de ellos, y que, a cambio, se los pagaron por un precio que se ajustara lo más posible a su valor. Había un gran anillo de plata que llevaba la inscripción de la universidad y la fecha del campeonato mundial de remo con banco fijo en aguas abiertas, lo que había sido en reconocimiento por participar con el barco de la fundación que lo financiaba, y haber entregado el trofeo para la vitrina de tan magna institución, dicho sea sin cinismo. Los siete estudiantes prometieron no deshacerse nunca de los anillos, pero él ya no estaba, y había llegado el momento. Debra negoció con el tendero dárselo a cambio del pago de sus deudas y recuperar su crédito, pero también, le pidió la promesa de que, a su vez, no negociaría con él ni lo vendería, y que llegado el momento le permitiría recuperarlo. Parecía fuera de toda lógica, llegar a imaginar que pudiera recuperar su posición anterior y el dinero suficiente para recomprar el anillo por el valor de su cuenta de pagos atrasado, y Byrne estuvo de acuerdo. Cada día bajaba a por la barra de pan y miraba a aquellos dos niños (entre 4 y 5 años) que revoloteaban llenos de energía como dos polluelos. Se quedaba mirándolos y ellos jugaban con ella, le tiraban de la falda y la empujaban invitándola a una persecución implacable, con gritos y leves amenazas que no se iba a producir. A cambio, salia a la calle detrás de ellos para seguir en aquella visión llena de felicidad sin razones. Los últimos días, justo antes de saldar su deuda con el anillo de Boerman, empezó a resultar evidente que existía una comunicación entre aquellos dos demonios y la extranjera viuda. Ni por un momento Byrne hizo algún que gesto que pudiera expresar si algo de aquello le molestaba, que ella les tocara la cabeza con dulzura o que les ofreciera chocolate, del que también tomaba el trozo más pequeño de una pastilla. Era una situación casi absurda, porque ella creía que Byrne tenía que ser el padre, pero la madre no podía andar muy lejos, y a pesar de eso, todo estaba bien, ¿que había de malo en que jugaran, o en que ella les siguiera el juego? Se trataba de devolverse la sonrisa, lo que no había sucedido en mucho tiempo. A media noche, salía a pasear por las calles aledañas, cuando creía que nadie la veía. Iluminada por la luz artificial de las farolas y los últimos coches de retorno a sus casas, andaba con paso suelto, haciendo algo que le devolvía la vida, respirar sin ataduras. Escogía días despejados para sus paseos, llevaba zapatos viejos de tacón bajo; no podía recordar cuánto tiempo hacía que tenía aquellos zapatos con los que ya se había encariñado. Y cada día pasaba frente a la puerta de un gran hotel en la que un portero en librea la saludaba como si se tratara de un general de todas las batallas. Pensó que no había necesidad de tanto saludo y pasaba a toda velocidad sin apenas mover la cabeza porque le empezaba a molestar tanta insistencia. Pero como todo lo sucedido en el último año de desamor, la había superado hasta un límite que nunca sospechara, abrumada por sensaciones y pensamientos tan enredados, en general de poco importantes, medallista de portería y pretencioso adulador de mujeres solitarias a media noche, quedaba atrás sin que en ningún momento ella le devolviera el saludo. Ella se convencía de que no era por orgullo, sino porque no deseaba ser molestada, y no le importaba tanto que él lo entendiera o no, ni aunque sus intenciones estuvieran dentro de lo que esperaba. El tiempo pasaba a una velocidad difícil de observar, la primavera llegaba muy adelantada y Todo el mundo recobraba la sonrisa pensando que el invierno ya no iba a causarles ningún otro daño. Entonces, una de esas mañanas de emociones encontradas, desde su ventana abierta Debra escuchó una discusión en la calle y se asomó para saber lo que sucedía. La puerte de su portal estaba muy 8


cerca de la tienda y vio a Byrne empujando a un hombre al que deseaba poner fuera de su perímetro, por así decirlo. Por algún motivo se había negado a atenderlo, o venderle alguna y el otro había enrojecido de indignación. Tal vez no se trató más que de una confusión, pero los intercambios de veladas amenazas fueron suficiente para hacerlo salir de detrás del mostrador. Era la primera vez que lo miraba así. Hizo al otro moverse y salir sin apenas levantar la voz, mientras que los gritos del intruso eran claros y poco elegantes. Tal vez pensó que sería fácil tratar sin respeto al tendero, ni siquiera lo conocía, y eso fue un terrible error. Le había pedido que lo atendiera sin demora que tenía prisa y que dejara de charlar con las clientas mientras había más gente esperando -en ese caso se refería a sí mismo, y como ya le pidiera una botella de ginebra no parecía dispuesto a esperar por el resto-. Cuando le dijo que dejara la botella y se fuera el otro reaccionó sin medida. -¡Eres un mierda! Menos que eso. No me llegas a la suela del zapato -añadió intentando rebajarlo. Y tras decir aquello tuvo que dar un paso atrás porque la reacción de Bryan fue inmediata. Salió del mostrador, le quitó la botella de la mano, y lo puso en la calle a empujones. Las mujeres gritaban y los niños se escondieron detrás de un barril sin dejar de mirar. No sólo Debra salió a la ventana, sino que otras cabezas se movían en la fachada debajo de la suya, y algunas otras personas se habían parado en la calle sin intervenir. La mayoría de las mujeres estaban aún en bata y zapatillas, y creyeron que todo acabaría en una pelea a puño cerrado, o aún peor, con la sangre provocada por el cuchillo carnicero que estaba encima del mostrador. Imaginaban alguna escena de celos, debido a la reputación de Byrne, o algo peor, posiblemente un asunto turbio de dinero negro e intereses. Puestos a imaginar, muchos de los vecinos que no compraban en la tienda, se dedicaban a hacer las especulaciones más extrañas a diario. La fuerza intimidatoria de una mirada tan llena de razón como la de Byrne fue suficiente para acabar con aquel asunto, pero ni se molestó en pedir disculpas a tan repartido y distinguido público. Estaba molesto y se conformó con exclamar lleno de acritud ¡Venga, cada uno a lo suyo. Se acabó el espectáculo! Después de todo aquello, llegó a la conclusión de que ya iba conociendo un poco mejor a Byrne. Un día en el que él estaba bastante ocupado, había gente haciendo cola hasta la calle y esperó pacientemente a que le tocara su vez, aunque en aquel momento deseaba dar media vuelta y volver en otro momento. Tenía un motivo especial para estar allí, todo lo económico se complicaba y ya no le alcanzaba el dinero para pagar el alquiler. Necesitaba patatas y aceite, y cuando le dijo lo que le pasaba, no obtuvo respuesta, él se limitó a mirarla de medio lado y seguir con lo que hacía. Le puso encima del mostrados su anillo de casada, y añadió a la bolsa algunas otras cosas que le hacían falta y con las que podría tirar al menos una semana más. El anillo estaba un poco rayado pero no tenía ninguna inscripción y parecía de oro. Parecía un trato ventajoso, pero a Byrne no le hacía feliz andar en aquellos tejemanejes con su vecina caída en desgracia. Como tendero, nadie le había dicho nunca que debría tener un código ético, pero sabía muy bien que su clientela se mantendría si lo consideraban leal y justo en sus tratos. Esa era la idea principal que había heredado de su familia que desde antes de nacer él ya se dedicaba a aquel negocio. No se trataba tanto de creerse más honrado que otros, como de ser leal y justo, eso era y se lo habían repetido hasta la saciedad en su infancia. ¿Era posible tener esas ideas y ser un mujeriego sin remedio? Se repetía a sí mismo sin solución. ¿Qué le gustasen tanto las mujeres, podía llevarlo a la ruina? Tal vez por encima del buen trato a los clientes, y de la lealtad que se le suponía, estaba la suposición general de que se trataba de un ser perverso que escatimaba su simpatía y que en ocasiones, su amabilidad con las jovencitas parecía perversa. Durante aquellos días, empleó el dinero de la venta de aquellas pequeñas joyas que Debra le iba proporcionando en arreglar su casa, en vaciar una habitación, en pintarla y ponerle algunos muebles. Los niños tenían su propia habitación, y el dormía con su mujer en otra, la más grande de la casa. Parecía lleno de una nueva energía, se comportaba como un joven infatigable, capaz de salir del trabajo y empezar de nuevo, moviendo muebles y bajando bolsas paa tirar al contenedor de la basura. Parecía también interesado en modernizar el aspecto general del piso, si bien a su mujer no le 9


interesaba demasiado nada de lo que estaba sucediendo. Barnizó las puertas y los marcos de las ventanas, y montó un armario de piezas de madera sin más ayuda que una llave allen, con ingenio y esfuerzo.

3 Otro día sin fiebre Por entonces, la comunicación franca y locuaz se había establecido entre ellos. Cuando no había gente en la tienda ella bajaba para hablar con Bryan y él, aún como algo impensable hasta entonces, respondía a sus preguntas e intentaba llevar sus conversaciones con más o menos éxito. Parecía como si todo resultara de un plan concebido por ambas partes, o mejor, dos planes coincidentes y que tenían mucho que ver. Es decir, ella buscaba su favor y hacía lo posible por ir comprometiéndolo por que le gustaba, y él aceptando ese interés, quería convertir el deseo que había sentido desde el principio en algo más material y realista, algo que pudiera tener cuando quisiera, tocar y abrazar. La decisión de ofrecerle una habitación en alquiler no partió de la desesperación, ni siquiera de que hubiese llegado el día en que ella tuviera que abandonar su piso por impago, aquel elaborado y mil veces imaginado ofrecimiento, nació del deseo de tenerla como una posesión más, un adorno o un jugueta. Byrne pensó que si intentaba ser como ella pensaba que era, podría convencerla para que se instalará en su casa y poco a poco ir consolidando una situación que a todos los vecinos les pareció extraña, y que llevó a los más benévolos a querer pensar que sólo trataba de ayudarla en un momento difícil. Tenía que intentar que no hubiera conflictos, pero ella se llevaba muy bien con los niños, y a su mujer le daba todo bastante igual o también deseaba que Debra se instalara con ellos; nadie sabía a ciencia cierta lo que pensaba, hablaba poco y le sonreía, aceptando la decisión de su marido sin replicar. Es posible que aquella mujer tuviera una historia terrible que la unía de por vida a aquel hombre, que estuviera en deuda con él, que se tratara de un matrimonio de conveniencia o que la hubiese rescatado de las manos de una mafia que la prostituía, cualquier cosa que se pudiera imaginar, por loca que pareciera, cabía en aquella relación. Nadie sabía lo que había entre ellos, pero lo aceptaba todo sin poner problemas. Por su parte, Debra era una mujer de profunda formación, inclinada al arte y crítica con las injusticias; no se parecía en nada a Penny, la mujer de Byrne o a cualquiera de sus desconocidas amantes. Todo indicaba que el hombre mujeriego, hasta aquel momento se había comportado siguiendo un patrón con sus conquistas que estaba a punto de romper, e iba a intentar, por primera vez y como un reto, tener una mujer capaz de llevarle la contraria e incluso desafiarlo. -¿Por qué crees que una mujer como yo puede aceptar un ofrecimiento como ese? -preguntó Debra-. ¿Por qué crees que mi estado de necesidad lo pone todo a tú favor? NO soy una mujer fácil. -No tengo malas intenciones, pero me gustad y por eso intento ayudarte -replicó sin dejar de mirarla. -Tienes las peores intenciones. Te lo noto, puedo sentir tu respiración y como me miras cuando 10


crees que no te me doy cuenta. -Aún con todas tus suposiciones la oferta sigue en pie. -Creí que todo iba a ser de otra manera. ¿Coleccionas mujeres? ¿A tu mujer le parece bien lo que haces? -Es una habitación nueva, la he pintado de azul, tiene un armario, un pequeño sillón nuevo, y he barnizado las puertas y la mesita de noche. Estará muy bien, compartirás el baño con nosotros y por fortuna, nunca falta comida. -¿Eso es así¿ Te has molestado mucho. ¿Estabas seguro de que aceptaría? -Cada vez que hablaba contigo, soñaba con que aceptarías. Y así siguieron hablando sin que ella se decidiera inmediatamente, pero no tenía otras ofertas, estaba a merced de los deseos y de que Byrne pudiera cambiar de idea y retirar su oferta. Tampoco sabía de qué manera encajaba tener una habitación barata -tan barata que el precio que Byrne puso era puramente simbólico, y todo hacía pensar que podría pasar algún tiempo antes de empezar a pagar- y volver a tener planes para su futuro y construir una nueva vida; eso no parecía que estuviera en los planes de él, que simplemente vivía el momento esperando por ver el giro de los acontecimientos y seguro de poder controlar aquellos cambios que no le parecieran convenientes. Es posible que nada fuera a resultar como esperaban, ella hubiera vuelto atrás después de unos meses en busca de su reputación, si fuera de ese tipo de mujeres que valoran un futuro en armonía con su pasado. Ya no necesitaba su reputación, no iba a casarse ofreciendo su virginidad a un multimillonario. Nada iba a ser tan bueno eso. Aquella tarde, después de su sincera conversación, ella empezó a mudarse a su nuevo domicilio con lo poco que aún no había vendido o entregado a cambio de sus facturas, metido en unas maletas de plástico duro de un color rosa fucsia que casi nunca pasaba desapercibido. Poco después, cuando se disponía a acostarse, alguien llamó a la puerta de su habitación. Felicia, la mujer de Byrne quería mostrarle como funcionaba todo. Le mostró hasta los más pequeños detalles, desde los programas de la lavadora, hasta el regulador de temperatura del termo eléctrico. Byrne había bajado las escaleras corriendo para atender a las últimas clientas del día. Estaba deseando acabar con sus obligaciones en la tienda para poder cerrar y subir a ver como iba todo. Los niños dormían, y Felicia se empeñó en mostrarle como funcionaba el agua caliente de la bañera, y lo cierto es que había que tener cierta habilidad para no pasar de un agua fría a la que escaldaba sin término medio. Felicia se empeñó en lavarle el pelo, se lo suplicó, hasta que ella estuvo de acuerdo. La pretensión servil de aquella mujer añadía misterio a todo lo que la rodeaba, pero Debra no hizo ni una sarcástica observación, se limitó a obedecer y dejar que usara el secador como si estuviera secando el pelo de uno de sus hijos. El hijo mayor, había estado observando desde el pasillo, sin hacer ruido y sin perder un detalle. La amabilidad de su madre era algo a lo que estaba acostumbrado, y cuando ya estaban a punto de terminar, se dio la vuelta y volvió a la habitación a dormir con su hermano. Al conocer a Felicia -de una forma más personal y no sólo como la imagen que entraba y salía en silencia de la tienda en contadas ocasiones-, Se preguntó si lo que estaba haciendo no estaría mal, si lo que en realidad deseaba era sacarla de escena a ella y a sus amantes, y tener a Byrne para ella sola. No quería creer que eso fuera así, pero esa posibilidad existía y sería una tremenda equivocación. En un momento como el que le tocaba vivir no podía pensar con un margen tan largo de error, el momento que le tocaba era el de poner todas sus cosas en una habitación e intentar recomponer su espacio mental. Si Felicia estaba celosa, desde luego lo disimulaba bien, y no iba a provocarla en ese sentido. Fue por eso que los primeros días hubo una distancia respetuosa con Byrne, de hecho, apenas se veían, ella lo evitaba hasta que salía a abrir su negocio, y cuando volvía a la noche la encontraba acostada. En ese medio tiempo, ayudaba a Felicia en sus tareas y entretenía a los niños con juegos que conocía de su infancia en una guardería en su país de origen de centroeuropa, o como a ella le gustaba matizar, de la antigua órbita socialista. Todo se desplazaba con cierta comodidad con el cambio, pero como se suele decir, “las cosas no son como empiezan, sino como 11


acaban.” Debra se avenía a todas las reglas de la forma más conveniente, pero cuando le pidieron que se quedara con los niños por la tarde para que Felicia pudiese ayudar en la tienda, no le pareció nada bien, sobre todo porque aquella era la hora en la que podía salir de casa, dar un paseo, y como ella decía, “airear las neuronas”. Creyó que era su deber decir lo que pensaba, que aceptaba su tarea -¿qué otra cosa podía hacer si le estaban dando de comer y de dormir sin apenas una compensación a cambio?-, pero que trastornaba la forma en que organizaba su día. Tenía que comprender lo que pasaba aunque no fuera agradable, no se trataba de tener una habitación creyendo que la había alquilado, porque eso no era verdad, la situación no se reducía a llevar sus cosas, instalarse y dedicarse a ver lo que sucedía a su alrededor sin más. Formaba parte de la unidad familiar de alguna extraña manera, tal vez, colateral y ocasionalmente, pero tenía que ocupar un espacio que la esperaba y eso intentando no entrar en el espacio de Felicia; todo bastante complicado. Algo tan simple como cocinar o decidir que comprar, la mera conclusión de si las sábanas necesitaban una colada o no, debía contar con la aprobación de la mujer de Byrne, porque, y eso debía tenerlo muy presente, ella era su mujer frente a Dios y el mundo. A Debra le habría gustado que Byrne de antemano le hubiese aclarado algunas de aquellas cosas, la organización familiar y el lugar que ocupaba en ella, que hubiera interminables discusiones sobre lo que era o lo que debería ser, pero aún en eso, se evidenciaría que se trataba de una extraña. No estaba preparada para descubrir por si misma lo poco que tenía que ver su vida y sus sueños con aceptar aquel ofrecimiento, y todo por sentirse atraída por los largos silencios de aquel hombre misterioso. ¿Era posible que de su situación se dedujera algún tipo de psicopatía que se extendiera entre los miembros de la entidad familiar? Una tarde sin previo aviso, Byrne volvió a casa más temprano de lo habitual y dejó a su mujer atendiendo a pie de mostrador. Encontró a Debra viendo la televisión en la sala, y se sentó a su lado bebiendo una cerveza. Se enredó en un discurso sobre las necesidades de los hombres, todo lo que se tenía que hacer por necesidad y todo lo que nunca se llegaba a hacer a pesar de representar los más íntimos sueños. Intentó explicarse porque ella no parecía aceptar la charla, cruzaba sus brazos y sus piernas y mantenía las distancias en silencio. Le dijo sosas como que él nunca había conocido el amor verdadero pero admiraba a los que se arriesgaban en esa aventura y, tras conseguir captar la atención de Debra, la invitó al cine porque, según dijo, una clienta le había pagado con unas entradas para aquella misma tarde. Fue una maniobra audaz, se viera como se viera. Si el plan era lo suficientemente romántico, al final de aquella cita podrían acabar en un motel de carretera y empezar una nueva etapa en su relación. Todo aquel ingenio se sustentaba sobre su discreción y le hubiese propuesto guardar sus encuentros en secreto por un tiempo, si no fuera porque Debra, aún llena de dudas, le respondió que le dolía la cabeza y que lo sentía mucho pero no podía acompañarlo a ver aquella película. Tampoco era un título demasiado atrayente, se trataba de una película de dibujos animados, y sin duda podría pagarse su entrada y utilizar las otras dos para llevar a sus hijos y sacarlos de casa al menos por una vez. Pero eso era lo que Debra pensaba acerca de su ofrecimiento, y a él jamás se le habría ocurrido algo que para él resultaba tan deprimente. Aprovechando que Byne estaba en casa, le pidió que se quedara con sus hijos porque tenía que salir a hacer algunas compras y él estuvo de acuerdo. Estaba claro que la cabeza le dolía para unas cosas pero no para otras, cosas de la tensión femenina supuso el galante casero. Aquella tarde pasó algo muy extraño, tan inesperado como sofocante. Al salir del portal, al otro lado de la calle pudo ver a Ferrys que se encontraba apoyado en una farola sin perderla de vista. Ella echó a andar y el hizo lo mismo por la acera opuesta, y ni siquiera apurar el paso lo hicieron renunciar a su persecución. Entonces ella se paró, y lo miró fijamente mientras decía entre dientes, “maldito hijo de puta, como te acerques te doy una patada que te a a hacer saltar los ojos”, y todo aquel odio debió reflejarse en sus ojos, porque él encogió la cabeza, y dio media vuelta alejándose con un mensaje comprendido de forma tan nítida: nunca más lo volvería a ver. No lo estaba pasando bien, aquello no era lo que había esperado. En ocasiones, Felicia volvía con la compra como si le hubiese picado una avispa, con todo su cuerpo, de al menos ochenta kilos, 12


tropezando con todos los muebles. Cuando eso sucedía, a Debra apenas le daba tiempo a reaccionar y si estaba sentada leyendo, se levantaba de un golpe y arrojaba las revistas a un lado porque no quería dar una imagen demasiado indolente o abandonada. Felicia sudaba y lo invadía todo con su pelo negro a fuerza de tinte y la raíz blanca a fuerza de no atenderlo lo suficiente. Tal vez, era desconfianza, pero el hecho de que se llevara bien con sus hijos y los entretuviera, a Felicia le hacía bajar ligeramente la guardia. Fue entonces cuando comprendió que para ella se trataba de algo circunstancial, de que la toleraba porque la veía como una distracción temporal de su marido. Y en ese momento se empezó a cuestionar a sí misma y todas las decisiones que había tomado desde la muerte de Boerman, tal vez todo habría sido mejor si no se hubiese dejado llevar por la atracción que había sentido por aquellos ojos negros de Byrne. Fuera ella la que libremente había decidido instalarse en su casa, como una intrusa que en su inconsciente más superficial buscaba romper la familia, aunque le costaba reconocerlo. Si alguien le hubiese preguntado, lo habría negado hasta la saciedad, una y otra vez hubiese afirmado que en su situación, en aquel momento, no tenía elección, y no había otra cosa que pudiera hacer. Una noche, sin hacer ruido, descalzo y en pijama, Byrne se introdujo en su habitación. Ella había estado esperando mucho tiempo que eso sucediera, pero tampoco eso lo reconocería ante nadie. Pero, ¿cómo podía ser de otra manera si nunca pasaba el pestillo? Vio su figura en la oscuridad arriesgándose a que ella gritara, pero la calmó preguntándole si se encontraba bien, porque él no podía dormir. Ella se echó a un lado y abrió las sábanas ofreciéndole entrar en su cama. Lo primero que hizo al día siguiente al levantarse fue ducharse como si no lo hubiese hecho en un mes, como si intentara borrar las marcas de la fornicación, como si con aquella esponja vieja pudiese arrancarse la piel. Byrne se había ido temprano a abrir la tienda, por algún motivo, Felicia no estaba en casa, y los niños se habían ido al colegio. La cabeza le daba vueltas, no sabía por qué hacía aquellas cosas, y si alguien le preguntara, afirmaría que su cabeza no andaba bien, que no podía responder sin atribuir su consentimiento al deseo psicológico de no poder estar sin un hombre. En ese sentido no se consideraba una mujer fuerte, y tal vez creía que aquello era una forma de protección, y simultáneamente a su defensa montada sobre la base de su falta de equilibrio psicológico, empezaba a creer que era una víctima de las circunstancias. “Al fin y al cabo, todos somos víctimas de las circunstancia”, le decía Boerman con frecuencia cuando estaba vivo, si bien, el se refería a su condición de inmigrante pobre en una cultura tan diferente a la suya. La madre de Felicia llegó a la mañana siguiente cuando Byrne no estaba en casa. Debra oyó a las dos mujeres discutir, oyó sus gritos y su agitación. Y una cosa entendió de las exigencias de la madre, “no debes consentirlo”, repetía desesperadamente. Aquello duró un tiempo, en el que quedo claro que las dos sabían que ella estaba en su habitación y que no les importaba que las escuchara. Por un momento sintió miedo y creyó que entraría, la atarían a una silla y la golpearían hasta matarla. Lo que estaba sucediendo era sórdido, lo mismo que tantas otras cosas con las que parecía chocar en los últimos días. Tenía que hacer algo, y eso sólo podía ser, un cambio total, un giro de ciento ochenta grados. Ahora bien, puesto que todos sus problemas se los había buscado ella, no podía culpar a nadie, era su propio enemigo, al menos eso lo tenía claro. Era cuestión de tiempo que todo empeorara, posiblemente llegando a los momentos violentos que ella tanto rechazaba y tanto miedo le daban. No obstante y a pesar de todos aquellos reproches que se hacía, debía sacar un aprendizaje de lo sucedido y nunca más fiarse de los hombres. Siempre habían sacado partido de ella cuando la habían sentido interesada y en el futuro le costaría mucho más fiarse de ellos. ¡Malditos hombres de penes ciegos!, soltó entre dientes en un momento en el que sabía que nadie podía escucharla. Algunas personas necesitan pasar por momentos difíciles para aprender las lecciones más fáciles, necesitan sentirlo en sus carnes para establecer su aprendizaje a fuego en los más profundos cimientos y seguir viviendo a partir de ahí, otras sin embargo, aceptan de antemano los consejos de sus ancestros y llevan una vida que no vulnera prohibiciones ni desafía los más antiguos conceptos. Estas últimas se pasan la vida otorgando la razón a sus superiores, aunque crean que les perjudica. 13


Bajo ese punto de vista, las equivocaciones de Debra la habían hecho aprender, el error era ya manifiesto y no quería más. No se equivocaba al pensar que su situación se había vuelto peligrosa, porque la madre de Felicia llevaba unas tijeras enormes en el bolso y pensaba volver. En esa altura de su vida, no estaba para dudar mucho, hizo su maleta y no se despidió de nadie. En la calle apuró el paso para que no la vieran huir desde la tienda. En la habitación de los niños dejó algunos regalos, y la otra maleta la puso debajo de la cama como pago por el alquiler de aquellos días; estaba vacía. Había algo de culpabilidad en ser extranjera por todo lo sucedido. Había suficiente en su contra para justificar los insultos, y como solía suceder en la biblia que había estudiado de niña, y que para algunos justificaba cada piedra que arrojaban sobre las mujeres que no tenían un marido que las defendiera de las acusaciones de sacarle el marido a otras mujeres. Pero ella ya no leía la biblia, le gustaban las mujeres libres, capaces de luchar contra todo y de cometer todos los errores. Y tal forma, como un duro aprendizaje se dirigió a la estación de ferrocarril, dispuesta a volver a su país y reencontrarse con lo que quedaba de su familia, algunos ancianos y otros enterrados en el cementerio del pueblo. Aplicó sobre su decisión toda la voluntad necesaria de la que hacemos gala cuando estamos convencidos de estar haciendo lo correcto. Acertó en reconocerse como la chica que se reflejaba en el cristal, joven y dispuesta a vivir de nuevo. En el asiento que estaba justo delante de ella un hombre leía un periódico y se estiraba la corbata. La miró después de un rato de que el tren se pusiera en marcha. -¿Va usted muy lejos? -le preguntó mientras intentaba darse la vuelta para verla claramente.

4 Lo que no contarán los telediarios Todo empieza en la nada o la ventaja que te hace más débil. Eso no parece ser el consuelo de los que nacen pobres o los que vuelven a su país de buscar una vida mejor en el extranjero próspero después de fracasar, pero cuando Debra entró a trabajar en la empresa textil, no pensaba en si la vida era justa o no por eso, sino en la suerte que tuviera de haber conseguido aquel trabajo. A diferencia de sus padres que apenas habían ido a la escuela para aprender a leer y escribir, ella tenía muy desarrollado el sentido de la justicia por lecturas impropias o políticamente cuestionadas, algunas sobre la libertad sexual de las mujeres y otras sobre la dignidad del hombre y los derechos humanos. Frente a aquella primera realidad dolorosa de verlos envejecer destrozados por la vida tan dura que habían llevado trabajando en los muelles, él descargando pescado y ella vendiéndolo en la plaza, la falta de piedad de los trabajos convencionales y modernos, parecían un adelanto al que todos los apuntados en las filas del desempleo les gustaría acceder. Debra creía no equivocarse en su decisión de comprometerse en aquella empresa nueva, que no prometía grandes salarios pero al pertenecer a una gran cadena de empresas textiles, ofrecía en cambio, seguridad al menos por unos años. En su cálculo se encerraba la necesidad de tener que aceptar una férrea disciplina, tragar algunos sapos y morderse la lengua, cuando asistiera a alguna situación que no le gustara. Había trabajado antes en ese tipo de empresas y sabía que la exigencia iba a ser grande en un ambiente de respeto o castigo. Conocía aquel tipo de empresas y sabía donde se metía, pero la necesidad de trabajar estaba por encima de otras primarias cuestiones. Y por eso, como si fuera capaz de contestar a la incertidumbre con una inocente valentía, reaccionaba con realismo y aceptaría lo que le pidieran aunque eso se saliera de las condiciones de su contrato, porque no estaba en situación de poder elegir. Al menos, 14


acertó a no presentarse al empleo sin compañía, y convenció a una vieja amiga que recuperara en Barania, su país de origen, al volver de su aventura europea, de que era una buena oportunidad para salir de la temporalidad. Lina se dejaba conducir por su decidida amiga pelirroja, sobre todo porque desde que la conocía no había tenido una sola ocasión en la que le hiciera dudar de su buena voluntad, además porque la viudedad reciente la había dejado muy triste, aunque no se trataba de que Debra pretendiera ser más inocente que una monja en otras cosas más personales. Había en las condiciones de trabajo un extremo sobre el sacrificio y remuneración que no se especificaba a las nuevas, y ese extremo era, que mientras duraran las obras de montaje y acondicionamiento de la factoría, los horarios serían variables, adaptados a las condiciones del momento, a veces inhumanos y excesivos. Debra temía que su amiga lo conociese antes de tiempo, que hablara con otros candidatos que se lo pudieran decir, o con algún mando que se lo pudiese mencionar por temor a los malos entendidos, que se pusiera en claro sin ella pedírselo y le dijera: “¡Mira, aquí no se viene a perder el tiempo. Los contratos son importantes pero la realización de la obra lo es más, así que si te tienes que quedar algún día una horas al finalizar tu jornada, tendrás que hacerlo!” Y ese tendría que ser un mando poco experimentado, porque llegado el momento, los encargados de acabar algún trabajo a tiempo, hacían que todo pareciese casual, como si nadie hubiese visto el reloj, y sin poner impedimentos a los que dijeran que necesitaban marcharse, aunque eso se tuviera en cuenta más adelante. Los mandos más veteranos, no gastaban saliva en explicar por qué había que hacer las cosas, ni creían necesario que las trabajadoras conocieran la importancia de cumplir con las fechas previstas para poner la factoría en marcha. Era cuestión de ir conociéndose, y saber lo que se podía esperar de cada uno, y si alguno quería volver al tiempo revoltoso de las revoluciones sociales, sabrían como quirtárselo de encima más pronto que tarde, sin ruido, sin discusiones, sin enfrentamientos, sin sindicatos ni abogados, simplemente, cuando terminara el contrato le dirían hasta luego. Así iban funcionando las cosas en aquellos primeros pasos para construir una factoría textil de casi cien trabajadoras, entre maquinistas, repartidoras, chicas de almacén, operarios técnicos y mandos intermedios. La amenaza del despido siempre estaba. Debra y Lina, tardaron en firmar su contrato, después de un mes de trabajo aún faltaba mucho para terminar de darle forma al taller de cosido, pero ya todos empezaban a tener una idea de las chicas que se iban a quedar y aquellas con las que sus jefes no contaban. Stephen Mchueso no tenía intención de dar demasiadas explicaciones al respecto, pero llegó una tarde y les entregó sendos sobres con el sueldo de aquel mes, y sólo por la forma en que lo hizo, Debra comprendió que eran de las afortunadas, que iban a seguir al menos una mes más, colocando muebles y maquinas de coser en la que parecía que podía ser su sección, si todo salía como esperaban. Metido en una bata azul y mirando detrás de unas enormes gafas de montura de pasta, pasaba entre los grupos de aspirantes sin mirarlas, repartiendo los salarios para poder llenar de cruces sobre cada nombre en la parte de un documento donde ponía, “entregado”. Ni siquiera hubiese necesitado pedir sus firmas, nadie podría decir que no había recibido su parte, no era necesaria tanta formalidad. Sin embargo, cada vez que entregaba un sobre, extendía la hoja de papel y la trabajadora firmaba, todo de acuerdo con aquella forma tan sobria y concienzuda de acabar el primer mes de trabajo. Una día, poco después de cobrar el primer salario, Lina llamó la atención de su amiga sobre uno de los jóvenes que se encargaban de enchufar las máquinas. Fue a su encuentro y le hizo un gesto con los ojos hacia aquel operario que llevaba una barba poblada y una camiseta apretada debajo de su chaqueta, por fortuna nadie más apreció aquel gesto. Se acercaron a él con discreción, él las miró y se acostó sobre una de las máquinas para alcanzar unos cables. La identificación plástica sobre el bolsillo superior de su bata tenía su nombre, Philips Lorry, y debajo con mayúsculas, “electricista”. Debra conocía a uno de sus compañeros y había tomado cierta confianza con él, pero no deseaba intimar con ningún hombre que echara algunos sórdidos recuerdos más a los que ya pesaban en su memoria. A pesar de eso, no estaba cerrada a tener amigos y necesitaba una vida social normalizada. Por lo que parecía, Lina deseaba bromear con Philips, y le dijo que no acerca su barba a los cables o 15


se le chamuscaría. -¿Será verdad, que los electricistas echan chispas cuando miran a una chica en minifalda? Añadió con intención de confundirlo. -A veces se nos queman los pantalones -respondió con frivolidad. -¿Te ha pasado alguna vez? -Me pasa con frecuencia, cada vez hay más chicas en shorts y minifalda. Es la moda, supongo. Las chicas se echaron a reír intentando contenerse para no llamar la atención. -¿Te sorprende que sea así? -preguntó el electricista pasando a tomar la iniciativa. -No, claro que no. Esa fuerza de la que presumes, está a la vista. No te conozco mucho, pero si algún día veo salir humo de tus pantalones, te pondrá un poquito de agua, por mi que no quede. Volvieron a reír, esta vez acompañadas de una sonrisa abierta que el les dirigió. -¡Cuidado que llega el exigente! -señaló Debra sin dejar de mirar a un hombre que avanzaba entre las cajas de embalaje y el material que aún no se había instalado. -¿EL exigente? -preguntó Philips. -Lorry, le llaman así por una frase que lo hizo famoso el primer día que llegó a la factoría, dijo, “si cobran hay que exigirles”. Tiene florituras de esas con demasiada frecuencia -respondió. Lorry era el director, para sus trabajadores, el hombre capaz de cambiarles la vida para peor con sólo desearlo, y eso iba a depender de sus aspiraciones. -Le gusta ponerse medallas, y eso va a ser un problema para todos. Dicen que viene con la idea de convertir esta factoría en la más productiva del país -afirmó Lina. Lorry iba seguido de Mike Cartins, un hombre especialmente adulador, que procuraba estar en todas las conversaciones importantes y seguía al director de cerca. Se trataba del abogado. Todas las factorías tenían un abogado destinado a conflictos sindicales principalmente, pero también para solucionar problemas con los vecinos, impagos de clientes o incumplimientos de los transportistas; no le caía bien a nadie especialmente, ni siquiera a otros aduladores como él. Mike Cartins veía conspiradores por todas partes, y era capaz de distinguir una crítica de una conspiración. Quería estar en el grupo selecto de mandos que lo controlaban todo, conocer sus secretos y tener una influencia decisiva en la factoría, pero se le notaba tanto que nadie se fiaba de él; en realidad Mike renía una gran ventaja sobre el resto y eso era que había una persona al que no el daba ni frío ni calor, y ese era Lorry, su amadísimo líder. Eran dos seres secos, que sabían que debían separar sus sentimientos y emociones de las decisiones de la empresa, pero ninguno de los dos lo hacía, cuando alguien no les gustaba, moverían cielo y tierra por sacárselo de delante, eso sí, con la debida discrección. -¡Vaya dos! -dijo el electricista refiriéndose a los mencionados ejecutivos-, como pisen una mancha de aceite... ¡contengan la respiración! Aquella mañana, con la factoría sin terminar de montar, Mike Cartins, quería que su director le diera el consentimiento para contratar a una de sus amiguitas, la hija de una compañera de su madre del club golf. Se trataba de una chica de buena familia que no necesitaba trabajar, pero tal vez encontraran algo para ella, y quería presentársela. Al director le causó muy buena impresión porque ella se mostró admirada de conocer a una persona tan importante, tal y como Mike había esperado que sucediera. Se deshizo en halagos y sólo le falto besarle la mano, a pesar de que había estudiado en buenos colegios y o tenía porque mostrarse tan deslumbrada. Es difícil precisar, que el hecho de que Mike siguiera la petición de su madre para pedir aquel favor, tuviera algo que ver con el hecho real de que Marieta deseara trabajar, o que su madre deseara también que lo hiciera. Tal vez respondía a la estrategia, tantas veces practicada por las clases burguesas, de dejar que sus hijos se fueran dando cuenta por sí mismo de aquello para lo que estaban preparados y para lo que no. “Déjala que lo intente. Ya se cansara”, perecía la postura materna, que desde luego no ayudaba en nada. Sin embargo, los tiempos estaban cambiando, las chicas deseaban tener una independencia y se lo jugaban todo por tener un puesto de influecia en una empresa multinacional como aquella. En su 16


imaginación, Marieta creía que podría empezar desde abajo, pero escalar puestos en la jerarquía de mandos, con la rapidez que le proporcionara su indudable preparación académica, aunque, como el mismo director dijo más tarde, “estaba un poco verde para entrar en el duro mundo laboral”. Fue Mike Cartins quien introdujo a Marieta en un mundo que no la aceptaba. Usó su incipiente influencia para buscarle un lugar en el que no la machacaran mucho, y habló con Perry Kilmer para que la tuviera en cuenta, poniendo de relieve su trayectoria académica, que era la única que podía tener hasta el momento a su edad. Había un interés insano en aquel hombre que pasaba de los cuarenta, en desear tener cerca a la hija de una amiga divorciada. Pero pertenecer a un pequeño y selecto grupo de amigos del club, era importante para él, y no sólo porque como él repetía con frecuencia: “los hombres de éxito lo son porque se saben relacionar”. Había historias inventadas por los nuevos compañeros de Marieta que la situaban en un plano bastante delicado en su relación con el abogado, pero eso no fue un impedimento para que Debra se relacionara con ella e intentara desmontar el muro de frío silencio que se había montado a su alrededor. Aquella forma de relacionarse no iba más allá de intentar tratarla como a otro compañero y se enfrentaba a la idea malévola pero real, bastante extendida por lo demás, de que aquel tipo de contratadas con aspiraciones, eran colocadas entre el resto para que se enteraran de todo lo que pasaba y se lo contaran a sus amigos del cuerpo directivo de la empresa cuando nadie podía verlas. Pero no siempre era así, y en gran medida, muchas de las chicas presentadas por amistades o relacionadas de algún modo con los superiores, sólo deseaban trabajar. No obstante, la duda siempre existiría. En cuanto a Perry Kilmer, por su parte favorecía este tipo de contratos porque era una forma de asegurar la confianza y fidelidad que necesitaba si llegaban los tiempos difíciles de un desarrollo sindical, pero también porque eran un tipo de empleadas a las que podía dirigirse sin tantos recelos como le sucedía con otras. Había pues una diferencia sustancial de inicio entre las partes que formaban los cimientos de la empresa. O bien Marieta intentaba integrarse con sus compañeras demostrando una personalidad y discreción a prueba de bomba o, seguramente con más motivos para ello, explotaba su buena relación con sus superiores para intentar alcanzar un trabajo mejor en poco tiempo. Sin duda, lo más sobresaliente del día en que todos los motores estuvieron montados y el resto de la nave industrial preparada para repartir las máquinas, era la sonrisa de satisfacción del Señor Perry. Cada trabajadora debía ser responsable de su máquina, de su mantenimiento, lo que incluía limpieza y cuidado, y también llamar al técnico si se trataba de un problema mayor, así que aquel momento era como la santificación de toda la obra. Parecía especialmente feliz, como nadie lo había visto antes, porque en su exigencia todo se le volvía desagrado. Para él, que ya había trabajado antes con aquella empresa y se había desplazado de una ciudad a otra cuando se lo habían pedido por motivo de inesperadas sustituciones, tener al fin, por así decirlo, su propia nave, eso era algo que lo llenaba de orgullo. Pero, sin duda, lo más importante, aunque menos evidente, se escondía en secreto detrás de tanto boato, y eso eran los planes que tenía para poder llegar a ser la marca más sobresaliente y la parte más productiva del territorio, conseguir niveles de producción nunca antes alcanzados. A nadie le gustaría tener un oponente tan competitivo y dispuesto a todo, y ninguno de sus mandos intermedios podía decir que no compartiera el deseo de prosperar que el director tenía, aunque esa ambición compartida se iba a ver muy pronto transformada en presión. El proyecto estaba construido sobre la sólida imagen de un hombre capaz de todo, y nadie podría lamentarse en adelante si eso exigía ciertos sacrificios; Debra lo miraba apoyada en su máquina de coser preguntándose de si sus compañeras serían conscientes de que aquella sonrisa en la cara de Perry, significaba muchos desvelos y como él solía decir, nunca bajar el ritmo. Finalmente, como si se tratara de una comedia ampulosa, Perry se subió a un pupitre y todas las mujeres se sentaron porque conocían el plan de antemano. Él las miraba como si pudiera reconocerlas, o si pudiera nombrarlas a todas por su nombre, una por una. Levantó los brazos; en 17


una de sus manos llevaba un pañuelos que exhibía como un trofeo. Preguntó, ¿Preparadas? Y acto seguido bajó los dos brazos de un golpe seco, como si diera inicio a una carrera automovilística, y gritó, “¡Qué suenen las máquinas!” En ese momento un estruendo golpeó el aire y una actividad desenfrenada comenzó a marcar el ritmo de las horas. En ese proceso de inició del trabajo, Mike Cartins no se separa un momento del Señor Perry, y su satisfacción era paralela a la de su jefe. Sólo había otra cosa que podía hacer a Mike sentirse tan animado, y eso era que consideraran útil todo lo que había estudiado como abogado de empresa y sistemas de despido. Y si para eso tenía que convertirse en un vigilante creador de disciplinas, odiado y cuestionado por sus empleados pero valorado por su empresa, entonces tenía asegurada su condición y no correría el riesgo de ser llevado a un plano inferior, o una categoría irrelevante como la de jefe de área, y eso era un riesgo real. 5 Sin rencores, sólo por justicia poética, la luz en su revuelta. Perry Kilmer era un hombre entregado a sus objetivos, la meta se establecía en un número concreto de cajas que debían salir cada mes por las puertas del almacén, y ese número no debía ser inferior al de otras fábricas, aunque eso lo obligase a trabajar por la noche, los domingos o a la hora de comer. Sus obsesiones, disimuladas frente a sus empleadas como la necesidad ineludible de servir a sus clientes, se dirigían más bien, a la sed que sentía de sentirse capacitado para más, de demostrarse a sí mismo de que había nacido para algo aún superior y que si era capaz de proponerse como ese ser superior que estaba en su inconsciente, entonces, nada lo pararía. Todo el mundo comete errores, todos cargamos con fracasos que pesan como una decepción y necesitamos superar ese límite que una vez se presentó sin haberlo esperado, pero en su caso, le provocaba una ceguera rabiosa, que a su vez lo llevaba a la desesperación si concluía que poniendo todo de él, eran otros los que lo hacían fracasar o equivocarse, lo pagarían muy caro. No consentía la pereza, la mala intención, las conspiraciones, la dejadez, el trabajo desganado, el desánimo, la ineptitud o la traición, ni toleraría a nadie que pusiera en cuestión su dirección o sus sistemas de trabajo. El ritmo y la tensión eran necesarias y el que no fuera capaz de mantenerse al nivel del resto, tenía que ser sustituido. En ese contesto, para Stephen Mchueso, haber sido cuestionado por su aspecto, no era lo mejor que le podía suceder. Las patillas, las botas de cuero, los tatuajes, no era nada de lo que se esperaba de un jefe. Además, Kilmer sabía que, en alguna parte donde se reunían el consejo de administración de su empresa, posiblemente en un país extranjero, había algunos de sus miembros que pertenecían al Opus Dei, y que no verían con buenos ojos aquella presencia. Tal vez los tiempos estuvieran cambiando, posiblemente se trataba de un hombre con una incuestionable educación, y una formación académica contra la que nada se podía decir. No necesitaba poner en duda su preparación académica, Kilmer quería saber si era el tipo de hombre que necesitaba demostrar que era importante, un pieza clave en el engranaje y luchar por dejarlo claro frente a otros que desearían lo mismo. Si no tenía esa capacidad, no le interesaba. No tardó en llegar el momento de que Mike Cartins tuviera la oportunidad de demostrar que estaba allí para tomar el mando en el peor momento. Dos chicas discutieron, una de ella era Lina y la otra su protegida, Marieta. Sabía que no necesitaba ser justo ni realista, sólo poner en su sitio a los que consideraba más problemáticos. No hubiese sido un problema importante si Marieta hubiese 18


sabido tener la boca cerrada, pero el orgullo le ganaba, y después de todo, quién era aquella desdentada para decirle como tenía que hacer las cosas. Menuda desvergonzada, pensó a su vez Lina, porque sabía que si apagaba la máquina sin seguir el proceso establecido para ello, reduciría su tiempo de vida sin remedio. “Para eso está el servicio técnico”, fue su respuesta. Para aquellos que consideren que los problemas laborales deben solucionarse de forma escrupulosa, encontrarán que las reacciones de Mike Martins resultaban caprichosas, parciales y, en ocasiones, vengativas. No quiso saber de el origen de la discusión, ni siquiera escuchó a ambas partes, se conformó con dar rienda a su imaginación ante la queja de Marieta. -Usted no está aquí para reprender a sus compañera. La empresa considera que es una exaltada y tendremos que castigarla si se reitera en ese tipo de actitudes. La opinión de Kilmer al respecto, coincidía con la de Mike Martins, es decir, le importaba muy poco si Lina era castigada sin motivo, y lo que era peor, si la condenaban a morderse la lengua antes las provocaciones de las otras chicas. Quizá porque Lina había pecado de inocente, o porque ella era así y seguiría haciéndolo muchos años después, y también, porque era joven y su interés por estar toda la vida en aquel trabajo no era lo que había soñado, Debra intuyó que se había abierto una puerta de rencor entre ella y la forma de conformar las afinidades de empresa que establecía Mike Martins. Nadie hizo nada por conocer si existía una incompatibilidad de carácter -lo que ella llamaban de la forma más simple, “caerse mal”-, o si además se trataba de formas de hacer el trabajo, o, lo que sucedía en ocasiones, que una entrara en el terreno de la otra. Si una se aventuraba en entrar en como otra debía hacer su trabajo, casi siempre excusando esa intromisión en un ahorro de tiempo efectivo para la empresa, y tocaba las cosas o cogía prestada una herramienta o un punzón de deshacer nudos, bien porque realmente lo necesitara o por hacer que la otra perdiera un tiempo real en buscar lo que le faltaba, en ese caso tan generalizado se producían discusiones, sin embargo, como había sido Lina la escogida para dar un ejemplo, dio igual que todas las chicas discutieran, fue ella la que quedó de conflictiva y la que fue castigada con cinco días de su sueldo, cuando unos días después delante de todos mandó a Marieta al carajo porque la otra le pidió ayuda para desenmarañar un ovillo de hilo. La mayoría de las veces, las cuestiones de disciplina no eran un problema para Kilmer, que aconsejaba a Martins sobre tal o cual chica, que no le gustaba. Todas las mujeres tenían la sensación de que no había una ley para todas. Lo que parecía una nimiedad a los ojos del abogado, a lo que le quitaba importancia cuando eran sus protegidos los que cometían un error, era sin embargo, algo imperdonable, cuando ese mismo error lo cometía alguna chica a la que deseaba poner en entredicho y dejar claro a todos que estaban deseando realizar un castigo que fuera ejemplo para otras que no fueran capaces de tener un perfil más bajo, o directamente, desaparecer. No le resulta difícil, a las empresas en general, solucionar las cuestiones de disciplina, porque por muy injustas que sean sus decisiones, nadie quiere sumarse al castigo sentenciado si bien, callan. Pero el trabajo seguía adelante, el interés por batir récords y ponerse medallas estaba en el aire. Para sorpresa de todos, cuando llegaban a fina de mes como primeros del grupo, Kilmer les daba una gratificación, que no era muy grande, ni colmaba sus necesidades, pero servía como bálsamo para el ego. “Tengo un buen equipo”, decía entonces respirando profundamente y poniendo las manos a la espalda como si se sintiera napoleón. En momentos así, Debra necesitaba ridiculizarlo y le decía a Lina en voz baja, si le pones un gorro de papel y una espada de madera, este es capaz de conquistar el amazonas. Si Kilmer decidía bajar por sorpresa a la fábrica desde su despacho, bien para observar la marcha de la producción, la forma de trabajar, o bien para descubrir por sí mismo si se cumplían sus indicaciones, solía pasar por las diferentes áreas y hablar un rato con cada responsable del servicio allí. En esas visitas no solía ser muy elocuente, se dedicaba a observar y apuntar lo que no le parecía bien o encontraba fuera de lugar, podía hacer pequeñas indicaciones o preguntar alguna cosa para 19


escuchar lo que tenían que decirle al respecto, pero su rostro parecía entonces contrariado y no daba demasiadas explicaciones. Algunos meses después, una de las chicas empezó a desarrollar un estómago prominente, y aunque intentó disimularlo, quedaba claro para todos que estaba embarazada. La mayoría de las veces, Kilmer no solía meterse demasiado en el trabajo directo de las chicas, le bastaba con escuchar el ritmo de las máquinas, pero ese día se quedó mirando a Wyneth, la chica era consciente de que no podía disimular su estado por más tiempo, y cuando Kilmer volvio a la oficina llamó a Mike como solía hacer en esos casos. En unos minutos Mike Martins llamó a la chica a su oficina. -¿Estás embarazada, no es cierto, Wyneth? -le preguntó sin dejar de mirarla. -Si señor, eso resulta evidente -respondió sin acabar de sentirse cómoda en su silla, mirando a la mesa y sin dejar de moverse, como si el asiento sobre el que se apoyaba, despidiera un calor insoportable por momentos. -Sí, tu figura te delata. Pero tu dijiste que no tenías pensado quedarte embarazada en tu entrevista, al menos por unos años esperábamos que fuera así. Una empresa como esta no puede funcionar si las mujeres, tan numerosas, empiezan a tener hijos, ¿lo entiendes? -Estas cosas pasan sin planearlas. -Pero tienes buen aspecto -comentó con condescendencia el abogado-, se diría que tu estado de siente muy bien. Y me alegro que así sea. Pero debes abandonar la empresa. ¿Lo entiendes, no es cierto? -Si, pero me jode la vida -respondió Wyneth que no solía callarse las cosas. No resultaba fácil entender una empresa que dejaba a una mujer embarazada a su suerte, sin desear conocer si tenía pareja que se ocupara de ella, u otra forma de subsistencia. Pero Kilmer tenía claro que había que ser firmes con aquellas cosas. No era su problema, si aquellas chicas no sabían usar anticonceptivos, ni reprimir sus impulsos, no estaban preparadas para seguir con ellos, y lo que era peor, sus compañeras podían hacer lo mismo si la respuesta de la empresa no era el despido sin contemplaciones. Wyneth recogió sus cosas al bajar de la oficina y no la volvieron a ver. Las chicas se escandalizaron por lo sucedido, pero el trabajo siguió adelante. No querían poner en riesgo su propio empleo por cuestionar algo que ya no tenía remedio, se decían sin alzar la voz, Incluso Leslie, una de las chicas que presumía de haber estudiado, dijo que eso era así en todas partes, que tal vez en el futuro consiguieran cambiarlo pero que en aquel momento en Europa, las mujeres no tenían esa protección. Incluso, pasados unos días aportó un artículo en una revista de mujeres que hablaba de ese problema, y que le hubiese complicado la vida de haber caído en manos de Mike. -Sí, tal vez en el futuro eso se solucione -dijo Debra a un grupo que hablaba de lo sucedido en su pausa para el café-, pero eso cambiará si alguien lo denuncia, si no, todo seguirá igual. -En España, también es así -le preguntó Lina-. Querida Lina, yo en España tuve trabajos temporales que no me duraron más de tres meses, pero sí, la mujer está igual de desprotegida. Entre otros problemas, el del miedo a perder el trabajo lo condicionaba todo. La corriente neoliberal que recorría el continente dejaba claro que los derechos individuales de las personas no podían bajar los niveles de producción y que en tales casos el despido estaba más que justificado, y no existía los elementos necesarios para poder defenderse contra eso. Ya no resultaba tan fácil dejar de ver a Mike como un verdugo, a pesar de la falsa simpatía que enarbolaba cuando quería que las chicas se expresaran libremente y así conocer los problemas de cada una, y lo contestatarias que podía llegar a ser llegado el momento. Era capaz de plantear las conversaciones más intrascendentes por conocerlas, por saber cuales eran las que se plegaban dispuestas a arrastrase al darle la razón en todo, y las que lo miraban en silencio sin compartir su punto de vista. Sabía que esas ultimas esperaban el momento para decir lo que realmente pensaban acerca del despido de Wyneth, pero las primeras eran peores, si encontraran otro amo al que servir, a él lo “venderían” sin contemplaciones. 20


El ruido de las máquinas era incesante, se turnaban en las pausas para no parar del todo. Las cajas con las prendas confeccionadas salían regularmente en camiones hacia su destino en tiendas y almacenes, y cuando llegaban por la mañana, tenían más material al pie de sus máquinas para iniciar un nuevo día de números, récords y desafíos. Tal vez porque Kilmer había decidido que su factoría podía producir más y en mejores que condiciones que otras aún más grandes, se entregaba a su tarea con más decisión con cada incremento diario de la producción. Y también, por eso, decidió invitar a su círculo más cercano a cenar en un restaurante y allí poder hablar de sus planes, y en esa ocasión no aceptaría excusas. Con el consiguiente permiso para salir antes, cambiarse de ropa y despedirse de sus familias hasta que él todopoderoso director les soltara el discurso de rigor, les obligara a comer alguna exótica comida novedad del restaurante y les felicitara por sus resultados. Stephen Mchueso no podía negarse a ir a este tipo de reuniones pero no iba de buena gana, lo que no se le escapaba a Perry Kilmer. Aunque la situación era de lo más oportuna y podrían haber tenido una reunión distendida, a Stephen no le sorprendió la actitud beligerante de su superior. Si hubiese existido un motivo grave para mirarlo con tanto desprecio, no hubiese conseguido poner un gesto más severo cuando se sentó a su lado. -¿Es cierto que hay voces que se manifiestan en desacuerdo con el ritmo de trabajo? -preguntó Kilmer a sus fieles, sin conocer la respuesta. -Hemos mantenido las mismas condiciones durante meses, nadie cree que deba ser de otra manera. -¿Lo has contrastado, Mike? -Cada día hablo con las trabajadoras, nuestra factoría es una balsa de aceite. -Ah, eso está muy bien. ¿No te parece, Stephen? -Intentaré se claro, aunque no se me supone. No veo necesidad de crear trabajos innecesarios que hagan más penosas las jornadas más largas. Todo lo que podamos hacer por facilitar el trabajo a nuestras trabajadoras redundará en un mejor ambiente y en eso, a su vez, las hará producir mejor. -Entonces, ¿tú crees que cuando hay mal ambiente entre ellas, es porque las sobrecargamos de trabajo? ¿Eso es lo que piensas? Dí. -No pretendo cuestionar una forma de hacer las cosas que tan buenos resultados nos está dando, sólo digo que si facilitamos, eso será bueno para todos. -Bajar el ritmo, las hará perezosas y no podrán satisfacer nuestros retos sin la ayuda de nuevos contratos y eso es caro. Pero, hablemos por un minuto de otra cosa. La tal Lina, la que sabemos que se permite hablar libremente, parecía ser tan amable y servil... He sabido que está saliendo con el electricista,¿es verdad? -Nadie contestó-. En estas empresas se corre el riesgo de que los problemas sentimentales nos cubran como los desechos de las alcantarillas. No nos convienen las traiciones, las despechos de maridos defraudados, las mujeres que juegan con los hombres que las rodean sin pensar en sus consecuencias nos traerían problemas. Nunca mandé ejecutar un castigo sin motivo, si bien, mis motivos no siempre estuvieron ausentes de rencor, es humano. -Si, por supuesto. Debe ser terrible tomar tan dolorosas decisiones -dijo Stepehen con un tono que sonó a ironía. En los días que siguieron a esa reunión, corrió el rumor entre las mujeres de que iban a proponerles un nuevo turno. Se dijo que en aquella cena se comieron los mejores manjares y se bebieron los mejores vinos, todo de acuerdo con elevado rango de los comensales. “Reunión de lobos, corderos muertos”, dijo Lina sin avergonzarse de su atrevimiento. Y mientras Mike bromeaba con algunas mujeres protegidas pero, sin embargo, poco productivas, daba órdenes para cambiar a una de ellas de sitio y de máquina con Lina. Aquella máquina no iba bien, y argumentaron que la eficacia y la veteranía de Lina, la restaurarían si la desmontaba cada día para limpiarla antes de empezar a coser. Aquello la retrasaba al menos media hora, y eso era mucho tiempo cuando los tiempo estaban tan medidos y el número de prendas en las cajas debía mantenerse o quedarse a acabar el trabajo. Cada día intentaba llegar al final de jornada con su cupo realizado, pero a pesar de su esfuerzo y de no 21


pararse en los descansos, de no hablar con nadie y de mover la aguja a toda velocidad, no podía cumplir con su parte sin quedarse un tiempo cuando ya todas se habían ido. No esperaba comprensión de sus superiores, pero le dolía los comentarios traidores de algunas de sus compañeras, que aprovechaban cualquier oportunidad para ponerse de parte de la empresa y ganar el favor de sus jefes. Debra empezó a sospechar que su amiga había llamado la atención de Kilmer, que intentaría aburrirla cada día como un ejemplo de lo que le podía pasar a otros si sus críticas llegaban a sus oídos, y que tenía muchas probabilidades de ser la próxima despedida. Hablaron al salir del trabajo, hacía tiempo que no lo hacían y Lina se había despegado un poco de su influencia, parecía reconocer sus problemas y haber desarrollado un carácter que no deseaba consejos. Las consecuencias de sus actos formaban parte de su madurez y no deseaba complicarse la vida, pero no acababa de entender del todo lo que le estaba pasando. La gravedad que se le daba parecía una invención para poner en práctica todo aquel sistema de disciplina, que prometía tener amenazadas a la mayoría de las chicas, por un motivo u otro, para que se cuidaran mucho de poner en duda las decisiones del director. Aquella forma de actuar de Mike, aquellos gestos de violencia verbal, apuntaban a que detrás se encontraba Kilmer con la pesadilla recurrente cada noche, de una factoría de mujeres embarazadas cosiendo desganadas, saliendo al médico, levantándose a beber cada cinco minutos, intentando llenar su cupo sin conseguirlo. Las huellas de Kilmer estaban en cada amenaza de Mike. Tal vez Lina hubiese sido elegida de todas maneras y sin motivo para aquella acción que mantenía las mentes violentas ocupadas, pero empezó a sospechar había algo de su reciente relación con el electricista que a Kilmer no le gustaba. -Te lo dije, “donde tengas la hoya, no metas la polla”, es el refrán más antiguo que conozco -le dijo Debra que estaba muy decepcionada de los hombres y tampoco veía bien aquella relación que acabaría como un puro divertimento. El programa de Lina, los días de fiesta, consistían en ir a casa de su nuevo novio y pasar el fin de semana sin salir de la cama. No le importaba presumir de ello, y de alguna manera, había llegado a Kilmer. Todas aquellas caras curiosas de sus compañeras queriendo conocer los pormenores de aquella turbadora aventura, escondía a algunas que escuchaban pero la detestaban, y estaban dispuestas a hacer comentarios jocosos al respecto, a sus superiores. Algunas de las más fuertes suelen contar sus intimidades sin miedo, eso les da una relevancia en el grupo que otras detestan, y es por eso que los mejores ejemplares -esto es algo que no pasa en la vida natural ni entre animales libres y salvajes-, eran traicionadas y envidiadas por las mediocres. -En un puesto de trabajo, como este, en una empresa tan fuerte, debes cuidarte mucho de los que envidian tu pretendida relevancia. Para hacerse respetar, los mediocres, buscan el apoyo de los superiores y escuchan por las esquinas para poder contar lo que saben de la forma que más les beneficie. Tú has llamado demasiado la atención. Si no te respetan, y hablo de los superiores, pero sobre todo de las compañeras que hacen un doble juego, entonces está perdida -Debra intentaba hacerla entrar en razón, pero Lina asumía que el exceso de trabajo a la que la sometían al hacerla limpiar una máquina averiada cada día, que además no era la suya, si era un castigo, no podía durar para siempre, y así se lo dijo. A lo que Debra contestó, “no hay mal que cien años dure, ni cuerpo que lo resista”. -Déjate de refranes, no es el mejor momento. Estoy bastante jodida, y no voy a dejar a mi novio porque a Kilmer se le haya metido en el entrecejo. -Te considera una “ligera”, empleó una palabra que dulcificaba otra que la hubiera podido ofender. -Un poco tarde para hacerme respetar, ¿no crees? Otro director de factoría llamó a Kilmer para felicitarlo, había conseguido pasarlo en resultados, y eso hizo que se hichara como un pavo real. Si seguía así, los dueños de la empresa contarían con él para cometidos más importantes en el futuro. Para sorpresa de todos, decidió doblar la carga de 22


trabajo y cuando las chicas llegaban por la mañana, las cajas de prendas sin preparar se multiplicaban al pie de sus máquinas. Había una hoja con instrucciones sobre la mesa y los jefes de área les daban las últimas indicaciones para que empezaran lo antes posibles en aquel nuevo reto que todos veían imposible, menos Kilmer. Lina seguía con sus problemas, y si al limpiar la máquina, montar, desmontar, y salir a la carrera para pillar a las otras, ya le parecía un castigo, en las nuevas circunstancias se sentía olvidada y condenada al fracaso permanente: siempre era la que sacaba peores resultados, a pesar de ser la que más se esforzaba y la que necesitaba hacer más horas para justificar ese situación, horas no remuneradas que tampoco aplacaban la ira del todopoderoso director de factoría. Nadie lamentaba tanto como ella aquella situación, pero seguía viéndose con el electricista, y aunque tomaron medidas para extremar la discreción, lo cierto es que todos parecían conocer su vida mejor que ella misma. De pronto empezaron las visitas, todos querían conocer los sistemas de trabajo que daban tan buenos resultados. Aparecían ejecutivos que daban vueltas por la fábrica y se permitían opinar acerca de todo, incluso las posturas de las chicas, que según ellos podían ocasionarles lesiones, pero que a nadie más le importaba. La mayoría de las mujeres no sabía donde iba a acabar aquello, y crear tantas expectativas sólo añadía presión a los resultados. Después de los primeros años de trabajo, todo iba tan bien, que se renovaron los uniformes, se pintaron las lineas por donde debía conducirse el personal, y se revisaron algunas máquinas que no iban del todo bien; entre esas máquinas no estaba la de Lina, que seguía montando y desmontando la carcasa cada día para limpiarla, aunque, en realidad se trataba ya de un ritual al que se había acostumbrado y del que nadie podía esperar ninguna mejora, porque la máquina brillaba como si fuera nueva, y había un exceso de aceite en sus engranajes. Durante el cambio de algunas máquinas, una trabajadora sufrió un accidente. La cosa fue lo suficientemente grave para que tuviera que estar en su casa con visitas periódicas al médico, durante meses. Le cayó una máquina sobre un pie. Por fortuna las máquinas eran eléctricas y no necesitaba aquel pie para coser, eso le permitió conservar su trabajo, pero quedó coja para siempre. Al morir Sasha, la trabajadora de más edad de un ataque cardíaco, muchas de las chicas acudieron al entierro y rezaron delante del cura como si no fueran ateas. Todas la conocían, y su tristeza era real. Lo hacían por ella pero también por todas, porque en ese tiempo la presión era creciente y Kilmer se había vuelto más exigente que nunca. No se podía demostrar que la muerte de la trabajadora por un problema cardíaco estuviera de algún modo relacionada con la incesante actividad que realizaba en su trabajo, pero necesitaba el dinero para vivir y no podía dejar de hacer lo que hacía. Llovía y las chicas permanecieron de pie a la intemperie cubriéndose con sus paraguas sin apenas moverse, sin prisa por abandonar el lugar, adivinando que un final parecido podían esperar de aquella vida que llevaban tan entregada. No había escapatoria, trabajar hasta morir o condenarse a la necesidad. Después de unos años de la apertura de la factoría empezaba a quedar claro que las condiciones del trabajo eran duras y la disciplina intolerable, pero o lo tomabas o lo dejabas, y Kilmer abusaba de esa condición. Nadie podría nunca saber lo que habían pasado en aquellos años, aquel nivel de exigencia diaria, aquel deseo febril de ser los primeros en todas las estimaciones de ventas y llegar a final de año con los mejores resultados de la cadena. “Este año tampoco lo conseguiremos”, le dijo Lina a Debra en un momento de lucidez. No habría gratificación de final de año, pero eso no sería relevante si no ser la mejor factoría, al menos le quitaba unas horas de sueño a aquel hombre que parecía tener un cerebro tan cuadrado como una cruz gamada cerrada en sus esquinas. Algunas de ellas, Después del entierro, se fueron a tomar cerveza al Pub del barrio. Había una pianista que tocaba canciones tradicionales e intentaba cantar sin desafinar, pero no lo conseguía. -Tendremos que sosegar el discurso o terminaremos todas castigadas -Dijo Debra que parecía la más dispuesta a seguir como hasta el momento, es decir, trabajando y callando. Mientras hablaba, Lina tomaba un trago corto de su cerveza y se limpiaba los labios con el dorso 23


de la mano. Miró a Claire, una chica joven que quería hablar. -Parece que aún estamos en esa etapa en la que la empresa está posicionándose, como si no supieran ya todo lo que pueden dar de sí. No quieren perder ni un momento, ¿perder? El dinero es lo único que les importa. No ellos no van a ceder, y acabar poniendo multas por romper agujas. -Eso es así, lo tenemos claro -se sumó Nathalie, una señora rubia bajita que hablaba mucho pero estaba con las otras en su descontento. Se había pasado la tarde llorando y se atragantaba al hablar-. A nadie le interesa saber, qué medios emplean las empresas para competir. Eso que dicen los sindicalistas, de “sus beneficios, nuestros accidentes”, es verdad, pero no podemos fiarnos, tienen un canal de comunicación directo con la dirección y pueden perjudicarnos. Lo que hemos pasado estos años sólo lo sabemos nosotras, y no es para sentirse orgullosas de nuestro miedo a perder el trabajo, siempre volvemos al punto de partida. -Yo no puedo creer que la muerte llegue así, sin más -dijo Lina-. El estrés es causa determinante de las enfermedades coronarias. -Todos sabemos que tenía un corazón débil. -Su corazón estaba enfermo, pero no nació con el enfermo, se lo enfermaron. Además, esta empresa y la tensión que proyecta sobre las empleadas, pasándoles la responsabilidad de la producción, no era el mejor sitio para ella, y si necesitas trabajar para vivir, o te mueres de hambre o vuelves al trabajo cada día, enfermo o no. -Será mejor no obsesionarse con eso, causaríamos más dolor a la familia -dijo otra de las chicas desde atrás. -Nadie lo planeó, tal vez, si hubiese dejado el trabajo hubiese sucedido lo mismo. -No lo sé -respondió Debra-. Yo también tengo la impresión de que cada uno tenemos nuestras debilidades, pero que a la empresa le da igual que estemos enfermos. Muchos trabajamos con gripe; nadie se puede permitir una baja por gripe. -Deberíamos pedir que sustituyeran a Kilmer, ese hombre está obsesionado con demostrarle al mundo que es un héroe. Podemos hacer una carta de protesta y enviarla a sus superiores. Pero si lo hacemos la firmamos todas, nada de ambigüedades -dijo Lina que seguía sufriendo la persecución de Mike y Kilmer. Apenas un mes después comenzaron los despidos y los castigos, Kilmer conservaba su puesto. Llegado el momento sólo quedaba una solución, hacer llegar a la prensa lo que sucedía allí dentro, y de eso se encargó Debra, a la que ya no le importaba si la despedían. Sabía que al llevar unos años trabajando tendrían que darle una indemnización si la querían echar de su trabajo, pero el gobierno había bajado tanto la indemnización que despedir salía casi gratis. A pesar de eso, era necesario que el mundo supiera todos aquellos años las persecuciones y los castigos habían sido lo normal, y que esa situación continuaba porque el movimiento neoliberal se nutría de antiguos empresarios del fascismo europeo. El fascismo, y eso sí lo sabían bien, tenía dos características muy señaladas, una era el culto al trabajo, la otra, la ausencia de piedad, y esas dos características estabas en las empresas multinacionales que animaba y protegía la Unión Europea. -Con las mujeres nunca hay que dar nada por sentado -dijo Kilmer claramente enojado-, tal vez ella crean que un día olvidaré esta traición, pero no lo haré nunca. Mientras entraban en la oficina de Kilmer, Mike no dejaba de pensar en como se había complicado todo. Aquello no ayudaba y era de inesperadas consecuencias. Tal vez no inmediatamente, pero nada bueno podía pasar. Todo el mundo conocía los pormenores de su conflicto, había salido en la prensa local. Un conflicto laboral más. “Es lo normal en estos tiempos”, decían algunos, y otros se ponían el lugar de las chicas y lamentaban que muchas de ellas perdieran su trabajo. -¿Por qué ahora, todo el mundo cree que sabe como se gestionan las energías de este tipo de empresas? -agregó. -Debra ha hablado con algún periodista, eso es lo que ha pasado -dijo Mike. -No puedo creer que este tipo de cosas pasen así, sin control -respondió Kilmer muy enojado, a 24


punto de perder el control. En la oficina había ordenado instalar una pequeña nevera escondida dentro de un armario archivador. Sacó unas cervezas y se sentó remangándose. Hacía calor y el aire acondicionado estaba estropeado. Le hubiese gustado tener algo de comer. En alguna ocasión había pedido que le trajeran algo del bar de la esquina, pero la situación estaba complicada y no le pareció oportuno. -Si alguna vez me vuelvo a ver en un conflicto parecido dejaré la empresa. Este año ya no llegaremos a nuestros mejores registros, y que una vez me pase eso, lo puedo encajar, dos veces no sería capaz. 6 La canción que canta el moribundo Algún tiempo después de que Debra dejara la empresa, fue elogiada por sus compañeras, pero lo hacían en voz baja. Parecía que todo volvía a su ser, la violencia verbal de los directivos fue tan grande que no podían imaginar que, por mucho tiempo que pasara, era imposible controlar los recuerdos y rencores generados. La vida seguía y Debra debía velar por mantener su vida en las condiciones en que la había construido en los últimos años así que se puso a trabajar, casi inmediatamente en la cafetería de un hotel. Fue una sorpresa para ella que, a pesar de haber algunas candidatas más jóvenes, finalmente se decidieran por ella. Al parecer habían valorado su buen carácter y la concepción analítica que le daba a los trabajos que le proponían y no conocía. Desde luego, con más tiempo del que otras chicas lo hacía, ella podía entender lo que tenía que hacer y buscar la mejor forma de enfrentarse a problemas inesperados desde el principio. “En peores plazas hemos toreado”, le dijo a su jefe con una expresión que recordaba de su tiempo en España, pero cuando intentó explicarle el significado no consiguió que lo entendiera, y resumió, “pues nada, que he realizado otros trabajos que también me parecieron complicados y pude llevarlos a cabo tan bien como cualquiera”. Por aquel tiempo de cambios, falleció el padre de Debra y su madre se fue a vivir con ella. Le pareció de lo más normal dadas las circunstancias, se lo ofreció, y la señora Rotles se lo tomó como una orden. El día de la mudanza tuvieron mucho tiempo para hablar del padre de Debra, el señor Totleblum. Fueron recuerdos de momentos vividos, de historias compartidas, y se dieron cuenta que había muchos más momentos divertidos que dramas, que al fin, ya no venían al caso. Aquella noche, Debra tardó en conciliar el sueño, estaba nerviosa y enfadada con el mundo, se veía sola en unos años, y no le agradaba mucho pensar en lo que le quedaba por vivir. Tal vez no había sido buena idea haberse negado a tener hijos. Solía pensar que la gente que tiene hijos cree que tendrá una vejez feliz y confortable, y la vejez no es así en ninguna de sus formas. Sería mucho más realista pensar que por muchos hijos que tengas, acabarás en una residencia de ancianos, tus hijos de dejarán morir solo en un piso silencioso y llenos de fantasmas, o simplemente te divorciarás y te culparán para siempre por haberles jodido la infancia; así justificaba su decisión. Cualquiera que durante mucho rato se pusiera a pensar en eso, perdería el sueño, de eso no cabía duda, y lo que era aún peor, ya no valía de nada lamentarse porque tampoco podía inclinarse decididamente del lado de los que optan por un matrimonio tan sacrificado hasta el final. Se lamentaba de que sus padres tampoco hubiesen sabido entenderse como esperaban, pero las enfermedades lo complican todo. Pero, ya había pasado la etapa de los enamoramientos adolescentes y por eso lamentaba no haber vuelto a querer a un hombre desde que muriera su marido. Para una viuda no es fácil moverse sola por el mundo, y ella se había movido sin cesar si obviaba los años que había trabajado en la fábrica 25


de costura. No estaba totalmente resentida con el mundo, no hasta el punto de no querer volver a saber nada de los hombres o volver a dejarse cortejar. Tal vez, era producto de su imaginación, pero, en algún momento de su entrevista con el jefe de camareros, el jefe Bomper, como le llamaban las otras chicas, le dio la impresión de que la miraba con deseo, lo que no era tan extraño, había sentido eso mismo en las miradas de los hombres, desde que cumpliera quince años. Había pasado los cuarenta, y a esa edad, los recuerdos lo condicionan todo y ayudan a darle forma al mundo que nos rodea. No era fácil para otros manipular la realidad sin que ella se diera cuenta. Precisamente por eso, creyó que aunque intentara disimular, aquella mirada había sido comprometida inconscientemente, pero concluyó sin darle muchas vueltas, “parece que el jefe tiene un día caliente”. De pronto se vio de nuevo en problemas si “bajaba la guardia”, y recordó por qué había puesto aquel muro de indiferencia entre ella y los hombres, era absurdo volver quince años atrás y dejarse llevar por sus pasiones como una tontita de nariz pequeña y ojos grandes, que cree que merece más de lo que la vida le ha dado. Ella era una mujer completa e independiente, no necesitaba un hombre que cuidara de ella, eso lo tenía claro. El primer día de trabajo se levantó temprano para no retrasarse y cuando iba a salir de casa, su madre le preguntó si su nuevo trabajo era honrado. No le respondió, a veces se veía sorprendida por aquella falta de confianza que tanto le había dolido en el pasado, como si las mujeres de la edad de su madre pensaran que todas las mujeres jóvenes eran terroristas o algo peor. Aquella mañana habló con Bomper en varias ocasiones; le gustaba su voz y sus maneras, y la trataba con corrección lo que era mucho después del trabajo en la fábrica de confección. Bajo la presión y los nervios del primer día intentó demostrar que lo podía hacer igual de bien que cualquiera, pero no quería que pareciera que era una de esas personas que quiere demostrar que es capaz de hacerlo todo mejor que otras, o que está dispuesta a darlo todo por conseguir y mantener su trabajo, no se trataba de ese tipo de competencia que conocía y no le gustaba. La realidad no se hizo esperar, como podía pasar desapercibida si no levantaba demasiado la cabeza, asistió a una discusión de Bomper con un chico muy joven, que parecía que se tomaba el trabajo a broma. Lo convenció para que solicitara el cambio al equipo que limpiaba y hacía las habitaciones, y le dijo que aquel era el mejor momento para empezar, así que el muchacho siguiendo sus indicaciones desapareció para incorporarse a su nuevo cometido. “Más claridad”, añadió el jefe con acritud porque acaba de prescindir de una persona en su equipo y no la iban a reemplazar. Debra aún no podía entender como funcionaba todo allí, y había visto situaciones mucho peores sin que le parecieran tan extrañas. No quiso posicionarse, y no le gustó, pero la ambigüedad e Bomper, entre el encanto y el estricto cumplimiento del deber, la tenía confundida. No quería pensar que estaba perdiendo el tiempo y que dejaría el trabajo antes de lo que pensaba si no era capaz de encajar allí. Inesperadamente recibió una llamada telefónica de Lina. A Debra le hizo ilusión y no dejaba de reír. -Ya quería saber de ti, pero no me apetecía pasar por la fábrica. ¿Aún sigues allí? -le preguntó con curiosidad mal disimulada. -Sí tuve suerte. Me dejé con el electricista. Creo que eso fue lo que les hizo pensar en que siguiera. No sé por qué esta gente piensa que se puede meter en nuestras vidas privadas, pero cualquier cosa que pase lo quieren saber, y si consideran que es algo que no les conviene, te crean problemas. Tu ya lo sabes. -Si, claro. Pero en mi caso, casi me alegro de haber salido de ahí. -¿Te acuerdas de Stephen Mchueso? Lo han despedido también. Acabó pegándole a Kilmer. En realidad, los dos se pegaron, y a Kilmer lo mandaron para otra factoría. -¿En serio? ¿Stephen pegando a Kilmer? ¡Pero si era tan delgado que apenas podía con su paraguas! -Nunca le cayó bien a Kilmer por ser de familia adinerada. El otro decía que estaba allí por enchufe, pero lo cierto es que todos ellos lo estaban, todos eran recomendados. Le dijo que su aspecto era el de un cerdo, por llevar patillas y el pelo largo, y así empezó todo. En la factoría, 26


delante de todas las chicas. -Supongo que Stephen tenía buenos resultados y no podía cuestionarlo por otro lado -añadió Debra-. Lo suyo lo tenía muy ordenado y confirme a las necesidades de la empresa. La realidad es que el nuevo director aparece por la fábrica sin avisar con más frecuencia de la que conocíamos hasta ahora, se presenta a horas con las que nadie cuenta con él, y se mete en todo, convirtiendo el trabajo en algo asfixiante, así que no hemos mejorado tanto. -Era de esperar. Esas empresas son así. -El nuevo director no es tan diferente de Kilmer, poco culto pero sagaz. Es capaz de ver el color de un hilo desde su oficina. ¿Te acuerdas de Marieta, la recomendada? -Claro, ¡quién no? -Fue ella la chivata. Le contó a los superiores quienes eran los que movían las notas de prensa. Ahora la suben a la oficina a hacer papeleo, está encantada. Sigue con la misma categoría y cobrando la misma caca, pero le dice a todos lo que hacen mal como si fuera otro jefe. Debra se preguntaba, si su amiga sería capaz de aguantar mucho tiempo más allí, pero no quiso hacer esa pregunta, porque, al fin y al cabo, tenía derecho a esa oportunidad. Bomper le echó una mirada de censura cuando llevaba un rato al teléfono y eso fue suficiente para despedirse y colgar. Nadie podía decir que no había luchado por la vida, y después de aquella llamada, se quedó pensando en que de todo había aprendido la lección de que a ellas, las mujeres trabajadoras, nadie les regalaba nada. Con los hombres era parecido, pero ella tenían un plus de exigencia que las hacía sentirse maltratadas. Le habría gustado tener éxito en la vida, y a cambio, ¿qué había conseguido? Desarrollar aquella conciencia social que la avisaba, “debo mantener cerca a los que me traten como una igual y, a los que se pongan en un plano superior, apartarlos de mi vida”. Pero aquello no valía para el trabajo, debía estar ocho horas diarias, a veces más, compartiendo su vida con chivatos, aduladores y jefes, que se creían burgueses y tenían sueldos bastante mediocres. Pero la vida era así. Además, los burgueses no admiten a los nuevos ricos como sus iguales, sólo a aquellos que llegan de buenas familias. La herencia de los privilegios era algo que hacía tan estúpidos a algunos de aquellos universitarios que había tenido por jefes, que de buena gana les hubiese llamado inútiles. Regresó al trabajo y limpió las mesas. Pasó entre los clientes, pensativa y dispuesta a atenderlos, pero con la cabeza llena de dudas sobre su esfuerzo y si valía la pena tragar tantos sapos. Ver a sus compañeros, algunos tan necesitados, y tan entregados, la hacía comprender que la clase trabajadora tenía una tarea grande para encontrar el orgullo perdido. En cierto modo, Debra intentaba rehabilitarse de su carácter y sus conflictos, y eso era tanto como abandonar. Intentaba salir de su forma de ver las injusticias, tan comprometida, y volver al mundo de la gente normal que evitaba meterse en líos. Lo hacía buscando cada nueva tarea, con cara indiferente o pensativa. Después de todo Bomper no parecía un mal tío y todos lo respetaban. Pero ella no podía dejar de preguntarse si algún día sería capaz de renunciar a la rebelión interior que le provocaba la vida que había llevado y las injusticias que había visto y se había tragado. No era algo censurable, no era una delincuente, era sólo una mujer que no aceptaba que la trataran como a un animal. Posiblemente aquello también significaba que eso que vibraba en su interior lo hacía porque se sentía viva y con fuerzas para indignarse. No era algo desconocido, otras veces se había sentido frustrada por no poder decir lo que pensaba, pero de momento no tenía motivos para sentirse tan mal. Se movía con libertad detrás de la barra, ponía bebidas, preparaba tostadas, tiraba los envases para reciclar o fregaba la loza, todo lo podía hacer sumida en esos terribles pensamientos. Durante todo el tiempo que había durado su matrimonio, Bomper había intentado hacerlo lo mejor posible, se había comportado como parte activa del sistema y había esperado formar una familia, pero su mujer no compartía sus mismas aspiraciones y no habían sido capaces de congeniar. Tal vez, ya había olvidado todas aquellas aspiraciones burguesas que tanto le habían inquietado en otro tiempo. Sin embargo, seguía creyendo en el amor, y no necesitó mucho tiempo para saber que le gustaba Debra. En una corriente de pensamiento tan correcta como la que sus superiores esperaban 27


de él, el hecho de pretender rehacer su vida con una de sus empleadas resultaba, como mínimo, problemático. Nada había cambiado desde el siglo diecinueve, e intentar aproximarse a una de las empleadas hacía que lo consideraran un depravado sin dignidad, o algo peor. Los encargados de los chismorreos vieron la oportunidad en cuanto notaron como la miraba. Intentó sacarse de encima aquellas miradas y ser discreto, pero se le seguía notando la atracción que Debra ejercía sobre él. “No es propio de un jefe, no es lo que se esperaba de usted”, imaginaba al dueño del hotel soltándole el discurso. Su matrimonio había sido un error, había durado demasiado y durante todo aquel tiempo nunca habían hablado de lo que cada uno esperaba de la vida; eso era importante porque el día después de su divorcio comprendió que no tenían nada en común. Así que la pregunta que le hizo a Debra en un momento de descanso era el resultado de todo aquello. -¿Qué esperas de la vida? Debra tardó un buen rato en asimilar la pregunta. Era una pregunta de amigo y eso la desconcertó. No le respondió y regresó a su trabajo después de la pausa algo turbada por la actitud de Bomper. No había hecho ni dicho nada malo, pero su pregunta mostraba un interés que ella no habría esperado ni en cien años. Fue entonces cuando ella le dijo sin profundizar demasiado que su vida había sido un carrusel, desde su pasado en la emigración, hasta el trabajo en la factoría de confección. En todo el tiempo que había pasado desde que volviera del extranjero, esa era la primera vez que la inquietaba que un hombre mostrara interés por ella -muchos hombres muestran interés por las mujeres y les dicen cosas más o menos atrevidas, sin ser tomados en serio; a ella también le había pasado-, primero porque ya no era joven y segundo porque no se veía atractiva. Bomper se encontraba animado a pesar de aquel primer rechazo. Sabía que si la quería convencer de que no se trataba de un capricho, tendría que ser muy insistente y demostrarle un interés que no pudiera rechazar. No era fácil sacar a Debra de su mundo y sus convicciones. Volver a pensar en los hombres y sus posibilidades de creer de nuevo en el amor, era como construir un hotel donde hubiera una catedral en cinco pisos. Y allí estaba, descubriendo a un hombre, que además era su jefe y le hablaba como un igual, intentando hacer una grieta en su muro de firmeza. Él intentado ser amable y ella respondiendo con indiferencia. A un hombre así, nadie le llevaba la contraria, o eso parecía. Se le escucha con atención aunque lo que tenga que decir sea pura bazofia. Además está lo de la jerarquía, y eso tampoco ayudaba. Incluso podía confundir el hecho de su atractivo, mayor pero atractivo. Cualquier cosa podía significar menos si iba unidad a una de sus explicaciones intentando darle un significado superior, es decir, los esfuerzos de Bomper por poner de relieve lo que le gustaba, terminaban por actuar como un vector en contra. La empresa le había advertido de no intimar con las empleadas, pero Debra realmente le gustaba, ¿qué pintaba la empresa en eso? Toda aquella historia de la disciplina y la maquinación en cursos de media hora, para aprender a aplicarla, le parecía terrible. A nadie le gustaban los exigentes, y a él le pagaban por serlo. Sus empleados lo escuchaban porque dentro de la empresa les resultaba tolerable, pero no querían tener a un tipo con ínfulas de superior fuera de allí, es decir que no se pueden tener amigos si no les demuestras que eres su igual. Y eso también se lo habían dicho en los cursos, “no hagas nada de lo que aquí has aprendido fuera de la empresa”. Pero, tampoco así deba resultado, se le notaba que no podía renunciar a ser quien era. Es posible que nada de todo lo expuesto anteriormente le hubiese importando tanto, como cuando intentó un acercamiento a Debra y sintió su rechazo. Intentó hablarle con cierta confianza y ella no lo entendió; estaba claro que no lo quería como amigo. Antes incluso de que pudiera explicarse y dejar a un lado la jerarquía que los distanciaba, ella se había levantado y había vuelto al trabajo. En una ocasión la llamó a su despacho para entregarle una gratificación que la cadena de hoteles había decidido dar a sus empleados, no era mucho dinero pero querían que quedara claro el esfuerzo que suponía para ellos. Hablaron del trabajo y ella no quiso compararlo con otras situaciones vividas anteriormente que no habían sido felices. Le dijo que nadie podía rechazar un trabajo con los tiempos 28


que corrían y que nadie iba a rechazar una gratificación aunque no la sacara de ningún apuro, no quiso contarle de como había sido su vida y, llegado aquel momento, todo lo malo que guardaba en el recuerdo de sus jefes. Bomper no quiso incidir en la buena voluntad de sus superiores, ni el esfuerzo que siempre pedían a cambio, pero, a cambio, se interesó por ella e incluso le preguntó por su familia. Todavía había una oportunidad de congeniar, se dijo, cuando ella le contó lo mal que lo había pasado con la muerte de su padre, que su madre vivía con ella y que tenía un hermano en el extranjero al que no veía desde hacía muchos años. En un momento, Debra dejó de tratarlo de usted y pasó a tutearlo si una razón aparente. -¿Tú no has tenido hijos? Porque los hombres con hijos no suelen ser tan abiertos aunque estén divorciados. Admiro a los hombres que salen adelante después de un divorcio y siguen manteniendo sus responsabilidades con sus hijos. Al contrario que muchas mujeres, no puedo culpar a un hombre por cada divorcio. Bomper la miró sorprendido por aquel cambio tan repentino, y, comparado con todo lo que de ella conocía, tan locuaz. Intenta ser amable, a pesar del conflicto que supone la pregunta en sí. -No todos los hombres somos iguales, a pesar de lo que se dice. Pero no he tenido hijos. Deberíamos quedar un día para hablar de eso, es un tema que da para mucho y no es este el momento. -¿Lo de los hijos? -No, lo de los hombres y sus obligaciones familiares incumplidas. Nada es fácil para nadie, ero no los defiendo. ¿Quedamos para hablar de eso? -Sería un escándalo. No es buena idea. Además... Yo no soy el tipo de mujer que le conviene a un hombre como tú. -¿Cómo yo? Lo que a Debra le parecía soportable, incluso interesante, de cuanto sucedía y tenía que ver con el resultado de su propia vida, era reconocer que ya no sentía la frustración de otro tiempo y culpaba a otra gente que había pasado por su vida como una apisonadora, pero no a Bomper. Era muy posible que se tratara de una forma de sobrevivir a los malos recuerdos, un sistema inmune contra todo lo malo que se le iba pegando como se le había pegado la pobreza cuando la había mirado de cerca. Puede que temiera acabar en la calle, deambulando sin sentido, la imagen que se le había pegado de los mendigos sin techo en sus paseos nocturnos. Aún podía contar su historia, si bien, le había costado mucho llegar hasta allí sin problemas. Todo se había sucedido como era de esperar en una niña nacida en un barrio popular, sin más ayuda que su interés cultural por el arte y la música clásica. No hubiera giros bruscos en su historia, se acostumbró a trabajar hasta dejar todos sus sueños enterrados en jornadas interminables que la arrastraban por casa al intentar llevar una vida normal. La insistencia de Bomper no lo convertía en un tipo extraordinario, ni siquiera simpático, pero estaba dolida y desconfiaba de todo, así que resistía como podía. Así pues, se iba dejando llevar por aquel tiempo que no resultaba tan duro como todo lo vivido hasta entonces. Pasó un año, y Bomper seguía bromeando con ella, todo parecía suave y conveniente. Su rechazo no parecía total, aunque en situaciones similares, cada uno puede pensar lo que quiera. Había en él frases conmovedoras de comprensión de alivio, consoladoras frases en momento en los que descubría aquel tono en sus ojos que expresaba decepción. La vida se revelaba como un revuelto de emociones y situaciones que convertían su psique en un una montaña rusa. Al menos, había algo que ya no era como al principio y ella lo consideraba un avance, se conocían mejor, se estrechaba la confianza, y en aquel tiempo no hubiera sorpresas inesperadas. Y eso estaba bien, pero Bomper no parecía ser del tipo que tienen imaginación para saber el tipo de seguridad que necesita una mujer y que él no ofrecía. No parecía comprender, a los ojos de ella, el mundo que los separaba. Todo lo que necesitaba era tranquilidad y no parecía dispuesta a permitir que algo tan inquietante como el amor, amenazara con sacarla de aquello que la había ayudado a llegar hasta allí sin meterse en líos, su convicción de que debía controlar hasta lo que no dependía de ella y no permitir que nada sucediera por azar. 29


Un día incierto, Bomper empezó a mirarla con aquella expresión de tristeza y decepción que ella no pudo dejar de notar. Descubría en él la intención antigua de seguir lo que deseaba a través del tiempo y no darse por derrotado a pesar de que aquel año se le había hecho muy largo. No lo había aceptado a él, pero tampoco a ningún otro. La resistencia de su jefe era casi de fuerza poética, si lo que tenía que ver con el amor no correspondido, lo era. Al menos ya se sentaban juntos a tomar café sin sentirse observados y sin que a nadie le pareciese que eso no entraba dentro de la normalidad. Parecían haber congeniado y hablaban con inesperada libertad. Y fue uno de aquellos día de primavera, un año después, que él le pidió que lo acompañara en un pequeño viaje que tendría que hacer para visitar a unos clientes. La empresa le permitía ir acompañado de uno de los trabajadores de la cafetería y quería que fuera ella. Mencionó de pasada que le agradaba su compañía y que todo sería muy profesional, cosa de un par de día en habitaciones separadas. Había estado una semana hablando en circunloquios y sugiriendo la necesidad de viajar de vez en cuando para salir de la rutina. Y la finalidad de tantos rodeos al fin había quedado al descubierto sin que ya pudiera retrasar por más tiempo su ofrecimiento. Ella lo miró con sorpresa pero sin ánimo, se rascó la cabeza y le dijo que eso no era el tipo de cosas que le apetecía hacer y sin acceder a su petición le preguntó si sería considerado como trabajo, si sería remunerado como tiempo completo y si debería asistir a las reuniones. Todo aclarado, seguía considerando que no era del tipo de cosas que le apetecía hacer. Él se preguntó a qué se debía aquel rechazo y obtuvo la respuesta en menos de un minuto. -No me parece mal tu ofrecimiento y tampoco es que no me fíe de ti lo suficiente o piense que deseas intentar aprovecharte de la situación, es que puedes llevarte a cualquier otro y eso sería más conveniente. -¿De modo que que me dejas colgado? -peguntó-. Tu postura es muy cómoda y tú no eres así. En aquel momento no esperaba que la espoleara así, y sintió la necesidad de justificar su decisión. Intentó ponérselo tan difícil que fuera él el que tuviera que renunciar, -El día primero de mayo está al caer. Es la fiesta socialista de los trabajadores y no te voy a forzar. Yo no pertenezco a tu mundo, y no me apetece meter la cabeza en él. Si tu vienes a la manifestación, yo iré a ese viaje “tan importante”- Respondió con un tono de sarcasmo al decir, “tan importante”. Sin pensarlo demasiado, Debra empezó a sentir que tal vez había llegado la hora de volver a estar con un hombre, pero no creía que ese hombre tuviera que ser Bomper. Tenía un amigo con el que se veía a veces sin haber dado el paso más allá de unos besos. Si lo necesitaba, no estaba del todo segura de hasta donde; aquel hombre se llamaba Erick Sonner. Como era propio de ella en aquel tiempo, decidía las cosas exigiendo que todo el mundo cumpliera con su parte sin poner demasiadas objeciones, así que un sábado por la noche accedió a subir a su casa y se acostó con él. Bomper aún no le había respondido a su proposición sobre el primero de Mayo, pero suponía que no lo haría y dejaría de hacerle aquella proposición acerca del viaje. Sonner, su amigo, se comportó como un bruto, y después de hacerlo, ella se vistió y salió sin apenas despedirse, en su ánimo estaba no volver a verlo. Eso podría explicar que ya no le pareciera tan mal que Bomper accediera a ir con ella a aquella gran demostración obrera y que a cambio, y aunque sólo fuera por distraerse, ella por su parte pensara que ir con él a aquel viaje no iba a ser una cosa tan mala. Él también le pidió que durante la reunión se pusiera un vestido azul marino con camisa blanca que le había comprado, y para no oírlo protestar también estuvo de acuerdo en eso. -En las nuevas causas sociales, el feminismo está tomando una relevancia importante, No sé si quieres ir a ese viaje con una feminista -dijo Debra mientras levantaba una pancarta echaban a andar con el resto de los manifestantes. -El feminismo no me preocupa. Cuando debo escoger un amigo o amiga, un trabajador o trabajadora, a alguien con quien establecer un compromiso, lo que me importa es estar con alguien con quien pueda confiar. Hay unos códigos que los hombres han establecidos durante siglos de dominación sobre las mujeres. -Al menos en tu concepción patriarcal del mundo concedes esa dominación. 30


-Por supuesto, a los hombres les tocaba ir a la guerra, y antes de que las mujeres accedieran al mercado laboral y al ejército, eso era así. No es ningún secreto. -Fue una imposición. Ahora nos estamos liberando. -Las mujeres estáis compartiendo los peores trabajos, los más sucios y penosos. No habéis entrado en el mercado laboral para llevar los papeles mientras los hombres hacen lo más pesado. Eso no es igualdad. -Podemos hacer todo lo que hace un hombre. -En los códigos para ser de confianza en ese mundo, el más importante es saber cuando tienes que guardar silencio. En eso las mujeres os parecéis a los adolescentes masculinos. Son ruidosos, protestan y cuentan cosas que no deben, hasta que aprenden esa discreción tan necesaria. Las mujeres tenéis fama de que habláis mucho, de que os gusta hablar y de que lo hacéis a toda velocidad. No es una broma, pero me hace gracia que te enfades por esto -ella se sintió ofendida, pero siguió andando. -¿Tú crees eso? Pues no es verdad. -El refrán dice, “secreto que digas a mujer, público ha de ser”. Es por eso que perdéis algunas oportunidades. Aquel tipo había leído demasiadas revistas neoliberales acerca de la naturaleza divina e intocable de la mujer. Los tiempos de la mujer en casa o en misa, estaban pasando y eso era un hecho. -No me interesan ese tipo de refranes. Podemos conseguir lo que nos propongamos, estaos más preparadas que los hombres, hay más mujeres en la universidad. El feminismo es imparable -le soltó mirándolo a los ojos-. Nadie nos va a seguir diciendo lo que tenemos que hacer. -Esto que te voy a decir te va a parecer más socialista de lo que soy. -Adelante. -A los hombres nos dijeron que si nos preparábamos y demostrábamos esfuerzo y talento, podríamos llegar a donde quisiéramos. No era verdad. El mundo funciona por enchufe, si no tienes a alguien que te coloque en un puesto de importancia, serás un universitario poniendo cafés en las cafeterías de un país extranjero. Y eso es lo que os están vendiendo ahora a las mujeres. Hay algunas oportunidades, pero si tu familia tiene una determinada posición tendrás oportunidades, si no es así, te cerrarán todas las puertas. Tú eres una chica lista y has estudiado arte, y sabes que es así. -Al final va a resultar que eres un comunista. Hizo una mañana de sol radiante y fue agradable la marcha con cánticos y charla pausada. La ciudad, como en tantos sitios del globo, había sido invadida por un espíritu soñador que buscaba la utopía, y cuanto más loca era la fantasía de un mundo sin amos crueles y egoístas, más crecía aquel sentimiento en las calles. Bueno, tal vez hubo algún mensaje de odio que sugería matar a todos los ricos, pero ellos no lo oyeron. Cuando no caminaban, se oían petardos y gritos aislados de “¡libertad para los presos!”, lo que también había formado parte de la escenificación en años anteriores, y parecía una exigencia personal para algunos. -La pasión por el conflicto -comentó Debra al ver uno de los grupos que gritaba con más determinación, Los grupos organizados paraban la circulación si era necesario, o se enfrentaban a algún conductor despistado que necesitaba pasar o esperar que la manifestación terminara de pasar por un punto concreto. Estos grupos gustaban de enfrentarse a ellos, y pateaban esos coches sin importarles nada. -Gente despistada -dijo Bomper, intentando excusar la actitud de los conductores que se enfrentaban a miles porque creían que era su derecho tener la vía libre. No se trataba de que a Bomper le importara demasiado aquellas imágenes de violencia, o temer que aquel hombre airado dentro del coche fuera a tener la mala idea de bajarse dando gritos. Se pusieron en marcha y dejaron atrás el incidente cuando intentó abrir la puerta y se la cerraron con una nueva patada. El resto del tiempo no hubo incidentes parecidos, hablaron de política y Bomper no quiso llevarle la contraria y se mostraba condescendiente con un pensamiento que le era hostil. 31


No resultó tan mal, y al final, Debra tuvo que reconocer que no se había sentido incómoda en compañía de Bomper. Al menos no había sido grosero al intentar desarmar su pensamiento feminista. Sería irreal creer que ella se había mostrado excesivamente radical porque deseaba dejar de gustarle, lo que a esas alturas ya era obvio. Baste decir, que a pesar de lo tarde que era y que los dos estaban deseando volver a sus casas para poder comer, aún se detuvieron para charlar un rato sentados en la escalera de piedra de un museo. Estaban encantados de haber participado de aquel evento. Introducirse en los intestinos de aquella serpiente líquida que discurría sinuosa por las calles, en busca de su propia intuición, del sentido de su lucha y del convencimiento y fortalecimiento de sus convicciones, para Bomper era una novedad, pero nunca había manifestado en el pasado que estuviera en contra de nada, ni de las luchas sociales, de los avances tecnológicos, ni del orden tan cacareado por la derecha, para que todo el resto avanzara. Es decir, tenía una confusión mental a la que no hacía demasiado aso, que no tomaba en serio, y no le afectaba demasiado en su vida cotidiana, y Debra se daba cuenta de ello. La había acompañado, eso no significaba nada, ni él intentaba llegar más allá en su convencimiento político. Era ese caso del votante que puede votar a un extremo o a otro sólo porque el candidato le resulte más o menos conveniente o elocuente. Ya había nadado entre aguas en otras ocasiones, por así decirlo. Muchos de los que iban a esas manifestaciones gustaban del reconocimiento de sus jefes, y en las empresas en las que trabajaban no se comportaban con la lógica consecuente del activista político, al contrario, se dejaban llevar por sus conveniencias. Él lo sabía y no estuviera tan incómodo en aquella manifestación, ya había estado en ella otras veces, cuando era más joven. -Menos mal que nos sentamos un momento, tengo los pies hinchados -dijo Debra frotándose los tobillos. -¿Te duelen? -No es nada, ya me ha pasado otras veces -respondió sin mirarlo-. Ya me encuentro mejor. ¿Te has sentido menos exigente hoy? -¡Qué quieres decir? -Siempre somos menos exigentes con la familia. Tienes que ver a los trabajadores como tus hermanos. El culto al trabajo y la falta de piedad, fueron los pilares del fascismo. -Yo no soy fascista. Eso fue un desastre -dijo Bomper, y en su semblante expresó que le preocupaba que ella pudiese pensar eso, o que lo hubiese dicho por ofender-. -En cierto modo formas parte de un sistema que necesita gente pobre que acepte los peores trabajos con cualquier salario. Eres parte de la cadena. El idealismo de Debra era más propio de una adolescente, eso le hacía pensar que dentro de ella, esa adolescente aún existía. Sus sueños no habían muerto, sus ilusiones se conservaban, la utopía de un mundo más justo aviva ese fuego cuando los que sufren esas injusticias son los encargados de trasmitirlas. -Trabajo por un salario, igual que tú. Y si la empresa cierra estaremos en una situación parecida. -Es bueno que pienses así, porque he visto a muchos que creían que encontrarían trabajo pronto porque su trayectoria los avalaba como buenos siervos del sistema, y deambulan por la calle dependiendo del seguro por desempleo. Los problemas de este mundo los genera la gente que quiere ser importante, y cuanto más importante quieren ser, más crueles y sin piedad se vuelven. Entre la impresión que le había causado al aceptar acompañarla, no estaba la del intransigente que votaba a los neoliberales, había en él un exceso de comprensión que no le cuadraba. Tal vez por eso, los trabajadores a los que mandaba, con excepción de alguno con el que podía tener pequeños problemas, lo tenían por un jefe blando o con poco carácter. Trataban de evitar sus reprimendas y algunos se ausentaban por motivos familiares cuando barruntaban que algo iba mal y se avecinaban los problemas, sin que él pudiera hacer nada por evitarlo. Era una forma de aclararle a los poderosos que sin la colaboración de los trabajadores nada funcionaría como esperaban, ni por muy violentos que se pudieran. Eso no restaba ni un ápice de importancia a las luchas obreras, y Bomper al llegar a 32


casa, y a pesar de todo, lamentó haber olvidado preguntarle a Debra si su compromiso seguía en pie y lo acompañaría en aquel viaje. Por increíble que pareciera, sobre todo llegando desde un jefe con un cierto prestigio entre sus superiores, la idea de poner a una anarquista, o tal vez comunista, o lo que sería peor y también cabía que fuera, una nihilista, en el edificio de la administración de una cadena de hoteles, era algo, como mínimo, realmente atrevido. Pero, ella no asistiría a la reunión, podría esperarlo en al cafetería y comprobar por ella misma las diferencias con su puesto de trabajo, y por lo tanto, podía ser atrevido, pero no grave. Lo acompañaría porque se había comprometido a hacerlo, pero tan incómoda en medio de todos los pingüinos, tan desagrada por su forma pretenciosa de expresarse, que terminarían por discutir en el viaje de vuelta. Pero lo peor no era no encajar en un mundo de trepas, eso no le importaba, lo peor fue saber que aquella reunión era para preparar a los jefes frente a una reducción de plantilla. De nuevo los despidos, de nuevo las tragedias familiares y las empresas facturando más con menos. El año siguiente subirían sus beneficios con menos empleados y menos clientes. ¿Cómo era eso posible en medio de una crisis financiera?

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