La llamada
APENAS EL TELÉFONO empezó
a sonar, Antonia corrió a contestarlo, a pesar de lo lejos que se encontraba del aparato y de lo cerca que estaban su hermano Pablo y su primo Diego.
—¡Atrás, atrás! ¡Es para mí, no lo toquen! —exclamó.
Diego comentó:
—Si se estuviera quemando la casa, hubiese un terremoto o un avión estuviera a punto de aterrizar en el techo, no se apuraría tanto.
—Caminaría tan campante, calladita, y salvaría su pellejo —agregó Pablo, mirando como su hermana alcanzaba el aparato.
—Y mientras tanto, las paredes se
desplomarían sobre nosotros sin piedad —concluyó Diego.
Antonia cogió el teléfono con energía, lo levantó aceleradamente y una vez que lo tuvo en su mano, respiró profundamente, se alisó el pelo y dijo con voz calmada, suave y cantarina:
—¿Alóoooo?
Su cara adquirió rápidamente un gesto que combinaba decepción, extrañeza y curiosidad. Decepción, porque siempre estaba dispuesta a conversar largamente con su interminable cantidad de amigas y amigos; extrañeza, porque era poco común que el teléfono repicara para otra persona que no fuera ella, y curiosidad, porque quien llamaba era una niña y preguntaba por Diego. Los niños miraron la expresión inquisidora de su rostro al decir:
—Sí, está aquí. ¿Quién lo llama? Un momento, le voy a avisar.
Tapó la bocina con ambas manos y mirando a Diego dijo:
—Es Cósima, pero no te voy a pasar el teléfono hasta que me aclares por qué
te está llamando, qué pasa entre ustedes, desde cuándo ella te persigue, qué piensas tú de...
—Sabes perfectamente que la conocimos en el campamento y que desde entonces somos amigos —respondió Pablo haciendo gestos para atrapar el aparato, sin éxito.
—Eso ya lo sé, pero quiero saber por qué llama a Diego.
—Si me dejas hablar con ella, te podré responder —le dijo su primo.
Antonia lo pensó un segundo y determinó que la respuesta era de toda lógica, así es que extendió el teléfono y se quedó a escasos centímetros de Diego.
—Cuando quieres ser molestosa, eres la especialista número uno, la campeona indiscutida —murmuró Pablo.
—¿Celoso porque Cósima lo prefiere a él antes que a ti?
Pablo empezó a enojarse, sin saber qué hacer. No le podía pegar porque sería abuso, ya que a pesar de tener dos años menos, era mucho más alto y fuerte que ella. Si le gritaba o le decía
frases hirientes, a Antonia se le ocurrían respuestas peores y fingía que la opinión de su hermano no tenía ninguna importancia ni para ella ni para el resto de la humanidad. Por eso cuando discutían, Pablo sentía que la rabia le revoloteaba por el cuerpo y que no había modo de hacerla salir.
Antonia murmuró: —Calma, calma. Si alegas, te va a oír y, definitivamente, va a preferir a Diego. A nadie le gustan los gritones. Esperaron que Diego terminara de hablar, limitándose a lanzarse miradas furibundas y desafiantes durante esos minutos.
Cuando cortó el teléfono, Antonia fue la primera en hablar: —¿Para qué te llamaba a ti? ¿Por qué estaba tan impaciente que no pudo esperar a que llegaras a tu casa y te llamó acá? Vamos, primito, cuéntamelo todo. No sacas nada con esconderlo, si sabes que más temprano que tarde me enteraré de cada detalle. Diego miró a su primo, le palmoteó
la espalda y dijo:
—Pobre de ti, tener que soportarla a diario.
—Me estoy ganando el cielo —suspiró Pablo.
Y se alejaron, dejándola sola. Antonia partió acelerada detrás de ellos, pero en ese momento sonó nuevamente el teléfono y esta vez se cumplió la ley de las probabilidades y el llamado resultó ser para ella. Antes de empezar una larga conversación con su amiga, Antonia les advirtió:
—Igual voy a saberlo.
Diego le contó a Pablo que Cósima lo llamaba para invitarlos a ambos a un paseo espectacular, una oportunidad única. Sus padres debían atender por negocios a unos visitantes extranjeros que tenían mucho interés en conocer el norte de Chile, y la mamá de Cósima, que era muy aprensiva con su única hija, no quería dejarla sola durante esos días. Como los padres de Cósima eran franceses, ella no tenía abuelos ni tíos con quienes pudiera quedarse y cada
vez que ellos viajaban, llevaban a su hija. Eso le había permitido conocer muchos lugares interesantes, pero también le desordenaba su rutina y le impedía estar con gente de su edad, situación que últimamente había empezado a molestarle y se lo manifestaba a sus padres en cada nueva oportunidad que surgía. Esta vez protestó alegando que no quería perder sus vacaciones de invierno, que no sería capaz de resistir una semana casi entera rodeada de señores y señoras persistentemente aburridores, transpirando copiosamente bajo el sol del desierto, mirando con angustia los kilómetros de aridez que recorrerían con exasperante lentitud y que, por lindos que fueran los paisajes, eran tan divertidos como tener un pez por mascota.
La mamá de Cósima la complacería en lo que fuera con tal de que estuviera con ellos, así es que la niña accedió a ir sin rezongar solo si la acompañaban sus nuevos amigos.
—Sería sensacional, pero... ¿estaremos de viaje una semana? —dijo Pablo,
con voz decepcionada—. No nos van a dar permiso para ir, no podemos faltar cinco días al colegio. Y menos cuando se acercan las vacaciones de invierno, con todas esas pruebas globales al acecho.
—Esa es la gracia: nos iríamos el mismísimo día en que salimos de vacaciones. Como sabrás, la fiesta de La Tirana se celebra el 16 de julio y nosotros quedamos libres de preocupaciones escolares dos días antes, con todas las pruebas de fin de semestre aprobadas.
—Ese es tu caso, no necesariamente el mío —tembló Pablo. Su primo obtenía las más altas notas sin mayor esfuerzo. En cambio, para él era un misterio saber qué sucedería después de una evaluación. Un siete lo sorprendía tanto como un dos y se aparecían caprichosamente, sin consideración a cuánto hubiese estudiado.
—De cualquier modo, la mamá de Cósima llamará mañana a tu mamá y a la mía. No les digamos nada hasta entonces, porque, como sabrás, un adulto no niega fácilmente un permiso a otro
adulto. En cuanto a nosotros, ni les temblaría la voz para decirnos que no.
—¡Cómo me va a molestar Antonia hasta entonces!
—Esa es la mejor parte. Hazla sufrir de curiosidad. Mantente firme y mudo.
Durante la comida, Antonia esperó pacientemente a que Diego o Pablo mencionaran la conversación telefónica, pero aunque los niños hablaban sin parar, sus temas eran los deportes, la preparación de los exámenes, el próximo interescolar de atletismo y algunas anécdotas, como el derrumbe en una construcción cercana.
—El ruido era impresionante —comentó Diego—, como si un temblor de tierra sacudiera los cimientos y el edificio se quejara.
—¡Fue increíble! —contó Pablo—. Las paredes cayeron en cámara lenta y cada trozo de ladrillo y cemento levantaba una polvareda tan grande que no se podía respirar.
—Espero que se hayan mantenido
lejos —dijo la abuela—. El cementerio está lleno de boquiabiertos que se quedaron mirando un derrumbe que les cayó encima.
—Acá estamos enteritos, como prueba viviente de nuestra prevención —sonrió Diego.
—Si los hubiera aplastado un trozo de muralla, Diego no habría recibido cierto llamado telefónico —se burló Antonia, que ya no aguantaba un minuto más sin que el tema se pusiera sobre la mesa.
—Lo habría recibido igual. La diferencia es que no habría podido contestarlo —dijo Diego, a quien la precisión y la lógica le importaban mucho.
—¿Cuál llamada? —preguntó Sarita. Era la menor de la familia y solía ser la última en enterarse de lo que sucedía. Aprovechaba de abrir sus grandes ojos negros y mirar fijamente a cada cual, intentando distraerlos para pasarle un pedazo de carne a su perro Salomón, que estaba echado junto a su silla. En ese momento sonó el timbre y
+ 9 años
Cósima, la chica que Diego y Pablo conocieron en un campamento durante las vacaciones de septiembre, invita a ambos a un paseo espectacular al norte de Chile para conocer el mágico desierto y la tradicional fiesta de La Tirana. Pero aquel viaje se ve ensombrecido por la desaparición de importantes documentos.
Beatriz García-Huidobro es profesora y escritora. Sus libros han conseguido un gran éxito, principalmente, por sus ingeniosos argumentos cargados de suspenso, misterio y aventuras.