Un reflejo gigante
1 Un reflejo gigante Nada podía ir peor, a su alrededor el mundo se desmoronaba sin remedio, no podía hacer nada por evitarlo, no podía hacer nada y se dejaba llevar por la inercia. A pesar de su carácter decidido y de temperamento vital y activo, era consciente de que había vivido en un atasco que no sabía como solucionar, y de pronto, sin haberlo esperado, todo se movía y le tocaba a ella encajar. En momentos así, y aunque ella tomara la decisión de aquel cambio, tenía la sensación de que no mandaba en su vida, de que el resultado de los años que le quedaban por vivir, serían en una solución salvaje como la que le tocaba vivir, sin concesiones, sin diálogos, sin proposiciones o acuerdos. La vida ponía sus condiciones como un cuchillo clavándose en la espalda. Empezar de cero en un piso alejado del centro tampoco era el mejor de los planes, pero...¿Qué otra cosa podía hace? Al menos ya tenía su ropa perfectamente ordenada en los cajones y las perchas del armario. Era poco espacio, no creía que nunca pudiera llegar a acostumbrarse a eso. Todo el mundo está triste después de un divorcio, pero la idea de que se estaba volviendo tan dura de corazón que nada le importaba, había empezado a rondarla cada vez que la mueca de su cara le parecía una estúpida sonrisa. “El espejo o miente”, se decía, “me he vuelto una persona indiferente, poco dada a emociones ni sentimientos”. Ni siquiera le gustaba la gente que se emocionaba sin razón, o con facilidad, le parecía que vivían en un estado de falsedad permanente. Había cambiado, y ese era el resultado, no lamentaba haberse divorciado, en realidad, mucha gente encuentra una salida en el divorcio y tampoco lo lamentan, pero, al menos ellos lamentan un nuevo fracaso. ¿Cuántos fracasos se podía permitir? Le daba igual. A eso se refería. No le importaba lo más mínimo haber fracasado tanto con sus sentimientos, y ya no se dejaba llevar por ellos, así que, todo tenía que ir a mejor. Aquella mañana, el coche no encendió. Intentó hacer un chiste al pensar que, tal vez, se sentía extraño en un barrio que no conocía, porque era un coche tímido. Bajo un punto de vista práctico, lo mejor hubiese sido cerrar el coche y buscar un medio alternativo que le permitiera llegar a tiempo al trabajo. Aún teniendo en cuenta que ella no entendía una higa de mecánica, y que tampoco era seguro de que hubiese solucionado sus problemas si hubiese entendido, abrió el capó y echó un vistazo intentando entender el abigarrado sistema de recipientes de agua y aceite, de la batería, de los manguitos del radiador y de cables del sistema eléctrico. Si al menos fuera cosa de un cable que se hubiese soltado, se dijo con absoluta inocencia. Tocó una cosa, miró otra, y a pesar de su voluntad de hierro, había algo fácil de entender en todo aquello y eso era que cada vez que abría un capó, entraba en un mundo salvaje en el que se encontraba desamparada, era una sensación de peligro que la invadía a veces, como si se sintiera incapaz de seguir el curso de nuevos acontecimientos, una sensación de falta de fuerza con la que posiblemente moriría, y que le hacía repetirse en ocasiones parecidas que tendría que tomar una curso acelerado de esto o de lo otro, sin llegar a creérselo del todo. En un momento, levantó la cabeza y vio a un hombre apoyado en la puerta del portal observándola, era el vecino del cuarto, se había cruzado con él en el ascensor y no sonreía mucho, 2
pero contestaba si le hablabas, lo que, en los tiempos que corrían ya era todo un triunfo. Se trataba de un soltero de media edad, delgado y elegante, pero con una nariz ostentosa que desfiguraba todo lo demás. Parecía que se había dedicado a esperar que ella demostrara lo que sabía para poder intervenir. -¿Entiende algo de coches? -preguntó Roxi que ya había renunciado a llegar a tiempo a la oficina. No demostró un interés especial, porque ni siquiera confiaba en que fuera capaz de solucionarlo, pero entre los dos, el espectáculo no sería tan evidente -lo pensaba porque algunos hombres le miraban las piernas al inclinarse sobre el motor, y eso que llevaba botas hasta la rodilla, pero suponía que la minifalda hacía el resto. Tal vez había cosas que no era capaz de hacer como un hombre, pero podía intentarlo, y si llevar una faldita corta formaba parte de sus armas de mujer, entonces todo estaba permitido por ver quién llegaba primero. -¿Qué tiene? ¿No enciende? -No. -¿No hace nada al dar la vuelta a la llave de arranque? -Ni se inmuta. -El sistema eléctrico, o un fusible, o, mucho más probable, la batería. Tal vez, otro en su lugar hubiese aparentado que no sabía, y, de hecho, ni siquiera era tan probable que no pudiera ser de otra cosa, pero acertó. Se acercó al coche, y ella le sonrió como si su vida dependiera de él. -¿Es la nueva vecina? Me alegro de conocerla -y le ofreció la mano que ella estrechó como si lo hiciera a menudo. De no ser como era la situación, le habría espetado un par de besos, pero se contuvo. -¿Me puedes ayudar? -Creo que puedo encenderlo, pero tendrás que ir directamente a un taller, al apagar el motor, volverás a esta situación. No encenderá. Jenkins hizo todo lo necesario para ayudar a la nueva vecina, tal vez o quería que se llevara una mala impresión del barrio. Ella le preguntó si era una molestia, y claro que lo era, tuvo que poner su propio coche en paralelo y pedir unos cables a un vecino, pero al final lo puso en marcha. -Ya sabe, directa al taller, y no lo apague hasta que lo tenga estacionado; en esas situaciones todos se ponen a gritar como si se les fuera la vida en sus horarios. Sólo cuando ella ya salía y levantó el brazo para despedirse, recordó que no le había preguntado su nombre y como si ella lo adivinara le grito, “Roxi, me llamo Roxi”, y él, casi en un grito, “¡ah vale, yo Jenkins. Adiós!” Lo que parecía ser una constante en los errores de Roxi, no era tanto su inclinación a la improvisación y disfrutar de elecciones poco meditadas, como su necesidad a cambiarlo todo cada cierto tiempo, como si sintiera la rutina como una forma de muerte. Era capaz de tolerar todo tipo de incomodidades durante más tiempo que nadie, incluso podía reprimirse si encontraba que su pareja se ponía en franca competición con ella por ver quién era más egoísta de los dos, que le recordaran constantemente que no era una chica guapa, o que le impusieran otras opiniones como si la suya no valiera nada, todo eso podía soportarlo, pero entrar en una espiral de tedio y darse cuenta de que ya no sentía ganas de reír o ser feliz, de que la rutina lo invadía todo, eso la llevaba a huir como un animal acosado. No le resultaba fácil comprender la capacidad que tenía alguna gente a aferrarse a situaciones que para ella habían perdido todo el sentido. Por eso, cuando salió de trabajar y vio a Harold esperándola en la cafetería de enfrente, sintió un escalofrío; pero no la estaba esperando. Él no la vio inmediatamente, podía haber girado la cabeza y haberla visto porque tenía que cruzar la carretera para dirigirse al coche. Aunque no le parecía probable, pasó un minuto y Harold siguió sin mirar, no parecía tan interesado como ella había pensado. Habían estado otras veces en aquella cafetería, y a él le gustaba, no era tan extraño. Tal vez, no quería renunciar a ir a aquel lugar, ¿por qué tenía que 3
pensar otra cosa? Llegó al coche y abrió la puerta, lo miró una vez más a través del cristal. Una chica mucho más joven que él se levantó y la rodeó con su brazo, salieron juntos, besándose y abrazándose. No le pareció premeditado. Desde luego que no, mejor parecía que no podía prestar atención a otra cosa más que a lo que tenía entre manos. No sólo no tenía nada que ver en todo aquello, sino que apenas se acordaba de ella. La forma más clara de saber que no deseas volver con tu antigua pareja, es pasear libremente por los mismos sitios que solías sin importante un rábano lo que pueda ella pensar, y eso parecía que acababa de suceder.
2 El calcetín de la gusana Poco después de establecerse en su nuevo piso, se vio en varias ocasiones con Jenkins. Era un tipo solitario, y eso no le gustaba en los hombres, no porque no fueran interesantes, sino porque ella no era así, e intimar con ellos era correr un riesgo innecesario de ruptura inesperada. A pesar de eso, era su único amigo en aquel momento y como buscaba cualquier excusa para llamar a su puerta y charlas un rato con ella, congeniaron con rapidez. Roxi hizo la mudanza con rapidez, y en cuanto empezó a trabajar pasaba las tardes bastante ociosa. Se sentía cansada, y tal vez no estaba a la altura de las exigencias de una mujer trabajadora inmersa en una vida plenamente de ciudad. A su jefe, el señor Bruillard, no le parecía bien que se estuviera conduciendo con tanta ligereza en los últimos tiempos. Cuando Roxi se enteró de que había hecho algún comentario fuera de tono acerca de sus problemas con los hombres, le entró una furia que la hubiese llevado a arrancarle los ojos, si no fuera que eso la llevaría al despido, y, en ese momento, le pareció práctico no entrar en las cuestiones morales de sus superiores. -No soy una persona tan rara, a mi me gusta lo que le gusta a todo el mundo, supongo -le dijo a Jenkins una de aquellas tardes y justo después de contarle lo que había pasado y que no entendía el interés de su jefe en sus relaciones personales -¿qué coño le importa a él con quién tonteo, mientras cumpla mis horarios? -Comprendo tu rechazo, a mi, en una situación parecida, me pasaría lo mismo -respondió Jenkins. En ese momento, él había empezado a sentirse atraído por ella. Quería llegar a parecer encantador antes de que ella se distanciara de él, o lo viera tan sólo, como al vecino bonachón que siempre está dispuesto para ayudar. Lo de impresionar a las chicas nunca salía bien, se malgastaba demasiado esfuerzo y ellas no valoraban tanta entrega-. No puedo ayudarte en eso, pero, de todos modos, me gustaría saber que te apoyo, en los trabajos respetan muy poco la vida personal de las personas si no entras dentro de lo convencional. -¿Lo convencional? -Casarte, llenarte de hijos y estar de deudas hasta el cuello, eso parece que les ofrece una cierta seguridad. En una situación así, te vuelves muy gregario. -¿Quieres decir que se vuelven pelotas? -Bueno, supongo que se es puede llamar así. En esta ocasión ella lo miró con un interés que no había demostrado con anterioridad. A Jenkins le agradó compartir su punto de vista, después de todo, no eran tan diferentes. Ella le hablaba en un susurro como si deseara que el se acercara y que sus palabras sonaran más a confidencia, pero no se atrevió. Tuvo la certeza en menos de un segundo, de que ella no estaba preparada para tantas confianzas. 4
-Quería agradecerte que me ayudaras con lo del coche -le dijo ella, y la miró a los ojos sonriendo por dentro. -Bueno, tu tampoco ibas mal encaminada, tanteando cables por si alguno estaba suelto -respondió con condescendencia y se puso de pie, la reunión se realizó en el piso de él porque ella subió con unos dulces que había comprado en el súper y que dio pie para que él preparara café. -¿Tú no tienes novia, mujer, o lo que sea? -Tuve pareja. La separación fue un proceso muy decepcionante. Ahora soy más independiente, en aquel momento no estaba totalmente preparado para valerme por mi mismo. La idea de que una mujer pueda intentar demostrarte que eres incapaz de cuidar de ti mismo, sólo apartándose de ti y dejándote como un niño en la mediana de una autovía, me produce una gran desconfianza y desazón por todo. -Ya, lo entiendo. En ese momento, y por lo que acababa de decir, parecía que Jenkins tenía aparcados todos sus sueños. Además, y eso se lo contó después, estaba lo de lesión de espalda que le impedía trabajar y vivir de una pensión. -Soy un inútil -afirmó con resentimiento. -¿Te duele de forma permanente? -No, no me duele si no me someto a esfuerzos físicos prolongados o al levantar pesos. Pero eso está ahí, no me gusta ocultarlo. -¿Te gusto? -preguntó Roxi inesperadamente. -Por supuesto. Eres un bombón. Ya te lo tienen que haber dicho antes. Tú lo sabes. Tal vez, ella esperaba que fuera más directo, pero lo dejó ahí. No quiso hacer la pregunta que la llevara a comprometerse. La vida de los adultos le parecía triste, y no podía evitar seguir cumpliendo años. No acababa de entender por qué todos se empeñaban en fracasar, no valía la pena semejante esfuerzo, y si no se convertía, como se convierten los creyentes, la señalarían desde las ventanas. La tristeza acababa invadiéndolo todo, y eso que había intentado hacer las cosas bien. Al principio todo el mundo lo intenta. En cierto modo, todos aquellos problemas eran nuevos y se habían ocupado de su rebeldía para ponerla en su punto exacto. Así funcionaba, y seguía adelante a pesar de la inercia, de una forma o de otro, había que seguir adelante, no había forma de renunciar. O dicho de otro modo, sólo renunciaban los que se tiraban por una ventana, pero eso no era una opción. El lunes volvería al trabajo y encajaría los chistes sobre su falta de madurez sentimental y emocional, era lo que cabía hacer, una vez más. No solía hacerle tanto caso a los chicos cuando no los conocía lo suficiente, y lo cierto era que a Jenkins no lo conocía en absoluto, pero le agradaba hablar con él. Tenía, lo que se dice, una conversación fluida. Pero ya le había pasado en otras ocasiones, cualquier chico tenía la capacidad de pasar en un minuto, de ser un agradable conversador, a un idiota sin remedio. ¿Por qué pensaban que las chicas deseaban ser impresionadas? ¿Por que se esforzaban tanto en eso, que perdían su carácter? Para ella era un admirable desafío, intentar descubrir a aquellos menos interesantes, antes de que pudieran pensar que sentía algún interés por su discurso y sus piruetas. Tenía la convicción de que, cuando mostraban un interés desmedido en las chicas, se trataba de una enfermedad del deseo del que apenas eran conscientes. Pero con Jenkins todo iba de perlas, comprendía sus limitaciones y que a otras mujeres no les gustara prematuramente, y cuando la invitó a cenar con una de la parejas del bloque, sus mejores amigos, ella estuvo encantada de aceptar. En cuanto a los amigos de Roxi, su mejor amiga era Marioska, y de un modo u otro, Jenkins estaba también emplazado a conocerla, sobre todo porque se visitaban con frecuencia y terminaría chocando con ella en la escalera, o en el piso de Roxi. Por un minuto estuvo tentada de poner la condición de ir acompañada a aquella cena, pero no quiso forzar la situación. En cuanto a lo demás, aún asumiendo la debilidad física de Jenkins, llegó a la conclusión de que le empezaba a gustar. 5
Quiso contarle a Marioska todo lo sucedido y se presentó en su casa sin previo aviso, aquella misma tarde. La hizo arreglarse un poco y tiró de ella hacia la calle hasta casi tirarla escaleras abajo. En el último escalón se detuvieron en seco, porque una viejita entró en le portal y se quedaron paralizadas, como si temieran desmontarla de un golpe inesperado. La saludaron con un correcto, “buenos días” y salieron al galope de un golpe de calor, más allá de la puerta de la calle. Nadie que conociera a Roxi y se relacionara con ella en aquel tiempo, podía pensar que iba a sufrir una depresión, un ataque de ansiedad o algo parecido, debido a su ruptura sentimental. Su carácter la mantenía a mucha distancia de estos problemas, pero eso era lo que cada uno pensaba de sí mismo hasta que los problemas llegaban. Era un tiempo en el que la gente se medicaba, tomaba tranquilizantes, antidepresivos, ansiolíticos y todo tipo de relajantes naturales en infusiones o preparados en polvo, y no se compartían esos problemas más que con otras personas que también los tuvieran. Cada día, las consultas de los psicólogos y los siquiatras, se llenaban de nuevos casos de gente, que hasta ese momento eran consideradas normales, gente trabajadora de la que no se esperaba semejante giro, y que sin embargo, lloraban delante de los doctores para decir algo similar en cada caso, “doctor, yo ya no puedo con la vida”. Cuando por la tarde, caían las persianas en los pisos de aquellas personas, todos sabían que acaban de medicarse y estaban intentando dormir en un estado de suave inconsciencia, que no les devolvía la fuerza necesaria para volver a enfrentarse con sus jefes, el estrés de la vida y la exigencia de sus familias, pero, al menos, les permitía evadirse de todo durante un par de horas en las que no reconocían a nadie. Al menos, esta era la situación de un par de compañeras de trabajo de Marioska, y no creía que de momento pudiera pensar que Roxi también acabaría así. Aquella tarde de mediados de agosto, dos meses después de la separación de Harold, Roxi empezaba a creer que podría enderezar su vida si se lo proponía, y que detrás de cada fracaso tenía que haber un nuevo intento sin ceder al desaliento. Las dos chicas estaban bastante lejos de ser el modelo tradicional que se sienta a lamerse sus heridas para no escandalizar a la media tradicional con familias esforzadamente establecidas. Un día antes, Roxi había estado hablando con un vecino, que era también un nuevo amigo con el que se sentía muy cómoda. Otras veces le había pasado de intimar con chicos que había conocido en la calle sin ningún tipo de referencias, alguien con quien te encuentras y hablas como hablan los soldados en las trincheras, contándose todo lo que echan de menos de sus vidas pasadas, al extraño que comparte su misma suerte sin conocer de donde es, como vive o que hará si vuelve de un fallido destino. -No es muy atractivo. Al menos en los cánones de los modelos de las revistas. -¡Oh no! No digas eso. Sabes que no me importa -respondió Marioska-. Sabes perfectamente que huyo de ese tipo de hombres pagados de sí mismos, perfumados y arreglados como muñecas. No me hagas reír. Intentaba bromear, pero era cierto lo que decía, no le importaba demasiado que a las adolescentes les volvieran locas ese tipo de hombre, pero ellas ya no se emocionaban con cantantes de físico irreprochable sacándole partido a la más triste de la baladas. -Tranquila, las cosas no han llegado tan lejos que ya deba arrepentirme. No creo que esté preparada para empezar de nuevo; aún no -dijo Roxi, dejando su taza de café sobe la mesa. Podía sentir la excitación de su amiga. Quizá le había generado unas expectativas demasiado altas, pero no había sido su intención-. No, de momento estoy tranquila, pero me agrada. -No me vengas con esas. Si te gusta, adelante. Nos conocemos lo suficiente para saber que no nos importa lo que piense la gente. Y mucho menos, Harold. -Vamos a llevarnos bien. No me provoques. He cambiado. -Esta bien, si te pones en ese plan tan profundamente santificado, te hablaré claro. Las dos somos iguales, cogemos de los chicos lo que nos gusta y rechazamos lo que nos disgusta. No es nuestra voluntad de antemano, darles la patada, pero llegado el momento, si tenemos que hacerlo, no tenemos problemas con eso. Somos así. Nada resulta más difícil que tratar de imaginar la cara que se le quedó a Roxi después de eso. Pero 6
no la había convencido, ella no era así. Puede que ella, tuviera esas pretensiones al empezar una relación, podía tener claro que su compromiso estaba atado a ciertas condiciones, que, por otra parte, no le iba a explicitar a los chicos. ¿Cómo si ellos pudieran adivinarlo? Sin embargo, y a pesar de que en ella eran mucho más difíciles las rupturas, el resultado final era el mismo, y la duración de sus relaciones, entre año y medio y dos años, también muy similar. Tal vez, Roxi estuvo tentada de aclarar algunas cosas, pero no lo hizo, si Marioska quería pensar que ella también se tomaba tan a la ligera sus relaciones, pues que viviera en su mundo pensando que había muchas más personas que hacían lo mismo, era parecido, pero no era igual, como decía un grupo de humoristas en la tele. Habría estado muy loca si fuera como ella, si hiciera sufrir a la gente y jugara con sus sentimientos sin sentir nada, sin conciencia. En tal caso, no tomaría ansiolíticos, directamente tendría tendencias suicidas. -¿Por qué intimar con un tipo de tu escalera? Recuerdas cuando lo hacías con otros en el trabajo. Luego tienes que verles la jeta con frecuencia. No es buena idea. -¡Eres muy retorcida! Ya te he dicho que no me interesa en esos términos, pero que es un tipo estupendo. Llegar a puntos tan diferentes, solía interferir en sus relaciones. Se separaban como las buenas amigas que eran, pero sin ganas de volverse a ver en un tiempo, al menos mientras no se les pasara el cabreo. Aquel día terrible, Roxi acompañó a su amiga hasta su casa, se miraron un momento pero ni se hablaron; de tal magnitud era su enfado. Siguió calle abajo sin decir ni adiós. Desde hacía algún tiempo no sentía que pudiera divertirse como antaño, y con su enfado -eso había sido muy tonto-, las probabilidades de una salida inesperada el sábado por la noche se reducía bastante, porque, en cierto modo, Marioska era la compañía perfecta para salir a bailar y beber. Harold le había dicho en una ocasión, que no sabía divertirse y que la culpa de su amargura venía por ahí. ¿Su amargura? Eso no era en absoluto así, no siempre estaba en condiciones de salir y divertirse, pero eso no la convertía en una amargada, de hecho, ni siquiera le importaba salir en la mayoría de las ocasiones. Si el cuerpo no se lo pedía, ni se molestaba. Creía adivinar dos tipos naturales entre los que salían por la noche con cierta frecuencia: los que lo hacían de forma mecánica sin esperar nada a cambio, y aquellos a los que le aterraba la idea de pensar que su vida era un desastre, porque algún día tuvieran que quedarse en casa viendo películas antiguas. Pero pronto había ella renunciado a sentirse así, en su caso, siempre encontraba algo mejor que hacer que aguantar algún pesado borracho dándole la barrila toda la noche. Y llegó el día y cenó con Jenkis y sus amigos, y no le costó demasiado, al fin y al cabo, sólo se trataba de subir a su piso. Se apoyaba en los marcos de las puertas porque había tomado unos martinis, pero estaba bien. No había mucho espacio así que se apretaron en la mesa todo lo que pudieron. Se los presentó nada más entrar, eran Edie y Marki, profesores y pareja ocasional -lo que quiere decir que iban y venían sin saber nadie cuando eran pareja o no, pero así llevaban más años de los que podían recordar-. Hasta ese momento, Roxi había creído que se trataba de una cena de jovencitos y que se pasarían toda la noche contando anécdotas y chistes divertidos, pero eran mayores que ella, eso sin duda, y amables, lo que también ayudaba. Ahora que se daba cuenta de su error, apreciaba la invitación y empezaba a sentirse cómoda. Aquellas cenas de medianoches habían sido una buena forma de conocer gente, siempre que no se convirtiera en un sistema, es decir que le dieran valor a cada nuevo invitado y no abandonaran a sus antiguos amigos. Al menos, para aquella pareja tan optimista, parecía una buena ocasión de enfrentarse a sus diferencias y sacar algunos trapos sucios en cada ocasión, pero cuidando mucho de no romper la vajilla. De hecho, con el tiempo, se acabarían aburriendo de ellas, como de tantas otras cosas, y era muy posible que ese momento no estuviera tan lejos. Pero, en aquella ocasión, Jenkins era un buena amigo, de los más antiguos, y además, tenían curiosidad por conocer a Roxi; les había hablado mucho de ella. -¿Te ha dicho Jenkins que salimos anoche? Quería llamarte, pero creímos que estarías durmiendo, 7
era muy tarde cuando lo decidimos. Marki hablaba con franqueza y tal vez se sentía un poco culpable porque ella no había estado. Había sido algo inesperado, un encuentro fortuito, y una decisión muy rápida, en plan, “nos vamos, tomamos unas copas, y para casa”. Edie, en esa ocasión les siguió la corriente, pero no siempre lo hacía, y en ocasiones se iba para casa y los dejaba salir juntos. Se pasaron la noche bailando y al volver paseando a casa, habían hablado de lo rápido que pasaba la vida. Habían decidido que no tendrían conversaciones de viejos, pero, al final, siempre salían los lamentos. -Creo que cada vez soporto menos las resacas -añadió Marki-. Ya ni eso nos dejan a los pobres. -¿Pobres? No somos pobres -replicó Edie. -Una vez quise hacer dinero fácil. Era muy joven, tenía mucha prisa por triunfar. Supongo que a la mayoría de mis amigos de entonces les pasaba lo mismo. Al morir mi abuela me dejó un dinero, creí que si compraba arte lo podría vender barato y doblar el valor de aquel regalo. Compré unos cuadros que me dijeron que eran buenos, pero no tanto. Lo perdí casi todo. Unos miles, no era poco dinero para un muchacho. -¿Eso te pasó? Nunca me lo habías dicho -lo miró Edie con ojos enormes, y, por un instante le pareció que no sabía nada de él y que era de ese tipo de personas que tardas una vida en llegar a conocer-. ¿Lo volverías a hacer? Empezó a oler la cena, se trataba de carne con guisantes, de cebollas, tomates y patatas, todo muy normal pero con un olor estupendo. Jenkins lo puso todo en la mesa y siguieron hablando. A Roxi le produjo un escalofrío, era Agosto, pero aquel olor a comida recién hecha, el olor de la cebolla en el aceite hirviendo le pareció que la devolvía a la navidad de su infancia. Después llegó con una olla de hortalizas caldosas verde oscuro, pero también olía muy bien. -¿Quién puede saber lo que hará antes de verse delante del momento? Con la distancia todo cambia. Me gustaría poder decirte que no, y demostrar que soy una persona equilibrada, pero no sé. -Tienes poca fe en ti mismo -intervino Jenkins. -Cocinas bien -dijo Roxi inesperadamente. -Si la tierra es el infierno y tiene cosas como la cena de hoy, no se está nada mal aquí -dijo Marki con voz neutra. -¿Cómo poder saber eso? Ayer tuve que coger un bus, iba lleno hasta los topes, no se respiraba -Edie no parecía dispuesta a ceder en ningún argumento-. La gente que nos cuida se merece nuestro reconocimiento, pero los colonos en África, India, Israel o USA, llegaron con los libros sagrados en una mano y un rifle en la otra. Ese ha sido el auténtico valor de la religión para la geopolítica. Este mundo es un infierno, pero ahora debemos cenar, me parece que estoy amargando la conversación. Lo siento Roxi, debo parecer una amargada. -No, en serio, me gusta la gente que dice lo que piensa. -Después de nosotros, está la nada, aunque los hijos de nuestros hijos sigan existiendo. Esos que dicen que vivimos en el recuerdo, no tienen ni idea -Markí volvió a espolear la conversación. -Precisamente, dejar de existir, es la prueba de que ahora lo hacemos con pasión, y debemos aprovechar el tiempo. Bebamos un poco de este vino y olvidemos el resto .respondió Edie. Aquella noche, después de que sus amigos se fueron, Roxi se quedó a dormir con Jenkins, pero le dejó muy claro que aquello no significaba nada. ¿Cómo no iba a significar nada? Algo, de una forma o de otra, tenía que significar. Durmió apaciblemente, lo que fue una novedad, porque no lo había hecho desde su separación de Harold y todo aquel lío legal. Jenkins la miró un rato mientras dormía y le gustó como respiraba, sin demasiadas complicaciones. No era del tipo de chica afligida o perseguida por voces malignas que lo dejaban vivir, pero sabía que visitaba al psicólogo con cierta frecuencia. Al día siguiente, mientras ella se levantaba, Jenkins preparó café y le dijo que esa semana no iría al psicólogo. Después de un lapso, reconoció que sus padres eran de una generación que no necesitaban psicólogos, pero que no era debido a su educación cristiana, porque su padre no había pisado una iglesia en su vida. Entraron en un pequeño debate que continuaba la discusión de la cena 8
de la noche anterior. La nada existe, es como cuando tienes una obra de arte, y la destruyes, la echas al fuego, la haces desaparecer. Es algo irreemplazable, es la nada. Ella continuó exponiendo su punto de vista, tal vez porque la noche anterior había dejado que sus nuevos amigos hablaran libremente y así conocerlos mejor. Hasta entonces no había expuesto su punto de vista al respecto, pero no quería que Jenkins pensara que no tenía su propia idea de las cosas. Le dijo que no creía en un Dios compasivo, que la crueldad del mundo era imperdonable y que el libre albedrío no justificaba la creación de monstruos, y seguía hablando mientras Jenkins fue a mear y se sentaron a la mesa para tomar el desayuno. Cada idea incidía en la anterior, e incluso en otras que creía haber olvidado de la noche anterior. No había forma de parar aquella tormenta, pero él siguió en silencio hasta que dijo divertido, “hoy te has levantado habladora”. -¿Crees que volverás a tener una relación seria? -Y la miró como si todo lo que hubiesen estado hablando hasta ese momento, no sirviera. La miró como si deseara besarla y sintiera que estaba muy cerca de volver a hacerlo. Como si la piel de Roxi fuese capaz de exhalar todas aquellas hormonas inundándolo. No era algo que le sucediera a menudo con otras mujeres, y le pareció que también tenía que ver con la forma en la que hacía las cosas, con como cogía una taza, o como doblaba la ropa, aquella dedicación en cada caricia o la forma tan delicada con que se ponía el reloj en la muñeca, introduciendo la correa de cuero en el orificio con sus deditos, nerviosos, hábiles y decididos. -No te lo puedo decir ahora, estoy muy confusa. Dame tiempo. Todo se va a aclarar. La última vez que había visto llorar a una de sus amigas, había sido por culpa de su pareja, y eso no lo podía olvidar. El amor lo complicaba todo. Mientras hablaba no podía dejar ver la imagen de aquella mujer llorando sin resuello. No sabía por qué aquella imagen estaba allí, pero no podía sacarla de sus recuerdos. Había mujeres que pasaban años unidas a hombres imposibles, drogadictos, viciosos, insensibles, enfermos, violentos, y o podía aceptarlo. Era como si pensaran que eso era una forma de redención. “Hay demasiados hombres entre mis pecados”, le había dicho aquella mujer inconsolable. -Vivir es correr riesgos, pero sé que también hay que saber cuando hay que parar. No hay prisa, tenerte de vecina ya es un adelanto. -Hablando de vecinas, ¿te enteraste que asaltaron a una señora mayor? -Si lo he oído. Le arrancaron una cadena del oro del cuello, una imagen de una virgen, o algo. La camelaron pidiéndole un beso, le pusieron la mano en el pecho, y cuando quiso darse cuenta, el cabrón había salido corriendo con la cadena en la mano. Aquí te enterás de todo, el día es muy largo. Tiene más de ochenta años, y dificultad par andar, el hijo de puta buscó a la persona más débil. Por fortuna no la tiró al suelo, eso pudo ser el final para ella, los viejitos son tan delicados. -Horrible. Aquella misma mañana, algo más tarde, Jenkins volvía con la compra y la policía estaba en le portal hablando con el representante de la comunidad de vecinos. Mientras entraba en le portal y bajaba el ascensor tuvo tiempo de escuchar que ya habían cogido al agresor de la señora mayor. Jenkins iba sumido en sus pensamientos y apenas se giró cuando el presidente de la comunidad lo llamó para comunicarle la buena nueva. Sin embargo, el ladrón ya había vendido la cadena y seguían buscando. En la pared del portal, unos días antes, habían pegado un cartel para avisar de que no se abriera la puerta a extraños. Él agradeció la información y subió al ascensor algo despistado, como si no supiera muy bien a donde iba; no podía dejar de pensar en aquella señora y el miedo que le supondría volver a salir sola a la calle, ¡pobre mujer!. Al entrar en casa dejó las bolsas en el suelo y se sentó en una silla de la cocina, pensaba que debía subir a hablar con ella, pero seguro que todos estaban en lo mismo y no habría necesidad, es más, la estarían molestando si eran muchos los que llamaban al timbre. Sería mejor a esperar encontrársela en la escalera para hablar con ella, o si tenia que ir a su piso, dejar que pasaran unos días y que estuviera más tranquila. Se preguntó, si tendría algo que decir, además de ofrecerse por si le hacía falta ayuda, pero eso ya era mucho y concluyó que sí, que 9
la visitaría cuando pasaran unos días. Las luces en casa de Roxi estaban encendidas, ¿cómo era posible si acababa de salir? Acechando en la oscuridad de la escalera decidió no volver a darle al botón para otro minuto y medio de luz. La puerta estaba abierta, y una chica lo encontró mirando. -Hola, soy Jenkins -dijo con cierto apuro. -Hola he oído hablar de ti. ¿Quieres café? No creo que a Roxi le moleste que tomemos su apartamento por asalto, me dejó las llaves para que le recogiera unos papeles del piso que me hacen falta para terminar de formalizar el alquiler -dijo con una sonrisa amplia-. Soy su amiga, pero también le llevo el papeleo. -Supongo que debería haber llamado en lugar de fisgonear -dijo frotándose los ojos con fruición. -No importa. -Sí, si que importa. Me importa lo que la gente piense de mi -buscó en los bolsillos y sacó unos sobres de azúcar que solía coger de la cafetería, es decir, ponía uno en el café y el otro se lo guardaba-Tengo azúcar, y rio como haciendo una broma. -Seguro que encontramos algo por aquí. Soy Marioska -le ofreció la mano-. Creo que sé que soy la mejor amiga de Roxy porque la consuelo cuando le va mal sentimentalmente, aunque ya ha dejado de llorar y a Harold ni lo recuerda -Puso con cuidado el café al suelo y se reunió con Jenkins en el salón-. Hace poco discutimos, por eso cuando hoy me pidió que pasara hoy por aquí casi me alegré. Mientras ella hablaba, el pensaba que no había nada mejor que llegar a los cuarenta en plena forma y con aquel ánimo, porque, desde luego, él había pasado aquella barrera, pero sus amigas también, pero no iba a preguntar. -Pues me alegro de conocerte. Sobre todo porque no haces que me sienta controlado. Las mujeres sois mucho de controlarlo todo. Me agrada, en serio. Ella lo miró con desagrado y estuvo a punto de decir una impertinencia. Aquel era el tipo de comentario de un chico que acababa de intimar con su amiga, pero deseaba seguir teniendo libertad. -No me ha mandado venir para eso. Tal vez haya pensado que sería bueno que supieras que las mujeres tenemos ojos en lugares que los hombres no pueden ni imaginar, o quería que te conociera, como ha sucedido. Creo que tenemos una idea de la confianza muy limitada. -Hacéis bien. Nunca se sabe donde salta la perdiz. -¿La perdiz? Si, claro. Como ninguno quería leche, con los azucarillos que aportó Jenkins fue suficiente, y ella hizo una apreciación acerca de esa costumbre que le resultaba familiar. “Creo que conozco a alguien que también hace eso, pero no recuerdo ahora”. -¿Así que crees que ella me dijo que echara un vistazo por si te veía en otras compañías? Eso no, pero una vez me dijo que tonteara con un novio porque quería montarle un poyo. Estaba cansada de él -se echó a reír con una malicia insondable-. Los hombres nunca sabréis hasta donde podemos llegar con nuestras pequeñas maldades. Tenía una risa escandalosa, y cuando reía se movían sus enormes pechos como si lo hiciera a propósito. Jenkins calculó que no llevaba sujetador e intentó mirar para otra parte. Ella presiente que hay algo raro en la forma en la que evita mirarla, tal vez deseo, pero sabe que ha pasado la noche con Roxy porque ella se lo ha contado y no le parece que debiera tener esas necesidades, pero los hombres le parecen tan impredecibles. Parece optimista, y está relajado, no podría intentar coquetear con él ni aunque se lo propusiera, pero siempre siente el deseo de saber si podría quitarle los novios a su amiga, aunque en cuanto se convence de ello, cede y los aparta con malos modos. Lo que la salvaba de ser una mala persona, era ese momento final en el que reaccionaba y necesitaba seguir siéndole fiel a su amiga. -¿Quieres que te diga algo de Roxi que no sabes? Si juegas con ella nunca notarás su enfado. Es de ese tipo de personas que no reacciona al momento, cuando te quieras dar cuenta, estarás fuera de su vida, y nunca te dirá el motivo. 10
-Pero los motivos de las mujeres suelen ser siempre los mismos. El dinero, la inseguridad, que con el tiempo les parezcas poco para ellas, o que encuentren a otro mejor. No es la primera vez que salgo con chicas. De hecho, ella y yo no estamos saliendo. Me lo ha dejado claro. -Bueno, no creas todo lo que decimos las mujeres. Lo que Jenkins parecía necesitar, en realidad no era una relación, estaba en ese punto en el que el pasado le advertía de que un nuevo fracaso iba a resultarle insustancial, y eso iba a ser la señal de la pérdida de todos los sueños. En su opinión, ya había puesto demasiado entusiasmo en parecer más joven de lo que era. Casi nunca se dejaba deprimir por esos pasajes de su vida en los que había fracasado, aunque debía reconocerlo, de forma recurrente se comunicaban con él a la hora de dormir. A veces se levantaba y ponía la televisión, como si tuviera la fuerza sedante necesaria. Tampoco le costaba reconocer que Roxi era una chica bonita, de hecho ya había demostrado suficiente interés como para que ella se diera por aludida, pero había algo que la frenaba. -Las chicas necesitamos un tiempo para nosotras entre relación y relación -añadió Marioska. Se veía como parte de una historia ajena, ella mandaba y ponía los ritmos, pero al menos podía esperar que se produjera un cambio inesperado... en algún momento. Y, como todo el mundo parecía saber, menos él, puedes luchar contra un destino no deseado, pero no contra tu pasado. 3 Abrazos rehabilitados y flores de plástico. Algún tiempo después, la posición de ambos se fue consolidando, y era lo que más se parecía a una relación. Ella subía al piso de Jenkins y se quedaba a dormir, y él hacía lo propio si ella lo invitaba. Y, a pesar de que Roxi evitaba decirle que lo quería, lo cierto era que nunca se había sentido tan a gusto con un hombre. Por primera vez desde hacía mucho tiempo, Jenkins tenía verdaderos motivos para sentirse contento, sin embargo, en aquel tiempo sucedió algo que lo tuvo unos días malhumorado y entristecido; la señora que había sido asaltada, la vecina mayor que vivía sola, se había muerto de algo de pulmón, sin que hubiese vuelto a salir a la calle desde el asalto. La idea de culpabilidad de no haber hecho todo lo que se podía, parecía volverse insistente y en una semana no quiso saber nada más sobre el asunto, ni siquiera si aquella muerte se había derivado de alguna lesión reciente. Intentó empezar a dejar de pensar en ello, una semana después de torturarse por no haber tenido más reflejos y haber ido a hablar con ella, o al menos, hacerlo un poco de compañía. Y también estaba desconfianza con que lo miraba Roxy porque sabía que había algo que no estaba compartiendo con ella y que lo tenía en aquel estado. Era como si no pudiera expresarse cuando algo se abría por dentro justo en el momento que menos lo necesitaba, y era incapaz de coordinar ese dolor con la vida que necesitaba compartir. Como le había pasado otras veces, pensó en la reducida capacidad de expresarse y comunicarse en situaciones así, y le preocupaba lo que Roxi pudiese pensar, pero pasó casi un mes, antes de decidirse a contarle cual era el motivo de tanto desasosiego. Ella se había situado en el medio de su vida y no parecía muy justo que pretendiera dejarle fuera de aquel tipo de emociones, sin embargo, sólo una cosa podía decir en su defensa, no las guardaba para nadie más. Al no trabajar tenía mucho tiempo para dar vueltas por la escalera, y con frecuencia se encontraba con amigas de Roxy, compañeras de oficina o simplemente amigas que pasaban por delante del edificio, o iban a su piso a buscar alguna cosa. Tal vez se tratara de pura coincidencia, pero desde su ventana o a pie de calle, se cruzaba con aquellas personas que lo saludaban tímidamente, y que, en algún momento indefinido le hicieron sentir que lo estaban controlando. ¿Se trataría de eso, cuando 11
Roxy le dijera que necesitaba algún tiempo? La felicidad que le producía aquel amor incompleto, se veía ensombrecido por sus limitaciones, ya le había pasado otras veces. El equilibrio que había vuelto, incidía en el desasosiego que le producía no ser capaz de trabajar. Intentaba ocuparse en nuevos planes, y, por supuesto, se entretenía con aficiones pseudo-artísticas, cosas como pintar, escribir sus memorias o montar aviones de madera. ¿Eso era lo que se esperaba de un hombre de su edad? Para un jubilado, no serían más que entretenimientos, pero el necesitaba evadirse de algún modo de aquel peso que dominaba su mente y su cuerpo incompleto. Tampoco podía entregarse libremente a placeres inmediatos, como el sexo, el alcohol o las pastillas, eso lo empeoraría todo, y tal vez, porque sabía que necesitaba controlar sus evasiones, no exigía demasiado de su nueva relación. Sus obsesiones y temores de justo antes de dormir, y después de apagar la luz de la habitación, iban en retirada. No era un temor como el de un niño a la oscuridad, se trataba de los remordimientos, de todo lo que creía haber hecho mal, de la duda de que su fracaso se debiera a su falta de capacidad para la lucha en los términos modernos, y no, a la disminución de sus capacidades por causa de su accidente. Si al menos aquello durara, aunque fuera en los términos en los que parecía haberse encallado, no necesitaba mucho más y estaba seguro de podrían organizarse de algún modo. -Hoy en el mercado se ha caído una señora mayor. Creo que debía tener más de setenta. Se rascó la cara contra el suelo y la sangre la manchó la ropa -le soltó Roxi una mañana que le dieron día libre en el trabajo y de volvió de sorpresa para invitarlo a comer. -¿Cómo crees que me hace sentir eso? No soporto ver a la gente mayor sufrir. ¡Tan indefensos! -Esta bien, ya sé que te gusta ser claro en algunos extremos. Tienes días muy raros. Podemos comprender que Roxy se encontraba desorientada debido a su mal humor. Si no era el hombre que le convenía, aún no había llegado a esa conclusión, y cada vez hacían más cosas juntos. Además, él parecía no entretenerse con amigos, aficiones o, porque no decirlo, vecinas distraídos, después de todo, le había dejado esa puerta abierta. Sien embargo, en eso ella parecía irreductible, no creía conocerlo lo suficiente y eran buenos amigos. -Como amigos, ¿crees que tenemos una relación mecánica? No entiendo por qué nos torturamos así y no avanzamos. Puedes encontrar a algún hombre que te de satisfacción plena. -Vamos hombre... No sé a qué te refieres con una satisfacción plena, ni qué es, lo que piensas que me gusta de un hombre. No te pierdas. Me estás empezando a parecer un poco cabroncete, eso sí -La mesa estaba puesta y empezaron a comer, guardaron silencio un buen rato y ni se miraron. Las pequeñas discusiones no llegaban muy lejos, ni se herían sin sentido. Se decían las cosas, pero dejando espacio para un nuevo encuentro; sin rencores. Jenkins no podía hacer otra cosa que comer, ella preparaba bien el pescado y la ensalada, y tenía hambre. Algunos hombres se encaprichaban a la hora de la comida. No comer era como un desprecio, se castigaban ellos mismos por un enfado, eso era un estupidez. No iba a hacer algo así, además, tenía tanta hambre que se fue disipando su enojo. Ella lo miraba satisfecha pero comía como un pajarito, sin apenas moverse picoteando sin llegar a llenarse. -No debes preocuparte. Creo que podemos dejarlo cuando quieras, no soy un adicto al amor -le dijo sin mirarla-. Podremos seguir con nuestras vidas. Creo que no avanzamos y no quiero se un estorbo. Mientras hablaba, sostenía el tenedor con un trozo de carne ensamblada sin piedad. Parecía complacerse en hacer aquel movimiento con la carne en el aire, mientras hablaba y masticaba a la vez. Cuando se tragó el enorme trozo que tenía en la boca, cesó un momento su discurso y vació el tenedor de un certero bocado. -No puedo creer ésto. Tan sólo con un poco de tiempo más hubiese conseguido que te echaras a mis pies -dudó, miró al plato y siguió-. No me tengas en cuanta lo que acabo de decir, creo que intento bromear porque no estoy bien. Lo siento. -No quiero meterte presión, todo lo contrario. No te voy a “montar un pollo”, ni a tirarme por una 12
ventana. Me gustas mucho pero soy incapaz de llegar a esos extremos. -Podemos seguir una temporada como estamos. ¿Qué te parece? ¿No estamos mal? -Ya, bueno. Iremos viendo. Muchas mujeres no quieren estar con hombres que no trabajan. Lo comprendo, me paso el día dando vueltas sin demasiado sentido. Al día siguiente, Jenkins se encontraba mejor. Estaba alegre, descansado y feliz, y no había dormido con Roxi. ¿Qué sentido tenía seguir durmiendo juntos si ni siquiera se tocaban? No había pensado en ella en toda la mañana, tenía sus propias cosas en la cabeza, cosas como la lista de la compra, o la necesidad de ir al banco a poner al día algunas facturas. Ya o le apetecía seguir excitándose con su nueva aventura y ni siquiera pasó por su piso a primera hora para despedirse mientras ella salía para el trabajo. No se encontraba en disposición de dejarse llevar por sus sentimientos, de los que, por otra parte, había empezado a dudar. En el mercado, se fundió con todos aquellos cuerpos y sombras del sol caduco de media mañana, un sol sin fuerza, inclinado, amable. Fue un momento placentero, sin prisa, como acostumbraba, y no necesitaba nada más, era suficiente seguir el ritmo de la mañana sin haberlo planeado. Se sentó en una cafetería y tomó un desayuno completo, con café, bollo y zumo de naranja. No existía el mañana. Se limpió las manos de la grasa del bollo y el zumo de naranja que corrió por el cristal hasta sus dedos, cuando separó la copa de la boca. Aquella calma sólo la obtenía en los mejores momentos de su vida, en los que no dependía de nadie y todo marchaba con la debida normalidad -la normalidad, esa cosa que hacía que un día sucediera a otro sin sorpresas. Amaba sus rutina y no todo el mundo podía decir lo mismo, tenía suerte en eso-. Tal vez, tenía la intención de recobrar su independencia, o al menos, no buscar a Roxi, no ponerla en sus planes, o dejar que fuera ella que lo buscara y evitar sus encuentros en la intimidad de su habitación. Ese día ya no la vio, y al día siguiente hizo el recorrido del mercado y la cafetería con la misma libertad. Una hora después volvió y las persianas no se habían movido, de hecho, creía que no se habían movido tampoco el día anterior. Conocía de sus rarezas, pero no hasta el punto de cerrar las persianas y andar a oscuras por la casa durante días. Empezó a ponerse de mal humor, habían bastado dos días y volvía a pensar en ella con toda su carga y la amargura que desprendía. Era hermosa, eso lo tenía a su favor. Tal vez, aquellas ojeras se debían a que bebía demasiado, pero a él le gustaban. Tenía el aspecto duro y desgarbado de las mujeres que no necesitan arreglarse para estar hermosas. ¿Dónde se había metido? Creía que había sido él, el que tomara distancia, y sencillamente, ella ya no estaba, no había un movimiento en su piso y no entraba ni salía en sus horarios habituales. Tardo poco tiempo en darse cuenta de que algo había cambiado definitivamente. Después de intentar no pensar en ella, se veía a sí mismo obsesionado con la idea recurrente de que no lo haría si sus limitaciones no influyeran en todas sus decisiones. La espalda maltrecha lo condicionaba todo, ¿sería posible? Podía hacer una vida normal, aunque el trabajo continuado no le hacía bien, ¿Por que iba eso a determinar sus relaciones personales? Ni siquiera se trataba de uno de esos tipos que sienten lástima de si mismos y se pasan la vida quejándose de su mala suerte. En ocasiones, cuando volvía a su piso, en la soledad de su cuarto, se sentaba en una silla y se persuadía de que no era tan mal amante, pero como sólo había llegado hasta el final una vez con ella, no había tenido tiempo de demostrarlo. Al momento rechazaba ese pensamiento como si se tratara de algo tóxico, no era propio de él reducirlo todo de una forma tan simple, pero el sexo siempre se cruzaba como algo indestructible para hacerle olvidar lo importante. Además, Roxi no le parecía de ese tipo de mujer que lo circunscribía todo a su placer personal, a su diversión o aspirar a una vida de cine. Como podríamos esperar de él, después de unos días empezó a verla como una extraña y ya no iba a dar el paso de llamarla por teléfono o timbrar en su piso, estaba claro que había salido de su vida y no necesitaba explicaciones para entenderlo. Al menos, hacía tiempo que no había sentido tantas cosas, ni había tenido tantas ideas agolpándose en su mente, ni tan confusos sus sentimientos; eso era lo que había ganado con aquella aventura que durara más de un par de meses. Ya nada podría hacerle olvidar el olor de su cabello mientras dormí y 13
el pegaba su cara a su espalda, ese tipo de sensaciones que nos hacen volver, una y otra vez, a intentar lo imposible. La alegría no duraba, ni era tan bueno estar solo, ni quería saber nada de ella. Aunque en ocasiones se descubría a sí mismo bajando la escalera tan despacio que se paraba delante de su puerta por si podía escuchar algún ruido dentro. No había mucho más que hacer entre su piso y el de ella, aplastado bajo las miradas de la vecina de rellano que lo tenía todo mu controlado. -Hace días que no está – le dijo como si no le importara. -Sí, ya lo sé. Debe tener trabajo. No tenía muy buena opinión de aquella señora, así que desaparecía por las escaleras en cuanto abría su puerta. Nada cambiaba tan rápido como sería de desear, pero al menos se elevaba sobre sus contrariedades Seguía siendo, por así decirlo, el innombrable vecino sombra que subía y bajaba escaleras. Pero, alejando de sí toda tristeza, no podía por menos que decir, que lo hacía con cierta energía y autoridad; nada de dramas. Había conseguido entender, en parte, que las mujeres tenían una idea romántica del mundo a la que había que servir sin sentirse despechado por sus decisiones inesperadas. Y aquella presencia tan nueva y decidida, sin embargo, seguía diciendo, tengan paciencia no sean crueles cuando me juzguen o juzguen a los solitarios. Marioska tardó un tiempo en aparecer por el piso de Roxi para recoger algunas cosas que ella le había encargado. Había intentado componer sus horarios y algunas otras cosas que tenía que hace, para poder acudir en socorro de su amiga. No se sentía muy cómoda en ese papel, y, en los últimos tiempos, Roxi sólo la llamaba para pedirle ayuda, lo que no le resultaba nada agradable. A veces, se molestaba y le echaba una buena bronca por su actitud, pero, al final solía haciendo lo que le pedía, tan sólo porque creía que sinceramente lo necesitaba. Y, por supuesto, era una amistad muy mal compensada, pero se dejaba persuadir, porque o la tomaba como era o mejor cambiaba el número de teléfono. Tal y como había presentido, se encontraría con Jenkins, en el barrio, en la cafetería, o en la escalera, sin duda ese era su territorio y también pasaba muchas horas entretenido en la ventana; Roxi también lo había pensado y por eso aquella tan corta solución poniéndola a ella de barrera. Cuando lo vio, saliendo del supermercado se dirigió a él como si lo hubiese estado esperando. -¡Jenkins, espera! -exclamó sorprendiéndolo. -¿Marioska? -respondió alarmado pero ofreciendo una agradable sonrisa-. Me pillas en mal momento, voy cargado y no me puedo parar. -¡Ah, querido Jenkins¡ Eres todo un señor de se casa. Te acompaño y te ayudo a llevar las bolsas -respondió Marioska-. Tengo algo que decirte y es ahora o quizás ya no te vea. ¿Qué sabes de Roxi? -Hace un tiempo que no la veo. No sé -dijo Jenkins. Hablaron de como se encontraban, del calor y del tráfico, y cuando llegaron a casa de Jenkins se sentaron en la cocina para poder hablar tranquilos. Tomaron licor y él le ofreció bizcochos. -No quiero demorar esto demasiado. Ella no pidió que te lo dijera, pero creo a veces sigue con su vida sin importarle lo que va dejando atrás. Roxi a vuelto con Harold. -No me cuesta creerlo. No te preocupes, no éramos pareja. Creo que para ella sólo fui una distracción de verano. Pasa todos los días. -No tengo nada malo que decir de ti, eres un chico encantador. Tampoco voy a quejarme de ella, sé que me comprendes. -He estado pensando en ella estos días. No quería hacerlo, pero hay cosas que no se pueden evitar. Jenkins tardó un tiempo en volver a intimar con otras chicas y había despertado el interés por Marioska, a la que volvió a ver a en otras ocasiones y se hicieron buenos amigos. Después de intentar establecer relaciones duraderas con otras mujeres, terminó por convencerse de que tal vez no tenía demasiado que ofrecer, y que no ofrecía la seguridad ni respondía a las aspiraciones que ellas buscaban. Todo muy poco conveniente. Además, la forma de vida que había elegido, lo ponía, lo que se suele decir, fuera de onda. Nada a favor, si sus pretensiones hubiesen sido muy serias o él 14
estuviera muy decidido. Como no era así, las decepciones de la vida tenían más que ver, con enfermedades, vejez y muerte de sus seres queridos, no con los habituales problemas sentimentales de los buscan pareja o los que ya la tienen y no se sienten satisfechos en su relación; sabía que eso también solía pasar. -El amor no dura demasiado -le dijo a Marioska en una ocasión-. No es bueno tomárselo demasiado en serio. No quería dar la imagen de ese tipo de gente que no confía en nadie. No era así. Estaba muy de moda eso de declararse “hater”, ¡menuda tontería! Bukowski decía que el no odiaba a la gente, y que no le molestaban si no andaban alrededor. Eso decía, o algo parecido. Lo cierto era que la gente solitaria tenía su propia forma de ver la vida y de enfrentarse a sus problemas. Las cosas nunca salían como se planeaban. La felicidad duraba poco, y se estaba convirtiendo en uno de esos solitarios. Todo bien bien, Roxi.
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Las ocho de invierno
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1 Las ocho de invierno En ocasiones le gustaba mirar a Loora Tankof y recordar que no siempre habían sido pareja. Estaba sentada en ese mismo coche, a punto de arrancar y él la había saludado como si la conociera desde siempre; ella había echado a reír. Después de aquello la había visto con frecuencia porque tenían amigos en común, y entonces llegaran las bromas, los suspiros, los toques aparentemente accidentales de manos, los choques de sus cuerpos entre puertas, y los abrazos. Era como si hubiesen hecho un largo viaje desde su adolescencia para encontrarse allí, en aquella entrega de sincera promesa de futuro. Los dos podrían, si se lo proponían, darse al mismo proyecto vital, otros lo hacían y fracasaban estrepitosamente, pero, tal vez, eso no les pasara a ellos, se sentían tan inteligentes, jóvenes y llenos de energía... En aquel coche, después de unas cuantas idas y venidas, habían tenido que hacer grandes esfuerzos para contener su maltrecho deseo, y dedicarse a simplemente a besarse sin demasiada habilidad, y tampoco en eso, sin dejar de arrepentirse por ser tan jóvenes. Ella en aquel tiempo, trabajaba en una tienda de ropa de moda, en el centro, y a Pirés Lanoud le gustaba repetirle que tenía un cuerpo precioso, y que había sido hecho para llevar aquellos vestidos, no para venderlos en las rebajas. En aquel momento, ella se veía con uno de sus jefes, y lo dejó plantado desde el mismo instante en que se lo confesó a Lanoud. Después de un tiempo, se hizo unos análisis para comprobar que todo estaba en orden y eso fue como el prólogo de todo lo que habría de venir después. Resultaba evidente que cuando ella tomaba tantas precauciones para empezar un nuevo romance, era porque no se lo tomaba a la ligera. Se desprendía de su forma de actuar que lo que pensaba tenía puesta su visión en un horizonte lejano pero que creía alcanzable, y que la expresión de su sentir en cada caricia, respondía estrictamente a a la confianza que presentía que podía tener y ofrecer. Loora no quería eludir ninguna responsabilidad con su pasado, y, en otra ocasión, le confesó que había trabajado un tiempo en el extranjero y que allí había vivido con un inglés de diecinueve años que la había hecho muy feliz y que eso tampoco lo quería ocultar. Había sido un tiempo muy bonito pero muy loco, una explosión de colores y de vida, y, en ningún sentido podía lamentar aquel amor juvenil que sólo se había roto al tener ella que regresar de su aventura europea. Nadie puede arrepentirse de haber intentado gozar de su juventud y su libertad, aunque desde el principio supiera que iba a durar poco, pero ese no era el caso en su relación con Lanoud, o al menos, así lo creía entonces. La primera visión que tenía de ella era sentada en su renault descapotable, en una calle con un paseo arbolado, detenida y cubierta por una pátina amarilla del sol del ocaso. Un policía, poco preparado para disfrutar de un momento así, se dedicaba a buscar algún conductor distraído al que poder ponerle una multa, y, un poco más allá, una barandilla sobre la que asomarse a los tejados de la ciudad y recrear la vista. Volvió al presente al abrir la puerta del coche y sentarse a su lado. La miró un rato aún, en silencio, sin poder decir nada. Su única experiencia con mujeres conductoras, por así decirlo, había sido con ella. Nunca había conocido otra mujer que supiera conducir, después de todo ella era muy joven cuando se conocieron y, entonces, las mujeres o no conducían o sacaban el carnet muy tarde. No era tan extraño. -Con este calor dan ganas de no salir de casa -comentó ella sin mirarlo. 17
-Tu siempre necesitaste este sol tan nuestro, te da un brillo especial. Siempre pareces salida de un cuadro, perfectamente colocada. Es un halago, no me malinterpretes. -Eso no es verdad. No soy de esas mujeres que van siempre perfectamente arregladas. -Te estaba viendo y me pareció que no pasaban los años por ti ni por el coche, tengo unas cuantas fotos en la que sales conduciéndolo. -Es una herencia de mi padre. No me gustaría tener que cambiarlo, y de momento va bien -le contestó como si sintiera feliz por todo lo que la vida le había dado, incluido el Lenoud maduro y desgarbado que se sentaba a su lado- ¿Te acuerdas de Anne-Marie? Vino a nuestra boda. -Creo que sí. Era una chica muy delgada que se podía quedar quieta en cualquier parte, o unirse a cualquier reunión sin que apenas nadie lo notara. La discreción, es un valor que se echa de menos en estos tiempos. -Imagino que sí, ella no es muy habladora. Pues se vuelve a España definitivamente, hemos hablado por teléfono. Le he dicho que se pase un tiempo con nosotros mientras se organiza. Tenemos una habitación sin usar, y eso nos hará salir de nuestra zona de confort. -Me pillas por sorpresa, supongo que no puedo disimularlo. A decir verdad, los mejores momentos son los que paso contigo... a solas. -La puedo volver a llamar y decirle que no nos viene bien. No te preocupes por eso, tengo confianza con ella, y no le parecerá extraño; está acostumbrada a mis cambios de parecer. -No es eso, es que es algo inesperado. Estaremos bien una temporada, no creo que disturbe nuestra relación. Puedes decirle que sí, que venga. Ya nos las arreglaremos. La única diferencia entre las dos mujeres estribaba en el color de su pelo, Anne-Marie era rubia, y su amiga era morena, por lo demás eran muy parecidas, tanto que podrían pasar por hermanas. Intentó hacerle comprender a Lanoud que había sido su mejor amiga en el tiempo que había pasado en el extranjero, no sólo eso, su confidente y su único apoyo en los momentos más difíciles. No la había vuelto a ver desde entonces, y habían pasado tantos años que eran suficientes para que cualquiera pareciera mucho mayor, pero las dos estaban radiantes, y además, a ninguna de ellas le parecía que eso fuera algo excepcional, se trataba del resultado de sus cuidados personales. Es posible que Loora Tankoff se encontrara confusa y nerviosa en su reencuentro, y que a Marie le pasara algo parecido, por eso en sus besos y su largo abrazo las dos notaron que la otra también temblaba. Entre ellas, después de tanto tiempo no era extraño una emoción tan desbordante, y por lo que Loora dejaba ver, recuperar aquella amistad, para ella era muy importante. En aquel abrazo inicial las dos dejaron muy claro cuanto afecto se tenían y que, a pesar del paso de tantos años, el afecto que se tenían había mantenido la tensión del principio sin ceder frente al olvido. -Ya sé que no suena del todo normal, pero Lanoud está muy a favor de que te quedes. Él está ahora preparando tu habitación. Ya casi hemos dejado los armarios vacíos, para que te instales con comodidad. En serio, no hay prisa. -Ya veremos -repetía su forma de ver las cosas. Era como decir, esperemos y según como marches las cosas podremos tomar una decisión. Después de todo, Marie podía tener sus propias necesidades y ganas de instalarse por su cuenta. -Claro, lo entiendo. Me estás haciendo sentir como si quisiera secuestrarte -resopló, pero intentaba ser clara, no era otra cosa-. Sólo quiero que sepas que no molestas. Cuando le presentó a Lanoud, Marie le dio la mano y un beso en la mejilla. Resultaba tan correcta que parecía imposible imaginarla enfadada, pero todo el mundo se enfada aunque alguna gente nunca lo muestra. -Supongo que debes estar cansada del viaje -dijo él. -No mucho, y a pesar de unas señoras de una congreso que no dejaban de hablar en el tren. No sé de qué cosa, pero hablaban mucho de productos para la salud. Tal vez, alguna cadena privada de seguros de salud, No lo sé muy bien. Desde que mi novio enfermó parece que todo el mundo tiene conversaciones para mejorar su salud. 18
-Creo que suele pasar. Cuando estamos impresionados por algún hecho que ha condicionado, cambiado, o a sido un shock en nuestra vida, de pronto encontramos que ese tema siempre había estado alrededor y no le habíamos prestado atención. De pronto todo se manifiesta en ese sentido. -Denny era muy buen tío. No me hubiese separado de él nunca. Su enfermedad fue terrible. Hay enfermedades que no perdonan, son una devastación. Supongo que nadie se merece algo así, pero él era tan... sincero. Desde luego, él no lo merecía, eso lo tengo claro. -¿Murió? -Tal vez te parezca ridículo lo que te voy a decir, pero nadie sabe por lo que he pasado. No, no se muere de celos, esa era su terrible enfermedad. Cuando se lo digo a la gente, se ríen, pero no es una broma, o nos separábamos o cometería una locura. Nadie se lo toma con la seriedad que tiene, el siquiatra me previno contra eso. En una ocasión me encerró en una habitación durante un fin de semana, sin comer ni beber. Un horror, pero ya no era él. -¿Te buscará? -preguntó Lenoud preocupado. -No lo creo, pero no podría encontrarme. No pienso ponérselo tan fácil. Pero, no, no creo. -Tu madre me ha llamado -dijo Loora en ese momento-. ¿No le dijiste que venías? -No, llevamos muchos años sin hablarnos, desde la muerte de mi padre. Y no le gustó que no volviera a España cuando terminé la carrera. Pero ya nos llevábamos mal de antes. Nunca nos entendimos, tiene un carácter difícil. Cree que tengo que hacer lo que ella diga, como si le perteneciera. Anne-Marie no había visto ni hablado con su madre durante años, no había sido fácil al principio, pero más tarde, había llegado a la conclusión de que era una cosa bastante normal y extendida entre las chicas de su edad. Conocía otras chicas que estaban en la misma situación, o aún conservando un hilo de comunicación, dejaban de visitar a su familia y desafiaban la autoridad de sus madres haciendo todo lo contrario de lo que le pedían. Tampoco se dejaban visitar, y evitaban otro tipo de contactos derivado de fallecimientos o enfermedades, que de alguna forma, más o menos sórdida, también evitaban. Loora no creía que fuera tan exacto, el el dibujo que su amiga hacía de ese tipo de situaciones, pero los tres se preguntaban, cómo la señora Margaret Restles, había averiguado que su hija volvía de su aventura, y dónde se iba a instalar. Era un amor raro, el que dispensaban a sus familias a aquellas estudiantes -una minoría tal vez, pero imposible de cuantificar curso a curso- al menos las que eludían volver a sus pueblos a llevar vidas tradicionales. Posiblemente, les hubiera gustado que no fuera así, pero después de ver todo lo que el mundo les ofrecía y aprender un nuevo idioma, volver para organizar una herencia rural, frente a la idea de ir de la mano de un marido elegido por sus padres y casadas en una gran boda popular, a nadie le podía parecer tan extraño su decisión de mantenerse lejos de su destino. Había otros casos en los que sencillamente cogían un piso de estudiantes en la capital, o se dedicaban a viajar durante años, sin pensar en nada más que el momento del presente que vivían. Y tal vez era por conocer otros casos parecidos al suyo, por lo que Anne-Marie no se sentía tan extraña, pero era por su relación personal de desencuentro con el carácter de su madre, por lo que no deseaba ni volver a verla. Loora estaba segura de nunca había pensado en que su madre había envejecido, que podía estar enferma y necesitarla, pero eso no era más que una especulación sentimentalmente construida. Los tres decidieron dar un giro a la conversación y hablar de como había ido el viaje. Lanoud la ayudó con las maletas y la llevaron a su habitación para que pudiera ponerse cómoda. Se sentaron un momento en la cama y en una silla mientras ella iba llenado el armario, sin dejar de hablar. Lanoud quería ocupar secundario y guardó silencio mientras las dos amigas recuperaban aquella estrecha comunicación de otro tiempo. Simplemente se dedicaba a mirarlas, quizás las estaba estudiando, o intentando comprender aquella relación tan estrecha, de cualquier modo, su discreción parecía lo mejor en tal situación, hasta el punto que se levantó decidido a volver a sus asuntos. Su mirada se encontró con la de Loora que apenas lo tuvo en cuenta, aunque le hizo un gesto que indicaba que iba 19
a salir de la habitación, ella no respondió. Tuvo la impresión de que empezaba a estar de más, la escena del reencuentro le correspondía sólo a ellas, y tendrían tantas cosas que contarse en las que él no tenía nada que ver que se hubiese sentido violento por perder la atención de su mujer. Tal vez exageraba, pero cada segundo le parecía precioso si estaba en su pensamiento. En la cocina estuvo mirando por la ventana, encogido de hombros, contrariado, secando unos cubiertos. Al día siguiente, sin que nadie pudiera saber como había conseguido aquella dirección, ni cómo había averiguado que su hija ya había llegado, Margaret Restles se presentó a primera hora de la mañana, perfectamente arreglada y con cara de no aceptar disculpas. Anne-Marie se preguntaba cómo iba a ser su reencuentro, pero no tuvo mucho tiempo para ello, porque vio a su madre desde la ventana y bajó corriendo. Tal vez intentó limitarse a la corrección, pero cuando estuvo delante de ella, sin poder evitarlo, los ojos se le llenaron de lágrimas y la abrazó. Ya no podía seguir juzgándola ni confiar en su memoria para asumir que había gente que nunca cambiaba, sobre todo si consideraba que había sido ella la que la había buscado y, por lo tanto, enterrando el hacha de guerra. Parecía feliz de verla y tenía un aspecto estupendo, se veía que se cuidaba a pesar de su viudedad, porque tal y como ella veía a las viudas de su edad, encanecían pronto, llevaban vestidos grises y hasta le daba la impresión de que respiraban con dificultad. En esa ocasión, después de decidir dar un paseo y contarse sus cosas, Marie se preguntaba que enseñanza, a las que nunca había podido renunciar, le había inculcado su madre para tener que apreciarla a pesar de todos los quebraderos de cabeza que le había dado. A media tarde debía coger el tren de cercanías para volver a su piso en el extrarradio, así que intentaba organizar su visita lo mejor posible y convencer a su hija de que comieran juntas, pero Marie le dijo que no podría pasar tanto tiempo con ella, porque por la tarde tenía que hacer algunas cosas que no podía posponer, y no especificó cuales. -¿Tienes que hacer cosas? -repitió su madre con desconfianza. -Sí, cosas, respondió ella. Los conflictos familiares en familias muy numerosas no le eran extraños a ninguna de las dos. En esos casos solían entrar problemas de herencias, de necesidades no cubiertas, de hijos preferidos y otros rechazados, celos, y cosas por el estilo, sin embargo, no dejaba de ser increíble, que en su caso, cuando tanto deberían necesitarse las dos, que adoptaran posiciones tan firmes y que su comunicación fuera tan difícil -La verdad es que, aún sin tener en cuenta todo mi odioso carácter, nunca hemos tenido mucha suerte en recuperarnos por completo de nuestros desencuentros -se sinceró Margaret, asumiendo una parte de la culpa. Y mientras lo decía, adoptaba un aire digno que le daba un aspecto de señora muy sana y amable-. Lo que siempre me ha pasado y que muchos no entienden, es que yo he sido educada para mantener mis posiciones, y ya dudo de que eso sea bueno. Por supuesto, una confesión como esa, tuvo un a reacción inmediata y Marie le puso la mano sobre el hombro .intentando conciliar -No tienes que decir eso ni renunciar a tu forma de ser. Cada persona es como es. Todo el mundo mantiene sus posiciones frente a las diferencias -respondió Marie. Los jóvenes no parecen darse cuenta en estos casos, tal vez hay que explicarles las cosas con claridad y ella no lo iba a hacer, pero era posible que, debido a su precaria salud, Margaret necesitara de sus cuidados en un periodo más o menos corto de tiempo. Supuestamente, en su cabeza no podía haber otra cosa que buscarse un lugar en medio de aquella sociedad competitiva que de nuevo, se le plantaba delante para exigirle todo su esfuerzo, y eso no dejaba mucho sitio a otras preocupaciones. Aún así, de pronto, preguntó. -¿Te encuentras bien? ¿Cómo se llamaba aquel médico que te hacía las revisiones? ¿Sigues con él? -Doctor Merling. Es muy bueno, tiene mucha paciencia conmigo. -Pero, ¿estás bien? -Bueno, más o menos. Pero con mi edad, es cuestión de tiempo. La vejez no perdona ya sabes. De 20
momento me voy arreglando -se ponía triste al hablar de la inminente vejez. La mayor parte de lo que podía imaginar en un momento así, sucedería sin excusas en los próximos años, pero nadie podía asegurarlo. Claro estaba, que dejar volar la imaginación en asuntos que animaban al pesimismo no parecía un acierto, y por eso, ya en el pasado le había funcionado bastante bien, “no cruzar los puentes, antes de llegar a ellos” era lo mejor. Nada iba a seguir como era indefinidamente, pero no quería animar a un malentendido. -Sé que no vas ni a contemplar mi ofrecimiento, pero quiero que sepas que puedes venir a casa cuando quieras -le dijo Margaret, y sonó como si en realidad no le importara. -¿Seguro que querrías que eso sucediera? -¿Quién crees que soy? ¡Un monstruo! ¡Soy tu madre! -Perdona, sabes que te quiero a pesar de nuestras diferencias. ¿Sabes? Recuerdo con frecuencia cuando era una niña del preescolar y me vestías y me peinabas como a una princesa y me llevabas al colegio sin soltarme la mano ni un segundo. Es algo que tengo asociado con la felicidad de mi infancia, y te lo debo a tiAlgo más tarde, después de mediodía, Marie volvió a la casa con cara de cansancio. Loora le preguntó como había ido todo y su respuesta fue, “es odiosa, no la soporto”. En ocasiones, Lanoud quería salir de casa y dar paseo acompañado de Loora, se trataba de un ritual de comprensión y acompañamiento que sólo dos personas profundamente conectadas podían entender y llevar a cabo, además estaba lo de rodar con el renault por lugares desconocidos, pero eso era lo de menos. Unos días después de la llegada de Anne-Marie hicieron esos planes. Podían salir temprano y volver a mediodía con tiempo suficiente para hacer la comida, en estos paseos las urgencias de lo cotidiano desaparecían, y podía volver, habiendo disfrutado del paseo sin haber cruzado una palabra, no era necesario. Sin embargo, en ese caso, Loora estaba especialmente locuaz y no dejó de hablar un minuto desde que subieron al coche. A veces se planteaba como iba su vida y le gustaba compartirlo con Lenoud, que por su parte se mostraba agradado de que fuera tan sincera. Estaba seguro de que no necesitaba de su aprobación para actuar con la prudencia que lo hacía, sobre todo cuando tenía que ver con decisiones importantes, en las que le daba su punto de vista, aunque hubiese resuelto sus movimientos de antemano. Los dos pensaban que les venían muy bien aquellas conversaciones, que les servían de terapia inspirados por el viejo renault del padre de Loora, como si su espíritu también les ayudara a recapacitar sobre la marcha de sus cosas, si bien, su conexión también se producía en otros lugares en los que podían desarrollar el mismo tipo de aislamiento e intimidad que en un coche. Esa forma de hacer las cosas les daba la oportunidad de poder expresarse y abordar los temas más difíciles y los retos más inesperados con la ingenuidad de un niño. -Cuando te veo ahí sentado a mi lado, me recuerdas a mi padre y las excursiones que hacíamos juntos. Siempre me aconsejaba bien -dijo Loora con aspecto decidido. A Lenoud no le hubiese sorprendido que entrasen en el terreno de las confidencias, como sin duda iba a suceder. -Pero nunca podré serlo, el ya nunca volverá a estar con nosotros. -Pero te pareces a él. Eso es una tranquilidad para mi. Ha sido una suerte haberte encontrado, me hubiese pasado la vida buscándote. No puedes evitar que yo te vea así. ¿Te molesta? -Claro que no. Todos los hombres somos él, en cierto modo -Después de decir eso, casi inmediatamente, creyó que no era en absoluto así, porque la mayoría de los hombres carecían de sus virtudes, y eso era lo que ella quería decir-. De cualquier forma, en mi caso es más sencillo, me conformo con que me saques a dar un paseo de vez en cuando. Sólo me dejo llevar. -Dejemos eso, te pones muy empalagoso. Hablemos de Marie. -¿Ha sucedido algo? -¿No te parece que es una persona triste hasta parecer rara? -dijo como si lo acabara de descubrir-. Antes no era así. -No te puedo decir. No la conozco lo suficiente. Hace comentarios crueles acerca de su madre, me 21
pone los vellos como escarpias, y me crea un gran desasosiego que hable así de su propia madre. -¿Así cómo? -La desautoriza con insultos que nunca le había escuchado, se ha vuelto soez, no me gusta que hable así. -Es posible que tenga algo dentro que no es capaz de dejar salir; le pasa a mucha gente. Tal vez ya sea un poco tarde para eso, o para pedirle que cambie. No es ninguna niña en viaje de estudios -Lenoud la miraba y no se había movido ni parpadeado mientras hablaba-. Conduce despacio por esta parte, hay gravilla y si frenas no se detendrá inmediatamente. -¿La oyes cantar por la noche? -Sabes que duermo como un tronco. -Canturrea un estribillo repetitivo como si estuviera haciendo algo que le gusta, dibujar, o bordar, o echarse cremas, no sé, ¿cuándo duerme? -La noche es muy larga, hay tiempo para todo. No pasará toda la noche cantando. -No, claro. -Te está montando un lío. -No hay ningún lío. Sólo quería compartirlo contigo. Es algo que he observado. No es la misma persona que yo conocí, sólo eso. ¿Te parece elegante? -dudó y dio por hecho su respuesta añadiendo- ¿Más que yo? -No. En sus más íntimos deseos, Loora intentaba justificar lo que no le gustaba de su amiga, después de todo, eso es lo que se hace con los amigos. Tampoco ella había actuado con total ingenuidad al escrutar cada uno de sus movimientos, no se había tratado de un análisis del todo inocente. No le parecía bien que se comportara como una niña modosita o una víctima y, al mismo tiempo, dijera cosas tan crueles de la gente que había apartado de su vida. Sin duda, llegarían nuevas revelaciones de su difícil carácter, al ir conociéndose en su nueva etapa, descubrirían la una de la otra que no eran como el recuerdo que guardaban de los buenos tiempos. Le propusieron salir los tres juntos a cenar a un restaurante, porque creyeron que sería suficiente para ir congeniando y creando un ambiente propicio a la convivencia, pero también porque era algo que no hacían hacía mucho tiempo y que no le gustaba hacer los dos solos. Tal vez se debiera a que Lanoud decía que no le gustaba ir a esos sitios como la parejita perfecta, o los eternos enamorados, Loora no sabía muy bien, pero acompañados de algunos amigos, esa presión parecía desaparecer y componer la falta de confianza en si mismo de su marido. -A veces creo que te avergüenzas de mi -le dijo ella. -No es eso, me gusta estar contigo. Es de lo que más me gusta, pero veo tantas parejas aburridas, intentando cenar en restaurantes caros, sin tener que decirse y sin poder evitar que todo el mundo se dé cuenta, que temo que eso nos suceda. -¿Crees que nuestra relación es débil? ¿Crees que debemos hacer cambios? -Somos dos personas adultas y responsables de nuestras cosas. Nos parecemos y no somos el impedimento de los sueños del otro, al contrario. Eso es estupendo. Me gusta mis rutinas. No más cambios, por favor -Loora se echó a reír como si le hubiesen complacido sus respuestas, pero él noto que era una risa forzada, como la que ponía cuando quería ser condescendiente pero sin el convencimiento necesario. Tal vez todo el mundo se afana en llevar una vida más o menos normal, pero Anne-Marie no había tenido hijos y eso lo cambiaba todo. Lo había intentado con su pareja, pero también con otros hombres: él nunca lo supo, pero su desconfianza lo consumía por dentro. Había ido al médico y el diagnóstico había sido claro, era una mujer joven y fecunda, y entonces terminó de entender las inseguridades de su pareja y sus reacciones violentas. Nadie más conocía esa parte de su inseguridad más íntima, hasta que aquella noche se lo confesó a su amiga. No le pidió que no se lo contara a Lanoud, confiaba en su discreción, pero sabía que para una mujer era difícil mantener secretos con su 22
pareja. Posiblemente se había precipitado al juzgarla por sus cambios de humor, la dureza de su corazón y sus intransigencias con aquellos que más quería, sobre todo porque no siempre había sido así y tenía que existir un motivo doloroso para ese cambio. Cuando se sentaron para cenar, aún se podían ver las señales en sus ojos porque se había pasado la tarde llorando. No era la mejor ocasión para una cena de confraternidad, pero el camarero acudió enseguida y evitó que Anne dijera que se encontraba indispuesta y saliera huyendo. Anne fue la última en entrar en el comedor, estaba radiante. No se sentía como una invitada, al contrario, sólo una chica que se creía el centro de la fiesta, se habría puesto unos jeans tan apretados que apenas podían contener su trasero y su cintura y que le producían dificultad para respirar. Intentaba recuperar el tono, se había lavado la cara con agua fría, pero sus ojos seguían pareciendo tristes. Llevaba anillos y pulseras y se había arreglado el pelo excesivamente, a ella le parecía que sólo había intentado arreglarse, pero Loora no dejaba de mirarla de reojo como si se sintiera en inferioridad; se había puesto el vestido más sencillo porque no quería entrar en el juego de las comparaciones, pero las dos eran inevitablemente, chicas guapas y aún jóvenes. Los tres entraron con discreción y se sentaron sin apenas hacer ruido. 2 El pescado de Cupido -¿Cómo os conocisteis? -preguntó Anne, a la que habían servido un pescado con limón y patatas en aceite de oliva. -Fue la primera mujer que conocí que ponía un coche pequeño a doscientos kilómetros por hora, y se encendía un pitillo mientras yo me apretaba contra el asiento convencido de que íbamos a despegar -Lanoud se echó a reír mientras veía a su mujer y preguntó-. ¿Y tú, cómo la conociste? -Ya sabes que estudiamos juntas , en bachiller teníamos los pupitres uno al lado de la otra, pero creo que donde empezamos a hacernos amigas fue en el coro. Era un colegio de monjas, sí. -¡Vaya, eso no lo sabía yo! ¡Qué calladito te lo tenías! -Dijo Lanoud dirigiéndose a su mujer, a la que no le gustó su comentario y le echó una mirada de desaprobación. -No éramos precisamente un ejemplo para la profesora. El curso de final de carrera en el extranjero fue inspirador y nos unió mucho. Nos hizo mucho bien -Anne hablaba dirigiéndose a los dos, como si Loora no conociera ya como había sido, o como si esperara que la interrumpiera-. Decimos que si nuestras vidas se separaban y llegábamos a la madurez cargadas de hijos, volveríamos juntas -al hablar de los hijos que ninguna había tenido miró al plato y comió en silencio. -Desde luego que entonces no parecía tan mala idea -añadió Loora-. Algún día haremos un viaje por Europa, una nueva aventura. -Incluso podría ir yo -dijo Lanoud que se sentía inconscientemente excluido de los planes. -Claro, por supuesto. No esperaba que te sintieras fuera de nuestros planes. ¿No es verdad Anne? -Sí, por supuesto. No pasaríamos por menos. Tomaron postre y café sin que la cena dispusiera muchas más novedades, pero había sido suficiente para que Lanoud tuviera en que pensar toda la noche. Ni siquiera sabía si hablaban en serio cuando lo hacían acerca de aquel viaje. El comedor se fue vaciando y pudieron ver con claridad la sorprendente arquitectura pasada de moda, adornada con viejos cuadros al óleo de casas en medio del campo; todo muy solitario. Al igual que Anne, ellos preferían los espacios más claros y modernos, pero la cena había resultado de los más agradable y conveniente. Nadie se quejó. Alguna vez, Anne iba a visitar a su madre al extrarradio. Cogía el tren de cercanías y se daba un 23
viaje de media hora para allí y otra de vuelta, que se planteaba como una excursión. Eso supuso un gran adelanto en sus relaciones, aunque las visitas eran cortas, frías y espaciadas. Intentaba que no fuera así, que resultara todo un poco más cálido o animado, pero no lo conseguía. La casa estaba igual que la recordaba, con las paredes cubiertas por papel pintado que la hacía parecer una taberna como las de algunas películas del oeste. Ya no conocía a nadie en aquel barrio, los viejos vecinos se habían mudado o se había muerto. “Los polluelos cuando cuando crecen huyen del nido”, le había dicho su madre en una ocasión en la que se le ocurrió hacer un comentario y preguntar por algunos de ellos. Finalmente, después de pequeñas conversaciones, casi prefería pasar un tiempo en el porche viendo a la los domingueros pasar a su paseo y a los corredores intentar superar su imagen corriendo en chandal, que escuchar sus lamentaciones por la soledad y los achaques; asentía mecánicamente, pero prefería no entrar en ese tipo de conversaciones tan deprimentes. Como conocía aquel lugar desde su infancia, era como una vuelta atrás en el tiempo, y lo intentaba pero sin conseguirlo del todo. Por su parte, Margaret hacía todo lo posible por parecer interesada en lo que tuviera que contarle, pero Anne no estaba muy habladora. El acercamiento resultó un intento de superar todas sus diferencias, pero ninguna de las dos se creía capaz de superar su propia concepción del mundo -y también, los viejos resentimientos, en los que Anne prefería no entrar-, aquello que las separaba tanto y las hacía tan diferentes, pero al menos les permitía posicionarse en una nueva forma, más abierta y comprensiva, de sus afectos. En una de esas visitas, su madre le dijo que le gustaría tener un nieto y le preguntó si creía que podría recomponer su vida hasta el extremo que la llevara a tener una familia. Tal vez intentó ser comprensiva y se limitó a decir lo que pensaba, pero aquello fue muy desagradable. Anne se sintió de nuevo juzgada; ese era el punto en el que habían empezado sus problemas. -No intentes organizar mi vida, sabes que no me gusta como haces las cosas, nunca voy a imitarte, no eres precisamente un modelo de felicidad -le respondió. -No te enfades. La vida es difícil para todos, sólo digo que un niño nos haría muy felices a las dos. Llenaría nuestras vidas, en mi caso, estoy segura de que lo haría aunque lo viera de tarde en tarde. Sería todo lo que una mujer puede desear a mi edad, un nieto. Pero, no te preocupes, no me voy a volver pesada al respecto. -Ya me conoces y no me enfado. A veces, hay cosas que nos morimos por hacer, pero no encontramos el momento o no queremos ponernos en situación, no es tan difícil de entender. Somos personas muy diferentes, tú ya lo sabes. Al morir su padre, había vuelto en cuanto había podido, cogió un avión y regresó en cuanto pudo organizarse, pero Margaret había tenido tanta prisa que no le diera tiempo a llegar para el entierro. Algún tiempo después, en una ocasión en que Loora se ausentó, Anne y Lanoud hablaron paseando hasta la estación de tren. Era un paseo que él y Loora solían hacer porque la estación no quedaba muy lejos y tenía una estupenda cafetería. Anne había empezado a plantearse lo que sus amigos pensarían de su situación y empezaba a dudar de si aprobaban que su estancia se alargara, pero lo cierto es que no encontraba trabajo y la posibilidad de un cambio aún no estaba en el horizonte. A las diez de la mañana, Lanoud se había arreglado y después de desayunar la invitó a acompañarlo en su paseo; ella aceptó. Normalmente, el paseo incluía un paso ligero pero no demasiado, y un café como recompensa por el ejercicio, y así se lo hizo saber como si se tratara de una gracia. Mantuvieron una conversación variada, pero ella quiso dejar claro que se sentía preocupada por alargar tanto su estancia, Eso fue lo primero que planteó y se lo soltó sin remilgos, a lo que él contestó que no debía preocuparse, que comprendían su estado. Lanoud ya no era tan joven y demostraba una gran madurez en sus análisis, planteamientos y conclusiones. -Dime una cosa. ¿Yo te parezco una persona feliz? La mayoría de la gente intenta ser feliz, sobre todo cuando tiene una vida por delante que plantearse -le preguntó Anne por sorpresa. -Es una pregunta difícil y que no esperaba. Recuerdo que me preocupaba tener una vida feliz, pero era incapaz de discernir los pasos que debía dar para crear las bases que lo posibilitaran. ¿Por qué me 24
lo preguntas? -Supongo que no debería sorprenderme de veros tan enamorados. Me gusta veros así y me dais una sensación de tranquilidad. Me ayuda rodearme de gente con planes y haciendo equipo por conseguir sus metas. Ya tuve bastante de conflictos. Necesito una tregua. -Al principio de nuestra relación, Loor y yo, vivimos un momento de locura enomoradiza, creímos que podríamos con cualquier cosa que se nos pusiera por delante, y fue el momento en que hicimos las cosas más extrañas, los viajes más largos, los mayores esfuerzos y tuvimos las aventuras más arriesgadas. No era un experimento, se trataba de algo totalmente espontáneo, de buena fe por ambas partes. Al intentar llevar una vida corriente y normalizada, creo que a los dos nos entró una gran pereza y ella volvió a trabajar en el bazar de su tío. Yo busqué algo que tuviera que ver con las reparaciones de todo tipo, creo que soy un manitas, como se suele decir. El caso es que nuestra vida se volvió lenta, sin grandes sorpresas y, sobre todo cómoda, una situación aceptable para los dos. A veces pienso que es anodina y que a Anne no la hace feliz, pero parece que es lo más conveniente. -¿No os planteáis tener un hijo? Mi madre me está presionando porque dice que quiere un nieto y no sé. Yo ya no sé si lo deseo. -Creo que a Loora, por algún motivo que desconozco no le interesa. Las mujeres de mi vida, siempre han querido sentirse libres. Y como yo tampoco demuestro demasiado interés... Tal vez cuando nuestra situación lo necesite. -Creo que no te quiere compartir. ¿Sabes que hay mujeres que sienten celos del amor que sus hijos le demuestran a su pareja? Creo que Loora y yo somos mujeres diferentes al resto, al menos no nos obsesionamos con eso ahora, aunque en otro tiempo lo hayamos hecho. Moriremos jóvenes. -No digas eso. Ella tiene sus motivos. No me los cuenta, pero creo sus argumentos cuando habla de las mueres que viven para sus hijos y se olvidan de ellas mismas. La creo cuando suspira profundamente cogiéndome la mano para que nos sentemos en la playa con el sol de media tarde. No todo el mundo tiene la misma forma de ver las cosas, pero eso no quiere decir que no respeta las formas tradicionales que la mayoría asume. ¿La felicidad? ¿Quién puede entenderla? Tú volverás a amar, y verás que las ilusiones vuelven, te llenarán de expectativas y planes. Esos son los mejores momentos. Loora pasaba mucho tiempo en su habitación haciendo yoga o leyendo, pero eso no era nada nuevo. Solía comprometer a su marido para quedar después del trabajo y salir a algún acontecimiento social, como conferencias, mítines políticos o el teatro gratuito en la sala del ayuntamiento. Pero, salvo ocasiones en las que él se sientía especialmente motivado, acaban vagabundeando entre músicos callejeros y compradores de rebajas en un centro comercial. De alguna manera que nadie llega a comprender, se las arreglaba para convencerla de que sus planes no eran la mejor elección para relajarse o desentenderse del estrés, que últimamente tanto le preocupaba. Lo que no deseaba confesar era que en otro tiempo había tenido un novio que primero lo había sido de Anne-Marie. No lo consideraba necesario, ni relevante, y si Anne había tenido un fracaso sentimental, a ella le había pasado primero, y nadie se moría por un desengaño. No le gustaba la forma sofisticada en la que le hablaba de ella, como si se apiadara de su situación, pero con elegancia. Todo le parecía más sencillo y menos intencionado. Ya bastante difícil era asumir que aquellos años en el extranjero le habían sentado de miedo y que tenía un estilo difícil de igualar. La copiaba inconscientemente y que eso no le gustaba. La miraba de arriba a abajo analizando su forma de combinar la ropa o el maquillaje, le encantaban sus zapatos y empezaba a sentir que deslucía a su lado. Pero peor todavía era descubrir que Lanoud la miraba largamente sin pudor, y, aunque no creía que pudiera dejarse llevar por sus instintos, arrojarse al desenfreno de la traición o, huir con su mejor amiga, empezaba a obsesionarse con extrañas ideas. Aquel día, cuando volvió a casa con Anne subió a la habitación y Loora estaba sentada en la cama, oscurecía. -La peor hora del día es aquella en la que intento conciliar el sueño. En ese momento se aparecen mis fantasmas. ¿A ti no te pasa? -le preguntó a su marido mientras aparcaba delante del centro 25
comercial. -¿Qué tipo de fantasmas? -Yo recuerdo a mi abuela y su enfermedad. La viví muy cerca y pedía ayuda sin que nadie pudiese hacer mucho más que darle calmantes. Se fue consumiendo cada día, y esa visión no la puedo alejar de mi. Me aterra pensar que tu puedas ponerte enfermo. -Eso debe ser como los militares que vuelven de una guerra en un país alejado, y pasan por escenas terribles de compañeros muertos, o los que tienen las tripas fuera y les piden ayuda y no pueden hacer nada por ellos. ¿Te refieres a algo así? Lo vi en una película -dijo Lanoud con una simpleza que lo distraía de la importancia del hecho real que causaba un dolor también real-. Pero una película es una película, claro está. -Sí, claro. Nada que ver. -¿Por qué te empeñas en parecer tan simple? Yo sé que no lo eres. Antes no eras así, te estás volviendo un egoísta. ¿Ya no te satisface compartir tus ideas conmigo? -Sonaba ronca y profunda, intentando poner en claro que no hablaba por hablar. En su afán por demostrar que no estaba precisamente feliz, se levantó y le dio la espalda. Estaban frente a una cafetería, dudando si entrar. -Hay gente que no pude expresarse siempre con la libertad que desearían, yo soy una de esas personas. Deberíamos estar viviendo un momento de cambio, pero no somos capaces. Tanto tú como yo, nos aferramos a nuestros hábitos. -Pero por Dios, no me vengas con esas, sabes perfectamente que no encontramos lo que buscábamos -ella lo mira enfadada, golpeando su pierna con el puño cerrado-. No sé si te ofrezco todo lo que esperabas de mi -en ese punto, tal vez ella esperaba la reprocidad de una pregunta parecida, pero él no la hizo. -Intento ofrecerte toda la seguridad que necesitas. Todo irá bien, ya lo verás. 3 El cuello del rey No podía estar de acuerdo con su marido en todo, pero intentaba conciliar las diferencias. Aunque eso no significaba nada e intentaba convencerse de que no temía una ruptura inesperada, él no era de ese tipo de hombres que que tienen un trasfondo tan doloroso. Sacó unas fotos que guardaba de ella y Anne en su tiempo de estudiantes, y le pareció que estaba viendo a otras personas. “La gente cambia, los años nos convierten en desconocidos”, dijo rozando las dos figuras con sus dedos. No había dejado de engordar en todo el tiempo que pasara allí y parecía una jugadora de rugby o algo peor. Aquella ansiedad por la comida había desaparecido cuando había dejado de estudiar. Aquello explicaba en parte el recuerdo tan desastroso que tenía de sí misma, y como había enaltecido la figura de Anne-Marie, a la que ya no podía ver con los mismos ojos. Poco después de su regreso, Anne le había escrito y le había dicho que había empezado a trabajar en una tienda de ropa de moda, que le gustaba salir de la disciplina de los estudios, que la trataban bien y estaba muy a gusto con sus nuevos amigos, pero lo más determinante de aquella carta era la confesión de que no tenía pensado volver, según sus mismas palabras, en la vida. Estaban en una etapa de reinicio, cada una a miles de kilómetros de la otra, y sus vidas se separaron, pensaron que lo mejor que podían hacer era apagar su amistad, y debieron de pensarlo a la vez, porque las dos se dejaron de escribir. Aquello ocurrió de una forma tan natural como años más tarde se reencontraron, aunque tantos años a sus espaldas parecían haber superado sus tristezas adolescentes y todo resultó mucho más grato. Pasó algún tiempo y Anne comezó a salir con un chico, parecían muy compenetrados y reían al 26
unisono las bromas que uno y otro sugerían; desde luego, si no era la felicidad se le parecía mucho. El tipo era mayor que ella y se llamaba Ernesto, el nombre que había sido de su padre y de su abuelo, y que parecía configurar la historia de la familia con la misma fuerza que la R y la T que lo sostenían. En la primera cita pusieron las condiciones para su relación, nada de prisas ni grandes esperanzas. Unos días después lo discutieron de nuevo, y Anne lo corrigió, estableció que no tenía nada de malo tener esperanzas, y lo cambiaron, por, nada de prisas ni documentos firmados. Nadie sabía si eran los mejores cimientos para una obra que deseaba perdurar desde el primer momento, y cuando se lo comentó a Loora, le contestó que estaba bien, pero que ella hubiese dicho, nada de prisas ni amores sin sonrisa, y las dos se rieron. En una ocasión en que iba a salir a cenar con su nuevo amigo, le pidió a Loora un vestido prestado que no se pudiera porque tenían la misma talla y quería ir guapa; eso es una de esas cosas que consolida la amistad entra las chicas. Loora le ofreció uno muy elegante, pero Anne le preguntó si no tenía otro en el que pudiese enseñar un poco más de carne y que no fuese tan formal, lo que no fue difícil de encontrar en su armario porque era verano y tenía algunos vestidos así de ligeros. El vestido se manchó durante la cena con un terrible manchurrón de salsa tártara, nunca le salió de todo y decidieron que era mejor deshacerse de él, a cambio, Anne le regaló un precioso colgante que Loora llevó durante días orgullosa de su amiga. Poco después de que Anne empezara a pasar las noches de los sábados en su habitación con su novio y que su relación empezara a consolidarse, Loora tuvo un aparatoso accidente con el Renault descapotable, a ella no le pasó nada, ni un rasguño, pero el coche quedó inservible. Durante un tiempo se dedicó a intentar entender la vida desplazándose en transporte público, y sobre todo, gastándose un dineral en taxis. -La vida es tan sucia, tan imperfecta, tan llena de dolor, de enfermedades y decepciones, que no sé si algo puede hacer que valga la pena -Dijo Loora Mientras Lanoud miraba un catálogo de coches. -Sólo era un coche -respondió él. -No lo digo sólo por el coche. La marcha de Anne no les pilló por sorpresa, era una mujer joven, dinámica y dispuesta a vivir una nueva relación que equilibrara su vida, al menos en eso no había renunciado a sus sueños. Por supuesto que volver a disponer de toda su casa y su intimidad era algo positivo, pero la relación entre ellos era más fría de lo que nunca habían imaginado que podía llegar a ser. Aún sin ser algo explícito, se adivinaba que su relación no iba bien. Fue en esos día de la mudanza de Anne, que Lanoud se empezó a sentir deprimido. No podía dejar de pensar en todo lo vivido durante aquel último año y como habían cambiado sus vidas. Loora ya no temblaba en sus brazos como antes, la notaba distante y algo que nunca había visto en ella, el resentimiento por como iban las cosas. No podía soportar aquella situación de silencio, así que también se encerró en si mismo y dejó de preguntarle que le pasaba. Viendo a las dos amigas, ya no dudaba de que la felicidad de una pudiese ser la desgracia de la otra, y lo que era peor, empezaba a sospechar que lo culpaba de la marcha de Anne, lo que era una completa locura, desde luego. Después de un tiempo, la casa parecía haber perdido una parte de su alegría; algo parecido pasa con las casas sin niños, aunque Anne no era tan ruidosa y su ausencia menos determinante. Cambiaron radicalmente de costumbres y ni siquiera terminaron comprando otro coche. No guardaban los horarios de comidas, no quedaban juntos para sus paseos y no les apetecía salir a cenar o a un pub de moda. Durante un tiempo, Lanoud bajó al río y se quedaba hasta el ocaso para ver a los bañistas recoger sus cosas y salir para sus casas, pero no se encontraba bien. Creyó haber perdido por completo su espíritu intrépido y descubridor, ya nunca se aventuraba en calles desconocidas o por pistas rurales a horas inesperadas. En ese tiempo dejó de percibir su prestación por desempleo y se sentía más inseguro que nunca. Convenció a su madre para que le mandara dinero y que se lo ingresara en su cuenta en el banco, pero sabía que esa cantidad se acabaría en un tiempo y necesitaba encontrar un trabajo de toda urgencia, lo que sucedió con rapidez y lo tranquilizó moderadamente. Pero a pesar de los cambios que intentaban, el milagro y que todo mejorase, la inspiración y el entusiasmo del pasado parecían haberse ido para siempre. 27
La tarde que discutieron, ambos llegaron a casa envueltos en sus propios pensamientos. Estaban intranquilos y un relámpago de tensión atravesó el salón mientras se miraban de soslayo. Apenas se les oía respirar y aquel silencio anunciaba la tormenta, los dos lo sabían. Lanoud fue el primero en mirarla de frente y sentarse a dos metros de ella que veía por la ventana, después se dio la vuelta y sus ojos se encontraron por un momento, pero siguieron en silencio. Sencillamente se medían, sopesaban si el otro estaba más enfadado que ellos mismos. Cualquiera se hubiera dado cuenta que había algo presente que venía de antes, algún tipo de tensión acumulada propia de las parejas que no se dicen abiertamente la verdad de lo que piensan y los a llevado a una situación de desconfianza. Lanoud no era en absoluto el tipo de hombres que funcionaba bien bajo presión, y aquel silencio que ya duraba demasiado, empezaba a ser la cosa más insoportable. Durante los minutos que duró aquel encuentro, fue mucho peor aquel instante sin aire que todo lo que habría de venir a continuación. No sería posible adivinar lo que tenían en la cabeza sólo con verlos, pero una idea sobresalía sobre otras, algo estaba a punto de suceder que ninguno de los dos hubiese imaginado tan sólo un mes antes. Lanoud se retiró ligeramente esperando la inevitable cascada de reproches, pero no sucedió. Parecía una situación fuera de control, o al menos a él se lo parecía. Pero no eran extraños, tal vez se trataba de una forma de conversar sin decir una palabra,la continuación de una conversación que se venía sucediendo los últimos días. Ella entonces dijo las palabras mágicas “esto ya no funciona, sería bueno que lo reconociéramos”. Posiblemente pensaron en decirse muchas cosas, esa tormenta sucedió, aunque en silencio. El preguntó ¿por qué?, ella respondió que era una situación de hechos consumados, con lo que quisiera decir con eso. No hubiese hecho falta que interviniera un árbitro, no entre ellos. La última vez que se vieron, Lanoud estaba paseando por un barrio de mala nota y ella bajó de un taxi para hablar con él; ya no lo quería pero deseaba quedar como su amiga. Hacía un sol insoportable y el llevaba una chaqueta sobre el hombro con la que no sabía que hacer, de buena gana la hubiese tirado a una papelera. Atravesaba aquel barrio a mediodía sin un destino aparente, pero àra hacer aquello tenía que tener buenas razones. Lo interceptó abalanzándose sobre él y dándole un beso, parecía contenta. Aquel descaro para él dejaba claro que ya no quedaba nada de emoción en aquel saludo. Pese a todo, le gustó sentir su abrazo y que no hubiese decidido escabullirse como una delincuente que no desea viejos compromisos. No había llegado con pinturas de guerra o haciendo tocar en su instrumento una desaforada cornetada de todos al ataque, no tenía aspecto de haber tomado la decisión de saludarlo para exhibir su cinismo o hacerle preguntas capciosas, sólo se trataba de un acto de amistad por los viejos tiempos. Algunos chicos pasaban y le hacían gestos a Lanoud como si lo conocieran, y uno de ellos señaló que lo vería más tarde en un bar, y pasó de largo. Una mujer lo buscaba y lo encontró con sólo mirar al otro lado de la calle, él permanecía ajeno a todo menos a su reencuentro. Aquella mujer prefirió dar un rodeo hasta el paso de peatones en lugar de cruzar allí mismo, y producir un caos circulatorio; esto lo digo porque apenas llevaba una camiseta de asas muy apretada sobre unos enormes pechos sin sujetador y un pantalón incapaz de comprimir aducadamente sus desbordantes glúteos. Se puso entre la expareja buscando molestar lo más posible, besando a Lanoud en los labios, sin mayor problema e ignorando a Loora mientra se aferraba a él como un pulpo. -¿Quién es ésta? -preguntó mirándola al fin, no sin cierto desprecio. -Una vieja amiga. -Supongo que los planes de hoy siguen en pie. Me ha costado mucho arreglarme, compré estos pantalones y no me sientan bien. -Claro -contestó Lanoud. -Yo ya me iba -dijo Loora-. Me he alegrado de verte. Se ve que estás en plena forma. -Lo mío me cuesta -añadió la chica que parecía ser su pareja, con retintín. Lanoud intentó hacer comprender a la chica, mientras Loora ya se alejaba, que no tenía que sentirse celosa de todas las chicas que lo saludaban. Un hombre bajó de un coche y los invitó a subir, 28
Lanoud no lo había visto llegar y estaba preocupado porque se les hacía tarde para llegar a una fiesta. Por lo visto alguien se casaba en unos días y lo iban a celebrar como solían hacerlo los jóvenes, es decir, sin medida, para no interferir en la parte de la boda más familiar. Hubo de todo en aquella celebración, un borracho con vomitona, bailes sexualmente subidos de tono, un amigo de la novia que pronunció un discurso que no tenía sentido, un amigo del novio que se erigió en maestro de ceremonias y se empeñó en casarlos allí mismo, y la novia exuberante de Lanoud que se puso romántica y casi lo desnuda allí mismo, entre unas cajas de cerveza. Si Loora lo hubiese visto, se hubiese preguntado, cómo había podido vivir con él tantos años sin conocerlo en absoluto. En el hospital central la hicieron esperar antes de que pudiera subir a ver a Anne, por fortuna, en ese mismo momento entraba su madre y pudo acompañarla. Margaret la miraba de arriba abajo, como si el recuerdo que tenía de ella no coincidiera con su imagen. Mientras subían en el ascensor no dejaba de ver descaradamente sus senos diminutos apretados por un top que le dejaba el ombligo al aire. La señora, por su parte, se había puesto una camisa estampada de seda, y sujetaba su bolso sobre el estómago como si temiera que se lo fueran a quitar. Era media tarde y una luz incompleta entraba en la habitación a través de la persiana que la cortaba, era la hora de la siesta y bebé dormía. -¿A qué no sabes quién a venido a visitarte? -le dijo su madre dejando paso a Loora que se puso al lado de la cama. -Siento no haber podido avisar que venía, fue una decisión repentina en cuanto me enteré. -Si, él me dijo que os habíais encontrado en la calle -completo Anne refiriéndose a su flamante marido, que por algún motivo, no se encontraba en el hospital-. ¡Cuántas vueltas da la vida! Es muy bueno, y la niña también, apenas llora. Puedes acercarte a verla. El soñoliento ambiento de una habitación de maternidad invitaba a ese tipo de conversaciones en las que todos se ponen de acuerdo acerca de las bondades de un bebé diminuto pero casi perfecto, feo pero con un parecido innegable con su padre. En lo que se refería a las preocupaciones sobre la salud de la madre, todo había salido conforme a lo esperado acerca de una mujer joven y fuerte, recuperándose con rapidez. -Mañana iremos para casa. Puedes visitarnos. Estaremos más cómodas para hablar. Hace mucho que no nos vemos. ¿Y Lanoud? -Ya no estamos juntos. Nada salió como esperamos. -Lo siento. Me gustaba para ti. -Ya, bueno, prefiero no hablar de eso. Lo importante es que tenía gana de verte, y la ocasión es mejor. No podía imaginar un momento más familiar para volverte a ver. Te veo feliz. -Creo que lo es. De momento la que estoy cambiando pañales soy yo -dijo Margaret como un reproche. Hacía mucho que no se veían, probablemente más de dos años, pero estaba igual de bonita, en eso nunca había podido competir con Anne, y ahora, tampoco en el resto. A Anne le hubiese gustado visitarla antes de aquel momento, era como si sintiera que se lo debía, lo cual, dadas las circunstancias resultaba un lamento inútil. Nuevas formas de vida se manifestaban que, en cierto modo, convertían en urgencia su deseo de, un día no muy lejano, tener la suerte de Anne. -A veces la vida te da cosas tan buenas que dan ganas de llorar -dijo Loora mientras le cogía la mano, y un momento antes de despedirse.
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El estar y el mundo
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1 El estar y el mundo Unos meses después de su retorno, Mariska Filder encontró el sosiego necesario para visitar a su hija. Hasta ese momento había estado viviendo sin residencia fija, en lugares que ni ella misma reconocería como capaces de albergar la vida humana. No le costó demasiado asumir que si iba a necesitar un lugar para vivir debía aceptar la herencia de aquella vieja tienda de embutidos abandonada y limpiarla en condiciones. No sabía si se trataba de una suerte o de una maldición, pero accedió a pagar lo que quedaba de deuda y se puso a sacar la basura, los muebles de cocina que se caían de las paredes, los libros y revistas viejas, la caca seca de gato y la cama con el colchón podrido. Después de mandar una carta a su madre avisando de su llegada, esperó un tiempo y recibió su contestación, todo estaba listo para que pudiera ver a su hija cuatro años después de dejarla a su cuidado para poder buscar trabajo en el extranjero. Y también encontró un trabajo al volver a España, esta vez más rápido que en Berlín -si bien se trataba de un trabajo de camarera en una cafetería y el sueldo era diminuto-. Decoró aquel bajo abierto como si fuera un acogedor apartamento, recién pintado y con alfombras nuevas. Estaba satisfecha de todo lo que había conseguido a pesar de la vida tan dura que había llevado, acababa de cumplir los cuarenta y no había tiempo para más aventuras. Su madre la animó a seguir en esa senda, a equilibrarse, vivir de un salario y llevar todos los días a su hija al colegio como hacían las mejores madres. La verdad es que hacía tiempo que necesitaba enfrentarse a ese reto, y se encontraba de sobra capacitada para llevarlo a cabo. Si hubiera más mujeres capaces de enfrentarse a sus fantasmas, el mundo sería un lugar más amable, se decía dispuesta a todo por sus nuevas y convincentes decisiones. La noche que se dirigió a la estación para llevar a su hija a su nuevo hogar, a cientos de kilómetros de allí, le dolió separarla de su abuela, pero nunca maduraría si no se responsabilizaba completamente se ella, y además, aquella era su nueva casa y debía volver a ella para crear un hogar. Nelly, su hija, había pensado en ella con frecuencia y se sintió muy desorientada al verla, pero la abrazó con fuerza, no la había visto desde que tenía tres años y ya estaba hecha una señorita. El interés de todo lo que le pasaba era creciente, y la confianza que depositó en su madre fue total. Aquella aceptación fue una sorpresa porque nadie podía saber en que grado la niña iba a sentirse tan próxima y entregada, y no tener que entrar en un proceso de recuperación de confianza, facilitó mucho las cosas. Mientras comenzaba su nueva vida, tuvo que pedir algunos permisos para poder estabilizar sus horarios, al dueño de la cafetería en la que trabajaba no le gustó pero aguantó porque estaba dispuesto a descontarle hasta el último euro por sus ausencias. Por fortuna, la reclamación de su finiquito en una empresa alemana fue aceptada y en unos días le llegó un cheque que unido a algo que había conseguido ahorrar la ayudó en esos difíciles momentos. La primera noche que durmieron en su nueva casa, no consiguió dormir pero por suerte la niña estaba tan cansada del viaje, que cayó como un tronco sin abrir un ojo hasta la mañana. Se pasó la noche velando el sueño de su hija, con la televisión encendida y sin volumen y leyendo revistas atrasadas del famoseo nacional; se trataba de revistas que ya no servían en la cafetería y debía haber tirado, pero que prefirió guardar para ponerse al día del país caótico en el que vivía, al menos eso lo sabía bien. Al día siguiente, a primera hora, dos testigos de Jehová llamaron al timbre y pretendieron involucrarla en sus cosas del más allá, por eso recordó que era domingo y no les dio mucha conversación, lo justo para decirles que no necesitaba propaganda, gente en la puerta, ni jehovitas ni vendedores. No pudo ser amable en ese caso, porque 31
se aferraban a la conversación como si ellos lo necesitaran más, y tuvo que cerrarles la puerta sin que hubiesen terminado una de sus exposiciones. Le había quedado claro, si quería salvarse tenía que formar parte de su congregación, secta, superstición, fanáticos de la tragedia, o lo que fueran. Los católicos le parecían aún peor, porque la presión la ejercían poniendo barreras a su poder social, a los que no eran como ellos, pero estaba segura de que saldrían adelante con su propio esfuerzo y sin ayuda divina. Llamó a su madre para decirle que había llegado bien, y ella le sugirió que fuera siempre educada con la gente que acudía a su puerta, si eran limpios y no tenían aspecto de querer hacerle daño; aquello no le pareció tan chocante viniendo de ella que le daba tanta importancia a la antigua educación del sistema confesional. Mariska y Nelly empezaron a pasar mucho tiempo juntas después del cole, la madre salía del trabajo para recogerla y estar todo el día compartiendo sus inquietudes. Tal vez intentaba recuperar el tiempo perdido, pero lo cierto es que la llevaba a todas partes, al mercado, al banco o a pagar la luz, todo era posible para una niña de siete años. Visitaron museos, el zoo y fueron al cine, y Mariska iba descubriendo que el mundo de su hija era maravilloso, su curiosidad, su forma de peinarse y atarse los cordones, todo le parecía artístico y delicado. Intentó olvidar gracias a esas atenciones, sus viejas agonías, sus propias exigencias y aspiraciones fallidas, y en parte consiguió un cierto sosiego porque su hija le ocupaba todos sus pensamientos. Quería darle forma a aquella nueva forma de vivir sin demoras, e inmediatamente empezó a planificar y llevar a cabo de forma mecánica, todas las tareas que posibilitaran sus necesidades, rutinas necesarias que tuvieran en cuenta que ahora era una familia. Y lo mejor de todo, que, a pesar del esfuerzo que suponía, después de unos meses decidió que le gustaba vivir así. Se relacionó con algunas vecinas que intentaban ayudarla, pero sabía que aquel no era un barrio fácil, o dicho de otra forma, no era un barrio orientado a ser disfrutado. Había conflictos, peleas, discusiones, gente que intentaba salir adelante con dificultades que no eran capaces de superar. Hizo un amigo entre sus compañeros de trabajo que la ayudó a mover algunos muebles para terminar de dejar aquel lugar a su gusto, y aunque no deseaba tener ninguna relación sentimental lo cierto es que llegaron a entenderse especialmente. Es posible que él albergara todo tipo de esperanzas sobre eso, y lo que no sería extraño, que lo estuviese dando a entender, pero ella no se daba por aludida. Carlo se llevaba bien con Nelly, bromeaba y le compraba cuentos del cerdito pirata, pero la niña no necesitaba un padre, o al menos eso pensaba Mariska Filder en aquel momento. Nada pasa desapercibido para el ojo anónimo del barrio, y sus idas y venidas empezaron a formar parte de aquel latir suburbano. En sus visitas, Carlo intentaba mostrase chistoso, porque decía que la gente necesitaba reír a pesar de sus dificultades, y así lo fue conociendo y descubriendo que era una persona sensible e interesado por el arte y sus manifestaciones más desconocidas, o eso le pareció, porque era capaz de encontrar representaciones humanas en las formas que el vino dejaba sobre el mantel o en las manchas de humedad de la pared del baño. Él le decía con frecuencia que quería viajar a la capital y le contaba sus espléndidas oportunidades, sin conseguir convencerla para que un día lo acompañara. Como Carlo le preguntó por el padre de Nelly, y no se trataba de ningún secreto, Mariska le reveló con toda confianza que había sido un marinero en aguas del atlántico norte, que su barco se había hundido en un fuerte temporal y que eso la hubiese convertido en viuda si hubiesen estado casados, pero que él ni siquiera sabía que estaba embarazada de Nelly el día que partiera para su último viaje. “Hay oficios de riesgo para los que hacen falta hombres de una madera especial”. Aquellos meses fueron tan rápidos que le daba vértigo convertir su vida en un circuito de formula uno, sobre todo porque aspiraba a todo lo contrario, a que sus días transcurrieran anodinos, eternizándose de puro aburrimiento y que, por fin, dejaran de pasar cosas. Carlo la visitaba con frecuencia y no dejaba de argumentar acerca de su tan deseado viaje. A falta de una idea mejor, ella terminaba por darle la razón, o al menos, por decir que todo era posible, que tal vez tuviera razón, que parecía una buena idea, pero que no sabía si estaba preparada para tanto, y que le gustaría acabar de pagar los muebles que había comprado a crédito, antes de pensar en un nuevo cambio. Y 32
también, por supuesto, por si Carlo no lo había pensado, a una niña de la edad de Nelly le hace falta una estabilidad, la seguridad que supone tener un domicilio fijo y ver que las cosas suceden sin sorpresas, dentro de una lógica y un plan para el futuro. Pero Carlo había visto un anuncio en un periódico en el que pedían vendedores a domicilio de una importante empresa de perfumería, y estaba seguro de que él podía responder al perfil del vendedor perfecto si se lo proponía. En aquella nueva vida con la que soñaba, podría conocer gente, dejar atrás algunos sinsabores y decepciones, abrirse a sus sueños y dejarse llevar por nuevas expectativas. Pensaba sinceramente que aquel viaje cambiaría su vida y que podría establecerse para siempre sin problemas económicos si se atrevía a dar aquel paso, pero también, para él parecía importante que alguien lo acompañara en su aventura, o para ser más precisos, que Mariska y Nelly fueran esas acompañantes que quería tener siempre a su lado. A cambio de sus reticencias, un día en que Mariska se sintió especialmente motivada por la ternura de su nuevo amigo, le ofreció ocupar una cama en una habitación que aún estaba sin acondicionar, si él estaba dispuesto a ayudarla con los gastos, y como Carlo no tenía más que mover un par de maletas, en poco tiempo limpiaron el lugar, pintaron y pusieron una cama. Se trasladó entusiasmado, pero al contrario de lo que ella pensó que sucedería, al cabo de un tiempo, Carlo volvió con su vieja canción de partir en busca de un lugar mejor donde poder vivir. Intentaron aliarse en una especie de trato de convivencia para nunca discutir por cosas pequeñas, ni por muy cansados que estuvieran después de su jornada laboral. Adoptaron una actitud tan positiva que nadie podía calcular lo que tenía de real y lo que tenía de falsedad, pero al menos eso les sirvió para vivir sin imponer sus preferencias. Después de hablar sobre ellos, y cuando ya empezaba a resultar aburrido, Carlo abandonó por un tiempo su propósito, o al menos renunció a la idea de intentar convencerla, y eso también ayudó a que la convivencia fuera más sosegada. Juntos acudían a exposiciones de pintura y fotografía, les gustaba ver los títeres en la calle peatonal y paseaban interminablemente por un parque de patos y barcas, pero los dos tenían claro que a pesar de esa vida tan comunicada que llevaba, lo sentimental estaba totalmente aparcado en otro nivel al que no podían asomarse por prudencia, o al menos ella así lo pensaba. Al cabo de un tiempo, Carlo conoció a un tipo que le quería vender un coche, y como tenía en mente lo de su viaje, se lo compró. Estaba hecho un asco, tenía agujeros de óxido en la chapa, las luces del salpicadero no encendían y las ruedas perdían aire, pero al menos encendía y fue muy barato. Aquel tipo había sido acusado varias veces de estafa, pero eso Carlo no le importó porque su idea era ir reparando por si mismo aquella vieja tartana. Cuando le cambió las ruedas y revisó los frenos, llevó a Nelly y a Mariska a dar una vuelta por los alrededores del polígono industrial que se veía a lo lejos. Fue muy divertido, pero después de que Mariska bajara la ventanilla, ya no fueron capaces de volver a subirla. Se empleó a fondo, sobre todo al principio, para intentar darle vida a aquella chatarra. Durante dos meses se llenó de una actividad incesante, entre el trabajo en la cafetería y las reparaciones del auto, por la noche dormía profundamente y apenas tenía tiempo para pensar en otra cosa, así que a Mariska le pareció bien, y lo dejó continuar así, a pesar de que le era de poca ayuda en la casa. En un momento, sin saber por qué, dejó de cambiarle cosas al coche, apenas se acercaba a él, y andaba por el bajo buscando un lugar para sentarse y pasar las horas medio adormilado. Intentaba ver libros de coches y reparaciones, pero lo cierto era que se sentía hastiado de la compra que había hecho y de sus propias limitaciones a la hora de intentar hacer funcionar la parte eléctrica. A veces, se lo quedaba mirando desde la ventana, suspiraba y se preguntaba por qué había hecho una compra tan nefasta cuando les hacía falta el dinero para otras cosas. Después se iba a su habitación y se echaba a dormir toda la tarde como si nada le importara, o como si estuviera anunciándose una depresión. Así que cuando un amigo le ofreció su ayuda por poco dinero, no pudo decirle que no. No necesitaba que nadie le dijera que sin aquella ayuda nunca sacaría su proyecto adelante, aunque los gastos se iban superponiendo y el dinero del que disponía era limitado. Fue en ese momento cuando a su compañera de piso le quedó claro de que iba en serio, y que en cuanto 33
pudiera, saldría en su viaje para cumplir sus sueños. -¿Te gusta mi madre? -le preguntó Nelly en una ocasión en que ella estaba cocinando y no podía oírlos. -Me gusta mucho. Lo que los adultos intentamos saber es si el amor también está en la atracción, es un poco complicado. -Creo que es un poco pronto para que sepas si la amas, aunque no entiendo muy bien el significado completo del amor de los adultos. -A veces, ni nosotros mismos lo sabemos. Cuando lo sepa, todo será más fácil, ¿no crees? -Supongo. De todas formas, si algún día os llegáis a amar de esa manera tendréis que cuidaros como una familia. -Bueno, eso ya lo intentamos ahora. Intento también cuidar de ti, pero eres muy valiente y a lo mejor no te hace falta, o no lo deseas. -No, se cuidarme. Pero siempre es bueno tener a un amigo a mano para que te ayude, sobre todo si un abusón aparece en el patio del colegio. En ese tiempo surgieron en el barrio algunas peleas de bandas callejeras. Salían por la noche a enfrentarse y las ambulancias acudían haciendo sonar sus sirenas para llevarse a los heridos, esa era la señal para que los vecinos salieran a las ventanas a indignarse del espectáculo. “Iros a vuestra casa, gamberros”, le gritaban a los que seguían en conflicto, pero aquello parecía que aún iba a durar unos días. 2 Carretera sin estrellas Mariska tenía la intención de hacerle la vida fácil a su hija, pero el mundo era violento y amenazador, y no le gustaba que creciera en aquel ambiente. Por fortuna no se despertaba cuando había choques violentos, porque su cuarto daba a la parte de atrás y apenas se oían los gritos. En los términos en que Carlo hablaba de ello, se trataba de “el acoso permanente a los buenos vecinos”. Ciertamente no resultaba agradable para nadie aquella destrucción de la paz cotidiana, y menos aún para los jóvenes que ingresaban en el hospital con la cabeza rota o un agujero en el vientre producido por arma blanca. La juventud se había vuelto loca, nunca había sido tan violenta, pero creían que esa era la única forma de conseguir lo que querían. Si al menos lucharan por su futuro, contra los poderosos, contra el gobierno y los políticos, contra todos los que los estaban engañando con falsas promesas... Pero eran luchas egoístas, por dinero fácil y por demostrar su supuesta hombría, eso era lo que habían aprendido de los políticos corruptos, “aprovéchate de la situación y sal corriendo”. Los vecinos tenían la intención de acabar con aquello en cuanto las autoridades respondieran a sus denuncias, o eso, o cuando se sintieran lo bastante decepcionados para empezar a crear patrullas, lo que lo complicaría todo aún más. Una de aquellas noches, Mariska y Carlo se miraban con la televisión encendida mientras oían los gritos en la calle. No había ni rastro de ambulancias, y como era habitual, la policía tardaba en llegar. Carlo decidió salir a la puerta a pesar de que Mariska le dijo que no lo hiciera, ni siquiera había sospechado o hecho un cálculo rápido del lío en el que se podía meter. Un hombre se había parado delante de su ventana, pero tenía la persiana echada y no lo hubieran visto desde dentro. Al menos no llevaba palos o cuchillos en las manos y eso le alivió. Se miraron y le habló con voz clara, “podíais ir a montar las peleas a otra parte”. No intentaba ser solemne pero sonó con bastante seguridad, se viera por donde se viera, era un reacción que lo ennoblecía pero que resultaba muy peligrosa. El 34
hombre le dijo que saliera un poco más de la casa porque le gustaría partirle la cara y el lo hizo. La pelea duró hasta que llegó la policía, no mucho, pero suficiente para llevar un ojo morado y sangrar por la boca. El tipo salió corriendo, no lo pillaron. Le había subido tanto la adrenalina, que Carlo pensó si aquel tipo de cosas justificaba su existencia anodina de los últimos meses; sabía que había gente que necesitaba aquella excitación, aunque a él nunca le había pasado antes. -Deja que te cure. Te dije que no salieras -le dijo Mariska mientras iba a por el bote de betadine y unas gasas. -Tu no lo entiendes, todo tiene un límite. Ya me tienen harto estos alborotadores. Mariska no sabía exactamente cómo actuar frente a una situación así. Por un tiempo estuvieron poniendo la televisión con el volumen muy alto, pero no servía de nada, terminaban por seguir expectantes los movimiento y carreras en las calle. A veces, se quedaban los dos dormidos esperando acontecimientos en el sillón y era la pequeña Nelly que acudía por la mañana para despertarlos. Le ponían el desayuno en la cocina y de preparaban para una nueva jornada que afrontarían medio dormidos y con el cansancio propio de estas situaciones. Mariska le dijo que había estado pensando en su obsesión por partir en busca de mejores oportunidades, y que si eso era lo que que quería hacer, si quería explorar sus capacidades no debía dejar volar sus sueños, pero que a ella le gustaría que siguiera acompañándolas, que se habían encariñado con él y que no encontraría a nadie que pudiera sustituirlo. No fue una declaración en toda regla, pero empleó un tono que a Carlo lo hizo dudar. También dijo que aquel tiempo juntos había estado lleno de sorpresas y algunas complicaciones, pero que eso lo había hecho más interesante. Él intuyó entonces que con un poco de tiempo, cuando Mariska se sintiera más segura de si misma, y dejara atrás otros fantasmas de la vida disipada que había llevado para poder sobrevivir en el extranjero, podría al fin albergar alguna esperanza de ser admitido como el hombre capaz de ofrecerle toda la seguridad que necesitaba. Tal vez, los aspectos más tiernos del acercamiento sentimental no los cubría como desearía y tampoco se trataba de que fuera el tipo mas rudo del mundo, pero sabía que si ella ponía los puentes, podría contar con él. Un tiempo después de la tranquilidad de noches sin enfrentamientos, llegó el momento frenético, la locura, la violencia total, y la noche fue el resultado de pequeñas venganzas entre bandas rivales, pero también contra los vecinos que los recriminaban. Mariska no podría olvidar nunca aquel momento de miedo y desastre final, mientras intentaba parecer fuerte ante los ojos de Nelly que tampoco podía dormir y Carlo miraba a través de las cortinas intentando no provocar a los contendientes por ver si se calmaban. O tal vez, visto de otro modo, Carlo no deseaba dejarlas solas y salir al caos, de la noche final. Ardían los coches aparcados en la calle y era como una espesa niebla dispuesta a ser cortada por el aliento ciego de la ira. Cuando prendieron fuego a la casa de al lado, salieron asustados, la indecisión llevaba a los vecinos a correr de un lado a otro en pijama buscando fuentes de agua para apagar las llamas. Los bomberos tardaron en llegar, y el fuego pasó de unos edificios a otros, de forma inesperada pasando de los coches que se consumían en las aceras hasta las casas más bajas. La antigua tienda de embutidos y fiambres en la que vivía Mariska con su hija, quedó completamente calcinada. Como no podían hacer nada más que arrojar cubos de agua, cesaron en esa actividad frente a las grandes mangueras de los bomberos, y Mariska se ocupó de proteger lo que más quería, cogió a Nelly en brazos y la alejó todo lo que pudo de aquel lugar siniestro, convertido en un infierno sin que nadie pudiera calcular por qué había sucedido, ni qué llevaba a la juventud a llenarse de tanto odio. Carlo dijo que la sociedad no se encargaba de llenar esa parte de ellos que ocupaba finalmente el rechazo. “Para ellos, la sociedad es la culpable de todas sus desgracias, por eso actúan así, pero no los estoy excusando”, dijo mientras proponía ir a dormir a casa de un amigo que los acogería. Mariska estuvo de acuerdo. Debían dormir, el día siguiente iba a ser demoledor, tendrían que intentar rescatar lo que pudieran de las cenizas, y ya no irían al trabajo ni sabían como se organizarían para normalizar sus vidas. Todo quedó reducido a polvo negro cubierto del agua de las mangueras. En ese momento, Mariska 35
creyó entenderlo todo un poco mejor, aún no tenía la posibilidad de avanzar en su sueño. Carlo pasó horas aquel día acabando de poner el coche a punto para su viaje, y le dijo que él se iba definitivamente, que el incendio se había tratado de una señal y que cuanto antes saliera mejor. Ella intentaba asumir las diferencias y hacerlo encajar en sus propios pensamientos, y como le pidió que lo acompañara, esta vez lleno de ternura, ella al final se decidió a hacer aquel viaje sin concluir nada más. La devastación había sido de tal magnitud que el barrio estaba cubierto de humo y cenizas, y los vecinos deambulaban entre el caos, aún con sus pijamas haciendo corrillos para terminar de horrorizarse por lo ocurrido. Podían marcharse en cualquier momento, habían puesto en el maletero todo lo indispensable, el cielo estaba encapotado y empezaría a llover en cualquier momento. Antes de salir fueron a desayunar a una cafetería e hicieron un plan para o gastar demasiado en comidas y gasolina en los días siguientes. La salida de la ciudad no fue difícil pero les llevó tiempo por el tráfico y los atascos, finalmente se incorporaron a una autovía y el motor del coche sonaba realmente bien, estaban en su aventura. La mañana les pareció hermosa contemplando los campos despertar sin abandonar la quietud de la noche. Fueron buscando la mejor ruta y compraron botellas de agua para el viaje, ya no había vuelta atrás. -Nunca hemos hablado de ésto, ero hay algo que me gustaría saber -dijo Carlo. -Adelante. -¿Tienes algún novio o algo parecido esperándote en alguna parte? -No, claro que no, si lo tuviera no te acompañaría en este viaje. Estamos juntos en esto, ¿no es así? -Claro, me gusta que así sea, aunque no parece que tenga muchas posibilidades contigo. -Yo no he sido siempre como ahora. He hecho cosas para sobrevivir de las que no me enorgullezco. He puesto copas en los sitios más vomitivos, pero algo te voy a decir sobre las oportunidades. Siempre aparecen cuando menos se esperan. Y te necesito tanto como tu a mi. -Pero, ¿no somos pareja? -No, no somos pareja. Si fuéramos pareja yo lo dejaría muy claro, ya me entiendes. Nelly dormía en el asiento trasero, y guardaron silencio durante unos kilómetros, como si necesitaran pensar acerca de lo que acababan de decir, pero algo estaba claro, entraban en un proceso muy cerrado y estrecho, en el que sólo podían conocerse mejor. -Escucha esto -dijo ella mientras leía un periódico viejo que encontró en el coche-. La verdadera intención del emigrante es encontrarse a sí mismo, y no encontrar un trabajo, como todo el mundo cree. Se trata de un estudio psicológico sobre las enfermedades mentales que genera quedarse fuera del mercado laboral. Parece muy resumido, pero dan la referencia de un libro que acaba de salir al mercado. -Publicidad. A nadie le importan los problemas de los parados. Va a tener dificultades para vender ese libro. -Pues a mi me parece interesante. Creo que el primer problema al que se enfrentan los emigrantes es que si tienen familia suelen dejar a sus hijos atrás, y si no la tienen, no encuentran la forma de enfrentarse al deseo de tener hijos y poder establecerse como parte de la sociedad. A mi me pasó. -Somos casos raros, nos hemos quedado al margen de muchas cosas y seguimos en busca de un poco de sosiego -¿Nunca pensaste en establecerte con una chica y formar una familia? -preguntó Mariska-. No sería tan raro. -Para mi, eso sería un atrevimiento, y la sociedad no me lo perdonaría. Pero sí, hubo una chica -dijo Carlo y añadió-- Estuve enamorado una vez, y aún me duele al recordarlo. A pesar de está incipiente confianza, de este nuevo estado de estrecha comunicación, las preguntas de Marisca empezaban a ser muy personales, y eso le aterraba. Pero ese miedo a la sinceridad se fue quedando atrás al comprender que también necesitaba abrirse a ella. Los kilómetros se acumulaban suaves en el salpicadero, todos llenos de luz, de campos y huertas, de interminables hileras de chopos y de animales de labranza. La previsible condescendencia de la mañana lo hacía todo más fácil y 36
reconfortante. En la radio sonaba “Rueda fácil”, como si alguien pudiese negarse el imperativo natural de su propia libertad. Esto al menos, en el imaginario juvenil de Carlo era un estilo de vida que no ansiaba de forma inconsciente integrarse en una vida tradicional. Y tampoco lo eran las decisiones que tomaba de forma tan inesperada, pero para acabar de ser sinceros, si hubiese sido de otra manera, tal vez tampoco se hubiese fijado en Mariska; al fin y al cabo, los jóvenes que buscaban relaciones estables, buscaban chicas vírgenes y que no se dejaban llevar por sus emociones fácilmente. Entonces, lo pensó un momento y se dijo que, Mariska no se dejaba llevar fácilmente por sus emociones. Estaba un poco confuso, pero seguía convencido de que harían una buena pareja. -¿Estamos haciendo lo correcto? Lo digo porque hablé con mi madre y se quedó intranquila. -No nos vamos al extranjero. Míralo como una aventura, nunca será tiempo perdido. La pregunta suscitó en él un gran interés, porque no lo había pensado, pero creía cierto lo que respondió con tanta rapidez, de aquel tipo de cosas se aprendía mucho y eso era importante. Durante unos kilómetros continuaron en silencio, y el seguía dándole vueltas a sus inseguridades, después se dejó llevar por un cambio de paisaje, más seco y gris. No sabía exactamente por qué tenía aquel presentimiento que le hacía creer en sí mismo y sus posibilidades y que, sólo por cambiar de ciudad, iba a tener mejores resultados en cualquier cosa que se propusiera. Encendía un cigarro, miraba a Marioska por si cerraba los ojos y bajaba la radio, hacía planes, pensaba en los cuidados que ellas necesitarían y no quería improvisar. Pero lo cierto era que todo lo que estaba por llegar era muy inesperado. A veces aceleraba e intentaba ir un poco más rápido, pero entonces recordaba que si tenía un accidente no se perdonaría que nada les pasara a sus acompañantes, y volvía a llevar el cuentakilómetros a una posición anodina pero más segura. Después bostezaba y comprendía que no podría seguir de un tirón todo el tiempo. Y cuando ella levantó la cabeza y le dijo que sabía conducir y tenía el permiso y que podía sustituirlo más adelante, se sintió más tranquilo. De cualquier modo, pararían para descansar en cualquier momento y eso también aliviaría su cansancio. Lo miró relajada y pensó que podría cerrar los ojos un rato porque la noche no había sido fácil y si lo iba a reemplazar conduciendo, tendría que estar descansada. Siempre había pensado que todo lo que consiguiera en la vida lo haría a base de tenacidad. Insistía en sus objetivos, pero no era cierto, nada salía como esperaba. A otros parecía funcionarle. En ese aspecto, Carlo era una persona absolutamente extraordinaria, se movía por sus sueños, y de ahí sacaba aquella fuerza descomunal. En cierto modo, también era cuestión de insistir en una idea, se le metía una cosa en la cabeza y parecía que, aquella idea de ir a trabajar a la capital, llevaba allí, latente durante años y al fin parecía a punto de conseguirlo. Y como su personalidad era tan apaciguada y generosa, y porque en lo más profundo de él no contaba presionar a nadie para que compartiera su visión, ni siquiera podía reparar en si había perdido alguna buena oportunidad por no demostrar un poco más de interés, y eso hubiese valido también para el amor. Ella, sin embargo, ya había buscado trabajo y suerte en el extranjero, y sabía que eso no cambiada nada necesariamente. Se detuvieron a comer en un área de servicio de la autopista, tenía cafetería y mesas fuera. Pidieron unos refrescos y ella compró lo necesario en el supermercado para hacer unos bocadillos, a la niña le compró también un yogurt y un zumo. Cuando estaban comiendo, un camión aparcó cerca de su coche, ella se levantó y fue al servicio. Dos hombres se bajaron del camión y uno de ellos se detuvo en el pasillo que iba a los servicios, como si estuviera esperando que Mariska volviera, el otro se dirigió a la barra y pidió dos cervezas. No había mucha gente pero hablaban todos a la vez y por eso Carlo había preferido que comieran fuera. Miraba a través del cristal e intentaba comprender que tenía aquel tipo que decirle a Mariska. En mitad de una autopista, la gente está cansada y en esos lugares se suele parar poco. Todos van con prisa, en mitad de algún viaje más o menos largo y son paradas obligadas. La conversación se producía con tranquilidad, de lo que Carlo dedujo que se conocían, pero ni siquiera se estrecharon la mano. Después ella regresó a la mesa del exterior y volvió a sentarse al lado de Nelly. -Los conoces -preguntó él. 37
-Por raro que parezca yo he tenido otras vidas. Era un cliente habitual en un lugar donde yo me ocupaba de la barra del bar. No es mal tío,simplemente me estaba saludando -Mariska parecía hacer un esfuerzo al recordar los tiempos difíciles-. No podía ni imaginar que un día encontraría a un antiguo cliente en un lugar como este, pero estos camioneros están por todas partes. Proliferan como los hongos en el campo húmedo. -Eres la mejor camarera del mundo -dijo Nelly-. Para mi lo eres, en serio. -Creo que ese tipo tuvo una vez una pelea porque le intentaron entrar en el camión y acabó en el hospital con cuatro agujeros de cuchillo, o de navaja, o algo parecido, no sé. Es un oficio que no recomiendo a nadie -continuó Mariska, y después dirigiéndose a Nelly-. Soy camarera porque no encuentro otra cosa mejor, pero se conoce mucha gente, eso sí. -No lo había pensado. Pagar esos camiones no debe ser fácil -respondió Carlo. -Camionero y taxista, son oficios de lo peor. Se vuelven muy raros. No puedo generalizar, pero he conocido algunos de esos tipos que me parecieron muy indiferentes al dolor de los demás. Tienen hipotecas infinitas sobre sus vehículos y sólo piensan en no perderlos. -Pues ésta es la típica conversación que no termina nunca, y que empieza a perder interés. Debemos volver a la carretera. Podían haber estado un poco más, pero empezaron a recoger justo en el momento en el que los camioneros regresaban al camión. Aquel hombre les saludó desde lejos, al tiempo que parecía comentar algo a su compañero. Algo como “cuando están con su familia no conocen a nadie”, o algo parecido, pero no eran mala gente y no los volvieron a ver. Carlo entró a pagar y todo fue tan rápido que nadie se enteró de que se iban. Subieron al coche, esta vez ella en el asiento del conductor y arrancaron. Seguramente, el rato que pasaron allí, comiendo sus bocadillos y tomando sus refrescos, rieron por primera vez desde el incendio, y se habrían alegrado de saber que la policía ya había pillado a los incendiarios si hubiesen puesto las noticias, pero en la radio sólo buscaban emisoras musicales. Era mediodía, abrieron las ventanillas lo suficiente para que el aire no entrara a borbotones pero se pudiera respirar, habían echado gasolina al depósito, Nelly estaba tranquila, y todos pasaban una digestión ligera. Estaba resultando un viaje sin incomodidades ni tensiones, y eso era de agradecer. Por lo que Mariska sabía de otras ocasiones, los viajes largos solían tener ese tipo de desagradables contestaciones, como mínimo, pero con Carlo todo parecía fácil. Podían haberse separado en cualquier momento, antes incluso del encierro, y Marisca se preguntaba por qué seguían en aquella aventura juntos. -Hace mucho que no tienes una chica? -preguntó Mariska mientras se ladeaba para observar a Nelly jugar con su teléfono. -No me gusta hablar de eso. Las chicas desaparecen sin decir ni adiós cuando encuentran alguien que les conviene más, y a veces sucede. -Pero si hablamos de eso, podemos intentar descubrir si la culpa fue sólo de ellas. Los hombres les fallan y por eso... -Siempre hay justificaciones radicales, a nadie le gusta la vida que lleva, pero las aspiraciones de cada uno es lo determinante. -¿Así ves a las mujeres? Hubo un silencio, parecía pensar. Había recuperado el volante y parecía que le gustaba conducir. -No puedo generalizar. ¿Estuve durmiendo mucho tiempo? -Preguntó escabulléndose de la conversación. -Una media hora, entre unas cosas y otras, conduje una hora, lo que es un record para mi. Estoy algo desentrenada. Pero dime. ¿No te fías de las mujeres? Porque, si es así, no deberías estar abierto a nuevas relaciones. -Esta conversación es absurda. No me gusta hablar de por qué hago las cosas, o psicoanalizarme. La gente intenta que las cosas le salgan bien, y a veces le sale como el culo. Eso es todo. Nada 38
nuevo. No esperaba que ella siguiera insistiendo. Nunca se había mostrado tan convencido, ni en una toma de posiciones tan clara. Llegó una recta larga, de las que parecen que no terminaran nunca y el coche ronroneaba a 90 kilómetros por hora, no iba a ponerlo a más velocidad sin saber como podía reaccionar, pero, al menos, de momento no parecía calentarse. 3 Sentado sobre su sombra Se detuvieron muy cerca de su destino, a unos veinte kilómetros de la entrada en la autovía de circunvalación de la gran ciudad. El ocaso era imponente y no hacía frío. Mariska conocía aquel lugar, había un barranco enorme con unas vistas impresionantes y un parque forestal de mesas de piedra y pinos jóvenes. Ella le dijo que la esperara allí con Nelly que necesitaba hacer algo y él entendió que se iba a ocultar para hacer pis. El no vio que no se separaba de su bolso, pero tal vez allí llevaba todo lo necesario para un sobrevenida e inesperada afluencia de líquidos. Un bolso grande puede guardar todo lo necesario para solucionarle la vida a una mujer joven que desea independencia. Ella lo había convencido diciendo que no sería inteligente pasar por allí en el ocaso y no pararse a verlo, aunque sólo fueran unos minutos. Pero no hubiese hecho falta convencerlo, Carlo aparcaba ya en le momento que la madre intentaba convencer a la hija del hermoso espectáculo que les aguardaba. Al sentarse en uno se los asientos de piedra, le ofreció a Nelly una chocolatina que la niña devoró como si tuviera hambre. -Tu y mi madre os lleváis muy bien. Por lo que yo recuerdo, no pasa tanto tiempo sin discutir sobre algo, cualquier cosa. Creo que le gusta discutir. -Tus recuerdos son antiguos, tal vez haya cambiado. Se miraron un momento. A él no le costaba ser amable. Al volver su madre, Nelly hizo pis allí mismo, detrás de una piedra, donde nadie podría verla. -Hoy dormiremos en una pensión barata. Mañana buscaremos algo mejor -dijo Carlo-. No es un momento fácil, pero me está siendo de mucha ayuda. Las dos me ayudáis porque me da mucho ánimo querer tener algo mejor. Tal vez esperaba alguna respuesta, pero Mariska se contentó son sonreír. Él no había reparado antes en lo dulces que se podían volver sus ojos frente a la incertidumbre, era de ese tipo de mujeres que crece frente a las dificultades. Volvieron al mirador y Nelly hacía comentarios de asombro, como si estuviera nerviosa. De vuelta al coche, Mariska comprobó que le había picado un mosquito en un brazo, pero apenas lo había sentido, aunque en ese momento le escocía. Se echó un poco de colonia que también llevaba en su bolso, e intentó olvidarlo. Había sido un viaje largo, pero no estaba cansados y eso que aún les quedaba lo peor, encontrar habitación y un lugar donde aparcar. Cuando estuvieron instalados en dos habitaciones, se pusieron cómodos y bajaron a tomar algo al bar. Mariska se había cambiado y Nelly olía rosas. Carlo le sostuvo el bolso mientras buscaba una pinza para ponerle en el pelo a la niña y sostener su flequillo. Se miró en un espejito mientras los servían, estaba cansada y eso se reflejaba en sus ojos. En otro tiempo su piel era brillante y estaba tensa como la piel de un tambor, pero los años no pasaban en balde. -Eres bonita mamá, no necesitas mirarte tanto en el espejo -le dijo Nelly, la única que era capaz de levantarle la moral en un segundo. sin dejar de mirarla. 39
-Estoy seguro de que ha sido el centro de atención de muchas reuniones durante años -Añadió Carlo. -Ya estabais tardando en meteros conmigo. Hubo tiempos mejores para mi piel, eso es así -dijo ella-. Otras chicas, no tuvieron tanta suerte. Creo que es importante cuidarse. Pero eso no puede detenernos, hay que vivir, después de todo. No podemos encerrarnos en una urna y dormir todo le tiempo. Carlo no podía dejar de suponer que estaba obsesionada con ese tipo de cosas, pero casi todas las mujeres parecían preocupadas por la calidad de su piel y sus arrugas. Abrías una de aquellas revistas femeninas y los consejos para no acusar el paso del tiempo estaban por todas partes. Desvió su vista hacia la calle, estaba oscuro y presintió que nadie en todo el café, compartiría su punto de vista si acusaba a Mariska de preocuparse demasiado por todo, eso si le ponía unos cuantos años encima. No deseaba empezar una nueva polémica sobre la edad. A juzgar por la forma en que lo miraba, estaba esperando una nueva opinión sobre su aspecto, pero parecía divertirse con eso, y él no dijo nada al respecto. -Mañana me levantaré temprano e iré a visitar algunas de las direcciones de trabajo del periódico, ¿a ver que tal? Procuro ser optimista. Tengo que creer en mis posibilidades -dijo Carlo. -Eso me gusta. Si algo detesto es ese modelo de hombre que culpa a todos de sus frustraciones y su falta de éxito. Sí, que tú no eres así. Lo noté enseguida. -Sí, eso es. Además me anima que tengas esa confianza. En cuanto podamos nos instalaremos, espero que pronto. Puesto que el ambiente estaba claramente a su favor, podía haber intentado un nuevo acercamiento sentimental y haberle pedir un simple beso de buenas noches, pero no lo hizo. Pidió la cuenta y pagó para poder retirarse a dormir, los tres lo estaban deseando. Mariska habló con su madre desde el teléfono de la barra, el camarero la observaba fríamente, y Carlo intentaba convencer a Nelly de la necesidad de no perder el curso y buscar una escuela lo antes posible. Antes de subir al hotel, Carlo habló por el mismo teléfono que unos minutos antes lo hiciera Mariska. Volvió cabizbajo y se sentó dejándose caer. -No sé que le pasa a la gente, parece que todo cambia demasiado rápido. Malas noticias. -¿Qué pasó? -preguntó ella alarmada. -Mi amigo, contaba con él para pasar un tiempo en su casa mientras no nos instalábamos del todo. Se ha casado y dice que su mujer no está de acuerdo. Nos ha dejado tirados. -¿Ah, eso? Por un segundó pensé que había pasado algo grave. -Creo que la mayoría de mis amigos han cumplido sus sueños, y al tener una posición social diferente, nos acabamos distanciando. ¿Te das cuenta? No pierdo los amigos porque les toque la lotería, tan sólo por su posición social, porque se casan, tienen hijos y se convierten en gente responsable. -No los puedes juzgar por eso. Mucha gente quiere tener hijos. Tu caso parece un poco raro. -Mi padre trabajó toda la vida en una gran empresa multinacional del automóvil. Cuando llevaba más treinta años allí, a él y a sus compañeros les daban charlas para conocer la salud de la empresa y saber si los trabajadores sentía un cierto aprecio por ella. Les preguntaban si la consideraban una buena empresa para sus hijos, ¿Te lo puedes creer? -Chantaje emocional, suele suceder. -Mi padre tenía entonces un compañero que se había muerto no hacía mucho, ese compañero tenía diez hijos, y no había sido capaz de incorporar a la empresa con un contrato indefinido ni a uno sólo de sus hijos. Habían estado un tiempo a prueba y no habían sido del gusto de sus superiores. A mi me pasó lo mismo, pero yo hice todo lo posible por salir, creo que en mi caso, yo me lo busqué. Pero así son las cosas. Lo que habría que preguntarle a la empresa es qué espera de sus trabajadores, si no eres tan competitivo que no estés dispuesto a vender a tus compañeros, ya no les gustas. Quieren ese tipo de juventud trepa. Creo que seguiré toda la vida haciendo noches en la hostelería, es lo más 40
accesible para mi y lo que conozco mejor. -Pues pronto “tiras la toalla”. ¿No decías que en la capital encontrarías otras oportunidades? -Ya, creo que me precipité. -¡Bueh!, vamos a dormir. Mañana lo verás todo de otra manera. Casi nunca las cosas salen como esperamos. Y lo que es peor, sentimos que nuestro pasado nos condiciona como una tenaza, porque en realidad, no todo lo que hacemos hubiésemos esperado hacerlo en otro tiempo. Pero, de una forma o de otra, habían llegado hasta allí, por circunstancias a veces inesperadas, y en todo eso estaba también su pasado, el perseguidor implacable. Lo que parece un misterio no siempre supera la categoría de pequeño secreto que nos avergüenza, y casi nunca es tan importante como nos parece. Pero tendríamos que volver a vivir una situación determinada para saber si volveríamos a hacer lo mismo, cada día perdemos la capacidad y la oportunidad de ser justos con nosotros mismos. “Se hizo lo que se pudo”, se decía Mariska cuando pensaba en lo mal que lo había pasado. En la retrospectiva de pequeños momentos de dolor que se han grabado como un trauma, siempre hay condiciones que se escapan al recuerdo, la realidad es mucho más perfecta que una foto que hagamos desde el presente. ¿Luchar contra un incendio a media noche, tenía la misma categoría que hacerlo contra un abandono? Al fin y al cabo, en los dos casos la suerte estaba echada, y de antemano sabía que cuando llegara la mañana y pudiera verlo todo con un poco más de luz, no quedaría nada más que cenizas en aquel lugar en el que habían vivido. Como era de esperar, Carlo no encontró trabajo inmediatamente. Sin duda había puesto tanta energía en ello que tres días después estaba agotado. Mariska se reía porque no consideraba tan importante no deshacerse de las urgencias y en cuanto al dinero, aún les quedaba algo para una temporada y lo creía suficiente. Debía de ser su carácter que estaba experimentando un cambio, y hasta Nelly lo notaba y le decía que eso era el amor. Uno de aquellos días, Carlo llegó especialmente enfadado y le dijo que al final le habían hecho una entrevista en una empresa multinacional. Había sido un tipo bien alimentado y con aire suficiente, posiblemente uno de esos tipos que se creen intocables y ajenos al drama de la vida. “Cada uno construye su vida y lo que la gente va a recordar de tí, y en su caso no puede ser nada bueno, pero supongo que no lo importa”. Las cosas en la gran ciudad eran como en todas partes. -Un asco -dijo bebiendo agua de un grifo cochambroso. -¿Qué ha pasado? -preguntó ella. -Aquel hombre pretendía que yo compartiera su entusiasmo al hablar de fútbol y decir que el compromiso con la empresa tenía que ser total, y que si en fútbol uno buscaba a quien pasar y todos se escondían, ese equipo no iba a funcionar. Yo permanecí callado, porque hasta ahí, me dije que él estaba en su rol y yo debía permanecer en el mío. Pero entonces, va y añade que desea que la gente sea feliz, que tiene trabajadores que llevan treinta años en la empresa y que nunca han sido felices, y que una empresa era como un matrimonio y que si no funciona iba a ser mejor dejarlo. Entonces pensé que con gente así, si fuera él el que desapareciera haría felices a muchos, y que si tocaran un poco menos los cojones, más de lo mismo. -¿Se lo dijiste? -Ni de broma. A éstos nadie les dice nada. Les dejan soltar la chapa y hasta luego. Pero dicen que me van a coger a prueba. Tendré que ayudar en la cocina. Es un restaurante de comidas rápidas. Todo congelado, se hace rápido, y nos quedaremos una hora al final para limpiar. -Puedes estar un tiempo mientras buscas otras cosas. -Supongo que sí. Después de mediodía, Mariska fue a un colegio, el que le pilló más cerca, para pedir ayuda con la escolarización de su hija. La directora la atendió en la puerta y le hizo unas carantoñas a la niña, y al contarle de lo que se trataba, la condujo por largos pasillos con dibujos infantiles, se cruzaron con dos profesores que las saludaron y entraron en una oficina con muebles de la posguerra. Todavía había en la pared un retrato del dictador. Le presentó a su secretaria y le dijo que más tarde estuviera 41
con ella para hacer algún papeleo. No era lo que deseaba, pero tuvo que contarle las circunstancias de su cambio de ciudad. Podía haberle dicho que se había tratado de motivos de trabajo y no haber contado el resto, pero al final relató la noche del incendio como algo increíble, terrorífico e inesperado, por lo que no deseaba volver a pasar. Una hora después salió bastante animada de su reunión. Hasta el momento no tenía plaza, pero en cuanto quedara una libre la llamaría. La vida continuaba, volvieron dando un paseo y le dio de merendar a Nelly. La cuidaba con esmero a pesar de las pruebas que le ponía la vida, y como dicen los jueces de los casos más difíciles, siempre hay cosas que lo demuestran todo. Para ella, el pasado ya no contaba, tenía una nueva misión, y no era nada religioso, ni místico, ni del más allá, se trataba de sus vidas y si Dios no la ayudaba, nada le iba a pedir. Tal vez, su pasado era un misterio, porque nunca lo explicaba del todo. No es tan extraño, le sucede a mucha gente, y después están los que han hecho las mismas cosas durante cuarenta años. No parecía tan malo, visto después de todo lo pasado. La juventud había sido una aventura constante, pero ya no le resultaba placentero seguir desafiando a la suerte. Visto de muchas formas, ya no le quedaban demasiadas excusas para seguir comportándose de una manera irresponsable, y que admitieran a Nelly en su nuevo colegio era tan sólo la mínima parte de todo lo que quería hacer. Ahora bien, nadie la iba a oír decir nada censurable sobre lo pasado. Dicen que todo lo que sucede conviene, y ella añadía que de todo se aprende. Una nueva vida tenía que empezar, sin demasiados aspavientos, nadie se lo iba a poner fácil, pero había aprendido a defenderse y decepciones las justas.
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El sueño de un calcetín (el desafío de la memoria)
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1 El sueño de un calcetín (narraciones de la incontinencia) Iban a hacer las cosas a su manera, como siempre las habían hecho, sin nuevas técnicas ni excentricidades extranjeras: eso era lo que tenía en mente principalmente Landon Merit al entrar a formar parte de su nuevo equipo, Los Ruiseñores de Abandon. Pero eso era lo que a él lo tenía enganchado con el entrenador, el seductor señor Fineli –un encantador de serpientes, capaz de convencer a cada jugador de que tenía dos cabezas capaces de rematar a puerta a la vez, y si eso era necesario para inclinarlos a fichar por su equipo, todo estaba bien--, y como ocurre a menudo, no tenía mucho que ver con lo que había movido a otros jugadores hasta aquel pueblo de apenas diez mil habitantes. Las ideas forman parte del juego, la motivación es implícita y complicada, y no siempre se soluciona con dinero, sobre todo en los equipos pequeños; los jugadores de fútbol, a menudo son soñadores sin remedio y darían la mitad de lo que ganan por un título en un equipo importante. En el caso de Landon, por ejemplo, la posibilidad de encontrarse allí con un viejo amigo, Hernst Kunstall, lo ayudaba a dejarse atrapar por aquella oferta, aún teniendo algunas mejores sobre la mesa. Y aunque había sido entrenado para dominar sus emociones en todo lo relativo a su carrera --eso se acentuaba en el campo con relación a las provocaciones--, lo cierto era que había pasado tan buenos momentos en su infancia y adolescencia, en aventuras y juegos con Hernst, que dejó que esos viejos recuerdos, afloraran esta vez para ayudarle a tomar una decisión y elegir un equipo al que moverse. De sus cualidades como deportista, la que más se valoraba era su seriedad y carácter en el campo. Se podía decir de él que era un jugador concentrado durante cada segundo que durara el encuentro y eso evitaba sorpresas en más de una ocasión, lo que se valoraba mucho en un defensa. Hernst era un poco mayor que el, uno o dos años, había sido el primero en empezar a practicar aquel deporte, y el que lo había animado y facilitado el camino, para que él pudiera hacer lo mismo, aunque posteriormente se hubiesen distanciado, eso tampoco podía olvidarlo. Su amigo ya no jugaba debido a una lesión de rodilla, pero era en parte técnico, y en parte directivo de Los ruiseñores de Abandon. Y dándole vueltas a esos recuerdos, llegó a la conclusión de que se estaba convirtiendo en lo que la gente llama, un sentimental. Por eso, a medida que pasaban los años, cada vez le iba costando menos ocultar lo que sentía, incluso con las chicas que había conocido, o las que sólo habían sido sus amantes. La última vez que viera a Hernst, era capaz de adivinar que sería una separación muy larga. Llevaba tan sólo una maleta para instalarse en su nuevo equipo, y no hubiese sido tan raro una visita de vez en cuando, pero, en ese momento, adivinó que no iba a ser así. Esa forma de intentar adivinar, de querer saber como van a ser las cosas, lo caracterizaba, y casi siempre acertaba. De hecho, ya le había pasado con amigos y exnovias, en el pasado, en diferentes modos, por supuesto, pero siempre terminaba por acertar cuando se atrevía a hacer una premonición. Lo mismo podía decir, que no volvería, como, en una semana está de vuelta. En cuanto puso el pie en la estación de autobuses de Abandon, se estiró y pensó que había estado viajando durante días y miles de kilómetros, lo que no era cierto. Se dirigió al mostrador para renovar su abono local, y después, a la cafetería para refrescarse y echar una sonora y larga meada. No solía rechazar a la gente cuando le pedía un autógrafo, así que aceptó firmar su gorro blanco 44
cuando lo reconoció, pero mientras firmaba le dijo, “esta firma hoy no es importante, pero no somos lo que somos, sino lo que podemos llegar a ser”, y demostró poca humildad, pero al fin, ¿no era ese tipo de ambición lo que se esperaba de un futbolista que empieza su carrera? No estaba demasiado acostumbrado a verse en esa situación, nadie había pasado a recogerlo y creyó que lo mejor era dirigirse a las oficinas del campo. Aunque en su bolsillo llevaba la dirección del apartamento que le habían asignado en un bloque que podría compartir con algunos de sus compañeros, quería primero verle la cara al entrenador, y como el equipo solía entrenar por la mañana, sería muy raro que no anduviera por allí. Todo empezó a resultar muy conveniente cuando vio, desde la grada, a los chicos moverse en el campo y a Fineli dar las instrucciones precisas. Estaba cansado y deseaba llegar al apartamento y dormir un poco, pero esperó sentado en la escalera de piedra a que acabaran, y después se presentó y tuvo una pequeña conversación con él. Lo convocó para una semana después y no entendió por qué, pero le pareció suficiente. Hernst no estaba allí. Resultaba agradable estar dentro, a pesar de los problemas que le pusiera el guardia de seguridad hasta que supo quién era. Se estaba habituando a aquel ambiente, al olor del césped recién cortado y las gradas vacías. Solía sentarse a ver entrenar a sus compañeros en otros equipos, si es que estaba en periodo de acoplamiento, o si no estaba convocado. Ya necesitaba sobre todas las cosas, ir a su apartamento y descansar, pero cuando iba a salir del campo, un japonés lo abordó y lo detuvo. --Si hubieses llegado un día antes –le dice mientras él lo mira con cara de no entender nada-- lo habrías encontrado dando órdenes para que cada uno conservara su posición. Se ha ido de vacaciones y me dijo que vendrías. Soy Kuzuiko Yozikuro, extremo izquierdo. Parece aburrido como uno de esos tipos solitarios que se dedican a dar vueltas por el parque con las manos en los bolsillos. No hay nadie alrededor, es un pasillo alargado de cemento y pequeñas ventanas a más de dos metros de altura. --Está bien –responde sonriendo--, suele pasarme este tipo de cosas. Doy por hecho que todo el mundo me estará esperando cuando llegue. ¿Te refieres a Hernst? --Sí claro, Hernst. Es un gran tipo. --¿Cómo no estás entrenando? --Le dije al entrenador que tengo gripe, pero aún no he ido al médico. Me siento cansado, pero no sé. No suelo ser presa para los virus. Por si te interesa, te he visto jugar, creo que encajarás bien. Mirando a Kuzuiko por encima del hombro ve llegar a un hombre con muletas pero vestido con ropa deportiva. Reconoce su cara, se trata Walter Evans, un jugador pasado de edad que había destacado unos años antes en las ligas menores. Su figura es alargada e intenta cerrar su brazo sobre una carpeta sin que se le caiga, pero no lo consigue, al llegar a su altura unas láminas radiografiadas de su pierna caen esparcidas por el suelo y se las ayudan a recoger. Detrás de Walter se acerca el médico del equipo, Eddie Yure. --Este equipo está podrido –bromea Kuzuiko. --¿Mira quién está aquí? El hombre que siempre tiene un virus inexplicable –responde Yure, y Kuzuiko le responde con un mohín de disgusto-- Siempre habla el más indicado, ¿no es cierto? --Tal y como se juega en esta liga, nadie está seguro –interviene Walter apretando su carpeta, esta vez con más fuerza--. Por si les interesa, hay jugadores que salen a cazar, eso no es nada deportivo. --Los deportistas, en cuanto tienen una lesión se vienen abajo. Tendremos que contratar un psicólogo, los equipos grandes lo hacen. Landon se presentó y hablaron un rato de lo necesarias que resultaban las nuevas incorporaciones, porque, según el doctor, la temporada se presentaba muy irregular. Landon estaba disfrutando de aquel momento como si integrarse fuera lo que necesitaba para sentirse mejor. En cierto modo, el olor del estadio y una buena conversación era lo único que podía superar a un día de partido. Incluso cuando sus compañeros estaban entrenando y él no podía estar con ellos, podía sentir aquellas sensaciones y la satisfacción de formar parte de ellos. Ya lo había vivido en otras ocasiones al empezar a jugar en las ligas escolares, cualquier cosa que lo mantuviera cerca del equipo, era lo que deseaba hacer en cada momento, y más tarde al ser fichado por un equipo semiprofesional, se pasaba 45
muchas horas en el campo entrenando en solitario como si eso lo cargara de energía, o le ayudara con sus limitaciones. Estaba muy lejos de ser una prometedora figura, nadie lo veía así. --Me ha gustado hablar con vosotros chicos, y levantar el ánimo –se despidió el médico y le apretó el brazo a la altura del codo confirmando que era bien recibido. A lo lejos, ve que el doctor se reúne con una chica, podría ser su hija, están parados, hablando frente a la puerta de salida. Parece dispuesta a escabullirse sin saludar. Le dicen que es la secretaria, se ocupa de los papeles de la oficina a tiempo parcial pero también hace los pedidos de la cafetería y, en ocasiones, acompaña al presidente al ayuntamiento para tramitar peticiones de obras o cambios de horario del aparcamiento. Es delgada, de poco pecho pero con un trasero prominente. Lleva unos pantalones ceñidos, una chaqueta corta en la cintura y un bolsito negro diminuto colgado al hombro, en la mano porta un maletín de oficina. --¿Así que la oficinista? --vuelve a preguntar. --Pues creo que te va a interesar saber que estuvo saliendo con Hernst. Todos dicen que lo han dejado, y a ella se la ve compungida. Creo que por eso no ha ido con él de vacaciones. Cuando sonó el timbre, Landon llevaba durmiendo tres horas, su sueño había sido profundo por eso se levantó algo atontado, como si le hubiesen sedado o se hubiera caído por un barranco y llevara tres días inconsciente. Frente a él, en el pasillo, reconoció a la chica que viera en el estadio. La niebla de sus ojos se iba disipando y ella rebuscaba algo en una carpeta. Desde cerca le pareció que tenía la nariz demasiado chiquita, como si se la hubiesen operado. Era ella, sin duda, la secretaria del presidente. Parecía una copia de las chicas nórdicas que llegaban a veranear, se había teñido el pelo y se pintaba los ojos haciendo una raya que parecía intentar alargarlos inútilmente. Le dijo que a muchos jugadores les sorprendía que el primer día les llevara algunos papeles que tenían que firmar a su apartamento, pero que para ella era un procedimiento habitual y que se llamaba, Erín. A él, también le pareció un sistema intrusivo, sin llegar a valorar lo necesitado que andaba de descanso y que lo acababa de despertar. Intentó cerrarse una chaqueta sobre el pijama, estaba incómodo y no le gustaba aquella situación. Aunque todo podía ir a peor, intentó ser amable y la invitó a pasar. --No intento escabullirme pero llegas en mal momento. Supongo que ya no tiene remedio, puedes pasar. Parecía la voz de la resaca de una noche de acabar él sólo con una botella de 100 Pipers. Apartó rapidamente la vista de sus ojos, al darse cuenta de como había sonado. Estaba seguro de que o era la primera vez que ella veía a un hombre en aquellas circunstancias, recogió la ropa que había sobre el sillón, y la llevó a la habitación para dejarla sobre la cama. --Es una cuestión de organización, puramente laboral, lo siento –lo dijo como si estuviera acostumbrada, y se enganchó a un sillón sin importarle ponerse cómoda. Ya tenía sus papeles sobre la carpeta y no parecía tener prisa. El ofreció un refresco de los que se había encontrado en la nevera, y ella lo rechazó. El peor inconveniente de que lo visitara una chica el mismo día de su llegada, era no tener un buen combinado de ginebra para ofrecerle. La mira de nuevo, y se dijo que, en realidad, no era tan sosa como había pensado desde el primer vistazo aquella mañana. --¿Eres Landon? Al menos es lo que pone en los papeles -preguntó con tono neutro. --Sí. He cambiado de vida unas cuantas veces pero conservo el nombre. Es broma, por supuesto – mueve los pies dentro de unas zapatillas que dejan a la vista sus tobillos puntiagudos. Hace ruido al intentar rascarse los brazos debajo de las mangas de la chaqueta. Inspira profundamente y resopla casi inmediatamente. No le gustaba la gente que andaba con papeles porque creía que siempre iban a intentar liarlo con un lenguaje sólo propio de oficinistas. –¿Duermes la siesta en pijama? --lo señaló como si no le gustaran los dibujos, después forzó una sonrisa por si lo había molestado y el no respondió--. Vale, ya veo. No te molestes. Tendrás que dejar este apartamento al acabar la temporada, es una norma para todos. Si sigues en el equipo, tendrás que buscar un lugar. --¿Conoces a Hernst? --Claro, estuve saliendo con él. Aún siento algo sentimental en mis recuerdos, no es fácil 46
desengancharse de un tipo así. --Es mi amigo. Parece que lo dicen con resentimiento. --Lo quieren echar. No es ningún secreto, él lo sabe. Se ha metido en un lío de apuestas. La cosa parecía grave viniendo, nada menos, que de la secretaria de dirección. Pero no era extraño que Hernst cometiera un error, ya le había pasado antes en el instituto, con un negocio de fiestas sin licencia. --No es mal chico, sólo un poco distraído de moral. --He salido con él, lo conozco bien. No tengo prisa, mientras firmas, podemos perder el tiempo hablando de él. No puedo comprender por qué rábanos se mete en líos. Es como un niño. Es probable que en este momento, se encuentre tumbado al sol sin pensar un minuto en que tiene un problema. Es posible que esté pensando en el trasero de alguna amiguita que habrá conocido. --Todo firmado. No entiendo mucho lo que pone en ellos pero no creo que me vayáis a pedir la cuenta del banco. --Son los términos habituales. Todos lo firman. No podrías jugar en este equipo sin tu seguro de vida, tu contrato y asumir la parte que te corresponde con la fundación. Todos los equipos tienen una fundación y un museo, se está poniendo de moda también entre los más pequeños. Landon asiente con la obediencia que se espera de los nuevos. Por su expresión, da la impresión de firmar cosas sin haber entendido nada, pero quiere jugar a fútbol y no complicarse llevando una copia a un abogado para que le diga que todo está en orden. Vuelve a rascarse lo brazos como si tuviera resaca. Mira a Erín, ella se pone de pie, y se deja fascinar por sus piernas largas y su figura de cintura impecable. Le gustan las chicas de pueblo con el pelo rubio y las manos cuidadas. Podría parecer que ella lo miraba con desgana, pero no es así, estaba cómoda, no tenía prisa por irse, a pesar de que él no podía ofrecerle ni un café en ese momento. --¿Hace calor aquí no es cierto? --Estuve durmiendo y cerré las ventanas, perdone –se levantó para abrir y ventilar. Después de aquellos minutos se había despejado y ya no le apetecía volver a la cama--. Tendré que hacer algunos cambios, necesito tiempo para establecerme. --Claro, podrá hacerlo. Has conseguido una buena posición en tu carrera, se empieza a hablar de ti entre los aficionados. Hay otra cosa que debo pedirlo. Lo hacen todas las nuevas incorporaciones al equipo, se trata de que asistas a la fundación en un acto con los socios. Ya sabes como son estas cosas, te pedirán autógrafos y querrán charlar contigo. Vender camisetas también forma parte del negocio. ¿Te apetece? --No mucho. ¿Cuándo es? --Ya te lo diré. Lo estamos preparando. Estaremos en contacto. En esencia, la trastienda del fútbol era similar en todas partes. Las entrevistas para radios y periódicos, asistir a fiestas y dejarse ver en paseos por la calle para sentirse cerca de los aficionados, no era como jugar o entrenar, pero los jugadores de segunda deseaban construir el personaje a su alrededor, iban a la peluquería, se hacían tatuajes y otras excentricidades, para ser reconocidos con facilidad. Pero el aspecto de una figura del fútbol y el personaje que se creaban, a veces no tenía mucho que ver, ni siquiera con los resultados o lo que se esperaba de ellos. Al quedarse solo volvió a la habitación y miró su equipaje. No era mucho pero lo colgó en las perchas y puso el calzado debajo de la cama; el resto se lo mandarían por correo a aquella dirección en unos días. No parecía tener el aplomo de un futbolista desplazándose de puntillas entre todo lo que había caído al suelo, y cal sonar el teléfono, tropezó con la para de una cómoda antes de poder alcanzarlo. Le dolía, pero mantuvo la calma mientras contestaba. Se trataba de Hernst desde su lugar de vacaciones. --¿Cómo te va en tu nueva “cueva”? --Bien, pero esperaba encontrarte aquí. ¿Cómo sabes el teléfono? --Las cosas se han complicado, ya te contaré. Ese apartamento lo ocupaba un buen amigo hasta hace poco, han prescindido de él. No lo conoces, no llegó a jugar, estaba a prueba. 47
--Buf, vaya gafe. Pues como se está poniendo todo, no sé si me quedaré. --No seas idiota, no tienes nada que ver. --No me quiero meter en tus asuntos, pero dicen no sé qué de unas apuestas. --Parece que las noticias vuelan. Disfruta de tu estancia, y entrena. Ya hablaremos. Ahora no puedo hablar, una chica en bikini me reclama desde la piscina del hotel. Nos vemos. --Adiós --respondió antes de colgar y algo enojado por lo que estaba pasando y el poco control que tenía sobre su propia situación. 2 No enredes con tus sueños No quería aguantar bromas ni novatadas, así que cuando Yozuiko quedó con él para aquella tarde, no le dijo inmediatamente que sí. No hubo bromas, lo estaba esperando acomodado en un sillón de un pub leyendo prensa deportiva. Le parecía más de fiar de lo había pensado en un principio, aunque podía ser que Hernst le pidiera que lo llamara para que lo entretuviera y le enseñara al ciudad. Como hubiese hecho cualquier otro en su situación aceptó dejarse llevar e ir familiarizándose con todas aquellas novedades. Kuzuiko, como suele pasar con los orientales, era excesivamente ceremonioso, y se pensaba las cosas mucho antes de decirlas. Sus movimientos eran lentos y calculados, y Landon pensó que si eso era porque pensaba que podía ofender a alguien, en su país de origen los extranjeros debían ofenderlos mucho con su conducta desinhibida y los comentarios dirigidos a hacer mofa de todo. --Hernst habla mucho de ti. Te aprecia y aprovecha cualquier ocasión para decir que vas a triunfar, que tienes cualidades de figura del fútbol. Él entiende de todo. A mi me cuesta, me gustaría tener un poco más de visión. Cuando él me dice que tengo que saber situarme en el campo, que tengo que mirar la ocasión, la situación, la jugada, creo que no veo ni la mitad de las cosas que ven otros. Eso me angustia. Desde el momento en que empezaron a hablar, el acento de su interlocutor oriental, le hacía sentirse lejos de país y de su vida pasada. Cada vez que alguien pasaba cerca del lugar en el que se encontraban, le miraba a la cara para comprobar que no tenía los ojos rasgados y no se encontraba en un mercado en el centro de Tokio. Una camarera corpulenta le sonreía. --Nadie conoce completamente las claves del éxito, cada jugador debe ir encontrando sus trucos, su forma de jugar --dice Landon poniendo las manos en los bolsillos de su chaqueta con la expresión tranquilizadora del que no tiene nada que hacer en las próximas horas. --Hernst tendría que ver esto, siempre me dice que pido demasiados consejos y eso me hace parecer muy inexperto. Mis expectativas en el fútbol, cuando hablo así, a todo el mundo le parecen un asco. --Dicen que madurar depende más de controlar tus sueños y tus expectativas, que de ser responsables de tus cosas –la mirada de Landon no puede disimular sus ojeras, pero ya no suena cansado. Nadie apostaría a que había viajado toda la noche, y aún no había dormido lo suficiente, tenía una capacidad de recuperación fuera de serie. --¿Nunca habías estado antes en Abandon? --sin permitir que contestara-- Te gustará, no es nada del otro mundo, pero se está a gusto. Kuzuiko es un experto en llevar cualquier conversación al plano del deporte. Estaba acostumbrado a conversar a pesar de la dificultad que suponía para él una nueva cultura, tal vez por eso intentaba no abrir mucho sus temas de conversación. Había conseguido elaborar su propio sistema para no resultar aburrido o repetitivo, y a pesar de eso, profundizar una y otra vez, en aquello que era lo que 48
más le gustaba, el fútbol. --¿Estas mejor de tú gripe? --No debe ser gripe. Ya no tengo fiebre. Algo que comí me sentó mal. No tengo un estómago fuerte. No acababa de entender lo de su baja por la gripe. Había jugadores que ocultaban cualquier dolor sólo por poder entrenar. De cualquier manera, no podía creer que mintiera acerca de su indisposición por pereza, o que fuera capaz de engañar acerca de algo tan importante para todos. No necesitaba hacerlo, al menos con él, no lo conocía tanto y no ni siquiera hablaría del tema más que como una forma de distracción en medio de una conversación más amplia. Su conversación, que por cierto, les ayudaba a conocerse, no hubiese ido mejor por incidir en el tema de los entrenamientos y la imposibilidad de mejorar si no se asistía con regularidad a ellos. Y todo eso parecía correcto, a menos que kuzuiko estuviera pensando en dejar el equipo con Hernst. En vez de seguir en esos negativos pensamientos, sugirió que fueran a comer y lo hicieron en una terraza de un lugar con excelentes vistas al mar, cerca de su apartamento. --¿Eres católico? --le preguntó durante la comida sin venir a cuento. --Soy un ateo sin solución, pero he tenido mis creencias acerca de una concepción armónica del universo. Para mi, el hecho de que morimos y desaparecemos por completo, es algo incuestionable. Como un ordenador al que borras el disco duro y lo dejas totalmente fundido en negro; la nada. ¿Tú creer en vuestro Dios cristiano? ¿No serás de esos que besan el césped y se hacen la señal de la cruz antes de salir al campo? --No tanto. Pero los pensamientos religiosos a algunas personas les sirve de consuelo frente al drama de la vida, y en concreto a algunos deportistas les ayuda a superarse. No es mi caso. --Ustedes le dan forma humana a su Dios y eso es muy pretencioso. No es que haya perdido mis sueños, pero el mundo es un asco y su Dios se esconde. --Él nos deja a nuestro aire, nos da libertad. Eso es lo que crea los problemas de este mundo. --La conversación parece interesante, pero nunca creeré en un Dios que ha causado tanto dolor, no existe libre albedrío en que un avión se caiga, o en que un loco, enfermizo, deficiente mental, entre en una casa en plena noche y mate a toda una familia. ¿Qué libertad puede haber e eso? No quiero que pienses que soy un materialista, y que sólo juego fútbol por el dinero. También tengo mis sueños, y respeto a la gente que aspira a la existencia de su Dios. --Claro, lo comprendo. Tampoco yo voy dándole a la gente con un biblia en la cabeza. Es sólo que pensé que los orientales erais muy religiosos, nada… Olvídalo. Según avanzaba el postre iba sintiéndose más animado, y dispuesto a redimir cualquier comentario aparentemente racista en contra de los japoneses, o los orientales, en general. Tampoco es que supiera si había sucedido de forma inconsciente, pero, desde luego, no acostumbraba a ese tipo de desafíos con gente que era tan amable con él. Empezó a sentir la vejiga llena, ya le había pasado varias veces en las últimas horas y se dirigió al WC sin demoras. Ese fue el momento en que pensó de nuevo en Erín. Podía imaginarla como una chica inocente y tímida, pero sabía que no lo era. Aquella tarde había mirado descaradamente sus piernas y no le pareció que le molestara, de hecho, tal vez le había gustado. Al verse a sí mismo, disfrutando con aquel leve recuerdo, se djo que las mujeres más estables tienen un sentido muy desarrollado del erotismo. --Erín estuvo en mi apartamento con unos papeles –dijo al volver a la mesa. --Te gusta. Es normal, le gusta a todos. ¿Te portaste bien, al menos? --¿Qué otra cosa podía hacer? --Con ella nadie sabe. Dice Hernst que le gusta por atrás y que hace mucho ruido; grita. --Esas cosas no se cuentan. Sois unos hijos de puta sin educación. En tu caso, supongo que intentas congraciarte con nuestras costumbres. ¿En tu país sois tan presuntuosos? --No, no tanto. Pero es divertido. No quiero joderla del todo. A veces me da miedo abrir la boca. Meto la pata con frecuencia. Pero si eso es la verdad, resulta muy excitante, desde luego. Tiene el aspecto de la mujer independiente americana, creo que a los hombres le atrae saber que no se acerca 49
a ellos buscando el matrimonio. --Hoy las mujeres ya no piensan en el matrimonio como un paso necesario en sus vidas. No temen ser solteronas, ni nada. --Claro,¿qué hay de malo en ello? Kuzuiko tenía la cara aniñada, pero no quería creer que pensar que todos los orientales parecieran no tener barba y sí, rasgos infantiles, era parte de un racismo que detestaba. Tenía el pelo liso y la patilla afeitada por encima de la oreja, lo que le resultaba desagradable. Resultó ser un buen conversador; capaz de abordar cualquier tema sin tabúes. Era capaz de sacarle punta a lo más inverosímil, desmenuzar una conversación y darle forma interesante a los temas soso y sin trascendencia alguna. Si algo resultaba demasiado técnico o de palabras que aún no conocía, intentaba llevarlo al campo del fútbol y todo lo que lo rodeaba. Reconstruía sus propias opiniones si no resultaban adecuadas y, para acabar de conocerlo, Landon debía reconocer que se mostraba confiado e inspiraba confianza. Cuando terminaron se acercaron a la barra y Kuzuiko dijo bajando la voz con un aire de misterio, “aquí viene el presi pero tiene un reservado”. Era su forma de señalar que cualquier cosa que dijeran podía llegar a sus oídos. No obstante, en aquel momento, le pareció que no había motivo para ponerse tan trascendentes, sólo eran dos futbolistas hablando de sus cosas, no conspiraban contra nadie. No se iba a sentir culpable por estar allí con su nuevo amigo, a menos que todos los amigos de Hernst, él incluido, estuvieran en una lista negra o algo parecido. Quizá estaba bajo sospecha en el asunto de las apuestas y Erín había olvidado hablarle de eso, tal vez ella no sabía que estaba al margen de todo y terminaría dándole su opinión a su jefe el presidente Ronnie Edelio. ¿Sería Erín, una informadora? Estaba empezando a marearse. Él se habría atrevido a meterse en ese tipo de asuntos, era un cobarde fuera del campo, pero en el campo podía meter el pie aún con riesgo de que se lo hicieran volar partido en mil añicos. No quería equivocarse. No se trataba de su ambición ni de sus sueños, no se trataba de ser o no una figura del fútbol, y no era por Erín que deseara quedarse en el equipo, pero la chica lo seducía con aquella sonrisa novata. Al contrario, el desafío que suponía y las consecuencias que tendría, lo hacía dudar. En lo que contaban de ella, en su desenvoltura espontánea, en su activa inteligencia, todo lo que la diferenciaba de otras chicas, toda aquella novedad ponía de relieve el instante dramático de traicionar a su amigo. Pero estaba yendo demasiado lejos, ¿apenas la acababa de conocer y ya daba por hecho que podía ser suya con sólo silbar? Jamás dudaría de sí mismo frente a un rival en el campo, no era posible dudar para quien necesitaba una nueva vitoria. Al fin y al cabo es lo que se esperaba de él, es lo que siempre se espera de un muchacho joven, creer que puedo con todo. El día que volvió a ver a Erín había ido al campo –no para empezar a entrenar con sus compañeros, no lo podía hacer hasta que todo estuviera legal. No se trataba de algo tan grave si lo hiciera, pero Ronnie era uno de esos hombres legalistas que prefieren guardar las normas--, ella ni lo miró. Tal vez sabía que estaba detrás de ella, pero ni se volvió para saludarlo. Dio por hecho que no quería que nadie pensara lo que no era, o que simpatizaba especialmente con el chico nuevo, y eso fue suficiente para respetar aquella distancia. Sin embargo, ella salió y cuando pasó a su lado le dijo que más tarde subiera a la oficina, que tenía que darle algunos papeles. No se le aceleró el corazón como le pasaba con las primeras novias, pero sintió calor en el pecho y eso era más de lo que había sentido en mucho tiempo. Subió en cuanto pudo, ella estaba sola y parecía que nadie más que él iba a visitarla aquella mañana. --¿Más papeles? --preguntó --No tanto, son unas copias y el programa de la fundación, para que lo veas. --Me preocupa que Hernst se vaya del equipo. Después de todo le debo mucho. No le confesó que no había ido al campo a ver al equipo entrenar, sino a verla a ella, pero le hubiese gustado. Intentó explicarle, sin embargo, que necesitaba tener las cosas claras si quería quedarse. --Pues el presidente no te va a dar ese tipo de expliciones, creo que eso está claro. 50
--He venido a jugar, pero si él no me lo hubiese pedido… De otra forma no lo hubiera hecho –dijo Landon mirando al suelo. Entonces recordó que no solía decir a las mujeres todo lo que pensaba porque eso nunca le había funcionado en sus conquistas de adolescencia. Hernst siempre le repetía que las mujeres disfrutaban confesando a los hombres en sus más íntimos sentimientos para luego contárselo a sus amigas, ¿sería eso verdad?--. Me gusta saber el terreno que piso. --Hablas mucho de él, no hay motivo. Eres un nostálgico. Además, yo no sé mucho, pero si está interesado podemos hablar con Walter Ewans. Iré contigo, eso le dará confianza. --No me conoce. Yo tampoco me dejaría interrogar por un desconocido. --¿Por qué no le preguntas a Hernst? --Creo que se va a mantener aislado de momento. Le gusta llevar la iniciativa, supongo. En algún momento, Erín le preguntó si no tenía nada que ver con lo de las apuestas, si no había oído hablar de aquel tema antes de desplazarse. No sabía nada y no pretendía ser más listo de lo que era, por eso le molestaba que esa duda pudiera expandirse como un virus. Nada que le afectara le podía dar igual y había sido una faena por parte de su amigo. Tampoco le daba igual que Ronnie Edelio no le hubiese preguntado directamente, que tal vez estuviera observándolo a través de otros o esperase el peor momento… sin concesiones. De hecho, sería bueno saber hasta donde llegaban sus dudas y el grado de importancia que le daban a que fuera presentado por Hernst. Pero estar con Erín, aunque lo pareciese, no tenía el único y exclusivo objeto de aclarar sus dudas al respecto. Con al menos, esa idea clara, aceptaba visitar a Walter. Le explicaron el motivo de su visita, y si se hubiese puesto nervioso y los hubiese tratado con evasivas, eso hubiese sido suficiente para tomar la decisión de hablar directamente con el presidente. Pero no fue así, y Walter les contó lo que sabía, con cierta inquietud, pero con probable sinceridad. --El hecho querida Erín es que tú no lo consideras culpable de nada, no ves la gravedad del asunto. El sigue portándose bien contigo, a pesar de la ruptura sentimental, todos lo sabemos, y eso tiene algo que ver. --Mas bien tiene que ver con los buenos recuerdos doctor. Le tengo aprecio, eso no es tan extraño. Mire, las mujeres conservamos los buenos recuerdos hasta hacerlos imborrables, somos así de tontas. Incluso después de reconocer que la posición de Hernst en el equipo, era muy grave, Landon seguía manteniendo la duda principal, ¿debía quedarse o salir pitando? --No se meta en líos Landon. Todo esto, nada tiene que ver con usted –le dijo el doctor mirándolo directamente a los ojos--. Supongo que él siempre ha sido así, y usted debe recordarlo en otros líos en su pasado. --Pues si fue así, yo nunca me enteré –respondió--. Hubo otras cosas, el presidente lo mandó investigar. Es duro decirlo, pero allí arriba les gusta saberlo todo. La última vez se llenó el bolsillo, tirándose en el campo por una bonificación de un equipo rival. ¿Cómo se puede confiar en una persona así? Y ya estoy hablando más de la cuenta. No fue un tema de apuestas, pero es lo mismo, la misma razón. Su pasión no es el fútbol, es el dinero. --Siento haberle importunado doctor. Yo le pedí a Erín que me ayudara. --¿Quiere decir que no sabía nada? Eso será bueno para todos. Yo sólo soy el médico del equipo, pero todo el mundo me pregunta, es como si tuviera que saber lo que no sabe nadie. Después de la entrevista, le pidió a Erín que lo acompañara a tomar algo, necesitaba templar los nervios. Ella estuvo de acuerdo, a cambio de que la acompañara a su casa para que pudiera cambiarse. Aquella petición no tenía un sentido especial, y tampoco lo hubiera consentido. No estaba nervioso, pero un hormiguillo lo reconcomía. Ella le dijo que en casa tenía vino, cabernet sauvignon australiano, él no entendía mucho de vinos, pero seguía empeñado en ir a un pub y relajarse. No quería que aquel día acabara demasiado pronto, y las ganas de volver a su apartemento eran nulas. Al menos, Erín parecía congraciarse y apiadarse, de él y de su situación, aunque, según ella, no era para tanto. Ahora tenía un poco más claro que Hernst no estaría en el equipo la próxima temporada, se hacía de noche y caminaron despacio el último tramo desde donde aparcaron el coche de secretaria. --¡Qué raro! --se sorprendió Erín mirando a una de las ventanas iluminadas de la fachada del 51
edificio en el que vivía--. Debí dejar una luz encendida Landon la siguió sin preguntar cuando salió disparada hacia la puerta del edificio. Tres pisos sin ascensor, y sin pensarlo los subieron juntos saltando las escaleras de dos en dos. Era extraño, sí, pero parecía segura de no haber dejado aquella luz encendida, así que lo más probable era que alguien hubiese entrado. La única llave que no estaba en su poder la tenía Hernst, ahora se acordaba. ¿Cómo podía ser si estaba en una playa caribeña? Su imaginación estaba a cien, si los pensamientos corren sin piernas, los suyos estaban en una carrera de alta competición en ese momento. Pero intentaba controlarlo, sus fantasías no iban a llegar demasiado lejos porque él hubiese vuelto. Para ella, los errores no debían repetirse, y no era de ese tipo de chicas enamoradas un día que se derrumban ante la vuelta del macho. --Hay otras oportunidades. Me han ofrecido algo de técnico a mil kilómetros. Creo que voy a empacar --Hernst hablaba por teléfono. La puerta de la calle estaba abierta y habló dándoles la espalda--. Os estaba esperando, os vi llegar desde la ventana. --¡Esto es intolerable! ¿No le estás echando mucha cara? --dijo Erín indignada. Cuando regresó al piso de Erín, Hernst no había pensado en que se encontraría allí con Landon. Ni siquiera con todo su poder persuasivo podría rebajar la tensión de aquel instante. De hecho, su imagen se había deteriorado tanto en los últimos tiempos, que ni aún estando a solas con ella y poniéndose romántico, lo hubiese conseguido. Antes de colgar los miró mira daba una dirección y anunciaba que deseaba seguir en contacto con aquella persona que lo escuchaba al otro lado del auricular. --¡Joder Landon! Me apetecía verte, pero no me ayuda que estes aquí en este momento –sonó a invitación para que desapareciera, pero Landon no se movió. --Así que por esto me invitaste a venir, para poder decirme que ya no te soy útil –Landon estaba dolido por como había sido tratado--. ¿Alguna vez dices la verdad? --No he venido a hablar contigo Landon, tienes que entenderlo. Sólo vine a entregarle la llave a Erín –puso cara de lamentar todo lo que sucedía. --No te inventes nuevas historias. Por favor, ya no me apetece escuchar más versiones. No ayuda en nada –Erín no dejaba de mirarlo sin salir de su estupefacción--. Pero lo de la llave es buena idea. --Claro está, por eso he venido. Sólo digo, que esperaba encontrar aquí a tu nuevo pretendiente –La mirada de Erín fue fulminante. --Has sido una decepción para todos. --Para todos no. Los chicos están mal pagados y algunos han ganado bastante dinero. --A mi me tenías muy engañado. No sé a ellos –añadió Landon para echar más leña al fuego--. Sabías que no aceptaría este tema, y aún así me propusiste venir. Necesitabas que alguien te justificara y me parece que no va a ser así. --¿Por qué no te vas Landon? Quiero hablar con ella. --¿Qué? Dame la llave y vete –Estaba tensa, de pie, con los brazos cruzados. --¿Sabes, Landon? Es una chica fantástica. Ella sabe que estoy colado –después dirigiéndose a ella--. Ven conmigo. Tendrás todo loq ue quieras. Son momentos malos. Lo superaremos, somos capaces. --Si quisiera poner mi vida en tus manos tendría que estar muy loca. Hernst creía en sí mismo, eso estaba claro. Pero la visita llegaba precedida de discusiones más acaloradas, de cuando Hernst había empezado a darse cuenta de que todo se derrumbaba. Tenía una sensación de perdida muy grande pero su orgullo lo cubría. En algún momento empezó a comprender que había perdido, y del mismo modo que estaba dispuesto a dejar atrás el equipo sin argumentar, se daba cuenta que debía dejarla a ella atrás. Sabía de lo que era capaz, se conocía bien, aunque también era capaz de reconocer la derrota. No era ajeno a como Landon miraba a Erín. Ella hacía aquel gesto de sacarse el pelo de la cara e intentar apoyarlo en su oreja, pero al rato el pelo volvía a estar sobre su frente. --Alguien se va a llevar el premio gordo querido Landon, pero no se si ese vas a ser tú. Es una 52
chica increíble. Parece salida de un cuento de hadas. Cuando la conoces es como un tornado, una energía en una cálida noche de verano. Cuando paseaba a su lado, todos nos miraban, sentñia que tenía suerte y era admirado, una muñeca. Cualquier hombre será feliz a su lado. Lo reconozco, metí la pata hasta el fondo. --No me gusta que hablen de mi mientras yo estoy delante, ni aunque sea para halagarme. Además, eso no me a a ablandar. Es un poco tarde para reconocer tus errores. --Ya no eres la persona que yo conocí “querido Hernst” --Landon pronunció aquella frase con absoluto cinismo. Era imposible no reconocer que muchos otros podían haber visto en Erín, lo mismo que él, porque lo que expresaba, era exactamente lo que era, un mundo detrás de su sonrisa y su humanidad. En cambio, ya no podía imaginarse a su lado. No podía creer que si le daba tiempo, algún día la recuperaría; nada sucedía así en el mundo moderno. Ya nadie hacía ese tipo de cosas, se llevaba no perder el tiempo y pasar la hoja rápidamente, nadie esperaba a nadie. Sabía que al perder una chica como aquella, su recuerdo lo iba a perseguir como espíritu que le soplara al oído, has sido muy torpe. 3 El carnaval, el conejo y el latido sin techo. Durante la juventud, en otras ocasiones, los dos amigos habían intimado con las mismas chicas. Ninguno era celoso y podían salir con la chica que había estado un tiempo con el otro, no había problema. Eso había sido hacía algunos años, y a Landon le estaba pareciendo que algo había cambiado en ese sentido. Nadie los iba a proteger de los celos, sobre todo a Hernst, en ese momento, dentro de su vorágine de inestabilidad. También cabía pensar que en otros tiempos, aquellas chicas no le importaban lo suficiente, ¿habían sido divertimentos? No esperaba llegar a esa conclusión. Los celos eran una implicación emocional, mandaban el mensaje de la entrega y el compromiso total, nadie podía negar la obviedad de su pasión, y las chicas, especialmente ellas, eran capaces de reconocerlo sin esforzarse. En verdad, ya nada iba a cambiar las cosas, ni siquiera el hecho de prometerle vivir juntos al fin, eso que ella tantas veces le había pedido. Y después de haber pasado por otros tantos estadios y avatares, era capaz de reconocer la diferencia entre la pasión, la entrega y el deseo. Unos días después, inesperadamente, Landon se tropezó con Kuzuiko y Hernst delante del pub que solían frecuentar. Kuzuico ni lo saludó, lo miró de arriba abajo como se mira a los malos pagadores o a los traidores; al japonés también le habían comunicado que debía dejar el equipo. Hernst y Landon hablaron, aún sin ponerse demasiado cómodos. Landon le dijo que para ser viejos amigos, todo aquello le había cogido muy de sorpresa, tal vez porque no tenían las mismas aspiraciones y que él no era ni más ni menos que aquella persona que quería ser. Eso no quería decir que no le hiciera falta el dinero tanto como a Hernst, pero por lo que había podido comprobar, meterse en aquel tipo de negocios no pagaba la pena. Su pasión era fútbol, le gustaba jugarlo y saberlo todo sobre lo que se jugaba cada temporada, nuevas promesas y categorías, goles, ascensos y árbitros, todo lo que podía influir en el estado de ánimo de un equipo. No estaba en aquello por casualidad, era lo que le gustaba. Tal vez era una caso raro, porque en su familia no había antecedentes deportivos ni nadie que lo hubiese animado a seguir a pesar de las contrariedades. Lo que aún iba más allá. Y le pareció pertinente decir, más de una vez había discutido con su familia por dedicarse al fútbol en un equipo de tercera, mal pagado y sacrificando la oferta de buenos trabajos. A largo plazo, el fútbol no resulta, si no lo retiraba una lesión, se jubilaría antes de los cuarenta sin saber hacer otra cosa. Y entonces, 53
insistió en la idea de que lo había ayudado en todo aquel proceso de dedicarse a lo que más le gustaba, pero que el asunto de las apuestas lo había pillado de sorpresa y que nunca hubiese esperado que su mejor amigo estuviera en el centro de todo. Posiblemente no se volverían a ver, y eso era lo mejor para todos. A mitad de temporada había metido más goles que nunca en ningún equipo en los que había militado, no era el más goleador porque su posición no era la de las grandes estrellas, pero nunca antes, a pesar de eso, había tirado tanto a puerta. Sin embargo el equipo iba muy bien y eso lo hacía ser optimista. Una tarde de invierno, se acicaló especialmente y se puso ropa nueva y perfume. Había quedado con Erín para ir a un pub a tomar unas cervezas. La esperó sentado en el interior mientras leía la prensa deportiva. Ya empezaban a verse los jerséis con renos de nariz roja, y a pesar de estar el tiempo seco, algunos hombres se ponían gabardinas y zapatos de suela alta. Hablaron de con quien iban a pasar aquellas navidades, de lo bien que iba todo para el equipo, y ella le confesó que el presidente estaba muy contento con él. --No soy de ese tipo de hombres a los que hacen felices las lisonjas, creo que se me nota, pero cuando vienen de ti no me parece tan mal --dijo Landon--. Lo mio es un trabajo de apoyo, son otros los que se llevan el mérito del equipo. En la distancia, esta es una temporada atípica para un defensa. --Lo entiendo, creo te mereces la felicitación, pero también comprendo que no quieras salir de tu sombra de timidez. Lo entendí desde el día que te vi. Si no participas de la fiesta, no quiere decir que no participes de la felicidad que te produce que todo vaya bien, es tu forma de ser. Nadie tiene nada que objetar. Erín estaba contenta porque Landon había resultado un gran orador y no sólo un buen jugador de futbol. Ella se tomaba uy en serio la fundación social del equipo, y la semana anterior, el encargado de animar a los socios y contar su experiencia como jugador, había sido Landon. Se sentaron cerca de la puerta, ella escogió la mesa, como si no deseara ponerse demasiado cómoda. Tenía una reunión de prensa aquella misma tarde, pero habían quedado para cenar después de aquello, lo que hacía concebir esperanzas a Landon acera de sus aspiraciones con la secretaria. Ella había hablado de él en una entrevista y lo había hecho en los términos de, “el revulsivo qye necesitábamos esta temporada”. Había sido muy generosa en eso. --Está bien, tal vez me pase un poco en mi comentario, pero sabes que te aprecio –le dijo Erín aquella tarde en el pub, sin dejar de consultar su agenda e intentando acabarse su aperitivo sin respirar--. Jugar es cosa tuya y lo haces bien, si la prensa me pregunta yo respondo, estos equipos pequeños no necesitan jefes de prensa ni nada parecido, unas pocas personas nos encargamos de todo y si lo dije es porque así lo créia, y aún lo creo. --Me abrumas. Será mejor que dejemos eso para la cena de esta noche, veo que vas con prisa. --Sí, estoy a cien. A las cuatro tengo que estar en la oficina y quería pasar por casa para asearme, lo siento. Pero puedes acompañarme y tomar algo allí. --Creo que no. Voy a comprar algunas cosas que me hacen falta, por increíble que parezca sún sigo instalándome. Es un proceso interminable. Te recogeré a las nueve, es la mejor hora. Llegaremos cuando todo esté más lleno. --Eso ha sonado bastante sarcástico. No me preocupa que nos vean juntos en público. Por fortuna somos mayorcitos y no tenemos que dar demasiadas explicaciones. --Claro, por supuesto. Sólo se trata de una cena. Nada más. Durante aquel tiempo, había descubierto que pensaba en ella más de lo normal. Ella, en un momento de debilidad le había confesado que Hernst solía pedirle excentricidades de las que prefería no dar detalles, pero que tenía que ver con aliviarse en sitios concurridos, y ella le ofrecía su mano par ayudarlo, pero aquello la hacía sentirse menospreciada. Cada vez que se encontraba en aquel estado, en un pub, en una reunión de socios del club, en la boda de un amigo o en un centro comercial, si la llamaba, tenía que acudir lo antes posible esperando que al llegar no le hubiese bajado aquel estado de excitación. Landon le respondía muy serio porque sabía que una simple 54
sonrisa podía molestarla. Le dio su opinión sin dejar de ser crítico con Hernst, su amigo, del que descubría demasiado tarde que no se había portado bien con casi nadie. De niño, nunca había salido de las faldas de su madre. Sobreprotegido y asustado, no se había enfrentado a sus temores hasta superada la adolescencia. Como futbolista, el mundo de las fiestas nocturnas estaba a su alcance, había visto de todo en los retretes de los disco-bar y había declinado participar en juegos sexuales de grupo porque deseaba una novia formal con la que pasear su amor en los centros comerciales. Tal vez Erín había sido lo suficientemente astuta para comprender ese entramado de emociones. En aquel momento no había nadie más y la cena fue lenta y llena de conversaciones personales. Esa fue la primera vez. Pasaron dos años y seguían juntos, nadie hubiese apostado por eso. A Hernst, él no lo volvió a ver. Ella, se lo encontró una mal día al salir del estadio. Hernst le dijo que estaba arreglando algunos asuntos pendientes y que pasaría unos días en la ciudad, pero que no esperaba encontrarla allí, que había sido algo puramente fortuito. Erín aceptó tomar u café con él para hablar de los viejos tiempos; nunca se lo contó a Landon.
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