Este relato ganó el I Premio de Relato Fantástico El Espejo Maldito. La idea que me planteé fue: ¿Qué ocurrirá con los dioses en los que ya nadie cree?
DIVINIDAD
Ishual bajó la mano lentamente, con la palma hacia el suelo, y sonrió cuando el sol rojizo siguió su movimiento y se hundió entre las montañas. El cielo en llamas se fue oscureciendo paulatinamente, del naranja al violeta, del violeta al morado, hasta adquirir el tono negro intenso de la noche. Una a una fueron apareciendo las estrellas. El cántico se elevó hacia ellas y las hizo parpadear de asombro; un sonido monocorde, grave, emitido por un millón de gargantas cantando por él, alzando al cielo sus voces en homenaje a su rey. Su sonrisa se ensanchó. Todos los días sentía lo mismo: la tensión al clavar los ojos en la bola encarnada, el alivio al ver que, una vez más, obedecía sus órdenes, la euforia empapando su cuerpo ante el sonido del himno de alabanza. Todos los días sentía lo mismo; pero aquel día, como todos, fue como si lo sintiera por primera vez. Las estrellas lo miraron y se inclinaron ante él. Y después fueron ellos, sus súbditos, los que se arrodillaron sobre los adoquines de la plaza sin dejar de cantar. Ishual estuvo a punto de gritar de alegría. Como hacer que los árboles que flanqueaban la amplia avenida floreciesen, su intenso aroma, dulce y picante al mismo tiempo, llenando la noche e impregnando sus ropas y sus cabellos. También eso le hacía sentir escalofríos, también cuando las yemas se convertían en ramas sentía el irrefrenable impulso de cantar de gozo. Siempre, día a
1