EL MITO DE UNA EDAD DE ORO

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La redacción de informes, crónicas reales y recopilación de escritos nacionales del Antiguo Israel, están ligados a una fase particular de la historia de este país. A partir del reinado de Josías (s. VII a.C.) se elaboraron las epopeyas nacionales del éxodo y la conquista, el reino unificado y la vida de los monarcas. Esta producción literaria funcionaba como propaganda y adoctrinamiento en torno los ideales del monarca de Judá que se concebía así mismo como el nuevo David.

EL MITO DE UNA EDAD DE ORO APROXIMACIONES A LA HISTORIA BÍBLICA A PARTIR DE LA ARQUEOCIENCIA

Lic. José Víctor Villavicencio Ayala

Antiguo Testamento II


“Apenas tenemos motivos para dudar de la historicidad de David y Salomón. Sin embargo, hay un cúmulo de razones para cuestionar la extensión y el esplendor de su reino. Si no hubo un gran imperio, si no hubo monumentos, si no hubo una capital esplendorosa, ¿cuál fue la naturaleza del reino de David?” Prof. Israel Filkenstein Universidad de Tel Aviv

Tanto los filólogos como los arqueólogos han dado por supuesto, hasta fechas recientes, que el antiguo Israel había alcanzado el estadio de formación estatal plena en tiempos de la monarquía unificada de David y Salomón. En realidad, muchos biblistas siguen creyendo que el documento J o yahvista es la fuente más antigua del Pentateuco —que habría sido compilado en Judá en la época de David y Salomón, en el siglo x a. de C. En la obra de Finkelstein y Silberman (2003) se sostiene que estas conclusiones son sumamente improbables. Partiendo de un análisis de las pruebas arqueológicas, no hay señal alguna de una alfabetización extendida ni de otros atributos de una estatalidad plena en Judá —y en particular en Jerusalén— hasta más de doscientos años después, a finales del siglo VIII a. de C. Ningún arqueólogo puede negar, por supuesto, que la Biblia contiene leyendas, personajes y fragmentos de historia que se remontan a fechas muy antiguas. Pero la arqueología es capaz de mostrar que la Tora y la Historia Deuteronomista presentan rasgos característicos inconfundibles de su compilación inicial, en el siglo VII a. de C.

¿Hasta qué punto el relato bíblico es producto de las esperanzas, los temores y las ambiciones del reino de Judá que culminan con el reinado de Josías a finales del siglo VII a. de C.? El núcleo histórico de la Biblia surgió de unas condiciones políticas, sociales y espirituales claras y estuvo configurado por la creatividad y visión de unos hombres y unas mujeres excepcionales ligados a las cortes de Josías sus descendientes. Muchas de las cosas que suelen darse por supuestas como historia exacta —los relatos de los patriarcas, el éxodo, la conquista de Canaán y hasta la epopeya de la gloriosa monarquía unificada de David y Salomón— son, más bien, la expresión creativa de un poderoso movimiento de reforma religiosa que floreció en el reino de Judá al final de la Edad del Hierro.

EDAD DE LOS METALES: Su fecha de aparición, duración y contexto varía dependiendo de la región estudiada. El periodo de la evolución tecnológica de la humanidad caracterizado por el desarrollo de la metalurgia; comienza antes del V milenio a. C. y acabaría en cada lugar con la entrada en la Historia, para buena parte de Europa en el I milenio a. C.

 Edad de Cobre (4000 – 3000 a.C.)  Edad de Bronce (3000 – 1500 a.C.)  Edad de Hierro (1500 – 450 a.C.) 1


EDAD DE ORO: Hasta hace poco los estudiosos admitían los relatos sobre el reinado de David y Salomón como un registro histórico sólido y probable; respaldado en una abundante evidencia arqueológica. “David y Salomón, la monarquía unitaria de Israel y, en realidad, toda la descripción bíblica de la historia israelita no son más que construcciones ideológicas hábilmente elaboradas, producidas en Jerusalén por círculos sacerdotales en tiempos posteriores al exilio o, incluso, en época helenística”. (P.130) Una lectura rigurosa de la descripción bíblica de la época de Salomón da a entender claramente que se trata del retrato de un pasado idealizado, de una Edad de Oro gloriosa. •

Aren legendario (como se esperaría de un gran monarca como el rey de Egipto, Asiria y Babilonia): 1Re 11:3 Y tuvo setecientas mujeres reinas y trescientas concubinas; y sus mujeres desviaron su corazón.

Sabiduría prodigiosa e incomparable que le dio reconocimiento entre todos los reinos de la Tierra: 1 Re 4:30 Era mayor la sabiduría de Salomón que la de todos los orientales, y que toda la sabiduría de los egipcios. 1 Re 4:31 Aun fue más sabio que todos los hombres, más que Etán ezraíta, y que Hemán, Calcol y Darda, hijos de Mahol; y fue conocido entre todas las naciones de alrededor.

Fabulosa riqueza de Salomón y poderío militar de su imperio: 1Re 10:26 Y juntó Salomón carros y gente de a caballo; y tenía mil cuatrocientos carros, y doce mil jinetes, los cuales puso en las ciudades de los carros, y con el rey en Jerusalén. 1Re 10:27 E hizo el rey que en Jerusalén la plata llegara a ser como piedras, y los cedros como cabrahigos de la Sefela en abundancia. 1Re 10:28 Y traían de Egipto caballos y lienzos a Salomón; porque la compañía de los mercaderes del rey compraba caballos y lienzos.

“Oyendo la reina de Sabá la fama que Salomón había alcanzado por el nombre de Jehová, vino a probarle con preguntas difíciles… Y Salomón le contestó todas sus preguntas, y nada hubo que el rey no le contestase” (1 Re 10.1-3)

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A pesar de la riqueza y el poder que según se nos dice poseían, ni David ni Salomón se mencionan siquiera en un solo texto conocido de Egipto o Mesopotamia. Y los testimonios arqueológicos de Jerusalén que pudieran avalar los famosos proyectos constructivos de Salomón son inexistentes. Judá siguió siendo hasta la supuesta época de David y Salomón, e incluso más adelante, un país relativamente desprovisto de población permanente, muy aislado y muy marginal, sin centros urbanos de importancia y sin una jerarquía neta de aldeas, pueblos y ciudades. Es muy improbable que aquella región de Judá, escasamente poblada, y el pequeño pueblo de Jerusalén pudieran haberse convertido en centro de un gran imperio que abarcaba del mar Rojo, en el sur, hasta Siria, en el norte. David, ¿podría haber reunido los hombres y el armamento necesarios para obtener y retener unas conquistas territoriales tan amplias? No hay absolutamente ningún indicio arqueológico de la riqueza, los recursos humanos y el nivel de organización que se habrían requerido.

JOSÍAS EL NUEVO DAVID: Es evidente que, en el siglo VII, las condiciones habían cambiado en Judá hasta ser casi irreconocibles. Jerusalén era en ese momento una ciudad relativamente grande dominada por un Templo dedicado al Dios de Israel que servía como único santuario nacional. En los últimos tiempos de la monarquía se había desarrollado en Judá y Jerusalén

una compleja teología para dar validez a los vínculos entre el heredero de David y el destino de todo el pueblo de Israel. Según la Historia Deuteronomista, el piadoso David fue el primero en detener el ciclo de idolatría (del pueblo israelita) y castigo divino (impuesto por YHWH). Gracias a su devoción, fidelidad y honradez, YHWH le ayudó a completar el trabajo inacabado emprendido por Josué —es decir, la conquista del resto de la Tierra Prometida— y establecer un imperio glorioso sobre la totalidad de los extensos territorios prometidos a Abraham. Se trataba de esperanzas teológicas y no de retratos históricos exactos. Y fueron un elemento fundamental en la vigorosa visión de renacimiento nacional del siglo VII. En el momento en que se fraguó por vez primera la epopeya bíblica, el pueblo de Judá creía que había accedido al trono un nuevo David dedicado a restablecer la gloria de sus distantes antepasados. Se trataba de Josías, descrito como el rey judaíta más devoto. Él consiguió desplegar la historia hacia el pasado, partiendo de su tiempo, hasta la época de la legendaria monarquía unificada. Al limpiar Judá de la abominación de la idolatría —introducida por primera vez en Jerusalén por Salomón, con su harén de mujeres extranjeras (1 Reyes 11:1-8), Josías pudo invalidar las transgresiones que condujeron a la descomposición del «imperio» davídico. Lo que el historiador deuteronomista deseaba decir es sencillo y vigoroso:

“Todavía hay un modo de recuperar las glorias del pasado” 3


LA ESCUELA DE HARVARD, F. MOORE CROSS. Llamada también “teoría de las dos ediciones”, hace notar que en la obra deuteronomista se da una postura antitética ante la dinastía davídica. Por un lado, se respira un clima de euforia y optimismo salvífico en la dinastía davídica y las instituciones monárquicas; por otro lado, se percibe un pesimismo y desconfianza. La postura optimista corresponde a la primera redacción del Deuteronomista, la cual habría sido compuesta, según Cross, durante el reinado de Josías y con la finalidad de apoyar la reforma llevada a cabo por éste (2 Re 23). - La Madrid, G. (2000). Historia, Narrativa y Apocalíptica. P. 29

Así pues, Josías emprendió la aventura de instituir una monarquía unificada que enlazaría a Judá con los territorios del antiguo reino del norte mediante las instituciones reales, las fuerzas militares y una devoción inquebrantable hacia Jerusalén, elementos que ocupan un lugar tan central en la narración bíblica del rey David.

«Ni antes ni después hubo un rey como él, que se convirtiera al SEÑOR con todo el corazón, con toda el alma y con todas sus fuerzas, conforme en todo con la Ley de Moisés» Reyes 23:25

Como monarca sentado en el trono de David, en Jerusalén, Josías era el único heredero legítimo del imperio davídico, es decir, de los territorios davídicos. Estaba dispuesto a «recuperar» las tierras del reino septentrional, entonces destruido, aquel reino nacido de los pecados de Salomón. El reinado de Josías de Judá constituye el punto culminante de la historia monárquica de Israel —o, al menos, así debió de parecer en su época—. Para el autor de la Historia Deuteronomista, el reinado de Josías significó un momento metafísico casi tan importante como el de la alianza de Dios con Abraham o Moisés. En resumen, Josías es el ideal al que parecía tender toda la historia de Israel.

Para continuar el estudio: •

Sánchez Caro, J. M. Ed. (2000). Historia, Narrativa, Apocalíptica. Navarra, España: Verbo Divino.

Filkenstein,

I.,

Silberman,

N.

(2003). La Biblia Desenterrada. Madrid: Siglo Veintiuno. •

Römer, T. (2014). La llamada Historia Deuteronomista. Bogotá, Colombia: San Pablo.

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