Maju, ¡Mirá el relajo que armaste! / Maju, Look What You've Done!

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Oinc, oinc,oinc!

Todo empezó por culpa del Día del Padre. Unas semanas antes la maestra dijo que teníamos que hacer una manualidad para entregarles a los padres en una merienda compartida.

No sé bien por qué insisten con hacerles cosas. Eso era cuando estábamos en jardín de infantes, pero ya estamos en la escuela y los padres no necesitan manualidades que no sirven para nada o que son requetefeísimas.

Mi padre todavía tiene sobre su escritorio una de las peores que le hice de chiquita: un portalápiz hecho con una lata de arvejas vacía decorada con fideos secos pintados de colores chillones.

Es, de verdad, horripilante. En su momento me había parecido divino. Se lo di muy orgullosa a mi papá cuando salí de clases, pero ahora que soy grande lo veo y me da vergüenza que lo tenga a la vista de todo el mundo. Estoy segura de que a él tampoco le gusta, pero como lo hice con mis manos y todo eso (en casa viven diciendo que todo lo que hacemos con nuestras manos tiene más valor que algo comprado por ahí), ¡nunca lo va a admitir!

Así que en clase de dibujo comenzamos a preparar el regalo artesanal que consistía en pintar un corcho que luego transformaríamos en un llavero. A todos nos entusiasmó la idea, porque no era algo taaan inútil y, si le poníamos un poco de onda, tampoco sería taaan feo, así que nos pusimos a pensar qué dibujaríamos.

Joaquín y Julia, que son mis mejores amigos y están en mi clase, casi no demoraron nada en decidirse. Joaco comenzó a dibujar herramientas (su padre y él se la pasan inventando cosas, por lo que usan mucho el martillo, las pinzas y la lupa), y Julia quiso dibujar a Batman porque su padre es fanático de él. Se mira todas las

series y las películas apenas salen. Claro, primero lo tuvo que calcar porque es redifícil dibujar a Batman si no sos buen dibujante (y Julia dibujando es peor que yo).

Todos estábamos muy concentrados menos Gerónimo, que estuvo imbancable todo el rato. Cuando algunos compañeros empezaban a pintar, él algo les hacía para distraerlos o para que perdieran la concentración. Cuando Joaco intentaba hacer una línea sobre el corcho, con cuidado, porque como es algo tan chiquito tenés que tener buen pulso, Gerónimo se levantaba de su asiento y lo asustaba con alguna pavada, le gritaba o le tiraba una pelotita de papel a la cabeza. Pero mi paciencia se colmó cuando se le puso delante a Julia (que trataba de calcar a Batman) y le hizo ruidos como si fuese un chancho: “Oiiinnnc, oiiinnnc, oiiinnnc”.

Me saltó la térmica, como dice mi abuelo Carlos.

—Nene, ¿sos o te hacés? —le grité indignada—. ¡Tendrías que volver al jardín de infantes!

—Tindriís-qui-vilvir-il-jirdín-di-infintis —se burló él, imitándome con una voz de bobo que me dieron ganas de volearlo por el aire.

—¿Qué está pasando acá? —intervino la maestra, y se acercó a nosotros.

Yo no iba a ser una alcahueta, diciendo: “Ay, lo que pasa es que Gerónimo está molestando a todos, y haciendo ruidos de chancho, y tirando pelotitas de papel y…”, así que solo dije, apuntándolo con el dedo índice y entrecerrando los ojos:

—¡Que cuente él!

—Gerónimo, ¿no te gusta la actividad? —La maestra observó el pupitre de Gero y vio que su corcho seguía sin pintar—. ¿Quieres que te ayudemos a pensar qué pintar o…?

Entonces Gero nos sorprendió a todos: pateó uno de los pupitres y salió del salón. Y digo que nos sorprendió porque Gero no es de hacer esas cosas. (Por lo general, el que patea pupitres y sale como un demente cuando se le antoja es Mateo, que hasta tiene una suspensión).

Gerónimo es rebueno, y aunque antes él y yo no nos podíamos ni ver, ahora somos amigos. Gero cambió un montón desde que se burló

de Tefy, una compañera de clase a la que se le escapó un eructo delante de todos después de almorzar. Ella se puso horrible y Gerónimo no dejaba de llamarla “eructona”, hasta que lo puse en evidencia recordándole frente a todos que él se había hecho pichí mientras dormía en el campamento del año anterior. Estuvimos tiempo sin hablarnos, hasta que mis padres me dijeron que habían arreglado con la mamá de Gero para que tres veces por semana, al salir de clases, él fuese a casa y dos veces por semana yo fuese a la casa de él. De esa manera, ni mis padres ni la mamá de Gero tenían que complicarse con los horarios de los trabajos. ¡Casi me dio un paro cardíaco! Protesté un montón, pero no hubo caso: mis padres no aflojaron. Después de varias tardes de compartir la merienda en su casa o en la mía, me di cuenta de que Gerónimo es buenísimo, que quiere pila a mis cuatro hámsteres y es un buen amigo. Además, le pidió perdón a Tefy. Puedo decir que lo conozco bien, por eso quedé de cara cuando pateó el pupitre y se fue de la clase dando un portazo. ¡Es algo que nunca, nunca de los nunca jamás había hecho!

En ese instante sonó la campana y nos preparamos para salir. Recogí mis cosas y las guardé en la mochila. También junté las cosas de Gero y se las guardé, porque ese día le tocaba ir a mi casa y mi abuela Zulma ya estaría esperándonos en la puerta de la escuela.

¡Ahhh! Perdón por no presentarme, es que cuando hablo me olvido de todo y me cuesta darme cuenta de que tengo que parar de hablar.

Mi padre dice que soy charlatana como la abuela Zulma (que vive con nosotros), y una vez escuché a mi maestra decirle a la directora que soy un “pororó” (no sé qué es eso, pero seguro que tiene relación con lo de ser charlatana, porque ya van varias veces que me manda a la Dirección por estar hablando en clase).

Me llamo María José, tengo ocho años y todos me dicen Maju.

Cuando sea grande de verdad (no como ahora, que soy grande, pero un poco chica) voy a ser árbitra de fútbol.

Soy muy buena arbitrando, porque por más que tenga a mis mejores amigos, Joaquín y Julia, jugando en la cancha, no hago diferencias con

nadie. Si se mandan una infracción les toco mi silbato rojo y los saco del partido, porque nadie tiene coronita si la árbitra soy yo.

Cara de santo

Mi abu Zulma estaba en la puerta esperando a que Gero y yo saliéramos. Nos sonrió como siempre y nos abrazó, ella te apretuja todo el cuerpo y te da la sensación de que te va a romper toditos los huesos. Es así de demostrativa. Y ya al toque se puso a parlotear, así que no se dio mucho cuenta de que Gero andaba raro.

Caminamos hasta casa con Gerónimo pateando piedritas de la calle con cara de loco. Me hizo acordar a los gemelos, los hijos de mis padrinos, que son terribles malcriados y hacen esas cosas todo el tiempo para llamar la atención.

Pero ta, yo sé que Gero no es malcriado, nada que ver.

Y también sabía que estaba enojado conmigo porque le grité en la clase cuando me saltó la térmica.

—¿Seguís enojado? —le pregunté cuando mi abu Zulma se encontró con una vecina y se paró a hablar del clima, la humedad y todo eso que a nadie le importa. Gerónimo no me respondió, pero se encogió de hombros sin mirarme—. Ta, pero entendés por qué me zarpé, ¿no? Estabas sacado. Bue, en realidad seguís medio sacado… —Él volvió a encogerse de hombros. ¡Qué rabia!—. Mijo, ¡hablame!

—¿Quééé? —exclamó, arrastrando la e y poniendo los ojos en blanco—. ¡No te metas, Maju! ¡No es tu problema!

—Sí que es mi problema, porque ahora vas a mi casa y me tengo que bancar que andes con cara de vinagre cuando yo no hice nada.

—Sí que hiciste. ¡Me gritaste y por tu culpa vino la maestra!

—¡Porque vos te zarpaste! Aparte, ¿qué onda? ¿Querés ser como Mateo y que te encajen una

suspensión? Pateaste un banco y pegaste un portazo, te fuiste del salón sin permiso de la maestra. Estás en el horno. Mañana vas a tener que encararla porque seguro que te manda a hablar con la dire.

—¿Decís? —preguntó, levantando la mirada y abriendo los ojos como huevos fritos. No es por nada, pero la directora no es muy simpática y te habla con una voz de ultratumba que te da terrible chucho.

—Obvio, nene. Yo que vos mañana le pido perdón, así se ablanda y no le dice nada. Eso sí, cambiá esa cara. Poné una de santo cuando le pidas disculpas porque si no no te cree nadie.

—No sé poner cara de santo.

—Si querés yo te enseño. No es difícil. Te parás frente al espejo y vas poniendo caras hasta que te sale. A ver, mirame —le pedí, y él me miró a los ojos—. Bajá un poco los párpados, pero sin cerrarlos del todo. No, Gerónimo, ¡tanto no, que parecés dormido! ¡No, así tampoco! Ahora parecés un zombi. Bajalos hasta la mitad, más o menos. Ahí va, así. Y ahora torcé la cabeza para un lado y hacé como que te vas a reír, pero no

te rías. Como que la sonrisa quede casi, casi por salir, sin salir, ¿captás?

—¿Así?

¡Eso, Gero! ¡La tenés! —aplaudí—. ¡Con esa cara segurísimo que zafás de la dire! Igual tranqui, que ahora la practicamos mejor cuando lleguemos a casa.

Primera edición: marzo 2022 © 2022, Cecilia Curbelo

© 2022, Penguin Random House Grupo Editorial Colonia 950, piso 6. Montevideo, Uruguay.

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Printed in Uruguay – Impreso en Uruguay

Ilustraciones: Javier Joaquín

Diseño: Estudio Cactus

ISBN: 978-9915-667-08-9

Depósito legal:

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